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El Encuentro en el Desierto
INTRODUCCIÓN:
Pero Moisés no estaba exento de influencias negativas. Vivía en un reino donde el anhelo por el
poder, las riquezas y el honor era predominante. Delante de sus ojos podía contemplar el poder de
la injusticia. Hacía parte de un pueblo esclavo mientras vivía entre los poderosos de la tierra. Veía
los días de azotes, cargas, hambre, enfermedades y muertes que su pueblo sufría. Su madre lo hizo
crecer creyendo que sería él el gran libertador de su pueblo, que los libraría de la esclavitud que
vivían si él se mantuviera firme en la confianza en Dios. Llenándose de esta seguridad, creía que
podría hacer algo por su pueblo, y un bello día mientras caminaba por las calles de Egipto ve a un
egipcio golpeando a un hebreo; enfurecido y lleno de deseo de libertad, mata al egipcio y esconde
su cuerpo en la arena. Y al día siguiente encuentra a dos hombres de su pueblo peleando entre ellos
e intenta llamarle la atención al agresor seguro de tener moral para hacerlo, y se encuentra con la
mayor acusación de su pecado: “¿piensas matarme como mataste al egipcio?” Éxodo 2:14.
Temiendo por su vida, Moisés huye y pasa a vivir en Madián, donde allí forma una familia y se torna
pastor de ovejas.
No había nada de diferente en el desierto aquel día, no estaba menos calor durante el día ni menos
frio en la noche, allí no había un altar, tampoco Moisés estaba buscando piedras para armar a uno.
Allí no había una imagen de Dios en que Moisés podría ir todos los días a prestar un culto de
adoración. No había nada indiferente a un desierto. La diferencia era la presencia de Dios. Dios no
necesita cosas para mostrar su santidad, no necesita imágenes, no necesita comprobar su
existencia, no necesita hacer maravillas ni realizar milagros para que podamos creer en su
existencia, santidad y poder. Su presencia hace que nuestra casa, la calle, el trabajo, el colegio, la
universidad, la casa del vecino, el supermercado, la iglesia, cualquier lugar sea santo. Cualquier lugar
es lugar para el Omnipresente manifestarse y llamarnos por nuestro nombre. Dios solo necesita que
tú y yo nos atrevamos a querer saber quién Él es.
Éxodo 3:7-14
Dios se revela a Moisés, sin rodeos, sin ocultarse declara quien es, pero también qué quiere. Dios
tenía un plan para la vida de Moisés, tenía un plan para su pueblo. Dios no nos llama por llamar, ni
tampoco para dejarnos donde estamos. Moisés no estaba haciendo nada malo allí, pero el
propósito de Dios no era que se quedara allí, no era que mantuviera dudas, incertidumbres y
preocupaciones. Dios había permitido los años en el desierto para que, en la sencillez de aquella
vida, Moisés fuera sensible a la desafiante voluntad del Señor cuando le fuera manifestada. Quería
sacarle a Moisés de la condición en que estaba, pero para ello Moisés debería aceptar y cumplir la
voluntad de Dios. El Señor no podría hacer nada más que mostrarse si Moisés no aceptase cumplir
su voluntad.
No es suficiente para Dios que él se revele a nosotros. Él no quiere que tan solo sepamos que él
existe, su poder ilimitado no puede avanzar en una mente y corazón que no quiere obedecerle. Dios
nos llama para cumplir su voluntad, para presentarnos su plan, para involucrarnos en su plan de
salvación, para que veamos su gloria, su majestad, su poder, para que confesemos quien es Él y
como nos ha librado. Dios no nos quiere convencer por ojos, sino por la fe. Entre tantas lecciones
que podemos sacar de esta historia no está ahora la discusión de si Moisés aceptase o no librar el
pueblo de Dios, el Señor podría llamar a otro. La gran lección que quiero destacar es si Moisés sería
capaz de creer y obedecer.
Moisés con sus temores intenta convencer a Dios de que su plan está mal pensado. No cree que sea
bueno lo suficiente para cumplir lo que Dios le pide. “¿Quién soy yo para que vaya al Faraón y saque
de Egipto a los hijos de Israel?” v11. La respuesta de Dios comienza con “Yo estaré contigo…” v.12.
Dios trataba de decirle que no importa quienes somos sino Quién está con nosotros. Él nos
acompaña, por eso seremos capaces de cumplir lo que nos pide.
Moisés aún creía que el plan estaba mal elaborado, la desconfianza de su hermano hebreo de años
atrás echaba sobre él la inseguridad de que el pueblo no le creería, no lo aceptaría, quizás burlarían.
¿Cómo podría convencer al pueblo de que Dios le apareció y lo envió a ellos? “…me preguntarán:
‘¿Cuál es su nombre? Entonces ¿qué les responderé?” v13. “Le respondió Dios: ‘Yo soy el que
soy…”v14.
En la mente y cultura hebrea solo uno es. O sea, el gran YO SOY solo Dios es, los demás están. Los
verbos ser y estar son de significados claros cuando un hebreo quiere decir quien es Dios y quienes
somos nosotros. O sea, Dios es padre, nosotros estamos hijos, porque el único que “ES” es Dios. Por
eso los judíos buscaron tanto la muerte de Jesús, declaraban que Él blasfemaba al decir “Yo soy el
pan de vida”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino”, “Yo soy la luz”, “Yo soy”, etc.
Porque con eso el mismo Cristo se declaraba Dios, el único que es.
¿Comprendes lo que está pasando con Moisés? Era el mismo Cristo que estaba allí hablándole,
invitándole a cumplir su voluntad. El gran YO SOY había bajado del cielo para mostrarse un pobre
hombre que este no había sido olvidado. En la mente de Cristo no estaba un Moisés condenado por
haber matado a alguien. Él conocía la culpa y el dolor que ella causaba en su hijo. Sabía del
arrepentimiento que Moisés sentía. Pero Moisés no sabía que los ojos del perdonador estaban sobre
él. No sabía que ya había recibido el perdón. No sabía que su nombre aún estaba en la mente de
Dios. Por eso, Cristo lo llamó por su nombre, le presentó su voluntad y lo desafió a aceptarla y
cumplirla. A través de la obediencia, Cristo haría de Moisés un nuevo hombre, declarado en la biblia
como el hombre más manso de la tierra.
Moisés no conocía los planes de Dios, pero Dios conocía lo que haría de su hijo.
Cristo no se detuvo en ir al encuentro de su hijo inquieto. Sabía qué era lo que Moisés necesitaba.
Quería colocar delante de los ojos de Moisés increíbles maravillas que lo harían creer más y más en
el Dios del cielo. Quería que Moisés lo tuviera como su amigo íntimo, quería mostrarle su gloria.
CONCLUSIÓN:
Querido amigo, nosotros conocemos esta historia. Sabemos cuantas veces Moisés intentó impedir
que Dios actuara en él. Cuantas excusas Moisés intentó dar aun cuando Cristo estaba delante de él.
Pero también sabemos la paciencia que tuvo Jesús para convencer a su hijo a obedecerle y caminar
por fe. Porque Cristo no desiste de hacernos conocer su voluntad. Él no desiste de revelarse,
manifestarse, y hacerse conocido por el más miserable de los hombres de la tierra.
Mas allá de manifestarse para revelarse como Dios real, más allá de llamarnos para incumbirnos una
misión, Cristo nos llama para cumplir sus planes en nosotros. Moisés no era el mejor de los hombres
para ser el libertador de Israel. Él era alguien que Dios escogió para salvar. No era solo pensando en
el pueblo esclavo que Dios apareció a Moisés, Dios pensaba en su siervo que vivía en una mazmorra
de incertidumbres y culpa. A través de Moisés, Dios haría maravillas entre los egipcios para que toda
la tierra conociera el Dios de Israel. A través de Moisés, Dios abriría el mar rojo, haría salir agua de
la roca, haría caer el maná del cielo, presentaría sus mandamientos al pueblo. A través de Moisés,
Cristo dejaría la historia humana marcada para siempre.
Moisés vio la gloria de Dios, Moisés fue llevado para el cielo y muchos años después Moisés fue
enviado a la tierra para consolar a Jesús en el monte de la transfiguración. Moisés nunca más fue lo
mismo después de haber decidido creer en Aquel que no le apareció en forma humana, pero le
habló directamente al corazón.
Y tú ¿qué esperas de Dios? No esperes a un Dios que te hará todas tus voluntades para que entonces
creas en Él. Dios no actúa así. Él no se oculta, ni se esconde. Pero se manifiesta para que aceptemos
su voluntad y seamos nuevas criaturas en Él y con Él.
Cristo tiene cosas increíbles para hacer contigo y a través de ti. El Dios que acompañó a Moisés no
ha cambiado, Él aun puede abrir mares, sacar agua de rocas, hacer caer pan del cielo, temblar la
tierra. etc. Él quiere hacer muchas más maravillas en tu vida. La gran cuestión es ¿Tú quieres?
¿Quieres conocerlo? ¿Quieres obedecerlo? ¿Quieres dejar el desierto? Si lo aceptas hoy, le darás la
oportunidad de cambiar completamente tu historia. El mismo lugar donde está Moisés hoy es el
destino de aquellos que aceptan hoy cumplir la voluntad de Dios más allá de tan solo saber que Él
existe.
2.El Encuentro en el Monte
INTRODUCCIÓN:
¿A quién aquí le gusta decepcionarse? ¿A quién le gusta el fracaso? ¿A quién le gusta la expectativa
frustrada? ¡Por supuesto que a nadie! Es posible que ni mismo a los masoquistas les guste tanta
sensación de impotencia. Estudios comprueban que los pensamientos negativos, el fracaso y las
decepciones son factores poderosamente relevantes que llevan a muchas personas a buscar ayuda
psicológica, y en muchos casos donde hay el rechazo por ayuda terminan con el fin de la vida de la
persona. En este preciso momento hay millares de personas intentando suicidarse, y otros millones
de ellas pensando en cuán fracasada o miserable está su condición. ¿Cuántos aquí nunca pasaron
por un momento de fracaso? ¿Cuántos nunca han experimentado el amargo sabor de la decepción?
No existe ser humano en la tierra que esté exento de estas situaciones. Ni mismo entre los flamantes
personajes bíblicos hay el escape de tales sensaciones desanimadoras.
2 REYES 19:1-4
Parte I: LA FRUSTACIÓN
Elias es el profeta conocido por su osadía. Hombre valiente, desinhibido, atrevido, determinado;
temía a Dios con todo su corazón y cultivaba un profundo celo por la adoración al verdadero Dios.
Trabajaba incansablemente intentando hacerle entender al pueblo la voluntad del Señor, hacía
constantes llamados a que volvieran al camino de la rectitud y obediencia. El hombre con fe
suficiente para orar e impedir que lloviera en la tierra por 3 años y medio. Aquel que enfrentó
valientemente a un rey corrupto y su esposa idólatra. Aquel que con su confianza en Dios desafió a
la viuda de Sarepta a darle de comer y ver el milagro que el Señor le haría en su casa por largos días.
El mismo que a través del poder de Dios resucitó al hijo de la viuda tiempos después de haber estado
en su casa. Aquel que, con un toque de su cayado en el agua, hizo abrir el rio Jordán. ¡Este era Elias!
El capítulo anterior al que leímos narra el más poderoso momento de la vida Elías, el momento en
que llama al monte Carmelo todo el pueblo de Israel, todos los profetas de Baal y el rey Acab. Todos
allí estaban para el gran desafío donde el verdadero Dios sería conocido. El desafío era sencillo: orar.
Orar y pedir a su dios que haga caer fuego del cielo y consumir el sacrificio ofrecido. Conocemos
bien la historia. Por largas horas estuvieron los profetas de Baal clamando, hiriéndose el cuerpo,
haciendo ritos de magias para despertar la voluntad de su dios a que hiciera caer fuego del cielo, sin
embargo, nada pasó. Hasta que se levanta Elias, un único hombre, entre las otras centenas de
personas, que estaba seguro de que el Dios del cielo se manifestaría y revelaría su poder. Después
de pedir que por 3 veces 4 cántaros de agua fueran derramados sobre el sacrificio, el altar y la leña,
Elías oró y en alta voz clamó a Dios que mostrara a todo el pueblo quien era el verdadero Dios. El
fuego cayó del cielo consumiendo el sacrificio, el altar de piedras y toda el agua que había allí.
¿Quiere mayor prueba? Allí estaba claramente manifestada la gloria del verdadero Dios. Y una vez
comprobado, todo el pueblo adora a Dios y junto a Elías, eliminan de entre ellos a todos los 400
profetas de Baal, quitándoles la vida.
Cualquier hombre que estuviera viviendo lo que vivió Elias, estaría lleno de satisfacción por ver como
fue comprobada su fe y como el Señor que sirve es poderosamente real. Elías se sentía así, hasta
que recibe un mensajero que le entrega un aviso de muerte: “Traigan los dioses sobre mi el peor de
los castigos, si mañana a estas horas no he puesto tu persona como la de uno de ellos”. v2. La reina
más cruel de la historia prometía quitarle la vida al profeta de Dios. Prometía no descansar hasta
ver su cabeza cortada como lo hizo a sus falsos profetas.
Elias esperaba que después de todo lo que sucedió en el monte habría seria reforma en el pueblo,
rey y reina. Esperaba que finalmente todos se arrepintiesen y volvieran a Dios. Pero, al recibir la
amenaza de Jezabel, se frustró, se desalentó su fe. Quizás por un momento pudo haber pensado
que se esforzó en vano, que nada cambiaría y Dios ya no podría hacer nada. Temió por su vida, huyó
desconcertado. En su corazón sintió una profunda decepción, al punto de preferir la muerte que ver
el fracaso. “Basta ya, Jehová, quítame la vida, pues no soy mejor que mis padres.”
¿Existe alguna semejanza entre este episodio de la vida de Elias y episodios de nuestra vida? ¿Sería
imposible que situaciones semejantes nos sucedieran? ¡Por supuesto que no! Elias era hombre de
carne y hueso como todos nosotros lo somos. Somos seres que fracasan, que se equivocan, que
sienten que a veces se esfuerzan mucho para lograr algo que aparentemente es bueno, pero que
pareciera haber sido en vano. ¿Sientes que estás corriendo contra el viento? ¿Sientes que ya has
intentado de todo para cambiar las cosas, pero nada sucede? ¿La expectativa de cambios te ha sido
frustrada porque nada es diferente? ¡Sea bienvenido al club de los desconcertados! Bíblicamente
sabemos que esto va a suceder en un momento u otro de nuestra vida. La Palabra de Dios nunca
mintió con respecto a lo difícil que sería permanecer de pie y lograr las mayores victorias. El mismo
Cristo dijo que “en el mundo tendréis aflicciones”. ¿Pero, y qué? ¿Nos contentaremos en saber que
decepciones acontecen y debemos ceder a ello? La Palabra de Dios no nos enseña así. La historia de
Elias no termina así.
II REYES 19:5-7
En cuanto Elias le pide a Dios que se le quite la vida, Dios le envía un ángel para alimentarlo.
Mientras tu y yo nos quejamos con Dios de la condición en que estamos viviendo, Dios nos envía el
cielo para devolvernos el vigor y la fuerza. Mientras estamos aferrados al sentimiento del fracaso,
Dios envía el consuelo. Elias estaba cansado, sobrecargado, mentalmente desgastado. Pero Dios no
le cuestiona el desfallecimiento de su fe, sino que lo alimenta para que otra vez pueda ver la
manifestación de su gracia y amor.
Notemos que el ángel cuando por segunda vez despierta a Elias para que se alimente dice:
“Levántate y come porque largo es el camino que te resta.”v7. Y el versículo siguiente dice: “Se
levantó, pues, comió y bebió. Fortalecido con aquella comida, anduvo cuarenta días y cuarenta
noches hasta Horeb, el monte de Dios.”v8. Querido amigo, ¿era para Elías estar allí debajo de un
enebro lamentándose con Dios? ¿Era para que Elias caminara otros 40 días y 40 noches en el
desierto? Claramente la respuesta a estas preguntas es ¡NO! Si Elias hubiera descansado su fe en el
Dios que ya le había enviado cuervos que lo alimentara en el desierto, no temería la amenaza de
muerte de una mujer incrédula. Si Elias hubiera guardado la fe en Aquel que le había atendido la
oración y hecho caer fuego del cielo delante de toda la multitud, no temblaría su corazón pensando
que un ser mortal intentaría quitarle la vida. Pero por desfallecer su fe, Dios lo llevó a un camino
más largo no para encontrar respuestas, sino para encontrar más fundamentos para mantener la fe
firme en el Omnipotente.
Nosotros somos los que hacemos con que Dios nos lleve a otros tipos de situaciones para entonces
comprender que, si hubiéramos creído desde un principio, la protección, el cuidado, las providencias
de Dios se hubieran visto con claridad sin la necesidad de cultivar sentimientos fracasados. No era
necesario tantos días de peregrinación. Era posible que Elias contemplara otro milagro divino al
quedarse donde estaba sin temer la amenaza de Jezabel. Pero él prefirió impulsivamente huir por
su vida. Dios no lo condenó, pero lo llevó a peregrinar para comprender. Dios llevó a su siervo hasta
el “monte de Dios”, el mismo monte en donde había centenas de años antes aparecido a Moisés
por medio de una zarza ardiente; el mismo monte donde Él declaró al pueblo de Israel su eterna ley.
Allí el Señor lo hizo llegar para que pudiera verlo.
II REYES 19:9-13
Cristo fue al encuentro de su siervo. Pero no se acercó a cuestionar por qué Elias había huido, por
qué había temido, por qué no le puso fe. El Señor se acercó preguntándole: “¿Qué haces aquí?” En
otras palabras, “¿qué te llevó a huir?”, “¿cuál es el problema?”, piensa, raciona. “¿Qué haces aquí?”.
Tu respuesta a Dios también es que ¿solo tu intentas y nada funciona?, ¿solo tú has sobrado entre
aquellos que creyeron que Dios podría hacer algo, pero nada pasó? ¿La culpa no es de tu fe débil
sino de la incapacidad de Dios de completar la obra que tú comenzaste? ¿Solo tú haces tu parte?
El Señor se hizo mostrar a su siervo, no se reveló en un fuerte y poderoso viento que rompe montes
y quiebra peñas, no se reveló en un terremoto, no se reveló en el fuego, sino que se reveló a través
de un silbo apacible. Elias había creído que, con el derramamiento del fuego sobre el sacrificio, todo
el pueblo se rendería a la soberanía del Dios que hace grandes señales. Pero Dios quiso revelarse en
la sencillez de un silbo apacible para hacerle entender a Elias que “no es siempre la obra que se
realiza con la mayor demostración la que tiene más éxito para cumplir sus propósitos.” PR 124.2
“Es la suave vocecita del Espíritu Santo la que tiene poder para cambiar el corazón humano.” PR
124.3
No es lo que tú y yo hagamos, no serán las incontables señales extraordinarias de Dios lo que nos
hará mantener la fe en Él y no temer el fracaso ni las amenazas de la vida. Es el ceder a la dulce y
suave voz del Espíritu de Cristo que nos llevará a mantenernos firmes en medio de las decepciones
y frustraciones que nos tocarán en la vida. Solo la influencia del Espíritu Santo en nuestro corazón
realizará todos los cambios para cada situación difícil, compleja y frustrante que estemos viviendo.
Es el Espíritu Santo quien nos presenta la persona de Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos lleva a los
pies del Salvador. Fue el Espíritu Santo quien condujo la peregrinación de Elias hasta el monte de
Dios para allí ver al Señor. Fue el Espíritu Santo el que decidió tener esta historia en la Biblia para
que tú y yo podamos entender el Dios que ven a nuestro encuentro sin importar cuál sea la situación.
CONCLUSIÓN:
Querido amigo, ¿qué haces aquí? ¿Cuál es tu fracaso? ¿De donde o de quién estás huyendo? Dios
vino hoy a tu encuentro. Cristo vino hoy a este lugar para revelarse a ti. Pero no esperes señales y
prodigios. No esperes ver lo extraordinario para que tengas fe. No resistas en ceder al silbo apacible
de la voz de Cristo en tu corazón.
Elías creía que solo él había hecho algo por Dios, solo él se había esforzado, solo él había ido hasta
el fin de sus fuerzas para ver la manifestación divina. Pero Dios le mostró que él estaba engañado.
II REYES 19:15-18 termina este episodio de la vida de Elias de manera increíble. Él ahora debería
volver todo el camino que había recorrido, toda la ruta que su temor le hizo recorrer, volver al lugar
donde fue amenazado y allí Dios le presentaría a Elías otros siete mil hombres que no doblaron sus
rodillas ante Baal ni sus bocas lo besaron. Elías iba a ver que en la misma tierra donde él fue
amenazado habría muchos otros que también luchaban, también se esforzaban, también creían,
también eran animados y fortalecidos por el mismo Dios.
¿Crees que solo tú te estas esforzando? ¡No te engañes, amigo! Dios tiene a muchos otros que como
tú y yo están luchando en esta vida, y a todos ellos la protección, el cuidado, las providencias divinas
les son otorgados. ¡No estamos solos! ¡Tenemos a un Dios que viene a nuestro encuentro!
¿Qué esperas? Vuelve donde tu fe se desfalleció, recógela del piso y vuelve a mirar hacia arriba. No
espero el fuerte viento, no espere el terremoto, no espere el fuego, da oídos a la dulce voz de Cristo
que te pregunta que haces aquí y seas atrevido y firme lo bastante para decir: “Señor, yo vine para
tener un encuentro contigo y no más salir de cerca de ti.”
3. El Encuentro en el Fuego
INTRODUCCIÓN:
El orgullo humano es un gran causante de males. Por él, personas pisan en las otras creyendo que
se harán grandes. Por él, personas ignoran unas a las otras, se critican, se autodestruyen.
Cada actitud nuestra afecta todo en nuestro entorno. Nuestras decisiones influyen en los demás,
aunque no querramos admitir eso. Y cada decisión implica una pérdida, por eso no podemos
simplemente decidir por decidir. Sin embargo, nuestra manera de vivir la vida, nuestros principios,
nuestra visión espiritual es lo que facilitará o dificultará la toma de decisiones. La lógica es
indiscutible: decidir bien implica vivir bien, decidir mal implica vivir mal. Las consecuencias siempre
vienen, no las escogemos, simplemente llegan y debemos convivir con ellas.
En la biblia tenemos innumerables historias de personas que tuvieron que tomar decisiones. Pero
lo curioso es que no son decisiones referentes a cosas sencillas de la vida. En la biblia una única
decisión es suficiente para que todo lo demás sea elegido con prudencia o insensatez. La Palabra de
Dios nos insta a decidir quién es el que estará en el trono de nuestro vivir: ¿Dios o nosotros? De esta
decisión depende todo lo demás que compone nuestra vida.
Nabucodosor es el rey más orgulloso de la historia bíblica. Si bien es cierto Dios le había otorgado
riquezas, poder, pompa, fama y autoridad, el rey no reconocía que todo lo que tenía no le
pertenecía. Algunas veces llamado por Dios en su Palabra como “Mi siervo Nabucodosor” (Jeremías
27:6; 43:10), era un blanco del cielo, pero ignoraba todo intento divino.
Después de haber tenido un sueño aterrador, donde veía una estatua compuesta por diferentes
tipos de metales y una piedra que de la nada se caía del cielo sobre los pies de la estatua y la
desmenuzaba completamente, se puso inquieto por largas horas hasta recibir de Daniel el
significado de este. Le fue extendido delante de sus ojos la voluntad y soberanía divinas; el futuro
de la historia humana le fue revelado por Dios y en esta revelación, Nabucodosor era el rey más
poderoso de la tierra, representado por una cabeza de oro, uno los metales más caro del mundo,
figurando un reino de excelencia, Nabucodosor componía el imperio que sería el más soberano
durante su existencia. Pero el rey no estuvo satisfecho con esta revelación, aunque reconoce el
poder de Dios de ser el único que puede interpretar sueños, su orgullo le impide aceptar que su
reino no será para siempre. Mirando a sus fortalezas y el poder de su imperio, no entendía ni
aceptaba pensar en la hipótesis de ser derrotado por otras naciones.
Con la ambición cultivada, el rey decide construir una estatua que refleja su orgullo, no semejante
a la de su sueño donde su reino era representado por una cabeza de oro, sino que era
completamente de oro, representando su deseo de soberanía perpetua. Todo un evento fue
preparado, música, fiesta, comida, y una orden: que toda rodilla se doble delante de estatua en
reconocimiento de que Nabucodosor era el soberano de la tierra y debería ser adorado. ¿El precio?
¡La vida! Porque cualquiera que rehusara adorar a la estatua seria lanzado en un horno de fuego
ardiente.
En todo el campo de Dura estaban hombres y mujeres del pueblo de Dios que habían sido llevados
cautivos a Babilonia. En medio de toda la multitud convocada de todo imperio babilónico, habian
israelitas que conocían al Dios verdadero y sabían que adorar a otros dioses era declarar rebelión al
Dios altísimo. Pero la música tocó, las trompetas sonaron, y de toda la multitud, apenas 3 hombres
se mantuvieron de pie. ¡Impresionante! ¿Dónde estaban los que conocían el Dios verdadero? De
una multitud, tan solo 3 hombres decidieron no doblarse delante de alguien que no es Dios.
Amigos, juzgamos a todos los demás de la multitud porque doblaron sus rodillas. Pero si
estuviéramos nosotros en aquel día, considerando la vida espiritual que tenemos hoy, ¿nos
mantendríamos de pie o también doblaríamos las rodillas? No me refiero a lo mucho que podamos
conocer de la verdad, no importa cuanto conozcamos, todo el conocimiento es suficiente para
decidir por lo correcto, pero pensamos que “Dios entenderá”, “Él sabe que mi corazón es de Él, pero
no necesito exponerme tanto”, nos escondemos en estas excusas mediocres y esperamos de Dios
las bendiciones del cielo. Nos olvidamos que el gran contexto de nuestra historia permea en quién
serviremos, quien queremos que sea nuestro señor. Decimos que queremos conocer a Dios, pero si
Él exige cambios de hábitos, cambios de comportamiento, o quizás un día de la semana para
guardar, es demasiado. Preferimos mantenernos apenas en el conocimiento, pero no en la
experiencia relacional. Preferimos creer en la fantasía espiritual de que Él siempre estará con
nosotros que decidir obedecerle a Él cueste lo que cueste.
La mayoría de las personas de hoy viven una vida miserable porque prefieren seguir sin hacer
cambios, creyendo que Dios en un momento u otro hará caer del cielo el milagro que ellas esperan.
¡Dios no actúa así! Su palabra es clara al declarar que Él honra a aquellos que lo honran. Dios es fiel
pero no es tonto.
Sadrac, Mesac y Abed-nego representan a los pocos que deciden por Dios sin el temor de cuál es el
precio que esta decisión requerirá. Representan todos aquellos que son probados, que enfrentan
problemas y dificultades, pero que no pueden negar al Dios que nunca les ha abandonado.
Daniel 3:16-18
Ellos rehusarán doblar sus rodillas, rehusaron prestar culto a una estructura que no tiene vida, no
se mueve, no escucha, no habla. Rehusaron doblarse delante del poder humano. No eligieron el
fuego, eligieron a Dios. Esta decisión fue suficiente para ponerlos en problemas serios. ¿Quién dijo
que los seguidores de Dios tendrán vida fácil? ¿Cuál es la promesa bíblica que declara una vida
tranquila exenta de problemas para los que eligen a Dios? ¡No hay! La biblia dice en 2 Timoteo 3:12
que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo padecerán persecución...” No existe un
cristiano que no afronte problemas y dificultades, sin embargo, no son los problemas que nos alejan
de Dios, ellos tienen la función de acercarnos al Señor; es la dureza de nuestro corazón lo que nos
impide probar de una vida de fe y recompensas eternas.
Cuando estos tres hombres permanecieron de pie, ellos se comprometieron con el futuro,
Apocalipsis 2:10 relata la promesa: “Se fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” Estos
hombres no sabían que sucederían dentro del fuego. No sabían que pasarían un milagro,
simplemente sabían que el Dios el cual ellos conocían es suficientemente fiel y poderoso para hacer
todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos. Ellos sintieron el calor del fuego,
sintieron el olor de la muerte, pero eso no era más valioso que la alegría de estar en paz con el
Salvador.
Se engaña el que piensa que el precio fue probar el miedo de la muerte. El precio fue ¡ver a Cristo!
Fue allí en el valle de la sombra y de la muerte que El que es “la resurrección y la vida" fue a su
encuentro. El fuego era tan destruidor que los hombres que echaron a los amigos de Daniel en el
horno murieron instantáneamente, sin embargo, estos tres jóvenes atados por las manos y pies
entraron allí sin saber que ya dentro del fuego había Uno que les esperaba. Cristo no llegó después,
de lo contrario el fuego los hubiera consumido, Cristo ya estaba esperándoles allí para pasear con
ellos en medio del fuego.
¿Consigues entender a este Dios? Él no impide que tu y yo pasemos por problemas, seamos
probados, pero su presencia en toda y cualquier situación es la manera sorprendente que Él toma
nuestro problema como suyo y nos hace pasear en paz.
¿De que lado estás? Puede que me digas: “¿Pero no me ves aquí?” “Yo creo en Dios, sé que Él existe,
es poderoso, es mi salvador”, “Vengo a la iglesia siempre”, “Intento hacer mis oraciones
diariamente”, “¿aún dudas que estoy del lado de la verdad?”. No es sencillo así. Por ello quiero
confrontarte con la verdad: Porque si la verdad dice que no debemos codiciar nada de nuestro
prójimo ¿por qué sigues codiciando? Si la verdad dice que debes dejar el alcohol y los cigarrillos,
¿por qué sigues entregado a estos vicios? Si la verdad dice que debes amar a tu esposa como a ti
mismo ¿Por qué sigues maltratándola o anhelando el divorcio? Si la verdad dice que el día de guardia
es el sábado, ¿por qué estás transgrediendo este día? Si la verdad dice que el que cree y fuere
bautizado será salvo, ¿por qué aún no te has bautizado? Si la verdad dice que debemos amar al
prójimo como a nosotros mismos, ¿por qué continúas hablando mentiras contra tu vecino, amigo o
colega de trabajo? ¿Por qué sigue hiriendo personas? ¿De qué lado estás?
En aquel día, en el campo de Dura, mucha gente creyó que era solamente doblar las rodillas, nada
más. Decidieron cambiar el cielo por cosas pequeñas de la tierra. Creían que no sería nada demás,
pero no entendían que estaba declarando que Dios no les era suficiente, que la vida y su
mantenimiento dependía solamente de ellos y preferían seguir solos que contar con el Dios
verdadero. ¿Qué diremos nosotros hoy para Dios?
CONCLUSIÓN:
Me llama la atención que el pasaje bíblico no relata ninguna palabra de los tres jóvenes después de
haber salido del horno de fuego. La biblia comenta que todos los gobernadores, sátrapas y
consejeros del rey se juntaron para mirar a los tres hombres, y vieron como el fuego no había tenido
poder alguno sobre sus cuerpos y ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas,
intactas, ni siquiera olor de fuego tenían. ¡Uau! Todo eso impresionó a todos estos hombres. Pero
ninguna palabra fue pronunciada por los tres jóvenes. ¿Y sabe qué es lo que me imagino? ¿Qué
palabras podrían pronunciar después de haber estado con Jesús escuchando de sus labios palabras
que por supuesto fueron de animo y esperanza? Me imagino a estos líderes paganos examinando a
cada uno de los jóvenes mientras ellos permanecían admirados mirando el horno de fuego
deseando volver allá para seguir en la dulce presencia del Salvador.
No era necesario que ellos dijeran nada, los ojos del rey habían reconocido Quien era el que estaba
con ellos en el fuego, los líderes paganos habían presenciado el milagro indiscutible; nada
necesitaba ser dicho, y tampoco nada sacaría de la mente de aquellos jóvenes en momento increíble
de haber estado físicamente con Jesús.
Querido amigo, ¿estás ahora orando a Dios pidiéndole que cambias tus circunstancias? ¿Estás ahora
suplicándole al Señor que quite de una vez por todas la carga que está pesando sobre sus hombros?
¿Por qué no permites que Dios vaya a tu encuentro ahí mismo donde el problema es más ardiente?
¿Por qué no deja de lamentarse y experimente entrar en el horno creyendo que allá adentro ya está
Aquel que tiene todas las soluciones listas para cambiar tu vida?
Abandone el orgullo, ignore la ambición. La fuerza no está en ti. No será solo que va a superar todas
las cosas. Si no dejas ahora que Dios asuma el control de tu vida, el fracaso vendrá y la frustración
podrá ser fatal. Pero si te atreves a guarda la fe, y doblar tus rodillas solamente ante el Dios del cielo,
vivo, real y verdadero, ni siquiera olerás a quemado; verás la gloria de Dios y te impresionarás con
lo que Él tiene para decirte en medio a las llamas del fuego.
4.El Encuentro en la Oscuridad
INTRODUCCIÓN:
¿Cuánto estamos dispuestos a luchar por lo que queremos? A lo largo de la vida de todos nosotros,
debemos tomar decisiones importantes y muchas veces de inmediato. Especialmente cuando se
refiere a nuestro destino eterno, no hay mucho tiempo a perder pensando en qué debemos dejar a
un lado, en vista de ganar el bien más precioso que es estar en la presencia de Jesús. Cuando Jesús
viene a nuestro encuentro, viene dispuesto a sorprendernos. Pero siempre permite que seamos
nosotros los que decidamos qué hacer con lo que Él nos ofrece. La biblia es repleta de historias que
llenan nuestro corazón de la certeza de que nada es mejor que encontrarnos con el Salvador.
Marcos 10:46-48
Parte I: LA NECESIDAD
En esta historia Jesus había decidido ir a Jericó, la biblia no especifica todo lo que hizo Jesus allí, pero
por supuesto hacia parte de las ciudades, aldeas y lugares que Él iba con sus discípulos a sanar,
curar, y salvar.
Al salir de allí una gran multitud acompañaba por Jesús, y sentado junto al camino había alguien que
conocía la fama de Jesús, pero que no sabía donde Él estaba, por cuales calles caminaban, ni
tampoco como era su rostro. El ciego Bartimeo conocía a Jesús por oír hablar de Él. Y me imagino
que en su mente guardaba el pensamiento: “Ojalá un día pudiera yo hablar con Él y presentarle mi
pedido.” Bartimeo no era ciego desde que nació. Por alguna razón, en algún momento de la vida,
Bartimeo perdió la vista. Y viviendo en los tiempos que vivía, era considerado un pecador que
desgraciadamente cargaba con las consecuencias de su pecado oculto y por ello le castigaba el
Señor. Por lo tanto, no era digno de tener amigos ni ser considerado por las demás personas. Tal era
su condición que allí sentado junto al camino, mendigaba.
Pero aquel día era un día diferente, el movimiento por las calles estaba distinto. Había mucho ruido,
se escuchaba muchos pasos, mucha conversación. Bartimeo entendió que algo pasaba y se atrevió
a preguntar a cualquiera que se le acercó, que es lo que sucedía. Como respuesta él escuchó lo que
su corazón por tanto tiempo esperaba: “¡Es Jesús de Nazareth!”. ¡No era posible! El ciego que no
podría ir al encuentro de Cristo ahora lo tiene allí, muy cerca. En la oscuridad de su vida, ve brillar la
luz de esperanza. Y sin pensar dos veces en qué podría hacer para llamarle la atención del Salvador,
grita como nunca: “Jesus, Hijo de David, ten misericordia de mi”. Aun con la multitud que hablaba,
y muchos que le decía que se callara, más fuerte era su clamor: “Ten misericordia de mí”. Los otros
no tenían, a los otros él no les importaba, pero Bartimeo no necesitaba de la multitud, él reconocía
que necesitaba de Cristo.
¿Será que hay alguien acá con la misma condición de Bartimeo? Alguien que no es tan apreciado
por los demás, que le gustaría encontrar a Jesus, pero no sabe donde encontrarlo; que está
vagueando por los caminos de la vida mendigando atención y cuidado; que intenta buscar auxilio,
pero se encuentra con una multitud que quiere hacerle callar. ¿O que simplemente un día pudo ver
las maravillas de Cristo, pero ahora ha perdido la vista, no sabe donde está el Salvador y no puede
ir a su encuentro?
La buena noticia es que ¡hoy Jesús decidió pasar por __________(nombre del lugar donde
predicará)! Hoy el Señor está aquí, y ¿qué tienes para decirle a Él?
Mateo 10:49-52
Los gritos de Bartimeo no fueron ignorados por Jesús. En la ausencia de una respuesta, Cristo le
probaba la fe y la determinación. El hombre que sentía ser aquella su primera y quizás ultima
oportunidad, grita cada vez más alto y el Salvador se detiene, manda que lo traigan a Él, y lo mira
con ternura y compasión. Sin embargo, Cristo sorprende una vez más, al comenzar el diálogo con la
pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”
¿Por qué Jesús hace tal pregunta? ¿De casualidad no sabía Él que el hombre era ciego? ¿El Salvador
del mundo no sabía cual era la necesidad de aquel que clamaba por misericordia? ¿Por supuesto
que sí! Cristo nunca hace una pregunta porque desconoce la respuesta. ¡Cristo hace preguntas para
que nosotros encontremos nuestra real necesidad! Al preguntarle a Bartimeo qué quería que le
hiciera, Cristo le daba la oportunidad de pensar si estaba seguro de lo que pedía, si verdaderamente
entendía su pedido.
Aun siendo un hombre despreciado por muchos, Bartimeo recibía limosnas de las personas. Algunos
quizás con el simple hecho de mostrar que hace algo bueno podrían darle monedas, otros por pena
podrían ayudarle a encontrar el camino de casa, pero una vez recobrada la vista, ya nadie más le
prestaría la misma ayuda, nadie más podría sentir la obligación de hacerle algo. Ahora debería
buscar sus medios de ganarse la vida, no sería alguien digno de pena para que suplicara limosnas de
los demás. Ahora solito debería encontrar el camino de casa. Ahora debería probar a su familia que
era un hombre digno, que no tenía un pecado oculto que lo condenaba. Debería luchar para ser otra
vez encontrado por la sociedad como un hombre de bien y digno de respeto. Su dependencia de los
demás estaría puesta a un lado si quisiera ser sanado. “¿Qué quieres que te haga?”
El ciego no pudo pensar en otra cosa que no fuera volver a ver. No podría pensar en qué dirían o
qué pensarían los demás. Con firmeza le pide a Jesus: “Maestro, que me recobre la vista”. “Hazme
ver”.
Queridos amigos, ¿cuántos somos valientes para hacer este pedido a Jesús? Bartimeo desconocía la
capacidad del hombre que estaba delante de él. No sabia que Jesus es poderoso para hacer mucho
más de lo que pedimos o pensamos. Entendía que Él lo podría hacer volver a ver, pero no sabia que
lo que vería sería más que paisajes, personas, la ciudad, etc. Pedir algo a Cristo es permitirnos ser
sorprendidos y pasar por un proceso de cambio que no siempre será tan cómodo. ¿Tenemos la
valentía de afirmar a Él que queremos ver?
CONCLUSIÓN:
Jesús no resistió el deseo de darle vista al ciego Bartimeo. Exactamente para eso se detuvo para
hablar con él. Cristo tocó los ojos del hombre y estos al abrirse no vieron otra cosa más que no fuera
el rostro del Salvador. Me imagino que por algunos instantes la luz incomodó a los ojos de Bartimeo,
él parpadeó una y otra vez y en todas las veces que sus ojos se abrían, era Jesús quien le estaba
mirando. Bartimeo ahora debería encarar la responsabilidad de volver a ver y cruzar su mirada a la
del Salvador. Escucha de los labios de Jesus que “su fe le ha salvado”, que sus pecados le fueron
perdonados, que es si un hombre digno.
Queridos amigos, noten que para atender al llamado de Jesus e ir a encarar el mayor desafío de su
vida, Bartimeo dejó todo lo que tenía para ir de inmediato al encuentro del Señor. Una simple capa
con la que cubría su vergüenza de pecador delante de la sociedad, la botó y fue camino al encuentro
tan esperado. Desafiado por la pregunta de Cristo no resiste a pedir que le haga ver y al abrir los
ojos vio lo que su mente nunca lo imaginó. Al cruzar con la mirada de Jesús y escuchar que su fe le
había salvado, Bartimeo sintió y percibió que el hombre que estaba delante de él conocía toda su
vida. Entendía por él estaba allí mendigando, conocía su familia, sabia de sus pecados, pero no le
cuestionaba nada. Al ver a Jesús sintió su llamado para una nueva vida. Sabia que no más podría ser
el mismo, reconocía que a partir de aquel día no era solamente dejar de mendigar, era seguir a
Aquel lo hizo volver a ver.
Encontrarse con Jesús no siempre es algo sencillo. Nos exige tomar decisiones que requieren
sacrificios. Para Bartimeo debería abandonar la capa y olvidar la dependencia triste que tenía de la
compasión ajena. Le costaría buscar ahora por si mismo el camino de casa, significaría decidir seguir
o no a quien le recobraba la vista y le devolvía el sentido de la vida. Y para nosotros, pasar a ver
costará abrir mano de lo poco que tenemos y que nos aferramos para probar de lo mucho que el
Señor nos ofrecerá.
El Señor se dirige a ti y a mi hoy preguntándonos “¿Qué quiere te haga?” El mayor anhelo del
Salvador es hacernos felices, sanarnos, perdonarnos, transformarnos. Pero ¿estamos realmente
dispuestos a esto?
¿Estás pensando en que te dirán los demás si decides clamar por la misericordia de Jesus? ¿Piensas
si alguien tendrá o no compasión de ti? ¿Piensas si seguirás por este camino solo o si tendrás ayuda?
Ah amigo, mira como termina la historia: “Al instante recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.”
No hubo otra mayor alegría para Bartimeo. No hubo otra reacción que no fuera seguir a Jesus por
todo el camino, todos los días, todas las horas, toda la vida.
Encontrarse con Jesús es nuestra mayor necesidad, y el precio del sacrificio que nos sea exigido no
es nada comparado a lo que Él hace al instante en nuestras vidas. Pasamos a ver lo que antes no
veíamos, pasamos a ser felices como antes no éramos, tenemos la paz que antes no sentíamos,
encontramos amigos que nunca imaginábamos que existían, encontramos soluciones que ni
siquiera imaginábamos, disfrutamos la vida como nunca antes soñáramos. No porque dejamos de
tener problemas, ni tampoco porque ya no más lloraremos o sufriremos, sino porque tenemos a
nuestro lado al que declara que nuestra fe nos ha salvado y su mirada de amor eterno nos convence
de que nunca más estaremos solo en todo el camino.
¿Qué esperas? ¡Salga de la oscuridad! No dejes que Jesús salga de la Jericó de tu vida sin decirle hoy
que tenga misericordia de ti. Él va a detenerse mediante tu pedido y tu probarás de la gracia del
encuentro con la luz del mundo.
5. Al Encuentro de la Fe
INTRODUCCIÓN:
La vida cristiana es una experiencia peculiar. Sin temor a equivocarme puedo afirmar
que todos prueban de la misericordia y fidelidad de Dios en todos los aspectos, sin
embargo, no estamos exentos a las dificultades, días sin sol, momentos sin
tempestades. Dentro de esta perspectiva algunos se confunden en la decisión de
aceptar a Jesús porque esperan una vida de bonanzas y tranquilidad y juzgan mal el
carácter de Dios cuando las cosas no van como les gustaría.
La gran equivocación humana es creer que Dio s actúa según nuestras perspectivas y/o
expectativas, que vive para atender nuestras necesidades como si fuera una lámpara
mágica del mago que realiza tus deseos personales. Dios está siempre un paso más
adelante, nunca se retrasa, nunca es encontrado desa percibido, no es tomado de
sorpresa, no pierde el control. Pero lo que él más valora en mi y en ti es nuestra fe.
El tesoro que Dios más busca en la tierra en la fe de su pueblo. Es la fe la única manera
que tenemos de agradar a Dios, es la fe nuestra defe nsa frente a las dificultades y los
ataques del enemigo, es la fe lo que nos justifica, es la fe lo que nos hace permanecer
firmes en el centro de la voluntad de Dios.
Lucas 5:1-11
Pedro y los discípulos eran pescadores de experiencia, fueron años de sus vidas que dedicaron a
este oficio, pero en aquella mañana no había ánimo en ellos, habían tenido una noche infructuosa,
trabajaron, dieron toda su fuerza, pero no habían pescado nada. ¡No había pez! Aquella noche no
lograron el sustento para sus casas, y no imaginaban que Jesús conocía todo el esfuerzo y fracaso
de ellos.
Me imagino que la realidad de muchos de nosotros acá no es muy diferente de esta. “Todo mi
esfuerzo he puesto en este trabajo, pero nada he conseguido”, “hace años estoy orando por mi hijo,
pero él sigue en el mundo”, “He dado todo para esta mujer, pero ella no me valora”, “he dedicado
toda mi vida por mi esposo, pero él no me nota, no me ayuda, no me quiere”. “Mejor es separarnos”,
“mejor es desistir”, “no hay solución”, “Dios no me está ayudando”. Son innumerables los
pensamientos humanos frente a posibles fracasos. Tendemos a analizar lo negativo y fijarnos en él
hasta encontrar razones maquilladas para concluir que mejor es desistir que seguir intentando. La
verdad es que no hay razón en el fracaso, todo fracaso es un llamado a un nuevo intento, una nueva
oportunidad, un nuevo esfuerzo, un nuevo camino, una nueva dirección y orientación. No podemos
olvidar que lo importante no es nuestro esfuerzo, sino quien está con nosotros. Cuando Dios llamó
a Moisés, Moisés ya veía el fracaso sin siquiera esforzarse para realizar lo que Dios le estaba
pidiendo. Sus palabras para Dios fueron: “¿Quién soy yo para ir…?” y recibió como respuesta la
promesa: “Yo estaré contigo…” (Éxodo 3:11-12). El secreto del éxito está en unirse al poder divino.
Y esta es la mayor lucha humana, porque nos cuesta creer que Dios sabe más que nosotros, aun
cuando profesamos creer.
Allí llegó Jesús, buscado por todas las personas, mira la multitud con compasión y no deja de anhelar
anunciarles los principios de su reino. Jesús ya conocía a Pedro y los demás discípulos, sabía quiénes
eran y qué hacían, momentos peculiares habían compartido algunas veces, sin embargo,
curiosamente, en primera instancia, Cristo apenas se dirige a Pedro para pedirle su barca y de allí
saciar el hambre espiritual de la gente. Cristo quería que Pedro y sus compañeros escucharan sus
palabras, que estuvieron atentos a su sermón, que oyeran las palabras de fe, animo y esperanza que
estaba por entregar. Con Cristo en su barca, Pedro no podría darle excusa para irse a descansar
después de toda la noche trabajando, allí quería Cristo que él estuviera, y allí se quedó el discípulo
desesperanzado. Antes de ayudarle en su necesidad y cansancio terrenal, Cristo anhelaba ayudar,
fortalecer y transformar la vida espiritual de los discípulos.
¿Cuál crees tú que sea la prioridad de Cristo en tu vida? ¿Cuál crees que sea la principal preocupación
de Jesús contigo? ¿Qué piensas ser el primero paso que Cristo dará para ayudarte en todas tus
necesidades? ¡Cristo quiere conocer nuestra fe y bendecirnos según la eficacia de esta!
No sabemos cuánto tiempo pasó Jesús predicando a la multitud, pero intento imaginar el poder de
cada palabra. Los discípulos y toda la gente estuvieron allí atentos a cada punto y coma que salían
de los labios del gran Maestro. Y nos dice la Palabra de Dios que, al terminar de hablar a la gente,
Jesús otra vez vuelve a dirigirse a Pedro, y no hay conversación de cómo estás, cómo te sientes, ni
qué te parece hacer tal cosa; hay solamente una orden que resuena como espada de dos filos en los
oídos del discípulo: “Boga mar a adentro, y echad vuestras redes para pescar”. (v.4)
Ah amigo, esto no era así de sencillo. El cuerpo de Pedro no quería moverse de allí, el cansancio de
los discípulos les hacia anhelar unas horitas de reposo y nada más que esto. Sabían que en las aguas
claras del mar de Galilea no se pescaba durante el día, estratégicamente la noche era el momento
ideal para una buena pesca. Ellos eran los especialistas. Ellos eran los pescadores. Pero allí estaban
un hombre que no había tocado en redes, no nunca fue visto pescando en el mar, pero que no era
un hombre común y corriente, Pedro lo sabía muy bien. Había pasado un largo rato recibido cada
porción del mensaje divino. No podría simplemente ignorar las palabras de Jesús. Evitando pensar
en el cansancio, y tratando de ignorar que deseaba su cuerpo, expresa las palabras que el Salvador
quería escuchar: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado, pero en
tu palabra echaré la red” (v.5). ¡Suficiente! Nada más era necesario, tan solo creer en su palabra.
Hemos trabajado toda la noche, hemos luchado toda la vida, estamos esforzándonos por años, pero
hoy, el Señor viene a visitarnos a decir: “Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar”.
‘Esfuérzate un poco más, créame y avanza’. Cristo no está prometiendo días sin peces, hay muchos
días sin peces en la vida, hay muchos días con tempestades, días de mucho trabajo y poco resultado,
mucha expectativa y poca satisfacción, días de angustia, de aflicción. Pero es la Palabra que nos hace
llegar más allá de nuestras fuerzas. Es la orden divina que nos encamina al éxito esperado, porque
cuando Cristo manda, cuando Cristo actúa, él no hace nada por la mitad, no deja incompleto, no
falla en el intento; ¡él sorprende! “…hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca...
llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían” (v.7). Cuando Dios actúa en nuestro favor, la
bendición también alcanza a los que están en nuestro entorno. Dios no trabaja solo por uno, él actúa
para salvar a todos lo que se dejan impresionar por su poder. Nuestra vida es y será un constante
recuerdo a nuestro entorno sobre quien es nuestro Dios.
Parte III: Dejándolo todo, lo siguieron
“Pedro ya no pensaba en los barcos ni en su carga. Este milagro, más que cualquier otro que
hubiese presenciado, era para él una manifestación del poder divino. En Jesús vio a Aquel que tenía
sujeta toda la naturaleza bajo su dominio. La presencia de la divinidad revelaba su propia falta de
santidad. Le vencieron el amor a su Maestro, la vergüenza por su propia incredulidad, la gratitud
por la condescendencia de Cristo, y sobre todo el sentimiento de su impureza frente a la pureza
infinita. Mientras sus compañeros estaban guardando el contenido de la red, Pedro cayó a los pies
del Salvador, exclamando: ‘Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.’” (DTG, 213)
Amigo, los milagros de Dios nunca serán para satisfacer nuestro ego y llevarnos a buscarlo por
interés. Dios siempre se manifiesta para que a través de su santidad y poder podamos percibir cuán
indignos somos de Él y a la vez cuánto lo necesitamos. Me imagino a Pedro agarrado a los pies de
Jesús diciéndole que se apartara, pero sin poder soltarle, sintiendo que no podría separarse de él.
Porque podemos sentir nuestra indignidad, sin embargo, esta nunca deberá ser mayor que nuestro
anhelo de tener al Salvador constantemente en nuestras vidas.
El mayor interés de Jesús es estar con nosotros, desde el principio creó un paraíso para habitar con
nosotros (Génesis 1-2), el en desierto mandó que fuera construido el santuario para que pudiera
habitar entre su pueblo (Éxodo 25:8), en Canaán el pueblo debería construir el templo porque en é
habitaría la presencia del Dios de Israel (2 Crónicas 3-6), el verbo se hizo carne para habitar en
nosotros (Juan 1:14), y cuando estemos en la tierra nueva, el propio Dios habitará entre nosotros
por toda la eternidad (Apocalipsis 21:3). Esta siempre fue la intención de Dios, su plan perfecto
desde el principio. En aquel instante junto a los discípulos, el interés de Jesús era el mismo, nuestro
Dios no cambia. Por eso, la respuesta de Jesús no podría ser diferente al decirle a Pedro: “No temas;
desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10). En otras palabras, Jesús le decía: Desde ahora
estarás conmigo, trabajarás a mi lado, andaremos juntos, comeremos juntos, viviremos juntos,
hasta sufriremos juntos, yo estaré contigo. Desde ahora anunciaremos el reino de la eternidad sin
tormentas, sin frustraciones, sin dolor, sin decepciones.
Los discípulos no negaron a este llamado. La palabra de Dios nos dice que “dejándolo todo, lo
siguieron” (v.11). No podían guardar peces en el bolsillo, no podían fijarse en la cantidad de peces
que estaba allí ni hacer la cuenta de cuanto podrían recibir se los vendieran todos en el mercado.
Nada era semejante al valor de estar con Cristo. Nada era superior al tesoro de andar con él, vivir
con él, trabajar para y con él. Pablo también entendió esto después de haber tenido una verdadera
experiencia con el Autor del evangelio, el apóstol de los gentiles afirma categóricamente: “Y aún
más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo
Jesús, mi Señor. Por Él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo y ser
hallado en él…” Filipenses 3:8-9. Querido, escoger a Jesús resultará en dejar algo de nuestra vida,
esta decisión no será sencilla, somos culturalmente educados para no perder, no aceptamos la
pérdida, no podemos vernos como perdedores, y fácilmente podemos confundir las ganancias del
mundo mejores que ganar a Cristo. Pero no nos engañemos a nosotros mismos, no existe nada en
este mundo comparable a la ganancia de aceptar a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida.
CONCLUSIÓN:
Querido amigo, ¿qué momento esperas para aceptar a Jesús en tu vida? Cristo podría haber llamado
a Pedro en otro momento. La biblia revela que Andrés su hermano, después de escuchar a Juan el
Bautista declarar que Cristo era el Cordero de Dios, corrió hacía Pedro a decir que habían encontrado
al Mesías y lo llevó hasta Jesús (Juan 1:40-42), pocos días antes de la pesca maravillosa, Cristo estuvo
en la casa de Pedro y sanó a su suegra. Pero fue exactamente en este preciso momento de
frustración en la vida de Pedro que Cristo eligió manifestarse directamente por él para firmarle la fe
e impresionarle el corazón. Las frustraciones de la vida pueden ser la puerta abierta de Dios para
que conozcamos su gloria. No existe tiempo o circunstancia perdida para el Señor, él es especialista
en hacer que “todas las cosas cooperar para bien de aquellos que lo aman” (Romanos 8:28). No se
queje o murmure de la circunstancia en que estés pasando, fue después de haber pasado toda una
noche en oración, en intercesión por sus discípulos que Cristo se manifestó en medio a la frustración
de ellos, y hoy, mientras tú y yo estamos enfrentando dificultades de este lado del cielo, hay un
Cristo en el santuario que intercede por nosotros y finalmente interviene en medio de nuestros
problemas para firmarnos la fe y asegurarnos la esperanza.
Sabe, en la lógica humana no hacía sentido pescar al mediodía en el mar de Galilea, como hoy no
hace sentido guardar el sábado, no hace sentido no comer ciertos tipos de alimentos y otros si, no
hace sentido tener que guardar a 10 antiguos mandamientos en los días actuales, sin embargo, Dios
no busca la lógica humana, para él nuestra sabiduría es locura, Dios nos va a pedir cosas que quizás
sean absurdas en nuestro razonamiento, pero ¿quién dijo que Cristo busca lo que a nosotros nos
haga sentido? Cristo busca nuestra fe, porque esta sobrepasa toda lógica, toda filosofía, todo
conocimiento. ¿Qué te ha costado dejar para seguir a Cristo? ¿Te parece ilógico tener que ir contra
la teoría o creencia de todos para seguir a Cristo? No se deje llevar por la lógica del mundo. No te
engañes con las filosofías ajenas. Hoy es el día de conocer la Palabra de Dios, aferrarse a ella y dejar
todo para cumplir lo que él te está pidiendo. El Señor tiene planes mayores que los tuyos,
bendiciones mejores que las que tú pides, realizaciones más exitosas que las planeas. No hay para
ti mejor camino que el que ya caminó Jesús por ti.
En tu opinión, ¿cuál es el mal del siglo? ¿Cuál es el mayor problema hoy en nuestro mundo? Vivimos
en días tan tormentosos en la sociedad que somos constantemente bombardeados por problemas
y situaciones asustadores. Vemos crímenes anunciados por los diarios, padres que matan hijos, hijos
que matan padres; personas muriendo con cáncer, prostitución femenina y masculinas entre
adultos y adolescentes; esposas golpeando sus esposas, esposas golpeando sus maridos; drogas,
alcohol, adulterio, fornicación y todo esto también en el entorno cristiano. ¿Cuál es el mal del siglo?
¿Cuál es el problema de nuestro mundo? ¿Dónde vamos a llegar?
Lucas 5:12-13
La lepra era la más temida de todas las enfermedades conocidas en el Oriente. Su carácter incurable
y contagioso y sus efectos horribles sobre sus víctimas llenaban a los más valientes de temor. Entre
los judíos, era considerada como castigo por el pecado, y por lo tanto se la llamaba “el dedo de
Dios.” … La ley judía declaraba inmundo al leproso. Como si estuviese ya muerto, era despedido de
la sociedad de los hombres, cualquier cosa que tocase quedaba inmunda y su aliento contaminaba
el aire. El sospechoso de tener la enfermedad debía presentarse a los sacerdotes, quienes habían
de examinarle y decidir su caso. Si le declaraban leproso, era aislado de su familia, separado de la
congregación de Israel, y condenado a asociarse únicamente con aquellos que tenían una aflicción
similar.
La biblia no nos cuenta por cuenta tiempo este hombre padecía de tal enfermedad. Implícitamente
nos deja la impresión del estado de una persona que sufría todos los días las consecuencias de
desastroso mal que le había tocado. Nadie nunca sabía en qué momento podría contraer la lepra,
tampoco si era hereditaria. Lo único que si sabían era que si por alguna ironía de la vida contrajeran
la enfermedad su vida nunca más sería la misma.
Este hombre sufría en muchos ámbitos de su vida a causa de la enfermedad que le estaba quitando
todo:
- Su vida familiar fue directamente afectada dado que ya no podría estar con su esposa, hijos y
parientes porque podría contaminarlos, y consecuentemente estaba sumergido en una soledad
deprimente.
- Su vida social ahora era solitaria, ya nadie se acercaba a él, nadie lo buscaba siquiera a
preguntar cómo se sentía o si necesitara alguna cosa. Para la sociedad él era despreciado y
indigno de estar entre ellos.
- Su vida emocional estaba despedazada, no se sentía amado, mucho menos protegido. ¿Puedes
imaginar cuantas veces había pensado que no servía para nada y que mejor era la muerte que
estar en esta condición? No era valorado, no recibía cuidados ni mucho menos atención, lo
único que veía era su yo consumiéndose en la baja autoestima que progresaba.
- ¿Qué decir de su vida espiritual? Era acusado de estar pagando por pecados y recibir el
merecido castigo de Dios. Era despreciado por la sociedad y odiado por el cielo, pues todo aquel
que se contagiaba con esta enfermedad era considerado enemigo de Dios y digno de
padecimiento y castigo.
- Su físico estaba deteriorado, la pequeña mancha que en un principio apareció en alguna parte
de su cuerpo ahora le tomaba toda piel y carne de estructura corporal. Presentaba un
espectáculo repugnante. La enfermedad había hecho terribles estragos; su cuerpo decadente
ofrecía un aspecto horrible.
Desde los tiempos del profeta Eliseo con el rey Naamán, ningún otro caso de cura de un leproso
había sido visto en Israel. Largos años habían pasado y todos los condenados por esta enfermedad
no guardaban en ellos mucha esperanza. Ahora Jesús estaba allí y su fama era conocida por todos,
sin embargo, ningún leproso hasta entonces había osado arriesgarse allegar al famoso maestro a
pedirle que lo sanara. No obstante, hay algo interesante en este hombre, aún que conocía toda su
lamentable realidad, no era un conformado con su situación. Algo en su corazón le hacía sentir que
este famoso Jesús podría hacer algo por él. Al escuchar los milagros que Él hacía, su corazón ardía
con la posibilidad de que tal vez él también pudiera ser sanado como los demás que padecían otras
enfermedades. Guardaba en su corazón cada palabra que escuchaba sobre Jesús, oía decir que
todos los que se había acercado a él no eran rechazados, y aunque no podía penetrar en las
ciudades, pensaba que tal vez llegase a cruzar la senda de Cristo en algún atajo de los caminos de la
montaña, o le hallase mientras enseñaba en las afueras de algún pueblo. Las dificultades eran
grandes, pero ésta era su única esperanza.
Su enfermedad no fue mayor que su deseo de ser curado. Su padecimiento no fue mayor que la fe
que le llevaba a creer que Cristo sí podría ayudarlo. No estaba dispuesto a padecer hasta el fin de
su vida sin siquiera intentar agarrar la última esperanza que brillaba en el fin del túnel de su corazón.
Decidió ir al encuentro del Salvador. Me imagino a la multitud mirándolo con desespero y
apresurados en mantener distancia mientras él se iba metiendo entre ellos buscando pasaje para
encontrarse con Jesús. Todos en completo desespero no queriendo ser tocados y hasta intentando
impedir que él llegara a Jesús y contaminara al maestro. Pero nada fue suficiente para impedir su
determinación en mirarle al Salvador y clamar por su misericordia.
Este hombre llega al puesto más alto que el ser humano puede llegar, con su cuerpo comido por la
lepra, oliendo a carne podrida, cae a los pies del Salvador y declara una de las mayores palabras de
fe de las Sagradas Escrituras: “Señor, sí quieres, puedes limpiarme” (v. 12). Él no impone a Cristo qué
debería hacer por él, no exige, no cobra una obligación; tiene en su consciencia una voz que aún
insiste en decir que está recibiendo un castigo divino. Pero confiando en la buena voluntad del
Salvador, declara estar dispuesto a recibir lo que Él quiera dar.
Lo que él aún no conocía claramente es que Cristo es el más interesado en sanarnos, purificarnos,
rescatarnos, y darnos nueva vida. El ardiente deseo que él sentía en su corazón de correr hasta Jesús
era el mismo que Cristo le hizo sentir para finalmente acercarse a Él y recibir la dádiva de vida. Antes
tuvo que declararse públicamente que era inmundo, ahora en público escuchaba las palabras:
“Quiero, sé limpio”. Cristo quiere darnos vida, Cristo quiere nuestro bienestar, Cristo quiere nuestra
salud, Cristo quiere darnos nuevas oportunidades, Cristo quiere estar cerca nuestro, ¡Cristo nos
quiere y punto final! No hay mayor y más absoluta verdad que esta. El se hizo hombre por nosotros,
porque la eternidad no será la misma sin que tú y yo estemos allí con Él.
Este hombre experimentó de un nuevo nacimiento, probó de una nueva vida, porque no se
conformó en vivir en la condición deplorable que se encontraba. Prefirió que todos vieran que él
quería encontrar al Salvador, que todos vieran sus esfuerzos por suplicar que se realice la voluntad
de Dios en su vida. De ahí en adelante, fue un seguidor de Jesús, testigo de su poder dentro de su
hogar y en la ciudad que vivía.
¡Ah, querido amigo! Hoy no tenemos a Jesús en persona en nuestro medio sino espiritualmente
aquí. Sin embargo, él ha dejado una representación física de la purificación que ofrece a todos
nosotros los que padecemos de la lepra del pecado: el bautisterio. Para llegar allí es necesario no
estar conformado con la vida que uno lleva, es necesario no importarse con qué va a decir la gente,
es asumir la condición impura del pecado en nuestro ser, pero declarar en público el deseo de que
se cumpla en mí la voluntad de Dios; es levantarse dispuesto clamar al Señor que te purifique, te de
un nuevo comienzo, restaure tu ser por completo y revigore toda tu vida.
Al entrar en el bautisterio estamos clamándole al Señor que nos purifique, estamos declarando al
mundo que queremos ser lavados por la sangre de Jesús. Y allí, el Señor nos declara limpio, a partir
de entonces nuestro nombre es escrito en el libro de la vida, comienza la existencia de una nueva
criatura, no será una vida sin dificultades y problemas, sin embargo, será una vida de fuerza y
firmeza en el poder de Aquel que purifica, restaura, transforma y rehace. El Padre que se complace
en sus hijos sinceros y arrepentidos, declara que por la fe fuimos justificados, que nuestra fe nos ha
salvado y afirma que “no hay ninguna condenación para el que está en Cristo Jesús, nuestro Señor”
(Romanos 8:1)
La Palabra de Dios exhorta a que tomemos esta decisión en nuestra vida, innumerables veces se
repite el apelo: “Arrepentíos de vuestros pecados y sea bautizado, porque el reino de Dios se
aproxima” (Lucas 3:3). Arrepentimiento y bautismo caminan de la mano, es el mayor símbolo de un
corazón que anhela ser nueva criatura, de una mente que comprende que no hay nada mejor que
ser purificado por Cristo y vivir una vida conforme la voluntad de Él.
CONCLUSIÓN:
La lepra en la biblia es una clara representación del pecado. El pecado comienza con una pequeña
manchita, “nadie ve”, “es solo una vez”, “no hace tanto daño”, pero pronto está consumiendo toda
la carne del individuo. El pecado separa familias, destruye relacionamientos, afecta la sociedad,
causa soledad, depresión, desespero, suicidio. El pecado nos hace ingratos, culpamos a Dios por
nuestros problemas y frecuentemente miramos al cielo preguntando qué hicimos para merecer tal
castigo. El pecado consume el cuerpo, el alma y el espíritu. Es por esa razón que Satanás quiere
tanto que pequemos. En el libro de Isaías 59:1-2 la palabra de Dios declara: “He aquí que no se ha
acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras
iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar
de vosotros su rostro para no oír”. Ah querido, el diablo nos quiere ver pecando para separarnos de
Dios, para que estemos lejos del único ser que nos puede salvar, sanar, restaurar.
El pecado es como una piedrita que echamos en el lago y va formando olas y olas hasta llegar al otro
margen, afecta a todos a nuestro entorno. No pienses que tus pecados son tuyos, tú afectarás a tus
hijos, a tu esposo o esposa, a tus vecinos, a tus amigos, familiares, y hasta mismo personas que no
conoces. Porque así es el pecado. La única diferencia que hay entre el pecado y la lepra es que la
lepra era temida por todos los pueblos y el pecado hoy es acariciado por todos. No es esta la vida
que el Señor ha escogido para mí ni para ti. El pecado es despreciable, no tú. El pecado es
desechable, no tu matrimonio. El pecado es el problema, no tus hijos ni tus padres.
La única manera de vivir una vida relevante y llena de significado es eliminando de una vez por todas
los pecados que estamos cargando en los brazos hasta aquí. Hoy es día de renacimientos, de nuevas
oportunidades. ¿Qué decisión tomarás tú? Deje aquí tus pecados y declare delante del mundo que
quien te limpia es el Señor.
7. Encuentro de Liberacion
INTRODUCCIÓN:
Una de las mayores e inexplicables razones del amor de Dios por la humanidad es el hecho de
habernos creado a su imagen y semejanza. En el Edén, al ensuciar sus manos con barro, Dios dio al
hombre un precioso emblema: su imagen, su parecer, su semejanza en esencia, carácter y
propósito. Confió al hombre toda la vasta creación que había hecho, regaló un paraíso, un lugar de
delicias, lo hizo mayordomo de su más recién nacido mundo en todo el universo. La orden de
multiplicarse y llenar la tierra no era simplemente con el fin de que no vivieran solos en este paraíso,
ni tampoco evaluar la capacidad del hombre de tener hijos y hacer grande su descendencia. Dios le
estaba diciendo al hombre que multiplicara su imagen en la tierra, dondequiera que fuera visto un
ser humano, todo el universo sabría que este era un hijo de Dios porque reflejaría su imagen y
semejanza. Los seres humanos serían la eterna huella de Dios en el universo. Todo reflejaría al
Creador, recordaría su amor, su perfección, su bondad, su gracia.
Sin embargo, conocemos el desfecho de esta historia, lamentablemente el hombre no pudo cultivar
la imagen y semejanza de Dios por mucho tiempo, tampoco pudo ser el mayordomo de la creación
por largos años. El engaño fue aceptado, el pecado fue experimentado, el hombre que antes era la
obra prima de las manos del Creador ahora conocía el mal, practicaba el mal. La autoridad y poder
humano fueron subyugados por Satanás, el señorío humano fue robado por el gran engañador. El
hombre cayó, el universo fue manchado, y la imagen y semejanza del enemigo de Dios ahora es
multiplicada.
Marcos 5:1-10
Una verdad muy importante que debemos considerar es que ninguna historia registrada en la biblia
está ahí por casualidad. No es que los autores no sabían qué escribir, el Espíritu de Dios
minuciosamente inspiró a cada escritor para que cada registro bíblico cumpliera la intención de
salvación e instrucción que la biblia posee.
Precisamente en esta historia estamos delante de la mayor escena del gran conflicto entre el bien y
el mal y sus consecuencias descritas en los evangelios. De un lado un hombre en una condición
deplorable que cargaba dentro de sí una legión de demonios encabezados por Satanás; del otro
Cristo Jesús, el gran Libertador y Salvador de la humanidad, el blanco de usurpación y objeto de
envidia del diablo. En juego está la vida de aquel hombre, y en campo están los dos poderes que
luchan por la victoria, pero solamente uno está tranquilo, sereno y seguro de que ya es vencedor,
mientras el otro está desesperado y clamando por “misericordia”. ¿Tú consigues imaginar esta
escena?
Observemos bien las condiciones de este hombre: era poseído por espíritus malignos, vivía entre
los sepulcros, estaba desnudo, era violento, se golpeaba con piedras, y gritaba de día y de noche
entre colinas y cementerios. Un hombre que asustaba a todos que pasaban por allí. Todo intento de
atarlo, agarrarlo y prenderlo era vano. Él destrozaba cadenas y grilletes, “la misma apariencia de la
humanidad parecía haber sido borrada por los demonios que lo poseían, de modo que se asemejaba
más a fieras que a un hombre” (DTG, 304). “Este mísero ser que moraba en los sepulcros, poseído
de demonios, esclavo de pasiones indomables y repugnantes concupiscencias, representa lo que la
humanidad llegaría a ser si fuese entregada a la jurisdicción satánica” (DTG, 308). Era la completa
imagen y semejanza del gobierno de satanás y el mal que él puede causar en el mundo al recibir el
permiso de los hombres para dirigir sus vidas en un camino que al principio parece de luz, pero al
final conduce a la muerte.
Esta historia narra la condición actual de nuestro mundo: perdido, desnudo, envuelto entre
sepulcros, oscuridad, desesperación, miedo, violencia, desequilibrio, soledad. El hombre no está al
control, ha perdido la dirección, ha permitido su propia destrucción, no acepta órdenes, no quiere
ser detenido y vaga de un lado a otro buscando entre libros de autoayuda y manuales de éxito
financiero encontrar dentro de sí las fuerzas para levantarse y creer que él todo puede, pero al no
poder hacer nada frente una enfermedad terminal, frente a la muerte, frente al vicio de sus hijos
con las drogas o frente al abandono, percibe que al fin y al cabo, nunca nada estuvo en sus manos.
Intencional y curiosamente la historia relata que este hombre al ver a Jesús en la playa corre en su
dirección y se postra delante de él (verso 6), eso de manera alguna podría haber sido una intención
de los demonios dentro de él. Aún bajo el constante dominio del mal en su mente, en las fracciones
de segundos de su conciencia humana, aquel hombre reconoció a Jesús y dentro de sí sintió que
estaba delante del único Ser que lo podría salvar y libertar. La Palabra de Dios nos dice que Dios ha
puesto la eternidad dentro de nosotros, lo que significa que allá en el fondo de nuestra alma hay
una fuerza que desesperadamente nos impulsa a correr hacía Jesús. Es este el impulso que llevó a
aquel hombre a postrarse ante los pies del Salvador, y aunque antes que pudiera abrir la boca para
clamar por auxilio, los demonios lo tomaron otra vez, el Salvador conocía el deseo de liberación que
había en aquella alma. Cristo había llegado allí por él y no saldría sin darle una vida de paz bajo el
dominio de su Espiritu Santo.
La batalla había empezado, sin embargo, Cristo era el que estaba al control de todo, y contra su
poder los demonios no pueden hacer absolutamente nada. Satanás y todo su ejército huyen ante la
menor manifestación del poder divino, y con tan solo aparecer en la playa, aun siendo ellos una
legión, nada pudieron hacer que no fuera clamar a que pudieran apoderarse de una manada de
cerdos que allí estaba paseando y dejar libre al hombre que por mucho tiempo había sido su
prisionero espiritual, porque, frente al poder divino, Satanás no puede realizar nada cuyo Dios no le
dé el permiso. Jesús con un mandato expulsa para siempre las fuerzas espirituales de las tinieblas
de la vida de aquel hombre. Ya no era más una criatura asustadora, ya no representaba una figura
deplorable que más parecía un animal que un ser humano. Ahora estaba sentado junto al Salvador,
en plena consciencia, vestido, limpio, renovado, escuchando las palabras de esperanza del Buen
Pastor que le había rescatado.
Me gustaría detenerme a hablar muchos más detalles de esta historia y especialmente el contexto
triste que sucede al ver la reacción de las personas de aquella región, pues tenían frente a ellos la
mayor evidencia de la misericordia divina (la transformación del hombre que les causaba pánico y
terror) pero aun así rechazaron y expulsaron a Jesús de entre ellos. No obstante, quiero detenerme
en la reacción del hombre después de haber sido librado por el poder de Dios. Él ya no podía ni
quería pensar en estar lejos de aquel que le devolvió la paz de espíritu, los sueños y la esperanza.
Quería seguir a su Salvador en cada aldea, ciudad y actividad que Él fuera a estar. Pero al clamar que
pudiera entrar en la barca con Jesús, recibió la orden de ir a su casa, donde los suyos y declarar a
todos las grandes cosas que el Señor le había hecho y como le había tenido misericordia (verso 19).
El hombre que antes aterrorizaba a todos y reflejaba la imagen del dominio satánico, ahora era el
instrumento divino para salvación y transformación de los de su casa y toda su región. El que de sus
labios salían gemidos y rugidos como animal, ahora hablaba palabras de esperanza para todos.
Caminaba entre colinas y sepulcros, ahora paseaba por las calles de las ciudades testificando lo que
Cristo le había hecho. Vivía en la oscuridad de la noche, ahora en la luz del día alababa y adoraba a
su Libertador. El hombre dominado por una legión de demonios era ahora el primer misionero
enviado a los gentiles que eran despreciados por los religiosos de Israel, sin duda acompañado por
los ángeles celestiales de Dios. Él había tenido un encuentro que quizás no estuvo marcado en su
agenda, pero ya estaba registrado en el cielo y su liberación había llegado para siempre.
CONCLUSIÓN:
Si leemos los versículos anteriores a esta historia encontraremos el relato de cómo llegó Jesús y sus
discípulos a aquel lado del lago. Después de una furiosa tempestad, en que Jesús manifestó su poder
y mostró a sus discípulos que toda la creación está bajo su control y dominio, Cristo llega en Gadara
para salvar única y exclusivamente aquel hombre despreciado por el mundo. Vemos que Jesus no
fue aceptado en aquella región y consintió en salir de allí a pedido de la multitud asombrada que
vio con sus propios ojos las evidencias del milagro divino, y esto torna la historia aún más especial e
intencional: Cristo cruzó el mar y enfrentó una tempestad solo por aquel hombre.
Para mí, esta historia va mucho más allá que uno más de los milagros de Jesús. Ella revela la
verdadera liberación que tú y yo experimentaremos solamente en el gran retorno de Cristo en las
nubes del cielo. Cristo cruzó todo el universo y enfrentó la mayor tempestad de su vida en una cruz
única y exclusivamente para salvar a este mundo perdido, desesperado, dominado por las tinieblas.
Las manos que Él levantó para calmar la tempestad sin ninguna duda abrazaron al hombre que
anteriormente era esclavo del enemigo, y un día fueron clavadas en la cruz para que pronto nos
pueda abrazar y coronarnos con la corona de los que creyeron y esperaron con toda su fe el
encuentro de liberación eterna que nos aguarda. También no sabemos ni tenemos nuestra agenda
marcada con la fecha de este encuentro, pero desde un principio Dios la tiene destacada en sus
promesas incondicionales y está ansioso por llegar este momento. Allí con las manos marcadas por
clavos en la cruz, Cristo revelaba al mundo que Él está al control de toda la historia.
Es imprudente no creer y no esperar que Él venga por segunda vez. Es insensato pensar que Él
ensuciaría su cuerpo de sangre aquí, sería molido por nuestras transgresiones y permitiría que la
legión de demonios nos atormente hasta el fin de nuestra vida sin haber un porvenir, un fin, una
esperanza. Es mortal creer que Cristo nos abandonó y no hay nada más que esperar que no sea el
día en que finalmente todos morirán o simplemente más generaciones vendrán y vendrán y este
ciclo de nacer, crecer y morir será la única realidad para la raza humana.
¡Él prometió! La cruz no fue el punto final, fue el punto de partida. Desde allí en adelante Cristo
aseguró que para nosotros hay un lugar preparado. Él dejó toda su gloria, se despojó de todo para
devolvernos la imagen que Él nos dio en el Edén y lamentablemente la perdimos al escoger al pecado
que la obediencia. Pablo, inspirado por el Espiritu de Dios, afirma con vehemencia que todos
nosotros “seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la
trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros
seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52). Aunque ahora los poderes de las tinieblas intenten
hacernos prisioneros y robar de nosotros la imagen que el Señor nos dio de Él, nuestra gran
liberación se acerca, nuestra redención está próxima.
Lo que Cristo espera ahora es encontrar en nosotros a hombres y mujeres que lo puedan reconocer
en la orilla del mar de sus vidas y correr en su dirección, postrándose a sus pies, aun sin decir una
palabra, solamente dejando actuar en ellos su Santo Espíritu. Él hará el milagro de restaurar nuestras
vidas, nos pondrá palabras de testificación en nuestros labios, hablaremos al mundo las grandes
cosas que él ha hecho por nosotros y cuanto nos ha tenido misericordia. De esta manera, al verlo
en las nubes de los cielos, rogaremos poder acompañarlos, y de sus labios no saldrán palabras que
nos detengan, no nos enviará a otro lado de mundo a testificar a incrédulos y duros de corazón, de
esta vez su dulce voz dirá: “Venid benditos de mi Padre y posee por herencia el reino que vos está
preparado desde la fundación del mundo” ( ), finalmente de ahí en adelante seremos testigos para
todo el universo que llegamos allí porque Él eligió dejar de caminar por las calles de oro del cielo
para ensuciar sus pies de polvo en la tierra, decidió dejar las alabanzas y honores que recibía de los
santos ángeles para escuchar insultos y reproches en nuestro mundo, escogió dejar de usar sus
manos en la creación de nuevos mundos para mancharlas de sangre por el precio de nuestra
liberación final. Todo el universo será testigo de nuestra redención y como un único pueblo
estaremos sentados en la mesa del banquete del Cordero de Dios escuchando las bienvenidas a la
vida eterna con el Creador.
¿Tú, qué crees? ¿Qué quieres? ¿Qué esperas? ¿Hay para ti mejor esperanza que esta? ¿Buscas un
mayor milagro que este? Jesús Cristo ya viene a devolvernos nuestra imagen de hijos y nuestra
herencia eterna. ¿Querrás tú recibir esta recompensa?
8.El Encuentro con la Decisión
INTRODUCCIÓN:
Si existe algo que a mi me impresiona es el amor de Dios. Somos seres tan indignos, finitos y
prepotentes que difícilmente nutrimos una voluntad que sea compatible a la de Dios, pero Él en su
puro amor no puede mirar la vida sin pensar en concedernos perdón y llevarnos para vivir con Él
para siempre. El amor de las madres es el más cercano al amor de Dios, sin embargo, aun así, no
llega a un tercio de la plenitud de este amor que Él nos otorga. Un amor terco, que no abandona
aun cuando queremos ser abandonas. Que no ignora aun cuando hacemos de todo para ser
ignorados. Un amo no que rechaza aun cuando lo rechazamos. En su amor hay espacio para ricos y
pobres, orgullosos y humildes, avaros y sencillos, borrachos y sobrios, asesinos y honestos. Todos
para Dios son un blanco de su perdón y restauración.
En cambio, es impresionante la cantidad de excusas que tenemos para rechazar a Dios. Somos
rápidos en rehusar, ligeros en huir y prontos en intentar negociar. Una película cristiana me llamó
la atención con una frase muy significativa que dice: “Raspe cualquier pecado y encontrarás en la
superficie el egoísmo y el orgullo”. Sentimientos que ilusionan y engañan. Que nos hacen creer que
orar y estudiar la biblia en algún momento de la semana o, aunque sea todos los días, nos hace más
merecedores de la gracia y de las dádivas divinas. El egoísmo y el orgullo nos hacen creer que Dios
está para hacer lo que queremos, cuando queremos y cómo queremos.
Parte I: ILUSIONADO
Marcos 10:17-20
El joven era un hombre de poder en medio del pueblo, gobernante entre los grandes, poseía muchas
riquezas y ocupaba un cargo de responsabilidad. Este hombre venía observando a Jesús ya hacia
algunos días, vio la manera como Cristo cuidaba los enfermos, abrazaba a los niños, trataba la gente.
El corazón de este fue conmovido por el Espíritu de Dios que atrae a la humanidad a los pies de
Jesús, y dice las Escrituras que él se arrodilla a los pies de Jesús haciendo la pregunta más
transcendental para el ser humano: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (v.17).
No era una pregunta hecha por curiosidad, era el despertar del Espiritu Santo en su consciencia, era
el comienzo de una obra divina que buscaba espacio en su corazón.
¿Cuántas veces le has tu preguntado al Señor qué debes hacer para ser salvo? Todo corazón que se
conmueve por la gracia de Cristo despertará para el compromiso de hacer algo para estar con Él. Sin
embargo, siempre será la respuesta de Dios una prueba para que examinemos la verdadera
intención de nuestro corazón engañoso. “¿Por qué me llamas bueno…?” (v.18) fue la respuesta de
Jesús. ¿Por qué soy bueno para ti? ¿Qué te ha atraído a mí? En otras palabras, Jesús quería probar
qué realmente buscaba el príncipe y qué consciencia tendría él de lo que estaba buscando. ¿Qué es
lo que queremos de Dios? Y ¿Para qué lo queremos? Este príncipe no se equivocó en buscar a Jesús,
tampoco en caerse de rodilla ante Él buscando saber qué podría hacer para heredar el Reino, su
equivoco radica en no tener en claro la responsabilidad de tener un encuentro con el Salvador y la
decisión que este encuentro requiere de nosotros.
“Los mandamientos sabes: No adulterarás, no mates, no hurtes, no digas falso testimonio. No
defraudes. Honra a tu padre y a tu madre…” (v.19). Jesús le recordaba el compromiso que como
cristianos tenemos con el cielo: guardar sus mandamientos. Sabemos con toda claridad bíblica que
la salvación se adquiere únicamente por medio la fe en la gracia salvadora de Cristo y nada de lo
que hagamos o dejemos de hacer hará con que el Señor nos dé un mejor lugar en su reino, sin
embargo, la misma claridad bíblica resalta que esta gracia requiere obediencia plena como prueba
de un corazón convertido por la gracia que transforma. No hay cielo sin mandamientos, ni
mandamientos sin Dios. El príncipe entendía eso, y creído en su justicia le declara a Jesús que todo
eso lo ha hecho desde su juventud. Estaba seguro de que poco le faltaba para asegurar su herencia
celestial, solo no entendía que ella requiere un esfuerzo terrenal mucho más allá de la letra de los
mandamientos. La respuesta de Jesús le impresiona.
Marcos 10:21-22
“Una cosa te falta… anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo,
y ven, sígueme, tomando tu cruz” (v.21). ¡Cuán cortantes fueron las palabras de Jesús! El joven creía
que sus hechos de bondad habían sido suficientes hasta allí para conseguir mayores favores con
Cristo, y ahora lo único que le faltaba era proporcional a todo lo que él tenía y era. Jesús va directo
a lo acariciado de su corazón: el amor por sí mismo. Tenía todo, había guardado los mandamientos
como la letra le mandaba, pero no tenía en su alma el amor a Dios.
Cada uno de los mandamientos citados por Jesús se refiere al amor al prójimo que es consecuencia
del amor a Dios, y Jesús al pedirle que entregara todo lo que tenía a los pobres le probaba que,
aunque hubiese guardado la ley, nunca había ejercido el amor que la ley representa, ni por Dios ni
por sus semejantes. Su orgullo y egoísmo fue desenmascarado dramáticamente dentro de sí, y su
única reacción fue abandonar al Señor con tristeza. Prefirió guardar en el corazón el amor por sus
riquezas que dejar que el Espíritu Santo le hiciera participe del amor a Dios. Amó más lo que tenía
que a Aquel que le dio todo lo que él poseía. Amó más a sí que a Quien lo creó. Amó más a sus
posesiones que el tesoro que el Hijo de Dios le prometía. Prefirió al bolsillo lleno que la Cruz vacía.
Ignorando al que le daría la vida para asegurar su herencia, sale de su presencia lleno de tristeza,
perdido para siempre.
Muchos se fijan en la amargura de alma que sintió este hombre al escuchar las palabras directas de
Jesús, pero ¿cuántos han reflexionado en el dolor que sintió el corazón de Cristo al ver a un hijo suyo
rechazando su amor por amar más al mundo? Cortante no fueron las palabras de Jesús al joven rico,
sino la mirada de decepción del joven a su Salvador y la lamentable decisión de salir de su presencia
para nunca más volver. Cuántas veces Jesús le había bendecido, cuánto lo hizo un gran hombre ante
de la sociedad. Jesús lo acompañó en su niñez, vio cuantas veces él fue instruido en sus principios,
como sus padres le enseñaron las Escrituras y los preceptos de su ley. Jesús anhelaba aquel
encuentro, y con tierno amor trató de mostrarle al joven cuál era lo mejor de su reino y qué de más
maravilloso podemos tener en nuestras vidas. Pero la decisión no es de Cristo, sino nuestra. Él viene
a nuestro encuentro, pero qué haremos en su presencia y qué decidiremos con su propuesta es
responsabilidad nuestra.
CONCLUSIÓN:
¿Qué diferencia hay entre este joven rico y nosotros? Quizás podemos pensar que no sea este
nuestro caso dado que no somos ricos, ni nacemos en una cuna esplendida poseedores de grandes
riquezas. Pero ¿quién dijo que la historia radica en las posesiones del príncipe? El centro de la
historia no está en la riqueza que el hombre poseía, sino en qué predominaba en su corazón, cuánto
estaba él dispuesto a dejar para seguir a Jesús con toda su alma. Cristo no le estaba exigiendo que
vendiera todo, si el joven hubiera dicho que sí, probablemente Cristo le diría “tu fe te ha salvado,
hijo” y todo lo vendido le podría ser multiplicado, como la historia de Zaqueo que aun devolviendo
cuatro veces más todo lo que robó, nunca dejó de ser rico. No obstante, el corazón del joven rico se
cerró para Cristo y para las influencias de su espíritu.
En esta historia es pintada nuestra condición actual. Queremos las bendiciones del cielo, creemos
estar haciendo lo correcto para obtenerlas, deseamos heredar el reino, pero no queremos hacer
nada a cambio. Queremos el cielo a precio de nada. Dejar nuestros gustos, ignorar nuestra voluntad
y hacernos sumisos a la de Dios es demasiado costoso para que Cristo no pida tales sacrificios. La
gracia debería ser más flexible, más tolerante, comprensible; es lo que inconscientemente
pensamos. Cuántos he visto abandonar las fileras de los seguidores de Jesús a cambio de un trabajo
los sábados porque “Dios va a entender que necesita pagar las cuentas”. Cuántos he visto darle la
espalda a Cristo porque dejar la vida de fornicación es demasiado difícil y “la carne es muy débil”.
Cuántos están pasando para más allá del alcance de la gracia porque prefieren guardar sus pecados
en el bolsillo que limpiarse en la sangre de Cristo haciendo un compromiso de entrega diaria con Él.
Ah querido, el cielo es para los que perseveran. Cristo conoce nuestra condición de pecadores, pero
nos eleva a la posición de victoriosos si dejamos las excusas a un lado y asumimos el compromiso
de pertenecer a Él, entregándole nuestras debilidades para que Él nos haga fuertes en la lucha
contra el mal. “Despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos.
Renovaos en el espíritu vuestra mente y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y
santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).
El joven rico pensaba solo en sí, no pensó en Cristo, y al fin y al cabo se le reveló que su intención
era obtener mayores ganancias haciéndose seguidor de Jesús. Su corazón fue encontrado en el
pecado y él decidió hundirse aún más. Pero no necesitamos tener su misma suerte, lo lindo de las
historias bíblicas es que están allí para que, mientras estamos en el tiempo de gracia, aprendamos
con los errores de ciertos personajes y decidamos como Daniel, Zaqueo, Elias, Juan, Pablo y tantos
otros que entendieron que “de nada vale ganarse el mundo y perder el alma”, comprendieron que
toda pérdida por Cristo es ganancia, y todo sacrificio por el reino es herencia.
Yo no sé cuál es tu lucha hoy, ni qué es lo que más acaricias. Pero sé que el Cristo que fue al
encuentro del joven rico viene a nuestro encuentro hoy para enseñarnos qué debemos hacer para
heredar a su reino. Frente a eso la decisión está en tus manos entre vivir en la presencia de Jesús
despojándose del yo y recibiendo de su Espíritu, o creyendo ya tener lo suficiente, sin saber que a
la verdad estás pobre, miserable, ciego y desnudo. Deje que Cristo te sea suficiente y todo lo que te
falte Él sabrá como suplirte. La decisión es toda tuya.