Experimento
Experimento
Experimento
Me acerqué a ella, entonces le vi mejor. Traía labial rojo y era de piel morena, marcada su
ascendencia prehispánica, sus dos amigas son similares. La chica parecía posser por lo que decidí
hacerle una pequeña prueba: tres preguntas, tres strikes. La vida no hay que perderla si es que de
por sí seguimos caminando a la perdición y desesperación, o para decirlo de forma normal, porque
estamos muriendo a cada segundo que pasa. Por ello no hay que dejar que pasen demasiados sin
sentir, aunque sea odio, tristeza… nada importa sino sentir. Por ello le dejé solo tres preguntas. 1.-
¿Cómo te llamas? “dime la condenada” me dijo y pensé Strike uno. ¿Qué tomas? “sangre, pero
esta noche quiero una cerveza”. Strike dos. Solo por no dejar hice la tercer pregunta ¿cojes? “Solo
si se te para” me dijo. Me volteó a ver y yo la vi. Nos empezamos a morir de la risa, pedí dos
cervezas y nos fuimos a una mesa, sus amigas nos acompañaron.
Conforme avanzaba la noche me enteré que una era historiadora, otra química y la tercera, mi
condenada estaba estudiando la carrera en comunicación. Conforme avanzó la noche llegaron dos
amigos que esperaba, los dos eran Godínez de día, pero de noche se montaban en sus choppers.
Llegaron y se pidieron dos cervezas más, no les sorprendió la compañía, conmigo nada les
sorprende. Tal vez sea que ellos no han hecho nada de su vida más que vivir lo que les han pedido,
por eso se juntan conmigo, y a mí me da igual mientras no me dejen embaucado con la cuenta y a
veces me la disparen. Como hoy, les conviene, ya que les conseguí que no durmieran solos otra
noche más, como toda la ciudad que les rodea. Cuando se sentaron a la mesa fui a orinar y al
regresar, antes de ir a la mesa salí a fumar un cigarro. No me dí cuenta que detrás de mí llegó
Laura, la condenada al final del día sí tenía un nombre decente. Me pidió un cigarro y fumamos
juntos. Hablamos. Decidimos cómo sería todo, cómo aquella noche terminaría pero llegarían otras,
tal vez con ella o tal vez no, tal vez en la misma ciudad o tal vez no, tal vez vivos…
Por ahora entramos al bar, no sin antes advertirme que sus amigas ya se irían y ella las
acompañaría, pero que no traían para el taxi. Les presté el dinero que me dieron mis Godínez y se
las llevó, al poco tiempo se fueron mis chicos y me quedé solo de nuevo en el bar. Así que yo
también me fui a mi departamento, departamento lleno de periódicos tirados y esqueletos de lo
que en algún momento fueron latas de cervezas. Me tiré en la cama, junto a la Ibañez y junto a la
libreta que desde hace una semana no escribo en ella. Me quité los jeans y las botas negras, me
quité el sombrero y encendí el último cigarro de la noche. Entonces sonó la puerta. Sin la novedad
de la hora me levanté abrir. Total, la atención seguía fija en aquella figura, en el esqueleto
cubierto de piel cubierta de cuero negro, en unos labios rojos que esa noche terminaron pintando
mis sábanas. Abrí y me dijo “Desde que entré en el bar tenías un aura que dividía el lugar… era de
un color azul neón”.
Sonreímos. Entro al departamento y me dijo que esa noche la pasaríamos juntos. Pero no habría
sexo.
Cuando despertamos vi su rostro traído desde tiempos inmateriales, tal vez anterior al big bang.
Su rostro arquetípico prestado desde los orígenes de los tiempos, si Dios existió tenía qué tener un
rostro como el suyo. Pero la noche anterior no me parecía hermosa y, seguramente, de haber
tenido sexo ahora no me parecería hermosa. Me levanté sin despertarla y salí del departamento.
Me fui a vagar todo el día para que a la hora que llegara ella ya se hubiera ido. Tomé mi chaqueta,
me puse los mismos jeans y salí de casa. Fui a comer a una fonda cerca de mi casa. De ahí me
largué por otra cerveza a casa de un amigo, de aquellos que nunca fallan cuando se les requiere.
Regresé a mi piso por las nueve de la noche esperando se hubiera ido. Cuando llegué había una
nota: “No te preocupes, no volveré hasta el viernes, te arreglé la casa.” Primero sonreí, al abrir la
puerta un frío me recorrió la espalda y cerró la puerta. Estaba todo escombrado, sin mensajes de
odio en el único espejo de la casa ni las paredes, con una taza de café servida en la mesa. Es
verdad. Volvería.
Aún esperé que fuera una broma, una de la que se hubiera preocupado demasiado en hacerla. Así
pasé el martes y miércoles pensando que no vendría, que sería una broma. El jueves comencé a
preocuparme y a fallar en los ensayos. El viernes comencé a escribir una canción enferma sobre
los encuentros malditos y una bruja que devora almas de culpables. Esa semana no toqué en
ningún lugar y me quedé en casa. A las dos de la mañana tocaron a la puerta. Esta vez sabía que
era ella. Abrí la puerta y me dijo “si quieres hoy cogemos y te olvidas de mí.” Entró cerré la puerta
y nos desnudamos.
Al otro día sabía que no habíamos tenido sexo, y que el culpable fui yo. Y vi que ella no estaba y
había otra nota. Decía “Adiós”.