Meditaciones y Oraciones Del Vía Crucis: Oración Inicial
Meditaciones y Oraciones Del Vía Crucis: Oración Inicial
Meditaciones y Oraciones Del Vía Crucis: Oración Inicial
ORACIÓN INICIAL
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del gano de trigo que cae
en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando
dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este
mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos
aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros
mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo
entregándola salvamos nuestra vida.
Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de
trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz ˆla entrega de nosotros
mismosˆ nos pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y
no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La
llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como
entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga
contigo al servicio de la redención del mundo.
Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de
devoción.
Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al
final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida,
la entreguemos.
1
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos:
«¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban
más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e
indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este
condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al
final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres
que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el
día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les
dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una
cruz...» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la
muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia
es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la
mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la
muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
ORACIÓN
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz
de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son
maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también
nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida
a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la
negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra
vida. El día de Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la
conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado
esperanza a todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
2
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
MEDITACIÓN
ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de
quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y
marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se
ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte
por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no
lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida.
Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la
verdadera alegría.
3
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
MEDITACIÓN
ORACIÓN
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de
nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la
pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque
a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos
forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de
mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros
experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte,
mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente
la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a
nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
4
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos
en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud
de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba
todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía
retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos.
También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?... El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi
hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no
solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo
concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había
dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... Será grande..., el Señor Dios le
dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le
diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría
recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se
humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se
hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había
dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido,
ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de
la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1,
45). «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18,
8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al
igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble ˆque serías la
madre del Altísimoˆ también has creído en el momento de su mayor humillación. Por
eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han
convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos
enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un
amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
5
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
MEDITACIÓN
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente
con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los
soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué
enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos
condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El
evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como
cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro
involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz,
el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y
socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor
divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que
compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24).
Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está
indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así
alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la
cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto
contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer
como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos
contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu
sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y
que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
6
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los
hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se
ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
MEDITACIÓN
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica
ˆBerenice, según la tradición griegaˆ encarna este anhelo que acomuna a todos los
hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro
de Dios. Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio
de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad
de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer
buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad,
sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón
ˆhabía dicho el Señor en el Sermón de la montañaˆ, porque verán a Dios» (Mt 5, 8).
Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero
el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro
humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos
acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el
corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite
reconocer a Dios, que es el amor mismo.
ORACIÓN
Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad
del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza
que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir
grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros
corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.
7
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
MEDITACIÓN
La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de
Adán ˆen nuestra condición de seres caídosˆ y en el misterio de la participación de Jesús
en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En su primera
carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne,
la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la
perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída
del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad,
en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las
grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja
llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo
peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del
hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae,
para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón;
cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la
que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos.
Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar de un corazón de piedra danos de
nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las
ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras.
No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te
reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del
mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a
socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de
toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.
8
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por
vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas
las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado».
Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las
colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos
hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una
piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve
compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida
continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros
mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas
nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no
estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la
imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el
aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio?
¿Cómo podrá Dios ˆpensamosˆ hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos
solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del
pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir
quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él
nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan al leño
verde, ¿qué pasará con el seco?»
ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando
nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a
superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para
poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra
responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que
caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión.
Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el
leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que
produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
9
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y
silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya
esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el
Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según
su inmenso amor.
MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace
pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a
un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir
Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia,
y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos
sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su
Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad
en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente
entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el
sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras
caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la
recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del
Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo
profundo del alma: Kyrie, eleison ˆ Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace
aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos
abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos.
Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras
altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra
vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca
podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia,
quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has
resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a
todos.
10
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social;
indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa
que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El
momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido
en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al
descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído.
Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura»
y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus
míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del
Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se
cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está
dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta
todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no
obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja
perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús,
«tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia
a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio
Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo
sacerdote.
ORACIÓN
Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado
de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con
los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo.
Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das
significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que
tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo
respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en
las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
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UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los
judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los
que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y
lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A
otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la
cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de
la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le
ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está
martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se
oculta el rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él
llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta
imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de
satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de
todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y
angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de
descubir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado,
que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el
sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de
Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe
inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz
del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de
apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este
dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin
evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos
estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti.
Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar en la estrecha unión
contigo la verdadera libertad.
12
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A
media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías
llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en
vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si
viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus
hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron
aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN
Sobre la cruz ˆen las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la
lengua del pueblo elegido, el hebreoˆ está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el
Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la
opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el
título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y
salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del
Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido
realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido
radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de
este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es
Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza
con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2).
Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la
oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar
definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El
mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a
la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y
entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.
13
ORACIÓN (ESTACION 12)
14
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
MEDITACIÓN
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana
sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la
Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre
la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se
manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún
hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la
turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están
los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María,
María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de
Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra
a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el
cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán
cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín
manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un
miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer
por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay
alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del
gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la
esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en
la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La
Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
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ORACIÓN (ESTACION 13)
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos
piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el
sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es
que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha
muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos
dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una
fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu
necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos,
ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima
de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro
tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.
16
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
MEDITACIÓN
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores.
Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante
perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se
manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la
«sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida
de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para
Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es
necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio
difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos [...] el buen
olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe
debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento
de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24).
Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran
multiplica-ción del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz
de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el
Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la
resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.
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ORACIÓN (ESTACION 14)
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de
trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo
hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de
trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo.
La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana;
te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca
en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de
trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para
encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo.
Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir
verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos
visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra
como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está
vacío porque el Padre no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción»
(Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has
abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta
esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu
resurrección.
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