Cullen C. Llerena (FALLO 53.420)
Cullen C. Llerena (FALLO 53.420)
Cullen C. Llerena (FALLO 53.420)
LLERENA, Baldomero
CSJN, 07/09/1893, Fallos 53:420
HECHOS:
El apoderado del gobernador provisorio de la provincia de Santa Fe, nombrado
por la revolución que derrocó -el treinta de julio de 1893- el Gobierno
establecido, inició demanda ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación
contra la persona que lo depuso invocando una ley de intervención federal, a
la que califica de inconstitucional por haber sido sancionada violando el
procedimiento previsto en la Constitución a tal efecto. La Corte Suprema de
Justicia de la Nación, por mayoría, declaró que carecía de jurisdicción para
entender en la demanda.
SUMARIOS:
2.- Cada uno de los tres altos poderes que forman el Gobierno de la
Nación aplica e interpreta la Constitución por sí mismo cuando ejercita las
facultades que ella les confiere respectivamente, razón por la cual no compete
a la Suprema Corte examinar -con relación, en el caso, a la pretendida
inconstitucionalidad de una ley de intervención federal- la interpretación y
aplicación que las Cámaras del Congreso han dado al artículo sesenta y uno de
la Constitución.
3.- Las cuestiones políticas son sólo cuestiones de soberanía y, si bien la
Constitución no ha dado al poder judicial la facultad de dirimir conflictos entre
el Gobierno Nacional y los gobiernos de Provincia, tampoco puede
pretenderse que la Constitución ha impuesto a éstas el deber de acatar, sin
recurso, las medidas políticas del Gobierno Federal que sean contrarias a la
Constitución. (Disidencia del Dr. Varela).
TEXTO COMPLETO:
Los precedentes de los Estados Unidos están en un todo conformes con esta
doctrina, consagrada por sus leyes, por la práctica constante de sus
Gobiernos, establecida por las decisiones de sus tribunales, y enseñada por
los comentadores de su Constitución.
DISIDENCIA
Los poderes del Congreso están definidos y limitados; y, a fin de que esos
poderes no fuesen olvidados ni equivocados, están ellos escritos en la
Constitución.
Pero se objeta que, no todas las causas que versan sobre puntos regidos por
la Constitución, pueden producir casos judiciales, por cuanto hay muchos
actos emanados de los poderes políticos de la Nación que no pueden servir
de materia a un juicio ante los Tribunales Federales.
Pero cuando una ley o un acto del Poder Ejecutivo estén en conflicto con las
disposiciones, derechos y garantías que la Constitución consagra, siempre
surgirá un caso judicial, que podrá ser llevado ante los tribunales por la parte
agraviada.
Pero ¿cuáles son esas cuestiones políticas que escapan al juicio de los
tribunales de la Nación?
Como éstas, son todas las "cuestiones políticas" que la Corte Americana ha
declarado que no caen bajo su jurisdicción; y, cuando han aplicado estas
reglas del derecho internacional, a las relaciones entre los gobiernos locales
de Estado y los Estados Unidos, han limitado su declaración de
incompetencia a aquellos actos políticos, en que había un reconocimiento o
un desconocimiento expreso de un Gobierno de Estado por el Gobierno de
los Estados Unidos.
Se discutía en el caso "Doe et al. v. Baden" (Howard, 16, 1°, 635) la validez de
una concesión de tierra hecha por el Rey de España, anexa al tratado por el
cual fue cedida la Florida a los Estados Unidos. Se argumentó la falta de
facultades constitucionales con que el Rey de España había procedido,
sosteniéndose que si el poder ejercido por él en tratado, residía en algún
departamento del Gobierno Español, éste serían las Cortes.
Las leyes políticas caen bajo el peso de los tribunales de la nación, que, sin
vetarlas, pueden declararlas inocuas. Las cuestiones políticas son
completamente ajenas al Poder Judicial, y sólo pueden resolverse por el
Congreso y el Presidente de la República, siendo sus resoluciones obligatorias
para todos los poderes y habitantes del país.
Basta citarse a este respecto, como comprobación de ese aserto, los dos
casos producidos ante la Corte de los Estados Unidos, por los Estados de
Georgia y Mississipi, con motivo de las leyes de reconstrucción de los Estados
del Sud, después de terminada la guerra de secesión.
Pero hay todavía algo más expresivo y aplicable a estas cuestiones, en uno de
estos dos casos de la jurisprudencia norteamericana.
Sin embargo, poco tiempo después de ese fallo, el mismo Juez Chase,
fundando entonces la opinión de la Corte de Estados Unidos, en el caso de
"Texas v. White" (Wallace, 7, pág. 700), tuvo oportunidad de establecer sus
doctrinas y hacer triunfar sus teorías, acaso explicando los motivos de su
disidencia en el caso anterior.
En ese fallo se estudió la cuestión de competencia, para establecer si Texas,
que aparecía en el pleito como demandante, era o no un Estado de la Unión
Americana.
En el fondo, la Corte declaró que Texas nunca había dejado de ser un Estado
de la Unión Americana, y que lo había representado legalmente tanto el
gobernador electo popularmente después de la rebelión, como el gobierno
militar nombrado por el Presidente, y como el nuevo gobernador político,
surgido de las leyes de reconstrucción dictadas por el Congreso. Pero, como
el fallo sólo se refería, en esa parte, a la personería del Estado de Texas, la
cuestión constitucional sobre la validez o nulidad de los actos políticos del
Congreso y del Presidente a propósito de la reorganización de los estados
rebeldes, no tenía que ser examinada por el tribunal.
Esto, no obstante, el Juez Chase, que había disentido del fallo de la Corte, en
el caso de "Georgia v. Stanton", en cuanto se declaraba incompetente "por
razón de la materia", por tratarse de una cuestión política, parece que
hubiera querido, en el caso de "Texas v. White", dejar establecido que la
Corte no trataba la misma cuestión política, sólo por no ser la que estaba en
discusión en ese caso, pues de otra manera la habría tratado.
Debe de allí deducirse, lógicamente, que si los actos del Presidente hubiesen
estado en discusión o si éstos se hubieran ejercido en nombre de leyes que
no fueran constitucionales, la Corte se habría considerado autorizada para
determinar lo necesario respecto de esos actos, aunque fuesen puramente
políticos.
En cuanto al juicio de la Corte, sobre las leyes políticas, basta abrir los
volúmenes de sus fallos para encontrar muchos de ellos que las juzgan.
Entre las medidas que siguieron a las leyes de reconstrucción de los Estados
Unidos, después de terminada la guerra civil, el Congreso dictó una ley, con
fecha primero de mayo de mil ochocientos setenta y cinco, garantiendo a los
que habían sido esclavos una igualdad perfecta de derechos con los demás
habitantes de los Estados Unidos, pretendiéndose que esa ley era dictada
con motivo de las enmiendas XIII y XIV de la Constitución. Esa ley imponía
penas a los que impidiesen el goce completo de esos derechos a los
ciudadanos de cualquier raza o color, y, como algunos propietarios de
hoteles y empresarios de teatros negasen la entrada en sus establecimientos
a los negros, la Corte tuvo cinco casos en que se discutió la
constitucionalidad de esa ley.
Pueden ellos verse en el tomo ciento nueve, página tres y siguientes de los
fallos de la Corte de los Estados Unidos, y allí se verá que la ley fue declarada
inconstitucional en cuanto a su aplicación, en los Estados de la Unión; no
pronunciándose el tribunal, en cuanto a su eficacia sobre los territorios
federales y el distrito de Columbia.
Del hecho de existir una prohibición sobre los Estados, no nace el derecho
del Congreso para dictar leyes que los afecten directamente, interviniéndolos
para hacer efectivas aquellas prohibiciones.
Es, sin duda alguna, también una facultad eminentemente política la que
tienen el Presidente de la República y el Congreso para hacer tratados con las
naciones extranjeras; pero de esta circunstancia no puede deducirse que la
validez de las cláusulas de esos tratados, cuando ellas son contrarias a la
Constitución Nacional, no puedan ser traídas al juicio de los tribunales
nacionales.
Ese tratado no fue canjeado, y por tanto, no está vigente; pero él fue hecho
por el Presidente de la Confederación Argentina; fue sancionado por el
Congreso Nacional, y se encuentra inserto en la publicación oficial de la
"Colección de tratados celebrados por la República Argentina", en el tomo
primero, página quinientas cuarenta y cuatro.
La Corte creyó que esa ley del Congreso invadía en una parte los derechos de
los Estados, y aun cuando ella importase el cumplimiento de un compromiso
internacional, sus artículos fueron declarados nulos (Baldwin v. Frank, U. S.
C., vol. 120, pág. 768).
La ley que reconociese la existencia de una nueva provincia sería, pues, una
ley eminentemente política, y el acto por el que se declarase legal el
gobierno constituido en ese nuevo Estado argentino, sería, igualmente, un
acto político.
Seguramente no.
Podrían citarse otros muchos casos en los que la Suprema Corte de Justicia
de los Estados Unidos, se ha ocupado de estudiar y deducir puntos afectados
por leyes puramente políticas; sobre todo aquellas en que se han puesto en
cuestión las enmiendas XIV y XV de la Constitución norteamericana,
tendientes a garantir los derechos políticos de los negros, tan combatidos
por la legislación y por los actos de los Gobiernos de los Estados del Sud.
La Corte de los Estados Unidos ha dicho: "Un caso ocurre dentro del
significado de la Constitución siempre que cualquiera cuestión respecto a la
Constitución, leyes o tratados de los Estados Unidos, han asumido tal forma
que el Poder Judicial es apto para actuar en ella (Osborn v. United States
Bank, Wheaton, 9, pág. 819. Ex-parte Michigan, Wallace, 4, p. 211 y 114).
Y sin embargo, en uno y otro caso, lo que estaría en juicio no sería el acto del
Interventor, que es sólo un instrumento de la ley, sino la ley misma, lo que
viene a demostrar, con toda evidencia, que las leyes políticas caen bajo el
juicio de los tribunales federales, no sólo cuando afectan derechos civiles,
sino cuando afectan derechos de cualquier naturaleza, que la Constitución
Nacional ha garantizado a las Provincias o a los particulares.
Es indiscutible que, entre las facultades de los poderes políticos del Gobierno
Federal, está incluida la de reconocer la legalidad de los gobiernos existentes,
tanto en las naciones extranjeras, como en las provincias que forman la
Unión Argentina.
Sobre esa decisión política no hay recurso legal alguno, por que jamás podría,
de ese conocimiento, surgir una cuestión judicial, emanada de la
Constitución o en pugna con ella.
Hay, sin embargo, una cuestión grave a este respecto, que es menester tener
en consideración, sobre todo en nuestro país, donde estas cuestiones son
todavía completamente nuevas.
En el caso que hoy está pendiente de esta Corte, no hay ley ni acto alguno de
los poderes políticos de la Nación que hayan declarado que, en la provincia
de Santa Fe, no existe un Gobierno republicano.
El Senado aceptó los diplomas presentados por el señor Rojas, y rechazó los
presentados por el señor Lascano.
Para que su personería sea aceptada prima faciae, bastan esos documentos,
cuya autenticidad ha sido acreditada por el certificado del Director General
de Correos y Telégrafos de la Nación.
Si, más tarde, se han producido actos oficiales, que hayan cambiado las
condiciones de aquel Gobierno, esos actos no han sido judicialmente traídos
al conocimiento de la Corte, o es, precisamente, contra ellos que se dirige la
demanda (Luther v. Burden).
Así también lo ha creído la Suprema Corte de los Estados Unidos, en los casos
citados en que se impugnó la constitucionalidad de las leyes de
reconstrucción. Allí fueron los Gobiernos provisorios de los Estados de
Mississipi y de Georgia, quienes promovieron las demandas, una contra el
Presidente Johnson y la otra contra el Ministro Stanton, y la Corte no objetó
la personería de esos Estados, por más que sus Gobiernos habían sido
expresamente desconocidos por las leyes del Congreso, que suprimiendo la
existencia misma de esos Estados, convirtiéndolos en circunscripciones
militares.
Esos Estados habían sido rebeldes y sus autoridades habían sido dominadas y
depuestas por las fuerzas legales de la Nación, después de sangrienta guerra.
Los Gobiernos que invocaban ante la Corte la representación de esos
Estados, eran simples Gobiernos de hecho, que se habían organizado,
después de la rebelión, por grupos de ciudadanos sin carácter de autoridad, y
que habían mantenido correspondencia y habían enviado comisiones al
Presidente de la República. Su origen no era electivo, y, sin embargo, en
ninguno de los dos casos citados, la Corte se ocupó de desconocerles el
carácter que ellos invocaban como demandantes, limitándose en un caso
(State of Mississippi v. Johnson), en el que el Presidente era el demandado, a
declarar que: "Es verdad que un Estado puede promover una demanda
original ante esta Corte, y es verdad que, en algunos casos, ella puede ser
dirigida contra los Estados Unidos. Pero estamos convencidos de que esta
Corte no tiene jurisdicción en una demanda tendiente a impedir que el
Presidente ejerza las funciones de sus deberes oficiales; y que, por tanto,
semejante demanda no puede prosperar entre nosotros" (Wallace, 4, pág.
501).
Para los Estados Unidos, según las leyes y los debates del Congreso, los diez
Estados que se sublevaron, habían dejado de ser Estados de la Unión, para
convertirse en territorios conquistados por medio de las armas.
Es verdad que hay un caso notable (Texas v. White) en que para los efectos
civiles y en cuanto se refería a derechos de terceros, la Corte declaró que
Texas nunca había dejado de ser un Estado de la Unión; pero en lo que a la
política se refiere, la decisión de los departamentos políticos de la Nación,
fue otra.
Sometidos por la fuerza, los Estados del Sud, fueron considerados por el
Congreso como meras agrupaciones reunidas sobre territorios conquistados,
que debían organizarse no con arreglo a las leyes preexistentes en ellos, sino
con arreglo a leyes del Congreso, que dictaban las reglas de la
reorganización, entrando en todos los detalles de ella, desde las condiciones
que debían tener los electores, hasta los procedimientos que debían
emplearse para dejar establecido el nuevo Gobierno constitucional en cada
Estado.
El caso en que ocurre ante esta Corte Argentina, el Doctor Cullen, a nombre
del Gobierno Provisorio de Santa Fe, es completamente distinto.
En el caso de Georgia y los demás Estados rebeldes, era una cuestión política
la formación de los nuevos gobiernos, porque se trataba de "una
reconstrucción" de Estados, bajo nuevas disposiciones constitucionales; en el
caso de Santa Fe todo lo que el Congreso ha dispuesto es la reorganización
del Gobierno ordinario regular, desaparecido por la revolución, pero con
arreglo a las mismas leyes en vigor.
Como entre nosotros, en los Estados Unidos, también, han tenido los
tribunales que estudiar estas cuestiones, y más de una vez, lo han hecho
reconociendo la validez de esos Gobiernos provisorios.
En el caso Cross v. Harrison (Howard, 16, pág. 164), la Suprema Corte de los
Estados Unidos, estudiando las facultades del Gobierno local, que, en la Alta
California, siguió al tratado de paz, después de la guerra con Méjico, trajo a
su examen la legalidad de ese Gobierno, declarando que, aun cuando el
territorio había sido conquistado por los Estados Unidos, y después cedido
por Méjico, el Gobierno provisorio existente al tiempo de la cesión, era el
Gobierno legal, y continuó como tal hasta que el Congreso, en uso de sus
facultades constitucionales para legislar sobre los territorios federales, lo
reorganizó.
Aunque la materia que produjo ese juicio fuese sólo una cuestión de
impuestos, no puede dejarse de reconocer que el punto capital en debate, y
la base de la resolución de la Corte, fue la legalidad de aquel gobierno que
creó los impuestos.
En los fallos de esta Suprema Corte (tomo 1°, pág. 59) se encuentra uno que
podría bien tener aplicación a las teorías antes desarrolladas. Una revolución
derrocó en mil ochocientos sesenta y ocho al Gobernador de Corrientes, don
Evaristo López, quien, después de haber presentado su renuncia y de haberle
sido ésta aceptada, salió a campaña, organizó fuerzas, y pretendió recuperar
el Gobierno. Titulándose Gobernador legal de Corrientes, celebró un
contrato para la proveeduría de sus fuerzas, y, más tarde, ese contrato
motivó el caso ante esta Corte, por demanda traída por los contratistas
contra la provincia de Corrientes. La Corte conoció en la demanda, y, al
rechazarla el nuevo Gobierno de aquella Provincia reconoció que: "era cierto
que una revolución popular puso al señor López en el caso de renunciar; pero
que las revoluciones se legalizan por el asentimiento de los pueblos, y el
orden que de ellas surja, cuando se consolida, es legal. Que así sucedió con la
revolución hecha al señor López, etcetera, etcetera".
Es, precisamente, por ese motivo que, tanto Taney como Chase han
reconocido que "en el ejercicio de las facultades conferidas por la cláusula de
la garantía (de una forma republicana), como en el ejercicio de todos los
poderes constitucionales es indispensable reconocer una discreción
necesaria en la elección de los medios a emplearse al efecto"; pero el notable
fallo que consigna este principio, agrega, sabia y prudentemente, que es
esencial, sin embargo, que los medios que se empleen sean necesarios y
adecuados para llevar a efecto el poder acordado para la restauración del
Estado a sus relaciones constitucionales, bajo una forma republicana, y que
ningún acto se ejecute, ni se ejerza autoridad alguna, ya sea que esté
prohibido o ya sea que no esté autorizado por la Constitución" (Wallace, 7,
pág. 629).
Luis V. Varela.