Mine For Yours - Harloe Rae
Mine For Yours - Harloe Rae
Mine For Yours - Harloe Rae
Importante
Esta traducción fue realizada por un grupo de
personas fanáticas de la lectura de manera
ABSOLUTAMENTE GRATUITA con el único propósito de
difundir el trabajo de las autoras a los lectores de
habla hispana cuyos libros difícilmente estarán en
nuestro idioma.
Te recomendamos que, si el libro y el autor te
gustan, lo apoyes dejando tus reseñas en las páginas
que existen para tal fin y que compres el libro si
este llegara a salir en español en tu país.
3
Lo más importante, somos un foro de lectura, NO
COMERCIALIZAMOS LIBROS. Si te gusta nuestro trabajo
no compartas pantallazos en redes sociales, o subas
al Wattpad o vendas este material.
¡Cuidémonos!
Créditos
Traducción
Mona
Corrección
Clau
4
Diseño
Bruja_Luna_
Índice
Importante ___________________ 3 Capítulo Quince _____________ 128
Créditos _____________________ 4 Capítulo Dieciséis ____________ 139
Lista de Reproducción __________ 7 Capítulo Diecisiete ___________ 153
Sinopsis ______________________ 8 Capítulo Dieciocho ___________ 162
Prólogo _____________________ 10 Capítulo Diecinueve __________ 171
Capítulo Uno _________________ 13 Capítulo Veinte ______________ 184
Capítulo Dos _________________ 23 Capítulo Veintiuno ___________ 194
Capítulo Tres _________________ 31 Capítulo Veintidós____________ 208
Capítulo Cuatro_______________ 38 Capítulo Veintitrés ___________ 216
5 Capítulo Cinco________________ 46 Capítulo Veinticuatro _________ 226
Capítulo Seis _________________ 53 Capítulo Veinticinco __________ 240
Capítulo Siete ________________ 60 Capítulo Veintiséis ___________ 247
Capítulo Ocho ________________ 69 Capítulo Veintisiete___________ 255
Capítulo Nueve _______________ 75 Capítulo Veintiocho __________ 262
Capítulo Diez_________________ 83 Capítulo Veintinueve _________ 268
Capítulo Once ________________ 91 Capítulo Treinta _____________ 277
Capítulo Doce ________________ 98 Epílogo ____________________ 281
Capítulo Trece_______________ 106 Acerca de la Autora___________ 287
Capítulo Catorce _____________ 113
Por encontrar al que hace que los días malos sean mejores, que el dolor
duela menos.
También para las luciérnagas. Gracias por ahuyentar las sombras.
6
Lista de Reproducción
It’s OK | Nightbirdie
Run Away to Mars | TALK
Numb | Marshmello and Khalid
Tequila | Dan + Shay
Wait | M83
Glycerine | Bush
Trying My Best | Anson Seabra
Walk Out on Me | Jonathan Roy
Running Out | Astrid S
7 Almost Lover | Jasmine Thompson
Ain’t Met Us Yet | Matt Cooper
I Guess I’m in Love | Clinton Kane
Walk Me Home | P!nk
Give You Love | Forest Blakk
Simple. No lo hago.
9
Prólogo
—Q
ue descanse en paz.
Tras el homenaje final del oficiante, un estruendo
12
Capítulo Uno
E
l hielo tintinea en mi vaso, arrancándome de un aturdimiento ciego.
Parpadeo ante las manchas que bailan en mi visión mientras el bar
vacío vuelve a estar enfocado. Pero lo que veo no me sorprende.
Bent Pedal está en las mismas condiciones que antes de que me quedara
13 dormido.
Silencioso. Solitario. Abandonado.
El recordatorio sólo sirve para agriar mi estado de ánimo de mierda. Me
estoy revolcando, y estoy seguro de ello. Esto se está convirtiendo en un hábito
últimamente. Pero sólo me permito soltarme mientras estoy entre estas paredes.
Mi pequeña nunca será testigo de esta faceta mía.
El terapeuta con el que me reuní dijo que es un espacio seguro. Me dijo
que necesito hacer el duelo y encontrar consuelo en el dolor. La pérdida es parte
de la vida. Debería abrazar las emociones que me desgarran. Apreciar mis
recuerdos. Una vez que llegue a una determinada fase del ciclo, podrá comenzar
la curación.
A mí me parece un montón de mierda. Duré toda una sesión antes de
mostrarme a mí mismo la salida.
La verdad me rodea, como lo ha hecho durante el último mes. Este lugar
nunca será el mismo sin él. Lo mismo ocurre conmigo, pero ese impacto es más
complicado de entender. La razón por la que la muerte de Trevor me golpea tan
fuerte sigue siendo un misterio. Era un buen amigo, uno de los mejores que he
tenido, pero no soy ajeno a las pérdidas. Ya he salido adelante después de una
crisis. A menudo parece que mi trabajo es un enorme plan de rescate. Y se me
da muy bien, hasta que el que necesita ser salvado soy yo.
Un dolor familiar se extiende por mi torso. Me froto la quemadura mientras
respiro profundamente. Ni siquiera puedo obligar a mi propio cerebro a
averiguar hacia dónde ir. Por suerte, esta debilidad sólo me afecta cuando el
tema es Bent Pedal.
Eso no hace que sea más fácil aceptar que estoy fracasando en nuestro
negocio, y él con él.
Mi fiesta de compasión llega a un abrupto final cuando la puerta de entrada
cruje al abrirse. La tensión irradia por mis hombros en un apretón. No cerré el
maldito cerrojo. A pesar de todo, hay suficientes carteles pegados en las
ventanas para alertar al público.
Unos pasos pasan el umbral y pisan el suelo. Alguien se atreve a entrar en
esta cueva desolada en la que he permitido que se convierta el bar.
Mi cabeza baja con un suspiro derrotado. —Estamos cerrados.
Hay una breve vacilación obstruida por la duda. Quien se queda detrás de
mí no se retira inmediatamente. Mis ojos se estrechan en el vaso de whisky
abandonado que está exactamente donde lo dejé. No me giro, dejando que el
intruso decida.
14 —¿Rodhes?
La suave voz me hace girar en el taburete lo suficientemente rápido como
para marearme. Me atrapo en el borde de la barra. Mis labios se separan con un
resoplido mientras todo gira excepto ella.
Rylee Creed se cierne cerca de la entrada con las sombras bailando sobre
sus rasgos. Nunca me molesté en encender las luces. Ahora desearía haberlo
hecho. Incluso en la oscuridad, veo la incertidumbre que surca su frente. Me
tomo un momento para estudiarla, aunque sólo sea para reunir los restos de mi
dignidad.
Se me revuelven las tripas al verla. No porque sea menos llamativa, sino
porque su vitalidad ha disminuido considerablemente. Me mira fijamente con
una mirada hueca. El color púrpura intenso tiñe la piel bajo sus ojos enrojecidos
y el ceño de sus labios parece permanente. Una notable inclinación curva sus
hombros hacia dentro, como si la carga fuera demasiado pesada. Todo es
demasiado familiar. Dolorosamente.
Y no está sola.
Un niño de la edad de mi hija se aferra a su pierna. El dolor brota de su
pequeña forma, demasiado fuerte para alguien tan joven. Debe ser su hijo.
Trevor solía presumir de su sobrino en un bucle casi interminable. Estaba muy
orgulloso de este niño.
El cráter de mi pecho se expande. Su inesperada visita supone un ataque
sigiloso a mi guardia baja. No estaba preparado para verlos. Tampoco estoy
seguro de estarlo con un aviso previo. Esa es la única excusa viable para explicar
por qué mi visión se está convirtiendo en un borrón caliente.
Desvío la mirada con una maldición silenciosa, pero no hay forma de
escapar del globo de hierro en el que se ha transformado mi estómago. Eso no
significa que no pueda desviarme un poco más.
Mi atención se desplaza hacia el chico. El apodo de Trevor para él se filtra
en mi confuso cerebro. —¿Eres Rage Gage?
Entierra su cara en el muslo de Rylee. Cuando ella lo rodea con un brazo,
él levanta su expresión de asombro hacia la de ella. Algo pasa entre ellos sin que
ninguno diga una palabra.
Ante su silencio, ella confirma lo que ya suponía. —El único.
Un aguijón revelador arde en el puente de mi nariz. —¿Estás aguantando,
pequeño?
—No soy pequeño —refunfuña el niño.
Una fisura —aunque fina— atraviesa la presión alojada en mi pecho. —No,
15 claro que no. ¿Parece que tienes unos siete años?
Se anima, enderezándose desde la seguridad de su madre. —¡Sí! Mi
cumpleaños es el veintitrés de julio.
Me balanceo en mi asiento. —Ah, me lo perdí por unos meses. Feliz
retraso.
—¿Me dan un regalo? —Sus manos se juntan en un gesto de súplica.
—Gage —le regaña su madre.
Su labio inferior sobresale. —Pero se olvidó de mi cumpleaños.
—Ah, el viaje de la culpa. Payton es casi famoso por lo mismo.
Rylee entorna los ojos hacia mí. —¿Payton?
—Mi hija. Payton tampoco es pequeña. Nada menos que una fiera.
Cumplió siete años en agosto.
—¿Tienes una hija? —Parece sorprendida. Su reacción es un reflejo de la
mía de hace tantos años.
—Seguro que sí. Me mantiene humilde y alerta.
Rylee se muerde el interior de la mejilla mientras mira a Gage. —Los niños
hacen eso. Es una bendición.
Le saca la lengua. —Payton es nombre de chico.
Le meneo un dedo. —No dejes que te oiga decir eso. Podría retarte a una
batalla de piedra, papel o tijera.
—Voy a ganar. ¿Dónde está ella? —Golpea un puño contra su palma
abierta.
—Tal vez la próxima vez, amigo. La dejé antes en una pijamada Estará allí
hasta mañana.
Su restaurado entusiasmo se atenúa ligeramente. —¿Qué se supone que
debo hacer ahora?
—Hay juegos allí en la esquina. Trevor insistió en que tuviéramos una zona
para los pequeños, es decir, los niños. —Señalo a ciegas el lugar en mención.
—Hombre inteligente —dice Rylee.
Gage mira fijamente a su madre. —¿Puedo jugar con las cosas?
Le da un empujón. —Vamos. Diviértete.
Eso es todo lo que necesita. Gage recorre la habitación en busca de un
entretenimiento adecuado. Observamos en silencio cuando agarra un
rompecabezas y se acomoda en una silla.
22 No hay nada más que decir. Al menos no ahora. Mis zapatos rozan el suelo
en mi prisa por irme. La libertad me llama desde más allá de estos confines.
Entonces podré respirar mejor.
—¿Rodas? —Su suave voz me ruega que lo reconsidere.
Hago una pausa en mi retirada, pero no me giro. —¿Sí?
—Tenemos mucho que hablar.
Eso es un gran eufemismo. —¿El lunes es bueno para ti?
—Claro. —Pero de su tono sólo se desprende una incertidumbre reticente.
Hago como si no lo oyera. Ya me he entretenido lo suficiente. —Nos vemos
entonces, socia.
—Espera. ¿Tienes mi...?
Pero salgo por la puerta antes de que pueda terminar su frase. No hay
mucho equipaje con el que pueda hacer malabares en una hora.
Rylee Creed estaba destinada a ser un recuerdo desvanecido. Pero ahora
está en las trincheras conmigo.
Capítulo Dos
A
penas he puesto el auto en el estacionamiento cuando se oye un
chasquido revelador en el asiento trasero. Mi mirada se fija en
Gage, esperando un reconocimiento. Sus ojos sólo tardan un par de
23 segundos en encontrar los míos en el espejo retrovisor.
—¿Qué? —Pero su expresión avergonzada lo traiciona.
—Tienes que quedarte abrochado hasta que me haya detenido por
completo.
—Estamos parados —protesta—. Tardas demasiado. Quiero salir.
—Paciencia —canto.
—Pero la abuela me está esperando. —Y apenas puede quedarse quieto
ante la anticipación.
Como si fuera una señal, la puerta de mis padres se abre y la mujer
mencionada aparece en la entrada. —¿Qué hacen merodeando en la entrada?
Traigan sus culos aquí.
—¿Ves, mamá? Quiere que nos demos prisa. —Es su turno de inyectar una
fuerte dosis de reprimenda.
—Sí, sí. —Salgo y lo libero.
Una ráfaga de movimientos pasa a mi lado. Gage podría tener resortes en
las suelas con lo rápido que va. No estoy segura de que sus pies toquen el
pavimento antes de correr hacia ella.
Se agacha todo lo que le permiten sus crujientes rodillas. Con más de un
metro de distancia, mi hijo se lanza a sus brazos. Me estremece el choque, pero
mi mamá sólo se ríe. Sus brazos se levantan automáticamente para rodearlo. Una
sonrisa de felicidad brilla en sus cansadas facciones mientras intercambian un
sincero abrazo. Cada vez que Gage está cerca, parte de su dolor se desvanece.
Mi papá aparece detrás de ellos para subirse al carro de bienvenida. Le
acaricia el pelo a Gage y le ofrece una menta. Mi hijo se mete la golosina en la
boca con entusiasmo. La escena me reconforta de forma natural y el calor se
extiende por mi pecho. La humedad que acaba de desaparecer de mi vista
reaparece con renovado vigor. Ser testigo de su vínculo vale la pena cada uno
de los dolores que sufrí durante nuestra prisa por mudarnos.
Ya había planeado volver a nuestro pequeño pueblo de Minnesota. Knox
Creek tiene mis raíces. Estar separado por medio país nunca se sintió bien.
Había una sensación de vacío que no podía llenar. Además, no había nada ni
nadie que me atara a Carolina del Sur. Me quedé después de graduarme en la
universidad para darle al padre de Gage una oportunidad de ser algo más que
un donante de esperma vengativo, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Más que
eso, la picazón por irme crecía más irritante con cada año que pasaba. Aunque,
para ser justos, no tenía mucha elección en el asunto.
Esto, justo aquí, es lo que he echado de menos. La familia. La verdadera
24 pertenencia.
Si pudiera proporcionar a mis padres aunque fuera una pizca de alegría
tras perder a su primogénito, lo haría sin dudarlo. La muerte de Trevor y la
obtención de la propiedad de Bent Pedal sólo hicieron que el proceso fuera un
sprint.
La madera cruje en señal de protesta mientras subo las escaleras del
porche. Mi mamá se las arregla para abrazar de nuevo a Gage. Se contonea en
su apretado abrazo, pero no hace mucho ruido. Una vez que lo ha asfixiado
adecuadamente en amor y afecto, su atención se desplaza hacia mí. Me rodea en
sus brazos antes de que pueda darme cuenta de que me atrae. Huele a mañanas
tranquilas y a un alivio muy necesario. Mis pulmones aspiran más aroma
tranquilizador mientras ella me aprieta más fuerte.
—Estoy tan feliz de que estés en casa. —Recita una versión similar de este
sentimiento cada vez que llego.
Eso no impide que mi cuerpo se hunda en su pilar de fuerza. —Yo también.
—Y estás aquí para quedarte. —Su declaración no deja lugar a discusión.
—Sí, mamá. —Ya le he tranquilizado en múltiples ocasiones.
—Incluso si él...
Me apresuro a intervenir en caso de que un cierto par de oídos escuchen.
—No lo hará.
Mi madre se aparta para mirarme fijamente. —Bien. No se merece a
ninguno de los dos.
Me burlo. —Nunca nos tuvo.
—Ya está bien de eso —interrumpe papá—. Entremos.
Acepto con avidez su invitación y le doy un beso en su desaliñada mejilla
al pasar junto a él. —Gracias, papá.
Guiña un ojo. —Te cubro las espaldas.
Y lo hace. Precisamente por eso, Gage tiene un fondo para la universidad
completamente lleno para gastarlo cuando llegue el momento.
Como una unidad sin fisuras, atravesamos el vestíbulo y entramos en el
pasillo principal. Los retratos se alinean en las paredes, la mayoría de los cuales
son difíciles de mirar. Mantengo la mirada fija hacia delante mientras entramos
en la cocina. Papá mueve un brazo hacia un lado. Como si tuviera el piloto
automático, sigo la petición no tan sutil.
—¿Quieres un té o un café? —Mamá ya se dirige a la nevera. Me conoce
demasiado bien.
25 —Té helado, por favor. —Me acomodo en una de las sillas del comedor.
Mi hijo aparece a mi lado como si saliera de una caja de sorpresas. El
verde de sus ojos parpadea con picardía. —¿Puedo ir a jugar?
Le doy un golpe en la nariz, una costumbre de cuando era un bebé. —Por
supuesto, Schmutz. Diviértete.
—¡Yippppeeee! —Gage se desprende en una carrera loca hacia el cubo
de los juguetes.
Mamá se ríe mientras lo ve partir. —Si yo tuviera una cuarta parte de su
energía.
Papá se sirve una taza de café y se sienta en el asiento contiguo al mío. —
Por eso bebemos lo bueno.
Mi madre termina de preparar nuestras bebidas y se dirige a la mesa. —
Ah, sí. Hablando de eso...
Oh, hermano. Aquí vamos.
Inmediatamente me estremezco ante la referencia. La sonrisa que pego es,
en el mejor de los casos, vacilante. —¿Qué quieres decir?
Mamá ocupa la silla de mi otro lado. —Pasaste por Bent Pedal ayer,
¿verdad?
Doy un sorbo a mi vaso, ganando unos preciosos segundos. —Sí, seguro
que sí.
Ella no responde. El silencio nos envuelve, el tiempo suficiente para que
le de un vistazo. Un brillo expectante se posa en sus rasgos. Desplazo mi atención
hacia un rasgo más seguro. Su pelo rubio fresa es del mismo tono que el mío,
aunque el suyo está cada vez más lleno de canas. Eso casi me hace quebrar, pero
la vena de terquedad por la que soy semi-famosa presiona mis labios en una
bóveda sellada.
Mamá resopla. Siempre se dobla más rápido que yo, por más que intente
cambiar el patrón. —¿Entraste?
Trago más allá de un nudo implacable mientras mi corazón late un poco
más fuerte. —Bueno, sí. ¿Por qué no iba a hacerlo?
Intercambia una mirada con papá. Una gruesa pena se adhiere a sus bocas
torcidas. Las ojeras rodean sus ojos, como los míos. Sonreímos menos. Nos
abrazamos más. Lloramos a menudo. Es un ciclo triste, pero nos estamos
curando. Lentamente.
Papá se aclara la garganta. —Hemos intentado visitarlo varias veces, pero
L
a risita de Payton atraviesa el cálido aire otoñal. —¡Más alto, papi!
—Bien, aquí viene uno grande. Espera. —Me apresuro a
cumplir sus órdenes. Mi palma se encuentra con el centro de su
espalda para un suave empujón.
—¡Esto es lo mejor que hay en la vida! —Su larga melena se agita con la
31 brisa mientras alcanza el cielo.
Es capaz de columpiarse sola, pero pienso aprovechar mientras ella aún
me lo exige. Muy pronto, no me pedirá que la empuje. Conseguiré una prórroga
por lástima, rogando y suplicando. Entonces la independencia reinará al lado de
su terquedad. Y entonces, antes de que me dé cuenta, abandonará por completo
el parque de juegos.
No estoy preparado para que eso ocurra. Una tarea tan pequeña me da
más propósito que una docena de inversiones lucrativas juntas. Más que eso,
estos momentos genuinos llenan las grietas que intentan destrozarme. Me
empapo de su felicidad incondicional como si fuera la mía.
La risa de Payton se eleva por encima del parloteo ocioso de nuestros
compañeros del parque. —¡Otra vez!
—Tus deseos son órdenes para mí. —Me pongo en posición y la envío a
las nubes.
Chilla mientras patea las piernas. —Puedo ver el océano desde aquí
arriba.
Resoplo ante sus payasadas. —Tal vez el lago.
—No, es el océano. —El espíritu obstinado de esta chica me deja sin
palabras. Su palabra es la ley estos días.
También podría unirme a la lucha. —¿Qué océano es?
—Ummm. —Ella entrecierra los ojos en la distancia—. El súper grande.
—Ah, eso lo explica todo.
Payton deja de bombear y deja caer los pies. Una nube de polvo se agita
en la tierra. —Estoy aburrida.
Frunzo el ceño. —¿Ya? Acabas de empezar.
—Y ahora ya terminé. —Salta del columpio y se cruza de brazos.
Mi cabeza da vueltas tratando de seguir el ritmo. —¿Qué hay de las barras
de mono?
Ella mira en esa dirección. —Meh.
—¿Deslizadores?
—No.
Me tiro de la gorra, volviéndola a colocar hacia atrás. —¿Pato, pato, pato
ganso?
Sus labios se tuercen mientras considera esa opción. —Ahora mismo no.
32 Tal vez más tarde.
—De acuerdo —digo—. ¿Qué te gustaría hacer?
Los guijarros patinan cuando ella patea el suelo. —No sé.
—Podrías prepararme uno de tus famosos batidos de astillas de madera y
barro en la cafetería. —Levanto el pulgar por encima del hombro hacia el
mostrador vacío escondido bajo una plataforma.
Es entonces cuando me doy cuenta de que un trío de curiosas me mira
fijamente. El hambre brilla en sus miradas. Una se muerde el labio inferior. Otra
me mira con descaro. Casi frunzo el ceño, pero en lugar de eso hago un saludo
cortés. No hay razón para crear enemigos en el querido parque de mi hija.
Aunque sus miradas sean desvergonzadas y objetivas.
—¿Qué tal un helado? —Eso me da una excusa para alejarme de estas Rosy
Palmers que intentan conseguir un papá.
—¡Sí, sí! —Payton rebota en su lugar, obteniendo más atención no
deseada—. Quiero tres bolas de helado.
—Claro, Bumblebee. Suena perfecto. —Comienzo a guiarla hacia la salida.
Pasa su brazo por el mío, apoyándose en mí. —¿Y más chispitas?
—Ajá —murmuro mientras esquivo los bebederos.
Mi niña salta con alegría exterior. —¿Crema batida, caramelo y cerezas?
—Delicioso.
—Vaya, hoy estás fácil.
Casi me ahogo con la lengua. No tiene ni idea de lo acertada que es esa
afirmación. Los buitres estaban a punto de arremeter contra su presa. Eso es
exactamente lo que intento evitar mientras arrastro el culo por la acera. No estoy
en el mercado para ser devorado. Pero es un esfuerzo sólido.
Como si fuera una señal, un coro de gruñidos descontentos nos persigue
cuando doblamos la esquina y desaparecemos de su vista. El alivio se apodera
de mis labios y me impulsa a seguir adelante a toda velocidad. Payton gime
mientras tira de mi camisa.
—Papá, ¿por qué vamos tan rápido? ¿Se van a agotar los helados? —Si su
tono es una indicación, ese pensamiento es aterrador.
—Oh, lo siento. —Me freno al instante—. Sólo tenía prisa por satisfacer mi
diente dulce.
Su cara se retuerce en un adorable pellizco. —¿Por qué tienes el diente
dulce?
—Es sólo una expresión.
33 —Eres raro —murmura en voz baja.
La golpeo con el codo. —Eso también te hace rara.
Ella jadea. —¡No lo soy!
—Bueno, eres mi hija. Eso significa que heredas mi rareza.
Su cabriola hace una breve pausa. —¿Qué es la herencia?
—Algo que recibes de mí, como un regalo.
Su gemido está lleno de decepción. —Pero no quiero tener tus cosas raras.
Me río y le tiro de la coleta. —No te preocupes, Bumblebee. Eres inmune.
Sólo te he dado los genes súper asombrosos.
Se queda boquiabierta mirándome. —¿Ah?
—Estás hecha de material de calidad. Las mejores piezas.
—No lo entiendo.
—No importa —me río. Esta conversación al azar ha ahuyentado
efectivamente el malestar.
Payton se muerde el interior de la mejilla. —¿Es por eso que no tengo una
mamá?
Hablé demasiado pronto.
Mi cabeza se inclina hacia un lado, como si me hubieran abofeteado. Dudo
sobre cómo responder. No hay una respuesta rápida que dar. No hay ninguna
que se mencione en los innumerables libros de paternidad que he leído. No es
la primera vez que aborda el tema de su madre. No soy tan tonto como para
suponer que será la última. Ni mucho menos. Cuando empiece a tratar temas
más... femeninos, seré una causa perdida.
Si yo pudiera ser todo lo que ella necesita. Pero eso es una ilusión y un
egoísmo. Mi hija se merece la verdad, pero no he encontrado el valor para
ofrecérsela.
Me conformo con una no-respuesta que podría restaurar una fracción de
mi orgullo. —Lo que tienes es aún mejor.
Payton se encoge de hombros cuando nos acercamos a Moos Truly. —Eres
bastante genial, supongo.
El azúcar y los niveles de energía elevados me hacen cosquillas en las
fosas nasales. —¿Incluso si soy raro?
—Esa es mi parte favorita. —Su sonrisa podría derretir icebergs.
—Ah, la verdad sale a la luz. —Abro la puerta de un tirón y el aire frío me
34 golpea en la cara.
Se precipita hacia la fila de congeladores. Aprieta la nariz contra el cristal
mientras examina las opciones. —No te olvides de que tengo tres cucharadas.
—Con caramelo y cerezas —añado.
—Crema batida y también chispitas extra —responde ella.
Detrás de la vitrina aparece una adolescente. Su amplia sonrisa me hace
pensar que ha estado probando los productos. —¡Hola! Gracias por parar en
Moos Truly. ¿Qué puedo ofrecerte?
—Quiero helado —exige mi hija.
—Payton —le advierto.
Ella pega una sonrisa radiante. —Por favor.
La joven con la cuchara es víctima del encanto de mi hija, que le resulta
demasiado familiar. Hace un ruido incómodo entre un arrullo y un balbuceo.
—Eres la cosita más linda.
Me encojo preparándome para la reacción. En el último segundo, consigo
aplastar un dedo contra los labios de Payton. Me mira fijamente, pero su disgusto
se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. Mientras tanto, la adolescente no se
da cuenta del berrinche del que la acabo de salvar.
—¿Taza o cono? —La niña sostiene uno en cada mano.
—Las dos cosas —afirma mi hija con autoridad.
—¿Oh? —La servidora levanta su mirada hacia mí en busca de aprobación.
—Ella pone el cono en la parte superior —explico—. Algo que aprendió
de mí.
Payton se ríe cuando le guiño un ojo. —Como los pantalones súper
increíbles que me regalaste.
Me toca reírme de su versión de mi declaración anterior. —Exactamente,
Abejorro.
La adolescente permanece en silencio durante nuestro intercambio, con
la primicia preparada. —Um, de acuerdo. ¿Dos de estos entonces?
—Sí, por favor. —Señalo las tinas y parloteo los detalles.
Payton se queda fascinada mientras la vendedora se pone a trabajar. Sus
ojos son del tamaño de un plato de comida una vez que la chica termina de apilar
los ingredientes. —¿Eso es todo para mí?
La chica le pasa el vaso rebosante con un cono de barquillo encima. —Que
lo disfrutes, preciosa.
35 Mis cejas casi llegan a la línea del cabello. —Espero que tengas hambre.
Payton asiente con más entusiasmo. —Mi barriga está rugiendo.
Después de pagar y recoger mi helado, encontramos una mesa fuera. Mi
hija empieza a comer antes de que mi culo llegue a la silla. Se siente muy a gusto
mientras se atiborra de helado. Yo soy mucho más civilizado y saboreo cada
pequeña cucharada. La vainilla cremosa, los trozos de chocolate y el caramelo
crean una combinación digna de un gemido. Un gran trozo de masa de galleta se
deshace en mi boca. Esto es casi mejor que el sexo. Casi.
Lo cual es espeluznante, considerando mi actual compañía. Tal vez soy
más raro de lo que pensaba. Definitivamente, más destrozado después de los
acontecimientos recientes.
Lo que me lleva a cierta pelirroja y a su insistente agenda.
—Por cierto, Melinda te recogerá mañana en el colegio. —Tomo un
bocado después de dar la noticia de la niñera.
—¿Por qué? —Hace un mohín, pero sólo momentáneamente. La expresión
de Payton se aclara antes de que mi sospecha entre en acción—. ¿Tienes una
cita?
Me atraganto con mi reciente bocado. —Absolutamente no.
—Oh. —Sus hombros se hunden en derrota.
—Eres la única chica para mí. Más descaro del que puedo soportar. —Le
guiño un ojo.
—Qué asco, papá. Soy tu hija. Sólo... asco. —Se mete un dedo en la boca,
simulando vomitar. Tan literal, esta.
Me estremezco sólo de pensar en la adolescencia que se avecina. —Sabes
lo que quiero decir, Abejorro. Mi corazón ya está lleno, gracias a ti. No hay
espacio para nadie más.
—Lo que sea. Tienes que enamorarte, casarte y tener más bebés. —El
brillo en sus ojos es demasiado familiar.
—Paso. —Tiro de mi cuello, imaginando a la jauría del parque lista para
abalanzarse.
—Toooooooonto. Hasta yo tengo novio. —Hace ese comentario frívolo
como si no fuera devastador para mis oídos.
Resoplo a través de la fina paja en que se convierte mi garganta. —¿Quién?
—Un chico de la clase. —Ella baja la barbilla, pero no puede ocultar su
rubor.
37 —Sí, así.
Mueve la cabeza de izquierda a derecha en señal de negación. —Mis cacas
no son apestosas.
—Estoy muy en desacuerdo. Pero no te diré si...
Payton da un golpe con la palma de la mano sobre la mesa, la diversión
baila en sus rasgos. —¡Dime!
Y así lo hago. Dos veces, por si acaso.
Capítulo Cuatro
B
ent Pedal no es el mismo espacio que dejé el sábado. Por eso me
encuentro totalmente parada nada más cruzar el umbral. Obligo a
mis pies a avanzar, pero no puedo controlar mi mandíbula floja.
Desde que cerré las puertas hace apenas cuarenta y ocho horas se ha
producido una importante transformación. Las superficies de madera brillante
38 brillan bajo la iluminación superior. No hay ni una mota de polvo ni una mancha.
Las mesas cromadas y las sillas acolchadas están dispuestas en un patrón
intencionado en la planta abierta. Varios barriles de whisky han sido reciclados
como superficie adicional. De las paredes cuelga una decoración atrevida y
artística que da al local un aire moderno y rústico. Las fotografías enmarcadas en
blanco y negro se unen a la colección. Si se observan con detenimiento, las
imágenes parecen haber sido tomadas de la propia Main Street de Knox Creek,
tanto en el pasado como en el presente. Todo el conjunto es muy atractivo. Es
obvio que mi hermano ha puesto mucho cuidado y esfuerzo en su negocio.
Por una vez, el dolor en mi pecho no es insoportable. Su sueño se está
revitalizando ante mis ojos. Elegiría venir aquí a menudo, lo cual es irónico dadas
las circunstancias. El reto de amar el lugar donde trabajo no será un problema
en este caso. Y hablando de una próxima batalla...
El interior impecable e iluminado no es lo único diferente.
Rhodes está detrás de la barra puliendo una jarra de cerveza. Encaja
perfectamente en la escena. En este momento, no puedo imaginarme un papel
más acertado para él. Entonces sostiene el vaso alto a la luz, comprobando si hay
rayas. Eso me hace reflexionar y pensar que tal vez habría que añadir la función
de psíquico a la descripción de su trabajo. Pero, en cualquier caso, el breve lapso
me da un momento muy necesario para admirar su aspecto.
Nuestros caminos sólo se han cruzado en un puñado de ocasiones. Ya ha
demostrado que los trajes de tres piezas se inventaron para su amplia
constitución. Nadie tuvo la cortesía de advertirme sobre la amenaza que supone
su vestimenta informal. Casi me hago papilla al verlo.
Hoy, una camiseta blanca lisa se adhiere a la parte superior de su cuerpo.
Los vaqueros desteñidos que adornan su mitad inferior deben haber sido cosidos
directamente por el diseñador. Los vaqueros le abrazan el culo y los muslos
como si estuvieran pegados. Como si eso no me hubiera quitado ya el apetito
por el resto de la carne del hombre, lleva la gorra al revés.
Sin embargo, lo más llamativo es la tranquila confianza que rezuman sus
movimientos. Incluso al realizar tareas rutinarias, parece más ligero. Más libre.
Un contraste tan grande con las sombras que se aferraban a él el otro día.
Este paquete podría ser incluso más atractivo que el que vi cuando entré.
Expulso una risa sin humor. No hay duda.
Rhodes hace una pausa en medio del fregado para levantar la barbilla en
mi dirección. —¿Estás bien ahí?
La pregunta me saca de mi estupor. Últimamente me lo han preguntado
39 demasiadas veces para contarlas. Incluso una mirada pasajera de una socialité
ensimismada confirma que estoy lejos de estar bien. Lo que ocurre es que este
desliz no está relacionado con el dolor.
Enderezo los hombros y me acerco a él con paso medido. —¿Por qué no
iba a estarlo?
—Por el hecho de que hayas estado congelada en la puerta durante casi
cinco minutos —explica con un tono perezoso.
Hasta aquí llegó mi sigilosa mirada. —Estoy muy bien. ¿Y tú?
—Aguantando. —Agarra otro vaso para fregar.
Mis tacones chocan contra el hormigón estampado. Otro detalle que se me
pasó por alto antes. —Estaría dispuesto a darte más crédito que eso.
Su mirada marrón se fija en mí, esperando a que se disipe el susto que me
queda. De repente tengo un intenso deseo de chocolate derretido. Pero tengo la
ligera sospecha de que este hombre no es demasiado dulce.
—Me alegro de que hayas venido —ofrece Rhodes como saludo oficial.
No estoy del todo seguro de la autenticidad de ese sentimiento, ni del que
yo le doy a cambio. —Igualmente.
Me mira con el ceño fruncido, la capa despreocupada se le escapa por un
momento. —¿No esperabas que apareciera?
Mis pies se deslizan hasta detenerse en los taburetes que enmarcan la
barra. —No estaba seguro de qué esperar.
—¿Y ahora?
—Todavía lo estoy procesando —admito honestamente.
Después de asentir bruscamente, sus ojos se dirigen a un punto detrás de
mí. —¿No hay Gage?
—Está muy felizmente ocupado en otra parte. Mis padres lo llevan a la
playa. —Lo que podría haber sido una alternativa más sabia. La presión ya
empieza a pulsar en mis sienes—. ¿Qué hay de Payton?
Su boca se tuerce al mencionar a su hija. —Está con su niñera. Melinda
recoge a Payton del colegio en las raras ocasiones en que tengo que trabajar
hasta tarde. Espero unirme a ellas para cenar.
Un ceño fruncido se dibuja en mis propios labios. La insinuación de que lo
detendría es insultante. —Esto no debería llevar mucho tiempo.
Se gira para agarrar otra taza. —Eso es lo que estoy apostando.
—Ya lo veo. ¿Hiciste todo esto hoy? —Señalo los cambios notables.
40 —Claro que sí. —Su tono de voz espeso debería requerir un permiso para
el uso público. Ha conseguido interferir en mis circuitos con unas cuantas frases
estándar.
Sólo entonces me doy cuenta de que sigo con la boca abierta. Mis dientes
rechinan con la urgencia de recuperar algo de compostura. —Tengo que decir
que estoy impresionada.
—Sólo porque te faltó fe en mí.
Todavía lo hago, pero no necesita escuchar eso. —Para lo que vale mi
opinión, el lugar se ve muy bien. Me parece que está listo para abrir.
Rhodes resopla. —No estoy seguro de por qué no lo haría. Hace un mes
estábamos en pleno funcionamiento, y bastante bien. No hay mucho que hacer.
—Bien, de acuerdo. Eso tiene sentido. —Pero todavía estoy masticando el
shock.
Se le forman arrugas en la frente mientras se produce una pausa entre
nosotros. Parece perplejo por mi reacción de asombro. —¿No has estado aquí
antes?
Me avergüenza admitir la verdad. Pero esa es mi carga para llevar. —
Trevor me invitó, por supuesto. No hice el tiempo. Mis visitas a casa no eran lo
suficientemente largas como para parar en un bar. Ahora veo lo equivocada que
fue esa elección.
—Al menos estás aquí ahora. —La calidez de su tono es otro cambio
inesperado.
Los aleteos en mi vientre son traicioneros. —No creí que te gustara mi
repentina participación.
Rhodes casi sonríe. —¿Otra suposición? Creía que ya habíamos superado
eso.
—Oh, vamos. Tu recepción inicial fue menos que acogedora. —Sin
embargo, estoy empezando a creer que podríamos hacer que esta asociación
funcione.
—Eso tuvo poco que ver contigo. Este espacio se convirtió en un refugio
para mí después de... bueno, ya sabes. —Rhodes desvía su atención.
—Lo hago. —Mi respuesta es apenas un murmullo por miedo a romper el
frágil territorio que estamos atravesando.
Hay un brillo vulnerable en sus ojos cuando me devuelve la mirada. —No
estaba preparado para perder eso.
Una densa conciencia espesa el aire. La confesión de Rhodes es personal,
junto con la expresión desprevenida que me dedica. Tengo la corazonada de que
41 no permite que muchos sean testigos del dolor que alberga.
El calor me pica la vista, revelando la herida supurante que aún me corroe.
No es un secreto que soy un desastre, por dentro y por fuera. El deseo de
aferrarme a la memoria de mi hermano me llevó a cruzar medio país en cuestión
de semanas. Si alguien puede apreciar sus instintos protectores cuando se trata
de Bent Pedal, soy yo. Este lugar era especial para Trevor, y rápidamente me
estoy dando cuenta de lo mucho que significa también para Rhodes. Si soy
honesta, ya hay un apego que está echando raíces dentro de mí.
Pero eso no significa que quiera acaparar el tesoro solo para mí.
Este es un tema que siempre nos conectará. Incluso si manejamos el
proceso de maneras completamente opuestas.
Me acerco hasta que mis muslos chocan con un taburete. Los obstáculos
que nos separan son pocos, pero las barreras están pavimentadas en la
precaución. —No estás perdiendo nada.
En un instante, la suavidad desaparece de sus rasgos. —Mentira.
Así de fácil, nuestro entendimiento se rompe. Pero no dejaré que eso me
disuada. —Al contrario, de verdad. Estás compartiendo el refugio con otros.
—Impresionante —dice.
Bueno, alguien no es un jugador de equipo.
—Creo que devolver a Bent Pedal su antigua gloria es mucho mejor que
dejar que el espacio se desperdicie. —Y los deseos de mi hermano junto con él.
Rhodes vuelve a su tarea de pulir, pero los vasos ya chirrían. —No hace
falta que me lo diga, jefe. Es un negocio por encima de todo.
Y por un segundo, pensé que podríamos compartir nuestro dolor. En lugar
de eso, resoplo con incredulidad. —Oh, ¿soy el jefe?
—Pensé que era obvio.
—Muy bien. —Parece una indicación adecuada para volver a
encarrilarnos. Deslizo mi trasero en un asiento, con los codos apoyados en el
mostrador de madera—. ¿Por dónde empezamos?
Rhodes exhala un ruidoso aliento. En el mismo tiempo, su mirada se fija en
mí. Un conflicto comienza a parpadear entre bastidores. Observo el debate en
su expresión pétrea. Le basta un suspiro para tomar una decisión.
Las llamas se encienden desde sus ojos fundidos. El chisporroteo sisea
entre nosotros cuando refleja mi postura para apoyarse en la barra. Luego,
recorre un rastro febril por mi cuerpo. Me siento expuesta mientras su descarado
interés me asfixia.
42 La aprobación resplandece en el oscuro brillo de Rodas. El hombre no
tiene ningún problema en adelantarse con una valoración exhaustiva. —Tengo
algunas sugerencias.
Llevo demasiado tiempo hambrienta, casi mareada por su triplicación. Se
me seca la boca. —¿Cómo?
—¿Te gusta tener el control? —Tiene la extraña habilidad de hacer que
todo suene sexual. O simplemente estoy tan privada de compañía masculina.
Probablemente lo último.
Eso no me impide alimentar esta interacción lateral. —Depende de la
situación.
El calor de su mirada arde más, prestando especial atención a mis pechos.
—¿Te excita ser la jefa?
Casi me froto la piel para asegurarme de que no estoy ardiendo. —¿Estás
coqueteando conmigo?
—Ni lo sueñes, Red. —Su mirada vuelve a recorrerme, terminando en mi
pelo.
El moño desordenado no es nada del otro mundo. Me doy una palmadita
en el descuidado peinado, deseando de repente haber puesto más cuidado en
mi aspecto. —Muy creativo.
—No tienes ni idea —dice.
—Um, bueno. Vaya. —Me abanico la cara—. ¿Planeamos mantener esto
como algo profesional?
Mi pregunta parece sacar a Rhodes del suave rollo en el que había estado
girando. Parpadea, la acción se sumerge en una compostura deshilachada. Algo
parecido a la culpa aparece en su expresión.
Luego se endereza mientras su rostro se transforma en una máscara
neutral. —Estrictamente relacionado con los negocios.
El brusco cambio de actitud casi me hace tambalear. Me agarro al borde
de la barra para apoyarme. —¿Qué acaba de pasar?
—Nada. —Su tono cortante me hace creer que toqué un nervio.
—No me pareció nada —contesto.
Si es posible, Rhodes inyecta hielo en su mirada, antes sofocante. —Menos
mal que no tendrás que volver a sentirlo.
Respondo a su mirada con una propia. —No hagas eso.
—¿Hacer qué? —Cruza los brazos, la acción pone sus bíceps esculpidos a
43 la vista.
—Desviar la atención cuando el tema se pone difícil.
—No estoy seguro de lo que quieres decir.
Inclino la cara hacia el techo para obtener un respiro momentáneo. —Bien,
escucha. Creo que hemos tenido un comienzo difícil.
—¿Tú crees? —Su burla condescendiente no es apreciada.
—Bien, sé que lo hicimos. ¿Contento? —pregunto con los dientes
apretados.
—Ni mucho menos.
Las ganas de gritar me suben a la garganta. —Entonces, ¿qué hacemos los
dos todavía aquí? Deja que me encargue de este lugar. Por favor.
Rhodes ya está sacudiendo la cabeza. —No va a suceder.
—¿Y por qué no?
En lugar de responder, me dice: —¿Qué sabes tú de la gestión de una
empresa? —¿Qué sabes sobre la gestión de un negocio? ¿Tienes experiencia
trabajando en un bar o en un restaurante?
Lo trato con la misma táctica. —¿Es una entrevista de trabajo?
Pone los ojos en blanco. —Lo digo en serio.
—¿Y yo no?
El trueno vibra desde su postura rígida. —Puede que Trevor te haya
dejado su mitad, pero eso no te hace apta para llenar sus zapatos.
El comentario es duro y verdadero, una bofetada verbal contra mí. Me
lloran los ojos por el escozor. Pero me niego a flaquear.
—No seas malo —escupo—. ¿Crees que esto es fácil para mí? Créeme,
imbécil. Si pudiera desear algo, lo querría aquí en vez de a mí.
—Joder. —Se aleja de mí, con las palmas apoyadas en su gorra.
El silencio que sigue es necesario. Estamos demasiado cargados
emocionalmente. Demasiado invertidos. Demasiado obstinados.
Espero, con el pecho subiendo y bajando por el esfuerzo que supone no
desmoronarse.
Un minuto se alarga antes de que su voz se quiebre en la quietud. —Tienes
razón, y lo siento.
Me tapo la oreja. —¿Quieres repetirlo?
Rhodes se enfrenta a mí de nuevo, la lucha se filtra de él. —Tú también
44 eres descarada. Un combo asesino.
Me tiembla el dedo cuando lo señalo. —No, ni siquiera vayas allí.
Una disculpa está escrita en su mirada afectada. —¿Te estoy haciendo
sentir incómoda?
—Sólo estoy mareada.
Su ceño se frunce. —¿Eh?
—No importa. —Me desprendo de mi comentario despreocupado. No
necesitamos añadir más confusión—. Pero tengo que dejar una cosa clara. La
comunicación abierta es importante para mí. No podemos dejar que las cosas se
cocinen y se agrien. No quiero que esto se convierta en un ambiente hostil.
Asiente con la cabeza. —Tienes razón. Otra vez.
—Eso suena muy elegante.
Su risa es para chuparse los dedos. —Siento haber sido un idiota.
—Trabajo en curso, ¿verdad? —Exhalo, alivio maduro en la brisa—. ¿Qué
es lo siguiente?
Rhodes mira por encima de su hombro, hacia la pared más lejana. —¿Qué
hay del inventario? La cerveza y el licor están bien. Lo mismo con la comida
congelada. Sólo tenemos que reponer los productos perecederos. Puedo guiarte
a través del formulario de pedido.
Me encojo de hombros y me levanto del taburete. —Suena bastante
seguro.
Gruñe, levantando los labios. —¿Con nosotros? Eso está por ver.
45
Capítulo Cinco
I
nclino la botella para verter otro sorbo en la tierra. —¿Cómo es eso?
El silencio azota entre las ramas superiores como respuesta de
Trevor. No es que espere nada más. Lo realmente preocupante sería si
obtuviera una respuesta verbal.
Eso no me impide mantener una conversación unilateral. —Hay más de
46 donde vino eso.
Pensé que le vendría bien una cerveza. Dios sabe que necesitaba
sentarme y tomar una con él. En el momento oportuno, me doy un trago. El lúpulo
intenso fluye con la malta cremosa. El líquido fresco alivia un filo que me corta la
garganta.
—Este puede ser el mejor hasta ahora. —Giro la botella en mis manos—.
Suave y rico. La mordida agria es un buen toque.
Lástima que la oferta sea muy limitada.
Traje dos del último lote que Trevor fermentó antes de morir. Planeaba
ampliar el bar para convertirlo en una cervecería en toda regla. Ese era su más
reciente proyecto de pasión. Su entusiasmo no podía ser igualado, y se nota en
los productos terminados. Pero ahora, no tendrá la oportunidad de hacerlo
realidad.
Un calambre se apodera de mis entrañas. —No te preocupes, hombre.
Encontraré la manera.
Estoy reuniendo el valor para replicar sus recetas favoritas. Es una tarea
que aún no estoy preparada para abordar. Pero algún día. Más probable es
contratar a unos cuantos cerveceros para convertir su último sueño en realidad.
La cerveza burbujea en el suelo cuando le doy a probar más. Llámame
sentimental o derrochador, pero se merece disfrutar de los frutos de su trabajo.
Esté donde esté.
—Maldita sea. —Me río—. Me estoy volviendo espiritual por tu muerte.
Nunca pensé que vería el día.
El viento vuelve a agitar las hojas.
Levanto mi botella al cielo. —Salud por eso.
Joder, lo estoy perdiendo. O ya lo he perdido, si soy sincero. Esa es la
explicación más lógica de por qué le estoy hablando a la tumba de Trevor y
actuando como si pudiera oírme. Estoy rociando la tierra con cerveza en un
intento de reparar el daño. Esto es lo que hacen los dolientes, o eso he oído. Otro
consejo útil de mi sesión de terapia individual.
Mi mirada baja hasta la tierra removida, aún fresca por el entierro. La
hierba y la maleza empiezan a brotar en la superficie. Hay una pequeña mancha
húmeda de donde le serví, como si pudiera beber.
—Muy bien, definitivamente lo perdí. —Mi risa es poco más que una
carcajada—. Lo que cuenta es la intención, ¿no? No iba a beber tu buen IPA solo.
47 Más que eso, una visita es muy esperada. Especialmente después del
desastre de ayer con Rylee. Sólo recordar mi comportamiento me hace
estremecerme. Cuelgo la cabeza con una maldición ahogada.
—Fue malo, hombre. Tu hermana me odia. No es que la culpe.
Otra sensación de hundimiento me golpea al imaginar la expresión de
horror que se dibuja en su bonita cara. Estaba asqueada. Me sentí como el mayor
hipócrita, babeando por su escote apilado y sus interminables curvas. Y eso no
fue lo peor. Por la razón que sea, esa mujer se me mete en la piel. Parece que no
puedo retroceder y dejarla ir sin que se convierta en una batalla.
La inscripción de su lápida me llama la atención.
Esa última frase cala hondo. Es algo que Trevor decía a menudo. No tengas
miedo de volver sobre los pasos ya dados. Un camino bien trazado nos mantiene
humildes.
Nuestras raíces nos nutren. Esos nudosos cimientos nos animan a crecer.
La experiencia nos empuja hacia adelante. Los retos interrumpen el viaje, pero
esas lecciones son obstáculos necesarios. Es cierto que nada que merezca la
pena es fácil de conseguir. Pero eso no significa que tengamos que ponérselo
difícil a los demás.
La presión se aprieta alrededor de mi torso mientras dejo que ese
sentimiento se hunda. Estoy haciendo la vida de su hermana miserable. Eso es
un verdadero testimonio para mí, viendo que Rylee ya está en un estado
permanente de desesperación. El nudo que se aloja en mi garganta está cargado
de culpa. Inclino la botella para Trevor mientras engullo la mía. Se necesita valor
líquido para admitir la verdad.
El orgullo obstinado se me pega al paladar. Otro trago por si acaso. —No
nos llevamos bien. En absoluto. Probablemente sea culpa mía. Totalmente. Estoy
siendo un idiota, pero parece que no puedo dejarlo.
El alivio pende de un hilo, a la espera de la aprobación. No ha sido tan
difícil. La risa que expulso al aire de la tarde está impregnada de sarcasmo.
Doblo la pierna, colocando un brazo sobre la rodilla apoyada. —Me vuelve
loco, Trev. No sé qué me pasa. Ayer ni siquiera nos pusimos de acuerdo para
48 pedir fruta y verdura.
El silencio reconoce mis esfuerzos de arrepentimiento. Hasta las ramas se
callan.
—No es lo suficientemente bueno, ¿eh? ¿Ayudaría saber que me siento
jodidamente mal por ello? —Puede que yo esté luchando con la muerte de
Trevor, pero Rylee está sufriendo. Perdió a su hermano, y yo discutí con ella por
el brócoli. Una mierda tan insignificante.
Mis arrepentimientos se acumulan. Las confesiones también. Y aquí estoy,
buscando respuestas de una fuente que no puede hablar. La quietud es casi
burlona en este punto.
Me muevo en el suelo. Tengo el culo medio dormido, pero me queda
mucho por decir. —¿Pensaste bien esto? Porque tengo que admitir que
emparejarnos podría arruinar el bar.
El fracaso me golpea con una imagen mental de cerrar las puertas por
última vez. La imagen me revuelve el estómago. Nada sería peor que
decepcionarlo. Desde luego, no admitiendo que me equivoqué. Hay una
solución sencilla. Sólo me duele expresarla.
—¿Debería alejarme? Rylee es capaz de dirigir el lugar. Dejaste Bent
Pedal a su nombre por una razón. Si no podemos llevarnos bien, sólo seré un
socio silencioso. —La aceptación es difícil de ahogar, pero esto no se trata de mí.
Ni mucho menos—. Entonces tomaríamos caminos separados. Eso es
probablemente lo mejor para el negocio, considerando todas las cosas.
Una pausa para que se cuele nada más que la duda.
—Maldita sea, hombre. Voy a ser sincero. Irme no me parece bien. El
bar... se ha convertido en un hogar. Ya lo sabes. Estoy demasiado apegado, ¿eh?
La quietud adicional se burla de mí.
—¿Quieres que la deje en paz? —Miro a lo lejos, tratando de ignorar el
fuego que se está formando detrás de mis ojos—. ¿Es mucho pedir algún tipo de
señal?
El viento se levanta en ese momento. Un sutil aroma floral se agita entre la
crujiente brisa otoñal. No soy demasiado orgulloso para captar la indirecta.
Lo que queda de su cerveza se tira por la escotilla improvisada. También
le saco brillo a la mía. Mis articulaciones crujen cuando me pongo en pie. Me
quito la hierba y la suciedad de los vaqueros y termino de estirarme. Una rigidez
contundente me avisa de cuánto tiempo he estado tirado en el duro suelo. Pero
entonces, la suave pisada de alguien que se acerca me distrae y mis músculos
doloridos se olvidan momentáneamente.
49 Cuando me giro, la respiración queda atrapada en mi tráquea. Poco
después se produce una tos estrangulada. No estoy seguro de lo que esperaba,
pero desde luego no era esto. Ese brebaje debe haber sido más fuerte de lo que
pensaba. Mi atención rebota de la tumba de Trevor al cielo, sin saber a dónde
mirar para encontrar al instigador responsable.
Hablando de una revelación divina.
Rylee levanta una mano para tapar el sol. Tal vez ella tampoco crea a quién
está viendo. Casi me froto los ojos para asegurarme de que no es una alucinación.
Pero ella se acerca, reduciendo la distancia que nos separa con un paso
vacilante.
—¿Qué haces aquí? —La estupidez sale de mi boca antes de que pueda
refrenarla. Me froto la mandíbula mientras disimulo una mueca—. Maldita sea.
Lo siento. Es una extraña coincidencia.
Rylee no se molesta en responder. No es que merezca una después de esa
introducción. Además, estoy demasiado cautivado por la refrescante imagen que
presenta en este escenario, por lo demás sombrío. Cualquier intento de entablar
una conversación significativa sería, en el mejor de los casos, embarazoso.
En lugar de eso, me sacio de ella descaradamente.
Las pecas que espolvorean sus mejillas son resaltadas por el sol. Hay un
resplandor que la baña de calor dorado. Su pelo parece más rojo que de
costumbre, como si las hebras estuvieran ardiendo. Maldita sea, es hermosa.
Y me mira como si fuera su enemigo.
—Esto es... raro. —Hundo la barbilla, apretando los ojos—. Es raro,
¿verdad?
Especialmente después de pedir una señal. Pero ella no necesita saber
eso.
—Sólo es raro si tú lo haces raro —afirma.
—Definitivamente no es mi intención —murmuro—. Sólo un buen
momento, supongo.
—Esa es una forma de verlo. —Su postura rígida es una guardia contra mí,
preparándose para lo peor. Probablemente aún esté enfadada por mi exhibición
de lo cretino que puedo ser de ayer.
—¿Vienes aquí a menudo? —Dulce Jesús, hay algo malo en mí. Desearía
haber bebido más cerveza para que al menos hubiera una excusa para la mierda
que se derrama de mí.
50 Rylee parpadea, probablemente tratando de entenderme. —Al menos una
o dos veces desde que regresé.
—Es mi primera vez. —Tal vez eso me haga ganar algunos puntos de
compasión, o explicar por qué soy un idiota llorón.
—Bueno, estoy segura de que lo aprecia. —Ella asiente a las cervezas
vacías apoyadas en su lápida—. Otro dulce gesto.
Me encojo de hombros. —Trevor no llegó a probar este lote antes...
—¿Qué es? —Se queda mirando las botellas. No hay ninguna etiqueta que
identifique la mezcla única.
—Una IPA. Esta la hizo un poco ácida. —Los levanto del suelo como si eso
fuera a ayudar.
—Espera, ¿él lo preparó? —Hay asombro en su voz.
—Sí. —Hago una pausa cuando su expresión de asombro no se aclara—.
¿No lo sabías?
Rylee sacude la cabeza. —Me habló de la elaboración de cerveza, pero
sólo fue un comentario de pasada. No tenía ni idea de que lo estuviera haciendo
realmente, ni de que hubiera cervezas preparadas. ¿El proceso no es eterno?
—En realidad no, pero eso depende del tipo. Este probablemente estuvo
fermentando durante unas seis semanas. Su última mezcla —murmuro.
Le tiembla el labio inferior mientras mira su lugar de descanso. —Oh.
Me doy cuenta de ello. —Mierda, debería haber guardado algo para ti.
Rylee moquea, haciendo todo lo posible por ocultar cualquier lágrima
perdida. —No seas tonto. No sabías que iba a venir.
—Hay más. Dos docenas o más.
—La próxima vez —susurra. Luego mira su reloj—. Sólo me pasé para
saludar rápidamente antes de tener que recoger a Gage del colegio.
Si leo entre las líneas que está dibujando, estaría escrito en negrita que
quiere que me vaya. Quiere estar sola, es comprensible. Pero estoy dispuesto a
creer que ambos estamos aquí por una razón.
Eso debe ser abordado antes de que me vaya. Aunque sea a mí mismo.
—Pensamiento similar, una vez más. Estaba a punto de salir a buscar a
Payton.
Parece que se le ocurre un pensamiento. —¿Dónde vives?
—Richemont —sonrío cuando sus ojos se abren de par en par. El suburbio
del suroeste de Minneapolis tiene cierta reputación.
51 Rylee silba. —Alguien es elegante, y está lejos de casa.
—Sólo treinta minutos.
—Apuesto a que esto se siente como un mundo completamente diferente.
—Hace un gesto con la mano hacia nuestro entorno.
—Qué poco debes pensar en mí. —No es que haya ayudado.
Resopla. —Eso requeriría que pensara en ti en primer lugar.
—Maldición —gruño—. Me metí de lleno en eso.
Una sonrisa de verdad —aunque vacilante— ilumina sus rasgos. —Lo
hiciste.
Así de fácil, siento que la tensión se levanta un par de centímetros. Tal vez
esto es factible. Va en esa dirección. Puedo arriesgarme por el bien de la paz y
la prosperidad.
—¿Tienes planes para el resto del día?
La sospecha tensa inmediatamente su expresión. —¿Por qué?
—Podríamos encontrarnos en un parque en una hora. En algún lugar del
centro. Estoy seguro de que Payton se llevará bien con Gage. —Nuestros hijos
pueden jugar como un amortiguador. Harán que esta transición a un terreno
parejo sea un poco más suave.
Rylee me estudia, hurgando en mis capas de armadura. —Pero no nos
llevamos bien.
—Eso tiene que cambiar. —Le permito ser testigo de mi desesperación
desprevenida, por cruda y difícil que sea—. Llevamos un negocio juntos. Eres mi
socia en lo que respecta al bar. Tengo que empezar a actuar como tal.
Está callada en su contemplación. No es fácil ver cómo el conflicto
parpadea en su mirada. —De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¿Así de fácil? —El shock resuena, inconfundible en mi
voz—. Me imaginé que sería más grande...
—Lo será. Te daré una oportunidad para una tregua —enmienda—. No
hagas que me arrepienta.
La presión vuelve, pero esto es diferente. Mis remordimientos de antes
resurgen. Me toca a mí arreglar nuestras diferencias. Yo soy el que tiene algo
que demostrar, y no le daré ninguna razón para dudar de mí. No otra vez.
Siento que ese reconocimiento desplaza parte de la tensión entre mis
omóplatos. Tenemos el mismo objetivo, pero yo había estado demasiado
atascado en mi rutina. A partir de ahora, dejaremos de lado nuestras diferencias
52 y lucharemos juntos por nuestro negocio.
Este es el comienzo de un verdadero trato entre socios. Pero por encima
de todo, esto es lo que Trevor querría.
Le ofrezco mi mano para que la estreche, y ella la acepta. —Tienes mi
palabra, Luciérnaga.
Capítulo Seis
G
age tira de mi brazo por cuarta vez. La maldita articulación está a
punto de salirse de la cavidad. Pero su entusiasmo es contagioso.
Por eso me encuentro riendo con facilidad. Últimamente sucede
con más frecuencia, lo que casi me permite creer que hay una ruta de salida de
las sombras.
53 —Oh, oh. ¡Mira! Ahí está Rhodes. ¿Por qué está solo? ¿Dónde está su hija
con nombre del niño?
Aprieto los labios, atrapando una sonrisa de megavatio. —Payton.
—Ajá, sí. Vamos a correr.
—¿Cómo lo sabes? —No se han conocido, a menos que me haya perdido
una cita de juego.
Se burla, como si me hubiera perdido toda la explicación. —Eso es lo que
hacen los niños. Nos gusta ir rápido.
—De acuerdo, te apoyaré. —Levanto un puño cerrado para que lo choque.
Mi hijo no me deja colgada y termina la acción con una fuerte explosión.
—De acuerdo. Será mejor que me veas ganar.
—No me lo perdería —juro.
Su insistente tirón se reanuda. —Vamos, mamá. Rhodes está solo en el
banco.
Mi atención se desplaza hacia donde señala Gage. El hombre que me ha
provocado recientemente una gran molestia —y una gran atracción— está
descansando despreocupadamente, con las piernas abiertas como si fuera el
dueño de todo el asiento. El calor infunde mis mejillas mientras me deleito con
una lenta mirada. No se ha cambiado la ropa de antes. Los vaqueros desteñidos
y la camiseta lisa siguen amoldándose a sus músculos. Una camisa de franela
desabrochada ha entrado en la mezcla. Sus coloridos tatuajes están ahora
lamentablemente ocultos a la vista. Ah, y no puedo olvidar la guinda del pastel.
Esa maldita gorra hacia atrás será mi perdición.
Dos menciones muy honorables me vienen al instante a la cabeza.
La primera es que Rhodes no tiene derecho a estar tan sexy en un parque
infantil. La segunda es que hay una manada de pumas asilvestrados pululando en
su vecindad directa. Probablemente han olfateado mi mención número uno
también.
No puedo decir que las culpe, pero ese tipo está tomado. Me tropiezo con
una pausa abrupta. Espera, eso podría no ser exacto. No hemos hablado de la
madre de Payton, ni del padre de Gage. El tema nunca salió a relucir entre
nuestros concursos de miradas y los golpes de ego autoimpuestos. Pero estamos
pasando de eso. Yo creo que sí.
—Mammmmmmáááá —se queja Gage de forma exagerada. Se gana la
atención de varios asistentes al parque, incluido Rhodes.
Le ofrezco un saludo cuando nuestras miradas chocan antes de dirigirme
56 de buen humor.
—¿Por qué no iba a estarlo? —Y una vez más, inmediatamente quiero
reformular el contexto.
La comprensión aparece en su amable expresión. —Está bien ser feliz.
—¿Lo está? —La culpa ya me está arañando, desesperada por ocultar
cualquier atisbo de alegría.
—Por supuesto —insiste en un tono que exige seguimiento—. Trevor
odiaría verte disgustada, especialmente a todas horas del día. Ya lo sabes.
—Supongo. —Pero eso no impide que el escozor ataque mi visión. Desvío
mi mirada borrosa, deseando que las malditas lágrimas desaparezcan. Sin
embargo, una gota traicionera cae.
—Ah, Luciérnaga. No llores. —Rhodes se endereza de su pose relajada y
me sujeta la mano.
Algo en sus palabras es un bálsamo tranquilizador. Sólo este pequeño
gesto suyo me reconforta más de lo que he sentido en un mes. Hace que el ardor
se derrame más rápido de mis ojos.
Me limpio las lágrimas que mojan mis mejillas. —Uf, esto es una tontería.
—Definitivamente no. —Me arrastra hasta que nuestras rodillas chocan.
Desde su posición sentada, estoy en plena exhibición frente a él.
Me agacho la barbilla para escapar de su preocupado escrutinio. —Deja
de mirarme. Me estás acomplejando.
—Pero estás triste, y no quiero que lo estés.
Las llamas lamen mis ojos cuando me concentro en las nubes de arriba. —
Estoy bien.
Su gruñido me llama la atención. —No estoy de acuerdo.
Le clavo una mirada acuosa. —Pues qué pena. No eres tú el que llora.
Sonríe ante mi mordacidad. —Pero no eres la única.
Mi mirada sigue hacia donde él está señalando varios ejemplos. —Son
niños. Eso es lo que hacen. No tengo una rodilla raspada como excusa.
—No, lo que tienes es mucho peor. —Su mirada es demasiado invasiva.
Un escalofrío me recorre a pesar del fuego que hay bajo mi piel. Me siento
expuesta, desollada hasta las entrañas y la gloria. El impulso de acobardarme y
mirar hacia otro lado pesa sobre mis pestañas. Pero hay otro instinto que sube a
la superficie y me mantiene firme.
Con su único enfoque escarbando bajo mis capas, me siento vista de una
57 manera que desconozco. Mi espíritu herido se agita. Me doy cuenta de que no
me importa que vea esos bordes dentados que me cortan. Estos defectos son
míos. No tengo miedo de mostrar mi dolor. Lo que me asusta es cómo elegiré
seguir adelante.
Rhodes rompe nuestro silencio, tan psíquico como es. —Será más fácil.
Se me reseca la garganta de repente. —¿Cómo lo sabes?
—Simplemente lo hago.
—Eso no es muy convincente.
—¿Tienes otra sugerencia? —Hace una pausa para respirar, esperando mi
argumento. Otro suave apretón encuentra mi palma antes de soltarme—. ¿Has
probado a hablar con alguien?
—¿Como un profesional?
Su asentimiento va acompañado de una mueca de dolor, probablemente
preocupado por mi reacción. El estigma de buscar ayuda para la salud mental
todavía existe para muchos. Pero él no tiene que preocuparse por eso conmigo.
Exhalo ruidosamente. —Sí, ya me había reunido con un terapeuta de forma
semirregular. Me vio dos veces a la semana antes de mudarme aquí. Puedo
programar una tele-sesión con ella cuando sea necesario.
—Bien. —Su manzana de Adán se hunde con un trago grueso—. Me alegro
de que tengas a alguien.
La forma en que lo dice me hace reflexionar. La conciencia me recorre el
cuero cabelludo y me levanta el vello de los brazos.
—¿Lo haces? —Trago saliva ante mis propios nervios—. Tener a alguien,
quiero decir.
Rhodes sonríe, pero la expresión es floja en el mejor de los casos. —Hay
gente en la que puedo apoyarme. Lo intenté con un psicólogo, pero llevar mi
alma a un extraño no es para mí.
—Lo entiendo. Tienes que estar cómodo con la persona.
Su mirada vuelve a recorrerme. —Pienso exactamente lo mismo.
—Gracias por esto, sea lo que sea. Realmente no quería llorar.
Especialmente aquí. —Miro por encima de mi hombro, a nuestro entorno
público. Qué lugar tan glorioso para tener un festival de sollozos.
—Será más fácil —repite.
Miro hacia mi principal fuente de sol. Gage está garabateando junto a
58 Payton, con las cabezas juntas. Es la imagen de la felicidad infantil. Esa imagen
por sí sola llena mi taza agujereada hasta la mitad. —Sí, creo que sí.
—Un día a la vez. En cualquier momento del camino, siempre puedes
acudir a mí. Soy una parte no neutral dispuesta a ofrecer consejos no solicitados
y opiniones extremadamente parciales.
Me río. No hay forma de atraparlo. —¿Qué podría ser mejor?
Su risa lleva varias notas de humor. —¿Ves? Ya estamos en camino.
—¿Nosotros?
Rhodes resopla. —Sí, nosotros. Estamos juntos en esto a partir de ahora.
Estás atrapada conmigo, Luciérnaga. Por su bien, pero también por el nuestro.
Esa es la dirección que elegiremos. No te sientas mal por reírte. Exprésate
libremente. Está bien estar bien. Vive más feliz por él.
La emoción que me produce que se una a mí es vergonzosa. Es triste
reconocer lo hambrienta que estoy de afecto. Incluso del tipo estrictamente
platónico del mejor amigo de mi hermano.
Debe reconocer los signos de angustia una vez que mi pausa embarazada
llega a la infancia. Su preocupación recorre mi rostro con un escrutinio preciso.
—¿A qué se debe esa mirada perdida?
Parpadeo para limpiar el polvo de mis pestañas. —Esto no es lo que
esperaba de nuestra tregua.
—No hay razón para que ninguno de nosotros tire la toalla. No es una
batalla que tengamos que librar. Estamos en el mismo equipo. —Su mirada se
clava en la mía, casi suplicante—. ¿Verdad?
—Cierto, y muy perspicaz —reflexiono.
Guiña un ojo, el ánimo sombrío se rompe por encima de nosotros. —¿Qué
te parece, eh? Estoy lleno de algo más que de mierda.
—No nos precipitemos. —Le doy un toque en la pierna con la mía.
Al fin y al cabo, apenas estamos en equilibrio sobre un terreno estable.
Pero ya siento que está floreciendo un vínculo. Algún agarre residual dejado por
Trevor tal vez. Sea lo que sea, puedo vernos manteniendo la paz.
59
Capítulo Siete
L
a pausa entre nosotros es agradable. El parloteo ocioso de los
compañeros del parque ofrece un bienvenido zumbido de fondo de
ruido blanco. La alegría y la energía no filtradas perfuman el
ambiente, ya de por sí boyante. Tengo la tentación de mantener mis tacones
pegados a esta losa pavimentada hasta que se ponga el sol. Un vistazo al frente
me hace ver que Rodhes también está a gusto. Mi suposición, o mi desesperación
por encontrarme en el medio, podría dar sus frutos.
60 Mi atención se desvía hacia Gage de nuevo. Sigue ocupado sin
preocuparse de nada más. Hace años que estamos los dos solos. Cuando nos
mudamos a Knox Creek, nuestro dúo se duplicó de la noche a la mañana gracias
a mis padres. El hueco al que pertenece Trevor es amplio y abierto, pero su
recuerdo sella nuestro círculo. Puede que haya espacio para más. Al final. Dejo
que mi atención vuelva al frente, e inmediatamente resoplo contra mí misma.
Hablando de precipitarse.
Es entonces cuando me doy cuenta de que nuestro público está muy
embelesado —y envidioso—. Las pumas de antes se han multiplicado en una
bandada de plumas erizadas. Dos mujeres nos miran abiertamente desde el otro
lado de la cancha de baloncesto. Otro par tiene sus ojos fijos en nosotros mientras
susurran. Una mirada de reojo revela resultados similares. Parece que en todas
las direcciones hay al menos una dama deseosa de sustituirme.
Casi saludo a una compañera pelirroja. La mirada que me devuelve es
nada menos que mordaz. Si las miradas incendiaran, yo me convertiría en humo.
Vaya solidaridad de género.
Mis labios se tuercen hacia un lado mientras hago una rápida evaluación
del riesgo. Estas gallinas parecen dispuestas y capaces de hacer lo que sea
necesario para tener una oportunidad con el gallo solitario. —¿Traes mucho a
Payton a este parque, Platón?
Rhodes frunce el ceño. —¿Platón?
—Es un famoso filósofo que también es muy perspicaz. Olvídalo. —Hago
un gesto con la muñeca, descartando otro intento fallido—. ¿Pero vienes aquí a
menudo?
—Ahora sólo estás robando mis líneas. Sé que estamos compartiendo el
bar, pero no nos volvamos perezosos. —Una suave sonrisa revela una hendidura
en su barbilla que no había notado antes. La hendidura está enterrada bajo una
gruesa barba, pero no puedo dejar de verla.
Casi me balanceo sobre mis pies. —Dame un respiro. Estoy desorientada.
—¿Quieres sentarte? —Le da una palmadita al lugar vacío a su lado.
—¿No está reservado para tu harén? —Pero me dejo caer en el banco sin
preocuparme más por mi bienestar. Sin duda, se han levantado algunas cejas al
ver que he estado merodeando delante de él todo este tiempo.
Rhodes se retuerce en el asiento para mirar hacia mí. —¿Qué carajo?
Hago un movimiento no discreto a las espectadoras babeando. Ellas no
tienen vergüenza y yo me limito a seguir su ejemplo. —Tienes un club de fans.
Hace un rápido barrido del terreno y termina con una mueca. —Eso es ser
generoso.
61 Un resoplido poco femenino me hace retroceder. El banco de metal chirría
por mi brusco desplazamiento. —Puh-por favor. Es como si fueras famoso o algo
así. ¿Estoy invadiendo su territorio sagrado? ¿Interfiriendo un protocolo? ¿Tengo
que esperar en la cola?
Su ceño se frunce. —No conozco a ninguna de ellas.
—¿No te conocen?
—No que yo sepa.
—Pero están actuando de forma posesiva. —Estoy segura de que la
morena de mi izquierda está echando espuma por la boca.
Rhodes pasa por alto su comportamiento con un encogimiento de
hombros. —Sólo hay que ignorarlas.
—¿Cómo es que estás bien con esto? Me están incomodando. —Mi voz es
un susurro apagado. No me gustaría darles un motivo.
Su risa ronca me hace perder la cabeza. —No es tan malo. Estás actuando
como si fueran a volverse Hulk en cualquier momento. Además, estoy
acostumbrado.
—No deberías acostumbrarte a esto. —Hago un gesto con el pulgar detrás
de nosotros, ya no me preocupa erizar las plumas.
Hace un ruido sin compromiso mientras mira a lo lejos. —Viene con el
territorio. He tenido siete años de práctica.
—Es una maravilla cómo has permanecido soltero. —Aunque, para ser
justos, no estoy segura de que lo esté.
Su cabeza se inclina de izquierda a derecha. —Me gustan mis mujeres un
poco menos...
—¿Desesperadas?
—Claro. —El humor brota de entre sus labios apretados—. Podemos ir con
eso.
La incredulidad todavía me rechina. Casi envidio sus pelotas de mujer de
latón. —¿Siempre es así?
Su sonrisa se inclina hacia la satisfacción. —Más o menos. A estas alturas
soy inmune.
Me doy cuenta de que es una realidad sorprendente. —Oh, lo entiendo.
Te encanta cuando cacarean sobre ti. Probablemente te pone los menudillos
duros.
C
on un giro brusco, giro sobre mi talón y acecho la pared opuesta.
El rápido golpe contra el suelo se sincroniza con el rápido golpe
en mi pecho. Vuelvo a mirar el reloj. Son casi las nueve y media.
Los dos minutos han pasado mucho más despacio que mi incesante ritmo.
El sol de la mañana sigue saliendo, atravesando las ventanas delanteras
69 en una cascada dorada. No ayuda a mejorar mi estado de ánimo. Cada rayo
refleja un segundo que he perdido.
Rylee dijo que llegaría temprano. Es un marco de tiempo amplio. Tal vez
su intención era dejarme con la duda. Misión cumplida. No iba a dejarla llegar
sin que yo la esperara.
De mis labios sellados brotan maldiciones ahogadas. Por qué me importa
tanto, mi cerebro se ha convertido en una papilla revuelta. Este no soy yo. Ni
mucho menos. Sinceramente, no puedo entender qué coño me pasó.
Aparte de lo obvio, por supuesto.
La culpa de ser la causa de las lágrimas de Rylee me ha atormentado en
cada momento desde que salió del parque. He tenido la culpa de innumerables
episodios de llanto. Lo suficiente como para ser inmune a los ojos vidriosos y a
los labios inferiores temblorosos. Pero por alguna razón, el de ella golpea a un
nivel diferente. Tal vez estoy manifestando algunos instintos de protección de
Trevor. Un espasmo en el pecho me advierte que debo reparar el daño antes de
que sea demasiado tarde. El Señor sabe que se enfadaría más que un león
enjaulado si descubriera que hice llorar a su hermana pequeña. Lo más estúpido,
o quizá lo más irónico, es que no tengo ni la más remota idea de por qué se
enfadó.
Pero esa ignorancia ciertamente no me concederá ningún favor.
La puerta se abre con un chirrido cuando estoy a punto de empezar otra
vuelta. Me detengo inmediatamente para ver a Rylee entrar en el bar. El corazón
me salta directamente a la garganta seca, lo que a su vez me hace sentir más
imbécil. Y eso no es lo peor.
Las palabras que he ensayado durante días mueren rápidamente en mi
lengua. Casi caigo de rodillas, dispuesto a pedir clemencia.
Casi brilla con la luz del sol como telón de fondo. Sus deliciosas curvas
están envueltas en un vestido verde. La ceñida tela está diseñada para hacer que
un hombre cuerdo pierda la cabeza o cometa un delito. Probablemente ambas
cosas, si la inyección instantánea de lujuria que me llega a las venas es un indicio.
El mero hecho de pensar en otros hombres a los que se les sirve este deleite
visual enciende una furia ardiente. Es desconocido e incómodo, lo que hace que
mi balanza se acerque a la pérdida del sentido común. Sin embargo, eso no
significa que deje de atiborrarme de ella.
Un complicado giro mantiene su cabello como rehén. El estilo es
demasiado... severo para su personalidad vivaz. Tengo ganas de arrancar hasta
el último pasador hasta que esas ondas brillantes se derramen sobre mis dedos.
Eso sí que me haría gana un rodillazo en las joyas de la familia. Un escalofrío
70 revuelve las náuseas prematuras de mis entrañas.
Es mejor evitar la tentación por ahora. Eso no significa que no pueda poner
mis miras en otra parte.
Los carnosos labios de Rylee se tiñen de un rojo intenso. Un delicioso —
aunque indiferente— mohín se frunce en mi dirección. No puedo sentir ni una
pizca de remordimiento con esa mueca dirigida a mí. Es entonces cuando me fijo
en el maletín que lleva colgado del hombro. Tenemos asuntos que tratar. Ella
tiene un aspecto pulido, mientras que yo me he convertido en un desaliñado,
demasiado ocupado abriendo un camino en el hormigón estampado.
—La cagué —así es como decido empezar.
—¿Con qué? —Su tono es demasiado cortés dadas las circunstancias.
Eso me da una pausa, la sospecha entrecerrando los ojos en un
estrabismo. —La reunión.
—¿Está cancelada?
—No.
Rylee entra en el espacio, por lo demás vacío, y deja su bolsa en un
taburete. Cuando se gira para mirarme, su postura es suelta y relajada. La
imagen de la profesionalidad no varía. —Entonces, ¿qué pasa?
Mi parpadeo de respuesta es lento. No es así como esperaba que fuera
nuestra conversación. —Debería haberte consultado antes de programarla.
Con un golpe de aire, me hace señas para descartarlo. —Está bien.
Siento que mis cejas se elevan. —Eso es... una novedad para mí. No
parecías estar bien el martes.
Sonríe, lo que no hace más que aumentar mi confusión. La expresión es
más falsa que un bronceado invernal. —He tenido tiempo de pensar en ello.
Intentabas hacer algo bueno al organizar esta reunión. Al principio me pareció
un golpe, pero no creo que fuera tu intención.
—No lo era.
—¿Ves? Ahora lo entiendo. Tú eres el jefe, por lo menos hasta que yo me
maneje mejor con el bar. Sin rencores. Probablemente hay un sistema infalible
en el que has confiado durante años. Me metí en tu rutina como un novato,
asumiendo que encajaría bien. Eso es culpa mía. —Su lógica es sólida, pero no
creo del todo que sea auténtica.
—Esto es una sociedad. Estamos juntos en esto, ¿recuerdas? —Empiezo a
sospechar que ha olvidado la mayor parte de lo que discutimos esta semana. O
71 está eligiendo bloquearlo. Esto último es lo más probable.
El asentimiento de Rylee es medido, demasiado formal. —Nuestra relación
no se extiende más allá de estas paredes. Estrictamente profesional. Punto.
Me rasco el desaliño de la mandíbula. —Eso no significa que tengas que
ser tan...
Rígida. Fría. Aburrida. Decenas de calificativos me apuñalan el cráneo.
Ninguno de ellos es halagador. Lo último que necesito es ofenderla aún más.
Espera a que pueda hilvanar una simple frase. Cuando, instantes después,
sigo titubeando, se apiada de mí. Más o menos. —Entonces...
—Sea lo que sea esto. —Le doy un empujón a su fachada.
—¿Tienes algún problema con mi forma de actuar?
—No, pero está claro que tienes un problema conmigo.
—No estoy seguro de lo que te da esa impresión. — Su máscara de plástico
no se desliza.
Un dolor se extiende detrás de mi esternón. Esta no es la misma mujer que
he empezado a conocer.
Pero ese es el problema. Realmente no conozco a Rylee Creed más allá de
nuestras limitadas interacciones de la semana pasada. Sin embargo, hay una
diferencia notable en su comportamiento.
Si yo tengo la culpa de este giro abrupto, entonces es mi trabajo dirigirnos
de nuevo al camino. —¿Qué pasa, Luciérnaga?
El apodo apenas provoca una reacción. Rylee chasquea la lengua, pero
por lo demás se mantiene en el carácter de Stepford. —¿Aparte de lo habitual?
—Sí —digo de golpe. El arrepentimiento me golpea inmediatamente. Me
paso una mano por el pelo, desordenando aún más los mechones—. Maldita sea,
esta no eres tú.
Su risa es más falsa que el resto. —¿Cómo lo sabes?
Mi mirada se fija en sus rasgos planos. —¿De verdad va a ser así entre
nosotros?
—¿Prefieres que nos peleemos a cada momento? —El almíbar en su tono
está pidiendo que me meta en un lío.
Me burlo. —Obviamente no.
—Entonces estamos de acuerdo. Esto es lo mejor.
—¿Lo es? —Quizás soy el único al que le molesta seguir en una dinámica
excesivamente correcta.
72 Alisa una palma sobre su impecable vestido. —Sí, antes dejé que la
emoción se involucrara. Es un error que no volveré a cometer.
Puede que mi experiencia con las mujeres consista en ligues sin sentido y
en aventuras de una noche, pero hasta yo puedo oler la mierda madura en el
aire. —Somos más que socios de negocios. Trevor se aseguró de eso.
Su mirada se desvía hacia un punto al azar en el suelo. —Me disculpo si
me pasé de la raya o te di una idea equivocada. Tenemos que mantener los
límites por el bien de nuestra empresa.
Miro de izquierda a derecha, arriba y abajo, mientras me pregunto si he
caído en un estupor. —¿Intentas vengarte de mí por haber programado la
reunión sin ti?
—¿Vengarme de ti? —Me mira fijamente—. Estás haciendo de esto un
problema mucho más grande de lo que realmente es.
—¿Puedes culparme? Estás actuando como una persona completamente
diferente.
—Nunca he sido vengativa —bromea Rylee.
—Tomo nota, pero eso no explica el cambio drástico.
Expulsa un suspiro ventoso, pero la farsa no se desprende de su
expresión. —Si quieres saberlo, estoy avergonzada por lo del otro día. Fue una
reacción exagerada por mi parte. No necesitas mi permiso para programar una
reunión. A partir de ahora, me atendré a las mismas prácticas.
Las reglas y los reglamentos no son extraños para mí, pero esta versión de
Rylee sí. —Así no es como se dirige una sociedad exitosa. Debemos ser una
unidad cohesionada.
—En ese caso, no debería haber más malentendidos. Esto es un
aprendizaje para mí. Si me concedes un poco de paciencia, te haré la misma
reverencia. Buena navegación, capitán. —Hace un saludo exagerado, como si
toda esta situación no estuviera ya de lado.
¿Quién demonios es este recorte de cartón y qué ha hecho con mi
imprevisible luciérnaga? No es que Rylee sea mía. Maldita sea, ahí voy de nuevo.
Me pregunto distraídamente si esta mujer se dejó caer en mi camino para
llevarme directamente a la locura. Es lógico, teniendo en cuenta que estoy a
punto de enloquecer.
El combustible para impulsar esta conversación se queda atrapado en mis
pulmones. Algo que ella dijo antes pasa a primer plano. —No soy tu jefe.
Tenemos la misma voz. Tienes tanto derecho a mandar como yo.
73 —Y una vez que me oriente, estaré más que feliz de hacerlo. Por ahora,
está claro que tienes una forma de dirigir las cosas. No interferiré mientras me
entrenas. Después de eso, puedes volver a tu horario habitual.
Frunzo el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Bent Pedal no es tu único negocio, ¿verdad? Estoy segura de que tienes
otros lugares donde estar.
La suposición es válida. De hecho, tengo otros seis edificios que podría
visitar con más frecuencia. Pero esas empresas no tienen el mismo valor
personal. Tampoco requieren el mismo nivel de atención por mi parte. Después
de entregarles un cheque, no se espera mi presencia. Ese modelo de inversión
se extiende a todos los ámbitos, excepto en lo que respecta a este bar.
—Me temo que no te vas a librar de mí. Esta es mi base, más o menos. —
Me balanceo sobre mis talones mientras escudriño el cómodo entorno que he
ayudado a crear.
Un músculo se mueve en su mejilla. —Súper.
—Y pensar que casi dejo que el bar se desperdicie. —Me he rebajado a
las tácticas de agravio. La caballerosidad y la gracia están pasando a un segundo
plano.
—No hace falta que me lo recuerdes.
—Sin embargo, me das el control total.
Su mirada casi me hace bombear el puño. —Sí, claro. Sigamos adelante
contigo en el asiento del conductor. Indefinidamente.
Mi antigua culpa se astilla y se convierte en una resolución pétrea. Me
cansé de fingir. —Lo que sea que te levante la falda, Luciérnaga.
Pone los ojos en blanco, con una señal de su habitual fuego brillando a
través de la superficie. —Te daré una pista, cavernícola. Ciertamente no serás
tú.
La puñalada es una herida sangrante en mi ego. —Tú te lo pierdes.
Rylee arruga su nariz pecosa. —Lo dudo.
—Qué poco debes pensar en mí. —Eso golpea mucho más bajo que la
última vez que usé esa frase. Mis músculos se crispan mientras espero a que ella
coja el hilo.
—Ahí vas de nuevo, asumiendo que estoy pensando en ti. —Ah, ella no
decepciona.
El hecho de que lo recuerde es más revelador que los subtítulos. Su
máscara de plástico no se desprende del todo, pero el nudo de mis tripas se
afloja. Lo celebro igualmente con una sonrisa victoriosa. Nuestras bromas son un
74 consuelo que no quería admitir que había echado de menos. Pero aquí estamos.
Me tiro del labio inferior entre los dientes. —¿No tienes curiosidad por lo
que se esconde bajo mis capas?
Sus ojos revolotean hacia los tatuajes expuestos en mis antebrazos. Y no
se me escapa el trago que intenta ocultar. —Pase duro.
Capítulo Nueve
A
ntes de que pueda incinerar por completo el exterior helado de
Rylee, la puerta se abre de golpe. Casey y Adam —ambos
camareros engreídos— entran como si fueran los dueños del local.
La pareja, demasiado segura de sí misma, se detiene de golpe. Mi labio superior
se curva con conciencia. Sé exactamente qué es lo que los hizo detenerse. Es
como ver a dos adolescentes babeando por su primera porno.
75 No, tacha eso. Esto es peor.
Casi me reiría de su humillante exhibición si no fuera por el alivio exterior
de Rylee. La tensión de sus hombros disminuye con una exhalación audible. Se
desliza hacia adelante para saludarlos, con una sonrisa amistosa en sus labios
rubí. Su mano está extendida para que sus carnosas garras la devoren. Si yo fuera
un hombre menor, interferiría con el pavoneo posesivo. Tal como están las cosas,
apenas estoy disimulando los vapores que salen.
El verdadero pegamento que me mantiene en el sitio es que estos dos no
me amenazan lo más mínimo. Les daré tres minutos antes de desconectar. Tal vez
cinco si la historia se repite y lo arruinan por sí mismos.
—Mierda —respira Casey—. Estás muy buena.
Adam deja escapar un silbido de lobo. —Este trabajo se ha vuelto más
sexy.
Muy discreto, por no decir elocuente. Me hace sentir vergüenza ajena en
su nombre. Sin embargo, a Rylee no parecen importarle los odiosos cumplidos.
Un rubor recorre instantáneamente su esbelto cuello. La reacción está a la vista
de todos gracias a su pelo recogido.
Casey no se molesta en ocultar que le está mirando las tetas. —¿Eres una
nueva empleada?
—Por favor, di que sí. —Adam junta las palmas de las manos en un gesto
de súplica.
—En realidad soy la hermana de Trevor, y su jefe. —Rylee suena
decepcionada, pero asumo que va dirigido a su comportamiento.
Casey se muerde el puño. —Ah, maldición. Eso tomó un giro oscuro.
—Sí. —Ella despunta sus labios—. Estoy fuera de los límites. Lo siento,
chicos.
Mientras tanto, sonrío como un loco apareado. Mi pecho se hincha de
placer primario. Su descarado rechazo es más satisfactorio que el whisky
irlandés recién salido de la destilería. ¿Cómo de jodido estoy de la cabeza?
Probablemente sea peor que no me importe.
Adam le arrebata la mano, acercándola más de lo que es socialmente
apropiado. Ella comienza a alejarse cuando él se inclina para besar sus nudillos.
—¿Cómo puedo hacerte cambiar de opinión?
El personaje de caballero refinado se desperdicia en él. Es prácticamente
transparente. Como si fuera una mierda. Resoplo lo suficientemente alto como
para que lo oigan.
76 Tres pares de ojos giran hacia mí. La anodina indiferencia de Rylee vuelve
a entrar en acción. Los chicos llevan el ceño fruncido a juego, como si hubiera
meado en su cerveza. Adam es el primero en recuperarse. Casey no se queda
atrás. Ninguno hace un movimiento para apartarse de su lado.
Adam me envía un saludo flojo. —Hola, Walsh. Me alegro de que la
pandilla se reúna de nuevo.
—Lo mismo digo —digo con voz queda.
—Sin embargo, no puedo decir que odie que me paguen por sentarme
sobre mi trasero. —Casey le da un codazo a su contraparte igualmente idiota.
—Sí, hermano. Eso ha sido una pasada de pelotas. Pero he echado de
menos a mis chicas. —Adam golpea sus caderas hacia adelante en un
movimiento de empuje.
Dios mío, estos dos están más allá de las palabras. Casi había olvidado lo
lascivos y groseros que son. Los echaría a la calle si no fuera por sus
mencionados clientes fieles. Hacen múltiples actuaciones de flair en cada turno.
Esos trucos atraen a la gente, lo que llena nuestros bolsillos. No puedo quejarme
demasiado de eso. El constante aumento del ego que les da es otro asunto
completamente distinto.
Como si leyeran mis pensamientos, Adam y Casey comienzan a recordar
sus mayores logros. Ninguno es apropiado para compartirlo en voz alta, y mucho
menos con sus jefes al alcance de la mano. Pero Rylee parece estar contenta
escuchando sus idioteces. Tal vez se los imagina cayendo por una escalera
mecánica. Probablemente sea yo.
Nos salvamos de más historias de asalto a las bragas cuando el resto del
personal empieza a llegar. Hay seis camareros, cuatro barmans, tres cocineros y
dos lavavajillas. Uno tras otro, nuestro equipo la conoce. Yo me quedo en las
sombras, esperando a que termine el desfile de bienvenida.
Está llena de sonrisas y risas para ellos. Cada vez que su atención se
desplaza hacia mí, el barniz de rigidez se mantiene. El calor de su frustración
hace coincidir la distancia que nos separa. Me retiro a un segundo plano,
decidido a dejarle espacio. Ya se calmará cuando le levanten el ánimo.
Me llegan los hilos de sus conversaciones. Las chicas se entusiasman con
su vestido y los chicos aprecian su aspecto. Encuentro un lugar contra la pared
para ver cómo se desarrolla la reunión. Nadie se apresura a unirse a mi fiesta de
compasión. En todo caso, probablemente estén sorprendidos de verme fuera de
la oficina. La mayoría de las veces, estoy enterrado bajo el papeleo que nos
mantiene a flote. Una opresión me oprime el pecho. Tal vez sea el momento de
cambiar.
77 Trevor era el líder favorito. Su espíritu libre y su personalidad magnética
atraían a la gente como una fuerza gravitatoria. Parece que su hermana tiene los
mismos rasgos contagiosos. Ella es el centro de atención, rodeada por aquellos
que son atraídos a su órbita. Mi luciérnaga prospera en estas condiciones. La
tentación se agita en mis entrañas. El placer me encontraría sin duda si me
acercara lo suficiente a su energía contagiosa. Pero me resigno a quedarme
quieto.
Finalmente, Jeremy se pasea por mis oscuros dominios. El silencioso
cocinero comparte mi preferencia por los márgenes. A menudo nos unimos en
silencio durante los lapsos de servicio.
—Hola, jefe. —Se estaciona en la pared a mi lado.
Lo saludo con la cabeza. —Me alegro de verte, hombre. Gracias por venir.
—No me lo perdería. —Como jefe de nuestra cocina, probablemente esté
ansioso por volver a la rutina.
Mi sonrisa es forzada. —Siento haber tardado tanto.
—No, lo entiendo. ¿Ya hay una fecha?
—Eso es lo siguiente en la agenda. —Eso espero, al menos.
Depende de cuándo Rylee esté receptiva a discutir los detalles conmigo.
Por ahora, estoy pensando en el próximo año. Eso definitivamente no es lo que
Jeremy quiere escuchar.
—Va a encajar bien —dice.
Mi mirada busca a Rylee como un dispositivo de seguimiento. Me erizo al
verla detrás de la barra con Adam. Está poniendo a prueba los límites de su
espacio personal otra vez. La diferencia es que ella no parece tener prisa por
separarse. La sangre corre más caliente que la lava bajo mi piel. Cierro las manos
en puños mientras la escena se desarrolla como una pesadilla.
El sórdido la tiene colocada frente a él, demasiado cerca. Sostiene una
botella de madera que se utiliza para practicar trucos. La botella gira en la palma
de su mano mientras le susurra algo al oído. Rylee suelta una risita, concentrada
en la secuencia de trucos que él le está explicando. Esos instintos desconocidos
de antes me golpean la sien. Menuda táctica, maldita sea.
Me alejo de la pared con la vista puesta en un objetivo muy concreto. —
Discúlpame. Tengo que ocuparme de algo.
Jeremy se ríe. —Sí, jefe. Pon fin a eso.
79 —¿Cómo es eso?
—No puedes ver más allá de tu ego herido.
Me río a carcajadas. —Mi ego es acariciado regularmente, pero gracias
por tu preocupación.
—Pero no por mí. No pudiste soportar que les prestara atención. Vaya, te
sientes amenazado. Intimidado.
—Es tu empleado.
Se burla y saca una cadera curvilínea. —No he dicho que vaya a casarme
con el tipo. Sólo es agradable sentirse deseada para variar.
¿Está bromeando? Los hombres la miran abiertamente con la mandíbula
desencajada. Yo incluido. —¿Te parece bien embaucarlo?
—No seas idiota. Fue un coqueteo inofensivo.
Ahora me pregunto si Rylee necesita una revisión de sus ojos. Su mirada
rara vez dejó sus tetas y su culo. De hecho, es probable que todavía esté mirando
desde la esquina en la que se escondió. Debería haberme deshecho de él cuando
tuve la oportunidad. Un problema a la vez.
Merodeo hacia delante, enjaulándola entre la barra y mis deshonrosas
intenciones. —¿Necesitas a alguien con quien coquetear?
Se tambalea para mantener el equilibrio, con sus delgados dedos
apretando mi camisa. El tambor que retumba debajo es obra suya. Estaba en lo
cierto cuando dije que su energía se filtraba en mí. Es de acción rápida y adictiva.
Mis venas prácticamente piden otra dosis.
Los ojos de Rylee buscan los míos, el verde se arremolina con deseos
secretos que sólo yo puedo satisfacer. Nuestras respiraciones agitadas se
mueven en sincronía, nuestros pechos suben y bajan al mismo ritmo errático. Mi
mirada se fija en la suya mientras lucho por el control. Se supone que esto no
debería ocurrir, pero la forma en que se amolda a mí me exige que lo
reconsidere. Ella traga y su exhalación pinta mis labios separados.
Justo cuando creo que Rylee va a dar luz verde, se agacha bajo mi brazo y
evade lo inevitable. Casi me tambaleo por la pérdida. Mi palma golpea
ciegamente un taburete cercano mientras la veo retirarse.
No se aleja mucho, pero se mantiene de espaldas a mí. —Estrictamente
profesional, ¿recuerdas?
—Mi memoria es bastante borrosa, para ser sincero.
—No estoy interesada. —Pero el temblor de su voz la delata.
80 —¿No?
—No. —Rylee gira para enfrentarse a mí. El escudo de hielo se erige una
vez más, pero es inútil contra el fuego de su postura—. Te agradecería que
mantuvieras tu vena posesiva bajo control.
—¿Posesiva? —Me burlo de la elección de la palabra, por muy acertada
que sea—. Intenta con protectora.
Ella frunce una ceja. —Lo que sea que te levante la falda.
Apenas si atrapo un gemido. La polla se me pone dura por la aparición de
esa bocona. Puede que Rylee lo niegue, pero estoy seguro de que somos almas
gemelas. Es solo cuestión de tiempo que me dé permiso para demostrarlo.
—¿Sigues fingiendo que no te interesa?
—No estoy fingiendo —dice—. Pero seguimos adelante. ¿Tienes un plan,
o hemos terminado por hoy?
Siento que esto es una trampa, pero no hay ningún lugar seguro donde
pisar sin quedar atrapado. —Esto era sobre todo para que conocieras al
personal. Las presentaciones están hechas, gracias a tu iniciativa. Ellos ya
conocen el procedimiento. No ha cambiado mucho más que...
—Yo —me dice. El dolor en su tono me hace estremecer—. Sé el resultado.
Estamos bien.
—Luciérnaga... —Me detengo en seco cuando me ensarta con un ceño
feroz.
—Está bien. Sólo tengo que encontrar mi lugar.
Que no es cerca de Adam. Mi regazo probablemente no está en la lista
tampoco. Aunque esa sería una forma segura de mantenerla a salvo.
—La tripulación ya te adora. Sólo tienes que estar presente.
Su mirada se desliza hacia la ventana frontal. —¿Cuándo abrimos?
—Eso depende de ti. —Me niego a ser el único que decide, esté ella de
acuerdo o no.
Sus ojos parpadean, dejando al descubierto el ardor que hay debajo.
Apaga las llamas con una lenta exhalación. —Tú eres el jefe.
—No el tuyo.
—Más vale que sea así —refunfuña—. Voy a ser tu maldita sombra hasta
nuevo aviso.
La idea de Rylee pegada a mí como un pegamento es demasiado atractiva.
Como si necesitara más sangre bombeando directamente a mi polla.
81 Me agarro la nuca para liberar algo de presión. —¿Cuándo quieres que
reabramos?
—El grupo y yo nos pusimos a hablar —comienza.
—Soy muy consciente. —Tal vez me convertí en una sombra invisible
después de una hora de fumar en silencio.
Ella resopla. —Déjame terminar, ¿eh?
—Por favor —la hago avanzar—. Continúa.
—Como estaba diciendo, Amber mencionó que el tercer aniversario se
acerca pronto. El próximo miércoles, creo. Pensamos que eso haría el evento
más especial.
—Es una gran idea. —Y una que no había considerado antes. Las únicas
citas que recuerdo giran en torno a Payton.
Me mira con los ojos entrecerrados. —¿Estaremos listos en menos de una
semana?
—Sí, seguro.
—De acuerdo... —No parece convencida.
—¿Puedo ofrecerte una bebida para celebrar? —O un empujón en el
mostrador, extendida para mí como un festín. De alguna manera, no creo que
ella aprecie que me la coma. Sin embargo. Mi confianza se niega a asumir que
no habrá un cuándo.
—Necesitarás reprogramarlo, amigo. —Se gira para mover los dedos
hacia el dúo de imbéciles—. Ya tengo planes.
Sigo su mirada, el vapor ya sale de mis orejas. —¿Con Adam y Casey?
Su atención vuelve a centrarse en mí, con los ojos entrecerrados en puntos
finos. —¿Es un problema?
Estoy a punto de cruzar una fina línea. —Eso depende de lo que vayan a
hacer.
Rylee exhala un fuerte suspiro. —No es que sea de tu incumbencia, pero
voy a comer con unos amigos del instituto. Pensé que Adam y Casey podrían
acompañarme.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
—Los acabas de conocer. —Levanto la barbilla a la pareja que se está
riendo de sus propias bromas.
90
Capítulo Once
G
olpeo el pulgar en el volante en señal de celebración silenciosa
cuando la línea del auto se arrastra un centímetro hacia delante.
No entiendo por qué esta versión de la tortura no se incluyó en el
manual para padres. Una advertencia habría estado bien. Como mínimo, me
vendría bien una explicación exhaustiva de por qué el distrito escolar cree que
esto es una pérdida útil de nuestro tiempo.
91 Pero no es sólo el juego de la espera lo que me irrita. Bueno, eso tampoco
es del todo cierto. Me centro en el rotundo silencio de radio que he recibido
desde la reunión de personal. Definitivamente, Rylee me ha hecho esperar. A
propósito o no, es el conflicto en curso. Cuatro días sin una pizca obliga a un
hombre a sentir sospechas. O desesperación por respuestas.
Sin nada más que hacer, dejo que mi mente divague por este camino tan
trillado. Por lo menos, me imaginé que se pondría en contacto con el bar. Bent
Pedal está preparado para abrir mañana. Es seguro asumir que ha estado
trabajando a mis espaldas en los preparativos más finos. Eso fue obvio cada vez
que me pasé a investigar. Un toque femenino se ha quedado en cada atrezzo y
decoración. El local parece una publicación viral en las redes sociales.
No es que pueda culpar a las tácticas de lobo solitario de Rylee después
de nuestro altercado más reciente. No hay duda de que está obligada y decidida
a mantener las distancias. Aunque para ser justos, no he tratado de contactar con
ella. Ella está haciendo todo lo posible para evitarme mientras yo me voy con el
pulgar en el culo. Un solo mensaje de voz no se compara con la creciente
desesperación que me pica bajo la piel.
Una vez más, estoy entrando en espiral en un territorio desconocido. La
mujer es un cartucho de dinamita encendido para hacer estallar mis pelotas en
pedazos. Que yo sepa, y los retazos que vale la pena memorizar, es la primera
vez que tengo que perseguir a una mujer. Si es que eso es lo que estoy haciendo.
De cualquier manera, es... refrescante.
Lo que demuestra aún más que mi campo de acción es muy escaso cuando
se trata de Rylee Creed. La maldita cosa podría estar hecha de papel de seda con
la forma en que perfora mi lógica. Eso no significa que vaya a rehuir. Al diablo
con eso. La aceptación es una parte importante del proceso.
Si cree que no estoy dispuesto a esforzarme, está muy equivocada. Mi
propia determinación se consolida a medida que me arrastro hacia adelante en
esta fila de autos de autos de madres. Me ganaré el afecto de Rylee hasta que
esté repartiendo elogios como si fueran caramelos de menta gratis en el puesto
de la hostería.
La puerta trasera se abre de golpe, dispersando mis divagaciones
mentales en la brisa. —¡Hola, papá!
—Hola, Abejorro. ¿Qué tal la escuela? —Miro por el retrovisor cómo
Payton deja su bolsa en el asiento y se sube.
Se abrocha el cinturón antes de devolverme la sonrisa. —Bien.
Ya me dirijo a la salida sin mirar atrás, con demasiadas ganas de
92 abandonar el estacionamiento. —¿Qué aprendiste hoy?
—Nada.
—¿Cómo es posible?
—No lo sé.
Este guión está casi agotado. Sólo me lleva un segundo encontrar mi
siguiente pregunta. —¿Practicaste matemáticas?
Sus rasgos se contraen. —Creo que sí.
—¿Qué me dices de lectura?
—Ajá. —Payton mira por la ventana, encontrando las nubes más
entretenidas.
Puedo aceptar una indirecta. —¿Qué comiste en el almuerzo?
Su mirada vuelve a dirigirse a mí. —Pizza.
—¿Estaba rica?
Ella asiente con todo su cuerpo. —Súper deliciosa.
—¿Saliste al recreo?
—Sí. Empujé a Lizzie en el columpio de neumáticos.
—Vaya, ¿todavía los tienen? —Le guiño un ojo en el espejo.
Me sacude un dedo flaco. —Sabes que es mi favorito, papá.
El calor se extiende por mi pecho por la sonrisa cursi que lleva. —Sólo
estoy bromeando, Abejorro. ¿Qué más pasó en el recreo?
Payton da una patada con las piernas, esquivando por poco el respaldo de
mi asiento. —Henry quería un turno para columpiarse conmigo, pero le dije que
nuestro fuego se está apagando.
Arrugo la frente. —¿Su... fuego?
—Ajá. Sigue siendo mi novio, pero siento más fuego con Gage. —Parlotea
esto de una manera frívola, como si estuviéramos discutiendo el tiempo.
Mientras tanto, mi pulso empieza a desbocarse. No estoy seguro de poder
soportar otra discusión de novios tan pronto. —¿Sientes un fuego?
—Seeeehhhhh. —Se asegura de bombear esa palabra llena de sarcasmo
deslumbrante. Esa máquina de chispas me perseguirá por siempre—. Por eso
nos vamos a casar. Te lo dije.
Y este es el punto en el que quiero rellenar mis oídos con algodón. O
golpear mi cabeza contra el volante. Tal vez ambas cosas. Ésta pendiente puede
volverse resbaladiza muy rápido.
93 Giro mientras cruzo hacia la calle principal de la ciudad. —¿Tienes
deberes?
Payton frunce los labios como si acabara de chupar un limón. Me río con
una sonrisa de victoria. Apuesto a que eso apagó el supuesto fuego.
—Tal vez —murmura tras un breve retraso.
—¿Está en tu carpeta?
—No.
—¿Por qué no?
Su expresión avergonzada podría ganar un premio a la mejor táctica
dilatoria. —Me olvidé.
—Payton. —Cuelgo una nota de reprimenda sobre su nombre, pero es
más que nada en broma.
Su suspiro es fuerte y largo. —Lo sé, lo sé. Tengo que ser más memorable.
Eso me hace reír. —Eres muy memorable, pero tienes que recordar mejor.
Se encoge de hombros. —Lo mismo.
La verdad es que no, pero esta conversación tiene una corta vida útil y
hemos llegado a su vencimiento. Tengo años para enseñarle la importancia de
ser un estudiante responsable. Mi hija debe estar de acuerdo. Cambia su
atención para estudiar la calle y las tiendas que pasan.
—¿A dónde vamos, papá?
Las opciones parpadean en mis pensamientos a la deriva. —¿Qué te
gustaría hacer, nena?
—Quiero jugar con Gage. —Cero dudas.
Mis tripas se aprietan mientras las obsesiones sin salida de antes acogen
un reencuentro. Definitivamente no voy a dar marcha atrás por ese camino. —Tal
vez en otro momento.
—¿Pero por qué no ahora?
—Gage y su madre están ocupados. —Es una suposición bastante segura.
Si tan solo se pudiera convencer a Payton tan fácilmente. —¿Con qué?
—No estoy seguro. —Esperemos que la honestidad no me muerda el culo.
—¿Entonces cómo sabes que están ocupados?
Tal vez debería haber considerado una mentira. —Simplemente lo hago.
96 Bent Pedal. A la derecha está nuestra ruta directa a casa. Todo recto nos lleva al
restaurante favorito de Payton. Si queremos tener una oportunidad real de
encontrarnos con Rylee y Gage, esa sería la dirección a tomar. Estoy en una
encrucijada en todo el sentido de la palabra.
—Papá y Rylee sentados en un árbol. B-E-S-A-N-D-O-S-E. Primero viene el
amor. Luego el matrimonio. Luego viene un bebé en un cochecito.
La conmoción me rodea la garganta con un fuerte apretón. Apenas puedo
aspirar aire a través de la pajita de cóctel en que se ha convertido mi tráquea.
—¿Por qué estás cantando eso, Abejorro?
Payton se ríe. —Ya sabes por qué, papá.
—Realmente no lo sé —murmuro para mí. Cualquier noción romántica está
siendo bloqueada de la memoria.
Su perfecto oído capta mi negación, por supuesto. —Amas a Rylee. Por eso
la tomaste de la mano y dijiste que es super duper bonita. Va a ser mi mamá.
Los puntos negros bailan frente a mi visión. Puede que me atraiga mucho
esa mujer, pero eso no significa que vayamos a saltar al atardecer para vivir
felices para siempre. Ni mucho menos. Apenas nos toleramos.
Pero mi hija no ha terminado. —No puedo esperar a que seamos una
familia.
Y ahora siento que mi pecho se está hundiendo. Hay una razón por la que
soy extremadamente prudente cuando se trata de relaciones. El recordatorio no
es necesario, pero de todos modos me golpeó con una buena dosis. Lo último
que quiero hacer es alimentar este cuento de hadas que Payton está escribiendo
para mí.
Una vez tomada la decisión, piso el acelerador. Mi corazón late a un ritmo
vertiginoso mientras atravieso la intersección. Payton sólo tarda un minuto en
descubrir qué camino elegí.
—¿Vamos a la Taberna a cenar? —Ella chilla y se relame los labios—. Voy
a pedir fideos con mantequilla y pan de ajo.
—Lo que quieras —canturreo.
—¿Significa eso que les vamos a pedir a Gage y Rylee que se reúnan con
nosotros? —Payton levanta sus dedos cruzados para que los vea.
—Ya estamos otra vez —murmuro.
—¿Dónde?
Una maldición apagada da forma a mis labios. Necesito interiorizarlo
mejor. —Vamos a tener una cita, Abejorro.
97 —¿De verdad? —Parece escéptica.
—Sí. Sólo tú y yo.
Se golpea la cabeza contra el asiento. —¡Qué asco, papá! Qué asco.
—Qué pena. Estás atrapada conmigo.
Payton se anima a una velocidad que levanta sospechas. —¿Puedo tomar
postre?
Expulso mi aliento atrapado con un suspiro. —Sólo si lo pides con cerezas
extra.
Capítulo Doce
U
na emoción vertiginosa me recorre el estómago cuando otro cliente
satisfecho rellena su recibo de tarjeta de crédito. No ha dejado de
sonreír desde que puso un pie dentro. Así ha ocurrido con la
mayoría de las personas a las que he tenido el placer de atender hoy.
El hombre inclina un sombrero imaginario en mi dirección. —Gracias de
nuevo, Rylee. Me alegro de que sigas el legado de Trevor. Le encantaba este
bar. Demonios, todos lo amamos.
98 Un coro unificado de aplausos retumba entre el menguante público del
almuerzo. Una alegría contagiosa recorre el ambiente lleno de energía. La gente
parece estar contenta y aliviada a partes iguales de volver a su bar local. Creo
que mi hermano estaría orgulloso.
Unas manos fuertes me agarran por detrás de los hombros. —Y así es como
iniciamos un regreso.
—¡Vomita y vuelve! Nunca estamos abajo por mucho tiempo. —Casey
levanta el puño en el aire.
Siento que mis labios se mueven a pesar de la imagen poco apetecible. —
Eso fue muy divertido.
El confort de los logros me envuelve en un abrazo gratificante. Mi
experiencia en marketing y publicidad me resultó muy útil a la hora de montar
la escena. En mis anteriores trabajos, no pude ser testigo de la gratificante
recompensa por mi trabajo. No es de extrañar que Trevor rara vez se tomara un
día libre. Podría engancharme a este subidón natural después de un solo turno.
—Gran trabajo, jefe. —Los dedos que aún se burlan de los nudos de mis
músculos se alejan—. No podría haberlo hecho sin ti.
—Fue un esfuerzo de equipo. —Giro para mirar a Adam, con la palma de
la mano levantada para un choca los cinco.
Me sigue el juego. El chico no parece del tipo que deja a una dama
colgada. —Claro que sí. Vas a estar detrás de la barra con nosotros a partir de
ahora. Tres no es una multitud para nosotros.
—Tuvimos un montón de clientes ¿verdad? —Parecía ocupado desde
donde estaba sirviendo bebidas.
—Sin duda. Los habituales no decepcionaron. También había un montón
de caras nuevas.
—¿Siempre es así? —Imita una montaña rusa subiendo y bajando con las
prisas.
La mirada de Adam recorre el espacio. —Más o menos. Nos da la
oportunidad de recuperar y reabastecer. Pero nunca es una casa vacía. Tenemos
locales fieles que siempre están dispuestos a calentar un asiento.
Ofrezco una sonrisa a los rezagados que se mantienen firmes a las dos de
la tarde. —No tienen prisa por irse.
—No, no es una sorpresa. Probablemente seguirán aquí para la cena.
Eso me produce una sacudida de sorpresa. —¿En serio?
99 Asiente, algo parecido al afecto ilumina sus rasgos. —Es más que un bar
para ellos, ¿sabes? Aquí es donde se reúnen los amigos, se cometen errores, se
reconcilian las diferencias, se escapa de la realidad, se reutilizan los baños, se
conceden orgasmos...
Aplico un dedo sobre sus labios. —Muy bien, ya me hago una idea.
Su risa es tortuosa. —De todos modos, es un refugio seguro. Se perdieron
su rutina, lo que sea que eso implique.
Un profundo sentimiento de pertenencia recorre mis venas. Esto es muy
parecido a cómo Rhodes me describió Bent Pedal. Resulta que tenía razón, y no
es que vaya a discutir esta afirmación en particular. Es obvio que el bar es
especial. La prueba está en cada pose relajada y en cada sonrisa fácil.
Hablando del gruñón huraño, Rhodes se ha empeñado en evitarme. No
hemos hablado desde su frío saludo al llegar. Esa distancia me viene muy bien a
mí y a mi reforzada determinación. Es mejor que mantengamos los límites
profesionales.
Pero sigo encontrando que mi atención se desvía hacia él cada vez que me
apetece. Resulta que eso ocurre más a menudo de lo que prefiero reconocer.
Como en este momento.
A diferencia de la terminología nauseabunda de Casey, la mera visión de
este hombre hace que mi apetito se multiplique por diez. Rhodes ofrece una
exhibición que hace la boca agua con una camisa de vestir blanca y pantalones
negros. Incluso completamente vestido, su musculatura no se puede ocultar. El
material se pliega a sus esculturales contornos sin esfuerzo. Su pelo revuelto y su
mandíbula desaliñada tampoco pasan desapercibidos. Podría devorarlo en cada
comida.
Nuestros caminos no se habían cruzado desde la reunión de personal de
la semana pasada. Un mes entero no podría prepararme para resistir su
tentación, y mucho menos cinco míseros días. La exhalación que suelto es, como
mínimo, patética.
Es entonces cuando Rhodes me sorprende mirándolo fijamente. Sus
profundidades de chocolate no me resultan cálidas cuando nuestras miradas
chocan y se sostienen. Casi puedo sentir su escudo estático. Maldita sea, su
notable retraimiento aún me escuece. Una risa sin humor sale de mis labios
fruncidos. Si eso no es una hipocresía lateral, no sé lo que es.
—Ah, por eso no puedo entrar en tu agujero de miel. —El brazo de Adam
golpea mis costillas en un suave empujón.
Registro sus palabras con una mordaza fingida. —Esa boca tuya es la razón
principal.
100 Baja hasta que sus labios casi rozan mi oreja. —No te quejarías después de
experimentar el placer que esta boca puede...
Algo se rompe detrás de nosotros. Me levanto de un salto y no alcanzo la
nariz de Adam con el codo. Él salta hacia atrás con un brazo que bloquea
cualquier intento de daño. Eso le enseñará a respetar mi espacio personal.
Entonces recuerdo el ruido. Venía de la dirección general en la que vi por
última vez a Rodhes. Un rápido vistazo confirma mis sospechas. Está limpiando
una mesa que ha sido desalojada recientemente. Parece que se requiere una
fuerza excesiva para tirar las botellas de cerveza a la basura. El fuego de sus ojos
no se centra en la tarea de limpieza. Esas llamas marrones intentan prenderme
fuego. Sin embargo, no hace ningún movimiento para acercarse a mí. Sus
antebrazos expuestos ondean con lo que imagino que es una furia apenas
contenida.
Le arranco mi atención con una maldición murmurada. La necesidad de
distracción pasa a primer plano. Mis ojos buscan una tarea que merezca la pena,
los dedos ya se crispan en anticipación.
Adam mira de reojo mis pantalones inquietos. —¿Inquieta ya?
—Las manos ociosas no son mi especialidad —murmuro.
Especialmente cuando hay un gruñón melancólico respirando en mi
cuello. Tiene la extraña habilidad de avivar mi excitación desde el otro lado de
la habitación. De forma muy inconveniente, debo añadir. El calor que se expande
en mi bajo vientre está muy equivocado y pasa a un segundo plano. Agarro un
trapo y empiezo a fregar la brillante encimera.
Casey aparece de la nada. —Aprovecha el descanso mientras lo tenemos.
Hago una pausa en mi inútil intento de redirección. —¿Qué quieres decir?
Su mirada casi centellea bajo las luces del techo. —Espera, jefe. El fin de
semana es un caos.
Adam asiente con la cabeza. —Fue inteligente volver un miércoles.
La posibilidad de una prueba más intensa me marea. Me limpio el sudor
falso de la frente. —Menos mal que tenía dos veteranos flanqueándome.
El dúo dinámico hace una merecida reverencia. Casey y Adam pasaron
las últimas tres horas enterrados en las trincheras conmigo. No estaban agotados
en lo más mínimo. Mientras tanto, yo tropecé mi camino a través de la mezcla de
cócteles básicos.
Casey se lame los labios. —Me aseguraré de que estés de pie toda la
noche, jefe. A menos que prefieras una ligera inclinación de la cintura.
—Maldita desvergüenza —refunfuño.
101 —Por eso me pagas mucho dinero —dice mientras empuja sus caderas.
Una despampanante morena se desliza de su taburete, con los ojos
estrellados dirigidos a Casey. —Adiós, guapo.
Se agarra el pecho. —No, acabas de llegar.
—Tengo que ir a trabajar. —Le lanza un beso.
Casey salta para arrebatar el beso del aire y se lo mete en el bolsillo. —
¿Qué tal si me das tu número primero?
—¿Qué tal si te dejo adivinar hasta la próxima vez?
—Deberías saber que mi paciencia tiene la profundidad de un charco.
Ella resopla. —Eso es atractivo.
Sus dedos arrancan una cereza de la guarnición. —¿Necesitas algún
incentivo?
Sus ojos siguen la ofrenda colgada. —¿Es todo lo que tienes?
—Hay mucho más de donde vino esto —canturrea mientras agarra a
ciegas un trozo de piña.
La morena se inclina sobre la barra y atrapa las dos piezas de fruta entre
los dientes. —Jugoso.
Casey se tambalea de lado. —No tienes ni idea.
—Hasta la próxima vez, recolector de cerezas. —Luego gira sobre su tacón
de aguja y se dirige a la salida.
La vemos salir, con las caderas acentuadas por un exagerado contoneo. La
confianza de segunda mano palpita bajo mi piel. Puedo apreciar las curvas de
una mujer y su estrategia seductora para utilizarlas.
Una vez que la puerta se cierra tras ella, un denso silencio se instala de
nuevo. La necesidad de mantenerme ocupada me acosa más que antes. Me siento
como una pieza de recambio, lo que sólo sirve para aumentar mi nerviosismo.
Hay mucho que hacer, pero no sé por dónde empezar.
Algunas mesas siguen ocupadas por los llamados okupas. Casey da una
vuelta por el interior del bar para comprobar cómo están los tres que se sientan
en nuestra jurisdicción. Adam empieza a reorganizar las provisiones que hemos
agotado por completo. Uno de ellos probablemente podría irse a casa antes,
pero esa es una decisión que debe tomar Rhodes. Él ya cortó los servidores.
Están ocupados rodando los cubiertos en una cabina de la esquina.
Me sopla una doble dosis de inseguridad. Bienvenida a la calma de la
tarde. Pero un poco de holgura en el servicio no va a mermar mi ánimo. Además,
no necesito preocuparme por el entretenimiento con estos dos en la agenda.
102 —Ahí va mi sonrisa —dice Casey encorvado contra la nevera después de
terminar su bucle. Sus admiradoras deben haber abandonado oficialmente el
edificio.
Adam le golpea el brazo. —Más bien tu erección. Parece que tendrás
bolas azules para el almuerzo.
—No, todavía estoy sólido en ese departamento. —Casey se agarra a sí
mismo a través de sus vaqueros.
Me doy la vuelta con un gemido. —Ustedes dos son terribles.
Casey se burla. —Pronunciaste mal lo de encantador e irresistible.
—Eso no se traduce para mí. —Me río de su expresión herida.
Pero su sonrisa torcida rebota en el siguiente latido. —Baja la guardia y ve
lo que pasa.
—El jefe está fuera de los límites, ¿recuerdas? —Muevo los dedos para
enfatizar.
Se cruza de brazos mientras se da una lenta vuelta. —El coqueteo
incorregible está permitido, ¿verdad?
—No olvides que está casada —dice Adam.
Pongo los ojos en blanco. —Sí, con el trabajo.
Casey se frota las palmas de las manos. —En ese caso, tenemos que
perfeccionar tus habilidades.
Las posibilidades se disparan en mi imaginación. —Me da miedo
preguntar qué implica eso.
—Sólo algunos trucos básicos de flair. —Adam agarra una botella de licor
cercana y le da una vuelta.
Casey chasquea los dedos. —Y cocteles sexis.
—Sí, hermano. Buena decisión. —Adam le da una palmada en el hombro.
Frunzo el ceño. De esas dos opciones, las recetas de bebidas son más
prioritarias. Aunque no estoy del todo segura de querer conocer las mezclas que
consideran sexy.
Mi mirada rebota entre ellos. —¿Qué sugieres?
Casey parece estupefacto con los ojos muy abiertos y la mandíbula floja.
—¿Nos estás preguntando?
—Bueno, sí. No soy barman.
Adam gruñe. —Podrías haberme engañado. Mantuviste el ritmo con
103 nosotros.
Casey mueve la cabeza. —El mejor turno que recuerdo en mucho tiempo.
La bebida fluía más rápido que el Mississippi. Somos un equipo de ensueño.
La presión se acumula detrás de mis ojos. Resulta que estos idiotas no son
tan malos para el alma dañada. Pero no necesitan verme llorar.
En lugar de eso, me esfuerzo en burlarme. —Me halagas.
—Haremos mucho más que eso. —Adam no es tímido a la hora de
comprobar mis amplios pechos.
Dales la mano, se tomarán el brazo entero. —Sí, perfeccionando mis
habilidades para el papel de barman. Volvamos a eso.
Casey mira a Adam antes de responder. —Si nos da el control, entonces
estamos haciendo magia.
Me tomo un momento para estudiar sus expresiones vertiginosas. —¿Por
qué tengo la sensación de que voy a lamentar esto?
Adam trata de moderar su alegría, pero la sonrisa cursi no se amansa. —
No te preocupes. Sólo es incómodo al principio.
La sospecha estrecha mi visión en un estrabismo. —¿Seguimos hablando
de hacer cocteles?
—Sin la cola. —Casey se dobla por la mitad con una risa ronca.
Con las palmas de las manos levantadas hacia fuera, empiezo a retroceder.
—Esto fue una mala idea.
—Sólo te estamos jodiendo. Ven, jefe. —Adam me hace señas para que me
acerque.
—No seas tímida. Es sólo un chupapollas. —Casey saca una botella de
vodka de pera de la estantería.
Adam busca en la selección de licores. —Mountain Dew Me y Abridor de
piernas son imprescindibles.
Los rasgos de Casey brillan con picardía. —Ah, y Bragas Resbaladizas.
Follada Jugosa también es popular.
Su compañero de fatigas choca las palmas de las manos. —El Orgasmo
Gritón es un clásico.
Mi cerebro tropieza con insinuaciones traviesas mezcladas con hechos
salaces. No es de extrañar que esta pareja se esfuerce por subir una reputación
lasciva. Si alguien escuchara esta conversación, asumiría que estoy haciendo un
viaje a Pound Town.
—Muy bien, jefe. —Casey se vuelve hacia mí, con los dedos apretados
104 frente a su sonrisa—. Estoy listo para ser tu maniquí de prueba. ¿Qué quieres
verter en mi garganta primero?
—Oh, cielos. No sé. Las opciones son bastante atractivas —murmuro
distraídamente—. ¿Qué tal...?
Un fuerte estruendo interrumpe nuestros preparativos de mixología. Me
asomo por detrás de nuestro puesto y veo una silla derribada. Rhodes está de
pie junto a la víctima inocente, sin hacer ningún movimiento para corregir la
injusticia. Su pecho sube y baja a un ritmo vertiginoso.
Parpadeo ante la escena. —¿Estás bien ahí?
Sus ojos se convierten en poco más que una mirada furiosa. —
Simplemente, no es nada.
La mierda está madura en el aire. Arrugo la nariz por los humos
percibidos. —¿Seguro?
—Se resbaló. —Rhodes sigue sin levantar la silla del suelo. En su lugar,
procede a aplastar una lata de refresco en su puño.
Mis cejas se alzan. —Quizás deberías tomarte un descanso de... lo que sea
que estés haciendo.
—Ese no es el problema.
—Pero hay un problema que abordar. —Al menos estamos haciendo
algunos progresos.
—¿Por qué no me lo dices? —Arranca el carrito de los condimentos de la
mesa. El pimentero y la mostaza salen volando. Las salpicaduras amarillas
manchan el hormigón. Parece que Rhodes está recopilando una lista de
reproducción que se parece mucho a los celos irracionales. Puedo escuchar las
pistas en repetición mientras sigue perdiendo la compostura.
—Yo no soy quien está haciendo un lío. —Mi mirada permanece fija en su
excesivo desorden.
—¿Seguro? —Su tono es burlón mientras repite mi frase anterior.
El impulso de preguntar si hemos vuelto al jardín de infancia baila en mi
lengua.
Antes de que tenga la oportunidad, Rhodes empieza a tirar de nuevo
botellas de cerveza vacías a la basura. Lo que le falta de delicadeza, lo gana con
una puntería impecable. El cristal se rompe al impactar, pero él se limita a lanzar
otra. Sacudo la cabeza ante su actuación cavernícola. Cuando no hace ningún
comentario, a pesar de que su gélida mirada se clava en la mía, levanto las
105 manos.
—¿Es realmente necesario?
—Yo podría preguntarte lo mismo —dice.
¿De qué diablos está hablando ahora? Miro por encima de mi hombro y
veo que Casey y Adam me miran el culo. Ah, claro.
Chasqueo los dedos a un centímetro de sus aturdidas babas. —Chicos,
paren ya. No soy un miembro de su harén.
La sonrisa tonta de Casey pertenece a un dibujo animado. —Ciertamente
no lo eres.
—Dale un descanso, ¿sí? —Eso va dirigido a los tres adictos a la
testosterona que están a mi alrededor.
Adam se ríe y comienza a recoger los ingredientes. —Tengo justo lo
necesario para suavizar esta situación.
Una vez más, casi tengo miedo de preguntar. —¿Y qué podría ser?
—Garantizado para aliviar la tensión no resuelta en el lugar de trabajo. —
Su mirada salta a un punto detrás de nosotros antes de volver a centrarse en mí—
. Se llama Sexo con el Barman.
Capítulo Trece
109 reservado para la atracción mutua. Mucho más íntimo que un gesto amistoso, eso
es seguro. Ella debe estar de acuerdo y comienza a alejarse. El imbécil no capta
la indirecta. Su palma se desliza hacia delante para borrar la distancia que ella
acaba de crear.
Mi sospecha furtiva de antes reaparece con fuerza. La caída de mi
estómago rebota rápidamente y me quedo extrañamente quieto. Debería mirar
hacia otro lado y dejarla en paz, pero eso no es una opción. Si voy a caer en
llamas, será ella la que encienda la cerilla. Este podría ser el punto en el que nos
entregue a las fosas ardientes del destino. Le daré la bienvenida a la quemadura.
—Maldito implacable —refunfuño.
—Y ahí está tu taco. —Se ríe.
—No estoy seguro de que eso sea prudente. —Pero estoy listo para lanzar
un ataque no tan sigiloso.
—¿Desde cuándo eso nos concierne? —Jeremy se endereza de su
puesto—. Será mejor que vuelva a la cocina. Te dejo con ello.
Parece que es el permiso que estaba esperando.
En el siguiente latido, estoy dando zancadas por la habitación con nuestros
conflictos anteriores persiguiéndome. Sólo unos pocos estaban relacionados con
mis supuestos celos. Esa es su acusación, pero no he hecho mucho para refutar
la teoría.
Aunque, en mi defensa, dejé de intervenir con Adam y Casey. Rylee dejó
muy claro que estaban al mismo nivel que sus odiosos primos. Pero este maldito
es un extraño en mi casa. Que me jodan si cualquier Pepito Pérez al azar se
escabulle bajo el radar.
Como si oyera mis pensamientos, se inclina hacia delante para susurrarle
algo al oído. Ella se sonroja en respuesta a lo que sea que haya dicho. Me imagino
el peor contenido posible. Eso sólo sirve para empujarme más rápido.
Los truenos rugen en mis oídos con cada paso que doy para llegar al lado
de Rylee. La gente salta de mi trayectoria de colisión, pero no les hago caso. El
rojo mancha mi visión cuando se desplaza para agarrarla de nuevo. Es entonces
cuando llego a la escena.
Rylee se sobresalta ante mi repentina presencia. —Um, ¿hola?
—Oye, Luciérnaga. ¿Estás bien? —Intento un tono comedido, pero la
grava cubre cada sílaba.
La suave carne entre sus cejas se frunce. —¿Por qué no iba a estarlo?
En ese momento dirijo mi mirada al hombre que sigue inclinado
demasiado cerca. No parece preocuparle lo más mínimo mi interrupción. En
110 cambio, mientras los ojos de Rylee se dirigen a mí, los suyos se deleitan con sus
tetas. Eso solidifica este plan tan desviado. Una tormenta se cierne sobre mis
facciones y apenas contengo un gruñido feroz.
Mi atención vuelve a ser la que importa. —¿Este tipo te está molestando?
—¿Qué? —Su ladrido petulante es ahogado por los golpes en mi pecho.
Rylee parece atar cabos. Un ceño fruncido reemplaza la leve confusión en
su bonito rostro. —Tengo esto bajo control, noble caballero.
Es muy posible que sea así, pero ya he caído en picado. —¿Podemos
hablar?
—¿Sobre qué?
—Es privado. —He terminado de fingir que soy lógico.
Pone los ojos en blanco. —Eso es conveniente.
—No lo hace menos cierto. —Eso no es una mentira. Hay muchas cosas que
tenemos que discutir.
El tonto golpea el mostrador. —Escucha, hombre...
Levanto un dedo para cortarle. —Esto no tiene que ver contigo.
—La mierda que no lo hace. Estaba a punto de pedirle otra ronda a esta
dama de buen culo. —Agita su vaso vacío.
—Está ocupada —respondo.
—No, no lo estoy. —Me quita de en medio con un codazo—. Estoy tratando
de hacer mi trabajo, que es más de lo que puedo decir de ti.
Su rechazo se dirige directamente a mí. Esa píldora es amarga de tragar,
pero no dejaré que eso me disuada. Planto mis pies con propósito.
Me frunce el ceño. —¿Te vas a quedar ahí parado?
—Sí.
—¿Por qué pensé que podíamos seguir siendo civilizados?
La comadreja silba como un lobo de dibujos animados. —Maldita sea,
mujer. Tienes una lengua afilada. Ya sé qué hacer con ella.
Rylee parpadea, seguramente sopesando sus opciones. —Centrémonos
en lo que estás bebiendo.
—¿Estás en el menú? —Mueve las cejas.
Empiezo a pensar que este imbécil cavará su propia zanja, pero ya he
llegado hasta aquí. Mientras tanto, Rylee se esfuerza por tragar la bilis que se
acumula en su garganta. Una suposición, pero las probabilidades están a mi
111 favor.
—¿Listo para cerrar? —Ya estoy a medio camino de la caja registradora.
También podría tomar su cuenta mientras estoy aquí.
—Gracias por la oferta, pero no voy a ir a ninguna parte todavía. Rylee me
está entreteniendo. Tengo la sensación de que estaré aquí toda la noche. —Le
guiña un ojo.
Y mi paciencia está oficialmente agotada. Pego un ceño lamentable.
Puramente para su beneficio, por supuesto. —Malas noticias, hombre. Rylee
viene conmigo. Hay algo muy importante que necesito decirle. Sólo entre socios
de negocios. Lo entiendes, ¿verdad?
—Mentiroso —murmura. El hecho de que no haga mucho más alboroto es
una victoria para mí.
El idiota mira entre nosotros, terminando en su objetivo previsto. —Bueno,
en ese caso, será mejor que te dé mi número.
¿Alguien pidió la última gota? Este tipo acaba de tirarla. Mi sangre se pone
a hervir mientras espero que ella lo regañe. Pero Rylee no hace eso. Ella no hace
mucho más que parecer impresionante.
¿Qué más hay de nuevo?
No se deja disuadir lo más mínimo y saca un bolígrafo del bolsillo como si
fuera 1999. Luego procede a anotar sus dígitos en una servilleta de cóctel.
Le arrebato la lamentable excusa de papel antes de que pueda terminar
de garabatear. —No te va a llamar.
Me mira con su estrecha barbilla. —¿Cómo lo sabes?
—Porque no tiene tu número. —Hago una demostración dramática de
romper la servilleta en jirones irreconocibles.
Un silencio parece caer sobre el bar. Mis ojos se deslizan hacia Rylee. Me
clava una mirada de ojos verdes. Definitivamente, voy a luchar contra su ira por
la bárbara exhibición, pero el acto está hecho.
En mi humilde —aunque idiota— opinión, esta intervención ha sido un
éxito rotundo.
—Eres increíble, Tarzán —sisea Rylee. Gira sobre sus talones y se aleja
antes de que pueda asimilar del todo que se ha ido.
—Y de nada —le digo a su forma en retirada.
Entonces me vuelvo hacia el responsable de todo este fiasco. De acuerdo,
tal vez eso no sea justo. Podemos compartir la culpa.
Hasta que abre la boca. —Así se hace, hermano. La asustaste.
112 —Me disculparía, pero no lo siento. Ahora, si me disculpas, será mejor que
vaya a quitarle el velo. Que tengas un buen resto de noche. —Es de buena
educación, ya que ciertamente lo haré, persiguiendo a cierta luciérnaga.
Capítulo Catorce
R
ylee no va muy lejos. Por eso, estoy agradecido. También estoy
agradecido de que haya elegido confinarse en nuestra oficina.
Se pasea por el pequeño espacio cuando la alcanzo. La visión
de su calor y molestia acaricia mi excitación con un puño seguro. Me paseo por
su refugio temporal como si fuera bienvenido. Mi intromisión la hace detener
113 bruscamente su nervioso zapateo.
La mirada de Rylee brilla con fuego verde mientras se arremolina contra
mí. —¿No puedes darme ni cinco minutos a solas?
—Como si no esperaras que te siguiera. —Cierro la puerta detrás de mí.
Nadie necesita escuchar lo que está a punto de suceder entre nosotros.
Su mirada rasgada consigue estrecharse, una réplica que espera
desollarme. —No espero nada de ti.
Si fuera un hombre más débil, podría acobardarme. Los dos últimos meses
me han proporcionado una piel más gruesa que las capas de cocodrilo que ya
llevo como armadura.
Cruzo hasta el escritorio de la esquina y estaciono mi culo en el borde,
dándole la ilusión de distancia. —Eso está muy bien, Luciérnaga. Así nunca te
decepcionarás.
Rylee esquiva ese frívolo comentario. En su lugar, extiende un brazo para
hacer una señal al bar más allá de nuestra barricada. —¿Qué demonios fue eso?
Mi encogimiento de hombros es perezoso, pero por dentro estoy a punto
de hervir de nuevo. —Te estaba molestando.
Su resoplido no está de acuerdo. —Realmente no lo hacía.
—Te vi alejarte y él siguió viniendo. ¿Eso no te molesta?
El humo crepita en su mirada. —Tenía la situación controlada.
—Cierto, pero estaba cansado de que te robara libertades. Tampoco era
el único.
—Eso no es de tu incumbencia.
—Te equivocas, Luciérnaga. —Me levanto de mi asiento improvisado,
pero mantengo los pies firmemente plantados—. De repente me doy cuenta de
que me preocupas mucho.
—¿Como mí no-jefe?
Sacudo la cabeza para despejar las pegajosas telarañas. —¿No-jefe?
—No eres mi jefe, ¿verdad?
—Claro —acepto con una densa vacilación. Esto parece una de sus
infames trampas.
—Pero seguro que te gusta mandarme. Así es como has estado actuando
desde que nos conocimos. —Ella hace un movimiento de giro por mi postura
extendida, como si eso fuera precisamente lo que he estado haciendo.
—¿Crees que esto es mandón?
114 Ella resopla. —¿No?
Mi risa es una sombra oscura que acecha la luminosidad. —No, cariño.
Puedo hacer cosas mucho peores. Este soy yo siendo juguetón en comparación.
Sus ojos se abren de par en par mientras digiere esa miga. Una vez más,
opta por esquivar las huellas de barro que creé. Sería una verdadera lástima que
nos quedáramos atascados en la tierra juntos. —Oh, ¿ahora soy tu cariño?
—Eres muchas cosas.
Rylee se pasa unos dedos por el pelo. Hoy ha dejado las ondas rojizas
libres, cayendo en cascada alrededor de sus hombros. Otra cosa suya que
aprecio. Aunque, cuando se trata de ella, hay innumerables acciones y gestos
que puedo adorar.
—Siento que estás hablando en círculos —dice tras su siguiente
exhalación.
Una sonrisa fácil inclina mis labios. No se equivoca. Esa es su influencia en
mí. No puedo evitar que mi cerebro gire en torno a ella.
No es que esté dispuesto a admitir la nueva debilidad. —No importa si soy
heterosexual o corrupto, ese idiota no merece tocarte.
—¿Quién lo dice? —Su labio inferior se tambalea, pero la furia en sus ojos
es mordaz—. Y no te atrevas a usar a mi hermano como excusa.
Es horrible admitir que hacia allí se dirigía mi mente. Se agradece la
advertencia, considerando que eso cambiaría la marea para ahogarme. La
réplica defensiva --aunque de mierda-- muere en mi garganta.
Me alejo de ella y me paso una mano por el pelo. Maldición, esta mujer me
lleva a comportarme como una bestia. Cuando recupero la compostura, me
encuentro con su mirada fija esperándome.
—¿Quieres oírme decirlo? —El silencio que sigue es respuesta
suficiente—. Bien. Te digo que no es lo suficientemente bueno.
Pone los ojos en blanco. —Déjame adivinar, esta es la parte en la que me
dices que nadie es lo suficientemente bueno.
Doy un paso adelante, sólo un pie. —Maldita sea.
—Por desgracia para tu ego alfa, no puedes decirme con quién salir.
—¿Quieres apostar?
Las llamas que bailan en sus ojos me retan a eliminar más espacio entre
nosotros. —Sí.
—Prepárense para declararme ganador. Estoy a punto de reclamar mi
115 premio de la victoria. —Merodeo más cerca para borrar más la negación que nos
separa.
La atención de Rylee se concentra en mi medido acercamiento. —¿Qué
estás haciendo?
No aceptaré lo que ella no ofrece libremente, pero eso no significa que no
pueda avivar las brasas hasta que esos carbones ardientes nos quemen a los dos.
—¿Qué parece que estoy haciendo?
Deja caer un puño sobre su cadera ladeada. —Si supiera la respuesta, no
me molestaría con la pregunta.
Su hostilidad es lo suficientemente gruesa como para masticarla. Por qué
me aprieta las pelotas es un misterio. Pero la razón se revela en el siguiente
aliento.
Es el calor en sus ojos. Puede que esté enfadada, lanzando odio como
gomas, pero hay algo más. Tal vez le molesta que le guste pelear conmigo. El
Señor sabe que me excita esta mierda.
Hago una pausa en mi constante avance hacia ella. —¿Quieres que me
disculpe?
Ella balbucea y casi parece sorprendida por mi brusco giro. —¿De verdad
lo sientes?
—No. —Ni siquiera tengo que pensarlo—. No hay ni una pizca de
remordimiento cuando se trata de protegerte. No entonces. No ahora. Y
ciertamente nunca.
—No es tu trabajo protegerme.
—¿Y si quiero que lo sea?
Sus ojos buscan los míos. Tras varios latidos, traga saliva de forma audible.
—No deberías.
—¿Y eso por qué?
Su siguiente parpadeo está cargado de indecisión. Entonces el hechizo se
rompe.
Rylee se mueve para hacer otro escape. En este punto, podría convertirse
en un hábito. Tal vez no esté preparada para admitir lo inevitable. Sus tacones
hacen clic en el suelo con cada paso rápido hasta que está en la puerta. Por el
contrario, mi paso es un acecho silencioso.
Sin mirar atrás para ver mi posición, me da un golpe de despedida. —He
terminado con esta conversación.
117 nosotros. No hay ninguna fuerza que la mantenga cautiva. El hecho de que se
quede aquí es revelador. No estoy solo en esta locura.
Una fragancia exótica que no puedo nombrar se infiltra en mis sentidos. El
aroma floral es fresco, extraño y estimulante. Eso es lo que esta mujer es para mí.
Tengo el abrumador presentimiento de que apenas está arañando la superficie.
Sus pestañas se agitan cuando me deleito con una profunda inhalación. —
¿Qué estás haciendo?
—No voy a hacer nada. Estamos a punto de acabar con esto. —El énfasis
es necesario, y es malditamente oportuno. Dos semanas es una eternidad
mientras te abstienes de la última tentación.
—Vaya, eso parece una tarea que estamos obligados a soportar. —Su
mirada se dirige a mis labios, pero sólo para una rápida sacudida—. ¿Me he
vuelto a perder la fase de planificación?
Estoy a punto de besarla en ese mismo momento, sólo para acallar las
tonterías que insiste en soltar. —Confía en mí, Luciérnaga. Es un error que no
repetiré.
—Sin embargo, me atrapaste en la oficina y afirmas que esta supuesta
resolución es una tarea tediosa. Lo estaba haciendo muy bien detrás de la barra
hasta que me arrollaste groseramente.
Mi gesto es sincero. Doy un paso más y me enderezo desde mi postura
depredadora. El puñado de centímetros que ahora se interpone entre nosotros
es como el Gran Cañón. —Esa no era mi intención.
—¿Entonces cuál fue?
—Quedar contigo a solas.
Parece sorprendida por mi sinceridad. Su mandíbula floja se cierra un
momento después. —¿Para acabar con esto? ¿Qué significa eso?
—Para evitar más confusiones, lo único que estamos superando son los
límites del negocio. Esa es una tarea que ambos hemos soportado. Y ya que
estamos en el tema. —Me inclino hacia abajo hasta que nuestros labios casi se
conocen íntimamente—. En caso de que te hayas perdido mi anterior convicción,
no me parece bien que otros hombres te toquen.
Su cuerpo se estremece, luchando por quedar inerte contra el mío. —
Lástima que no sea una opción para ti.
Recorro con un dedo su brazo. Una corriente eléctrica me recorre mientras
se me pone la piel de gallina. —¿Estás segura de eso?
Las chispas de esas llamas verdes se dirigen hacia mí. —¿Alguien te ha
118 llamado alguna vez bruto?
Resoplo para entretenerme. —No, esto es nuevo para mí. Tú eres la única
que despierta mi oso interior. Estuvo hibernando hasta que entraste en el bar.
—Oh —respira—. Eso es casi dulce.
—¿Sigues enfadada conmigo? —Deslizo mi pulgar por el rubor que
mancha su mejilla pecosa.
—Sí. —Me toca el pecho con el dedo—. Va a hacer falta algo más que unas
líneas a medias para suavizar las cosas.
—Eso no debería ser un problema. Mi juego de arrastrarme es fuerte. —
Estoy familiarizado con la cosecha del perdón gracias a Payton.
La expresión de Rylee se endurece. —Tampoco voy a aceptar que me
lancen un montón de dinero.
—¿Eh?
Sus ojos se alejan de los míos. —No importa.
Pero me quedo con su comentario como si fuera un aferrado a la etapa
cinco. —¿Hice algo más para ofenderte?
Ella mira un reloj falso en su muñeca. —¿Cuánto tiempo tienes?
La exigencia en su tono me sugiere fuertemente que deje de tirar de este
hilo. Soy consciente de que mi reacción fue extrema, pero parece que no puedo
controlar mis instintos más básicos cuando se trata de ella. Eso no significa que
no me aleje a las primeras señales de su angustia. Hasta entonces, romperé esta
restricción por los dos.
—Podemos hacer esto toda la noche —respondo tras la ligera pausa.
—No es importante comparado con la rutina de perro guardián que te
pones. —Una gota de su barbilla corta aún más nuestra conexión.
Con un pulgar clavado en su hendidura con hoyuelos y un suave tirón,
corto su evasión. —Lo siento, pero no voy a sentarme sobre mi culo y ver cómo
otros hombres tocan lo que...
Presiona un dedo sobre mis labios. —No termines esa frase.
—Pero...
—A menos que quieras que me vaya furiosa, quédate en el camino de las
enmiendas.
—Está bien —refunfuño—. Me disculpo.
120 —Bueno, eso depende. —Su mirada baja hasta el notable bulto detrás de
mi cremallera.
Sonrío, sintiendo el impulso de besarla de nuevo. —Me halagas.
—Por lo que parece, te halagas a ti mismo.
Como ya está acariciando mi coraje, tengo la confianza de guiarnos hacia
el abismo. —¿Sería tan malo si me dejaras cuidarte?
—Sí.
—¿Por qué?
Un debate interno parpadea en sus profundidades verdes. —Tal vez sólo
una vez.
Se me escapa una risita ronca. Dejaré que se lo crea por ahora. —Lo que
la dama quiere...
—Ella recibe sin condiciones. —El delgado ceño que frunce me desafía a
discutir.
En su lugar, estrello mi boca contra la suya con un gruñido salvaje. Rylee
maúlla en respuesta y levanta los brazos para rodear mis hombros. Nuestros
labios se separan al unísono, las lenguas se deslizan en una introducción
perfecta.
Las primeras impresiones pueden determinar la compatibilidad en
cuestión de momentos. ¿Y este beso? Maldita sea. Este beso demuestra lo
privado que he estado. Rylee me chupa el labio inferior mientras yo le pellizco
el superior. Es instintivo. El flujo es natural, como si hubiéramos jugado juntos al
hockey de amígdalas durante años. Nuestra conexión inmediata es intensa, no
dejo que mi mente se atasque demasiado en la letra pequeña.
Mis pensamientos se dispersan por completo cuando me tira del pelo para
acercarme. La necesidad estalla detrás de mis párpados cerrados. La menta y la
química combustible se intercambian entre nosotros. El impacto hace que me
flaqueen las rodillas. Entonces Rylee empieza a mover las piernas.
Cuando miro hacia abajo, está intentando quitarse las botas. Mis ojos
regresan a los suyos mientras un calor se extiende por mi pecho. No sé qué
esperaba cuando la seguí hasta aquí, pero desde luego no era una comida
completa. No es que me queje al descubrir que está en esto conmigo.
Sus movimientos inquietos continúan. —Estas fueron una mala elección.
—Permíteme. —Me arrodillo y se las quito con un suave tirón. Las suelas,
muy duras, caen al suelo con un ruido sordo cuando las arrojo a un lado. A
continuación, mis palmas recorren sus muslos hasta que mis dedos llegan a la
121 cintura de sus leggings—. ¿Puedo?
—Por supuesto. —Rylee arquea su mitad inferior para ayudarme.
El material elástico coopera con bastante facilidad. Le bajo los pantalones
y el tanga como un paquete. Entonces está expuesta para que me la coma.
Todavía arrodillado, la miro. —¿Estás mojada para mí?
—Sí.
—No eres tímida, ¿eh?
—¿Lo he sido alguna vez? —Enhebra sus dedos en mi pelo, dándome un
fuerte tirón.
—No, me gusta que me llames la atención. —Mi boca está a centímetros
de su raja, la saliva se acumula para morder.
—No tenemos tiempo para eso. —Me tira de la camisa con impaciencia.
—Siempre hay tiempo para el postre antes de la cena.
—No cuando estamos en el trabajo. ¿Y si alguien viene a buscarnos?
—Que lo intenten.
—Puede que llamen a la puerta —dice Rylee.
—¿En serio te preocupa nuestro personal mientras yo admiro tu coño?
—No, pero bien podrían interrumpirnos antes de que empecemos. —
Tiene un punto válido.
—Qué pena. —Deslizo mis dedos por su humedad, haciendo girar una
almohadilla callosa alrededor de su clítoris.
Se queja al techo. —Ahórrate los remordimientos, vaquero. Deja de
burlarte y ensilla.
Echo un vistazo a sus resbaladizos pliegues antes de ponerme en pie.
Cuando estoy seguro de que sus ojos están en los míos, me meto el aperitivo en
la boca. Un gemido sale de mí cuando su néctar ácido baña mi lengua. Las
pupilas de Rylee se dilatan al verme deleitarme con su sabor. Entonces aparta
mi mano y ataca con vigor.
Sus labios se aferran a los míos mientras la pura satisfacción masculina
surge en mis venas. Mi lengua se desliza por la suya, compartiendo la esencia.
Un ruido de hambre retumba en su garganta. Es un hambre que conozco. Me
hace sentir lo suficientemente hambriento como para suplicar. Estoy a punto de
recibir mi primera comida sólida desde hace más tiempo del que puedo
recordar.
122 Rylee rasga mi cinturón y ataca mis vaqueros. Una vez que los vaqueros se
amontonan alrededor de mis caderas, busca mi polla en su interior. Se le escapa
un jadeo cuando me encuentra duro y dolorido.
Casi me quedo ciego cuando su puño me agarra. —Eso es lo que me haces,
Luciérnaga. Sin siquiera tocar.
—Maldita sea, soy buena. —Hay un toque de suficiencia en su voz que es
bien merecido—. ¿Esta es mi recompensa?
El calor líquido llena mi gemido mientras ella me acaricia. —Sí, cariño.
Permíteme que te lo agradezca como es debido.
La levanto en brazos en un segundo. Ella levanta automáticamente sus
piernas desnudas para rodear mi cintura mientras yo la aprieto contra la puerta.
Siento que sus tobillos se cruzan en mi trasero. Cada movimiento fluido que hace
es una declaración de que estamos juntos en esto. Nuestros ojos chocan y se fijan.
La energía de la habitación parece retumbar, como un vacío a punto de ser
llenado. Con mucho gusto hago los honores.
Mi polla empuja su entrada a modo de saludo. —Preferiría verte desnuda
y extendida, pero esto tendrá que servir.
Sus uñas romas se clavan en mis bíceps. —Dios, qué sacrificio para ti.
—Ese descaro —gruño—. Eres tan malditamente sexy escupiendo dagas
hacia mí.
—Pruébalo —se burla.
Un empujón me da la bienvenida a su resbaladiza calidez. Otro impulso
me lleva hasta la mitad. Un tercer golpe lleva mi polla hasta la empuñadura. Las
llamas arden bajo mi piel cuando ella acepta todo de mí sin más resistencia. Un
suspiro mutuo se cuela entre nosotros.
Los rasgos de Rylee se aflojan. Parpadea en rápida sucesión, como si
estuviera vadeando en la niebla. Estudio el rubor que sube a sus mejillas.
Entonces mi boca se cierra sobre sus labios separados. Se le pasa el susto y se
apresura a corresponderme. Nuestras lenguas chocan mientras me retiro y
vuelvo a hundirme en ella. Se adapta a mi intrusión y mueve sus caderas contra
las mías. El ritmo de mi pulso coincide con la contracción de sus músculos
internos.
—Mierda —ronronea.
—Así de bien, ¿eh?
Rylee se golpea la cabeza contra la puerta. Su exhalación dificultosa refleja
la mía. —Esto no significa que me gustes.
Me saco hasta la punta, y luego le doy mi longitud en un solo
123 deslizamiento. —¿No te gusta esto?
—Demasiado pronto para decirlo —suelta con un gemido.
El incentivo para demostrar mi valía encuentra una marcha más rápida.
Golpeo mi polla en su interior, hacia delante y hacia atrás, a un ritmo implacable.
Mis pelotas comienzan a tensarse después de unos cuantos míseros bombeos.
No hay ninguna posibilidad de que esto termine antes de que ella esté
adecuadamente saciada.
Con eso en mente, vuelvo a acercar mi boca a la suya para reclamarla a
fondo. Hemos esperado lo suficiente para sellar oficialmente el trato. Sus labios
que se extienden bajo los míos parecen estar de acuerdo. Nuestros dientes
rechinan en un intento de ganar tracción mientras rodean el desagüe.
Arranca su boca de la mía. —No te detengas.
—No pensaba hacerlo. —Aumento el ritmo por si acaso.
—Más —exige ella.
Mis caderas martillean hacia delante y se detienen. —¿Quieres intentarlo
de nuevo?
—Por favor —suplica—. Por favor, por favor.
—Esa es mi chica.
—Sigues sin gustarme —insiste.
—Deja que esos hermosos labios sigan derramando mentiras. Tu coño
dice la verdad. El resto de ti se dará cuenta pronto. —Agarro sus muslos con
fuerza. Esta posición me deja al mando, pero ella pone todo su empeño en
participar.
Rylee inclina sus caderas y se balancea dentro de mí. El ángulo me
permite deslizarme más profundamente. —Sí, sí. Justo así.
—Oh, sí te gusto. —Pellizco la columna expuesta de su garganta.
Ella estira el cuello para permitirme un mejor acceso. —Sólo tu pene. El
resto puede irse de paseo.
—¿No te gusta mi lengua? —Trazo un camino desde su vena palpitante
hasta el lóbulo de su oreja.
Se estremece en mi poder. Su pulso agitado vibra contra el rastro que lamo
allí. Mis lametones lavan el rastro. —No, es un poco babosa.
—¿Qué tal mis labios? —Me meto su piel sensible en la boca—. ¿Y mis
dientes?
Su coño se aprieta a mi alrededor cuando la muerdo ligeramente. —N-no.
124 —¿Qué tal mis manos? —Le toco el pecho y le acaricio un pezón a través
de la camisa y el sujetador.
—Son demasiado carnosas. —Sus palabras sugieren una queja, pero ella
empuja su pecho hacia mí.
—¿Oh? —Desplazo una de las llamadas manoplas de carne hacia abajo
para agarrar su culo—. ¿Te gusta que mis dedos te manoseen aquí?
Se muerde el labio inferior para evitar que la verdad salga. —No lo sé.
Mi agarre sobre ella me sirve de palanca para golpear nuestras caderas a
un ritmo furioso. Sus acciones gritan mucho más que las frágiles palabras. Se
aferra con más fuerza a cada poderoso empujón. Los muslos de Rylee se aferran
a mi cintura, negándose a sacrificar un centímetro. Nunca abandonaría sus
profundidades si pudiera hacerlo.
Mi mirada se deleita con su pasión. Codicio el sudor que brilla en su frente,
marcando nuestro mutuo entusiasmo. La felicidad que se refleja en sus ojos me
reconforta. Su belleza me roba el aliento y me cuesta encontrar mis próximas
palabras. El sexo no ha sido un combate verbal para mí. Hasta ella. No es de
extrañar, ya que ella tira de todos los demás hilos.
—No tienes ni idea —murmuro.
Ella parpadea por el aturdimiento. —¿Sobre?
—Lo loco que me vuelves.
Su pelvis rueda contra la mía. —Estoy recibiendo una gran insinuación.
Mi polla se desliza dentro de su calor expectante. —¿Ya te gusto?
—Sólo en algunas partes —dice ella.
Acepto el reto, rozando con un delicado toque su fruncido agujero. —
¿Como cuando hago esto?
Se sacude de la breve vista previa. —Oh, dulce Jesús.
—Luciérnaga —gruño en su garganta—. Cuando reclame este culo como
mío, no habrá nada dulce en él.
—Tan seguro que estaré de acuerdo con eso. —La burbujeante
anticipación en su tono hace poco para disuadirme. Lo mismo ocurre con el
tornillo de banco en el que se convierte su coño.
Flexiono las caderas para apretarnos. Mientras tanto, mi meñique hace
otra pasada por ese punto no tan dulce. —¿No lo harás?
—Chico sucio —reprende.
—Te gustamos yo y mis sucias intenciones. —Después de un último
barrido, me quito la tentación antes de ir demasiado lejos.
125 —Tal vez —cede.
—Ahora estamos progresando. —Para acompañar mi victoria, doy una
patada a los movimientos constantes en una marcha más alta. Nuestra piel choca
con cada entrada brusca.
—Maldita sea —grita—. Se suponía que debía alejarme de ti.
—¿Sí? —Sonrío en el pliegue de su cuello—. ¿Qué tal te va con eso?
Me da una palmada en el hombro. —Tal vez sólo estoy probando mis
ataduras.
Mis pulmones arden mientras vierto más energía para hacerla estallar. —
Siento ser quien te lo diga, pero esas ataduras han volado en pedazos
irreconocibles.
—Sí, por tu monstruosa polla.
—Joder, esa vena sarcástica será mi perdición. ¿Te encanta esto, nena? —
Empujo con fuerza, asegurándome de que siente todo de mí.
—Gustar ya era una exageración —gime—. Estamos lejos del encanto.
—Supongo que tengo que esforzarme más. —Muevo mis caderas a un
ritmo seductor.
Cuando la cabeza de Rylee se inclina hacia un lado, es mi señal. Mi pulgar
se sumerge en el lugar donde estamos unidos en busca de su clítoris. Ella chilla
y se agita contra mí cuando he dado con el objetivo. Una sonrisa crece por el
golpe a mi ego.
—Creo que esto te gusta mucho.
—Tan jodidamente engreído —maúlla. El placer que se desprende de ella
no suena en absoluto molesto.
—Veamos si te gusta gritar mi nombre mientras te hago venir.
Rylee no tiene ni idea de lo que le espera, pero lo hará. Mis músculos
rugen en señal de protesta cuando busco una mayor velocidad. Acaricio su
clítoris con abundantes caricias mientras ella rebota contra la puerta. Si hay
alguien al otro lado, apuesto a que está disfrutando de un gran espectáculo
viendo cómo se mueven las bisagras.
Esos pensamientos se astillan cuando la presión reveladora se convierte
en una explosión inminente. Una comprensión demasiado tardía casi detiene mis
frenéticos bombeos. —¿Es seguro acabar en tu interior?
Su cabeza ya se agita en señal de aprobación. —Sí, no te atrevas a sacarlo.
Estoy tomando la píldora.
El hecho de que ella desee todo lo que yo le ofrezco desesperadamente
126 me hace tropezar con la cornisa. Aumento la fricción contra su clítoris mientras
mis caderas se convierten en un borrón que persigue el alivio. Nos dejamos
arrastrar por la tormenta que nosotros mismos hemos creado.
—Oh, oh. Ya casi... —Rylee aprieta los ojos y se aprieta para prepararse.
—Di mi nombre —ordeno.
—Rodhes, Rodhes, Rodhes —canta.
Mi mejilla se aprieta contra la suya mientras me inclino para susurrarle al
oído. —Ordeña mi polla, nena.
—Con mucho gusto. —Y eso es lo que hace.
Su grito brota de lo más profundo de su placer. La onda de su orgasmo
desencadena el mío. Mi ritmo vacila mientras el cosquilleo se extiende. El cuerpo
de Rylee se aferra al mío mientras el alivio la envuelve. Es un charco tembloroso
en mi mano. Si no la sostuviera, se derrumbaría de lado. Me separo de su núcleo
agarrotado sólo para avanzar una última vez. Entonces me dejo llevar por la
euforia.
Mi polla palpita mientras me derramo dentro de ella. Casi parece que se
me entumecen los dientes. Me sacudo contra ella sin control. Las endorfinas
inundan mi torrente sanguíneo mientras me cuesta ver con claridad. Mis
movimientos se vuelven descuidados y me rindo a las sensaciones abrasadoras
que me envuelven.
Los dedos de Rylee me arañan mientras sigue perdida en los estertores de
la pasión. Intento alejarnos de las nubes con lentas caricias. Mis labios salpican
de besos su sien, derivando hacia su mejilla y su mandíbula. Su piel se pega a la
mía por nuestros esfuerzos conjuntos. Hay un resplandor postcoital que brota de
cada poro.
El calor me cubre de relajación. La tensión entre nosotros se filtra con cada
respiración entrecortada. Después de lo que parece una hora, consigo recuperar
el funcionamiento adecuado. Me aferro con fuerza a la mujer responsable del
clímax más intenso de mi vida. Rylee no protesta por estar agarrada a mí. Las
réplicas sacuden nuestros miembros enredados.
Acaricio con mis dedos su pelo húmedo. —¿Te gusto ahora?
—No admito tal cosa, pero tal vez... —Rylee encuentra la fuerza para
levantar su cabeza de mi pecho. Sus párpados están pesados, apenas abiertos
hasta la mitad. Se aclara la garganta para terminar lo que ha empezado—. Tal vez
podríamos darle otra oportunidad a la tregua.
127
Capítulo Quince
E
l rico aroma de una comida casera satura el aire. Me permito inhalar
con avidez mientras entro en la cocina. El asado en la olla de cocción
lenta es una de mis especialidades. Es una comida reconfortante,
rápida, sencilla y deliciosa. Por no mencionar que es buena para el alma.
Especialmente en otoño.
Pero el mayor punto de venta de esta receta es que a Gage le encanta. Ese
niño puede ser más exigente que, bueno... un niño de siete años.
128 Se me ocurre una idea después de levantar la tapa y remover
rápidamente. El Cabernet combinará bien con la carne tierna. Estoy a punto de
sacar una botella en el momento en que se oyen pasos por el pasillo. Si no
viviéramos en el primer piso, el propietario estaría enviando quejas por ruido a
diario.
—Mamá, mamá, mamá, mamá —canta Gage mientras entra corriendo en
la habitación—. ¿Está lista la cena?
Me río de sus payasadas. —No del todo. La abuela y el abuelo aún no han
llegado.
Gime y se desploma por la mitad. —Oh. Dios mío. Me muero de hambre.
—Acabas de merendar —le recuerdo.
—Eso fue hace una eternidad. Estoy súper hambriento. ¿Puedes oír mi
barriga? Está enfadada. —Mete su barriga en mi dirección.
Me arrodillo y le hago señas para que se acerque a mí. Una vez que está a
mi alcance, aprieto la oreja contra su vientre. Un jadeo exagerado es mi
respuesta inicial. —Santo cielo, chico. Pareces hambrioso.
Los ojos de Gage se abren de par en par con asombro. —¿Qué es
hambrioso?
—Es una mezcla de hambre y estar rabioso.
—¡Oh! —Él rebota en sus dedos de los pies—. Eso es lo que quería decir.
Tengo hambrioso. ¿Me darás de comer?
—Pronto.
—¿Cómo cuándo?
Miro el reloj. —Diez minutos.
—Pero mamááá —se queja. Su impaciencia desaparece en un instante,
sustituida por una vertiginosa excitación—. ¿Quieres ver cómo hago un truco?
—Por supuesto. —Estoy de acuerdo con cualquier cosa cuando me
muestra esa sonrisa radiante.
Gage procede a realizar una de sus semi famosas secuencias acrobáticas.
La rutina comienza con unos gestos salvajes con las manos que le llevan a
desplomarse en el suelo. Su cuerpo se convierte en un borrón mientras se
retuerce en una voltereta y termina con una patada lateral. Luego se pone en pie
de un salto y hace una reverencia.
Orgullo hincha su flaco pecho. —¿No fue genial?
—Muy creativo, cariño. Estoy impresionada. ¿Dónde aprendiste eso?
138
Capítulo Dieciséis
E
l terreno del huerto es inmenso. Esa es mi primera observación tras
entrar por la puerta. Amplias hectáreas de hierba verde e hileras de
árboles de colores se extienden en todas direcciones. El otoño se
hace notar con el vibrante rojo, amarillo y naranja que cuelgan de las frondosas
ramas. Los tallos de maíz se extienden hacia el cielo sin nubes. La risa infantil
reina en este lugar, como debe ser. El azúcar recubierto de caramelo y la energía
139 infinita crepitan en el aire.
Payton y Gage no dudan en unirse a la diversión. La pareja se toma de la
mano mientras salta alrededor de una sección de calabazas. Parecen estar en
una intensa deliberación. Si agarro mis oídos, capto algo sobre un concurso de
belleza y un juicio. Al parecer, cinco minutos en la escena es todo lo que
necesitan para declarar una ganadora.
Tal vez tengan prisa por seguir adelante. Parece que hay un día entero de
diversión.
Los amplios y llanos campos están divididos en secciones para diferentes
actividades. Veo un bloque improvisado para un mercado agrícola. Las casetas
y los puestos enmarcan una parte separada, con juegos y comida, y un escenario
de madera está montado a un lado. Dos adolescentes entretienen a un pequeño
público con chistes cursis. Esta es nuestra primera visita a Jack's Apple Shack, y
de repente me pregunto por qué no hemos ido antes.
Sonrío mientras veo a los niños debatir sobre qué calabaza debe reclamar
la victoria.
Rylee tararea a mi lado. —Estás callado. Más que de costumbre.
Una mirada de reojo la encuentra estudiándome. —Todavía me estoy
adaptando.
—¿A qué?
—Al hecho de que me hayas invitado.
—Gage realmente quería ver a Payton. Por desgracia para mí, son un
paquete. —Ella fuerza su tono para sonar decepcionada.
—Puedo irme. —Un pulgar se engancha a mi hombro—. Melinda puede
ocupar mi lugar.
Inclina la cabeza mientras me mira con los ojos entrecerrados. —
¿Melinda?
—La niñera de Payton.
Algo acerado reluce en su mirada. La suavidad de su comportamiento se
endurece con ella. —Ah, claro. ¿Está de guardia las veinticuatro horas del día?
Clavo mi bota en el camino de grava. —Ella vive con nosotros, así que
supongo.
—Debe ser agradable. —Ahora su voz tiene un verdadero filo.
—Tus padres ayudan mucho con Gage, ¿verdad? Apuesto a que les
encanta tenerte cerca. Los míos viven a unas tres horas de distancia.
140 La risa de Rylee es forzada. —Sí, el último mes ha sido una brisa,
comparado con los últimos siete años.
Me detengo con un montón de preguntas bailando en mi lengua. Su vida
antes de volver a Minnesota sigue siendo un misterio. Tal vez sea a propósito. No
sé hasta dónde presionar, o si debo preguntar. Esta tregua restaurada entre
nosotros es frágil en el mejor de los casos.
—¿Quieres hablar de ello? —Mi intento de compromiso es agridulce.
—¿Mis luchas en Carolina del Sur? Claro, déjame purgar el vómito de
palabras por toda esta encantadora y cálida mañana. —Se burla, añadiendo una
mirada de soslayo—. Prefiero olvidarlo.
—¿Por qué no volviste antes?
Su gesto de dolor es un golpe contra mí. —Es complicado.
Si alguien entiende esa frase, soy yo. —Tal vez un día cambie las mías por
las tuyas.
—¿Tu qué?
—Complicaciones. Lo que preferimos olvidar. Podríamos tener más en
común de lo que crees.
El frágil exterior que enmascara su vibrante esplendor se tambalea
ligeramente. —Por determinar.
Algo que Jeremy mencionó acerca de la mala mierda que me corroe suena
a verdad en este momento. —Podría ser bueno para nosotros. Podemos empezar
despacio, cuando estés preparada.
Parece meditarlo. Luego, la diversión se apodera de su boca. —No me
parece que seas de ese tipo.
—¿Para hacer qué?
—Facilitar la entrada. —Un tono rosado mancha sus mejillas.
Siento que la tensión se escapa de mis hombros. —Ciertas situaciones
requieren una... entrada suave.
Me concede una sonrisa tortuosa. —¿Sólo la punta de un meñique? No me
gustaría torcer mis... sentimientos yendo a por todas desde la puerta.
Si quiere tirar de mi cadena, le daré quince centímetros para que tire. —
¿Podrías manejar todo el asunto?
Ni siquiera hemos hablado del polvo de la oficina, pero nuestros orgasmos
simultáneos aparecen en cada sonrisa sensual que me dirige. La pelirroja sexy
sabe exactamente lo que me hace. Pero la influencia parece ser mutua. Eso me
hace sentir ligeramente mejor.
141 Rylee tira de su labio inferior entre los dientes. —No me asusto fácilmente,
pero prefiero las grandes sorpresas con moderación. Haz lo que quieras con esa
información.
Junto con las insinuaciones.
En este punto, no estoy seguro de si estamos discutiendo cómo manejar
los esqueletos en nuestros armarios o nuestro próximo polvo. —¿Qué te gustaría
de mí?
—Estoy abierta a sugerencias. —Sus ojos se dirigen a un lugar al azar, lejos
del mío. Lo que sea que encuentre cerca de la pila de balas de heno hace que su
ceño se frunza. El incómodo desfase que se cuela en nuestro intercambio arruina
el coqueto momento—. O podemos seguir adelante como si nunca hubiera
pasado.
La confusión obstruye el flujo de nuestro diálogo. Algo se siente... fuera de
lugar. No nos hemos recuperado desde que mencioné a Melinda. —¿Está todo
bien? Entre nosotros, quiero decir.
—Claro —dice ella.
—¿Esperas que me crea eso?
Mira a Gage y a Payton, que están ocupados trepando por una vaca de
metal en la zona de juegos. Tal vez hablaba en serio cuando dijo que se sentía
obligada a incluirme. —Crean lo que quieran. Ese no es mi problema.
—¿Pero admites que hay un problema?
Rylee se cruza de brazos. —Hemos resuelto la mayor parte. Suponiendo
que pueda mantener a la bestia en su jaula cuando otros hombres se acerquen a
mí, claro.
Eso no está en el ámbito de las posibilidades, pero ella no quiere escuchar
eso. Me conviene desviar el tema. —¿Te arrepientes de haberte acostado
conmigo?
—Debería. Fue un grave error de juicio.
—Eso no es una respuesta.
—Falso —dice ella—. Sólo que no es el que tú quieres.
—Quiero que me digas la verdad —insto.
Una brisa fría recorre el espacio abierto. Se estremece y se mete en la
gruesa bufanda que le rodea el cuello. Siento un repentino —por no decir muy
C
asey y Adam se pavonean por el estacionamiento hasta donde
esperamos en el vestíbulo. La despreocupada pareja es la última
en llegar a WhirlyBall. Resulta que fuimos capaces de llevar a cabo
esta extravagante idea mucho más rápido de lo que podría haber planeado. Ayer
mencioné casualmente una salida en grupo -sin esperar nada hasta dentro de un
mes-, pero aquí estamos.
Todo el equipo de Bent Pedal decidió unirse a nosotros. Son diecisiete
153 incluyendo a Rhodes y a mí. Gage y Payton también nos acompañaron. Han
estado ocupados en la sala de juegos mientras esperábamos que todos llegaran.
Parece que ese momento es ahora.
Adam se acerca a Rhodes, que no se ha alejado de mi lado. —Gracias por
hacer esto, hombre.
—No fui yo. Rylee es la responsable de hacer realidad nuestros sueños de
WhirlyBall. —Me señala con el pulgar.
Le golpeo con la cadera. —De acuerdo, Sr. Humilde. Puedes llevarte la
mayor parte del crédito.
—Todo lo que hice fue hacer unas cuantas llamadas para que reservar
—¿Y el personal de reemplazo que contrataste para la tarde? —Lo cual aún
no puedo comprender.
—Un amigo me debía un favor. —Se encoge de hombros como si
encontrar cobertura para un turno lleno no fuera gran cosa.
—Y no olvidemos que insististe en pagar toda la cuenta —aporto con un
exagerado aleteo de pestañas.
—Lo cual no fue poco —refunfuña.
Casey mira detrás de nosotros hacia el bar. —¿Eso incluye las bebidas?
—Lo que quieras. —Rhodes hace un gesto hacia la zona del salón.
—Esas son las tetas, hermano. —Adam levanta una palma de la mano para
que su jefe le dé una palmada.
Rhodes sella el choque de manos con una risa. —De nada.
Esos dos se alejan en busca de refrescos alcohólicos. Unos pocos los
siguen mientras los demás nos rodean para pedir indicaciones. Miro a Rhodes
en todo su esplendor de gorra hacia atrás. Mis pulmones traidores se agarrotan
ante esa visión tan apetecible. Cada vez es más difícil resistirse a sus encantos.
Ajeno a mi debate interno, hace un movimiento de barrido hacia delante,
como si me concediera la palabra para hablar. El tipo me está dando demasiado
crédito. Por no hablar de poder.
—Estamos en la pista tres. Una vez que nuestro grupo se haya reunido en
la sala de fiestas adjunta, un experto en WhirlyBall pasará en breve para explicar
las reglas. Nuestra hora reservada comienza después de firmar el compromiso.
—Pego una amplia sonrisa mientras recito el discurso de la señora que nos
registró.
Becky comienza a trotar en su lugar. —¿Qué estamos esperando?
154 La burbujeante camarera inicia una tendencia. Sus compañeros de
tripulación se apresuran a compartir la expectación. Incluso Jeremy, que
raramente esboza una sonrisa, parece ansioso por empezar. Sonrío ante su
despliegue de cohesión. Esto ya va mejor de lo que podría haber predicho.
—Puedes ir en esa dirección. Sólo necesito arrear el...
—¡Mamá, mamá, mamá, mamá! —Gage se acerca corriendo desde la
máquina de garras—. ¡Mira lo que gané!
Jadeo cuando me lanza un peluche a la cara. Una vez que me recupero, me
tomo un momento para valorar su premio. —Oh, vaya. ¿Qué es eso?
Estudia a la extraña criatura con un afecto incondicional en su mirada. Este
chico es todo un enamorado. —Es un proble. ¿No es lindo?
Eso me hace reír. —Un proble, ¿eh? No sabía que existían en la naturaleza.
—Duh. Somos como una manada entera. No puedo ser el único —
murmura.
Rhodes mueve su atención de Gage a mí. —¿Qué es un proble?
—Es un desliz de lengua. — Me río ante su expresión de perplejidad—.
Cuando Gage estaba siendo un apestoso...
—Tomé el postre antes de cenar —explica mi hijo con demasiado orgullo.
Rhodes asiente y se acaricia la barbilla. —Yo también he sido culpable de
picar antes de comer.
Las llamas chisporrotean en mis mejillas cuando me lo imagino lamiendo
a escondidas antes de embestir el plato principal. Mis pensamientos se dirigen
directamente a la suciedad gracias al hombre de mi izquierda. Una rápida
mirada hacia él, y su mirada fija en mí, confirma las sospechas.
—De todos modos —continúo—. En mi momento de madre nerviosa, solté
'proble' y 'problema' al mismo tiempo. Así nació 'proble 1'. Se quedó grabado.
Gage acuna a su juguete, acribillando la enorme cabeza con besos. —Eres
un buen proble.
Rhodes se sumerge hasta que lo siento exhalar contra mi oído. —No creía
que fuera posible sentirse más atraído por ti después del pastel de embudo, pero
estaba equivocado. Tus tonterías aleatorias son jodidamente sexys, Luciérnaga.
No puedo esperar a oírte combinar más, más fuerte y más rápido cuando vuelva
a empujar profundamente.
—Eres malo —murmuro y meto la barbilla.
—Y sólo has visto la punta de ese poste doblado.
155 Afortunadamente, para el estado de mi marchita compostura, la tapa de
este infierno se rompe por la mitad. Un chillido victorioso se oye en el aire
segundos antes de que Payton corra hacia nosotros. Lleva en la mano lo que
parece un unicornio cruzado con una sirena. Quienquiera que proporcione los
animales de peluche para ese juego tiene una imaginación retorcida.
—¡Papá, mira! ¡Gané, gané! —Salta de un lado a otro de forma borrosa, lo
que no ayuda a la identificación de su criatura.
—Gran trabajo, Abejorro. ¿Eso también es un proble?
Sus cabriolas se detienen inmediatamente. —¡No! Esta es la Princesa Hada
Violeta Sparkle Twinkle Twist.
—Oh. —Se golpea la frente—. Esa fue mi segunda suposición.
—Tonto, papá. —Se acurruca a su lado.
Es entonces cuando me fijo en su creativo peinado. —¿Qué pasó con tus
coletas, preciosa?
Payton se endereza para mirarme. —¿Eh?
referirse a “problema”
Hago un gesto hacia el conjunto desajustado. —Están todas torcidas y con
baches.
—Mi papá me peinó. ¿No estoy súper bonita? —Los elogios complementan
su tono mientras ella tira de una sección.
El hombre en cuestión tiene una mueca de vergüenza. —Esto es una
mejora, lo creas o no.
Payton se acerca a mí y se lleva la palma de la mano a la boca para
susurrar: —Se esfuerza al máximo.
La siguiente exhalación resopla en un chisporroteo. Oh, mi pobre corazón.
El ñoño y descuidado órgano no tiene ninguna posibilidad. Maldito sea él y su
interminable atractivo.
A través de los granos de amor que obstruyen mi tráquea, consigo aspirar
un penoso aliento. —Y en ese sentido, será mejor que nos pongamos en marcha.
Nos están esperando.
—Una carrera hasta allí —dice Payton.
Gage no duda. —Te voy a ganar.
156 La constricción en mi pecho se alivia al verlos partir. —Se llevan muy bien.
—Casi como hermanos. —Con una mano clavada en mi espalda baja,
Rhodes me guía en la dirección correcta.
Lo cual se agradece, ya que mis piernas tienen la consistencia de la
gelatina. Lucho contra el impulso de derrumbarme contra él. —Iba a decir
mejores amigos. Al menos, hasta que se casen.
Gruñe. —Eso se complicará nuestra situación.
—Oh, ¿tenemos una situación? —Mi risa es forzada.
Sus cejas se levantan. —¿No es así?
—Es un poco pronto para darnos un título, aunque sea uno de moda. —Mi
mirada baja cuando veo que la alfombra es muy interesante.
—Me estás mirando raro otra vez.
Trago saliva por el nudo en la garganta. —¿De verdad? Eso es... raro.
Probablemente porque es el responsable de proporcionarme el mejor
orgasmo de mi vida. Pero también es intocable. Como en, no puedo permitir que
suceda de nuevo. No importa lo fuerte que ronronee mi gatito cuando está cerca.
Se trata de mis principios.
Antes de que Quinn y Heidi se deshicieran del té, no quería difuminar
ninguna línea en aras de mantener la paz. ¿Ahora? Es un recordatorio de lo que
por poco salgo ilesa. Probablemente no sea justo. Diablos, sé que no lo es. Pero
aquí estamos.
Rhodes tararea, el suave ruido que contiene demasiada densidad. —Algún
día intercambiaremos secretos, Luciérnaga. El mío por el tuyo. Pero no ahora.
Todas las miradas se posan en nosotros cuando entramos en la sala. Un
hombre vestido de WhirlyBall nos hace señas para que nos acerquemos. —Ah,
genial. Todo el mundo está aquí. Sólo tengo que repasar unas sencillas reglas
antes de liberarlos.
Nos unimos al grupo acurrucado en las sillas del centro. Adam y Casey se
están abroncando sobre una chica que conocieron en el salón. Los otros dos
camareros hacen comentarios burlones. Becky, Margo y Elaine ponen los ojos
en blanco como una unidad sin fisuras. La armonía se respira en el ambiente. Me
encuentro deseando que Trevor pueda presenciar esto. Una mirada de reojo a
un asiento vacío me hace pensar que podría hacerlo.
—Muy bien, escuchen. Esto sólo llevará un minuto. —El tipo espera a que
nos tranquilicemos antes de entrar en su protocolo—. Hay dos colores: amarillo
y rojo. Pueden mezclar y combinar o elegir equipos. Lo que quieran.
—E
stán realmente cerrados. —Miro fijamente la página web
abandonada que está cargada en mi teléfono.
—¿No me creíste? —Rhodes sonríe mientras dirige
a nuestros mordedores de tobillos hacia la sección de comestibles.
Gage y Payton se enzarzan en un combate de espadas ficticio. La dama
parece estar superando al caballero, basándose en sus sigilosos golpes. Es
162 elegante mientras planea su próximo movimiento, buscando su debilidad. Mi
hijo es menos sigiloso en su enfoque. Sus acciones son llamativas y temerarias.
Todo es cuestión de presencia escénica con ese chico.
Tras una sacudida interna, vuelvo a ponerme en marcha. Mi labio inferior
sobresale en un mohín dramático. —No hay nada contra ti, pero no quería
creerlo. Vali-Hi es una reliquia.
Un toque reconfortante se posa en la parte baja de mi espalda. —No te
preocupes, Luciérnaga. Estoy en una misión de rescate para revivir esta
extravagancia.
—Oh, Dios. ¿Una extravagancia? —Me aferro con una palma a mi pecho
agitado—. Cuidado o mis expectativas se dispararán.
Rhodes guiña un ojo. —Mejor para superarlas.
—Corta la onda, Suave. —Casi me inclino hacia él para lograr un efecto
dramático. De ahí debe venir la habilidad de Gage para la animación—. Mi fe en
ti ha sido restaurada. No es que no fuera ya sólida. Tengo que mantenerte
humilde, sin embargo.
El hambre brilla en sus ojos de café. —Maldita sea, realmente no tienes ni
idea.
Me estremece el calor de su voz. Ya ha hecho comentarios similares al
menos dos veces. Si sigue con estos gestos románticos, conectaré los puntos muy
rápido. Esto ya está empezando a parecer un torbellino.
Lo que me sirve para recordar que debo tener cuidado.
Mi mirada vuelve a la pantalla y al motivo de este viaje improvisado a la
tienda. —Todavía estoy tratando de asimilar esta noticia. Es realmente
decepcionante.
Su empeño en salvar la noche nos lleva al pasillo de los aperitivos. —Quizá
vuelvan a abrir. Su página en las redes sociales está llena de ruegos y peticiones
para que el local vuelva a funcionar.
El hecho de que esté involucrado en su historia alivia el escozor. Rhodes
quería planear nuestra próxima salida. Originalmente eso incluía uno de los
últimos autocines en pie de Minnesota. Es el único que tiene valor sentimental.
Pero la prueba me está mirando a la cara.
Ignoro la piedra que me cayó en el estómago. Tiene un plan de respaldo,
que comenzó con recogernos en nuestra casa y desviarse a Target. Ahora hay
una cesta vacía colgando de su codo doblado. La siguiente tarea es peinar la
170
Capítulo Diecinueve
C
uando llego al camino de entrada, la mandíbula de Rylee ha bajado
hasta casi tocar sus deliciosas tetas. —Um, vaya. La comunidad
cerrada debería haberme dado una pista, pero... guao.
No puedo parar la risa que brota de mí ante su chisporroteo. —Así de bien,
¿eh?
—¿Vives aquí? —Sus brazos se agitan hacia el parabrisas y el lujoso
171 bungalow de tres plantas que se encuentra justo detrás.
Se me escapa otra risita mientras me restriego la boca. —Seguro que sí, o
los dueños se preguntarán quién está de visita a estas horas.
—Hay un porche envolvente. —La alegría sale de su voz.
—De hecho, esa es mi característica favorita. La vista de la puesta de sol
es difícil de superar. —Es fácil recordar la primera vez que vi este lugar a través
de su fresco visor. Un asombro similar me había capturado entonces, como sigue
haciéndolo ahora. Las ganas de pellizcarme me crispan los dedos.
Rylee jadea, arrancándome de la ensoñación. —Oh, Dios mío. ¿Tienes dos
mecedoras en algún lugar?
Mi asentimiento es una inmersión lenta. —Están en la parte trasera,
mirando al oeste.
—Lástima que ya esté casi todo oscuro. Nos perdimos el espectáculo —
murmura. No se da cuenta de que eso es vital para que el plan tenga éxito.
El calor se extiende por mi pecho mientras admiro sus pecas bajo las luces
interiores. —Supongo que tendrás que volver a pasar por aquí.
Mira por encima de su hombro hacia donde Gage y Payton están
enfrascados en una feroz batalla de piedra, papel o tijera. Una suave sonrisa
curva sus labios cuando me mira de nuevo. —Seguro que eso se puede arreglar.
—¿Aumentarían las posibilidades si supieras que la playa está a una
manzana de distancia?
—¿Hay un lago adjunto?
—Obviamente —me burlo—. Estamos bastante lejos del océano.
Pone los ojos en blanco. —Las posibilidades de que volvamos a venir para
dar un paseo por la arena están garantizadas, aunque haga demasiado frío para
nadar.
—Me gustan esas probabilidades.
El verde de sus ojos parece brillar como esmeraldas sin precio. —¿Es esto
un sueño?
—No, Luciérnaga. Esto es real. —Deslizo una palma de la mano hacia
arriba por la consola central para agarrar la suya.
Su reacción es un buen augurio para mí. Quiero que se enamore de mi
casa. Pronto se enamorará del resto.
Mira nuestros dedos entrelazados. —Me dijeron que eras muy rico, pero
eso está resultando ser un enorme eufemismo.
172 finca.
—¿Cambia tu opinión sobre mí? —Asiento con la cabeza hacia mi amplia
181 Salto para unirme a ella, el metal gime en señal de protesta. —¿Está todo
a tu gusto?
—Debes estar bromeando —resopla, y luego se tranquiliza ante mi
expresión estoica—. Sí, nena. Sin duda alguna. Esta es la mejor cita de la historia
de las citas, especialmente para mí.
Mi boca captura la suya para un casto picoteo. —Eso es todo lo que quería
oír.
—¿Qué elegiste? —Ella mueve la muñeca hacia la pantalla.
—Bueno, Gage me dio una orden alta y clara.
—Lo hace —se ríe.
Recorro las selecciones de Netflix con una en mente. —¿Qué tal esto?
La sonrisa de Rylee confirma mi decisión. —Vamos a ver lo que la galería
de maní tiene que decir. En tres... dos... uno...
Gage salta desde los confines de su fortaleza. —¡Bestia marina es la mejor
película de la historia!
Payton también aparece. —Ohhh, me encanta Red. Es un monstruo tan
bonito.
—¿Bonito? —La ofensa de Gage se ve resaltada por el brillo de la
protectora—. Es como súper mortal y totalmente genial. La forma en que vuela
el barco en pedazos con una bola de fuego.
—Ajá, lo que sea. Es muy fuerte, pero también bonita.
Los niños se pelean mientras nos colocamos en el colchón. Me desplazo
hacia atrás hasta que una superficie sólida me da la bienvenida. Rylee se
apresura a colocarse a mi lado. Mi brazo la rodea para eliminar cualquier espacio
no deseado. La satisfacción es un suspiro nostálgico que soltamos al unísono.
—Esto es bonito, Rhodes. —Me da una palmadita en el pecho y se
acurruca. Definitivamente lo apruebo.
Me acomodo contra los cojines que me sostienen. —No es una mala
alternativa a Vali-Hi, ¿eh?
Antes de que pueda responder, el susurro de Payton nos llega. —Si mi
papá se casa con tu mamá, ¿significa que ella también será mi mamá?
Gage se concentra en el lugar en el que nos encontramos en la cama del
camión. Su encogimiento de hombros es un rebote solitario. —Creo que sí.
Payton mira a Rylee como si fuera una provisión de helado de toda la vida
182 con espolvoreado extra de nata montada. —Eso sería genial.
Su mirada se posa en mí, un rompecabezas similar que se resuelve. —Sí,
lo haría.
Y así, las apuestas son infinitamente más altas. No se trata sólo de hacer
una pareja de amor con Rylee. No, lo que se está gestando entre nosotros es
mucho más valioso. Nos involucra a todos. Si las cosas van como estoy
imaginando, podríamos ser una familia. Del tipo que nuestros hijos han dejado
de tener.
Rylee se estremece y se acurruca más. —¿En qué piensas tanto? Te
quedaste tieso, y no me refiero a la manguera de jardín en tus pantalones.
La diversión agrieta la presión que irradia mi pecho, pero el significado
permanece. —Me alegro de que estés aquí.
—Aww, qué encantador. Me imaginé que estabas a punto de darme otra
fuerte dosis de Rodhes Romántico.
—Pronto, Luciérnaga. No estoy seguro de que estés lista para el resto
todavía.
Su respiración se vuelve superficial, como si el peso de este momento la
arrastrara. —Pronto.
Pero le doy una pequeña cucharada para atarnos. —Cuando estés lista,
intercambiaremos corazones rotos y los repararemos juntos.
Los ojos de Rylee encuentran los míos cuando empiezan a rodar los
créditos iniciales. —¿Oh?
—El mío por el tuyo —susurro en su piel como una marca.
183
Capítulo Veinte
E
l único cliente que queda engullendo cerveza en la barandilla se
termina su último llamado con un sorbo. Sal golpea su jarra vacía
contra el mostrador con una rotunda sensación de finalidad. —Muy
bien, entendí el mensaje. Me están echando.
Casey se cruza de brazos y adopta una mirada firme. Al menos, creo que
eso es lo que pretende. Me trago la risa que intenta colarse en mi garganta. La
severidad no encaja en la cara de este eterno bobo. La expresión parece que
184 huele un terrible pedo.
—Ya te hemos dejado quedarte quince minutos después del cierre —
dice—. Quiero ir a casa.
No hay forma de atrapar mi bufido. —Más bien a pavonearte por Roosters
para tener algo de compañía.
Los rasgos de Sal se iluminan cuando menciono el otro bar de la ciudad.
El habitual es leal hasta la saciedad, pero sólo hasta cierta hora, parece. —Así es.
Abren hasta las dos.
Casey mueve las cejas, toda la pretensión anterior borrada de su cara. —
¿Dónde crees que voy después de mis turnos de cierre?
—Gracias por el consejo. —Sal golpea la madera.
—Lo mismo para ti. —Casey recoge el dinero que dejó.
Sal se baja de su querido taburete y se acerca a la puerta, lanzando un
saludo por encima del hombro. —Cuídate, Rylee. Te veré en la cuadra, Casey.
—Envía mis saludos —llamo a su forma en retirada.
Y luego quedamos dos. Tacha eso: quedamos tres, pero Rhodes está
notablemente ausente. Desapareció en el despacho hace treinta minutos y no ha
vuelto. Miro hacia la esquina oscura, deseando que aparezca. Desde su
improvisada extravagancia en el autocine, he sentido un instinto pegajoso que
me tira del pecho. Elijo disfrutar de él y de sus nuevos caprichos románticos. El
arrepentimiento puede encontrarme más tarde.
Casey sigue mi mirada, que sin duda está llena de anhelo.
—Probablemente esté haciendo el inventario o algo aburrido. ¿Quieres
reponer la nevera mientras yo friego?
Una ceja se frunce en su dirección. —¿Me toca el trabajo fácil?
Se encoge de hombros. —Tú eres la jefe. Tengo suerte de que estés
dispuesta a aligerar mi carga de tareas.
Lo que me da una idea.
—¿Qué tal si en vez de eso, te vas?
A Casey casi se le salen los ojos. —¿Y dejarte hacer todo?
—No es mucho. Continúa —le insto—. Rodhes hará el resto conmigo.
—¿Seguro? —Pero ya está doblando la esquina para escapar rápidamente.
—Nos vamos mañana temprano por Halloween, ¿recuerdas?
Considéranos en paz.
185 —Claro que sí. Esos niños van a estar repletos de caramelos. —Se frota las
palmas de las manos mientras camina de espaldas a la puerta—. Truco o trato,
jefa. Dile a Rhodes que espero que reciba lo último.
—Me encargaré de que lo haga.
La comprensión aparece en su expresión. —Oh, estás tratando de
deshacerte de mí. Tal vez no estamos a mano después de todo.
Le envío una mirada impregnada de rotundo enfado. —Como si te
molestara saltarte la limpieza.
—Historia real. —Casey gira sobre sus talones para salir en busca de su
próxima conquista—. Hay más lejía en el armario. No hagas nada de lo que yo
haría.
—No prometo nada. Asegúrate de restablecer la cerradura detrás de ti.
Tootles. —Muevo mis dedos hacia él en señal de despedida. Luego me dirijo
directamente a ver qué es lo que mantiene ocupado a Rhodes.
Mis tacones chasquean en el suelo con cada paso apresurado. Hay un
chisporroteo bajo mi piel que no me resulta familiar, pero que me emociona al
mismo tiempo. Es casi como si estuviera caminando por la cuerda floja. La
dirección en la que caiga dependerá de lo que encuentre en mi interior.
El bajo estruendo de su voz me encrespa los dedos de los pies una vez que
estoy al alcance del oído. Ralentizo mi acercamiento cuando un conflicto interno
me pide lógica. Si está ocupado, no debo interrumpir. Sin embargo, mi
curiosidad no se satisface fácilmente. Por suerte para mí, la puerta está abierta
una rendija para ofrecer un flaco adelanto.
Entrecierro los ojos para ver mejor y lo veo de frente, sentado en el
escritorio. Se está cubriendo la frente con una mano y agarrando el teléfono con
la otra. Es más de medianoche, pero está absorto en lo que parece ser una
conversación seria. La charla sobre acciones y bonos y la jerga de las inversiones
sobrevuela tan alto sobre mi cabeza, que bien podría estar en órbita. Por su tono
cortante y el contexto, supongo que se trata de una llamada profesional, y no va
bien.
Rhodes se pasa varios dedos gruesos por su pelo ya revuelto. Después de
lanzar una aguda réplica por la línea, cambia su enfoque hacia el techo y mira
fijamente a algún punto desprevenido. El marrón cálido se arremolina en un caos
turbulento. Combinado con sus rasgos pellizcados, es aún más obvio que esto no
es una charla casual.
Su camisa de vestir está arrugada con las mangas enrolladas para dejar al
descubierto sus antebrazos tatuados. Algún día, en un futuro muy cercano,
pienso trazar su tinta con la lengua. Pero los coloridos diseños son sólo la capa
186 superior. Sus venas serpentean hacia arriba en un rastro tentador. Se me hace la
boca agua para lamerlas también.
Sólo los pensamientos me marean y me agarro al pomo que tengo delante
para apoyarme. Un chirrido delator revela mi presencia. Las bisagras gimen aún
más fuerte, haciéndome estremecer. Estoy reventada.
Sus ojos se adelantan para chocar con los míos. El tiempo se congela y yo
ahogo un grito. El mareo es un efecto secundario habitual cuando Rhodes Walsh
está cerca. El oxígeno se vuelve denso en mis pulmones y me cuesta respirar
bien. He estado cerca de él durante todo el turno y, sin embargo, me deja
inmóvil.
La incómoda tensión hace que se produzca un nuevo debate en mi nublada
mente. ¿Me quedo o me voy? Separo los labios para preguntar eso, suponiendo
que me dará una respuesta. Pero no es necesario un reconocimiento verbal.
La elección está hecha mientras la férrea frustración se desvanece en un
instante. Su sonrisa es adorablemente ladeada, casi como si se sintiera aliviado.
Como si el mero hecho de verme le tranquilizara. Dejo volar mi imaginación,
pero el hambre en sus ojos me estimula a seguir adelante.
Una fantasía que antes no me atrevía a dejar vagar está de repente se
suelta. ¿Cómo sería calmar su insaciable apetito mientras tiene que mantener la
compostura? Supongo que sólo hay una forma de averiguarlo.
Justo entonces, se me ocurre una nueva regla. Es demasiado tarde para lo
estrictamente comercial. En todos los sentidos del concepto. El placer ha llegado
para tomar el control.
Rhodes debe confundir la resolución de mis rasgos con impaciencia.
Levanta el dedo para indicar que necesita un minuto. Por si fuera poco, dice algo
parecido a que ya casi ha terminado.
La imagen de su sorpresa cuando lo tomo como una invitación a cruzar el
umbral y despojarme de los nervios es digna de colgar en la pared. No hemos
hecho más que besarnos desde nuestras escapadas sexuales en este mismo
espacio. Un cosquilleo se extiende por mi bajo vientre. Diría que nos hemos
pasado a la siguiente ronda.
No hay nadie más, pero cerrar la puerta es simbólico. Sus cejas se alzan al
oír el claro chasquido que rebota en la habitación, por lo demás silenciosa.
Rhodes ha dado un giro abrupto en la escala de lo dulce y lo desmayado en la
última semana. No hay ninguna razón por la que no pueda darle una oportunidad
a lo descarado y sexy. Algo que se asemeja a la sospecha estrecha su mirada y
sigue el rastro de mi acercamiento.
Le ofrezco una sonrisa tímida para aliviar cualquier aprensión. Cuando
187 hablo, mi tono es apenas un susurro. —Pareces estresado, no jefe. ¿Hay algún
problema?
Su asentimiento es un simple tirón.
—Tal vez pueda ser de ayuda. —Hay un ronroneo sensual en mi voz que
no reconozco.
Aparte de un trago audible, no protesta. Una palabra suya y me iría a
paseo. Esto está lejos de mi experiencia o zona de confort. Las manías en general
están fuera de mi alcance. Mi vida sexual ha sido simplemente vainilla, sin ningún
tipo de remolino, pero tengo la sensación de que este hombre va a añadir todo
tipo de sabores a mi helado. Precisamente por eso me animo a probar algo
nuevo.
Rhodes abre los orificios nasales cuando me acerco, con la uña saltando
por el borde del escritorio. El teléfono sigue pegado a su oreja, pero la voz al
otro lado está demasiado apagada para comprenderla. Quienquiera que sea
parece estar divagando. Su palabrería me parece bien.
Cuando está casi al alcance de la mano, le bato las pestañas en señal de
inocencia. —Ya que has sido tan generoso conmigo, quizá pueda devolverte el
favor. ¿Te gustaría?
La silla chirría cuando él se pone en una postura descaradamente
despatarrada. Si eso no es una invitación obvia, no estoy seguro de lo que es. Eso
no quiere decir que no pueda pincharlo un poco.
—¿Ponerte más cómodo? Debe ser una llamada muy importante.
El individuo desconocido —que tiene un timbre masculino— sigue
zumbando sin pausa. Los nudillos blancos se agarran al reposabrazos mientras
Rhodes mueve las caderas hacia mí.
Una suave carcajada sale de mí. —Lo tomo como un permiso concedido.
Luego me hundo en el suelo entre sus muslos abiertos. El hormigón
estampado está frío bajo mis rodillas, pero las llamas que salen de su foco
remachado me hacen hervir por dentro. Mis leggins ofrecen un acolchado
mínimo cuando me meto más en el hueco que él me abre.
Todavía no nos tocamos... técnicamente. Puedo sentir el calor a través de
su ropa. Mi piel cruje ante nuestra proximidad. Su afán es visible en cada ajuste
sutil, pero no me roba el protagonismo.
Justo antes de que esté a punto de hacer contacto, saco el labio inferior en
un mohín exagerado. Mi tono sigue siendo un susurro de terciopelo. —¿Estás
188 seguro de que esto está bien? No quiero meterte en problemas.
La carcasa de plástico de su teléfono se rompe. Parece que no se da cuenta
ni le importa mientras esa mirada inquebrantable se mantiene fija en mí.
—Está bien, Hulk. No hace falta romper cosas. —Desplazo mis palmas a lo
largo de sus muslos en un barrido ascendente. Los músculos se agrupan y
flexionan bajo mi contacto.
Rhodes atraviesa mi perezosa introducción, apretando sus piernas contra
las mías para capturarme. Entonces sus tobillos se cruzan en mi culo para
arrastrar el punto a casa.
Estoy atrapada y tengo una respuesta definitiva. El bulto detrás de su
cremallera me atrae. —¿Esto es mío? ¿Se te puso dura para mí, grandote?
Aprieta la mandíbula y me hace otro gesto brusco.
—¿Debería intentar aliviar algo de esa presión? —Mis dedos ya están en
el botón de sus vaqueros.
—¿Podemos terminar esto en otro momento?
Casi me sobresalto al oír su estruendo. Sólo tardo un segundo en darme
cuenta de que su pregunta va dirigida a la persona que no se ve en la línea. Mi
avance se detiene mientras espero su veredicto.
Rhodes aprieta los ojos ante la respuesta que recibe. —Qué maldito lío.
La duda apaga las brasas de mis atrevidas acciones. Considero la
posibilidad de darle un poco de intimidad, pero sigo muy capturada por su mitad
inferior.
Su mirada vuelve a dirigirse a mí en el siguiente latido. Sonrío cuando deja
de rechinar las muelas y libera la tensión. Cualquier signo de agitación se
extingue. Reina el deseo, una promesa incumplida que exige ser cumplida.
—Mensaje recibido —murmuro.
Los músculos se retuercen en señal de protesta mientras me inclino
ligeramente para conseguir una mejor posición. Luego le desabrocho los
vaqueros, deslizando la cremallera hacia abajo con mucho cuidado. El suave
algodón de sus calzoncillos hace poco por contener su excitación. Ya hay una
mancha húmeda en el material que delata su desesperación. Rodeé la mancha
en mi camino para liberarlo de los límites elásticos. Su gruñido resultante está
lleno de necesidad.
La anticipación es un temblor en mi mano, pero intento ocultar el temblor
vertiginoso. Se mueve mientras yo meto la mano en la trampilla para liberar su
polla. Mi palma no tarda en enroscarse alrededor de su longitud expuesta. Otra
respiración agitada silba entre sus dientes cuando le doy un suave apretón. Es
189 venoso y sólido en mi agarre. Su circunferencia es gruesa, casi demasiado
grande para que mi dedo corazón y mi pulgar se conecten. No es de extrañar
que lo esté palpando días después. Mi mirada se dirige al tono rojizo que
oscurece su carne tensa.
—Eso parece doloroso. ¿Te duele por mí? —Un rubor ardiente quema mis
mejillas. No sé dónde se ha escondido esta zorra sexy, pero es fabulosa.
Un sonido ahogado me hace levantar la vista de mi inspección. Él levanta
las cejas, incitándome en silencio.
—Bueno, de acuerdo. Arruina mi diversión —bromeo.
Sus ojos se dirigen al techo como pidiendo paciencia. Tiro de la tela
vaquera abierta en su cintura para ofrecerle -y a mí- más espacio para moverse.
El material descolorido apenas se mueve. Levanta el culo de la silla para
ayudarme en el proceso. Entonces vuelvo a acercar mi puño a su pene. Es de
acero recubierto de satén y mío para el placer. Una gota nacarada aparece de la
raja cuando giro la muñeca para un movimiento ascendente. Mi mirada se fija en
ese aperitivo iridiscente.
—Terminemos con esto —dice—. Se está haciendo tarde.
Mi movimiento hacia abajo es un curso de inicio propio mientras espero
una aclaración.
—Entonces escúpelo —exige Rhodes.
Ahora sé definitivamente que no está hablando conmigo. Le miro por
debajo de mis pestañas. —¿Quieres oír un secreto?
Expulsa un ruidoso aliento como respuesta.
—Las mamadas no son mi especialidad, pero me provoca probarlas
contigo. ¿Es eso raro?
—Joder —ladra. El remordimiento inunda inmediatamente sus rasgos—.
Bien. Mis disculpas. Continúa, pero hazlo rápido. Otros... proyectos requieren mi
atención.
Mi siguiente aliento es exhalado sobre su polla. —Creo que te mereces
una recompensa por ir más allá. El no-jefe también debería recibir una
bonificación.
Su aprobación es un estruendo complacido que aumenta mi confianza.
Me humedezco los labios antes de apretar un suave beso en su punta,
chupando el presemen. Un toque de sal mezclado con un intenso deseo pinta mi
lengua. El sabor punzante es una combinación embriagadora. Eso me hace reír,
lo cual es muy inconveniente.
—Por favor —murmura.
190 —Ya que lo has pedido tan amablemente —canturreo—, permíteme
ofrecerte un poco de alivio.
Mi boca se cierra alrededor de su cabeza acampanada con una fuerte
succión. Rhodes se sobresalta por el brusco cambio de ritmo. Me reiría si mis
labios no estuvieran estirados para acomodar su tamaño. Como solución de
compromiso, tarareo alrededor de su longitud. Entonces gime, largo y grave. El
sonido armoniza con su control deshilachado. Salgo de su pene con un jadeo
húmedo.
—Shhh —le advierto—. Tienes que estar callado. Relájate y deja que te
cuide.
Tras una exhalación forzada, se hunde en la silla. Su disposición a cumplir
y seguir las instrucciones es extremadamente sexy. No dudo en meterme su polla
en la boca. Me hundo hasta la mitad antes de volver a subir. Va a requerir una
actuación valerosa para devorar quince centímetros.
De alguna manera, se las arregla para crecer más grueso. El hombre es
demasiado bendecido en el departamento del pene. Me deslizo hacia abajo en
su longitud con un tirón suficiente para formar un sello apretado. Las babas ya se
escapan para lubricar mi flujo. Cada cresta y muesca con la que me encuentro
me proporciona una visión íntima de este hombre. Eso pronto se convierte en un
deseo de descubrirlo por completo.
Un pulso palpitante recibe mi lengua cuando aumento la succión. La
respiración de Rhodes se vuelve superficial, lo que me anima a ir más rápido.
Sigue siendo difícil imaginarme tomando toda su longitud, así que me concentro
en otro aspecto. Un gemido brota de mí mientras me lo imagino perdiendo el
control. Ahueco las mejillas y vuelvo a introducirlo profundamente. Mis
movimientos son fluidos mientras subo y bajo. El suave ritmo se siente sin
esfuerzo, como si él perteneciera a ese lugar. Su respuesta es un soplo y una
bocanada de aire.
Al mirar a Rhodes, veo que sus ojos brillan y me apuntan directamente. La
pasión carnal late en mis venas, junto con la determinación. Se me humedecen
los ojos cuando llego al límite. El orgullo florece cuando veo que casi he llegado.
Eso me da valor para abrirme más en un intento de aceptarlo por completo. Me
ahogo con su longitud, pero sigo adelante. El reto no es sólo mío.
Aunque, su juego de compostura es fuerte. Tengo su polla metida en la
garganta y el hombre sigue manteniendo una conversación. Mi propósito se
solidifica. Quiero hacer que se rompa.
Mi mano se desliza a lo largo de la tela hasta que le toco los huevos. Basta
con una suave presión. Comienzan a salir de él respuestas absurdas. Me
191 encuentro sonriendo en el siguiente deslizamiento hacia abajo.
Así es, carne de hombre. Estoy comprometida con la causa.
—Ohhh, maldita sea. Voy a... necesitar... joooooderrr. Tengo que llamarte
luego. —Su voz es estrangulada.
Hay una pausa, probablemente una respuesta del otro lado. Sonrío en mi
siguiente bajada, mis labios se curvan en una sonrisa más amplia alrededor de
su longitud. La victoria está al alcance de la mano y pronto será mía.
—Sí, es... una emergencia. Un enorme... bache en mis planes. Acaba de
surgir. Necesito manejar el asunto antes de... explotar.
Rhodes debe tirar el teléfono después de eso. Golpea el escritorio
segundos antes de que sus gruesos dedos se entierren en mi pelo. No controla
mis movimientos, sólo se agarra como un ancla. Me siento un poco mareada de
solo imaginarlo confiando en mí para mantenerlo en tierra. Sus puños recogen
mis mechones para levantar la cortina rubia fresa de mi cara. Tal vez sólo quiera
una vista sin obstáculos.
—Eres más traviesa de lo que creía, Luciérnaga. Ese es un juego de poder
infernal. ¿Quieres que pierda el control? ¿Eso te excita? —Esos fuertes dedos se
introducen más profundamente en mis cerraduras.
Mi cuero cabelludo arde cuando Rhodes aprieta su agarre. Va a por mis
raíces mientras yo sello mis labios contra los suyos. Me retiro bien y despacio,
hasta que sólo queda la punta. Entonces mi lengua traza vueltas alrededor de su
sensible corona.
—Muy astuta al colarte aquí —murmura—. Y mírate. Maldita perfección.
Gimo de acuerdo antes de deslizarme por su longitud. —Eso es
exactamente lo que pretendía.
Sus dedos me dan un masaje en la cabeza mientras yo chupo los suyos. —
Bueno, lo conseguiste. Acabo de colgar un importante acuerdo de inversión.
Podría haber tirado millones por el desagüe. Pero lo volvería a hacer por un solo
lametón de esa lengua perversa.
Recorro toda su longitud, prestando especial atención a la gruesa vena de
su parte inferior. —¿Contento?
—Como no te imaginas. Nunca he tenido mucha fe en un poder superior,
pero tú podrías convertirme en creyente. —La calidez transforma su ardiente
expresión en una ternura que inunda su expresión. También hay algo más en su
mirada, pero es demasiado pronto para eso—. Casi seguro de que eres una
enviada del cielo.
Estoy arrodillada entre sus muslos con su polla rozando mis labios, pero
192 este podría ser el momento más romántico de mi vida. Definitivamente es
demasiado pronto para eso. —¿Quieres que siga?
—Si te provoca probar que esto es real. —Sus elogios, combinados con la
adoración que brilla por todos los poros, me motivan a terminar el trabajo con
una ejecución pulida.
—¿Temes estar soñando?
Rhodes sonríe. —No se puede estar muy seguro contigo.
Después de aspirar una bocanada de aire, bajo la boca para cubrirlo de
nuevo. Me quedo atrapada en los movimientos cíclicos, escuchando su
respiración acelerada y sus gruñidos como señales. Una emoción
profundamente arraigada aflora al escuchar cómo aumenta su satisfacción. Es el
refuerzo más básico y me anima a redoblar mis esfuerzos.
Recoge mi pelo en una mano y luego apoya la otra palma sobre mi
garganta. Su tacto es delicado, sólo para sentir cómo me lo trago. No hay presión.
Sólo asombro. —¿Sabes lo que me hace esto?
En lugar de responder, repito los movimientos. Una, dos y luego tres
veces. Sus piernas me aprisionan en un lazo enjaulado. Los párpados
encapuchados me admiran mientras evito mi reflejo nauseoso para chuparle
hasta la médula. Empiezo a retorcerme en serio. Cómo me estoy excitando es un
misterio. Entonces Rhodes suelta una retahíla de improperios que terminan con
un gruñido. Ese sonido me calienta el alma. Enrollo mis dedos alrededor de su
base para participar en el final.
Su pulgar recorre la articulación de mi mandíbula abierta. —Te vas a
correr pronto, nena.
Mi reconocimiento es un zumbido prolongado. Tengo toda la intención de
beber hasta la última gota, pero el hecho de que me haya advertido es
entrañable. Mis labios se unen a mi mano para formar una asociación para
conseguirlo. Rhodes brama al ritmo febril que le impongo.
Su revelador sabor salado se mezcla repentinamente con el penetrante
anhelo que ya está en mi lengua. El final está cerca. Un último bombeo lo hace.
Rhodes entra en erupción con un rugido, sin retener nada. Me lo tomo todo de
un trago. Y luego otro más, por si acaso.
Se estremece contra mí. —Jodeeeeer. Eso es tan jodidamente bueno.
Mi vientre se agita con su gruñido de maldición. Reduzco el ritmo a un
perezoso arrastre antes de soltarlo de mis garras. Me duele la mandíbula, pero
apenas lo noto. Rhodes está hecho un lío. Sus párpados caen como pesadas
cortinas. La visión de su felicidad por mis esfuerzos me hace volar.
S
iento que mis cejas se levantan ante la petición de Rylee. —¿Quieres
whisky?
La risa se desprende de ella. —¿Esperabas que se me
antojara otra cosa?
Me escuece un poco que no me haya pedido que le arranque los
pantalones y entierre mi cara en su coño. Pero puedo manejar la facilidad de
194 hacerlo. Mis dientes aún están entumecidos, lo que sugiere que probablemente
podría tener una recuperación más larga. En mi nebulosa orgásmica, me doy
cuenta de que Rylee sigue agachada en el suelo.
—Muy bien, vamos a tomar una copa. —Me pongo de pie sobre piernas
temblorosas y le ofrezco mi mano.
Me lanza esas seductoras pestañas mientras desliza su palma sobre la mía.
—Todo un caballero.
—Cielos, Luciérnaga. ¿Qué tan bajos son tus estándares? —Con un suave
tirón, la levanto.
Se tambalea sobre sus pies y cae sobre mi pecho. Sus caderas se
balancean hacia adelante, encontrándome duro y colgando para secarse al aire.
—Estás subiendo el listón cada día, exhibicionista de medianoche.
—Esto es completamente tu culpa. —Me guardo la polla, lo que requiere
un gran esfuerzo y varios ajustes. La maldita cosa no ha perdido ni un centímetro
con los labios hinchados y húmedos de Rylee por chupármela.
—Como si no estuvieras extremadamente contento con mi actuación. —
Comienza a desenredar los nudos creados por mi agarre entusiasta de su pelo.
—La cosa más caliente que he experimentado. —Lo que me ha dado el
camino para correr con una fantasía propia. Acaricio su mandíbula y ella se
inclina inmediatamente hacia mi contacto. Ese pequeño gesto hace que mi
sangre suba a niveles peligrosos—. Te estás haciendo a la idea, ¿eh?
Su asentimiento se hace notar a lo largo de mi mano. —Todas las pistas se
acumulan.
Rozo mi boca con la suya, intercambiando una rápida exhalación. —Vamos
a celebrarlo con una copa.
—Ya es hora de calmar esta garganta reseca. —Se da unas palmaditas en
la zona afectada.
Mi mirada baja hasta su esbelta columna, tan delicada y valiente. La misma
extensión lisa en la que se apoyó mi palma cuando me tomó por sorpresa. Si no
estuviera acampando ya en mis vaqueros, eso por sí solo sería una buena tienda
de campaña. Se merece un buen trago después de eso.
—Aquí hay algo que podría gustarte. —Obligo a la lujuria a salir de mis
pulmones y me giro hacia el archivador de la esquina. En el cajón superior,
escondido en la parte de atrás, encuentro la botella invertida que haría cremarse
a cualquier conocedor del whisky—. Esto debería servir.
Los ojos de Rylee se desorbitan al ver la etiqueta. Pronto se produce un
195 grito ahogado. Luego sacude la cabeza, con la palma de la mano levantada en
plano y recta para alejarme. —Mierda, de ninguna manera. No voy a beber eso.
Un gruñido amonesta su rotunda negativa. Me ofendo en nombre del
escocés. —¿Y por qué no? Este es un whisky condenadamente bueno.
Se burla, pero no retira la mirada de mi tesoro. —Soy consciente, muchas
gracias. El Macallan 25 tiene que costar como dos mil dólares la botella.
—Más bien tres, en realidad. —Unas punzadas atacan mi nuca cuando me
mira abiertamente.
—Eso es... demasiado dinero por bebida. A veces olvido que eres tan rico.
—Su tono ha tomado un giro amargo que no me augura nada bueno.
—¿Es terrible que un hombre se dé un gusto con un regalo extravagante?
Aunque, no es por eso que lo compré. Trataba de hacerme sentir mejor después
del accidente de Trevor. —Y para ahogar la culpa que aún bulle en mis entrañas.
En sus rasgos brilla más la simpatía que la piedad. —Está bien, estás
perdonado.
Si sólo pudiera escuchar eso de él también. —¿Significa eso que puedo
servirte tres dedos?
Rylee me rechaza con un firme movimiento de cabeza. —Guárdalo para ti.
Podemos buscar algo más de detrás de la barra.
No hago ningún movimiento para irme. —¿Cuál es tu bebida favorita?
—Eso es aleatorio.
Mi encogimiento de hombros es perezoso pero intencionado. —Acabo de
darme cuenta de que no sé mucho sobre ti.
—Lo mismo digo —dice con nostalgia.
—Ya es hora de que cambiemos eso, empezando por tu bebida preferida.
—Hago rodar mi muñeca para hacerla hablar.
—Té helado, si estamos hablando antes de la hora feliz. Pero nada es mejor
que un whisky de roble.
—¿Realmente eres una chica de whisky? —Tenía un presentimiento
basado en su reacción al Macallan, pero las suposiciones parecen meterme en
problemas más a menudo que no.
Se ríe de la versión de incredulidad que cruza mi cara. —Suenas
sorprendido.
—No muchas se han cruzado en mi camino. Eres casi como un mito o una
leyenda.
196 Una ceja sarcástica se arquea hacia mí. —O simplemente no has conocido
a las mujeres adecuadas.
—Touché. —Inclino la única posesión de mi escondite secreto hacia ella—
. ¿Tomas una copa conmigo?
—Es especial, sólo para ti. —Parece que se le ocurre un pensamiento—.
Por qué insistes en guardar un capricho tan raro en una oficina humilde es otra
cosa totalmente distinta.
—Si te importara el bienestar del escocés, dejarías que adornara tus
labios.
—Ahora estás jugando sucio. —Es casi como si ella supiera qué más se
esconde en mi manga.
—Estarás arruinada para todos los demás —me burlo.
Ella mira la etiqueta. —Eso es lo que temo.
Mi corazón se acelera. Hay esperanza de que se refiera a algo más que al
licor. —No lo pienses demasiado. ¿No tienes curiosidad por saber por qué lo
llaman el 'Rolls-Royce de los Single Malts'? Ha sido madurado en roble de Jerez
durante nada menos que veinticinco años.
Rylee atrapa un gemido entre sus labios pellizcados. —Suena demasiado
bueno para ser verdad.
—Eso es lo que digo de ti, Luciérnaga. Vamos a darle a mi Macallan un
nuevo propósito. No se me ocurre una ocasión mejor. —Aparte de lo que se
avecina, pero es demasiado pronto para abordar esas posibilidades.
—¿En serio? —Pone los ojos en blanco—. La mamada no fue tan buena.
—Tienes razón, fue mejor. —Cuelgo la cabeza en señal de vergüenza—.
Pero esta es la mejor botella que tengo. ¿Me perdonas?
Su hombro roza el mío. —Me sentiré culpable.
—¿Por qué? Pediste whisky.
—Normalmente me conformo con Jonny o Jack.
—No hables de otros hombres, cariño. Me pone celoso. —Me río cuando
me saca la lengua.
—Tu primer puesto está asegurado, bárbaro. Sólo son mi lista de fin de
semana.
Mi pulgar roza su labio inferior, trazando la persistente hinchazón. —A
partir de ahora, soy el único que se mete en esta boca.
Rylee me mira fijamente, con un humo verde que se eleva en su
197 inamovible enfoque. —¿Intentas reclamarme en exclusiva?
—Sí.
—Bien.
Le estampo un beso para sellar el juramento. —Ya que estamos en el tema,
nunca he compartido este... alijo privado con nadie. Nunca quise hacerlo, hasta
ti. ¿Me haces el honor?
Todavía está en la valla, mordiendo ese labio inferior que todavía lleva la
evidencia de haber sido envuelto alrededor de mi polla. —De acuerdo, bien. Si
insistes en gastar tu ridículamente caro whisky en mí, no te lo negaré.
—Contigo nada es un desperdicio. —Le rodeo la cintura con un brazo y la
atraigo hacia mí. La química magnética palpita bajo mi piel. Los ánimos suben a
lo largo del nudo de mi garganta, pero me conformo con lo simple y me ciño al
estado de ánimo—. Eres tan jodidamente sexy.
—Sólo espera hasta que tenga whisky en mi lengua. —Eso demuestra aún
más que me está siguiendo por este camino pervertido.
—Nunca saldremos de esta oficina si sigues burlándote de mí con tus
gustos más finos.
Rylee recorre con su nariz mi desaliñada mandíbula, inhalando
profundamente. —¿Cuánto tiempo podemos hacer que esa botella dure?
—Estoy a punto de averiguarlo. —Con sus dedos entrelazados en los míos,
nos guío hacia la sala principal.
No hay nadie aquí, lo cual es un alivio tardío. No consideré la posibilidad
de que tuviéramos que echar al equipo de cierre. Mi paso apresurado se
ralentiza mientras observo la escena. Puede que el local esté vacío, pero ha
quedado un desastre.
Sólo ahora me doy cuenta de cuánto tiempo estuve en el teléfono. —¿Qué
pasó?
—Más bien lo que no pasó. Dejé que Casey se fuera temprano, por razones
obvias. Tendremos que limpiar después de nuestra copa. —Se acurruca a mi lado
mientras nos ponemos detrás de la barra.
No hay mucha discusión con eso, pero sirve para recordarme. —¿Te gusta
limpio?
—¿De eso? Por supuesto. —Rylee asiente al whisky que tengo en la mano.
—Maldita sea, eso está caliente. —Agarro un vaso de rocas en nuestro
camino hacia el extremo que está oculto de las ventanas delanteras.
—¿Sólo uno? —Ella frunce el ceño mientras pongo el suyo en la barra junto
198 al whisky.
—Planeo sorber el mío de un recipiente interactivo. Si ella lo permite. —
Mis manos rozan el dobladillo de su camisa y se deslizan por debajo para
acariciar la atractiva suavidad de su torso. Levanto ligeramente la tela para que
mis intenciones sean más claras—. ¿Puedo?
Baja la mirada hacia donde le acaricio el estómago. El reconocimiento
ensancha sus ojos, haciendo que se dé cuenta de mi sonrisa de espera. —Espera.
¿Quieres hacer qué exactamente?
—¿Me dejarás beber mi whisky de ti?
—¿Como un tiro al cuerpo? —Ella levanta los brazos en señal de permiso
silencioso.
—Claro, vamos con eso. Pero voy a tener mucho más de uno. —Arrastro el
algodón hacia arriba y por encima de su cabeza, lanzando el bulto por encima
de mi hombro—. Y tengo la intención de ser menos descuidado.
Sólo su sujetador negro oculta su pudor. La piel de gallina se le eriza
cuando trazo los tirantes de raso. —¿Has hecho esto antes?
—No. —Desenrosco la botella y dejo caer el tapón a ciegas. Antes de
servirla, me asalta una visión nauseabunda—. ¿Esto es algo que has hecho?
—Casi —murmura.
—¿Pero? —Le pregunto cuando no da más detalles.
Las mejillas pecosas se enrojecen de color carmesí. —No pude seguir con
ello.
Trazo el calor floreciente con el pulgar. —¿Y ahora?
—Eres diferente.
—Así es, cariño. Soy muy diferente para ti. —Vierto precisamente tres
dedos en su vaso, como me pidió.
Inspecciona la porción con un brillo de aprobación, pero no hace ningún
movimiento para tomarla. —¿Qué se supone que debo hacer con eso?
—Caliéntate —gruño.
—¿Sola?
—Sólo para quitarle borde.
—Esto no es lo que tenía en mente cuando sugeriste celebrarlo con whisky
caro. —Mira su parte superior, casi desnuda.
—¿Te haría sentir mejor si me quito la camisa?
200 —Tal vez un sorbo de valor líquido curará tu indecisión. —Agita su bebida
bajo mi nariz, como si necesitara un incentivo adicional.
—Quizás, pero de repente me siento en desventaja. —Rozo con mis
nudillos su amplio escote. Las copas de satén apenas la contienen, lo que me da
una idea.
—¿Quieres que me deshaga del portapiedras? —Ya está metiendo la mano
por la espalda.
—Si no lo haces, lo haré por ti.
Sus brazos se mueven en lo que supongo que es una búsqueda del cierre.
—El lado mandón está saliendo a jugar.
—¿Vas a ser una buena chica y escuchar?
Antes de que pueda terminar de repartir el cebo, sus tetas se desprenden
de su restrictiva jaula. La saliva se acumula inmediatamente en mi boca. La carne
flexible con puntas rosadas me atrae. Ya estoy pasando las manos por sus
costados, por encima de las protuberancias de sus costillas, en el camino de
agarrar esos deliciosos pechos. Justo cuando estoy a punto de sentir su peso,
levanto los ojos para medir su reacción.
Rylee empuja su pecho hacia adelante. Si eso no es un permiso concedido,
la definición no existe. Pero en el escaso caso de duda persistente, murmura: —
Sí.
Una lujuria sin adulterar me golpea mientras mis palmas rebosan de ella.
Me hace sentir algo profundamente primario dentro de mí, que esta mujer me
ofrece más de lo que puedo contener. Froto mis pulgares por sus pezones llenos
de piedras. Ella se estremece contra mí cuando pellizco las puntas necesitadas.
En el siguiente suspiro, alivio el escozor con una suave caricia. Un suave gemido
sale de entre sus labios separados.
—Más. Por favor —susurra.
La suelto para golpear la superficie de madera. —Arriba.
Es el único aviso que recibe. Mi agarre baja hasta su culo, haciendo una
breve pausa para apretar. Luego la subo al mostrador. Rylee chilla por la
inesperada elevación y asegura sus piernas alrededor de mis caderas. Esta
posición la alinea contra mi polla mejor de lo que podría haber deseado. La
conciencia enciende su mirada en una llamarada, y ella rechina contra mi eje.
Sello mi boca sobre el ansia que está a punto de salir de sus labios. —
Todavía no, Luciérnaga. Apóyate en los codos para mí.
Ella obedece sin dudar. Una ceja fruncida busca silenciosamente mi
aprobación.
201 —Esa es mi chica buena. —Mis dedos recorren su torso reclinado antes de
agarrar el whisky que abandonó una vez más—. Vas a necesitar esto.
—Gracias. —Se ajusta para apoyarse en un lado para sostener el vaso.
—Tú eres quien merece las gracias. La imagen que presentas supera
cualquier fantasía. —Sin quitarla de mi vista, agarro la botella.
—¿Es eso lo que es? —Rylee me mira por encima del borde de cristal,
todavía se niega a tomar el primer sorbo.
—Mucho. —Mi banco de azotes siempre ha sido explícito por naturaleza,
pero aún más desde que ella entró en mi vida—. Espero actuar muchas más
contigo.
Frota su muslo contra el mío. —Eso se puede arreglar.
Y con nuestras futuras aventuras sexuales preparadas, busco en su parte
superior expuesta zanjas y zambullidas improvisadas. Cuando vuelve a moverse,
se le forma un hueco por encima de la clavícula. El descubrimiento me hace
sentir un grato placer. Es mejor empezar por arriba y seguir bajando.
—Intenta quedarte quieta para que no haga un desastre. —La arenilla de
mi voz delata mi desesperación por ser saciada.
Con una paciencia constante que no poseo realmente, goteo el whisky en
la ranura poco profunda. El jadeo de Rylee se convierte en un ronco jadeo. Mi
chica está sintiendo el calor conmigo. Mientras me inclino, la sorprendo dando
un trago a su vaso.
Su respuesta envuelve mi excitación con un puño y me ofrece una caricia
practicada. Antes de que pueda distraerme con sus ruidos eróticos, sorbo el
whisky de su piel. El humeante trago me enciende inmediatamente la sangre.
Un solo sabor alimenta la fiebre que se mueve bajo la superficie. Mi
contención se rompe y salpico descuidadamente mi siguiente bocado en el
cóncavo de su pecho. Sorbo de ella como si fuera mi única forma de sustento. Un
gruñido gutural no tarda en salir de mí en señal de acuerdo. Después de eso, me
convierto en un hombre deshecho en presencia de su última tentación.
Apoyo mi mejilla en su estómago y derramo whisky por el valle entre sus
pechos. Mi lengua lame una línea a lo largo de los restos. No se pierde ni una
gota. El whisky moja sus pezones, que gotean en todas direcciones para que yo
los chupe.
—Lo estás desperdiciando. —Las palabras de Rylee suenan como una
queja, pero su tono exige más.
—No, nena. Estoy saboreando cada gota.
202 —¿Sabe mejor así? —Su propio whisky se aparta. Parece que está lo
suficientemente intoxicada sólo con verme beber de ella.
—Dímelo tú. —Me abalanzo para besarla, mi lengua busca la suya para
compartir la compleja malta.
Gime en mi boca mientras se levanta para acercarse. Nuestros pechos
desnudos se pegan, el resbaladizo roce hace saltar chispas en mi sangre. Le
rodeo la espalda con un brazo y profundizo el beso. El suave whisky se desliza
por nuestro deseo de alimentar las llamas. Me separo de su boca con un gemido.
—Me aniquilas, Luciérnaga. Olvida el whisky. Ya estoy borracho de ti,
pero estoy lejos de terminar.
A continuación, la inclinación de su vientre, que se desliza hacia su
ombligo. Me enderezo para trazar mi descenso y me cautivo. Sus ojos están
vidriosos mientras se agita debajo de mí. Mi respiración entrecortada coincide
con la suya. Entre el contenido de alcohol y el atractivo adictivo de Rylee, me
siento abrumado por un anhelo diabólico. Hay una urgencia por conquistar. La
fuerza gana impulso, crispando mis extremidades. Pero parece que no soy el
único.
—Más, Rhodes. —Ella gira contra la superficie de madera—. No te
detengas. Por favor.
La misión de combinar Macallan 25 y Rylee en una mezcla personal se
reanuda. Desplazo la botella hacia abajo, rozando la extensión plana entre sus
caderas. Es tan exuberante y tentadora. Mi lengua casi sale para dar un golpe.
Los límites se desdibujan cuando arrastro la botella por el borde de sus polainas.
Engancho un dedo bajo el elástico mientras mi imaginación se desborda.
—Estos tienen que irse —afirmo con autoridad.
Rylee levanta el culo de la barra. —Por supuesto, desvísteme.
—Lo mejor para comerte. —Me alejo y le bajo el material elástico por las
piernas.
Sus zapatos caen al suelo con un ruido sordo simultáneo, seguido por el
silbido de sus pantalones desechados. —No quería suponer, pero me alegro de
que practiques prioridades similares en los juegos preliminares.
—Sin embargo, me detuviste la última vez.
Se levanta para mirarme fijamente. —Eso fue una vez en una situación de
follada apresurada. No suelo negarme los orgasmos que me ofrecen libremente.
—Otra cosa que tenemos en común. —Le guiño un ojo mientras pongo la
vista en su tanga de encaje—. ¿Tienes apego a esto?
203 Un ruido sin compromiso sale de sus labios. —No especialmente.
—Bien. —Le arranco el trozo de tela con un golpe de timón—. Son un
recuerdo para mí.
—¿Algo para recordarme? —Su tono altanero se hunde en la empuñadura
de mi polla.
Me meto la escasa tela en el bolsillo. —No, Luciérnaga. Para empezar una
colección.
—Lo dices como si fuera a permitir que me arrebates constantemente la
ropa interior.
—¿No lo harás? —Mi dedo recorre sus pliegues desnudos—. Alguien ya
está mojado para mí.
Se deja caer sobre la encimera con un suspiro prolongado. —Eres un
hablador sucio, ¿eh? Deja que me deleite con tus hábitos de fiesta antes de
comprometerme con futuras incursiones en las bragas.
—Qué poca fe —ronco. Con Rylee abierta y expuesta a mí, reanudo mi
camino hacia abajo con la botella.
Un chillido la sacude cuando el cristal toca su pubis. —¿Qué estás
haciendo?
Hago una pausa en mi descenso, dejando caer la boca estriada justo por
encima de su montículo. —¿Confías en mí?
—Sí. —Su garganta se inclina con un fuerte trago.
—Me dijiste que me relajara y te dejara cuidar de mí. Déjame devolverte
el favor. —Arrastro el whisky hacia abajo hasta que la parte superior casi se
sumerge en su raja.
Su mano se dispara hacia delante y se aferra a mi brazo, impidiendo
cualquier avance. —¿Estás a punto de hacer lo que creo que estás a punto de
hacer?
—Probablemente.
Un rubor le sube por el pecho y el cuello. —¿Qu-oah... por qué?
Mi atención se centra en el vaso estriado que apenas roza su carne
sensible. —Voy a mezclar mis dos sabores favoritos.
—No, no te atrevas. Arruinarás el whisky. —Su protesta es una dura
bofetada contra mis motivadas intenciones.
—¿Arruinarlo? —me burlo—. Más bien lo mejoré.
204 —Dulces palabras para un hombre que está a punto de profanar un bien
raro y preciado.
—Sólo la punta —le digo—. Una guarnición para el borde.
Su exhalación se hace más fuerte. —¿Hablas en serio?
—Yo no bromearía con medidas tan provocativas. Esto literalmente
embotellará tu esencia.
Puede que Rylee se quede sin palabras porque sólo me responde el
silencio. Pruebo su resistencia a la idea deslizando la botella por su resbaladizo
centro. Cuando le toco el clítoris, se levanta de la barra con un gemido.
—¿Quema?
Ella sacude la cabeza. —No.
—¿Se siente bien?
—Umm, tal vez. ¿Sí? Quiero decir... ese último golpe lo hizo. —Su
tartamudeo me hace volar.
Repito los movimientos hasta que sus caderas se mueven a mi ritmo. La
botella se desliza por su resbaladizo coño con facilidad. Eso hace que la elección
de viajar a un territorio más pervertido parezca un reflejo.
—Sólo la punta —le recuerdo mientras le doy un codazo en la entrada.
Rylee permanece congelada, casi con preocupación. No estoy seguro de
que ni siquiera respire. Mi enfoque es un láser cuando el cristal acanalado se
desliza hacia adentro. Es sólo un par de centímetros, tal vez menos. De alguna
manera parece infinito. O tal vez eso es sólo su confianza en mí para entregar
esta fantasía.
Veo cómo desaparece la parte superior. Casi instantáneamente, me retiro.
Sus ojos se abren de par en par cuando el objeto sólido vuelve a su núcleo.
Comienza un ciclo mientras me retiro y vuelvo a introducir la boca estriada. Mi
muñeca gira para añadir una o dos vueltas más.
—Esto es tan sucio —respira Rylee.
—Jodidamente delicioso. —Me quedo paralizado por la vista. Mi mente
siempre ha sido sucia, pero nunca me he sentido lo suficientemente cómodo con
una mujer como para dejar que las partes traviesas salgan a jugar—. ¿Te parece
bien?
—Sí —admite en su siguiente exhalación.
—Bienvenida al lado depravado, Luciérnaga. Con gusto seré tu guía hasta
el final de nuestros días.
205 Como si existiera otra alternativa. No hay posibilidad de que pueda dejar
de ver esto. Si Rylee no estaba pegada a mí antes, seguro que lo está ahora.
Me retiro y arrastro la botella por sus pliegues. El vidrio se desliza por su
calor resbaladizo sin ningún problema. Se balancea hacia delante con cada
pasada, pidiendo más. Le doy tres pasadas completas antes de volver a
sumergirme en su centro.
—¿Mi vagina te hipnotizó? ¿Significa eso que estás vaginizado?
—¿Eh? —Hace falta un efecto trascendental para apartar mi mirada de su
coño. Parpadeo sus rasgos expectantes para enfocarlos—. ¿Dijiste algo sobre tu
vagina?
Se ríe ante mi expresión de asombro. —Me estás mirando ahí abajo como
si la vista fuera hipnotizante. O tal vez es cliterizante.
—¿Por qué te inventas palabras?
Su labio inferior queda atrapado entre los dientes. —Parece apropiado
para la ocasión.
Ya que lo mencionó, le acaricio el clítoris con el pulgar. Mi almohadilla
callosa frota en círculos perezosos mientras le doy un último giro a la botella. Se
desploma sobre la barra con un tartamudeo ahogado. Le quito el whisky
debidamente aderezado mientras aumento la velocidad de mis golpes. Con la
columna vertebral arqueada, empieza a balbucear al techo.
—Sí, sigue diciendo tonterías mientras yo baño mi lengua en el nirvana. —
No disminuyo mi asalto a ella mientras inclino el whisky hacia mi boca.
Está ahí en el borde, tal y como esperaba. La invención de la ración
empapa mi sequía de toda la vida. Su miel ácida mezclada con ricos tonos
ahumados da en el clavo que no sabía que me faltaba. Me tomo un sorbo y hago
gárgaras para estar seguro.
Una amplia sonrisa se extiende una vez que trago. —Es oficial.
Rylee levanta las cejas, la lujuria nublando sus ojos por mis continuas
caricias a su clítoris. —¿Te molesta que el whisky esté contaminado?
—No. Acabo de experimentar una verdadera euforia gustativa. —Hago
una pausa en su escalada hacia el orgasmo y empujo mis brazos hacia un lado.
Mi cabeza se inclina hacia atrás en señal de gratitud mientras el potente sabor
me revitaliza. El alivio que bombea por mis venas es más fuerte que nunca.
Entonces bajo la mirada hacia la tierra prometida que se extiende para mí—.
¿Quieres probarlo?
—¿Ver por qué tanto alboroto? —Me hace un gesto con el dedo para
invitarme a entrar.
206 Después de pasar una palma de la mano por debajo de su nuca, la atraigo
hacia mí. Su piel húmeda quema una marca en la mía. El impacto me aturde
durante medio segundo. Luego, aprieto mis labios contra los suyos sin más
dilación.
La lengua de Rylee me roza el labio inferior, buscando un permiso que soy
demasiado goloso para conceder. Introduzco mi mano en la estática entre
nosotros para terminar lo que he empezado. Mueve las caderas cuando
encuentro su clítoris hinchado. Los ruidos que emite sugieren que ya está
volando hacia el precipicio.
Estoy de pie con sus muslos abiertos alrededor de mí. Sus uñas me arañan
los hombros mientras yo le masajeo el cuello, que sigue agarrado por mí. Sin
embargo, aplastamos nuestros cuerpos para alinearlos como uno solo. No hay ni
un centímetro que nos separe mientras luchamos por acercarnos. Mientras tanto,
mis dedos siguen haciéndola vibrar hasta el clímax. Ella se revuelve contra mí,
ganando la fricción necesaria para llegar al límite.
De repente, Rylee se pone rígida en mi poder. Se rompe contra mí y
tiembla en mis brazos. Sus gritos se agolpan en mis labios mientras la aferro con
más fuerza. El clímax la invade con una sacudida, seguida de varias más. Mis
caricias se ralentizan mientras la devuelven a la realidad.
Una vez que el resplandor de la noche se extiende para reemplazar el
golpe orgásmico, Rylee se hunde contra mi pecho. —Vaya, no esperaba que
fuera tan... intenso.
Me río entre sus cabellos. —Yo también.
—Eso fue algo totalmente distinto. Tienes algunos trucos traviesos bajo la
manga, compañero.
Me relamo los labios. —La mejor cosa que me he metido en la boca. El
whisky está arruinado para mí. Te necesitaré como una inyección de sabor a
partir de ahora.
—Encantada de complacer —ronronea. Entonces, un nuevo rubor se
apodera de sus mejillas. Rylee se cubre la cara con las palmas de las manos,
ahogando un gemido—. No puedo creer que me hayas metido una botella de
whisky de tres mil dólares en el coño.
—¿Tres mil? No, cariño —gruño y señalo con la cabeza el objeto
mencionado—. Acabas de hacer que esa mierda rica no tenga precio.
—¿Cómo te las arreglas para que incluso eso suene romántico?
—Es un don. Lo que me recuerda... —Dejo que la siguiente fase se reduzca
207 para conseguir el máximo impacto.
—¿Hay más? —Parece sorprendida.
Tonta, Luciérnaga.
Una sonrisa de satisfacción cruza mi boca mientras empiezo a ajustar
nuestra posición. La guío para que se eche hacia atrás hasta que se tumbe
completamente en la barra. Sólo sus rodillas dobladas cuelgan sobre el borde.
Después de pasar sus piernas por encima de mis brazos, me inclino hacia delante
y me dispongo a enterrar mi cara en su coño.
Exhalo sobre su carne expuesta, mi sonrisa se extiende cuando mastica
maldiciones sin sentido. —Y ahora me darás un trago apropiado para perseguir
este whisky.
Capítulo Veintidós
M
ain Street se ha transformado en Spooky Goblinville para el
desfile anual. Puede que Anoka sea conocida como la capital del
Halloween, pero Knox Creek no se queda atrás. El naranja y el
negro estallan en todas las superficies en un exceso encantado. El verde se
mezcla con el púrpura para completar el tema del caramelo. Decoraciones por
docenas adornan todas las fachadas de las tiendas. Esqueletos, calabazas y
fantasmas son visibles a lo largo de dos kilómetros en cada dirección.
208 Bent Pedal está muy incluido en los festejos. Nuestro bar se encuentra justo
delante de donde estamos amontonados en la horda de espectadores. Telarañas
y pintura cubren las ventanas, obstruyendo mi visión del interior. Casey me
asegura que tienen a la multitud bajo control. Ayuda que Rhodes —una vez más—
haya proporcionado mágicamente personal alternativo para la ocasión.
Eso no necesariamente alivia mi preocupación.
El hombre se inclina para inmiscuirse en mis pensamientos. —Todo está
bien allí.
—Lo sé —es mi respuesta entre dientes.
—¿Pero realmente lo crees?
—Sí —resoplo—. Pero está muy lleno. Mi preocupación no es injustificada.
Rhodes me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja para poder
susurrar mejor. —Tu apego a nuestro bar es muy atractivo.
—Es puramente sentimental, y tiene poco que ver contigo. —Soy una
mentirosa, por supuesto.
Lo único en lo que puedo pensar cuando miro al otro lado de la calle es en
lo que hemos hecho juntos entre esas paredes. Mis músculos internos se aprietan
con nada más que aire, echando de menos cierto apéndice largo y sólido de
alguien concreto. Su lengua y sus dedos tampoco están mal. Luego está la punta
de la botella que deslizó hacia arriba, hacia abajo, alrededor y dentro para
mezclar mi sabor con el del whisky. El fuego me chamusca las mejillas sólo de
imaginar el objeto contundente entrando en mí. Señor, ten piedad. Puede que
nunca me recupere.
—Estás pensando en ello otra vez, ¿verdad? —Su ronca grava exhala sobre
mi cuello.
Una mirada de reojo encuentra su mirada de chocolate tratando de
derretirme. Otro estallido de llamas ataca mi cara. Parece que no puedo dejar
de sonrojarme cada vez que me mira de esa manera tan reservada. —Gah,
¿quieres salir de mi cabeza?
—No va a suceder —se burla—. Eres increíblemente fácil de leer.
—Entonces deja de mirarme. —Obligo a mis ojos a mirar hacia adelante.
Rhodes se ríe. —Eso es aún menos probable, Luciérnaga.
La determinación late en mis venas por los dos. Es ridículo sentirme así de
mareada por un chico. Especialmente uno con el que acabo de empezar a salir.
Si es que eso es lo que estamos haciendo. La escena en la que me encuentro
actualmente es una prueba irrefutable para respaldar esa condición.
209 Estoy sentada en la acera en una silla plegable entre la multitud de otros
asistentes al desfile. Rhodes está en un asiento a juego a mi lado. Los
reposabrazos se superponen para rebatir cualquier sospecha de que no estamos
juntos. Por si fuera poco, nuestros hijos también están pegados a la cadera a unos
metros delante de nosotros. Gage y Payton chillan con un deleite de azúcar
mientras la banda de música del instituto empieza a pasar por la carretera. Tocan
“Monster Mash” y zapatean al compás del ritmo.
Mi hijo hace una mueca de dolor y se pasa la palma de la mano por la cara.
—Owwwwwie.
El modo de madre sobreprotectora entra en acción y me pongo
inmediatamente en pie. —¿Qué pasa?
—Algo me está pinchando el globo ocular.
—Déjame ver. —Le agarro la barbilla para empezar un examen
exhaustivo.
Retira su mano para dejarme inspeccionar el daño. —¿Necesito cirugía?
—No, parece estar bien. Debe haber sido algo de suciedad y un bicho.
—De acuerdo, bien. Este es mi guiño. —Hace una demostración para
Payton, prodigándole varios parpadeos coquetos demasiado adorables.
Se ríe y le toca la punta de la nariz. —Eres tan guapo. Me alegro de que
seas mi novio.
Se acicala bajo su afecto. —Yo también. Eres mi novia favorita.
—Oh, Dios mío. —Me toco la frente y finjo desmayarme. Verlos
adulándose mutuamente es demasiado.
Rhodes gime detrás de mí. —Estamos en un gran problema.
Le envío un ceño fruncido por encima de mi hombro. —Sí, será mejor que
terminemos con esto antes de que se ponga demasiado serio. Lo siento, cariño.
Nuestros hijos se enamoraron primero.
Me frunce el ceño. —No tiene gracia.
—No podemos interponernos en su cuento de hadas. —Reclamo mi
asiento después de un odioso giro digno de un baile de palacio.
—Como un demonio. Serán hermanos a finales de año si tengo algo que
decir al respecto. Eso cambiará su dinámica para favorecer la nuestra muy
rápido.
Una risa burbujea en mi garganta, pero el sonido alegre se desvanece
R
ylee tararea a mi lado con lo que imagino que es satisfacción. La
mecedora cruje cuando ella se inclina hacia delante contra la brisa
que llega. Hace unos momentos, se bebió una preciosa botella de
cerveza de Trevor. Eso ha calmado algunas aristas, incluida la mía. Un gorro de
lana y una bufanda mullida evitan el frío de la noche. Con las piernas dobladas
en el asiento, parece estar en casa en mi porche. Luego sonríe. La expresión es
nada menos que pacífica.
216 Teje una calma para cubrir mis nervios. —¿Te gusta esto, Luciérnaga?
—Mucho. —Su mirada no se ha alejado del horizonte donde el sol
desciende lentamente.
Obligo a mi fijación a apartarse de ella, pero sólo durante una breve
reflexión para orientarme. El cielo que se oscurece es una distracción adecuada.
Casi. Una burla seca me llama la atención. Pero, a pesar de todo, ordeno que mi
atención se centre en el paisaje.
Las vetas brillantes de color púrpura y naranja eclipsan el azul nítido. Si
entrecierro los ojos, el lago es casi visible desde nuestra posición. Hay un camino
privado que lleva directamente a la playa. Quizá debería haberla traído para que
se sentara en la arena. La vista sin obstáculos de la puesta de sol sobre el agua
es difícil de superar. Dependiendo de cómo vaya la próxima hora, podríamos
pasear hasta la orilla.
La duda me martillea la sien. Estoy pensando demasiado cada maldito
minuto. Esto no tiene que ser una lucha. Ya hemos pasado lo peor. Las sombras
han empezado a desaparecer de sus rasgos, sustituidas por la luz. Nos estamos
curando. Juntos. Al menos, me gusta esperar que me vea como una influencia
positiva. O me estoy engañando a mí mismo.
Entonces, un parpadeo reconocible salta en el aire. La visión me deja
helado, como si mi aliento pudiera interrumpir los poderes en juego. Aparecen
varias chispas más cerca de la primera.
Rylee jadea, su mano se desplaza a ciegas hacia los lados para agarrar mi
brazo. —Oh, Dios mío. ¿Son lo que creo que son?
—Luciérnagas —murmuro.
Observa los pequeños destellos con asombro. —Es una bonita sorpresa.
Todavía no ha oscurecido.
—Sí, no las vemos muy a menudo en esta época del año.
Su zumbido coincide con la escasez estacional. —¿Quieres oír un secreto?
—¿Haces los honores de dar el pistoletazo de salida a nuestro comercio?
—Más vale que así sea.
La hago avanzar. —Por supuesto, derrama tus tripas.
—Vaya, sólo se trata de bichos de luz —aclara—. Baja tus expectativas.
—Cualquier cosa que tengas que decirme merece toda mi concentración.
221 —Estaba con Trevor cuando compró su máquina. —Lo cual no es más que
un error después de que el accidente le pasara factura.
—¿Estuviste allí esa noche? —No hace falta que se explaye mientras lee
mi hilo de pensamiento.
—Estábamos en Bent Pedal cuando un grupo de moteros llegó a la ciudad.
Estaban en una carrera hacia Iowa. Trevor quería unirse a ellos e intentó que yo
también montara. Pero era tarde. Me fui a casa después de que el bar cerrara.
Me regañó por ser responsable. Mis prioridades eran demasiado claras. No
habíamos hecho muchos paseos largos juntos desde que nació Payton. Luego se
fue. —Mi corazón se desploma, el latido se descontrola—. Si lo hubiera
acompañado, tal vez podría haber evitado que chocara con ese socavón y se
desviara de la autopista.
Cada pieza que despojo de la historia es una cáscara de huevo que hay
que atravesar. Espero con la maldita respiración contenida la grieta que las
aplastará todas y ella saldrá furiosa. Pero no debería esperar lo peor, no con
Rylee.
Sus ojos están vidriosos mientras parpadea con seriedad. —No te culpes
por sus decisiones. Fue un accidente fortuito. No podrías haber cambiado el
resultado.
—Es más fácil decirlo que creerlo. —La desolación en mi tono sólo me
hace bajar.
—Hola. —Su palma se apoya en mi antebrazo, un suave apoyo que no hay
que dar por sentado—. Yo no estaba allí, pero estoy segura de que intentaste
hacerle entrar en razón antes de que se fuera.
—Podría haber hecho más.
Rylee frunce el ceño. —¿Cómo qué?
—Toma sus llaves. —Doy una patada al hormigón. Sería más satisfactorio
si las rocas patinaran por el suelo junto con mi petulancia.
Ella resopla. —Oh, sí. Eso habría ido bien. Deja de castigarte, cariño. No
tenías ningún control sobre la situación. Mi hermano era un culo obstinado con
una vena temeraria más grande de lo que tú y yo podemos entender, y mucho
menos tratar de domar.
—Pero yo no estaba allí con él.
Su agarre me da un apretón tranquilizador. —Yo tampoco. ¿Qué podrías
haber hecho montando a su lado? No importa lo que hayas hecho o dejado de
hacer, él tomó la decisión de ser descuidado.
Y esa es la amarga verdad. No hay una maldita cosa que pueda hacer más
que aceptar que mi mejor amigo me dejó de lado. Ese consejo podría haber
222 salvado su vida. En cambio, su orgullo le costó el precio final.
—No fui capaz de protegerlo. Quizá por eso tengo este deseo instintivo de
mantenerle a salvo. —Mi sonrisa es floja.
Rylee se balancea hacia mí. —Oh, Rhodes. Eso es increíblemente heroico,
y explica tus métodos extremos.
—No es la palabra que yo usaría —refunfuño.
—¿Prefieres comportamiento bruto? ¿Territorial y posesivo? ¿Quizás
simplemente celos? —Ella agita sus pestañas lo suficientemente rápido como
para dejarme boquiabierto.
—¿Se pueden combinar en una sola opción?
—Haré una excepción contigo.
El dolor perpetuo en mi pecho se alivia bajo su estímulo. —Por alguna
razón, pensé que estarías molesta conmigo.
Ella retrocede. —¿Por qué?
—Porque conseguí que se interesara por las motos.
Su frente se arruga. —No, no lo hiciste. Trevor estaba obsesionado con las
motos mucho antes de que tú llegaras. Tenía todo tipo de tendencias temerarias.
Mis padres siempre se lo impedían, pero yo sabía que en cuanto tuviera la
oportunidad se volvería loco.
—Gente inteligente —murmuro.
—Sí, si nuestra preocupación fuera suficiente para salvarlo de sí mismo.
Su tolerancia al peligro nos asustaba. —Ella olfatea y mira a mi Harley—.
Teníamos razón en tener miedo.
Paso un brazo por los hombros de Rylee y la atraigo contra mí. La culpa
turbulenta impulsa una ola que se abate sobre mí. —Debería haberlo detenido.
Se aparta para encontrarse con mis ojos. Los suyos vuelven a estar
acuosos. —No podrías haberlo hecho. Créeme, he tenido esta discusión con mis
padres en repetidas ocasiones a lo largo de los años. Con el tiempo, esos hábitos
intrépidos iban a pasarle factura. No importaba lo que hiciéramos para dirigirlo
en la dirección opuesta.
—Pero yo estaba allí. —Es casi imposible forzar las palabras más allá del
nudo en mi garganta.
—Y no me hizo caso. —La sonrisa que me dedica tiembla en los bordes—
. Acabo de recordar algo. Trevor me habló de un amigo suyo con el que era
aburrido conducir porque respetaba el límite de velocidad. Debías de ser tú.
Es entonces cuando me asfixio. El calor me quema los ojos. La presión en
223 mi pecho vuelve con una fuerza punzante. Un ruido confuso me arranca mientras
vuelvo la mirada al techo. —Lo tomaré como un cumplido.
—Como debería.
Vuelvo a centrarme en ella. —No tienes ni idea de lo que significa para mí.
Rylee asiente en señal de comprensión. —¿Ves? Lo ayudaste. Incluso si no
dejó que la lección se hundiera.
—¿Estoy exagerando?
Sacude la cabeza. —No hay tal cosa cuando se trata del duelo. Cada
persona responde de manera diferente a la pérdida. La muerte es definitiva. El
final. Pero es imposible seguir adelante. En una tragedia, no conseguimos un
cierre. Nunca obtendremos las respuestas para resolver nuestro dolor. En su
lugar, encontramos formas de afrontarlo y sanarlo. Se ha ido físicamente, pero
mantenemos su espíritu vivo. ¿No es eso lo que me dijiste?
—Algo así. —Logro sonreír—. Gracias por dejar que me apoye en ti.
—Estamos juntos en esto, ¿verdad?
—Sí, estás atrapada conmigo. —Tengo planes de hacerlo oficial más
pronto que tarde.
El brillo de su mirada sugiere que lo aprueba. —¿Como una parte no
neutral?
—No dudaré en extender mi predisposición sobre ti.
Su risa es la canción más dulce. —Me alegro de que nuestra tregua sea
sólida.
El alivio brota de mis labios cuando me inclino para besarla. Mi dura
exhalación recorre su mandíbula respingona. —Joder, Luciérnaga. Yo también.
Estoy muy agradecido por ti.
—Lo mismo. —Rylee me palmea el pectoral izquierdo—. Eres un sistema
de apoyo mucho más cómodo que mis sesiones de teleterapia. Oh, hablando de
eso. No intento invalidar lo que piensas o sientes, pero sí quiero absolver tu
culpa. No es tu culpa.
—Probablemente necesitaba escuchar eso. Mis propios demonios sacan
lo mejor de mí de vez en cuando. —Me doy un golpecito en la sien.
—Un día a la vez.
Mi tensión se afloja ante la conocida frase. —Será más fácil. Llevo
demasiado tiempo con este equipaje.
—Curar es difícil. Leí el informe policial. Fue brutal, y probablemente un
error. —Su mirada se desvía hacia una grieta en el cemento.
224 La bilis me sube a la garganta sólo de recordar los registros detallados. —
Maldita sea, ojalá hubiera podido evitar que vieras eso.
—Las motos son peligrosas, pero no tienen por qué serlo. Mi hermano no
llevaba casco. —Le tiembla el labio inferior—. Estoy muy enfadada con él por
haber arriesgado su vida, lo que me hace sentir muy mal.
Tengo a Rylee envuelta en mis brazos antes de que la primera lágrima se
filtre por su mejilla. Los sollozos rotos se amortiguan contra mi pecho. Me agarra
la camisa con los puños blancos mientras grita una angustia gutural. El algodón
ya está empapado donde tiene enterrada la cara. Su cuerpo entero se desgarra
de agonía mientras el mío se derrama en estelas ardientes. Nuestros corazones
se agitan a un ritmo sincronizado, reverberando como fuertes truenos. Mi agarre
sobre ella no cesa.
Lloramos por él, pero también por nosotros. Los que quedamos atrás para
recoger los pedazos destrozados e intentar recomponer los frágiles fragmentos
en algo completo. Nuestros espíritus lisiados se obsesionan en un bucle
interminable con ese momento crítico. Ese único segundo que no podemos
deshacer, pero que nos ha cambiado irremediablemente. Si sólo le hubiera
obligado a quedarse conmigo. Si sólo Rylee hubiera estado en la ciudad para
hacerlo entrar en razón. Si sólo hubiéramos tenido el poder de convencerlo. Si
sólo el pavimento fuera suave. Si sólo se hubiera protegido. Si sólo...
Estos escenarios se reproducen hasta que el guion deshilachado casi se
consume. El daño está hecho. Seguimos aquí.
Rylee se aferra a mí mientras los recuerdos nos invaden en una sucesión
asfixiante. Mis pulmones arden mientras sus estremecimientos aumentan.
Compartimos esta miseria, pero tal vez un día duela menos. Como si fuera una
señal, la pena brota de mis ojos para limpiar la negación del camino. El paso a la
aceptación llega poco después. Su agarre sobre mí se desplaza para abrazar mi
cintura. Froto una palma de la mano por su espalda mientras la otra se aferra a su
cadera. El tiempo fluye y refluye mientras nos aferramos el uno al otro a través
de la tormenta.
Finalmente, el aguacero se reduce a un goteo constante. Rylee suelta un
suspiro mientras sus pestañas húmedas se abren. Una cascada de emociones
salpica sus rasgos. El alivio parece asentarse por fin mientras la corriente
disminuye.
Olfatea y levanta sus ojos enrojecidos hacia los míos. —¿Me harías un
favor?
—Lo que quieras, sólo nómbralo. —Con la excepción de que la deje ir.
E
l calambre en mi estómago no se ha calmado desde que solté las
palabras. Mi petición cuelga en la pena atascada entre nosotros.
Rhodes parece congelado. Creo que no ha respirado. Pasa otro
minuto cuando la inquietud empieza a roerme.
—Como cierre. Podría ser bueno para ambos —le explico mi
razonamiento en un susurro.
226 —Eso es mucho pedir, Luciérnaga. —Su postura se hunde con una
exhalación áspera—. Y probablemente no sea una buena idea.
—¿Por qué?
Rhodes se aprieta la nuca hasta que la carne se enrojece. —No he estado
en una moto desde el accidente de Trevor. Apenas tuve los huevos de arrancar
el motor hace unas semanas.
Una mueca de dolor pellizca mis facciones. Pero reina la determinación.
—Nunca he estado en una. Nunca.
Sus cejas se arrugan con perplejidad. —¿Y confías en mí para conducir
contigo en la parte de atrás?
La incredulidad está madura en el aire mohoso. Esto parece un momento
crucial. Uno de los muchos que hemos intercambiado en la última hora.
—Si no, no te lo pediría. —Una punzada rebota en mi esternón mientras le
miro fijamente—. Tampoco se lo pediría a nadie más.
Exhala un fuerte suspiro, como si mi fe en él fuera un gran privilegio. —
Vaya, no me lo esperaba.
—Esto —hago un gesto hacia mi cara que está tensa por la hinchazón y
probablemente una amplia gama de manchas— fue catártico, pero creo que
tenemos que presionar un poco más. Por el bien de la curación.
—No quiero negarte nada —murmura.
—¿Pero? —pregunto tras su prolongada pausa.
—¿Y si te haces daño? No podría soportarlo. —El dolor en su voz me hace
dudar de esta agenda impulsiva.
Ese núcleo de duda cae en la boca del estómago. —De acuerdo,
olvidémoslo.
Un gemido torturado sale de él mientras mira al techo. —Joder, estás
decepcionada.
—Eso es mejor que estar incómoda. Como dijiste, probablemente no sea
una buena idea.
—Pero un paseo corto podría estar bien. Sólo para probar tu teoría.
El acuerdo chirría más allá de mis labios apretados. —No tenemos que ir
lejos. Puedes llevarme por el camino de entrada.
Una idea parece cruzar su tensa expresión. —¿Qué tal la playa?
—¿Ahora? Parece que está oscuro afuera. —Miro por la pequeña ventana,
observando la oscuridad total a través del cristal.
227 —Las estrellas son más brillantes desde allí.
—No me tomes el pelo con una gran vista si no llego a verla.
—Muy bien, Luciérnaga. Si eso es lo que quieres. —Está dejando la
decisión bajo mi control, lo que aprecio más que la crema batida que cubre un
batido.
Ya estoy asintiendo. —Por alguna razón, esto se siente como la decisión
correcta.
Rhodes no responde a eso. Está ocupado agarrando chaquetas de cuero
de los ganchos de la pared. Cascos también. Los cuelga en el manillar de la
Harley. Su mirada se dirige a mis botas de media caña. —No podrías haber
elegido mejor calzado si hubieras planeado esto.
—Gracias. —Chasqueo los tacones.
A continuación, me pasa una chaqueta. —Nadarás en ella, pero es mejor
que nada.
Me pongo el escudo protector. El aceite de motor y el sol cocido se
mezclan con los miles de kilómetros recorridos para flotar en el robusto material.
Las mangas cuelgan vacías más allá de mis manos, mientras que el ribete inferior
casi me toca las rodillas. —Me queda muy bien.
Sus ojos se convierten en llamas fundidas. —No pensé que pudieras ser
más sexy. Que te tragues mi cuero puede ser mejor que el que me tragues a mí.
—Me resulta difícil de creer.
Un gruñido animalista discute mi afirmación. Se me echa encima en el
siguiente latido. Sus puños agarran los lados abiertos de la prenda holgada para
arrastrarme contra él. Nuestros labios chocan en una carrera febril. Las llamas
arden inmediatamente bajo mi piel. Me levanto sobre las puntas de los pies para
acercarme y le rodeo el cuello con los brazos.
Rhodes gime en mi boca cuando deslizo mi lengua por la suya. La menta y
el abandono imprudente se deslizan en nuestro deseo mutuo. La barba de su
mandíbula me roza con una deliciosa fricción que me enrosca los dedos de los
pies. Con una leve inclinación, me acerco más para obtener un mayor ardor. Sus
palmas bajan para agarrarme el culo y apretarme más. Está duro contra mi suave
vientre. Me retuerzo para que la cresta me apriete más.
Justo cuando estoy a punto de buscar una superficie para acabar con esto
rápidamente, Rhodes afloja la cincha con la que me ha atrapado. Sus manos se
despegan de mi trasero y comienzan a recorrerlo. Siento un tirón en mis muslos.
Después de un último golpe en su labio inferior, rompo nuestro beso para
228 investigar. Está jugueteando con algo entre nosotros. Entonces la cremallera se
desliza hacia arriba para ocultarme.
Su sonrisa es de suficiencia al ver la imagen que indudablemente hago. —
Hará frío con el viento.
—Estoy bastante tostada en este preciso momento.
—Y prefiero que sigas así. —Me pone un casco en la cabeza y me abrocha
la correa bajo la barbilla.
—Empieza a ser real —murmuro. Las volteretas en mi estómago están de
acuerdo.
—¿Estás segura de esto?
—Confío en ti —lo repetiré hasta que me crea.
—Maldición, eso me hace algo. —El orgullo contenido mueve la cabeza en
un solo movimiento de cabeza—. Te mantendré a salvo.
Un escozor caliente me nubla la vista. —Ya lo estás.
—¿Significa eso que aceptas mi arrastre oculto?
Parpadeo la humedad de mis pestañas. —¿te arrastras?
Rhodes resopla. —Si me estás cuestionando, claramente no.
—¿Por qué te arrastras?
—Las primeras semanas. —Eso es todo lo que consigo de él.
—¿De acuerdo...?
—Fui un idiota.
La diversión me hace cosquillas en el pecho. —¿Acabas de aceptarlo?
—No. Por eso me he arrastrado disfrazado.
—Eso no es una cosa. —O simplemente estoy súper alejada de ese juego
de citas.
—Lo es. He estado haciendo movimientos a escondidas, para que no te
asustes.
—¿Por qué iba a asustarme?
Se encoge de hombros. —Hay algo que no me estás contando, y se
interpuso en nuestro camino. Supongo que compartirás lo que sea cuando estés
preparada. Mientras tanto, parece que me perdonaste. O me diste el beneficio
de la duda. De cualquier manera, el no tan obvio arrastramiento valió la pena.
El recordatorio me arranca el aire de los pulmones con un silbido. —Te lo
diré. Pronto. Pero no te molestes por lo que no puedo compartir.
229 —No tengo planes de enfadarme contigo. Nunca.
Es una mentira audaz que no puede mantener, pero estoy dispuesto a
seguir la farsa. —¿Lo prometes?
—Por siempre y para siempre.
Es demasiado pronto para un sentimiento tan serio, pero estoy demasiado
emocionado para que me importe. —¿Y ahora qué?
—Agárrate fuerte. —Luego trota hacia donde entramos.
Después de accionar el cerrojo para cerrar el edificio, pulsa un botón en
el panel eléctrico. Un fuerte zumbido se introduce en la quietud cuando se abre
la puerta del garaje. El aire frío golpea el rubor de mis mejillas. Mis sospechas
anteriores se confirman: el exterior está completamente oscuro.
Un camino pavimentado es visible desde los focos. Una vez que las
marchas dejan de levantarse, el silencio desciende de nuevo. Es lo
suficientemente silencioso como para oír el canto de los grillos al ritmo de los
propósitos de un mañana más feliz.
Mi corazón martillea cuando vuelve a mi lado. —Hola.
Rhodes sonríe, su hoyuelo asoma para que se me caiga la baba. —¿Listo?
—Como lo haré siempre.
—Hola. —Sus dedos agarran los míos—. No necesitamos hacer esto.
—Sí, lo hacemos.
—Entonces ensilla, Luciérnaga. —Señala con la cabeza la moto.
Mi andar es rebuscado mientras me arrastro hacia la bestia cromada. —Es
una moto preciosa. Una Harley Davidson infame. Muy elegante y brillante. ¿Es
una chica?
Rhodes se burla en obvia ofensa. —Lo es ahora.
—Oh, hay un asiento para mí. —Un gorgoteo agrio se revuelve en mi
estómago—. ¿Encuentras mucha compañía en los cruceros nocturnos?
Su sonrisa atrapa mis celos. —Sólo Payton.
Mis cejas se disparan hacia el cielo. —¿Ella monta contigo?
—Soy muy cuidadoso. —Con esas palabras se desliza sobre su propio
casco.
—Por supuesto que sí. —Eso me tranquiliza.
Él hace los honores de subirse primero. Su pierna se balancea, el caballete
salta hacia arriba, y planta sus pies para equilibrarse. —Ven, cariño.
Me tiemblan las rodillas por el cariño que desprende su timbre de grava.
230 Me las arreglo para subirme detrás de él sin caer de nuevo. —Y me agarro a ti,
¿verdad?
—Como una pitón. —Me agarra los brazos y los enrolla alrededor de su
cintura.
Mi trasero se desplaza hacia adelante hasta que estoy pegada a su espalda.
—Esto es acogedor.
—No me sueltes.
Asiento con la cabeza, golpeando nuestros cascos. —Entendido, jefe.
Su torso rebota por una risa ronca bajo mi agarre. —Joder, eres
demasiado.
Justo cuando creo que estamos a punto de salir, Rhodes se gira
ligeramente en su asiento. Esa sonrisa que derrite las bragas sigue en su sitio. Se
lleva dos dedos a los labios y presiona las almohadillas callosas contra mi boca
para dar un beso improvisado.
Me siento un poco mareado. —Dios, eso fue romántico.
Guiña un ojo. —¿Quién lo diría, eh?
Definitivamente no soy yo. Todavía estoy medio convencida de que es un
extraterrestre que invadió a Rodhes con el príncipe azul. Un unicornio con su
poderoso cuerno apuntando hacia mí tampoco es una alternativa terrible.
Mientras sigo en trance, baja una visera de plástico sobre mi cara.
—Ni siquiera me di cuenta de que estaba ahí.
—Precauciones adicionales. ¿Todo listo?
Mi agarre alrededor de él vuelve a ser como el de una serpiente. —
Hagámoslo.
—Voy a hacer más ruido para quitarme las telarañas. —Esa es la última
advertencia que me hace.
Estoy rígida contra él cuando aprieta el acelerador. El golpe de ruido
podría destrozar un tímpano. —¡Mierda!
Pero el rugido del motor se lleva por delante mi sorpresa. Incluso a través
de la protección de mi casco, el sonido me pone los pelos de punta. Todo mi
cuerpo se estremece cuando vuelve a acelerar el motor. El fuerte estruendo es
ensordecedor, ahogando el palpitar de mis venas. Repite el movimiento una vez
más y mi cerebro está a punto de fallar. Es casi un alivio no pensar por un
segundo. Dejo que la experiencia me invada. La vibración debajo de mí es
intensa, pero no desagradable. Mis ojos casi se cruzan ante la sensación. Luego
231 nos movemos y tiemblo por una razón totalmente diferente.
Rhodes dirige la moto hacia el exterior. Me arden los ojos por la repentina
oscuridad, incluso con las luces que nos guían. La puerta del garaje comienza a
cerrarse cuando pasamos el umbral. O bien el artilugio con muelle es mágico, o
bien tiene un abridor en el bolsillo. Eso no es importante.
Incluso con la visera protegiendo mi cara, el frío se cuela por las rendijas.
Pero el frío no me molesta. No estoy segura de lo que esperaba para mi primer
viaje en moto, pero desde luego no era tan tranquilo. Rhodes es fiable y
responsable. Su sólida presencia me mantiene con los pies en la tierra. No hay
nada que temer. El caos de mi pulso vuelve a ser un golpe tranquilo. Un
adormecimiento casi dichoso me atrapa mientras me acurruco durante el viaje.
Es menos un paseo y más un arrastre. Conduce despacio por lo que
supongo que es una carretera privada. Las casas enmarcan un lado de la calle.
Las estructuras son masivas e imponentes, como el hombre encargado de que
lleguemos a salvo. Los árboles y el follaje se reducen a la derecha para ofrecer
una vista previa del lago. No pasa ningún otro tráfico en el corto trayecto. La
Harley se detiene en la parte delantera del terreno vacío. Mis oídos pitan cuando
apaga el motor. Muevo la mandíbula de un lado a otro para recuperar la
sensación que no sabía que había perdido. Siento una punzada en los brazos y
me cuesta soltarlo de mis garras. Una risita sale de mí. La moto me llevó a dar un
paseo.
Rhodes baja el caballete antes de desmontar. —Este es el lugar.
Me bajo de mi percha con mucha menos gracia. Mis piernas parecen
gelatina y requieren varias sentadillas para cooperar. —Eso fue como tres
minutos.
Me desabrocha el casco antes de quitarse el suyo, dejándolo en el
manillar. —Podríamos haber caminado si querías estar succionada contra mí más
tiempo.
—Tal vez la próxima vez.
Un gemido impregnado de placer brota de él unos segundos antes de
plantarme un ruidoso beso. —Me encanta que hables del futuro incluyéndome a
mí.
El abrupto afecto me hace tambalear. —Um, guao.
—¿Qué?
—No tienes miedo al compromiso. En absoluto. Es... refrescante, supongo.
—Esto también es nuevo para mí. Estoy abrazando los cambios que traes.
—Entonces hace un movimiento de barrido hacia delante—. ¿Vamos?
232 Es entonces cuando observo nuestro entorno. Sólo una farola brilla en la
esquina. El asfalto se apoya en la arena. La luna brilla en la superficie de cristal
del agua. Eso es todo lo que puedo ver. Vuelvo a echar un vistazo a la zona
desolada. —¿Está bien que estemos aquí tan tarde?
Rhodes une nuestros dedos y me guía hacia la orilla. —Claro, Luciérnaga.
Este lugar no es de acceso público. Es todo nuestro.
—Ten cuidado, o me acostumbraré al trato exclusivo.
—Espero que sí. —Encuentra un lugar adecuado para que nos sentemos y
me tira a la arena.
—¿Quieres mimarme?
—Sí, si lo permites. —Ahí va de nuevo, haciendo que me sonroje.
Por suerte, la oscuridad total oculta el calor de mi cara. Una ráfaga de aire
fresco cruza el lago y yo inclino la barbilla. El cielo despejado llena mi visión con
un manto brillante de estrellas. —Debería haber mirado primero hacia arriba.
Esta es la máquina de hacer dinero.
—¿No te lo dije? La mejor vista que he visto nunca.
Cuando me asomo a Rhodes, su mirada está firmemente fijada en mí. —Ni
siquiera estás mirando las estrellas.
—Lo sé.
Mi corazón da un giro. Me muerdo el labio inferior para evitar que la
papilla se derrame en su regazo. Si no tengo cuidado, lo ahuyentaré. En lugar de
ser una cagona pesimista, vuelvo a concentrarme en el cielo. Hay una fuerza que
no puedo explicar que flota en las sombras. Ese cambio elemental abraza mi
espíritu herido de una manera reconfortante que me hace llorar.
—¿Crees que está ahí arriba?
Rhodes tararea mientras me pasa un brazo por los hombros y me arrastra
a su lado. —Sin duda.
—Estás muy seguro. —Pero la sonrisa que le envío es de alivio porque
siente la influencia.
—También estoy seguro de que agradecer a las estrellas de la suerte
nunca será suficiente.
Apoyo mi cabeza en el pliegue de su cuello. —¿Por qué?
—Por traerlos a ti y a Gage hacia Payton y yo.
La emoción me aprieta la garganta mientras me clavo en su piel rameada.
El ardor en mi nariz se siente casi natural después de la noche que hemos tenido.
—Me vas a hacer llorar hablando así.
233 —Lágrimas de felicidad, espero.
—Muy felices. —Una sola gota se escapa para zigzaguear por mi mejilla y
gotear en algún lugar de su camisa—. Estoy muy feliz de haberte encontrado a ti
y a tu dulce niña.
El silencio nos envuelve mientras dejamos que esas crudas confesiones
sanen nuestros bordes rotos. Los grillos cantan para dar una serenata a la calma.
El agua produce un chapoteo intermitente que proporciona una suave banda
sonora en la distancia. El aire fresco me da el valor para revelar mis verdades
más duras.
Pero eso no significa que no haya un dolor insistente que se extiende por
mí. Una larga exhalación me hace superar la presión.
—Conocí a Vince a mediados de mi último año en la universidad. Es el
padre biológico de Gage, por cierto.
Rhodes parece sorprendido de que me lance directamente. Sus ojos, muy
abiertos, se deslizan hacia los míos. —De acuerdo.
—No sabía mucho de él, aparte de lo básico. Tuvimos una clase juntos, así
que no era un total desconocido. Puede que por eso me eligiera como objetivo
sin compromiso. Fue una noche. No fue gran cosa. Nos fuimos por caminos
separados. Simple, ¿verdad?
—Esto me resulta terriblemente familiar —murmura.
Me enderezo de nuestra posición abrazada y le acaricio el pecho. —Sí,
muy original. Seguro que has escuchado una versión similar al menos una o dos
veces.
—O vivido una.
Hago una mueca de dolor en su nombre. —Bien, aún peor. Tendrás tu
turno en un segundo. Sólo déjame escupir esto.
—Las damas primero. —Hace un gesto para que continúe.
—Todo un caballero. Resulta que eres una raza rara. Vince era todo lo
contrario. Lo mismo ocurre con el resto de mi lamentable historial de relaciones.
No me extraña que mi hermano fuera ultra protector.
Incluso en la oscuridad, veo un tic muscular en su mandíbula. —Puedes
omitir las partes en las que te relacionaste íntimamente con otros hombres.
—Gah, lo siento. Estoy nerviosa. No es una historia bonita. —Me tiemblan
las manos y me sacudo los nervios.
Rhodes envuelve mis palmas con las suyas. —Sólo habla conmigo. Confías
L
a rodilla de Rylee rebota al ritmo de la canción country que suena en
la radio. Su mirada gira desde la ventanilla del copiloto hacia mí.
Desde allí, se desvía visualmente hacia el asiento trasero para echar
un vistazo a nuestros hijos. Payton y Gage están suficientemente distraídos con
la enorme pila de libros que han tomado prestados para el fin de semana de las
bibliotecas de sus respectivos colegios. Si todo va bien, puede que asistan al
mismo el próximo otoño.
240 Me muerdo el labio para evitar un gemido. No hay necesidad de llamar la
atención —especialmente de naturaleza inapropiada— de los mencionados
niños atrapados en el camión con nosotros. Cuando miro a la izquierda, la mirada
de Rylee se ceba en mí como si fuera una comida de cinco platos. Eso me hace
palpitar detrás de la cremallera.
—Gracias por aceptar acompañarme. —Me enorgullece admitir que mi
tono sigue siendo equilibrado.
—Como si hubiera una alternativa.
—Podrías haberte negado. —Mis dedos se enroscan en el volante al
pensar que ella no está a mi lado en este momento.
—Y podrías haberme dicho antes que era tu cumpleaños. —Por alguna
razón, baja la voz a un susurro.
Alcanzo la consola central para agarrar su mano. —¿Anoche no fue
suficiente aviso?
—Más bien al amanecer, cuando por fin me dejaste descansar. —Un rubor
sube a sus mejillas pecosas.
Mi risa retumba en el espacio cerrado. —No finjamos que eres inocente.
Recuerdo que eras igual de juguetona para una pequeña lucha de medianoche.
—Es tu culpa que sea insaciable —refunfuña.
—¿No esperas que acepte la culpa por eso? Con entusiasmo, debo añadir.
Es estimulante descubrir lo enamorada que está mi Luciérnaga. —Me llevo las
palmas de las manos unidas a la boca, salpicando sus nudillos de besos.
Rylee agita sus pestañas hacia mí. —Que es precisamente cómo me
encuentro en este predicamento.
—Te daré un predicamento de veinte centímetros más tarde.
—¿Papá?
Me ahogo con la baba que se me acumula. Gracias a que la I-35 está
desierta, puedo echar rápidas miradas por el retrovisor. —¿Sí, Abejorro?
Payton me sonríe. Luego inclina la cabeza para admirar la trenza que
cuelga sobre su hombro por lo que parece ser la decimoséptima vez. Sus ojos se
dirigen a Rylee -la responsable del complicado peinado- y su sonrisa se amplía.
—¿Qué es un predicamento?
Una mueca de dolor cataloga la vergüenza en mis rasgos mientras busco
una respuesta... o un retraso. —¿Un predicamento?
—Eso es lo que dije.
241 Rylee suelta una risita, bajando la barbilla en un intento fallido de ocultar
la diversión.
Aprieto sus dedos aún entrelazados con los míos. —¿Te gustaría hacer los
honores?
Su boca forma un pequeño círculo. —Oh, no. Nunca te quitaría ese
privilegio. Disfruta de esos veinte centímetros de arrepentimiento que tu pie
acaba de meter en tu boca.
Mi atención se centra en la autopista que tenemos por delante y en los
kilómetros que nos quedan por recorrer. —Un predicamento es como estar en
un aprieto 2.
Rylee resopla, lo que se transforma en un ataque de pánico. Se golpea el
pecho con la palma de la mano. Sus ojos llorosos se dirigen a mí. —¿Eso es lo
que se te ocurrió?
El calor me recorre la nuca. La agasajo con una expresión de oveja a juego.
—Es lo mejor que pude conjurar en el momento. Además, no me equivoco.
Ella suelta otra carcajada. —¿Conjurar? Olvida al alienígena y al unicornio.
Podrías ser un hechicero.
—Seré lo que quieras que sea, Luciérnaga. Sólo sácame de este apuro.
2 En el original “pekle” que se usa para aprieto, pero también para “pepinillo”
Mientras tanto, mi hija está completamente perpleja. —¿Pepinillo? Esos
son agrios, papá. ¿Por qué vas a poner a Rylee en un pepinillo?
—Es mi cumpleaños —murmuro distraídamente. Parece una excusa tan
buena como cualquier otra.
Rylee jala sus labios entre los dientes. —Esto sigue mejorando.
—No estoy segura de querer comer un pepinillo —dice Payton—. Quizás
me gustaría meterme en un pepinillo. Pero eso es raro.
Gage cambia su atención del libro en su regazo a la alborotadora
parlanchina atada a su lado. —Los pepinillos son sólo pepinos en un frasco.
Su mandíbula se queda abierta mientras lo mira boquiabierta. —¿De
verdad?
—Sí. Hay todo un proceso. Mi profesor me lo contó. Creo que es ciencia.
—Se encoge de hombros.
Payton sigue con la boca abierta. —Vaya, la ciencia es genial. Quiero
poner pepinos en un frasco. Quizá me comería esos pepinillos. ¿Te gustan los
pepinillos, Gage?
—¿E
s aquí donde creciste? —El asombro de Rylee es una
exhalación jadeante mientras mira por la ventana—.
Esta calle es impresionante. Muy pintoresca.
El mero hecho de llegar al tranquilo barrio me libera de cualquier tensión
que pudiera estar albergando. Me tomo un momento para apreciar los árboles
que bordean ambos lados de la avenida Kingston. Algunos todavía están llenos
de hojas otoñales. —Sí, nací y me crié en Duluth. Mis padres compraron esta casa
247 antes de que empezara el jardín de infancia. No se han mudado desde entonces.
La paciencia de Payton se acerca a su límite justo a tiempo. —¿Cuánto
tiempo más? Nana y papá te dijeron que te dieras prisa. Llevamos un día entero
en el auto.
—Sólo han pasado tres horas —corrijo.
—¿Pero puedes ir más rápido? Estarán súper contentos de verme. Ha
durado toda-la-vida. —Dibuja la palabra con una melodía alegre.
—¿Quieren conocerme? —El entusiasmo de Gage está a la altura de las
circunstancias.
—Ajá. Les he hablado de mi mejor, mejor amigo.
—¿Qué? Pensé que eras mi novia —refunfuña Gage.
Se me escapa un siseo y me estremezco. Pobre amigo. El escozor de estar
atrapado en la zona de amigos es legítimo.
—Ya no. Nuestros padres están enamorados, ¿recuerdas? Luego viene el
matrimonio. Luego viene un bebé, pero ya nos tienen. Tú serás mi hermano. —
Payton comienza a recitar la rima infantil.
Se queda quieto, lo cual es poco característico. —¿Tendré una hermana?
—¡Esa soy yo!
Rylee se inclina hacia delante hasta que su pelo crea una cortina de color
rubio fresa. —Ni siquiera sé tú color favorito y estos dos están enviando
invitaciones de boda.
—Es azul, y podemos frenar su interferencia en cualquier momento. Sólo
tienes que decir la palabra.
Sus ojos verdes brillan en mi dirección. —¿Cómo es que no estás
volviéndote loco con esto?
—Cuando se siente bien, no hay razón para el pánico. —Me meto en el
camino de entrada antes de que se produzcan más intromisiones o crisis—. Y
estamos aquí.
Parece que se desprende del susto de la última maquinación de nuestros
hijos para contemplar la vista. —Oh, Dios mío. Esta casa es adorable.
Hago un barrido visual de la casa de dos pisos mientras una sonrisa
cariñosa brota en mis labios. El confort me rodea en un abrazo familiar. El
revestimiento blanco es impoluto y contrasta con las contraventanas negras. Bajo
los cuatro ventanales de la primera planta hay jardineras rebosantes de girasoles
grandes y redondos, verbenas brillantes y margaritas de color naranja y
248 púrpura, que dan al patio un hermoso toque de alegría otoñal. Hay más flores en
los jardines de los que se enorgullece mi madre. En un garaje adjunto se guardan
los juguetes de exterior y su sedán.
—Está lleno de recuerdos.
—Estoy deseando oírlos, sobre todo los más embarazosos. —Mueve las
cejas.
—Están advertidos. Hay algunas cosas que son una locura.
Mis padres cruzan el césped antes de que yo haya puesto la camioneta en
el estacionamiento. Rylee sale para ayudar a Gage mientras yo hago lo mismo
con Payton. Los niños corren hacia donde están mamá y papá en el borde de la
hierba. Me quedo atrás, permitiendo que se dejen mimar. Las dos parejas. El aire
está fresco, pero la temperatura sigue siendo de unos quince grados. Lo
suficientemente cálida como para estar fuera para conversar sin pasar frío.
Payton no se molesta en hacer bromas. —¿Me has echado de menos?
Mamá se agacha para doblar el zumbido del abejorro en sus brazos. —
Cada segundo. Ha pasado demasiado tiempo desde su última visita.
Ella devuelve el afecto, añadiendo un ruidoso beso en la mejilla de mi
madre. —Le dije a papá que condujera más rápido.
—La seguridad es importante —digo desde mi lugar cerca de la
camioneta.
Rylee se acerca a mí, chocando su cadera con la mía. —Cuidaste bien de
nosotros.
Mi palma encuentra acomodo en su trasero, oculto a los demás. —Eso
nunca va a cambiar.
—Mejor que no. —Se ha puesto la chaqueta de cuero que le compré la
semana pasada después de nuestro viaje en moto.
—Estás más buena que una fantasía de motero —gruño—. No, a la mierda.
Más sexy que toda mi colección del banco de azotes.
Me da un ligero golpe en el pecho. —Déjalo. Tus padres y nuestros hijos
están ahí.
—Sí, y su atención se dirige a otra parte.
El carro de la bienvenida continúa su búsqueda cuando papá saca dos
mentas de su bolsillo. —¿Quién quiere una golosina?
Gage y Payton apenas pueden contenerse. Él salta hacia delante mientras
ella se agacha bajo el brazo de papá para conseguir un mejor ángulo. Se produce
una colisión, que no provoca lesiones. Ambos salen victoriosos al alcanzar su
escondite en el mismo segundo.
249 Miro de reojo cuando Rylee se ríe. —¿Qué es lo gracioso?
—Mi padre siempre lleva mentas en sus bolsillos. Gage es un gran
fanático.
—Qué casualidad —murmuro.
—Extremadamente —responde ella mientras se reproduce la escena.
Los niños están masticando agradecidos sus caramelos cuando mi mamá
vuelve su mirada hacia Gage. —¿Y no eres un chico guapo?
Se sonríe ante los elogios. —¡Hola! Soy Gage. Encantado de conocerte.
Mamá casi parece sorprendida. —Oh, Dios. Eres muy educado.
—Muchas gracias. —Se balancea sobre sus talones.
—De nada. Por favor, llámame Nana, y él —señala a papá—, es papá.
Gage los mira con los ojos entrecerrados. —No son súper viejos como la
abuela y el abuelo.
Se agarra el pecho y se ríe. Joder. Se ríe. —Eso es todo un cumplido. No
me extraña que Payton quiera casarse contigo.
Deja de masticar. —¿Eh?
—Nana —se queja mi hija. Su expresión fruncida niega la acusación, como
si no acabara de soltar la demanda de matrimonio ayer—. Eso caducó. Tenemos
un nuevo trato.
Mamá levanta las cejas con interés. —¿Es así?
Payton asiente. —La mamá de Gage es la novia de papá. Es un poco
complicado.
La mirada de mi madre se desplaza hacia mí, pero se dirige a los que están
a su alrededor. —Me parece bastante sencillo.
Rylee se retuerce ante el presunto escrutinio. —Estaremos
comprometidos al atardecer a este ritmo.
Me sumerjo para susurrarle al oído. —¿Sería tan malo?
Es media tarde. Eso me da cinco o seis horas antes de que anochezca. La
magia que puedo hacer en ese tiempo podría sorprender a todos. Ahí voy de
nuevo, pensando con mi...
—¿Tiene la feliz pareja algo que compartir con el resto de nosotros? —Eso
viene de mi padre, el que suele ser reservado y alinearse conmigo al margen—
. ¿O mi hijo es repentinamente tímido?
250 Sonrío ante su rara forma. —El fisgoneo te sienta bien.
—Ah, el arte de la desviación. Lo aprendiste de mí. —Guiña un ojo.
Payton levanta un brazo en el aire, agitándolo salvajemente. —¡Oh! Tengo
las cosas de jean de papá para usar. ¿Ves?
Mis padres intercambian una carcajada mientras ella da vueltas en círculo.
Mamá le da una palmadita en la cabeza de una forma cariñosa que me hace sentir
calor en el pecho. —Es verdad, calabaza. Tu padre te dio los mejores pedazos
de él. Parece que también encontró dos más con los que compartir ese gran
corazón.
Los rasgos de Payton se enroscan. —No sabía que su corazón era
demasiado grande. ¿Necesita ir al médico?
Mamá le sonríe. —Es sólo una expresión, o una forma de hablar.
¿Recuerdas que hablamos de lo que es?
Destaca el hormigón con el dedo del pie. —¿Más o menos? No es como
realmente real, sólo algo que dices.
—Correcto. El corazón de tu papá no es más grande de lo normal en
tamaño real. Me refiero a que hay más espacio dentro de él para que crezca el
amor.
Payton parpadea. —¿También tengo mucho espacio extra?
—Por supuesto —asegura.
—¿Y yo qué? —Gage se vuelve hacia Rylee—. ¿Tenemos los corazones
más grandes en nuestros jeans?
—Sí, Schmutz. Hay mucho amor para repartir.
—Pero llevo pantalones de gimnasia. —Tira de la tela elástica y entonces
parece que se le ocurre una idea. Sus ojos amplios rebotan de su madre a mí y
viceversa—. Espera. ¿Vas a repartir el amor con el papá de Payton? ¿Significa
eso que vas a tener más bebés?
Rylee resopla desde su lugar a mi lado. —No, no. Este no es el momento
de hablar de bebés.
—Muy bien, las cosas están escalando rápidamente. No nos han
presentado bien y el amor ya pesa en el aire. —Papá se ríe y camina hacia
nosotros—. Soy Stan.
Ella se adelanta para aceptar su mano. —Rylee. Gracias por recibirnos.
—El placer es nuestro. Esa belleza es Linda, mi esposa. —Saluda con la
cabeza a mamá, que parece estar esperando hasta más tarde para acercarse.
251 —Mis disculpas por el hecho de que mi adorable hijo suelte lo que se le
pase por la cabeza. Nosotros —me hace un gesto— no hemos hablado del futuro
con tanto detalle.
—Y esperamos lo que pueda venir. Siempre es un placer verte, hijo. —Me
agarra del hombro antes de retirarse al césped.
Gage está rebotando en sus zapatos como si hubiera resortes en las suelas.
—¿Tienes pepinillos?
—Casi me olvido de esos —grita Payton—. Queremos comer pepinillos.
Mi padre asiente con su aprobación. —Es una merienda saludable.
—¿Sabías que los pepinillos son pepinos en tarros? —dice Gage.
—Eso es un buen conocimiento —responde papá.
—Es ciencia. —El chico ofrece una sonrisa de dientes.
—¿Tienes pepinillos que no sean súper agrios? —Esto viene de Payton.
Papá se frota la mandíbula. —Puedo mirar en la nevera.
—Vamos a comprobarlo —grita el dúo al unísono su urgencia antes de
correr hacia la puerta principal.
Veo a los niños subir de un salto las escaleras del porche mientras saludo
a mi padre. —Gracias por controlar su antojo. Supongo que tienen hambre.
—¡Lo tengo! —Levanta el pulgar por encima del hombro.
Durante todo el tiempo, mamá no ha apartado su mirada de Rylee.
Finalmente se acerca y le dedica una cálida sonrisa. —Tu hijo es maravilloso. Su
comportamiento habla muy bien de ti. Más que eso, la forma en que mi hijo te
mira es un tesoro para contemplar.
Rylee mira hacia donde yo ya la estoy mirando. —¿Oh?
Mi madre tararea. —No estaba segura de que veríamos el día.
Mamá está de repente frente a mí, su mano se levanta para acariciar mi
mejilla. —¿Cómo está el cumpleañero?
—Fingiendo tener veinticinco años —bromeo.
—Con la edad llega la sabiduría y la experiencia. —Su mirada se desliza
hacia la mujer de mi derecha—. Estoy muy feliz de que estés aquí, Rylee. Es
encantador conocerte por fin.
La sonrisa de Rylee es relajada y se siente como en casa. —Lo mismo digo,
Linda. Gracias por extender la invitación para incluirnos a Gage y a mí.
Mamá sisea. —Oh, cielos. Por supuesto, querida. Siempre eres bienvenida
aquí. Parece que llevamos anticipando esta ocasión mucho más tiempo del que
llevan conociéndose.
252 —Es muy amable. Tengo un sentido similar, que puede sonar extraño.
—Ni mucho menos. —Mi madre no duda en envolver a Rylee en un
abrazo—. Gracias.
Sus brazos se levantan automáticamente para devolver el abrazo. —¿Por
qué?
—Mi hijo está sonriendo con estrellas en los ojos. —Mamá resopla
mientras se endereza desde su posición acurrucada—. Eso es un lujo que hay
que apreciar. No tienes ni idea de lo que significa para mí, y lo mucho que te he
pedido como deseo.
—Cielos, Linda. Me vas a hacer llorar. —Rylee se abanica la cara.
Y no es la única. El verlos moldear un vínculo con tanta facilidad natural
me hace sentir algo. Estos dos han sido esenciales para convertirme en el
hombre que soy hoy. En formas muy diferentes. Ser testigo de este intercambio
es... primordial. También es abrumador.
Mi mamá jadea mientras me mira. —¿Qué es esto? ¿Tienes los ojos
húmedos? Los míos deben estar engañándome.
—No —refunfuño y barro la evidencia—. Sólo es polvo del viento.
Rylee frunce una ceja. —No hay brisa.
—Gracias por delatarme, Luciérnaga. —Trazo su mandíbula levantada con
mi nariz.
Se balancea hacia mí. —No hay problema, cariño.
Mi madre suspira, encantada de entrometerse en nuestra burbuja. —Qué
preciosidad.
—Mamá —le digo.
—Bien. Bien, ya es suficiente papilla. Será mejor que revisemos a esos tres
comedores de pepinillos. Está demasiado tranquilo. —Nos hace un gesto para
que nos pongamos en marcha por el camino.
Deslizo la palma de la mano de Rylee entre las mías y le indico el camino.
En el momento en que entramos, el calor y la pertenencia entran en mis
pulmones. Mamá nos lleva directamente a la cocina. Payton, Gage y mi padre ya
están allí. La sospecha ralentiza mi paso hasta que veo el pastel de helado sobre
la mesa en toda su gloria congelada.
Se me hace la boca agua al verlo. —¿Fuiste a Dairy Queen?
—Por supuesto. —Mamá sonríe ampliamente ante su éxito—. Sólo es tu
favorito.
253 —Tomo nota —murmura Rylee a mi lado.
Después de encender las velas -las treinta-, me dan una serenata con una
interpretación afinada de “Happy Birthday”. Payton entona unas cuantas notas
altas cuestionables. Gage baja el tono y se arrodilla para dar un toque teatral.
Rylee es toda sonrisas mientras canta. Y mis padres... parecen aliviados y
completos. Como si esta fuera la escena crucial que han estado esperando. Me
calienta los ojos de nuevo.
Nos sentamos y se corta el pastel. Los trozos son demasiado grandes, pero
nadie se queja. Se hace el silencio mientras nos sumergimos en él. La cremosa
vainilla, el rico caramelo y el característico crumble se funden en mis papilas
gustativas. La alegría llena mis entrañas junto con el zumbido del azúcar. Un
vistazo a la mesa demuestra que los números están finalmente equilibrados. El
año pasado, nos faltaban dos. Eso ya no es un problema. Este es un puto gran día.
Mamá irrumpe en el silencio aclarándose la garganta. —Tu padre y yo
estuvimos charlando antes de que llegaras.
Mis labios se curvan alrededor del tenedor aún enterrado de mi último
bocado. —Uh-oh. Eso nunca sale bien. ¿Debería preocuparme?
Me mueve el dedo. —Muy gracioso. Ahora, como decía, nos vendría bien
un poco de tiempo de calidad con los niños. Ustedes dos deberían disfrutar de
una noche fuera. Sólo adultos.
Rylee sacude la cabeza. —Deberíamos celebrarlo juntos.
Mi madre se ríe. —Pish-posh, como diría Mary Poppins. Por eso comimos
pastel antes de la cena.
—El postre es la mejor comida —dice Gage.
—Está delicioso en mi barriga —coincide Payton.
—¿Ves? Ya se están divirtiendo con nosotros. Siéntanse libres de salir.
Nosotros invitamos. —Papá levanta la barbilla hacia el pasillo.
Rylee se ríe con ese tono incómodo que tiene. —Oh, ¿nos estás echando?
—Insistimos. —Mi madre utiliza un tono que no deja lugar a discusiones.
Busco la mano de Rylee por debajo de la mesa. —Depende de ti,
Luciérnaga.
Se mordisquea su labio inferior. —¿Yo? Este es tu día especial.
—Parece que podría ser nuestro —murmuro.
Un rubor mancha su piel pecosa. —¿Cómo puedo resistirme a una oferta
así?
254 —No lo haces —interviene mamá. Sus ojos brillan bajo las luces de la
cocina—. Ve a repartir el amor de cumpleaños por todo el centro.
Aprieto los dedos de Rylee entre los míos. —Con mucho gusto.
Capítulo Veintisiete
—N
o fue una casualidad —insisto. Para demostrar mi talento,
arranco otra cereza del cuenco. La fruta confitada baña
mi lengua de azúcar. No me molesto en contener un
gemido cuando el jugoso almíbar estalla al morderla.
Rhodes se apoya en su taburete hasta que su frente choca con mi sien. —
Haces que parezca que esa guarnición es lo mejor que te has metido en la boca.
255 —Quizá lo sea. —Levanto una ceja mientras hago girar el tallo entre mis
dedos.
Pone su boca sobre la mía. Su lengua se clava en la costura de mis labios,
obligándome a abrirme para él. Lo hago, con un gemido ahogado, y entierro mis
dedos en su pelo. Se me están formando ampollas en la piel de lo caliente que
me pone. Tengo suficiente alcohol en mi organismo como para que el siguiente
paso lógico sea ponerme a horcajadas sobre su regazo. Justo cuando levanto el
culo del asiento de cuero, se separa de mí con un gemido torturado.
—Al diablo con esa mierda azucarada, Luciérnaga. Tu coño en el borde de
mi whisky no puede ser superado. —Rhodes aletea sus fosas nasales. El bufido
que sigue es insatisfactorio.
Me lleva un momento recuperar el aliento. —Estamos de acuerdo en no
estar de acuerdo.
Sus ojos brillan. Un músculo salta en su mandíbula cuando la aprieta.
Combinado con los mechones mustios que sobresalen en punta, su expresión
parece feroz. —¿Necesitas otra prueba?
—Probablemente.
Se muerde el labio inferior hasta que la carne se vuelve blanca. —Eso es
lo primero que tendrás cuando estemos en casa mañana.
Me emociona que haya acuñado el bar como nuestro hogar. El concepto
tiene sentido, ya que somos prácticamente inseparables entre esas paredes.
Antes de que esa idea me desconcentre, la tarea y el juego resurgen. Me meto
el tallo en la boca mientras él se concentra en mí. Tres segundos es todo lo que
necesito. Con una palma de la mano enroscada en su nuca, lo aprieto hasta que
sólo nos separa una exhalación. Entonces le meto la victoria anudada en la boca.
—¿Sigue siendo un golpe de suerte? —Una chispa se dispara a través de
mi piel febril cuando Rhodes vacila.
Saca el tallo de entre sus dientes e inspecciona mi atadura de lengua. —
Impresionante.
Me paso un mechón de pelo por detrás del hombro. —Y tú dudaste de mí.
—No, sólo quería un trofeo.
—¿La docena de pares de bragas que has recogido no son suficientes?
—Nunca tendré suficiente. Eres demasiado sexy —gruñe en mi cuello.
La excitación se dispara en mi sangre cuando lame un camino de fuego
para probarme. —Te toca a ti.
261
Capítulo Veintiocho
—M
uy bien, eso debería ser todo por mi parte. —El
representante de ventas de Pane in the Glass garabatea
una última nota y guarda su bolígrafo fuera de la vista.
Los labios de Rylee se separan, pero tardan varios segundos en formar
cualquier sonido. —¿Ya terminó?
—Este tipo de trabajo es sencillo. —Sus ojos se deslizan hacia los míos—.
262 Usted llama y nosotros instalamos. No hay mucho más.
Su atención se centra también en mí. El pelo rojo se agita en la brisa fría
mientras ella reúne su voz. —¿Le pagaste extra?
Su intenso escrutinio me hace sentir calor bajo el cuello. Preguntas
similares me han asaltado desde que llegamos al lugar de los hechos. Una unidad
de limpieza ya ha pasado por allí para recoger los fragmentos rotos y los
escombros. Otro equipo ha sellado los agujeros con lonas como solución a corto
plazo. El agente de seguros se marchó unos minutos antes de que llegara el de
los cristales.
La atraigo más hacia mi lado. —Por ventanas más gruesas, sí. Estas serán
mejores que antes. La próxima vez que haya una tormenta fuerte, no tendremos
que preocuparnos. Ya lo hablamos antes.
—Ya sabes lo que quiero decir —murmura.
Mi mirada arde en ella. El verde exuberante me pide clemencia. El
sentimiento de culpa se hace más denso y se precipita como el humo para
envolverme. La presión aprieta inmediatamente mis pulmones y mi respiración
se vuelve difícil. No sé qué espera Rylee que admita mientras sigue luchando
contra las ganas de llorar. Ese persistente temblor en su labio inferior será mi
perdición. Lo natural es resolver este desastre rápidamente, sin problemas y sin
más incidentes. Especialmente cuando su estabilidad emocional está en riesgo.
Un carraspeo a mi lado. —¿Estamos en paz?
Arranco mi mirada de Rylee para reconocer al hombre que ha ido más
allá. —Sí, todo está listo.
La mujer que aprieta mi corazón en su puño asiente. —Ha sido muy útil.
Esto fue inesperado y obviamente devastador. Es reconfortante saber que
podemos reabrir más pronto que tarde.
—Entonces esa es mi señal, todos. La gente de la instalación se encargará
de las cosas desde aquí. Deberías verlos mañana por la tarde. Gracias por hacer
negocios con nosotros. Cuídense. —El tipo nos saluda con la mano antes de
dirigirse a su auto.
Levanto la mano en señal de despedida. —Le agradecemos que nos haya
dado prioridad con tan poca antelación. Asegúrese de pasar por una bebida de
cortesía la próxima semana. Tiene un amigo en Bent Pedal.
Se ríe mientras se desliza en el asiento delantero. Nos quedamos
congelados —como en la última hora— y le vemos alejarse. No hay mucho más
que podamos hacer. Nuestros propios pensamientos y preocupaciones llenan los
huecos, preguntándonos a dónde nos lleva el siguiente paso.
M
i risa es un chillido contra el aguacero cuando Rhodes se agacha
y me echa por encima de su hombro. Reboto contra él mientras
se precipita hacia Bent Pedal para escapar de la tormenta. El
silencio nos da la bienvenida una vez que la puerta se cierra de golpe. Sólo los
golpes húmedos de sus botas sobre el hormigón resuenan en las paredes.
Otra risita atraviesa mi sonrisa. —¿A dónde me llevas?
271 Admira mi posición contenida con un brillo depredador. Mi necesidad arde más.
Su mirada se deleita en mí hasta que me siento más apetecible que una
cena de bistec. Tal vez con algunas costillas extra y camarones a un lado. El
hambre gruñe en esas profundidades de chocolate, prometiéndome el postre.
Me mira fijamente mientras me retuerzo, nuestra fuerza de voluntad en guerra.
Soy yo la que se rinde, subiendo los dedos de los pies por sus vaqueros para
golpear el botón y la cremallera que aún están muy intactos.
—Quizá tú también deberías desnudarte.
—Lo que la dama quiere, yo lo entrego. —Sus manos se levantan para
cumplir mis órdenes.
—Así es, nene. Quítatelo todo.
Y lo hace. Rhodes se despoja de su traje empapado en lo que parece ser
un solo movimiento fluido, como si fuera a conceder puntos extra por velocidad.
Y tal vez lo haga. La baba se me acumula en la boca ante la tienda de campaña
que lanza sus calzoncillos. Esos ojos oscuros permanecen clavados en mí sin
falta. Sus palmas se deslizan por mis pantorrillas hasta agarrar mis tobillos. Con
una suave manipulación, me dobla las rodillas para colocarme a su gusto.
Cuando mis pies están apoyados en la mesa, me deja abierta y a la vista. Pero
aún no ha terminado. Rhodes me roza el interior de los muslos y me abre más,
con un rumor hambriento que sale de su pecho.
—Joder, Luciérnaga. Estás empapada para mí. —Su toque se desliza desde
el clítoris hasta el núcleo.
Puedo sentir lo resbaladiza que estoy a partir de esa sola pasada. Como si
eso no fuera ya revelador, la humedad se burla de mis oídos y hace que mis
mejillas se ruboricen. Retira el dedo y lo pone a la luz. Hay un claro brillo. Su
satisfacción es una sonrisa que envuelve el dedo mientras prueba mi sabor. El
gemido que arranca es el de un hombre que saborea su comida favorita. Me
estremezco con esa estimulación audible. Otro temblor se produce cuando se
arrodilla entre mis piernas abiertas.
—No podría haber escogido un mejor plato para comerte —ronca.
Mis ojos descienden hasta el lugar donde descansa sobre sus ancas. En
cuclillas, está alineado a la misma altura en la que se encuentra mi núcleo. Sus
manos me agarran por las caderas y tiran de ellas hasta que casi cuelgo del
borde. La resistencia de mis muñecas me recuerda que no puedo llegar más
lejos. Él debe darse cuenta de lo mismo, y me deja donde estoy.
Me faltan las palabras cuando Rhodes exhala por mi raja. Esa persistente
punzada en mi bajo vientre exige ser saciada. —Más vale que deshacerte de tus
hilos sea lo único que piensas apurar.
272 Su sonrisa es una pura guarrería que me encrespa los dedos de los pies.
—Te correrás dos veces en mi lengua antes de que te haga el amor profunda y
apasionadamente.
El aire se obstruye en mis pulmones, y grazno. Los orgasmos múltiples
eran un mito para mí hasta que este dador desinteresado irrumpió en mi vida. No
me atrevo a cuestionarlo ahora que he recibido la prueba. Aunque, hacer que
Rodas se enoje es una excelente manera de pasar el tiempo.
Dejo que una sonrisa propia curve mis labios. —¿Tu paciencia te lo
permite?
Sus ojos brillan. —¿Dudas de mí?
El cosquilleo ya se extiende mientras lo veo sumergir su boca a
centímetros de mi núcleo. —No me sorprendería si...
Las palabras restantes son robadas cuando entierra su cara en mí. Rhodes
no se molesta en probar otra pequeña cata o tentempié para degustar mis bienes.
Su lengua ya me está azotando con furiosos golpes. Esto ni siquiera puede
considerarse comer. Es demasiado indomable. La única manera de describir sus
acciones es devorando. El hormigueo y el fuego estallan, tratando de
atravesarme por la mitad. Con un gemido gutural que siento dentro de mí,
Rhodes se llena la boca con mi excitación de acción rápida. Cada trago reclama
más de mí. Pronto me consumirá por completo.
No hay forma de evitar que el orgasmo me desgarre. No tengo un instante
libre para prepararme. Es precipitado y brutal, y demasiado bueno.
—Mierda. —¡Sí, sí! Ahí —grito. Mi cuerpo se convulsiona sobre la
superficie de madera mientras me rompo en pedazos irreconocibles.
Las ondas de choque me golpean. Me pierden los espasmos. Pero Rhodes
no disminuye ni se detiene, ni siquiera cuando intento zafarme. Sus manos
sujetan la parte superior de mis muslos para mantenerme pegada a él.
—Necesito un momento —suplico.
Se ríe dentro de mis pliegues, y sigue dándose un festín sin cesar. La
vibración de la diversión hace saltar chispas en mi carne hipersensible. Sus
labios succionan, añadiendo una presión que no necesito.
Otro clímax me atraviesa sin previo aviso. Me inclino hacia las olas que se
abaten sobre mí. Un calambre me apuñala los músculos flexionados mientras el
alivio fundido se apodera de mí. El placer me dispara hasta el techo, aunque sigo
pegada a la mesa. Me desplomo con un resoplido y mi visión se agita.
Sólo entonces me doy cuenta de que Rodhes no se ha detenido. Un pellizco
desesperado se apodera de mi núcleo. No hay señales de que vaya a salir a tomar
273 aire mientras yo jadeo por más. Sus ojos están clavados en los míos, la orden es
inconfundible.
El sudor me punza la línea del cabello mientras intento atravesar la niebla.
—Ni un tercio.
Su boca permanece enterrada profundamente mientras niega mi petición.
—Sí, nena. Me darás otro. Luego podrás descansar.
Grito cuando su lengua azota mi sensible clítoris. Los nudos de mis manos
se tensan. Me resultaría fácil escapar, pero los límites de este estado de
cautiverio me resultan emocionantes. Es estimulante imaginarme bajo su control.
Es un reto que quiero conquistar. Tal vez le guste escuchar cómo me desmorono
por sus implacables esfuerzos.
El humo y la lujuria cubren mi voz. —Por favor, ten piedad.
—Dame lo que quiero —gruñe en mi palpitante centro.
—No puedo —gimoteo.
—Sí —exige.
Entonces ha terminado de no negociar. Su cara se entierra en mí con la
siguiente respiración frenética. Un bajo latido se despierta instantáneamente en
mi núcleo.
No lleva mucho tiempo. O tal vez nunca he bajado de las nubes. En
cualquier caso, unos cuantos lametones contra mi clítoris hinchado me hacen
volar de nuevo. Los sonidos que hace Rodhes son voraces. Incluso ahora, no se
cansa de mí. Me convierto en un charco contra la madera debajo de mí. Sólo
entonces suelta un gemido de satisfacción, como si su objetivo se hubiera
cumplido por fin.
—Me vas a entumecer —grito después de que las sacudidas se
desvanezcan.
Se levanta, para mi alivio. —No, Luciérnaga. Te tengo tan cargada que te
vas a disparar con un solo toque.
El breve respiro me permite recuperarme del tercero. Gimoteo cuando se
quita los calzoncillos. Rhodes se lleva las manos a la cabeza y aprieta la generosa
circunferencia con facilidad. Antes de que pueda suplicar, dirige esa gruesa
longitud hacia mi entrada. Un largo gemido sale de mi mandíbula floja, el sonido
se hace más fuerte con cada centímetro que me da.
Se coloca encima de mí para mimar mis pezones. Las chispas se disparan
en mi carne mientras él chupa con fuerza las puntas necesitadas. —Tienes uno
más guardado para mí, ¿sí?
274 Asiento con la cabeza, el gesto es descuidado. —Ajá.
Y no miento. El cosquilleo estaba al acecho, ansioso por esparcir la última
onza de placer que pueda cometer. Rhodes empieza a moverse, metiendo y
sacando la polla a un ritmo moderado. Mientras su polla se burla de la pinza de
mis músculos internos, sus labios se acercan a los míos. Nuestras bocas se funden
y se unen con una exhalación compartida. Me arqueo hacia él y su piel húmeda
se pega a mí. El calor aumenta hasta que jadeo dentro de él. Mi lengua recorre
la suya a un ritmo febril. Ese deseo aumenta sus caricias dentro de mí, obligando
a mi cuerpo a reanudar la búsqueda de la liberación.
Entonces Rhodes se endereza y desliza las palmas de las manos bajo mi
culo para levantarme de la superficie. Le rodeo la cintura con las piernas y cruzo
los tobillos contra su espalda para aumentar la fricción. Este movimiento es lo
máximo que puedo hacer, y todo lo que puedo lograr en mi estado de
agotamiento.
El frenesí de nuestro ritmo se detiene. Está enterrado en lo más hondo,
pero se acerca con fuerza. Su dedo recorre mi raja hasta el punto en que me
aprieta. Utiliza ese dedo para rodear el lugar donde estamos unidos. El toque es
ligero y tierno, pero extremadamente erótico. Entonces da voz a la sensación
ilícita.
—Estás llena de mí —gime—. Mira cómo te estiras para aceptar mi polla.
Estás abierta hasta el límite.
—Se siente increíble —digo en respuesta.
Su dedo da otra vuelta, presionando donde nos encontramos. —
Jodidamente hermoso. ¿Estás lista para dejarme poner un bebé en tu vientre?
—La canción no es así —le digo.
Rhodes entorna los ojos mientras se retira de mi calor. —¿Desde cuándo
seguimos las letras?
—Primero viene el amor —resoplo cuando se abalanza sobre mí.
Se retira y vuelve a golpear. —Lo tenemos controlado.
—Luego viene el matrimonio. —Un gemido sale de mi boca cuando mis
partes sensibles se estremecen por sus renovados esfuerzos. A través de mis
pesados párpados, noto que está a punto de hablar. Mi lengua se desenreda
rápidamente, permitiéndome interrumpir—. Y no te atrevas a proponérmelo
mientras estés en pelotas.
Sus labios se aprietan en una línea firme. —Mejor termino esto entonces.
276
Capítulo Treinta
G
age salta a mi lado mientras libero a Payton del asiento trasero.
Sale a la acera con la misma emoción desatada que mi hijo
momentos antes. Si no fuera por los seguros para niños, estos dos
necesitarían cinta adhesiva.
Bent Pedal se mantiene alto y orgulloso frente a nosotros. El exterior
parece totalmente restaurado. No habría adivinado que las reparaciones eran
necesarias si no hubiera sido testigo de los daños. Lo único que falta es nuestro
277 letrero, que está en orden. Entonces sí que daremos a mi hermano su legado.
Mientras tanto, volvemos a la normalidad.
Los niños corren hacia la entrada. Payton y Gage tienen un raro lunes libre
debido a un taller de profesores. Al parecer, sus distritos tienen un horario
similar. Rhodes insistió en que nos acompañaran, y yo no iba a discutir. Hay
mucho para mantenerlos ocupados por lo menos una o dos horas. Mis padres
planean pasar a comer y nos los quitarán de encima.
Me río de su interminable energía. —¿Cuál es la prisa?
—Hay algo que tenemos que hacer —dice Payton.
—¿Cómo qué? No hay nadie aquí todavía. Los clientes tienen que esperar
hasta el mediodía. Tu papá se reunirá con nosotros, pero no veo su camioneta.
—Pero tenemos que irnos —insiste Gage.
Y lo hacen, desapareciendo de la vista mientras aún estoy cerrando el
auto. Estoy justo detrás de ellos, atravesando la puerta que han dejado abierta
de par en par. Mi avance se detiene en cuanto cruzo el umbral.
Un resplandor etéreo me saluda. Pequeñas luces cuelgan de hilos
invisibles por toda la habitación. Debe haber cientos de hilos parpadeantes. El
espectáculo visual se asemeja a las luciérnagas que flotan en el aire. Me deja sin
aliento. Pero eso es sólo una parte.
Las velas eléctricas cubren todas las superficies disponibles, así como el
suelo. Las llamas falsas parpadean para dar un ambiente auténtico. También hay
pétalos de flores amarillas esparcidos en la mezcla.
En el centro de todo está Rhodes arrodillado, con Gage y Payton
flanqueándole. La presión me aprieta la tráquea mientras intento mantenerme
firme sobre las rodillas que se tambalean. Mis ojos se llenan de emoción y
distorsionan la escena hasta convertirla en un borrón brillante.
Abanico el calor que me escuece en la cara. —Oh, no esperaba esto.
Rhodes sonríe, ese hoyuelo me guiña el ojo. Su mirada se fija únicamente
en la mía mientras avanzo a trompicones. —Esta chica entró en un bar y puso mi
vida patas arriba.
—¿Estás hablando de mí? —consigo decir.
—Como si alguien más pudiera encajar. Hemos sido sólo Payton y yo
durante años. Hemos decidido ampliar el clan. ¿Verdad, Abejorro? —Desliza su
mirada hacia ella durante un breve instante. El amor que brilla en esa mirada
hace que las primeras gotas se derramen por mis mejillas.
Ella asiente con un entusiasmo extra. —¡Sí!
278 Una vez que he llegado hasta él, apoya una de mis palmas sobre su corazón
palpitante. —Esto late por ti y por Gage también.
Me tiembla el labio inferior mientras miro de él a su hija. —Yo siento lo
mismo.
Payton y Gage chillan, a punto de estallar, pero Rhodes presiona un dedo
sobre su boca. —Denme un minuto más. Entonces podrán robar el protagonismo.
Respiran profundamente para aguantar. Los dobles pulgares hacia arriba
son una seguridad añadida.
Rhodes abre la pequeña caja que descansa en su palma. Casi me desmayo
por el brillo. En el terciopelo azul hay un enorme solitario canario. Saca el
diamante amarillo de su cojín. —Para mí Luciérnaga. Para ahuyentar siempre las
sombras.
El nudo en mi garganta duplica su tamaño. —Es impresionante.
—Igual que la mujer que lo llevará. —Agarra mi mano izquierda con la
suya—. Hazme el honor de convertirte en mi esposa. Acepta hacerme el hombre
más feliz de esta vida y de la siguiente. Pasa tus días excitándome para que
podamos mantener el calor toda la noche. Mi mano por la tuya.
—El mejor intercambio hasta ahora —murmuro.
Hay un brillo en los ojos de Rhodes cuando me mira. —¿Quieres casarte
conmigo, Rylee Creed?
Mi cabeza se balancea demasiado rápido, haciendo que caigan más
lágrimas. —Sí, por supuesto. Sí, sí.
Desliza el anillo en mi dedo, rozando un suave beso en mi nudillo. —Te
amo.
Cambia a: Con cero gracia, mis rodillas se encuentran con el suelo. Lo
tengo acurrucado contra mí en el siguiente suspiro. —Yo también te amo. Mucho.
Una voz aguda interrumpe desde mi lado. —¿Es nuestro turno?
Rhodes mira a mi hijo, con una sonrisa acuosa cubriendo sus labios. —Sí,
amigo. Adelante.
—¡Ella dijo que sí! —grita Gage—. ¿Significa que eres mi papá?
Su garganta trabaja con un trago grueso. —Si quieres que lo sea.
Payton salta hacia mí, deteniéndose justo antes de que se produzca una
colisión. —¿Y tú serás mi mamá?
—Si me aceptas —le digo.
279 Me rodea con sus brazos. —¡Sí! Eres la mejor, y ya te quiero. Gracias por
hacernos súper felices.
—Te quiero, cariño. —Mis ojos se cierran contra la nueva ola de calor.
Gage me la roba del abrazo. Intercambian un choque de manos con un
triple giro al final. Payton le sonríe. —Vas a ser mi hermano, de verdad.
—Y tú serás mi hermana —proclama victorioso.
Payton me mira. —Voy a tener una mamá.
—La mejor familia de la historia —susurra Gage.
—No podría estar más de acuerdo, amigo. —Rhodes le revuelve el pelo.
Luego se pone de pie, ayudándome a levantarme también.
—¿Dónde están las burbujas? Estamos de celebración. —Extiendo el
brazo, la luz se refleja en el brillo.
—Tengo algo mejor. —Mi prometido, que se ha puesto a chillar, saca una
botella muy familiar de lo que parece ser el aire.
Mi atención está demasiado concentrada en la etiqueta como para
cuestionar sus esfuerzos de almacenamiento. —¿Es eso...?
A continuación, Rhodes saca dos vasos y se pone a servir. —¿El brebaje
de Trevor? Sí.
Hemos compartido una botella una o dos veces, pero es un bien preciado
con existencias muy limitadas. La idea es casi aleccionadora. —Nuestro
suministro está casi agotado, ¿eh?
Hace una pausa en su tarea para mirarme. —En realidad iba a hablar
contigo sobre eso.
Los nervios me hacen cosquillas en el estómago. —¿Oh?
—¿Qué posibilidades hay de que quieras añadir un componente
cervecero al bar? Podríamos construirlo en la parte de atrás. No creo que el
equipo requiera mucho espacio.
—¿Una cervecería y un bar? Estaremos ocupados. —Me encuentro
balanceándome hacia él.
—Sobre todo si va a haber un bebé. —Su aliento pasa como un fantasma
por mi frente antes de concederme un beso que hace que me sonroje la mejilla.
—No voy a cambiar pañales de caca —interviene Payton.
Mi diversión se desliza hacia ella. —¿No?
Se tapa la nariz. —No, no. No. Demasiado apestoso.
I
nclino la botella hasta que sale un fino chorro de cerveza pálida. Las
burbujas se desprenden y hacen espuma en el suelo, lo que demuestra
que al menos nuestros métodos de carbonatación no son un fracaso
total. —¿Qué tal?
No hay respuesta, por supuesto. No es que esperara algo diferente. Esta
281 no es mi primera cata de cerveza en la tumba de Trevor. No hay posibilidad de
que sea la última, mientras pueda controlarla. La brisa que arrastra las hojas por
el cementerio parece estar de acuerdo.
Esa ráfaga es un respiro en el que inclino la cara. El verano ha llegado,
trayendo la humedad para obstruir el aire. Pero el calor es sólo un aspecto de mi
estación favorita. La vegetación se extiende a lo largo y ancho. La vista me
recuerda el crecimiento y los nuevos comienzos. Parece apropiado, teniendo en
cuenta lo que estoy bebiendo.
Tras hacer girar la botella en la palma de la mano, me doy un sorbo. Unas
arcadas rechazan inmediatamente el bocado. Maloliente. Amargo. Carbonizado.
La combinación de sabores es horriblemente desagradable. Aprieto un puño
contra mi boca para atrapar el líquido. Es una gran hazaña tragarlo.
Rylee se encoge de hombros desde su lugar en la parcela. —Quemé el
otro lote de mosto. Esto debería estar bien.
Todavía estoy tratando de atragantarme con el trago. —Es una mezcla
única, Luciérnaga. Bastante... vigorizante. La elaboración de cerveza debe ser
cosa de familia.
—Es que no quieres verme llorar otra vez. —Se muerde el labio inferior,
probablemente intentando evitar un chaparrón emocional.
—¿Alguna vez lo hago? Esas lágrimas me rompen. —Me agarro una palma
de la mano en el pecho.
—Malditas hormonas —murmura.
Asiento con la cabeza. —Estás en un estado frágil.
—No gracias a ti y a tu esperma mágico.
—¿Qué es el esperma? —Payton aparece junto a Rylee, como si hubiera
estado allí todo el tiempo.
—Dulces salamandras. ¿De dónde salieron? —Mi mujer jadea y abre los
ojos ante nuestro entrometido fisgón.
—Eh, por ahí. —Ella agita un brazo en la dirección general hacia atrás.
Su compañero de delitos entrometidos sigue corriendo alrededor de un
árbol sin importarle nuestra conversación. La pareja está más empeñada en jugar
a las interferencias que nunca. Pero sus constantes travesuras no se ganan mis
quejas.
Las cosas parecen bonitas y de color de rosa desde mi punto de vista. El
sol brilla y estoy rodeado de mis seres queridos. Una sonrisa se dibuja en mis
283 oh! Entonces, ¿el esperma ayuda a difundir el amor entre una mamá y un papá
cuando están listos para compartir?
Rylee agacha la barbilla para ocultar una sonrisa creciente. —De acuerdo,
puedo ver los errores en mi explicación.
—Vamos a tener problemas con la cuadrilla —refunfuño. Hay un grupo
particular de señoras que no aprecian lo abiertos y honestos que somos con
nuestros hijos.
Mi mujer se palpa la frente con un gemido. —Oh, mierda. No me han
perdonado que te arrebatara del mercado.
—Esta es una discusión que se queda en la familia, ¿de acuerdo? No
repitan nada a sus amigos. —Señalo de Payton a Gage.
—No lo haremos —dicen al unísono.
—Hablando de una bandera roja —murmura Rylee.
—Quiero decir, ¿qué es lo peor que puede pasar?
Ella levanta un dedo. —Nunca deberías preguntar eso. Así es como me
metí en este... lío.
Gage estudia a su madre dando vueltas a su barriga. —Espera. Creía que
eso era del esperma. ¿Los pepinillos también hacen bebés?
Payton se congela. —Nunca voy a comer un pepinillo de nuevo.
—Buena decisión —alabo—. Sólo mantente alejada de los chicos hasta que
tengas treinta años.
Mira a su hermano. —Eso es un poco difícil cuando vivo con uno.
—Gage no cuenta. Él va a protegerte de todos los demás.
Rylee suspira, una sonrisa melancólica ilumina sus rasgos. —Los hermanos
mayores son buenos en eso.
—No es justo. Quiero ser mayor. Mi cumpleaños es un mes después del
suyo —se queja Payton.
Gage hincha el pecho. —Yo te cuidaré, Abejorro. Igual que papá.
Mi hija lo considera y termina encogiéndose de hombros. —Lo que sea.
—¿Terminamos de agitar las chapas? Quiero seguir corriendo. —Rebota
sobre sus pies.
—Eres adorable —le dice su madre—. Ve a divertirte. Nos iremos pronto.
—De acuerdo. —Gage trota hacia la tumba de Trevor y rodea con sus
flacos brazos la lápida—. Te echo de menos, tío. Adiós por ahora.
Payton se une a él, dejando caer un beso sobre la fría losa. —Tootles, Trev.
284 Mi corazón se aprieta mientras la pareja se lanza a reanudar su
persecución alrededor del árbol. —Eso fue especial. Tenemos unos niños
estupendos.
—Lo mejor. —La humedad brilla en los ojos de Rylee cuando la miro. Ella
se limpia las lágrimas antes de que puedan caer—. Ahora cambia de tema antes
de que berree.
Es entonces cuando me doy cuenta de que el sabor rancio de la cerveza
sigue pegado a mi lengua. Paso una mirada a la mancha húmeda en la hierba. —
Disculpa el último trago, hombre. Deja que te lo compense.
—¿Pensaste que no era malo? —Me clava una mirada cómplice que exige
una confesión.
—Un gusto adquirido —contesto.
Rylee cruza los brazos, dejando a la vista su generoso escote. Esos
flexibles montículos han crecido a puñados desde que le metí dos bollos en el
horno. —No lo sabría desde que me dejaste embarazada en el momento en que
dejé de tomar la píldora.
Un estruendo complacido sale de mí. —Sí, lo hice.
—Con gemelos.
—Doblemente divertido —razono.
—En nuestra noche de bodas.
—Había que dar la bienvenida al nuevo año con una explosión. Es la
tradición.
Ella frunce una ceja. —Oh, ¿es ahora?
—Sí, lo será a partir de ahora.
—Insaciable. —Sin embargo, sus labios me muestran una sonrisa tímida.
—¿Te has visto?
Rylee se frota el vientre hinchado. —Soy difícil de perder.
La excitación se dispara en mi torrente sanguíneo. Si fuera por mí, estaría
embarazada sin parar. He establecido una especie de perversión reproductiva
desde que esta mujer entró con su buen culo en nuestro bar. Entonces recuerdo
dónde estamos.
—Lo siento, hermano. Tu hermana es demasiado sexy. —Hago una mueca
y acaricio la hierba. Después de rebuscar en la nevera junto a mis pies, saco una
lata de Coors Light de confianza—. Esto debería igualar el marcador.
—Me encanta que lo llames así. —Ella se derrite en su silla con una
285 exhalación.
—Salud por eso. —Echo un trago a la tierra, alzo la lata al cielo y doy un
sorbo a la mía.
Rylee refleja mis movimientos. —Este refresco de crema es sabroso.
—De nada. —Eso es mucho más fácil de hacer que la cerveza.
—No te obligué a beber la bazofia. —Arruga la nariz ante nuestro último
intento fallido.
—Uno de estos días, lo haremos bien.
—No lo sé, cariño. —Su mirada pasa por encima de nuestros hijos hasta el
bulto que sobresale de su abdomen, y luego se posa en mí—. Lo estamos
haciendo bastante bien.
—No se puede pedir más, Luciérnaga. Me has dado el sueño.
—Ha pasado casi un año. —Su tono lleva una nota sombría, aunque está
sonriendo.
—Mira lo lejos que hemos llegado. No está tan mal, ¿eh?
—Diría que nos estamos expandiendo en consecuencia, y no sólo mi
cintura.
Se me hace un nudo en la garganta cuando afloran los recuerdos, sobre
todo de cuando empezó este viaje. —El negocio está mejor que nunca, hombre.
Estamos haciendo lo correcto por ti y tus deseos. Creo que estarías orgulloso de
nosotros.
—Gracias, hermano. Por todo. —Rylee se lleva tres dedos a los labios y
envía un beso directo al cielo—. No estaríamos juntos si no fuera por ti.
Fin
Ese es el final... más o menos. Si quieres leer más de Rhodes y Rylee (junto
con Payton y Gage), he preparado unas cuantas escenas extra que puedes leer
gratis. Hazte con ellas aquí.
286
Acerca de la Autora