Abelardo y Eloísa
Abelardo y Eloísa
Abelardo y Eloísa
En el centro del esquema imaginativo y lingüístico en el que irían a inscribirse miles de discursos y el
dinamismo del canto erótico (la voz hablada del deseo) se encuentra una situación tipo, que es la del
obstáculo. El deseo que poseo y que me posee se dirige hacia un objeto que, sean cuales sean las
modalidades de su fantasma. "yo" no poseeré jamás en el "goce" es decir, en la perfecta libertad y la
intemporalidad del "juego".
A través de las innumerables variantes que comportan los distintos individuales, el obstáculo está
siempre allí, inminente a todo amor. No porque se lo conciba místicamente: El simbolismo cortés
primitivo no se despega de la tierra, el obstáculo amoroso está "significado" en su lenguaje por la
condena virtual contra el matrimonio porque implica un derecho de posesión. Correlativamente, la
inmanencia del obstáculo se vuelve sensible por la exigencia del secreto: su divulgación mata al amor. A
su vez, la retórica del siglo XXII, vinculada a este tópico, reposa sobre una doble afirmación
fundamental, que se desarrolla en metáforas características: El deseo se identifica con su expresión. Por
ese camino ennoblece el ser, que al mismo tiempo lo experimenta y expresa. Nos encontramos, de
manera imperceptible, con unas de las tendencias espirituales más profundas de la sociedad medieval:
El realismo del verbo, la fe casi mágica en la eficacia de la palabra: Amar es cantar, el amor reside en el
canto; quien canta merece el amor.
José J Otañeda. Carta de Abelardo y Eloísa. España. 1997. l.
7 El texto anterior, la expresión "el obstáculo esta siempre allí, inminente a todo amor" sugiere
A. que el obstáculo ha sido una constante histórica para los amantes.
B. que la sociedad medieval se oponía al amor y a los amantes.
C. que la retórica del siglo XII estaba equivocada y era pesimista.
D. que el deseo de poseer está en contra del amor y de los amantes.
8- El texto anterior contiene informaciones y discursos, que en relación con la retórica del Siglo XII, se
refieren a
A- la historia, porque permiten una ubicación temporal.
B- a cultura, ya que describen la sociedad medieval.
C- la estética, la historia y la cultura medievales.
D- La moral, la crítica y la religión medievales.
12. De las características dadas a Remedios, la bella, en el primer párrafo, se puede deducir que ella
ascendió a los cielos porque
A. era una mujer sin remordimientos ni pesadillas
B. era una mujer que no pertenecía a este mundo
C. era una mujer en extremo tímida y retraída.
D. era una mujer torturada por la soledad.
15. Acerca del narrador y la posición que asume frente a lo narrado, podemos precisar que
A. interioriza la realidad, mostrando un único punto de vista.
B. toma distancia frente a los personajes y la acción, mostrando distintos puntos de vista.
C. interioriza la realidad y participa de la acción.
D. no toma distancia frente a los personajes y la acción, mostrando un único punto de vista
Capítulo 11
Petra Cotes no demuestra preocupación por el matrimonio de Aureliano Segundo. Ella es consciente
de que era un muchacho tímido y retraído hasta el día en que la conoció y aprendió junto a ella a
disfrutar tanto de la vida como del arte del despilfarro. Ella lo hizo un hombre y sabe que en cualquier
momento va a volver a buscarla. En efecto, Aureliano Segundo vuelve a verla cuando termina su luna de
miel y Petra intuye que las cosas en el lecho nupcial no andan bien entre los recién casados.
Fernanda del Carpio fue criada en una ciudad aislada y perdida en el tiempo, donde aún viven como
en los tiempos de la colonia. Sus padres provienen de una familia que se enriqueció vendiendo coronas
fúnebres y su bisabuela había sido reina. Aunque su familia estaba cayendo en la miseria, a ella se lo
ocultaron y, desde chica, la convencieron de que su destino era ser reina como la abuela. Fernanda
recibió una educación católica severa y no la dejaron tener amistades debido a las expectativas
depositadas sobre su nobleza. Salió por primera vez de la ciudad el día en que unos militares llegaron a
su casa y convencieron a su padre de que iban a coronarla reina, sin informarle que iba a ser en un
carnaval.
A medida que Úrsula envejece y pierde poder en la casa, Fernanda aprovecha para imponer sus
valores y modos de vida rígidos en el lugar. Fernanda cierra las puertas de la casa históricamente
abiertas para todos, establece el hábito de rezar antes de las comidas, cierra el negocio de pastelería
que Úrsula y Santa Sofía de la Piedad manejaban hacía años y reemplaza la decoración alegre de la casa
por simbología y adornos cristianos que su padre le envía como obsequios todas las navidades.
Amaranta deja de dirigirle la palabra y el coronel Aureliano se queja de que por culpa de ella se están
transformando en “gente fina” (244). La misma Úrsula, que siempre intenta sostener la armonía familiar,
comienza a bromear sobre ella a sus espaldas.
Finalmente, el matrimonio concibe a su primer hijo, que Aureliano Segundo bautiza José Arcadio pese
al disgusto de Fernanda. Para cuando nace la segunda, Fernanda ya había pasado demasiado tiempo en
la casa como para que le arrebaten el poder de decisión y, aunque Úrsula quiere que le pongan
Remedios, ella prefiere el nombre de su madre, Renata. Por último, acuerdan nombrarla Renata
Remedios, aunque solo Fernanda la llame por el primer nombre y el resto del pueblo la llame Meme, el
diminutivo de Remedios. En cuanto al pequeño José Arcadio, Úrsula se promete a sí misma introducirlo
en la carrera sacerdotal para que sea Papa algún día, con el objeto de enderezar así el rumbo torcido de
la familia.
Por esos días llega la notificación de que el presidente pretende ir a Macondo para condecorar al
coronel Aureliano en la celebración del aniversario del tratado de Neerlandia. Aunque el coronel se niega
a recibir la condecoración, en esos días llegan sus diecisiete hijos a la casa, impulsados por la noticia de
la celebración. Aureliano Segundo aprovecha la presencia de los primos para celebrar una parranda de
varios días en la que destruyen gran parte del mobiliario de la casa. Amaranta, por su parte, consigue
que sus sobrinos la acompañen a celebrar el Miércoles de ceniza a la iglesia, pero cuando se realiza la
liturgia y les marcan la frente con una cruz de ceniza, el signo les queda adherido en la piel y no se lo
pueden sacar nunca. Finalmente, el coronel termina por disfrutar de la presencia de sus hijos y antes de
que se vayan les regala un pescadito de oro a cada uno. Por su parte, Aureliano Segundo consigue que
uno de ellos, Aureliano Triste, se quede a trabajar con él.
Meses más tarde, Aureliano Triste instala una fábrica de hielo en las afueras del pueblo, sueño que
una vez tuvo el bisabuelo José Arcadio Buendía. Un día, mientras busca un hogar para establecerse
definitivamente, se encuentra con una propiedad ganada por la naturaleza. Cuando consigue abrir la
puerta, resulta que era la casa de Rebeca, quien se encuentra sentada en el interior con “el pellejo del
rostro agrietado por la aridez de la soledad” (252). La mujer lo echa del lugar mostrándole un arma.
Luego, cuando le habla a la familia de ella, Aureliano Segundo intenta llevarla a vivir con ellos, pero
Rebeca se resiste.
Meses después, los hijos del coronel vuelven de visita y le arreglan el exterior de la casa; no así el
interior, porque ella no lo permite. En esa oportunidad, Aureliano Centeno se queda en Macondo para
trabajar en la fábrica de hielo con su medio hermano. Su presencia acelera tanto la producción que
Aureliano Triste decide hacer llegar el ferrocarril a Macondo, con el objetivo de expandir la industria.
Pasado el verano, llega el tren.
Capítulo 12
La llegada del ferrocarril cambia por completo la realidad de Macondo. La gente descubre el cine, el
gramófono y el teléfono, y un sinfín de nuevos empresarios, extranjeros y comerciantes llegan cada
miércoles en el tren con novedades para vender.
Un día se presenta Mr. Herbert, un gringo que ofrece un servicio de paseos en globo aerostático,
pero nadie lo demanda porque es considerado un retroceso respecto a las esteras voladoras que habían
traído los gitanos hacía décadas. Pese a ello, cuando Aureliano Secundo lo encuentra, lo invita a comer a
la casa de los Buendía. Allí, el hombre prueba los bananos en el almuerzo y queda asombrado por su
calidad, al punto de que decide construir una plantación para su comercialización.
A los pocos meses, Macondo se llena de gringos que vienen con el ferrocarril, entre los que destaca
el señor Jack Brown, un acaudalado empresario socio de Mr. Herbert. Los foráneos construyen un
pueblo aparte, cercado por una malla eléctrica, al otro lado de las vías. Con su presencia, modifican el
régimen de lluvias, apresuran el ciclo de cosechas y mueven el río de su sitio. En esos días, otros dos
hijos del coronel Aureliano se instalan en Macondo. Cuando les preguntan el motivo, responden: “Porque
todo el mundo viene” (264).
La única que permanece ajena a los cambios es Remedios, la bella. Luego de que le insistan con que
deje de caminar desnuda por la casa y se peine la inmensa cabellera que le llega hasta las rodillas, la
joven termina por hacerse un precario camisón y raparse el pelo para evitar molestias. Sin embargo,
todas las maniobras que realiza para que la dejen vivir en paz son recibidas por los hombres de Macondo
como provocaciones, lo que acentúa el deseo generalizado hacia ella.
Además, Remedios despide un olor natural inconfundible que hace que todos sepan con certeza los
lugares por donde ella transita. En esos tiempos, adquiere la costumbre de darse largos baños en la sala
de aseo de la casa, cuyo interior se encuentra plagado de alacranes que ella aplasta por diversión. Un
día, un forastero se trepa por la pared para espiarla y, cuando Remedios lo descubre, le advierte que
puede caerse porque las tejas están podridas. Lejos de prestarle atención, el hombre intenta meterse al
baño para alcanzarla, pero el techo cede y se rompe el cráneo contra el piso. De su herida no surge
sangre sino un aceite que emana el olor de Remedios, lo que comprueba que sigue atormentando a los
hombres más allá de la muerte.
Días después, Remedios sale a visitar las plantaciones de banano y su fragancia atrae a los
trabajadores como “un tropel de machos feroces” (269). Afortunadamente, los cuatro hijos del coronel
alcanzan a salvarla. En el proceso, uno de los hombres le llega a “agredir el vientre con una mano” (269)
a Remedios. Esa noche, mientras se jacta de ello con otros sujetos, la imprevista patada de un caballo le
destroza el cuerpo. A partir de entonces, comienza a circular el rumor de que Remedios posee poderes
mortales.
Tiempo después, Fernanda le pide a las mujeres de la casa que la ayuden a doblar sus finas sábanas
en el jardín. En ese momento, Amaranta advierte que Remedios está demasiado pálida, pero cuando le
pregunta cómo se siente, la joven responde que nunca se había sentido mejor. Cuando termina de
decirlo, “un delicado viento de luz” (271) arrastra las sábanas hacia el cielo y con ellas a Remedios, que
aún las sostenía. Solo Úrsula llega a saludarla con la mano mientras se eleva hasta perderse “entre el
deslumbrante aleteo de las sábanas” (272).
Macondo aún no termina de superar el milagro de Remedios cuando el pueblo cae a la merced
tiránica de la compañía bananera, y todos los gobernantes locales son sustituidos por feroces
funcionarios foráneos que responden a los intereses de los nuevos empresarios. Los policías son
reemplazados por sicarios que un día asesinan a machetazos a un niño junto a su abuelo porque el
pequeño había manchado accidentalmente a uno de los oficiales con refresco. Dominado por la furia, el
coronel Aureliano Buendía exclama que va a juntar a sus hijos para acabar con todos los gringos que los
están invadiendo.
Como consecuencia, dieciséis de los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía son asesinados por
criminales anónimos que les disparan en la cruz de ceniza que tienen tatuada en la frente. El coronel
Aureliano se derrumba por la noticia y tiene la intención de volver a declararle la guerra a los
conservadores. Cuando visita a su avejentado amigo Gerineldo Márquez, quien nunca dejó de tener
contacto con la facción revolucionaria, este tiene un “estremecimiento de compasión” (279) por
Aureliano, al considerar su empresa como una locura de un hombre senil.
Análisis
Luego del ascenso y la caída del coronel Aureliano, la tríada conformada por Fernanda del Carpio,
Aureliano Segundo y Petra Cotes presenta el argumento principal de los acontecimientos narrados del
Capítulo 11. De un modo similar al que se presentaba la relación entre Úrsula Iguarán y Pilar Ternera,
Fernanda y Petra conforman un par de dobles opuestos. Fernanda se nos muestra como un personaje
rígido y conservador, aferrada a la moral religiosa y proveniente de una familia aristocrática que ha caído
en la miseria. Pilar representa todo lo opuesto: ella es una mujer libre moral y sexualmente, y tiene un
origen humilde que vira hacia la abundancia gracias a la relación mágica que tiene con los animales,
cuya reproducción extraordinaria los enriquece, a ella y a Aureliano, en pocos meses.
La presencia de Fernanda comienza disminuir la histórica hospitalidad que la casa tuvo siempre desde
sus orígenes. A su vez, los regalos enviados por su padre -que eran “en realidad, los últimos
desperdicios del patrimonio señorial” (246)-, transforman el hogar en una réplica de la lúgubre mansión
de los del Carpio: “Poco a poco, el resplandor funerario de la antigua y helada mansión se fue
trasladando a la luminosa casa de los Buendía” (246). Como consecuencia, la casa de Petra Cotes se
presenta para Aureliano Segundo como el único espacio libre de la rigidez de su esposa.
El Capítulo 11 finaliza con un acontecimiento que, vinculado al tema del progreso, cambia por
completo la organización social, política, económica y cultural del pueblo: la llegada de “El inocente tren
amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tanto halagos y desventuras, y tantos cambios,
calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo” (256). Consecuencia de su llegada, a lo largo del
Capítulo 12 se produce la última etapa civilizatoria del lugar: el periodo de la compañía bananera.
Macondo se transforma ahora en una ciudad.
La llegada del ferrocarril trae consigo nuevos y multitudinarios grupos de inmigrantes, quienes
comienzan a convivir con los criollos, nativos y árabes que había hasta entonces en el pueblo. Entre
ellos, destacan los gringos foráneos como Mr. Herbert y el señor Jack Brown, quienes empiezan a
explotar los recursos naturales del pueblo para el cultivo y la comercialización del banano. Los gringos
crean la compañía bananera, instalan un pueblo aparte al lado de las vías y atraen un gran caudal de
inmigrantes obreros. En este sentido, la llegada del tren coincide con el periodo de industrialización de
Macondo, periodo en el que se genera una nueva división social en la ciudad. De este modo, la aparición
de las industrias de producción masiva, como la compañía bananera y la fábrica de hielo genera, a su
vez, nuevos tipos sociales en Macondo, como el obrero y el patrón.
Los nuevos foráneos, además, se insertan en el poder político de Macondo y reemplazan a los policías
locales por mercenarios violentos que solo responden ante ellos. La presencia de estos policías reaviva el
espíritu revolucionario del coronel Aureliano Buendía, quien amenaza a las autoridades, desencadenando
así el asesinato de la mayoría de sus hijos, con quienes había comenzado a encariñarse. La relación
entre la violencia estatal y el compromiso político del coronel se vincula aquí con el movimiento cíclico
del tiempo en la novela, tal cual fue analizado en el tema “El tiempo”. Recordemos, en este punto, que
el coronel se había involucrado en el pasado en la guerra contra los conservadores luego de observar a
un grupo de soldados asesinar a una mujer a culatazos.
A su vez, el carácter permanente de la cruz de ceniza en sus hijos posee un rasgo sobrenatural que,
siguiendo la clasificación de Mario Vargas Llosa, puede ser definido como milagroso. En este punto, el
milagro de la marca divina en la frente de los Aurelianos presenta un perverso costado irónico, si
consideramos que son esas mismas marcas las que funcionan como blanco de tiro para sus asesinos,
quienes apuntan “al centro de sus cruces de ceniza” (274).
Por otro lado, la mortalmente hermosa Remedios ejerce un poder sobrenatural sobre los hombres,
aunque de forma inconsciente y a pesar de su propio desinterés. En este sentido, las respuestas de la
joven para evitar la atracción que produce en los hombres posee nuevamente un componente irónico:
cuando Remedios empieza a afearse deliberadamente para que la dejen tranquila, ellos consideran sus
actos como una provocación sexual, lo que aumenta su interés hacia ella.
La hermosura de Remedios lleva a los hombres a morir de amor o a perderse en la locura, y ello
arraiga en el pueblo la superstición de que “Remedios, la bella, poseía poderes de muerte” (269).
Además, la joven desprende un aroma que hace fácil seguir su rastro mucho tiempo después de que se
haya ido. De hecho, cuando se le parte el cráneo al hombre que intenta forzarla en el baño, el aceite
que derrama su cerebro despide el mismo olor de Remedios, “que seguía torturando a los hombres más
allá de la muerte” (268). Cabe destacar la presencia de los alacranes en esta escena, animales que
simbolizan el mal, el peligro y, en su grado máximo, la muerte. La presencia de estos arácnidos en la
novela volverá a aparecer en otras oportunidades.
Por último, el ascenso de Remedios debe ser considerado como un suceso milagroso. En este caso,
su desaparición hace referencia a la asunción de la Virgen María en el imaginario católico, quien se eleva
en cuerpo y alma, virgen y sin atravesar la muerte, hacia el cielo.
Hoy más que nunca necesito recordar a este mágico personaje, en el que tanto he pensado en los
últimos días. Me gustaría transmitir en la medida de lo posible una pequeña parte de toda la magia de
este personaje, porque, a veces, la literatura es estremecedoramente similar a la realidad, y es entonces
cuando podemos pensar que realmente todo estaba escrito, que el mundo es un libro secreto donde
está prohibido leer, como afirmaban Bacon, Emerson o Carlely; o a la inversa, como decía Mallarmé: El
mundo existe para llegar a un libro. Poco importa cuál sea el orden.
De Remedios la bella, personaje que Gabriel García Márquez perfila maravillosamente en Cien años
de soledad lo primero que se destaca es su belleza. El hecho de que García Márquez utilizara la palabra
«bella» o no otras como «hermosa» o «preciosa» no es casual, ya que «bella» apunta etimológicamente
a la belleza del alma. Para referirse a la belleza física se utiliza la palabra «hermosura». En efecto, a
Remedios la bella se la describe como la criatura más bella que se había visto en Macondo . En un primer
momento el lector puede caer en un error común y pensar que se refiere únicamente a una belleza
física, pero después de leer algunas páginas encuentra la respuesta evidente: Remedios la bella debe su
belleza física a la belleza de su alma.
Remedios la bella, siempre paseándose desnuda por su casa, sin ninguna malicia, evocando un
tiempo en el que Adán y Eva iban desnudos, un tiempo de pureza absoluta, donde no había lugar para la
maldad, porque la bondad más absoluta lo ocupaba todo. Eso es Remedios la bella, la bondad absoluta.
Un ser lleno de belleza, ajeno al infinito número de pretendientes que la rodean y la increpan,
muriéndose «por sus huesos». Los hombres quedaban completamente fascinados ante este personaje,
caían rendidos a sus pies, dispuestos a emprender las locuras más tortuosas para conseguir una sola
mirada.
De Remedios la bella dice García Márquez: no era un ser de este mundo. Esta frase pone en
evidencia las fuentes que García Márquez había tomado para contruir el personaje de Remedios la bella.
Juan Rulfo ya había escrito en Pedro Páramo, de su personaje llamado Susana San Juan: Una mujer que
no era de este mundo. Está claro que el personaje de Remedios la bella está basado en el de Susana
San Juan, pero García Márquez ha transformado de cierta manera el personaje, hasta tal punto que ha
conseguido superar el modelo previo. Rulfo tiene tendencia a crear en Pedro Páramo personajes dobles,
por lo que Susana San Juan manifiesta una doble cara: por un lado tiene una inocencia absoluta, pero
por otro lado parece esconder una cara lujuriosa y salvaje, que se manifiesta en sueños. García Márquez
ha depurado el personaje, librándolo de su lado oscuro completamente. Tal vez se pueda pensar que así
ha simplificado enormemente el personaje, pero desde luego, no cabe la menor duda de que lo ha
llenado de un halo misterioso, de una bondad silenciosa, de una inocencia perturbadora, capaz de volver
locos a los hombres.
Añade además García Márquez: (…) Era completamente simple. Parecía como si una lucidez
penetrante le permitiera ver la realidad de las cosas más allá de cualquier formalismo. Ese era al menos
el punto de vista del coronel Aureliano Buendía, para quien Remedios, la bella, no era en modo alguno
retrasada mental, como se creía, sino todo lo contrario. (…) Úrsula, por su parte, le agradecía a Dios
que hubiera premiado a la familia con una criatura de pureza excepcional (…). Más adelante añade: (…)
Remedios, la bella, fue la única que permaneció inmune a la peste del banano. Se estancó en una
adolescencia magnífica, cada vez más impermeable a los formalismos, más indiferente a la malicia y a la
suspicacia, feliz en un mundo propio de realidades simples. No entendía por qué las mujeres se
complicaban tanto la vida con corpiños y pollerines, de modo que se cosió un balandrán de cañamazo
que sencillamente se metía por la cabeza y resolvía sin más trámites el problema del vestir, sin quitarle
la impresión de estar desnuda, que según ella entendía las cosas era la única forma decente de estar en
casa (…).
Una de las características más impresionantes de Remedios la bella es el olor que desprende: (…)
Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido
jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. En el corredor de
las begonias, en la sala de las visitas, en cualquier lugar de la casa, podía señalarse el lugar exacto en
que estuvo y el tiempo transcurrido desde que dejó de estar. Era un rastro definido, inconfundible, que
nadie de la casa podía distinguir porque estaba incorporado desde hacía mucho tiempo a los olores
cotidianos, pero que los forasteros indentificaban de inmediato (…). Hasta el punto de que llega a
afirmar del cadáver de uno de sus muchos pretendientes aquello tan impresionante de: (…) Estaba tan
compenetrado con el cuerpo, que las grietas del cráneo no manaban sangre sino un aceite ambarino
impregnado de aquel perfume secreto, y entonces comprendieron que el olor de Remedios, la bella,
seguía torturando a los hombres más allá de la muerte, hasta el polvo de sus huesos (…).
Pero una de las escenas más impresionantes de Cien años de soledad es el momento en que
Remedios la bella asciende por los cielos. No se puede decir que Remedios la bella muera, porque en
ningún momento se menciona la palabra “muerte”. Lo que ocurre es que asciende a los cielos, como el
ángel que siempre fue, demostrando una vez más que no era de este mundo:
Más tarde, cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara
cubierta con una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que
muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil de su
corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por muchos
motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la
tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en el carnaval sangriento,
pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz de dar
una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos de
familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y
repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo
demostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la
buena de Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas,
madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en
sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso
doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había
empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez
intensa.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de
las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de
sus pollerones y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella,
empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza
de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le
decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que
abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde
terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no
podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.