Prólogo, El Vendedor de Emociones

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EL VENDEDOR DE EMOCIONES

Autor: El muerto andante

A las veredas de las calles parece no llegar la luz, las calles se encuentran
oscuras, mucho más oscuras de lo que podría recordar de las noches
pasadas en la que nuestro astro azul estaba en su fase de plenilunio en su
máximo esplendor. En el paso con el vehículo lo único que puedo apreciar
es el movimiento de las luces de tránsito, no se puede apreciar a ningún
peatón o algún borracho que estuviese por ahí circulando a estas altas
horas de la noche, apenas lo que se puede apreciar es el sonido del
alumbrado público en mal funcionamiento y las pequeñas pisadas de lo
que podría ser un roedor o algún felino merodeando por la luz de la luna.
Me baje del vehículo para comprar en un almacén que se encontraba en
una esquina, parecía ser la única luz en toda la ciudad. Termine de ser
atendido y procedí a sacar de mi bolsillo mi encendedor, mientras que en
el otro sacaba un paquete de cigarrillos. Prendí el cigarro y me apoye
lentamente en la pared de ladrillos que se encontraba aproximadamente
a cuatro metros del almacén.

Disfrutando del vicio, mire a la luna detenidamente que estaba siendo


cubierta por las nubes translucidas. Revise la hora y ya era hora de que
volviese a casa antes de que alguien piense que sea un vago ebrio
deambulando las calles sin ningún motivo; tire el cigarrillo al piso y camine
hacia la derecha, lo pise apagando su fuego.
Escuchando mis propios pasos, me dirigí a mi auto que deje aparcado en la
esquina opuesta al almacén, hasta que vi una silueta a un extremo de la
esquina. Empiezo a escuchar un canto en ingles con un tono que parecía
ser un coro de una sola persona, me acerco detenidamente a la melodía,
atravesando con cuidado al otro extremo de la esquina y empiezo a
observar a la persona dueña de ese canto. Se revela a un hombre
cantando con felicidad con un movimiento corporal como si estuviera
intentando bailar, su don era el canto, no el baile.
De atrevido le pregunté:

-¿Por qué tanta alegría?-


-¡Me paso algo magnifico!- comentó el hombre. Seguido de eso comenzó
a cantar de nuevo “que lindo que es el amanecer, lalarara” era algo así.
Le pregunté si me sabría decir cuál era exactamente la razón por la que
estaba tan alegre, su cara se puso seria de repente, como si hubiera
tenido una pésima jornada laboral, se acercó a mí y me dijo:

-Le di todo mi dinero a un hombre bizarro, me dio la felicidad es


¡excelente! Cuando menos te lo esperes, él va a estar ahí, con su
sombrero de copa y su peculiar forma de hablar.

Le agradecí por la información, pero no estaba seguro de que no


estuviese consumiendo alguna sustancia rara o algún tipo de droga, así
que di unos pasos hacia mi auto y me metí adentro. Pisé el acelerador con
el pie derecho y empecé a conducir. Mire por el retrovisor y estaba el
hombre, con una gran sonrisa, saludándome como si fuéramos grandes
amigos, qué persona rara.
Después de tanto viaje, llegué a mi casa, me estacioné, salí del auto, me
dirigí a la puerta de mi casa y entré para al fin poder descansar. Por alguna
razón toda la casa se sentía diferente, como si algo había cambiado
mientras yo no estaba allí, culpé al sueño y me acosté en mi cama. A la
mañana siguiente, me desperté como si no hubiera descansado nada,
como si ni siquiera me hubiera dormido, pero eran las nueve de la mañana
y ya era hora de irme a trabajar.
Apagué el despertador, me lave los dientes, me puse el traje, me prepare
una taza de café y fui a verificar si tenía correo. Cuando revise en la
puerta, tenía dos sobres, uno era negro y el otro era blanco. El blanco era
una boleta de la luz, pero el negro ni siquiera parecía tener procedencia,
solo al frente de la carta tenía un texto que decía “amigo”. Fui directo a
una mesa y abrí el sobre negro, adentro había una nota que decía lo
siguiente:
“Un lugar donde no me puedes ver, ni escuchar, encuéntrame y conocerás
la felicidad”

Apenas leí felicidad y la asocié con aquel hombre con el que me topé
anoche, ¿alguien busca estafarme? y si es así, ¿Por qué? No soy una
persona adinerada ni mucho menos clase alta, sea quien sea, me voy a
tomar el tiempo de averiguar que desea la persona que mando la carta.
Subí al coche, fui al trabajo, mi jefe me dio las tareas del día, las hice, todo
normal hasta el momento. Termine lo más antes posible, lo suficiente
como para que me dé tiempo en el descanso para pensar acerca de
aquella carta negra.
No llegué a ninguna conclusión, me tomé por vencido y ya estaba
amaneciendo, frustrado me dirigí al mismo almacén que voy a diario a
comprar otro paquete de cigarros. Intenté preguntar a la gente que
circulaba por las calles, hasta que me encuentre con el mismo tipo que
estaba cantando de alegría en esa noche pasada, parecía haber tenido un
mal día, o como si su esposa le hubiera pedido divorcio. Parecía haber
cambiado drásticamente de un día a otro, sin dudarlo, le pregunté acerca
de su mal estado, si le podría ofrecer un cigarro para saciar su estrés, no
parecía querer hablar con nadie, pero me aceptó el cigarrillo y se fue.
Se dirigió a un bar que estaba ubicado a dos cuadras, lo seguí con mi auto
sin que me viese, logra entrar en la taberna, incluso desde afuera se
escuchan unos gritos, me bajo del auto y decido entrar.

-¡VIVA EL VENDEDOR!- gritaban fuertemente mientras chocaban sus vasos


de vidrio un grupo de cinco borrachos.
Entre a la taberna por curiosidad, me senté en una silla de las que están
al frente de la barra y le pedí al dueño de la taberna que me sirviese un
poco de licor. Mientras daba pequeños sorbos, daba vistazos a lo que
murmuraban los ebrios, lo único de lo que hablaban era de sus anécdotas
de como conocieron a ese tal “vendedor” pero por alguna razón parecían
retenerse y no hablar al respecto de quien es o que les hizo, estaban muy
borrachos como para decirlo.
Ya era de noche, por lo que decidí ir y prender el último cigarro del día,
me dirigí a la salida del local, apoye mis espaldas en la pared de la misma
entrada de la taberna a presenciar como los hombres se ponían hasta a
cantar acerca del vendedor que tanto exclamaban. Eso me dio la
sensación de que tal vez el vendedor no exista y todos esos hombres de la
taberna estuviesen tan borrachos como el hombre de ayer.

Me puse a pensar en todo lo ocurrido estos últimos días y había llegado a


la conclusión de que esto solo fue una pérdida de energías hasta que, de
repente, se escucha un sonido en aquel callejón al lado de la taberna.

Una carcajada macabra sobresalía del callejón, una risa que haría correr a
cualquiera. Sin preocuparme seguí fumando, hasta que escuchó unos
pasos provenientes del callejón que parecen acercarse, me moví unos
metros acercándome un poco a la entrada del local por las dudas de que
Sea algún desquiciado que podría causarme daños. Hasta que se revela de
a poco una silueta de un hombre, logra salir del callejón y me mira
detenidamente; era un hombre vestido como si los comics de vendedores
ilegales se tratasen, no se le veía ni un centímetro del rostro y tenía una
corbata con colores muy llamativos como si fuese la de un payaso de
circo.

Alza su voz y empieza a hablarme:

-Todos tenemos días malos, todos tenemos días buenos, pero podemos
cambiar los días malos y podemos hacerlos buenos, el dinero puede
comprar la felicidad- exclamó el hombre con una gran pelicular forma de
hablar.
Busco con su mano derecha en uno de sus bolsillos, saco una tarjeta y me
la entrego. Me detuve a leerla pero no podía apreciar con exactitud por la
oscuridad de la calle, además, que no hay muchas luces que funcionasen
como deberían de funcionar en esta ciudad. Levanté la cabeza y el hombre
con extraña apariencia ya estaba a 15 metros de mi ubicación, parecía no
emitir sombra.

Entré al bar para poder apreciar con más luminosidad lo que podría
contener la tarjeta, pero todo parecía estar abandonado, los ebrios ya no
estaban, las luces apagadas, todo estaba en mal estado como si estuviera
abandonado desde hace 20 años. No había otra forma de leer la tarjeta,
regrese a buscar mi auto, pero ni siquiera
Estaba ahí, tuve que ir caminando hacia mi casa y reportar el robo a la
policía, aunque probablemente me tomarían de loco.
Llegando a las altas horas de la noche a mi hogar, decidí faltar al trabajo;
No había dormido desde la noche pasada, estaba exhausto verificare la
tarjeta en la mañana.
No me desperté hace mucho, son las 2 pm, en mis días libres no soy
madrugador ya que suelo aprovechar mis sueños, un lugar seguro donde
puedo escapar de un mundo Retorcido llamado sociedad. No me voy a
meter en la política. Me fui a preparar una taza de té, acompañándolas
con unas tostadas, dando un lento y profundo sorbo; fui a ver si tenía
mensajes en el buzón de voz, un mensaje de Jerry, ¿de qué va ahora? -
Apretó el botón de reproducir-:

-¿Por qué no has venido al trabajo? No puedes seguir faltando de esta


manera ¡te van a despedir! Llámame cuando estés libre- nota de voz
terminada.
Ni como si hubiera faltado tanto, me da igual, agarre mi abrigo que
estaba colgado en un perchero y salí de mi casa. Camino siempre con las
manos en los bolsillos, es una costumbre que se me grabó desde chico,
pero esta vez se sentía diferente, un pedazo de cartón en mi bolsillo
izquierdo, ¿qué es esto? Me quede sorprendido de que me había olvidado
totalmente de la tarjeta que me había dado aquel hombre, regrese a las
corridas a mi casa, puse la llave con precisión y abrí la puerta con rapidez.
Me dirigí a mi sofá que estaba al lado de mis estantes con libros, y miré la
tarjeta con atención, una tarjeta de color cartón y un número de teléfono.
No tenía nada más escrito, solo aquel número que ni siquiera me puse a
pensar en qué pasaría si lo llamase en este momento, no aguante las
ganas de dejar este tema del hombre y las cosas raras que me vienen
pasando y llame al número sin dudarlo.
Marque cada uno de los números escritos en la tarjeta y apreté el botón
de llamar, repentinamente se escucha un timbre de un teléfono antiguo
dentro de la casa.

-Pero qué…- dije sorprendido. Mientras que el número al que estaba


marcando se encontraba dentro de mi propia casa.
Empecé a buscar de dónde provenía el irritante sonido, hasta que
descubro que proviene del baño. Caminando lentamente por el largo
pasillo oscuro que me llevaba al baño, mientras que se escucha ese timbre
que me empezó a dar vueltas dentro de mí cabeza, me voy acercando más
y más. Entrando al baño veo un teléfono justo arriba de una silla, aprieto
el teléfono que estaba sonando, rechazando la llamada de mi propio
teléfono que estaba sosteniendo con la otra mano.

Hubo un silencio incomodo hasta que ciento en mi cuello la palma de una


mano cerrándose alrededor de él, se escucha una voz:

-Me llamaste- la voz de un hombre se alzó en la oscuridad.

-Date la vuelta, muchacho- exclamó el hombre, con la piel de gallina, me


di la vuelta lentamente, hasta que vi al mismo hombre que había salido de
aquel callejón esa noche.

-¡Hoy te vengo a ofrecer la oferta de tu vida! Dijo el hombre con un gesto


alegría.

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