Fallos de La Camara Federal de Apelaciones Tucuman
Fallos de La Camara Federal de Apelaciones Tucuman
Fallos de La Camara Federal de Apelaciones Tucuman
En la ciudad de Buenos Aires, a los treinta (30) días del mes de octubre del año
dos mil ocho, reunidos los señores Jueces de la Cámara Nacional de Casación
Penal, en virtud de la convocatoria a Tribunal pleno ordenada a fs. 222 de la causa
Nro. 7480 del registro de la Sala II del Cuerpo, caratulada DIAZ BESSONE,
Ramón Genaro s/recurso de casación, para resolver sobre el siguiente temario: No
basta en materia de excarcelación o eximición de prisión para su denegación la
imposibilidad de futura condena de ejecución condicional, o que pudiere
corresponderle al imputado una pena privativa de la libertad superior a ocho años
(arts. 316 y 317 del C.P.P.N.), sino que deben valorarse en forma conjunta con
otros parámetros tales como los establecidos en el art. 319 del ordenamiento ritual
a los fines de determinar la existencia de riesgo procesal.
Lleva razón Cafferata Nores al afirmar que lo que realmente importa al imputado
es estar en libertad y que los nombres, las cauciones y hasta las obligaciones que
se le imponen son asuntos accesorios, por cuanto, por más sujeciones o
instrucciones que se deban acatar, la situación no es la de encarcelamiento -la
más caucionada de las libertades será siempre libertad-. Así planteado, libertad y
encarcelamiento se presentan como anverso y reverso de una sola moneda, las
dos caras posibles de una misma realidad. El meollo del problema reside en
resolver cuándo el sujeto sometido a proceso deberá esperar la sentencia
encarcelado, en qué casos podrá hacerlo en libertad y cuáles son los criterios a
tener en cuenta para resolver el asunto (confr.: La excarcelación, 2 edición,
Buenos Aires, Depalma, 1988, pág. 3 y 4).
PRINCIPIOS RECTORES
Ello es así, por cuanto el art. 18 de la Constitución Nacional dice que nadie puede
ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso. Esto de
que nadie será penado sin juicio previo ha dado pie a que se le asigne a la
llamada presunción de inocencia jerarquía constitucional. El argumento sería éste:
puesto que sólo después de un juicio alguien puede ser declarado culpable, previo
a ese momento toda persona debe recibir el trato de inocente (confr.: Carrió
Alejandro, La libertad durante el proceso penal y la Constitución Nacional -una
relación cambiante y difícil, Editorial Abeledo Perrot, Bs. As., 1988, pág. 13).
Así se ha pronunciado nuestro más Alto Tribunal, señalando que cuando el art. 18
de la C.N. dispone categóricamente que ningún habitante de la Nación será
penado sin juicio previo, establece el principio de que toda persona debe ser
considerada y tratada como inocente de los delitos que se le imputan hasta que en
un juicio respetuoso del debido proceso se demuestre lo contrario mediante una
sentencia firme. Así lo entendió esta Corte en un viejo precedente de 1871, al
decir que ...es también un principio de derecho que todo hombre se reputa bueno,
mientras no se le prueba lo contrario (Fallos: 10:338), axioma que tiempo después
acuñó en la definición de presunción de inculpabilidad (Fallos: 102:219 -1905-)
(confr.: C.S.J.N. causa N.284 XXXII Nápoli, Erika Elizabeth y otros s/infracción art.
139 bis del C.P., rta. el 22 de diciembre de 1998,considerando 5).
En esta línea de pensamiento, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha
manifestado que la excarcelación procede como garantía constitucional y no como
simple concesión de la ley de forma (Fallos: 7:368; 16:88; 54:264; 64:352; 102:219
y 312:185), y que las normas procesales dictadas por el Congreso de la Nación en
esa materia son inmediatamente reglamentarias del derecho consagrado por el
art. 18 de la Constitución Nacional (causa: R.324 XXIII, Rodríguez Landívar,
Blanca Sofía s/incidente de excarcelación, del 6 de agosto de 1991).
Esta última afirmación equivale a señalar que como correlato de este estado de
inocencia, surge el derecho de la persona a gozar de libertad durante el proceso,
que tiene jerarquía constitucional (Fallos: 314:451, considerando 2).
Sin embargo, los derechos de cada persona están limitados por los derechos de
los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común,
en una sociedad democrática (art. 32 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, Pacto de San José de Costa Rica); y el derecho a la libertad
durante el proceso está condicionado a las leyes que reglamentan su
ejercicio(Fallos: 304:319, 1524).
Asimismo, el art. 6.1 de las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las
medidas no privativas de la libertad (Reglas de Tokio), establece que en el
procedimiento penal sólo se recurrirá a la prisión preventiva como último recurso,
teniendo debidamente en cuenta la investigación del supuesto delito y la
protección de la sociedad y de la víctima.
También el art. 280 del Código Procesal Penal de la Nación afirma el carácter
excepcional de las medidas de restricción, señalando que la libertad personal sólo
podrá ser restringida, de acuerdo con las disposiciones de este Código, en los
límites absolutamente indispensables para asegurar el descubrimiento de la
verdad y la aplicación de la ley.
Así lo entendió también nuestro Máximo Tribunal en la causa N.284 XXXII Nápoli,
Erika Elizabeth y otros s/infracción art. 139 bis del C.P., rta. el 22 de diciembre de
1998,considerando 7, al afirmar que la potestad legislativa para, con amplia latitud,
ordenar y agrupar, distinguiendo y clasificando los objetos de la legislación (Fallos:
280:60; 254:53,entre otros) y establecer así regímenes excarcelatorios diversos,
sólo encuentra justificación en tanto esté orientada a que la prisión preventiva -
como medida de corrección procesal- conserve su fundamento de evitar que se
frustre la justicia (Fallos: 8:291; dictamen del Procurador General en 21:121;
mutatis mutandi 102:219), esto es, que el imputado eluda su acción o entorpezca
las investigaciones.
En esa oportunidad, con cita del precedente de Fallos 102:219, sostuvo que la
prisión preventiva no tiene más objeto que asegurar la aplicación de la pena
atribuida por la ley a una infracción, y si esa seguridad puede en algunos casos
obtenerse por otro medio compatible con la libertad a la vez que con las
exigencias de la justicia represiva, y menos gravosa para el encausado que tiene
en su favor la presunción de inculpabilidad, cabe admitirla porque nace de la forma
republicana de gobierno y del espíritu liberal de nuestras instituciones -
considerando 19-.
El primer término, también llamado fumus boni iuris, se relaciona con la exigencia
de pruebas que sustentan la aparente culpa del individuo, como presupuesto
indispensable para la eventual restricción a su libertad durante el proceso; de
donde surge la obligación de acreditar satisfactoriamente la verosimilitud -al
menos, en grado de apariencia- del derecho invocado, cuya duda o ausencia a la
vista del juez o tribunal torna improcedente la cautela interesada (confr.: La Rosa,
ob. cit., pág. 271, con cita de Chiara Díaz, Las medidas de coerción en el proceso
penal a propósito de un fallo acertado, L.L. 2001-D-735). La Comisión
Interamericana ha dicho que considera que la presunción de culpabilidad de una
persona no sólo es un elemento importante, sino una condición sine que non para
continuar la medida restrictiva de la libertad (informe 2/97).
Por su parte, el otro requisito, llamado periculum in mora -que se debe dar
simultáneamente con el anterior-, sostiene la necesidad de imponer la medida en
tanto se advierta un riesgo para el derecho que se quiere proteger -en el caso, la
actuación efectiva de la ley penal y la buena marcha del proceso-, si no se aplica
tempestivamente la medida cautelar.
En esta línea de pensamiento, entiendo que la interpretación de los arts. 316, 317
y 319 del C.P.P.N., que expondré es la que se compadece tanto con los principios
constitucionales reseñados en el acápite precedente, como así también pone en
juego las reglas interpretativas reseñadas por nuestro Tribunal Cimero, dejando a
salvo la constitucionalidad de las normas en cuestión.
Se afirma en doctrina que existen distintos modelos legislativos para tener por
acreditado el riesgo procesal que permite fundar el encarcelamiento preventivo; y
que nuestro código adjetivo adscribe al legalista, en tanto el riesgo puede ser
tasado de alguna manera por el legislador. (confr.: Solimine, Marcelo A., La
excarcelación de Chabán, Episodio III. El fallo de la Cámara Nacional de Casación
Penal: una fértil oportunidad para el estudio del instituto, en Revista de Derecho
Penal y Procesal Penal, Lexis Nexis, 4/2006, pág. 661 y sgtes.).
De lo expuesto, se colige que concuerdo con Solimine, quien afirma que el art. 316
del C.P.P., debe ser interpretado como un sistema de presunciones legales que
opera iuris tantum. Así, cuando el máximo de la escala penal aplicable en
abstracto no supera los ocho años de pena privativa de libertad el legislador ha
presumido la no fuga del imputado. En cambio, cuando supera tal monto ha
presupuesto que fugará. Al resultar ambas presunciones iuris tantum devienen
rebatibles por prueba en contrario: para el primer caso (menos de ocho años),
acudiendo a indicadores de riesgo procesal que existan en el caso concreto
(fundado en la aplicación del art. 319 del C.P.P.); para el segundo caso (más de
ocho años), arrimando a través de indicadores de no fuga y de no entorpecimiento
de la investigación elementos valorativos concretos que permitan tener por
desvirtuada tal presunción -que deberán llevar mayor poder de convicción cuanto
mayor sea la gravedad de la pena en expectativa- (confr.: Solimine ob. cit., pág.
671).
Como afirmara arriba, a la presunción iuris tantum del art. 316 del C.P.P.N. -
parámetro de la pena conminada en abstracto-, corresponde analizarlo, además,
en conjunto con la magnitud de la pena en expectativa -verificar si la gravedad de
la pena está dada en el caso concreto-. Estableciendo así, una presunción de fuga
en virtud de la severidad de la pena en expectativa para el caso concreto, que se
relaciona con la presunción del art. 316 del C.P.P.N.. De este modo, para la
pretendida destrucción de la presunción legal, deberán arrimarse mayor cantidad
de elementos descalificantes de ella, cuanto más alto sea el monto de la pena que
se espera en definitiva (confr.: Solimine, ob. cit., pág. 670).
Ahora bien, según nuestro criterio, no resulta posible realizar esta ponderación
acerca de la pena en expectativa, sin tener en cuenta la naturaleza del hecho
incriminado. Por lo tanto, el análisis de esta cuestión aduna un fundamento válido
para inferir la eventual existencia de riesgo procesal.
-Informe Caso 10.037, Argentina, del 13 de abril de 1989-, que la Comisión estima
que las características de los hechos (punibles) que forman la cabeza de esos
procesos y las penas que podrían corresponder al acusado hacen presunción
fundada de que es necesario cautelar que la justicia no sea evadida siendo, por
tanto la excarcelación improcedente.
Es dable poner de manifiesto, que las pautas establecidas por nuestro legislador
en los incisos 2, 3, 4 y 5 del art. 317 del C.P.P.N., dan cuenta de esta necesidad
de revisar la denegatoria de la excarcelación, en función del paso del tiempo;
funcionando, a mi entender, como excepciones a aquella presunción iuris tantum
establecida en el art. 316 del C.P.P.N..
Aunque desde otra vereda doctrinaria, resulta acertado lo afirmado por Navarro y
Daray respecto a que en tal sentido además de considerarse las otras hipótesis
habilitantes de la soltura previstas en el art. 317, que sirven de complemento al
sistema es del caso señalar que éste se nutre también de las disposiciones de la
ley 24.390 (reformada por la ley 25.430), por lo que el límite punitivo en abstracto
o las razones subjetivas que impidan la excarcelación del imputado en razón del
cumplimiento efectivo que se avizora de la pena encontrarán un valladar en dichas
normas para justificar la prolongación de la prisión, como forma razonable de
conciliar el derecho a la libertad de la persona con el interés del Estado en
asegurar su poder penal (confr. Navarro, Guillermo Rafael y Daray Roberto Raúl,
Código Procesal Penal de la Nación. Análisis doctrinal y jurisprudencial. T. II,
Hammurabi, José Luis Depalma Editor. Pág. 933).
Otra cuestión que debe ser analizada a los efectos de descartar la presunción
legal del art. 316 del C.P.P.N., es la solidez de la imputación. En este sentido, y
como bien afirma Alejandro Carrió, a los fines de meritar cuántos incentivos tendrá
una persona para presentarse al juicio que se llevará en su contra, el peso de la
prueba reunida es un factor que debería ser tomado en cuenta (confr:
Excarcelaciones, presunción de inocencia, peligro de fuga y peligrosidad, no es
hora de mezclar y dar de nuevo?, en Revista de Derecho Procesal Penal
Excarcelación, Santa Fé, 2005, pág. 69 y sigtes.).
También debe ser analizado, a los efectos de evaluar el real riesgo de fuga del
imputado, el momento procesal en que se le concede la libertad anticipada, puesto
que no es lo mismo tener que pronunciarse al comienzo de una investigación, por
ejemplo, en el marco de una exención de prisión, que hacerlo con el sumario más
avanzado, donde es posible que existan ya datos para calibrar las reales
circunstancias del hecho, la conducta observada por el imputado, las defensas o
pruebas que puede haber hecho valer, etcétera (confr.: Carrió, ob. cit., pág. 79).
Por su parte, la Comisión también plantea como parámetro para tener en cuenta a
los efectos de otorgar o denegar una excarcelación el riesgo de comisión de
nuevos delitos, indicando que cuando las autoridades judiciales evalúan el peligro
de reincidencia o comisión de nuevos delitos por parte del detenido, deben tener
en cuenta la gravedad del crimen. Sin embargo, para justificar la prisión
preventiva, el peligro de reiteración debe ser real y tener en cuenta la historia
personal y la evaluación profesional de la personalidad y el carácter del acusado.
Para tal efecto, resulta especialmente importante constatar, entre otros elementos,
si el procesado ha sido anteriormente condenado por ofensas similares, tanto en
naturaleza como en gravedad (informe 2/97).
Atento a los recaudos establecidos por la misma Comisión, se puede afirmar que
en verdad utilizar este fundamento para legitimar la prisión preventiva, constituye
un hecho en verdad excepcional. En efecto, la Comisión enfatiza que para que
constituya una justificación legítima, dicha amenaza debe seguir siendo efectiva
mientras dure la medida de restricción de la libertad del procesado y al obligar a
que en todos los casos en que se invoque la preservación del orden público para
mantener a una persona en prisión preventiva, el Estado tiene la obligación de
probar en forma objetiva y concluyente que tal medida se justifica exclusivamente
con base en esa causal (informe 2/97).
En suma, tratando de desvirtuar la presunción legal del art. 316 del C.P.P.N. se
debe acudir a las pautas establecidas por el legislador en el art. 319 del C.P.P.N.
Con esta enumeración, que desde ya es meramente enunciativa, vemos que son
muchos los factores de riesgo procesal que a mi entender deben ser analizados
en forma armónica para verificar si la presunción legal establecida en el art. 316
del C.P.P.N. resulta desvirtuada.
Entiendo que la postura que aquí defiendo permite interpretar el universo jurídico
de modo que sus normas no resultan contradictorias entre sí, ni superpuestas las
unas con las otras.
En este sentido, es del caso señalar que en los fundamentos del registro de esta
Sala n 8839 -a la que remite la resolución aquí en estudio- se sostuvo que el
máximo de la sanción prevista para los delitos imputados supera el monto
establecido en el art. 316 del C.P.P.N.; además la pluralidad y gravedad de los
hechos impide razonablemente inferir que en caso de recaer condena, ésta
pudiese ser de condena condicional; y que a ello se agregó como pauta a tener en
cuenta, la objetiva y provisional valoración de las características del hecho (art.
319 del C.P.P.N.), en una interpretación armónica con los anteriores artículos
citados, concluyendo entonces que, atento la naturaleza y gravedad de los hechos
concretos del proceso, se presenta como posible que el imputado, una vez
excarcelado, intente evadir la acción de la justicia; ante el pronóstico de una futura
pena grave y de efectivo cumplimiento; siendo estos fundamentos válidos para la
denegación del beneficio liberatorio.
a) Que esas normas no son inconstitucionales toda vez que los derechos que
emanan de las garantías establecidas por nuestra Carta Magna quedan
subordinados a las leyes que reglamentan su ejercicio. Los requisitos que así se
establezcan, obviamente, no deben contradecir el espíritu de la Constitución ni
hacer ilusorios los derechos otorgados por ella. Y en tal sentido, la exigencia de
una prueba semiplena, suficiente y necesaria para el dictado de la prisión
preventiva y la gravedad objetiva del hecho o los hechos acriminados revelada por
la pena con que se los fulmina -superior a 8 años de prisión y que impide la
condenación condicional- da razonabilidad al art. 316 del Código Procesal penal
de la Nación con las limitaciones que establece el art. 317 idem.
b) Que el art. 316 es la norma general y el 319 no amplía su aplicación sino que, al
contrario, la restringe.
En efecto, adviértase que sobre el último obra el título Restricciones, o sea, limita
aún más las posibilidades excarcelatorias establecidas en el art. 316; por lo demás
que sentido tendría éste, con los topes legales que establece, si la negativa a la
soltura provisoria, en definitiva, estuviese sujeta al peligro de fuga o la
obstaculización de la justicia?.
c) Pero aún dentro de esta interpretación, he admitido que las penalidades
referidas en el art. 316 del C.P.P.N. no podrían tomarse como una regla inflexible,
sino como parámetros reveladores de la gravedad objetiva de los hechos
atribuidos, que por su naturaleza y modalidades causaren una verdadera alarma
social e hicieran imprudente la concesión del beneficio postulado.
Para fundar mi opinión respecto del tema que se plantea en esta convocatoria he
de tener presente lo señalado por nuestro más Alto Tribunal en el sentido de que
la libertad provisoria, por vía de los institutos de la excarcelación o de la exención
de prisión es la respuesta procesal al derecho constitucional de permanecer en
libertad durante el debido proceso previo, lo que no puede ser visto como un
beneficio o concesión de la ley de forma sino como un derecho derivado del
principio de inocencia (C.S. causa Guerra Percowicz, MF 20/12/94, G.688 XXVIII,
entre otros, y Fallos 310:1835, citados por Guillermo Rafael Navarro en Código
Procesal Penal de la Nación, tomo I, Buenos Aires, 1996, pág. 656).
Por otro lado, señaló también el Alto Tribunal que la ley procesal regula otro
aspecto vinculado con el expuesto, cual es el de asegurar el cumplimiento efectivo
de la pena, fijando por ello límites a aquella libertad, conciliando así el derecho del
individuo a no sufrir persecución injusta con el interés general de no facilitar la
impunidad del delincuente, sea prohibiendo directa e en unos casos su
otorgamiento, sea condicionándolo en otros a la concurrencia de determinadas
circunstancias. (Navarro, ob, cit. pág. 656 y Fallos 280/297).
En este orden de ideas, recuerda Maier la exigencia en punto a que el juicio -la
sentencia- ...sea el resultado de un procedimiento imparcial-fair trial- que permita
al imputado amplia oportunidad y libertad de defensa para influir en el juicio del
tribunal, con vigencia irrestricta de las limitaciones que la propia Constitución
impone al ejercicio de la persecución penal.... (confr. Julio B.J. Maier, Derecho
Procesal Penal, Tomo I, Fundamentos, 2 edición, 1996, pág. 479).
Agregó la Corte en dicho precedente -con cita de la doctrina sentado en los casos
Firmenich, Arana y Bramajo-, que el plazo fijo del cual habla la ley 24.390 debe
interpretarse en conjunción con el plazo razonable del que habla la Convención
Americana de Derechos Humanos según la inteligencia asignada por los
tribunales internacionales, a cuyo fin deberá atenderse al examen de las
condiciones personales del procesado, la gravedad de los hechos que se le
imputan y la complejidad del caso, caracterización que también recepta la Corte
Europea en la exégesis del artículo 6.1 de la Convención para la Protección de los
Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales.
Tal es mi voto.
En efecto he señalado que tal como surge del código procedimental actualmente
vigente, la escala penal a la que hace referencia el artículo 316 se debe tomar en
abstracto, esto es, si la pena máxima resultante de la calificación por el juez de los
hechos imputados (obtenida de acuerdo con las pautas de los arts. 54 y 55 del
C.P.) fuera superior a los ocho años de pena privativa de la libertad no
corresponde, en principio, la concesión de la exención de prisión (conf. causa
4335, Fernández, Diego Martín s/recurso de casación reg. n 5552, de la Sala II,
rta. el 1 de abril de 2003; y causa n 6804, Charo, Jorge Rodolfo s/recurso de
casación, registro n 8733, de la Sala I de esta Cámara; entre muchas otras).
Por su parte, el artículo 319 del Código Procesal Penal de la Nación contiene las
pautas que permitirán denegar la concesión de la excarcelación o la exención de
prisión cuando las particulares circunstancias del caso hicieran presumir que el
inculpado podrá intentar eludir la acción de la justicia o entorpecer el curso de las
investigaciones. Ello según el caso deber ser valorado atendiendo a la naturaleza
del delito reprochado, las circunstancias personales del encartado (individuales,
morales, medios de vida, antecedentes penales, entre otros) así como la
posibilidad de que obstaculice la investigación, la conducta observada luego del
delito, su voluntario sometimiento al proceso, y en definitiva, todos los demás
criterios que pudieren racionalmente ser de utilidad a los fines del otorgamiento del
beneficio intentado.
Por lo que desde mi particular punto de vista, voto por la negativa a la cuestión
planteada, y en cuanto a la resolución en crisis, por lo que llevo expuesto, debe
confirmarse.
A tal fin, nada mejor que recurrir a Sebastián Soler en su obra Interpretación de la
ley (Barcelona, Edic. Ariel, pág. 112 y ss.), quien recordó que lo primero que le
ocurre a una ley en el momento de ser sancionada consiste en que, por la
sanción, queda incorporada a un sistema preexistente de derecho, con el cual
deberá funcionar sin contradicción. La exigencia de no contradicción constituye, en
realidad, un principio formal del derecho semejante al principio lógico, que en el
plano de la teoría pura ... asume, naturalmente, una forma particular. Dentro de un
sistema jurídico, esa exigencia se manifiesta como un efecto del principio de
vigencia.
Al leer los artículos 316 y 317 del Código Procesal Penal fácilmente se advierte
que responden a un criterio concesivo de los regímenes de la exención o
eximición de prisión y de la excarcelación. Se desprende del empleo de la
expresión podrá eximir de prisión al imputado y al decir que no obstante ello,
también podrá hacerlo ..., según rezan los apartados 1 y 2 del segundo párrafo del
art. 316, referente al primero de los institutos liberatorios.
El primer supuesto para otorgar este instituto está condicionado a que la
calificación del delito de que se trate no supere los ocho años de pena privativa de
libertad en el máximo de la escala.
Ahora bien, existen dos soluciones posibles como respuesta al tema que nos
convoca. Entender: a) que es suficiente para denegar el beneficio que el delito
atribuido al enjuiciado supere el máximo de ocho años de prisión como tope
máximo de la escala, o que, aun sin superarlo, no pudiera proceder una condena
condicional; ó b) que pese a que la infracción penal supere esa escala y no
procediere la ejecución condicional de esa pena pudieran otorgarse esos
beneficios siempre y cuando se compruebe la inexistencia de riesgo procesal, sea
peligro de fuga o entorpecimiento de la investigación.
Con claridad y con apoyo en la lógica jurídica se advierte que en el supuesto b) los
artículos 316 y 317 resultarían superfluos.
-plasmada en los artículos 316 y 317 del CPPN-, ha sido adoptada dentro de las
facultades naturales del Congreso y se ajusta a las normas constitucionales y a los
parámetros trazados por los instrumentos internacionales de los derechos
humanos y la doctrina emanada de sus órganos de aplicación. La doctrina que
intenta la prevalencia de las reglas del artículo 319 por sobre toda otra, tornando
inútiles e inaplicables los artículos 316 y 317, cuando claramente ellos se refieren
a situaciones distintas de la prevista en aquella norma, no resulta ... ajustada a
una adecuada hermenéutica jurídica, ni es exigida por el respeto de principios
constitucionales. En razón de lo dicho y de lo anotado en los fallos de esta Sala
Scola, Francisco Luis s/ rec. de casación, c. n 4698, reg. n 5999, rta. el 23/6/03;
Walpert, Gastón Maximiliano s/ rec. de casación, c. n 5355, reg. n 6713, rta.
13/05/2004; Acevedo, Martiniana Esther s/ rec. de casación, c. n 6058, reg. n
7664, rta. el 16/5/2005; Centurión, Néstor Damián s/ rec. de casación e
inconstitucionalidad, c. n 6200, reg. n 7745, rta. el 17/6/05; Tarditi, Matías Esteban
s/ rec. de casación, c. n 6253, reg. n 7780, rta. el 24/6/05; Florentín, Lelis Santiago
s/ rec. de casación, c. n 6339, reg. n 7848, rta. el 25/7/05; Baudino, Claudio
Fernando s/ rec. de queja, c. n 6185, reg. n 7853, rta. el 26/7/05; Rodríguez
Céspedes, Evelyn A. s/ rec. de casación, c. n 6509, reg. n 8075, rta. el 16/9/05,
Nieto, Mario Enrique s/ rec. de casación, c. n 7401, reg. n 9187, rta. el 18/7/06; y
Guerra, Luis Ariel s/ rec. de casación, c. n 8069, reg. n 10.001, rta. el 28 de
diciembre de 2006, entre muchas otras, que doy por reproducidos en mérito a la
brevedad, concluyo en que en materia de excarcelación o de exención de prisión
basta para su denegación la imposibilidad de futura condena de ejecución
condicional o que pudiere corresponder al imputado una pena privativa de libertad
superior a ocho (8) años (arts. 316 y 317 del C.P.P.N.).
Así voto.
Antes de ingresar de lleno en el desarrollo de los motivos que nos persuaden del
acierto de la postura de la que participamos, conviene tener presente y recordar
que ella nació como una posición francamente minoritaria, habiendo ganado
terreno a paso lento pero firme. Tan es así, que por nuestra parte antes
defendíamos la tesis opuesta, al igual que lo hacían otros magistrados (incluso de
esta Cámara Nacional de Casación Penal), que como nosotros han advertido la
necesidad de ajustar la interpretación de la ley a los nuevos requisitos
constitucionales derivados de la reforma de la Ley Suprema, ocurrida en el año
1994.
Esta línea jurisprudencial del Alto Tribunal pareció afianzarse a partir de lo resuelto
en la causa Napoli, Erika, del 22/12/98 (Fallos 321:3630), coyuntura en la que
señaló que la potestad legislativa para, con amplia latitud, ordenar y agrupar,
distinguiendo y clasificando, los objetos de la legislación (Fallos: 238:60; 251:53,
entre otros) y establecer así regímenes excarcelatorios diversos, sólo encuentra
justificación en tanto esté orientada a que la prisión preventiva como medida de
corrección procesal conserve su fundamento de evitar que se frustre la justicia
(Fallos: 8:291; dictamen del Procurador General en 21:121; mutatis mutandi
102:219), esto es, que el imputado eluda su acción o entorpezca las
investigaciones (el resaltado nos pertenece); y que en este contexto, el legislador
nacional, en ejercicio de las facultades conferidas por el art. 75, inc. 30 de la
Constitución Nacional, estableció un régimen general que regula la libertad
durante el proceso y que, en lo que aquí concierne, contempla como supuestos de
excarcelación aquellos en los que pudiere corresponderle al imputado un máximo
no superior a los 8 (ocho) años de pena privativa de la libertad y también en los
que, no obstante ello, el juez estimare prima facie que procederá condena de
ejecución condicional (art. 317, inc. 1 Código Procesal Penal de la Nación). La
restricción de la libertad se funda en ambos casos en la posibilidad de que el
imputado eluda la acción de la justicia en las primeras etapas de la investigación.
(el resaltado nos pertenece). En este caso, y si bien la materia recursiva se ceñía
a determinar la validez constitucional de excluir a determinados delitos del régimen
general de la excarcelación -cuestión que nuevamente introducía matices que
dificultaban extender el precedente a supuestos que no presentasen estas
particularidades- la Corte Suprema de Justicia de la Nación reiteró que la prisión
preventiva se legitima sólo ante la posible fuga del imputado, o de su intención de
entorpecer la acción de la justicia.
No obstante que luego del caso Domínguez la jurisprudencia del Alto Tribunal
parecía encontrarse afianzada en el sentido antes comentado, con fecha 12/11/03
se dictó sentencia en la causa T. 513. XXXIX. Recurso de hecho Trusso,
Francisco Javier s/ incidente de excarcelación, ocasión en la que con remisión al
dictamen del Procurador General, se actualizó el precedente Estevez, pues el
dictamen del titular del Ministerio Público Fiscal que la Corte Suprema hizo propio,
señalaba que conviene recordar la jurisprudencia del Tribunal respecto de este
supuesto de excarcelación previsto en la ley 24390, sobre el que ha dicho, por
ejemplo, que la sola referencia a la pena establecida por el delito por el que ha
sido acusado y la condena anterior que registra, sin que precise cuáles son las
circunstancias concretas de la causa que permitieran presumir fundadamente, que
el mismo intentará burlar la acción de la justicia, no constituye fundamento válido
de una decisión de los jueces que sólo trasunta la voluntad de denegar el
beneficio solicitado (caso Estévez, publicado en Fallos 320:2105).
Este precedente fue quizás el hito inicial en el camino evolutivo que venimos
comentando, y fue seguido, tiempo después, por otros inspirados en similares
criterios -aunque aplicándolos con un sentido más general (esto es, no vinculados
a las muy excepcionales circunstancias del caso)-. En ese orden, merece especial
mención el pronunciamiento dictado por la Sala I de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional de esta ciudad, en la causa n 21.143
Barbará, Rodrigo Ruy (10/11/03), precedente en el que se aplicó la tesis amplia en
cuanto a la interpretación de las reglas de la excarcelación, y que tuvo una amplia
repercusión en ámbitos académicos y judiciales. Allí, se sostuvo que no hay
posibilidad de aceptar límites a la libertad del imputado que tengan que ver sólo
con las escalas penales, tal como el codificador lo ha expresado de manera
terminante en el artículo 316 del CPPN, expresión sin duda del origen de este
Código Procesal. Si se quiere entender este código de manera armónica con las
convenciones de derechos humanos, debe aceptarse que este artículo es
inconstitucional cuando sea interpretado iuris et de iure y por ende, sólo rige el
artículo 319 del CPPN, en cuanto el tiempo de detención sea racional. En esa
dirección fue interpretado por el señor juez de grado el artículo 316 del CPPN, por
lo cual deviene inconstitucional su aplicación al caso concreto, toda vez que
impuso la prisión preventiva del imputado sustentando su decisión exclusivamente
en la calificación de los hechos que fueran atribuidos al nombrado, los que a su
criterio, impiden que el imputado transite el proceso en libertad.
Para esa misma época, la Sala III de este Tribunal -que integramos junto a la
doctora Angela E. Ledesma y Guillermo J. Tragant- emitió su también recordado
fallo recaído en la causa n 5474 caratulada "Macchieraldo, Susana Raquel s/
recurso de casación" (reg. n 838/04, del 22/12/04).
Otros tribunales que han seguido esta línea son la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Penal Económico, Sala A (ver causas Eurmekian, Eduardo s/
ley 24.769", del 22/7/03, y Alonso de Bernstein, María s/ incidente de
excarcelación, del 13/7/03).
Por su parte, también otras Salas de esta Cámara Nacional de Casación Penal
adhirieron a este criterio que considera que la presunción del artículo 316 del
Código Procesal Penal de la Nación admite prueba en contrario (conf. Sala II,
causas n 6624 caratulada Suárez Maldonado, Miguel Angel s/ recurso de
casación, reg. 8684, del 2/6/06, y n 6689 caratulada Berrozpe, Ricardo A. s/
recurso de casación, reg. 8826, del 10/7/06; y Sala IV, causa n 5199 Pietro
Cajamarca, Guido s/ recurso de casación, del 20/4/05); al igual que lo hizo la Sala
I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de
esta ciudad (ver causa n 37.964 caratulada Renduelles, Fabiana Andrea s/
excarcelación, del 8/7/05; y causa n 37.486 caratulada Olivera Róvere, Jorge Luis
s/ excarcelación del 3/5/05).
Para comprender ello, es preciso traer a colación aquí la explicación que algunos
doctrinarios han esbozado tanto en relación al modo en que funcionan los
sistemas jurídicos, como a los problemas que estos suelen enfrentar debido a las
deficiencias del lenguaje que vehicula el programa normativo del legislador, el cual
termina concretándose en la sentencia judicial. Mediante la debida comprensión
de tales cuestiones, puede brindarse una respuesta cabal al proceso de
maduración que, en ocasiones, requiere la introducción de un cambio normativo
para integrarse realmente en el sistema jurídico.
Puede suceder que una reforma constitucional como la producida en nuestro país
y su consecuente reformulación conceptual de tan amplio calado no tenga una
aplicación inmediata en la práctica. En efecto, los sistemas jurídicos no funcionan
como si fueran computadoras a las cuales una vez que se les incorpora una
modificación, si ella fue correctamente introducida, fluye de modo inmediato por el
sistema para traducirse en el resultado lógico esperado, el cual no admite,
naturalmente, otra derivación divergente. Es obvio, que en principio el sistema
jurídico carece, lamentablemente, de esa lógica operacional inmediata. En primer
lugar, no se encuentra integrado por máquinas autómatas, sino por seres
humanos: jueces, abogados, académicos y demás auxiliares que colaboran en la
función judicial. En segundo lugar, resulta evidente que si los sistemas jurídicos
funcionaran como si fueran verdaderas máquinas no se explicaría el porqué de la
existencia de las disidencias en las sentencias judiciales, de las distintas teorías
relativas al concepto de dolo, en las diferentes posiciones en torno a la teoría de la
interpretación, etcétera. En efecto, si de A más B debiera necesariamente resultar
C, todos los fallos judiciales deberían concluir en C siendo, en consecuencia,
impensable la consideración de una tercera, cuarta o quinta posibilidad (D, E y F).
En tercer lugar, si los jueces funcionaran como máquinas no sería necesaria la
existencia de tribunales superiores que revisaran las resoluciones de los inferiores,
pues sólo reinaría la homogeneidad que se deriva del chip que contiene el
programa informático incorporado al sistema operativo. La realidad es
evidentemente otra. En cuarto lugar, pretender que el desarrollo jurisprudencial
pueda ser determinado automáticamente por la ley supone desconocer el lado
interno de la independencia judicial que debe someter el contenido de las
disposiciones al estricto control de su constitucionalidad. Esta última cuestión,
necesita en muchos casos, debido a la ambigüedad del legislador, de un intenso
debate hasta que pueda llegar a obtenerse un consenso racional al respecto. Al
igual que Roma no fue construida en un solo día, el Derecho no es algo estático,
sino dinámico, pues es el fruto de un esfuerzo racional de todos los operadores
jurídicos que se encuentra en continuo desarrollo.
Pero además, en otras coyunturas, puede ocurrir que una reforma normativa
necesite de un proceso de asimilación hasta llegar a plasmarse en la realidad del
sistema normativo. Es decir, puede que el sistema jurídico necesite de un proceso
de maduración o asimilación del cambio normativo hasta que éste pueda llegar a
digerirse de manera adecuada, en el sentido de que aquél pueda llegar a procesar
correctamente la legalidad o ilegalidad del caso concreto. Las razones de ello
obedecen a que con frecuencia el mensaje del legislador no suele expresarse con
la claridad pretendida dando pie a situaciones ambiguas de difícil solución. A ello
debe añadírsele, la dificultad consistente en poder desentrañar el genuino fin por
él tenido en mente, cuestión que dificulta inexorablemente, aún más, que el
sistema pueda considerar correctamente la legalidad o ilegalidad del caso
presentado a pesar de su real existencia. En efecto, las leyes no son formuladas
mediante lenguajes formales -como el de la lógica o el de las matemáticas-, sino a
través de lenguajes naturales en nuestro caso en Español-, los cuales si bien
permiten que se produzca una comunicación medianamente aceptable, ella tiene
lugar a costa de un considerable grado de indeterminación (es bien sabido por
todos que las palabras padecen de vaguedad, ambigüedad y porosidad). Esta
realidad lingüística, fue la que ha demostrado el fracaso del pensamiento filosófico
promovido por el positivismo legalista, que pretendía considerar a los jueces como
meros autómatas dedicados a la subsunción de las normas a los casos concretos;
es decir, que consideraba a los jueces la boca que pronunciaba las palabras de la
ley.
Es cierto que todo sería mucho más fácil si el legislador, ni bien introdujera una
reforma normativa, se encargara de depurar el sistema jurídico derogando o
ajustando la redacción de aquellas normas inconstitucionales, pues de esa
manera facilitaría la inmediata asunción del nuevo programa normativo que ha
incorporado. Caso contrario, daría lugar -reiteramos- a la existencia de casos de
difícil resolución, porque al no ser su programa normativo diáfano y maduro,
termina dejando su aporte normativo a modo de embrión que merece ser debatido.
En este debate, al entrar en juego la ponderación de principios, las soluciones que
se arrojen como reconoce Alexy no vienen impuestas como definitivas. En estos
casos, es importantísima la labor que se despliegue en todos los foros jurídicos
(academia, cursos de formación judicial, los abogados en sus alegaciones, etc.),
en el sentido de empezar a plantear y debatir la cuestión de manera que pueda
desarrollarse e incorporarse en el proceso definitivo de determinación normativa.
Ello deriva de que doctrinariamente también se suele señalar que aunque haya
una reforma normativa, ella no implica, necesariamente, que la comunidad jurídica
-en la cual se pretende que aquélla sea operativa- se encuentre receptiva a dicho
cambio, siendo importante el debate doctrinal que permita preparar el camino para
otorgarle a la cuestión el tratamiento que se merece. Aquí no debe desconocerse
el rol fundamental que le cabe a la doctrina en este proceso que le aporta a la ley
esa racionalidad, tendiendo un puente entre los principios y la ley que le permite al
aplicador del derecho, concretamente, al juez, cuya función es administrar justicia,
alcanzar el objeto de ésta, a saber: el derecho. De hecho, Schünemann califica a
la dogmática como cuarto poder del Estado, toda vez que permite controlar de
modo científico-jurídico a la judicatura. En ese sentido, será decisivo determinar el
alcance de la reforma y lograr producir aquél programa que no ha sido finalmente
concretado por el legislador. Normalmente, en la tarea se dividirán las aguas y
luego de un intenso y arduo debate pueda quizás lograrse un consenso sobre el
particular. Ello facilitará la aplicación real del programa normativo que de embrión
legislativo, podrá llegar a dar a luz en el mismo sistema que lo mantenía incubado.
Por otro lado, explicando la lógica del funcionamiento de los sistemas jurídicos en
el marco de un Estado de Derecho, no debe olvidarse que aquí estamos hablando
de poder efectuar una interpretación conforme a la Constitución, lo cual constituye
una herramienta metodológica a la cual, incluso, en democracias consolidadas -
antiguas y experimentadas- le ha costado ganar terreno dentro de la metodología
jurídica. Por ejemplo, cabe citar el caso de Alemania que, como bien saben todos,
es el epicentro doctrinario del Derecho Penal a nivel mundial. En efecto, allí como
claramente explica Kuhlen -en su reciente monografía titulada la interpretación de
las leyes penales conforme a la Constitución- las consideraciones y argumentos
de Derecho constitucional recién han ganado en Alemania un significado creciente
en los últimos diez años. Esa consideración, según Kuhlen, es también válida para
la interpretación conforme a la Constitución que en Alemania fue desarrollada por
el Tribunal Constitucional Alemán y exigida para todas las ramas del
ordenamiento. Recién hoy en día este tipo de interpretación es un instrumento
completamente indiscutido para el acervo asegurado de la ciencia jurídica. Ello
doctrinariamente podría explicar y facilita comprender, el por qué de algún retraso
en la adopción por parte de los operadores del sistema jurídico argentino de la
herramienta consistente en la interpretación conforme a la Constitución (no se
olvide que también este procedimiento puede causar reticencias pues se le podría
reprochar inconstitucionalidad al usurpar los jueces funciones legislativas y que en
general la doctrina jurídico-penal en esta materia es muy sensible; como ejemplo
de ello es dable citar su manifestación contraria a la constitucionalidad de los fallos
plenarios); por todo lo cual entonces, dicha rémora debe atribuirse al devenir
lógico del procedimiento de maduración y fortalecimiento que requieren las
instituciones que integran un Estado de Derecho.
4.- Sentado todo lo anterior, conviene ahora plasmar las razones que nos
persuaden del acierto de la solución que en definitiva hemos de propiciar en este
Acuerdo Plenario, para lo cual es necesario efectuar un pormenorizado análisis de
las distintas normas -ya sean de fuente legal, constitucional o supra nacional- que
rigen el delicado instituto de la prisión preventiva, y la interpretación que de ellas
hemos realizado en las ocasiones en que expusimos nuestro criterio sobre el
particular. Vinculada a esta cuestión se encuentra la relativa a los casos en que
procede restringir la libertad del imputado durante el proceso o, lo que es
sustancialmente equivalente, denegar su excarcelación. Para ello, hemos de
recordar cuanto sostuvimos en las causas n 6135 caratulada Castells, Raúl Aníbal
s/ rec. de casación (reg. 636/05, del 11/08/2005) y n 5996 caratulada Chabán,
Omar Emir s/ rec. de casación (reg. 1047/05, del 24/11/05), en las que analizamos
el tema extensamente.
Siendo ello así, cabe memorar que la garantía de inocencia crea serias
dificultades durante la sustanciación del proceso punitivo, ya sea por las diversas
interpretaciones que suele otorgársele a tal garantía o por el grado de extensión
que se le atribuye. El inconveniente radica en determinar hasta dónde, en cada
caso concreto, corresponde la aplicación de medidas precautorias, como la prisión
preventiva, el embargo, secuestro, allanamiento, etc. (cfr. Levene, Ricardo (h) y
otros Código Procesal Penal de la Nación Ley 23.984 Comentado y Concordado,
2da. ed., Depalma, Buenos Aires, 1992, pág. 2).
También viene sosteniendo desde aquella época el Alto Tribunal, que a los fines
de la excarcelación se deben tener siempre en consideración "...las circunstancias
del caso..." y las condiciones personales del imputado; y en el supuesto que estos
extremos lo justifiquen podrá "...acordarse la excarcelación bajo fianza ...sin
peligro que se frustre la justicia que es el único objeto de la prisión durante la
causa..." (CSJN T. 8, p. 291 caso "Exequiel N. Paz", rto. el 30 de noviembre de
1869; y citado en T. 21, p.121).
Por otro lado, es doctrina del Alto Tribunal que el derecho a gozar de libertad
hasta el momento que se dicta la sentencia de condena no constituye una
salvaguarda contra el arresto, detención o prisión preventiva, medidas cautelares
éstas que cuentan con respaldo constitucional (Fallos 305:1002). Así, también se
sostuvo que la idea de justicia impone que el derecho de la sociedad a defenderse
contra el delito sea conjugado con el del individuo sometido a proceso, en forma
que ninguno de ellos sea sacrificado en aras del otro (Fallos 308:1631), y que se
trata, en definitiva, de conciliar el derecho del individuo a no sufrir persecución
injusta con el interés general de no facilitar la impunidad del delincuente (Fallos
280:297).
5.- Lo expuesto en el punto anterior, nos conduce entonces a examinar cuáles son
las exigencias que corresponde verificar para imponer a una persona que goza de
la presunción de inocencia una medida restrictiva de la libertad. Con acierto se ha
señalado que la libertad del imputado sólo cabe restringirla a modo de cautela y
para asegurar la aplicación de la ley punitiva. Ello quiere significar que deben ser
interpretadas restrictivamente las normas que autoricen el encarcelamiento, que
son, en consecuencia, de neto carácter excepcional (la detención, la prisión
preventiva, la denegatoria de excarcelación). En definitiva, interpretar
restrictivamente es limitarse taxativamente a lo determinado por la propia ley (cfr.
Levene y otros, op. cit., pág. 2).
Dicho ello, corresponde indicar que en su informe 12/96, entre otros conceptos, la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos señaló que El objetivo de la
detención preventiva es asegurar que el acusado no se evadirá o interferirá de
otra manera en la investigación judicial. La Comisión subraya que la detención
preventiva es una medida excepcional y que se aplica solamente en los casos en
que haya una sospecha razonable de que el acusado podrá evadir la justicia,
obstaculizar la investigación preliminar intimidando a los testigos, o destruir
evidencia. Se trata de una medida necesariamente excepcional en vista del
derecho preeminente a la libertad personal y el riesgo que presenta la detención
preventiva en lo que se refiere al derecho a la presunción de inocencia y las
garantías de debido proceso legal, incluido el derecho a la defensa (conf. 84).
Los ejemplos enunciados de situaciones que escapan a los límites del artículo 316
del rito penal y que, no obstante ello, autorizan la excarcelación del encausado
refuerzan aquella idea que antes comentáramos con relación a que la razón de ser
de la regla de la norma citada radica en que ante la amenaza de sufrir una grave
pena privativa de la libertad la ley presume que el imputado podría intentar
sustraerse a la acción de la justicia. Adviértase que cuando el riesgo de una futura
pena severa pierde intensidad -por haberse ya sufrido, cuando menos en parte, el
mal amenazado- la presunción comentada se torna inaplicable.
En sentido contrario, tenemos que el artículo 319 del Código Procesal Penal de la
Nación establece las pautas que impedirán la concesión de los institutos de la
exención de prisión y de la excarcelación cuando, no obstante verificarse la
concurrencia de los recaudos objetivos previstos en los artículos 316 y 317, las
especiales circunstancias del caso llevan a concluir en aquella misma presunción
legal descripta ut supra (conf. causa n 4755 Lorge, Luis s/ rec. de casación Reg. N
675 del 14/11/2003). Como se aprecia, en este supuesto la regla del artículo 316
interpretada a contrario sensu -es decir, que cuando la pena es de baja intensidad,
el imputado no habrá de intentar sustraerse a la acción de la justicia- cede cuando
las particularidades que se evidencien y las condiciones personales del acusado
condujeran a un pronóstico contrario.
Comentando el referido artículo 280, señalaba Ricardo Levene que todo el Código,
a lo largo de toda su arquitectura, defiende la libertad, pues la considera el bien
más sagrado, y sólo autoriza su restricción en casos muy estrictos y determinados,
conforme a las pautas del art. 1 y a lo ordenado por los arts. 2 y 3" (op. cit., pág.
237).
Es decir, el primer elemento que necesariamente debe presentarse para que una
determinada persona sea sometida a un encarcelamiento preventivo, es que sobre
la misma pese una fundada sospecha de culpabilidad sobre su participación en
determinado hecho delictivo. Esto es así, por dos motivos concurrentes: en primer
término, porque la sujeción de una persona al proceso tiene sentido en tanto y en
cuanto aparezca, al menos prima facie, como posible responsable de un suceso
delictual; y, en segundo lugar -pero íntimamente vinculado al anterior- porque
quien no advierta la existencia en su contra de elementos de juicio que
objetivamente le permitan suponer en forma razonable que podría resultar
condenado, tampoco habrá de tener motivos para intentar profugarse, dado que
en tales circunstancias -en principio- no tendría temor a perder su libertad en caso
de afrontar un juicio.
No obstante lo expuesto, resulta innegable que las previsiones del artículo 316 del
rito penal resultan de ineludible aplicación, excepto en aquellos casos en que la
presunción legal resulte conmovida por los elementos de juicio obrantes en el
sumario y que demuestren el desacierto en el caso de observar dicha presunción.
En efecto, la circunstancia que la norma contenida en el artículo 316 debe ser
tenida como una presunción iuris tantum no autoriza a desconocer su existencia y
operatividad, dado que en la medida en que se trata de derecho positivo vigente,
su aplicación a los supuestos que se encuentran abarcados por sus disposiciones
resulta un imperativo legal (conf. nuestro voto en causas n 6040 caratulada López,
Delia Angela s/ recurso de casación, reg. 673/05, del 1/9/05; n 6042 Amigo, José
s/ recurso de casación, reg. 675/05, del 1/9/05; y n 6096 caratulada De Marchi,
Gustavo Raúl s/ recurso de casación, reg. 678/05, del 1/9/05).
De esta manera, la presunción legal que indica que en aquellos casos en que los
imputados se enfrenten a la posibilidad de una severa pena privativa de la libertad
habrán de intentar profugarse debe ser tenida en cuenta al momento de decidir
sobre su excarcelación; y sólo corresponderá apartarse de la referida disposición
legal cuando concurran elementos de juicio objetivos y comprobables que
demuestren el desacierto -disfuncional o irracional- de lo que la ley presume.
Justamente por ello -porque admite prueba en contrario-, es que la referida
presunción es iuris tantum. Y no está de más señalar que tal prueba (la que
confronte con la solución legal) debe existir y ser constatable, pues de lo contrario
la presunción mantiene todo su valor y efecto.
También debe merituarse, a la par de la gravedad del hecho penal que se imputa,
la peligrosidad evidenciada por el acusado, pues la posibilidad de reiteración
delictual no deja de ser una presunción que sólo habrá de justificar el encierro
cautelar en la medida en que los bienes jurídicos que pudieran encontrarse
comprometidos sean de una entidad suficiente para sustentar la medida (cfr. en
este sentido la opinión del destacado maestro alemán Claus Roxin en Derecho
Procesal Penal, ed. del Puerto SRL, Buenos Aires, 2000, págs.261/262).
Este particular riesgo -el de coerción a los testigos- fue también el que nos motivó
a votar por la denegatoria de la excarcelación en la causa n 6156 caratulada
Contreras, Pablo Martín s/ recurso de casación (reg. 722/05, del 13/9/05),
oportunidad en la que señalamos que el historial de violencia que denotan los
antecedentes del encartado, sumado ello a las condiciones en que se produjo su
aprehensión en la presente causa -y merituando muy especialmente al ámbito
donde se produjeron los hechos que se le imputan (un asentamiento de
emergencia) y que uno de esos hechos consistió precisamente en haber irrumpido
violentamente en un domicilio de ese barrio, amenazando y lesionando a sus
moradores- nos conducen asimismo a la fundada presunción que Contreras podría
intentar amedrentar a los testigos, lo que en definitiva abona también la suerte del
recurso.
g) Por último, se señaló que también debe tenerse en cuenta la preservación del
orden público, sosteniéndose que 36.La Comisión reconoce que en circunstancias
muy excepcionales, la gravedad especial de un crimen y la reacción del público
ante el mismo pueden justificar la prisión preventiva por un cierto período, por la
amenaza de disturbios del orden público que la liberación del acusado podría
ocasionar. Cabe enfatizar que para que constituya una justificación legítima, dicha
amenaza debe seguir siendo efectiva mientras dure la medida de restricción de la
libertad del procesado. 37. En todos los casos en que se invoque la preservación
del orden público para mantener a una persona en prisión preventiva, el Estado
tiene la obligación de probar en forma objetiva y concluyente que tal medida se
justifica exclusivamente con base en esa causal.
Conforme con este criterio, la excarcelación del imputado puede ser denegada en
ciertos casos en los que la extrema gravedad de los hechos que se le imputan y el
alto grado de sensibilidad social que los mismos hubieran ocasionado conduzcan
a que su libertad pudiera exacerbar las legítimas demandas de justicia de la
sociedad, conduciendo a los protagonistas a desbordes indeseados.
Queda claro que carecen de esa virtualidad los desórdenes civiles sea que acudan
a la amenaza ilegítima o al ejercicio ilegal del uso de la fuerza, así como los que
pretenden confrontar distorsionando maliciosamente la verdad objetiva
comprobada en autos o bien reclamando con violencia en dicha sintonía, al
impulso de agitadores o deformadores de la opinión pública al servicio de la
persecución penal de terceros adversarios o enemigos sociales, políticos o
gremiales, respecto de los cuales procuran determinar o desviar el debido y recto
sentido de las decisiones judiciales. Convalidar alguna de tales situaciones
conduciría, lisa y llanamente, a la legitimación de un estado de anarquía y a un
desborde institucional inadmisible, toda vez que comportaría un gravísimo
avasallamiento de la independencia e imparcialidad del Poder Judicial.
7.- Todo lo hasta aquí expuesto nos conduce a conceptuar que las medidas
cautelares de coerción personal deben ser dictadas con el máximo de prudencia,
procurando evitar caer en extremos en los que la ligereza en el dictado de la
prisión preventiva del imputado se convierta en una verdadera pena anticipada, o
en los que la laxitud al resolver en sentido contrario termine por constituir una
verdadera frustración de las justas exigencias que la sociedad formula a los
órganos estatales encargados de la prevención y represión del delito.
El estado de derecho, para existir realmente, debe garantizar -entre otras cosas-
una estabilidad calculable de las relaciones de los particulares entre si y con el
Estado (Corte Suprema, caso Aval vs. La Prensa, Fallos 248:291, considerando
18)... La realidad muestra que, por lo común, el ritmo de la vida social suele ser
más rápido que el ritmo del Derecho, lo que obliga a los jueces a cumplir una tarea
de actualización que sea compatible con los requerimientos de estabilidad,
previsibilidad y objetividad del ordenamiento jurídico, los cuales son, también, pre-
requisitos de una vida social ordenada... Los jueces, siempre, antes de
pronunciarse, deben ponderar las consecuencias sociales de su decisión y, en tal
sentido, deben comprender qué tan malo es aferrarse a una jurisprudencia
obsoleta como apartarse de otra que -cualquiera sea su edad- conserva intacta la
capacidad de servir al interés social y al interés personal (conf. Julio Oyhanarte,
Recopilación de sus obras, Ed. La Ley, Avellaneda, 2001, pág. 778).
8.- En síntesis, somos de la opinión que el artículo 316 del Código Procesal Penal
de la Nación contiene una presunción iuris tamtum que indica que en aquellos
casos en los que el acusado se enfrente a una sanción de la severidad que prevé
esa norma, su natural instinto a preservar su libertad lo impulsará a intentar eludir
la acción de la justicia. Sin embargo, cuando las particulares circunstancias de la
causa demuestren en forma inequívoca el desacierto en el caso de la presunción
legal, corresponderá acordar la excarcelación o la eximición de prisión al incuso.
El Estado debe a todos justicia, protección y leyes que aseguren su persona, sus
bienes y su libertad. Él se obliga a ponerlos a cubierto de toda injusticia o
violencia, a tener a raya sus pasiones, a proporcionarles medios que les permitan
trabajar sin estorbo alguno para su propio bienestar, sin perjuicio de los otros; a
poner a cada uno bajo la salvaguarda de todos para que pueda gozar
pacíficamente de lo que posee o ha adquirido con su trabajo, su industria o sus
talentos (HORNOS, Gustavo M.: El nuevo nombre de la paz, en Violencia y
Sociedad Política, editado por el Programa para el Estudio y la Difusión de la
Reforma Constitucional Argentina, 1998, pág. 33; y mi voto en el Plenario n 11,
ZICHY THYSSEN, Federico).
Este criterio que surge del principio de inocencia como primera y fundamental
garantía judicial, consagrado por la Constitución Nacional (artículo 18) y los
Tratados Internacionales (artículo 9 de la Declaración de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano; Declaración Universal de los Derechos Humanos y artículo 8.2.-
de la C.A.D.H.), fue receptado por los artículos 280 y 319 del C.P.P.N., y
reafirmado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (ESTÉVEZ, José Luis,
rta. el 3/10/97; entre otras) y por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(caso SUÁREZ ROSERO, del 12 de noviembre de 1997 y caso CANESE del 31
de agosto de 2004).
Se agregó que ese principio fue aceptado por el legislador en el Código Procesal
Penal (ley 23.984) en cuanto impuso como pauta general la interpretación
restrictiva de las normas que limitan la libertad personal -art. 2- y reiteró tal criterio
como patrón específico de examen del régimen de prisión preventiva respecto de
aquellos supuestos en los que corresponde la denegación de prisión y
excarcelación -art. 319-; y que la sola referencia a la pena establecida por el delito
por el que ha sido acusado y la condena anterior que registra, sin que se precise
cuáles son las circunstancias concretas de la causa que permitirían presumir,
fundadamente, que el mismo intentará burlar la acción de la justicia, no constituye
fundamento válido de una decisión de los jueces que sólo resulta la voluntad de
denegar el beneficio solicitado (considerando 6 del fallo).
Este concepto, como allí se resalta, está expresado en múltiples instrumentos del
derecho internacional de derechos humanos. El Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos dispone que la prisión preventiva de las personas que hayan de
ser juzgadas no debe ser la regla general (art. 9.3); el artículo 39 del Conjunto de
Principios para la Protección de todas las Personas Sometidas a cualquier forma
de Detención o Prisión, establece que Excepto en los casos especiales indicados
por ley, toda persona detenida a causa de una infracción penal tendrá derecho, a
menos que un juez u otra autoridad decida lo contrario en interés de la
administración de justicia, a la libertad en espera de juicio con sujeción a las
condiciones que se impongan conforme a derecho. Esa autoridad mantendrá en
examen la necesidad de la detención; la disposición 6.1. de las Reglas Mínimas de
las Naciones Unidas sobre las medidas no privativas de la libertad (Reglas de
Tokio), refiere que: En el procedimiento penal sólo se recurrirá a la prisión
preventiva como último recurso... (tal como se lo ha recordado en el Informe 35/07
de la CIDH, en los puntos 96 a 99).
De manera que resulta indiscutible, que, al menos desde hace más de una
década, los principios que emanan de la ley vigente, entendida en el sentido
indicado al comienzo de esta ponencia, se dirigieron a considerar, en lo sustancial,
que la prisión preventiva debía ser dispuesta por los jueces del proceso sólo
cuando resultara imprescindible, es decir, para evitar riesgos procesales: la fuga o
el entorpecimiento de la investigación.
Esa fue la postura jurídica que, como lo adelanté, fui plasmando al votar en los
diversos precedentes de la Sala IV que integro.
También, obviamente, este criterio rector debe, por propia definición, aplicarse
ante la configuración de los supuestos previstos en los artículos 316 y 317 del
C.P.P.N. Es decir que, el argumento del monto de la pena prevista para el delito
juzgado no puede erigirse como pauta definitiva para denegar una excarcelación o
exención de prisión, frente a la configuración de datos que permitieran concluir en
la inexistencia del riesgo procesal.
Expliqué que los casos más complicados que pueden presentarse en materia de
excarcelación o exención de prisión, son aquellos en los que resultan aplicables
las disposiciones restrictivas previstas en el Código Procesal Penal de la Nación,
pero no hay otras pautas -como las contempladas en el artículo 319 del código de
rito- que permitan sustentar la existencia de riesgo procesal en el caso concreto.
Y que, entonces, aún cuando se concluyera en este plenario sólo que las
disposiciones restrictivas del ordenamiento procesal operan como presunciones
iuris tantum, quedarían sin respuesta algunos casos, en los que, especialmente
frente a plazos prolongados de prisión preventiva, se ha sostenido que el Juez
debe alegar otras razones para demostrar la existencia de riesgo procesal en tanto
la sola gravedad del delito cometido no alcanza a esos fines (cfr. la interpretación
efectuada en esta Cámara, alegada como contraria a la del precedente impugnado
por la colega Berraz de Vidal en el segundo párrafo de su voto por la admisibilidad
del recurso de inaplicabilidad de ley Diaz Bessone).
Ahora bien, tampoco puede desconocerse que esas mismas pautas de gravedad
del delito y de rigor de la escala penal aplicable han sido admitidas -en principio-
para ser computadas respecto del concreto análisis acerca de la existencia de
riesgos procesales -como el de elusión- (punto 86 del Informe 12/96, criterio
mantenido en el Informe 2/97) en los casos en que el escaso tiempo de detención
cumplido, no se presente irrazonable (ley 24.390).
A fines del año 2007, nuestra Corte Suprema de Justicia, mediante la directa
remisión a los fundamentos y conclusiones del Procurador Fiscal, rechazó los
recursos extraordinarios federales de Simón en la causa Guerrieri y de Mulhall.
Respecto del primero, que alegaba el vencimiento en exceso de todos los plazos
legales de detención, citó la doctrina de Fallos 310:1476, 319:1840 y 326:4604. En
relación a Mulhall el Procurador Fiscal había sostenido que [t]eniendo en cuenta
las graves transgresiones a los derechos humanos que se le atribuyen al
imputado, no parece violatorio de sus garantías fundamentales que continúe
cumpliendo la prisión preventiva en su domicilio particular, por lo que, en [su]
opinión no habría caso federal que deba ser resuelto (CSJN, G. 206. XLII.
Guerrieri, Pascual y M. 389.XLIII. Mulhall, Carlos).
En esta inteligencia cabe puntualizar que el Máximo Tribunal tiene dicho que los
principios, garantías y derechos reconocidos por la Constitución (arts. 14 y 28) no
son absolutos y están sujetos, en tanto no se los altere sustancialmente, a las
leyes que reglamentan su ejercicio (Fallos: 310:1045; 314:1376), tesitura que no
se ve descalificada en modo alguno por el hecho de que aquellos derechos se
encuentren enunciados en los Pactos de Derechos Humanos receptados por la
Constitución Nacional, ya que por el contrario éstos la reafirman (art. 2, inc. 2,
P.I.D.E.S.C., art. 2, inc. 2, P.I.D.C.P. y art. 26, C.A.D.H.) (cfr. Causa n 2523
Santander Bustamante, José D. s/recurso de casación Reg. 318/00 del 20/06/00;
Causa n 4710 Ñancupel Uribe, Guido Adrián s/recurso de casación Reg. 555/03
del 30/09/03 -voto del Dr. Riggi-; Causa n 4729 Meta, Ramón Carlos s/recurso de
casación Reg. 581/03 del 3/10/03, todas de la Sala III).
-Secretario-).
2) Por otra parte y sin que ello implique negar los parámetros antes establecidos,
cabe señalar que el derecho constitucional a permanecer en libertad durante el
proceso, sustentado en el principio de inocencia, no tiene carácter absoluto. Por el
contrario, encuentra su limitación en la existencia de razones para suponer que el
imputado eludirá la acción de la justicia si se lo pone en libertad, frustrando así el
juicio del que habla el art. 18 de la Constitución Nacional. El Alto Tribunal otorgó
raigambre constitucional a la prisión preventiva sustentado en que dicha norma
autoriza el arresto en virtud de orden escrita de autoridad competente, pues el
respeto debido a la libertad individual no puede excluir el legítimo derecho de la
sociedad a adoptar todas las medidas de precaución que sean necesarias no sólo
para asegurar el éxito de la investigación, sino también para garantizar, en casos
graves, que no se siga delinquiendo y que no se frustre la ejecución de la eventual
condena por la incomparecencia del reo (Fallos 280:297; 300:642).-
Ha sostenido Alejandro Carrió, luego de efectuar una crítica de los citados fallos,
que el derecho a la libertad durante el proceso no es un derecho absoluto y que es
razonable que, como cualquier otro derecho, ceda ante el interés general (La
libertad durante el proceso penal y la Constitución Nacional, ed. Abeledo Perrot,
Bs. As. 1988, pág. 72) (cfr. Sala I en autos 6185 Baudino, Claudio Fernando s/rec.
de queja, reg. 7853 y sus citas).
Tal es mi voto.
A mi entender, habría que invertir la pregunta del plenario, toda vez que el
problema radica esencialmente, en definir cuándo procede el encarcelamiento
preventivo. Ello así, dado que en la práctica cotidiana la discusión no pasa por
definir cuáles son los supuestos que justifican el encierro cautelar como
presupuesto de la prisión preventiva, por el contrario, como en este caso, lo que
se debate es cuándo la persona puede o no recuperar la libertad. El desvío del eje
central de la discusión tiene raíces culturales, de orden sustantivo e inquisitivo.
Esta distinción no es menor, ya que en realidad lo que no se advierte es que por
imperio constitucional es el Estado quien debe demostrar que existen razones que
hacen necesario encerrar a una persona durante el proceso y no, como sucede
actualmente, donde se invierte la carga de la prueba y se exige al imputado que
demuestre que no eludirá o afectará el accionar de la justicia. Como sostiene
Cafferata Nores, la palabra excarcelación en algún momento desaparecerá de
nuestro vocabulario jurídico (La excarcelación, Editorial Depalma, Buenos Aires
1998 Tomo I), en razón de que este instituto, al igual que el de la eximición de
prisión, son producto de las desviaciones político institucionales del sistema. La
idea central pasa por superar el criterio penalizador del encarcelamiento cautelar;
es decir, acreditada la verosimilitud del derecho, habrá que verificar si en el caso
existe peligro en la demora o riesgo procesal de elusión (art. 9.3 del PIDCyP).
Como es sabido las medidas cautelares, se sitúan en el punto de tensión entre los
fines del proceso (eficacia) y la propia realización constitucional (garantías). Sin
embargo, el eje rector debe estar ceñido por el respeto al programa constitucional
(art. 14 y 18 de la CN), que es de cumplimiento irrestricto, pues siempre que se
aplique alguna medida de coerción, se produce una agresión a la persona.
En este orden de ideas, la libertad física es, por así decir, la forma de libertad
imprescindible para que la mayoría de las demás libertades pueda funcionar, su
tutela ha sido precaución casi tan antigua como el hombre (Bidart Campos,
Germán, Derecho Constitucional, Editorial Ediar, pág. 505). De modo tal que el
derecho constitucional de permanencia en libertad durante la sustanciación del
proceso penal, emanado de los arts. 14, 18 y 75 inc. 22 de la C.N., solo puede
ceder en situaciones excepcionales y cuando los jueces consideren que existen
causas ciertas, concretas y claras, en orden a un alto grado de probabilidad o un
estado de probabilidad prevaleciente de que el imputado eludirá la acción de la
justicia (art. 280 del C.P.P.).
Éstas causales son las constitutivas del periculum in mora como presupuesto
habilitante de la medida cautelar, siempre que además, se haya acreditado la
verosimilitud del derecho fumus bonis iure. Es decir, que el órgano jurisdiccional
debe valorar necesariamente las pruebas que le permitan presumir la existencia
de peligro en la demora. De ahí que entre los caracteres de las medidas privativas
de la libertad, se encuentren la necesidad -como dijimos anteriormente- de un
mínimo de prueba (tanto de la imputación como del riesgo de elusión), la
interpretación restrictiva, el carácter subsidiario en la aplicación de la medida y el
favor libertatis; todo ello con fundamento en la previsión constitucional antes
citada.
Por su parte, la Corte IDH en el caso López Álvarez vs. Honduras(1/2/06 Serie C
Nro. 141, párrafo 67) destacó que La prisión preventiva está limitada por los
principios de legalidad, presunción de inocencia, necesidad y proporcionalidad,
indispensable en una sociedad democrática. Constituye la medida más severa que
se puede imponer al imputado, y por ello debe aplicarse excepcionalmente. La
regla debe ser la libertad del procesado mientras se resuelve acerca de su
responsabilidad penal
Como corolario ...no hay posibilidad de aceptar límites a la libertad del imputado
que tengan que ver sólo con las escalas penales, tal cómo el codificador lo ha
expresado de manera terminante en el art. 316 del C.P.P.N. ... (C.N.A.C.C., Sala I,
causa nro. 21.143, Barbará, Rodrigo Ruy -exención de prisión-, rta. 10/11/03 -Voto
Dr. Donna-). Es decir, las reglas en materia de encarcelamiento preventivo no
constituyen una presunción iure et de iure, sino que deben interpretarse
armónicamente con el principio de inocencia, de tal modo solo constituyen un
elemento más a valorar, con otros indicios probados que hagan presumir el riego
de frustración del juicio previo, por elusión.
En esa linea argumental, la Comisión IDH en el informe 35/07, sostuvo que ...en
ningún caso la ley podrá disponer que algún tipo de delito quede excluido del
régimen establecido para el cese de prisión preventiva o que determinados delitos
reciban un tratamiento distinto respecto de los otros en materia de libertad durante
el proceso, sin base en criterios objetivos y legítimos de discriminación(142).
Agrega al respecto Carrio que en este esquema (que rotuló como tradicional),
ninguno de estos factores podrían ser considerados por los magistrados. Si las
escales penales no lo permitían, ninguna libertad durante el proceso resultaba ni
siquiera teóricamente posible. Es claro que un esquema así de rígido no sólo tiene
por base una ficción (que todo imputado de delito con alta penalidad se ha de
fugar), sino que también desatiende otros factores que generalmente acompañan
a toda privación de libertad y que, por su seriedad, deben por lo menos ser tenidos
en cuenta en esta delicada área. Me refiero a las terribles consecuencias
personales, laborales y familiares que normalmente derivan de una privación de la
libertad (cfr. Carrio, Alejando Garantías Constitucionales en el proceso penal, 5
edición actualizada y ampliada, Ed. Hammurabi, 2006 pag 680)
La Comisión explicó que debe considerarse ... varios elementos, incluyendo los
valores morales demostrados por la persona, su ocupación, bienes que posee,
vínculos familiares y otros que le mantendrían en el país.... (cfr. informe 2/97de la
C.I.D.H., parr. 29). En realidad es la suma de todos los elementos enunciados lo
que permitirá presumir que las consecuencias y riegos de la fuga resultarán o no
para el interesado un mal menor que la continuación de la detención (Gialdino; op.
cit.; pág. 697) y no uno de éstos elementos aislados, donde los jueces se limiten a
valorar sin otro justificativo la condena en expectativa.
Para poder acreditar los extremos que demuestran el riesgo procesal de elusión
de la justicia resulta indispensable la información que se recolecta en los legajos
de personalidad, como así también las pruebas que puedan aportar las partes. Su
ausencia deja sin fundamento la medida cautelar más gravosa, por lo tanto, la
torna injustificada.
III. Lo cierto es que por dos caminos podemos arribar a la misma conclusión, a
partir de los principios constitucionales instituídos en la Carta Magna en 1853 y
desde los establecidos por el derecho internacional constitucionalizados en la
reforma de 1994.
Cabe recordar que aquél principio constituye el criterio hermenéutico que -por la
diversidad de normas internas e internacionales vigentes- informa todo el derecho
de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la norma más
amplia, o la interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos
protegidos e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida
cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los
derechos...(Pinto, Mónica, El principio pro homine. Criterios de Hermenéutica y
pautas para la regulación de los derechos humanos en La aplicación de los
tratados internacionales sobre los derechos humanos por los tribunales locales,
AAVV, PNUD, Editores del Puerto, 1996 pag. 163 y ss.).
En este orden, la Comisión IDH en informe 35/07, sostuvo que Como toda
limitación a los derechos humanos, ésta debe ser interpretada restrictivamente en
virtud del principio pro homine, por el cual, en materia de reconocimiento de
derechos, se debe estar a la norma más amplia y a la interpretación más extensiva
e, inversamente, a la norma y a la interpretación más restringida en materia de
limitación de derechos. Ello se impone, asimismo, para evitar que la excepción se
convierta en regla, debido a que esa restricción de naturaleza cautelar se aplica
sobre una persona que goza del estado de inocencia hasta tanto un fallo firme lo
destruya. De ahí la necesidad de que las restricciones de los derechos
individuales impuestas durante el proceso, y antes de la sentencia definitiva, sean
de interpretación y aplicación restrictiva, con el cuidado de que no se desnaturalice
la garantía antes citada(75)
Por lo demás admitir una interpretación iure et de iure conlleva a desconocer que
la prisión preventiva constituye una medida cautelar y así, omitir la necesidad de
controlar que aquella siga siendo necesaria. Ello ha sido claramente expuesto por
la Corte IDH en el caso Suárez Rosero (sentencia 12/11/1997, Serie C Nro. 35"
que estableció ...de lo dispuesto en el art. 8.2 de la Convención se deriva la
obligación estatal de no restringir la libertad del detenido más allá de los límites
estrictamente necesarios para asegurar que no impedirá el desarrollo eficiente de
las investigaciones y que no eludirá la acción de la justicia, pues la prisión
preventiva es una medida cautelar, no punitiva. (77).
El criterio plasmado, que es materia del plenario, reafirma la vigencia del carácter
provisional del encarcelamiento preventivo, en donde la medida cautelar dispuesta
sólo puede continuar si subsisten todas y cada una de las circunstancias que
fundaron la necesidad de dictar la prisión preventiva. Al respecto la Comisión en el
informe 35/07 expresó que Otra condición del carácter cautelar de la prisión
preventiva es que está llamada a regir sólo durante el lapso estrictamente
necesario para garantizar el fin procesal propuesto(105) El principio de
provisionalidad impone la necesidad de controlar que todos los presupuestos de la
prisión preventiva aún subsisten. Desaparecidos sus fundamentos, el
encarcelamiento debe cesar(108)
IV. En consecuencia, una regulación como la de los arts. 316 y 317 resulta
sustancialmente contraria a los principios enunciados, al impedir toda posibilidad
de producir prueba en contrario. Pues aún de admitir como señalan Cafferata
Nores y Frascaroli, que (...)la ley pueda consagrar la presunción de que, frente a la
posibilidad de la imposición futura de una pena de cierta gravedad, el imputado va
a optar por la fuga; pero esto exige que siempre tal presunción admita la
posibilidad de prueba en contrario, o sea, la prueba tendiente a demostrar que, a
pesar de la gravedad de la imputación y de la amenaza de pena privativa de la
libertad derivada de ella (por su escala o por su modo efectivo de cumplimiento),
no hay en el caso concreto el peligro de que se frustre la acción de la justicia (cfr.
La entidad de la amenaza penal emanada del delito atribuido justifica por sí sola la
imposición del encarcelamiento del imputado durante el proceso? en
Lexis-Nexis/Jurisprudencia Argentina del 19 de mayo de 2004, p. 36), de modo
alguno podríamos exigir que sea el imputado quien produzca dicha prueba
(aunque podrá aportar aquella que estime necesaria), toda vez que -como dijimos-
es el Estado (fiscal, o en el sistema aún vigente en el orden nacional, los jueces)
quien debe acreditar que existe riesgo concreto de frustración de los fines del
proceso.
Como afirma Bovino, en la práctica se aplican los criterios del art. 316 del CPPN
de modo automático, sin analizar la falta de fundamentos del peligro procesal. Si
así fuera, las consecuencias de tales rutinas judiciales consisten en el
incumplimiento de fundar el encarcelamiento en el peligro procesal y la exigencia
ilegítima para el imputado de probar que ciertos hechos no ocurrirán en el
futuro(cfr. Bovino, Alberto Aporías...op cit. pag. 856).
Tal es mi voto.
Por lo demás y aún de establecerse una doctrina plenaria contraria a esta postura,
no advierto que sus términos sean antitéticos con los que informaron la resolución
de la Sala II, puesta en crisis por vía del recurso de inaplicabilidad de ley; ello en
razón a que en dicha decisión se hace mérito -también- de la presunción de fuga a
que alude, entre otras restricciones, el art. 319 del C.P.P.N..
Esta directriz constitucional debe ser respetada por los poderes constituidos y su
plena vigencia encuentra su limitación en las leyes que reglamentan el ejercicio de
los derechos como tarea propia del Congreso Federal.
Por lo tanto, existe un deber legal que se patentiza en la ley sustantiva que
procura la búsqueda de la armonía y compromete a todos los componentes de
una sociedad. El delito -concebido como aquella conducta que lesiona la
integridad de los valores, principios y bienes materiales en que asienta el orden
jurídico- requiere indefectiblemente la adecuada respuesta del Estado de Derecho.
Desde aquellos artículos 376 y 379 del añejo ritual en el que la severidad de las
escalas punitivas, próximas a diez años en el máximo y dos en el mínimo,
impedían la excarcelación de algunos delitos pasando por la ley 20.840 de
Seguridad Nacional, que vedaba ese derecho por la naturaleza de determinados
tipos penales con la justificación de la repulsa social de determinadas conductas,
la evolución de la doctrina procesal sufrió una significativa transformación.
A pesar de todo, aunque el actual sistema de enjuiciamiento procesal penal se
inspiró en la modalidad de un sistema acusatorio mixto, el legislador cuando
sancionó los actuales preceptos vinculados a las medidas de coerción personal
del imputado, mantuvo los parámetros legales de orden aritméticos cuya
hermenéutica no había sido cuestionada por la jurisprudencia acumulada hasta
esa década, especialmente por su practicidad.
Cabe señalar que el dictamen de la minoría que suscribían los diputados Lorenzo
Cortese, Mario Avila, José Vega Aciar, María Gómez Miranda, José Furque y Juan
Villegas aconsejaba la aprobación del proyecto de ley de Cortese y agregaba las
observaciones de los diputados Garay y Gentile, que proponían cambiar la
terminología del artículo 316 de exención de prisión por eximición de prisión por su
claridad; en tanto, Nicolás Garay razonaba que en la redacción del artículo 316, 2
párrafo del ritual, se tuviera presente que si la pena excediera el máximo de ocho
años esa referencia se tornaba inoperante pues, en su parecer, solamente
interesaba la procedencia de la posible aplicación del artículo 26 del Código Penal.
Y en alusión al texto del artículo 319 del código ritual, resumía que en materia de
excarcelaciones se otorgaba al juez un poder discrecional en la evaluación de la
fuga o entorpecimiento de las investigaciones: Creemos que deben establecerse
pautas objetivas que ajusten más a la norma la conducta del juez como, por
ejemplo, la falta de residencia del imputado, su rebeldía anterior o la condena
cuando no hayan prescripto los términos del artículo 50 del Código Penal. (Conf.
Comentarios al Código Procesal, Ley 23.984, pág. 45, trascripción Nicolás Garay;
Novillo-Figueroa).
Aquí radica uno de los meollos de la variedad de los criterios interpretativos, pues
los jueces no pueden apartarse discrecionalmente del texto literal y anular el
sentido de las disposiciones legales -en este caso de los artículos 316 y 317 del
código adjetivo- sin declarar previamente la inconstitucionalidad de su vigencia.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, aprobado por ley 23.313 del
17 de abril de 1986, luego convertido en ley suprema instituyó expresamente en
su artículo 9.1 que Todo individuo tiene derecho a la libertad y a la seguridad
personales. Nadie podrá ser privado de su libertad salvo por las causas fijadas por
la ley y con arreglo al procedimiento establecido en ésta. Artículo 14.2 Toda
persona acusada de un delito tiene derecho a que se presuma su inocencia
mientras no se pruebe su culpabilidad conforme la ley..
Acorde con ello, también acuden los artículos XXVI, párrafo 1 de la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre y 11.1 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
En definitiva, un conjunto de documentos internacionales de supremacía
normativa que aseguran la plena vigencia de la libertad.
Por otra parte, la doctrina siempre ha discrepado sobre cuáles son las
restricciones más idóneas que superen el fundamento de su imposición a quién
mantiene su condición de inocencia hasta la sentencia de condena firme. Sin
embargo, ha debido aceptar su viabilidad aunque haya acudido al argumento de la
extrema necesidad.
En la óptica de Claus Roxin, (conf. Derecho Procesal Penal, pág. 256 y ccdts.),
procedería la mentada medida en las siguientes situaciones: 1) asegurar la
presencia en juicio del imputado. 2) como garantía adecuada de la investigación
del ilícito. 3) a los fines de la ejecución penal.
En este contexto, la nueva realidad constitucional exige que las normas adjetivas
se interpreten con criterios más rigurosos de sistematización, unidad y
congruencia frente al orden jurídico punitivo.
Este sendero viene afirmándose por el Alto Tribunal de nuestro país que
estableció, el 23 de diciembre de 2004, La Corte Suprema debe subordinar el
contenido de sus decisiones a las de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos (art. 68.1 de la CADH); Los tribunales locales deben adoptar las
medidas necesarias para evitar que el Estado incurra en responsabilidad
internacional por incumplimiento de un tratado, caso Miguel Ángel Espósito (Fallos
327:5668); precedentes con un grado de mayor compromiso con la doctrina de
Bramajo, Hernán J, (Fallos: 319:1840) y con el objetivo de propender a un proceso
de integración jurídica regional.
Por otra parte, es un deber de los jueces respetar este precedente: Pero cuando
un Estado ha ratificado un tratado internacional como la Convención Americana,
sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a ella, lo
que los obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención no
se vean mermadas por la aplicación de leyes contrarias a su objeto y fin, y que
desde un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el Poder Judicial
debe ejercer una especie de control de convencionalidad entre las normas
jurídicas internas que aplican en los casos concretos y la Convención Americana
sobre Derechos Humanos. En esta tarea, el Poder Judicial debe tener en cuenta
no solamente el tratado, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la
Corte Interamericana, intérprete última de la Convención Americana. (Conf. Corte
Interamericana de Derechos Humanos, caso Almonacid Arellano y otros vs. Chile,
sentencia de 26 de septiembre de 2006).
Afirma Jescheck que toda norma jurídica necesita interpretación, aún aquella de la
que se predica su claro tenor literal, pues su sentido jurídico puede ser distinto
(Tratado de Derecho Penal, Ed. Comares, pág 137).
Todas estas circunstancias proporcionan a los jueces pautas que apuntan a dar
solución urgente al conflicto social: se trata de mejorar inmediatamente la
convivencia y, -alternativa o conjuntamente- constituyen requisitos sine qua non
para valorar si corresponde restringir ab-initio la libertad de la persona sospechada
de un acto criminal.
Este razonamiento concuerda con el enunciado del artículo 319 del código
adjetivo, cuando prevé la restricción de la libertad exclusivamente ambulatoria-
anteponiendo, al resto de los denominados riesgos procesales, el respeto al
principio de inocencia cuyo contenido es mucho más vasto y consistente que
aquel impedimento.
Por lo tanto, toda vez que la nulidad por la nulidad misma carece de virtualidad
jurídica, propicio confirmar la resolución recurrida y rechazar el recurso de
inaplicabilidad de la ley.
Tal es mi voto.
1. Aclaraciones previas
Por manera tal que la forma en que fue redactado el interrogante de este plenario
considera, implícitamente, que las ficciones elusivas u obstructivas de la ley deben
mantenerse hasta tanto se cuenten con razones suficientes que permitan presumir
que el individuo no adoptará conductas atentatorias contra los fines del proceso.
Es, entonces, con esos alcances que formularé mi propuesta.
Por último, debo dejar a salvo mi criterio en cuanto a la obligatoriedad de los fallos
plenarios toda vez que considero que las decisiones adoptadas en el marco del
recurso contemplado en los artículos 10 y 11 de la ley 24.050 no puede tener más
efecto que el que atañe al caso que se resuelve.
Adelanto que, un nuevo análisis sobre el tema que es materia de este fallo me ha
llevado a modificar mi criterio anterior, pues interpreto que no es suficiente, para
resolver sobre la libertad de una persona durante el trámite del proceso, atenerse
automáticamente, sin una evaluación de las peculiaridades del caso en concreto, a
los criterios modales y cuantitativos establecidos en los artículos 316 y 317 del
C.P.P.N., toda vez que estas normas sólo establecen una ficción relativa que debe
ceder cuando existen razones para sostener que la libertad del individuo no
generará un riesgo procesal.
No era necesario, por lo tanto, analizar si el encarcelamiento era útil para los fines
del proceso y, por lo tanto, si existían o no razones para presumir que la libertad
podía ponerlos en riesgo.
De modo tal que si el artículo 319 del C.P.P.N. es una norma restrictiva de la
libertad, aplicable a los casos en que podría concederse la excarcelación, no
puede concluirse en que aplicando aquél adagio, correspondería la libertad
cuando no están presentes las condiciones objetivas y personales que allí se
mencionan.
Formulo esta aclaración pues el temario concluyó con la mención de esa norma y
esa mención, pareciera, apunta a indicar que la posibilidad de fundar la libertad,
fuera de los casos establecidos en los artículos 316 y 317, podría estar inspirada
en una interpretación a contrario de aquella disposición.
Sin embargo existen otras razones para sostener que los criterios de los artículo
316 y 317 son insuficientes para denegar la excarcelación pues sólo establecen
pautas provisionales cuya eficacia puede desvirtuarse cuando existen motivos
para afirmar que, en el caso concreto, la modalidad de cumplimiento de la pena o
el monto máximo de ella no generarán riesgos procesales. Dicho de otra manera
las presunciones sobre las cuales se concibieron esas normas son "juris tantum".
Cabe observar que no existe ninguna disposición que establezca que los criterios
de excarcelación contenidos en esas normas sean taxativos o que ellos no puedan
ceder cuando existen razones que respaldan la probabilidad de que la libertad no
ponga en peligro los fines del proceso.
El artículo 280 del C.P.P.N. tiene la misma jerarquía normativa que los artículos
316 y 317 y él establece un límite a la prisión preventiva y esta norma se adecua a
las disposiciones constitucionales que regulan el instituto, en particular a las que
exigen que la prisión preventiva responda a causas legales (motivos o
necesidades procesales), a las que la prohíben cuando es arbitraria (cuando
carece de fundamentos reales o se basa en fundamentos aparentes) y a las que
excluyen la posibilidad de establecerla como una regla general.
Ergo: si el encarcelamiento se dispone como una regla sin excepciones para todo
un grupo de personas a quienes se les imputen delitos conminados con cierto tipo
de pena y de modo de cumplimiento y él se funda en una ficción legal, carente de
rigor lógico, pero inmutable ante los hechos que la desvirtúa, existen razones
constitucionales para descalificar la legalidad del encierro, pues se dispondría sin
motivos, ni fundamentos y como una regla general. Pero, sobre estos aspectos me
ocuparé más adelante.
Por otro lado, una vez denegada y en tanto la calificación del delito no fuera
modificada, la libertad podría obtenerse si fuera absuelto (artículo 402 del
C.P.P.N.) o sobreseído y, con anterioridad, prácticamente sólo si hubiera agotado
el máximo de la pena, o, al menos el lapso que había durado le permitiera obtener
la libertad condicional (artículo 317, incisos 2, 3, 4 y 5).
Con esos alcances la prisión preventiva no sería una medida cautelar sino, antes
bien, una transmutación del adagio solve et repete al derecho penal pues podría
llegar a un cumplimiento anticipado de la pena; una pena sin sentencia que se
impondría de modo automático, con sujeción a pautas meramente cuantitativas y,
por lo tanto, en forma avalorada, lo cual impediría llegar a una solución justa del
caso pues al resolver del mismo modo casos desiguales podría arribarse a graves
iniquidades.
Sin embargo, una interpretación que se integre con todas las normas del código
procesal lleva a una conclusión diferente pues el artículo 280 del C.P.P.N.
establece cuáles son los motivos para los cuales puede dictarse y subordina la
duración del encarcelamiento al logro de las finalidades de ese instituto y no a un
plazo estricto o a condiciones inciertas y desvinculadas de los objetivos procesales
de esa medida. Es así pues esa norma estipula: La libertad personal sólo podrá
ser restringida, de acuerdo con las disposiciones de este Código, en los límites
absolutamente indispensables para asegurar el descubrimiento de la verdad y la
aplicación de la ley.
Pero, además de establecer cuáles son las finalidades que debe perseguir la
prisión preventiva, subordina su mantenimiento a la existencia y persistencia de
los fines que autorizan a disponerla.
La expresión límite significa: fin, término, de modo que cuando existen razones
para presumir que la libertad no obstruirá la investigación ni la actuación de la ley,
el encarcelamiento debe finalizar.
Por otro lado, establece que debe mantenerse sólo en tanto lo requieran los fines
para los cuales se puede decretar, pero una vez asegurados esos fines, el
encarcelamiento debe concluir; estipula, por lo tanto, un límite subordinado no a
plazos sino a condiciones substanciales.
El artículo 280 es, como las que regulan la prisión preventiva, la excarcelación y la
exención de prisión, una norma jurídica vigente que establece pautas valorativas
para limitar las reglas que emergen de los artículos 316 y 317 del código.
En toda interpretación legal tienen que estar presentes las normas y principios
constitucionales, en particular aquellas que establecen garantías judiciales o
garantías procesales, fundamentalmente en el tema que es materia de esta
convocatoria. Ello es así pues una interpretación rígida e inflexible de las normas
atinentes al encierro que no admita el cese del encarcelamiento por otras razones
que no sean el cumplimiento de las condiciones a las que se refiere el artículo 317
o el transcurso de los plazos previstos en la ley 24.390, estaría en pugna con la
Constitución toda vez que los pactos internacionales exigen que la decisión sobre
la libertad durante el proceso se decida, en cada uno de los casos concretos, con
sujeción a las contingencias propias de cada uno de ellos y no por su adecuación
a parámetros generales.
3. Principios constitucionales
Estas nuevas disposiciones, que han establecido pautas mínimas para la prisión
preventiva, impactan necesariamente en los códigos procesales pues estos
deberán adecuarse a ese nuevo régimen constitucional.
Aun cuando son conocidos, señalaré, brevemente, cuáles son algunos de los
principios sobre el encarcelamiento provisional consagrados en la Constitución
Nacional y qué entiendo que se desprende de ellos en cada caso.
Ellos atañen a:
Si bien establecer de qué debe adolecer una decisión para ser calificada de ese
modo excede las necesidades de esta decisión, en prieta síntesis, puede
considerarse arbitrarias las decisiones ...que no constituyan una derivación
razonada del derecho vigente con aplicación a las constancias efectivamente
comprobadas en la causa, ... sin fundamentación idónea o suficiente
En conclusión, sobre la base de los prescripto por la Constitución y por la ley que
reglamenta los aspectos relacionados con el encarcelamiento provisorio, entre
otros requisitos, los siguientes:
4. Insuficiencia de los criterios establecidos en los artículos 316 y 317 del C.P.P.N.
para satisfacer los estándares mencionados. Inconstitucionalidad de las
denominadas presunciones juris et de jure cuando se emplean en el derecho
penal o en el derecho procesal penal para imponer cargas, deberes o restringir
garantías constitucionales
En efecto, si los artículos 316 y 317 del código procesal contuvieran presunciones
juris et de jure -ficciones legales- de peligros procesales serían inconstitucionales.
Ese recurso legal sólo puede tener esa denominación en un sentido figurado pues,
en realidad, no son presunciones toda vez que, tanto semántica como
jurídicamente, el término presunción tiene un significado diferente.
Ello es así pues mediante las denominadas presunciones legales la ley toma como
existente algo que, en realidad, no existe; tiene por inexistente algo que puede
existir o haber existido y también asimila objetos ontológicamente diferentes, y les
aplica el mismo régimen jurídico.
La historia de las pruebas en materia penal muestra una transición desde una
forma aberrante e irracional de lograr la "verdad" a una forma "racional" para
obtenerla y en ese transcurso las presunciones legales juris et de jure fueron
incluidas dentro del primer grupo (Framarino de Malatesta, Nicola; Lógica de las
pruebas en materia Criminal, ed. Temis, Bogotá, 1973, V. I, pags. 246 y sigtes,
337 y sgtes.).
Puede interpretarse, aunque necesariamente no sea así, que los artículos 316 y
317 del C.P.N.N. presuponen que todos los que se encuentran en las situaciones
objetivas que describen atentarán contra los fines que persigue el proceso y que,
para evitar ese riesgo procesal, es necesario restringir la libertad de quienes se
encuentren dentro de esos parámetros objetivos.
Esa idea, sin embargo, es más un postulado para legitimar ambas disposiciones
que un dato de la realidad, toda vez que no existe ningún elemento que sostenga
esa conclusión, ni razones para creer que el legislador haya contado con estudios
serios que demostraran la correlación entre las escalas penales, el modo de
cumplimiento y las probabilidades elusivas u obstructivas.
Una ficción legal, por un lado, por ser un argumento aparente no puede erigirse en
un fundamento determinante y, por otro, la objetividad con la que se establecen no
satisfacen los estándares constitucionales a los que me he referido.
Sobre la base de este principio, los artículos 316 y 317 del C.P.P.N. sólo pueden
tener validez constitucional en tanto tengan una eficacia provisional, subordinada a
la demostración de la existencia de que la libertad generará los riesgos procesales
a los que se refiere el artículo 280 del mismo cuerpo de normas.
5. Los fundamentos de la excarcelación deben expresarse en norma individual,
con fundamentos propios, sin remitirse a co una nclusiones elaboradas a priori en
normas generales
Los artículos 316 y 317 al ser interpretados en forma conjunta con el artículo 280
permiten sostener que aquellos no establecen criterios inflexibles y que, antes al
contrario, el mantenimiento del encarcelamiento está subordinado a la
preservación de los objetivos del proceso y que, por ende, no puede mantenerse
en el solo interés de la ley.
La valoración, por lo tanto, está sometida a los criterios de verdad y falsedad por lo
cual no puede derivarse de una ley un criterio que, sobre la base de
cuantificaciones de lo cualitativo determine, a priori, todos los casos en que la
restricción de la libertad será razonable, no arbitraria, etc.
Esa medida cautelar, según los Pactos, no debe ser la regla general, principio que,
por un lado, apunta a que sea de carácter excepcional y, por otro, al modo en que
la decisión sobre el encarcelamiento puede adoptarse y a la naturaleza de los
fundamentos en que se sostiene.
Más aún cuando las propiedades sobre las cuales se establecen los cánones
objetivos no tienen una necesaria implicación lógica con los fines por los cuales la
prisión preventiva puede disponerse.
En conclusión, por un lado las ficciones legales no son fundamento suficiente para
justificar la prisión preventiva y, por otro lado, si provisionalmente es admisible que
mantengan vigencia, ello no puede impedir que, demostrada la inexistencia de
riesgos procesales, deba concluir esa medida.
Cuáles pueden ser los motivos por los cuales habría que presumir la inexistencia
de riesgos procesales o, de adverso, la existencia de ellos? Ese interrogante no
forma parte del fallo, ni podría formarlo pues la infinitud de la realidad impide
establecer pautas a priori y se asumiría el riesgo de caer en criterios formales
como los que inspiraron los artículos 316 y 317.
Considero, por lo que he expresado, que las normas de los artículos 316 y 317 del
C.P.P.N. no proporcionan razones suficientes para denegar la excarcelación por lo
siguiente:
1.- El artículo 280 del C.P.P.N. establece cuales son las causas que deben existir
para el encarcelamiento provisional (riesgos procesales) y establece que cuando
ellas no existen él debe finalizar, por lo cual restringe el alcance de aquellos
artículos.
Este tribunal había confirmado la resolución del juez de primera instancia quien
antes había negado la excarcelación de Ramón Genaro Díaz Bessone; el
fundamento sobre el cual se confirmó la resolución sostuvo principios adversos a
los que he postulado en este plenario.
Dicho de otro modo: que al confirmar la denegatoria sobre la base del máximo de
pena y de la modalidad de cumplimiento, haya mencionado que, además, existían
perspectivas elusivas (artículo 319 del C.P.P.N.) no significa que en él se haya
admitido la doctrina que postula que la inexistencia de riesgos procesales es una
alternativa independiente para disponer la libertad.
8. Conclusiones
1.- Con relación a la interpretación de los artículos 316 y 317 del C.P.P.N. que
cuando la pena máxima conminada para el delito -o concurso de delitos- supera
los ocho años de prisión y ella no pudiere ser en suspenso la excarcelación o la
exención de prisión pueden igualmente concederse ...ante la comprobada
inexistencia de riesgos procesales: peligro de fuga o de entorpecimiento de la
investigación.
Para nosotros, jueces con competencia penal que hemos constatado las falencias
del sistema carcelario, especialmente porque es antinatural y denigrante por
esencia, es menester tener el cuidado y la prevención que la aplicación de éste
tipo de pena amerita.-
Por ello hemos recurrido a buscar alternativas, a veces ingeniosas, como el uso de
pulseras electrónicas, o de la probation, para evitar los encarcelamientos.-
Todo ello sazonado con la característica tan especial del derecho penal, donde la
cultura, la política, la costumbre y las creencias hacen que el caleidoscopio de las
conductas humanas vaya girando constantemente y a veces caprichosamente,
como lo recuerda I. Wallace en The Almanac of people, donde describe la
situación del ciudadano de la Edad Media que se atrevió a comer un tomate en
público cuando ello estaba penado con la muerte, por tratarse de la manzana del
diablo.-
El mismo autor nos cuenta que en la década del 30, el presidente de la Academia
Sueca, propuso como Premio Nobel de la Paz al líder alemán Adolfo Hitler.-
Estos ejemplos, insólitos pero reales, son un diagnóstico preciso que recomienda
la necesidad de mesura, ecuanimidad, equilibrio y prudencia para evaluar las
conductas proscriptas por una sociedad, y la represión de ellas a través de
castigos que en algunos paises no muy lejanos geografica y culturalmente, buscan
equilibrar el injusto causado con la muerte del causante, pena no muy disimil a la
contemplada en la la ley de las XII Tablas en la Roma republicana, que previa el
desmembramiento del deudor, todo ello fundado en la reparación del daño, la
venganza, el ejemplo, el castigo y a veces la justicia.-
Dicho esto, encaro la exposición que intento desarrollar, comenzando por aclarar
que no solo por escasez de tiempo (el presente trámite, si bien por diferentes
motivos atendibles, ya ha consumido demasiado), sino también porque mis
colegas fueron desparramando con su pluma, las principales y más importantes
directrices normativas vigentes, y congregando el abanico sociológico que salpica
al sector de la materia del derecho que hoy nos liga, se hace innecesario volver a
enunciar tales fuentes del derecho, máxime considerando la prospectiva que
inyecta en su voto la Dra. Ángela Ledesma que puntualizó, con una impecable
dinámica, la situación exacta que las corrientes en auge diagnostican.-
Una vez iniciada la actividad jurisdiccional, y mientras que ella perdure, la libertad
es la regla y la privación de ella la excepción. Ahora bien, cuando la consecución
de los fines del proceso corren serio riesgo y este depende, precisamente, del
imputado en la investigación, entran a jugar las alternativas excepcionales que
legitiman el dictado de la medida preventiva en danza, con el objeto de asegurar
que dichos objetivos no resulten burlados y se cumplan de acuerdo a lo que marca
la ley vigente.-
Por un lado, no existe juicio penal en rebeldía, motivo por el cual la presencia del
imputado se torna imprescindible.-
Por otro, la historia, o sea los hechos pretéritos a demostrar, se reconstruyen con
elementos probatorios que comprueban que los acontecimientos ocurrieron y en
su caso de que manera, circunstanciándolos en tiempo, lugar y modo, o en su
defecto que no ocurrieron, o no se desarrollaron de un modo o forma determinada,
motivo más que suficiente para racionalizar la aplicación de un encierro transitorio
con el objeto de que el ajusticiado, en el caso concreto y debidamente acreditado,
no destruya, oculte o desnaturalice las pruebas de los episodios: comprometiendo
testimonios, evitando la incorporación de prueba documental o informativa de
utilidad, adulterando archivos o manipulando sistemas informáticos o bases de
datos, entre muchas otras formas y maneras posibles cuyo detalle desborda el
presente voto y para su representación alcanzan las hipótesis indicadas.-
Entonces, no pasa por un problema atribuible al legislador que sólo fijó un tenor
normativo tendiente a regular en forma general determinados comportamientos,
sino de los operadores del sistema judicial quienes, en su caso, deben proceder a
encontrar su correcta y apropiada dirección en las hipótesis concretas que se les
presenten. El legislador no puede prever todas las situaciones posibles y atrapar
las infinitas posibilidades que ofrece el mundo del ser, solo define marcos
genéricos y planos ontológicos fundamentales, correspondiendo su interpretación
y ajuste a los jueces frente a los supuestos cotidianos que les fueren sometidos.-
Tarea que no carece de límites y está circunscripta por diversas pautas que
orientan la actividad del intérprete.-
Por lo tanto, corresponde trabajar siempre sobre una presunción iuris tantum, pues
la previsión legal no resulta de aplicación automática y de pleno derecho, sino
permeable a una demostración adversa que acredite la inexistencia de riesgo
procesal alguno.-
De modo que, más allá que la reunión plenaria oportunamente siente criterio al
respecto de conformidad con la ley vigente, propongo la siguiente doctrina
interpretativa: Tratándose de una presunción iuris tantum los supuestos acuñados
por el legislador en el segundo párrafo del artículo 316 y en el inciso primero del
artículo 317 de la ley de rito y que, por dicho motivo, admiten prueba en contrario,
las hipótesis estipuladas por el artículo 319 enunciando un detalle meramente
enumerativo y orientador, suministran los elementos básicos para comprobar, la
existencia o inexistencia del riesgo procesal que justifique el encarcelamiento
preventivo durante el proceso, fundado en la posibilidad de que el imputado pueda
eludir la acción de la justicia o entorpecer las investigaciones.-
Sentado ello, me inclino, ante el interrogante que introduce la discusión, por una
respuesta positiva que merece estructurarse, en atención a la presente exposición,
en función del siguiente deslinde:
Así lo voto.-
Por ello, por mayoría, de conformidad con lo dictaminado por el señor Fiscal
General a fs. 218/220, el Tribunal,
RESUELVE:
I-DECLARAR como doctrina plenaria que no basta en materia de excarcelación o
eximición de prisión para su denegación la imposibilidad de futura condena de
ejecución condicional, o que pudiere corresponderle al imputado una pena
privativa de la libertad superior a ocho años (arts. 316 y 317 del C.P.P.N.), sino
que deben valorarse en forma conjunta con otros parámetros tales como los
establecidos en el art. 319 del ordenamiento ritual a los fines de determinar la
existencia de riesgo procesal.
//TA: Para dejar constancia de que el voto que encabeza el presente Acuerdo
Plenario fue emitido por el doctor Pedro R. David el 26 de febrero de 2008 y de
que no lo firma por encontrarse a la fecha en uso de licencia extraordinaria según
Resolución N 124/08 de la Secretaría General del Consejo de la Magistratura
(artículos 399 del Código Procesal Penal de la Nación y 109 del Reglamento para
la Justicia Nacional).