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El Secreto de Confesión

Este documento narra la historia de fray Pedro Marieluz, un sacerdote realista que se negó a abandonar el castillo del Callao cuando fue sitiado por las fuerzas independentistas en 1825. Cuando el comandante español Ramón Rodil descubrió un complot para rebelarse, ordenó fusilar a los implicados. Al negarse fray Pedro a revelar detalles de las confesiones, Rodil lo condenó a muerte también. A pesar de las amenazas, fray Pedro se mantuvo firme en proteger el secreto de la confesión, por lo que fue ejec
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El Secreto de Confesión

Este documento narra la historia de fray Pedro Marieluz, un sacerdote realista que se negó a abandonar el castillo del Callao cuando fue sitiado por las fuerzas independentistas en 1825. Cuando el comandante español Ramón Rodil descubrió un complot para rebelarse, ordenó fusilar a los implicados. Al negarse fray Pedro a revelar detalles de las confesiones, Rodil lo condenó a muerte también. A pesar de las amenazas, fray Pedro se mantuvo firme en proteger el secreto de la confesión, por lo que fue ejec
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Tradiciones peruanas - Séptima serie

Ricardo Palma

Exportado de Wikisource el 25 de abril de 2023

1
(A Isidoro de María, en Montevideo)

Ha pocos meses tuve la visita del padre prefecto de los


crucíferos de San Camilo de Lelis, quien me mostró una
tarjeta fotográfica que de Roma le enviaban, en la cual se
veía un sacerdote de la orden de agonizantes, acostado en
un ataúd, y a cuatro soldados disparando sobre él sus
fusiles. En el fondo del cuadro alzábanse las almenas de un
castillo y la torre de honor, sobre la que flameaba el
pabellón de España, viéndose en lontananza el mar, una isla
y navíos anclados cerca de ésta. Pidiome el padre prefecto,
por encargo de su general en Roma, datos sobre el suceso
representado en la tarjeta, y que, según la carta, acaeció en
el Perú. Fruto de mis investigaciones es la tradición que va
a leerse.

Fray Pedro Marieluz nació en Tarma por los años de 1780,


y pertenecía a familia que gozaba de holgada posición.
Educose en el noviciado de los crucíferos de Lima, y en
1805 recibió las órdenes sacerdotales.

Empezaban ya en el Perú a calentar las cosas políticas, y


estábamos en vía de independizarnos. La moda era ser
patriota; pero fray Pedro era refractario a ella. Para él los
patriotas no eran sino propagadores de la herejía y

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excomulgados vitandos. El padre Marieluz era más realista
que el rey.

Cuando en julio de 1821 abandonó La Serna la capital,


dejando a San Martín expedita la entrada en ella, fue el
padre de la Buenamuerte uno de los que, para no someterse
a la autoridad del nuevo régimen, siguieron al ejército
español. El virrey lo nombró capellán de una de las
divisiones, y con este carácter estuvo en la sorpresa de la
Macacona y en otras acciones de guerra.

Posesionado el brigadier don Ramón Rodil de los castillos


del Callao, vino a unírsele el padre Marieluz con el carácter
de vicario castrense.

Destruido el poder militar de España en la batalla de


Ayacucho y sitiado el Callao por los vencedores, el padre
Marieluz se resistió a abandonar al castellano del Real
Felipe.

Pero en septiembre de 1825, después de nueve meses de


asedio y de diario resonar de los cañones, la escasez de
víveres y el escorbuto empezaron a introducir el desaliento
entre los sitiados. La conspiración estaba ya en la
atmósfera.

Atardecía el 23 de septiembre, víspera del solemne día


consagrado a la Virgen de Mercedes, cuando tuvo el
brigadier denuncia de que, a las nueve de la noche,

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estallaría una revolución en forma, encabezada por el
comandante Montero, el más prestigioso de los tenientes de
Rodil. Los hombres de más confianza para éste figuraban
entre los comprometidos.

Rodil, sin pérdida de minuto, procedió a apresarlos; pero


por más esfuerzos y ardides que empleara, no consiguió
arrancarles la menor revelación. Negaron obstinadamente la
existencia del complot revolucionario. Entonces el
brigadier, para ahorrarse quebraderos de cabeza, resolvió
fusilar a todos, justos y pecadores, a las nueve de la noche;
precisamente a la hora misma en que se habían propuesto
los conjurados amarrarlo o aposentarle cuatro onzas de
plomo entre pecho y espalda.

-Padre vicario -dijo Rodil-, son las seis, y en tres horas me


confiesa su paternidad a estos insurgentes.

Y salió de la Casamatas.

A las nueve, los trece sentenciados estaban ante la presencia


de Dios.

Hubo esa noche, un drama conmovedor. El comandante


Montero contrajo matrimonio, una hora antes de ser
fusilado, con una bellísima joven, que era ya viuda y virgen.
Su primer matrimonio fue en el Cuzco con un capitán
español, que a pocos instantes de recibida la bendición
nupcial, dio un beso en la frente a su esposa y montó a

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caballo para morir en el campo de batalla ocho días más
tarde. La muerte asistía siempre a las nupcias de esta joven.
Como el del primer esposo, el beso de Montero fue también
el beso del moribundo.

La dos veces viuda y siempre virgen tomó el velo de monja


en un monasterio de Lima. Hay entre mis lectores no pocos
que la han conocido; pues su fallecimiento es de fresca data.

Algunos de los trece fusilados dejaban esposa, madre o


hermana en castillo. Rodil las hizo subir a los baluartes o
muros, y por medio de cuerdas las descolgó a los fosos,
para que se encaminasen al campamento patriota de
Bellavista con la noticia de la manera tan feroz como
expeditiva con que él sabía desbaratar revoluciones.

Y en efecto: tan terrorífica impresión produjo entre los


suyos este acto de neroniana ejemplarización militar, que
nadie, en los cuatro meses más que duró el sitio, volvió a
pensar en conspirar para deshacerse del tigre.

Pero a pesar del severísimo castigo, Rodil no las tenía todas


consigo.

-¿Quién sabe (decíase) si habré dejado con vida a otros tan


comprometidos o más que los fusilados? ¡No! ¡Pues yo no
me acuesto con el entripado adentro! El confesor ha de
saber lo cierto y con puntos y comas... ¡Ea, que me llamen
al padre vicario!

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Y venido éste, encerrose con él Rodil y le dijo:

-Padre, es seguro que en la confesión le han revelado a


usted esos pícaros todos sus planes y los elementos con que
contaban. Eso necesito yo también saber, y en nombre del
rey exijo que me lo cuente usted todo, sin omitir nombres ni
detalles.

-Pues, mi general, usía me pide lo imposible, que yo no


sacrificaré la salvación de mi alma revelando el secreto del
penitente así me lo intimara el mismo Rey que Dios guarde.

La sangre se le agolpó a la cabeza al brigadier, y


abalanzándose sobre el sacerdote, lo sacudió de un brazo,
gritándole:

-¡Fraile! O me lo cuentas todo o te fusilo.

El padre Marieluz, con serenidad verdaderamente


evangélica, le contestó:

-Si Dios ha dispuesto mi martirio, hágase su santa voluntad.


Nada puede decir a usía el ministro del altar.

-¿No hablarás, fraile, traidor a tu rey, a tu bandera y a tu


jefe superior?

-Soy tan leal como usía a mi soberano y al pabellón de


Castilla; pero usía me exige que sea traidor a Dios... y me
está prohibido obedecerle.

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Rodil, despechado, corrió el cerrojo, y gritó:

-¡Hola! ¡Capitán Iturralde!... Aquí cuatro budingas con bala


en boca.

Y los budingas, que así denominaban a los rezagos de los


ya casi extinguidos talaverinos, se presentaron
inmediatamente.

En la habitación donde tan terrible escena pasaba, había


varios cajones vacíos y entre ellos uno que medía dos varas.

-¡De rodillas, fraile! -rugió, más que dijo, la fiera del


castillo.

Y el sacerdote, como si presintiera que el cajón le estaba


deparado para ataúd, cayó de hinojos junto a él.

-¡Preparen! ¡Apunten! -mandó Rodil.

Y volviéndose a la víctima, dijo con voz imponente:

-Por última vez, en nombre del rey le intimo que declare.

-En nombre de Dios me niego a declarar -contestó el


crucífero, con acento débil, pero reposado.

-¡Fuego!

7
Y fray Pedro Marieluz, noble mártir de la religión y del
deber, cayó destrozado el pecho por las balas.

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