Capítulo Sócrates El Mundo de Sofía

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EL MUNDO DE SOFÍA, CAPÍTULO El arte de conversar

La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar a la gente. Daba más bien la
impresión de que aprendía de las personas con las que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier
maestro de escuela. No, no, él conversaba. Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si
sólo hubiera escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está. Pero, sobre
todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a entender que no sabía nada. En el transcurso
de la conversación, solía conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y
entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de lo que era
bueno y lo que era malo. Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba su propia
actividad con la del arte de parir de la comadrona. No es la comadrona la que pare al niño. Simplemente está
presente para ayudar durante el parto. Así, Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a parir la
debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada uno. No puede
ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma manera, todas las personas
pueden llegar a entender las verdades filosóficas cuando utilizan su razón. Cuando una persona “entra en
juicio”, recoge algo de ella misma. Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la
que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir, aparentaba ser más tonto
de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos
débiles de la manera de pensar de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con
Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público. Por lo tanto, no es de extrañar que
Sócrates, a la larga, pudiera resultar molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la
sociedad. Atenas es como un caballo apático, decía Sócrates, y yo soy un moscardón que intenta despertarlo
y mantenerlo vivo. (¿Qué se hace con un moscardón, Sofía? ¿Me lo puedes decir?) (…)

(…) Pero ¿Cuál fue su proyecto filosófico? Sócrates vivió en el mismo tiempo que los sofistas. Como ellos se
interesó más por el ser humano y por su vida que por los problemas de los filósofos de la naturaleza. Un
filósofo romano – Cicerón – diría, unos siglos más tarde, que Sócrates “hizo que la filosofía bajara del cielo a
la tierra, y la dejó morar en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar
en la vida, en las costumbres, en el bien y en el mal”. Pero Sócrates también se distinguía de los sofistas en
un punto importante. El no se consideraba sofista, es decir, una persona sabia o instruida. Al contrario que
los sofistas, no cobraba dinero por su enseñanza. Sócrates se llamaba “filósofo”, en el verdadero sentido de
la palabra. “Filósofo” significa en realidad “uno que busca conseguir sabiduría”. ¿Estás cómoda, Sofía? Para
el resto del curso de filosofía, es muy importante que entiendas la diferencia entre un «sofista» y un
«filósofo». Los sofistas cobraban por sus explicaciones más o menos sutiles, y esos sofistas han ido
apareciendo y desapareciendo a través de toda la historia. Me refiero a todos esos maestros de escuela y
sabelotodos que, o están muy contentos con lo poco que saben, o presumen de saber un montón de cosas
de las que en realidad no tienen ni idea. Seguramente habrás conocido a algunos de esos sofistas en tu corta
vida. Un verdadero filósofo, Sofía, es algo muy distinto, más bien lo contrario. Un filósofo sabe que en
realidad sabe muy poco, y, precisamente por eso, intenta una y otra vez conseguir verdaderos
conocimientos. Sócrates fue un ser así, un ser raro. Se daba cuenta de que no sabía nada de la vida ni del
mundo, o más que eso: le molestaba seriamente saber tan poco. Un filósofo es, pues, una persona que
reconoce que hay un montón de cosas que no entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo,
más sabio que todos aquellos que presumen de saber cosas de las que no saben nada. «La más sabia es la
que sabe lo que no sabe», dije. Y Sócrates dijo que sólo sabía una cosa: que no sabía nada. Toma nota de
esta afirmación, porque ese reconocimiento es una cosa rara, incluso entre filósofos. Además, puede
resultar tan peligroso si lo predicas públicamente que te puede costar la vida. Los que preguntan, son
siempre los más peligrosos. No resulta igual de peligroso contestar. Una sola pregunta puede contener más
pólvora que mil respuestas. ¿Has oído hablar del nuevo traje del emperador? En realidad, el emperador
estaba totalmente desnudo, pero ninguno de sus súbditos se atrevió a decírselo. De pronto, hubo un niño
que exclamó que el emperador estaba desnudo. Ése era un niño valiente, Sofía. De la misma manera,
Sócrates se atrevió a decir lo poco que sabemos los seres humanos. Ya señalamos antes el parecido que hay
entre niños y filósofos. Puntualizo: la humanidad se encuentra ante una serie de preguntas importantes a las
que no encontramos fácilmente buenas respuestas. Ahora se ofrecen dos posibilidades: podemos
engañarnos a nosotros mismos y al resto del mundo, fingiendo que sabemos todo lo que merece la pena
saber, o podemos cerrar los ojos a las preguntas primordiales y renunciar, de una vez por todas, a conseguir
más conocimientos. De esta manera, la humanidad se divide en dos partes. Por regla general, las personas, o
están segurísimas de todo, o se muestran indiferentes. (¡Las dos clases gatean muy abajo en la piel del
conejo!) Es como cuando divides una baraja en dos, mi querida Sofía. Se meten las cartas rojas en un
montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la baraja un comodín, una carta que no es ni
trébol, ni corazón, ni rombo, ni pica. Sócrates fue un comodín de esas características en Atenas. No estaba ni
segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente sabía que no sabía nada, y eso le inquietaba. De modo
que se hace filósofo el que incansablemente busca conseguir conocimientos ciertos. Se cuenta que un
ateniense preguntó al oráculo de Delfos quién era el ser más sabio de Atenas. El oráculo contestó que era
Sócrates. Cuando Sócrates se enteró, se extrañó muchísimo. (¡Creo que se echó a reír, Sofía!) Se fue en
seguida a la ciudad a ver a uno que, en opinión propia, y en la de muchos otros, era muy sabio. Pero cuando
resultó que ese hombre no era capaz de dar ninguna respuesta cierta a las preguntas que Sócrates le hacía,
éste entendió al final que el oráculo tenía razón. Para Sócrates era muy importante encontrar una base
segura para nuestro conocimiento. Él pensaba que esta base se encontraba en la razón del hombre. Con su
fuerte fe en la razón del ser humano, era un típico racionalista.

Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas

Ya mencioné que Sócrates pensaba que tenía por dentro una voz divina y que esa «conciencia» le decía lo
que estaba bien. «Quien sepa lo que es bueno, también hará el bien», decía. Quería decir que conocimientos
correctos conducen a acciones correctas. Y sólo el que hace esto se convierte en un «ser correcto». Cuando
actuamos mal es porque desconocemos otra cosa. Por eso es tan importante que aumentemos nuestros
conocimientos. Sócrates estaba precisamente buscando definiciones claras y universales de lo que estaba
bien y de lo que estaba mal. Al contrario que los sofistas, él pensaba que la capacidad de distinguir entre lo
que está bien y lo que está mal se encuentra en la razón, y no en la sociedad. Quizás esto último te resulte
un poco difícil de digerir, Sofía. Empiezo de nuevo: Sócrates pensaba que era imposible ser feliz si uno actúa
en contra de sus convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará serlo. Por ello,
quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna persona querrá ser infeliz, ¿no? ¿Tú qué
crees, Sofía? ¿Podrás vivir feliz si constantemente haces cosas que en el fondo sabes que no están bien? Hay
muchos que constantemente mienten, y roban, y hablan mal de los demás. ¡De acuerdo! Seguramente
saben que eso no está bien, o que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que eso les hace felices? Sócrates no
pensaba así. (…)

(…) dijimos que los sofistas y Sócrates abandonaron las cuestiones de la filosofía de la naturaleza, para
interesarse más por el ser humano y la sociedad. Sí, eso es verdad, pero también los sofistas y Sócrates se
interesaban, en cierto modo, por la relación entre lo eterno y lo permanente, por un lado, y lo que fluye, por
el otro. Se interesaron por esta cuestión en lo que se refiere a la moral de los seres humanos, y a los ideales
o virtudes de la sociedad. Muy resumidamente, se puede decir que los sofistas pensaban que la cuestión de
lo que es bueno o malo, es algo que cambia de ciudad en ciudad, de generación en generación, es decir que
la cuestión sobre lo bueno y lo malo es algo que «fluye». Sócrates no podía aceptar este punto de vista, y
opinaba que había unas reglas totalmente básicas y eternas para lo que es bueno y lo que es malo. Mediante
nuestra razón podemos, todos los seres humanos, llegar a conocer esas normas inmutables, pues
precisamente la razón de los seres humanos es algo eterno e inmutable. ¿Me sigues, Sofía?

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