El Via Crucis 2022

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EL VIA CRUCIS

Introducción

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

R/. Amén.

Oración de inicio

Señor Jesús,
en este día consagrado por tu Pasión
elevamos nuestras voces a Ti,
confiados en que nos escuchas.
Te bendecimos
porque eres para nosotros fuente de vida,
tomas sobre ti nuestros sufrimientos,
y con tu santa cruz redimiste al mundo.
Creemos
que tus heridas nos han curado,
que no nos dejas solos en la hora de la prueba
y que tu Evangelio es sabiduría verdadera.
Reconocemos
tu cuerpo martirizado en muchos de nuestros hermanos y
hermanas,
la violencia que sufriste en quien es perseguido,
y tu abandono en el suplicio de quien es asesinado.
Tú, que quisiste vivir en una familia,
mira compasivo a nuestras familias,
acoge sus oraciones,
atiende sus gemidos,
bendice sus propósitos,
acompaña su camino,
sostenlas en sus dudas,
consuela sus afectos heridos,
infúndeles la valentía de amar,
concédeles la gracia del perdón
y haz que estén abiertas a las necesidades de los demás.
Señor Jesús, Tú que eres el Crucificado Resucitado,
haz que no nos dejemos robar la esperanza
de una nueva humanidad,
de los cielos nuevos y la tierra nueva,
donde enjugarás toda lágrima de nuestros ojos
y no habrá ni llanto ni dolor,
porque lo antiguo ha pasado
y seremos una gran familia
en tu casa de amor y paz.

I estación
La agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos
                                                                                  

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando llegaron a un lugar llamado Getsemaní, Jesús dijo a sus


discípulos: «Siéntense aquí mientras voy a orar». Se llevó
consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y
angustia. Entonces les dijo: «¡Me muero de tristeza! Quédense
aquí y vigilen». Y, alejándose un poco, se postró en tierra y
oraba pidiendo que, si fuera posible, no tuviera que pasar por
aquella hora. Decía: «¡Abbá, Padre, tú lo puedes todo! Aparta
de mí esta copa, pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo
que quieres tú». (Mc 14,32-36)

Meditación

Aquí estamos. Nos casamos hace apenas dos años. Nuestro


matrimonio todavía no ha sido probado por demasiadas
tormentas. Llegó la pandemia que complicó un poco todo, pero
somos felices. Parece que estamos viviendo una larga luna de
miel, a pesar de las discusiones cotidianas y de nuestras
diferencias. Aun así, muchas veces tenemos miedo. Cuando
pensamos en las parejas de amigos que fracasaron. Cuando
leemos en los periódicos que aumentan las rupturas. Cuando
nos dicen que seguramente nos separaremos porque así va el
mundo, se trata de una cuestión de estadística. Cuando nos
sentimos solos porque no nos entendemos. Cuando llegamos
con dificultad a fin de mes. Cuando nos encontramos bajo un
mismo techo como dos extraños. Cuando nos despertamos de
noche y sentimos en el corazón el peso y la angustia de nuestra
“orfandad”. Porque nos olvidamos que somos hijos. Porque
creemos que nuestro matrimonio y nuestra familia dependen
sólo de nosotros, de nuestras fuerzas. Nos estamos dando
cuenta de que el matrimonio no es sólo una aventura romántica,
sino que también es un Getsemaní, es experimentar la angustia
antes de partir tu propio cuerpo por el otro. 

Señor Jesús, que sufriste miedo y angustia.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que rezaste en la hora de la prueba.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos llamas a velar y a rezar contigo.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster

Señor Jesús,

que entre olivos apacibles

aceptaste rezando

sufrir por nosotros hasta la muerte, y muerte de cruz,

te pedimos por los esposos jóvenes,

ayúdalos a afrontar las dificultades unidos a ti

y a todos nosotros
concédenos permanecer contigo

en la hora de la prueba.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

II estación

Jesús es traicionado por Judas y abandonado por los


suyos

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando Jesús todavía estaba hablando llegó Judas, uno de los


Doce, acompañado de una gran multitud. De inmediato se
acercó a Jesús y le dijo: «¡Te saludo, Maestro!». Y lo besó.
Jesús le respondió: «Amigo, ¡hasta dónde has llegado!».
Entonces ellos se acercaron, se abalanzaron sobre Jesús y lo
arrestaron. En eso, uno de los que estaban con Jesús tomó su
espada, la desenvainó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja (Lc 22,47-50). Jesús, entonces, lo reprendió:
«¡Vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan
espada, a espada morirán». Entonces todos los discípulos lo
abandonaron y huyeron. (Mt 26,52.56)

Meditación

Señor, partimos para la misión hace casi diez años, porque no


era suficiente ser felices, queríamos dar nuestra vida para que
otros experimentaran esa misma alegría. Queríamos mostrar el
amor de Cristo también a quienes no lo conocían, no importaba
dónde. La vida de comunidad y las actividades de cada día nos
ayudan a educar a los hijos con una visión abierta de la vida y
del mundo. Pero no es fácil; no escondemos la angustia y el
miedo de que nuestra familia lleve una vida precaria, lejos de
nuestro país. A todo esto, se agrega el terror de la guerra tan
dramáticamente actual en estos meses. No es sencillo vivir sólo
de fe y de caridad, porque a menudo no logramos confiar
plenamente en la Providencia. Y a veces, ante el dolor y el
sufrimiento de una madre que muere en el parto y, por si fuera
poco, bajo las bombas, o de una familia destruida por la guerra
o por la carestía y los abusos, viene la tentación de responder
con la espada, de huir, de abandonarte, de dejar todo pensando
que no vale la pena. Pero sería traicionar a nuestros hermanos
más pobres, que son tu carne en el mundo y que nos recuerdan
que Tú eres el Viviente.

Señor Jesús, que fuiste traicionado con un beso.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste abandonado por tus discípulos.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que experimentaste soledad y humillación.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que recibiste con amor

el beso traidor de Judas,

te suplicamos que concedas a las familias en misión

la valentía de testimoniar tu Evangelio

y a todos nosotros

poder responder al mal con el bien,

para ser constructores de paz y reconciliación.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.


R/. Amén.

III estación

Jesús es condenado por el Sanedrín

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban algún


testimonio contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte,
pero no lo encontraban. El Sumo Sacerdote de nuevo lo
interrogó: «¿Eres Tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». «Yo
soy», contestó Jesús. Y todos juzgaron que merecía la
muerte.  (Mc 14,55.61-62.64)

Meditación

Fuimos novios pocos meses, después la vida nos separó largo


tiempo, haciéndonos experimentar cómo duelen los cálidos
latidos de los corazones que están lejos. Y cuando nos volvimos
a encontrar nos casamos inmediatamente, con la prisa de quien
ya había esperado y temido bastante. Dejamos nuestros
hogares de origen para crear uno que fuera nuestro.
Comenzamos a recorrer nuestro camino de esposos, llenos de
proyectos y también de ilusiones de la juventud. Después la
vida puso al descubierto nuestra fragilidad, despojándonos al
mismo tiempo de nuestras expectativas y llevándonos por una
senda muchas veces escarpada, en cuya cima nos encontramos
cara a cara con la imposibilidad de ser padres, experimentando
a menudo con dolor muchos juicios sobre nuestra esterilidad.
“¿Cómo es que no tenéis hijos?”, nos preguntaron miles de
veces, como insinuando que nuestro matrimonio y nuestro amor
no eran suficientes para ser una familia. Cuántas miradas poco
comprensivas tuvimos que digerir. Pero seguimos caminando
cada día tomados de la mano, haciéndonos cargo, juntos, de
una comunidad de hermanos y amigos que, entre soledades y
ternuras, con el tiempo se convirtió en casa y familia.   

Señor Jesús, que sufriste una condena injusta.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que soportaste críticas y acusaciones.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que, siendo inocente, fuiste perseguido.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que fuiste condenado injustamente,

te suplicamos que concedas a los esposos sin hijos

poder caminar tomados de la mano,

viviendo en plenitud el Sacramento del amor conyugal,

y a todos nosotros

poder vivir las adversidades con suave firmeza.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

IV estación

Jesús es negado por Pedro

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Mientras Pedro estaba abajo, en el patio interior, llegó una de
las criadas del Sumo Sacerdote. Al ver a Pedro calentándose
junto al fuego lo reconoció y le dijo: «¡Tú también estabas con
Jesús de Nazaret!». Pero él lo negó diciendo: «¡No sé ni
entiendo de qué hablas!». Y salió afuera, a la entrada del
palacio, y cantó un gallo. De inmediato cantó un gallo por
segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho:
«Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado
tres». Y se puso a llorar. (Mc  14,66-68.72)

Meditación

Cuando nos casamos creíamos que no podíamos tener hijos.


Después, en el viaje de bodas, llegó el primero, y nos cambió la
vida. Teníamos proyectado ir más despacio, realizarnos en el
trabajo, viajar, tratar de vivir al menos un poco como novios
eternos. Y, en cambio, mientras todavía incrédulos
experimentábamos la belleza de este regalo, llegó el segundo
hijo: una niña. Y así, pensándolo hoy, llegaron también los
otros, casi sin darnos cuenta. ¿Y nuestros sueños? Modelados
por los acontecimientos. ¿Nuestra realización profesional?
Modificada por la imperiosa realidad de la vida. Y después el
miedo de que podamos un día renegar de todo, como Pedro; la
angustia y la tentación del remordimiento ante un nuevo gasto
imprevisto, la preocupación por las tensiones con los hijos
adolescentes. Los viejos deseos dieron paso a nuestra familia.
Es verdad que no es fácil, pero de este modo es infinitamente
más hermoso. Y a pesar de las preocupaciones y la densidad de
nuestros días, que parece que jamás alcanzan, nunca
volveríamos atrás.

Señor Jesús, que has enjugado las lágrimas de Pedro.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que perdonas a quien se reconoce pecador.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que comprendes nuestras incertidumbres.

R/. Dona nobis pacem.


Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que abres los brazos a quien invoca el perdón,

te suplicamos que concedas a las familias numerosas

poder superar con alegría cada dificultad

y a todos nosotros

poder levantarnos siempre después de una caída.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

V estación

Jesús es juzgado por Pilatos

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pilato otra vez les preguntó: «¿Y qué quieren que haga con el
que ustedes llaman “el rey de los judíos”?». Ellos contestaron a
gritos: «¡Crucifícalo!». Pilato les replicó: «Pero, ¿qué mal ha
hecho?». Sin embargo, ellos gritaban aún más fuerte:
«¡Crucifícalo!». Entonces Pilato, para complacer a la gente, dejó
en libertad a Barrabás y a Jesús, en cambio, después de hacerlo
azotar, lo entregó para que lo crucificaran. (Mc 15,12-15)

Meditación

Nuestro hijo ya fue juzgado desde antes de venir al mundo.


Encontramos médicos que cuidaron de su vida antes de nacer, y
médicos que con toda claridad nos habían hecho entender que
era mejor que no naciera. Y cuando elegimos la vida, también
nosotros fuimos objeto de juicio: “Va a ser un peso para
vosotros y para la sociedad”, nos dijeron. “Crucifícalo”. Y, sin
embargo, no había cometido ningún mal. Cuántas veces el juicio
del mundo es precipitado y superficial, y nos hace sufrir incluso
con una mirada. Cargamos sobre nosotros la vergüenza de una
diversidad que con frecuencia es más compadecida que
acompañada. La discapacidad no es un alarde ni una etiqueta,
sino más bien la apariencia de un alma que con frecuencia
prefiere callar frente a los juicios injustos, no por vergüenza sino
por misericordia hacia el que juzga. No somos inmunes a la cruz
de la duda o a la tentación de preguntarnos qué habría ocurrido
si las cosas hubieran sido de otra forma. Pero, en realidad, la
discapacidad es una condición, no una característica, y el alma,
gracias a Dios, no conoce barreras.

Señor Jesús, que miraste con amor a tus adversarios.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que no tuviste miedo a quien mata el cuerpo, pero no la


vida.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que juzgas con amor misericordioso.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que fuiste juzgado por lógicas mundanas,

te suplicamos que concedas

a las familias con hijos que sufren

alivio en las dificultades

y a nosotros poder elegir, proteger y amar

la vida en toda circunstancia.


Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

VI estación

Jesús es flagelado y coronado de espinas

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Pilato, después de hacer azotar a Jesús, lo entregó para que lo


crucificaran. Lo vistieron con un manto de color púrpura,
trenzaron una corona de espinas y se la pusieron. Luego
comenzaron a saludarlo: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le
golpeaban la cabeza con una caña, lo escupían y le rendían
homenaje poniéndose de rodillas. (Mc 15,15.17-19)

Meditación

Nuestra casa es grande, no sólo en términos de espacio, sino


sobre todo por la riqueza humana que allí habita. Nunca, desde
el comienzo del matrimonio, fuimos sólo dos. Nuestra vocación
de acoger el dolor fue y sigue siendo aún ahora —con 42 años
de matrimonio, tres hijos naturales, nueve nietos y cinco hijos
adoptivos no autosuficientes y con graves dificultades psíquicas
— todo lo contrario, a triste. No merecemos que la vida nos
bendiga tanto. Para el que cree que no es humano dejar solo al
que sufre, el Espíritu Santo mueve en el interior la voluntad de
actuar y de no permanecer indiferentes, ajenos. El dolor nos ha
cambiado. El dolor nos hace volver a lo esencial, ordena las
prioridades de la vida y devuelve la sencillez de la dignidad
humana en cuanto tal. En la “vía dolorosa” de tantos flagelados
y crucificados, junto a ellos, bajo el peso de sus cruces,
descubrimos que el verdadero rey es aquel que se entrega y se
da como alimento, en alma y cuerpo.

Señor Jesús, que fuiste flagelado en la carne y en el espíritu.


R/. Dona nobis pacem.

Tú que conociste el dolor inocente.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste humillado, insultado, coronado de espinas.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que padeciste dolor y desprecio,

te suplicamos que concedas a nuestras familias

aprender a acoger a quien está herido

y a todos nosotros hacernos cargo

y aliviar el dolor de los demás.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

VII estación

Jesús es cargado con la cruz

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Después de burlarse de Jesús le quitaron el manto de color


púrpura, lo vistieron con su ropa y lo sacaron para
crucificarlo. (Mc  15,20)

Meditación
Una mañana como tantas, mi esposa se desmayó dos veces. La
carrera al hospital y el descubrimiento de una enfermedad que
en su cabeza ya estaba insinuando el veneno. La operación, la
rehabilitación, los cuidados; y hoy una cotidianidad
completamente nueva para todos nosotros. El Señor nos habla a
través de acontecimientos que no siempre comprendemos y nos
conduce de la mano para que demos lo mejor de nosotros
mismos. Ella tenía un rol, una posición, una “apariencia”, y se
encontró completamente diferente. Desnuda, indefensa,
crucificada. Y yo con ella. A través de esta enfermedad, con esta
cruz, nos convertimos en el pilar donde los hijos saben que
pueden apoyarse. Antes no era así. Casi podría decir que hoy,
con los ojos penetrantes en su glabro dolor, es plenamente
madre y mujer. Sin adornos, en la esencialidad de una vida
nueva y más difícil. Estar bloqueados, inmovilizados por un
pensamiento punzante, me obliga sobre todo a mí, que era tan
obstinadamente orgulloso, a descubrir qué maravilloso don son
las otras familias, las que intentan hacerte reír, te ayudan en la
cocina, acompañan a tus hijos a catequesis, te escuchan, te
entienden con una mirada, y, aun teniendo situaciones tanto o
más complicadas todavía, se preocupan constantemente por ti.

Señor Jesús, que no buscaste honores mundanos.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que has cargado sobre ti el peso de todos los mortales.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que has abrazado el pesado madero de la cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que convertiste el patíbulo de muerte

en fuente inagotable de vida,

te suplicamos,
haz que los hijos cuiden de sus padres

asistiéndolos con gratitud,

y a todos nosotros que aprendamos de Ti

la alegría de amar y entregarse generosamente.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

VIII estación

Jesús es ayudado por el Cirineo a cargar la cruz

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando se llevaban a Jesús detuvieron a un hombre de Cirene,


llamado Simón, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la
cruz para que la llevara detrás de Jesús. (Lc  23,26)

Meditación

Nos jubilamos hace dos años y, justo cuando comenzábamos a


imaginar cómo gastaríamos las energías recuperadas, nos llegó
la noticia del despido de nuestro yerno. Durante la pandemia
asistimos indefensos a la crisis del matrimonio de nuestra hija
mayor. Los nietos empezaron a inundar de vitalidad y confusión
nuestra casa, como no ocurría desde que eran pequeños
nuestros tres hijos, y esto ya no sólo los domingos. Pusimos en
el coche un portabebés y compramos una pizarra para escribir
los compromisos de nuestros cinco nietos, sin correr el riesgo de
olvidarnos de algo. Nuestros músculos ya no son los de antes,
pero el bagaje de experiencias nos hace más dóciles a la vida
respecto a cuando teníamos la fuerza de correr. La cruz de la
precariedad de las familias y del trabajo nos preocupa. Y hoy,
que naturalmente nos sentiríamos inclinados a ocuparnos de
nuestros cansancios y del innegable miedo a la muerte, nos
vemos cargados con una cruz inesperada, puesta sobre nuestras
espaldas a pesar nuestro. El paso a menudo se hace lento y en
la noche, después de haber sonreído, nos encontramos llorando
de compasión. Pero ser “oxígeno” para las familias de nuestros
hijos es un don que nos vuelve a llevar a las emociones que
experimentábamos cuando eran pequeños. Nunca se deja de ser
mamá y papá.

Señor Jesús, que compartiste el peso de la cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos sometes al juicio de tu cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que pides que te sigamos cargando nuestra cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que nos llamas a llevar las cargas los unos de los otros,

te suplicamos que concedas a nuestras familias

saber compartir las alegrías y las dificultades,

y a todos nosotros crecer en fraternidad activa.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

IX estación

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén


V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres que


lloraban y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas,
les dijo: «¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí! Lloren más
bien por ustedes y por sus hijos».  (Lc  23,27-28)

Meditación

Ahora somos cuatro. Durante largos años fuimos dos, y tuvimos


que afrontar la cruz de la soledad y la gestación de una
paternidad diferente a como siempre la habíamos imaginado. La
adopción es la historia de una vida marcada por el abandono,
que es sanada gracias a una acogida. Pero el abandono es una
herida que sangra siempre. Y la adopción es una cruz que
padres e hijos cargan juntos sobre las espaldas, soportándola,
tratando de aliviar su dolor y también amándola, en cuanto
forma parte de la historia del hijo. Pero duele ver a un hijo que
sufre por su pasado, hace daño intentar amarlo sin lograr
rasguñar mínimamente su dolor. Nos adoptamos mutuamente. Y
no hay un día en el que no nos levantemos pensando que ha
valido la pena; que todo este esfuerzo no ha sido en vano; que
esta cruz, aun cuando sea dolorosa, esconde un secreto de
felicidad.

Señor Jesús, que has atraído las miradas de las mujeres de


Jerusalén.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que enjugaste lágrimas y consolaste corazones.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que recorriste con valentía el camino de la cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,
que te encaminaste hacia la cruz

con los ojos abiertos y el corazón dispuesto,

te suplicamos que concedas a los padres y a sus hijos adoptivos

crecer juntos como familias acogedoras

y a todos nosotros contribuir a la alegría del prójimo.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

X estación

Jesús es crucificado

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», crucificaron a


Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, no saben lo que
hacen». Después hicieron un sorteo y se repartieron sus ropas.
El pueblo estaba contemplando. Los jefes se burlaban y le
decían: «¡Salvó a otros! ¡Que se salve a sí mismo si este es el
Mesías de Dios, el elegido!». Los soldados también se burlaban
de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «¡Si tú
eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo!». Encima de él
había un cartel con la inscripción: «Este es el rey de los
judíos».  (Lc  23,33-38)

Meditación

Somos una madre y dos hijos. Desde hace más de siete años
somos una silla con tres patas en lugar de cuatro: hermosísima
y valiosa, aunque un poquito inestable. Bajo la cruz, cada
familia, incluso la más imperfecta, la más dolorida, la más
extraña, la más carente, encuentra su sentido profundo.
También la nuestra. Hemos experimentado, no sin lágrimas y
dolor, que Jesús, en ese abrazo de maderos clavados, nos mira
y no nos deja nunca solos. No sólo nos encomienda a un amor
genérico del creador respecto a sus criaturas, sino que nos
confía a un amigo, a una madre, a un hijo, a un hermano. A una
Iglesia que, con todos sus defectos, nos tiende la mano y,
aunque pueda parecer imposible, a veces sostiene el peso por
nosotros, permitiéndonos de vez en cuando recuperar el aliento.
El amor se multiplica porque es gratuito, aun cuando tengo la
tentación de querer saber porqué, si “ha salvado a otros, si es el
Cristo de Dios, su elegido”, no ha podido salvar también a mi
marido. Pero la herida de Uno en la cruz es herencia, vínculo y
relación al mismo tiempo. El Amor se hace real, porque, en
nuestro abismo y en nuestras dificultades, no somos
abandonados.

Señor Jesús, que extendiste los brazos en la cruz.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que para salvarnos a nosotros no te salvaste a ti mismo.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que perdonaste a tus verdugos.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que con los brazos abiertos en cruz

abrazas a quien está solo y abandonado,

te suplicamos que concedas a las familias

que sufren la pérdida de sus padres

sentirte presente en su dolor,

y a todos nosotros saber llorar con el que llora.


Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

XI estación

Jesús promete el Reino al buen ladrón

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», crucificaron a


Jesús y a los dos malhechores, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Uno de los malhechores le dijo: «¡Jesús, acuérdate de
mí cuando entres en tu Reino!». Jesús le respondió: «Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso».  (Lc 23,33.42-
43)

Meditación

Recién ahora sonreímos recordando todas las expectativas que


habíamos puesto en nuestro hijo. Lo criamos para que fuera
feliz, para que se realizara, para que siguiera las huellas del
abuelo. Sí, tal vez hubiéramos querido para él una vida
diferente. Una familia, un trabajo, unos hijos, unos nietos. En
resumen, la “normalidad”. Ya habíamos vivido su vida en su
lugar. Y, en cambio, llegaste Tú y trastocaste todo. Destruiste
nuestros sueños por algo más grande. Hiciste que su vida no
siguiera la lógica del “siempre se hizo así” y lo llamaste para que
estuviera contigo. Pero, ¿cómo? ¿Por qué precisamente él? ¿Por
qué justo nuestro hijo? Al principio no lo tomamos bien, lo
combatimos, lo abandonamos. Creímos que nuestra frialdad lo
habría hecho volver sobre sus pasos. Como dos malhechores,
intentamos sembrar en su cabeza la duda de que se estuviera
equivocando totalmente. Pero comprendimos que no se puede
luchar contra Ti. Nosotros somos un vaso y Tú eres el mar.
Nosotros somos una chispa y Tú eres el fuego. Y entonces,
como el buen ladrón, también nosotros te pedimos que te
acuerdes de nosotros cuando entres en tu Reino.

Señor Jesús, que moriste como un malhechor.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que transformaste la cruz en un trono real.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que nos abriste las puertas del paraíso perdido.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que nos has revelado los misterios de tu Reino,

donde el más grande es aquel que sirve,

te suplicamos que guíes a los padres

para que acompañen la vocación de sus hijos

y a nosotros concédenos ser fieles discípulos tuyos.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

XII estación

Jesús entrega la Madre al discípulo amado

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.


Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su
madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando
Jesús vio a su madre y a su lado al discípulo a quien amaba,
dijo a su madre: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!». Luego dijo al
discípulo: «¡Ahí tienes a tu madre!». Y desde aquella hora el
discípulo la recibió en su casa. (Jn 19,25-27)

Meditación

En casa éramos cinco: nuestros tres hijos, mi marido y yo. Hace


cinco años la vida se complicó. Un diagnóstico difícil de aceptar,
una enfermedad oncológica escrita a cada momento en el rostro
de la hija más pequeña. Una enfermedad que, aunque nunca
apagó su sonrisa, hizo que el rechinar de la injusticia que
vivíamos fuera aún más doloroso. A pesar de las “burlas” con las
que el dolor parecía que ya nos había envuelto, después de sólo
seis años de matrimonio mi marido nos dejó por una muerte
improvisa, poniéndonos en un camino de soledad desgarrador,
durante el cual acompañamos a la pequeña de casa a su último
adiós. Ya pasaron cinco años desde el comienzo de esta
aventura que no hemos comprendido en absoluto
racionalmente, pero la certeza es que el Señor siempre ha
estado en esta gran cruz y lo sigue estando todavía hoy. “Dios
no llama a los capacitados, sino que capacita a los que llama”:
esto nos dijo un día una religiosa, y estas palabras nos han
cambiado la perspectiva de vida de los últimos años. La mentira
más grande con la que hemos combatido es la de ya no ser una
familia. No conozco otro modo para responder a mi corazón y a
mi dolor en la carne, sino confiándome al Señor que vive este
tramo de vida terrena conmigo. Muchas veces, en las sesiones
de quimioterapia de mi hija, me sentí como María al pie de la
cruz; y es esa experiencia la que hoy me hace sentir —aunque
sólo sea por un poquito— madre de mi Señor.

Señor Jesús, que conociste la agonía de los afectos.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que no diste a la muerte la última palabra.

R/. Dona nobis pacem.


Tú que nos entregaste a tu misma Madre como última voluntad.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que antes de expirar quisiste

entregarnos a tu Madre y confiarnos a sus cuidados,

te suplicamos que concedas a las familias

marcadas por la muerte de un hijo

custodiar la gracia recibida con el don de su vida

y a todos nosotros, consolados por el Espíritu,

aceptar tu última voluntad.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

XIII estación

Jesús muere en la cruz

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

A las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza: «¡Eloí, Eloí!, ¿lemá
sabajtaní?», que significa: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has abandonado?». Uno de ellos fue corriendo a empapar una
esponja en vinagre y, sujetándola en una caña, le daba de
beber diciendo: «¡Déjenlo! A ver si viene Elías a descolgarlo».
Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró. (Mc  15,34.36-
37)
Meditación

La muerte está en torno y la vida parece perder valor. Todo


cambia en pocos segundos. La existencia, los días, la
despreocupación de la nieve en invierno, ir a buscar a los niños
a la escuela, el trabajo, los abrazos, las amistades, todo. Todo
pierde improvisamente valor. Señor, ¿dónde estás? ¿Dónde te
escondiste? Queremos la vida de antes. ¿Por qué todo esto?
¿Qué culpa cometimos? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué
has abandonado a nuestros pueblos? ¿Por qué has dividido de
este modo a nuestras familias? ¿Por qué ya no tenemos ganas
de soñar ni de vivir? ¿Por qué nuestras tierras se han vuelto
tenebrosas como el Gólgota? Se nos acabaron las lágrimas. La
rabia ha cedido a la resignación. Sabemos que Tú nos amas,
Señor, pero no percibimos este amor, lo que nos hace
enloquecer. Nos despertamos en la mañana y por algunos
segundos somos feliz, pero luego nos acordamos
inmediatamente de que será difícil reconciliarnos. Señor, ¿dónde
estás? Háblanos desde el silencio de la muerte y de la división, y
enséñanos a reconciliarnos, a ser hermanos y hermanas, a
reconstruir lo que las bombas habrían querido aniquilar.

Señor Jesús, que nos amaste hasta el fin.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que muriendo destruiste la muerte.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que exhalando el último respiro nos has dado la vida.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que de tu costado traspasado

hiciste brotar la reconciliación para todos,

te suplicamos que concedas a las familias


destruidas por lágrimas y sangre

creer en la fuerza del perdón

y a todos nosotros construir paz y concordia.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

XIV estación

El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

V/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.

R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.

José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia


y lo puso en el sepulcro nuevo que él había excavado en la roca.
Después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y
se fue. María Magdalena y la otra María se quedaron allí,
sentadas delante del sepulcro. (Mt 27,59-61) 

Meditación

Ya estamos aquí. Hemos muerto a nuestro pasado. Hubiéramos


querido vivir en nuestra tierra, pero la guerra nos lo ha
impedido. Es difícil para una familia tener que elegir entre sus
sueños y la libertad. Entre los anhelos y la supervivencia.
Estamos aquí después de viajes en los que hemos visto morir
mujeres y niños, amigos, hermanos y hermanas. Estamos aquí,
supervivientes. Nosotros, que en nuestra casa éramos
importantes, aquí somos percibidos como una carga, como
números, categorías, simplificaciones. Sin embargo, somos
mucho más que inmigrantes. Somos personas. Hemos viajado
hasta aquí por nuestros hijos. Morimos cada día por ellos, para
que puedan tener una vida normal, sin bombas, sin sangre, sin
persecuciones. Somos católicos, pero también esto a veces
parece que pasa a un segundo plano respecto al hecho de que
somos migrantes. Si no nos resignamos es porque sabemos que
la enorme piedra sobre la puerta del sepulcro un día será
removida.  

Señor Jesús, que fuiste bajado del madero de la cruz por manos
amigas.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que fuiste sepultado en la tumba nueva de José de Arimatea.

R/. Dona nobis pacem.

Tú que no conociste la corrupción del sepulcro.

R/. Dona nobis pacem.

Todos: Pater noster…

Señor Jesús,

que descendiste a los infiernos

para liberar a Adán y Eva con sus hijos de la antigua esclavitud,

te suplicamos por las familias de los migrantes,

sácalos del aislamiento que destruye

y a todos nosotros concédenos reconocerte en cada persona

como nuestro amado hermano y hermana.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

Oración final

Padre misericordioso,
que haces salir el sol sobre buenos y malos,
no abandones la obra de tus manos,
por la que no dudaste
en entregar a tu único Hijo,
que nació de la Virgen,
fue crucificado bajo Poncio Pilato,
murió y fue sepultado en las entrañas de la tierra,
resucitó de entre los muertos al tercer día,
se apareció a María Magdalena,
a Pedro, a los demás apóstoles y discípulos,
y siempre está vivo en la santa Iglesia,
que es su Cuerpo viviente en el mundo.
Mantén encendida en nuestras familias
la lámpara del Evangelio,
que ilumina alegrías y dolores,
cansancios y esperanzas;
que cada casa refleje el rostro de la Iglesia,
cuya ley suprema es el amor.
Por la efusión de tu Espíritu,
ayúdanos a despojarnos del hombre viejo,
corrompido por pasiones engañosas,
y revístenos del hombre nuevo,
creado según la justicia y la santidad.
Tómanos de la mano, como un Padre,
para que no nos alejemos de Ti;
convierte nuestros corazones rebeldes a tu corazón,
para que aprendamos a seguir proyectos de paz;
haz que los adversarios se den la mano,
para que gusten del perdón recíproco;
desarma la mano alzada del hermano contra el hermano,
para que donde haya odio florezca la concordia.
Haz que no nos comportemos como enemigos de la cruz de
Cristo,
para que participemos en la gloria de su resurrección.
Él, que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

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