Guía de Aprendizaje Primero Medio: Objetivo Clase: Reconocer y Aplicar Conceptos y Características Del Género Narrativo
Guía de Aprendizaje Primero Medio: Objetivo Clase: Reconocer y Aplicar Conceptos y Características Del Género Narrativo
Guía de Aprendizaje Primero Medio: Objetivo Clase: Reconocer y Aplicar Conceptos y Características Del Género Narrativo
Departamento: Lenguaje
Profesora Deniz Guineo Silva
Curso: 1°medio A – B
70 copias
a. El cuento: Es una narración breve que consta de un solo tema central, en ella
intervienen pocos personajes.
“Por la misma vereda desierta por donde yo camino, un hombre viene hacia
mí, a unos cien metros de distancia, la vereda es ancha, de modo que hay sitio
demás para que pasemos sin tocarnos”
“Cierta mañana, dos días después de Pascua, pase a ver a mi amigo Sherlock
Holmes, con el propósito de desearle felicidades. Lo hallé recostado en el sofá,
con una bata color púrpura…”
II. ESTILOS NARRATIVOS: Para explicarnos lo que opinan, dicen o sienten los
demás personajes de la historia, el narrador puede utilizar dos estilos: el estilo
directo y el estilo indirecto.
En estilo directo: El narrador deja que los personajes hablen por sí mismos.
Esto es lo que ocurre en el siguiente trozo:
“Un día, Viernes mostró a Robinson una moto blanca que palpitaba en la hierba,
y le dijo:
- Margarita
- Sí –contestó Robinson-. Es una margarita”
En cambio cuando es el narrador quien se encarga de contar lo que dicen los
personajes, estamos en presencia del estilo indirecto.
Así ocurre en este ejemplo: “El juez, que nos les había dado hasta el momento
oportunidad de justificarse, preguntó ahora cómo pudieron saber tanto acerca
del camello, no habiéndolo siquiera visto.”
Los textos narrativos, aparte de tener un narrador, también tienen
PERSONAJES, ACONTECIMIENTOS, ESPACIO (lugar físico), AMBIENTE Y
TIEMPO.
a). Los Personajes: Los hay de 3 tipos según su jerarquía: principales, que son
los que realizan acciones más importantes en la historia, en torno a ellos gira
ésta. Los secundarios, que son los que realizan las acciones menos
importantes y ayudan al protagonista o le acarrean problemas y los
incidentales: que son aquellos que no se relacionan con los principales, pero
son necesarios para que la historia transcurra.
Ahora bien, de acuerdo al desarrollo de la historia, existen personajes dinámicos
y estáticos. Los primeros corresponden a aquellos que presentan algún cambio
psicológico durante el desarrollo de la historia. Mientras que los segundos,
permanecen de manera igual durante todo el relato.
b). Los acontecimientos: Son los hechos o acciones que ocurren en la historia,
hay acontecimientos principales, que son los más importantes, ya que van
generando la historia; y los acontecimientos secundarios, que son solo detalles,
si alguno de ellos se sacara de la historia, no influiría en nada.
c). Espacio: Corresponde al lugar físico en donde ocurren los acontecimientos.
El espacio puede ser abierto (aire libre) o cerrado (espacios cerrados). Por otro
lado, el espacio puede interpretarse según las situaciones que se vivan en él.
Llamaremos espacio devorador a aquel ambiente físico que consume al
personaje poco a poco y espacio determinante, al que lo atrapa y le impide
cambiar su destino.
Ambiente: Es la atmósfera que rodea a los personajes, dándose los
siguientes:
Psicológico: Este ambiente se refiere a los sentimientos y emociones que
proyectan los personajes en relación a las situaciones o conflictos que se
le presentan.
Social: Este ambiente depende de las características culturales, sociales
y económicas de los personajes.
d). El tiempo: Corresponde a la manera en que está organizada la historia, vale
decir, si su orden es lineal (o cronológico) o ha sufrido alteraciones (por ejemplo,
que comience desde el final). Cada vez que analicemos el tiempo, debemos
señalar si es lineal (o sea, la historia se inicia por el principio) o se encuentra
alterado (comienza por el final o por el medio).
e). Acción: Son los acontecimientos que se van presentando en la historia y que
dan vida a la narración. La acción se estructura en base a estos momentos:
Inicial: Es el momento en que conocemos a los personajes, quiénes son,
el espacio en que se desarrolla la historia y los planes que ellos tienen,
qué metas pretenden lograr.
Georges Simenon
Los cuatro hombres iban apretujados dentro del taxi. En París helaba. A las siete y media de la
mañana la ciudad estaba lívida, el viento hacía correr a ras de suelo un polvillo de hielo.
El más delgado de los cuatro, en un asiento abatible, tenía un cigarrillo pegado al labio inferior
e iba esposado. El más importante, de mandíbula fuerte, envuelto en un recio abrigo y con un
sombrero hongo en la cabeza, fumaba en pipa viendo desfilar ante sus ojos la verja del Bois de
Boulogne.
-¿Le hago el número de la pataleta? -propuso amablemente P’tit Louis, el hombre de las
esposas-. ¿Con contorsiones, espumarajos, insultos y todo eso?
Maigret gruñó, quitándole el cigarrillo de los labios y abriendo la portezuela, porque ya habían
llegado a la Porte de Bagatelle:
Los caminos del Bois estaban desiertos, blancos y duros como el mármol. Unas diez personas
pateaban la nieve para combatir el frío al lado de un sendero para jinetes, y un fotógrafo quiso
retratar al grupo que se acercaba. Pero P’tit Louis, tal como le habían recomendado, levantó los
brazos para taparse la cara.
Maigret, con aire malhumorado, giraba la cabeza como un oso, observándolo todo: los edificios
nuevos del Boulevard Richard-Wallace, todavía con los postigos cerrados, unos obreros en
bicicleta que venían de Puteaux, un tranvía iluminado, dos porteras que caminaban con las
manos violáceas de frío.
»En esta ocasión la policía no ha tardado mucho en aclarar un asunto que parecía ofrecer
dificultades insuperables. Como es sabido, el lunes por la mañana un guarda del Bois de
Boulogne descubrió en uno de los senderos, a unos cien metros de la Porte de Bagatelle, el
cadáver de un hombre que pudo ser identificado inmediatamente.
»Se trata de Ernest Borms, médico vienés muy conocido que vivía en Neuilly desde hacía varios
años. Borms vestía esmoquin. Alguien debió de atacarle en la noche del domingo al lunes cuando
volvía a su piso, en el Boulevard Richard-Wallace.
»Una bala disparada a quemarropa con un revólver de pequeño calibre lo alcanzó en el corazón.
»Borms, que aún era joven, de buena apariencia, muy elegante, llevaba una intensa vida social.
»Apenas cuarenta y ocho horas después de este crimen, la Policía Judicial acaba de proceder a
una detención. Mañana por la mañana, entre las siete y las ocho, se procederá a la
reconstrucción del crimen en el lugar de los hechos».
¡Vamos allá! Todo el mundo estaba en su sitio. Muy pocos mirones, tal como había previsto. Por
algo había elegido aquella hora matinal. Y además, entre las diez o quince personas que daban
patadas en el suelo podía reconocerse a varios inspectores que adoptaban un aire lo más
inocente posible, y uno de ellos, Torrence, a quien le encantaba disfrazarse, se había vestido de
repartidor de leche, lo cual hizo que su jefe se encogiera de hombros.
¡Con tal de que P’tit Louis no exagerara! Era un «cliente» suyo, un delincuente muy conocido, a
quien habían detenido el día anterior mientras practicaba su oficio de carterista en el metro.
«Mañana por la mañana nos echarás una mano, y ya procuraremos que esta vez no salgas muy
mal librado…»
-¡Adelante! -gruñó Maigret-. Cuando oíste pasos estabas escondido en este rincón, ¿verdad?
-Fue exactamente así, señor comisario. Yo tenía hambre, ¿me comprende? Y no me quedaba ni
un céntimo. Entonces me dije que un tipo que volvía a su casa de esmoquin, seguro que llevaba
la cartera repleta… «¡La bolsa o la vida!», le dije acercándome a él. Y le juro que no fue culpa
mía si se me disparó. Supongo que fue el frío lo que hizo que el dedo apretara el gatillo…
Las once de la mañana. Maigret recorría su despacho del Quai des Orfèvres a grandes zancadas,
fumaba una pipa tras otra, no cesaba de atender al teléfono.
-¡Oiga! ¿Es usted, jefe? Soy Lucas. He seguido al viejo que parecía interesarse por la
reconstrucción. Una pista falsa: es un maniático que todas las mañanas da un paseíto por el Bois.
Once y cuarto.
-Oiga, ¿es el jefe? Soy Torrence. He seguido al joven que usted me indicó mirándome de reojo.
Participa en todos los concursos de detectives. Trabaja de dependiente en una tienda de los
Campos Elíseos. ¿Puedo regresar?
-Tengo que ser breve, jefe, no sea que el pájaro eche a volar. Lo vigilo por el espejito incrustado
en la puerta de la cabina. Estoy en el bar del Nain Jaune, en el Boulevard Rochechouart… Sí, me
ha visto. No tiene la conciencia tranquila. Al cruzar el Sena ha tirado algo al río. Además, ha
intentado despistarme diez veces. ¿Lo espero aquí?
Así empezó una cacería que iba a prolongarse durante cinco días y cinco noches, por entre
transeúntes apresurados, en un París indiferente, de bar en bar, de taberna en taberna; por un
lado un hombre solo, por otro Maigret y sus inspectores, que se turnaban en la persecución y
que, a fin de cuentas, acabaron tan exhaustos como su perseguido.
Maigret bajó del taxi delante del Nain Jaune, a la hora del aperitivo, y encontró a Janvier acodado
en el mostrador. No se tomó la molestia de adoptar un aire inocente. ¡Al contrario!
-¿Quién es?
Debía de tener unos treinta y cinco años. Estaba pálido, recién afeitado.
Era verdad. Y parecía raro. Aquello no podía llamarse arrogancia ni desafío. El hombre
sencillamente los miraba. Si estaba inquieto, no dejaba que nada trasluciese. Su rostro
expresaba más bien tristeza, pero una tristeza tranquila, meditabunda.
-En Bagatelle, cuando se dio cuenta de que usted no lo perdía de vista, se fue en seguida, y yo
tras él. Aún no había andado cien metros cuando ya había girado la cabeza. Entonces, en vez de
salir del Bois, como parecía su intención, echó a andar a grandes zancadas por el primer sendero
que encontró. Volvió la cabeza otra vez. Me reconoció. Se sentó en un banco a pesar del frío, y
yo me paré a mi vez. Varias veces tuve la impresión de que quería dirigirme la palabra, pero
acabó por alejarse encogiéndose de hombros.
»En la Porte Dauphine estuve a punto de perderlo, porque tomó un taxi, pero tuve la suerte de
encontrar otro casi al momento. Bajó en la Place de l’Opéra, y se metió precipitadamente en el
metro. Yo iba siguiéndolo, cambiamos cinco veces de línea, hasta que empezó a comprender
que de esta manera no podría despistarme.
»Volvimos a subir a la superficie. Estábamos en la Place Clichy. Desde entonces no hemos dejado
de ir de bar en bar. Yo esperaba que entrara en un buen lugar, con una cabina telefónica desde
donde pudiera vigilarlo. Cuando me ha visto telefonear, ha hecho una mueca irónica y triste.
Luego, yo hubiese jurado que lo estaba esperando a usted.
-Telefonea a «casa». Que Lucas y Torrence se preparen para venir corriendo al primer aviso. Y
que venga también un fotógrafo de Identidad Judicial, con una cámara muy pequeña.
-Tres cincuenta.
No fueron muy lejos. En la Place Blanche el hombre entró en un pequeño restaurante; ellos lo
siguieron y se sentaron a una mesa que estaba junto a la suya. Era un restaurante italiano, y
comieron pasta.
A las tres, Lucas fue a relevar a Janvier, cuando éste se hallaba con Maigret en una cervecería
frente a la Gare du Nord.
Y, en efecto, cuando el polaco salió, después de haber leído los periódicos, un inspector se
acercó rápidamente a él. A menos de un metro le hizo una foto. El hombre se llevó en seguida
la mano a la cara, pero ya era demasiado tarde, y entonces, demostrando que comprendía,
dirigió a Maigret una mirada de reproche.
-Amigo mío -monologaba el comisario-, tienes muy buenas razones para no llevamos a tu
domicilio. Pero si tú tienes paciencia, yo tengo tanta como tú…
Al oscurecer, había copos de nieve revoloteando por las calles, mientras el desconocido andaba,
con las manos en los bolsillos, esperando la hora de acostarse.
-No. Prefiero que te ocupes de la fotografía. En primer lugar, consulta el fichero. Luego investiga
en los ambientes extranjeros. Ese tipo conoce París. Seguro que hace tiempo que vive aquí.
Alguien ha de conocerlo.
Maigret miró a su subordinado con desdén. ¿O sea que Lucas, que trabajaba con él desde hacía
tantos años, aún no comprendía? ¿Acaso la policía tenía un solo indicio? ¡Nada! ¡Ni un
testimonio! Matan a un hombre de noche en el Bois de Boulogne. No se encuentra el arma. Ni
una huella. El doctor Borms vive solo, y su único sirviente ignora adónde fue la víspera.
A las doce de la noche por fin el hombre se decidió a cruzar el umbral de un hotel. Maigret le
seguía los pasos. Era un hotel de segunda o incluso de tercera categoría.
La rellena entre titubeos, con los dedos entumecidos por el frío. Mira a Maigret de arriba abajo,
como diciéndole: «¡Si cree que me importa que me esté mirando! Escribiré lo que me dé la
gana».
Y, en efecto, escribe el primer nombre y apellido que le viene a la cabeza: Nikolas Slaatkovich,
domiciliado en Cracovia, que había llegado a París el día anterior.
Todo falso, evidentemente. Maigret telefonea a la Policía Judicial. Se revisan los expedientes de
los pisos amueblados, los registros de extranjeros, llaman a los puestos fronterizos. No existe
ningún Nikolas Slaatkovich.
-¿Usted también desea una habitación? -pregunta el dueño con una mueca, porque ya se huele
que está ante un policía.
En efecto, poco después, en un bar en el que toman, por así decirlo, codo con codo, un café con
leche y unos croissants, el hombre, sin ocultarse lo más mínimo, cuenta el dinero que le queda.
Un billete de cien francos, dos monedas de veinte, una de diez y menudo. Sus labios se estiran
en una mueca de contrariedad.
¡Bueno! Con eso no irá muy lejos. Cuando llegó al Bois de Boulogne, acababa de salir de su casa,
porque iba recién afeitado, sin una mota de polvo, sin una arruga en el traje. ¿Tenía intención
de volver al cabo de poco? Ni siquiera se preocupó por el dinero que llevaba encima.
Maigret adivina lo que tiró al Sena: los documentos de identidad, tal vez tarjetas de visita.
Y el callejeo típico de los que no tienen techo vuelve a empezar, con paradas delante de las
tiendas, de los puestos de vendedores ambulantes, o en los bares, en los que tiene que entrar
de vez en cuando, aunque sólo sea para sentarse, sobre todo porque en la calle hace frío, o para
leer los periódicos.
El otro duda mucho antes de entrar en un cine. Dentro del bolsillo su mano juega con las
monedas. Hay que resistir todo el tiempo posible. El hombre anda y anda…
¡Por cierto! Hay un detalle que llama la atención de Maigret. En su agotadora caminata, el
hombre recorre siempre determinados barrios: de la Trinité a la Place Clichy; de la Place Clichy
a Barbès, pasando por la Rue Caulaincourt; de Barbès a la Gare du Nord y a la Rue La Fayette…
¿Tiene también miedo de que lo reconozcan? Seguramente elige los barrios más alejados de su
casa o de su hotel, los que suele frecuentar.
¿Vive en Montparnasse, como tantos extranjeros? ¿En los alrededores del Panteón?
La ropa que usa indica una posición media. Son prendas cómodas, sobrias, de buena hechura.
Sin duda, una profesión liberal. ¡Lleva alianza! O sea que ¡está casado!
Maigret ha tenido que resignarse a ceder su lugar a Torrence. Pasa rápidamente por su casa.
Madame Maigret está contrariada: su hermana ha venido de Orléans, ha preparado una cena
muy especial, y su marido, después de haberse afeitado y cambiado de ropa, vuelve a irse
anunciando que no sabe cuándo regresará.
¡Sí! Hay una nota del brigada. Éste ha ensenado la fotografía en numerosos círculos polacos y
rusos. Nadie lo conoce. Tampoco nada en los grupos políticos. En último extremo, ha sacado
numerosas copias de la famosa fotografía. En todos los barrios de París hay agentes que van de
puerta en puerta, de portería en portería, mostrando la foto a los dueños de los bares y a los
camareros.
-¡Oiga! ¿El comisario Maigret? Soy una acomodadora del Ciné-Actualités, en el Boulevard de
Strasbourg… Hay aquí un señor, Monsieur Torrence, que me ha dicho que lo telefonee a usted
para decirle que está aquí, pero que no se atreve a salir de la sala.
¡No es tonto el hombre! Ha escogido el mejor lugar para pasar algunas horas: con calefacción y
por poco precio, sólo dos francos de entrada… ¡y con derecho a varias sesiones!
Se ha establecido una curiosa intimidad entre perseguidor y perseguido, entre el hombre cuya
barba crece, cuyas ropas se arrugan, y Maigret, que no lo pierde de vista ni un instante. Incluso
hay un detalle divertido. Los dos se han resfriado. Tienen la nariz enrojecida. Casi al mismo
tiempo sacan el pañuelo del bolsillo, y en una ocasión el hombre no ha podido evitar una vaga
sonrisa al ver cómo Maigret suelta una serie de estornudos.
Cuando se le acaben los recursos, cuando los nervios ya no resistan más, ¿se decidirá a volver a
su casa? En una cervecería en la que el otro se queda bastante rato y se quita el abrigo gris,
Maigret no vacila en tomar la prenda y mirar el interior del cuello. El abrigo se compró en Old
England, en el Boulevard des Italiens. Es de confección, y la casa debió de vender docenas de
abrigos parecidos. Sin embargo, hay un indicio. Es del invierno anterior. Así pues, el desconocido
lleva en París por lo menos un año. Y en el curso de un año seguro que ha tenido que recalar en
algún lugar.
Maigret se dedica a tomar ponches para matar el resfriado. El otro va soltando el dinero con
cuentagotas. Toma cafés, pero sin añadirles licor. Se alimenta de croissants y de huevos duros.
Las noticias de «casa» son siempre las mismas: ¡nada nuevo! Nadie reconoce la fotografía del
polaco. No se ha denunciado ninguna desaparición.
Por lo que respecta al muerto, tampoco nada. Tenía un consultorio importante. Se ganaba muy
bien la vida, no se metía en política, salía mucho y, como se ocupaba sobre todo de
enfermedades nerviosas, entre sus pacientes abundaban las mujeres.
Era una experiencia que Maigret aún no había tenido ocasión de llevar hasta el final: ¿en cuánto
tiempo un hombre bien educado, aseado, bien vestido, pierde su barniz exterior cuando tiene
que vagabundear por la calle?
¡Cuatro días! Ahora lo sabía. Primero la barba. La primera mañana, el hombre parecía un
abogado o un médico, un arquitecto, un industrial; uno se lo imaginaba saliendo de un
confortable piso. Una barba de cuatro días lo ha transformado hasta el punto de que, si hubiesen
publicado su retrato en los periódicos evocando el caso del Bois de Boulogne, la gente hubiera
dicho: «¡Se ve a la legua que tiene cara de asesino!»
Por el frío y el dormir mal, se le había enrojecido el borde de los párpados, y el resfriado le ponía
un toque de fiebre en los pómulos. Los zapatos, que habían dejado de estar lustrosos,
comenzaban a deformarse. El abrigo empezaba a ajarse y sus pantalones tenían rodilleras.
Incluso se le notaba en la manera de andar. Ya no andaba de la misma forma: iba pegado a las
paredes, bajaba la vista cuando los transeúntes lo miraban… Un detalle más: volvía la cabeza al
pasar ante un restaurante donde había clientes instalados a las mesas ante copiosos platos.
«¡Tus últimos veinte francos, amigo mío!», calculaba Maigret. «¿Y después?»
Lucas, Torrence y Janvier lo relevaban de vez en cuando, pero él les cedía su lugar con la menor
frecuencia posible. Entraba en el Quai des Orfèvres como un huracán, veía al jefe.
-Evidentemente…
-¡Pues en marcha! -suspiraba con una especie de rencor en la voz-. Me pregunto dónde dormirá
esta noche.
¡Los últimos veinte francos! ¡Menos aún! Cuando se reunió con Torrence, éste le dijo que el
hombre había comido tres huevos duros y tomado dos cafés con licor en un bar de la esquina
de la Rue Montmartre.
Lo admiraba. El otro no sólo no se escondía, sino que andaba a su misma altura, a veces a su
lado, y tenía que contenerse para no dirigirle la palabra.
«¡Vamos a ver, hombre! ¿No crees que ya sería hora de que empezases a cantar? En algún lugar
te espera una casa con calefacción, una cama, unas zapatillas, una navaja de afeitar, ¿verdad? Y
una buena cena…»
¡Pero no! El hombre vagó bajo las luces eléctricas de Les Halles, como los que ya no saben
adónde ir, entre los montones de coles y de zanahorias, apartándose al oír el silbato del tren, al
paso de los camiones de los hortelanos.
Aquella noche el Servicio Meteorológico registró ocho grados bajo cero. El hombre se compró
unas salchichas calientes que una vendedora preparaba al aire libre. ¡Apestaría a ajo y a grasa
toda la noche!
Iba por el muelle de la sirga. Unos vagabundos refunfuñaban. Bajo los puentes, los buenos
lugares ya estaban ocupados.
En uña calleja, cerca de la Place Maubert, a través de los cristales de una extraña taberna se
veían a unos viejos que dormían con la cabeza apoyada sobre la mesa. ¡Por veinte céntimos,
incluyendo un vaso de vino tinto! El hombre miró a Maigret por entre la oscuridad. Esbozó un
ademán fatalista y empujó la puerta. En el tiempo en que ésta se abrió y volvió a cerrarse,
Maigret recibió una repugnante tufarada en el rostro. Prefirió quedarse en la calle. Llamó a un
agente, lo dejó vigilando en la acera y fue a telefonear a Lucas, que esa noche estaba de guardia.
-Hace una hora que estamos buscándolo, jefe. ¡Lo hemos identificado! Ha sido gracias a una
portera. El tipo se llama Stephan Strevzki, arquitecto, treinta y cuatro años, nacido en Varsovia,
instalado en Francia desde hace tres años. Trabaja con un decorador del Faubourg Saint-Honoré.
Está casado con una húngara, una mujer guapísima que se llama Dora. Vive en Passy, Rue de la
Pompe, en un piso por el que paga doce mil francos de alquiler. Nada de política… La portera
nunca vio a la víctima. Stephan salió de su casa el lunes por la mañana más temprano de lo que
solía. Ella se sorprendió al ver que no regresabas pero dejó de preocuparse al ver que…
-Las tres y media. Aquí estoy solo. Me he hecho subir cerveza pero está muy fría…
-Óyeme bien, Lucas. Irás… ¡Sí! ¡Ya lo sé! Es demasiado tarde para los de la mañana, pero en los
de la tarde… ¿Lo has entendido?
Aquella mañana el hombre llevaba pegado a su ropa un sordo olor a miseria. Los ojos más
hundidos. La mirada que dirigió a Maigret, en la pálida mañana, contenía el más patético de los
reproches.
¿No lo habían conducido, poco a poco, pero a una velocidad que no dejaba de ser vertiginosa,
hasta lo más bajo del escalafón? Se levantó el cuello del abrigo. No salió del barrio. Con mal
sabor de boca, se metió en una taberna que acababa de abrir y se bebió, una tras otra, cuatro
copas, como para arrancarse el espantoso regusto que aquella noche le había dejado en la
garganta y en el pecho.
¡Qué más daba! ¡Ahora ya no le quedaba nada! Sólo podía echar a andar recorriendo calles que
el hielo había vuelto resbaladizas. Debía de tener agujetas. Cojeaba de la pierna izquierda. De
vez en cuando se detenía y miraba a su alrededor con desesperación.
Como ya no entraba en ningún café donde hubiera teléfono, a Maigret le era imposible hacer
que lo relevaran. ¡Otra vez los muelles! ¡Y ese gesto maquinal del hombre que revuelve entre
los libros de lance, pasando las páginas, a veces asegurándose de la autenticidad de un grabado
o de una estampa! Un viento helado barría el Sena. El agua tintineaba en la proa de las chalanas
en movimiento, porque los pedacitos de hielo entrechocaban como si fueran lentejuelas.
Desde lejos, Maigret vio el edificio de la Policía Judicial, la ventana de su despacho. Su cuñada
ya había regresado a Orléans. Con tal de que Lucas…
No sabía aún que aquella atroz investigación se convertiría en clásica, y que generaciones de
inspectores repetirían sus detalles a los novatos. Era una tontería, pero, por encima de todo, lo
conmovía un detalle ridículo: el hombre tenía un grano en la frente, un grano que, fijándose
bien, seguramente era un forúnculo, de un color que iba pasando de rojo a morado.
Maigret cruzó a la acera de enfrente, vaciló, se vio obligado a comer unos bocadillos en una
taberna, y volvió la espalda a medias para que el otro, a través de los cristales, no lo viera comer.
–L ‘Intran… L ‘Intran…
Tampoco él quería perder tiempo. Sabía desde lejos qué transeúntes comprarían el periódico.
No hizo el menor caso de la hilera de mendigos.
–L ‘Intran…
-¡Eh, eh!
Los demás lo miraron. ¿O sea que aún tenía algunos céntimos para comprarse un periódico?
Maigret también llamó a al vendedor, desplegó la hoja y, aliviado, encontró en la primera página
lo que buscaba, la fotografía de una mujer joven, bella, sonriente.
«INQUIETANTE DESAPARICIÓN
»Se nos comunica que desde hace cuatro días ha desaparecido una joven polaca, Madame Dora
Strevzki, que no ha vuelto a su domicilio en Passy, Rue de la Pompe, número 17.
Al hombre sólo le faltaban por recorrer cinco o seis metros, en la fila que lo arrastraba, para
tener derecho a su escudilla de sopa humeante. En ese momento salió de la cola, cruzó la
calzada, donde estuvo a punto de que lo atropellara un autobús, y llegó a la otra acera, para
encontrarse justo ante Maigret.
-¡Estoy a su disposición! -se limitó a decir el hombre-. Lo acompaño adonde usted quiera.
Contestaré todas sus preguntas…
Estaban todos en el pasillo de la Policía Judicial: Lucas, Janvier, Torrence, además de otros que
no habían intervenido en el caso pero que estaban al corriente. Al pasar, Lucas le hizo una señal
a Maigret que quería decir: «¡Asunto resuelto!»
Una puerta que se abre y que vuelve a cerrarse. Cerveza y bocadillos encima de la mesa.
-Cuando leí en los periódicos lo del crimen, ya hacía tiempo que sospechaba que Dora me
engañaba con aquel hombre. También sabía que no era su única amante. Yo conocía bien a Dora,
su carácter impetuoso, ¿me comprenden? Sin duda él intentó librarse de ella, y yo sabía que
Dora era capaz de… Ella siempre llevaba en el bolso un revólver con adornos de nácar. Cuando
los periódicos anunciaron la detención del asesino y la reconstrucción del crimen, quise ver…
Maigret hubiera querido poder decir, como los policías ingleses: «Le advierto que todo lo que
declare podrá utilizarse en su contra».
-Ahora que ella ya está en lugar seguro… Porque Supongo… -Miró a su alrededor con angustia.
Una sospecha cruzó por su mente-. Debió de comprender lo que pasaba al ver que yo no volvía.
Yo sabía que eso acabaría así, que Borms no era un hombre para ella, que Dora nunca iba a
aceptar servirle de pasatiempo, y que entonces volvería a mí. El domingo por la tarde salió sola,
como solía hacer en estos últimos tiempos. Seguramente lo mató cuando…
Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol puntiagudo de invierno
que acompaña a los grandes fríos, entraba por la ventana. El grano, el forúnculo, brillaba en la
frente de aquel a quien no podía llamar más que «el hombre»
-Su esposa lo mató, sí, cuando comprendió que se había burlado de ella. Y usted comprendió
que ella lo había matado. Y entonces quiso… -Se acercó bruscamente al polaco-. Le pido perdón,
amigo -masculló como si hablase con un antiguo compañero-. Me habían encargado que
descubriese la verdad, ¿no? Mi deber era…
-Abrió la puerta-. Que entre Madame Dora Strevzki. Lucas, sigue tú, yo…
Y en la Policía Judicial nadie volvió a verlo durante dos días. El jefe lo telefoneó a su casa.
-Bueno, Maigret. Ya debe de saber que ella lo ha confesado todo y que… A propósito, ¿cómo va
su resfriado? Me han dicho…
-¡Él!
-¡Ah, ya comprendo! Ha contratado al mejor abogado de París. Confía en que… Ya sabe, los
crímenes pasionales…
Posteriormente, cuando alguien quería hablarle de aquella investigación, Maigret gruñía: «¿Qué
investigación?», para desanimar a los preguntones.
Y el hombre iba a verlo una o dos veces por semana, y lo tenía al corriente de las esperanzas del
abogado.
No fue una absolución completa: un año de libertad vigilada.
Fin
2. ACTIVIDADES
A) ¿Cuál es la motivación del hombre para soportar los cinco días de persecución que
sufre?
B) Describe los métodos que emplea Maigret para resolver el caso. Luego responde:
¿cuánto hay en ellos de intuición y cuánto de razonamiento?
C) ¿Cómo te imaginas la personalidad de Maigret? Señala dos rasgos de ella y fundamenta
a partir del relato.
D) ¿Qué imagen de la ciudad entrega el cuento?, ¿mediante qué aspectos es representada?
E) ¿Qué importancia tiene para el sentido de la historia el cambio de apariencia que tiene
el sospechoso a lo largo del relato?
F) ¿Te parece que el relato transmite algún sentido sobre la sociedad o el comportamiento
humano, más allá de la anécdota y la intriga? Fundamenta.
G) Busca en el cuento las palabras que aparecen en negrita, posteriormente apoyado/a de
un diccionario establece el significado de cada una de ellas.
H) Realiza un esquema completo de la lectura donde se puedan identificar los siguientes
elementos del género narrativo: Narrador, tipos de personajes según jerarquía y
desarrollo, espacio físico, ambiente psicológico y social.
I) Identifica los tipos de anacronías presentes en el relato, justifica tu respuesta a través
de las características de cada una de ella. Ejemplifica, además, con fragmentos del texto.
J) Reconoce el estilo narrativo presente en los siguientes fragmentos. Justifica tu
respuesta.
Maigret se sonó. Se sonó durante largo rato. Un rayo de sol, de ese sol puntiagudo de
invierno que acompaña a los grandes fríos, entraba por la ventana. El grano, el
forúnculo, brillaba en la frente de aquel a quien no podía llamar más que «el hombre»
Y, en efecto, cuando el polaco salió, después de haber leído los periódicos, un inspector
se acercó rápidamente a él. A menos de un metro le hizo una foto. El hombre se llevó
en seguida la mano a la cara, pero ya era demasiado tarde, y entonces, demostrando
que comprendía, dirigió a Maigret una mirada de reproche.
La portera nunca vio a la víctima. Stephan salió de su casa el lunes por la mañana más
temprano de lo que solía. Ella se sorprendió al ver que no regresabas pero dejó de
preocuparse al ver que…
-¿Qué hora es?
-Las tres y media. Aquí estoy solo. Me he hecho subir cerveza pero está muy fría…