Cuentos Por El Bicentenario Final - 09set PDF

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Cuentos para el

Bicentenario

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Presentación

En mayo de 2021, invitamos a los estudiantes de la Universidad del Pacífico a participar del XX
CONCURSO BIENAL NACIONAL DE CUENTO “Germán Patrón Candela”, organizado por el
Centro de Promoción Cultural Trujillo y su municipalidad provincial.

Pese al contexto de la pandemia y el inquietante escenario político nacional, un grupo de nues-


tros estudiantes respondió a la convocatoria y participó con sus propuestas narrativas, las cuales
– de acuerdo a las bases – debían basarse en la realidad sociocultural del Perú, incidiendo en la
región de procedencia del participante.

Con esta publicación virtual, reconocemos la participación de nuestros estudiantes, su creativi-


dad y talento para la narración literaria.

A los lectores, a quienes llegue esta publicación, disfruten de esta selección de “Cuentos para el
bicentenario”.

Magaly Rubina Espinosa

Directora de Formación Extraacadémica

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Índice
El disfraz, por Miryan Caballero......................................................4
[Administración]
En las sombras, por Meel Alvarado..................................................8
[Ingeniería Empresarial]
El viaje de una soñadora, por Leyla Cruzado...................................11
[Economía]
El árbol de mandarinas, por Gabriel Amable..................................14
[Derecho]
El límite, por Sofía Pardavé..............................................................18
[Ingeniería Empresarial]
El vuelo del Huacho, por Andrea López............................................23
[Ingeniería Empresarial]
En busca de paz, por Leonardo López...............................................27
[Administración]
Inti Challwa y la promesa con la madre
naturaleza, por Besly Muñoz . ..........................................................30
[Derecho]
Plumitas de amor, por Jhazmin Mori...............................................34
[Economía]
La barbería, por Rodrigo Merino.......................................................39
[Finanzas]
Las lápidas de la calle, por Cristopher Aguilar...............................42
[Administración]
Lo innato, por Marcelo Meléndez......................................................47
[Administración]
Los frutos de mi viejo, por Fernando Acosta.....................................50
[Economía]
Malambo, por Pamela Bravo.............................................................55
[Negocios Internacionales]
Sueños pintados, por Juan Diego Saldaña.......................................60
[Ingeniería Empresarial]

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El disfraz frío y la neblina tan densa de la mañana me hicieron olvidar
los problemas y ahora, viendo el disfraz, mis manos y pies tiem-
blan en rechazo. Se siente robado, este disfraz no es para mí.
Tras una ducha la sensación no desaparece, nada lo hace sen-
por Miryan Caballero tir cómodo o agradable. Mamá, mientras tanto, me ojea desde
el marco de la puerta aproximándose lo suficiente para ver. Al
chocar miradas, sus ojos se revuelcan en desaprobación y cami-
Seis de la mañana. Un algodón con forma de nube es lo que na buscando a papá.
me da los buenos días al levantar las cortinas de mi habitación.
—¡Qué ridícula te ves! —refunfuña—. ¿Por qué tiene que
Papá dice que es al revés: “Son las nubes las que parecen al- usar semejante tontería? ¡Parece una chola del mercado!
godones cariño”. Yo digo que no. A mamá le da bastante igual.
Papá no responde y mamá lo busca para hablar.
El ruido de los vecinos recorriendo el pasadizo, apurados por
no llegar tarde un lunes a las seis de la mañana, atraviesa la Camino hacia el umbral con algo de duda y al asomar mi
puerta principal y llena de vida el edificio. Lo hace sentir cabeza, papá nota que estoy ahí. Aparta la mirada de mamá y
vivo. Papá pasa frente a la puerta de mi habitación me hace un gesto con la mano. Me llama: —¡Ven!
y toca, sin detenerse, camino a la cocina en Vamos.
busca de una taza de café. Me lanza un beso
Le muestro mi cabello con la mano y toma
distraído y continúa su camino con cierta ale-
mi mochila del asa.
gría. Mamá lanza un gemido siniestro desde
su habitación. —Se hace tarde —insiste. Me acompañará a
esperar la movilidad.
—Con leche, ¿verdad amor? —grita papá,
preguntando. De salida, noto la mirada de mamá en su es-
—¡Sí! La de soja —responde mamá, rezon- palda. Papá la ha ignorado y ha salido. Al cerrar
gando. respira profundo y habla.

Es hora de levantarse. —Tranquila, cariño. Te ves bien —dice con


Extendido, sobre la mesa de mi escritorio, una sonrisa—. Yo haré tus trenzas mientras es-
está el disfraz de hija del inca. El acogedor peramos. ¿Ok?

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Mamá no es la única que piensa así. En el colegio, algunos —No me refiero a eso.
compañeros se han pasado la voz y no dejan de molestar a Ro-
Sentí las manos de papá detenerse, preparándose para con-
sario. Incluso el profesor Giovanni, de teatro, no quiere dejarla
testar algo que no quería afrontar. Respira profundo y, tras to-
en paz. Ha prohibido a Rosario actuar en la obra y me ha dado
mar mi mano, me da vuelta con cuidado.
el papel que le correspondía. No tiene sentido, ella lo hizo mejor
que yo, pero todo lo que dijo fue: “No se acomoda al personaje y —No —dice—. Tu madre no siempre tiene cosas agradables
tampoco va con el escenario”. que decir. El disfraz y toda la obra que van a representar le dis-
gustan y no midió lo hiriente de sus palabras.

No lo entiendo. Cuando Rosario lo confrontó, el profesor la —Pero ¿Por qué? ¿Sólo porque vienen de la sierra?
acusó de grosera y violenta; amenazó con suspenderla y a cual-
—Sí.
quiera que dijera alguna palabra. Este disfraz le pertenece, pero
ya nadie más la ha defendido. Yo tampoco. —Pero eso no está bien ¿O sí?

—No, no está bien —dice papá, sosteniendo la mirada—. Ca-


Rosario llegó al colegio a inicios de este año. Su familia se riño, pensar que nacer en un lugar o tener cierta apariencia te
mudó desde un pueblo alejado de Jaén a Lima, luego de que su hace mejor o peor persona nunca estará bien. Es un error, y lo
papá triunfara como el “rey del café” el año pasado. Rosario dejó que tu madre dijo estuvo mal.
su vida y sus amigos allá y la mayoría no ha hecho nada por si —Pero —lo pienso y continúo. Me da miedo—. No sólo mamá
quiera intentar conocerle. Me cuesta imaginar lo que debe de piensa así.
estar pasando, debe ser difícil mudarse a una nueva región y
—No. No sólo es ni será mamá —papá respira—. Vas a co-
un nuevo colegio, especialmente en sexto grado, y llevarte todo
nocer a muchas personas en tu vida a quienes les es sencillo
esto. Incluso mamá renegó cuando se enteró de dónde venía Ro-
olvidar que Lima no es el Perú, que se les hace fácil mirar por
sario, muy diferente a papá.
encima del hombro a quienes no comparten esta realidad. Por
eso es importante que no te quedes callada. Habla, te prometo
—¿Hay algo malo con este disfraz? —pregunto—. ¿Tiene algo
que haré mi mejor esfuerzo por escuchar.
de malo?

Confío en papá. Le cuento todo lo ocurrido con Rosario y el


—No cariño —responde él sin dejar de atar la trenza con mi profesor Giovanni. Al poco tiempo estoy al borde de las lágri-
cabello—. El disfraz es nuevo, lo acabamos de comprar. mas. Comienzan a deslizar, una a una, por mis mejillas. Me

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avergüenza no haber hecho o dicho nada. Tuve miedo y aban- —Hola Rosario —la saludé, pero ella sólo apartó la mira-
doné a mi amiga. Papá seca mis lágrimas, me abraza y besa mi da—. Hola —repetí.
frente. Dice que no tiene nada de malo asustarse, que al final
Esta vez giró la mitad de su cuerpo, mostrándome su espalda.
hable y quizás aún se pueda hacer algo. Para cuando llega la
movilidad, estoy lista. Luego de subir, volteó y veo a papá des- —Rosario, lo siento. Dime algo, por favor. ¡Rosario! ¡Hábla-
pedirse desde la puerta. me, ya! —la tomé por el brazo y me quitó la mano.
—Hoy iré al colegio —entró temblando a la casa. —¡Vete! —me gritó con los ojos llenos de lágrimas.

—Puedo confiar en papá —repito, mientras el semáforo de- —Lo siento, por favor perdóname —dije nuevamente, casi al
mora la movilidad camino al colegio. borde de las lágrimas.

Mis piernas tiemblan, mientras unos niños de primaria, dis- —¡Vete, como hiciste ese día! —me dijo—. Déjame en paz. No
frazados de ovejas, pellizcan sus disfraces unos a otros, arran- eres mi amiga —respiró ahogadamente y continuó: —Te odio a
cando pedacitos de lana y algodón que luego se tiran entre sí en ti y a este lugar. Todos me han tratado mal desde que llegué.
una guerra inofensiva pero ruidosa, de aquellas que molestan a ¡Todos! Nadie quiere ser mi amigo y me miran como si fueran
los adultos. mejores que yo.

Mis piernas siguen temblando. Me gustaría estar así —Yo no te he mirado así.
de tranquila. —No y por eso pensé que podía confiar en ti ¡Y me haces esto!
—gritó, señalando el auditorio—. Era lo único que tenía, lo úni-
—Puedo confiar en papá —repito, y el semáforo cambia a
co que era igual aquí en Lima que en Jaén. Poder actuar valía
verde. La movilidad avanza por una larga calle adornada de
incluso tener que aguantar a ese estúpido profesor. Y pensé…
edificios y casas elegantes que llegan hasta el malecón.
pensé… que podría hacerlo, que podría salir a actuar y que, por
—Puedo confiar en papá —repito una vez más—. Pero quizás una vez, no me verían desde arriba. ¡No! Me verían desde el
esta vez papá no puede ayudarme. escenario. Verían que yo también valgo lo mismo que ellos, que
no soy una chola tonta, o ignorante, ni una estúpida ¡Y tú me lo
Al llegar al colegio encuentro a Rosario sentada fuera del
quitaste! ¡Vete! —se quebró.
auditorio, mirando sus zapatos. Tenía la camisa mal abotonada
y le sobresalía del jumper. Era una señal de protesta, no quiso Rosario lloraba como un bebé impotente, sin poder hacer
venir hoy y no puedo culparla. nada más que quejarse y pensar como todo había sido injus-

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to para ella desde que llegó. “Quizás, esta vez, papá no pue- accionando, y con una sonrisa incrédula dibujada en su rostro,
de ayudarme”, pensé. Rosario contemplaba la ridícula escena.

—Vamos —le dije. El profesor de teatro, con la camisa alborotada, la panza al


aire y su horrible peluquín en el suelo estaba de espaldas bajo
—¿A dónde?
una niña demasiado inmadura o loca por intentar algo así. Tenía
—Tú vas a subir al escenario. ¡Vamos! la boca y los ojos abiertos con incredulidad mientras que yo lo
—¿Qué? sujetaba y gritaba: —¡Vete! Sube al escenario y no podrá bajarte.

—Cállate y vamos. ¡Corre que nos toca después de los de Rosario retrocedió lenta y torpemente, aún incrédula por lo
quinto! —Rosario tomó mi mano y corrimos hacia los vestidores. que estaba ocurriendo.

—¡Toma! —le dije, acercándole el disfraz. Me había costado —Rosario, ¡vete! —sentí la sacudida debajo de mí. El profe-
quince minutos acomodarle el cabello y su maquillaje; ya no te- sor intentando levantarse hizo reaccionar a Rosario, que fijó sus
nemos más tiempo que perder. ojos en mí.

Rosario tiembla de pies a cabeza y sonríe. Sus manos apenas —Rosario, ¡Ya, vete!
pueden sujetar el disfraz que le alcanzo, a la vez temerosa y —¡Voy, voy! —dijo apurada, dando la vuelta y corriendo al
emocionada por lo que estaba por suceder. Mientras se termina escenario.
de vestir suena la llamada a escena y el profesor Giovanni entra
Lo último que recuerdo de aquella mañana fue escuchar la
corriendo con mi nombre en su boca. Sus manos vuelan a su ros-
risa de Rosario con una mezcla de inocencia y travesura que
tro en cuanto ve a Rosario y sujetando el desagradable peluquín
nunca le había escuchado.
que cubría su calva deja asomar, por un instante, lo peor de su
persona. Con un alarido se precipita contra Rosario.

—Chola asquerosa, ya me tienes harto. ¡Haré que te expulsen!

—Ni siquiera lo pienso. Subo a la silla que tengo al frente y


me lanzo. Definitivamente papá no podrá ayudarme esta vez.

Rosario retrocedió unos pasos. Abrió sus grandes ojos inten-


tando comprender cómo una niña de menos de doce años aca-
baba de lanzarse sobre su profesor de teatro. Poco a poco, re-

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En las sombras reunión especial. En esta oportunidad estaba más que claro que
el abuelo sería el estelar de la noche, pues no todos los años con-
taban con su presencia en la mesa de Navidad. Él, tan a su esti-
lo, agradeció la cordial bienvenida que le brindaron tan pronto
por Meel Alvarado llegó, pues más de uno sabía que viajar desde la capital era tan
agotador como nostálgico. Levantó su copa, demostrando con un
guiño que aún guardaba palabras y fuerzas para brindar por un
—Nada como la brisa fresca por las mañanas, nada como vol- año más en nombre de toda la familia.
ver al lugar que te vio nacer —suspiró él.
Luego se dispuso a lo que él llamaba “el deber”, que no era
Sonaron las campanas de la estación y todos se dispusieron más que el intercambio de conocimiento bajo una connotación
a descender del bus, menos él, quien volvía después de varias y de deber moral de los mayores para los nuevos y no tan nue-
largas primaveras a su ciudad natal ubicada en una provincia a vos en la familia. Comenzó lanzando una fuerte pregunta a las
cuatro horas al norte de Lima. toscas maderas de la mesa: —¿Cómo se llama la región donde
estamos y vivimos?
Los ojos de su hija se cristalizaron al tenerlo otra vez
en brazos, aún conservaba ese leve aroma a masa de Un silencio cubrió el lugar, como si un manto de nebli-
pan, como todo buen panadero retirado. Y mientras na se hubiera posado sobre las mentes de quienes se
ella le comentaba sobre el extenso transcurrir encontraban ahí y, además, les impedía dar respues-
del tiempo, él solo alcanzaba a sentir en sus me- ta a una pregunta tan sencilla. Sin que nadie lo anti-
jillas aquella brisa que de niño lo acompañó en cipara, la menor de los Bartolomé respondió: —Barranca.
tantas aventuras.
Como si fuese casi un cumplido, el abuelo
Su arribo no levantó sorpresas, pues ya esbozó una sonrisa.
todos los Bartolomé aguardaban su llegada.
—Región, no la provincia —enfatizó esta vez.
Nietos, sobrinos, primos e hijos; todos reuni-
dos para recibir al mayor galardonado, que des- —Norte chico —se escuchó en medio del murmu-
de hace más de sesenta años llevaba con orgullo el llo, para luego recibir una respuesta no más positiva
apellido familiar. que la anterior.

La cena continuó con normalidad para luego dar —Todos en esta mesa nacieron y crecieron en esta re-
paso a las ya anticipadas sobremesas, como en cada gión, por lo que recordar su nombre tendría que ser tan
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fácil como recordar la provincia. Pero no es así —suspiró el No olvidaré los largos sueños que se codeaban a tu nombre.
abuelo. No olvidaré cómo te robabas las miradas.
No olvidaré cómo te anhelaba, te soñaba, te miraba.
Un silencio, aún más prolongado, se extendió por toda la ha-
bitación. Hasta que finalmente, como quien rompe un cristal, el Pero hoy, que estoy en ti, me doy cuenta de los ciegos anhelos,
abuelo se pronunció. de los ilusos sueños,
de las sesgadas miradas;
—Lima —dijo con voz grave—, seguramente lo primero que
pues ahora que encaro mi realidad ante tus ojos, no eres la
se les vino a la mente al oír esta palabra fue la capital limeña,
vida que prometías, o al menos la que decías prometer, no
pues es la imagen imponente de un “gigante” que opaca al más
eres aquel cáliz de luz que brilla para todo túnel,
pequeño. Posiblemente, para sorpresa de más de uno, nosotros
no eres nada más que una falsa semilla fantasma plantada
pertenecemos a la región Lima, o a lo que pocas veces se lla-
en el alma de cada provinciano que cuenta los días al pisar
ma “Lima provincias”. Y no solo el nombre, sino también toda
tus tierras limeñas;
nuestra cosmovisión vive a la sombra de la conocida Ciudad de
pues serás la capital, pero no la respuesta a nuestras vidas.
los Reyes y capital del Perú. Resulta increíble cómo nos cuesta
pensar que somos de la misma región que aquella metrópoli tan
distante a nuestra realidad, que incluso pareciera que hemos
—Aún recuerdo cómo aquel sentimiento colectivo nos abrazaba
vivido a su sombra durante años.
a todos —comentó el abuelo—, era como la fuerza de mil motores
En menos de lo que se imaginaron, el abuelo comenzó a rela- de esos que ahora solo deterioran el planeta, era como el saludo
tar un fragmento de su más reciente poema: del sol en forma de rayos resplandecientes que entraban por
nuestras ventanas en verano, era nuestro todo; sin embargo,
ahora es como una promesa que se quedó ahí, en promesas.
Yo, yo soy esa sombra que brilla a la altura de tus rodillas.
Casi como un suspiro, el abuelo volvió a formular otra pregunta.
Yo soy aquel que entre baquetas y espadas te defiende, aun-
que no quiere, ni puede y mucho menos quiere poder. —¿Cuántos de ustedes piensan que un lugar solucionará todos
Yo soy aquel que un día fue parte de ti, pero ahora solo vive sus problemas como si de arte de magia se tratara?
en la sombra;
Un silencio volvió a cubrir la sala.
yo soy esa sombra.

Nunca olvidaré los sollozos anhelos de muchos al —¿Entonces por qué idealizamos migrar a la capital de manera
querer alcanzarte. casi improvisada? —exclamó el abuelo, quien, durante su ju-

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ventud, tenía la cabeza llena de ilusiones por una nueva vida en fin de cuentas ¿quién soy yo para prohibir la retroalimentación
la capital; sin embargo, estas terminaron siendo nada más que de mis ideas?
balas mal aprovechadas—. Aclarando que no he venido hasta
«Continuando con la premisa de que es ya un tema cultural
aquí a contarles la verdad absoluta, porque en principio no creo
nuestra forma de idealizar la capital, he venido hasta aquí,
en ella, sino que, planeo transmitirles la realidad que es más
luego de un viaje por todas las zonas rurales de nuestra región,
que solo social, cultural. Dicen que cultura es el conjunto de co-
para cumplir con mi deber de contarles la realidad que se vive
nocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a
en cada pueblo y en cada sentir de los niños que los habitan. Al-
un pueblo. Costumbres, por su parte, es la manera habitual de
guna vez se han preguntado, ¿por qué hay distritos con tan solo
actuar de una colectividad adquirida por la repetición de actos
decenas de pobladores en las zonas rurales, donde no solo la
a lo largo del tiempo. En resumen, prácticas realizadas reitera-
cantidad de habitantes se reduce drásticamente cada año, sino
das veces por un pueblo y que con los años se han vuelto parte
que gran parte de los residentes es población adulta, o adulta
de ese pueblo. Pues las migraciones a la capital llevan décadas
mayor? Y se han preguntado, ¿por qué los niveles de pobreza
de trascendencia.
se incrementan más fácilmente en los conos de la capital?, ¿por
—Y en los últimos años aún más —añadió Elizabeth. qué muchos hospitales no se dan abasto? La respuesta es la in-
corporación de la migración improvisada como parte de nuestro
—Exacto… y al realizarse esta práctica de manera tan conti-
pensamiento sociocultural. Y con improvisada hago referencia
nua y constante, ya se ha vuelto común entre nuestra gente, ya
a ambos lados de la moneda, tanto a nosotros, como pobladores
se ha vuelto… —el abuelo levantó la mirada como inspeccionan-
y al Estado, como ente carente en estrategias de prevención y
do la distancia entre ceja y ceja de cada persona en la sala—.
manejo de la situación.
¿Alguien me ayuda con la palabra?
En todos los lugares a donde he llegado, las razones apunta-
—¡Costumbre! —se anticipó Elena.
ban, en su mayoría, hacia la búsqueda de mejores condiciones
—¡Exacto! —replicó el abuelo—. Se ha vuelto costumbre en de vida. Y un claro ejemplo está en la brecha de salud y educa-
nuestra forma de pensar y ante su expansión que alcanza todos ción entre estas provincias y la capital, brecha que crece con-
los rincones de nuestra localidad, es considerada una práctica forme te vas adentrando en los relieves de nuestra región. Bajo
compartida por todos sus habitantes, es decir, cumple con to- esa premisa, uno podría afirmar que el Estado debería brindar
dos los requisitos; así que no veo porqué no puede ser conside- los implementos necesarios, como hospitales equipados y edu-
rada como parte de nuestra nueva cultura. Admito que puede cación de calidad para no generar tal necesidad de migración.
tener muchos cuestionamientos, y estoy abierto a ellos, pues a Pero por el otro lado, ¿quiénes son los que pintan un paraíso tras

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el muro? ¿Es la situación la que condiciona este sentimiento co- El viaje de una soñadora
lectivo de idealización excesiva como escape de los problemas?
¿Quiénes generan esos problemas? ¿Todos ellos son realmente
problemas, o es la perspectiva que se le brinda a la situación lo
que enfatiza su connotación negativa? Y más importante aún por Leyla Cruzado
¿qué piensas hacer al respecto?»

Para ese punto, el silencio había adquirido una masa tan


Las olas bailaban al compás de las piedras, las aves las
densa, que era posible palparla con cada vibración de la voz del
acompañaban con su canto, el sol iluminaba el escenario y el
abuelo. Era de conocimiento de todos que tales preguntas no
viento lo llenaba de frescura. Cada suspiro en aquel mágico lu-
buscaban respuesta inmediata, al contrario, eran de las que se
gar llenaba mi ser con una energía revitalizadora. De pronto,
clavaban en el pensar de cada uno, como flechas de hielo que no
caí en un sueño profundo. Un sueño que me llevó a un viaje en
aparentan derretirse.
el tiempo.
—Así como no pretendo buscar respuestas ante tantas inte-
Una pequeña niña, con dos coletas y grandes sueños, corría
rrogantes, tampoco busquen soluciones en lugares más allá de
en el patio de su colegio, y no sabía qué quería ser de grande,
sus corazones y mentes… porque somos nosotros los protago-
pero sí sabía que le encantaba aprender. Como ella, había mu-
nistas de nuestra propia historia y somos nosotros mismos los
chos niños soñadores y con un potencial increíble para mejorar
que decidimos cuándo y cómo escribir en los miles de páginas en
el mundo.
blanco que nos da la vida —afirmando su inquebrantable voz, el
abuelo añadió: —Somos nosotros esa la luz en las sombras. Aquella pequeña niña vivía en un pueblito mágico en la sie-
rra peruana, siempre escuchaba que ir a la universidad en otra
ciudad era un reto muy grande. Sin embargo, sus padres creían
mucho en ella y su mejor apuesta siempre fue darlo todo por
brindarle la mejor educación posible.

Creció un poco y la llevaron a una ciudad llena de playas,


ahí entró a nuevos colegios, y conoció a niños y profesores in-
creíbles que la llenaron de conocimientos y mucho amor. En ese
momento se comenzaron a romper algunos estereotipos sobre la
discriminación que podría sufrir la pequeña.

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Deben saber que la pequeña soñadora amaba estudiar, dis- diferentes proyectos logró generar un impacto positivo en
frutaba cada día aprendiendo, cada recreo con sus compañeros su entorno.
la llenaba de alegría, y se esforzaba mucho para dar lo mejor
Su segunda casa le permitió crecer intelectualmente. Sin
de sí misma. Pasaron algunos años y ella soñaba con estudiar
embargo, eso no fue lo más importante, porque ahí encontró a
en un colegio inmenso, con juegos increíbles y profesores reco-
personas que la alentaron a creer en sí misma, le llenaron el co-
nocidos. Muchos le decían que no podría estudiar en ese colegio
razón de valores y fortalecieron sus alas para que pudiera volar
porque su nivel de inglés no era suficiente, que era muy costoso
más alto.
y un sinfín de obstáculos más.
En los últimos meses en su colegio, la soñadora tuvo que
No obstante, la pequeña soñadora no se rindió fácilmente.
decidir qué y dónde estudiar. Después de averiguar y recibir
Comenzó a estudiar muchísimo, porque sabía que la brecha de
distintas charlas, descubrió que quería estudiar econo-
educación era notable, pero eso no sería un obstáculo.
mía. Luego de dar la noticia, las alertas de quienes la
Tuvo una profesora de inglés con una paciencia infi-
rodeaban se volvieron a encender. Decían que la uni-
nita, que creía en el potencial de la pequeña, y le
versidad en la que quería estudiar era costosa, que
enseñó no solo inglés, sino a creer en sí misma.
no se acostumbraría, que sería muy complicado
La pequeña cada día se fortalecía más, brillaba
terminar la carrera y le daban una lista gigan-
más y su corazón latía cada vez más fuerte con
te de obstáculos otra vez. Afortunadamente su
la ilusión de hacer su sueño realidad. Final-
convicción era muy grande, tuvo a personas que
mente, ganó una vacante y su familia la apo-
creían en ella y apostaron por su educación y
yó para que pudiera empezar a estudiar en
otras que le inspiraron a luchar por sus sueños.
el colegio de sus sueños.
La soñadora alcanzó a ingresar y empezar
Pasaron los años, la pequeña fue a estudiar economía en la universidad de sus
creciendo y terminó el colegio. Du- sueños. Ahí enfrentó diferentes retos y apren-
rante ese tiempo alcanzó muchos sueños. Por dió mucho de ellos.
ejemplo, formó par- te de un Por ejemplo,
programa interna- tuvo que dejar
cional durante los su casa para
dos últimos años de ir detrás de la
su colegio y mediante educación que
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quería, pasó noches muy frías y oscuras, pero los días de sol como ella, para que no dejen de creer en sí mismos y siempre
han sido muchísimos más. Los rayos de sol que le ayudaron a luchen por alcanzar sus sueños. Todo esto suena un poco fanta-
seguir se manifestaron en distintas oportunidades y en diferen- sioso, pero la soñadora sabe que lo logrará, porque cree en ella.
tes personas. Además, tiene a personas muy cercanas que la siguen apoyando
y guiando para lograr sus sueños.
Después, los caminos de la vida y una pandemia la llevaron
de vuelta a casa y siguió estudiando, pero ahora a distancia. Ahora la soñadora presiente que le esperan años mucho
Durante ese tiempo consiguió una práctica que le cayó del cielo. más maravillosos, escucha una voz que le grita por dentro que
Pues su equipo de trabajo se preocupa mucho por ella, siempre ella podrá encontrar el mejor camino para alcanzar sus sueños.
buscan que sea mejor y que alcance sus sueños. La soñadora
Esa voz me despertó de aquel profundo sueño, abrí los ojos
está muy feliz, porque está haciendo lo que le apasiona, está
y vi el mar, seguía en aquel mágico lugar.
trabajando en proyectos que buscan mejorar el medio ambiente,
está cumpliendo otro de sus sueños. Esa niñita de aquel profundo sueño era yo. Los años han
pasado y he llenado mi mente y corazón de experiencias fantás-
Durante los días de pandemia la soñadora decidió que que-
ticas. He aprendido que el tiempo corre como las olas del mar,
ría aprender todos los días de su vida y lo anotó en su agenda
algunas veces más rápido y otras, más lento; pero siempre trato
como un hecho histórico. Hoy, sigue aprendiendo y conociendo
de disfrutar cada momento. He aprendido a apreciar la belleza
personas que la guían e inspiran a alcanzar sus sueños, aque-
de los momentos más sencillos y hacerlo me ha permitido rega-
llos que vienen del corazón y la nutren de alegría.
lar miles de sonrisas.
En la universidad sigue conociendo a personas estupendas
Hoy sigo estudiando y espero seguir haciéndolo por mucho
que la llenan de conocimientos y energía para seguir creyendo
tiempo, para generar un cambio en mi país y por qué no, en el
que puede lograr un cambio en su entorno. Definitivamente, la
mundo. Siempre llevo conmigo a mi niña interior, la que me
niñita de dos coletas debe estar muy orgullosa de ver a su ver-
da alas para ser creativa, curiosa, feliz y la que me hace recor-
sión grande cumpliendo sus sueños.
dar que puedo inspirar a niños para que busquen su felicidad.
Hoy, aquella niñita de dos coletas ya creció y está muy cerca Pequeñitos y pequeñitas del mundo; si están leyendo esto, re-
de acabar la universidad y convertirse en economista. Ha cum- cuerden que la pequeñita de dos coletas sigue luchando por sus
plido muchos sueños, pero todavía tiene muchos más. Ahora sueños y que ustedes también pueden hacerlo.
busca una maestría, quiere volar aún más muy alto, quiere cru-
zar fronteras para aprender más y luego volver para trabajar en Existen oportunidades, no se rindan, sé que también son
su país. La soñadora quiere seguir brillando e inspirar a niños soñadores. Sé que dentro de ustedes habita un ser soñador. Por
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favor, déjenlo salir y ayúdenlo, porque juntos pueden alcanzar El árbol de mandarinas
a ser felices.

Antes de despedirme me gustaría agradecer a las olas del


mar, a la brisa, a las piedras, a las aves y al sol, por acogerme en
su hermoso escenario y dejar que aquella niña con dos coletas y por Gabriel Amable
grandes sueños cuente su historia.

Me despido con un fuerte abrazo y les pido, por favor, que re- Lorenzo escribió en su diario: «Hoy encontré en la granja de
cuerden que pueden lograr ser felices. ¡Ánimo! Lograrán alcan- los abuelos, mientras limpiaba el establo, un libro que me tiene
zar lo que más anhelan y hace brincar sus corazones de alegría. impresionado por su antigüedad».
¡Abran sus alas y vuelen muy alto! La abuela de Lorenzo le contó, entre bromas, que los escri-
Abrazos, tos le pertenecían a su abuelo, de cuando era adolescente. Allí
guardaba muchos secretos.
Una soñadora con corazón de niña y alas gigantes.
—¿En serio, abuela? Pero solo veo pasos para sembrar un
árbol —dijo Lorenzo.

—Regresando de la escuela te contaré más de esta historia,


que después entenderás. Ahora ve —insistió ella.

—¡Tienes razón, abuelita! —dijo sonriendo—. Me había ol-


vidado de que hoy es mi primer día de clases en primer grado
de secundaria.

A Lorenzo le gustaba el colegio. Sin embargo, no tenía ami-


gos. Quizás era por su timidez, o por vergüenza, ya que su fami-
lia era de bajos recursos económicos y no podía pagar las men-
sualidades de ese prestigioso colegio. Por ello, Lorenzo tuvo que
esforzarse mucho para logar una beca, la cual ganó mediante
un concurso; eso lo llenaba de orgullo.

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«No pienses eso, La maestra la mandó a sentarse al lado de Lorenzo. Como
Lorenzo», se daba él fue el único que conversaba con ella, le comentó, entre otras
ánimos. «Imagínate cosas, que en su cumpleaños solían ir a la playa en familia, pero
que llegando haces que en esta ocasión lo celebraría en su casa y que estaba invita-
un amigo, conocerás do. Sería la primera vez en la que Lorenzo acudiría a una fiesta
nuevas personas», de la escuela.
se decía para sus
Ya de regreso, Lorenzo entró emocionado a su casa, contán-
adentros.
dole a su abuela:
Cuando entró al
—Abuela, abuela, fue un día maravilloso. Hice mi primera
salón, notó con sorpre-
amiga. Se llama Rafaela, es una muchacha muy linda y tiene
sa y cierto desánimo que
una sonrisa preciosa. La abuela notó que a su nieto le brillaban
casi todos eran antiguos
los ojos y lo miró con ternura. Él le comentó que ella lo había
compañeros suyos del gra-
invitado a su fiesta y que faltaba muy poco para su cumpleaños.
do anterior.
—Qué bueno, hijo mío. Invítala a la casa —lo animó.
El bravucón del salón gritó: —¡Él es el becado!
Lorenzo fue corriendo a su cuarto para redactar una carta
Avergonzado, Lorenzo bajó la cabeza, no comprendía el por-
de cumpleaños. Recordó que se había olvidado su cuaderno en
qué de aquella hostilidad.
la escuela y por ello tuvo que regresar. Dentro del salón escuchó
La maestra ingresó al aula para presentar a la nueva com- que Benjamín, el hijo del director, conversaba con su papá. Le
pañera. Su nombre era Rafaela. Su familia se había mudado a decía que había conocido a una compañera llamada Rafaela y
aquella ciudad hacía dos meses; su papá había sido promocionado si le podía dar dinero para comprarle un regalo de cumpleaños.
en el trabajo y ahora tendría un cargo de mayor responsabilidad.
Lorenzo temió entonces que a Rafaela no le gustara su obse-
Lorenzo quedó obnubilado ante su presencia y no pudo dejar quio en comparación a otros seguramente más costosos.
de mirarla. Tenía el cabello largo y enormes ojos almendrados.
Cuando ella lo miró y sonrió, Lorenzo no pudo evitar sonrojarse
y pensó que esa hermosa sensación que hacía latir con fuerza su
corazón no podía ser otra cosa que el amor. —O—

15
—Abuela, ¿cómo te conquistó el abuelo? —preguntó Lorenzo. Cuando salió para dirigirse al colegio, al cruzar el patio de su
casa, observó algo inesperado: el árbol sembrado había crecido
Ella se sorprendió: —¿Por qué la pregunta? ¿Qué pasó? Te
de manera rápida, un hecho, vale decir, inverosímil para la na-
diría que… —y de pronto dejó de hablar, al notar que su nieto
turaleza. Y pensó: «Esto es un milagro».
deseaba marcharse.
Cuando llegó al colegio, observó que Benjamín se ufanaba
—Disculpa, abuela —dijo tímidamente y se retiró.
del regalo ostentoso que le daría a Rafaela. Benjamín se perca-
Lorenzo estaba preocupado, tan preocupado que se le com- tó de la reacción de Lorenzo, por lo que, al culminar las clases,
plicaba el escribir la carta. Pensaba además en cuál sería la convenció a dos de sus compañeros para que lo apoyaran con su
razón para que su abuelo guardase un libro tan deteriorado en mentira. No fue difícil, porque esos chicos tampoco apreciaban a
un lugar oculto. Lorenzo por ser un estudiante que destacaba en todos los cursos.
Comenzó a leerlo, página tras página, sin mucho sentido. No Benjamín le dijo a su padre que Lorenzo lo había golpea-
obstante, en la página veinte halló una frase que decía: «Ocurri- do e insultado. Exigió su inmediata expulsión. El director le
rá al sembrar». Esto lo dejo pensativo. creyó a su hijo y a los dos testigos. Tomó la infeliz decisión de
Sospechaba que su abuelo no estaba del todo cuerdo al satisfacer semejante capricho, a pesar de que Lorenzo se ca-
momento de escribirlo. Pensó en qué trataban de decir aque- racterizó siempre por ser un estudiante disciplinado y con bue-
llas palabras. nas calificaciones.

La curiosidad lo embargaba. Decidió seguir los pasos in- Ya en casa de Lorenzo, su abuela le preguntó a su nieto si
dicados por su abuelo para colocar las semillas en la tierra, y sabía el motivo de su insólita expulsión. De inmediato, Lorenzo
posteriormente sembrarlas. Tras el trabajo realizado, se halló sospechó que detrás de todo podría estar Benjamín. Le contó a
muy agotado. su abuela lo que intuía. Ella no podía creerlo, más aún, viniendo
del hijo del director. Visiblemente decepcionada, escribió una
solicitud donde indicaba que, de no reponer a su nieto a clases,
—O— denunciaría al colegio.

Fue entonces cuando la abuela tuvo la lúcida idea de con-


Tres días más tarde, Lorenzo aún continuaba preocupado, tarle a Lorenzo parte del secreto de su abuelo, de manera que
ya que para el cumpleaños de Rafaela no faltaba nada. Para col- su nieto aprovechara la oportunidad y recogiera la cosecha del
mo de males, aún no tenía muy en claro qué escribir en la carta. pequeño árbol para llevarla como obsequio a Rafaela por su

16
cumpleaños. Tras escucharla atentamente, Lorenzo quedó muy Ninguno de los dos muchachos se percató de que Rafaela los
a gusto. había seguido, extrañada al verlos cambiar de dirección estan-
do tan cerca de su casa. Benjamín comprendió que lo que había
A las ocho menos dos, empezó a colocar los frutos en la ca-
hecho estuvo mal. Descubrió que Lorenzo era un buen mucha-
nasta para dirigirse a la casa de Rafaela.
cho, al que no le importó dejar de ir a un evento que le causaba
En el camino se topó con Benjamín, y este le preguntó: tanta ilusión con tal de cuidarlo.
—¿Qué haces aquí?
Le pidió sinceras disculpas por el mal ocasionado: —Eso de
—Me dirijo al cumpleaños de Rafaela. ¿También harás algo las diferencias sociales es una tontería. Todos somos seres hu-
para que me marche? —espetó desafiante Lorenzo. Sabía que Ben- manos y los valores son lo más importante en una persona.
jamín maquinaba otro plan, por ello respondió ofuscadamente.
Le dijo que hablaría con su padre y le explicaría lo sucedi-
—Basta, no permitiré que te acerques a Rafaela. Ella es di- do para que regrese al colegio. Era consciente de que él y sus
ferente a ti, no pertenece a tu mismo estrato social —contestó amigos merecían un castigo por mentir para que lo expulsaran.
Benjamín, enfadado y con aires de superioridad—. ¿No te das Lorenzo, emocionado por las palabras de Benjamín, aceptó las
cuenta? Mira tu ropa, es barata. disculpas.
Decidieron caminar por separado, en lados opuestos de la Tras observarlo todo, Rafaela abrazó muy emocionada a sus
calle. Entonces Lorenzo observó que dos jóvenes, que estaban dos nuevos amigos.
apostados en la esquina, se acercaron a Benjamín y se abalan-
—Toma, Rafa. Este es el obsequio de Benjamín y mío —ex-
zaron sobre él para golpearlo y arrebatarle el paquete hermosa-
clamó Lorenzo, al entregarle la canasta de mandarinas.
mente envuelto.

Benjamín se quedó sentado en la vereda. Un hilillo de san-


gre caía por su frente. Como buen samaritano, Lorenzo resolvió
auxiliarlo y trasladarlo a su casa, para que su abuela curase
sus heridas.

Al entrar, su abuela sorprendida, le preguntó a Lorenzo so-


bre el cumpleaños, a lo que él le dijo: —Lo más importante aho-
ra es que Benjamín esté bien.

17
El límite —Pero… son las seis y media, tía.

La puerta se abrió lentamente, un rostro avejentado se aso-


mó con cautela.

por Sofía Pardavé —Tu tío no ha podido comprar lo que necesitamos para el
desayuno y yo tengo que hacer un encargo. Quería, bueno, te
iba a pedir que fueses tú, antes de que te vayas.
—Todo lo cimentado en odio, miedo o dolor es débil y se Catalina suspiró y, sin moverse de la cama, replicó: —¿Otra
desmorona fácilmente. En cambio, lo construido sobre amor es vez pasó toda la noche afuera?
capaz de sostenerse ante cualquier adversidad. Como nuestra
familia. De un golpe, la señora abrió la puerta completamente. El
aire estaba cargado de tensión.
Los ojos del padre de Catalina se iluminaban al hablar. Su
mano se extendía para tomar la de su esposa y su hija parecía —¿Te crees en posición de juzgarlo? Estás en nuestro ho-
ser la única dueña de su sonrisa. Los tres estaban sentados en la gar y te damos todo, así que un poco de respeto es lo mínimo
sala de una casa preciosa, con grandes ventanas que permitían que merecemos.
la refrescante entrada de la brisa del mar y el agradable sonido —Debería empezar por respe-
de las olas rompiendo contra las peñas. Punta Hermosa era el tarse él mismo.
paraíso que habían estado buscando durante un largo tiempo y,
finalmente, ambas podían expresar gratitud al hombre que se En un instante Ca-
levantaba para darles un abrazo. talina había sido des-
pegada de las sábanas
—¡Catalina! ¡Catalina! Son las siete y media, ¿no tenías que y terminado de desper-
estar a las ocho en la terapia? tarse con una cachetada.
El sueño de todas las noches estaba desgastándola, no tenía
las fuerzas para ir a esa hora un lunes. Quizás, si solo faltaba —Trae pan y ave-
un día. na. Y el vuelto —le
indicó su tía, mien-
—¡¡Catalina!! tras le entregaba el
La joven miró la pantalla de su celular.  dinero y las llaves.
18
El viento frío de la mañana calmaba el dolor de sus mejillas. Perplejo por el tono áspero del comentario, don Hugo asintió
Caminaba muy despacio, sumida en los recuerdos de sus paseos con la cabeza y, antes de que alguno pudiese decir algo más, una
por el malecón. Esta vez, una solitaria lágrima descendía por su chica visiblemente agotada ingresó corriendo al establecimiento.
rostro. Probablemente la última que le quedaba por llorar.
Catalina no se detuvo a escuchar la acalorada discusión que
—Buen día, ¿tiene avena 3 ositos? se desenvolvía. Estaba pensando más en que, efectivamente, no
salía casi nunca y que, si menos tiempo perdía con las excusas
El señor de la panadería no volteó a verla. Ligeramente mo-
de la tal Laura, mejor. Al salir, sintió un ligero escalofrío y le
lesto, se puso a rebuscar el paquete en los estantes. Había esta-
pareció ver cómo se formaba una L resplandeciente frente a ella.
do ordenando los artículos antes de que los clientes llegaran y
hubiese querido acabar sin la interrupción de nadie. Ya en casa, se encontró con un hombre sentado en el come-
dor. Lo conocía. Había sido de mucha ayuda en el funeral de sus
—Y denme un sol de pan francés, por favor.
padres y lo que vino después. Era posible que estuviese conver-
—Aquí tienes —le dijo, entregándole su pedido—. sando con sus tíos sobre plata, o lo terrible que era encargarse
Son dos cincuen… de ella. Por eso intentó que no se diesen cuenta de su llegada,
Al fin le había dirigido la mirada y su cuerpo se tensó al pero fue en vano.
reconocerla: —¿Catalina? Vaya… eh, ¡qué alegría verte! ¿Cómo —¡Eh, sobrina, sobrina! ¿No tienes modales? —las palabras
está todo en casa? se atropellaban al salir de la boca de su tío—. Yo siempre le
—Tan bien como puede estar. Y realmente tengo que irme, digo: “Nadie quiere como esposa a una mujer que no sabe com-
así que... portarse”; pero nada, Íñigo, la frialdad de esta chica es única,
única te digo.
—Ah, claro, claro —interrumpió el señor—, pero igual que-
ríamos estar al tanto. Mi señora ha estado preocupada por tu El hombre trataba de fingir que no estaba incómodo. Tenía
situación. Apenas si te vemos por aquí. Lo de tu familia fue te- un paquete rectangular en la mano que apretaba de cuando en
rrible, realmente una pena… aún no podemos creer lo que pasó. cuando, sobre todo cuando la voz de su amigo aumentaba de
decibeles. Pero Catalina, impasible a los comentarios de su tío,
saludó afectuosamente a Íñigo y se dirigió a su cuarto. Su tía
En silencio, Catalina puso tres monedas encima del exhibidor.
suspiró con alivio.

—Mañana se cumple un año. Suficiente tiempo para que un —Me sorprende lo fuerte que es —dijo Íñigo, señalando con
adulto pueda asimilarlo. la barbilla a la muchacha.

19
—¿Bromeas? Nosotros somos los fuertes. La cuidamos día y Como estaba de vacaciones, las citas con el psicólogo eran
noche, la tenemos en nuestra casa, la alimentamos, la manda- cada cuatro días. Para ella eso era un martirio. Lo único que
mos a esa terapia. Hacemos todo por ella. disfrutaba de las sesiones, era que el joven que la trataba era
muy amable con ella y sabía escucharla, habilidad de la que to-
Íñigo se mantuvo un momento en silencio.
dos carecían.
—Esto debería ser más que suficiente para cuatro meses
Subió con cuidado los tres peldaños hasta la puerta del hos-
—dejando el fajo de billetes en la mesa, se levantó—. Volveré
pital. En la entrada, vio que una mujer con rasgos indígenas
a España el fin de semana y no creo regresar hasta después de
estaba en el piso, retorciéndose de dolor y pidiendo a gritos que
Semana Santa. Cuídense mucho, Luis.
la auxiliaran. Los doctores discutían sobre la situación y cómo
Catalina los había estado escuchando y, mientras se des- proceder; algunos pacientes observaban la escena con preocu-
pedían, se dio valor para decirle adiós también. Agarrando sus pación y otros, con desinterés.
muletas como podía, se apresuró hacia el balcón, pero la figura
Catalina tenía la mirada fija en el niño arrodillado al lado
del carro de Íñigo se empequeñecía tan rápido, que al cabo de
de la señora, quien ahora sostenía su prominente vientre con lo
unos segundos ya se había desvanecido, dejando tras de sí una
que le quedaba de fuerzas.
extraña marca que parecía formar la inicial de su nombre.
El pequeño estaba petrificado y su rostro, contraído por la
angustia y el miedo. Un recuerdo estremeció el cuerpo de Cata-
—O— lina; su madre abrazándola en el suelo, presionando la herida de
su pierna con un pedazo de su blusa, sus manos teñidas de rojo y
su voz, lejana, intentando calmar los sollozos de su amada hija.
Tenía que recorrer a pie un tramo considerable para llegar —Oye, niña, ¿qué haces ahí parada?
al consultorio. Su lesión le impedía caminar rápido, o sin apoyo.
Catalina sacudió la cabeza, olvidándose por un segundo en
Extrañaba la comodidad del auto de su padre y se odiaba por
qué estaba pensando.
eso. Odiaba desear de vuelta todos los privilegios que la trage-
dia le había arrebatado y cómo ahora estaba privada de muchas —Necesito un obstetra.
cosas que antes daba por sentado. Odiaba estar sola. Odiaba de-
pender de las muletas, depender de sus tíos. Odiaba cuando la Luego de unos minutos, la señora había sido trasladada a
miraban, o trataban con lástima. Odiaba muchas cosas ahora. una sala de parto.

20
—Yo pagaré, si no les parece un inconveniente eso también lloso de esa elección. Dijo que significaba un nuevo comienzo,
—indicó Catalina, con voz tajante y confiada. Por dentro no es- uno mejor, aunque tal vez no para él.
taba tan segura de cómo iba a resultar todo.
Ambos sabían que solo habían retrasado la despedida, no
Durante la espera, el niño se había quedado con ella. Su cambiado lo que pasaría. Por lo que, llegado el momento, los
nombre era Miguel. Tenía solo diez añitos, pero entendía la si- nombres Miguel e Illari quedarían grabados para siempre.
tuación perfectamente.

Habían conversado bastante tiempo, cuando el doctor en-


—O—
cargado se acercó a ellos. Con semblante solemne, apartó a Ca-
talina y le comunicó que, debido a que habían intervenido muy
tarde, la madre no había sobrevivido a la operación. La misma —Hola, Catalina, pasa, pasa.
sensación que la joven había experimentado hacía un año estru-
—Buenas tardes… pensé que estaría ocupado, son casi
jó su pecho. Apretando la mandíbula, se dijo a sí misma que no
las doce.
iba a llorar, no frente a Miguel.
Él solo sonrió y, con un gesto, le pidió que tomase asiento.
Sin pensar en agradecerle al doctor, se sentó junto al chico
Al hacerlo, Catalina se percató de que el joven había estado
y lo abrazó. Las blancas manos de Catalina contrastaban con
revisando el caso de otra paciente. Logró ver que se trataba de
la piel cobriza del cuello del chico. Era imposible distinguir de
una víctima de acoso laboral y también alcanzó a ver su nom-
quién eran las lágrimas que humedecían sus ropas.
bre: “Laura”.
—Listo, señorita Mulder. Se hizo efectiva la transferencia a —Todo el hospital está hablando de tu proeza. ¿Quisieras
nombre del señor Luis. comentarme más sobre eso?
—Perfecto… eh, gracias. Y… ¿y el niño? —No fue una proeza. Solo me valí de mi apellido para que la
—Nosotros nos haremos cargo, no tiene de qué preocuparse. señora recibiera ayuda. Ambos sabemos que, si no fuese por eso...

—Correcto. El hospital tiene una política estricta sobre los


Pero sí tenía de qué. Deseaba poder hacer más por Miguel
no asegurados.
y su hermanita. Antes de los trámites, y pese a sus edades, les
habían permitido ir a ver a la recién nacida. Incluso dejaron que —No es eso —Catalina frunció el ceño y endureció su voz—,
le pusieran “Illari”, como la mamá. El muchachito estaba orgu- tampoco tenía seguro cuando vine a este hospital después del

21
accidente. Pero yo soy Catalina Mulder, rubia, limeña, de “bue- acciones. No puedo fingir más. ¿Cómo puedo sentir amor? Quie-
na familia”. Illari no y por eso está muerta. nes más amaba se fueron, me abandonaron.

El psicólogo la examinó con atención. Luego de un largo si- —¡Oh, Cata! —sus padres la abrazaron con ternura, sus co-
lencio, se paró de su silla. llares con las iniciales “T” y “E” centelleaban en la oscuridad
—Dios ha juntado todas las piezas por ti. Nunca dejaríamos a
—Yo soy Tobías y tengo una amiga llamada Espíritu. ¿Te
nuestra pequeña. Te amamos y para el amor no hay límites.
gustaría conocerla?

—O—

Una monja de hermosa tez morena salía de la iglesia cuando


Tobías se acercó al templo. El corazón de Catalina se enterneció
al ver en ambos el mismo brillo en los ojos que tenían sus pa-
dres. Después de los saludos y las presentaciones, Sor Espíritu
los invitó a conversar en la casa parroquial y la joven no dudó
en aceptar.

—¡Bienvenidos! Sé que está un poco oscuro para ser medio-


día, pero igual podemos…

Catalina ya no podía evitarlo, sentía sus miradas bondado-


sas sobre ella, y rompió en llanto.

—Les fallé, falté a todo lo que me enseñaron y recién hoy


acudo a Dios. No sabía que era tan débil, que tenía tanto dolor
real y no sé cómo voy a seguir sin ellos el resto de mi vida… ¿No
se supone que hay un límite para esto? Por todo un año, día tras
día, nunca se acaba; el miedo, el dolor y el odio encaminan mis

22
El vuelo del Huacho ser parte de una historia ya creada; sin embargo, anhelo re-
presentar una propia, sentirla y vivirla. Sé que tal instinto de
soñadora no había sido creado de la nada, pues largas horas vo-
lando en cada página de la memoria de mi abuela aterrizaban
por Andrea López en fantásticos cuentos. La magia empezaba cuando me decía
“Había una vez, hoy y siempre…”.

Tati afirmaba que sus historias perdurarían si uno las re-


Me levanté de la cama con una mezcla de temor y extrañe- cuerda. Yo prefiero dejarlas junto a mí como una enciclopedia
za. Ese sentimiento de no saber quién eres, al fin había llegado de vida que me dice qué hacer en momentos de crisis: “lucha
a mí. Una vez más dudé, ¿verdaderamente he vivido dieciséis cuando todo se vea más complicado, cuando no haya salida”,
veranos? ¿Cómo es que volaron mis últimas cometas de algún “ten paciencia y sueña, que soñar es una parte divina de vivir”,
balcón de Barranco hace trece años y jamás volvieron? ¿Cómo y una de mis favoritas que, aunque no logre comprenderla me
es que ya voy a acabar la escuela y ni cargo público en esta so- llena de esperanza, “vuela, cuando estés lista solo vuela, y no
ciedad limeña logro ubicar? ¿Cómo es que mis padres dicen que pares hasta decir: toqué el cielo y es infinito”.
todo recién empieza, si siento que ya estoy Ahora las interpreto de esta manera, cuando era niña sim-
por la mitad de mi historia? ¿Será plemente era: “el becerro del cerco de piedra que logró ser el me-
posible que vivir sea tan sencillo jor corredor a pesar de ser el pequeño”, “la niña que logró tocar
como simplemente sentir que es- las nubes y pedir su deseo”, “el ave que logró volar después de
tás viva? ¿Será posible lograr culminar su misión en el lago”. ¡Sí!, fantaseaba con sus paisajes
encontrar un final feliz a mi tan perfectos como ella los describía. Así que esperaba algún
historia, tan perfecto cómo día formar parte de sus historias, porque sé que detrás de cada
los contaba mi abuela? personaje hay un enigma tan real o ficticio como puede ser la
vida. ¡Eso es! Necesito oír una más, quizá una de ellas me diga
Me detuve ahí, tanto helado por
cómo debo seguir.
la tarde me hacía navegar en is-
las que aún no conocía. El futuro Cogí mi agenda y mi lapicero favorito. Bajé por las largas
me visita a veces y me cuestio- escaleras de madera de tal forma, que el sonido de mi pisada
na. Siempre imagino lo fácil que ganaba a cualquier caballo de carrera. La encontré, dispuesta a
sería escuchar una vez más mis quejas de niña incomprendida, sen-

23
tada junto al viejo velador que ella tanto adoraba; me dibujaba —¿Qué? ¿Qué cosa? —ansiosa por saber la respuesta a
a través de su sonrisa una luz de esperanza para mi destino. No mi enigma.
sabía cómo explicarle lo que me pasaba, aunque a pesar de lo
—Tu esencia pequeña, soñar. Realmente aún no confías en
que le dijese siempre encontraba una historia que contar.
tu capacidad de volar y crear. ¿Recuerdas al Huacho? —tocó
mis mejillas tan suavemente que ni sentí su calidez habitual.
“Es una forma de crear y vivir”, me decía cuando era peque-
ña, “eres una niña aún, pero con grandes sueños y formas de —¡Sí!, el ave mágica del lago. Mi favorita. Cómo olvidarla,
ver el mundo”. Mientras me acercaba, recordaba cada palabra si todas las noches de pesadillas me trasladabas a ese lugar
al instante que me preguntaba. ¿Si sé la respuesta porqué sigo y dormía en tus brazos como si fuera el carnero bebé del pue-
dudando? Me acerqué a mi abuela a tal paso, que llegué de una blo encantado.
a sus pies. Toqué las suaves colchas que cubrían sus piernas.
—Ese mismo, pero no he terminado de contártelo. ¡Ven! Ven
—Abuela Tati, no sé cómo decir que no estoy bien —suspi- que te cuento el final de la historia —me señaló el banquito rojo
ré—. Mira ese velador tuyo, tiene un propósito a tu lado, el cua- que tenía de niña, con la intención de que lo acercara a su lado
dro de la izquierda, y hasta tu holgado sofá se siente orgulloso para sentarme y escuchar.
cada vez que suspiras al sentarte, porque sabe que disfrutas de
Lo hice. Pude acurrucarme como lo solía hacer después de
su servicio.
llegar de la misa de los domingos. Ella sentada en su majestuo-
Su mirada dulce invadió mi mente y como si sus ojos ha- so sofá y yo su pequeña borreguito. Una escena que repetiría un
blaran, me transmitió un mensaje de luz y paz. Una sensación millón de veces.
que no experimentaba muy a menudo. Quizá sea el estrés, o la
Ahora, mientras tomaba su mano, comenzó a decirme: —
rutina diaria del estudio que ciegan mi forma de expresar mis
Había una vez, en un mágico pueblo custodiado por enormes
emociones. Quizá sea el miedo a asumir mis temores, o simple-
cerros vestidos de blanco, una cristalina laguna de bordes verde
mente una forma de ocultarme y estar bien. Sea cual fuera el
y amarillo cuando le daba el sol. En lo más alto de Oyolo, Isla la
motivo, ella siempre detectaba lo que necesitaba, mala suerte
llamaban, despertaba Inti a los guardianes del lago.
para mí que mis padres no lograron heredar ese don. Ambos
viven conmigo. Me enseñan, a su manera, la vida dura que me La detuve con la mirada.
espera. Una forma que no logro entender, ni vivir. —Tati, ese es el nombre de tu pueblo, nunca me habías con-
—¿Sabes cuál es el problema, mi niña? —me preguntó—. tado de él —la interrumpí con una mezcla de asombro y ventura
¿Aún no lo encuentras verdad? en mis ojos.

24
—Siempre lo hice mi niña. Él vive dentro de mí y de cada Las manos me temblaron y luego descansaron en el re-
cuento que conoce. Lo revivo para ti. gazo de Tati. Fijando mi mirada en mis dedos, apareció una
luz cegando por completo mi visión. Perdí el conocimiento por
La palabra “revivir” implantó en mi mente una idea: escribir.
unos instantes. Cuando abrí los ojos, a lo lejos escuché una voz
—Es real. ¡Lo sabía! —asentí con emoción—. El sentimiento que me susurraba y me decía: “Detrás de ti, justo a tu dere-
que lograba despertar en mí llevaba el nombre de hogar. ¿Por cha viene tu compañera de viaje”. Era blanca, como las nubes
qué nunca lo mencionaste? Esa fuente de inspiración para crear que bailaban lentamente sobre mí. Tenía hermosas manchas
y vivir es mágica. negras que acababan en sus patas, como zapatos listos para
—Sí pequeña. Tan real como tu sentir de seguir construyen- una larga caminata.
do tu destino —me dijo—. Conocerás el mundo, nuevos lugares, Acaricié el lomo de la vaca con total naturalidad; sentía la
nuevas personas, tesoros de la vida que no se olvidan. Sé que confianza de hacerlo como si fuera mi amiga. Le puse un nom-
no conoces más allá de donde has vivido, Barranco y su capital, bre, Toti, se me hacía más familiar llamarla así. Extrañada en
pero pronto entenderás que no perteneces a un solo espacio, mis recuerdos, vi llegar la luz de la luna. Mi abuela ya no estaba
eres libre de imaginar el lugar que desees descubrir. Llegar a a mi lado, y la voz extraña me había abandonado. Parece que
conocerlo depende de ti, pero recuerda que más importante que la memoria en ese momento no era mi aliada. Volví en mí para
ver, es sentir que estás ahí —señaló mi corazón. preguntarme dónde estaba, qué hacía en ese lugar. No encon-
traba respuesta.
—Tengo miedo abuela —miedo, ese sentimiento que tanto
Caminé por dos horas acompañada de la noche y Toti. A
evitaba—. Estar sola y crecer sabiendo que al final, la vida me
pesar de no saber mi destino, iba a la deriva sin quejarme, pues
puede vestir de escenarios no previstos, momentos oscuros, y
mis sentidos estaban ocupados observando lo infinito que era
que no logre alcanzar lo que planeo vivir.
el cielo azul, sintiendo la frescura del ambiente, escuchando el
La miré a los ojos y busqué esa luz en su mirada que me sonido del grillo y las aves al son de una canción de cuna. Todo
dijera: “Tranquila, yo estoy aquí”. Sin más que su grácil sonrisa era perfecto, el solo hecho de estar ahí y sentirme parte de ese
cubriéndome, prosiguió con su relato. espacio era mágico. El mugido de mi amiga me sacó del trance
y fijó mis ojos en una luz blanca que parpadeaba a la salida del
—Solo imagina y respira aquella frescura, que llega a tu callejón de adobe al que había entrado. Se movía con dirección
mente y despeja tus ideas. Lista para correr de lo más alto del al río del pueblo. La seguí sin cuestionarme, sentía algo familiar
cerro hacia una pequeña llanura —respiró lentamente. en ella.

25
Durante cuatro horas perseguí a la luz y visité dos distritos plumas que decoraban sus alas, como lo hace la noche en las
del pueblo, las personas ya estaban por levantarse, incluso an- faldas del pueblo.
tes de la aparición del sol. Forrajes voluminosos eran llevados
Era él, el Huacho estuvo conmigo. Su compañía no era pura
al campo, donde animales iguales a Toti, becerros y carneros se
coincidencia, era algo que tenía que pasar, pues su conexión con
alimentaban. Nunca había visto tanta fauna junta en un solo
el lago me llevó a él. Intenté tocarlo, pero recordé las palabras
lugar, pero sí lo había imaginado. ¡Claro! ¡Es aquí! El pueblo
de mi abuela: “Él solo te llevará cuando estés lista”.
encantado del cuento: Oyolo. Sin embargo, lo sentía tan real.
Como los abrazos de mi abuela que tanto extrañaba. Me acerqué despacio, hundiéndome cada vez más en el lago.
Mi asombro al ver la claridad de sus aguas era mayor al miedo a
Pasamos apresurados por ese lugar, Toti insistía en seguir hundirme por completo. Toqué sus suaves plumas, como pidien-
el camino que recorría la luz. Subimos por otras ocho horas por do permiso para ver su vuelo.
un camino empinado, solo buscaba un lugar donde descansar la Así, sin prisa, elevó su emplumado cuerpo por lo más alto de
vista y la mente. Lo encontré. La luz se convirtió en un reflejo Isla. Atravesó varias nubes, y en una de ellas simplemente des-
del sol en el lago y simplemente desapareció. Los pastos que apareció. En mi afán por buscarlo, la luz del sol reflejado en el
forraban las orillas de la laguna terminaban cuando el cerro lago me cegó por completo. Abrí mis ojos y ya estaba junto a mi
alcanzaba la punta donde sus vestiduras se tornaban blancas. abuela, en la sala de mi casa. Vi sus ojos puestos en los míos di-
Habíamos llegado en una buena temporada. Toti era la más ciéndome: “Sueña mi niña, observa a tu alrededor, conoce nue-
feliz, pues tenía alimento de sobra. En ese momento recordé lo vos lugares y vive con la esperanza de encontrar tu final feliz”.
que me era tan familiar. Me acerqué a las aguas del Pacsa Cco-
Con su preciosa sonrisa desvaneciéndose en la luz, me des-
cha, así la llamaban sus habitantes del pueblo. Cuando intenté
perté al sonido de la alarma. Eran las seis y media de la maña-
ver mi reflejo solo vi los ojos de mi abuela en los míos, una idea
na y el sol salía por mi ventana gritando que había llegado mi
conocida se plasmó en mi mente: escribir. De algún modo, la
decimosexto cumpleaños.
agenda y el lapicero que guardaba en mis bolsillos estaban ahí,
así que comencé a escribir lo que veía y sentía. Mi alma tenía un espíritu aventurero que había dejado de
niña. Levanté mi mirada al retrato de mi abuela y lo abracé, sin-
Sonreía a la laguna viendo la imagen de mi abuela, cuando tiendo su presencia en mi habitación. Ella llevaba más de cuatro
escuché la caída de la vaca al lago. Asustada, corrí a ayudarla. años de fallecida. Pero parecía que fuera ayer la última vez que
Ella se hundió y desapareció. Al instante, de lo más profundo vi su rostro frente al mío. Una vez dudé, ¿verdaderamente he
del lago, nació una majestuosa ave de color blanco, con negras vivido dieciséis veranos? Al instante me respondí. ¡Sí! Y estoy

26
dispuesta a vivir los que me queden por delante recordando la En busca de paz
lección más valiosa que aprendí: “Volar, cuando uno esté listo.
Volar y no parar hasta decir toqué el cielo y es infinito”.

Tati acertaba siempre con sus historias, es hora de trascen-


der y crear las mías. Oyolo vivió en su corazón, ahora pertenece por Leonardo López
al mío.

Llegó al primer puerto en brazos de su madre, desde un


pueblo cuyo nombre le era ajeno tanto a él como al Gobierno. La
gente que allí vivía ya no lo hace más, todos huyeron cuando a
punta de balazos y machetazos se extinguieron familias ente-
ras. Solo se enteró de esto por los murmullos casi inconexos de
su padre, cuando su aliento apestaba a cerveza y las lágrimas
le brotaban.

Nació en aquel lugar lejano, pero creció en las concurridas


calles chalacas, en un barrio marginal, también llamado asen-
tamiento humano, en una calle sin nombre y en una casa que,
aun estando tan cerca, de limeña no tenía nada. Estaba hecha
de adobes, techo de estera; sin agua, pero con silo; sin electrici-
dad, pero con luz; sin pintura, pero pintada.

Fue el primero de cinco hermanos, tres hombres y dos mu-


jeres. Sus primeros años los vivió con su madre, su padre nunca
estuvo, solo llegaba un hombre con ojos cansados, con aliento
dulzón, que gritaba el nombre de su madre y que siempre caía
dormido cinco minutos después. Aquel hombre un día cogió una
libreta grande y un lápiz, los metió en una bolsa y los dejó sobre
la mesa.

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Al día siguiente, su madre lo levantó temprano, lo tomó de de “El Loco”, cuando intentó recuperar la pelota de un perro
la mano y salieron de la casa, caminaron por varias calles hasta mitad pitbull que casi lo deja con unos cuantos dedos menos. A
llegar a un edificio amurallado pintado de verde. Allí se quedó, su mejor amigo de aquel tiempo le pusieron “Camarón”, porque
sin entender lo que pasaba: era su primer día de escuela. Fue cuando fueron a la playa lo retaron a comerse uno, o a gritar
recibido y entregado entre sonrisas y lágrimas, su madre siem- que era marica, y sin dudarlo se lo engulló.
pre fue muy sensible. Allí dentro, en un aula mal alumbrada,
Uno de esos días, después de jugar y cuando el sol dejaba ya
con sillas chuecas y un terrible olor a humedad, paso diez años.
el cielo dando pase a la luna entre rayos anaranjados, Camarón
Cada cierto tiempo le entregaban libretas blancas, siempre le mostró un polvo blanco que le había dado su primo. Le pre-
tintadas de rojo, al igual que su piel cuando su padre las veía. guntó si quería un poco y él no se negó. Trató de comerlo y su
La primera vez se asustó, la segunda vez intento esconderla, la amigo le gritó: “¿Qué estás haciendo? Se respira idiota”, y así
tercera vez negoció, la cuarta vez lo aceptó y la quinta, sexta, comenzó todo.
séptima, octava, duodécima, trigésima, no la sintió.
De ahí en adelante todo fue cuesta abajo. Lo botaron del
El colegio siempre le pareció difícil, pero los primeros años, colegio, o sus padres ya no quisieron pagarlo. Siguió yendo a
a tientas, logró entender lo que le pedían; después, dejo de ha- la cancha de futbol y junto a sus amigos formó un equipo, que
cerlo. Nadie nunca le explicó qué hacer ni cómo corregir sus no ganó ningún campeonato del barrio, pero que era respetado.
errores y, finalmente, solo aceptó que la escuela no era lo suyo. Después, cuando sus padres le dijeron
Se dedicó a jugar fútbol con sus amigos. Primero en el recreo, que consiguiera trabajo o lo correrían de
luego, después de clases y, finalmente, antes de que estas em- la casa, Camarón le ofreció chamba con
piecen. Así fue como, poco a poco, la ruta al colegio fue reem- su primo y así empezó a vender.
plazada por la ruta a la cancha.
Pagaba su cuota puntual y reci-
La escuela se volvió una sombra y un nombre que bía su parte. Sus padres dejaron
escuchaba a veces en su casa, entre gritos y correazos. de joderlo y pudo seguir tranqui-
Ya no entendía qué significaba. Cada vez pasaba más lo. Se compró un mototaxi y se
tiempo entre la arena y las piedras, sobre una losa o iba a la playa con sus amigos
sobre el pasto, junto a sus amigos, quienes pasaban por cada fin de semana. A los diecio-
situaciones similares. Junto a ellos, donde estuvieran, sea cho conoció a una chica, no era su
jugando o hablando, se sentía tranquilo. Conforme crecieron primera vez, pero sí la primera que la
sus nombres fueron reemplazados. A él le pusieron la chapa cagó y terminó siendo padre.

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No se casaron y ella no abortó, los papás de ella la echaron simple. Llegó una hora después, dejó la bolsa y se sentó en la
y los padres de él, sin más remedio, le dieron un lugar. La casa moto. Pasaron treinta minutos, encendió el motor, arrancó y
donde vivía ya no era la misma, ahora tenía dos pisos, estaba comenzó a manejar.
hecha de ladrillo, tenía agua y luz. Lo mismo había pasado con
A la mañana siguiente amaneció en el penal, esposado y con
muchas otras casas del barrio, no obstante, la calles donde se
moretones, lo detuvieron al doblar la esquina. A las horas entró
levantaban seguían sin nombre.
su madre llorando y poco después él salió como entró, sucio por
Sus padres habían transformado la casa de su infancia, pero fuera, sucio por dentro, pero limpio en su historial y con mil so-
ellos no habían cambiado nada. El desprecio de toda la vida se- les menos en el banco.
guía ahí, en las paredes, en los muebles, en la mirada cansada
Cuando llegó a casa, su hijo no estaba. Le contaron que des-
de su madre y en los nudillos enrojecidos de su padre. Ellos
pués de lo que pasó, su esposa tomó al niño y se fue diciendo que
también lo habían alejado de sus hermanos, no querían otro
no la buscara. En la noche su padre le gritó como nunca, parecía
como él, y así terminó solo.
que era niño de nuevo y que otra vez había jalado el año.
Su hijo nació sano y sea por instinto de paternidad, o super-
Al día siguiente fue a ver a Camarón. Se encontraron en la
vivencia, pues a “Panza”, otro de sus amigos, se lo llevaron en
losa de su infancia y en las gradas recordaron los buenos tiem-
cana dos semanas antes, decidió dejar de trabajar con el primo
pos. Le contó lo que pasó y él le dijo: “hermano, ven conmigo”.
de Camarón y se volvió aprendiz de ferretero.
Fueron a una fiesta. Le invitó unas cervezas y entre canciones,
Parecía que las cosas iban viento en popa, pero su mamá en- gritos y vómitos, olvidó lo que pasaba. Se levantó en el sofá de
fermó. La medicina era cara, y eso junto a los demás gastos que la casa del primo de Camarón, no recordaba qué había hecho ni
tenía, lo obligaron a retomar el viejo oficio. Allí lo recibieron con cuánto tiempo estuvo ahí. No volvió a su casa por dos meses y
los brazos abiertos, una calidez que había olvidado encerrado en comenzó a vender otra vez, solo que ahora ya no lo hacía para
la frialdad de su casa y las miradas de su familia. El primo de conseguir plata para su familia, lo hacía para comprar la suya,
Camarón le prestó el dinero con la condición de que chambeara lo hacía para olvidarse de todo y tener paz, como cuando jugaba
en un trabajito para él. Unas semanas después, su madre se fútbol de chibolo.
recuperó y él fue a saldar su deuda.

Eran las once de la noche de un martes. Llevaba una mo- Tras sesenta días de paz, una noche escuchó un disparo en
chila verde bastante sucia hacia un lugar cuya ruta ya no re- la sala. Casi al instante, el primo de Camarón pasó corriendo a
cuerda. Tenía que dejarla, esperar treinta minutos y largarse, su lado, sin verlo. Tomó una de las mochilas y saltó por la venta-

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na. Él se paró confundido, caminó hacia la puerta y vio el cuerpo Inti Challwa y la promesa con
del que fue su único amigo tirado en el suelo. Huyó.
la madre naturaleza
Horas más tarde, dijeron por las noticias que Camarón que-
ría salirse del negocio y había colaborado con la policía para
que arresten a su primo, él también era padre. Asustado, volvió por Besly Muñoz
a la que fue su casa y rogó por ayuda, lo acogieron. Trató de —Queridos nietos, les narraré el cuento de hoy —dijo mi
rehacer su vida, pero las imágenes de aquella noche le seguían abuelo Teodocio, quien reflejaba en su cabellera plateada y los
pasando por la cabeza. Después empezó a escuchar voces y dos profundos surcos de su rostro una sabiduría natural.
días después volvió a consumir. Era la única forma en que se
—En verdad, prometo que les encantará. Esto pasó hace
callaban las voces y cesaban las imágenes, pero cada vez por
mucho, muchísimo tiempo. Cuando todavía yo era un niño, vi-
menos tiempo.
vía en un pueblito muy lejano, en compañía de mis padres y
Comenzó a mezclar cosas y a consumir más. Se le acabó la hermanos mayores. Todos nos conocíamos, los menores tenían
plata y comenzó a endeudarse. Su rostro, antes dorado y bri- que respetar a los mayores. No había mucha gente. Por ello, tal
llante, ahora era pálido y oscuro, los huesos se le notaban y sus vez, casi todos eran familiares míos.
ojos, antes blancas perlas, ahora estaban manchados de rojo.
“Las humildes casitas de adobe, la mayoría de ellas con te-
Un mes después, su madre lo confrontó y él se desarmó, le rogó
cho de teja se alzaban cerca de un cristalino río cuyas aguas
por ayuda otra vez y ella le dijo que saldrían a dar un paseo al
bajaban zigzagueantes, golpeando las rocas de los costados,
día siguiente.
dándoles mil formas indescriptibles, desde las alturas, desde
Se levantaron temprano, la casa estaba vacía salvo por ellos una enorme fría laguna, que, en el día, cuando el sol brillaba,
dos, y cuando estuvo todo listo, salió ella primero, él después parecía un gigantesco espejo reflejando el rostro del azul cielo.
y tras tres pasos, lo tomaron por la espalda y lo metieron a un Sus aguas no solamente daban de beber a los habitantes y ani-
carro. Lo llevaron a un centro psiquiátrico. males, sino también servían para regar los campos de cultivo de
Una semana después, con ayuda de algún amigo, o solo tal maíz, papa, frijoles y toda variedad de árboles frutales.
vez, escapó y, ahora, ya nadie sabe dónde está, ni si está vivo o Durante los meses de enero, febrero y marzo, sus aguas cam-
muerto. Solo pido a Dios que, hermano, ojalá hayas encontrado biaban de color, se tornaban turbias y muy caudalosas, nadie se
la paz. atrevía a cruzarlo si no era utilizando un puente improvisado a

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base de troncos de eucalipto, que por ahí crecían en gran abun- que hace hablar su guitarra, y don Antonio, el que también has-
dancia, enormes, erguidos y apuntando hacia arriba. ta ahora sigue tocando su charanguito, cantaban estas melodías.

El río era la vida del pueblo. Algunos incluso le componían


canciones que muchas veces cantaban durante las fiestas de
Mayun mayuntan purishani challhuaschallay
carnaval, o en cualquier otra ocasión. ¡Sí! ¡Todavía las recuerdo
muy bien!” Sutiquita yuyarispa challhuschallay…

—¿Las puedes cantar? —preguntó uno de los pequeños, que De río en río voy caminando pececito
muy atento y sorprendido escuchaba la narración de aquel sa- Recordando tu nombre pececito…
bio hombre del pueblo.

—Por supuesto, cómo no. Si yo mismo era uno de esos que


—¡Ya deja que siga contando! —dijo uno de ellos, debió ha-
junto a don Genaro, el
ber sido el mayor—. ¡No interrumpas, por favor!

—Claro, muchas cosas se podrían decir de ese generoso río.


Durante los meses de ausencia de lluvias solíamos re-
presarlo, utilizando para ello enormes piedras que los
niños mucho más grandes se encargaban de colocar
unas sobre otras, hasta empozar sus aguas al nivel
más alto. Luego de ello, empezaría la diversión de
todos los días: nadar y nadar... ya parecíamos peces.
¡Ni qué decir de la pesca! Había abundante trucha.
Bastaba conseguir un carrizo, unos metros de nylon,
un gancho de anzuelo, muchas asustadas lombrices
que eran utilizadas como carnada y listo. Después
de algunos minutos, o un par de horas a lo mucho,
tras una pacienzuda espera, iba de regreso a casa
con una buena sarta de frescas truchas para ser deli-
ciosamente saboreadas, luego de pasarlas por la sar-
tén sin más condimentos que la sal, pero acompaña-
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das de abundante mote amarillo. ¡Qué delicia! ¡Para chuparse —Sí, exactamente. Por eso casi todas las personas actúan
los dedos! irresponsablemente, sin darse cuenta de que nos están hacien-
do mucho daño. Otras incluso botan desperdicios: latas, bote-
“Un día, como era costumbre, mi mamá me mandó a lavar
llas y recipientes desechables, plásticos y una serie de inmun-
ropa al río. Todo el mundo lo hacía. Camino abajo, en compañía
dicias. Es un acto inhumano, están atentando contra ustedes
de mi fiel Quilla, mi amiga canina. Le habíamos llamado así en
mismos, ¿Acaso no pueden darse cuenta de semejante daño? ¡Lo
referencia a la Mama Luna, para que acompañe nuestro cami-
peor! Talan árboles, queman bosques enteros —me recriminó,
nar como la luna lo hace todos los días.
muy enfadado.
Avancé hasta llegar a un lugar aparente y adecuado. Luego
Luego, ya algo más calmado, repuso: —No temas, no te haré
de haber lavado abundante ropa, para toda la semana, estaba
daño vengo enviado por mi madre Cocha y quiero ser tu amigo.
por echar la suciedad, lleno de espumante detergente, hacia el
Es más, debes ayudarme a ayudarles.
torrente, pero, cuán grande fue mi sorpresa cuando de pronto
escuché un extraño hilito de voz, que desde el fondo de la quie- —Y… ¿cómo puedo yo ayudarte si apenas soy un niño?
tud de las aguas se levantaba, dirigiéndose hacia mí:
—¡Fácil! Mira, advierte a todas las personas de este pueblo
—¡Por favor, no lo hagas! Mama Cocha, la Madre de las que al actuar de esa manera no solamente nos están dañando,
aguas, está muy enferma y cada vez más. Un día se secará por sino también a ellas mismas y a las futuras generaciones, por-
completo y ya no podrá dar más vida. Es decir, al hacer eso que al secarse este río ya no podrán sacar agua sana y fresca
podrías matar a miles de peces, miles de plantas, en suma, a para sus necesidades diarias.
muchos seres vivos que, así como tú y yo también tienen vida.
—¡Claro que te ayudaré! Estoy dispuesto a hacerlo. Es más,
Esa era la voz de un extraño pez que jamás había visto en te prometo que nunca más haré cosas que te dañen, que dañen
mi vida. Debe ser el espíritu de los peces del río, pensé inmedia- a Mama Cocha, a los peces y a toda la naturaleza.
tamente. Pues, por su enorme tamaño, no era igual al resto de
su especie. Sus escamas brillaban al contacto de la luz, más o Inmediatamente tomé el recipiente con ropa y me fui. En el
menos del tamaño de una moneda de diez céntimos. Eran res- trayecto me encontré con don Lucas, que aún tenía una cajita
plandecientes y doradas, como los mismísimos rayos del sol, del de fósforos en su mano, luego de haber encendido fuego para
dios Inti. quemar el bosque que colindaba con su propiedad.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunté—. Si aquí en el —¿Por qué hace esto? —le pregunté—. ¿Acaso no sabe de
pueblo todo el mundo hace lo mismo. las consecuencias?

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—Lo hago para que llueva, para que las plantas puedan cre- grandes y pequeños, podamos entender la necesidad de vivir en
cer y los ganados pastar lo suficiente. un ambiente más sano, más justo y humano.

—Al hacerlo está usted enfermando a la naturaleza. Ella es Sin embargo, conforme pasaba el tiempo me daba cuenta de
nuestra madre, debemos cuidarla si queremos vivir sanos. que el río, el único que nos daba vida, iba poco a poco, disminu-
yendo su caudal. Es más, sus aguas ya no eran cristalinas. Qué
—¡Niño! Preocúpate por ti primero y ve a ayudar a tu
lástima, estaban totalmente contaminadas. Pero, de las perso-
mamá, en vez de estar aquí perdiendo tiempo y hablando cosas
nas, ni qué decir. No tenían la mínima intención de cambiar
sin sentido —me reprochó.
de actitud.
Molesto y ofendido seguí caminando. Al llegar a casa le con-
Un día, de vuelta al río, vi una vez más a aquel pez. Estaba
té a mi mamá lo sucedido; pero ella actuó como si no le impor-
a un lado de la orilla. Me acerqué para observarlo y descubrí
tara lo que le decía. Entonces, al día siguiente, muy temprano,
que se había atorado con una bolsa plástica. Estaba muerto, me
regresé al lugar donde me había encontrado con aquel extraño
puse muy triste. Ya era muy tarde, tuve que retornar a casa. Al
pez. ¡Otra vez, qué lástima! Vi a mi vecina arrojando sacos y sa-
día siguiente fui y vi que, así como ese pez, muchos otros tam-
cos de desperdicios orgánicos e inorgánicos que las correntadas
bién habían muerto.
se encargaban de desaparecer.
La gente ya sabía lo que estaba pasando. Sus cultivos se
—Doña María, ¡no lo haga por favor! —me miró como si fue-
estaban secando por falta de agua, sus animales estaban enfer-
ra un bicho raro y se fue.
mos por estar bebiendo agua contaminada. Aquellos que se ba-
Ya cuando me encontraba en la orilla apareció de nuevo ñaban iban adquiriendo una rara enfermedad de la piel. Todos
aquel pez. Le conté lo sucedido con don Lucas y la vecina María. estaban sumamente preocupados.

Entonces, él me dijo: —A palabras necias, oídos sordos. Entonces, un hombre de avanzada edad, muy respetado en
el pueblo por su gran sabiduría, en una asamblea les inculcó a
Le pedí que me explique, que no entendía nada.
las personas sobre la necesidad de arrepentirse ante los apus,
—Significa, simplemente, si escuchas palabras que no tie- dioses guardianes de la naturaleza. Como muestra de ello, les
nen sentido, que no te afecten, sigue adelante. No te des por aconsejó trasladarse en grupo hasta la laguna, fuente del río, lle-
vencido con nuestro plan. vando consigo como pago a la Mama Cocha, madre de las aguas,
coca, incienso y abundante aguardiente de caña, para que llue-
—Claro, lo entiendo muy bien, perfectamente. No me daré va y, por consiguiente, el caudal del río se incremente, confor-
por vencido, de ningún modo, hasta conseguir que la población, me eran sus tradiciones y ancestrales costumbres. Pero sobre
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todo arrepentimiento, reivindicación y compromiso con Mama Plumitas de amor
Cocha, con ellos mismos y con las futuras generaciones, para
sembrar en ellos el cuidado y amor por la madre naturaleza.

Finalmente, ya cuando todos habían retornado satisfechos


de la labor cumplida, les volví a contar lo sucedido con el miste- por Jhazmin Mori
rioso pez. No sé si me creyeron, pero igual me sentí feliz, porque
las personas empezaron a cuidar nuestro río, la naturaleza. Los
Cierto día en el colegio, Killari, una pequeña niña de tan solo
árboles empezaron a dar abundante fruto, las plantas a flore-
diez años, escuchaba atenta su clase sobre la fauna de Lamba-
cer, las abejas a zumbar, los pajaritos a cantar.
yeque. La profesora explicaba con gran entusiasmo sobre cada
Una tarde, me dirigí como siempre hacia el lugar del río uno de los animales.
donde tuve la oportunidad de conversar con el extraño pez, y me
Killari prestaba atención a cada imagen que le presenta-
di con la gran sorpresa de que mi entrañable y misterioso ami-
ban. La profesora empezó a explicar sobre el huerequeque.
go estaba vivo. ¡Sí! ¡Inti Challwa! Mi pez dorado, como decidí
nombrarlo, había revivido. Me senté a la orilla del río a conver- —El huerequeque es un ave representativa de Lambaye-
sar con él durante mucho tiempo, casi hasta el anochecer, sin que. Es un animal cuyo nombre proviene de la eufonía de su
que nadie nos viera. Alegres, contentos y emocionados. Nuestro cantar. Además, se dice que con su canto anuncia la presencia
plan se cumplió conforme nuestro deseo, dijimos con júbilo. de desconocidos.

¡Por fin, pudimos lograr que las personas amen la naturaleza Ella estaba cautivada con lo que estaba escuchando. “Qué
y vivan felices, disfrutando de sus maravillosas bondades, en animal tan interesante y gracioso, esas patitas tan delgaditas
una relación armoniosa con ella! La vida misma había vuelto que tiene”, pensó.
a florecer.
Los días transcurrieron y el cumpleaños de la niña llegó.
—Gracias, abuelo Teodocio. El cuento nos encantó. Te pro- Estaba muy emocionada. “¿Qué regalo me dará mi madre?”, no
metemos, nosotros y todas las generaciones, cuidar y amar la dejaba de pensar.
naturaleza.
—Mi hijita querida, mi luz de luna, hoy iremos al mercado
para comprar algunas cositas para el almuerzo. Prepararé tu
almuerzo favorito: ¡Tortilla de raya!

—¡Qué rico, mami! ¡Vamos ya!


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Una vez que llegaron al mercado, Killari se mantuvo bien Como tenía las patas muy largas, tuvieron que echarla, como lo
sujeta de la mano de su mamá. Mientras ella compraba en un hace un pato.
puesto, la pequeña observaba todo a su alrededor. No pudo creer
Ya en casa, Killari no podía creerlo, tenía su propio huere-
lo que vio a lo lejos.
queque. El ave se encontraba en el pequeño patio de su casa.
—¡Un huerequeque! —gritó muy emocionada. Estaba muy quieta, demasiado quieta. Ella la contemplaba a la
distancia, para no asustarla. Pronto se daría cuenta de que el
Se acercaron a la vendedora, que tenía al ave atada de una
ave no podía ver muy bien, ya que no se asustaba cada vez que
patita a una canasta grande.
se le acercaba. Temerosa de que pudiese estar enferma, decidió
—Hijita querida, ¿te gusta este animalito? investigar en Internet. Se quedó más tranquila, al saber que los
huerequeques tenían mejor visión durante la noche.
—Mami, es un anima-
lito sorprendente. Aquel día, para el almuerzo familiar, se unieron su abuelita
Hace unos días la y su tío. Cuando conversaban gustosamente en la sala, el huere-
profesora nos contó queque, que andaba recorriendo la casa, se acercó hacia la pier-
muchas cosas de esta ave. na del tío y empezó a darle picadas a su pantalón. La abuelita,
¡Quiero tenerla, porfis! que estaba cerca, de tan solo ver al animalito no tardó en decir:

La madre sonriendo, —Juan.


miró a la vendedora. —¿Qué dices, abuelita? —preguntó la niña curiosa.

—¿Cuánto está? —Mi querida Killari, a los huerequeques se les suele decir
así también.
—Diez so-
les. Desde ese día el ave llevaría ese nombre: Juan.

La ma- Un día, mientras la mamá de Killari cocinaba, sin querer se


dre pagó y el le cayó al piso una alverjita, la cual hubiese seguido rodando,
ave fue puesta en sino fuera porque el huerequeque entrando sigilosamente, la
una pequeña caja. alcanzó con su pico y se la comió.

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Siempre que algo de comida caía al piso, Juan se lo comía. Así, Ese día hacía mucho calor. Después de bañarse Killari fue
de a pocos, fueron sabiendo los gustos de la hermosa ave. Comía a ver a Juan. Él estaba sacudiendo sus plumitas, introducía su
granitos de arroz cocido, tortilla, alverjitas y algunas verduras. pico en su depósito de agua y se salpicaba hacia su pecho. Al-
gunas veces ella lo observaba por las noches. Juan miraba en
Killari aprovechaba esto. Como no le gustaban las alverjas,
el cielo a varios huerequeques pasar gritando. Quizá extrañaba
cada vez que las dejaba se las tiraba a Juan, sin que su mamá
volar como ellos.
se diera cuenta. Él no tardaba en atraparlas.
Cuando a veces la niña se quedaba dormida en el mueble de
Cuando empezó el verano, los grillos no dudaron en apare-
la sala, al despertar encontraba a Juan mirándola. Se notaba
cer. Era su temporada.
que él estaba de frío y de sueño, por lo esponjoso que se ponían
—Mami, cada vez que vayamos a la casa de mi abuelita, hay sus plumitas y sus ojitos entrecerrados. Ella lo miraba y le pa-
que atrapar grillos para Juan, leí que le gustan mucho. saba la mano por su espaldita.
—Está bien, mi niña. Quizá sea un manjar para ellos. Siempre que hacía frío, el ave buscaba algún pequeño espa-
Por lo que cuando la niña iba a la casa de su abuelita, no ol- cio donde los rayos del sol estuviesen iluminando el suelo para
vidaba atrapar grillos y ponerlos en una latita. Cuando llegaba poder echarse y calentarse un poco. Algunas veces su mamá
a casa por la noche, los dejaba libres en el patio, y sin esperar debía actuar como veterinaria, por las ampollitas que le surgían
mucho, Juan ya estaba cazándolos. Cuando estaban en su pico en las patitas. Ella decía que era porque estaban hechas para
a Killari le parecía que él estaba comiendo canchita. Era un so- estar en la tierra y no sobre el piso de una casa.
nido curioso. Todos los días, en la escuela, Killari no dejaba de mirar el
En una ocasión, mientras la niña desayunaba junto a su reloj, contando cuántos minutos quedaban para poder volver a
madre, también observaba a su ave. Juan caminaba por los al- su huerequeque. Cuando llegaba a su casa, ni se terminaba de
rededores del patio, buscando algo por los filos del piso. Ella cambiar de ropa y se iba al patio, tomaba a Juan y en una pe-
lo miraba curiosa. Juan atrapaba a las hormigas una y otra y queña alfombra lo echaba como lo hace un pato. Luego lo pasea-
otra vez. ba por toda la sala. Su mamá se sonreía cada vez que la veía
jugar así.
—Mami, ahora entiendo por qué le dicen pájaro limpiador.
—Killari, Juan debe estar muy asustado.

—Gracias a él ya casi ni hay hormigas en la casa —dijo su —No lo creo, mamá. Míralo, ni siquiera se mueve cuando lo
mamá sonriendo. paseo. ¡Le gusta! —respondía sin dejar de jugar.

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Luego, de rodillas, ponía su rostro muy cerca de él y llegaba Durante aquellos días se enteró de que uno de sus primos había
a percibir su aroma. Le encantaba el olor de su huerequeque. comprado un ave como la suya, pero más pequeña y dócil. No
Era un aroma curioso, aunque su ave solo usaba agua para ba- pasó mucho tiempo para enterarse de que había muerto, al es-
ñarse y lo hacía cada dos días, siempre mantenía su olor carac- tar jugando con el gato.
terístico. Con el pasar de los años Killari se volvió inseparable
Llegada la hora de almuerzo, ella le lanzó una y otra alverji-
de Juan. Su madre y padre también lo adoraban. Era conside-
ta. Él solo las miraba pasar por su lado y luego la observaba. Ya
rado un miembro más de la familia.
eran dos días que no quería comer. Mientras estaba en cuclillas
Cada vez que Killari se sentía triste, o sola, observaba desde en la entrada del patio, lo contempló y no pudo evitar llorar.
la cocina a Juan. Él también la miraba, o al menos eso parecía.
—Mamá, él está enfermo.
Ella, con catorce años, no dejaba de observarlo. Como un ani-
malito de patitas tan delgaditas, con una cabeza con la forma de —Lo siento mucho, hijita.
la mitad de una pepa de mamey y con una línea que la bordea- Killari sentía en el fondo de su corazón el lamento de su
ba, dando la impresión de que llevaba una corona impregnada. mamá. Ambas sabían que los veterinarios de su localidad no
¿Cómo podía no decir ni una palabra y expresar tanto? estaban especializados en aves así, solo en animales de corral.
Mientras pensaba eso, corrió un fuerte viento, que le dio A pesar de eso, le dijo a su padre que por favor la ayudara a en-
escalofríos y a Juan lo hizo saltar muy alto y entonar su grito contrar uno. Tenía que intentarlo.
característico: «hue-reque-que-que». Sus padres decidieron que lo mejor sería mantenerlo en la
Killari no dejaba de reír, su preciosa ave siempre la hacía caja donde acostumbraba a dormir, era una caja muy grande.
sentir mejor, aunque sea con los sustos que se daba cada vez Ponerle un trapito en la base, para que pudiera sentirse más
que sentía el viento entre sus patitas. Se acercó a él y se dio calentito, y otro pedazo en su espaldita. Killari solo quería estar
cuenta de que una de sus plumitas yacía en el suelo. Ella la re- al lado de su caja y no moverse.
cogió y decidió guardarla en un álbum. “Así mantendré su olor
—Puede ser hipotermia, me dijo el veterinario —comentó el
para siempre”, pensó.
padre a la familia.
Con el pasar de los días, Killari, que siempre lo observaba,
—¿Qué podemos hacer? —preguntó la madre muy angustiada.
notó que ya no se mantenía mucho tiempo paradito. Cuando
estaba echado siempre lo hacía en lugares donde llegaran los —Por ahora tratar de mantenerlo calentito, poner botellas
rayos del sol, aunque hiciera calor. Parecía siempre tener frío. con agua caliente.

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Juan solo se inmutaba al oír pasar a las aves de su misma quizá no lo hubiesen capturado, si quizá él nunca hubiese salido
especie y trataba de emitir un sonido que al final no llegaba a de su hábitat, quizá… tan solo quizá él seguiría vivo.
salir de su pico. Mientras su rostro se humedecía cada vez más, se consola-
Al día siguiente, un domingo, Killari se disponía a ir a misa ba pensando que al menos podría seguir escuchando en el cielo
con su madre. Antes de salir se acercó a Juan, quien se en- su cantar. Un canto a la libertad.
contraba echado como lo hace un pato y con las alas abiertitas
y su cabeza casi pegada al suelo. Sus patitas nuevamente te-
nían ampollas.

—Tienes que vivir, no puedo perderte. Me has enseñado


tanto, no te vayas por favor. Tú eres un rey, no pierdas tu coro-
na. Vive.

Killari sentía unas ganas incontrolables de llorar y gritar


por no poder hacer más. Le dio un beso en esa cabeza con tan
curiosa forma, la cual amaba ver.

Al regresar de misa, su madre y ella encontraron a su padre


en el jardín con la pala en mano, terminando de echar tierra.

Killari miró a su padre, llevó su mano hacia su pecho, ha-


cia donde estaba su corazón. Volteó a mirar a su madre, y ella
ladeó su cabeza. En sus ojos había lágrimas que estaban por
caer. Puso su mano en el hombro de su hija. Killari abrazó a su
madre. Se aferró a ella sin dejar de llorar.

Le hubiese gustado despedirse de él, sentir sus plumitas


una vez más, sentir su aroma una vez más, aquellas plumitas
con olor a amor. Las lágrimas no solo reflejaban el dolor de su
partida, era un dolor de quizá haberle quitado parte de su vida.
De haberlo preferido lejos, pero vivo. Si aquel día no lo hubiese
comprado, si aquella señora no lo hubiese estado vendiendo, si
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La barbería dejó? ¿Por qué la dejé ir? ¿Por qué hice esto? ¿Por qué no hice
aquello?”, parece un bucle temporal infinito.

Te estancas en el pasado, en el pensamiento. Quizás la


importancia no está en el porqué, y quizás es por lo que suele
por Rodrigo Merino evadirse. Pudiste no hacer “esto”, pudiste evitar “aquello”, pero no
fue así. ¿Por qué? Difícil dar una respuesta inmediata, ¿verdad?

El otro día estuve meditando respecto a los finales. Muchos


dicen que nada es como la primera vez, pero quizás es porque —O—
nunca han experimentado la última. Corrección, quizás nun-
ca han sabido cuándo llegaría. Las primeras veces son, en su
mayoría, las mejores, y siempre son inolvidables. Empero, es Hay tres tipos de personas en el mundo que siempre van a
la incertidumbre lo que vuelve interesante el final del camino. saber más que tú en muchos aspectos de la vida: los ancianos,
¿Se puede saber con certeza cuándo algo está por acabarse? La los taxistas y los barberos. No hay ser humano más lleno de sa-
mayoría del tiempo no se ve venir; sin embargo, llega, y uno biduría que alguno de los ya mencionados, y es que han vivido
debe estar preparado para el arribo. Suena falaz que- de todo.
rer prevenir lo impredecible, pero quien descubra
Una visita a la casa de
cómo hacerlo podría encontrar la tranquilidad total,
tus abuelos es una visita al
neta, pura.
museo de las experiencias;
La ansiedad es producto del desconocimiento del un viaje de tu casa al tra-
futuro, y el no saber desespera. Todos los caminos tie- bajo en taxi puede conver-
nen un inicio y un final: ¿por qué? Un conflicto irre- tirse en un debate político
soluble en el que no cualquiera se atreve a entrar. como de los que suelen ha-
La respuesta fácil y el común denominador es ber en el congreso, o en
la ignorancia: sabes que está ahí, existe, pero un programa deportivo
lo evades, ahorrándote noches de insomnio a lo Canal 11, en los
y episodios de angustia. “Vive el presente, que se habla úni-
aprovecha el momento”; calma las aguas, camente de fútbol
pero no evita la tormenta. “¿Por qué me los domingos a la
39
medianoche resumiéndote los highlights de la semana; pero un —Ya me imagino —dijo entre risas—. Economía, ¿verdad?
corte de cabello con tu barbero es tener una cita con el psicólogo
—Así es. Por ahora.
a un precio realmente subestimado.
—Bonita carrera. Y, dígame, ¿qué piensa un futuro econo-
—Hola, Leo —saludé apenas entré al salón—. ¡A los años!
mista sobre todo esto que está pasando con Alan?
—¡Mi estimado! —respondió emocionado—. ¿Qué ha sido de
—Lo mismo que todos: el domingo resucita —respondí en
su vida?
son de broma.
—Todo tranquilo. ¿Tú cómo has estado?
—Claro —asintió luego de lanzar una carcajada—, domingo
—Muy bien, muy bien. Siéntese por aquí. ¿Le puedo ofrecer de resurrección.
algo de tomar?
—Así es.
—No te preocupes, así estoy bien.
—A ver, haga su cabeza a un lado —indicó para proseguir
—Perfecto. ¿Lo de siempre? con el corte—. Y, ¿qué dice su hermano? ¿Cómo le está yendo?

—Por favor. —Ahí anda, trabajando.

—Empecemos, entonces. —Joven y con chamba —reafirmó contento—. ¡Qué bien, ca-
ramba! Así debe ser. Y, ¿está con enamorada?
Siempre me ha encantado la cortesía con la que me reciben
en la barbería a un par de cuadras de mi casa. Es como si en- —Sí, sí. Ahí está, pisado.
traras en su hogar, ofreciéndote bebidas, o piqueos, haciéndote
—Ay… los muchachos de hoy. Enamorados e ignorantes de
sentir lo más cómodo posible. Un servicio completo.
todo lo demás. ¡Qué bonito es el amor!
—Y… cuénteme —retomó la conversación una vez que se
—Ah, ¿sí? —cuestioné sin convicción—. No creo que sea
acercó a mi cabeza con las tijeras—, ¿qué hay de nuevo? ¿Ya en
tan bonito.
qué ciclo va?

—Cuarto. Ya es mi tercer año de universidad. —Al principio, lo es —contestó seguro de sí—. Todo es co-
lor rosa al principio. Chocolates, flores, todo muy bonito. Pero
—¡Asu! —exclamó sorprendido—. Ya tres años. Mitad cuando logras superar esa etapa en la relación, cuando todo lo
de carrera. que haces le molesta, o tú te molestas vengativamente porque
—Sí, pues. Ahora faltan otros tres más de sufrimiento. ella se molestó contigo, es ahí cuando la cosa se pone seria.
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Empecé a hablar menos, y a escuchar con más atención. ño. La inseguridad quiebra el pensamiento: incertidumbre en la
vida laboral, en si aprobarás el curso o no, si tu equipo ganará
—Cuando se dejan de joder mutuamente, o por lo menos
el campeonato local… Todo eso preocupa, pero aprender a do-
aguantan las jodas de uno y del otro, ahí te das cuenta de que
minar el miedo, eso hace grandes a los hombres. No dejes que
van por buen camino. El día que encuentres a una mujer sopor-
el miedo te domine, sino eso guiará lo que hagas en el futuro.
table y que, sobre todo, aguante tus huevadas, esa chica valdrá
Debes hacer que tus acciones den sentido a tu vida, y aun así
la pena. Ahí es donde no tienes que dejarla ir.
pasen cosas inesperadas, porque sucederán, por lo menos pue-
—Creo que me falta mucho para encontrarla —interrumpí des decir que luchaste por lo que querías.
brevemente—, hasta ahora, solo consigo que no me aguanten y
—Suena un poco conformista —critiqué con mi negativismo
se vayan con otros.
característico, como afirma mi padre sobre mí—. Quedarte con
—Tranquilo —me consoló moviendo mi cabeza hacia el otro el intento y estar tranquilo con ello no suena muy agradable
lado—. El amor llega cuando menos lo esperas. Es más, mien- que digamos.
tras más busques, menos encuentras. Paciencia, esa es la clave.
—Entonces, no intentemos nada y esperemos a ver qué sale,
Paciencia y buena cara. Solo mírame a mí: aquí donde me ves,
¿verdad? —replicó con sarcasmo.
cortando cabezas sudadas y cobrando por comisión, tengo a mi
esposa y a mis dos lindos hijos. Y no hay que ser el más guapo Y ahí solamente callé. Una lección como para no olvidar.
del mundo para conseguirlo; solo tienes que peinarte bien.
—Bueno, creo que ya quedó —dijo, dejando las tijeras enci-
Todo un sabio, Leo. Sin pelos en la lengua. Sincero y confia- ma de la cómoda—. ¿Qué le parece?
do. Maestro de maestros.
—Genial, como siempre —respondí agradecido—. Lo malo
—A mí me da miedo siquiera intentarlo —le confesé final- es que me estoy quedando calvo, como mi viejo.
mente—. Temo salir herido. La experiencia habla por sí sola. Tú
—Tranquilo —me calmó entre risas—, solo hay que tapar
mismo lo dijiste: todo es lindo al principio, pero cuando termina,
esas entradas.
ahí nace el problema.
—Gracias, Leo. Ha sido un gusto, igual que siempre.
—Entonces, no temes intentarlo; tienes miedo al final —me
corrigió con sabiduría—. Todas las cosas se acaban, eventual- —No hay de qué, mi estimado, nos vemos la próxima, a ver
mente, y eso lo sabemos todos. Lo que se desconoce es el cuándo, si Alan revive o no.
y eso genera ansiedad. Nadie tiene miedo al final; esa sensación
de no saber cuándo llegará es lo que atormenta y quita el sue-
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Las lápidas de la calle odio de los funerales. Cuando comencé a hablar dije lo típico,
como: “que pena que una persona tan buena ya no esté con no-
sotros”, “lo vamos a recordar hasta el último de nuestros días” y
“le estaré eternamente agradecido por lo que hizo”.
por Cristopher Aguilar —Lo sé. No me lo tienes que recordar, te escuché perfecta-
mente y la verdad es que sí, se te escuchó sin ganas —dijo con
una mirada perdida.
Sentados en la vereda, luego del funeral de Papá, Rubén me
preguntó qué fue lo que pasó y cómo había llegado al lugar del —Las palabras solo salían de mi boca, ya no recuerdo bien
crimen tan rápido. lo que dije. Me dediqué a escupir un montón de palabras de lás-
tima y melancolía, ni siquiera pude recordar lo buenos momen-
La verdad recuerdo poco de ese día, solo que escuché un so-
tos que pasamos mientras estaba hablando.
nido muy familiar, el cual escuchaba casi tan seguido como la
voz de mi madre; era el sonido de una bala. La bala sonó muy —¿Y ahora puedes? —preguntó Rubén.
cerca del lugar adonde me dirigía. Corrí tan rápido como pude y —Sí, eso creo —respondí.
al llegar vi a Papá desangrándose en el piso, mientras su esposa
Mirando el sitio donde conocí a Papá, una serie de imágenes
lloraba y gritaba: “¡Llamen a la ambulancia!”
llegaron a mí. Recuerdo bien lo que hice ese día, había asaltado
No me podía mover, estaba en shock, aunque no sabía el a un taxista; solo alcancé a quitarle el celular porque, para mi
porqué; ya había visto muertes y a personas desangrándose mala suerte, pasó una patrulla. Ellos me vieron y comencé a
muchas veces, algunas provocadas por mí, pero esta vez era di- correr. Estaba asustado, pues era la primera vez que creí que
ferente, quizá porque ahora la persona que me sacó de esa vida me podrían atrapar. Al ver que estaban por encontrarme, sal-
era la que estaba en el suelo. Los vecinos llamaron a la ambu- té un muro y me metí en lo que parecía una casa, pero no era
lancia; pero yo seguía ahí, parado y sin poder moverme. eso, sino una especie de cochera. No había carros, solo grafiti
en las paredes, pelotas y unos pequeños arcos de fútbol para
—Así que desafortunadamente te tocó verlo primero,
entrenar. De la nada volteo y ahí estaba él, mirándome; en ese
lo lamento.
entonces él era un completo extraño, me preguntó mi nombre y
qué hacía ahí.
—Hoy, en el funeral, cuando pidieron que alguno de los chi-
cos del grupo dijera unas palabras; nadie quiso hablar, y me —¡Chis! —exclamé, mientras sacaba mi arma—. ¡Cállate, o
animé solo con el fin de cortar ese incómodo silencio que tanto te meto plomo!
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Cuando le dije eso, él ni siquiera se asustó, solo me miró. De —¿Por qué robas? —preguntó. Me miraba firme y cruzó
pronto llegó la policía, estaban registrando el lugar con el fin los brazos.
de encontrarme.
—Esa es mi vaina causa, no tuya —él seguía empeñado en
—Si te atreves a decir algo comes plomo, basura —le dije, que se lo dijera, así que lo hice— yo, a mi corta edad, ya sé lo
pero él seguía calmado. que es la ley de vida, sé lo que es ganarme el pan de cada día. Mi
Cuando abrió la puerta me escondí inmediatamente. viejita está enferma, necesita medicinas y un pan en la mesa.
Hace un mes tuve que dejar el colegio, me quedé en segundo
—Caballero, buenas noches. Estamos persiguiendo a un de secundaria.
ladrón que acaba de asaltar a un taxista; creemos que puede
estar escondido en su local. El sospechoso parece ser un me- —Segundo de secundaria… ¿Has buscado chamba? No será
nor de edad, de catorce o quince años, aproximadamente —dijo por un sueldo, pero al menos pueden darte propinas.
el policía.
—¡Ja! A esta edad nadie te contrata causa y sí, estuve de
—Pues no, jefe. Acá no ha entrado nadie. Quizá esté en otra
cargador en el mercado por un tiempo, pero la propina
vivienda —respondió él con voz tranquila, como si no estuviera
que te dan es muy poca, no alcanza ni para
bajo amenaza.
quince días. Además,
—Está bien. Si ve algo sospechoso no dude en avisarnos, soy chibolo y cada vez
por favor.

Cerró la puerta y trajo dos sillas, puso una en frente de la


otra y me dijo: —Siéntate.

Me fui a sentar, pero seguía con el arma en la mano.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó.

—Óscar.

—¿Óscar qué? Dime tu apellido.

—Óscar Ruiz.

43
la gente se quiere arriesgar menos en contratarme. Tienen mie- —¿Y ese fierro? ¿Quién te enseñó a usarlo? Sé que las se-
do a que los multen o algo así por contratar menores. Algunos miautomáticas no son baratas.
se aprovechan de eso y me pagan menos. Pensé que entendías
causa, pero voy viendo que eres otro de esos “sanasos” que se —Este fierro te hace sentir como un Dios. Este es el verdade-
creen de barrio. ro poder. Lo manejo desde los nueve. Algunos de los delincuen-
tes que están en el barrio te enseñan a usarlo. Si les caes bien
—¡Ja! ¿Y tu padre?
y les ayudas, te la regalan. Solo tienes que robar un tiempo con
—Muerto o en cana, según mi madre. Le dejé de preguntar ellos y estar ahí cuando haya enfrentamiento con el barrio rival.
eso hace muchos años.
—Sí sabes que estás en el barrio rival, ¿no?
—¿Te gustaría volver a estudiar?
—Sí y me pueden meter plomo si me ven, pero no tuve op-
—La verdad que no veo porqué volver. Salir y hacer esto ción. Esperaré a la madrugada para salir sin que me vean. Aho-
para mí ya es como un hobby, hacer ganancia, es como si la pla- ra, si no te molesta me quedaré un rato más, puedes dejarme
ta viniera a mí. Chambear, raquetear es mi vida ahora. solo. No te voy a robar nada, tranquilo. Has cerrado la boca, eso
es bien recibido.
—¿Solo asaltas taxistas? ¿Qué más has hecho? ¿Has matado?
Al terminar de decirle eso, se paró de la silla y se dirigió a
una especie de cuarto. Mientras abría la puerta se detuvo y me
—No he matado, pero sí le he disparado a gente, aunque
preguntó: —¿Te gustaría tener otro tipo de vida?
solo en partes donde no es mortal. Robando saco aproximada-
mente doscientos soles. No tengo familia, ni papá, solo a mi vie- Sin voltear a mirarlo respondí: —No lo sé.
jita enferma. Es lo único que me queda —le dije, mientras se me
Antes de entrar a ese cuarto me dijo: —Cierto, no te he dicho
quebraba la voz.
mi nombre. Me llamo Héctor, Héctor Aponte, pero muchos me
conocen como “Papá”. Quiero que pases aquí la noche, quisiera
—¿No crees que puede haber otro camino, que no sea el que
enseñarte que sí hay otro camino. Si no te quedas pues, fue un
tú me estás contando?
gusto Óscar. Espero que te vaya bien en lo que hagas.

—Debe haberlo, pero por ahora no estoy para buscar otro No le tomé importancia a lo que me dijo, pero me dio curio-
camino, se hace lo necesario para sobrevivir. Además, estamos sidad saber qué es lo que hacía y me quedé. Al día siguiente, al
en los barracones. Entre tanto plomo y muerte yo no veo otro ver que no me había ido, se alegró y me dio una fruta para de-
camino que me ayude en lo que necesito en este momento. sayunar. Casi media hora después llegaron un montón de per-
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sonas de mi edad y más pequeños, eran casi diez. Todos los que Justo en ese momento llegó Rubén, no lo sabía en ese en-
llegaban le decían Papá y otros lo llamaban por su nombre. Me tonces, pero él también se encargaba de impulsar el grafiti en la
quedé asombrado por el respeto que le tenían. Poco después co- zona, además de pintar muchos de los rostros que adornan los
menzaron a hacer grafiti en las paredes, otros agarraron una murales del Callao. No solo pintaba cantantes famosos, también
pelota y se fueron a la calle con los arcos de entrenamiento. se dedicaba a pintar a víctimas de la delincuencia, personas que
solo pasaban por la calle y que morían por una bala perdida.
Se acercó a mí y me dijo con una sonrisa: —Te voy a contar
algo, Óscar. Yo comencé a robar a los trece. Mi papá estaba en Cuando me lo explicaron, de inmediato quise preguntar cuál
cana por homicidio y asalto. Mi mamá trabajaba, pero no era era el motivo. ¿Por qué se pintaba a los muertos en los muros?
suficiente para llegar a fin de mes. A mí no me importaba nada, ¿Qué se esperaba? Quizá la respuesta era obvia, pero yo no la
también me sentía poderoso con un arma y me gustaba la forma veía. Me parecía un poco tonto preguntárselo, no lo conocía mu-
de hacer dinero fácil. cho en ese entonces, así que me quedé callado y solo lo saludé
cuando Héctor nos presentó. Luego entró para ver los grafitis de
“Pasaron los años y me agarraron, me metieron siete años a los demás.
la cana. Al salir decidí cambiar y me prometí que jamás regre-
Los siguientes meses fueron muy buenos para mí, compar-
saría a ese lugar. Formé una familia y me puse a chambear de lo
timos mucho entre todos. Papá nos presentó a su esposa, Lin-
que sea. Fui desde cobrador de combi hasta estibador, ahora me
da, y a su hija de seis años, Celia. Su esposa era muy buena
dedico a cuidar almacenes. La violencia que hay entre barrios
persona y una gran cocinera. Mi situación fue mejorando. Ya
influye en muchos niños, que crecen y ven a la violencia como
podía comprarle las medicinas a mi mamá, ganamos otro cam-
única salida a todo. Por eso decidí formar esta especie de centro
peonato con los demás chicos y cada vez mejoraba en mi grafiti,
cultural. Acá hacemos grafiti y jugamos fútbol, incluso el año
eso según Rubén.
pasado fuimos campeones en un torneo de barrios. Siempre les
digo que hay otro camino y que la delincuencia te lleva a un mal Fueron muy buenos meses, hasta que mataron a Papá. Al
final. Si quieres, puedes venir cuando quieras. Es un buen am- parecer lo venían amenazando hacía unas semanas, porque a
biente y serás bien recibido”. las bandas del lugar no les gustaba que chicos de otros barrios
entraran a su territorio. No les gustaba vernos conviviendo, así
Lo miré y comencé a recordar toda la miseria que me había que pedían dinero para no matar a los niños que venían de otro
tocado vivir. Derramando una lágrima le dije que aceptaba. Él sitio. Héctor nunca nos dijo eso, para no preocuparnos. Ni si-
me dijo que me ayudaría a conseguir un puesto como ayudante quiera su esposa, o Rubén lo supieron, hasta que le metieron
en una bodega, para que me den algo más que solo propinas. tres balazos.

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—Óscar, ¿estás bien? Estás llorando —me dijo Rubén. Me —No tengo la respuesta a tu pregunta de por qué la vida
había olvidado de que estaba sentado junto a mí, acompañándo- tiene que ser así. No la sé y creo que Héctor tampoco la sabía.
me mientras recordaba a Papá. Solo nos toca adaptarnos y sobrevivir, pero siempre en el lado
bueno. Es cierto, todos los días vemos muerte, robos, balaceras,
—Sí, estoy bien. No pasa nada —le dije, mientras me secaba pandillaje. Eso es el Llauca, pero también es su gente, su arte,
las lágrimas—, iré a ver cómo está Linda. su cultura. Su tradición, sus murales, la salsa. No todo es malo
Cuando estaba por entrar a la casa, escuché a alguien di- y si solo nos concentramos en ver lo malo, nos privamos de po-
ciéndole a Linda que su esposo había sido una persona ejem- der salir adelante por el buen camino y dejamos de ver que aún
plar, por haber ayudado a tantos niños, que era casi un héroe. hay buenas personas haciendo lo correcto.
Linda le contestó que ella no quería a ningún héroe, que no le “Los murales o las lápidas de la calle, como les llamo, no son
importábamos de verdad y que solo ayudaba a su esposo. Tam- apología a la violencia, como muchos piensan; son sinónimo de
bién le decía a esa persona que no sabía qué hacer ahora que respeto, un memorial que nos recuerda como la violencia avan-
estaba sola, cómo iba a hacer para mantener a una niña. za sin freno en esta ciudad y que debemos cuidarnos. Sirve de
No pude escuchar más y regresé adonde estaba antes. Ru- recordatorio de todos los caídos: niños, padres, madres, amigos,
bén aún seguía ahí, me senté y me quebré en frente de él, ya no hermanos. Debemos recordarlos así y al mirar esos rostros pin-
podía aguantar más las lágrimas. Le daba la razón a Linda: lo tados en las paredes debemos tratar de hacer una ciudad mejor
mataron por protegernos, por tratar de mostrarnos otro camino. por ellos”.
Rubén me trató de consolar con palabras a las que no les puse Cuando terminó de decirme eso, solo le sonreí y giré la mi-
atención, solo tenía eso en mi mente y me preguntaba: ¿Qué si- rada al lugar donde conocí a Papá, sabiendo que sería en ese
gue? ¿Qué va a pasar con nosotros? ¿Papá terminará pintado en sitio donde pintaríamos su rostro y que lo que él trató de hacer,
un muro, como el resto, y nos olvidaremos de lo que quiso hacer? tenía que continuar.
De la nada volví en mí, para preguntarle a Rubén algo que
nunca entendí.

—¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué todos los días nos
toca ver muerte, escuchar balaceras, tener miedo a que te ro-
ben, vivir entre rivalidades de barrios? ¿Por qué es así el Cal-
lao? Al final todo lo que quedará de Papá es su rostro pintado
en un muro.
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Lo innato rosos árboles listos para ser escalados, hormigas, lombrices y
caracoles escondidos entre la maleza, y en el centro de todo, una
majestuosa pileta que parecía estar allí con el único propósito
de ser un pequeño pero animado campo de juegos.
por Marcelo Meléndez Yo no era precisamente un chico hablador. Aunque estuvie-
ra solo, no me sentía mal. Jugaba a mi manera y sonreía como
cualquier otro niño. De vez en cuando les echaba un vistazo a
¿Por qué estoy donde estoy ahora? No me falta nada, soy
los otros niños por mera curiosidad. Ellos traían juguetes de sus
perfectamente capaz de encargarme de mí mismo, me conseguí
casas e imitaban a los distintos personajes, ha-
un techo, un vaso para beber y un plato para comer. ¿Por qué
ciendo que cualquier adulto que pasara los
deseo más? Supongo que es parte de la naturaleza humana
mirara con ternura. No era mi estilo, así
desear más de lo que se tiene, no creo que esté mal, pero cuan-
que tampoco nunca me importó.
do te das cuenta de que no pudiste satisfacer tu codicia, aquel
deseo se convierte en un arrepentimiento, un rencor con el que Un día en que todo era como de
cargarás como recordatorio de no haber sido lo suficientemente costumbre, niños, niñas, risas, jugue-
inteligente, hábil, fuerte o incluso suertudo como para alcanzar tes, pensé que ninguno se atrevería a
tu objetivo. perturbar la tranquila rutina.

Mala suposición la mía. Un niño de


Si tuviera que responder a la primera pregunta, se me ocu-
pelo castaño llevaba en su mano una
rrirían varias alternativas, podría culpar a mis padres, a mis
soga, mientras sonreía triunfante.
profesores, a mi hermano mayor, o a mis antiguas amistades,
Rápidamente captó la atención de
pero, aunque todo eso viniera a mi mente, sé que ninguna de
los demás, que se reunieron con
esas sería la respuesta correcta; sin embargo, tampoco soy tan
miradas expectantes alrededor
complaciente como para responder que mi condición actual es
suyo. Me acerqué.
culpa mía.
Él se veía confiado, un tanto
Cuando era niño siempre iba a jugar al mismo parque cerca presumido. Estiró un poco sus
de mi casa. Nada especial; losas grises, césped descuidado y una brazos, dejando la soga en forma
pileta vacía en el centro. Aunque ahora lo veo de esa forma, era de “U”. Fue ahí cuando dio el pri-
ciertamente un paraíso para un mocoso de siete años; nume- mer salto, lo hacía con naturalidad,
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movía sus muñecas de forma circular, mientras la soga pasaba me dolía el solo hecho de estar parado. Al día siguiente, luego
bajo sus pies a intervalos de un segundo. Todos los niños esta- de la escuela no fui al parque. Repetí el proceso del día anterior,
ban asombrados y yo no era la excepción. Pero lo que me impre- hasta que mi camiseta estuvo empapada de sudor.
sionaba a mí no era su dominio de la cuerda, sino la altura de
Aquel día mi padre llegó temprano del trabajo y entró a mi
sus saltos, que repetía una y otra vez, como si pudiera hacerlo
habitación para saludarme. Me encontró en un estado lastimoso,
todo el día.
pero no dijo nada, en cambio fui yo quien inició la conversación.
Después de finalizada su impecable actuación, me alejé del
—¿Por qué no puedo saltar tan alto como otras personas?
grupo, los otros niños seguían aplaudiendo y elogiando. Nada
de qué sorprenderse, considerando que incluso los padres de Mi padre nunca fue un hombre cariñoso. Sin embargo, él se
los niños lo miraban con recelo, lamentándose de que hubiera preocupaba mucho por su familia, y aunque tampoco era blan-
un chico que superara tan ampliamente la destreza de sus hi- do, es preferible que alguien te diga las cosas sin tapujos a que
jos. Me situé detrás de un viejo árbol, alto y lo suficientemente te mientan excusándose con tu bienestar.
ancho como para que otras personas no me vieran, incluso si —Algunas personas nacen siendo buenas en algunas co-
se acercaban. sas. Si no naciste siendo bueno para saltar, practica hasta que
lo seas.
Entonces junté mis pies, flexioné mis rodillas y sentí cómo
los músculos de mis pantorrillas se tensaban, y lo hice. Aun- Luego de ese corto intercambio de palabras se retiró de mi
que no tuviera una cuerda salté con todas mis fuerzas y aterri- habitación. No había más sonido que mi propia respiración y
cé suavemente sobre las puntas de mis pies, muy suavemente. el único movimiento que había era el de mi pecho inflándose y
Claro, obviamente que el aterrizaje debía ser así de suave, si ni desinflándose consecutivamente. Volví a flexionar mis rodillas
siquiera había logrado impulsarme siete centímetros del suelo. y me decidí a saltar más alto que aquel niño.
Lo intenté otra vez, y otra vez, y una más luego de esa, pero No fui al parque durante dos semanas, ya que estuve en
en vez de mejorar, empecé a cansarme y ahora mis saltos me medio de una intensa práctica para mejorar mis saltos. Ahora
hacían parecer un niño parado de puntillas. Frustrado por mi podía impulsarme diez centímetros sobre el suelo, pero era des-
incapacidad, caminé hacia mi casa. garrador que después de haber expulsado parte de mi peso en
sudor durante catorce días tan solo eso hubiera mejorado.
Saludé a mi madre y fui a mi habitación. Una vez ahí nue-
vamente flexioné mis rodillas y tomé impulso, no hubo signos de La tercera semana decidí volver al parque. Me recosté bajo
mejora. Pero lo seguí haciendo tercamente, hasta que sentí que la sombra de un árbol y caí en cuenta de lo mucho que había

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extrañado la tranquilidad de ese lugar, el aire fresco penetraba Nunca me había esforzado tanto por algo. Todos los días
en mis pulmones mientras la brisa chocaba con mi rostro. sentía el dolor en mis piernas, pero de la misma forma sentía
que eran más fuertes que antes, que cada día podía practicar
Volteé a mirar al habitual grupo de niños. Y ahí se hallaba
durante más tiempo antes de caer agotado y que cada día me-
él, al igual que la última vez con niños mirándolo asombrados,
joraba, aunque sea un poco, la altura de mi salto. Definitiva-
mientras saltaba la cuerda con una destreza que lo hacía pare-
mente era el camino correcto. Aunque no fui bendecido con este
cer mucho mayor de lo que era. Y sus saltos… seguían siendo
talento, me esforzaría por volverme mejor que nadie.
tan altos como antes, incluso más diría yo.
Y cuando finalmente estuve satisfecho, decidí volver al par-
Dos semanas antes de eso lo había visto con asombro, pero
que. La técnica de la soga no me interesaba, con que pudiera
ahora eso no era lo que sentía. Estaba apretando mis puños y
probarle que yo podía saltar más alto me bastaba y sobraba.
había algo en mi estómago que se extendió a todo mi cuerpo,
Sentía que cada cuadra hasta el parque era interminable. Emo-
impulsándome a pararme y arrancarle esa cuerda de las manos
ción, alegría, nervios; todo estaba dentro de mí, pero ya nada de
para que nunca más pudiera saltar frente a mí. ¿Qué podía ha-
eso importaba, había cosechado los resultados de mi esfuerzo y
cer para no volver a verlo saltar? Deshacerme de esa cuerda se-
estaba a punto de demostrárselo a todos.
ría una solución temporal, podía conseguir otra al día siguiente.
Retarlo a jugar algún juego como chapadas y hacerlo tropezar, Pisé el parque nuevamente, y me volvió a invadir aquella
con suerte le dolería lo suficiente como para no volver a verlo al sensación de nostalgia. Me erguí, inflé el pecho, caminé hacia
menos unos días. Esa fue la conclusión a la que llegué. el centro del lugar y lo volví a ver, volví a ver a aquel chico de
cabello castaño que tanto había repudiado desde el fondo de
Probablemente también sea más rápido que yo, pero si baja
mi corazón. Pero ahora era capaz de hacerle sentir lo que yo
la guardia y encuentro el momento preciso estoy seguro de que
sentí, estaba a punto de mostrarle la diferencia entre nosotros
puedo lograrlo. ¿Quería ser tan bueno como él, o quería que él
y nuestras habilidades... Cuando volví a ver los ojos expectantes
fuera tan malo como yo? No... así no es como quería resolver esto.
de los niños.
Le demostraría que puedo llegar a ser mejor que él, que él no es
el único que puede ser elogiado, aplaudido e incluso envidiado, El chico ya no tenía la soga en la mano, pero seguía tenien-
le demostraría que su talento no se compara con mi esfuerzo. do ese aire de superioridad y esa sonrisa triunfante. Se acercó
al árbol que yo había usado para esconderme mientras practi-
Relajé mis puños y me incorporé, alejé mi mirada de él y
caba. Y lo volvió a hacer, saltó. Por un momento me invadió una
volví a casa. No volvería a ese lugar hasta que pudiera saltar
sensación de logro y felicidad, porque estaba completamente se-
más alto que él.

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guro, al verlo de cerca, de que mi salto había logrado superar al Los frutos de mi viejo
suyo, pero esa sensación no duró mucho.

El chico estiró su brazo y se aferró a una rama, y volvió a


saltar hacia otra mientras se aferraba a una tercera, con natu-
por Fernando Acosta
ralidad y elegancia. Saltos impresionantes y un veloz juego de
brazos, que lo hacía parecer como sacado de una película, llegó
a la rama más alta en tan solo unos segundos. Todos los niños
Han pasado ya varios meses desde que mi abuelo se fue a
aplaudieron y vitorearon. Él se limitó a hacer una pose de vic-
causa del COVID-19. Es duro, pero decidimos hacernos fuertes
toria y empezó a reír.
y aprender a vivir con él en nuestros corazones. Día a día, mi
Sentí náuseas, todo mi cuerpo temblaba. ¿Por qué? ¿Por qué familia comenzó a recuperarse y nos propusimos recordarlo con
él? ¿Realmente había tanta distancia entre nosotros? ¿Realmen- alegría.
te soy tan incompetente?
Un día, como acto de superación, decidimos reunirnos los
Mi mandíbula se tensó, mi vista se nubló, algo húmedo em- miembros más cercanos de la familia. No contábamos con que
pezó a recorrer mis mejillas. Bajé la mirada. La volví a levantar una persona había tosido apuntando hacia la pista y las partí-
y sequé las lágrimas con la manga de mi abrigo. Me pellizqué culas del virus se posaron en la puerta trasera del carro en el
el abdomen lo más fuerte que pude y sonreí, puse las manos en que viajaban mis familiares. Un roce a la manija del carro, un
mis bolsillos y caminé hacia él, despreocupadamente. poco de picazón en la cabeza, pasarse la mano por la cara, reu-
nirse.
Él me miró inexpresivo, como si de una mosca se tratara,
pero aun así no apartó su mirada, solo podía ver arrogancia en Toda mi familia estaba hospitalizada, menos yo. No era po-
esos ojos color café. sible. Lloré y recé. No sabía qué hacer. Era tanto el desgaste
mental, que caí dormido en la sala de espera de emergencias.
Los demás chicos notaron que él me estaba mirando fija-
mente, así que cesaron el ruido. Cuando estuve lo suficiente- —¡Oigaaaa! ¿Quién es usted?, ¿es doctor? Míster, no entre,
mente cerca, levanté una mano a modo de saludo, amplié mi son pacientes COVID… Señor, hágame caso o llamo al tombo de
sonrisa y dije: —¡Hola! ¿Quisieras jugar a las chapadas? afuera.

—Búscame —respondió.

—Joven, joven, despierte —me dijo una enfermera.

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—¿Qué? ¿Vio al señor que entró? —pregunté. —Asu, habrá que empujar el carro no más —dije desganado.

—Debe haberlo soñado. No hay nadie, son las cinco de la —Mamá, baja el freno de mano, por favor —dijo mi tía Ka-
mañana, mejor vaya a su casa. ren—, ya flaco, tú mismo eres.

Al no tener llave, fui a casa de mi tía Delfina. Ahí me aseé, Le dije a mi tía que se suba al carro para que trate de en-
comí y me eché a dormir. Al día siguiente regresé al hospital. cenderlo mientras yo empujaba. Puse mis manos en la maletera
Una doctora me entregó las pertenencias de mis familiares. y cuando iba a comenzar a empujar, vi a alguien por el reflejo
de la luna trasera. Me volteé y la calle estaba repleta de carros,
Esa noche, al volver a casa acompañado de mi tía y su hija,
mas no había nadie a pie. Asumí que era por mi cansancio men-
comencé a pasearme por todos los rincones con lágrimas en los
tal, pero sentía que estaba siendo observado. Felizmente, a una
ojos. Al entrar al cuarto de mis abuelos, la pena se volvió más
cuadra y media, el motor encendió y pudimos seguir nuestro
intensa. Apenas y vi un pedazo de papel pegado en la etiqueta
camino.
de la almohada de mi abuelito, llevaba una referencia: Choza en
la carretera camino a San Damián-Huarochirí. No entendía de En un semáforo, pensando en que podíamos pasarlo mien-
qué se trataba. Decidí ignorar la nota, pero sentía que debía ir. tras estaba en verde, nos quedamos a la mitad del crucero peato-
Busqué en Google Maps y vi que era muy lejos, por lo que me nal. Le dije a mi tía que retrocediéramos. Eso me recordó
desanimé y fui a descansar. que mi abuelo siempre respetaba las líneas blancas,
retrocedía para no invadirlas. Era como
—¿Qué puedo hacer para salvarlos? —me cuestioné.
si todo lo que viví con él fueran leccio-
Nuevamente sentí que debía ir a ese lugar, tal vez ahí nes de vida, por más cotidianas que
encuentre respuestas. Así que emprendí el viaje, acom- parecieran.
pañado de mis tías, con el temor de que alguno de mis
Más adelante, en una parte angos-
familiares falleciera durante mi ausencia, buscando
ta del camino, un señor de cincuenta y
quizás mi única luz entre tanta oscuridad.
tantos años quería cruzar la calle. Como
Llevábamos dos horas de viaje en silencio, con se suele decir popularmente, el tío esta-
una tensión que nos desanimaba de hablar, hasta ba bien parado, pero los carros pasaban
que, al pasar por un rompemuelles muy alto, el a gran velocidad. Yo lo vi desde lejos, así
motor se apagó por el movimiento brusco. que le dije a mi tía que lo dejara pasar.

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Ella no puso peros y se lo permitió, pero el señor no hizo ni un pero parecía abandonada y estaba, efectivamente, en medio de
gesto de agradecimiento. la carretera rumbo a San Damián. Me percaté de que ese hom-
bre era a quien le dimos el pase horas antes. Entonces mi expre-
—¡Se dice gracias! —le increpé.
sión cambió de calma a intriga. A los cinco minutos, llegamos a
El señor solo volteó y sonrió, como si ya conociera la frase. la choza. Ahí se presentó como Florentino Mata.
Quienes viajaron con mi abuelo saben que siempre hubo mú- —Agradezco que me dieran el pase. El respetar las normas
sica, un buen tema para conversar y el respeto de las normas. y tratar de hacer prevalecer los modales, son muestra de que
También, podía haber alguna mecha, o gritos. Un dicho clásico son personas de bien. Esa es la primera prueba que has pasado
cuando daba el pase a un peatón era: “se dice gracias”. Era su jovencito. Bueno, ahora tengo una carta que te leeré.
forma de enseñar gratitud a la gente. Sinceramente, yo no en-
En mi mente, pensaba en lo raro que era el señor. Hablaba
tendía por qué lo hacía, si le terminaban respondiendo mal.
despacio y me confesó que nos venía siguiendo. Lo más extraño
Al llegar, no supimos a quién buscar. No pasó ni un minuto es que hablaba de pruebas. ¿Qué será la carta?
y sentí que no estábamos solos.
Es duro pensar en el adiós, es inevitable, a todos nos
—Ven, yo soy a quien buscan —me susurró alguien al oído. llegará. Tan solo si pudiera le diría al reloj: “detén tu ca-
—No hagas nada Fernandito, tranquilo —dijo mi tía Delfi- mino”, pero no se puede. Florentino, yo siempre cuidaré de
na, asustada. mi familia y te dejo las indicaciones de dos pruebas por si
alguna vez ellos necesiten ayuda y yo ya no estoy. Tú se-
—Javier y yo nos conocemos y tú eres su viva imagen joven- rás el responsable de realizar la primera prueba, tendrás
cito —me dijo el desconocido. que verificar la bondad y rectitud de mi descendiente, an-
tes que nada. Ya sabes cómo soy, así que te darás cuenta
No tardé ni un segundo en darme la vuelta. Quise hacer mil
fácilmente cuando te busquen. Nunca te olvides regresar
preguntas apenas volteé, pero la emoción y el pesar solo me hi-
al lugar donde fuiste bienvenido como familia.
cieron abrazar al hombre y llorar en sus brazos. En el fondo de
mi corazón, la figura de ese hombre mayor me dio una ternura Al parecer, mi abuelo sabía que todos, o tal vez solo yo apren-
como la de mi abuelito. Saber que surgía una tenue esperanza dería de lo que vivía día a día con él. Creo que esto tomará más
me reconfortó. tiempo que solo venir hasta San Damián.

El señor amablemente me invitó a su casa, pero solo a mí. —Señor Florentino, ¿sabe algo de las pruebas? ¿Mi abuelo
Señaló que su casa era la choza por la cual habíamos pasado, le dejó algo más?

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—La verdad no, joven. Esto es lo único que tengo. Solo traté —Todo cuadra ahora. Tú me dirás la siguiente prue-
de entender lo que decía, porque su abuelo tenía mala letra — ba, ¿verdad?
me respondió.
—Sí, tenemos que ir a mi pueblito.
—Creo que es de familia —dije con una pequeña sonrisa—.
¿Cómo es que mi abuelo conoce a las personas de Chinchagoza?
¿Sabe que mi abuelito falleció? —pregunté.
Yo fui a ese pueblo en 5to de secundaria a hacer labor social
—Lo sé, él me avisó. con un grupo de mi colegio. Nadie de mi familia conocía el lu-
gar. ¿Habrá ido mi abuelo después? ¿El señor Florentino lo ha-
—¿Le avisó? ¿Cómo? ¿Lo llamó mientras estaba en
brá llevado?
el hospital?
En el camino, conversé con Jasmín y traté de averiguar la
Tuve que irme sin saber la respuesta. Caminé de regreso
relación de mi abuelo con Chinchagoza. Me explicó que días des-
al pueblito de San Damián, mientras pensaba en qué parte de
pués que la delegación de mi colegio se fuera de la comunidad,
la carta contendría una pista sobre la siguiente prueba. ¿Reloj?
llegó un hombre de una zona aledaña. Los apoyó con algunos
¿Camino? ¿Bienvenida familiar? La verdad, sería más fácil si
pequeños trabajos. Me comentó que él actuaba como pituquito
dijera a qué lugar debía ir.
durante la comida, a pesar de que era de aquisito no más. Luego
—Hola, joven. Tal vez no se acuerde de mí, ¿adónde va? de eso, solo sabía que de vez en cuando mandaba algún paquete
—¿Ah? Hola. Allá —dije, señalando a San Damián y pre- de ropita.
guntándome quién era. —Aquí es. Hace mucho que no venía por acá —dije con voz
—Han pasado tres años, quién pensaría que serías tú el que melancólica.
pasaría la prueba. Soy Jasmín de Chinchagoza, pues. Al llegar, nos recibieron los encargados del pueblo. Nos co-
—Oh, bienvenida familiar —susurré—, no te reconocí por la mentaron que la segunda prueba era que comiera un plato tí-
mascarilla, cuánto tiempo ha pasado. pico de ellos. Camino al comedor, tropecé. Felizmente, un señor
del grupo me dio un empujón para recuperar el equilibrio y no
Llegamos a San Damián y le conté a mis tías quién era la caer. Sin voltear, le agradecí.
niña que me acompañaba. También les hablé sobre las pruebas
y la carta. Ellas se asombraron tanto como yo. Ya iba a empezar a comer, pero antes, invité a mis tías a
—Oiga, muchacho. No recuerdo su nombre, pero creo que ya que me acompañaran. En mi familia, no importa cuántos apun-
debe saber por qué estoy aquí. tados para la comida seamos, todos comemos por igual.

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Comí despacio. Recuerdo que mi abuelo renegaba cada vez él y hónralo siempre. Desde tus valores, tu conducta, tus moda-
que yo comía rápido, decía que masticara varias veces para les y hasta el comer, todos ellos te definen”.
poder digerir bien. Otra cosa que recuerdo de él es el uso del
Se estaba haciendo de noche. A lo lejos, aparecieron dos per-
cuchillo y tenedor. Para cortar, hay que pinchar la carne y pasar
sonas y se acercaron. Uno me dio una carta y me dijo que cuan-
fuertemente el cuchillo. Si es necesario, repetir una segunda vez,
do termine vaya con su compañero.
pero no hagas como “carnicero afilando su cuchillo”, me decía.
Abrí la carta y la leí:
Al terminar, no sabía si había pasado la prueba o no, porque
solo veía ojos y mascarillas. Hay lecciones que nunca debes olvidar. En tu vida, ten-
drás cambios, vivirás muchísimas experiencias, hay personas
—¿No pasé? —pregunté con voz temblorosa.
que se irán y otras que vendrán; pero la familia siempre esta-
—Parece que también has comido frecuentemente con él — rá. No me he ido. Me da gusto que no me hayan olvidado.
me comentó un señor del pueblo.
Al terminar, corrí donde el compañero. Al acercarme, reco-
—¿Se refieren a mi abuelo? nocí quién era.

—¿Tu abuelo es Florentino? Ese cojudo ni hijos tiene —co- —Fernandito, viniste —me dijo mientras me abrazaba.
mentó una señora. —Todo este tiempo, ¿dónde estabas? —pregunté llorando.
—Aquí —me dijo, señalándome mi corazón—. Ya todo está
La gente comenzó a murmurar, me parece que especulaban
bien. Nunca los dejé. Te observé todo el tiempo, casi me muestro
si es que realmente podría ser nieto de Florentino. Escuchando
cuando se malogró el carro. Ese empujón, te lo di yo, para que
los susurros, deduje que quien vino fue Florentino por mandato
no cayeras… Me viste en el hospital, vengo de curarlos. Si me
de mi abuelo. Al parecer, el señor Mata aprendió, también, los
necesitas, no olvides dónde estoy.
modales de mi viejito. Además, mi abuelo, siempre con buena
voluntad, le enviaba a Florentino la ropa que ya no nos quedaba —Pero no me han llamado del hospital, no puede…
para que la llevara a Chinchagoza, donde también pude servir. ¡Ring, ring, ring!
—Hijito, ya empieza tu clase.
—¡Silencio! —gritó el jefe de la comunidad—, hemos man-
—Mamá, acabo de hablar con el viejo, tengo una historia
dado a traer una carta que estaba en una de las bolsas de ropa
por contarles.
que Florentino trajo. Él también nos encargó que le digamos al
elegido: “tú apellido te identifica con la familia, enorgullécete de

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Malambo Madre e hija fueron llevadas a Arona para evitar rumores
que “mancharan” el nombre de dicha familia. Matea creció y se
convirtió en una nena estimada por todos, incluso por la señora
de la casa, quien no dudaba en darle detallitos de vez en cuando.
por Pamela Bravo
La abuela recordaba vagamente que, cuando era niña, vio
cómo el dueño de la hacienda vecina aplicaba drásticos
Esa apacible mañana una brisa tenue recorría el zaguán castigos a quienes no cumplieran con la reco-
y llegaba hasta la escalera que daba al patio principal lección esperada de caña.
donde ambos estábamos sentados. Era nuestro lugar
Agarraban al azar a uno y lo metían
especial, el primero al que recuerdo haber llamado ho-
al cepo, una tabla horizontal con huecos,
gar y en el cual, esperaba pasar las mejores épocas de
donde les hacían poner, por rebeldes, sus
mi vida.
piecitos y otras extremidades, sometiéndo-
Me la pasaba jugando con mis crespos, mientras mi los a la humillación colectiva, para después
mamita, con nostalgia, mencionaba entre pala- encerrarlos por días en las mazmorras, espe-
bras la Hacienda Arona, en Cañete, donde rando, sin esperanza, benevolencia por parte
había crecido. del hacendado.

No siempre habíamos sido sólo noso-


tros dos. Nos hacía falta la abuela Ma- La historia era totalmente distinta en la hacienda Arona,
tea, morena, bonachona, de ojos sal- un lugar adelantado a su época, donde el término esclavo no es-
tones y risa bullanguera, que se había taba permitido. Se los trataba por criados, desde el día en que
ganado la fama de mejor nodriza, parte- el dueño salió casado con una portuguesa de temple amable y
ra y cocinera de todo Cañete. Una mulata costumbres civilizadas que, a la más mínima llamada de aten-
nacida del amorío imposible de una esclava y ción por parte de algún jornalero al personal, se lo manifestaba
el hijo de un hacendado del Norte, que no tuvo la al esposo, quien ni corto ni perezoso tomaba cartas en el asunto
suerte de disfrutar la vida que le debió tocar por los prejuicios y se encargaba de sentar juntos a criado y jornalero para solu-
de la época. cionar las diferencias.

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En ese ambiente nació y creció mi madrecita querida, incul- nadísimos, empezaron su ascenso, tomándose toda la mañana
cándome todo tipo de valores para abrirme camino en la vida. para encontrarse con la dichosa celebración, pero al llegar al lu-
En esta vida en la que, por ser negros, se nos habían cerrado gar no quedaba ni un solo rastro de ella, ni de las características
tantas puertas sin derecho a reproches. florecitas amarillas.

Ella aún guarda con recelo en una cajita de madera las fi- La celebración dejó de darse hacía unos cuantos años, luego
chas que la abuela le dio y que en algún momento también se las de la decadencia del lugar y su paisaje característico, sumado a
dieron a ella, fichas con las que se solían comprar los alimentos los recientes inquilinos, que iban ocupando de a poco el lugar,
en la tienda del patrón, en la hacienda del Norte, pues en esa como Pedro en su casa.
época no había otra más que obedecer. La regla era simple: las
Los muchachos bajaron desencajados, pues habían viajado
monedas se cambiaban en el tambo de la hacienda, porque afue-
desde muy lejos para nada y estaban a punto de embarcarse de
ra, esa moneda valía poco, o nada, convirtiéndose muchas veces
vuelta, cuando escucharon unos silbidos ondulantes a lo lejos.
en deudas eternas para los peones hacienda.
—¡Vénganse compadres, que la fiesta habrá terminado allá,
Existían rumores acerca del futuro de las haciendas y de
pero acá abajo... hay jarana para rato! —gritaron los vecinos de
cómo estas pasarían a manos del pueblo, pero cuando mi abuela
Piedra Liza.
partió al cielo, mi mamita decidió alejarse de todo lo que le re-
cordara a ella, por lo que nos vinimos a Lima en busca de opor- Se corrió la voz de la llegada de los desafortunados viajeros
tunidades y como bien decía mi mamá: una buena educación y todo el barrio no dudó en unirse a la jarana, dejando de lado
para mi Mariano. rivalidades y disfrutando de una tarde amena entre música y
comida. Los viajeros sacaron sus arpas, los zambos sus cajones
—¡Ay, Malambito! ¡Tan grande y tan chiquito, dichosos los
y los demás sus mejores pasos para iniciar el bailongo.
que se atreven a vivir por tus lares, pues habrán visto todo! —
exclamaba yo, cuando caminaba a casa luego de jugar con los Y así, entre risas y risas, se escuchó el coro que decía: “A La
palomillas del barrio bajopontino. Molina no voy más, porque echan azote sin cesar, a La Molina
no voy más porque echan azote sin cesar…”
Una tarde, acompañé a mi mamita, junto a la zamba Teodo-
ra, a Amancaes, a preparar unos sabrosos ranfañotes y frejoles Luego de un par de horas, mi madre y yo apuramos el paso a
colados para una delegación de músicos provenientes de Pisco, casa, antes de que se hiciera más tarde y la tregua entre barrios
que, sin mucha suerte, habían llegado con ganas de tocar unos empezara a desvanecerse. Estábamos ya por la esquina de la
valses criollos para la tradicional fiesta de San Juan. Emocio- Iglesia San Lorenzo y a lo lejos vimos unas siluetas conocidas.

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Eran los hermanos Moncada, unos traviesos párvulos que Mercedes saludó a mi madre y ella le devolvió el saludo con
apenas y alcanzaban el metro y medio de altura, siendo los zam- cortesía. Se quedaron a cuchichear un rato. Mientras tanto las
bos más engreídos que había conocido en mi vida, caminando risas pícaras de los hermanos me decían que algo tramaban y yo
bien acompañados de la mano por Mercedes Fonseca, su niñera. estaba incluido en el plan.

Esta peculiar historia no tenía nada de otro mundo en rea- —¡Mariano! ¡Mariano! —gritaban felices.
lidad, excepto que dicha combinación no era lo que uno estaba
—¿Qué pasó, flaquitos? —les pregunté.
acostumbrado a ver en el barrio.
—Andan diciendo que la estirada de doña Ernestina olvida
—¡Habrase visto! ¡Unos zambos con niñera blanca! —dije yo.
colocarse sus lentes cuando va a su huerta por las noches, de-
Sus padres, provenientes de Chincha, se las habían ingenia- jando caer un sinfín de monedas en el suelo.
do para abrir una pequeña dulcería en San Lázaro, lugar que,
—Ya veo por dónde va todo esto —repliqué.
con el tiempo, se volvió el preferido de todas las razas y colores
del barrio rimense. —¡Por favor, Mariano! —vociferaban—, si lo haces, prome-
temos no decirle a Mechita que gustas de ella.
Los potajes deleitaban a cualquiera que se animase a probar-
los y la clientela, en ese sentido, aumentaba cada día, haciendo
que las ganancias alcanzaran lo suficiente como para contratar a Me quedé tieso, el corazón se me paró por un momento. Co-
alguien que cuidara a sus retoños y evitase que se metieran en líos. mencé a sudar como loco, queriendo que la tierra me tragase en
Una chiclayana buenamoza de presencia encantadora y porte ese instante, para no tener que emitir razones y rogando para
fino, cuya paciencia y métodos para cuidar niños la habían con- que Mercedes no haya escuchado tremenda declaración de par-
vertido en la más cotizada institutriz de la sociedad limeña, ob- te de estos pendencieros.
teniendo las mejores recomendaciones, cualquiera fuera la fa-
—¡Chis! Voy a ir, voy a ir —dije, agarrándome la cabeza con
milia que trabajara con ella. Con sencillez y nunca con soberbia,
ambas manos.
caminaba de la mano de los hermanitos, que, embelesados con
su presencia, hacían todo lo que la damita les decía. Esa noche, esperé a que mi mamita se durmiera, bajé sigi-
losamente las escaleras y me aventuré a la dichosa huerta de
Mis sentimientos por Mechita comenzaron cuando la vi por
la doña.
primera vez caminando airosa por la Alameda y desde entonces
tendría un lugar reservado en mi corazón. Esperaba que algún Trepé las rejillas que separaban la propiedad del sendero
día fuera digno de tenerla a mi lado. principal y empecé a buscar las monedas de las que se me ha-

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bían hablado. Me encontraba rodeado de plantas de todo tipo, En mi cabeza, ya sabía que estaría en medio de un proble-
desde higos hasta chirimoyas y aproveché, sin malas intencio- món, no suelo meterme en problemas, pero esta vez me lo bus-
nes, a tomar unos higos para que mi mamita me preparara un qué y tenía que afrontar las consecuencias.
dulce de sémola delicioso por la mañana.
Me quedé sentado esperando a que el dueño de casa se aper-
En vista de que mi búsqueda había sido en vano, ya que no sonara y pudiera agradecerle la buena acción que tuvo conmi-
encontré ni una sola moneda, lo único que quería era verles la go al recogerme de la huerta de la doña. Al rato, bajó por las
jeta a esos dos malandrines que me habían hecho la jugada del escaleras un hombre, me miró y conforme se fue acercando,
año. Al toque me apresuré a trepar las rejas de nuevo y mien- lo reconocí.
tras estaba en plena faena, sentí un ventarrón que me congeló
Era Pipe Baena, un veinteañero galante de tez blancuzca,
hasta las entrañas.
del cual había escuchado hablar en el barrio. Conocido por sus
Caí de espaldas, y después de darme el susto de la vida, mañas para el juego y el billar en el centro de la ciudad, todo
me propuse subir una vez más. En eso, unas gélidas manos se un donjuán.
posaron sobre mis hombros, haciéndome girar la cabeza rápi- —¡Zambito!, conque metiéndose a hurtadillas en la huerta
damente, quedando horrorizado al percatarme que la doña me de la vecina Ernestina —dijo riéndose.
observaba fijamente a través de sus inconfundibles anteojos, re-
—Buenos días, don Pipe. Me da una pena que nos hayamos
flejando con gran nitidez la luz de la luna.
conocido en esta situación —dije con firmeza.
Permanecí inmóvil, no grité. Tenía la mirada en blanco y —Mariano —me dijo con voz amable—, doña Ernestina es
sentía, poco a poco, cómo el cuerpo se me iba hacia el suelo y vecina mía, ahora mismo debe estar de retorno, pues fue muy
finalmente me desmayé. temprano en busca de tu madre. En la madrugada, la doña tocó
la puerta angustiadísima, luego del incidente que tuvieron, y
Cuando abrí los ojos ya había amanecido. Me encontraba
te trajimos aquí por insistencia de Mercedes, que te conocía, y
sobre un sillón finísimo, tapizado en cuero, dentro de un salón
sabía que no eras un ladronzuelo o algo parecido.
muy bien decorado, con ventanales enormes y marcos brillan-
tes. Me pellizqué el brazo para comprobar que no estuviese so- —¿Estará hablando de mi Mercedes? ¿Acaso esos hermanos
ñando, o peor aún, hubiera estirado la pata y me encontrara en Moncada sabían? —me dije—. Imposible, no creo que sea ella.
una especie de limbo para chiquillos desventurados como yo. Ella jamás se fijaría en...

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—¡Marianito, al fin despertaste! Nos diste un susto a todos Fue el momento en el que me di cuenta de que vivía una
ayer —interrumpió con su cálida voz. fantasía. Ella siempre me vería como un niño, y de no ser por
mi color, ¿se fijaría en mí? Sólo me quedaba tragarme el sabor
Giré, y en efecto, era Mechita, la joven que hacía que mi co-
amargo de que no tendría oportunidad con mi querida Meche.
razón latiera a mil y por la que suspiraba cada vez que la veía
pasar. Al parecer tenía pareja, y a pesar de que nunca se deja- Doña Ernestina aceptó mis disculpas, ya le había comenta-
ba ver con nadie que no sean sus criaturas, de alguna manera, do que todo fue parte de una broma inocente y me comprometí
Pipe habría logrado captar su atención. a no volver a realizar travesuras de ese tipo.

En tanto que yo volvía a pellizcarme, para asegurarme por Nos despedimos y agradecimos el gesto que tuvieron conmi-
completo de que esto no se trataba de una pesadilla, tocaron a go. Tomé a mi mamá de la mano y caminamos rumbo a casa. En
la puerta con premura y vi entrar por el portón principal a mi el trayecto me puse a pensar y para cuando llegamos, sentados
mamá con el corazón en la mano, agradeciendo a Dios que nada ya en nuestra escalera frente al patio, le pregunté a mamá si lo
malo me había pasado esa noche. que acababa de pasar fue suerte o no.

—Papito lindo, ¿dónde te habías metido? ¿En qué estabas Ella contestó con una sonrisa: —Corazón, llegará el día en
pensando? —me dijo dulcemente. el que no te sentirás así, pues de razas ni colores se hablará.
Mientras tanto, hay mucho por aprender y enseñar. El que te
—Mamita, te juro que no hice nada malo, era sólo un juego
conozca sabrá lo valioso que eres, por lo que no hay que flaquear
—le dije casi con lágrimas en los ojos.
ante nada ni nadie, y eso, mi amor, será tu poder, siendo lo que
—Marianito, doña Ernestina fue a la casa a conversar con- más importará.
migo y me contó lo sucedido. No debiste hacer eso hijo mío.

La doña entró en escena con un semblante sereno. Parecía


no encontrarse tan enojada como me lo imaginé. Caminó y sos-
tuvo una pequeña plática con Meche, Pipe y mi madre.

Momentos después, Meche se acercó y me tomó de los brazos.

—Ya se arregló, anda a casa y no me saques más canas


verdes, por favor —despidiéndose con un entrañable beso en
mi mejilla.

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Sueños pintados que tenía, pero sin aquella persona que me daba las armas para
poder alcanzarlo.

Llegué a la capital con mis padres en búsqueda de oportuni-


dades de mejora, me di cuenta de que podía conseguir mucho en
por Juan Diego Saldaña el lugar en donde estaba: Jaén. Pero ese pensamiento centralis-
ta que pudo haber cambiado hace mucho, aún rondaba nuestras
mentes, cada vez que veíamos que la gente se iba a la capital
El ruido de la capital siempre era de lo que todos hablaban: para buscar “algo más.
los autos, los animales, en su mayoría perros, los silbatazos de
los policías cada vez que una combi se pasaba el semáforo en Sin embargo, Lima no era específicamente en donde me iba
rojo, e incluso las voces de las mismas personas, era el concepto a quedar, a la par de esta ciudad, se encontraba otra muy inte-
que teníamos de “ruido de la capital”. resante: un gran puerto, quizá, el más importante del país.

Para ser sincero, uno de mis sueños se estaba cumpliendo, Uno de mis cursos favoritos en el colegio era el de Personal
“cuando sea grande vendré a Lima y disfrutaré como nunca”, Social. Ahí me hablaban de las culturas del Perú: Chavín, Naz-
es lo que solía decir en mi mente cada vez que estaba a punto ca, Mochica, Tiahuanaco, entre otras, y por supuesto, sobre el
de dormir. Pensando que la capital solo estaba llena de gente Imperio de los Incas. Recuerdo cada una de sus historias, cada
adinerada o de oportunidades igualitarias, de edificios lujosos y vez que alguien iba a exponer sobre estos temas me elegían, a
empresarios por todas partes, pasó un buen tiempo para descu- decir verdad, lo hacía muy bien.
brir que estaba totalmente equivocado. Claro que averigüé lo que había pasado hacía muchos años
La persistencia y el esfuerzo es lo que mis padres me incul- en parte del Callao y qué tan importante se hacía este lugar a
caron cada vez que me hablaban de cumplir mis sueños. Era raíz de su historia. Si iba a vivir ahí, tenía que saber muchas
tan repetitivo, que pronto ese deseo de superación se convirtió cosas, así que estaba listo para emprender la búsqueda de lo
en algo blando, como si alguien se lo hubiera llevado de un mo- conocido a través de libros. Ahora estaba emocionado por cono-
mento a otro sin siquiera darme una señal de que lo iba a hacer. cerlo en persona, aun recordando a mamá, pero seguro de su
Era como si todo se hubiese caído, la razón: mamá había muerto compañía en esta nueva etapa.
dos años antes. Desde ese día las cosas fueron aún más difíciles.
Me encontraba en el último asiento de lo que era la herra-
Era en este lugar en donde iba hacer una nueva vida, un lu- mienta de trabajo de papá, levanté la mirada y lo vi manejándo-
gar nuevo en donde quizá viera cumplir el sueño más preciado la con un rostro cansado. Había estado haciéndolo durante toda
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la noche y seguramente el cansancio fue la consecuencia de tan Llegamos y claro que me sorprendí mucho, era muy grande
agitada travesía. y hermosa. Fue una experiencia única. Jamás olvidaré el día en
el que recorrí aquellas paredes que rasgaban historias precia-
Ya antes lo había acompañado a buscar empleo, pero pare-
das, escenarios que contaban cómo se luchó por seguir adelante
cía que había mucha competencia. Después de un breve análisis
y voces que decían cada vez más fuerte que no las olvidáramos.
en mi cabeza, noté que papá había aceptado el trabajo al conocer
el monto que le pagarían. A lo lejos, parecía que les pidió algo a Ya era tarde y teníamos que volver a casa. Estábamos a una
los dueños del transporte del autobús que nunca aceptaron. Sin hora y media. La casa en la que comencé a vivir hacía un año
duda haber conseguido trabajo era algo bueno, pero lo notaba y medio se encontraba en un asentamiento humano, dentro de
triste, como si dicho empleo estuviera lleno de trabas que no le un distrito de la Provincia del Callao. Ventanilla se llamaba,
permitirían tener la vida que habíamos soñado. porque hace mucho tiempo, cuando llegaban las grandes em-
barcaciones, divisaban a lo lejos unas ventanas pequeñas, las
Este era el comienzo, así que seguro nos esperaba algo gran-
cuales eran cuevas en realidad, que servían como refugio para
dioso. Después de aquel complicado día de trabajo, aun con fuer-
los piratas y corsarios en aquellos tiempos.
zas, volteó y me dijo: —Ahora sí te llevaré.
Tuvimos que sufrir mucho para conseguir la casa. Al co-
Sabiendo que se refería a lo que hacía mucho quería ver.
mienzo solo era un cuadrado de esteras, pero con el paso del
Recuerdo una vez que mi profesora Norma, del cuarto grado tiempo fuimos haciéndola mejor. Papá siempre me decía que el
de primaria, nos había narrado una gran historia ocurrida mu- trabajo honrado me iba a permitir tener una calidad de vida dig-
chas décadas atrás. El Puerto del Callao era el lugar en donde na. Eso era lo que me enseñaba
se embarcaban riquezas rumbo a España, por lo que piratas y y buscábamos todos los días.
corsarios lo atacaban constantemente. Debía tener una buena Ya teníamos
defensa, así que construyeron el Real Felipe.

Papá sabía que otro de mis sueños era conocer aquel lugar
y aprender más de lo que los libros me habían enseñado. Aún
no habíamos llegado y a lo lejos ya divisaba la fortaleza. Mis
ojos estaban más abiertos que nunca, mis pies listos para salir
corriendo y mi imaginación ansiosa por terminar de crear cosas
y escenarios y ver por mí mismo lo que significaba ese lugar.

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claro que no era nada fácil, pero estábamos seguros de que se ir a un lugar específico del Callao, así que decidí ir hacia allá y
podía lograr. encontrarlo en el camino. Ese lugar era mi favorito.

Era domingo aquel día del paseo y al día siguiente iba a co- Tomé el autobús y llegué al Real Felipe, mi guía para lle-
menzar un nuevo año escolar. El quinto grado y estaba ansioso gar al espacio en donde comenzaron mis sueños. El lugar que
por comenzar. Aún no tenía mochila, recuerdo que los primeros rebosaba en mi mente y corazón cada vez que una obra artística
días de clases iba con un cuaderno y un lápiz en el bolsillo. Papá era expuesta. Muchos se reunían ahí, jóvenes con pantalones
me decía que solo sería hasta poder comprarme una mochila. desgastados, polos negros o blancos, algunos con gorros colo-
cados al revés, mirada sigilosa y otros con mirada pretenciosa.
Había un curso que me gustaba mucho, claro que aparte de
Ese lugar era llamado “Las caras de Atahualpa” y representaba
Historia, el de Arte. La maestra nos hacía cantar, hacer play-
un legado de cultura y tradiciones que iba más allá que el solo
backs, actuar. Me apasionaba mucho eso y creo que ahí inició
hecho de conocerlas.
el sueño que tanto anhelé: convertirme en artista. Era algo que
no estaba bien visto por aquí, pero papá me apoyaba y para mí, Dos paredes se cruzaban de forma perpendicular, al frente
era suficiente. de dos pistas que se interconectaban, a la vez que generaban los
“ruidos de la capital”, y justo en medio de ellas, se encontraba
Pasaron algunos años y por fin llegué a la secundaria, etapa el símbolo del equipo que representaba al Callao, “SBA, Sport
llena de figuras erradas, tendencias a seguir, prototipos y toda Boys”. Un círculo con contorno negro y fondo rosado permitía
esa clase de cosas que nos quitan la autonomía. Recuerdo la vez que todos supieran que estábamos en el lugar correcto.
en la que comencé a ver las cosas oscuras detrás del sueño de
ser artista, en realidad, de las personas y la sociedad, porque el Las paredes estaban cubiertas de arte, rostros pintados con
sueño estaba ahí sin que nadie pudiera mancharlo. pintura negra y blanca que plasmaban a aquellos artistas que
nos alegraron con su música, también algunos escritores, e in-
Fue ahí cuando me di cuenta de la realidad de las cosas. cluso a los que buscaban la paz en medio de la guerra.
Dicen que hay momentos que te cambian la perspectiva, puedes
Fue en ese lugar en donde emprendí la búsqueda de lo des-
volver atrás y estancarte, o puedes voltear, mirar los errores co-
conocido, y mi perspectiva sobre mis sueños cambiaría. Mis
metidos y seguir adelante. Esos momentos incluso pueden cam-
amigos José, Raúl, Javier y Marcelo, me vieron a lo lejos, le-
biarte la vida y vaya que lo hicieron conmigo.
vantando las manos, diciéndome que era mi turno de pintar. Ya
Esto sucedió un veinte de noviembre, después de salir del había dibujado antes una gran figura de la música salsa en un
colegio, fui a casa y papá no estaba. Él sabía que me gustaba extremo de la pared.

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Cuando estaba llegando donde ellos, alguien golpeó a José fue el deseo de un hombre antes de ser asesinado por unos sica-
desde atrás. Seguí avanzando y lo volvieron a golpear. Todos rios. Al pasar cerca, recuerdo aquella pelea de mi adolescencia.
nos quedamos pasmados, con mucho miedo, sabiendo que José El momento que me hizo valorar lo que tenía y seguir plasmando
se había metido en problemas con un grupo de jóvenes. Cada un futuro lleno de arte, buscando paredes por pintar con accio-
golpe y cada paso que seguía dando, significaban un enfrenta- nes que valgan la pena, inculcando el arte por donde fuera, sin
miento con la realidad de mi entorno, las cosas no andaban bien. perder de vista aquello que nos hacía grandes, ser conscientes
de que aún existen muchos problemas, pero saber que podemos
José cayó y tuve que ir junto con los demás a separarlos,
hacer algo que avive corazones, reconstruya deseos, recuerde
antes de que siguieran golpeándolo, y por suerte lo logramos.
tradiciones, sin olvidar su cultura, eligiendo el camino de seguir
Estos chicos eran de nuestro tamaño y no tenían tanta fuerza.
adelante, aunque a veces las cosas se vean muy oscuras y no
José, una noche antes, había borrado una imagen que había
existan paredes en las que pintar.
sido pintada por el grupo que había venido a atacarlo. Según él,
la imagen representaba la delincuencia: una pistola y al lado
un cigarro. Los chicos alegaban que, sin importar lo que sig-
nificara, no tuvo que haberlo borrado. Por su parte José decía
que “Las caras de Atahualpa” no tenían que ser manchadas con
esas representaciones. Dedicado a aquellos que buscan un cambio a través del arte,
Fue ese momento el que me marcó. Me di cuenta de que no especialmente a los chalacos, quienes miran una oportunidad
solo existía ese problema. Había algo mucho más grande. Este en plasmar su talento para un futuro mejor.
lugar significaba una juventud devastada por el entorno, mu-
chos robos, muertes, venganza y mucho rencor, era lo que se
veía en algunas de las avenidas aledañas.

Pero la diferencia la podíamos hacer muchos, siempre dis-


puestos a cambiar un futuro incierto, despertando corazones
motivados, talentos deseosos de ser descubiertos y sueños que
persistieran hasta verse cumplidos.

Han pasado algunos años desde entonces. Borraron todas


las imágenes de ese lugar, pintándolas de blanco. Según dicen,

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Universidad del Pacífico
Formación Extraacadémica
Av. Gral. Luis Sánchez Cerro N° 2141
Lima, Perú

Cuentos del Bicentenario


Ilustraciones: www.freepick.com
Diseño y diagramación: Beatriz Ismodes
Corrección de estilo: Iván Bolaños

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