Antropología Física y Cultural 2023
Antropología Física y Cultural 2023
Antropología Física y Cultural 2023
A la izquierda, según las hipótesis y las clasificaciones usuales. A la derecha, según algunas propuestas recientes basadas
en estudios genéticos.
a) El primero se produce con la diversificación de los homínidos, una de cuyas ramas se prolongará hasta
nosotros. Esta diversificación tuvo lugar hace aproximadamente seis o siete millones de años. El lugar y la
composición de la familia de los homínidos dentro de la superfamilia de los hominoideos es actualmente objeto
de controversia. Hasta muy recientemente se ha considerado que los hominoideos se bifurcaron en dos
familias: la de los póngidos (que incluirían al orangután. al gorila y al chimpancé) y la de los homínidos, en
cuya línea se situaría el género Homo. Sin embargo, estudios recientes de genética han inducido a algunos
especialistas a incluir al gorila y al chimpancé (no al orangután) dentro de los homínidos, junto con el hombre.
Si se acepta esta última clasificación, el momento decisivo al que nos referimos no sería el de la aparición de
los homínidos, sino el de la diversificación de estos en tres líneas: la que conduciría hasta el hombre, y las que
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llevarían, respectivamente, al gorila y al chimpancé.
b) El segundo momento decisivo tendría lugar posteriormente, con la aparición del género Homo, hace
aproximadamente tres millones de años. En este caso se produjo, dentro de la familia de los homínidos, una
bifurcación importante a partir del homínido Australopithecus afarensis: una de sus derivaciones culminaría en el
género Homo, mientras que por la otra rama se desarrollarían otros tipos de australopitécidos de los cuales no
queda descendencia, ya que desaparecieron hace, más o menos, un millón de años.
El bipedismo trajo consigo notables ventajas de carácter adaptativo, tanto para la alimentación como para la defensa.
Estas ventajas tienen que ver con la liberación de la mano (recogida de frutos; posibilidad de empuñar palos y lanzar
objetos, bien sea para cazar, bien sea para defenderse; etc.). Todo ello tuvo que propiciar, sin duda, ciertos cambios
en la forma de vivir, favoreciendo un mayor alejamiento del territorio y una distribución de funciones entre macho y
hembra, tal como se indica en el texto.
De entre estas transformaciones destacan, por su especial importancia, la posición erguida (bipedismo), la liberación
de las manos y el aumento del cerebro, que resultó espectacular en las distintas especies del genero Homo.
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1.1.3.2. El Homo erectus
Al Homo habilis le sucedió otra especie, el Homo erectus, presente en África y en Eurasia, cuyos restos se remontan
hasta hace un millón y medio de años. Durante el siguiente millón de años, es el protagonista centro del género Homo.
Durante este largo período se produjeron innovaciones importantes de carácter cultural, dos de ellas especialmente
significativas para el futuro de la humanidad:
1) La aparición y difusión de la caza mayor: con todo lo que esta supone en la mejora de los instrumentos y en el
desarrollo de la comunicación, así como en la cooperación y organización sociales.
2) El dominio del fuego: las técnicas para producirlo y utilizarlo con vistas a la alimentación, a la supervivencia y
a la defensa.
Sapientización y autoconciencia
Con el proceso de sapientización aparecen y se consolidan ciertas características que lo son ya definitivamente del
hombre actual. Una muy importante es la autoconciencia, la conciencia de uno mismo: los miembros de la colectividad
«descubren» su valor como individuos y no meramente como miembros del grupo. Este fenómeno se refleja en las
prácticas relacionadas con la muerte (que es siempre individual): sepulturas, ritos funerarios, etc.
El desarrollo de la autoconciencia guarda seguramente relación con el desarrollo del arte, que tuvo lugar en el
Paleolítico superior.
El esquema evolutivo que hemos propuesto desde el orden de los primates hasta la especie humana actual es, sin
duda, correcto en sus líneas generales. No obstante, sus detalles continúan siendo objeto de discusión entre
antropólogos y arqueólogos, y seguirán discutiéndose en el - Ello se debe a dos razones:
a) En primer lugar, continuamente se realizan descubrimientos importantes que suscitan problemas nuevos: cada año
se descubren ejemplares fósiles, ya sea de australopitécidos, ya sea de tipos pertenecientes al género Homo.
b) En segundo lugar, siempre resulta difícil establecer la antigüedad de los hallazgos y ponerse de acuerdo sobre la
interpretación que darse a lo descubierto.
Entre los descubrimientos más recientes, y más espectaculares, se encuentran los que han tenido lugar en Atapuerca
(Burgos). En la Gran Dolina se han hallado restos «humanos» abundantes a los que se atribuyen más de 780 000 años
de antigüedad. El descubrimiento es de mente importante: en primer lugar, porque supone que en Europa entraron
homínidos mucho antes de lo que se pensaba (se considere que vinieron hace no más de 500 000 años); en segundo
lugar, y sobre todo, porque ha dado lugar a la hipótesis de una especie distinta de que se reconocen normalmente. El
«hombre» de Atapuerca sería una especie intermedia entre el Homo erectus (hombre erguido: bípedo) y el Homo
sapiens (hombre que sabe) primitivo (Neandertal). Esta nueva especie humana ha sido denominada Homo antecessor
(hombre explorador, el que va delante de una expedición). Todo esto dará lugar, sin duda, a discusión entre los científicos
durante muchos años.
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El acontecimiento fundamental en la revolución neolítica consistió en e. cultivo de plantas y la domesticación de
animales. Gracias a ello, la caza y la recolección fueron sustituidas por la agricultura y la ganadería.
La revolución neolítica tuvo lugar en tres zonas distintas, de manera independiente, configurándose así tres grandes
áreas culturales: las correspondientes al cultivo del trigo (Oriente Próximo, desde donde se extendió hacia Europa y
Egipto), del arroz (Oriente Medio, China y Japón) y del maíz (América).
La agricultura y la ganadería, como modos de producción específicos, dieron lugar a fenómenos socioculturales
radicalmente nuevos, tales como: la urbanización (asentamiento de poblaciones apoyado en la agricultura), un
crecimiento demográfico notable, nuevas formas de intercambio económico (que finalmente se orientaron al
mercado y al dinero), una organización social estratificada, de transición hacia formas estatales de organización
política (con la creación de ejércitos, de funcionarios, etc.), realización de importantes obras públicas, etc.
La revolución neolítica condicionó decisivamente el desarrollo futuro de la humanidad: es el cambio social y cultural
más importante de cuantos ha experimentado la especie humana. Ningún otro cambio posterior en la existencia de la
humanidad puede comparársele, salvo -quizás- la revolución industrial, iniciada en Europa a partir del siglo xviii, y la
revolución informática, en que actualmente nos encontramos.
a) Cambios biológicos
En el organismo se han producido transformaciones de carácter anatómico y fisiológico que se han incorporado
definitivamente al patrimonio genético de la especie humana. A estas transformaciones nos hemos referido ya. Entre
ellas merecen recordarse: el perfeccionamiento de la bipedestación, el desarrollo de los dispositivos anatómicos y
fisiológicos adecuados para la fonación (habla), el hiperdesarrollo del cerebro y la prolongación del proceso de
maduración (infancia). En estos cambios consiste el proceso de hominización.
b) Cambios culturales
Estas transformaciones (a las cuales nos hemos referido también) afectan fundamentalmente a las relaciones con el
medio (desarrollo técnico a partir de la fabricación de instrumentos), a las relaciones con los propios congéneres
(cooperación, distribución de tareas, organización social) y a la comunicación (desarrollo del lenguaje). Todos estos
cambios en el modo de vivir y comportarse pertenecen al ámbito de la cultura. El surgimiento y el desarrollo de la cultura
constituyen el proceso de humanización.
Entre los cambios culturales asociados a la antropogénesis hemos ido señalando, en cada caso, las transformaciones
de carácter social: así, hemos indicado las consecuencias sociales que tuvieron la aparición de la bipedestación y,
posteriormente, la práctica de la caza mayor por el Homo erectus.
Respecto de las relaciones entre sociedad y cultura puede decirse, de manera general, lo siguiente:
1) En primer lugar, que la cultura es, de suyo, social: la cultura no es algo del individuo, sino que siempre es la cultura
de un grupo o sociedad.
2) Por otra parte, puede decirse que la sociedad es anterior a la cultura. Si entendemos el término «sociedad» en
sentido amplio como «la reunión de individuos que colaboran entre sí», ha de aceptarse que existen, sin duda,
sociedades animales
En el desarrollo (cultural) de las sociedades humanas a partir de los primates hay que destacar fundamentalmente dos
factores:
De una parte, la distribución de las tareas dentro del grup situación inicial y más elemental esta distribución se
realizaría de acuerdo con las distinciones entre macho hembra y adulto/no adulto, mente, el proceso de distribución de
las tareas está inseparable: unido al desarrollo técnico.
De otra parte, el lenguaje como instrumento de comunicación entre los miembros de la sociedad. El lenguaje
constituye un factor decisivo en la configuración de una sociedad definitivamente humana, como veremos al definir la
cultura humana frente a las llamadas “culturas animales”.
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c) Relación entre los cambios biológicos y los culturales
Los procesos de hominización (constitución de la especie biológica de humanización (desarrollo cultural) se consideran
a veces como s tratara de dos procesos sucesivos: primero habría tenido lugar la hominización y después, una vez
constituida ya la especie biológica humana, habría comenzado el desarrollo cultural. Se trata de una visión errónea.
Contra ella cabe aducir las siguientes consideraciones:
Cuando el empleo de utensilios llegó a ser importante, la selección natural favoreció a los individuos más
cerebrados, que estaban mejor capacitados para codificar y transmitir tradiciones de conducta. Esto, a si. vez,
condujo a más y mejores utensilios y a una confianza aún mayor en la endoculturación como fuente de conducta
apropiada; lo que, a su vez, condujo a variedades aún más cerebrados de homínidos.
Así, durante varios millones de años, la evolución de la cultura y la del cerebro y el cuerpo humano en una
máquina de aprendizaje de eficacia creciente fueron parle de un mismo proceso evolutivo.
Harris, M.: Antropología cultural. Alianza Editorial, Madrid, 1998
En el texto se relaciona el aumento progresivo del cerebro con la fabricación de instrumentos cada vez mejores, más
eficaces. La relación entre ambos factores es de influencia recíproca: una cerebración mayor hace posible la
fabricación de mejores instrumentos, y esta, a su vez, actúa sobre la evolución favoreciendo la selección natural de los
individuos más cerebrados.
Lo que se dice respecto de la fabricación de instrumentos se aplica también a otros aspectos de la cultura, como los
progresos en el lenguaje y la comunicación o el perfeccionamiento de la cooperación y la organización sociales.
Cabe afirmar, por tanto, que el progreso cultural ha influido, a su vez, en el proceso evolutivo ejerciendo una función
selectiva. La relación entre evolución y cultura no es, por tanto, lineal (evolución biológica —► progreso cultural), sino
de influencia recíproca, en forma de bucle (evolución biológica O progreso cultural). Así fue en la consolidación de la
especie humana como especie cultural.
Los conocimientos actuales de antropología nos obligan a pensar que desde la aparición del Homo sapiens no se ha
producido evolución filética (filogenética) dentro de la especie humana. Se han propuesto diversas razones para
explicar esta «detención» (temporal, al menos) de la evolución humana. Así, se ha señalado, como factor decisivo, que
la adaptación al medio por parte de la especie humana ha sido tan amplia y exitosa que el medio no ha podido ejercer
ya la presión que ejercía sobre nuestros antepasados. Este éxito en la adaptación es. sin duda, un logro de la cultura.
En los dos apartados anteriores hemos atendido al surgimiento de la especie humana en su doble vertiente biológica y
cultural; en este nos ocuparemos de definir la cultura de un modo más detallado y riguroso.
Hemos de comenzar señalando que el sustantivo «cultura» y el adjetivo «culto» poseen dos usos y significados bien
distintos, tanto en la lengua común como en el campo de las ciencias humanas y de la filosofía:
1) En primer lugar, obsérvese que usualmente se considera como «falta de cultura» la ignorancia acerca de ciertos
hechos o temas de especial significación; en muchos países existe un «Ministerio de Cultura»; hay monumentos
artísticos que, por su importancia, se declaran «Patrimonio Cultural de la Humanidad». En todos estos casos, la
palabra «cultura» se refiere a acontecimientos y personajes históricos de especial importancia, a obras artísticas
o literarias que se consideran especialmente valiosas.
2) En segundo lugar, considérese que también utilizamos la palabra «cultura» para referirnos a asuntos menos
solemnes. Así decimos que comer con cubiertos o con palillos son diferencias culturales. El modo de vestir y de
saludarse, la forma de exteriorizar el luto y un sinfín de comportamientos cotidianos adquieren formas diferentes en
distintos grupos sociales. Todo esto, decimos, son diferencias culturales. En este caso, la palabra «cultura» se
refiere, en general, a cualesquiera usos y costumbres de una sociedad determinada.
De acuerdo con estas observaciones, cabe distinguir dos nociones de cultura que podemos denominar,
respectivamente, la noción normativa de cultura y la noción antropológica de cultura.
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a) Educación y cultura
Originalmente la palabra «cultura» significaba el cultivo del campo: este significado original se mantiene en el
compuesto «agri-cultura». Para que el campo dé buenas cosechas es necesario prepararlo, cuidarlo, cultivarlo.
Del cultivo del campo, la palabra «cultura» pasó a significar el cultivo de la mente o del espíritu. Metafóricamente se
concibió la mente humana como un campo que ha de ser cultivado para que dé sus mejores frutos. De esta manera,
«cultura» vino a significar educación. A partir de la idea de educación el significado de la palabra «cultura» se extendió,
como muestra el texto siguiente:
El concepto de «cultura», que originalmente significaba el proceso de educación, pasó a significar el estar
educado y después, el contenido de la educación, para significar finalmente el mundo de la cultura espiritual en
su totalidad, el mundo dentro del cual nace todo individuo de acuerdo con su nacionalidad o posición social.
Jaeger, W.: Paideia. FCE, México, 1990.
El texto señala con claridad los pasos seguidos por esta noción de cultura:
1) Partiendo del acto de educar, «cultura» vino a significar el resultado de la educación: el estar educado, el
modo de ser de una persona que ha recibido educación. La persona educada es culta, tiene cultura.
2) Educar es enseñar, y se enseñan determinados conocimientos, contenidos. De ahí que «cultura» viniera a
significar también los contenidos de la educación, lo que se enseña, como se señala en el texto.
Ahora bien, no se enseña cualquier cosa, no todo merece ser enseñado. Cuando la educación se organiza y se regula,
resulta necesario seleccionar los contenidos. Esta selección suele orientarse hacia los logros más eminentes de la
humanidad en los campos de la ciencia, del arte, de la literatura, del pensamiento y de la religión.
Al seleccionarse estos logros como contenidos de la educación y, por tanto, como cultura, la noción de cultura vino
finalmente a referirse al mundo de la cultura espiritual en su totalidad», como se dice en el texto.
Esta concepción idealizada de la cultura es, de suyo, normativa. En efecto, el ideal de humanidad que se supone sirve
de norma:
a) Definición de cultura
La concepción antropológica de la cultura no es ni selectiva ni normativa. Léanse atentamente las siguientes
definiciones de cultura:
La cultura [...], en su sentido etnográfico, es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arle,
costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la
sociedad.
Tylor, E. B.: Cultura primitiva. Ayuso, Madrid, 1977.
Esta herencia social [...] se denomina usualmente cultura. [...] La cultura comprende artefactos, bienes,
procesos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados.
Malinowski, B.: «Culture», en Encyclopedia of the Social Sciences,
MacMillan Press, Nueva York., 1948-1949.
Cultura es el conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquiridos, incluyendo los modos
pautados y repetitivos de pensar, sentir y actuar (es decir, su conducta).
Harris, M.: Antropología cultural .Alianza Editorial, Madrid, 1998.
La cultura es la información transmitida por aprendizaje social.
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Mosterín, J., Filosofía de la cultura. Alianza Editorial, Madrid, 1994.
b) Contenido de la cultura
Si leemos las definiciones propuestas en el texto, veremos que todas ellas coinciden en reflejar una concepción no
selectiva de cultura: la cultura abarca todas las reglas de comportamiento, todos los aspectos de la vida en una
sociedad. Sin embargo, entre estas definiciones se observan algunas diferencias notables. Así:
1) Solamente la segunda de las definiciones (Malinowski) incluye expresamente los artefactos y los bienes.
Muchos estudiosos consideran que los artefactos y los bienes no son propiamente cultura, sino productos
de la cultura. La cultura comprendería, más bien, las reglas, los hábitos y los comportamientos sociales.
2) La última definición (Mosterín) es aún más restrictiva en cuanto al contenido de la cultura. Excluye no
solamente los artefactos y bienes, sino también las conductas y actividades: un hacha de sílex no es cultura; la
fabricación del hacha de sílex tampoco es cultura propiamente hablando. Cultura es la información, es decir,
las instrucciones y los conocimientos necesarios para fabricar y usar el hacha.
A pesar de estas discrepancias, todas las definiciones propuestas (y cualquier otra que pudiera proponerse) coinciden
en dos rasgos esenciales de la cultura:
1) Las reglas, los hábitos y los comportamientos culturales son aprendidos. Esto quiere decir que la cultura no se
transmite genéticamente, no forma parte de la herencia biológica de la especie. Cada individuo ha de aprender
las pautas culturales de conducta. De este modo queda establecida una oposición nítida entre lo natural (que
es recibido biológicamente, es la herencia genética) y lo cultural (que es aprendido).
2) Cada individuo aprende las reglas culturales de otros individuos del grupo al que pertenece. De ahí que la
cultura sea un fenómeno esencialmente social, como ya hemos señalado anteriormente. Cada grupo social
tiene su cultura propia y característica. Este rasgo lleva a una concepción pluralista de la cultura. En realidad,
más que de cultura, habría que hablar de culturas, en plural. (De la diversidad cultural trataremos después.)
Las definiciones de cultura propuestas enumeran, de manera poco sistemática, elementos y aspectos de la vida social
que corresponden al ámbito de la cultura. ¿No es posible sistematizar, clasificar, todos estos elementos de alguna
manera? La mayoría de los estudiosos piensan que sí y suelen distinguir tres subsistemas o niveles integrantes de una
cultura como sistema total. Una clasificación aceptable nos parece la siguiente:
1) Nivel tecno-económico. A este nivel corresponde el modo en que un grupo social se relaciona con el medio
físico, con el entorno ecológico. Comprende, en su conjunto, las formas de producir cosas materiales (técnica,
economía).
2) Nivel socio-político. A este nivel corresponde el modo en que los individuos de un grupo social se relacionan
entre sí y con otros grupos sociales. Comprende, en general, las formas de organización social (parentesco,
familia, grupos, organizaciones políticas).
3) Nivel axio-ideológico. A este nivel corresponde el modo en que n grupo social se relaciona con los fines
últimos. Comprende, en general, las creencias religiosas, las visiones del mundo, los valores y la normas.
No es causal que en todas las culturas aparezcan elementos pertenecientes a estos tres niveles. En realidad,
estos subsistemas se corresponden con las tres referencias básicas de la vida humana. Esta, en efecto, se
halla referida siempre al entorno físico, a los otros hombres y al ámbito de los fines y de los valores.
2 NATURALEZA Y CULTURA
La cultura, como característica del ser humano, suscita cuestiones importantes para la reflexión filosófica. En esta
unidad nos ocuparemos de tres de estas cuestiones.
En primer lugar, se habla con frecuencia de «culturas animales». Ello nos obliga a intentar definir los rasgos propios de
la cultura humana frente a las culturas animales. En segundo lugar, reflexionaremos sobre la relación existente entre la
naturaleza y la cultura en el ser humano. Finalmente, centraremos nuestra atención en el pluralismo cultural. Como
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veremos, la existencia de diversas culturas ha dado lugar a teorías y debates del mayor interés y actualidad.
Los científicos del Instituto de Investigación de Primates han podido observar el proceso real mediante el que
se difunden innovaciones de conducta de individuo a individuo y cómo llegan a formar parte de la cultura de la
manada independientemente de la transmisión genética.
Para atraer a los monos a la costa y observarlos más fácilmente se dispusieron algunas batatas en la playa.
Un día, una hembra joven empezó a lavar la arena de las batatas sumergiéndolas en un pequeño arroyo que
corría a través de la playa. Esta conducta de lavado se extendió a todo el grupo y sustituyó gradualmente a la
costumbre de frotarlas. Nueve años más tarde, del 80 al 90por ciento de los animales lavaban sus batatas,
unos en el arroyo, otros en el mar. Cuando se esparció trigo sobre la playa, los monos de Koshima pasaban
al principio mucho tiempo separando los granos de la arena. Sin embargo, bien pronto, la misma hembra
joven inventó un proceso para separar la arena del trigo, y esta conducta fue adquirida por los demás. El
proceso consistía en sumergir el trigo en el agua: el trigo flota y la arena se va al fondo.
Harris, M.: Antropología cultural. Alianza Editorial, Madrid, 1998.
Este conocido caso pone de manifiesto que ciertos individuos del orden de los primates son capaces de inventar
conductas que se adaptan con éxito a la situación correspondiente (lavar las batatas sucias cuando hay cerca una
masa de agua), y que sus congéneres son capaces de aprender tales conductas por imitación. Estas conductas
pueden ser consideradas conductas culturales.
La observación de la vida de los chimpancés en áreas geográficas alejadas entre sí ha puesto de manifiesto, por otra
parte, que distintos grupos de estos primates han desarrollado conductas distintas utilizando instrumentos diferentes
para la obtención de alimentos y para la defensa. Algunos estudiosos han distinguido tres tipos de «culturas» entre los
chimpancés: la cultura de las piedras (África Occidental), la cultura de los bastones (Camerún y Guinea Ecuatorial) y la
cultura de las hojas y la- lianas (África Oriental).
La cuestión está, sin embargo, en decidir si esta (enorme) diferencia cuantitativa no supone ya una diferencia
cualitativa, de modo que no se trataría ya de lo mismo en grado diferente, sino de algo realmente distinto. Desde la
perspectiva de la evolución, ha de aceptarse (como veíamos en la unidad anterior) que dentro de la familia de los ho-
mínidos las diferencias en el comportamiento debieron de ser inicialmente pequeñas. Estas pequeñas diferencias
iniciales fueron agrandándose hasta hacerse insalvables ya a partir del desarrollo cultural del Homo habilis, y llegaron a
ser definitivas entre el estancamiento de los otros primates y la capacidad creativa y acumulativa de la cultura
específica del Homo sapiens.
Vistas las cosas desde el final de la evolución (es decir, desde la constitución de la especie sapiens), la diferencia entre
las «culturas animales» y la humana no parece ya simplemente de grado, sino cualitativa. Basta considerar que, en lo
sustancial, los chimpancés vienen haciendo lo mismo desde hace miles y miles de años.
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2.1.2.2. Rasgos diferenciales de la cultura humana
Si preferimos hablar de diferencia cualitativa entre las «culturas animales» y la humana es porque en esta se dan
ciertos rasgos que la hacen radicalmente distinta de aquellas:
1) Desde el punto de vista del aprendizaje, existe una barrera infranqueable entre los animales superiores y el
hombre. Aquellos aprenden solamente por imitación de sus congéneres, es decir, observando directamente la
conducta de estos y repitiéndola ellos mismos. Esta circunstancia limita definitivamente su capacidad de
aprendizaje y, por tanto, de desarrollo cultural. Supongamos que un chimpancé, en una salida, descubre un
peligro y encuentra la conducta apropiada para librarse de él; a su regreso no podrá informar a sus congéneres
ni del peligro ni de la conducta adecuada para hacerle frente.
En último término, esta limitación proviene de que los primates (excepto el hombre) carecen de lenguaje. El
lenguaje presupone un determinado desarrollo y especialización del cerebro, juntamente con la posesión de los
órganos adecuados para la fonación. El lenguaje posibilita una transmisión ilimitada de información: cualquier
experiencia, por complicada o lejana que sea en el espacio y en el tiempo, puede ser comunicada y explicada
lingüísticamente.
2) La distancia entre la cultura humana y las culturas animales no solamente se manifiesta en el modo de
aprendizaje (lingüístico o exclusivamente imitativo), sino también en el papel, en la función que ejerce la
cultura en uno y en otro caso.
Puede decirse que la cultura alcanza la totalidad de la vida humana en todas sus facetas y manifestaciones.
Desde que despertamos por la mañana hasta que quedamos dormidos por la noche, todo cuanto hacemos,
pensamos y decimos está relacionado con pautas y usos, instrumentos y artefactos, normas y valores de
carácter cultural; todo está culturalmente moldeado.
La cultura alcanza «hasta el último rincón» de la vida de un ser humano, mente a este alcance universal de la
cultura en el hombre, los hallazgos comportamientos culturales en los animales aparecen, más bien, como
ocasionales y fragmentarios: no afectan a la totalidad de su vida. En la mayoría de sus manifestaciones, la vida
animal se encuentra regulada por instintos, no por la cultura.
La diferencia existente entre la cultura propiamente humana y las denominadas «culturas animales» nos inclina
a reservar la palabra cultura para el ser humano (Homo sapiens), y así haremos en lo sucesivo. En el caso de
los primates no pertenecientes al género Homo, tal vez sea preferible hablar de precultura, reservando, a su
vez, la palabra protocultura para nuestros antepasados (habilis, erectus) del género Homo.
El nexo entre la señal y la conducta correspondiente está genéticamente programado en cada especie. Las señales no
son aprendidas por los individuos; pertenecen, pues, a la naturaleza, no a la cultura.
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usarlos, tiene que aprender su significado.
Tomemos la palabra «perro». Esta palabra es un signo en el que se asocian ciertos sonidos (orales) y trazos (escritos)
con un significado o concepto: mamífero de la familia de los cánidos con ciertas características, como gran olfato,
domesticidad, lealtad, etc. Por medio de esta palabra nos referimos a los perros. Pues bien, ni en la naturaleza del perro
ni en la naturaleza humana hay nada que vincule tales sonidos o trazos a tal tipo de animal, prueba de ello es que este
animal es designado con otros sonidos y trazos en otras lenguas. Los signos no son, pues, naturales.
Obsérvese el gráfico siguiente, en el cual se reproduce el célebre triángulo semiótico, utilizado tan a menudo por los
lingüistas:
SIGNIFICADO, CONCEPTO
(rasgos asociados al significante: animal, mamífero, vertebrado, cánido,
etc.)
Se observará que utilizamos los términos «signo» y «símbolo» como sinónimos. Algunos estudiosos establecen una
distinción entre ellos, reservando el término «símbolo» para ciertos signos que poseen un significado complejo.
Símbolos serían aquellos signos cuyo significado (significado 1) remite a otro significado (significado 2). Esto ocurre,
por ejemplo, con los mitos, cuyo significado inmediato (la historia que narran) remite a otro significado (problemas o
conflictos de la colectividad). También ocurre con los sueños; de acuerdo con el psicoanálisis, su significado manifiesto
(significado 1: escenas soñadas) remite a un significado oculto (significado 2: deseos o temores reprimidos).
La capacidad simbólica (la capacidad de crear símbolos) está en la base del lenguaje, que es una dimensión
fundamental de la cultura humana. Pero el simbolismo se extiende a todos los ámbitos de la cultura. De ahí que se haya
definido al hombre acertadamente como «animal simbólico».
Todas las formas de vida cultural son simbólicas. Puesto que símbolo (o signo) es cualquier realidad material
(significante) con sentido (significado), hemos de reconocer que la cultura está constituida, toda ella, de símbolos.
Imaginemos una estatua griega, una ceremonia religiosa, dos personas que se saludan estrechándose la mano. La
estatua de Atenea de Fidias es un objeto material (de madera, oro y marfil) que funciona como significante asociado
con un significado: representa a la diosa patrona de Atenas, una de las doce divinidades olímpicas. En una ceremonia
religiosa hay también una realidad material, física (objetos e individuos que se comportan de cierta manera), asociada
a un sentido, a un significado (puede tratarse de una purificación, o de una rogativa, etc.). Y lo mismo ocurre con el
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ejemplo más trivial del saludo: también ciertos movimientos físicos (gestos, movimientos de las manos) significan algo
(aceptación. bienvenida, etc.).
La simbolización organiza y codifica todos los aspectos de la vida humana. El universo de la cultura es un universo
simbólico.
El animal no humano, en cambio, está genéticamente programado para satisfacer sus necesidades (alimentación,
supervivencia, procreación) mediante conductas fijas, idénticas para todos los individuos de la especie, heredadas
biológicamente y, por tanto, no aprendidas. Estas conductas se denominan instintos. La constitución de la especie
humana trajo consigo una regresión de los instintos hasta su desaparición; por eso, el hombre necesita inventar y
aprender comportamientos para poder satisfacer sus necesidades, la falta de instintos es suplida por la cultura.
Anteriormente, al referirnos a las diferencias existentes entre las llamadas «culturas animales» y la del hombre,
señalábamos que la cultura penetra «hasta el último rincón» de la vida humana; este alcance universal de la cultura,
como ya indicábamos entonces de modo escueto, se debe a nuestra carencia de dotación instintiva.
Entre las características biológicas que capacitan al hombre para la cultura (además de las aptitudes a las que nos
hemos referido al ocuparnos de la hominización), merece destacarse la inmadurez de los individuos humanos al nacer
y la lentitud con que alcanzan su maduración una vez nacidos. Biológicamente inmaduro, el individuo humano continúa
su desarrollo fuera del seno materno, en un medio cultural. De este modo, el lento proceso de maduración humana
exige un medio cultural (cuidado de los adultos), a la vez que posibilita un largo período de aprendizaje y, ' r tanto, una
asimilación amplísima de pautas y contenidos culturales.
La relación existente entre naturaleza y cultura constituye la singularidad del ser humano. Esta singularidad, que a
veces ha sido calificada como paradoja humana», puede expresarse diciendo que el ser humano es cultural por
naturaleza.
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Tras su coronación, Darío se dirigió a los griegos que estaban presentes les preguntó por cuánto dinero aceptarían
comerse los cadáveres de ns padres. Ellos respondieron que no lo harían por nada del mundo. A continuación, Darío
llamó a unos indios llamados calatios que se comen a sus muertos [...] y les preguntó por cuánto dinero aceptarían
quemar los cadáveres de sus padres. Estos, a gritos, le pidieron que no dijera cosas impías. Son costumbres establecidas
y creo que Píndaro acertaba al decir que la costumbre reina sobre todos.
Heródoto: Historia. Gredos, Madrid, 1995.
La palabra griega que aparece traducida como «costumbres establecidas» (nomos) es la que los filósofos griegos
utilizaban para referirse a la cultura, L conjunto de creencias, leyes y costumbres de un pueblo. Al decir, citando al poeta
Píndaro, que «la costumbre reina sobre todos», el autor subraya, a la vez, la diversidad cultural y el modo en que cada
cultura impone sus normas y patrones a los individuos del grupo correspondiente.
La respuesta a estas preguntas hay que buscarla en el modo de ser de la naturaleza humana, al cual nos hemos
referido en el apartado anterior, naturaleza de los animales es cerrada: su vida no admite apenas novedades ni
variaciones, ya que su comportamiento está regulado genéticamente mediante instintos. Por el contrario, la naturaleza
humana carece de instintos, y en su lugar ha desarrollado aptitudes o capacidades.
Una aptitud característica de la especie humana es, por ejemplo, la es capacidad para hablar. Estamos genéticamente
programados para poder hablar, pero no para hablar una lengua determinada. Las capacidades humanas son abiertas,
pueden actualizarse de distintas maneras. La propia naturaleza humana está, pues, abierta a la diversidad cultural.
El que toda cultura sea necesariamente particular no depende de .que haya varias culturas. Aunque hubiera una única
cultura, seguiría siendo particular, ya que sería una de las posibles formas de desarrollo cultural que permiten las
capacidades naturales del hombre.
En la unidad anterior hemos insistido en que en la especie humana, a partir de la aparición del Homo sapiens, no se ha
producido ninguna evolución filogenética. Desde el punto de vista biológico, por tanto, el ser humano actual constituye
una única especie; sin embargo, presenta una visible variabilidad morfológica que ha dado lugar al concepto de raza.
1 Al analizar el concepto de raza conviene distinguir dos usos posibles (y frecuentes): su uso científico (descriptivo,
clasificatorio) y su uso ideológico (valorativo, interesado).
La utilidad científica del concepto de raza resulta actualmente muy discutible y discutida. En efecto, el concepto
tradicional (decimonónico) de raza se asentaba en tres supuestos fundamentales:
1) La diversificación racial es muy antigua, remontándose a una época muy temprana de la evolución de la
humanidad.
2) Existe un número fijo de razas humanas netamente diferenciadas y diferenciadles.
3) Cada raza cuenta con un número de caracteres hereditarios propios, perfectamente identificables, cuya posesión
es indicativa de la pureza racial.
1) La diversificación racial no es antigua: todo hace suponer que se trata de variaciones recientes de la especie ya
constituida.
2) Cualquier demarcación neta entre razas resulta siempre problemática: siempre se tropieza con una dificultad
insuperable a la hora de ubicar a ciertos grupos intermedios, como muestra la falta de acuerdo entre los
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estudiosos al determinar cuántas y cuáles son las razas.
3) En cuanto a los caracteres que se consideran propios y definitorios de -na raza, es un hecho fácilmente
observable que en distintas poblaciones humanas se dan las más variadas combinaciones de estos.
En realidad, el concepto de raza resulta actualmente de escasa utilidad científica porque los caracteres distintivos que
tradicionalmente se tienen en cuenta son muy pocos y todos ellos visibles. Considérense las siguientes observaciones:
Los rasgos que podemos ver no coinciden con los que no podemos ver. Tomemos los grupos sanguíneos A, B. 0.
Presentan el tipo 0 entre el 70 y el 80 por ciento de los escoceses de piel clara, los habitantes de África Central de
piel negra y los aborígenes australianos de piel morena. Si pudiéramos ver el grupo sanguíneo del tipo 0 del mismo
modo que vemos el color de la piel, ¿agruparíamos a escoceses y africanos en la- misma raza? El tipo A es
igualmente indiferente a las distinciones superficiales. Entre el 10 y el 20 por ciento de los africanos, hindúes y
chinos presentan el tipo A. ¿Deberíamos, ¡mes, agruparlos a todos en la misma raza?
Harris. M.: Nuestra especie. Alianza Editorial. Madrid. 1997.
Dadas estas deficiencias, el concepto tradicional de raza tiende a ser abandonado, particularmente en el estudio
genético de poblaciones.
Además de su uso científico, el concepto de raza presenta un uso ideológico, es utilizado como concepto básico de una
ideología: el racismo.
1) Hay razas superiores y razas inferiores (la superioridad en la jerarquía de las razas corresponde a la blanca).
2) La superioridad y la inferioridad raciales se manifiestan en la superioridad y la inferioridad de las culturas
producidas, respectivamente, por las distintas razas.
Según la ideología racista, las diferencias en los logros culturales y en la capacidad intelectual de los individuos están
genéticamente determinadas por la raza a la que pertenecen. Ambas afirmaciones son fácilmente refutables:
1) La experiencia demuestra sobradamente que las diferencias raciales no explican las diferencias culturales. Los
procesos de endoculturación (educación de un individuo dentro de una cultura) ponen de manifiesto que el origen racial
de los individuos no guarda relación alguna con su capacidad para asimilar cualquier cultura: un niño blanco, europeo o
americano, criado en el seno de una familia china crecerá hablando perfectamente el chino y siguiendo las pautas de la
cultura china en todas sus manifestaciones, y lo mismo ocurrirá en la situación inversa. No es necesario multiplicar los
ejemplos. Basta con observar el progreso técnico, científico e industrial de los japoneses.
Para dotar al «racismo cultural» de alguna base científica sería necesario demostrar que entre una raza y una cultura
determinadas existen: una conexión necesaria (habría que demostrar que tal grupo racial produce necesariamente tal
tipo de cultura) y una conexión exclusiva (habría que demostrar que ningún otro grupo racial es capaz de producir tal
tipo de cultura). Pero nada de esto se ha demostrado. Como hemos visto, los hechos demuestran, más bien, que
ambas afirmaciones son gratuitas.
2) Las diferencias raciales no explican tampoco las diferencias intelectuales entre los individuos. La idea de que
las diferencias de inteligencia individual dependen de la raza pareció quedar científicamente fundamentada con la
aplicación masiva de pruebas (test) de inteligencia en los Estados Unidos a raíz de la Primera Guerra Mundial. Los
resultados obtenidos por las poblaciones blanca y negra parecían demostrar que los blancos son más inteligentes que
los negros.
Estos resultados fueron cuestionados muy pronto. Inmediatamente se objetó que las preguntas formuladas favorecían
a los individuos más instruidos, lo que hacía suponer que la obtención de mejores resultados tenía que ver con la
educación recibida. Esta suposición se vio confirmada ulteriormente al constatarse, por ejemplo, que las puntuaciones
obtenidas por negros de Nueva York con estudios eran superiores a las conseguidas por blancos de Alabama,
igualmente con estudios.
En la capacidad intelectual de los individuos influyen, sin duda, factores hereditarios no necesariamente vinculados a
su origen racial; e influyen también, de manera decisiva, factores culturales, como el ambiente y la educación
recibida.
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El racismo carece de una base científica seria. Más que con la ciencia, tiene que ver con el rechazo de las diferencias
y con la resistencia a aceptar la igualdad básica de todos los seres humanos en tanto que miembros de una y la misma
especie.
De acuerdo con la anécdota de Heródoto recogida anteriormente, la costumbre calatia de comerse a sus muertos era
rechazada como «bárbara» por los griegos; por el contrario, la costumbre griega de incinerarlos era considerada
«impía», monstruosa, por los calados.
Esta anécdota muestra que los miembros de un determinado grupo étnico suelen considerar a otras culturas desde sus
propias categorías culturales y, por lo general, juzgan que las culturas ajenas son inferiores a la suya propia. Esta
actitud se denomina etnocentrismo.
El etnocentrismo es un efecto de la endoculturación. Al ser educados dentro de una determinada forma cultural, los
individuos se identifican totalmente con su propia cultura. Esta llega a convertirse en una «segunda naturaleza» para
ellos: les aparece como algo natural, mientras que las otras culturas (en aquellos aspectos en que no coinciden con la
suya) les resultan extrañas e, incluso, antinaturales.
Desde el punto de vista práctico, ético y político, el etnocentrismo está relacionado con la xenofobia y, en general, con
todas las manifestaciones de rechazo hacia las formas de vida que nos resultan diferentes, extrañas.
Desde el punto de vista teórico, el etnocentrismo es dogmático en su afirmación de la superioridad de la cultura propia.
Este dogmatismo le impide ser crítico respecto de la propia cultura.
El relativismo cultural constituye una reacción contra el etnocentrismo. Este juzga las demás culturas desde la propia.
Por el contrario, el relativismo afirma que los rasgos culturales son relativos al sistema cultural al que pertenecen, por
tanto, no han de ser considerados desde otra cultura, sino desde la cultura en la que están integrados. Cabe
distinguir dos tipos de relativismo cultural, el metodológico y el sistemático:
1) El relativismo metodológico: establece que, para llegar a comprender una cultura, el método adecuado es
estudiarla desde dentro, no desde fuera, no desde otra cultura. Así, y volviendo a la anécdota de Heródoto, para
alcanzar a comprender por qué los calados se comían a sus muertos, sería necesario estudiar esta costumbre en
relación con el sistema de creencias y valores de su cultura (tal vez creían que de este modo los padres sobreviven en
los hijos).
2) El relativismo sistemático: va más allá que el relativismo metodológico. No es una actitud metodológica, sino una
teoría filosófica que establece las siguientes afirmaciones:
a) Las culturas constituyen sistemas cerrados, autónomos e inconmensurables.
b) Por tanto, no hay criterios que permitan comparar los valores y las pautas de comportamiento de culturas
distintas para juzgar cuál de ellos es preferible, ya que cualquier juicio se haría necesariamente desde una cultura
determinada, y esto sería recaer en el etnocentrismo
Según el relativismo, somos prisioneros de nuestra propia cultura, no podemos ir más allá de ella, no nos es posible
alcanzar una perspectiva transcultural desde la cual someter a crítica y juzgar moralmente valores conductas
culturalmente vigentes.
¿Significa esto que hemos de renunciar a toda crítica? ¿Que no estamos autorizados para emitir un juicio moral sobre
el racismo y la esclavitud, sobre el clasismo y la desigualdad entre los sexos, sobre la dictadura y la marginación de las
minorías? No creemos que haya que llegar a esta conclusión. De hecho, hay instancias que cabe considerar como
transculturales o interculturales:
1) La propia naturaleza humana, que posee unas necesidades e impone unas exigencias que han de ser satisfechas
culturalmente: en la medida en que tal o cual aspecto de esta o de la otra cultura satisfagan mejor Lis demandas y
necesidades naturales del ser humano, en esa medida han de considerarse preferibles.
2) El punto de vista de la naturaleza humana nos permite considerar como transculturales, en cierto sentido, aquellos
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valores que promueven la satisfacción de las necesidades y las demandas del ser humano.
Se trata de los valores relacionados con el respeto a la dignidad humana, entre los cuales ocupan un lugar destacado la
libertad y la igualdad, y, en general, todos los valores que han cristalizado en la idea de «derechos humanos».
Un relativista radical argumentará seguramente que estos valores no son realmente transculturales, sino propios y
característicos de una cultura, la cultura occidental. Este es el argumento, a menudo cínico, de quienes dicen que «los
derechos humanos son un invento de los occidentales», y que, por tanto, defender el valor transcultural, universal, de
estos valores es caer, una vez más, en el etnocentrismo.
Respecto de esta objeción, sugerimos que se reflexione sobre las siguientes observaciones:
1) Al calificar estos valores como «transculturales en cierto sentido», no se hace referencia al modo en que han
surgido: han nacido ciertamente en la cultura occidental. Tampoco se pretende afirmar que son, de hecho,
universalmente aceptados. Ciertamente, no son de hecho universales, pero son universalizables, puesto que
racionalmente interesan y comprometen a todos los seres humanos.
2) La posición propuesta se aleja del etnocentrismo en un punto fundamental: el etnocentrismo, veíamos, impide la
crítica a la propia cultura; la aceptación de los valores señalados, por el contrario, no solo permite, sino que favorece la
crítica a la propia cultura occidental.
Cuando hablamos de «crítica de una cultura» ha de entenderse que nos referimos a la crítica de determinados
aspectos, valores y pautas de comportamiento de esta. La crítica global, en bloque, de una cultura no tiene sentido,
como tampoco tiene sentido la comparación, en bloque, entre dos culturas.
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