Francisco de Asís
Francisco de Asís
Francisco de Asís
Francisco de Asís (en italiano Francesco d’Assisi) (Asís, 1181/11824 – ibídem, 3 de octubre de
1226)1 , santo italiano, que fue diácono, fundador de la Orden Franciscana y de una segunda
orden conocida como Hermanas Clarisas, ambas surgidas bajo la autoridad de la Iglesia Católica
en la Edad Media, al contrario de otras hermandades —como los cátaros— que fueron
consideradas herejes. De ser hijo de un rico comerciante de la ciudad en su juventud, pasó a
vivir bajo la más estricta pobreza y observancia de los Evangelios. En Egipto, intentó
infructuosamente la conversión de musulmanes al cristianismo.5
Su vida religiosa fue austera y simple, por lo que animaba a sus seguidores a hacerlo de igual
manera. Tal forma de vivir no fue aceptada por algunos de los nuevos miembros de la orden
mientras ésta crecía; aun así, Francisco no fue reticente a una reorganización. Es el primer caso
conocido en la historia de estigmatizaciones visibles y externas.6 Fue canonizado por la Iglesia
Católica en 1228, y su festividad se celebra el 4 de octubre.2 3 Es conocido también como il
poverello d'Assisi («el pobrecillo de Asís», en italiano).
Infancia y juventud
Francisco de Asís nació bajo el nombre de Giovanni. Sus padres fueron Pietro Bernardone dei
Moriconi y Donna Pica Bourlemont, provenzal; tuvo al menos un hermano más, de nombre
Angelo.9 Su padre era un próspero comerciante de telas que formaba parte de la burguesía de
Asís y que viajaba constantemente a Francia a las ferias locales. Entre algunas versiones, fue la
afición a esta tierra por lo que su padre lo apodó después como Francesco o el francesito;
también es probable que el pequeño fuera conocido más adelante de este modo por su afición a
la lengua francesa y los cantos de los trovadores.10
En sus años juveniles la ciudad ya estaba envuelta en conflictos para reclamar su autonomía del
Sacro Imperio. En 1197 lograron quitarse la autoridad germánica, pero desde 1201 se
enfrascaron en otra guerra contra Perugia, apoyada por los nobles desterrados de Asís. En la
batalla de Ponte San Giovanni, en noviembre de 1202, Francisco fue hecho prisionero y estuvo
cautivo por lo menos un año.12
Desde 1198 el pontificado se hallaba en conflicto con el Imperio, y Francisco formó parte del
ejército papal bajo las órdenes de Gualterio de Brienne contra los germanos.13
Estatua de San Francisco en Asís que lo representa regresando a la ciudad tras abandonar la
guerra.
De acuerdo con los relatos, fue en un viaje a Apulia (1205)13 mientras marchaba a pelear,
cuando durante la noche escuchó una voz que le recomendaba regresar a Asís. Así lo hizo y
volvió ante la sorpresa de quienes lo vieron, siempre jovial pero envuelto ahora en meditaciones
solitarias.
Empezó a mostrar una conducta de desapego a lo terrenal. Un día en que se mostró en un estado
de quietud y paz sus amigos le preguntaron si estaba pensando en casarse, a lo que él respondió:
Estais en lo correcto, pienso casarme, y la mujer con la que pienso comprometerme es tan
noble, tan rica, tan buena, que ninguno de vosotros visteis otra igual.14 Hasta ese momento
todavía no sabía él mismo exactamente el camino que había de tomar de ahí en adelante; fue
después de reflexiones y oraciones que supo que la dama a quien se refería era la Pobreza.
El punto culminante de su transformación se dio cuando convivió con los leprosos, a quienes
tiempo antes le parecía extremadamente amargo mirar.15 Se dedicó después a la reconstrucción
de la capilla de San Damián. Según los relatos, lo hizo después de haber visto al crucifijo de esta
iglesia decirle: Francisco, vete y repara mi iglesia, que se está cayendo en ruinas.16 Entonces
decidió vender el caballo y las mercancías de su padre en Foligno, regresó a San Damián con lo
ganado y se lo ofreció al sacerdote, pero este lo rechazó.
Su padre, al darse cuenta de la conducta de su hijo, fue enojado en su búsqueda, pero Francisco
estaba escondido y no lo halló. Un mes después fue él mismo el que decidió encarar a su padre.
En el camino a su casa, las personas con que se encontró lo recibieron mal y, creyéndolo un
lunático, le lanzaron piedras y lodo.
Comienzos de la orden
Porciúncula.
No se sabe con certeza cuántas iglesias en ruinas o deterioradas reconstruyó; entre ellas, a la que
más estima tenía era la capilla de la Porciúncula (“la partecita”, llamada así porque estaba junto
a una construcción mayor).
Allí fue donde recibió la revelación definitiva de su misión, probablemente el 24 de febrero de
1208, cuando escuchó estas palabras del evangelio: No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias,
ni se detengan a visitar a conocidos... (Lc., 10). Así, cambió su afán de reconstruir las iglesias
por la vida austera y la prédica del Evangelio. Después de someterse a las burlas de quienes lo
veían vestido casi de trapos, ahora su mensaje era escuchado con atención, y al contrario de
otros grupos reformadores de la época, el suyo no era un mensaje de descalificaciones ni
anatemas.
En unos meses sus discípulos eran once: Bernardo di Quintavalle, Pedro Catani, Gil, Morico,
Bárbaro, Sabatino, Bernardo Vigilante, Juan de San Constanzo, Angelo Tancredo, Felipe y
Giovanni de la Capella.
Bajo la pobreza que Francisco predicaba y pedía, los frailes hacían sus labores diarias
atendiendo leprosos, empleándose en faenas humildes para los monasterios y casas particulares,
y trabajando para granjeros. Pero las necesidades cotidianas hacían la colecta de limosna
inevitable, labor que Francisco alentaba con alegría por haber elegido el camino de la pobreza.
Comenzó también la expansión del mensaje evangélico, y para ello los estimuló a viajar de dos
en dos.