La Guerra de Independencia (Peiró y Rúcula)
La Guerra de Independencia (Peiró y Rúcula)
La Guerra de Independencia (Peiró y Rúcula)
https://ifc.dpz.es/publicaciones/ebooks/id/2847
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Publicación número 2.826
de la
Institución «Fernando el Católico»
(Excma. Diputación de Zaragoza)
Plaza de España, 2 • 50071 Zaragoza (España)
Tels. [34] 976 28 88 78/79 • Fax [34] 976 28 88 69
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http://ifc.dpz.es
ISBN: 978-84-7820-973-6
DEPÓSITO LEGAL: Z-4.223/2008
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Quiero agradecer al profesor Pedro Rújula López su invitación para
escribir la nota preliminar que dio origen a este libro. Desde las primeras
etapas de su elaboración, su ánimo ha sido constante y el trabajo se ha
beneficiado de sus consejos y precisas puntualizaciones. También quiero
expresar mi agradecimiento a mi colaborador Miquel À. Marín Gelabert
que, pacientemente, leyó las diferente versiones del texto. El rigor de sus
comentarios y la calidad de sus referencias me hacen aumentar cada día mi
deuda de amistad con él. Por su generosa ayuda al poner a mi disposición
informaciones de archivo y materiales documentales, mi aprecio se amplía a
los becarios de investigación Gustavo Alares López y Luis G. Martínez del
Campo. Del resto de amigos y colegas, dejo constancia del apoyo de Carlos
Forcadell Álvarez que ha accedido amablemente a prologar el libro.
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PRÓLOGO
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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
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La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
en 1958, tiene la utilidad añadida de que su conocimiento nos puede ayudar a detectar
—y a evitar, consecuentemente— que nos esté llegando hoy como historia, por la vía de la
repetición y de la inercia en la que pueden caer con frecuencia los gestores de las conme-
moraciones oficiales, lo que eran, fundamentalmente, políticas de la memoria propias de
las elites conservadoras de principios de siglo o de la cultura franquista a la altura de
mediados del siglo XX.
Las bases de una historiografía nacionalcatólica, alumbrada al calor de las estrategias
conmemorativas oficiales, quedaron establecidas para mucho tiempo en 1908, en unos
comienzos de siglo en que los sectores católicos y conservadores, para quienes la iglesia y
la monarquía eran los pilares principales de la identidad española, competían por controlar
el contenido de conmemoraciones y centenarios con las ideologías y las políticas del parti-
do liberal y de los grupos republicanos, que fundamentaban la nación en valores laicos, en
el acuerdo político entre los ciudadanos, sembrado en las Cortes de Cádiz, y en la tradi-
ción liberal, demócrata y republicana. Pues no era lo mismo homenajear el recuerdo de una
guerra contra un ejército invasor de soldados franceses impíos, «fanáticos de la libertad» o
«herejes modernos», como se afirmaba en aquel entonces desde el púlpito, hecha en nom-
bre de las santas tradiciones y de Fernando VII, que traer al horizonte del presente la
memoria de una «revolución» española, liberal, burguesa, que liquidó el antiguo régimen y
alumbró el liberalismo político y el liberalismo económico, las auténticas puertas de los
tiempos modernos, así en Europa como en España, por los que había de discurrir el joven
siglo XX. La «tradición», católica, conservadora, monárquica, se enfrentaba al «progreso»,
laico, liberal, demócrata, republicano, y las dos perspectivas proponían lecturas diferentes
del pasado; ambos mundos, políticos y culturales, tuvieron ocasión de enfrentarse visible-
mente en la Zaragoza de 1908, y de proponer memorias y lecciones del pasado tan distin-
tas como los diferentes proyectos ideológicos y políticos de los que partían.
La política española de aquel tiempo se desarrollaba en una sociedad liberal en la
que el debate en el espacio público era libre, habitual y normal, aunque la mayoría de los
historiadores siguieran la senda conservadora, como muestra el Congreso Histórico
Internacional de la Guerra de la Independencia y su época reunido en la Zaragoza de
1908. Muy otro era el panorama en 1958, cuando la cultura franquista marcaba firmemen-
te los límites del debate historiográfico, intensificando las marcas de una historiografía
nacionalcatólica anterior que no dejaba ningún resquicio a quienes mantenían (desde
fuera) o reconstruían (desde el interior) las tradiciones historiográficas liberales. Las
intervenciones en el II Congreso Internacional de la Guerra de la Independencia y su
época, reunido también en Zaragoza en 1958, bajo los auspicios de la Academia General
Militar y de la Institución Fernando el Católico, iluminan los valores antidemocráticos y
antiliberales del nuevo estado franquista y construyen un relato apologético de unos ven-
cedores que se aprestaban a celebrar el XX aniversario de su victoria.
El libro de Ignacio Peiró es oportuno y necesario porque establece las pautas de la
historiografía actual y las aplica también a nuestro escenario zaragozano y aragonés, res-
tituyendo el auténtico significado de las conmemoraciones de 1958 y de la historia que
hace 50 años se hacía y se publicaba aquí; su lectura nos avisa acerca del origen de mitos
e invenciones que pueden estar presentes en los actuales ceremoniales conmemorativos
del Bicentenario, o de la continuidad de determinadas coordenadas idelógicas y estrate-
gias conmemorativas. También es una obligación de la propia IFC entender y revisar su
9
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
propia historia, y la historia que publicó y dio a conocer, desde una sociedad y una cul-
tura democráticas profundamente transformadas, tarea para la cual este libro es buen
ejemplo y guía.
Los historiadores, enfrentados al reto de constantes conmemoraciones, deben aprove-
char la coyuntura para avanzar en el conocimiento del pasado, comparar nuestros proble-
mas, métodos e interpretaciones con los de nuestros predecesores, reflexionar en general
sobre las tareas y responsabilidades profesionales, plantear nuevas preguntas y encontrar
nuevas respuestas, evitar la repetición de tópicos resistentes y, por el contrario, explicar cómo
se construyeron. Hay que procurar desprenderse de un excesivo presentismo que determi-
ne nuestra visión del pasado y esforzarse en acercarse y comprender más a los hombres y
mujeres de los mundos pretéritos que estudiamos; resultará difícil encontrar protagonistas
que lucharan en esa «Guerra de la Independencia», bautizada como tal tres o cuatro déca-
das después, por la religión, por la «patria» antigua o reciente, o por la nueva «nación».
No podemos construir la historia desde los pasados imaginarios construidos por los
discursos nacionalistas posteriores, y menos seguir repitiéndola como si no hubiera pasa-
do el tiempo. Algunos entienden que pasar, hoy, de identidades nacionalistas a ciudada-
nas, constituye una especie de segundo ciclo de secularización en las sociedades actuales,
después de un primer ciclo secularizador de lo religioso.
La historiografía actual parte del presupuesto de no aceptar la obligatoriedad de la
perspectiva nacional en la crisis del viejo cuerpo de la monarquía hispánica que se abre
en 1808, junto con la emergencia de nuevas estructuras políticas. Está en marcha una
potente revisión historiográfica, muy visible en algunos países latinoamericanos, que cri-
tica los supuestos de la historiografía precedente centrada en la formación nacional como
destino histórico de los diferentes espacios políticos resultantes de la liquidación del enor-
me cuerpo político hispano, y propone transitar de una historiografía de las naciones y sus
gestas a otra de problemas políticos, sociales y culturales derivada de una crisis imperial,
que se olvide, a un lado y otro del Atlántico, de las epopeyas bélicas de nosotros contra
ellos (franceses) o de ellos (americanos) contra nosotros.
Para abordar la oleada conmemorativa que se avecina en el conjunto de lo que fue
un mundo hispánico, que los legisladores de Cádiz intentaron osadamente convertir en
una nación universal (heredera liberal de una monarquía universal), va a ser útil tener
presente la dimensión atlántica (no peninsular, ni española, ni mejicana…) de la crisis del
viejo imperio, algo que conformaba y definía muy visiblemente la realidad de aquel pasa-
do de hace dos siglos, y acertar a hacerlo también desde la perspectiva posnacional que
va siendo la propia de nuestro presente. Así, la historia que elaboremos y escribamos será
nueva, diferente y propia de nuestro tiempo, como la que propone este libro de Ignacio
Peiró que, también por razones de compañerismo y amistad, me complace extraordinaria-
mente presentar.
Zaragoza, 15 de septiembre,
en el año del Bicentenario de 1808
10
INTRODUCCIÓN
1
Recojo la imagen y la cita de W. Benjamín de Alberto Manguel, La biblioteca de noche, Madrid,
Alianza Editorial, 2007, p. 295. Quiero advertir que el presente libro se inscribe en el
Proyecto HUM2005-04651/HIST, «Espacio público y culturas políticas en la España
Contemporánea», subvencionado por el Ministerio de Educación y Ciencia.
2 Ignacio Peiró Martín, «La Condesa de Bureta o la arbitraria oportunidad de un Centenario»,
estudio introductorio a la reedición de los dos volúmenes de Mariano de Pano, La Condesa de
Bureta y el Regente Ric, Zaragoza, Editorial Comuniter, 2006, pp. I-XLVI.
3 Un adelanto de esta investigación en mi libro El espectáculo de la Historia. Imágenes históricas y
representaciones historiográficas del pasado nacional español, Salamanca, Prensas Universitarias
de Salamanca, 2008 (en prensa).
,,
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
4
Una primera definición del concepto en Michael Espagne, Les transferts culturels franco-alle-
mands, Paris, PUF, 1999, pp. 17-33. Un estudio acerca de la imagen internacional de las «dos
naciones» (aplicado por Jefferson, Thierry o Disraeli a sus países) que precede al estudio de su
desarrollo en Italia (desde Mazzini hasta el fascismo) y permite ilustrar el sentido de libertad
cultural y pluralidad ideológica contenidos en la idea de las dos Españas, lo realiza G.
Belardelli en el capítulo «Le due Italie» del libro colectivo escrito por Giovanni Belardelli,
Luciano Cafagna, Ernesto Galli della Loggia y Giovanni Sabbatucci, Miti e storia dell´Italia unita,
Bologna, il Mulino, 1999, pp. 53-62. En su versión de historia de los intelectuales españoles, el
mito de las dos Españas atraviesa toda la obra de Santos Juliá, Historias de las dos Españas,
Madrid, Taurus, 2004.
12
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
ches d’histoire du XIX siècle (Paris I-Paris IV). Le centre de recherches d´histoire des mouvements
sociaux et du syndicalisme (Paris I). Le GRECO 55 du CNRS, Paris, Publications de la Sorbonne,
1994, pp. 7-11 (un aviso sobre sus implicaciones negativas para el desarrollo de la «historia
científica» en pp. 9-10).
6
Un buen estado de la cuestión sobre la historia de la «representación» de los regímenes políti-
cos, de los símbolos y las imágenes en los sistemas de representación del pasado, en los traba-
jos reunidos por Maurice Agulhon, Annette Becker y Évelyne Cohen, La République en represen-
tacions. Autour de l’oeuvre de Maurice Agulhon, Paris, Publications de la Sorbonne, 2006 (en el
dominio político francés configurado desde 1880 a 1914, la idea de que entre los católicos la
presencia de símbolos expresamente religiosos bloqueó la aparición de símbolos políticos, en
la colaboración de Raymond Huard, «Les chances de Marianne? », op. cit., p. 16).
13
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
14
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
9
El concepto Vergangenheitspolitik (en inglés politics of history o politics of memory) apareció en la
historiografía alemana a principios de los años noventa como una derivación del debate gene-
ral sobre los «usos públicos (políticos) de la historia» y una adaptación de la cuestión alemana
a la historia de la historiografía: el problema de la superación del pasado (Vergagenheitsbewäl-
tigung) y el de la construcción diferencial de la conciencia histórica en la República Federal y
en la República Democrática. El punto de partida fue la obra de Norbert Frei, Vergangenheits-
politik. Die Anfänge der Bundesrepublik und die NS-Vergagenheit, München, Deutscher
Taschenbuch Verlag, 2003 (19961), dedicada al análisis de la disolución de las políticas del pasa-
do nazis. En el mundo anglosajón, la historiografía se ha volcado básicamente en estudios
sobre políticas del Estado o en momentos traumáticos para amplios sectores de la población
(v. gr. los judíos). Para nuestro interés citaré, entre otros, los libros de Norman Davies, The Past
in Poland’s Present, Oxford, Oxford University Press, 2001; o el colectivo editado por Katharine
Hodgkin and Susannah Radstone, Contested Pasts. The politics of memory, London-New York,
Routledge, 2003. En último término, como un ejemplo de la recepción del concepto en el
ámbito de la ciencia política latinoamericana vid. las distintas colaboraciones reunidas por
Alexandra Barahona de Brito, Paloma Aguilar Fernández y Carmen González Enríquez (eds.),
Las políticas hacia el pasado. Juicios, depuraciones, perdón y olvido en las nuevas democracias,
Madrid, Istmo, 2002 (el concepto se utiliza en su relación con ciertos «usos de la memoria»
marcadamente politizados, derivados de los procesos de transición democrática que han tenido
lugar en la historia del mundo actual).
10 Esta mística nacionalista formará parte de la religión política del franquismo, planteada en térmi-
nos de la fuerza, de la guerra y de la raza. Para la distinción entre religión civil y religión política,
dos categorías conceptuales que se integran y facilitan la distinción aquí apuntada entre cultura
nacional española y cultura de la nación franquista, en Emilio Gentile, La religioni della politica.
Fra democrazie e totalitarismi, Roma-Bari, Laterza, 2007 (1.ª ed. 2001), especialmente pp. XIX-
XXVI, 25-67 y 205-218.
15
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
11
Dentro de la dictadura franquista donde el nacionalismo se vivía como una fe, la existencia de
dos fervorosos nacionalismos enfrentados (el fascista y el nacionalcatólico) en el libro de
Ismael Saz, España contra España. Los nacionalismos franquistas, Madrid, Marcial Pons Historia,
2003.
12 La imagen la he recogido de Günther Lottes, «Damnatio historiæ. Über den Versuch einer
Befreiung von der Geschichte in der Französischen Revolution», en Winfried Speitkamp (ed.),
Denkmalsturz. Zur Konfliktgeschichte politischer Symbolik, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht,
1997, pp. 22-48.
16
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
13
Una primera aproximación a los efectos de la primera hora cero de la profesión de historiador en
España en mi artículo, «“Ausente” no quiere decir inexistente: La responsabilidad en el pasado
y en el presente de la historiografía española», Alcores, 1 (2006), pp. 13-15. Un concepto que
para el caso alemán comenzó a utilizar Konrad H. Jarausch, «Normalisiserung oder
Renormalisiserung? Zum Umdeutung der deustchen Vergangenheit», Geschichte und
Gesellschaft, 21 (1995), pp. 571-584. Por lo demás, junto al mencionado libro de N. Frei, el estu-
dio de las políticas del pasado nazis en los procesos de adaptación de las disciplinas históricas,
instituciones e historiadores que desarrollaron sus carreras en el nacionalismo (y su evolución
posterior), en el libro colectivo editado por Bernd Weisbrod, Akademische Vergangenheitspolitik.
Beiträge zur Wissenschaftskultur der Nachkriegszeit, Göttingen, Wallstein Verlag, 2002 (especial-
mente el de Thomas Etzemüller, «Kontinuität und Adaption eines Denkstils. Werner Conzes
intellektueller Übertritt in die Nachkriegszeit», pp. 123-146). En los últimos años, el concepto
políticas del pasado se ha mezclado con otras modas historiográficas como las transnacionalidad
dando lugar a trabajos como los aparecidos en el monográfico, «Callar, recordar, superar. La
política del pasado en perspectiva global», de la revista alemana Comparativ, 5/6 (2004) (con
un estado de la cuestión realizado por Zimmerer y textos, entre otros, de Ch. Cornelissen o X.
M. Nuñez Seixas),
14
Una reflexión ya clásica sobre «El ausente en la historia» que permite extender a las «ausen-
cias» temáticas y la posibilidad de rupturas y reinterpretaciones historiográficas, en Michel de
Certeau, Histoire et psychanalyse entre science et fiction, Paris, Gallimard, 2002, pp. 208-218 (1.ª
ed., 1986).
17
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
15
Vid. Miquel A. Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo, 1948-1975. La histo-
ria local al servicio de la patria, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2005, p. 41. Tanto
en este libro como en las páginas que le dedica en su tesis doctoral de inmediata lectura (La
historiografía española de los años cincuenta. La institucionalización de las escuelas disciplinares,
1948-1965, Departamento de Historia Moderna y Contemporánea, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Zaragoza, 2008), el historiador mallorquín ha sido el primer autor que
ha intentado conceptualizar el término y aplicarlo al estudio de la historiografía franquista,
siguiendo modelos procedentes de la psicología, la politología y la historiografía alemanas (vid.,
junto al mencionado artículo de Jarausch, el libro editado por Ulrich Herbert, Wandlungpro-
zesse in Westdeutschland. Belastung, Integration, Liberalisierung 1945-1980, Göttingen, Wallstein,
2002).
18
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
este libro está justificada por tratarse de un conjunto de textos que propor-
cionan una instantánea de las opiniones dominantes y de los esfuerzos ins-
titucionales dirigidos a congelar en el tiempo las formas de acción y el dis-
curso unitario sobre la época independentista. Y además porque ayudan a
definir un momento clave de la evolución disciplinar de la historiografía del
franquismo: el nacimiento de la Historia Contemporánea.
Desde luego, casi por efecto de su misma omisión (la excepción que
confirma la regla sería la de José María Jover Zamora), bajo los materiales y
actos académicos analizados en el capítulo décimo se intuye la cristaliza-
ción en paralelo de un grupo restringido de autores (algunos de gran
envergadura y proyección posterior) que, en aquellos instantes y por razo-
nes diversas, comenzaron a percibir el período de una manera distinta.
Intramuros de la academia, su progresiva toma conciencia de las ausencias
y exclusiones deliberadas de la historia española les llevó a rechazar de pla-
no la existencia de una única tradición historiográfica. Por modo interpreta-
tivo y analítico, esto significaba hacer frente a los encantos ideológicos del
Ancien Régime —representado, en nuestro caso, por el levantamiento y la
guerra de 1808—, mediante el compromiso intelectual con una política de la
historia que apuntaba directamente hacia una concepción disciplinar de las
prácticas de la investigación sobre los orígenes de la España contemporá-
nea. En cualquier caso, en los márgenes de la comunidad académica las
nuevas líneas de interpretación resultaron difíciles de casar con la subcul-
tura histórica que, desde entonces, ha sobrevivido ajena a las metamorfosis
de la política, enquistada en el tejido de la singularidad historiográfica de la
Guerra de la Independencia española.
Como verá el lector, el epílogo de este libro aborda alguna de estas
cuestiones y plantea una conclusión abierta acerca de las implicaciones
con las políticas de la historia del franquismo de un tema que, desde 1908
hasta hoy, no ha perdido efecto. Y es que la retórica inamovible de la mito-
logización y la dimensión simbólica de los acontecimientos que la glacia-
ción franquista había restaurado y prolongado no sólo han seguido proyec-
tando su sombra en la esfera pública del presente. Por si fuera poco,
amenazan de nuevo con reproducirse aprovechando el «espectáculo de la
historia» que nos deparará la inminente conmemoración de 2008.
M. Vilas, España.
21
PRIMERA PARTE
LOS SITIOS DE ZARAGOZA
23
E N EL OTOÑO DE1908, Mariano de Pano y Ruata publicó la pri-
mera parte de La Condesa de Bureta 16. La historia de esta obra es ante todo
la historia de un libro solitario. Y, sin embargo, podemos decir también que
es un relato abierto, escrito desde la presunción interior que impulsa a su
autor a construir el mito de una heroína local, a convertir su personaje en
el verdadero actor de un pasado imaginado. Y todo ello mediante la evoca-
ción de las rivalidades sociales trazadas por el paisaje político surgido a
partir de la Guerra de la Independencia. Un escenario cuyo decorado ideo-
lógico parece hecho a propósito para expresar el desacuerdo de un escritor
católico que quiso hacer una historia moral de los orígenes del inclemente
siglo XIX. Desde estas alturas, diremos que la obra de Mariano de Pano
pertenece a las representaciones calculadas fabricadas con ocasión de la
celebración del Centenario de los Sitios. O, por decirlo de otra manera, for-
ma parte del oportuno material propagandístico e historiográfico que la
política de la memoria ciudadana usó desde 1908.
Desde luego, la cosa venía de atrás. Como nos cuentan las crónicas de
la época, en 1891, el canovista Luis Franco y López, senador vitalicio y
director de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País17,
16 Mariano de Pano y Ruata, La Condesa de Bureta Dª. María Consolación de Azlor y Villavicencio y el
Regente Don Pedro Mª. Ric y Monserrat. Episodios y documentos de los Sitios de Zaragoza, Zaragoza
Escar, Tipógrafo, 1908.
17
Considerado el jurista aragonés más importante de la segunda mitad del siglo XIX, Luis Franco
y López (1818-1896), era hijo de un comerciante del barrio de San Pablo de Zaragoza que se
25
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
convertirá en el barón de Mora por su matrimonio con Pilar Valón y Espés. Licenciado en
Derecho, fue letrado del Ayuntamiento de Zaragoza (1848-1880) y cultivó el estudio del dere-
cho civil aragonés (más adelante, esta dedicación le valdría ser nombrado vocal de la Comisión
General de Codificación y su nombramiento de correspondiente de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas). En 1842, se inició en política en la filas del liberalismo progresis-
ta, evolucionando hacia posiciones conservadoras hasta alcanzar, en 1891, la jefatura del parti-
do canovista en Zaragoza. Alcalde de la ciudad en seis ocasiones entre 1850 y 1876, fue presi-
dente de la Diputación Provincial, diputado a Cortes en 1858, senador por la provincia de
Zaragoza (1871-1885), y vitalicio (desde 1891). También ejerció como abogado de varias
sociedades, presidente de la Liga de Contribuyentes de Aragón (1874), de la Compañía del
Ferrocarril a Francia por Canfranc y consejero de la Caja de Ahorros (vicepresidente, 1890-
1896). Miembro de la Económica Aragonesa de Amigos del País desde 1841, fue su director
entre 1890 y 1892. Su hijo, Luis Franco y Valón, sería el primer vizconde de Espés por conce-
sión de la reina regente en 1892 (vid. la voz firmada por C[arlos]. F[ranco]. E[spés]. M[ante-
cón], «Franco y López, Luis», en Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, Unali, S. L., 1981, VI,
pp. 1436-1437, en adelante G.E.A.); y José Ignacio López Susín, Gente de Leyes. El Derecho ara-
gonés y sus protagonistas, Zaragoza, Ibercaja (Biblioteca Aragonesa de Cultura, 27), 2004, pp. pp.
108-110.
18 El decreto de la Junta Central de 9 de marzo de 1809 destinado a premiar el heroísmo de los
zaragozanos mediante la erección de un monumento para «memoria perpetua de sus habitan-
tes», ratificado por los de las Cortes de Cádiz de 22 de agosto de 1811 y 13 de septiembre de
1813, en la narración del periodista de El Noticiero y cronista de la ciudad José Blasco Ijazo, «El
monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria», ¡Aquí Zaragoza!, Zaragoza, Caja de
Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1988, IV, pp. 15-23 (edición facsímil de Zaragoza,
Ayuntamiento de Zaragoza, 1953), pp. 18-20; Antonio Serrano Montalvo, «Antecedentes histó-
ricos del monumento zaragozano a los Sitios», Seminario de Arte Aragonés, VI (1954), pp. 103-
116; y Pierre Géal, «Un siglo de monumentos a la Guerra de la Independencia», en Christian
Demange, Pierre Géal, Richard Hocquellet, Stéphane Michonneau y Marie Salgues (eds.),
Sombras de mayo. Mitos y memorias de la Guerra de la Independencia en España (1808-1908),
Madrid, Casa de Velázquez, 2007, pp. 137-138.
19 Segismundo Moret y Prendergast (1838-1913), que había sido varias veces ministro desde
1870, ocupaba la cartera de Fomento en un gabinete presidido por Sagasta (11-12-1892 / 12-
3-1894). Posteriormente, fue presidente del Consejo de Ministros tres veces (del 1-12-1905 a
6-7-1906; del 30-11-1906 a 4-12-1906; y desde el 21-10-1909 hasta 9-2-1910) (vid. José
Ramón Urquijo Goitia, Gobiernos y ministros españoles (1808-2000), Madrid, CSIC, 2001,
26
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
pp. 80, 88-90 y 270-271). Un extracto de su visita y participación en la inauguración oficial del
edificio universitario en Guillermo Fatás, El edificio Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
Antigua Facultad de Medicina y Ciencias. Historia y significado, Zaragoza, Universidad de
Zaragoza-Gobierno de Aragón, 20012, pp. 52-54.
20 Como señala Jesús Martínez Verón, entre otros asuntos, el Ayuntamiento le disputaba al minis-
tro la construcción del nuevo mercado o el presidio, respecto de los cuales Moret no hizo nin-
guna referencia en su discurso ante la corporación municipal (Arquitectura de la Exposición
Hispano-Francesa de 1908, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1984, p. 15).
21
La instancia a las Cortes reproducida en el Diario de Sesiones del 28 de febrero de 1895 la cita P.
Géal, «Un siglo de monumentos a la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 159, n. 92.
22
Florencio Jardiel Dovato (Híjar [Teruel], 1842-Zaragoza, 1931). Estudió en el Seminario
Conciliar de Zaragoza, ordenándose sacerdote el 19 de diciembre de 1868. Doctor en Teología
y Derecho Canónico, fue capellán de honor y predicador real, canónigo de la Metropolitana de
Zaragoza (15-VI-1884), arcipreste del Pilar (1902) y deán del Cabildo Metropolitano (1906).
Predicador famoso, poeta, conferenciante y erudito aficionado, colaboró con la revista El Pilar,
siendo el autor del Himno a la Virgen del Pilar. Vocal de la Junta de Instrucción Pública, presi-
dente del consejo de administración de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza
(1900), vicepresidente del Canal Imperial de Aragón, director de la Sociedad Económica
Aragonesa, en 1908, participó en la organización del Centenario como vicepresidente de la
Junta Magna y presidente honorario del Consejo General de la Exposición Hispano-Francesa
(vid. Gregorio Lasala Navarro, Historia de la Muy Noble, Leal y Antiquísima Villa de Híjar,
Logroño, Editorial Ochoa, 1955, pp. 224-231; y s.v., «Jardiel, Florencio», en G.E.A., VII, p.
1884). El informe de Jardiel presentado a la Económica lo recoge J. Blasco Ijazo, ¡Aquí
Zaragoza!, IV, op. cit., pp. 20-21. Por otra parte, un ejemplo del poder ejercido por Jardiel en el
mundo cultural de la Zaragoza oficial y su capacidad para imponer sus gustos estéticos en la
estatuaria pública de Zaragoza, lo apunta el biógrafo del escultor José Bueno cuando recuerda
cómo Jardiel con ocasión de la realización de la escultura al rey Alfonso I el Batallador, en
1918, le impidió que realizara un proyecto de estatua ecuestre en el que el artista había puesto
todo su talento, exigiéndole que la figura del rey siguiera las pautas de un cuadro de Francisco
Pradilla (José Ramón Morón Bueno, «La escultura conmemorativa en los inicios del siglo XX.
Su incidencia en Zaragoza», Urano. Boletín del Museo Pablo Gargallo, 1 (1987), pp. 67 y 75, n. 1).
27
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
23
Vid. el capítulo 2, «El tiempo de las esculturas», de mi libro El espectáculo de la Historia…, op. cit.
24 El por entonces concejal, Pamplona Escudero, presentó al Ayuntamiento una moción el 13 de
septiembre de 1901. Esta propuesta no tuvo ninguna repercusión práctica, siendo el verdadero
punto de arranque de la organización del Centenario la presentada por Jardiel ante la
Económica el 4 de abril de 1902 (vid. J. Martínez Verón, op. cit., pp. 9-12, la reproducción de
las actas donde se recogían las propuestas en las pp. 169-170 y 196-199). El político y novelis-
ta zaragozano R. Pamplona Escudero (1865-1929), fue doctor en Derecho, profesor mercantil
y secretario de la Económica Aragonesa de Amigos del País. Afiliado al partido conservador y
con simpatías por el carlismo, fue vicepresidente de la Diputación Provincial, concejal y efímero
alcalde de Zaragoza (de agosto a septiembre de 1897). Abandonó la política activa para dedi-
carse a escribir novelas de tema localista y colaborar en revistas y periódicos como El Noticiero,
la Revista de Aragón y Cultura Española. Fue el encargado de dirigir el Libro de Oro. Exposición
Hispano-Francesa, Zaragoza, Imprenta y Fotograbado del «Heraldo de Aragón», 1911 (edición
facsímil con prólogo de Carlos Forcadell, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2008).
Sobre este personaje vid. su voz en G.E.A., IX, pp. 2551-2552.
25
Antonio Fleta Manjón (Zaragoza, 1868-Madrid, 1927), después de licenciarse en Derecho
comenzó a ejercer de abogado a la vez que se iniciaba en política en el seno del partido cano-
vista. Fue elegido alcalde de Zaragoza, para el trienio 1907-1909. Notario eclesiástico y archive-
ro del Arzobispado de Zaragoza, se trasladó a Madrid en 1914, siendo nombrado gobernador
civil de Orense (1919) y de Gerona (1921) (vid. Fernando Castán Palomar, Aragoneses contem-
poráneos. Diccionario biográfico, Zaragoza, Ed. Herrein, 1934, pp. 175-176).
26 Esta Comisión Ejecutiva del Centenario de los Sitios, estaba compuesta por el alcalde como
presidente (el primero fue Amado Laguna de Rins); F. Jardiel, vicepresidente; el vizconde de
28
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Espés, secretario; Guillén, tesorero y como vocales los presidentes de las secciones de la Junta
Magna (vid. las «Actas de la Junta Magna del Centenario de los Sitios», reproducidas por J.
Martínez Verón, op. cit., pp. 178-191, especialmente pp. 187-189).
27 En su perspectiva estatal, vid. el acertado análisis de Ch. Demange, «La construcción nacional
vista desde las conmemoraciones del primer centenario de la Guerra de la Independencia», en
Ch. Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 111-134. Y la interpretación cercana a la
tesis de la «débil nacionalización» que realiza Javier Moreno Luzón en sus dos artículos que se
complementan, «Entre el progreso y la Virgen del Pilar. La pugna por la memoria en el centena-
rio de la Guerra de la Independencia», Historia y Política, 12 (2004 / 2), pp. 41-78; y «Memoria
de la nación liberal: el primer centenario de las Cortes de Cádiz», Ayer, 52 (2003), pp. 207-235.
28 Ch. Demange, recuerda las diversas rivalidades entre ciudades, por ejemplo, la protesta de Vigo
contra Pontevedra por intentar monopolizar la celebración de los acontecimientos de Puente
Sampayo («La construcción nacional vista desde las conmemoraciones del primer centenario
de la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 113-114).
29 Moret no sólo impulsó la votación, también gestionó con especial interés ante el ministro de
Hacienda, Juan Navarro–Reverter Gomis, la concesión de la subvención. Por lo demás, tras
conseguir la colaboración del Estado la Junta Magna zaragozana acordó que la Exposición
tuviese carácter nacional. En agradecimiento, las fuerzas vivas de la ciudad, además de varios
homenajes, decidieron elevar un busto a Moret, esculpido por Enrique Marín y situado en 1911
en el patio del Museo Provincial de Bellas Artes. Con todo, no faltaron las voces críticas como
la del catedrático Eduardo Ibarra y Rodríguez quien, después de valorar en negativo la sub-
vención del Estado, explicaba refiriéndose a Moret que: «aun ha servido el donativo para que
ciertos cariños á determinados personajes, harto decaídos, parecieran vigorizarse, alzándolos
de nuevo sobre el pavés de nuestra representación» («El Centenario de los Sitios y los estudios
históricos», Revista Aragonesa, I, 4-7 [julio a octubre de 1907], p. 267). Sobre este historiador
aragonés (1866-1944), catedrático de Historia Universal en la Universidad de Zaragoza (1888-
1914) y de Historia Universal Moderna y Contemporánea en Madrid (1914-1940), vid. mi libro,
Eduardo Ibarra y la profesión de historiador en España, Pamplona, Urgoiti Editores, 2008 (en
prensa).
29
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
30
R. D. de 23 de marzo de 1907, Gaceta de Madrid del 24. El texto completo lo reprodujo
Pamplona Escudero en el Libro de Oro. Exposición Hispano-Francesa, op. cit., pp. 60-61 (la organi-
zación de la exposición y cargos directivos en las pp. 41-94). Antonio Maura había subido al
poder el 25 de enero de 1907, sucediendo al efímero gobierno del marqués de la Vega de
Armijo y permaneciendo en él hasta el 21 de octubre de 1909 (vid. J. R. Urquijo, Gobiernos y
ministros españoles..., op. cit., pp. 90-91 y 264). Por su parte, Juan Tejón y Marín (Málaga, 1860-
Madrid, 1918), se había formado en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara
(1878-1882), siendo destinado con el grado de teniente a la Comandancia de Córdoba (llega-
ría a ser el comandante en jefe de la misma). Integrado en la sociedad de la ciudad, fue el pri-
mer secretario general de la Cámara de Comercio y alcalde de la misma en representación del
partido conservador (1891-1893). A partir de 1902, su amistad con Maura y José Sánchez
Guerra le permitió dar el salto a la política nacional como gobernador civil de Gerona (1902),
Alicante (1903), Granada (1904) y de Zaragoza (1907-1909). Con la caída de los conservado-
res se reincorporó al servicio activo como teniente coronel de Ingenieros. Volvió a la política
activa como gobernador de Granada (1913) y por dos veces de Valencia (1914 y 1917). Al
fallecer era coronel en jefe de la Comandancia de Ingenieros de Madrid. El discurso de su
toma de posesión como comisario real del Centenario en las actas de la «Sesión de la Junta
Magna del 11 de abril de 1907», en J. Martínez Verón, op. cit., pp. 189-191.
31
R. D. del 28 de enero de 1908, citado por Ch. Demange, «La construcción nacional…», op. cit.,
p. 113. Junto a la Medalla Conmemorativa del Primer Centenario de los Sitios, Zaragoza pose-
yó también la Medalla de la Ciudad, siendo el primero en recibirla el violinista Pablo Sarasate
que dio tres conciertos en el Teatro Principal, los día 19, 20 y 21 de mayo (vid. J. Blasco Ijazo,
Los Sitios de Zaragoza y sus conmemoraciones, 1808-1809, 1908, 1958-1959, Zaragoza,
Publicaciones de «La Cadiera», 1959, p. 58).
32 Ibídem, p. 115.
30
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
33 E. Ibarra y Rodríguez, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., p. 267.
Como sabemos esta política facilitaría también que, en 1929, Sevilla fuera sede de la
Exposición Ibero-Americana. Una aproximación a las dos muestras de 1929 en los artículos de
Carme Grandas Sagarra, «Arquitectura para una exposición: Barcelona 1929» y Alfredo J.
Morales Martínez, «Sevilla, la Exposición Ibero-Americana de 1929 y la Exposición Universal
de 1992», Artigrama, 21 (2006), pp. 105-123 y 125-145, respectivamente.
34
Vid. Teresa Carnero Arbat, «Un ejemplo de “identidad” compartida: las relaciones entre
F. Cambó y A. Maura (1907-1923)», en L. Castells (ed.), Del territorio a la nación. Identidades
territoriales y construcción nacional, Madrid, Biblioteca Nueva-Instituto Universitario de Historia
Social Valentín de Foronda (UPV), 2006, pp. 87-109 (especialmente, pp. 92-98).
31
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Así las cosas, una vez resueltos los problemas domésticos creados por
la dimisión de Basilio Paraíso36, del entrecruzamiento de voluntades de
todos aquellos personajes surgieron dos proyectos distintos, aunque per-
fectamente interrelacionados y de ninguna manera incompatibles: de un
lado, la Exposición Hispano-Francesa. Un magno certamen mercantil e
35
(Viene de la página anterior) Palabras de Moret reproducidas en el editorial de la revista
Zaragoza (16 de abril de 1907), «Homenaje a Moret», citado por Ch. Demange, «La construc-
ción nacional…», op. cit., p. 115, n. 11. Los distintos significados de «alma» como palabra clave
de la época, en José-Carlos Mainer, «La invención estética de las periferias», prólogo al catálo-
go de la exposición Centro y periferia en la modernización de la pintura española (1880-1918).
Madrid, Palacio de Velázquez, Bilbao, Museo de Bellas Artes, 1993-1994, Madrid, Ministerio de
Cultura, Dirección General de Bellas Artes y Archivos, 1994, pp. 32-33. Un ejemplo de la utili-
zación del «alma de España» por los católicos conservadores en infra nota 76. En esta línea,
tampoco extrañará a nadie que, en el acto de inauguración del monumento a los Sitios el 28 de
octubre de 1908, a las palabras de Moret: «Mientras Zaragoza subsista, subsistirá la Patria, por-
que aquélla ha sido siempre el más valisoso y entusiasta defensor de la integridad nacional»,
Maura contestara: «Zaragoza es el altar venerando ante el que ha venido á postrarse toda
España y la ciudad que nos enseñan á tener fe en nuestros destinos y á confiar en nuestro pro-
venir (…) (…). Los hechos realizados por Zaragoza nos enseñan que si otra vez fuera necesa-
rio entregarse con alma y vida para salvar á la patria no faltarían espíritus dispuestos al sacrifi-
cio» (citado en R. Pamplona Escudero, Libro de Oro…, op. cit., p. 152; e infra n. 86).
36
Después de haber sido encargado por la Comisión Ejecutiva de organizar la Exposición parale-
la, Paraíso expresó su propuesta en «Notas para la Exposición» (el texto completo apareció en la
Revista Aragonesa, 4-7 (1907), pp. 239-243), a partir de ahí surgió el problema: la Comisión eje-
cutiva rechazó el proyecto por el carácter hispano-francés de la misma y Paraíso dimitió de sus
cargos. Las cosas se resolvieron cuando la Junta Magna decidió dar autonomía al certamen res-
pecto a la Comisión Ejecutiva del Centenario y crear el Consejo General de la Exposición
Hispano-Francesa, con un comité ejecutivo presidido por Paraíso y por Gabriel Maura y
Gamazo en calidad de Presidente honorario. Por Real Orden de 21 de junio de 1907 fue decla-
rada oficial. El oscense Basilio Paraíso Lasús (1849-1930), era licenciado en Derecho y había
iniciado su carrera como secretario del Juzgado del Pilar. Fundador de la industria del vidrio,
espejos y cristales «La Veneciana» (1876), fue accionista de numerosas compañías, presidente
del Ateneo de Zaragoza, del Centro Mercantil (1889-1891) y de la Cámara Oficial de Comercio
e Industria (1893-1919). Militante del partido republicano progresista, presidió la Asamblea de
las Cámaras de Comercio españolas (1898) y la Unión Nacional en 1900. Amigo de Moret, al
final de su vida fue diputado liberal en varias legislaturas. Sobre este personaje, vid., la biografía
de José García Lasaosa, Basilio Paraíso, industrial y político aragonés de la Restauración, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico», 1984; y las páginas que le dedican, entre otros, Jean-Claude
Vanhille-Lité, Casinos y círculos en Zaragoza (1830-1908), Zaragoza, Institución «Fernando el
Católico», 2001, pp. 129-133; y Eloy Fernández Clemente, La Cámara Oficial de Comercio e
Industria de Zaragoza. 120 años de historia 1886-2006, Zaragoza, Cámara de Comercio e
Industria de Zaragoza, 2006, pp. 39-86 (especialmente las pp. 51-55 y pp. 57-64, en las que se
describe la labor del grupo de colaboradores y empresarios que secundaron a Paraíso).
32
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
37 Después de recordar que Zaragoza había organizado dos certámenes nacionales en 1868 y
1885, de la abundante bibliografía sobre las exposiciones del siglo XIX, mencionaré el prólogo
de E. Fernández Clemente a la edición facsímil del libro de Joaquín Costa, Instituciones económi-
cas para obreros. Las habitaciones de alquiler barato en la Exposición Universal de París en 1867,
Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1999, pp. XI-LIX, y su introducción a la memoria
de Mariano Carreras y González, La España y la Inglaterra agrícolas en la Esposición Industrial.
1862, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2000, pp. XIII-XXXIII. Y, junto a las páginas del
Libro de Oro…, op. cit., pp. 97-321, y J. Martínez Verón (op. cit., 125-131), el libro colectivo de
Francisco Javier Jiménez Zorzo, Ignacio Martínez Buenaga, José Antonio Martínez Prades y
Jesús Martínez Verón, Aragón y las Exposiciones, Zaragoza, Ibercaja (Biblioteca Aragonesa de
Cultura, 22), 2004, el monográfico «Las exposiciones internacionales: arte y progreso» de la
revista Artigrama, 21 (2006), pp. 19-240 (destacando los artículos de Ascensión Hernández
Martínez y María Pilar Poblador Muga, y Manuel García Guatas dedicados a la experiencia
arquitectónica y artística de la Hispano-Francesa), o el estudio del arquitecto F. Javier Monclús
Fraga, Exposiciones internacionales y urbanismo. El proyecto Expo Zaragoza 2008, Barcelona,
Edicions UPC, 2006 (a la de 1908 dedica las pp. 50-51), que se centra en la renovación del
urbanismo contemporáneo. Finalmente, carácter divulgativo rayando la vulgarización tiene el
libro de Julio Blanco García, Historia de las Exposiciones Internacionales (Londres 1851-Zaragoza
1908), Zaragoza, Delsan Ediciones, 2007.
38 Sobre las tempranas advertencias de P. Nora, acerca de que las conmemoraciones favorecen
este tipo de transformaciones y actúan como agentes de nuevas aproximaciones a la historia,
vid. infra n. 583.
33
CAPÍTULO PRIMERO
TODO ESTO LO SABEMOS, pero más de una vez se olvida que la guerra de
1808-1814, en cuanto primer estado de excepción de la España contempo-
ránea y referente fundamental de la vida de los españoles del diecinueve,
había sufrido un proceso de ocultamiento y neutralización ideológica desde
prácticamente la década de 1840. Más aún. Desplazada por la rabiosa
actualidad de otros conflictos bélicos —principalmente el cubano—, a
comienzos del siglo XX el tema languidecía como un estereotipado conoci-
miento escolar, una confusa epopeya guardada por la cotidianeidad de la
memoria colectiva que, siendo tenaz y borrosa, local y privada, nunca es cro-
nológica, ni distante.
Sería la del anciano Sursum Corda de la Zaragoza galdosiana cuya
memoria resolvió al novelista canario, tanto las urgencias de «proporcionar
a sus lectores un relato abigarrado y por momentos confuso de fechas,
acciones y héroes destacados del primer sitio de la ciudad» como la infor-
mación necesaria para contextualizar los hechos acaecidos entre diciembre
de 1808 y febrero de 1809. Aunque eso sí, diluida a través de los recuer-
dos-destellos y confusiones sentimentales de un «testigo directo»: el
memorioso mendigo aragonés que vinculaba con insistencia la exactitud de
su patriotero y conmovedor relato a la veracidad de su mirada —«ustés no
han visto nada» y «¿ustés no lo vieron? Pues yo sí» —39. Y, al lado del Yo lo ví
—la tajante afirmación de Goya ante el horror que suscitaba la escena de la
39
Pilar Esterán Abad, Zaragoza de Benito Pérez Galdós. Edición y estudio críticos, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico», 2001, pp. 154-155. Incluida en la serie inicial de los
Episodios Nacionales, la primera edición de Zaragoza, Madrid, Imp. de José Noguera, 1874.
35
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
estampa 44 de Los Desastres—40, muy bien podría ser la del racionero peni-
tenciario del templo del Pilar durante los años de 1808 y 1809, Ramón de
la Cadena. Un recuerdo-memoria recuperado como documento histórico
por la actualidad de 1908 y que, hasta entonces, había sido ignorado por la
tradición al recibir el anatema de casi «todos los escritores españoles que se
han ocupado de estos sucesos (…) llamándole falsario, libelista y calumnia-
dor». No en vano, al escribir sus experiencias durante los asedios reproba-
ba «con la mayor dureza la conducta de los militares en los Sitios y espe-
cialmente la de Palafox, al que juzga inepto y seguidor, por ignorancia, de
los falaces consejos de los traidores que le rodeaban; de aquí el que todos
cuantos ven en Palafox un héroe y en los Sitios una gloria especialmente
militar, abominen de este relato de un testigo, quien asegura, muchas
veces, que vio los hechos que narra»41.
40
Vid. Mercedes Águeda Villar, «El concepto de realidad en las escenas de guerra de los desas-
tres», Cuadernos de Arte e Iconografía, II, 4 (segundo semestre 1989), pp. 205-211 (la cita en la
p. 205). Las experiencias de la guerra vividas por Goya, sus pinturas y la gestación de los desas-
tres en Jeannine Baticle, Goya, Barcelona, Crítica, 1995, pp. 211-267. Para el comentario de la
estampa Yo lo ví, vid. el pionero «Estudio preliminar» de Enrique Lafuente Ferrari a Los desastres
de la guerra, Barcelona, Instituto Amatller de Arte Hispánico, 1952, pp. 166-167 (el análisis
completo del significado de las series en pp. 5-192) que podemos completar con la reflexión
incial sobre la veracidad de esta estampa y, en general, sobre el resto de los grabados de
Valeriano Bozal en el Catálogo de la exposición Miradas sobre la Guerra de la Independencia, 28
de febrero a 25 de mayo de 2008, Madrid, Biblioteca Nacional, Ministerio de Cultura, 2008,
pp. 203-236; e infra nota 65.
41 Eduardo Ibarra, reseña a «Ramón de la Cadena, Los Sitios de Zaragoza, reproducción del manus-
crito que se conserva en la biblioteca del ilustre Colegio de Abogados de Zaragoza, Zaragoza, Imp. del
Diario de Avisos de Zaragoza, 1908», Cultura Española, 13 (febrero de 1909), p. 128. Ibarra
señalaba que pese a los errores y exageraciones, «no por eso tienen menos importancia sus
reparos» dirigidos al general defensor de la ciudad; «pero sí juzga severamente su conducta en
algunas ocasiones, reflejando, según dice, el sentir de muchos contemporáneos. Nunca, quizá,
podrá fallarse con perfecto conocimiento esta cuestión; pero de todos modos, pienso que no es
de desdeñar este relato, aunque no a todos agrade y que con su publicación ha prestado Diario
de Avisos un buen servicio a la ciencia histórica». Por tratarse de una reciente reedición del tex-
to autobiográfico de otro clérigo, en este caso, destinado a dar cuenta y justificar su conducta ,
vid. Juan de Escoiquiz, Memorias [1807-1808], prólogo de José Ramón Urquijo Goitia, adver-
tencia de Antonio Paz y Melia, Sevilla, Renacimiento, 2007. En todo caso, para la recomposición
de los acontecimientos bélicos por parte de los contemporáneos, vid. R. Hocquellet, «Una expe-
riencia compleja. La “Guerra de la Indepedencia” a través de la trayectoria de algunos de sus
actores», en Ch. Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 45-64. Y para los diversos enfo-
ques que privilegian «las historia de vida de los individuos y por tanto la memoria de lo vivi-
do», María Gemma Rubí i Casals, «La supervivencia cotidiana durante la Guerra de la
36
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Mientras tanto, sin contar el gran éxito alcanzado por la primera serie
de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós o las imágenes canoni-
zadas por la Historia general de España de Modesto Lafuente y divulgadas
en los manuales de segunda enseñanza42, el movimiento bibliográfico
sobre el tema durante el último tercio del siglo XIX había sido escaso43. De
hecho, exceptuando las novedades aportadas por un pequeño grupo de
escritores, entre los que destacaban los militares —encabezados por el
general Gómez de Arteche—44, durante estos años apenas sobresalieron las
37
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
38
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Media: la mirada del realismo, Madrid, C.S.I.C., Instituto de la Lengua Española, 2002. Con todo,
para el protagonismo histórico otorgado a lo medieval por los historiadores y políticos desde
las Cortes de Cádiz y las generaciones románticas que les sucedieron, vid. José Manuel Nieto
Soria, Medievo constitucional. Historia y mito político en los orígenes de la España Contemporánea
(ca. 1750-1814), Madrid, Akal, 2007; y Derek Flitter, Spanish Romanticism and the Uses of
History. Ideology and the Historical Imagination, Oxford, Legenda, 2006, pp. 8-38.
47
La elaboración de la Historia de la Academia en I. Peiró, Los guardianes de la Historia…, op. cit.,
pp. 323-346.
48 José Gómez de Arteche, Reinado de Carlos IV, Madrid, El Progreso Editorial, 1894, III, p. 389.
49
Para una visión panorámica de la gestación del lenguaje y los mitos del «patriotismo nacional»
o el de «revolución liberal» al tiempo en que se sucedían los acontecimientos de la guerra,
resulta de imprescindible lectura el libro de R. Hocquellet, Résistance et révolution durant l’occu-
pation napoléonienne en Espagne, 1808-1812, Paris, La Boutique de l’Histoire Éditions, 2001
(versión española en Zaragoza, Prensas Universitarias de la Universidad de Zaragoza, 2008);
Javier Fernández Sebastián, «Levantamiento, guerra y revolución. El peso de los orígenes en el
liberalismo español», en Ch. Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 187-219; y Emilio
de Diego García, «La verdad construida: la propaganda en la Guerra de la Independencia», en
A. Moliner Prada (ed.), La Guerra de la Independencia en España (1808-1814), op. cit., pp. 209-
254. Desde la perspectiva de lo sucedido en Zaragoza, vid. Francisco Javier Maestrojuán
Catalán, Ciudad de vasallos, Nación de héroes (Zaragoza: 1809-1814), Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 2003. Para el proceso de mitificación de la guerra por parte de la histo-
riografía del nacionalismo español. vid. José Álvarez Junco, «La invención de la Guerra de la
39
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Independencia», Studia Historica. Historia contemporánea, 12 (1994), pp. 75-99, y el capítulo III,
«La “Guerra de la Independencia”, un prometedor comienzo», de su Mater dolorosa. La idea de
España en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001, pp. 119-149; y Ricardo García Cárcel, El sueño de
la nación indomable. Los mitos de la guerra de la Independencia, Madrid, Temas de Hoy, 2007.
50
La evolución de los conceptos en las voces «Nación» y «Patria», en Javier Fernández Sebastián
y Juan Francisco Fuentes (dirs.), Diccionario político y social del siglo XIX español, Madrid,
Alianza Editorial, 2002, pp. 468-476 y 512-523. Y una síntesis de sus mutaciones ideológicas
en el artículo del primero de los autores citados, «Estado, nación y patria en el lenguaje políti-
co español. Datos lexicométricos y notas para una historia conceptual», Revista de Historia
Militar, 2005 (en red: http// www.ejercito.mde.es/ ihycm/revista/ patria/ 07-javier-fernan-
dez.html).
51 Los entrecomillados pertenecen a Joaquín Costa, Historia crítica de la Revolución española, edi-
ción de A. Gil Novales, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992 (1874), p. 148; y A.
Gil Novales, «La Guerra de la Independencia vista por Joaquín Costa», en Marion Reder
Gadow y Eva Mendoza García (coords.), La Guerra de la Independencia en Málaga y su provincia
(1808-1814). Actas de las I jornadas celebradas en Málaga los días 19, 20 y 21 de septiembre de
2002, Málaga, Servicio de Publicaciones, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga,
2005, pp. 249-258. Una lectura político-social de la visión del pasado nacional del progresismo,
en María Cruz Romeo Mateo, «La tradición progresista: historia revolucionaria, historia nacio-
nal», en Manuel Suárez Cortina (ed.), La redención del pueblo. La cultura progresista en la España
liberal, Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 2006, pp. 81-113.
40
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
52
Vid. Florencia Peyrou, El republicanismo popular en España, 1840-1843, Cádiz, Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 2002, p. 176. Desde otras perspectivas, la implicación
del republicanismo español desde sus inicios en la formulación del nacionalismo español, en
Àngel Duarte y Pere Gabriel, «¿Una sola cultura política republicana ochocentista en España?»,
Ayer, 39 (2000), pp. 11-34; y Román Miguel González, «Las culturas políticas del republicanis-
mo histórico español», Ayer, 53 (2004) (1), pp. 207-236.
53
Vid. Pura Fernández Rodríguez, «Los “soldados” de la República Literaria y la edición hetero-
doxa en el siglo XIX», en J.-M. Desvois (ed.), Prensa, impresos, lectura en el mundo hispánico con-
temporáneo. Homenaje a Jean-François Botrel, Bordeaux, Presses Universitaires de Bordeaux,
2005, pp. 125-136; y «Las Cortes de Cádiz en la historiografía del republicanismo finisecular:
Vicente Blasco Ibáñez y Enrique Rodríguez-Solís», Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 10
(2002), pp. 15-43.
54
J. Álvarez Junco, «“Los amantes de la libertad”. La cultura republicana española a principios
del siglo XX», en N. Townson (ed.), El republicanismo en España (1830-1977), Madrid, Alianza
Editorial, 1994, p. 281. Junto a lo señalado más arriba, la permanencia del ideario nacional
español entre los republicanos de las distintas regiones lo señalan, entre otros, À. Duarte, «Los
posibilismos republicanos y la vida política en la Cataluña de los primeros años de la
Restauración», en José Antonio Piqueras y Manuel Chust (comps.), Republicanos y repúblicas en
España, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. 200-203; o Ferrán Archilés Cardona en Parlar en nom del
poble. Cultura política, discurs i mobilització social al republicanisme castelloneç (1891-1909),
Castelló de la Plana, Excmo. Ajuntament de Castelló, 2002, pp. 95-174.
55
J. Costa, Historia crítica de la Revolución española, op. cit., p. 149. E. Rodríguez-Solís, Los guerrille-
ros de 1808. Historia popular de la Guerra de la Independencia, Madrid, Imp. de Fernando Cao y
Domingo de Val, 1887-1888, 2 vols. (con reediciones en 1895, 1908 y 1930). Junto a este
libro, publicará varias narraciones históricas dedicadas al período, aparecidas en la colección
«Glorias de España», a la sombra de la revista La Ultima Moda, fundada por Julio Nombela,
como El alcalde de Móstoles (1898), La batalla de Bailén (1898), El primer guerrillero (Juan
Martínez el Empecinado) (1908), El sitio de Gerona (1898) o Los somatenes del Bruch (1898).
Sobre este personaje vid., P. Fernández Rodríguez, «Enrique Rodríguez-Solís (1844-1923): el
soldado de la República Literaria», en A. Cruz Casado (coord. y ed.), Bohemios, raros y olvidados,
Actas del Congreso Internacional, celebrado en Lucena (Córdoba), del 4 al 7 de noviembre de 2004,
41
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
42
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
58
Vid. Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen. Símbolos, mitos y nación, Madrid, Taurus, 1999,
pp. 131-159. Por lo demás, la génesis y consolidación del concepto nacionalista de música espa-
ñola como proyección de las políticas del pasado de las elites españolas en Juan José Carreras
López, «Hijos de Pedrell. La historiografía musical española y sus orígenes nacionalistas (1780-
1980)», Il Saggiatore Musicale, VIII, 1 (2001), pp. 121-169; y su «Introducción» a la edición fac-
símil de Manuel Soriano Fuertes, Historia de la música española desde la venida de los fenicios has-
ta el año de 1850, Madrid, Ediciones del Instituto Complutense de Ciencias Musicales, 2007,
I-II, pp.V-XXIII.
59 J. Álvarez Junco, «La invención de la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 88. n. 52;
Christian Hermann, «Conclusión», en Robert M. Maniquis, Óscar R. Martí y Joseph Pérez
(eds.), La Revolución francesa y el mundo ibérico, Madrid, Turner, 1989, p. 731.
43
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
60
Margot Versteeg, De Fusiladores y Morcilleros. El discurso cómico del género chico (1870-1910),
Ámsterdan, Editions Rodopi, 2000, pp. 342-343 (el análisis de la zarzuela cómica La marcha
de Cádiz [1896] que intentaba, con su título, explotar el éxito de la zarzuela histórica Cádiz, en
las pp. 400-409). Convertida en un «símbolo de la patriotería populachera», José Deleito y
Piñuela evocaría la historia de La marcha de Cádiz que «pasó del escenario del Apolo a las
banda de todos los regimientos españoles y a los pianos de todos los cafés». En 1898, en ple-
na fiebre españolista se trató de convertir la pieza en himno nacional. Con la derrota se la
proscribió y, pasados treinta años, «al conjuro de la guerra de Marruecos, resucitada por
Primo de Rivera, y que puso nuevamente de moda el patriotismo “lírico”, resucitó la ya histó-
rica marcha, y con ella la zarzuela que la dio origen» (Origen y apogeo del género chico, Madrid,
Revista de Occidente, 1949, p. 156).
61 M. Versteeg, De Fusiladores y Morcilleros…, op. cit., p. 382 (el análisis de Gigantes y cabezudos, La
alegría de la huerta (1900) y La Tempranica (1900), en las pp. 361-400). Algo similar sucedería
en el teatro como han demostrado Ch. Demange para la producción dramática sobre el Dos de
Mayo (El Dos de Mayo, op. cit., pp. 79-99), y M. Salgues, «La Guerra de la Independencia y el
teatro. Tentativa de creación y de recuperación de una epopeya popular (1840-1868)», en
Ch. Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 267-287.
44
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
62
Esculpido por el barcelonés Antonio Solá, las vicisitudes sufridas por el grupo hasta que, en
1932, la Segunda República lo instale al pie del arco del Dos de Mayo, en Carlos Reyero
Hermosilla, La escultura conmemorativa en España. La edad de oro del monumento público, 1820-
1914, Madrid, Cátedra, 1999, p. 502; Ch. Demange, El Dos de Mayo, op. cit., pp. 69-70 y 187-
194; y P. Géal, «Un siglo de monumentos a la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 146-147,
152-155; en la p. 146, n. 39, menciona a Enrique Pardo Canalís cuando cita un documento
redactado por el propio escultor para afirmar que desde el principio el grupo fue concebido
por su autor como un homenaje a los defensores de Zaragoza (Escultores del siglo XIX, Madrid,
Instituto «Diego Velázquez», C.S.I.C., 1951, pp. 61-78).
63
Vid. el capítulo 2, «El tiempo de las esculturas», de mi libro El espectáculo de la Historia…, op. cit.;
y P. Géal, «Un siglo de monumentos a la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 157-158. Para
el concepto de política simbólica como un componente de las culturas políticas, vid. Marie-
Claude Genet-Delacroix, «Les historiens d’art et Marianne», en M. Agulhon, A. Becker y É.
Cohen (éd.), La République en representations…, op. cit., pp. 159-172 (especialmente p. 161).
45
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
46
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
67 Vid. Jesús Gutiérrez Burón, «La fortuna de la Guerra de la Independencia en la pintura del
siglo XIX», Cuadernos de Arte e Iconografía, II, 4 (segundo semestre 1989), pp. 346-357 y n. 35);
C. Reyero, «“Los Sitios de Zaragoza” en la pintura española del siglo XIX», El arte aragonés y sus
relaciones con el hispánico e internacional. Actas III Coloquio de Arte Aragonés Huesca, 19-21 diciem-
bre 1983. Sección 2ª, Huesca, Excma. Diputación de Huesca, 1985, pp. 317-349; Ch. Demange,
El Dos de Mayo…, op. cit., pp. 106-108; y Marion Reder Gadow, «Iconografía española y extran-
jera», en A. Moliner Prada (ed.), La Guerra de la Independencia en España (1808-1814), op. cit.,
pp. 255-297; especialmente las pp. 257-264. Para las estampas y grabados, vid., Luis Martín
Pozuelo, «¿Queréis recordar el Dos de Mayo? Estampas populares de la Guerra de la
Independencia», en Ch. Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 321-344;
68
Luis Dollanos, «Pradilla y sus obras más recientes», La Ilustración Artística, 287 (27 de junio de
1887), pp. 212-213 y ss. (citado por R. Sanmartín Bastida, Imágenes de la Edad Media: la mirada
del realismo…, op. cit., p. 463). El comentario a Doña Juana la Loca, cuadro pintado a los veinti-
nueve años que, además de la inmediata fama internacional, significó «la más soberbia plasma-
ción plástica de un tema que obsesionaría al pintor durante toda su vida y que resume —quizá
mejor que cualquier otra pintura histórica del antepasado siglo— todos los ingredientes del
género, tanto desde el punto de vista formal como en su concepción», en el catálogo editado
por José Luis Díez y Javier Barón, El siglo XIX en el Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado,
2007, pp. 238-244. Sobre el pintor zaragozano (nacido en Villanueva de Gállego), vid. infra
n. 212 y la biografía de Wifredo Rincón, Francisco Pradilla, 1848-1921, Madrid, Antiquaria,
1987.
69 La historia de los intentos por realizar un monumento a Palafox desde su fallecimiento, el
23 de febrero de 1847, en A. Serrano Montalvo, «Antecedentes históricos del monumento zara-
gozano a los Sitios», op. cit., pp. 104-106. Puesta la primera piedra en 1870 y repatriados desde
Ceuta los restos de Agustina de Aragón, el proyecto por levantar una escultura a la heroína no
prosperó «al parecer por motivos ideológicos» (P. Géal, «Un siglo de monumentos…», op. cit., p.
47
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
155, nts. 78-79). Con todo recordaremos que fue pintada como La Heroína Agustina de
Zaragoza por Marcos Hiraldez Acosta (1871), con el nombre de Agustina de Aragón por
Eugenio Lucas Villamil (1874), y por Salvador Moreno como Agustina de Aragón en el momento
de dar fuego al cañón asestado contra una columna francesa (1881). Por su parte, Federico Jiménez
Nicanor fue el autor del cuadro dedicado a Manuela Sánchez de (1887) (vid. C. Reyero, «“Los
Sitios de Zaragoza” en la pintura española del siglo XIX», op. cit., pp. 341 y 343).
70
Natalia Juan García y Jorge Arruga Sahún, «La Exposición Hispano-Francesa de 1908», Boletín
Museo e Instituto «Camón Aznar», XC (2003), p. 159.
71 Ángel Azpeitia y Jesús Pedro Lorente, Aragón en la pintura de historia, Zaragoza, Diputación de
Zaragoza, 1992, p. 31.
48
CAPÍTULO II
72
Las citas entrecomilladas pertenecen a uno de los padres de la arqueología española, José
Ramón Mélida y Alinari en su artículo publicado en el Album Cervantino Aragonés de los trabajos
literarios y artísticos con que se ha celebrado en Zaragoza y Pedrola el III Centenario de la edición
Príncipe del Quijote, Madrid, 1905 (cit. por W. Rincón García, Vida y obra del humanista aragonés
Mariano de Pano y Ruata, Monzón, CEHIMO, 1997, p. 258). Sobre el arqueólogo de origen ara-
gonés, vid. el estudio preliminar de Margarita Díaz-Andreu, «Mélida: génesis, pensamiento y
obra de un maestro», a J. R. Mélida, Arqueología española, Pamplona, Urgoiti Editores, 2004,
pp. XIII-CXCIX; y D. Casado Rigalt, José Ramón Mélida (1856-1933) y la arqueología española,
Madrid, Real Academia de la Historia, Gabinete de Antigüedades, 2006.
49
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
para ello, una empresa revisionista en clave religiosa de los Sitios, conside-
rados como uno más en la cadena de capítulos de la historia nacional que,
iniciados con la Reconquista, presentaba su más gloriosa y providencial
culminación en 1808-1814.
Por supuesto, la idea no era nueva, pues entroncaba con los mismos
orígenes del pensamiento reaccionario español y la creación del mito de la
Guerra de la Independencia como cruzada religiosa73. Lo nuevo era la mez-
cla de beatería acrítica y complacencia irracional con la que fueron asumi-
dos sus rasgos por aquellos hombres del XIX que seguían creando opinión
en la cultura aragonesa del inquietante siglo XX que acababa de comenzar.
Y, en función de su providencial concepción del mundo y de la sociedad
que les rodeaba, lo representativo es ver cómo aplicaron con toda impuni-
dad el guión establecido por el pensamiento antiilustrado y antiliberal a la
reevaluación histórica del Aragón heroico: privilegiando, por encima, a los
grandes personajes como actores y a los accidentes e ideas como causas; y
trivializando, por debajo, la participación popular en el conflicto. En el fon-
do, al hacerlo así, no hacían otra cosa que manifestar su horror obsesivo
por la revolución y mantenerse fieles a los códigos del tipismo legendario y
el costumbrismo cazurro de su hogareño regionalismo aragonés.
En este marco, podemos entender que Mariano de Pano escribiera la
primera parte de su única obra de historia contemporánea, porque sólo
situándola en ese ambiente zaragozano de transición y espíritu vigilante
podemos reconocer en su posición una clave histórica análoga a la de los
Florencio Jardiel Dovato, Mario de la Sala Valdés, Pamplona Escudero,
López Allué, Baselga Ramírez, Azara Vicente, Moreno Sánchez, el alcalde
Fleta, el primer vizconde de Espés, el barón de Valdeolivos o a la del más
crítico y «profesional» Eduardo Ibarra. Todos ellos formaron parte de la
sociedad conmemorativa aragonesa que utilizó la celebración del centenario
de la Guerra de la Independencia para reinterpretar los recuerdos históri-
cos y crear un discurso rememorativo acomodado a las necesidades de
orientación en el presente y las expectativas de futuro de este grupo de la
73
Todavía hoy resultan de imprescindible consulta los «clásicos» estudios de Javier Herrero, Los
orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Edicusa, 19732, pp. 219-402; y Juan
Antonio Portero Molina, Púlpito e ideología en la España del siglo XIX, Zaragoza, Libros Pórtico,
1978.
50
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
74
Según Costa los «dos amos de Zaragoza» en aquellos momentos fueron Paraíso y Jardiel (Carta
dirigida a Eduardo Ibarra, Graus, 3 de enero de 1909). Las tres cartas originales e inéditas que
citamos a lo largo del texto se conservan en el archivo de la familia Ibarra y las he podido con-
sultar gracias a la amabilidad de la profesora Paloma Ibarra.
51
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Esos desposorios entre dos pueblos, tan opuestos por su historia, por
sus tradiciones y por sus sentimientos, no se realizan por sorpresa del párroco,
ni menos con una ligera vanalidad (sic), cual la proyectada ahora en
Zaragoza. Es muy otra de la francesa el alma española, y para ganar ésta, hay
que apreciarla y comprenderla. El alma española, perdona generosa, pero no
puede entregarse al olvido, porque con ello dejaría de honrar a Palafox y a
75
Editorial, «El próximo Centenario», El Pilar (18 de enero de 1908), p. 17. Como se explicaba
en el artículo sin firma incluido en el mismo suelto «El culto a la Virgen del Pilar en 1908»,
José María Azara lanzó la idea de construir un pabellón Mariano dentro del recinto de la
Exposición. Durante la celebración del evento, Azara ocupó el cargo de secretario de la
Exposición Mariana, presidida por Mariano Baselga Ramírez. Este banquero y erudito literato
zaragozano (1865-1938), fue hijo de una importante familia de comerciantes de la ciudad,
licenciado en Derecho y Filosofía y Letras en Zaragoza, se doctoró en Filosofía en Madrid
(1887). Discípulo y amigo de Julián Ribera y Eduardo Ibarra, fue profesor auxiliar de la
Facultad de Letras de Zaragoza, encargado de las asignaturas de Metafísica y Literatura general
(1891-1902). Nombrado director del Banco de Crédito de Zaragoza (1902), desde entonces,
compaginó sus actividades financieras y mercantiles con sus aficiones a la escritura costumbris-
ta y la historia de la literatura, colaborando, entre otras muchas publicaciones, en la Revista de
Aragón, vid. la voz que le dedica F. Castán Palomar, Aragoneses contemporáneos…, op. cit., pp. 78-
79, y el trabajo de Mariano Rivilla Baselga, «El mundo cultural de Mariano Baselga Ramírez
(1865-1938)», trabajo de investigación de DEA, defendido en el Departamento de Historia
Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza el 28 de septiembre de 2005 (con-
sultado gracias a la amabilidad del autor).
52
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
53
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
78
E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., pp. 268-269.
79 Y esto mismo sucedió en la mayoría de las regiones españolas: empezando por la Cataluña cen-
tral donde los católicos, carlistas y catalanistas de Manresa e Igualada se pusieron a la cabeza
de la celebración y donde «la doble victoria del Bruc se presentó desde los inicios como un
milagro de la Virgen de Monserrat» (Lluís Ferrán Toledano González y María Gemma Rubí i
Casals, «Las Jornadas del Bruc y la construcción de memorias políticas nacionales», en Ch.
Demange et alii, Sombras de mayo…, op. cit., pp. 91 y 105). Continuando por Gerona donde la
memoria de los Sitios quedará vinculada a Álvarez de Castro, pero sobre todo a san Narciso. Y
llegando hasta León y Astorga, donde los obispos Juan Manuel Sáenz y Sarabia y Julián de
Diego Alcolea, se convirtieron en los verdaderos promotores e impulsores de los actos del cen-
tenario celebrados en la primavera de 1908 y 1910, respectivamente (vid. C. de Lucas del Ser
en Élites y patrimonio…, op. cit., pp. 301-320). De hecho, una de las excepciones fue Madrid
donde liberales y republicanos llevaron la iniciativa de la conmemoración del 2 de mayo (vid.
Ch. Demange, El Dos de Mayo, op. cit., pp. 205-263).
80 Así rezaba la inscripción de la lápida que figura en el monumento descubierta cuatro años más
tarde, el 3 de octubre de 1908, con discursos de Florencio Jardiel y Segismundo Moret. La his-
toria del monumento que sustituía a la fuente de Neptuno, la importancia de Jardiel en su rea-
54
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
lización (desde su propuesta inicial el 19 de marzo de 1897) y el dato de que el escultor prote-
gido de Cánovas, Agustín Querol, lo donó a la ciudad «por cariño a Zaragoza», en J. Blasco
Ijazo, «El monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria», ¡Aquí Zaragoza!, IV, op. cit.,
pp. 15-23. La descripción artística del monumento en C. Reyero, La escultura conmemorativa en
España, op. cit., p. 451; W. Rincón García, Un siglo de escultura en Zaragoza (1808-1908),
Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1984, pp. 194-200, J. R. Morón Bueno,
«La escultura conmemorativa en los inicios del siglo XX…», op. cit., p. 71; N. Juan García y J.
Arruga Sahún, op. cit., pp. 167-179; y en el estudio de José Luis Melendreras Gimeno, Un gran
escultor monumental del eclecticismo y modernismo español del siglo XIX: Agustín Querol y Subirats
(1860-1909), Murcia, Edición del autor, 2005, pp. 252-258.
81 J. Gálvez y F. Brambila, Álbum de los Sitios de Zaragoza, láminas dibujadas y grabadas por…,
copiadas en fototipias por Lucas Escolá, Zaragoza, Librería Gasca, 1905. El general de brigada
de Artillería en la reserva M. de la Sala Valdés (Gijón, 1833-Zaragoza, 1910) que había sido
uno de los fundadores del Ateneo de Zaragoza y, por entonces, presidía la Academia Aragonesa
de Nobles y Bellas Artes de San Luis, escribió una serie de biografías de marcado «espíritu mili-
tarista y apologético» sobre 270 personas que intervinieron en ellos bajo el título de Obelisco
histórico en honor de los heroicos defensores en sus dos Sitios (1808-1809), Zaragoza, M. Salas,
impresor, 1908. Años más tarde, su necrología escrita por F. Jardiel, «Necrología del Excmo.
Señor D. Mario de la Sala-Valdés y García-Sala», pp. 7-17, serviría de pórtico introductorio a la
recopilación de sus artículos publicados en la revista El Pilar, editados y prologados por M. de
Pano, Estudios históricos y artísticos de Zaragoza, Zaragoza, Imp. del Hospicio Provincial, 1933.
82 Revista parroquial El Gancho, número ilustrado conmemorativo del Centenario de Los Sitios
(octubre de 1908), citado. por Ch. Demange, «La construcción nacional vista desde las conme-
moraciones del primer centenario de la Guerra de la Indepedencia», op. cit., p. 124. Este autor
sigue recordando que los distintos actos del programa de fiestas: «llevan a celebrar al Ejército,
pero también a los héroes religiosos (se colocan lápidas en honor del padre Boggiero y a la
madre Rafols) y a asociar la bandera nacional con los estandartes de las numerosísimas congre-
gaciones religiosas que desfilan en la procesión cívica». El vizconde de Espés, Luis Franco y
Valón, estaba vinculado al Gancho (San Pablo) por ser el barrio donde había nacido su padre.
83 Vid. Crónica de la Segunda Asamblea Nacional de la Buena Prensa, celebrada en Zaragoza los días
21, 22, 23, y 24 de septiembre de 1908, Zaragoza, Tip. La Editorial, 1909.
55
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
No hay sino que tener presente la oración fúnebre en loor de los héroes de
los Sitios pronunciada en la basílica del Pilar, el 15 de junio de 1908, por el
otro «amo» de la Zaragoza del momento que era Jardiel84. Elegida la fecha
con especial cuidado —conmemoraba el día de la famosa batalla de las
Eras—, el discurso leído ante el joven rey y las autoridades que llenaban el
recinto, fue un verdadero panegírico dirigido a recalcar los vínculos indiso-
lubles entre el patriotismo y la religión católica, «porque éste es el baluarte
de la fe religiosa, coronado por el santo Pilar, y sellado con lo que hay de
más grande y más fecundo de la tierra, que es el martirio»85. Y tres meses
más tarde, coincidiendo con la segunda estancia de Alfonso XIII en la ciu-
dad y las inauguraciones oficiales de los monumentos a los Sitios de
Zaragoza y a Agustina de Aragón, conviene no olvidar tampoco las palabras
del arzobispo Juan Soldevila y Romero, en las que volvería a incidir en la
cuestión recordando que la guerra se hizo en defensa de la religión, «más
que una guerra patriótica fue una cruzada religiosa»86.
84 F. Jardiel, Oración fúnebre. Primer Centenario de los Sitios de Zaragoza. Honras fúnebres 15 de junio
de 1908. Sermón predicado en el Santo Templo Metropolitano del Pilar por Don —-, Zaragoza, Tip.
de Mariano Salas, 1908. El día anterior el rey había visitado por primera vez la Exposición
Hispano-Francesa (la crónica de las dos visitas regias en R. Pamplona Escudero, Libro de Oro…,
op. cit., pp. 145-154).
85
La oración será recordada por M. Allué Salvador en el II Congreso Histórico Internacional de
la Guerra de la Independencia y su época celebrado en 1958, «Los Sitios de Zaragoza como
laboratorio social de virtudes heroicas», Guerra de la Independencia. Estudios III, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico» (CSIC) de la Excma Diputación Provincial de Zaragoza,
1967, pp. 24-25. La imagen y el «aspecto deslumbrador» del Pilar, donde acompañando al
monarca estaban los infantes don Fernando y don Luis Alfonso de Orleans, los ministros de la
Guerra y de Gracia y Justicia, junto a las autoridades locales; así como la magna procesión
organizada por la tarde para el traslado de las urnas de las heroínas desde el Pilar hasta la igle-
sia del Portillo, en J. Blasco Ijazo, Los Sitios de Zaragoza y sus conmemoraciones…, op. cit., p. 61.
86 Por segunda vez los reyes llegaron a Zaragoza el 25 de octubre, una amplia crónica sobre la
visita de los monarcas en «Los Reyes en Zaragoza», El Noticiero (29 de octubre de 1908), pp. 1-
2. Con la presencia del rey y la reina Victoria Eugenia, el Monumento a los Sitios se inauguró a
las once de la mañana del 28 de octubre de 1908 y el de Agustina de Aragón a las tres y media
de la tarde del día siguiente (vid. R. Pamplona Escudero, Libro de Oro…, op. cit., pp.151-154; y
N. Juan García y J. Arruga Sahún, «La Exposición Hispano-Francesa de 1908», op. cit., pp. 199-
200 y 210-211). En todo caso, como un ejemplo más de que las palabras del arzobispo de
Zaragoza representaban la doctrina oficial divulgada por las altas jerarquías de la Iglesia espa-
ñola, recordaremos el discurso pronunciado por el obispo de Astorga ante la Diputación
Provincial de León cuando, a principios de mayo de 1908, recordaba que «aquella guerra, tan-
to como española y de independencia, era guerra de religión, contra las ideas del siglo XVIII,
56
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
difundidas por las legiones napoleónicas», Diario de León (7 de mayo de 1908), citado por Ch.
Demange, «La construcción nacional vista desde las conmemoraciones del primer centenario
de la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 123, n. 25.
87
Vid. Antonio Magaña Soria, Crónica de las solemnes fiestas que se celebraron en Zaragoza con moti-
vo del fausto suceso de la Coronación Canónica de la imagen de Nuestra Señora del Pilar y de la pere-
grinación nacional a su basílica. Precedida de una monografía del santo templo del Pilar, escrita
por Mario de la Sala Valdés, Zaragoza, Mariano Salas, 1906.
88 Vid. Exposición Retrospectiva de Arte.-1908, organizada bajo los auspicios del Excmo. Sr. Arzobispo de
Zaragoza, introducción por D. Mariano de Pano, cronista oficial del Centenario; prólogo por el muy
ilustre Sr. D. Francisco de Paula Moreno, canónigo de la metropolitana y director de la Exposición
retrospectiva; texto histórico y crítico por Mr. Emile Bertaux, catedrático de la Universidad de Lyon,
Zaragoza, Tip. La Editorial, a cargo de Escar-Librería de Cecilio Gasca, 1910.
89
Vid. W. Rincón, Vida y obra del humanista aragonés Mariano de Pano y Ruata, op. cit., pp. 382-391.
57
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
90
Vid. C. Serrano, El nacimiento de Carmen…, op. cit., pp. 293-329 (el entrecomillado en la p. 323).
91
La noticia de los focos en Carlos Forcadell, «La pelea por la memoria y el control del pasado en
la Zaragoza de 1908», en el catálogo La Modernidad y la exposición Hispano-Francesa de
Zaragoza en 1908. Paraninfo de Zaragoza. Diciembre 2004-Febrero 2005, Zaragoza, CAI-
Universidad de Zaragoza, 2004, p. 20; y «El Centenario de los Sitios y la Exposición Hispano-
Francesa. Políticas de la memoria en la Zaragoza de 1908», prólogo a la edición facsímil del
Libro de Oro. Exposición Hispano-Francesa de 1908…, op. cit., pp. 16-17.
92 Junto al «Programa general del Centenario» publicado en la Revista Aragonesa, I, 4-7 (julio a
octubre de 1907), pp. 189-190, una panorámica general de los actos en el resumen «La
Exposición y el Centenario: balance de acontecimientos», publicado en Heraldo de Aragón y
reproducido a modo de prólogo en el suelto extraordinario que le dedicó la Revista Aragonesa,
II, 16-21 (julio a diciembre de 1908), pp. 6-13 (el número completo ha sido reeditado por José
Laborda Yneva, Revista Aaragonesa. La Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico», 2008, pp. 1-153).
93
Así lo recordaba el anciano José Valenzuela en su conferencia «La fase artística de la
Exposición Hispano-Francesa de 1908», pronunciada en mayo de 1956 dentro del ciclo dedi-
cado a la Conmemoración del Cincuentenario de la Exposición Hispano-Francesa de 1908, Zaragoza,
Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1956, p. 9. El abogado, polí-
58
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
tico, periodista, crítico de arte y escritor José Valenzuela La Rosa (Zaragoza, 1878-1957), fue
director de Heraldo de Aragón (1906-1916) y uno de los colaboradores más estrechos de
Paraíso en la organización de la Exposición, ejerciendo como secretario general de la Comisión
de Bellas Artes. Fue editor y prologista de Los sitios de Zaragoza: diario de Casamayor, Zaragoza,
Cecilio Gasca, 1908. Sobre este personaje vid. Genaro Poza Ibáñez, Vida de José Valenzuela La
Rosa, Zaragoza, Libería General (Publicaciones de La Cadiera, CXXII), 1958) y la pequeña
nota biográfica que le dedica E. Fernández Clemente, La Cámara Oficial de Comercio e Industria
de Zaragoza, op. cit., p. 70. Un estudio biográfico sobre Casamayor donde se comenta breve-
mente la presentación de Valenzuela es el de Concepción Sánchez Rojo, Faustino Casamayor.
Un observador de Zaragoza entre dos siglos (1760-1834), Zaragoza, Comuniter, 2005, pp. 122-
123.
94
Sirva el ejemplo de la procesión organizada para el traslado de los restos de las heroínas de los
Sitios a la capilla mausoleo de la iglesia del Portillo. Entre otros detalles, se dispuso que en la
comitiva figurara «una carroza alegórica cuyo modelo en barro ha sido presentada por el Sr.
Fortún. Dicha carroza representa un león guardando la urna que encierran las cenizas de los
héroes de los Sitios y cubre en parte la bandera española. Una esbelta y arrogante matrona que
simboliza á la Patria ofrenda palmas de triunfo y corona de laurel. Crespones negros y coronas
de roble circundan la carroza que se construirá con cartón piedra» (Diario de Avisos de
Zaragoza, 4 de junio de 1908, p. 1).
95
Junto a la Asamblea Nacional de la Buena Prensa mencionada en el texto y otros como el Primer
Congreso Nacional de Sociedades de Amigos del País, el de la Exportación Agrícola Nacional,
el Internacional de Turismo, el de Naturalistas, o el dedicado a la Tuberculosis, se desarrolló en
Zaragoza el Primer Congreso de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias presi-
dido e inaugurado por Segismundo Moret (vid. Actas del Primer Congreso de la Asociación
Española para el Progreso de las Ciencias, Madrid, Imprenta de Eduardo Arias, 1908). También se
celebró el Congreso Nacional Económico de Cámaras de Comercio (vid. E. Fernández
Clemente, La Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza, op. cit., pp. 63-64). Una rela-
ción completa de los Congresos en R. Pamplona Escudero, Libro de Oro…, op. cit., pp. 343-378.
96
Con música del maestro Lapuerta se estrenó la noche del jueves 4 de junio de 1908, con la
asistencia de los infantes reales D. Fernando y D.ª María Teresa y la presencia del autor Benito
Pérez Galdós. La prensa de la época le dedicó una gran atención. Así el Diario de Avisos de
Zaragoza, además de varios anuncios y noticias, incluirá una amplia crítica de la obra escrita
por Luis Arnedo («El estreno de “Zaragoza”», 5 de junio de 1908, p. 1). Y el 7 publicará el avi-
59
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
sería recibido por la banda de música del Hospicio con el Himno de Riego y
La Marsellesa, siendo festejado por el Ayuntamiento con una comida en la
Quinta Julieta, en «homenaje por sus escritos referentes a Zaragoza»97.
Pero tantas ferias, coplas y divertimentos no consiguieron acallar las
críticas a Basilio Paraíso que se esforzaba por representar la cara amable del
presente empresarial y la voluntad de reconciliación con Francia, «hace cien
años se luchó por la independencia nacional contra gobiernos imbéciles o
traidores, no contra el enemigo por el mero hecho de ser francés»98. Un
Paraíso que ante el temor de que las reivindicaciones de los trabajadores
interrumpieran las obras, había actuado como mediador ante las agrupacio-
nes obreras a las que pudo arrancar la promesa de suspender toda acción
violenta mientras la Exposición no cerrase sus puertas99. Después de todo,
la fiesta de la ciudad se desarrolló en el calculado espacio inaugural de los
so de la última representación. Estuvo tres días en cartel con varias funciones durante la tarde
y la noche. Cuatro meses más tarde, el 26 de octubre volvió a ser representada (vid. el anuncio
de su reposición en el Diario de Avisos y Heraldo de Aragón, 26 de octubre de 1908, p. 3).
97 Acompañado por Miguel Moya, Tomás Romero, Victoriano Moreno, José Ortega Munilla y su
hijo, el escritor llegó a Zaragoza desde Madrid el jueves 4 de junio por la tarde («Galdós en
Zaragoza», Diario de Avisos de Zaragoza, 5 de junio 1908, p. 1). En la edición de la tarde del
sábado aparece la noticia de alcance «En la Quinta Julieta. Banquete a Galdós», informando
sobre la comida que a las doce del mediodía le ofreció el Ayuntamiento de la ciudad (Diario de
Avisos de Zaragoza, 6 de junio 1908, p. 3). En cierta medida, fue la ocasión que tuvieron los
republicanos de la ciudad para manifestar públicamente su participación en los actos. Por lo
demás, como recuerda Pilar Salomón Chéliz, aunque el alcalde era conservador, los republica-
nos tenían una importante presencia en el consistorio. Durante el Centenario las manifestacio-
nes de desafecto «se limitaron a muestras individuales de oposición a los actos públicos de cul-
to, no descubriéndose al paso de las banderas que desfilaban en las procesiones», sólo el
domingo 19 de septiembre de 1908, se produjo un pequeño incidente anticlerical siendo dete-
nido el teniente de alcalde, el radical Ángel Laborda (Anticlericalismo en Aragón. Protesta popular
y movilización política (1900-1939), Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2002, p.
273).
98 Heraldo de Aragón, 2 de abril de 1908, p. 1. El 16 de enero de 1910, se inauguró el monumen-
to a la Exposición Hispano-Francesa de 1908-1909, realizado por los escultores catalanes Luciano
y Octavio Oslé, que la ciudad le dedicó. La historia del monumento que no se completaría con
el busto de Paraíso hasta 1952, en J. Blasco Ijazo, «Los dos últimos monumentos conmemora-
tivos de la gloriosa epopeya y otro que recuerda la grandiosa Exposición Hispano-Francesa de
1908», en ¡Aquí…Zaragoza!, IV, op. cit., pp. 35-38; y J. R. Morón Bueno, «La escultura conme-
morativa en los inicios del siglo XX…», op. cit., p. 72.
99
J. Valenzuela, «La fase artística de la Exposición Hispano francesa de 1908», op. cit., p. 7.
60
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
100
La mejor descripción de los edificios y pabellones, así como el contenido de las exposiciones
que albergaron, en J. Martínez Verón, Arquitectura de la Exposición Hispano-Francesa…, op. cit.,
que podemos completar con la colaboración colectiva firmada por Francisco Javier Jiménez
Zorzo, Ignacio Martínez Buenaga, José Antonio Martínez Prades y Jesús Martínez Veron, «El
verano más hermoso», la de María Pilar Poblador, «En los albores del siglo XX: la arquitectura
modernista en Zaragoza y el ambiente de progreso y renovación que acompañó a la Exposición
Hispano-Francesa de 1908», y la de Concepción Lomba Serrano, «Una fiesta de formas, volú-
menes y colores: el arte contemporáneo en la Exposición Hispano-Francesa», incluidas en La
Modernidad y la Exposición Hispano-Francesa…, op. cit., pp. 25-80, 99-119, y 123-139, respectiva-
mente.
101
E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., p. 268. El catedrático de
Historia consideraba que era una razón socialmente equivocada, pues, se trataba de un «crite-
rio parecido al de esos dómines que no ven en la Eneida más que un conjunto de palabras sus-
ceptibles de ser conjugadas o declinadas». De hecho, entendía que «los edificios de La Caridad
y la Escuela de Artes y Oficios debieron ser construidos en el centro de los barrios obreros de la
Magdalena y San Pablo, a fin de sanear extensas zonas de ambos y dar a los trabajadores mayor
facilidad para acudir a ellos, nunca en solares enclavados en el barrio más aristocrático y en
terrenos que pudieran haber tenido más adecuado empleo». La ordenación del espacio urbano
lo estudia Isabel Yeste Navarro, «La Exposición de 1908 y la creación de un nuevo espacio ciu-
dadano», en La Modernidad y la Exposición Hispano-Francesa…, op. cit., pp. 84-95.
61
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
que les quita su mayor encanto —lo espontáneo— y priva á las muchedum-
bres, no ya de colaborar en ellas, más ni aun siquiera de asistir como espec-
tadores; de lo que sigue el grave daño de ir poco á poco ahondando más y
más la separación de clases; toma el pueblo estas festividades por cosa de bur-
gueses y señoritas, y las llamadas clases altas, medias é intelectuales, piensan
que el pueblo sólo gusta de toros y borrachangas, cual si á todos no impor-
tara juntamente la celebración de estos actos que debieran tonificar el alma
de la sociedad y ser lazo de unión entre todos104.
Para indicar, acto seguido, sus discrepancias ideológicas con los derro-
teros tomados por la organización de la Exposición Hispano-Francesa que
«nos lleva a ir del brazo con nuestros antiguos enemigos, anticlericales y
republicanos, en vez de ir con nuestros auxiliares, tradicionales y monár-
quicos»105. Y, desde la responsabilidad de la profesión, lanzar una llamada
de atención acerca de las insuficiencias de la historiografía de la Guerra de
la Independencia como objeto de investigación. Un tema tradicionalmente
relegado por el mundo académico y cuyos escasos cultivadores apenas
superaban el nivel más bajo del erudito:
102
Víctor Lucea Ayala, La protesta social en Aragón (1885-1917). Tesis doctoral, dirigida por Julián
Casanova. Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Facultad de Filosofía y
Letras de Zaragoza. Julio de 2006, pp. 141, 143-144 y 288 (consultada gracias a la amabilidad
del autor).
103
Así calificaba Joaquín Costa a Eduardo Ibarra en el último párrafo de la carta que le escribe
desde Graus el 27 de febrero de 1908.
104 E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., p. 266.
105 Ibídem, p. 269.
62
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
dilettante que cultiva la actualidad científica, cual suelen brotar entre nos-
otros, que lo mismo escriben acerca de Calderón, Colón, Velázquez o la
guerra de la Independencia; lo peor es que esto ocurre por alentar el aplau-
so de la prensa y del público culto a quienes así obran106.
Y «porque lo primero que hace falta para que haya historia es historia-
dor y ese no se ve por ninguna parte», «ese especialista constante en sus
publicaciones y acreditado por ellas no lo veo, no ya en Aragón más ni en
España»107, Eduardo Ibarra consideraba desacertado abrir sendos concur-
sos para publicar lujosamente una Historia crítica de los Sitios y «para pre-
miar con 10.000 pesetas, una Historia popular de los Sitios». Entre otras razo-
nes, porque a la caza del premio «se lanzarán unos cuantos sujetos, quienes
fusilando cualquiera de los libros publicados se aprestarán a la captura de
esos dineros, buscando recomendaciones para el Jurado, alegando su
mucha familia, su edad, u otra de las mil razones que mueven la amistad o
la compasión: ¡la eterna historia de todos los concursos!»108. Explicando, en
sus últimas páginas, el motivo que determinó su inicial decisión de «no
asumir la responsabilidad de dirigir la organización» del Congreso Histórico
Internacional de la Guerra de la Independencia y su época (1807-1815):
106 Estas palabras las escribió E. Ibarra en la reseña que dedicó al libro de Geoffroy de
Grandmaison, L’Espagne et Napoléon (1804-1809) (París, 1908), historiador al que sí considera-
ba un verdadero especialista (Cultura Española, 10 [mayo de 1908], p. 360).
107
E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., pp. 270 y 271.
108
Ibídem, p. 270. Este concurso y el abierto para premiar una Historia crítica de los Sitios había
sido promovido por la sección 2ª, «Historia de los Sitios» de la Junta Magna del Centenario, a
la que pertenecía Ibarra en compañía de Pablo Gil y Gil, el marqués de Peramán, Mario la Sala-
Valdés, Mariano de Pano (la presidiría en 1908), Tomás Ximénez de Embún, Clemente
Herranz, Francisco de Paula Moreno, Juan Moneva, Monserrat, Álvaro San Pío, Nasarre y
Florencio Jardiel.
63
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
dos a trabajar con seriedad, despacio y a fondo, no se les puede invitar con
unos meses de tiempo109.
Conviene advertir que estas palabras las escribió uno de los pioneros
de la profesión de historiador en España. En tal sentido, el valor de las mis-
mas se resalta como proyección de la nueva sensibilidad historiográfica,
encarnada en la aspiración intelectual de la «moderna historia» y asociada a
los deseos patrióticos de regeneración de la conciencia histórica nacional. Y
seguramente porque el compromiso con la política de la historia de su gene-
ración se sustentaba sobre la imagen del historiador como portador indis-
cutible de la «verdad», se entiende que, por esas mismas fechas, Ibarra se
mostrara «sobrado revolucionario en sus planes pedagógicos» al editar su
estimable Meditemos como colofón al imperativo didáctico que hizo a los
primeros historiadores profesionales reivindicar la importancia de la ense-
ñanza de la historia como un instrumento para la educación política nacio-
nal110. Y se comprende, además, que aportara su visión crítica acerca de los
aspectos historiográficos del Centenario con el conocimiento directo que le
proporcionaban su presencia en las sesiones de la Junta Magna y la lectura
de la producción bibliográfica más reciente sobre la guerra, reseñada en
Cultura Española, la publicación que dirigía junto al arabista Julián Ribera y
Tarragó como continuación de la famosa Revista de Aragón111.
Y, por citar otro caso más conocido, las celebraciones centenarias se
desarrollaron ante la mirada escéptica de Joaquín Costa. Desde «el obser-
vatorio tan apartado de Graus», el pensador oscense no pudo evitar expre-
sar sus ideas sobre el diseño de una Exposición que «debería disponer ó
109
E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., p. 272.
110 El calificativo en la Carta de Manuel Bescós a Joaquín Costa, Huesca, 20 marzo de 1910 (reco-
gida por George J. G. Cheyne, Confidencias políticas y personales: Epistolario J. Costa-M. Bescós,
1899-1910, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1979, p. 174). El libro de Eduardo
Ibarra era Meditemos. Cuestiones pedagógicas, Zaragoza, Cecilio Gasca, Librero, 1908 (recopila-
ción de artículos publicados en la Revista de Aragón y Ateneo).
111 Junto a los libros mencionados de R. de la Cadena o el de G. Grandmaison, en los números 9
(febrero), 10 (mayo) y 12 (noviembre) de 1908 de Cultura Española publicó distintas notas
bibliográficas sobre los libros más recientes dedicados a la guerra o los Sitios. En el número 13
(febrero de 1909), inicio una «Revista bibliográfica. Guerra de la Independencia» (pp. 120-
139), que continuaría en la última entrega de Cultura Española, 16 (noviembre de 1909),
pp. 862-870.
64
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
112 Carta de Joaquín Costa a Eduardo Ibarra y Rodríguez, Graus, 12 de febrero de 1908. En la
carta, además de criticar la falta de dirección de la Exposición, planteaba la necesidad de que
ésta contara con un «Pabellón especial aislado» dedicado «exclusivamente a la intelectualidad
aragonesa», para que «De esta manera, juntándolo todo y sabiéndolo presentar, no diré que
Zaragoza quedaría bien (esto, ante Europa, ninguna ciudad de España), pero sí que no queda-
ría mal. Y, sin embargo, ay! Quedará mal, porque aquí todo lo apañamos con circulares, sin nin-
guna virtualidad». Con el título «Los intelectuales ante la exposición. Carta de Costa» y algunas
variaciones respecto al original manuscrito, esta carta fue publicada en el periódico zaragozano
Diario de Avisos de Zaragoza (16 de febrero de 1908) y en el madrileño El País (1 de marzo de
1908), y ha sido reproducida en J. Costa, Obra política menor (1868-1916), edición e introduc-
ción de A. Gil Novales, Huesca, Fundación Joaquín Costa-Instituto de Estudios Altoaragoneses,
2005, pp. 270-272. Como se recuerda en la n. 432 de este último trabajo El País hace preceder
el texto de Costa con la siguiente explicación: «El profesor de Historia de la Universidad de
Zaragoza, Sr. Ibarra, inicio hace pocos días la idea de celebrar una exposición intelectual arago-
nesa, como sección de la hispano-francesa que va a celebrarse en la capital de Aragón. la idea
fue acogida con entusiasmo y a estas fechas está camino de realización. El ilustre Costa, apenas
enterado, se apresuró a enviar su adhesión por medio de la siguiente carta, que reproducimos
del Diario de Avisos de Zaragoza».
65
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
113
Carta de Joaquín Costa a Eduardo Ibarra y Rodríguez, Graus 27 de febrero de 1908. En sus
páginas volvía a plantear un programa de lo que debería ser la Exposición, con un pabellón
«Reducido a la intelectualidad aragonesa actual, sin mezcla de lo pasado», figurando Cajal
como personaje central. En «sustancia» las ideas del texto las publicó Costa en el periódico
madrileño El Liberal. Con anterioridad, el cronista de El Imparcial, Mariano de Cavia, replicó a
Costa en su artículo «De profundis» (reproducido en el primer número de la Revista Aragonesa,
I [abril de 1907], pp. 16-18), considerándolo un profeta lastimero, indolente y pesimista.
114 Ibídem.
66
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
115
Carta dirigida a Eduardo Ibarra, Graus, 3 de enero de 1909. El subrayado en el original
manuscrito.
116
Carta de Joaquín Costa a Manuel Bescós, Graus, 25 de marzo de 1910 (recogida por G. J. G.
Cheyne,op. cit., p. 176).
117
M. Allué Salvador, «Crónica del Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la
Independencia y su época (1807-1815)», Publicaciones del Congreso Histórico Internacional
de la Guerra de la Independencia y su época (1807-1815), celebrado en Zaragoza durante los
días 14 al 20 de octubre de 1908, Zaragoza, Tip. La Editorial, 1915, V, p. 154. Este autor publicó
Los Sitios de Zaragoza ante el Derecho internacional, Zaragoza, Manuel Sevilla, 1908, obra que
sería premiada con la medalla de oro en la sección intelectual de la Exposición Hispano-
Francesa.
67
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
118 Las trayectorias académicas e intelectuales de estos catedráticos en las voces «Giménez Soler,
Andrés», «Salarrullana de Dios, José», «Schwartz y Luna, Federico», «Serrano y Sanz, Manuel»,
en el DHEC, pp. 301-302, 556, 579-580, 588-589. Para este último, conocido en su época como
el «Menéndez Pelayo, pequeño», vid. la biografía de J. A. Gallego Gredilla, Serrano Sanz en la
Historia (Obra y vida de D. Manuel Serrano y Sanz), Guadalajara, Diputación Provincial de
Guadalajara, 2006.
119 M. Allué Salvador (Zaragoza, 1885-1962), cuyo nombre aparecerá con frecuencia a lo largo de
estas páginas, se doctoró en Derecho (1909) y en Filosofía y Letras (1910). Inició su carrera
como profesor auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras (1909-1910) y Derecho (1909-
1939), fue pensionado por la JAE durante seis meses para ampliar estudios en París (1911),
asistiendo a las clases de Emilie Durkheim (en 1920 se le concedería otra beca para estudiar
«Pedagogía experimental» en Inglaterra), obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura en el
Instituto Goya de Zaragoza (1914-1940) y fue catedrático interino en el Ramiro de Maeztu de
Madrid (1940). Director del Instituto Goya (1918-1931 y 1936-1940) y primer director de la
Residencia de Estudiantes de Zaragoza (1925). Católico conservador y miembro de la
Asamblea Nacional de la Dictadura de Primo de Rivera, se retiró de la vida pública con el adve-
nimiento de la II República y durante la guerra se afilió a Falange. Entre otros cargos, fue alcal-
de de Zaragoza (1927-1929), director general de Enseñanza Superior y Secundaria del
Ministerio de Instrucción Pública (1929-1930), presidente de la Diputación Provincial (1936-
1940) y de la Comisión Depuradora del Magisterio de la Provincia de Zaragoza, más tarde sería
nombrado director de la Confederación de Cajas de Ahorros y del Instituto de Crédito. Con
motivo de su acceso a la Alcaldía de Zaragoza, elegido por los concejales primorriveristas, su
amigo M. de Pano le dedicó dos artículos: «Don Miguel Allué Salvador», La Acción Social, 4ª
época, 61 (enero de 1927), p. 7; y «D. Miguel Allué Salvador», La Novela de Viaje Aragonesa, IV,
63 (9 de mayo de 1928), p. 23, que fue su colaboración en el homenaje que le brindó esta
revista. En 1972 se inauguró su busto de bronce, sobre un pedestal de mármol y piedra, reali-
zado por Jorge Albareda. Los datos de este personaje en «Expediente Académico Personal de
Miguel Allué Salvador», Archivo Histórico del Instituto Goya de Zaragoza; F. Castán Palomar,
Aragoneses contemporáneos…, op. cit., pp. 34-37; y Teresa Marín Eced, Innovadores de la educación
en España. Becarios de la Junta para Ampliación de Estudios, Universidad de Castilla-La Mancha,
1991, pp. 42-45. Agradezco al becario de investigación, Luis Gonzaga Martínez del Campo,
que me facilitara el citado expediente.
120
M. Allué, «Crónica del Congreso Histórico Internacional…», op. cit., p. 155. A título representa-
tivo del diletantismo erudito se incluyó al conde de Samitier como correspondiente de la Real
Academia de la Historia, al conde de Bureta, en su calidad de Teniente de Hermano Mayor de
68
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
69
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
123 «Brindis del Sr. Presidente del Congreso D. Eduardo Ibarra», en el banquete celebrado el día
14 de octubre de 1908 (reproducido en M. Allué, «Crónica del Congreso Histórico
Internacional…», op. cit., p. 205).
124 E. Ibarra, «El centenario de los Sitios…», op. cit., p. 271. De estos especialistas, se contó con la
presencia de sir Charles Oman, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford,
representante de la Real Sociedad Histórica de Londres y autor de de la monumental A History
of the Peninsular War (7 vols., 1902-1930), que presentó un extracto del segundo volumen del
Diario del diplomático inglés Charles Vaughan. También asistió el numerario de la Universidad
sueca de Lund Arthur Stille con una comunicación sobre las relaciones comerciales entre
España y Suecia y el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Burdeos Marcel
Marion que disertó sobre «Le maréchal Suchet». A su lado, participaron historiadores militares
europeos como el comandante Bagés del Estado mayor de la Armada francesa cuya conferencia
trató de las campañas napoleónicas o el coronel portugués Abel Botelho que habló de las cam-
pañas combinadas del ejército anglo-hispano-portugués.
70
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
71
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
128
G. M. Vergara, «La Virgen del Pilar, los Sitios de Zaragoza y la Jota Aragonesa», en Publicaciones
del Congreso Histórico Internacional…, op. cit., t. V, p. 97. Su trayectoria intelectual en s.v. «Vergara
y Martín, Gabriel María», DHEC, pp. 660-661.
129 Manuel Lorenzo Casanovas Sanz, «Barbastrenses que más se distinguieron en los Sitios de
Zaragoza», en Publicaciones del Congreso Histórico Internacional…, op. cit., t. V, p. 118.
130
M. Allué, «Crónica del Congreso Histórico Internacional de la Guerra…», op. cit., p. 261. Allí
señala que el comité ejecutivo dirigió un ruego al Ayuntamiento de Zaragoza, «para que en las
calles y plazas públicas se esculpieran los nombres de tantos héroes como lucharon en los
Sitios» y una petición al Gobierno: los premios que debían otorgarse para publicar colecciones
de documentos o en los concursos bibliográficos nacionales o en las pensiones concedidas por
la Junta para la Ampliación de Estudios.
131 El político y erudito sevillano Gómez Imaz ganó el premio de 1.500 ptas. con el que estaba
dotado el premio de la Biblioteca Nacional (R. O. de 9 de julio de 1908) por la obra Los perió-
dicos en la Guerra de la Independencia (1808-1814), Madrid, Tip. de la Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos, 1910. Más adelante, el bibliotecario y profesor del Instituto de Castellón,
Luis del Arco, los completaría con su trabajo, La prensa periódica en España durante la Guerra de
72
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
135 Una relación de héroes y personajes que tuvieron nombres de calle, lápidas o inscripciones en
las fachadas de sus casas zaragozanas, en J. Blasco Ijazo, Los Sitios de Zaragoza y sus conmemora-
ciones…, op. cit., pp. 12-57 y 64-65.
136
Como ejemplos a añadir a los mencionados más arriba, de la variedad temática y profesional de
los «intelectuales» que «rindieron culto a la actualidad» con libros y artículos relativos a los
Sitios, recordaremos al arcediano de la catedral de Huesca Miguel Supervía con su folleto
sobre El P. Santander y los franceses en Huesca, 1810 a 1813. Al comisario de guerra Augusto C.
de Santiago Gadea que escribió un volumen dedicado a la Administración militar durante la
guerra en el que se destacaba la labor de Calvo de Rozas. Al catedrático de Medicina Patricio
Borobio y Díaz, que trató de estudiar el alma aragonesa en su discurso «Psicología popular de
los Sitios» leído en la inauguración del curso de 1908 a 1909 en la Academia Médico-
Quirúgica Aragonesa. Y, finalmente, mencionaré la conferencia impartida en el Casino
Mercantil por Ricardo Royo Villanova sobre «La medicina y los médicos en la época de los
Sitios de Zaragoza». Un comentario a estas obras en E. Ibarra, «Revista bibliográfica. Guerra de
Independencia», Cultura Española, 16, op. cit.
137 De la importancia capital que tuvieron los periodistas en la revitalización y perpetuación del
mito de los Sitios nos hablan los 131 artículos de prensa publicados, entre 1900 y 1938, en los
medios aragoneses (vid. H. Lafoz, La Guerra de la Independencia en Aragón…, op. cit., pp. 245-
251). Este autor nos proporciona una visión panorámica en su ponencia, «La contienda en
Aragón. Revisión historiográfica», en J. A. Armillas Vicente (coord.), La guerra de la
Independencia. Estudios. I, Zaragoza, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Institución
«Fernando el Católico», 2001, pp. 82-87.
74
CAPÍTULO III
138
La monografía más solvente acerca del autor es la realizada por W. Rincón, Vida y obra del
humanista aragonés Mariano de Pano y Ruata, op. cit.. Sin embargo, no deja de ser significativo
que a lo largo de las más de 500 páginas que tiene la obra siga los caminos de la hagiografía,
sin penetrar apenas en el análisis de la complejidad de una vida repleta de interrogantes socia-
les, ideológicos y políticos, quedándose en la superficie de acumulación de noticias y la mera
descripción cronológica de los 101 años que vivió Pano. Junto a algunos documentos y noti-
cias, en la elaboración de las siguientes páginas he utilizado lo que me ha parecido más intere-
sante del trabajo: la recopilación, catalogación y comentario de la «Obra literaria» de Pano que
presenta en las pp. 415-497.
75
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
139 Entre otros trabajos, Pano tradujo y publicó Las coplas del peregrino del Puey de Monçón: viaje á
la Meca en el siglo XVI, que iniciaba la Colección de Estudios Árabes dirigida por Ribera (Zaragoza,
Comas Hermanos, 1897). El libro contó con una introducción de otro aficionado ilustre al ara-
bismo, el académico Eduardo Saavedra. Una primera aproximación a los padres del arabismo
español cuyo núcleo inicial se desarrolló en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza en
s.v., «Codera y Zaidín, Francisco», «Ribera y Tarragó, Julián», y «Saavedra y Moragas, Eduardo»,
DHEC, op. cit., pp. 192-193, 524-525, y 531-532. Sobre Codera, que había nacido en el pueblo
oscense de Fonz (en el mismo que Pedro María Ric) y de quien Pano escribió un elogio necro-
lógico «Don Francisco Codera», El Noticiero (9 de noviembre de 1917), p. 3. (reproducido en el
Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes, 2 [1918], pp. 30-31), vid. el prólogo de María Jesús
Viguera, «Al-Ándalus prioritario. El positivismo de Francisco Codera», a la edición crítica de
F. Codera y Zaidín, Decadencia y desaparición de los almorávides en España, Pamplona, Urgoiti
Editores, 2004, pp. IX-CXXXVII.
140
Pano, que había sido alcalde de Monzón en 1880 y diputado por Huesca en 1886, presidió el
Ateneo de Zaragoza entre 1902 y 1906. La entidad de ahorro se abrió en 1905. Fundador y
primer presidente de la Liga Católica de Aragón (1903), siguió ocupando el cargo eternamen-
te desde 1906, en que cambia su nombre por el de Acción Social Católica hasta el 31 de
diciembre de 1948 fecha de su muerte. Como dato erudito, recordaremos que en la primera
Junta Directiva de la nueva asociación, ocupaba el cargo de vocal el X conde de Bureta,
Antonio López Fernández de Heredia (vid. José Estarán Molinero, Cien años de «Acción Social
Católica de Zaragoza» (1903-2003), Zaragoza, Acción Social Católica de Zaragoza, 2003, pp.
13-457; y la breve noticia del conde que proporciona Nuria Marín Arruego, La Condesa de
Bureta, Zaragoza, Editorial Comuniter, 1999, p. 179).
76
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
141 Julián Ribera recordaría a Tomás Ximénez de Embún y Mariano de Pano como los dos «espíri-
tus solitarios muy laboriosos, que ejercieron influencia decisiva en la vocación de Ibarra»
(«Contestación» a E. Ibarra, «Orígenes y vicisitudes de los títulos profesionales en Europa espe-
cialmente en España», Discurso leído ante la Real Academia de la Historia en el acto de recepción
pública el día 29 de febrero de 1920, Madrid, Tipográfica Renovación, 1920, p. 122). Ibarra dejaría
rastros de su amistad con Pano en diversos trabajos, por ejemplo, cuando recordaba «los ocho
documentos bilingües arábigo-latinos que encontré en unión con el Señor Pano al registrar el
archivo de la catedral de Tudela» («Cristianos y moros. Documentos aragoneses y navarros», en
el Homenaje a D. Francisco Codera en su jubilación del profesorado. Estudios de erudición oriental,
Zaragoza, Mariano Escar, Tipógrafo, 1904, p. 80); que remitía al artículo, firmado en colabora-
ción con Pano, «Los archivos de Tarazona y Tudela», Revista de Aragón, III, 4 (abril de 1902),
pp. 322-323. Por su parte, C. Riba García colaboró con «Mi Maestro de Paleografía (Un docu-
mento interesante para la Historia del Derecho Foral aragonés, hallado por el señor De Pano»,
en La Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis en Homenaje a su presidente Excmo. Sr. D.
Mariano de Pano y Ruata al cumplir los cien años, Zaragoza, Real Academia de Nobles y Bellas
Artes de San Luis, 1947, pp. 149-158; y, al año siguiente, publicó en la revista El Pilar, una
entrevista bajo el título «Estampas Pilaristas. Un colaborador de “El Pilar” nos revela el secreto
de sus 101 años» (reproducida en W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp. 117-118).
142
Las colaboraciones de Pano en las dos revistas están recogidas por W. Rincón, Vida y obra del
humanista…, op. cit., pp. 440-451.
143 E. Ibarra, «Bibliografías Críticas. Rafael Altamira y Crevea: Historia de España y de la civilización
española. Tomo III. Barcelona. Herederos de Juan Gili, editores, 1906. Un volumen de 749
páginas y 130 fotograbados», Cultura Española, IX (febrero de 1908), p. 33.
144 E. Ibarra, «Notas bibliográficas. Marcel Marion: La vente des biens nationaux pendant la
Révolution, avec étude speciale des ventes dans les departements de la Gironde et du Cher. Un volumen
en 4.º, de 448 páginas. París, Champion, editeur, 1908», Cultura Española, XVI (noviembre de
1909), p. 873.
77
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
145
La frase pertenece al discurso de Pano pronunciado en los Juegos Florales de 1901 (citada por
Francisca Soria Andreu, Las fiestas del Gay saber. El caso aragonés (1884-1905), Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico», 1995, p. 34; otras referencias a la actividad de Pano en las
pp. 53 y 70-103).
146 E. Ibarra, «Mariano de Pano y Ruata, C. de la Real Academia de la Historia: La Condesa de
Bureta doña María Consolación de Azlor y Villavicencio y el Regente D. Pedro María Ric y Monserrat.
78
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Defectos que tenían mucho que ver con las mismas virtudes del curio-
so y dilatado erudito cuyas preferencias sociales aristocratizantes y escasa-
mente democráticas quedaron reflejadas en su tardía decisión de escribir la
historia del heroico matrimonio formado por María de la Consolación de
Azlor y Pedro María Ric. Un hallazgo temático justificado en su trayectoria
de publicista, ensayista e historiador aficionado únicamente por la casuali-
dad surgida de la azarosa celebración de una conmemoración. En tal senti-
do, La Condesa de Bureta es un libro solitario, alejado del resto de la pro-
ducción histórica de Mariano de Pano. Un producto historiográfico fruto
de la arbitrariedad, de las urgencias recuperadoras creadas en torno al cen-
tenario de la Guerra de la Independencia. De hecho, de los 100 trabajos
que había publicado hasta 1907 ninguno de ellos se aproximaba al período
contemporáneo. Y, desde 1909, en los siguientes 184 escritos salidos de su
pluma, nunca volvería a comprometer su erudición en una materia similar o
cercana. De manera excepcional, en 1947, formando parte de los homenajes
que se le rindieron al cumplir cien años se editó La Condesa de Bureta y el
Regente Ric. Héroes de la independencia española, cuyo manuscrito guardaba
desde el verano de 1925147.
Después de todo, nuestro político y escritor vivió de cerca los aconteci-
mientos festivos de 1908. Y por las mismas razones que aceptó escribir el
texto ilustrativo de una de las postales de la colección «Patria y Fe», en el
que decía:
Han pasado cien años y parece que no ha pasado un solo día. La ban-
dera de Aragón es como entonces enseña de fe y de libertad. La francesa de
impiedad y tiranía. Un pueblo nobilísimo gime dolorosamente bajo sus plie-
gues. Abrámosle los brazos, venga a recuperar auras de fe junto al Pilar, bri-
sas de libertad a la sombra de la tradición aragonesa. ¡Honor a los Mártires
Episodios y documentos de los sitios de Zaragoza. Un volumen en 4.º, de 354 páginas. Zaragoza,
imprenta de M. Escar, 1908», Cultura Española, XIII (febrero de 1909), p. 126 (la reseña com-
pleta en las pp. 125-127).
147
M. de Pano, La Condesa de Bureta y el Regente Ric. Héroes de la independencia española. Segunda
parte. Episodios y documentos de la Guerra de la Independencia, Zaragoza, Talleres Editoriales de
«El Noticiero», 1947. Según la bibliografía recopilada por W. Rincón, Pano publicó 292 traba-
jos, como veremos sólo seis artículos y las dos partes del libro que aquí nos ocupan estuvieron
dedicados al período de la Guerra de la Independencia.
79
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
148 Se trataba de la postal número 11 dedicada a las ruinas del convento de Santo Domingo, impre-
sas por la Tipografía Casañal con motivo de la celebración del Centenario (citado por
W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp. 75-76). El comentario en Francisco Palá y W.
Rincón, Los Sitios de Zaragoza en la Tarjeta Postal, Zaragoza, Fundación 2008, 2005, pp. 143-144.
149
Así lo expresaba en el prólogo de La Condesa de Bureta. D.ª María Consolación de Azlor y
Villavicencio y el Regente Don Pedro M.ª Ric y Monserrat. op. cit., Zaragoza, Mariano Escar,
Tipógrafo, 1908, p. 21.
150
Considerado, junto a Félix Navarro, el arquitecto más importante de su época. Ricardo
Magdalena fue el director de las obras de la Exposición Hispano-Francesa. Una aproximación a
su trayectoria y obra en Ascensión Hernández Martínez, Ricardo Magdalena. Cien años de histo-
riografía sobre arquitectura aragonesa, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1997.
151 Vid. J. Martínez Verón, Arquitectura de la Exposición Hispano-Francesa…, op. cit., p. 116. La foto-
grafía de la lápida de la condesa colocada en la iglesia de San Felipe y Santiago donde fue ente-
rrada, la reprodujo M. de Pano en la segunda parte de su obra (op. cit., entre las pp. 192-193),
recordando que su bisnieto el conde Antonio Fernández de Heredia y Fernández de Navarrete,
en 1908, consideró más prudente que los recuerdos de familia «adoptar la indicación del libro
de D. Mario de la Sala Valdés» (p. 200).
80
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
152
Las palabras entrecomilladas y la cita pertenecen a la introducción realizada por Pano donde
expone su idea de lo que debía ser el «Álbum-Crónica» de la exposición y la finalidad del
mismo: «guardar decorosamente el recuerdo de la admirable Exposición de las Artes Retros-
pectivas, principal atractivo del Centenario de los Sitios. Finalidad que no puede llenarse sin
rendir tributo de admiración hacia el Prelado ilustre que la concibió, hacia el modesto sacer-
dote que la llevó a realidad y hacia el ilustre extranjero que la dio a conocer en los centros artís-
ticos de la culta Europa» (Exposición Retrospectiva de Arte.- 1908, op. cit., pp. 1-2, 3 y 4). Más ade-
lante puntualizará cuál fue la génesis de la edición y sus principales características en su
artículo «Real Junta del Centenario de los Sitios de 1808-1809. Exposición retrospectiva de
Arte 1908», El Noticiero (3 de enero de 1911), p. 2. Bajo el patrocinio oficial se publicaron
también el Álbum oficial descriptivo de la Exposición Hispano-Francesa, Zaragoza 1908, Barcelona,
Tip. Castillo, 1908; y el mencionado Libro de Oro dirigido por R. Pamplona Escudero.
81
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
153 M. de Pano, La Condesa de Bureta. D.ª María Consolación de Azlor…, op. cit., p. 135.
154
H. Lafoz Rabaza, La Guerra de la Independencia en Aragón…, op. cit., p. 227; y Zaragoza, 1908.
Revolución y guerra, Zaragoza, Comuniter, 2006, pp. 15-16. Pano titula su capítulo XII, «El espí-
ritu público en el primer Sitio de Zaragoza» (op. cit., pp. 133-138); por lo demás, siempre justi-
ficará la salida de los nobles de Zaragoza, v.gr. el duque de Villahermosa (pp. 140-141), sólo
descalificando de manera sumaria la detención del conde de Fuentes «uno de lo pocos nobles
afrancesados» (ibídem, p. 140).
155
M. de Pano, La Condesa de Bureta. D.ª María Consolación de Azlor…, op. cit., pp. 16-17.
156 Ibídem, p. 20.
82
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
157
En el prólogo a la segunda parte de la obra, el periodista Victoriano Navarro, no dudará en elo-
giar el acierto de Pano «de emplear el método expositivo –como recomendara el gran historia-
dor alemán Leopoldo Ranke– relatando los hechos escuetamente y dejando al lector el arbitrio
de enjuiciar lo pasado y formar su criterio sobre los acontecimientos que en las páginas del
libro quedan reflejados» (La Condesa de Bureta y el Regente Ric…, op. cit., p. 7).
158 M. de Pano, La Condesa de Bureta. D.ª María Consolación de Azlor…, pp. 132 y 183 (otra referen-
cia a la intervención prodigiosa de la Virgen en la p. 109).
83
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
159 M. de Pano, La Condesa de Bureta. D.ª María Consolación de Azlor..., op. cit., p. 93. Años más tarde,
ante la propuesta del concejal Manuel Marraco de dedicar una calle al conde Aranda –considera-
do, junto a Servet y Costa, uno de los tres aragoneses más célebres–, Pano volvería a incidir en el
perfil anticristiano de quien expulsó a la Compañía de Jesús de España en su artículo «El conde
de Aranda y la calle del Portillo», La Acción Social, 5.ª época, 3 (15 de marzo de 1918), p. 3.
160 Ibídem, p. 133.
161
Ibídem, pp. 15-16.
84
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
162 Ibídem, pp. 9-15 (la cita en la p. 13). A lo largo del prólogo, firmado en Monzón el 1 de
diciembre de 1907, explica el contenido de la documentación conservada. También comenta
que el biznieto de la condesa le franqueó «toda la doumentación, que así he podido estudiar
tranquilamente en mi casa y a toda mi satisfacción» (pp. 13-14). La estrecha relación con su
«amigo Paco Otal» quedaría sellada institucionalmente cuando Pano realice la «Contestación al
discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Luis de Don Francisco Otal y
Valonga, Barón de Valdeolivos», publicada en el Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes, 15
(junio de 1933), pp. 41-45. El discurso se había leído el 26 de junio de 1932 y, además de
resaltar la dedicación a los escudos nobiliarios del nuevo académico, recordaba a sus ascen-
dientes Pedro María Ric y su esposa la condesa de Bureta. Como no podía ser de otra manera,
Francisco Otal sería el encargado de abrir el libro de homenaje que la Academia dedicó a Pano
en 1947 (vid. W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp. 491 y 241).
163 M. de Pano, «La Torre Nueva en los Sitios», Revista Aragonesa, I (julio-octubre, 1907), pp. 293-
296; la solicitud que envío el 23 de diciembre de 1907, fue publicada como «Los ejércitos
inglés y portugués en el Centenario», El Noticiero (1 de enero de 1908), p. 1.
164
M. de Pano, «Una orden del Barón de Warsage», El Noticiero (15 de marzo de 1908), p. 1.
Utilizó el oficio del barón y las cartas con Ric en las pp. 256-260 del libro; y dedicó al episodio
85
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
el capítulo XV, «El Hospital de Nuestra Señora de Gracia», narrando la heroica actuación de la
condesa (pp. 157-164).
165
M. de Pano, «La condesa de Bureta», Diario de Avisos (14 de junio de 1908), p. 1.
166
M. de Pano, «El inglés Sir Carlos Guillermo Doyle y su plan de socorro a Zaragoza», en el tomo
II de las Publicaciones del Congreso Histórico Internacional…, op. cit., pp. 73-92. Estas páginas las
utilizó para elaborar el capítulo XXII, «Ingleses y heroínas.- El Edecán de Doyle.- Castaños en
Zaragoza», del libro (pp. 221-230). Con todo las comunicaciones de Doyle le servirán como
hilo conductor a lo largo de la obra, siendo significativo que la primera parte de La Condesa de
Bureta termine con una carta del «amigo» inglés (pp. 339-340).
167
La composición de la sección 5.ª del Congreso que presidía Pano, en M. Allué, «Crónica del
Congreso Histórico Internacional…», op. cit., p. 161 (el resto de las seis secciones en las
pp. 160-162). Una vez publicado el libro, todavía utilizaría la documentación consultada para
dar a conocer la carta enviada por el marqués de Lazán a su prima la condesa de Bureta sobre
la batalla de Alcañiz celebrada el 23 de mayo de 1809, en el artículo «Alcañiz y su Centenario»,
El Noticiero (23 de mayo de 1909), p. 1.
86
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
en el primer sitio, enseñaba Palafox con orgullo al general inglés Doile (sic)
las ruinas de Zaragoza, y éste alababa asombrado la heroica resistencia de
una ciudad sin ejército y sin murallas»168. Sin embargo, como historiadores
que estaban comenzando a dar forma a un compromiso de distanciamiento
con el objeto investigado, difícilmente podían admitir la historiografía de
partido y el revisionismo partisano representado por el aficionado Mariano
de Pano. Creada en la trastienda de la historia universitaria, La Condesa de
Bureta aparece como un testimonio de un tiempo historiográfico que ya no
era el suyo. Un arcaísmo aplaudido por la prensa y el público de las «clases
directoras» zaragozanas cuya creencia en el concepto de tradición se fundía
con la perpetuación histórica de elementos tales como las relaciones de
poder o de la propiedad y la sumisión del pueblo a las elites, a los militares
y los héroes.
A fin de cuentas, esta era la interpretación que inspiraban los treinta y
tres capítulos de una obra tejida sobre el cañamazo de la erudición y la
visión romántica de una mujer combativa que acepta la lucha contra el mal
representado en la figura del «tirano de Europa», Napoleón Bonaparte. A lo
largo de las 340 páginas del texto —más el apéndice y otros documentos—,
las vidas de la ardorosa condesa y la de su futuro marido, el sereno e
impertubable «montañés» Pedro M.ª Ric, superan con rapidez el plano de
lo biográfico para integrarse en el espacio político nacional de la guerra y
en la crónica puntual de los acontecimientos que vivió Zaragoza durante
los Sitios. Al lado de los delirios de identidad aragonesa y la configuración
de los franceses como el «enemigo» («son ciertamente inhumanos y peores
que fieras»)169, el escritor de Monzón subordina los sucesos derivados del
primer asedio para realzar de manera significativa la figura de «La
Heroína» y la del Regente de la Audiencia de Aragón, «considerado como
el segundo mando de la región»170.
168 E. Ibarra, «El Centenario de los Sitios y los estudios históricos», op. cit., p. 269.
169
Carta del marqués de Lazán a la condesa de Bureta, Tarragona, 5 de abril 1809 (reproducida
en M. de Pano, La Condesa de Bureta…, op. cit., p. 333).
170 Ibídem, p. 203. El capítulo XVII lo dedicaba al nacimiento de la heroína (pp. 169-176). La rela-
ción familiar de los Ric con las magistraturas de la Audiencia en J. Francisco Baltar Rodríguez,
Los ministros de la Real Audiencia de Aragón (1711-1808), Zaragoza, El Justicia de Aragón, 2007,
pp. 182-184.
87
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Momento crucial del relato, son las imágenes de la derrota las que per-
miten a Pano resaltar la fe en las fuerzas de los héroes que nunca fallan y,
aunque caídos, triunfan moralmente sobre los vencedores. Frente a la
catástrofe que supuso la entrada del «villano» mariscal Lannes se impone el
sacrificio de la «mujer de valor sin segundo» cuya «razón se sobrepuso al
corazón» para continuar la lucha, una vez retirada con sus hijos en el pue-
blo de Fonz. Frente a la desesperación resurge la voluntad resistente del
reaccionario irreductible Pedro M.ª Ric que «iba apareciendo más patriota a
171
M. de Pano, La Condesa de Bureta…, op. cit., p. 321.
172 Ibídem, p. 306. Sobre la importancia de la muerte sangrienta como un valor que contribuye a la
construcción de los mártires y los héroes, vid. P. Rújula López, «Conmemorar la muerte, recor-
dar la historia. La Fiesta de los Mártires de la Tradición», Ayer, 51 (2003), pp. 67-85.
88
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
89
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
178
El fenómeno era viejo, lo nuevo fue la extensión y magnitud que alcanzó a partir de 1939. De
hecho, como han apuntado algunos historiadores, desde 1808 todo el siglo XIX se caracterizó
por una «cultura de la guerra civil» (vid. Enric Ucelay-Da Cal, «Tristes tópicos: supervivencia
discursiva en la continuidad de una “cultura de guerra civil” en España», y Jordi Canal,
«Guerra civil y contrarrevolución en la Europa del sur en el siglo XIX: reflexiones a partir del
caso español», incluidos en el dossier «Las guerras civiles en la España contemporánea», Ayer,
55 (2004, 3), pp. 83-105 y 37-60, respectivamente. Y P. Rújula López en «La guerra como
aprendizaje político. De la guerra de la Independencia a las guerras carlistas», Actas de las I
Jornadas de estudios del carlismo, op. cit. Por lo demás, para la guerra civil de 1872-1876 como
precedente de la invención por parte del nacionalismo español de un «enemigo interior» –en
aquellos momentos, los carlistas–, vid. Fernando Molina Aparicio, «Una nación en armas contra
sí misma. Movilización patriótica, ciudadanía y nacionalismo en España (1868-1876)», en J.
Moreno Luzón (ed.), Construir España. Nacionalismo español y procesos de nacionalización,
Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 105-126, donde resume y
organiza ideas expuestas en su libro La tierra del martirio español. El País Vasco y España en el
siglo del nacionalismo, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005.
179
Miguel Maura, Así cayó Alfonso XIII. De una dictadura a otra, Madrid, Marcial Pons Historia,
2007, p. 452. Un apunte sobre la representación simbólica y la formalización en la «España
nacional» de las producciones discursivas sobre los «enemigos», en Francisco Sevillano Calero,
Rojos. La representación del enemigo en la guerra civil, Madrid, Alianza Editorial, 2007 (especial-
mente las pp. 19-42).
90
CAPÍTULO IV
180 Recordaremos que en 1919 se intentó reeditar en pequeño una muestra artística entre los dos
países, vid. Libro de oro de la Exposición Hispano Francesa de Bellas Artes celebrada en la Lonja de
Zaragoza durante los meses de mayo y junio de 1919, Madrid, Mateu, 1919. En 1916 y 1917 se
habían celebrado dos exposiciones homónimas en Barcelona y Madrid, vid. Concepción
Lomba, «Una fiesta de formas, volúmnes y colores…», op. cit., p. 138; y La Plástica contemporá-
nea en Aragón: 1876-2001, Zaragoza, Ibercaja, 2002, pp. 98-101. Como veremos, en 1956, se
celebraron una serie de conferencias en recuerdo de la Hispano-Francesa. Y más recientemen-
te , coordinada por Carmen Guallar y Sabina La Sala, se celebró la exposición La Modernidad y
la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza de 1908. Paraninfo de la Universidad de Zaragoza,
diciembre 2004- febrero 2005, op. cit.
91
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
181 La Acción Social, 10 (12 de octubre de 1917), p. 3. Más adelante, en 1925, afirmaría que
«Sevilla prepara su Exposición Hispano-Americana: lo que ya debió haber realizado Zaragoza
en 1908, en lugar de aquella ridícula francesada», La Acción Social, 46 (octubre de 1925), p. 10.
182
El dictamen presentado por E. Ibarra ante la Real Academia de la Historia en 1921 sirvió para
fijar el Escudo de Aragón hoy vigente (Informe acerca de cuál de los tres escudos sea el que más
exactamente corresponde a Aragón, edición facsímile, introducción de Guillermo Fatás, Guillermo
Redondo y Alberto Montaner, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1994). Sobre el
tema vid. los estudios de G. Fatás y G. Redondo, Blasón de Aragón. El Escudo y la Bandera,
Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1995; y el de A. Montaner, El Señal del Rey de Aragón:
historia y significado, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995.
183 Vid. Ricardo del Arco y Garay, El Real Monasterio de San Juan de la Peña: la Covadonga de
Aragón…, Jaca, F. de las Heras, 1919. Con tino y perspicacia la trayectoria de este «expoliador
documental» aragonés, ha sido trazada por Juan Carlos Ara Torralba, «“Por la copia”. Los
hallazgos de Ricardo del Arco», en José-Carlos Mainer y José María Enguita (eds.), Cien años de
Filología en Aragón. VI Curso sobre Lengua y Literatura en Aragón, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 2006, pp. 9-25. Para el modelo que iba a representar Covadonga cuyo
centenario se había celebrado el 8 de septiembre de 1918, vid. Carolyn P. Boyd, «Paisajes míti-
cos y la construcción de las identidades regionales y nacionales: el caso del santuario de
Covadonga», en C. P. Boyd (ed.), Religión y política en la España contemporánea, Madrid, Centro
de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 271-294.
92
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
184 Vid. E. Fernández Clemente, «Sobre los orígenes de la moderna historiografía medieval arago-
nesa: el II Congreso de Historia de la Corona de Aragón», en Aragón en la Edad Media. VIII. Al
profesor emérito Antonio Ubieto Arteta en homenaje académico, Zaragoza, Universidad de Zaragoza,
Facultad de Filosofía y Letras, 1989, pp. 249-256; y Gente de orden. Aragón durante la dictadura
de Primo de Rivera, 1923-1930. 2. La sociedad, Zaragoza, Ibercaja, 1996, pp. 405-406.
185 Vid. W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., p. 299. Sobre el arqueólogo aragonés Juan
Cabré Aguiló, vid. su voz en el DHEC, op. cit., pp. 146-147; y las distintas colaboraciones del
catálogo de la exposición editada por J. Blánquez Pérez y B. Rodríguez Nuere, El arqueólogo
Juan Cabré (1882-1947). La fotografía como técnica documental, Madrid, Museo de San Isidro. Del
24 de junio al 31 de octubre de 2004, Madrid, Instituto del Patrimonio Histórico Español-
Universidad Autónoma de Madrid-Museo de San Isidro, 2004.
186
E. Fernández Clemente, Gente de orden…, 4. La cultura, op. cit., p. 53; y el panorama que traza
Concha Lomba, «El asociacionismo artístico en Aragón entre 1900 y 1936», Artigrama, 14
(1999), pp. 415-432; y Santiago Parra de Más, SIPA. Sindicato de Iniciativa y Propaganda de
Aragón, Zaragoza, Ibercaja, 2004, pp. 73-96.
93
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
187
Vid. Alfredo Romero Santamaría, «La fotografía: necesidad y afición burguesas», en el catálogo
de la exposición Luces de la ciudad. Arte y cultura en Zaragoza 1914-1936, Zaragoza, Gobierno
de Aragón, Ayuntamiento de Zaragoza, 1995, pp. 151-160. Y en general, el capítulo que le
dedica E. Fernández Clemente en Gente de orden. 2. La sociedad…, op. cit., pp. 307-335.
188 Intentos de manipulación que comenzaron en el mismo cementerio. Así, P. Salomón recuerda
que, pasado el entierro sin incidentes, éste se convirtió en un motivo de enfrentamiento entre
los anticlericales y la Iglesia católica por el deseo de cada bando de atribuirse al difunto. Al año
siguiente, con motivo de la colocación de la primera piedra del mausoleo dedicado a Costa
–acto oficial al que acudió el Ayuntamiento excepto su minoría conservadora– se produjeron
incidentes (Anticlericalismo en Aragón…, op. cit., pp. 274-275). Para la utilización política de su
figura vid. E. Fernández Clemente, Estudios sobre Joaquín Costa, Zaragoza, Universidad de
Zaragoza, 1989, pp. 311-319; Carlos Serrano Lacarra, «Tratamiento, interpretaciones y mitifica-
ción de la figura de Joaquín Costa a través de la prensa aragonesista», Anales de la Fundación
«Joaquín Costa», 13 (1996), pp. 313-559; y José Domingo Dueñas Lorente, Costismo y anarquis-
mo en las Letras Aragonesas, Zaragoza, Edizions de l’Astral, 2000. Y, en general, los diferentes
textos que componen el catálogo de la exposición dirigida por José Antonio Hernández Latas,
La imagen de Joaquín Costa. 14 de septiembre de 1996. Exposición iconográfica en el 150 aniversario
del nacimiento de Joaquín Costa, Huesca, Ediciones Suelves, 1996.
189 El busto del periodista Mariano de Cavia, modelado en bronce por José Bueno e inaugurado el
3 de julio de 1921 por Vicente Blasco Ibáñez en la plaza de Aragón, fue el primero en alzarse
en la vía pública de Zaragoza (vid. J. Blasco Ijazo, «La plaza que tiene cuatro bustos conmemo-
rativos», ¡Aquí… Zaragoza!, IV, op. cit., pp. 61-62; y «La escultura conmemorativa en los inicios
del siglo XX. Su incidencia en Zaragoza», op. cit., p. 74).
190 Con motivo de su jubilación en la cátedra, Santiago Ramón y Cajal fue homenajeado en el
salón de actos de la Facultad de Medicina de Zaragoza, el 1 de mayo de 1922, descubriéndose
94
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
del poeta Marcos Zapata y del escritor Eusebio Blasco, Francisco de Goya
el pintor de los Desastres y el 2 de Mayo casi «olvidado» durante las celebra-
ciones centenarias de 1908, tuvo su centenario oficial y un controvertido
Rincón erigido por el arquitecto Fernando García Mercadal191. Y los nom-
bres de todos ellos pasaron a formar parte de la toponimia urbana de las
ciudades y pueblos aragoneses. Durante la Dictadura de Primo de Rivera
los ritos de las «cenizas ilustres», las inauguraciones, placas conmemorati-
vas y primeras piedras resurgieron con fuerza en un intento de volver a
fijar el pasado colectivo y restaurar la conciencia de continuidad rota por
los conflictos sociales y movilizaciones obreras de los primeros años veinte.
Así las cosas, la Zaragoza de la gente de orden y del crecimiento urba-
no que, en julio de 1928, festejaría la esperada llegada del ferrocarril inter-
nacional de Canfranc, vería ampliada su condición de espacio público espa-
un busto suyo realizado por Mariano Benlliure. Unos meses más tarde, el domingo 1 de octu-
bre de 1922, coincidiendo con la apertura del curso universitario se organizó un acto académi-
co que terminó con el descubrimiento de una estatua de cuerpo entero, también realizada por
Benlliure, que preside las escaleras del Paraninfo. En ambos actos Cajal excusó su presencia.
Las noticias en Heraldo de Aragón (martes 2 de mayo de 1922, p. 2; y martes 3 de octubre de
1922, p. 1). Por su parte, en el Ayuntamiento de Zaragoza se presentó una propuesta para dedi-
carle un monumento en la plaza de Aragón, sin embargo, se desechó la iniciativa porque «en el
Presupuesto aprobado para el ejercicio 1922-23 no existe consignación en la que pueda aten-
derse a ese gasto de veinte mil pesetas» (Archivo Municipal del Ayuntamiento de Zaragoza.
Sección de Gobernación. 1922. Caja 3703. N.º de Registro General 852) (en adelante AMZ).
Más barato debió parecer al consistorio dar el nombre de Cajal a la calle del Sepulcro en el
barrio de Casetas (AMZ. Sección de Gobernación. 1922. Caja 3703. N.º de Registro General
1906). En mayo de ese mismo año, el Instituto de Huesca realizó un homenaje compartido a
Costa y Cajal (Heraldo de Aragón, 6 de mayo de 1922, p. 1).
191
Vid. Ricardo Centellas, «La conmemoración del centenario de Goya en 1928», en el catálogo de
la exposición Luces de la ciudad. Arte y cultura en Zaragoza…, op. cit., pp. 179-194. Como apunta
el profesor Mainer, en 1936, el edificio del Rincón de Goya pasó a manos de Falange y luego
de su Sección Femenina, que lo desfiguraron concienzudamente. Y así sigue en la actualidad
(«Los días convulsos: la cultura en Aragón entre 1931 y 1939», en Ángela Cenarro Lagunas y
Víctor Pardo Lancina [eds.], Guerra civil en Aragón. 70 años después, Zaragoza, Gobierno de
Aragón, Departamento de Educación, Cultura y Deporte–Comarca de Los Monegros, 2006,
p. 215). Para la escasa presencia de Goya en la Exposición de Arte Retrospectivo de la Hispano-
Francesa y las invectivas lanzadas contra su técnica y temáticas por el inefable catedrático de
Derecho Canónico de la Facultad de Zaragoza, Juan Moneva Puyol (1903-1941), vid. las escasas
dos páginas y cuatro láminas «Goya en la Exposición Retrospectiva en Zaragoza», que le dedi-
caron en la Exposición Retrospectiva de Arte.-1908, organizada bajo los auspicios del Excmo. Sr.
Arzobispo de Zaragoza…, op. cit., pp. 101-102, láms. 26-30 (la obra constaba de 358 pp. y 115
il.); y el artículo de F. J. Jiménez Zorzo et alii, «El verano más hermoso», op. cit., pp. 58-59.
95
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
192
J.-C. Mainer, «Obertura para las luces de una ciudad (adagio, andante, agitato)», en el catálogo
de la exposición Luces de la ciudad. Arte y cultura en Zaragoza 1914-1936…, op. cit., p. 16.
193
Vid. José Ramón Marcuello, Manuel Lorenzo Pardo, Madrid, Zaragoza, Colegio de Ingenieros
Canales y Puertos, Ibercaja, 1990.
194 La historia de la Academia ha sido escrita por los historiadores militares Carlos Blanco Escolá,
La Academia General Militar de Zaragoza (1928-1931), Barcelona, Labor, 1989; y José Izquierdo
Navarrete, José Ramón Ortiz de Zárate, y Ángel Aparicio Cámara, La Academia General Militar:
crisol de la oficialidad española, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2001.
96
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
195 Palabras reproducidas por J. Blasco Ijazo, ¡Aquí… Zaragoza!…op. cit., IV, p. 88 y VI, p. 42.
Resulta indicativo de las estrechas vinculaciones establecidas por el director de la Academia
con los miembros de la sociedad conmemorativa zaragozana el hecho de que, el 8 de mayo de
1928, la Comisión Permanente del Ayuntamiento de Zaragoza aprobó la decisión personal del
alcalde, M. Allué Salvador de rotular con el nombre de Francisco Franco a una calle de la ciu-
dad. En el libro de actas se recoge: «El Sr. Presidente dijo que haciendo uso de la autorización
que le fue concedida por el Pleno para dar nombre a dos calles del Arrabal, había resuelto lla-
mar calle del General Franco a la calle de Juslibol que da acceso al parque Ibort, como muestra
de simpatía a tan ilustre caudillo, primer director de la Academia General Militar y el de don
Gregorio Arista a la que se ha abierto a la izquierda y que conduce a la Arboleda. La placa de la
primera se colocaría coincidiendo con la inauguración de la Academia» (AMZ. Libro de actas de
la Comisión Permanente del Ayuntamiento de Zaragoza, n.º 260, año 1928). Durante la II
República el rótulo del general Franco desaparecería de esa calle que tomaría el nombre de
Sixto Celorrio. Agradezco esta información a L. G. Martínez del Campo.
196 J.-C. Mainer, «Los días convulsos: la cultura en Aragón entre 1931 y 1939», op. cit., p. 226. De la
abundante bibliografía sobre el tema, la más completa exposición sobre el triunfo del golpe
97
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
noviembre de 1936, de las prensas locales salió una de las obras que, diri-
gidas a justificar el golpe de los sublevados como un movimiento contra-
rrevolucionario preventivo, fabricaron la leyenda de la revolución inminen-
te preparada por los «rojos»197. En este panfleto, además de afirmar que tan
sangrienta revolución estaba prevista para el 20 de julio («En Valladolid se
halló la guillotina en la Casa del Pueblo y una lista de hasta 10.000 perso-
nas que habían de perecer»)198, se legitimaba la reacción insurreccional de
una España frente a la insurrección práctica de la otra, con las siguientes
palabras:
militar en Zaragoza en Julia Cifuentes Chueca y Pilar Maluenda Pons, El asalto a la República.
Los orígenes del franquismo en Zaragoza (1936-1939), Zaragoza, Institución «Fernando el
Católico», 1995, pp. 13-30. Y por tratarse del testimonio propagandístico de un autor que apa-
recerá mas adelante como biógrafo de Palafox, mencionaremos las páginas que le dedica José
García Mercadal en Frente y retaguardia, Zaragoza, Tip. La Académica, 1937, pp. 131-151.
197 Juan M. de Mata, ¡¡España!! Apuntes histórico-críticos sobre el alzamiento de la patria contra la inva-
sión masónico-bolchevique. Dedicado especialmente a los patriotas de las regiones «leales», Zaragoza,
Imprenta Editorial Gambón, 1936.
198 Ibídem, p. 11, citado por Josep Fontana, «Reflexiones sobre la naturaleza y las consecuencias
del franquismo», en J. Fontana (ed.), España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica, 2000,
p. 11, n. 2.
199 Ibídem, pp. 8-9, citado por F. Sevillano Calero, Rojos. La representación del enemigo…, op. cit.,
pp. 24-25.
98
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
200 Como señala Alberto Reig Tapia, el mito de la Cruzada fue el más grande de todos los mitos,
«pues de él, derivan los demás», siendo la obra más emblemática de todas las que proliferaron
por entonces la realizada por Joaquín Arrarás, Ciriaco Pérez Bustamante y Carlos Sáenz de
Tejada, Historia de la Cruzada española, Madrid, Eds. Españolas, 1939-1944 (La Cruzada de
1936. Mito y memoria, Madrid, Alianza Editorial, 2006, p. 128, n. 31). Aquí también se recuerda
que el despiece riguroso de esa obra se realizó en el clásico libro de Herbert R. Southworth, El
mito de la cruzada de Franco. Crítica bibliográfica, París, Ruedo Ibérico, 1963 (reed. Barcelona,
Plaza & Janés, 1986).
201
Como señala Xose Manoel Núñez Seixas, convertida, junto al Apóstol Santiago, en icono de la
defensa del catolicismo frente a las invasiones extranjeras desde el 12 de octubre de 1936, la
Zaragoza rebelde celebraría el mito de la Virgen que sería «ampliamente difundido por la
publicística franquista de guerra, empezando por los romanceros y cancioneros destinados a
los soldados en los frentes, con su mezcla de folclorismo baturro, religiosidad y retórica patrió-
tica» (¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la guerra civil española (1936-
1939), Madrid, Marcial Pons Historia, 2006, pp. 241 y 291). A su lado, vid. Guliana Di Febo, La
santa de la raza: Teresa de Ávila, un culto barroco en la España franquista (1937-1962), Barcelona,
Icaria, 1988, pp. 35-43.
202 Zira Box, «El calendario festivo franquista: tensiones y equilibrios en la configuración inicial de
la identidad nacional del régimen», en J. Moreno Luzón (ed.), Construir España. Nacionalismo
español y procesos de nacionalización, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2007, p. 281.
99
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
203
Vid. Á. Cenarro, «La Reina de la Hispanidad. Fascismo y nacionalcatolicismo en Zaragoza,
1939-1945», Revista de Historia Jerónimo Zurita, 72 (1997), pp. 91-101. En esta línea, siguiendo
a G. Di Febo (Ritos de guerra y de Victoria en la España franquista, Barcelona, Desclée de
Brouwer, 2002), Z. Box recuerda que, junto con la narración mítica de la Victoria, el régimen
ritualizó su mito fundacional a través de una serie de celebraciones y conmemoraciones que
impregnaron buena parte de la vida española de los años cuarenta («Secularizando el
Apocalipsis. Manufactura mítica y discurso nacional franquista: la narración de la Victoria»,
Historia y Política, 12 (2004/2), pp. 133-160). Finalmente, la conversión de Franco en un
Caudillo providencial «por la gracia de Dios», en G. Di Febo, «La cruzada y la politización de lo
sagrado. Un Caudillo providencial», en Susana Sueiro (coord.), Fascismo y franquismo cara a
cara: una perspectiva histórica, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004, pp. 83-99.
204
«El Congreso Mariano Nacional», El Pilar, 1940, p. 602. El estudio simbólico de estas celebra-
ciones extendidas desde el 31 de diciembre de 1939 al 17 de diciembre de 1940 (incluido el
Congreso Mariano Nacional, 8-12 de octubre), en I. Peiró y P. Rújula, «El pasado imaginado:
mitos y símbolos del Aragón contemporáneo», en Pere Anguera et alii, Símbols i mites a
l’Espanya contemporània, Reus, Edicions del Centre de Lectura, 2001, pp. 151-155.
100
CAPÍTULO V
205
Una brillante síntesis de la ebullición cultural y artística de la Zaragoza de los años veinte y
treinta en J.-C. Mainer, «Los días convulsos: la cultura en Aragón entre 1931 y 1939», op. cit.,
pp. 209-231.
206 F. Jardiel, El VIII Centenario de la Reconquista de Zaragoza por D. Alfonso I el Batallador: Cartilla
de vulgarización y propaganda, Zaragoza, Junta del Centenario, 1918; J. Blasco Ijazo, ¡Aquí…
Zaragoza!…, op. cit., I, pp. 106-113; y W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp. 296-
298.
101
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
207
Según W. Rincón la justificación oficial de la suspensión de los actos fue «a causa de no haber
sido aprobados los presupuestos de la Nación en que se consignaban las partidas correspon-
dientes a la celebración de los festejos» (Vida y obra del humanista…, op. cit., p. 298). También
se pospuso sine die la exposición proyectada de retratos de aragoneses o pintados por éstos,
que nunca se llegó a celebrar. Entre los actos se encontraba el de poner la primera piedra del
monumento a Alfonso I el Batallador, obra encargada al escultor zaragozano José Bueno por la
Junta de este centenario.
208 Dos monografías que analizan en profundidad la conflictividad social en la ciudad son las de
Laura Vicente Villanueva, Sindicalismo y conflictividad social en Zaragoza (1916-1923),
Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1993; y José Ignacio Bueno Madurga, Zaragoza,
1917-1936. De la movilización popular y obrera a la reacción conservadora, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 2000.
209 E. Fernández Clemente, La Cámara de Comercio e Industria…, op. cit., p. 76.
210
El cardenal Soldevila fue asesinado por Rafael Torres Escartín y Francisco Ascaso el 4 de junio
de 1923. El asesinato del prelado se situaba en el marco de la lucha sangrienta que caracteriza-
ba las relaciones entre la patronal y el sindicalismo a comienzos de los años veinte en España.
Así, a la muerte del dirigente anarcosindicalista Salvador Seguí, los cenetistas respondieron con
el asesinato del cardenal de Zaragoza (vid. C. Forcadell, «Zaragoza 1917-1923: conflictividad
social y violencia. El asesinato del cardenal Soldevila», en E. Fernández Clemente y C.
Forcadell, Aragón contemporáneo. Estudios, Zaragoza, Guara, 1986, pp. 207-220; y P. Salomón,
Anticlericalismo en Aragón…, op. cit., pp. 276-277). M. de Pano dedicaría dos artículos a su amigo
el cardenal que durante años había apoyado la acción social y el sindicalismo católico: «La
Fiesta de la Raza. Los dos Prelados», La Acción Social, 22 (octubre de 1923), pp. 1-3, donde
glosa las figuras del obispo chileno Ángel Jara y de Juan Soldevila, sepultado en el Pilar, bajo
uno de los grupos de las banderas hispanoamericanas; y «La sepultura del Cardenal Soldevila»,
La Acción Social, 23 (noviembre de 1923), pp. 1-3.
102
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
211 Los proyectos del parque se habían aprobado en 1922 y fue inaugurado en mayo de 1929 (vid.
J. Delgado, Un parque para el siglo XXI: 75 aniversario del parque Primo de Rivera (Zaragoza,
1929-2004), Zaragoza, Ayuntamiento, 2004).
212
Como se ha señalado más arriba, fue una imposición al escultor de Florencio Jardiel. El retrato
del rey aragonés Alfonso I, lo había pintado Pradilla, en 1879, por encargo del Ayuntamiento
de Zaragoza. Fue el modelo utilizado por el escultor y el arquitecto al realizar la monumental
escultura, entre otras razones, porque su cabeza representaba «aquella dura energía y fiera
rudeza, aquel indomable y áspero carácter que tiene el tipo aragonés» (vid. A. Azpeitia y J. P.
Lorente, Aragón en la pintura de historia, op. cit., pp. 29-80; y J. P. Lorente, El arte de soñar el
pasado. Pinturas de Historia en las colecciones zaragozanas, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza,
1996, pp. 153-154 y 312-314). Por otra parte, Pradilla no había querido participar en la
Exposición de 1908, ni recibir entonces el homenaje del Ayuntamiento de Zaragoza. Sin
embargo, una vez fallecido (1 de noviembre de 1921), las fuerzas vivas de la ciudad encabeza-
das por Mariano de Pano se apropiaron de su figura al promover el homenaje que la Academia
de San Luis le realizó en junio de 1923 (W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp.
199-200, y, Francisco Pradilla, 1848-1921..., op. cit., pp. 73-74). Sobre el escultor de Alfonso I el
Batallador, vid. José Ramón Morón Bueno, José Bueno, 1884-1957 (1er Centenario). Félix Burriel,
1888-1976. Exposición Antológica, Zaragoza, Excmo. Ayuntamiento, 1984.
103
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
213 M. de Pano, «Il Fascio», La Acción Social, 12 (diciembre de 1922), pp. 1-3. Un estudio de cómo
fue recibido el fascismo italiano en construcción durante los meses que precedieron al golpe
de Primo de Rivera y durante la Dictadura, que se prolonga hasta la dimisión de éste el 28 de
enero de 1930, en Manuelle Peloille, Fascismo en ciernes. España 1922-1930. Textos recuperados,
Toulouse, Presses Universitaires du Miral, 2005, pp. 11-73.
214
M. de Pano, «Regionalismo», La Acción Social, 25 (enero de 1924), pp. 1-2. Las ideas antilibera-
les expuestas en este artículo las introduciría en la segunda parte del libro dedicado a la conde-
sa de Bureta.
215 La idea en J.-C. Mainer, «Ernesto Giménez Caballero o la inoportunidad», prólogo a Ernesto
Giménez Caballero, Casticismo, nacionalismo y vanguardia [Antología, 1927-1935], Madrid,
Fundación Santander Central Hispano, 2006, p. LX.
216 M. de Pano, La Condesa de Bureta y el Regente Ric. Héroes de la independencia española. Segunda
parte. Episodios y documentos de la Guerra de la Independencia, op. cit.
104
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
217 W. Rincón, Vida y obra del humanista…, op. cit., pp. 79-80.
105
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218
V. Navarro, «Prólogo», a La Condesa de Bureta y el Regente Ric, op. cit., p. 11.
219
El jacetano Victoriano Navarro González se había iniciado, en 1928, como periodista de El
Noticiero, llegando a ser redactor jefe (hasta 1970) y su director. Director de la revista Aragón,
conferenciante y escritor, publicó varias obras de carácter histórico e iconográfico sobre la
Virgen del Pilar y los Sitios de Zaragoza. Con ocasión de la aparición del libro de Pano, publi-
có «Palafox y la Condesa de Bureta», El Noticiero (12-II-1947). Fue consejero de la Institución
«Fernando el Católico» (1944-1961) y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San
Luis (1964). Sobre este personaje vid. la voz que le dedica Gustavo Alares López en el
Diccionario de los consejeros de la Institución Fernando el Católico, Zaragoza, Institución «Fernando
el Católico», 2008, pp. 325-326.
106
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
220
M. de Pano, La Condesa de Bureta y el Regente Ric. Héroes de la independencia española. Segunda
parte. Episodios y documentos de la Guerra de la Independencia, op. cit, p. 109.
221 Ibídem, p. 117.
222 Ibídem, pp. 110-111.
107
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223
M. de Pano, La Condesa de Bureta y el Regente Ric..., op. cit, pp. 112-113. Las cursivas en el original.
224 Ibídem, p. 148.
108
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
109
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
La Condesa de Bureta palideció como vimos solo con dar mayor relie-
ve y más vivos colores a la figura de Agustina Zaragoza; D. Pedro Ric quedó
oscurecido entre los Hermidas y los Argüelles; el General Palafox quedó
eclipsado por los héroes del año 20, faltos de lealtad y de patriotismo.
Y, sin embargo, qué figuras tan hermosas la del Defensor de Zaragoza
y la del verdadero salvador de la Ciudad en días aciagos y fatales, la del
valiente General y la del Magistrado.
Hora es ya de que la memoria de entrambos quede vindicada; hora de
que los conozcamos como fueron y no como nos los han pintado en artícu-
los de periódicos y en desdichadas biografías229.
110
SEGUNDA PARTE
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA
111
l La Condesa de Bureta y el Regente Ric, en 1947,
A PUBLICACIÓN DE
230
J.-C. Mainer, «El otoño del miedo: la imagen fílmica y literaria de Franco», Letras Peninsulares,
11, 1 (Spring 1998), p. 387.
231 El título de ciudad «Inmortal», le había sido concedido por un Real Decreto de 1908 (coinci-
diendo con una de las visitas de Alfonso XIII a la ciudad).
113
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
232
AMZ. Estadística, Caja 3880 (año 1936). N.º Registro general 4608). Pocos días después, se
tomó el acuerdo de colocar dos «artísticas placas» de mármol y bronce para rotular la calle del
«insigne Caudillo y Jefe del Gobierno del Estado Español» (AMZ. Estadística, Caja 3880 (año
1936). N.º de Registro general 5114). Sobre la primera calle que recibió el nombre de Franco
en Zaragoza vid. supra n. 195. Un apunte sobre los cambios en la toponimia urbana en Luis
Germán Zubero, Aragón durante el siglo XX. Estudios urgentes, Zaragoza, Rolde de Estudios
Aragoneses, 1998, pp. 147-150.
233 La historia de la erección del monumento desde la propuesta inicial de 15 de septiembre de
1942 –en agradecimiento por el reinicio de las actividades de la Academia General Militar–, el
concurso ganado por el escultor Moisés de Huerta y su definitiva erección, en Jesús de
Andrés, «Las estatuas de Franco, la memoria del franquismo y la transición política española»,
Historia y Política, 12 (2004) (2), pp. 169-172. La inauguración de la escultura venía a coinci-
dir con la derogación oficial del estado de guerra (según decreto de 13 de julio de 1948 que
cancelaba el bando de la Junta de Defensa Nacional de 28 de julio de 1936). Las noticias de
su retirada en Heraldo de Aragón (25-8-2006), pp. 1, 2-3 y editorial p. 34; El País (25-8-2006);
El Mundo (25-8-2006), pp. 1, 12 y editorial en la p. 3; y ABC (25-8-2006), pp. 1, 14 y editorial
en la p. 4.
114
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
234 Diario de Burgos (3 de mayo de 1937), citado por Luis Castro, Héroes y caídos. Políticas de la
memoria en la España contemporánea, Madrid, Catarata, 2008, p. 230.
115
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
235 «Fragmentos del trascendental discurso pronunciado por S. E. el Jefe del Estado, Generalísimo
Franco, en el patio del Alcázar de Toledo el día 22 de julio de 1941, con motivo de la entrega a
los nuevos oficiales del Ejército de sus nombramientos», en s. v., «Caudillo Franco (El).-
Paralelismo entre la Guerra de la Independencia y la Cruzada Nacional», Diccionario
Bibliográfico de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814). Volumen I. Letras A-H.,
Madrid, Talleres del Servicio Geográfico del Ejército, 1944, pp. 136-137 (citado por R. García
Cárcel, El sueño de la nación indomable…, op. cit., pp. 221 y 382, n. 1). En esta nota se recuerda
que A. de la Higuera y L. Molins Correa habían publicado el libro Historia de la revolución espa-
ñola. Tercera guerra de la Independencia, Cádiz, Cerón, 1940.
116
CAPÍTULO VI
236
J.-C. Mainer, «Los días convulsos: la cultura en Aragón entre 1931 y 1939», op. cit., p. 226. El
Heraldo de Aragón se hacía eco de que «El ilustre charlista Federico García Sánchez visitó ayer la
celda de la madre Rafols», invitado por el presidente de la Diputación Sr. Allué Salvador que la
había reconstruido (25-I-1938, p. 1, citado por H. Lafoz, La Guerra de la Independencia en
Aragón…, op. cit., p. 37). En 1959, M. Allué Salvador dedicará una parte de su comunicación pre-
sentada al II Congreso Internacional a glosar la figura heroica de la fundadora de las Hermanas
de la Caridad de Santa Ana («Los Sitios de Zaragoza como laboratorio social de virtudes heroi-
cas», Guerra de la Independencia. Estudios III, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico» de la
Excma. Diputación Provincial de Zaragoza, 1967, pp. 21-23). En ese mismo volumen, la religiosa
María Nieves López publicó una comunicación sobre la actuación de la madre Rafols y su con-
gregación durante los Sitios, «Las hermanas de la Caridad de Santa Ana en la Guerra de la
Independencia» (op. cit., pp. 263-274). Por lo demás, Núñez Seixas matiza que, si bien es cierto
que el mito de Agustina de Aragón fue constantemente enarbolado durante la guerra y a lo largo
de la década de los cuarenta, «al menos al principio y por parte católica, el mito de Agustina de
Aragón era equiparable al de la madre María Rafols» (¡Fuera el invasor!…, op. cit., p. 233, n. 172).
237
Curso de conferencias sobre los Sitios que se dio en la Academia de Infantería de Zaragoza los meses de
abril a junio de 1942, Zaragoza, Academia de Infantería, 1942. Junto a Carlos Riba y Santiago
117
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Amado Loriga, ambos mencionados en el texto, el resto de los cinco conferenciantes fueron: el
teniente coronel de Estado Mayor José Díaz de Villegas; el comandante de Infantería del
Museo del Ejército Joaquín Martín Ostendi; el comandante Luis Martos; el periodista José
Valenzuela La Rosa; y el magistral del Templo Metropolitano José Juliá. Los títulos de sus con-
ferencias, así como las dos citas de C. Riba y S. Amado Loriga, se encuentran en H. Lafoz, La
Guerra de la Independencia en Aragón…, op. cit., pp. 37-38. La Academia había sido suprimida el
14 de julio de 1931, durante la guerra sus edificios se utilizaron como hospital militar y otros
servicios. En enero de 1940, bajo la dirección del coronel Santiago Amado Loriga fue
Academia de transformación de Infantería. El 15 de septiembre de 1942 se restableció como
Academia General Militar, dirigida por el general Francisco Hidalgo de Cisneros, aunque siguió
funcionando la de Infantería hasta su disolución e integración en la primera en marzo de 1943.
238
El catedrático de Historia Universal C. Riba había sido nombrado decano de la Facultad de
Filosofía y Letras de Zaragoza por Pedro Sainz Rodríguez (8-II-1939). Jubilado el 19 de
febrero de 1942, por Orden del 23 del mismo mes se le ratificó en el cargo en el que permane-
ció hasta su fallecimiento el 16 de enero de 1949. Para el ambiente de la Universidad de
Zaragoza de aquellos momentos, nada mejor que recordar las palabras de Juan José Carreras
Ares cuando escribió: «Depurada y disciplinada, con una mentalidad dominante fascista y con-
servadora reaccionaria, la Universidad de Zaragoza se encontraba en las mejores condiciones
para transformarse en una de las universidades de provincia típica bajo la dictadura franquis-
ta», en «La Universidad durante la Guerra Civil», en Antonio Beltrán Martínez (dir.), Historia de
la Universidad de Zaragoza, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 434. Y porque alcanza práctica-
mente hasta la década de los ochenta las páginas «Una posguerra demasiado larga: años de
sombras y luces» que dedica E. Fernández Clemente en La Historia de Aragón en la Universidad
de Zaragoza. Alocución laudatoria con ocasión del acto solemne de la festividad de San Braulio,
Patrono de la Universidad de Zaragoza, 24 de marzo de 2000, Zaragoza, Universidad de Zaragoza,
2000, pp. 22-27. También, Miguel Ángel Ruiz Carnicer, Los estudiantes de Zaragoza en la posgue-
rra. Aproximación a la historia de la Universidad de Zaragoza (1939-1947), Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1989, pp. 17-39.
118
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
239 J.-C. Mainer, «Los días convulsos:…», op. cit., p. 228. Fruto de un ciclo de conferencias imparti-
das en la Universidad de Zaragoza, el libro se editó como Una poderosa fuerza secreta. La
Institución Libre de Enseñanza, San Sebastián, Editorial Española, S. A., 1940. Carlos Riba escri-
bió las páginas dedicadas a «La Residencia de Estudiantes» (pp. 167-179). Entre otros, en su
condición de catedrático y director del Instituto de Zaragoza, también participó M. Allué
Salvador con un breve sobre «La formación del profesorado» (pp. 131-136). El libro del doc-
tor Enrique Suñer Ordóñez, Los intelectuales y la tragedia española, Burgos, Editorial Española,
1937 (2.ª ed., San Sebastián, Editorial Española, 1938). Dentro de la imagen de la «nación mili-
tarizada y cuartelera», Vallejo Nájera en Divagaciones intrascendentes (1938), propugnaba la con-
veniencia del «militarismo social» (citado por X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!…, op. cit.,
pp. 213-214).
240 C. Riba, «La intervención del pueblo de Zaragoza en la epopeya de los Sitios», en Curso de con-
ferencias sobre los Sitios que se dio en la Academia de Infantería…, op. cit., p. 56.
119
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
241 S. Amado Loriga, «Relato histórico de los Sitios de Zaragoza», en Curso de conferencias sobre los
Sitios que se dio en la Academia de Infantería…, op. cit., pp. 93-94. S. Amado Loriga había sido
agregado en regimientos alemanes (1934-1935) y durante la guerra civil estuvo al mando de la
15.ª Bandera de la Legión, siendo ascendido a teniente coronel. Mandó la División 53 en la
ruptura del frente del Ebro y la División 108, operando en los frentes de Teruel y Castellón.
Director de la Academia de Infantería de Zaragoza hasta su clausura en 1943, como general de
brigada participa en la División Azul. Nombrado director de la Academia General Militar
de Zaragoza (1946-1950), fue ascendido a general de división, siendo gobernador militar de
Burgos y consejero del Consejo Supremo de Justicia Militar. En 1956, fue ascendido a teniente
general, pasando a la reserva. Además de desarrollar su carrera militar, se había licenciado en
Ciencias Exactas por la Universidad de Zaragoza, ejerciendo como profesor auxiliar de Cálculo
Infinitesimal y de Geometría en la misma facultad, siendo elegido académico de la de Ciencias
Exactas Físico-Químicas y Naturales de Zaragoza, donde ingresó con el discurso «Tres siglos de
influencia del Ejército en el Progreso y Divulgación de las Matemáticas en España» (1964).
Desde los años veinte hasta 1931 regentó en la ciudad el Instituto Amado que publicaba la
revista Alfa-Beta y de cuyo profesorado formaban parte, entre otros, Juan Cabrera Felipe,
Ramón Serrano Suñer o José María Escrivá de Balaguer. Erudito aficionado a la historia militar
de la Guerra de la Independencia, consejero honorario de la Cátedra «General Palafox», creó
en la Academia un Museo de los Sitios que se cerró y dispersó. Un resumen de su hoja de ser-
vicios en «La celebración del VI Curso de Conferencias de la Cátedra “General Palafox”, en la
Universidad de Zaragoza», en La Guerra de la Independencia española y los Sitios de Zaragoza,
Zaragoza, Universidad-Ayuntamiento de Zaragoza, 1958, pp. 606-609.
120
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
242 J. Álvarez Junco, «El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro guerras», en R. Cruz
y M. Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza
Editorial, 1997, p. 61. La misma idea la recoge M. Pérez Ledesma, «La Guerra Civil y la histo-
riografía: no fue posible el acuerdo», en S. Juliá (dir.), Memoria de la guerra y del franquismo,
Madrid, Fundación Pablo Iglesias-Taurus, 2006, pp. 102-104. Su utilización como mito político
legitimador de la unívoca cultura nacional franquista, en A. Reig Tapia, «Los mitos políticos
franquistas de la guerra civil y su función: el “espíritu” del 18 de julio de 1936», en Julio
Aróstegui y François Godicheau (eds.), Guerra civil. Mito y memoria, Madrid, Marcial Pons
Historia-Casa de Velázquez, 2006, pp. 218 y 228. La utilización de la Guerra de la
Independencia por la propaganda de ambos bandos en X. M. Nuñez Seixas, ¡Fuera el invasor!…,
op. cit., pp. 77-90 y 227-244. Y de este mismo autor, «La patria de los soldados de la República
(1936-39): una aproximación», en J. Moreno Luzón (ed.), Construir España…, op. cit., pp. 233-
261 (especialmente las pp. 244-248).
121
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
España, que triunfó por sus hondas convicciones religiosas y por sus
tradicionales virtudes militares en la Guerra de la Independencia, se vió
después invadida y mediatizada por extraños influjos disolventes; pero ha
vuelto a encontrarse a sí misma en la guerra de 1936-1939, y para compren-
der bien esta nuestra guerra de Liberación, segunda guerra de la
Independencia, hay que conocer bien la primera, que duró doble tiempo
que aquélla y fue el claro espejo en el que los españoles de sano espíritu se
miraron en la reciente lucha243.
243 Diccionario Bibliográfico de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), op. cit., I, pp. 4-5.
Una breve descripción de la labor desarrollada por el Servicio Histórico Militar creado por
Orden Ministerial de 8 de noviembre de 1939 «como órgano de estudio para recoger las ense-
ñanzas de la experiencia en el terreno militar y ajustar a ellas la organización y empleo de las
fuerzas armadas», atendiendo «preferentemente al estudio de nuestra Guerra de Liberación
(1936-1939)», en la comunicación del coronel Juan Priego López, «El Servicio Histórico
Militar español y la Guerra de la Independencia. Trabajos realizados y planes para el futuro»,
en Guerra de la Independencia. Estudios II, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico» (CSIC)
de la Excma. Diputación Provincial de Zaragoza, 1966, pp. 285-288. Por lo que respecta al
período de 1808-1814, el Servicio además de contar con el Archivo de la Guerra de la
Independencia, disponía de la Colección documental del Fraile y la Colección del conde de Clonard,
habiendo publicado el mencionado Diccionario Bibliográfico (3 vols., 1944, 1947 y 1952) y el
Catálogo de la Colección Documental del Fraile (4 vols., 1947-1950). Desde 1956, el Servicio
Histórico Militar publicaba la Revista de Historia Militar.
244
En los artículos de prensa ordenados cronológicamente por H. Lafoz, cita 20 artículos apareci-
dos entre 1940 y 1949 en los dos periódicos citados (La Guerra de la Independencia en
Aragón…, op. cit., p. 249). Fueron trabajos escritos, entre otros, por los sobrevivientes de la vie-
ja sociedad conmemorativa local, desde M. Allué Salvador hasta los archiveros Gregorio García-
Arista y Ricardo del Arco o Fernando Castán Palomar, el periodista que había retratado a toda
aquella generación en su diccionario Aragoneses contemporáneos, op. cit.
122
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
245
J. García Mercadal (Zaragoza, 1883–Madrid, 1975). Licenciado en Derecho por la Universidad de
Zaragoza, desde principios de siglo ejerce de periodista siendo fundador y director de La
Correspondencia de Aragón (1910), el regionalista Aragón (1912) y La Crónica de Aragón (1912-
1916). En Madrid, trabaja en La Correspondencia de España, El Tiempo e Informaciones. Con simpa-
tías republicanas y aragonesistas en su juventud, fue un escritor prolífico, editor y traductor, que
durante la guerra civil servirá como propagandista del bando franquista con obras como la mencio-
nada Frente y Retaguardia (Impresiones de guerra) (1937), Ideario del Generalísimo (1937), Tres
reductos (1938) y Aire, tierra y mar (Los más gloriosos episodios de la gesta española) (3 vols., 1938,
1939 y 1940). Al terminar la guerra, compatibilizó su puesto de bibliotecario del Instituto de
Reforma Agraria con la publicación de biografías «nacionales» (Cisneros, Germana de Foix o
Carlos V) y una Historia del romanticismo en España (1943). Sobre su actividad de propagandista,
vid. X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!…, op. cit., pp. 179, 280, 291-292 y 300, y, en general, Juan
Domínguez Lasierra, «José García Mercadal (1883-1975). Escritor, periodista, editor, traductor,
grafómano», y «Bibliografía de José García Mercadal», Turia, 79 (2006), pp. 167-189 y 198-213.
246 J. García Mercadal, Tres reductos, Zaragoza, Tip. La Académica, 1938, pp. 15-18, 35-38 y 45-49,
citado por X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!…, op. cit., pp. 233, n. 173.
247
El descubrimiento y las vicisitudes del fondo Archivo General Palafox en el AMZ en la intro-
ducción de H. Lafoz a la edición que realizó de José Palafox, Memorias, Edizions de l’Astral-
Ayuntamiento de Zaragoza, 1994, pp. 17-18 (y en la reedición que ha realizado en Zaragoza,
Editorial Comuniter, 2007, pp. 4-11). En 1908, García Mercadal había dado a la imprenta las
colecciones de crónicas Frente a la vida, Zaragoza en tranvía y, con un prólogo de F. Aznar
Navarro, el libro de semblanzas de personajes aragoneses Ante el centenario. Zaragozanas,
Zaragoza, Tip. de Emilio Casañal, 1908.
248
J. García Mercadal, Palafox, Duque de Zaragoza (1775-1847), Madrid, Ed. Gran Capitán, 1948.
Años más tarde publicó una versión de la Autobiografía del general (Madrid, Taurus, 1966).
123
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Estos dos libros se convertirían en referencia obligada para los historiadores que trataron a
Palafox y su época hasta que H. Lafoz Rabaza publicara una biografía renovadora y «profesio-
nal» del general: José Palafox y su tiempo, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1992 (revi-
sada y ampliada, El general Palafox. Héroe de la Guerra de la Independencia, Zaragoza, Delsan
Libros, 2006).
249
La celebración del centenario de la muerte de Palafox no tuvo una gran repercusión y, como ha
escrito Gustavo Alares López, fue en cierto sentido una conmemoración fracasada, ya que uno
de sus principales objetivos –el traslado de los restos de Palafox desde la madrileña basílica de
Atocha a la del Pilar– resultó insatisfecho («El Padre Basilio Boggiero, hoguera del patriotis-
mo», prólogo a la reedición de Ángel Pastor Beltrán, Sch.P., Biografía del Padre Boggiero. Los
escolapios y los Sitios de Zaragoza, Zaragoza, Editorial Comuniter, 2006, pp. II).
250 Las imágenes de Franco como resumen de virtudes del soldado español y del conjunto de cau-
dillos militares y civiles de la historia de España, en A. Reig Tapia, Franco «Caudillo»: mito y rea-
lidad, Madrid, Tecnos, 1995; y «Los mitos políticos franquistas de la guerra civil y su función: el
“espíritu” del 18 de julio de 1936», en J. Aróstegui y F. Godicheau (eds.), Guerra civil. Mito y
memoria…, op. cit., p. 218 (lo menciona como mito número 7).
251 La orden de su creación, firmada por Joaquín Ruiz-Giménez en el BOE, 79 (20 de marzo de
1955), p. 1817.
252 Vid. G. Alares López, Cultura y fascismo en la Zaragoza de posguerra: la Institución «Fernando el
Católico» (1943-1965), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2008 (en prensa). El estu-
dio del CSIC en Gonzalo Pasamar, Historiografía e ideología en la posguerra española: la ruptura
de la tradición liberal, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1991, pp. 146-179; y del «Patronato
Quadrado» en Miquel Ángel Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo, 1948-
1975. La historia local al servicio de la patria, op. cit., pp. 91-155.
124
Las políticas del pasado. La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones
253
En la historiografía francesa contemporánea, para el dominio tradicional de este tipo de «histoi-
re événementielle» en temas como el del «Imperio napoleónico», vid. Natalie Petiteau, Napoléon,
de la mythologie à l’histoire, Paris, Éditions du Seuil, 2004, pp. 299-300.
254 En su perspectiva comparada con las principales historiografías europeas la situación española,
en M. Á. Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo…, op. cit., pp. 174-199; e
«Historiadores locales e historiadores universitarios. La historiografía española en su contexto
internacional, 1948-1965», en C. Forcadell e I. Peiró (coords.), Lecturas de la Historia. Nueve
reflexiones sobre historia de la historiografía, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2001,
pp. 97-149.
125
CAPÍTULO VII
255 Entre 1954 y 1956, se crearon 14 cátedras de este tipo en las diferentes Universidades españo-
las. En la de Zaragoza se fundaría una de las últimas, en marzo de 1960: la Cátedra «Fernando
el Católico», de «historia, instituciones, cultura y problemas de la América hispana», dirigida
por Fernando Solano. La historia de estas cátedras institucionales en el capítulo que les dedica
M. Á. Marín Gelabert en su tesis doctoral La historiografía española de los años cincuenta. Las
escuelas disciplinares en un ambiente de renovación teórica y metodológica, 1948-1965…, op. cit.,
pp. 238-245 (consultada gracias a la amabilidad del autor).
256 Creada por Orden Ministerial de 30 de diciembre de 1953 (BOE de 16 de abril de 1954).
127
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
257
Luis García Arias (Chantada, Lugo, 1921-Madrid, 1973) era catedrático de aquella disciplina
«españolísima» que era el Derecho Internacional («El Primer Congreso Hispano-Luso-Americano
de Derecho Internacional», Revista española de Derecho Internacional, 3 (1950), pp. 933-966). En
esta reseña, García Arias entendía el concepto de Hispanidad esencialmente en una coordenada
espacio-temporal de tradición jurídica cristiana y española. Esto le permitía plantear que la idea
de este tipo de congresos iba unida a la conmemoración del quinto centenario del nacimiento
de Isabel la Católica y a la «coincidencia de los especiales vínculos que a todos nos unen, no
sólo por la comunidad de religión, idioma, cultura y tradición, sino también de concepciones
jurídicas» (vid. Antonio Serrano González, Un día de la vida de José Castán Tobeñas, Valencia,
Tirant lo Blanch-Universitat de València, 2001, pp. 61-62). Como director del Seminario de
Estudios Internacionales «Jordán de Asso» (CSIC) de la Facultad de Derecho (creado en
1952), entre febrero y marzo de 1955 organizó un curso de conferencias sobre La Guerra
Moderna en la Universidad de Zaragoza que daría como resultado la fundación de la Cátedra
«General Palafox» y la integración del Seminario en ella. Director de Cuadernos de Historia
Diplomática de la Institución «Fernando el Católico» (1954-1958) y miembro del comité edito-
rial de la revista Punta Europa, sobre este catedrático falangista, discípulo de Camilo Barcia
Trelles que ejerció en Zaragoza desde 1950 hasta su traslado a Madrid en 1968, vid. la voz,
«García Arias, Luis» en Gran Enciclopedia de España, Zaragoza, 1993, IX, p. 4427. García Arias
aparece en la lista de juristas, políticos y pensadores españoles que mantuvieron corresponden-
cia con el jurista y teórico conservador alemán pasado al nacionalsocialismo Carl Schmitt (vid.
Pedro C. González Cuevas, La traidición bloqueada. Tres ideas políticas en España: el primer
Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y Carl Schmitt, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, p. 207, n. 51).
258
«Discurso pronunciado por el director general de Enseñanza Universitaria, Joaquín Pérez
Villanueva, en la sesión de apertura del I curso de conferencias», recogido en «La celebración
del Primer Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la Universidad de Zaragoza
(1955)», en La Guerra Moderna. I, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1955, p. 321. Pérez
Villanueva, que era catedrático de Historia de España Moderna y Contemporánea de Valladolid,
falangista en la línea de Tovar y Laín Entralgo, fue cesado de su cargo en el ministerio con la
128
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
caída en febrero de 1956 de Joaquín Ruiz-Giménez. En 1958, sería nombrado consejero hono-
rario de la Cátedra «General Palafox». Una primera aproximación a su trayectoria en la voz del
DHEC, pp. 487-488.
259 La constitución de la cátedra y los miembros del Patronato en «La celebración del Primer
Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la Universidad de Zaragoza (1955)», La
Guerra Moderna. I…, op. cit., pp. 307-332.
260 Lacarra fue decano de la Facultad desde 1949 hasta 1967. Para una primera aproximación a la
bio-biobliografía del catedrático de Historia de España de las Edades Antigua y Media, José María
Lacarra y de Miguel (Estella, Navarra, 1907-Zaragoza, 1987), vid. la voz que se le dedica en el
DHEC, pp. 343-344.
261 F. Solano Costa (Zaragoza, 1913-1992), hijo del médico militar Enrique Solano, su hermano
Félix fue juez del Juzgado Civil Especial del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas
de Zaragoza (1939), delegado provincial de Justicia y Derecho de FET-JONS, magistrado del
Trabajo y secretario de la Jefatura de FET-JONS; y otro de sus hermanos, Luis, fue nombrado
en 1945 gobernador civil de Asturias. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de
Zaragoza (1936) y doctor por la Universidad Central con una tesis sobre las relaciones diplo-
máticas en la Luisiana española en el siglo XVIII dirigida por Antonio Ballesteros Beretta
(1948), fue profesor auxiliar interino de la Facultad de Letras de Zaragoza (1939), adjunto
(1941) y catedrático de Historia de España de las Edades Moderna y Contemporánea, de Historia de
América y de Historia de la Colonización española (diciembre de 1950). Casado con María Pilar
Camón Gironza, hija del general de sanidad Melchor Camón, miembro del Cuartel General de
Franco y jefe de la Comandanzia General de Sanidad durante la guerra civil. Falangista conven-
cido «desde su etapa de estudiante universitario hasta su muerte», fue el primer jefe del SEU
de Zaragoza (1934 y 1936-1939). Después de ocupar la presidencia de la Diputación
Provincial de Zaragoza (1949-1953), en la década de los cincuenta acumulaba, entre otros, los
cargos de director de la Institución «Fernando el Católico» (1953-1977), consejero adjunto del
Patronato «José María Quadrado» del CSIC (1951), vicedecano de la Facultad de Filosofía y
Letras (1955-1977), director del Secretariado de Publicaciones y de la revista Universidad.
Delegado de Distrito de la Delegación de Educación y Cultura, fue miembro fundador del
Instituto Cultural Hispánico de Aragón (1950) y de la Real Sociedad Económica Aragonesa de
Amigos del País (1937). Los datos de este autor en s. v., «Solano Costa, Fernando», DHEC,
pp. 596-597; y la amplia voz que le dedica G. Alares López, Diccionario de los consejeros de la
Institución Fernando el Católico, op. cit., pp. 375-384.
129
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
262
«La celebración del Primer Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la Universidad
de Zaragoza (1955)», La Guerra Moderna. I…, op. cit., p. 312.
263 J-C. Mainer, «Una revisión de la Guerra Civil: Punta Europa (1956)», en el libro colectivo
Tolerancia y fundamentalismo en la Historia, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca,
2007, p. 272. Quizás convenga recordar que el general Kindelán también pertenecería al comi-
té editorial de esta revista.
264
«Discurso de Luis García Arias en la sesión de apertura», en «La celebración del Primer Curso
de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la Universidad de Zaragoza (1955)», La Guerra
Moderna. I…, op. cit., p. 309. Como director de la cátedra, fue el único que repitió en cada uno
de los cursos, pronunciando cinco conferencias. Durante la celebración de este primer curso
García Arias fue recibido en audiencia por Franco ante quien presentó «los propósitos que ani-
maban a esta empresa de Cultura Militar. Franco mostró entonces su alta complacencia por el
proyecto de intercambio militar-universitario que se emprendía, para el estudio conjunto de los
problemas bélicos del presente y del futuro» («S.E. el Jefe del Estado y generalísimo de los ejér-
citos nacionales recibe en audiencia al Patronato de la Cátedra “General Palafox”», La Guerra
Moderna. V, Zaragoza, Universidad de Zaragoza-Diputación Foral de Navarra, 1958, p. 495.
265 Los diez puntos de coincidencia de ideas de este resumen final, aparecerían en «La celebración
del Quinto Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en el III Curso de Verano de la
Universidad de Zaragoza en Pamplona, 1957», La Guerra Moderna. V…, op. cit., pp. 477-478.
130
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
266 De los 28 universitarios invitados, 16 eran profesores de las Facultades de Derecho y dentro de
ellos, 10 de Derecho Internacional. Así, junto a Luis García Arias los 8 titulares españoles de la
disciplina que pasaron por la cátedra fueron: Mariano Aguilar Navarro (Sevilla), Antonio de
Luna y García (Madrid), Adolfo Miaja de la Muela (Valencia), Camilo Barcia Trelles (Santiago
de Compostela), José de Yanguas Messía (Madrid), Luis Sela Sampil (Oviedo), José Pérez
Montero (Oviedo), Francisco Sánchez-Apellaniz Valderrama (La Laguna). A ellos se deben
añadir los dos extranjeros Dimitri S. Constantopoulos (Hamburgo) y Lucio M. Moreno
Quintana (Buenos Aires). Participación que se podía completar con la presencia de Henri
Coursier, diplomático francés y miembro del servicio jurídico del Comité Internacional de la
Cruz Roja. El resto de los catedráticos de esta Facultad eran: dos de Filosofía del Derecho, Luis
Legaz Lacambra (Santiago de Compostela) y Miguel Sancho Izquierdo (Zaragoza); Alfonso
García-Valdecasas de Derecho Civil en Madrid; Vicente Herce Quemada de Procesal y José
Guallart y López de Goicoechea de Penal, ambos en la Universidad de Zaragoza.
267
Esta función también la cumplirían el resto de los universitarios que participaron en los cursos:
tres catedráticos de Ciencias, Miguel Antonio Catalán Sañudo, José María Otero Navascués y
Carlos Sánchez del Río Sierra, como físicos especialistas en energía nuclear. Dos de la Facultad
de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid, Manuel Fraga Iribarne, titular de Teoría del
Estado y Derecho Constitucional y Valentín Andrés Álvarez de Teoría Económica. El catedrático de
Microbiología de la Facultad de Medicina madrileña, Valentín Matilla Gómez; y Eugenio Frutos
Cortés, catedrático de Fundamentos de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Respecto a la lle-
gada de la energía nuclear en el franquismo, el papel desarrollado por los catedráticos citados y
las relaciones bilaterales España-Estados Unidos alrededor del programa de Eisenhower
«Atomos para la Paz», vid. José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra. Historia de la cien-
cia en España (siglos XIX y XX), Madrid, Taurus, 1999, pp. 417-432.
268 «La celebración del Quinto Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en el III Curso
de Verano de la Universidad de Zaragoza en Pamplona (1957)», La Guerra Moderna. V…, op.
cit., p. 478.
131
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
269
(viene de la página anterior) Junto con lo señalado en el texto para los militares, entre los uni-
versitarios encontramos alguno de los sumisos colaboracionistas a quienes la guerra había mar-
cado sus itinerarios intelectuales y trayectorias académicas. Baste el ejemplo del físico Miguel
Antonio Catalán (Zaragoza, 1894-Madrid, 1957), a quien el 18 de julio lo sorprendió en la casa
de campo de su suegro, Ramón Menéndez Pidal, en San Rafael, iniciando un penoso exilio
interior que, académicamente, comenzaría con la separación de su cátedra hasta octubre de
1945 (vid. J. M. Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra…, op. cit., pp. 231-240 y 319-327; y Luis
Enrique Otero Carvajal (dir.), La destrucción de la ciencia en España. Depuración universitaria en
el franquismo, Madrid, Editorial Complutense, 2006, p. 115). Estos dos autores nos recuerdan
también la situación «personal» del rector de Zaragoza, Juan Cabrera Felipe, hermano menor
de Blas Cabrera, el físico más importante de su época que fallecería en el exilio, y la de su
sobrino Nicolás Cabrera Sánchez, también exiliado (op. cit., pp. 306-319 y 113-115, respectiva-
mente). Igualmente en A. Reig Tapia, Franco «Caudillo»:…, op.cit., pp. 229-230.
270 En los balances finales de cada curso se incluían las hojas de servicios y méritos de los militares
más destacados que dictaban la conferencia inaugural, el de Emilio Alamán en «La celebración
del Primer Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la Universidad de Zaragoza
(1955)», La Guerra Moderna. I…, op. cit., pp. 318-321.
132
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
segunda guerra mundial y sus entrevistas con el Führer del III Reich,
poniendo de manifiesto su serenidad cuando en el campo de Rügenwald,
ante una pieza del 800, entonces el cañón mayor del mundo, le dijo Hitler:
«Lo necesario para el Peñón»…271.
271 «La celebración del Segundo Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la
Universidad de Zaragoza (1956)», en La Guerra Moderna. II, Zaragoza, Universidad de
Zaragoza, 1956, pp. 391-393.
272
«La celebración del Tercer Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en el Curso de
Verano de la Universidad de Zaragoza en Pamplona (1956)», en La Guerra Moderna. III,
Zaragoza, Universidad de Zaragoza-Diputación Foral de Navarra, 1956, pp. 423-425.
273 «La celebración del Cuarto Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la
Universidad de Zaragoza (1957)», La Guerra Moderna. IV, Zaragoza, Universidad de Zaragoza,
1957, pp. 373-376.
133
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274
«La celebración del Quinto Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en el III Curso
de Verano de la Universidad de Zaragoza en Pamplona (1957)», La Guerra Moderna. V…, op.
cit., pp. 479-481.
275 García Arias recordaría que: «Los oyentes de tan interesantes temas, expuestos por tan distin-
guidos conferenciantes, han sido numerosísimos. En varias ocasiones, más de setecientas per-
sonas han asistido, en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, a una conferencia, y más de
un centenar ha habido en este Salón del Consejo de la Diputación navarra. Militares, universi-
tarios y público ciudadano, han sido, por este orden, los más asiduos asistentes a los cinco
Cursos» («La celebración del Quinto Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en el
III Curso de Verano de la Universidad de Zaragoza en Pamplona, 1957», op. cit., p. 476).
276
«S. E. el Jefe del Estado y Generalísmo de los Ejércitos nacionales recibe en audiencia al
Patronato de la Cátedra “General Palafox”», La Guerra Moderna. V..., op. cit., pp. 495-498. La cita
final pertenece a L. García Arias recogida en «La celebración del Quinto Curso de
Conferencias sobre La Guerra Moderna en el III curso de verano de la Universidad de
Zaragoza en Pamplona, 1957», op. cit., p. 483.
277 El Patronato había tomado el acuerdo inicial de celebrar el VI Curso de Conferencias sobre la
Guerra de la Independencia y el cursillo, en su reunión de 17 de septiembre de 1957.
134
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
278
«La celebración del VI Curso de Conferencias de la Cátedra “General Palafox”, en la
Universidad de Zaragoza (1958)», en La Guerra de la Independencia y los Sitios de Zaragoza,
Zaragoza, Universidad-Ayuntamiento de Zaragoza, 1958, pp. 596-597. Los restos «del invicto
general» llegaron a Zaragoza el 7 de junio de 1958, después de estar dos días expuestos en una
capilla ardiente con una guardia de honor de los caballeros cadetes de la Academia, con hono-
res militares fueron inhumados en la cripta del templo del Pilar el 9 de junio (vid. J. Blasco
Ijazo, Los Sitios de Zaragoza y sus conmemoraciones…, op. cit., pp. 67-68).
135
CAPÍTULO VIII
279 F. Solano, «La Institución Fernando el Católico ante el CL aniversario de los Sitios de
Zaragoza. Hacia un Congreso Internacional de Historia de la Guerra de la Independencia»,
Zaragoza, Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País, Publicaciones de la Caja de Ahorros y
Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1956 (precede al título: Conmemoración del
Cincuentenario de la Esposición Hispano-Francesa de 1908).
280 «La celebración del Segundo Curso de Conferencias sobre La Guerra Moderna en la
Universidad de Zaragoza (1956)», La Guerra Moderna. II…, op. cit., p. 399.
281
Sobre M. Allué Salvador que actúo como secretario de la comisión organizadora del Congreso
de 1908, vid. supra n. 119. Y para José Valenzuela La Rosa, vid. supra nota 93.
137
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
282 (viene de la página anterior) José Sinués y Urbiola, licenciado en Historia (1915), becario del
Centro de Estudios Históricos de la JAE (1916-1918), católico social y financiero. Fue director
general de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza (desde 1933) y presidente de
varias sociedades mercantiles y editoriales, fundador de Radio Zaragoza (1937) y procurador a
Cortes desde 1958 hasta su fallecimiento. En febrero de 1922 había ingresado en la Sociedad
Económica a instancias de su director y mecenas Florencio Jardiel Dovato (vid. la amplia bio-
grafía oficial realizada por José Francisco Forniés Casals, José Sinués y Urbiola, un regeneracionis-
ta católico aragonés (1894-1965), Zaragoza, Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos
del País-Ibercaja, 2006). Por su parte, José María Franco de Espés y Domínguez (Zaragoza,
1904-1986), segundo vizconde de Espés, era hijo de Luis Franco Valón. Licenciado en
Derecho, ejercía como abogado de empresas y, entre otros cargos, fue concejal, teniente de
alcalde del Ayuntamiento y consejero representativo en la Institución «Fernando el Católico»
(vid. la voz que le dedica G. Alares, Diccionario de los consejeros de la Institución Fernando el
Católico…, op. cit., pp. 209-210).
283
En el ciclo dedicado a la Conmemoración de la Exposición de 1908, junto a Valenzuela La
Rosa y Fernando Solano, intervinieron el abogado, publicista y vicepresidente de la Caja,
Genaro Poza Ibáñez con una conferencia sobre la «Exposición Hispano-Francesa de 1908: fies-
tas y solemnidades en un cuadro de época». También, el catedrático de Derecho, antiguo cedis-
ta, ex rector de la Universidad y consejero de varias empresas vinculadas a la Caja, Miguel
Sancho Izquierdo con «De las ruinas de la Universidad de 1809, a la moderna ciudad universi-
taria de Aragón». El periodista monárquico, vocal de la Económica y consejero de la Institución
«Fernando el Católico», Ramón de Lacadena y Brualla, «Zaragoza en la Exposición-Hispano-
138
Las políticas del pasado. La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones
Francesa de 1908». El presidente de la Cámara de Comercio, Antonio Blasco del Cacho, que
disertó sobre «La contribución de la Cámara de Comercio a la conmemoración del cincuente-
nario de la Exposición». Las conferencias se publicaron en forma de separatas en Zaragoza,
Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1956. No he podido localizar
las intervenciones del arquitecto Teodoro Ríos Balaguer, ni la de José María Franco de Espés.
284
El Decreto de 2 de abril de 1958, firmado por Franco otorgó carácter de actos oficiales a aque-
llos celebrados en Zaragoza «en recuerdo de los Gloriosos Sitios». El mismo Jefe del Estado
aprobó también las designaciones oficiales del Comité Ejecutivo, constituido por: Delegado
especial del gobierno: José Manuel Pardo de Santayana y Suárez, gobernador civil de
Zaragoza. Presidente efectivo: Luis Gómez Laguna, alcalde de la ciudad. Vocales: José Sinués y
Urbiola, presidente de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País; Antonio Zubiri
Vidal, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza; Antonio Blasco del Cacho, presiden-
te de la Cámara Oficial de Comercio y de la Industria. Secretario general: José María Franco de
Espés, vizconde de Espés (vid. J. Blasco Ijazo, Los Sitios de Zaragoza y sus conmemoraciones, op.
cit., p. 66). Tanto el CL Aniversario de los Sitios de Zaragoza como el de Gerona serían sufraga-
dos con un crédito extraordinario de 1.500.000 pesetas ofrecido por el Ministerio de la
Gobernación (BOE de 12 de mayo y 1 de agosto de 1959, respectivamente).
285 Junto a la relación de los fastos oficiales, destacando la traída de los restos de Palafox el 7 de
junio de 1958 y su inhumación en la cripta del Pilar el día 9, del cronista de la ciudad J. Blasco
Ijazo (¡Aquí Zaragoza!…, op. cit., VI, pp. 66-72; y Los Sitios de Zaragoza y sus conmemoraciones…,
op. cit., pp. 65-72), G. Alares realiza una rápida descripción de los diferentes actos políticos y
celebraciones cívicas («El Padre Basilio Boggiero, hoguera del patriotismo»…, op. cit., pp. I-III).
139
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Por lo demás, Juan Mercader Riba, después de señalar que «en otras localidades españolas se
verificaron celebraciones análogas, aunque naturalmente en grado menor», recordaba las expo-
siciones y publicaciones realizadas en Gerona, Igualada, Manresa, Tarragona, San Sebastián,
Vitoria y Oviedo («La Historiografía de la Guerra de la Independencia y su época desde 1952
a 1964», Indice Histórico Español. Bibliografía Histórica de España e Hispanoamérica, IX [1963],
pp. XII-XIII).
286 Ernesto Giménez Caballero, Trabalenguas sobre España. Itinerarios de Touring-Car. Guía de
Toruring Club. Baedeker espiritual de España, Madrid, CIAP, 1931, pp. 45-53 (citado por J.-C.
Mainer, «Obertura para las luces de una ciudad...», op. cit., p. 13). Sobre el escritor vid. el prólo-
go de J.-C. Mainer, «Ernesto Giménez Caballero o la inoportunidad», op. cit., pp. IX-LXVIII.
140
CAPÍTULO IX
287
«No pudo celebrarse la sesión de clausura del Curso, debido a que el Profesor Pérez
Villanueva, encargado de pronunciar la conferencia anunciada, no pudo trasladarse a Zaragoza
desde París» («La celebración del VI Curso de Conferencias de…», op. cit., p. 597). Programada
para el 26 de marzo de 1958, el título de su conferencia era «Significado nacional y consecuen-
cias ideológicas de la guerra de la Independencia». Probablemente las notas preparadas le sir-
vieron para elaborar el texto, «Planteamiento ideológico inicial de la Guerra de la Indepen-
dencia», Discurso de apertura del curso 1960-1961 de la Universidad de Valladolid, Valladolid,
Universidad de Valladolid, 1961. En este discurso rastreaba las corrientes ideológicas que se
interfirieron por ambos lados durante el breve período de mayo a julio de 1808, en que se ges-
tó y provocó el estallido de la guerra. «A base de la documentación de los archivos franceses
principalmente, ha exhumado dicho autor los informes imperiales sobre la situación política y
financiera de España en el momento de lanzarse Napoleón a la aventura peninsular y los planes
de reforma inmediata imaginada tanto por el Emperador como por algunos afrancesados espa-
ñoles, como Urquijo» (J. Mercader Riba, «La Historiografía de la Guerra de la Independencia y
su época desde 1952 a 1964», op. cit., p. XXIII).
141
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
288 «Discurso del Dr. D. Luis García Arias», reproducido en «La celebración del VI Curso de
Conferencias de…», op. cit., p. 601 (el texto completo en las pp. 600-609).
289
Ibídem, p. 604.
290 El decreto aparareció en el BOE del 15 de enero. La operación se inició el 10 de febrero de
1958, vid. A. de la Serna, Al sur de Tarifa. Marruecos-España: un malentendido histórico, Madrid,
Marcial Pons, 2001, pp. 260-261.
142
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
291 (viene de la página anterior) «Discurso del Dr. D. Luis García Arias», reproducido en «La cele-
bración del VI Curso de Conferencias de…», op. cit., p. 605.
292 Ibídem. Poco después, uno de los discípulos de García Arias, el profesor ayudante de Derecho
Internacional de Zaragoza, Fernando de Lasala Samper, publicó el artículo «Ifni, provincia espa-
ñola», Universidad. Revista de Cultura y Vida Universitaria, XXXV, 1-2 (enero-junio 1958),
pp. 171-180, donde comentaba los sucesos ocurridos y ratificaba la españolidad de las «dos
reales Provincias de la Nación».
293
Como ampliación del curso de conferencias, S. Amado Loriga había dictado el 10 de enero de
1958 la primera clase del cursillo sobre Los Sitios de Zaragoza. Contando con 26 matriculados,
las sesiones dedicadas al primer Sitio se celebraron en el Aula de Historia Moderna de la
Facultad de Filosofía y Letras, todos los martes por la tarde de enero a abril (se impartieron 14
lecciones teóricas y dos clases prácticas que consistieron en un itinerario sobre el terreno de
los Sitios y un viaje a Tudela para estudiar la batalla que allí se libro). La segunda parte del cur-
sillo se celebró entre octubre de 1958 y enero de 1959 (contó con 16 lecciones teóricas y la
visita a los lugares de resistencia zaragozanos) (vid. «La celebración del primer cursillo de la
Cátedra “General Palafox” en la Universidad de Zaragoza 1958», en La Guerra de la
Independencia española y los Sitios de Zaragoza, op. cit., pp. 627-636).
294
S. Amado Loriga, «Palafox, General de un ejército, Caudillo de un pueblo», La Guerra de la
Independencia española…, op. cit., pp. 9-10.
143
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
otro, «rebatir con facilidad las críticas que a veces se han levantado contra
aquel hombre inteligente, extraordinario modelo de sencillez y de bondad,
señor en todo y sobre todo, dotado por regalo de Dios de un corazón tan
grande, tan humanamente generoso, que cuesta trabajo comprender, que
casi no se explica, cómo podía caberle en aquel pecho al que se ceñía la
marcial levita llena de bordados y de cruces»295.
Así, desgranó su vida y sus gestas zaragozanas, deteniéndose en el
momento del «Palafox cautivo y desarmado —como lo estaba, gracias a
Dios, aquel ejército rojo al final de nuestra guerra de hace poco—, en ruta a
la prisión que le aguarda»296. Acto seguido, repasó el período de «cuando
volvió a la gloria de su carrera y todos los honores de su rango»297, mencio-
nó los años de decepción y terminó con una sentida descripción de las
ceremonias de su entierro oficial en la basílica de Atocha298. Por lo que res-
pecta a la posteridad, después de hablar del traslado de los restos del gran
caudillo militar al Panteón Nacional, dedicó sus últimas palabras a recordar
la situación en la que se encontraba su recuerdo, «frío y olvidado», en aquel
edificio «mal comprendido, falto de tradición entre nosotros […]. Para col-
mo de males, dará en decirse, después de nuestra gloriosa Cruzada, que
este cementerio está lleno de tumbas liberales y bastará esa creencia para
dejarlo más solitario todavía»299. Tres peticiones —el reposo definitivo de su
cadáver en el Pilar de Zaragoza, la erección de una escultura para que «su
cuerpo resucite en bronce» y que «en la Universidad, en el Seminario, en
los cuarteles se nombrara con frecuencia y se repitieran sin descanso las
hazañas de Palafox y de todos aquellos héroes de los Sitios»—300, le permi-
tieron cerrar su conferencia con una apoteósica arenga histórico-militar
asociada a la llamada final a la gestualidad corporal exigida por todo rito
conmemorativo, pues, «nos hemos reunido aquí esta tarde para inclinar con
profunda devoción nuestras frentes, en reverencia a su memoria»301.
144
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
302
«Discurso del Capitán general de la 5.ª Región Militar, Excmo. Sr. Manuel Baturone Colombo»,
reproducido en «La celebración del VI Curso de Conferencias de…», en La Guerra de la
Independencia española y los Sitios de Zaragoza…, op. cit., p. 623 (el texto completo en las
pp. 609-625).
303
Ibídem, p. 624.
304 Junto a Amado Loriga, participaron: el 15 de febrero, el general de división, Eduardo de
Fuentes Cervera, con «La organización de nuestro Ejército en la guerra de la Independencia»;
el 22 de febrero, Mariano Alonso Alonso, general subdirector de la Escuela Superior del
Ejército, con «La táctica en los tiempos de Napoleón»; el 8 de marzo, Pedro Méndez de Parada,
general director de la Escuela Politécnica del Ejército, con «El armamento en la guerra de la
145
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
146
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
306 J. Jover Zamora, «La guerra de la Independencia española en el marco de las guerras europeas
de Liberación (1808-1814)», La Guerra de la Independencia española…, op. cit., p. 42.
Considerado el aislamiento internacional como uno de los rasgos sobresalientes del franquis-
mo, una mirada panorámica acerca de las relaciones entre España y Europa, donde se muestra
la evolución de las élites franquistas y las distintas imágenes que circulaban acerca de Europa
en el artículo de M. Á. Ruiz Carnicer, «La idea de Europa en la cultura franquista, 1939-1962»,
Hispania, LVIII/2, 1999 (1998), pp. 679-701. A partir de 1956, el desarrollo de un europeísmo
reaccionario representado en la revista Punta Europa, empezando por su propio nombre: «estar
en Europa como ariete moral, pero también en el extremo, casi fuera, como sucede en la geo-
grafía física», en J.-C. Mainer, «Una revisión de la Guerra Civil: Punta Europa…», op. cit.,
pp. 272-275.
307 J. Jover Zamora, «La guerra de la Independencia española en el marco de las guerras europeas
de Liberación (1808-1814)», op. cit., p. 43.
308
Ibídem, pp. 46-47 y 49.
147
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
309 J. Jover Zamora, «La guerra de la Independencia española en el marco…», op. cit., pp. 47-50.
310 Ibídem, pp. 50-51.
311 Ibídem, p. 90, n. 23. G. De Ruggiero, Historia del liberalismo europeo, traducción de Carlos G.
Posada, Madrid, Pegaso, 1944 (1.ª ed. italiana 1925). Aunque en la conferencia este libro lo cita
una sola vez, doce años más tarde, el autor italiano se convertirá en una de sus referencias legi-
timadoras de la «invención de corriente liberal de la historiografía franquista», vid. mi trabajo,
«Historiadores en el franquismo: humanistas, cristianos y españoles o simplemente liberales»,
Revista de Historiografía, 2008 (en prensa).
148
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
312
J. Jover Zamora, «La guerra de la Independencia española en el marco de las guerras europeas
de Liberación (1808-1814)», op. cit., p. 110.
313 Ibídem, p. 112.
314
Ibídem, pp. 110-116. En las pp. 110-111, n. 41, describe y cita el discurso de F. Suárez
Verdeguer, «Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerías del Antiguo
Régimen», Lección inaugural del Curso académico 1955-56 en el Estudio General de Navarra,
Pamplona, Publicaciones del Estudio General de Navarra, 1955. La censura definitiva de Jover
contra el padre F. Suárez aparecerá casi una docena de años más tarde, primero, cuando inclu-
ya una parte de esta conferencia reelaborada en «España en la transición del siglo XVIII al
XIX», introducción al volumen IX de la edición española de la Historia del Mundo Moderno de la
Universidad de Cambridge, Guerra y paz en tiempos de revolución, 1793-1830, Barcelona, Editorial
Ramón Sopena, 1971, pp. V-LXXXII (reproducido en Política, diplomacia y humanismo popular.
Estudios sobre la vida española en el siglo XIX, Madrid, Ediciones Turner, 1976, pp. 141-227; las
críticas en las pp. 146 y 149, 154-155 y 221-222). Y, segundo, en su artículo «El siglo XIX en la
historiografía española contemporánea (1939-1972)», en El siglo XIX en España. Doce estudios,
Barcelona, Planeta, 1974, pp. 9-151 (reproducido como «El siglo XIX en la historiografía espa-
ñola de la época de Franco (1939-1972)», Historiadores españoles de nuestro siglo, Madrid, Real
Academia de la Historia, 1999, pp. 25-271, la crítica en las pp. 41-44).
149
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Sólo así se entiende que, dentro del denso panorama trazado por
Jover, un reseñista tan minucioso como Juan Mercader Riba —discípulo
directo, por lo demás, del maestro catalán—, señalara como única aporta-
ción significativa de la conferencia la tesis «según la cual, en España se acu-
315 Los conceptos de práctica histórica y práctica historiográfica, en M. Á. Marín Gelabert, Los histo-
riadores españoles en el franquismo…, op. cit., pp. 174-205.
316 Después de citar su conferencia Conciencia burguesa y conciencia obrera en la España contemporá-
nea, Madrid, Ateneo, 1952 (con una segunda edición en 1956, sería reproducida en Política,
diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida española en el siglo XIX, Madrid, Ediciones
Turner, 1976, pp. 45-82), Jover añadía: «El autor de este breve trabajo, recientemente reimpre-
so, ratifica gustoso en 1958 cuanto allí escribiera siete años atrás, incluso las reservas y los lími-
tes formulados en el prólogo. El autor se ve obligado a hacer esta expresa manifestación de
contumacia ante la intempestiva inclusión de su opúsculo en el Índice que con tanto celo como
energía dirige desde Barcelona el Prof. Vicens («La guerra de la Independencia española en el
marco…», op. cit., p. 126, n. 59). Sobre el origen de las desavenencias entre Vicens y Jover, vid.
I. Peiró, «La metamorfosis de un historiador: el tránsito hacia el contemporaneísmo de José
María Jover», Jerónimo Zurita, 82 (2007), p. 184, nts. 25-28.
150
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
317
J. Mercader, «La Historiografía de la Guerra de la Independencia y su época desde 1952 a
1964», op. cit., p. LI.
318 J. Jover, «La guerra de la Independencia española en el marco de las guerras europeas…»,
op. cit., pp. 162-163.
319
Sobre el Congreso de Roma celebrado en marzo de 1955, al que asistieron 33 historiadores
españoles, en una de cuyas sesiones P. Renouvin se encargó del informe acerca de las tenden-
cias en la historiografía contemporánea y donde los análisis de Godechot y Palmer acerca de
una Revolución «occidental» o más exactamente «atlántica» serían criticadas, entre otros, por el
marxista británico E. H. Hobsbawm, vid. Karl Dietrich Erdmann, Toward a Global Community of
Historians. The International Historical Congresses and the International Committee of Historical
Sciences, 1898-2000, New York-Oxford, Berhahn Books, 2005, pp. 220-243; e infra notas 464-
466. En los siguientes años, Godechot daría forma a su tesis en La Grand Nation, Paris, Aubier,
1956, Les révolutions (1770-1799), Paris, PUF, 1963, y L’Europe et l’Amérique à l’époque napoléo-
nienne, Paris, PUF, 1967. Por su parte, Robert Roswell Palmer publicaría The age of the democra-
tic revolution: a political history of Europe and America, 1760-1800. I. The challenge; 2. The struggle,
Princeton, Princeton University Press, 1959 y 1964. Una noticia sobre la representación españo-
la en el Congreso de Roma en M. Á. Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo,
1948-1975…op. cit., pp. 251-253.
320 Vid. V. Rodríguez Casado, De la Monarquía española del Barroco, Sevilla, Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1955; y G. Céspedes del Castillo, «La sociedad colonial española en los
siglos XVI y XVII», en J. Vicens Vives (dir.), Historia social y económica de España y América,3.
Imperio, aristocracia, absolutismo, Barcelona, Teide, 1958, pp. 387-578. Sobre estos americanistas,
vid. su voz en DHEC, pp. 535-537 y 185-186, respectivamente; y Manuel Lucena Giraldo,
«Pioneros de la Historia Atlántica», ABC. Las Artes y las Letras, 789, semana del 17 al 23 de mar-
zo de 2007, p. 6. En la actualidad, la perspectiva amplia e internacional de las «Revoluciones en
151
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
el mundo hispánico»: «aquella que se atreva a lanzar una mirada comparativa, euroamericana y
hasta en cierta medida posnacional a un pasado común a numerosos pueblos de ambas orillas
del Atlántico», la defienden, entre otros, J. Fernández Sebastián, «Cádiz y el primer liberalismo
español. Sinopsis historiográfica y reflexiones sobre el bicentenario», en J. Álvarez Junco y J.
Moreno Luzón (eds.), La Constitución de Cádiz: historiografía y conmemoración. Homenaje a
Francisco Tomás y Valiente, Madrid, Centros de Estudios Políticos y Constitucionales, 2006,
pp. 47 y 50.
321 J. M.ª Jover, «Corrientes historiográficas en la España contemporánea», Historiadores españoles
de nuestro siglo, Madrid, RAH, 1999, p. 284 (en su primera edición este artículo formaba parte
del libro colectivo Once ensayos sobre la Historia, Madrid, Fundación Juan March, 1975, pp. 217-
247).
322
J. M.ª Jover, Conciencia burguesa y conciencia obrera en la España contemporánea, op. cit. En la pre-
sentación de Política, diplomacia y humanismo popular, Jover recordaba que el tema de la confe-
rencia resultaba entonces lo suficientemente resbaladizo e inusitado como para que las palabras y los
conceptos debieran ser ponderados y medidos. Y, también explicaba que la conferencia se publicó
como número 6 de la colección «O crece o muere» del Ateneo dirigida por Florentino Pérez
Embid (op. cit., pp. 11 y 15).
323
Ibídem, p. 49, citado por M. Baldó, «Biobibliografía del profesor José María Jover Zamora», en
J. M.ª Jover, Historia y civilización. Escritos seleccionados, València, Universitat de València, 1997,
p. 44.
152
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
324
J. M.ª Jover, Política mediterránea y política atlántica en la España de Feijoo, Oviedo, Universidad
de Oviedo, 1956 (el texto ampliado de esta conferencia impartida el 6 de mayo de 1955 en la
Cátedra Feijoo de Oviedo, sería reproducido como «España y la paz de Utrecht», en su libro
España en la política internacional. Siglos XVIII-XX, Madrid, Marcial Pons, 1999, pp. 13-83). El
impacto que le produjo la lectura de este trabajo lo recordaría Vicente Cacho Viu, «Los supues-
tos del contemporaneísmo en la historiografía de posguerra», Cuadernos de Historia
Contemporánea, 9 (1988), p. 24. Y, en general, M. Á. Marín Gelabert, Los historiadores españoles
en el franquismo, 1948-1975…, op. cit., p. 222.
325
J. M.ª Jover, «Presentación al lector», Política, diplomacia y humanismo popular…, op. cit., pp. 16-
17.
326
Para Renouvin el concepto de fuerzas profundas abarcaba, de un lado, elementos materiales
(factores geográficos, condiciones demográficas, dinámicas económicas y cuestiones financie-
ras) y, de otro, elementos psicológicos (sentimientos y pasiones colectivas, intereses nacionales
y toda clase de concepciones morales que proporcionan cohesión a los pueblos de los Estados,
y las distintas imágenes que cada pueblo se forma de sus vecinos). Frente a la «historia diplo-
mática» tradicional que estudiaba las iniciativas o las gestas de los gobernantes, el concepto
será la base en la construcción del armazón teórico y metodológico de su concepción de la
«historia de las relaciones internacionales».
153
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
327 J. Droz, «Les tendances actuelles de l’historiographie allemande», Revue Historique, CCXV
(Janvier-Mars, 1956), pp. 1-24.
328
Después de dedicarle un largo pasaje de casi dos páginas, Jover citaba repetidas veces párrafos
del tomo I de su Deutsche Geschichte im 19 Jahrhundert, Freiburg, Herder, 19484 («La guerra de
la Independencia española en el marco…», op. cit., pp. 85-87, 95, ns. 24 y 25, 147, n. 83, 153,
n. 85, 158, n. 88, y 160, n. 89). Las referencias muy positivas de Schnabel por parte de Droz en
op. cit., pp. 5 y 23.
329
J. M.ª Jover, «La guerra de la Independencia española en el marco…», op. cit., pp. 120, n. 55 y
121, n. 56. Jover citaba el volumen primero de, Staatskunst und Kriegshandwerk; das Problem des
«Militarismus» in Deutschland (München, R. Oldenburg, 1954-1968, 4 vols.), recordando que
«La revisión de la Historia Moderna alemana a la luz de la catástrofe resultante de la Segunda
Guerra Mundial, fue planteada por el mismo autor en un libro sobre Europa und die deutsche
Frage. Betrachtungen über die geschichtliche Eigenart des deutschen Staatsdenkens, München,
Münchner Verlag, 1948. Las críticas de Droz a Ritter en op. cit., pp. 16-19.
330
Los últimos párrafos del texto están directamente extraídos de mi artículo, «La metamorfosis
de un historiador: el tránsito hacia el contemporaneísmo de José María Jover», op. cit., pp. 175-
234. Las abundantes notas a pie de página que allí dedico a los autores extranjeros me excusan
de repetirlas aquí.
331 Del escaso interés que para los catedráticos zaragozanos tenían las «innovaciones» de la histo-
riografía internacional puede ser indicativa, por ejemplo, la recensión crítica realizada, en cola-
boración, por F. Solano, C. Corona y L. García Arias sobre los tomos III, IV y V de la «Histoire
des relations internationales publicada bajo la dirección de P. Renouvin (París, Hachette, 1954-
1955)», Cuadernos de Historia Diplomática, 3 (1956), pp. 165-173.
332 C. Corona Baratech (Jaca [Huesca], 1917-Zaragoza, 1987). Falangista combatiente en el bando
sublevado, obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras (1939-1942) y fue nombrado profesor
154
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
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del catedrático ceutí con el particular ideario falangista de Corona, éste aca-
baba de publicar la que sería su más importante aportación al pensamiento
político del siglo XVIII, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV 336.
En este libro asentaba su tesis acerca de la «revolución burguesa» como
«revolución de los privilegiados»: una dinámica de grupos y «partidos» de
notables caracterizados por su distinta calidad social, su diferente concep-
ción del Estado y su diversa aceptación de la modernidad surgida con la
crisis del siglo XVII. Sin concebir «otro móvil en la política que los conflic-
tos de poder y los conflictos ideológicos, por lo que toda participación
popular debe proceder o de manipulación por parte de selectos, o fruto de
consciencias ideológicas perfectamente definidas y unívocas», en opinión
de Carlos Corona, los motines de 1766 señalaban el inicio de la «revolu-
ción burguesa» consumada con las Cortes de Cádiz337.
Este marco interpretativo, completado con la actividad de José Nicolás
de Azara como embajador en París (1798)338, le permitió establecer una
tipificación global de las relaciones hispano-francesas. Para él, la
Revolución y el Imperio introdujeron en Francia un estilo diplomático
caracterizado por la no aceptación del orden anterior, un marcado imperia-
que le proporcionó una teoría histórica coherente con su pensamiento. Por lo demás, J.
Longares apunta que la relación de Corona con Suárez Verdeguer aunque será cordial y tenían
puntos de unión (su común antiliberalismo y su observación del Antiguo Régimen como algo
nada tenebroso ni asfixiante), la permeabilidad al pensamiento de Suárez fue, por el momento,
nula. Corona era impermeable a todo posible tradicionalismo (pp. XXIV-XXV). Como reflejo
del sentimiento de exclusión experimentado por las tendencias más conservadoras de la histo-
riografía franquista durante los años setenta, el verdadero acercamiento entre ambos catedráti-
cos sólo se produciría a finales de esta última década.
336 C. Corona, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, Rialp, 1957.
337
J. Longares, «Carlos E. Corona Baratech en la Universidad…», op. cit., p. XXXVIII. En este pun-
to, es importante recordar que V. Rodríguez Casado había sostenido que los sucesos de 1766
fueron una conjura aristocrática, equivalente a la revuelta de los notables que precedió a la
Revolución francesa («La “revolución burguesa” del siglo XVIII español», Arbor, 61, enero
1951, citado por A. Gil Novales, «La formación de un historiador: el conde de Toreno, y su
Noticia, en 1820», prólogo a Conde de Toreno, Noticia de los principales sucesos ocurridos en el
gobierno de España…, op. cit., p. XIX, n. 42).
338
Defendida en la Universidad de Madrid en 1945 la tesis doctoral de C. Corona estuvo dedica-
da a «Don José Nicolás de Azara. Agente General y Ministro de España en Roma (1765-1798)»
(publicada como José Nicolás de Azara. Un embajador español en Roma, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1948).
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350 L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 289-295
(la cita en esta última página). Esto le permitía criticar las ideas de Jean Sarrailh, L’Espagne
éclairée de la seconde moitié du XVIIIe siècle, (1953) (pp. 290-291), y por extensión a historiado-
res como José Antonio Maravall quien al reseñar la obra del historiador francés habían defen-
dido «la plena existencia de una Ilustración española en inmediata relación con la del resto de
Europa» («La Ilustración en España», Arbor, 114 (1955), pp. 345-349).
351 L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 293.
352
Ibídem, p. 305. Cita de Díez del Corral, El liberalismo doctrinario, Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1945, pp. 414 ss.
353
L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 307.
354 J. Mercader, «La historiografía de la Guerra de la Independencia y su época…», op. cit.,
p. XLVI. Como recuerda este mismo autor, De la Calzada en su ponencia «La evolución consti-
tucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias», dictada en II Congreso Histórico
Internacional de la Guerra de la Independencia (1959), volverá a incidir en su doctrina explicando
que «la convocatoria de 1809 no sería el resultado de una natural evolución de las institucio-
nes hispanas del siglo XVIII, sino la copia de un modelo francés postrevolucionario impuesto
por una minoría audaz» (p. XLIV).
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355 L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., p. 306.
356
Ibídem, pp. 311-312.
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357 L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 313-314.
358
Ibídem, p. 315. Recordaremos que Miguel Artola había publicado su tesis con el título Los
afrancesados, Madrid, Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1953 (con prólogo de Gregorio
Marañón), y editado las Memorias de tiempos de Fernando VII, Madrid, Atlas (BAE, 97), 1957
(incluía de M. J. Azanza y G. O’Farrill la «Memoria sobre los hechos que justifican su conducta
política desde marzo de 1808 hasta abril de 1814», pp. 282-302).
162
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359 L. de la Calzada, «La ideología política de la Guerra de la Independencia», op. cit., pp. 315-316.
360
Ibídem, p. 316.
361
Ibídem, p. 317.
362
L. de la Calzada, La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias,
Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1959.
363 J.-C. Mainer, «Una revisión de la Guerra Civil: Punta Europa (1956)», op. cit., p. 272.
364 L. de la Calzada actuó como juez instructor de los expedientes que, a consecuencia de los
acontecimientos estudiantiles de febrero de 1964, terminaron con la expulsión de sus cátedras
en el verano de 1965 de Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren y Agustín García Calvo,
acompañadas de las suspensiones por dos años de Mariano Aguilar Navarro y de su viejo cama-
rada, el ledesmista Santiago Montero Díaz, y la dimisión de José María Valverde. Una breve
nota acerca de estos acontecimientos como afirmación de la insolidaridad académica general y
del inmovilismo político que seguía caracterizando al sistema universitario en sus niveles más
altos, en I. Peiró, «La aventura intelectual de los historiadores españoles», introducción al
DHEC, p. 28, n. 72. Y los recuerdos del juicio en Enrique Tierno Galván, Cabos sueltos,
Barcelona, Bruguera, 1981, pp. 345 ss; y Raúl Morodo, Atando cabos. Memorias de un conspirador
moderado (I), Madrid, Taurus, 2001, pp. 553 ss.
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373 F. Solano, «Influencia de la guerra de la Independencia en el pueblo español», op. cit., p. 117.
374 Ibídem, p. 117.
375 Ibídem, p. 118.
376 Ibídem, pp. 118-119.
377 Ibídem, pp. 119-120.
378
Ibídem, pp. 120-121.
379
El año anterior había dictado su conferencia «La idea de España en José Antonio», Delegación
de Educación y Cultura de Zaragoza, 1957, pp. 5-23. Para la visión de José Antonio Primo de
Rivera, vid. I. Saz, España contra España…op. cit., pp. 230-243 y 319-320. Como ejemplo de los
trabajos de Solano sobre el rey Católico, vid. «El reino de Aragón durante el gobierno de
Fernando el Católico», Jerónimo Zurita, 16-18 (1963-1965), pp. 221-246; o «La muerte de
Fernando el Católico», Zaragoza, XXII (1965), pp. 113-120.
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387
Ibídem, p. 401.
388 Ibídem, p. 403. La obra citada de W. Rustow era Guerra en pequeña escala, Barcelona, 1877.
389
Ibídem, p. 404.
390 Ibídem, pp. 404-406.
391
Ibídem, pp. 405-408.
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392
F. Solano, «La resistencia popular en la guerra de la Independencia: los guerrilleros», en La
Guerra de la Independencia Española y los Sitios de Zaragoza, op. cit., p. 409.
393
Ibídem, pp. 409-411.
394 Ibídem, p. 411. En su respuesta dice que el número fue considerable pero resulta difícil de pre-
cisar, entre otras razones, por falta de documentación, pues, «las preocupaciones burocráticas
de las mismas debían ser muy pocas, principalmente porque sospecho que la mayoría de sus
componentes no sabían escribir».
395 Ibídem, pp. 412-413.
396
Ibídem, pp. 414-415.
397 Ibídem, pp. 416-420.
398 Ibídem, p. 421.
170
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399
Ibídem, pp. 421-422.
400 Ibídem, p. 423.
401 F. Solano, «Los protagonistas de la Guerra de la Independencia», Universidad. Revista de
Cultura y vida universitaria, 3-4 (julio-diciembre de 1958), pp. 323-342 (texto de la conferencia
inaugural de los Cursos de Verano de Pamplona, organizados por la Universidad de Zaragoza);
y El guerrillero y su trascendencia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1959 (en con-
traportada aparece numerada como ponencia IV).
171
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
402
Así lo consideraba M. Allué Salvador, después de recordar que «Por gracia de Dios, me cabe la
satisfacción de ser el único superviviente de los organizadores de aquel Congreso. Desempeñé
la Secretaría de la Comisión organizadora, y esta circunstancia, unida al hecho de no haber
decaído en lo más mínimo el interés por el tema, que siento hoy con el mismo entusiasmo que
hace medio siglo, me mueven a comparecer en este II Congreso, de cuyo éxito quisiera ser cer-
tero augur, al considerar la categoría y autoridad de organizadores y congresistas». Más adelan-
te, se felicitará porque «el tema de los Sitios de Zaragoza, como tocado de vibrante dinamismo,
ha seguido siendo cultivado, con muy excelente juicio, por escritores diversos» como el men-
cionado en el texto («Los Sitios de Zaragoza como laboratorio social de virtudes heroicas»,
Guerra de la Independencia. Estudios III…, op.cit., pp. 9-10).
403 J. Mercader, «La Historiografía de la Guerra de la Independencia y su época desde 1952 a
1964», op. cit., p. XXIV. A. Serrano Montalvo (Zaragoza, 1921-1999), licenciado en Filosofía y
Letras por la Universidad de Zaragoza, fue secretario de la Institución «Fernando el Católico»
desde su fundación en 1943 hasta su jubilación en 1987. Falangista, integrante del grupo fun-
dador del SEU, secretario de la revista Proa (1942-1945), concejal del Ayuntamiento (1949-
1963), secretario de la Delegación de Distrito de Educación Nacional y durante los años sesen-
ta delegado provincial de Cultura del Movimiento. Su hermano, José Antonio, fue jefe nacional
del SEU (septiembre 1955 / julio 1956). Amigo personal de Fernando Solano, fue profesor
adjunto de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, encargado de la asignatura Historia de
las edades Moderna y Contemporánea Universal y de España, desempeñando la docencia de
Formación Política en varias facultades. Los datos de este autor en s. v., «Serrano Montalvo,
Antonio», en G. Alares López, Diccionario de los consejeros de la Institución Fernando el Católico, op.
cit., pp. 369-371; y M. Á. Ruiz Carnicer, El Sindicato Español Universitario (SEU), 1939-1965. La
socialización política de la juventud universitaria en el franquismo, Madrid, Siglo XXI, 1996,
pp. 298-306.
172
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Ese mismo tono lo utilizaría para marcar sus distancias frente a toda la
historiografía de la «Guerra de la Independencia en el siglo XIX, hecha por
los políticos que, en su mayor parte, hace recaer el triunfo nacional sobre el
paisanaje y las fuerzas populares»405. Y, a la vez, para expresar sus reservas
ante los comentarios «subjetivos por ser apasionados y carecer de funda-
mento» vertidos por autores como Mario de la Sala o el mismo Carlos Riba
García406. A partir de estas condiciones mínimas, el 18 de marzo de 1958
por la tarde, Serrano Montalvo organizó en siete capítulos su conferencia
sobre El pueblo en la guerra de la Independencia: la resistencia en las ciudades.
Para este historiador falangista que creía en la primacía de lo político y
mantenía como elemento esencial de la explicación la voluntad de un hom-
bre o de un grupo de hombres, el motín de Aranjuez fue una «revuelta de
los privilegiados» que impulsó el levantamiento del pueblo español frente a
la ocupación del ejército francés. Pero de ninguna manera se conformó con
173
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174
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
414
Es significativo al respecto que de los 12 puntos de su esquema sobre el levantamiento de
Zaragoza, dedique únicamente el octavo a comentar la «presión popular» (ibídem, p. 483).
415 Ibídem, p. 495.
416
Ibídem, pp. 504-505.
417 Ibídem, p. 502.
418 Ibídem, pp. 506-507.
419 Ibídem, pp. 510 y 512.
175
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Después de esto, poco más podía añadir acerca de las causas geopolíti-
cas de los asedios a las distintas localidades, la duración de los mismos y las
gloriosas capitulaciones, donde «Tarragona, la mártir, no capituló» y, en la
mayoría, «Las tropas salían de la plaza con las banderas desplegadas, a tam-
bor batiente y en formación»423.
Para cerrar, Serrano Montalvo buscará las bases de la «Otra resisten-
cia» surgidas de la ocupación y el desaliento de los sobrevivientes424. Aquí,
176
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
177
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Montalvo por el anuncio de sus trabajos, que nunca publicaría, recordaremos su advertencia:
«Actualmente tenemos en prensa una obra especialmente dedicada a estudiar la ocupación de
Zaragoza en su aspecto municipal: El Ayuntamiento de Zaragoza durante la Guerra de la
Independencia» (La Guerra de la Independencia Española y los Sitios de Zaragoza, op. cit., p. 521,
n. 152). En esta línea, el profesor José Antonio Armillas señalaba que el «sugestivo» artículo de
A. Serrano «Notas sobre el final de la Zaragoza napoleónica» publicado en Floresta histórica.
Homenaje a Fernando Solano Costa (op. cit., pp. 419-425), era un «avance de un anunciado y
esperado trabajo de mayor envergadura» (La Guerra de la Independencia y los Sitios, vol. 11 de
la Historia de Zaragoza, Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza-Caja de Ahorros de la Inmacu-
lada, 1997, p. 89).
430
H. Lafoz recuerda cómo, desde los años cincuenta hasta finales de 1980, el fondo Palafox perma-
neció «secuestrado» e inaccesible para el resto de los investigadores (La Guerra de la
Independencia en Aragón…, op. cit., p. 36). Después de todo, A. Serrano estaba casado con la discí-
pula de J. M.ª Lacarra, facultativa del de Archivos y directora del Municipal de Zaragoza, Marina
González Miranda. En 1957, se le otorgó el Premio Zaragoza por su folleto Zaragoza y los Sitios y,
en 1993, la Medalla de Socio de Honor de la Asociación Los Sitios de Zaragoza. Paradójicamente
su obra mayor será La población de Aragón según el fogaje de 1495, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1995, 2 vols.
178
CAPÍTULO X
De todos modos, Antonio Serrano tuvo sus seis días de gloria durante
el II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su épo-
ca, celebrado en Zaragoza desde el 30 de marzo al 4 de abril de 1959431.
Presentado como el gran acto académico que cerraba las conmemoraciones
históricas del 150 aniversario de los Sitios y abría las dedicadas a recordar
los «Veinte años de Paz» del franquismo, resulta interesante destacar los
aspectos comunes y diferencias con la asamblea de 1908. Desde este punto
de vista, lo primero que llama la atención es observar cómo de manera
similar a lo ocurrido entonces, los profesores de la Facultad de Letras zara-
gozana constituyeron la columna vertebral de la organización, encabezados
por los cinco catedráticos de Historia.
En efecto, al lado de Fernando Solano que ejerció la presidencia de la
comisión432, ocupó la vicedirección el numerario de Paleografía y Diplomá-
431 Vid. II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época. Programa ofi-
cial, Zaragoza, 30 marzo-4 abril 1959, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico» de la
Excma. Diputación Provincial, 1959. Las crónicas del congreso en J. Mercader, «El II Congreso
Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época», Hispania, LXXV (1959),
pp. 309-319, y «La Historiografía de la Guerra de la Independencia y su época desde 1952 a
1964», op. cit., p. XII. También, Juan Priego López, «El II Congreso Histórico Internacional de
la Guerra de la Independencia y su época», Revista de Historia Militar, III, 4 (1959), pp. 193-
200; y Eugenio Sarrablo Aguareles, «Presencia del Cuerpo de Archiveros en el II Congreso de
la Guerra de la Independencia», Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, VIII, L
(abril-junio de 1959), pp. 33-35.
432
Sirva como muestra de la actividad desarrollada por Solano el que, además de presidir la comi-
sión organizadora, participar en el acto inaugural y de clausura, impartió la ponencia número 4
y presidió la ponencia 13 encargada a su discípulo Serrano Montalvo.
179
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
433
Á. Canellas López (1913-1993), ingresó en el cuerpo de catedráticos en 1944 en la
Universidad de Santiago de Compostela, pasó por concurso de traslado a la de Zaragoza
(1946), volvió a Santiago (1954) y, poco después, retornó definitivamente a Zaragoza. Decano
de la Facultad en 1967-1968, en la Institución «Fernando el Católico», fue consejero, jefe de la
sección de Historia, director de la Cátedra Zurita y de la revista Jerónimo Zurita. Desde 1977 a
1985 sucedió en el puesto de director de la IFC a Solano (vid. su voz en DHEC, pp. 156-157; y
G. Alares López, Diccionario de los consejeros de la Institución Fernando el Católico…, op. cit.).
434 Como delegados de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, J. M.ª Lacarra y Luis
Ximénez de Embún, fueron los organizadores de la Exposición Historiográfica, «concebida
como conjunto ambiental de los años 1808 a 1814)» (E. Sarrablo, «Presencia del Cuerpo de
Archiveros…», op. cit., p. 33); y A. Beltrán Martínez, Catálogo de la exposición historiográfica (II
Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época), Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1959.
435 A. Beltrán, «Las Exposiciones conmemorativas del CL Aniversario de los Sitios de Zaragoza»,
Zaragoza, VII (1958), pp. 143-150 (en él daba cuenta de la doble exposición histórica y la
etnográfica expuesta en el Museo Etnológico de Aragón en el Parque Primo de Rivera). Junto a
este artículo y el catálogo citado en la nota anterior, también elaboró el Catálogo de la exposición
bibliográfica. II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época,
Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1959. Para los datos biográficos de A. Beltrán
Martínez (1916-2006) que fue catedrático desde 1949 hasta su jubilación en 1986 y profesor
emérito hasta 1995. Decano de la Facultad (1968-1985) fue, entre otros muchos cargos acadé-
micos y políticos, consejero de la Institución «Fernando el Católico» (vid. su voz en DHEC,
pp. 117-118, y la que le dedica G. Alares López, Diccionario de los consejeros de la Institución
Fernando el Católico…, op. cit.).
436
C. Corona, Precedentes ideológicos de la Guerra de la Independencia, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1959 (en contraportada aparece numerada como Ponencia I). Corona
también preparó, junto al discípulo de Vicens y catedrático de Instituto, Eduardo Asensio
Salvadó, la comunicación «Reparto y cobro de tributos, en los corregimiento catalanes, en la
cosecha de 1812», Estudios de la Guerra de la Independencia. I., Zaragoza, Institución «Fernando
180
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
el Católico», 1964, pp. 361-376. Una breve nota sobre este zaragozano del grupo de Vicens que
fue E. Asensio, en M. Á. Marín Gelabert, «La fatiga de una generación. Jaume Vicens Vives y su
Historia crítica de la vida y reinado de Fernando II de Aragón», prólogo a J. Vicens Vives, Historia
crítica de la vida y reinado de Fernando II de Aragón, Zaragoza, Cortes de Aragón-Institución
«Fernando el Católico», 2006, pp. XLIX-LXI.
437
En su condición de vicerrector de la Universidad de Zaragoza, Ynduráin presidió la mesa en la
que leyó su ponencia Ch. Petrie, el viernes 3 de abril en el Aula Magna de la Facultad de
Filosofía y Letras. Sobre este catedrático vid. J.-C. Mainer, «“Traer a consideración textos”:
Francisco Ynduráin y la literatura española del siglo XX», en La filología en el purgatorio. Los
estudios literarios en torno a 1950, Barcelona, Crítica, 2003, pp. 39-57.
438 Para las trayectorias de José Camón Aznar y Federico Torralba Soriano vid. sus voces en DHEC,
pp. 153-155 y 621-622, respectivamente.
439
J. Priego López, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su
época», op. cit., p. 194. Aunque Serrano se convirtió en el «verdadero secretario», pues, en la
práctica fue la Institución que él ocupaba la encargada de canalizar las invitaciones académicas,
despachar los asuntos administrativos y, posteriormente, editar las actas del congreso, es preci-
so advertir que, sobre el papel y de manera honorífica, en el comité organizador constituido en
el primer semestre de 1958, el cargo de secretario lo ocupaba José María Franco de Espés
como representante de la Sociedad Económica Aragonesa. Junto con Solano y Canellas, el res-
to de la comisión estaba formada por el archivero Luis Ximénez de Embún (junto a Lacarra,
representaba a la Dirección General de Archivos), el erudito local Anselmo Gascón de Gotor
Giménez (por la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis), el abogado y concejal
del Ayuntamiento Ramón Morón y el militar Enrique Lafiguera en representación de Capitán
General de la Vª Región Militar (vid. G. Alares López, Cultura y fascismo en la Zaragoza de post-
guerra: la Institución «Fernando el Católico»…, op. cit.).
440 Como he comentado y veremos más adelante, Serrano no preparó el texto de su ponencia para
su publicación. De igual modo, el resumen de sus dos comunicaciones anunciadas, «El Libro
de órdenes de los Sitios de Zaragoza» y «Palafox y la historiografía de los sitios de Zaragoza:
Sus Memorias» en Sumario de Comunicaciones. II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de
la Independencia y su época, Zaragoza 30 de marzo-4 de abril 1959, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1959, p. 62) (tampoco entregaría el texto de estas comunicaciones).
181
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
441 De hecho, como se ha visto la excepción en 1908 estuvo representada por Carlos Riba García,
único historiador profesional asistente al congreso cuyo interés bibliográfico por la guerra le
llevaría a avanzar, en la década de los veinte, por los caminos de la historia contemporánea uni-
versal (vid. supra nts. 127 y 132).
442
Un apunte sobre el uso del lenguaje por el franquismo y el comienzo de la utilización, en
1959, de la retórica de la paz que alcanzaría su momento álgido con la celebración de los
«XXV años de paz» en 1964, en Vicente Sánchez-Biosca, «Las culturas del tardofranquismo»,
en el dossier editado por I. Saz, «Crisis y descomposión del franquismo», Ayer, 68 (2007, 4),
pp. 98-99. En este sentido, recordaremos que la revista Zaragoza, órgano oficial de la
Diputación Provincial presidida por Antonio Zubiri Vidal, primero dedicaría un cuadernillo
especial al «CL Aniversario de los Sitios de Zaragoza», VII (1958), pp. 143-214, y, al año
siguiente, un número extraordinario a los «Veinte años de Paz en Zaragoza y su provincia», IX
(1959).
443 Iniciado el acto a las 12.30 de la mañana, el cronista J. Mercader continuaba explicando que
hablaron «sucesivamente don Fernando Solano, Director de la Institución “Fernando el
182
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Católico” y Presidente de la Comisión Organizadora del Congreso; don Miguel Allué Salvador,
que fue secretario del I Congreso de la Guerra de la Independencia, celebrado en 1908, y del
que él es único superviviente; don Antonio Beltrán, diputado provincial, en nombre de las
autoridades zaragozanas; don José Navarro Latorre, en nombre del Excmo. Sr. Ministro de
Educación Nacional, y el Teniente General Baturone, en el del Jefe del Estado» («El II
Congreso Histórico Internacional de la Guerra…», op. cit., pp. 309-310). También, E. Sarrablo
Aguareles, «Presencia del Cuerpo de Archiveros en el II Congreso Internacional de Historia de
la Guerra de la Independencia y su época», op. cit., p. 33.
444 En la pequeña historia del congreso y la relación de curiosidades derivadas de su organización,
cabría estudiar el grupo de autores cuyos nombres se barajaron para ser ponentes y que, por
distintas razones, excusaron su presencia (V. Rodríguez Casado, F. Estapé o E. Pardo Canalís) o
fueron rechazados directamente por la comisión organizadora, como fue el caso de Miguel
Artola. El primero en fallar, según el orden establecido en el Programa Oficial de la reunión, fue
el catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de Zaragoza
(1956-1960), Fabián Estapé Rodríguez quien había aceptado impartir la ponencia 5, Aspectos
económicos de la Guerra de la Independencia, prevista para la mañana del martes 31 de marzo.
Esta ausencia fue corregida suprimiendo la ponencia con lo cual los ponentes fueron 13, en
vez, de los 14 inicialmente previstos (vid. II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la
Independencia y su época. Programa oficial…, op. cit., p. 2). Por su parte, Vicente Rodríguez
Casado junto con Octavio Gil Munilla fueron de los primeros invitados a impartir la ponencia
10 dedicada a Hispanoamérica y programada para el juevez 2 de abril (vid. Programa Oficial…,
op. cit., p. 5). Según las actas de la comisión organizadora conservadas en la IFC, el primero
excusó su asistencia, aunque se comprometió a mandar un texto que debería leer su compañe-
ro Gil Munilla (vid. G. Alares López, Cultura y fascismo en la Zaragoza de postguerra: la
Institución «Fernando el Católico»…op. cit.).
445 El zaragozano Gerardo Lagüens Marquesán fue un abogado falangista, ex combatiente de la
División Azul, doctor en Ciencias Políticas y Económicas (1951), vinculado al catedrático de
Internacional L. García Arias, y profesor de la Universidad Laboral. Junto con el cargo mencio-
nado en el texto, fue secretario general de Universidades e Investigación, y autor, entre otros,
del manual Teorías y formas políticas. 1er. curso de Formación Política, Madrid, Editorial
Lanzamiento, 19677.
183
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Rodríguez Casado y Octavio Gil Munilla446, fuera defendida por los ameri-
canistas falangistas Manuel Ballesteros, Demetrio Ramos y Manuel
Tejado447. Menos aún extraña que la tercera conferencia la impartiera el
director del Seminario de Historia Moderna del Estudio General de
Navarra, el padre Federico Suárez Verdeguer448. Y, casi nada sorprende que,
a pesar de las reticencias iniciales de Juan Mercader Riba, éste terminara
por explicar su trabajo sobre La organización administrativa francesa en
España en una mesa presidida por el mismo Jaime Vicens Vives449. Después
de todo, si eran bien conocidas las tendencias americanistas de Solano y
sus cordiales relaciones con los Ballesteros-Gaibrois, también era manifies-
ta la estrecha amistad que, por entonces, mantenía el catedrático zaragoza-
no con su «maestro» catalán y los compromisos de este último con la
Institución «Fernando el Católico»450.
446 Como se ha señalado así aparece registrado en las actas y anunciado en el Programa Oficial del
encuentro (op. cit., p. 5). Sobre O. Gil Munilla (Tudela [Navarra] 1922-Sevilla, 1993), estrecho
colaborador de V. Rodríguez Casado, profesor (desde 1949) y vicerrector (1951-1973) de la
Universidad de La Rábida, recordaremos que había sido catedrático de Historia Universal de las
Edades Moderna y Contemporánea y de Historia General de la Cultura (Antigua y Media) de la
Universidad de Zaragoza (1949-1953) (vid. s. v. «Gil Munilla, Octavio», DHEC, pp. 298-299).
447 Sobre M. Ballesteros Gaibrois y D. Ramos Pérez, vid. sus voces en DHEC, pp. 103-105 y 515-
516. Un pequeño resumen de la conferencia en J. Mercader, «El II Congreso Histórico
Internacional de la Guerra…», op. cit., p. 314. Esta ponencia no fue publicada entre las separatas
editadas por la IFC.
448 Sobre este catedrático nacido en Valencia en 1917 y fallecido en Pamplona el 1 de enero de
2005, vid. su voz en el DHEC, p. 605; y la necrológica de Álvaro Ferrari, «Federico Suárez
Verdeguer», Memoria y Civilización, 8 (2005), pp. 7-10.
449 Como demuestran las actas de la secretaría de la comisión organizadora, consultadas por G.
Alares, Mercader inicialmente excusó su presencia «por una crisis nerviosa» (vid. Cultura y fas-
cismo en la Zaragoza de postguerra: la Institución «Fernando el Católico»…, op. cit.). En 1951,
Mercader había pronunciado una conferencia en la IFC dedicada a «El Mariscal Suchet,
“Virrey” de Aragón, Valencia y Cataluña», Jerónimo Zurita, 2 (1951/1954), pp. 127-142. La tra-
yectoria intelectual de este historiador que se había doctorado con la tesis, dirigida por
Antonio Rumeu de Armas, «Barcelona durante la ocupación francesa (1808-1814)», en s.v.,
«Mercader i Riba, Joan», DHEC, pp. 408-409; y la voz que le dedica Pere Pascual Domènec en
Antoni Simon i Tarrés (dir.), Diccionari d´Historiografía Catalana, Barcelona, Enciclopèdia
Catalana, 2003, pp. 800-802.
450
Las amistades y los compromisos editoriales en M. Á. Marín Gelabert, «La fatiga de una gene-
ración. Jaume Vicens Vives…», op. cit., pp. LXXI-XCVIII. Para nuestro interés, resulta conve-
niente recordar que, apenas transcurridos unos meses del encuentro, se produjo la ruptura de
Solano y Serrano Montalvo con su «maestro» Vicens Vives, por entonces, el gran intérprete del
184
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
185
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
453
J. Priego López, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su
época», op. cit., p. 197. A título erudito recordaremos que Carlos Santacara ha utilizado los fon-
dos y fuentes conservados en los archivos británicos, empezando por las clásicas historias de
Oman y Fortescue, para elaborar una narración de la guerra (La Guerra de la Independencia vis-
ta por los británicos: 1808-1814, Madrid, Ediciones Antonio Machado, 2005).
454
R. Konetzke (1879-1980), estudió en Marburgo y Berlín, donde fue discípulo de Otto Hintze y
Friedrich Meinecke, doctorándose con una tesis dirigida por este último sobre «Isaak Iselin y el
concepto de Iluminismo» (1921). Profesor de enseñanza media en Berlín (1923-1944). En la
primavera de 1944 se trasladó a España donde permaneció hasta 1952, siendo becario y cola-
borador del CSIC en el Instituto «Gonzalo Fernández de Oviedo» y la Escuela de Estudios
Americanos de Sevilla. En 1954, por mediación del hispanista norteamericano John Tate
Lanning consiguió una beca de investigación en la Universidad de Duke, en Durham (Carolina
del Norte), donde llegó a ser Research Associate. A su regreso a Alemania, en 1954, apoyado por
el hispanista Peter Rassow y, su compañero de estudios y rector de Colonia, Theodor Schieder,
fue designado profesor auxiliar, Privatdozent (1955) y, en 1961, Professor de la primera cátedra
de Historia Ibérica y Latinoamericana creada en la Universidad de Colonia. En 1964, fundó y
dirigió, junto con H. Kellenbenz, el Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft
Lateinamerikas. De sus abundantes trabajos, alcanzó una gran difusión entre los universitarios
su América Latina. II. La época colonial, vol. 22 de la Historia Universal de Siglo XXI, Madrid,
Siglo XXI, 1972 (1.ª ed. alemana en la Historia Universal de Fischer Verlag, Frankfurt am Main,
1965). Con motivo de su jubilación, en 1965, su amigo H. Juretschke publicó la semblanza
«Richard Konetzke historiador y testigo del mundo hispánico en la Alemania moderna»,
Hispania, XXV (1965), pp. 165-183 (recogida en Miguel Ángel Vega Cernuda (ed.), España y
Europa. Estudios de Crítica Cultural. Obras completas de Hans Juretschke, Madrid, Editorial
Complutense, 2001, I, pp. 499-511). Además, vid. Ma. C. Vera de Flachs y H. Knoll, «Richard
Konetzke. Su papel como receptor del método de los Annales en el ámbito de los estudios lati-
noamericanos de Alemania», Cuadernos de Historia Contemporánea, 11 (1989), pp. 169-189
(incluye una completa bibliografía, pp. 182-189); y la necrológica de M. Morner, «Richard
Konetzke (1897-1980)», The Hispanic American Historical Review, 61/1 (1981), pp. 87-89.
455
La relación de Konetzke con Ballesteros databa de su primera estancia en España en 1925,
cuando por indicación de su Doktorvater Meinecke, consiguió una beca para rastrear en los
186
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
archivos españoles el tema del despotismo ilustrado. Fruto de sus investigaciones fue su primer
libro dedicado a la política del conde de Aranda en la contienda colonial anglo-española (Die
Politik des Grafen Aranda. Ein Beitraga zur Geschichte des spanisch-englischen Weltgegensatzes im 18.
Jahrhundert, Berlin, 1929), que dedicó al historiador español. La relación entre ambos se man-
tuvo en los años treinta (Manuel Ballesteros hijo, estudió por esas fechas en Berlín) y se forta-
leció en el período que Konetzke se estableció en España. Por lo demás, junto con sus colabo-
raciones en distintas revistas, las investigaciones de archivo de Konetzke le permitirían publicar
la importante Colección de Documentos para la Historia de la formación social de Hispanoamérica,
1493-1910, Madrid, CSIC, 1953-1962, 3 vols. (obra que le había sugerido Carmelo Viñas).
Finalmente, Konetzke colaboró con «La emigración española al Río de la Plata durante el siglo
XVI», en la Miscelánea Americanista. Homenaje a don Antonio Ballesteros Beretta (1880-1949),
Madrid, Instituto «Gonzalo Fernández de Oviedo»-CSIC, 1952, III, pp. 297-353. Sobre el his-
toriador de origen aragonés A. Ballesteros Beretta que fue el primer director del Instituto
«Gonzalo Fernández de Oviedo», de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, de
la Revista de Indias y, como se ha indicado, el director de tesis de F. Solano, vid. su voz en el
DHEC, pp. 101-103.
456 Merece la pena recordar la evocación de Ramón Carande de su encuentro con Konetzke: «Nos
habíamos conocido en un curso de la Universidad de La Rábida. Mi impresión allí fue que no
se estimaba bastante su valor científico. Presintieran o no la calidad del saber de Konetzke, los
profesores que gobernaban la casa (años 1943 a 1945) creían alcanzar un nivel superior y no
se le ofrecían ocasiones para que destacase y –claro está– entonces prefería hacerse el desen-
tendido. Después, sin causar asombro, confundirse con uno de tantos en cuanto llamaron la
atención las publicaciones de Konetzke. En todo caso, y por la razón antedicha, no sacaron los
universitarios de Sevilla –docentes y discentes– todo el rendimiento que Konetzke hubiera
podido dejar en un medio más permeable y menos egocéntrico» (Galería de amigos, Madrid,
Alianza Editorial, 1989, pp. 133-137, la cita en la p. 133). La crítica se dirigía a V. Rodríguez
Casado, impulsor de la Universidad de Verano de la Rábida (1943) y su «escuela». De los orga-
nizadores zaragozanos recordaremos que, sin duda, C. Corona durante su estancia sevillana
conoció a Konetzke.
457 En este punto, quizás sea conveniente recordar dos cosas: primera, como me ha informado G.
Alares, desde principios de los cincuenta F. Solano y Á. Canellas estaban intentando editar tra-
ducido al español el estudio sobre Aranda de Konetzke. Parece ser que el proyecto no se llegó
a realizar por el progresivo desinterés de F. Solano. Y, segunda, en 1959, se había incorporado
a la cátedra de Zaragoza, quien sería «el primer discípulo» de Corona, el jesuita Rafael
Olaechea Albistur, procedente de Innsbruck donde había defendido su primera tesis doctoral
sobre las relaciones diplomáticas durante el reinado de María Teresa. R. Olaechea (Lesaca
[Navarra], 1922-Loyola [Guipúzcoa], 1993) fue uno de los historiadores que contribuiría a
recuperar la figura del conde de Aranda y el redescubrimiento del «Partido aragonés». Como
187
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
188
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Stuttgart, 1979, pp. 651-693 (la cita en la p. 399, recogida por J. J. Carreras, en «Distante e
intermitente…», op. cit., p. 94, n. 97). Por lo demás, estas mismas ideas las había plasmado en su
síntesis divulgativa Historia de España (Geschichte Spaniens, Paris, 1961). Durante la corrección
de pruebas de este trabajo ha aparecido el artículo de Antonio Saez Arance, «Entre la
“Vollksgeschichte” alemana y la historiografía nacionalista del franquismo: una relectura de las
primeras publicaciones de Richard Konetzke sobre España (1929-1946)», Ayer, 69 (2008 / 1),
pp. 73-99, que completa algunos aspectos apuntados en el texto.
461
R. Konetzke, La Guerra de la Independencia y el despertar del nacionalismo europeo, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico» de la Excma. Diputación Provincial de Zaragoza, 1959
(separata del II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época.
Zaragoza, 30 de marzo-4 de abril de 1959. Ponencia VI).
462 Ibídem, p. 5.
189
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
463
Ibídem, p. 13. Las referencias a los dramas y poemas de Kleist en las pp. 10 a 15. La conferen-
cia terminaba con la oda «An Palafox» (marzo de 1809), donde el poeta expresaba su ilimitada
admiración al heroísmo y al patriotismo de los defensores de Zaragoza. Para la influencia de la
Guerra de la Independencia en Kleist vid. Remedios Solano Rodríguez, «Un proyecto político
para Alemania: Heinrich von Kleist y la Guerra de la Independencia española», Espéculo. Revista
de estudios literarios, 17 (marzo-junio, 2001), 9 pp. (revista electrónica de la Facultad de
Ciencias de la Información de la Universidad Complutense: http://www.ucm.es/info/especu-
lo/numero17/kleist.html). Esta autora se doctoró con la tesis La influencia de la Guerra de la
Independencia en Prusia a través de la prensa y la propaganda: la forjadura de una imagen de
España (1808-1815), Madrid, Universidad Complutense, febrero de 1998 (se puede consultar
en edición digital, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000; y el resumen de la misma en
Bulletin d´histoire contemporaine de l’Espagne, 27 (juin 1998), pp. 209-216). En última instancia,
la figura de Hermann como representación de la victoriosa Germania y el simbolismo de su
monumento como reflejo de la trayectoria del nacionalismo alemán en el siglo XIX la apuntó
George L. Mosse en La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en
Alemania desde las Guerras Napoleónicas al Tercer Reich, Madrid, Marcial Pons, 2005, (19751), pp.
76-77 y 81-84.
464
Vid. la voz redactada por Charles-Olivier Carbonell, «Godechot, Jacques (Lunéville,
1907–Toulouse, 1989)», en Christian Amalvi (dir), Dictionnaire biographique des historiens fran-
çais et francophones. De Grégoire de Tours à Georges Duby, Paris, La Boutique de l’Histoire, 2004,
pp. 132-133.
190
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
465
K. D. Erdmann, Toward a Global Community of Historians…, op. cit., pp. 228-229.
466 Un resumen de las críticas fundamentalmente de la historiografía marxista en Eberhard
Schmitt, Introducción a la Historia de la Revolución Francesa, Madrid, Cátedra, 1980, pp. 50-54 (el
entrecomillado en la p. 51).
467 Un apunte sobre la participación de los más importantes representantes de los historiadores de
la «Alemania libre» y del civilizado «mundo atlántico» en la Historia Universal Propilea y la
atracción que despertó entre los profesores españoles de la época en mi trabajo «La metamor-
fosis de un historiador: el tránsito hacia el contemporaneísmo de José María Jover», op. cit, nts.
48-51. En esta obra donde la parte dedicada a las revoluciones atlánticas la escribió Palmer,
Konetzke se encargó de redactar el largo capítulo «Descubrimientos y conquistas transoceáni-
cos», G. Mann y A. Heuss (dir.), Historia Universal. VI. Las grandes culturas extraeuropeas. 2. El
Renacimiento, Madrid, Espasa-Calpe, 1989 (1.ª ed. alemana, Frankfurt an Main-Berlín, Verlag
Ullstein GmbH, 1964, pp. 631-750).
191
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
468
Así parecen confirmarlo las actas de la secretaría de la comisión organizadora donde su nombre
no figuraba. En el Programa Oficial su conferencia estaba prevista para el miércoles 1 a las 10,30
de la mañana, cuando en realidad se celebró por la tarde (op. cit., p. 4), pues como apuntaba E.
Sarrablo: el 1.º de abril, «como festivo, no hubo sesiones de trabajo», por la mañana se celebró
la visita en autocar por Zaragoza, organizada por A. Beltrán, por la tarde, la conferencia de
Godechot y, por la noche los congresistas y sus familiares asistieron «a la función de gala en su
honor, en el bello Teatro Principal» («Presencia del Cuerpo de Archiveros…», op. cit., pp. 34-35).
469
Sobre las relaciones de Vicens con Godechot vid. las cartas de mayo de 1957 y 1958 y las diri-
gidas a sus alumnos Emili Giralt y Jordi Nadal de febrero de 1953, en Josep Clara, Pere
Cornellà, Francesc Marina i Antoni Simón (ed.), Epistolari de Jaume Vicens Vives, Girona, Cercle
d’Estudis Històrics i Socials, 1998, pp. 187-188 y 280-281, respectivamente. Por lo demás, es
importante recordar que en la Universidad de Toulouse impartía su magisterio el gran medie-
valista Philippe Wolff cuya tesis doctoral Commerce et marchands de Toulouse (1350-1450),
defendida en 1952 y publicada en 1954, se había convertido en una obra pionera por su reno-
vación metodológica y la atención al análisis de los hechos económicos y sociales. Secretario y,
más tarde, codirector de la revista Annales du Midi, publicación en la que las colaboraciones
habituales de Lacarra habían tomado el relevo dejado por Vicens cuando éste evolucionó hacia
el contemporaneísmo. Sobre el medievalista francés, vid. la voz de Daniel Le Blévec, «Wolff,
Philippe (Montmorency, 1913-Andorre-la Vieille, 2001)», en Ch. Amalvi (dir), Dictionnaire bio-
graphique des historiens français…, op. cit., pp. 330-331.
192
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
470
J. Godechot, «Les caràcteres généraux des soulévements contre-revolutinaires en Europe à la
fin du XVIIIème siècle et au début du XIXème siècle», en Guerra de la Independencia. Estudios II,
op. cit., pp. 9-22.
471 Ibídem, p. 10.
472
Ibídem, pp. 11-15.
473 Ibídem, p. 15.
193
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
era posible negar ninguna de las dos posiciones, pero precisaba que los
espontáneos «ils ne devinrent efficaces que lorsqu’ils entrèrent dans le
cadre d’une insurrection préparée»474. La última parte de la disertación la
dedicó a analizar los diferentes tipos de lucha («guerre de partisans» o de
«guerrillas»), sosteniendo que los insurgentes solicitaron la ayuda siempre
de extranjeros, y cuando éstos enviaron ejércitos regulares la insurrección
triunfó. Y, tras reafirmarse en su idea esencial de que la revolución había
sido por otra parte irresistible, y los países marcados por los alzamientos
contrarrevolucionarios salieron de la guerra casi tan transfigurados como
aquellos en los que la revolución pudo imponerse, terminó señalando que:
194
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
por la tarde en la sesión presidida por el decano José María Lacarra, Carlos
Corona abrió el apartado académico del congreso en el Aula Magna de la
Facultad de Filosofía y Letras con la ponencia Precedentes ideológicos de la
Guerra de la Independencia 477. Continuando los planteamientos que había
expuesto el año anterior en su conferencia Carácter de las relaciones hispano-
francesas en el reinado de Carlos IV, Corona defendió su conocida hipótesis
de la preparación de un plan bien estudiado por la Junta de Gobierno que
dejó Fernando VII en Madrid. En tal sentido, se mostró escéptico con la
tesis populista, según la cual el «Alzamiento, o la Revolución» del pueblo
español era algo indefinido y espontáneo, para argumentar a continuación
la conveniencia de «considerar la existencia en las principales ciudades de
núcleos políticos, que pusieron en movimiento al pueblo y que dictaron los
nombres de las nuevas autoridades que merecieron la confianza del “pue-
blo”; es decir, el estudio del “aparato revolucionario”»478. Para el catedrático
zaragozano «la mutación nacida con la guerra nacional que operó sobre
todas las mentes», determinó la creación de la ideología de tal modo que,
«La idea de la Patria, de la lealtad, de la fidelidad debía sobreponerse y
adelantarse como necesarias, como justificadoras, como enmascaradoras, si
era necesario, desde el mismo instante en que se debía llamar al pueblo a la
lucha. Las interpretaciones y justificaciones posteriores a la guerra debían
igualmente someterse a las exigencias de las nuevas circunstancias»479. A
modo de conclusión, Corona propuso «un plan de investigaciones purifica-
do de los sentimientos nacionalistas dominantes en la historiografía de la
guerra de la Independencia» para estudiar las «tres ideas y tres realidades
firmemente afincadas en la conciencia española: DIOS, PATRIA y REY»
que produjeron el levantamiento480.
Esa misma tarde, en el Aula de Humanidades dictó Santiago Amado
Loriga la ponencia dedicada a los Aspectos militares de la Guerra de la
Independencia en la mesa presidida por el Coronel de Estado Mayor Juan
195
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Priego López. En esta ocasión, el conocido militar leyó una serie de notas
bibliográficas, «apresuradamente preparadas», donde examinaba las princi-
pales obras referentes a la historia militar de la guerra (desde las de los bri-
tánicos Napier y Oman, el alemán Schepeler o el comandante francés
Balagny, hasta las de los españoles Gómez de Arteche, el heroico jefe de
Infantería Ibáñez Marín y el Diccionario Bibliográfico de la Guerra de la
Independencia Española, editado por el Servicio Histórico Militar del
Ministerio del Ejército)481.
A las 10 de la mañana del martes 31 de marzo, presidida por el moder-
nista canario Antonio Rumeu de Armas482, se verificó la sesión en la que
expuso su ponente, Federico Suárez Verdeguer, el tema Las tendencias polí-
ticas durante la Guerra de la Independencia 483. Merece la pena leer con cierto
detenimiento las palabras del profesor del Estudio General de Navarra por-
que, frente a la tesis más divulgada y tópica de la guerra nacional, comenzó
su intervención con una cita del general Evaristo San Miguel acerca de que
la contienda contra los franceses fue «una especie de guerra civil al mismo
tiempo». Esta referencia le permitió sostener que «las disensiones entre los
españoles y las guerras civiles comienzan en aquellos años, y en este senti-
do es indudable que la Guerra de la Independencia señala el fin de la uni-
dad de los españoles»484. Transplantada al terreno de la historia de las ideas
196
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
197
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
tóricas le habían llevado a plantear sobre nuevas bases la historia política del
siglo XIX: primero, al revalorizar el realismo o carlismo como solución espa-
ñola reformista —pues siempre se mostraron partidarios del restablecimiento
de las Cortes tradicionales de España, adaptadas a los tiempos— que hubiera
evitado la ruptura de la tradición española que supuso el liberalismo. En
segundo lugar, al imponerse la tarea de «descubrir la España real debajo de
su nomenclatura liberal, demostrar que la gran masa del pueblo simpatizaba
con el carlismo durante todo el siglo pasado sintiéndose, por otra parte, aje-
no a las ideas e instituciones liberales importadas por minorías cultas que se
habían formado en el extranjero y cuya labor sólo prosperó por la ayuda de
las grandes potencias liberales, Inglaterra y Francia»488. Y, lógicamente, al
proporcionar una imagen negativa de la dinastía borbónica que había con-
tribuido al afrancesamiento de España y a romper la vía tradicional.
En cualquier caso, como la escena interior de la historiografía española
se estaba empezando a poblar de tímidos discrepantes e historiadores con-
temporaneístas de incierto futuro liberal, el conferenciante, miembro rele-
vante de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei, no pudo
sustraerse a realizar una «somera exposición crítica y general» de los «estu-
dios aparecidos desde 1950» que se habían ocupado de las tendencias polí-
ticas durante la guerra de 1808-1814 (Sánchez Agesta, Artola y Seco
Serrano). Ni pudo tampoco dejar de apuntar que, junto con los suyos, los
trabajos realizados con «más depurado método y mayor profundidad» y
que, en buena medida, venían a confirmar la «tesis de las tres tendencias», se
debían al tradicionalista alemán y director del Instituto Germano-Español
de Investigación de la Sociedad Görres de Madrid, Hans Juretschke
Meyer489. No en vano, este último había valorado positivamente que:
488 H. Juretschke, «Postrimerías de Fernando VII y advenimiento del régimen liberal. Apostillas a
Federico Suárez», Razón y Fe, 152 (1955), pp. 325-334 (reproducida en M. A. Vega Cernuda
(ed.), España y Europa. Estudios de Crítica Cultural. Obras completas de Hans Juretschke…, op. cit., I,
pp. 251-258; la cita en las pp. 251-252).
489
F. Suárez Verdeguer, Las tendencias políticas durante…, op. cit., pp. 10-13. La bio-bibliografía del
historiador alemán (1909-2004) en su voz del DHEC, pp. 339-340; la «Introducción» en M. A.
Vega Cernuda (ed.), España y Europa. Estudios de Crítica Cultural. Obras completas de Hans
Juretschke…, op. cit., I, pp. IX-XXX (incluye la obra completa clasificada temáticamente); y las
referencias que le dedica Carolina Rodríguez López, «La Universidad de Madrid como escena-
rio de las relaciones hispano-alemanas en el primer franquismo», Ayer, 69 (2008/1), pp. 101-
128 (especialmente las pp. 108-109).
198
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490 H. Juretschke, «Postrimerías de Fernando VII y advenimiento del régimen liberal…», op. cit.,
p. 252. Cuando Suárez Verdeguer finalizó, intervinieron en el debate «los Sres. Seco, Pastor,
Corona Baratech, Ballesteros Gaibrois, García Prado, Pérez Rioja, Ramos, Martínez Valverde,
Olaechea y Srta. Menéndez Manjón, concluyendo el acto el presidente, Doctor Rumeu de
Armas» (J. Mercader, «El II Congreso Histórico Internacional…», op. cit. p. 311).
491 F. Solano, El guerrillero y su trascendencia, op. cit.
492
Ibídem, pp. 6-11.
493
Ibídem, pp. 11-19.
494
Ibídem, p. 29. Mercader señaló que «Seguidamente intervinieron para exponer diversos puntos
de vista los Sres. Martínez Valverde, Álvarez Berruezo, García Prado, Druêne, Ballesteros Gai-
brois, Batlle y González Echegaray» («El II Congreso Histórico Internacional…», op. cit. p. 312).
199
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495 L. de la Calzada Rodríguez, La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuen-
cias, op. cit. En aquellos momentos, el americanista especializado en la época del Descubri-
miento Demetrio Ramos Pérez (1918-1999), era profesor adjunto de Historia de América en la
Universidad de Barcelona y delegado de Información y Turismo en la misma ciudad (vid. su
voz en DHEC, pp. 515-516).
496 L. de la Calzada Rodríguez, La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz…, op. cit., p. 13.
200
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
497
Ibídem, p. 43. El viejo trabajo de Fernando Jiménez de Gregorio mencionado en el texto era su
tesis doctoral dirigida por Pío Zabala y leída en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en
1933, La convocatoria de Cortes Constituyentes en 1810. Aportaciones documentales inéditas acerca
del estado de la opinión española en punto a la reforma constitucional. Como recordaba su autor, la
tesis había tenido una pequeña edición de 75 ejemplares en Plasencia (1936) y, por interés, de
Jaime Vicens Vives se había publicado con el mismo título en Estudios de Historia Moderna, V
(1955), pp. 221-347 (la obra la había comentado en su ponencia Federico Suárez Verdeguer,
op. cit., p. 13, n. 20). Al final, la ponencia de Luciano de la Calzada «fue objeto de comentario
por parte de los Dres. Seco y Vázquez de Prada» (J. Mercader, «El II Congreso Histórico
Internacional…», op. cit. p. 312).
498 J. Mercader Riba, La organización administrativa francesa en España, Zaragoza, Institución
«Fernando el Católico», 1959 (en la contraportada aparece numerada como Ponencia V). Él
mismo reseñó la conferencia en «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra…», op.
cit., pp. 313-314.
201
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
499 J. Mercader, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra…», op. cit., pp. 313-314.
Cuando terminó, «después de unas observaciones del presidente de la sesión, hicieron uso de
la palabra los Sres. Druêne, Serrano Montalvo, Artero Soteras, Álvarez Solar-Quintes y Sarrablo
Aguareles».
500
G. Lagüens, Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia, Zaragoza,
Institución «Fernando el Católico», 1959 (en la contraportada está numerada como Ponencia X).
501 El toledano discípulo de Ciriaco Pérez Bustamante, Seco Serrano, había accedido a la cátedra
de Historia General de España de Barcelona en noviembre de 1957, donde permaneció hasta su
traslado a la de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias de la Información en la
Complutense de Madrid (1975) (vid. s. v., «Seco Serrano, Carlos», DHEC, pp. 584-585).
502
G. Lagüens leyó su tesis doctoral La política exterior de la Junta Central Suprema (1808-1810),
en 1951, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de Madrid, posteriormente publicó
los artículos «La política exterior de la Junta Central con Inglaterra (1808-1810)», Cuadernos de
202
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Historia Diplomática, I (1954), pp. 43-67; y «La política exterior de la Junta Central con
Portugal (1808-1810), Cuadernos de Historia Diplomática , II (1955), pp. 63-101. Parece que no
se tomó con interés la preparación de la conferencia, ni siquiera para su publicación, pues, por
un lado, repite párrafos enteros (el último de la página 384 y el primero de la 385 se reprodu-
cen en las páginas 392 y 393. Y el de la página 386 en las 393 y 394). Y, por otro, dejó el texto
sin concluir.
503
Cuando Carlos Seco terminó la lectura del texto «Intervinieron en la discusión los Sres.
Martínez Valverde, Seco, Pérez Rioja, Recaséns, Martínez Morellá y Srta. Menéndez Manjón»
(J. Mercader, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra…», op. cit., p. 314).
504 Ibídem. En el comentario que sucedió al desarrollo de la ponencia participaron los «congresis-
tas Sres. Rumeu de Armas, Konetzke y la Srta. Quintero López».
203
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
204
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
508 Según J. Mercader, no hubo intervenciones al final de la ponencia («El II Congreso Histórico
Internacional de la Guerra…», op. cit., p. 315).
205
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
509
Ibídem, pp. 315-316. «Tras su disertación, se abrió el período de intervenciones, en el que
actuaron los Srs. Mercader, Batlle, Golobardes, Gella, Fernández Serrano, Ramos, Gubern, Seco
y Martínez Valverde, así como el presidente, Dr. Solano Costa».
510 Junto con la recepción del Ayuntmiento en el Palacio de la Aljafería, fueron recibidos y agasa-
jados por la Diputación Provincial, la Facultad de Derecho, el Gobierno Civil y la IFC (vid.
Programa Oficial…, op. cit.).
511 Organizada por A. Beltrán y realizada el miércoles 1 de abril por la mañana, el recorrido por los
monumentos de la ciudad finalizó en la cripta de Santa Engracia donde, después del emocio-
nado discurso de Ángel Canellas dedicado a Blancas y Zurita, Antonio Rumeu de Armas y
Manuel Ballesteros Gaibrois, colocaron una corona de laurel sobre la lápida que recuerda a los
grandes cronistas aragoneses (vid. J. Mercader, «El II Congreso Histórico Internacional de la
Guerra de la Independencia…», op. cit., pp. 314-315 y 317-318; y E. Sarrablo, «Presencia del
Cuerpo de Archiveros…», op. cit., p. 34).
512
El día 1 a las 11 de la noche los congresistas y sus familiares asistieron «a la función de gala en
su honor, en el bello Teatro Principal, […] dividida en tres partes: la primera a cargo de la
Orquesta Sinfónica de Zaragoza, que interpretó composiciones de Aula, Vázquez, Turina y
Bretón; la segunda, folklórica, por la compañía de Angelillo; y la tercera, la más emotiva, tam-
bién folklórica, de exaltación de la jota aragonesa» (E. Sarrablo, «Presencia del Cuerpo de
Archiveros…», op. cit., pp. 34-35).
513
El viernes 3 de abril por la mañana, J. M.ª Lacarra «colocó en los jardines de la Facultad, una
corona de laurel en el busto del que fue infatigable organizador del anterior Congreso, en
1908, D. Eduardo Ibarra, padre de nuestra compañera señorita África Ibarra» (E. Sarrablo,
«Presencia del Cuerpo de Archiveros…», op. cit., p. 35).
514 J. Mercader, «La historiografía de la Guerra de la Independencia y su época desde 1952 a
1964», op. cit., p. XII.
515
J. Mercader, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su
época», op. cit., pp. 318-319. Después de las conclusiones leídas por Serrano Montalvo, en este
acto pronunciaron sendos discursos Justiniano García Prado en representación de los congre-
sistas españoles, M. Ballesteros Gaibrois por el profesorado universitario, Américo López
206
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Oliveira por los representantes portugueses, Godechot por los franceses, Konetzke por los ale-
manes y Petrie por los ingleses. Finalmente, hablaron F. Solano y A. Zubiri Vidal.
516
Esto se nota en las ponencias de Petrie y Konetzke, pero especialmente en la conferencia de
Godechot. En efecto, de las 20 notas a pie de página utilizadas en su texto, 10 eran referencias
a las ponencias leídas en Zaragoza (Serrano, Corona y Solano) y alguna de las publicaciones
españolas más recientes. Como no podía ser de otra manera, esto mismo sucedió con las comu-
nicaciones presentadas por el profesor portugués José Baptista Barreiros, «Preliminares da pri-
meira invasao francesa em Portugal», el británico S.H.F. Johnston, «The contribution of British
Historians to the Study ot the Peninsular War», y el militar húngaro Charles d’Eszlary, «Les
relations hispano-hongroises et l’academie Militaire Royale Hongroise Ludovica consequence
de l’esprit espagnol de la Guerre de l’Independence». Las tres reproducidas en Guerra de la
Independencia. Estudios II, op, cit, pp. 23-90, 133-138 y 241-254.
517 La noticia de que en Zaragoza fue elegido presidente de la sección española de los congresos
internacionales de Historia de la Guerra de la Independencia, en su voz del DHEC, p. 515.
207
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
518
Vid. J. Priego López, «El II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia
y su época», op. cit., p. 199. Al lado de las señaladas, entre otras tareas, se apuntaban: «La reu-
nión periódica de catedráticos e investigadores de Historia Moderna y Contemporánea, para
coordinar trabajos y resolver problemas historiográficos de carácter general y definido».
También la de solicitar la colaboración «muy especial» del Servicio Histórico Militar y del
Instituto Histórico de la Marina para futuros estudios sobre el tema. La de considerar «de la
mayor importancia el inventario de series documentales o fondos dispersos», así como «la rea-
lización de una Bibliografía dedicada a recoger todo lo publicado desde 1908 sobre tal época».
Y, finalmente, la de pensar «la necesidad de una Historia general de la Guerra de la
Independencia y su época, para un público medio».
519
Santiago Gonzalo Til, «Presentación», Ciclo de conferencias. Los Sitios de Zaragoza y su influencia
en la resistencia española a la invasión napoleónica. Centro de Historia de Zaragoza, 29 al 31 de octu-
bre de 2007, Zaragoza, Asociación Cultural «Los Sitios de Zaragoza», 2007, p. 5.
520 J. A. Armillas, La guerra de la Independencia y los Sitios, op. cit., pp. 88-89. Como ejemplo de lo
sucedido en otras ciudades del Estado, la Asociación Cultural «Los Sitios de Zaragoza» se fun-
dó en Zaragoza en 1986. A ésta le siguieron la de los Voluntarios de Aragón (integrada en la
Asociación Napoleónica Española) y, en 2005, se creó la asociación Zaragoza 2008 (surgida de
una escisión interna de la de los Sitios).
208
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
niones científicas» y «la mirada fija en el horizonte del año 2008» 521. Con
todo, a pesar del tiempo transcurrido, pudiera ser revelador de la continui-
dad de los viejos propósitos que, entre los inspiradores de este nuevo
movimiento, se encuentre alguno de los discípulos postreros de Fernando
Solano. Y, en un contexto historiográfico tan diferente como el de las
décadas de 1990-2000, también podría ser una demostración de la prolon-
gación ininterrumpida de las formas de actuación culturales de aquel
entonces, por un lado, la persistente y arraigada complicidad de ciertos his-
toriadores universitarios con los militares y los aficionados o eruditos, obs-
tinados en pensar la Guerra de la Independencia como un mundo en sí, un
cultivo en monopolio, anacrónico e intuitivamente positivista522. Y, por otro,
sus afanes por capitalizar una dudosa trayectoria historiográfica y proyectar
hacia delante el tema, con el fin «cultural» de «construir un estado de opi-
nión favorable a la conmemoración de la gesta de 1808-1809 y fijar el hori-
zonte conmemorativo muy por encima del 2008, entendiendo tal fecha
como inicio de las actividades conmemorativas y no su conclusión»523.
521
Vid. J. A. Armillas Vicente, «Prólogo» a las actas coordinadas por él mismo, La guerra de la
Independencia. Estudios I, op. cit., p. 12. Parece ser que esta asociación nacional surgió del con-
greso internacional El 2 de Mayo y sus precedentes, celebrado en Madrid del 20 al 22 de mayo de
1992 (las actas coordinadas por L. M. Enciso Recio, Madrid, 1992). Como recuerda el profesor
Armillas, la AEGI ha promovido, desde entonces, la celebración de distintos seminarios y con-
gresos, empezando por el primer seminario internacional de Montpellier (16 y 17 de julio de
1994), al que le siguieron dos reuniones consecutivas en Madrid (24-25 de octubre de 1994 y
12-14 de diciembre de 1995) y el congreso de Zaragoza (3 al 5 de diciembre de 1997). Las
distintas reuniones promocionadas desde entonces por la AEGI en la página web de la
Asociación (w.w.w. adap.es /aegi/).
522
En su práctica histórica y producciones historiográficas se trata de un modelo muy cercano al
de la década de los cuarenta y cincuenta. En la actualidad, varios miembros de la junta directi-
va de la AEGI, ocupan cargos relevantes en la junta del Foro para el Estudio de la Historia
Militar de España (sería el caso de su secretario, José María Espinosa de los Monteros
Jaraquemada que ocupa el mismo cargo en el Foro o el de Jesús M.ª Maroto de las Heras que
es vicepresidente de la primera y presidente del segundo). Finalmente, puede resultar significa-
tivo que un número importante de los trabajos de los miembros de ambas juntas se publiquen
en la Revista de Historia Militar, publicación del Instituto de Historia y Cultura Militar, integra-
do en el Cuartel General del Ejército y dependiente del Ministerio de Defensa.
523
J. A. Armillas, «Editorial», Boletín de la Asociación Cultural los Sitios de Zaragoza, 22 (18 de
febrero de 2005), p. 1. Esta obsesión conmemorativa la había repetido Francisco Miranda
Rubio en el «Prólogo» a Congreso Internacional: Fuentes documentales para el estudio de la Guerra
de la Independencia, op. cit., p. 10, donde explicaba que la AEGI «siempre puso su punto de mira
en el 2008, bicentenario de la Guerra de la Independencia».
209
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
En segundo lugar, por lo que se refiere a los vínculos con los historia-
dores extranjeros apuntados por la comisión de 1959, éstos no se consoli-
daron y dejaron de existir con la misma celeridad con la que el inglés
Petrie, el alemán Konetzke o el conferenciante francés pasaron por el con-
greso. Significativo de este efímero diálogo es la nula importancia que
tuvieron los historiadores zaragozanos en la recepción española de las tesis
sobre la revolución atlántica de Godechot como expresión de las nuevas
perspectivas, polémicas y fuerzas actuantes en la historiografía contemporá-
nea internacional. En realidad, si bien el catedrático de Toulouse utilizó la
plataforma del encuentro para ampliar su espectro de influencia en España,
en los siguientes años, su red de relaciones las estableció con los historia-
dores del Opus Dei: primero, con los catedráticos de Sevilla (Octavio Gil
Munilla o José Luis Comellas) y, posteriormente, con los de la Universidad
de Navarra, sobre todo con los que buscaban asentarse en los circuitos de
la comunidad científica internacional, como Valentín Vázquez de Prada524.
Otra cosa bien diferente es que, desde entonces, fueran los hispanistas
—principalmente franceses e ingleses— quienes se comprometieran profun-
damente con la investigación y realizaran las contribuciones más interesan-
tes a la historia científica de la Guerra de la Independencia. Esta situación
se mantiene en la actualidad y no deja de tener su explicación lógica en la
524 Al respecto, baste recordar la ponencia «De la historia nacional a la historia universal: el caso
de la Revolución Francesa», dictada por Godechot en las «Primeras Conversaciones
Internacionales de la Universidad de Navarra» celebradas en 1972 (en las actas editadas por
Valentín Vázquez de Prada, El método histórico. Primeras Conversaciones Internacionales de la
Universidad de Navarra, Pamplona, EUNSA, 1974, pp. 83-93). Para las relaciones con la cultura
histórica francesa de Vázquez de Prada, vid. Francisco Javier Caspístegui, «Medio siglo de his-
toria, medio siglo de vida: Valentín Vázquez de Prada y la escuela de Annales. Un testimonio
personal», en J. M.ª Usunáriz Garayoa (ed.), Historia y Humanismo. Estudios en honor del profesor
Dr. D. Valentín Vázquez de Prada. I. El profesor Vázquez de Prada y su obra científica. Felipe II y su
tiempo. Varia, Pamplona, EUNSA, 2000, pp. 13-32. En la línea de consolidación de estos contac-
tos, no parece casualidad que el discípulo y profesor asistente de Godechot, Charles-Olivier
Carbonell se convirtiera, a partir de 1978, desde su cátedra de Historia Contemporánea de la
Université Paul-Valery, Montpellier III, en el maestro francés de los historiadores de la historio-
grafía surgidos de esta Universidad. Al respecto baste recordar que los dos únicos autores
españoles invitados a colaborar en el libro-homenaje dedicado a Carbonell fueron Fernando
Sánchez Marcos y Juan María Sánchez-Prieto (vid. Ch. Amalvi [dir.], Une passion de l´Histoire.
Histoire(s), memoire(s) et Europe. Hommage au professeur Charles-Olivier Carbonell, Toulouse, Édi-
tions Privat, 2002, pp. 339-348 y 349-359, respectivamente).
210
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
525
Junto a la reseña redactada por la discípula de J. M.ª Jover, Lucía Luca de Tena, «La guerra de
la Independencia española en la historiografía anglosajona actual», Hispania, XXIX, 111
(1969), pp. 181-192 (donde comentaba las más recientes aportaciones de los norteamericanos
G. H. Lovett y D. D. Horward, y de los ingleses R. Glover y R. Carr), con 33 años de distancia,
basta leer el estado de la cuestión de J. Maestrojuán Catalán, para confirmar la importancia que
mantiene el hispanismo en este campo de estudios («La Guerra de la Independencia: una revi-
sión bibliográfica», en Francisco Miranda Rubio, Congreso Internacional: Fuentes documentales
para el estudio de la Guerra de la Independencia…, op. cit., pp. 299-342, en red con el título
«Bibliografía de la Guerra de la Independencia española», Hispania Nova, 2 (2001-2002)). Una
lista repleta de grandes nombres como Herr, Lovett, Gates, Hamnett, Glover, Tone, Vilar, Aymes,
Bennasar o Dufour que se retroalimenta con trabajos actuales como los más recientes de
Charles Esdaile, La Guerra de la Independencia. Una nueva historia, Barcelona, Crítica, 2002, y de
Ronald Fraser, La maldita guerra de España: historia social de la Guerra de la Independencia, 1808-
1814, Barcelona, Crítica, 2006. Y que, de manera significativa, sigue generando la aparición de
nuevos hispanistas como Ch. Demange, R. Hocquellet, P. Géal, S. Michonneau o M. Salgues.
526
También lo podemos entender como un síntoma de la falta de previsión y los problemas eco-
nómicos con que los organizadores de este tipo de encuentros se encontraron, una vez que la
conmemoración había terminado. Así, la edición de los cinco volúmenes de actas del congreso
de 1908 se extendió desde 1909 a 1915. Mientras que los tres de 1959, aparecieron el primero
en 1964 (reeditado en Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1982), el segundo en
1966 y, en 1967, el tercero. En esta línea, los dos que componían las actas del celebrado en
1997 se publicaron en 2001.
527 Vid. Sumario de comunicaciones. Zaragoza 30 marzo-4 abril 1959, op. cit. Las secciones del con-
greso a las que se presentaron comunicaciones fueron: 1.ª Fuentes e Historiografía. Precedentes
y Levantamiento.- 2.ª Evolución ideológica y pensamiento político.- 3.ª Historia militar y civil.
4.ª Historia regional.- 5.ª Instituciones.- 6.ª Aragón. Sitios de Zaragoza.- 7.ª Historia local.- 8.ª
Economía, Demografía, Numismática.- 9.ª Aspectos religiosos y culturales.- 10.ª La Guerra de la
Independencia y Europa.
528 Junto con la conferencia de Godechot, hemos contabilizado las tres comunicaciones de autores
extranjeros que se publicaron vid. supra n. 516.
211
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
529
A título ilustrativo señalaremos que de las 33 comunicaciones, todas de historia regional, que
componían el volumen Estudios de la Guerra de la Independencia I., op. cit., destacaban las 10
dedicadas a Cataluña, 7 a localidades de las dos Castillas con Extremadura, 6 al País Vasco con
Navarra, 5 a Andalucía, 2 a Alicante, 2 a Canarias y 1 a Asturias. Mientras que 18 de las 19,
incluidas en la Guerra de la Independencia. Estudios III, op. cit., se ocupaban del ámbito aragonés.
530
Sobre Rumeu, vid. supra n. 482. Por otra parte, además de C. Corona y A. Serrano Montalvo,
también Demetrio Ramos Pérez presentó la comunicación, «La técnica francesa de formación
de opinión desplegada en Barcelona (1808-1809)», Guerra de la Independencia. Estudios II, op.
cit., pp. 191-240.
531 A. García Gallo, «Aspectos jurídicos en la Guerra de la Independencia», Guerra de la
Independencia. Estudios II, op. cit., pp. 91-103. Sobre este especialista en la historia del derecho
medieval, moderno e indiano, vid. s. v., «García-Gallo de Diego, Alfonso», DHEC, pp. 276-278.
532 P. Voltes Bou, al recordar la incorporación, en 1945, al claustro de la Facultad de Barcelona de
José María Castro y Calvo y de Palomeque, además de señalar que éste «había firmado en mar-
zo de 1938 un manifiesto de adhesión a la causa republicana», explica: «Tenían ambas personas
más en común de lo que ellos mismos creían: provenían de provincias interiores de España
cuyo estilo rústico, bonachón y desabrochado conservaban en notable proporción, especial-
mente don Antonio Palomeque, el cual era tosco por naturaleza» (Furia y farsa del siglo XX,
Barcelona, Flor del Viento Ediciones, 2004, p. 264).
533
Vid. J. J. Carreras, «La regionalización de la historiografía: Histoire régionale, Landesgeschi-
chte e historia regional», Razón de Historia…, op. cit., p. 137.
534
A. Palomeque Torres, «Contribución económica de un pueblo toledano durante los dos prime-
ros años de la Guerra de la Independencia», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit.,
212
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
pp. 277-305. Con anterioridad, había escrito dos artículos sobre esta localidad en la época
moderna (vid. «El señorío de Valdepusa y la concesión de un privilegio de villazgo al lugar de
Navalmoral de Pusa en 1635», Anuario de Historia del Derecho Español, XVII (1946), pp. 140-
228, y «Pueblas, gobierno y señorío de Valdepusa durante los siglos XV, XVI y XVII»,
Cuadernos de Historia de España, VIII (1947), pp. 72-139). La trayectoria de este historiador que
había nacido en el pueblo toledano de Navahermosa y era catedrático de Universidad desde
1940 en s. v., «Palomeque Torres, Antonio», DHEC, pp. 466-467; y A. Simon i Tarrés, Diccionari
d’Historiografia catalana, op. cit., pp. 890-891.
535 Sólo a título de ejemplo basta leer los índices de autores de libros como Carlos V (1500-1558).
Homenaje de la Universidad de Granada, Granada, Universidad, Imp. Urania, 1958 o los Estudios
carolinos. Curso de conferencias (octubre-diciembre 1958), Barcelona, Universidad de Barcelona,
213
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
1959, y comparar con la bibliografía recogida por J. Mercader, para observar la larga lista de
profesores universitarios que escribieron de ambos temas desde C. Alcázar Molina, F. Solano o
L. Sánchez Agesta, hasta J. Jover, J. A. Maravall o J. Reglá («La historiografía de la guerra de la
Independencia…», op. cit.,). Un breve comentario sobre el centenario de Carlos V en el capítu-
lo «La fortuna del Emperador» de mi libro El espectáculo de la Historia, op. cit.
536 P. Voltes Bou, «La Junta de Comisionados de Barcelona y su circunstancia social e ideológica»,
Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 307-345; Carlos V y Barcelona, Barcelona,
Asociación de Bibliófilos, 1958.
537
C. Seco Serrano, «La Reina de Etruria y el Congreso de Viena», Guerra de la Independencia.
Estudios II, op. cit., pp. 161-190; «España y el Emperador», Estudios carolinos…, op. cit., pp. 55-66.
538 C. Seco, «España y el Emperador», op. cit., pp. 57 y 66. Este ciclo de conferencias ilustraba la
Exposición bibliográfica y documental sobre el Emperador, inaugurada el 3 de octubre de 1958,
y constituía «la aportación modesta pero duradera de esta Universidad de Barcelona al homena-
je que en estos momentos rinde España entera al Monarca insigne que supo conducirla por sen-
deros imperiales, en un momento cumbre de la Historia» («Discurso del Excmo. Sr. D. Antonio
Torroja, rector Magnífico de la Universidad de Barcelona», en Estudios carolinos…, op. cit., p. 8).
539
Entre otros problemas o peligros derivados de la posición ambivalente (entre «célebrateur» y
«chercheur») en que las conmemoraciones sitúan al historiador, Christophe Charle, a propósito
214
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
del bicentenario de la Revolución francesa, señalaba, primero, que «les lois de la commémora-
tion et des médias qui l’accompagnent son inexorables», y, en segundo lugar, que la «fonction
commémorative risque toujours d’instrumentaliser l’historien, même si elle lui fournit en même
temps une occasion d’illustrer son utilité sociale auprès d’un large public» («Être historien en
France: une nouvelle profession?», en François Bédarida (dir.), L’histoire et le métier d’historien en
France 1945-1995, Paris, Éd. de la Maison des sciences de l’homme, 1995, p. 42).
540
Por comparación con un período que presenta ciertas similitudes en Francia al de la Guerra de
la Independencia en España, utilizaremos las palabras de N. Petiteau cuando señala el escaso
interés de las investigaciones sobre el napoleonismo generadas a raíz de la conmemoración del
bicentenario del Imperio, frente a la potencia y el enriquecimiento que han supuesto las dedi-
cadas a la Revolución francesa desde 1989 (Napoléon, de la mythologie à l’histoire, op. cit., p. 186,
esta referencia la cita Francisco Javier Ramón Solans en su reseña del libro de «Jacques Olivier
Boudon, Napoléon et les cultes. Les religions en Europe à l’aube du XXe siècle, Paris, Fayard, 2002»,
Jerónimo Zurita, 82 [2007], pp. 277-280).
541 La expresión y el análisis del proceso en M. A. Marín Gelabert, «La fatiga de una generación.
Jaume Vicens Vives…», op. cit.
542 Junto a lo señalado anteriormente con lo realizado por el comité de 1959, como ejemplo de las
promesas incumplidas baste recordar las últimas palabras del trabajo de A. Palomeque, «Lo
más pronto posible nos proponemos completar este estudio hasta el final victorioso de la
Guerra por la Independencia y la restauración de la monarquía legal» («Contribución económi-
ca de un pueblo toledano…», op. cit., p. 300).
215
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
543
El entrecomillado pertenece a las memorias autobiográficas de P. Voltes Bou en las que, con
bastante malicia, recuerda sus relaciones con Vicens, con los miembros de la «confusa grey» de
los ayudantes y profesores de la Universidad de Barcelona (Furia y farsa…, op. cit., pp. 268-272,
385-394, la cita en la p. 268). Con todo, la contribución al congreso de Zaragoza de Voltes Bou
ejemplificaba la práctica histórica de la llamada historia «económica-social-biologista» de
Vicens. Sobre este historiador que, sin abandonar el terreno del modernismo –recordaremos
que había defendido su tesis sobre El archiduque Carlos de Austria, rey de los catalanes (1953)–,
avanzaría por el terreno de la historia económica contemporánea, vid. su voz en DHEC,
pp. 675-677; y A. Simon i Tarrés, Diccionari d´Historiografia catalana, op. cit., pp. 1209-1210.
544 C. Seco, «Godoy: el hombre y el político» estudio preliminar a Príncipe de la Paz, Memorias,
Madrid, Atlas (BAE, 88), 1956, pp. VII-CXXVII. A éste le siguió «La época de Carlos IV en la
“Historia” de Muriel», estudio preliminar a Andrés Muriel, Historia de Carlos IV, Madrid, Atlas
(BAE, 114), 1959, pp. VII-XLI.
545 V. Palacio Atard presentó la comunicación «España en 1814» que, incluida en la segunda sección
dedicada a la «Evolución ideológica y pensamiento político», defendió el martes 31 de marzo por
la tarde (vid. el resumen en Sumario de comunicaciones, op. cit., p. 51 y Programa Oficial…, op. cit.,
p. 3). Esta comunicación no fue publicada en las actas del congreso. Discípulo como Jover de
Cayetano Alcázar Molina que había dedicado al período dos pequeños trabajos El Madrid del Dos
de Mayo, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1952, e «Ideas de Floridablanca. Del despo-
tismo ilustrado a la Revolución francesa y Napoleón (1766-1808)», Revista de Estudios Políticos, 79
(1955), pp. 35-66, la trayectoria de Palacio Atard en DHEC, pp. 463-464.
546 J. L. Comellas, «Estructura del proceso reformador de las Cortes de Cádiz», Guerra de la
Independencia. Estudios II, op. cit., pp. 105-130. Esta comunicación dedicada a aclarar los estados
del proceso reformador la continuaría con su artículo «Las Cortes de Cádiz y la Constitución
de 1812», publicado en el monográfico dedicado a las Cortes de Cádiz por la Revista de Estudios
Políticos, 126 (noviembre-diciembre, 1962), pp. 69-112 (en este número colaboraron, entre
otros, Melchor Fernández Almagro, Federico Suárez, Ramón Solís, Luis Sánchez Agesta o
Joaquín Tomás Villarroya). La trayectoria de Comellas, que alcanzaría la cátedra de Sevilla en
1963, en la voz del DHEC, pp. 197-198.
547 El por entonces adjunto de Derecho Político de la Universidad de Valencia, Diego Sevilla Andrés,
envió la comunicación «El espíritu de las Cortes de Cádiz» que, incluida en la sección dedicada
216
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
a las «Instituciones», defendió el martes 31 de marzo por la tarde (vid. Sumario de comunicacio-
nes, op. cit., pp. 62-63, y Programa Oficial…, op. cit., p. 5). Colaboró en el monográfico de la
Revista de Estudios Políticos citado en la nota anterior con el artículo «La Constitución de 1812,
obra de transición» (op. cit., pp. 113-142). Sobre este profesor falangista vid. su voz en DHEC,
pp. 589-591.
548 H. Juretschke presentó la comunicación «La defensa de Martín Fernández de Navarrete contra
la inculpación de afrancesamiento», que, incluida en la segunda sección dedicada a la
«Evolución ideológica y pensamiento político», defendió el martes 31 de marzo por la tarde. La
comunicación no fue publicada (vid. Sumario de comunicaciones, op. cit., p. 33, y Programa
Oficial…, op. cit., p. 3). En el número 126 de la Revista de Estudios Políticos publicó el artículo,
«El coronel von Schepeler. Carácter y valor informativo de su obra historiográfica sobre el rei-
nado de Fernando VII» (op. cit., pp. 229-250; reproducida en M. Á. Vega Cernuda [ed.], España
y Europa. Estudios de Crítica Cultural…, op. cit., I, pp. 427-442).
549 J. Gella Iturriaga, «Cancionero de la Independencia», Guerra de la Independencia. Estudios II, op.
cit., pp. 371-403 (la cita en la p. 373). En su carrera militar, el zaragozano José Gella llegó a
general inspector de Intervención de la Armada, fue presidente de la Asociación de Etnología y
Folklore y académico de la Historia. Una breve nota biográfica en J. Caro Baroja, «Discurso de
contestación» a J. Gella Iturriaga, «La Real Armada de 1808», Discurso de recepción del académico
electo Excmo. Sr. D. —- y contestación del Excmo. Sr. D.—-, leídos en la sesión pública del día 9 de junio
de 1974, Madrid, Real Academia de la Historia, 1974, pp. 50-61.
217
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
550 Fallecido el 12 de julio de 1957, los responsables del Instituto de Estudios Turolenses presen-
taron su trabajo «Alcañiz durante la guerra de la Independencia», con el que había obtenido el
Premio «Bernardino Gómez Miedes» del Ayuntamiento de Alcañiz de 1956 (se publicó en el
monográfico que dedicó al tema la revista Teruel, 21 (1959), pp. 7-92). De este militar, aficiona-
do a los estudios de la Guerra de la Independencia , también se publicó póstumamente su libro
El grande de España Capitán General Castaños, primer Duque de Bailén y primer Marqués de
Portugalete (1758-1852), Madrid, [s. n.], 1958.
551 C. Martínez-Valverde, «Consideraciones estratégicas y tácticas sobre el ataque a Cádiz en 1810-
1812», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 83-136. Por su parte, J. Priego
López, además de la comunicación «El Servicio Histórico Militar español y la Guerra de la
Independencia…», op. cit. y de la crónica del congreso publicada en la Revista de Historia Militar
(op. cit.), sería el futuro ponente de la obra editada por el citado Servicio, Guerra de la
Independencia, 1808-1814, Madrid, Liberia Editorial San Martín, 5 vols., 1972-1981.
552 Natural de Almudévar (Huesca), E. Sarrablo presentó la comunicación «La vida en Madrid
durante la ocupación francesa», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 167-244;
y fue el autor de la crónica del congreso en la que destacaba la presencia de los archiveros (op.
cit.). Su bio-bibliografía en A. Ruiz-Cabriada, Bio-bibliografía del Cuerpo Facultativo de Archiveros,
Bibliotecarios y Arqueólogos, 1858-1958, Madrid, Junta Técnica de Archivos, Bibliotecas y
Museos, 1958, op. cit., pp. 947-948.
553 A. Matilla Tascón, «La ayuda económica inglesa en la Guerra de la Independencia», Guerra de la
Independencia. Estudios II, op. cit., pp. 139-160. Sus datos bio-bibliográficos en A. Ruiz-Cabriada,
Bio-bibliografía del Cuerpo…op. cit., pp. 609.
554 J. A. Pérez Rioja, «Soria en la Guerra de Independencia», Estudios de la Guerra de la
Independencia. I, op. cit., pp. 245-265. Su bio-bibliografía en A. Ruiz-Cabriada, Bio-bibliografía
del Cuerpo…, op. cit., pp. 766-768.
555 J. Caruana, «La Sierra de Albarracín durante la guerra de la Independencia» (se publicó en el
monográfico que dedicó al tema la revista Teruel, 21 (1959), pp. 93-94). Sobre este autor, vid.
Martín Almagro, «Notas biográficas de don Jaime Caruana Gómez de Barreda», Teruel, 8 (julio-
dciembre de 1952), pp. V-VI; y A. Ruiz Cabriada, Bio-bibliografía del Cuerpo…, op. cit., pp. 194-196.
218
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
556 C. González Echegaray, «Actuación militar y política de los marqueses de Villarias en la Guerra
de la Independencia», Guerra de la Independencia. Estudios II, op. cit., pp. 345-370. Su trayectoria
profesional en A. Ruiz-Cabriada, Bio-bibliografía del Cuerpo…, op. cit., p. 396.
557 L. Batlle y Prats presentó dos comunicaciones: «Gerona, mayo de 1808» y «El Corso, en el lito-
ral gerundense, en la Guerra de 1808-1809», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit.,
pp. 377-388 y 389-414, respectivamente. Una breve nota biográfica de este autor en la voz
redactada por J[osep].C[lara].R[esplandis]., «Batlle i Prats, Luís», en A. Simon i Tarrés (dir.),
Diccionari d’Historiografía Catalana, op. cit., p. 197.
558 Archivo Municipal de Vitoria[I. Sagarna], «Vitoria en los precedentes de la Guerra de la
Independencia», Estudios de la Guerra de la Independencia. I., pp. 667-692. Por su parte, el archi-
vero municipal de Tudela presentó una «Relación de los principales sucesos ocurridos en
Tudela desde el principio de la guerra de Bonaparte hasta la expulsión de los franceses en
España», Guerra de la Independencia. Estudios III, op. cit., pp. 289-330.
559 M. Allué Salvador, «Los Sitios de Zaragoza como laboratorio social de virtudes heroicas», op.
cit., pp. 10 y 23.
560
Vid. J. Canal, «Guerra civil y contrarrevolución en la Europa del sur…», op. cit., p. 50. R.
Gambra, La primera guerra civil en España (1821-1823): historia y meditación de una lucha olvi-
dada, Madrid, Escelicer, 1950 (con prólogo de José María Pemán). Al congreso presentó la
comunicación «Los orígenes de la Guerra de la Independencia en Navarra y el “proyecto secre-
to”», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 575-608 (con el título «El Valle del
Roncal en la Guerra de la Independencia. Los orígenes de la Guerra de la Independencia y el
“proyecto secreto”», lo publicó en Principe de Viana, XX, 76-77 (1959), pp. 187-215).
219
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
561 Sobre la comunicación de E. Asensio (escrita en colaboración con C. Corona), vid. supra n. 436.
El trabajo de Golobardes se tituló «El dominio francés en el Ampurdán durante la Guerra de la
Independencia», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 427-438. La trayectoria
docente y erudita de Golobardes que fue uno de los primeros discípulos de Vicens que leyó la
tesis doctoral (Los payeses de remensa en la sociedad medieval catalana, 1953), en la voz que le
dedica I[nés].P[adrosa].G[orgot], «Golobardes i Vila, Miquel», en A. Simon i Tarrés (dir.),
Diccionari d´Historiografía Catalana, op. cit., 532-533; y M. Á. Marín Gelabert, «La fatiga de una
generación…», op. cit., p. LV-LVII.
562
El erudito najerense García Prado que había publicado una Historia del alzamiento, guerra y
revolución de Asturias (1808-1814), Oviedo, Diputación de Asturias-Instituto de Estudios
Asturianos del patronato José María Quadrado (CSIC), 1953, presentó la comunicación
«Intervención del Principado de Asturias en la Guerra de la Independencia», Estudios de la
Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 7-22. La trayectoria de este catedrático y erudito histo-
riador en la biografía en Demetrio Guinea, Homenaje a Justiniano García Prado en el centenario de
su nacimiento, Nájera, 2007.
563 M. de Vallgornera (Eduardo de Balle y Campassol), «Algunos jefes militares de la Guerra de la
Independencia vistos a través de un libro de pasaportes», Guerra de la Independencia. Estudios II,
op. cit., pp. 302-343.
564 M. Carceller, «El padre Consolación. Héroe de Zaragoza, mártir de la patria y santo», Guerra de
la Independencia. Estudios III, op. cit., pp. 167-187. M. García Miralles, «Noticias de los conventos
dominicanos turolenses en su asistencia a España en la Guerra de la Indepedencia» y C. T.
Laguía, «La Iglesia de Teruel durante la Guerra de la Independencia» (estas dos últimas se
publicaron en el monográfico que dedicó al tema la revista Teruel, 21 (1959), pp. 223-238 y
135-221, respectivamente) La comunicación de M.ª N. López, «Las hermanas de la Caridad de
Santa Ana en la Guerra de la Independencia», op. cit.
565
A. y F. Zubiri Vidal, «Relaciones del pueblo de Zaragoza con la sitiada durante los sucesos de
1808-1809», Guerra de la Independencia. Estudios III, op. cit., pp. 133-166. Recordaremos que A.
Zubiri era el presidente de la Diputación de Zaragoza en 1959, y acababa de publicar su libro La
medicina en los Sitios de Zaragoza (1808-1809), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1958.
566 A. Ruiz Álvarez, «La Guerra de la Independencia en Tenerife» y «El Consulado francés de
Tánger, durante el período de 1810 a 1814», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit.,
pp. 745-778 y 779-785.
220
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
567 El abogado católico malagueño, erudito y director del Conservatorio, Andrés Oliva Marra-
López envío el resumen de su comunicación sobre «Málaga en la invasión. Las partidas de
patriotas» (Sumario de comunicaciones…, op. cit., p. 49). Ese mismo año publicaría, con prólogo
de Luis Sánchez Agesta, el libro Andrés Borrego y la política española del siglo XIX, Madrid,
Instituto de Estudios Políticos, 1959.
568 J. Pla Cargol, «La moral cívica de los gerundenses durante los Sitios de 1808 y 1809», y J. M.
Recasens Comes, «La población de la ciudad de Tarragona durante la Guerra de la
Independencia», Estudios de la Guerra de la Independencia. I, op. cit., pp. 415-426 y 465-488. Las
biografías de estos dos últimos autores en las voces del Diccionari d’Historiografía Catalana, op.
cit., pp. 927 y 978-979.
569 La fotografía de la erudición aragonesa del momento recogida en el volumen tercero de las
actas (op. cit., 1967), podría completarse con la de los 8 colaboradores que participaron en el
cuadernillo dedicado al «CL Aniversario de los Sitios de Zaragoza» publicado por la revista
Zaragoza, VII (1958), op. cit. Allí escribieron, junto con dos profesores universitarios (A.
Beltrán y A. Serrano Montalvo), dos nobles (el conde de Bureta y el marqués de la Cadena), un
periodista director de la Hoja del Lunes (Emilio Alfaro Lapuerta), un gran propietario y colec-
cionista (Arturo Guillén Urzaiz), un escultor (José Albareda Piazuelo) y un erudito de Daroca
(Pedro Rubio). Los datos de estos personajes en G. Alares López, Diccionario de los consejeros de
la Institución Fernando el Católico, op. cit. A nivel nacional una imagen de los eruditos locales y
provinciales cultivadores del tema (empezando por el gerundense Emilio Grahit y Papell) en J.
Mercader, «La historiografía de la Guerra de la Independencia y su época…», op. cit., pp. XXVI-
XXVIII y LVI-LXIII.
570
A. y F. Zubiri Vidal, «Relaciones del pueblo de Zaragoza con la sitiada durante los sucesos de
1808-1809», op. cit., pp. 163-164.
221
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
571 C. Recio, «El rezo y festividad de la Virgen como antecedente del ambiente religioso de los
Sitios», Guerra de la Independencia. Estudios III, op. cit., pp. 277 y 283.
222
2008-2009: UN EPÍLOGO
572
Y por anacrónico tan alejado de la sensibilidad del presente que, de ninguna manera, permite
la comparación con los sentimientos generados por la «memoria» de la guerra civil. Sobre esta
cuestión, vid. Javier Rodrigo, «Ecos de una guerra presente. “Memoria”, “olvido”, “recupera-
ción” e instrumentación de la Guerra Civil española», en María Dolores de la Calle Velasco y
Manuel Redero San Román (eds.), Guerra Civil. Documentos y memoria, Salamanca, Ediciones
Universidad de Salamanca, 2006, pp. 145-170; Francisco Ferrándiz, «La memoria de los venci-
dos de la guerra civil. El impacto de las exhumaciones de fosas comunes en la España contem-
poránea», en José María Valcuende del Río y Susana Narotzky Molleda (coords.), Las políticas
de la memoria en los sistemas democráticos: Poder, cultura y mercado, Sevilla, Fundación El Monte,
Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español, Asociación Andaluza de
Antropología, 2005, pp. 109-132; Mercedes Yusta, «La “recuperación de la memoria histórica”:
¿una reescritura de la historia en el espacio público? (1995-2005)», Revista de Historiografía, 9
(2008) (en prensa, consultado gracias a la amabilidad de la autora); y, desde otra perspectiva,
Gabriele Ranzato, El pasado de bronce. Le herencia de la guerra civil en la España democrática,
Barcelona, Ediciones Destino, 2007, pp. 67-112.
223
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
573
J. M.ª Jover, «Las tendencias actuales de la historiografía alemana en el campo de la Historia
Contemporánea», Memoria Beca Fundación Juan March, 1961, pp. 17-18 (reproducida en I.
Peiró, «La metamorfosis de un historiador…», op. cit., p. 29).
574
En el discurso de contestación leído por J. A. Maravall en la Real Academia de la Historia el 28
de marzo de 1982, señalaría que «esa concepción de la Historia cultivada por Jover trae nove-
dad, complica la perspectiva historiográfica y multiplica sus facetas. A diferencia de una historia
lineal, obtenemos una historia poliédrica» (reproducido a modo de «Prólogo», en J. M.ª Jover,
Realidad y mito de la primera República. Del «Gran Miedo» meridional a la utopía de Galdós,
Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 28).
575 Al respecto, porque estoy convencido de que una lectura político-ideológica o simplemente lite-
raria de esta tendencia está llena de contradicciones y resulta muy insuficiente, analizo la cues-
tión desde la perspectiva de la normalización historiográfica en el artículo anteriormente citado
dedicado a José María Jover y, en su continuación, «Los historiadores en el franquismo: huma-
nistas, cristianos y españoles o simplemente liberales», op. cit., 2008.
225
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
576
Recordaremos la tesis doctoral de Josep Fontana Lázaro, publicada como La quiebra de la
monarquía absoluta, 1814-1820 (La crisis del Antiguo Régimen en España), Barcelona, Ariel, 1971.
Con anterioridad, Fontana había avanzado sus críticas a la escuela tradicionalista en artículos
como «Una edición inadmisible: la de las memorias de hacienda de Garay, por el padre
Federico Suárez Verdeguer», Moneda y Crédito, 103 (diciembre, 1967), pp. 113-118.
577
Para el «principio de cuarentena» como concepto aplicado el estudio de la disolución de las
políticas del pasado en Francia, Austria, Alemania o Rusia, vid. C. Fogu y W. Kansteiner, «The
Politics of Memory and the Poetics of History», en R. N. Lebow, W. Kansteiner y C. Fogu (eds.),
The Politics of Memory in Postwar Europe, op. cit., pp. 293-304. Y para los efectos en la historio-
grafía española de la primera y segunda «hora cero» de la profesión, vid. mi artículo «“Ausente”
no quiere decir inexistente: La responsabilidad …», op. cit., pp. 9-26.
578
El período se veía como una referencia inicial para el análisis del juntismo y los movimientos
populares dentro de la «revolución burguesa» (y/o liberal), el nacimiento del constitucionalis-
mo, la economía y la hacienda del Estado liberal o la construcción de la nación y el nacionalis-
mo español.
579 Sin escapar de la tutela de los hispanistas, en los últimos años las investigaciones más novedo-
sas y gratificantes centradas en el período de la Guerra de la Independencia se han esforzado,
bien en plantear revisiones temáticas basadas en minuciosos recuentos de personajes, o, bien,
en aplicar nuevos enfoques metodológicos, recogidos de los estudios sobre los imaginarios
públicos, los contenidos del discurso y las culturas políticas puestos de moda por la historio-
grafía internacional, especialmente la francesa. Pensamos, sólo a título de ejemplo, en los libros
226
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
de Juan López Tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen
(1808-1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; o el de F. J. Maestrojuán Catalán, Ciudad de
vasallos, Nación de héroes (Zaragoza: 1809-1814), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico»,
2003.
580 Vid. L. Adão da Fonseca, «A dupla dimensão das comemorações na época contemporãnea», en
S. Claramunt et alii, Las conmemoraciones en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid,
2002, p. 47. Con anterioridad, Patrick García había explicado que «commémorer, c’est, aun nom
du passé, s’adresser aux hommes du présent pour exalter ce qui les lie et esquisser leur devenir
commun» (Le Bicentenaire de la Révolution française. Pratiques sociales d’une commémoration, Paris,
Éditions du CNRS, 2000, p. 23).
581 Aunque no tengo noticia de que se haya programado la reposición de Gigantes y Cabezudos en
el ciclo «Música para una ciudad sitiada» preparado en Zaragoza para el Bicentenario, lo cierto
es que los actos oficiales del mismo se inauguraron el 30 de enero de 2008 con un concierto de
la Banda Sinfónica de la Guardia Real, presentada por el «profesor José Antonio Armillas, res-
227
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
ponsable de la comisión organizadora, quien hizo el breve pero elocuente exordio histórico».
Se atacaron, entre otras, obras y piezas la «Zaragoza» de R. Roig, «El Sitio de Zaragoza» de C.
Oudrid, «Viva la jota» de P. Marquina, la gran jota de «La Dolores» de T. Bretón, «en un con-
cierto que acabó apoteósicamente con todo el público en pie escuchando el “Himno nacional”
después de tres espectaculares bises» (L. A. Bes, «Crítica de música. Y Zaragoza recuerda
1808…», Heraldo de Aragón [jueves 31 de enero de 2008], p. 51). En paralelo, del uso público de
la historia y la competencia establecida entre los políticos con poder del PP y del PSOE sería
un buen ejemplo las imágenes y palabras que acompañan los anuncios televisivos de la celebra-
ción, patrocinados por la Fundación Zaragoza 2008 o por la Comunidad de Madrid.
582
Cuando haya finalizado la floración actual de obras inspiradas por la actualidad de la conme-
moración, habrá ocasión de trazar un amplio balance. Mientras tanto, de la heterogénea y dis-
par avalancha de libros que se avecina, mencionaremos, la reedición en extracto del clásico tra-
bajo sobre La España de Fernando VII publicada por Miguel Artola en 1968 (La Guerra de la
Independencia, Madrid, Espasa, 2007) y de su tesis sobre Los afrancesados publicada en 1953
(Madrid, Alianza Editorial, 2008). Del modernista, especialista en Carlos V, Manuel Fernández
Álvarez se ha reeditado su Jovellanos, el patriota, Madrid, Espasa, 2008 (1.ª ed. 1988). Y del
también catedrático de Historia Moderna y especialista en historia militar, Enrique Martínez
Ruiz, La Guerra de la Independencia, Madrid, Sílex, 2007. Entre los contemporaneístas, José
Manuel Cuenca Toribio abrió el camino con La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo
(1808-1814), Madrid, Encuentro, 2006; seguido, entre otros, por el presidente de la AEGI,
Emilio de Diego García, autor de España, el infierno de Napoleón. 1808-1814. Una historia de la
Guerra de la Independencia, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008. El prolífico Manuel Moreno
Alonso ha publicado, entre otros, Napoleón. La aventura de España, Madrid, Silex Ediciones,
2004, José Bonaparte. Un rey republicano en España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, y La
batalla de Bailén. El surgimiento de una nación, Madrid, Silex Ediciones, 2008. Y Juan Sisinio
Pérez Garzón se ha colocado en buena posición con Las Cortes de Cádiz. El nacimiento de la
nación liberal (1808-1814), Madrid, Síntesis, 2007. Finalmente, como avanzadilla de los nume-
228
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
rosos ensayos y obras divulgativas citaremos el trabajo del embajador e historiador aficionado
José Antonio Vaca de Osma, La Guerra de la Independencia, Madrid, Espasa-Calpe, 2002; el de
Jesús Maroto de las Heras, Guerra de la Independencia: imágenes en cine y televisión, Madrid,
Cacitel, 2007; o el de Rafael Abella y Javier Nart, Guerrilleros. El pueblo español en armas contra
Napoleón (1808-1814), Madrid, Temas de Hoy, 2007.
583
En su perspectiva historiográfica, la tensión existente entre la mitología y la historia –uno de
cuyos principales deberes es el reconocimiento y crítica de los mitos–, en Joseph Mali,
Mythistory. The Making of a Modern Historiography, Chicago-London, The University of Chicago
Prees, 2003, pp. 1-35. La advertencia acerca de que las conmemoraciones favorecen este tipo de
transformaciones y actúan como agentes de nuevas aproximaciones a la historia, en Pierre Nora,
«L’ere de la commémoration», en P. Nora (dir.), Les Lieux de mémoire, III, Les France, 3., De l’archi-
ve à l’emblème, Paris, Gallimard, 1992, pp. 978-991. Desde su comentario crítico a Nora, una refle-
xión filosófica sobre la memoria conmemorativa y cómo esta favorece la metamorfosis de la his-
toria «historicista» a la historia-memoria, en Paul Ricoeur, La mémoire, l’histoire, l’oubli, Paris,
Éditions du Seuil, 2000, pp. 522-535. En esta línea, un lúcido comentario al concepto de tradi-
ción, en el artículo de J. J. Carreras, «Bosques llenos de intérpretes ansiosos y H. G. Gadamer», en
E. Hernández Sandoica y A. Langa (eds.), Sobre la Historia actual. Entre política y cultura, Madrid,
Abada Editores, 2005, pp. 205-227. Para el tema que nos ocupa, la crítica de los mitos sobre la
Guerra de la Independencia ha sido la propuesta del libro de R. García Cárcel, El sueño de la
nación indomable…, op. cit.. Y, después de planear como una idea central en su seminal Mater
Dolorosa, J. Álvarez Junco lo ha presentado como una alternativa frente a las diferentes «ideolo-
gías nacionales» del presente en «La guerra napoleónica», trabajo que abre el catálogo de la
exposición Miradas sobre la Guerra de la Independencia..., op. cit., pp. 15-38, y en su artículo
de periódico «La verdad histórica contra las pasiones», El País (sábado 2 de febrero de 2008),
p. 39. Y, finalmente, en su perspectiva comparada deja constancia del necesario «espíritu crítico»
de los historiadores, Roberto Breña en «Las conmemoraciones de los bicentenarios y el liberalis-
mo hispánico: ¿historia intelectual o historia intelectualizada», Ayer, 69 (2008 / 1), pp. 189-219.
584
Como ejemplo de esta dispersión geográfica baste mencionar, entre la multitud de congresos
anunciados, las convocatorias inmediatas y competitivas de los siguientes: 1.- Cuarto Congreso
229
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
230
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
231
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
232
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
233
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
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La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
241
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242
A N E XO
243
PRECEDENTES IDEOLÓGICOS
DE LA
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
por
Carlos E. Corona
EXAMEN DE CUESTIONES
1
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2 Jesús Pabón, Las ideas y el sistema napoleónicos, Madrid, Inst. de Estudios Políticos, 1944, págs.
154 y ss.
245
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
sen el momento y las circunstancias, como un peón jugado en los campos de Italia
y de la guerra naval en el tablero de ajedrez europeo. La realidad interna españo-
la, es decir, el contenido real del pensamiento español en torno a la monarquía, a
la religión y al nacionalismo, ofrece materias que piden un examen cuidadoso y una
valoración que complete la penetrante intuición histórica, aunque sea absolutamen-
te afortunada y lleve el refrendo poderoso de la tradición.
La dificultad de hacer un registro estadístico de las ideologías mueve algunas
veces, y en éstas temerariamente algunas, a rechazar o a mirar con recelo positivis-
ta una historia de las ideas que se llame científica, puesto que si bien podemos exa-
minar, pesar y analizar las ideas y hasta los móviles que algunas docenas de inte-
lectuales nos han transmitido, muchas veces con la intención de que las aceptemos
como verdaderas, ciertamente, no es posible aplicar al pasado el moderno sistema
Gallup. Pero, obvio es repetir la objeción de Rickert de que la Historia no es la
lucha por el mejor pesebre, y aunque el materialismo histórico así lo prefiera, siem-
pre los instintos primarios han sido inteligentemente puestos bajo el patronazgo de
una idea hermosa y justa; Belleza y Justicia inseparables del Bien. Por tanto, el tema
propuesto con el título de Precedentes ideológicos de la Guerra de la Independencia está
justificado como necesario tanto para comprender y valorar en sus términos justos
el alzamiento de los españoles como fenómeno colectivo, que habría de alcanzar
repercusiones europeas, como para desentrañar el desencadenamiento de un pro-
ceso nuevo en la Historia española que afectó profundamente a la totalidad del
mundo hispánico.
Desde 1808 se repite invariablemente que los españoles estallaron de indig-
nación al recibir la noticia del secuestro del rey Fernando por Napoleón, revelada
ostensiblemente el DOS DE MAYO con la salida de los Infantes del Palacio de
Oriente. Fue una explosión del sentimiento, más que de la reflexión, y por ello
espontánea. La figura histórica del momento la simboliza el Alcalde de Móstoles
con su desafío a Napoleón, es decir, un hombre del pueblo; aunque no hace falta
recordar que fue Pérez Villamil el autor de la iniciativa. Pérez Villamil no puede ser
reducido al nivel de un hombre común. En toda España surgieron las Juntas
Provinciales, como movidas por un resorte y con arreglo a un mecanismo sospecho-
samente preestablecido; en algunas ciudades estallan tumultos, las autoridades legí-
timamente constituidas ceden su autoridad a los nuevos organismos de gobierno y
hasta son apresados, maltratados y vergonzosamente asesinados, bajo la acusación
de acólitos de Godoy o de vendidos al francés. La historiografía de la Guerra de la
Independencia admite, sin reservas, esta génesis sentimental del Alzamiento
Nacional. No es necesario enumerar autores porque la unanimidad de criterios
exime de este cuidado.
246
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
LA TESIS POPULISTA
3 Antoine de Meaux, Agustin Cochin et la génése de la Revolution. Traducción española con el títu-
lo Génesis de las Revoluciones, Madrid, «Epesa», 1945.
4 «El pueblo en la guerra de la Independencia: la resistencia en las ciudades», en el vol. La Guerra
de la Independencia española y los Sitios de Zaragoza, Zaragoza, Publicaciones de la Cátedra
«General Palafox», Universidad y Ayuntamiento de Zaragoza, 1958, vid. págs. 478-480.
247
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
provinciales sin sujeción a norma previa”5. Admitido esto como base inicial, queda,
sin embargo, por esclarecer mediante un análisis la composición de cada uno de
estos nuevos organismos, en los que se integran representantes de los tres estamen-
tos, nobleza, clero y estado llano, y sobre todo la personalidad política de cada uno
de los miembros de las Juntas, puesto que ascienden al poder mediante un acto
revolucionario, formal y sustancialmente revolucionario, que privó de autoridad a
los que la tenían legítimamente confirmada por Fernando VII, al ser proclamado
rey tumultuariamente en toda España después de los sucesos de Aranjuez.
Nótese que la historiografía del Alzamiento, desde sus primeros momentos
declara, ratifica e insiste en que “el pueblo” tomó la voz, la decisión y llevó a cum-
plimiento su voluntad. Siempre el pueblo anónimamente, o si se personaliza es un
vendedor de pajuelas, en Valencia; un practicante en cirugía, Carlos Núñez, en
Zaragoza; un D. Nicolás Tap, sin calificación, con un Antonio Esquivel y el notario
del Cabildo, José Ayus, en Sevilla; en Madrid, el Dos de Mayo fue una mujer del
pueblo la que dio la consigna con grito desgarrador ¡Que nos lo llevan! Limitándonos
a estas tres ciudades hallamos que los acontecimientos se desenvuelven con arre-
glo a un mecanismo análogo:
En Valencia el pajuelero designó a Fr. Juan Rico y al abogado D. Manuel
Cortés para que se presentasen a las antiguas autoridades y declarasen su voluntad
de constituir una Junta Suprema que les gobernase, “y habiendo obtenido su apro-
bación, se sometió dulcemente a su imperio”. “El pueblo, impaciente de comunicar-
se con los ingleses, corrió al puerto del Grao..., etc.”6.
En Zaragoza, conocida el 24 de mayo la felonía de Bayona, por gacetas y car-
tas, el citado Carlos Núñez “fue uno de los primeros que fijaron su escarapela roja en el
sombrero, cuya operación imitaron muchos que ya iban prevenidos”. En seguida Juan
José Núñez comenzó a activar la conmoción y el primer paso fue dirigirse a la
morada del General Guillelmi. En Capitanía el tumulto pasó de los gritos a las pie-
dras y al allanamiento de la casa, desbordando a la Guardia. Un González fue el
que pidió al Capitán General a nombre del pueblo que franquease las armas al pue-
blo. Después el Real Acuerdo convino en apoyar el nombramiento que el pueblo hacía
de Capitán General en D. José Palafox7.
5 Pío Zabala, Historia de España. Edad Contemporánea (1808-1823), t. I, página 11, Barcelona, Gili
Ed., 1930.
6 José Muñoz Maldonado, Historia política y militar de la guerra de la Independencia de España,
Madrid, 1833, t. I, págs. 193, 195.
7
Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios que pusieron a Zaragoza, Madrid, 1830, t. I, págs.
6-10.
248
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
8
Muñoz Maldonado, o. c., t. I, pág. 204.
9 Carlos Corona, Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV, Madrid, Editorial «Rialp», 1957,
págs. 322-328.
249
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
que la de costumbre, aunque aquellas eran las horas en que ordinariamente afluían
de los pueblos inmediatos los abastecedores con sus cargamentos y vituallas. Esta
larga y no interrumpida procesión de forasteros no cesó en toda la mañana. Parecían
convocados a voz de bocina o concurrentes a algún suceso extraordinario. Se notó
que de los Sitios y los lugares contiguos a todas las posesiones reales venían casi en
masa toda su población de hombres robustos y ágiles, capaces de acometer cual-
quier empresa de valor; muchos traían sus hijos en su compañía. A las primeras
horas por todas partes reinaba una completa calma y tranquilidad. A las siete
...vinieron dos carruajes de camino”. No hay sino comprobaciones del gran presti-
gio que gozaba el Cuerpo de Artillería; sin embargo, parece que Daoiz, con dicho
Cuerpo, se consideraba con la fuerza suficiente para levantar secretamente a toda
España, sin necesidad de ninguna colaboración extraña a los miembros del Cuerpo;
Pérez de Guzmán así lo propone; también es singular la noticia de la concentración
silenciosa de forasteros desde temprana hora, que guarda una curiosa analogía con
la llegada de forasteros al Real Sitio de Aranjuez el 16 y 17 de marzo. Pérez de
Guzmán se limita a sostener íntegramente la tesis populista. Antes desde el 25 de
abril Murat presentó a la Junta Delegada de Fernando VII, presidida por el Infante
Antonio Pascual, una carta de Carlos IV que mandaba la salida para Bayona de su
hija la ex reina de Etruria y del Infante Francisco de Paula; notificó, también, que
esperaba la inmediata llegada de la renuncia de Fernando VII al trono. La Junta se
negó a aceptar la orden que no viniera de Fernando VII y lo comunicó alarmada a
Ceballos y al Rey, y esperó instrucciones; el 28 Murat insistió con amenazas; se tran-
sigió con la salida de la ex reina. Pérez de Guzmán da cuenta del ambiente popu-
lar, muy alborotado; el 30 nuevas negociaciones y más alarma en la Junta que se
reunió, por fin, el día 1 por la noche; tras agitada discusión y examen sobre la nece-
sidad y la oportunidad de un alzamiento general contra los franceses, la Junta deci-
dió conformarse con la exigencia del gran duque de Berg y señaló la mañana
siguiente para la partida de los Infantes; no se dice a qué hora se levantó la sesión;
los autores contemporáneos coinciden en que fue por la noche, y prolongada, a juz-
gar por la discusión y los informes que allí se vertieron. Azanza y O’Farrill dicen,
entre otras cosas:
“En la que se celebró aquella noche, interrumpida por frecuentes recados del
gran duque de Berg, con la propuesta de varios puntos, se recibió uno de ellos en
que se decía que de no deferir la Junta a lo pedido, desde el día siguiente procla-
maría el gran duque al señor don Carlos IV y tomaría en su real nombre las rien-
das del gobierno militar. La Junta, todavía sin ceder a estas amenazas, contestó le
era imposible acceder a la salida del señor infante sin consultar a S. M. Pero des-
pués, el gran duque, no contando más con la condescendencia de la Junta y dando
un nuevo giro a sus intenciones, le hizo significar que, hecho cargo de sus razones,
250
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
tomaba sobre sí las resultas del asunto y que en el silencio de la noche enviaría a
sacar de Palacio al infante y tomaría todas sus medidas para vencer cualquiera opo-
sición que se intentase hacerle. La sesión de la Junta de que se habla fue de las más
agitadas en aquella época. Ninguna idea ni medida de cuantas podían ocurrir en
circunstancias tan apuradas dejó de proponerse y ventilarse por sus vocales, que
serían como unos veinte, para salvar la nación del yugo que se la quería imponer”10.
Azanza y O’Farrill tuvieron que defenderse, ante la opinión pública nacional, lo
mismo que el Consejo Real, de las acusaciones de sumisión y debilidad ante el fran-
cés; sin embargo, nada se rectifica respecto de estos hechos, es decir, que hubo
Junta en la noche del uno de mayo; por tanto, es lícito preguntarse quién informó
a los grupos reunidos antes de las nueve de la mañana ante el Palacio de Oriente,
de que los Infantes iban a salir de Madrid con dirección a Francia, pues la primera
notificación de Murat se hizo el día treinta a la Junta, no al público; y la coacción
–que en el silencio de la noche enviaría a sacar de Palacio al Infante, etc...– fue mientras
estaba reunida la Junta, o si se quiere en aquella misma tarde. La Junta para no
agravar la situación ya muy crítica accedió a la salida del Infante y señaló la maña-
na siguiente para su partida. Debemos admitir que el acuerdo fue hecho ya en el
silencio de la noche. Azanza y O’Farrill, añaden a continuación11, que desde la madru-
gada “el patio de palacio se había llenado de mujeres atraídas por la novedad e
inquietas con los antecedentes”. Tenemos al pueblo, lo mismo que el 17 de marzo
en Aranjuez, enterado de los graves problemas planteados el día 30 por Murat a la
Junta, y dispuesto a dar su voto espontáneamente, al margen de lo que el gobierno
de la nación, reunido en ese momento, decidiera. No es temerario afirmar que si la
Junta, previniendo los males que examinó en la reunión, decidió la marcha del
Infante, no lo comunicaría al pueblo para que estallase el conflicto; o bien, si lo
hacía saber al pueblo era para que estallase el conflicto oponiéndose a la voluntad
de Murat, que estaba dispuesto a tomar “todas sus medidas para vencer cualquiera
oposición que se intentase hacerle”.
El hecho es que el pueblo se enteró y se congregó en el patio de Palacio para
oponerse, y ello fue porque se le había enterado y, en mi opinión, se había dispues-
to la concentración para que se opusiera. En aquella agitada Junta, se sometió a
10 Muñoz Maldonado, o. c., t. I, pág. 135; Miguel José Azanza y Gonzalo O’Farrill, Memoria justi-
ficativa de su conducta política desde marzo de 1808 hasta abril de 1814, Biblioteca Aut. Españoles,
t. 97, págs. 228 a; Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, B. A. E., t. 64,
pág. 43 a; Juan Pérez de Guzmán, El dos de mayo de 1808 en Madrid. Madrid, 1908, cap. X, pági-
nas 323-361, sobre la preparación y preludios del suceso.
11 Memoria justificativa, L. c., pág. 289 a.
251
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
votación, sigue diciendo O’Farrill, si se resistía a mano armada la partida del Infante,
como habían propuesto algunos vocales. El resultado de la votación fue negativo,
una vez que O’Farrill expuso con detenimiento la situación militar de Madrid12; sin
embargo, se acordó constituir una Junta Delegada “para precaver la horfandad en
que podía quedar el Estado en el caso de que, por la violencia, la Junta Suprema
nombrada por S. M. no pudiese ejercer sus funciones”, según dice Muñoz
Maldonado; “que sustituyese a la de Madrid, llegado el caso de carecer ésta de
libertad”, dice Toreno; “se anticipó la Junta en dirigir a paraje seguro una de las
personas que podían sustituirla y prevenir a otras dos que se hallaban fuera de
Madrid lo conveniente para su reunión en paraje no ocupado por las tropas fran-
cesas, a fin de formar la nueva Junta, luego que se recibiesen las órdenes del Rey”,
dicen Azanza y O’Farrill. La idea la dio D. Francisco Gil y Lemus, el lugar de reu-
nión sería Zaragoza; sus facultades, “todas las que residían en la formada por el Rey
Fernando, por la mayor extensión y amplitud, autorizándola a residir en cualquier
punto de la Nación, a fin de que ésta jamás careciese de gobierno”. La Junta la
formarían el conde de Ezpeleta y D. Gregorio de la Cuesta, capitanes generales de
Cataluña y Castilla la Vieja, respectivamente; don Antonio Escaño, Teniente General
de la Real Armada; D. Manuel de Lardizábal, del Consejo Real de Castilla; D. Juan
Pérez Villamil, del Almirantazgo, y D. Felipe Gil de Taboada, del Consejo de Órde-
nes. De éstos solamente los dos últimos se hallaban en Madrid, y el último de los
citados salió para Zaragoza la misma mañana del día 2 de mayo, junto con el secre-
tario nombrado, D. Damián de la Santa. La Junta no llegó a constituirse formalmen-
te; pero, advertiremos un sincronismo, y un mecanismo semejante en el estallido de
las revoluciones ciudadanas13. Ha sido admitido que el autor de la proclama del
alcalde de Móstoles fue Pérez Villamil; los antecedentes citados nos permiten aven-
turar que, dados los pareceres de la Junta y la consciencia de que su autoridad iba
a desaparecer, junto con el acuerdo final de ganar tiempo hasta el rompimiento, con
el fin de concentrar tropas, abastecerlas y organizar la resistencia centralizada por
su gobierno libre, alguno o algunos decidieron obrar con independencia y prender
la chispa en la misma mañana del día dos; para ello bastó correr la voz, con un
alcance muy limitado, pero bastante para reunir al “pueblo” ante la puerta de
Palacio. Ciertamente, no hay documentación probatoria de lo que presento como
sospecha; ni es probable que de estas decisiones particulares se levantase el acta
correspondiente; éste es el problema; pero, la misma desorganización del tumulto,
252
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
que por el ambiente madrileño debía tener eco necesariamente, y su fracaso permi-
ten sostener el carácter de improvisación que tuvo la primera escena, es decir, el
corte de los tiros del carruaje del Infante tras la consigna de “Nos lo llevan”. Toreno
comenta que “los españoles calificaron el acontecimiento del dos de mayo de trama
urdida por los franceses, y no faltaron algunos de éstos que se imaginaron haber
sido una conspiración preparada de antemano por aquéllos; suposiciones falsas y
desnudas de sólido fundamento”14. Me inclino a creer que existía efectivamente una
conspiración y un estado de alerta. “Estas y otras –no se refiere, claro es, al motín–
eran las disposiciones con que la Junta estaba preparada –dicen Azanza y O’Farrill–
para la tempestad a que se veía ya claramente expuesta la suerte de S. M. y de la monar-
quía”15.
El problema que sentían los madrileños y todos los fernandistas de la nación
era la tempestad que se cernía sobre Fernando VII y sobre el nuevo orden político
que enderezaría la monarquía envilecida por el infamado Príncipe de la Paz. Toreno
registra desde el 28 de marzo, cuatro días después de la entrada de Murat en
Madrid, la animosidad y desengaño contra los franceses16, estos franceses que ha-
bían sido recibidos con vítores y entusiasmo por los pueblos, en su ruta hacia
Madrid17. Efectivamente, la conducta de Murat respecto a Carlos IV, la reina y
Godoy, su presión para que se le entregase al favorito, en cuanto Fernando VII salió
de Madrid, el 10 de abril, y, sobre todo, la carta que obtuvo Murat de Carlos IV
para la Junta Suprema, fechada el 17 de abril, que reiteraba la protesta de su for-
zada abdicación, sembraron la alarma fundadamente, puesto que Murat se propo-
nía restaurar a Carlos IV en el trono. El triunfo del 19 de marzo se venía abajo, por
virtud de la fuerza militar francesa. Murat compró una imprenta, dice Muñoz
Maldonado, y “la empleó en hacer circular papeles incendiarios”18; Toreno puntua-
liza que el 20 de abril unos impresores denunciaron al Consejo que dos agentes
franceses querían imprimir una proclama de Carlos IV; hubo algún tumulto en
Madrid, por esto; el 21 estalló otro en Toledo; “se amotinó el pueblo” y cometió
desmanes contra las casas de afectos al valido y a Carlos IV, durante dos días; tam-
bién se apreció irritación en Burgos19. El cambio de actitud contra los franceses no
253
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
necesitaba ser explicado nuevamente: fueron recibidos con alegría por considerar
que Napoleón ayudaría a levantar al Príncipe Fernando contra Godoy y le daría el
trono de sus padres; la actitud de Murat revelaba lo contrario. La máquina política
preparada para el motín de Aranjuez debía ponerse en movimiento. Se declaró la
hostilidad al francés, colectiva e individualmente, como registran Toreno y Pérez de
Guzmán, en los antecedentes de la revuelta del dos de mayo.
No obstante, “el pueblo” necesita una organización para moverse; tiene una
conciencia colectiva cuando se le dice que la tiene; hasta tanto, solamente existen
las opiniones personales coincidentes; después, manifiesta la voluntad que se le
incite a ejecutar porque conviene a esa conciencia colectiva recién creada; el fenó-
meno del lanzamiento de la masa es fruto de la minoría rectora inteligente. La ame-
naza sobre la nueva monarquía, en tanto que latía y se cernía soterradamente sobre
los altos organismos del gobierno, sólo podía hacer impacto sobre la masa popular
cuando existieran vías “bien informadas” dispuestas a combatirla. De aquí la nece-
sidad racional de pensar en un “aparato”.
Al producirse el Alzamiento, o la Revolución, término exacto dado por Toreno,
“el pueblo arrolló cuantos obstáculos se opusieron a la exaltación patriótica, y de
sus resultados se siguieron algunos asesinatos de autoridades”20; éstas fueron arras-
tradas y asesinadas bajo la acusación de vendidas al francés, de resistentes a la
nueva situación; eran, claro es, autoridades nombradas por Godoy o Carlos IV, y
ratificadas en el mando por Fernando VII, pero autoridades del régimen anterior,
de ese mismo régimen que Napoleón pareció primero que iba a restaurar y luego
subordinar, transformado a su imperio. Los sevillanos alzados destituyeron a los
miembros del Cabildo por desconfiar de ellos, dice Muñoz Maldonado; en
Zaragoza, el capitán general Guillelmi se resistió a entregar las armas, y fue obliga-
do a hacerlo, destituido y encarcelado; en Cádiz, Solano fue vilmente asesinado. El
caso de Solano es también característico. Según Toreno, gozaba de simpatías y de
popularidad en Cádiz. Recibió informes oficiales de lo ocurrido en Sevilla por
medio del conde de Teba, de los más calificados antigodoístas; reunió junta de
generales y marinos para decidir sobre el apresamiento de la escuadra francesa,
surta en aquel puerto; dio facilidades para el alistamiento de patriotas; con un esté-
ril intento de evitar el desencadenamiento de un conflicto armado se apoyó en
informes de los oficiales de la Armada. El 29 de mayo, dos días después de la noti-
cia llevada por el de Teba, el gentío congregado ante la casa del general entendió
que se negaba éste a atacar la escuadra francesa. “Entonces –relata Toreno– unos
sesenta que estaban armados hicieron fuego contra la casa”, y comenzó la desdichada
20
Muñoz Maldonado, o. c., t. I, págs. 200-201.
254
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
que no probado un núcleo dirigente pero, Toreno nos ofrece una pista sobre ello,
al citar el nombre del autor de la propuesta de una Junta secreta delegada para
cuando careciese de libertad la presidida por el infante Antonio Pascual. Dice
Toreno: “Propuso tan acertada medida el firme y respetable D. Francisco Gil y Lemus,
impelido y alentado por una reunión oculta de buenos patriotas que se congregaba en casa
de su sobrino D. Felipe Gil Taboada”21; este mismo D. Felipe fue designado para dicha
junta y salió con dirección a Zaragoza en la mañana del dos de mayo.
Creo lícito proponer al Congreso la viabilidad de esta hipótesis como tema de
trabajo:
El chispazo que desencadenó la tragedia del dos de mayo fue provocado por
un grupo, decidido a levantar al pueblo contra los franceses, saltando por encima
de la parsimonia mostrada por la Junta Suprema Delegada, que según Azanza y
O’Farrill, acordó preparar el alzamiento con más cautela y prudencia22.
Dado que las abdicaciones de Bayona fueron con fecha posterior al dos de
mayo, los sucesos de Madrid fueron movidos con el fin de dislocar la maniobra de
Murat que se proponía restaurar en el trono a Carlos IV, y a juicio de los fernan-
distas, el envilecido régimen que fue derribado el 18 y el 19 de marzo.
La precipitada organización de la sublevación de Madrid, y el fracaso que llevó
aparejado, impidió el desarrollo del plan estudiado por la Junta en la sesión de la
noche del 1.º de mayo; por ello las ciudades sublevadas hubieron de contar con sus
propias iniciativas y recursos; no obstante, la preparación de una consigna general
trazada desde Madrid y su difusión radial parece estar indicada; 1.º, por la fecha a
256
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
23
Corona, Revolución y reacción..., págs. 374-377.
24 Serrano Montalvo, o. y l. c., pág. 481.
257
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
EL AMBIENTE NACIONAL
25 Corona, Las ideas políticas en el reinado de Carlos IV, Madrid, Ateneo, 1954, 56 págs.; en
Revolución y reacción..., he considerado otros términos de la cuestión; vid. Capítulos V «La refor-
ma política», y VI «La ideología revolucionaria y su propagación», págs. 195 a 266.
258
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
contra los que Napoleón cometió simultáneamente los tres errores subrayados por
Pabón: el error religioso, el error nacional y el error monárquico. Cada una de estas
ideas nos ofrece un campo de estudio en los distintos sectores de la sociedad espa-
ñola, con una problemática compleja que intentaré diseñar, bien entendido que mi
modesto propósito se reduce a ordenar un cuestionario de preguntas, un programa
de trabajo.
A) La monarquía
Pudiéramos comenzar acudiendo a la invocación que firmó el alcalde de
Móstoles: “¡Españoles! ¡La Patria está en peligro!”, es decir, podríamos examinar pri-
meramente el error nacional; pero, el primer gesto, digamos “popular”, fue en
defensa de la familia real, de los últimos representantes de la Casa de Borbón en la
capital, por ello es el sentimiento monárquico el primero en aflorar públicamente,
y valga esta razón, para que comencemos por éste.
Por fuerza tenemos que distinguir nuevamente el sentimiento monárquico de
los españoles y el pensamiento de los españoles sobre la monarquía, tanto más,
cuanto que si respecto al primero la adhesión a la institución parece indiscutible,
respecto al segundo se descubren distintas corrientes y aun división entre las cla-
ses intelectuales. Las declaraciones sobre republicanismo recogidas hasta ahora son
realmente escasas: son las de la famosa conspiración del Cerrillo de San Blas, las de
los exilados en París, al servicio de la Revolución, Marchena, Blanco, Hevia, etc., las
que Alcalá Galiano refiere acerca de su tío, y las del propio Godoy en sus Memorias.
El ningún relieve del republicanismo en España hasta mediar el siglo, reduce el
tema a la categoría de anécdota, aunque en el mosaico político que comienza a dise-
ñarse, esta tesela debe ser examinada. Bajo la calificación de demócratas, que he
encontrado en la correspondencia dirigida a Godoy, se envuelve un grupo, a mi
parecer, políticamente heterogéneo, unificado por su oposición a Godoy, pero, con
gentes de clases diversas, clero, nobleza y clase media de funcionarios y de profe-
siones liberales; entre estos últimos se incluyen los republicanos citados anterior-
mente. El estudio, no de la propaganda, sino de los efectos de la propaganda revo-
lucionaria francesa podría dar perfiles más nítidos a esta cuestión del republicanis-
mo anterior a 180826.
Los españoles, en general, exigieron a su rey y repudiaron al francés. Fue una
explosión del sentimiento monárquico popular, concretado en la persona de
Fernando VII, que por la fuerza de este sentimiento se ganó el sobrenombre de El
Deseado. Por otra parte, no solamente rechazaban a José I, sino a la Revolución que
26
Corona, Revolución y reacción…, págs. 250-262.
259
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
27 Castro Bonel, «Manejos de Fernando VII contra sus padres y contra Godoy», Boletín de la
Universidad de Madrid, 1930, t. II, págs. 397-408, 493-503, 1931, t. III, págs. 93-102.
28 Cito estas muestras como ejemplo de dispersión, pues considero innecesario citar los fondos
de la Biblioteca Nacional, o de la «Colección Documental del Fraile» en el Servicio Histórico
Militar del Estado Mayor del Ejército (1.008 vols. de 1738-1824).
29 Luis Sánchez Agesta, El pensamiento político del despotismo ilustrado, Madrid, 1953, 371 págs.
260
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
importantes trabajos, que consideramos avances del más amplio y profundo que está
realizando30; por nuestra parte, posteriormente, he intentado una sistematización
previa de las corrientes reformistas más destacadas en el reinado de Carlos IV; tene-
mos noticia también sobre la publicación, ya en curso, de un estudio del Dr. Artola
acerca de los orígenes de la España contemporánea, que debe entrar de lleno en
esta materia; igualmente el Dr. Seco anuncia por su parte una Historia de Carlos IV.
La calidad, el método de trabajo y el rigor científico de los investigadores citados
nos da la esperanza de ver prontamente resueltos los problemas del pensamiento o
de los grupos políticos clarificados antes de la conmoción revolucionaria de 1808;
por nuestra parte, una ojeada superficial nos hace ver un confuso panorama que en
1808 muestra estas tendencias:
a) una gran masa nacional incualificada, fiel a Fernando VII; no obstante, esta
no cualificación, debemos admitir una preocupación política en ella despertada por
los sucesos revolucionarios de Francia, como lo revela el P. Estala a Forner, en su
conocida carta de 1795: “Todos se han metido de hoz a coz a políticos. Todo es
hablar de noticias, de reformas, de arbitrios, etcétera... Hasta los mozos de esquina
compran la Gaceta. En las tabernas y en los altos estrados, junto a la Mariblanca y
en el café, no se oye más que batallas, revolución, convención, representación nacio-
nal, libertad, igualdad”31.
b) los defensores de la monarquía absoluta, por derecho divino, en su versión
ilustrada, que reserva el ejercicio del poder a los grupos minoritarios cultos y aris-
tocráticos;
c) los adeptos a una monarquía reformada, asentada en el constitucionalismo
histórico tradicional;
d) los defensores de una monarquía nueva asentada en el principio de la sobe-
ranía del pueblo, la libertad y la igualdad política; es decir, la monarquía constitu-
cional conculcada por el despotismo de Napoleón en Francia;
e) los admiradores del sistema político inglés que pensaban en una monarquía
basada en el equilibrio de poderes, dos Cámaras y gobierno confiado a minorías
ilustradas;
f) los admiradores del sistema napoleónico que veían en él la solución equili-
brada entre el principio de la autoridad fuertemente centralizada y mantenida y el
30
Hans Juretschke, «Concepto de Cortes a comienzos de la Guerra de la Independencia. Carácter
y actualización», Revista de la Universidad de Madrid, vol. IV, núm. 15, Madrid, 1955, págs. 369-
405; del mismo: «Supuestos históricos e ideológicos de las Cortes de Cádiz», Rev. Nuestro
Tiempo año II, núm. 18, edic. 1955, págs. 13-35.
31
B. A. E., t. LXI, pág. 302.
261
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
B) La religiosidad
Solamente las monografías sobre el siglo XVIII han abordado el tema de la
influencia de la religión y las peculiares características del catolicismo en España
como base sustancial en cualquier polémica sobre el atraso y decadencia de
España33. Solamente se aprecian en esta polémica las posiciones extremas: si los
unos proclaman que el atraso cultural y económico, junto con el despotismo monár-
32 Manifiesto sobre la verdadera inteligencia de la voz «afrancesados», Madrid, 1814, 32 págs. Félix
José Reinoso, Examen de los delitos de infidelidad a la Patria imputados a los españoles sometidos
bajo la dominación francesa, Auch, 1816, 439 págs. – Satisfacción dada a los cargos de traición e
infidelidad imputados a las españoles sometidos a la autoridad por los contratos o por la fuerza que
ocupó toda España, París, 1816. – Andrés Muriel, Los afrancesados. Cuestión política, Madrid, 1820.
– Mario Méndez Bejarano, «Historia política de los afrancesados», Rev. Arch. Bib. y Museos, 1911,
XXIV, 339-349, 498-509; XXV, 107-118, y ed. de Madrid, 1912, 422 págs. – E. Riera y Estada,
El afrancesamiento, Palma de Mallorca, 1944, 20 págs. – Carmelo Viñas Mey, «Nuevos datos para
la historia de los afrancesados», Bulletin Hispanique, 1924, vol. XXVI, 52-67, 323-367, 1925, vol.
XXVII, 97-130. – Aguilera, «Notas sobre el libro de Reinoso... “Delitos”», Bol. Bibl. Menéndez
Pelayo, «Homenaje a Artigas», 1931, t. I, 319-386. – José Deleito Piñuela, «La emigración polí-
tica durante el Reinado de Fernando VII», Asociación Española para el progreso de las Ciencias,
Congreso de Bilbao, t. I, 139 págs. – Miguel Artola, Los afrancesados, Madrid, 1953, 336 págs.
– Corona, Revolución y reacción..., págs. 379-388
33
Véase la bibliografía recogida por Jean Sarrailh en L’Espagne eclairée de la seconde moitié du
XVIIIe siècle. Paris, Imp. Nation. 1954, inexplicablemente detenida en 1936, salvo contadas
excepciones; vid. aut. Vicente Palacio Atard, Derrota, agotamiento, decadencia en la España del siglo
XVII, Madrid, Ed. Rialp, Bibl. del «Pensamiento Actual», núm. 3, y su prólogo a Nipho y el perio-
dismo español del siglo XVIII, de Luis M. Enciso Recio, Valladolid, 1956; los artículos de la
Historia de España publicados por la Revista Arbor, Madrid, 1953, desde la pág. 300 y los capí-
tulos dedicados al Siglo XVIII y al Siglo Liberal; P. Laín Entralgo, España como problema,
Madrid, Aguilar, 1956, II t.; Calvo Serer, España sin problema, Madrid, Ed. Rialp, 1949; A.
Castro, La realidad histórica de España, México, 1954, y la réplica de C. Sánchez Albornoz,
España. Un enigma histórico, Buenos Aires, 1956, II t. L. Sánchez Agesta, En torno al concepto de
España, Madrid, Ateneo, 1956; Manuel Pedroso, Algunas notas de españoles sobre los españoles,
Universidad de México, 1957, XII, núm. 2, 32 págs.; etc., etc.; mi punto de vista personal en el
capítulo III, «Reformismo y tradición», de Revolución y reacción en el reinado de Carlos IV.
262
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
quico, son el fruto del fanatismo religioso mantenido por la influencia de un clero
omnipotente, del que solamente se distingue alguna rara figura perseguida por la
inquisición; de otra parte brotan condenas generales, sin eximentes, contra todos y
cada uno de los reformistas dieciochescos, sin que de aquellas se libre siquiera la
Inquisición, por destructores de los cimientos mismos sobre los que se alza toda la
ideología de la Hispanidad.
Situándonos al margen de la polémica, pero examinando su nervio se descu-
bre sin esfuerzo que los términos de ésta se reducen a un enfrentamiento de posi-
ciones antagónicas respecto a los valores religiosos, cuyo radicalismo significa en
cada caso un ataque profundo o una defensa decidida del catolicismo; caben entre
ella, naturalmente, actitudes más moderadas; pero, en definitiva, las posturas son el
ataque español a la catolicidad y la defensa de la catolicidad española.
Este problema entra, de lleno, en mi concepto, en la materia de esta ponencia,
puesto que en el desarrollo de la revolución de 1808 los nuevos legisladores aco-
meten una reforma que afectó al estamento eclesiástico y que provocó en la masa
popular reacciones de distinto grado e intensidad. La cuestión religiosa ofrece dis-
tintas vertientes a lo largo del siglo XVIII: regalismo, jansenismo, desamortización,
secularización de la enseñanza, cultura laica, cientifismo arreligioso, etc., etc... Sin
embargo, el conocimiento del ambiente religioso en las distintas clases sociales se
limita, como en tantos otros casos, a meras afirmaciones literarias, sin que se haya
sentido la necesidad de fundarlas en investigaciones sólidamente trabadas.
Puesto que aceptamos, sin discusión, la influencia del clero sobre la sociedad
española, es lícito proponer en primer lugar un estudio sobre el estamento eclesiás-
tico, en el que, además de alinear el número de sus miembros regulares y secula-
res, y de la extensión de sus bienes y del alcance de sus rentas, se calibren con más
minuciosidad las peculiares características de sus miembros, distinguiendo debida-
mente las cuestiones internas de clero regular, con la acción influyente de las dis-
tintas Órdenes, y su esfera propia, la afluencia o defluencia de las vocaciones, su
formación religiosa, literaria y científica, etc.; en el clero secular fuerza hay que dis-
tinguir los problemas relativos al alto clero, de origen, generalmente, aristocrático,
aunque no exclusivamente, su subordinación o su resistencia a la política regalista,
puesta en trance ante la piedra de toque del cisma intentado por el ministro
Urquijo; su actitud ante las corrientes ideológicas progresivas, y su influencia y
popularidad entre la grey confiada a su cuidado; igualmente, el bajo clero, del que
la historiografía liberal ha destacado su personalidad, a causa precisamente del esta-
do que profesaron; conocemos figuras aisladas, del bajo clero, y solamente el mag-
nífico estudio de Juretschke sobre Alberto Lista merece y debe ser destacado ejem-
plarmente; pero las condiciones de ambiente, de formación intelectual, de origen,
etc. del clero rural quedan todavía en la oscuridad.
263
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
C) El nacionalismo
El tercer lado del triángulo que forman los tres errores de Napoleón con
España, es el desconocimiento de los españoles. Fugier concluye su documentada
investigación enumerando los fallos de las personas que le informaban y el carác-
ter tendencioso de los informes que cursaban. Ninguno, afirma Fugier, reunía las
condiciones, ni la competencia necesarias para desempeñar la Embajada en
Madrid; un intrigante (Luciano), que convenía alejar de París y que desempeñó su
embajada como si fuera una inversión financiera; una figura de segundo orden
(Beurnonville), que informaba en sentido muy partidista, contra Godoy; un hom-
bre sin experiencia, como Vandeul; un pariente (Beauharnais), a quien había que
dar ocupación y que se mostró decidido partidario del Príncipe de Asturias; o bien,
informadores ocasionales que en un rápido viaje dirigían una mirada superficial
sobre los hombres y la situación; todo ello esmaltado de hablillas, intrigas, servi-
lismo, arranques de altivez y claudicaciones y, como telón de fondo, la desprecia-
ble leyenda antiespañola admitida como artículo de fe por todos los ilustrados
264
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
265
ASPECTOS MILITARES DE LA GUERRA
DE LA INDEPENDENCIA
por
267
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Citemos en primer lugar la obra inglesa del general Napier, History of the war
in the Peninsula and in the south of France, seis volúmenes en octavo, de los que hay
una traducción francesa. Napier fue cronista oficial de guerra e intervino personal-
mente en ella; primero, a las órdenes del malogrado Moore, y después, a las de
Wellington. El texto, por su antigüedad y su abundante documentación, ha servido
de copioso manantial para muchas obras posteriores. Considerado como trabajo
histórico, carece de la imparcialidad debida, que es la primera cualidad que requie-
re la formalidad de una obra de este género. Al juzgar nuestro esfuerzo y la
competencia de nuestros mandos militares incurre con frecuencia en falsedades
lamentables. Con razón han dicho de este libro críticos sesudos que hay que saber
leerlo con un apropiado coeficiente de reducción; pero con todos sus defectos, será
siempre una obra clásica, que ningún aficionado e investigador de estos estudios
podrá dejar de leer y meditar con singular atención.
De igual nacionalidad es este otro texto:
Oman, A History of the Peninsular War, seis volúmenes en octavo, con apéndi-
ces, mapas, planos e ilustraciones. Hay varias traducciones, entre ellas una hecha
por nuestra Escuela Superior del Ejército, y conservada en la biblioteca de dicho
Centro. El autor, profesor de Historia en Oxford y académico de la de Madrid, ha
escrito un libro muy documentado que merece toda nuestra simpatía por rectificar
con testimonios de la mayor valía muchas de las injustas opiniones de Napier.
Historiador concienzudo e imparcial, sus opiniones y sus relatos son dignos de la
mayor atención, y el estudio de su obra no debe ser extraño, en ninguna manera,
a cuantos aspiren a conocer a fondo nuestra guerra peninsular.
Entre los autores alemanes destaca Schepeler, Geschichte der Revolution
Spaniens und Portugal besonders des daraus entstandenen Krieges, tres volúmenes en
octavo. Aunque de menos importancia que los anteriores, es una relación juiciosa y
exacta sobre todos los Sitios a los que el autor concurrió, y de los que dedujo per-
sonales e interesantes consecuencias.
Como tratadista italiano citaremos a Vacani, Storia delle Campagne e degli asse-
di degli italiani in Spagne dal 1808 al 1813, obra que consideramos la más acertada
de todas las escritas en este idioma.
En portugués podemos leer con provecho:
História da Guerra Civil e do estabelecimento do governo parlamentar em Portugal,
cinco volúmenes. Libro que, aunque no íntegramente militar por abarcar al mismo
tiempo aspectos políticos, ayuda a comprender con claridad las operaciones en la
Península y en el Mediodía de Francia. Está, además, muy bien editado, y añadido
con planos destacados de las principales operaciones militares.
En cuanto a Francia, es natural que en ella las publicaciones sobre esta mate-
ria sean abundantes, aunque adolezcan de una parcialidad comprensible, pero
268
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Con él se agotó la fortaleza de los que lo escribían. Los tiempos, tan cercanos a los
hechos, impedían a los nuestros, como dificultaron a los extranjeros, la serenidad en
los juicios; pero los honrados militares españoles prefirieron enmudecer a continuar
una labor carente de sinceridad histórica. Hubo que aguardar a que pasara medio
siglo, a que los actores de aquella gloriosa tragedia se hubieran ya retirado al encie-
rro religioso de sus tumbas, y a que, dentro de ellas, fueran sus huesos tornándose
en polvo; a que sus hijos, libres de las efervescencias de la juventud, hubieran pasa-
do la rama alta de la vida; a que, borrados y desaparecidos los apasionamientos del
pasado, quedara sólo en los corazones la admiración para todas las grandezas, y en
el cerebro la rectitud para todos los juicios, y la honrada documentación para apoyo
de las propias opiniones. El Gobierno pensó entonces, no en elegir una comisión
como antes, sino una sola persona capaz, por su cultura, por su sólida preparación y
por sus reconocidas dotes personales, de cumplir esa tarea en la que habían de ayu-
darle los archivos oficiales, puestos por entero a su disposición, así como todos los
elementos gráficos y artísticos que tuviera el Ministerio de la Guerra. Y fue así como,
designado con insuperable acierto, el brigadier Gómez Arteche, puso manos a la
ímproba tarea, a la que consagró no solamente su cabeza llena siempre de sabias
ideas, sino también su corazón entero enamorado de la misión. De cómo logró cum-
plirla, es elocuente testimonio el informe que la Junta Consultiva de Guerra, presi-
dida por aquella gran figura del marqués del Duero, redactó en aquel entonces, y
que copiamos literalmente en un párrafo que nos parece el más indicado para calcu-
lar el entusiasmo que la lectura del texto producía: “El Gobierno, que ha consegui-
do encontrar un jefe tan idóneo como el Sr. Arteche para narrar militar y concien-
zudamente las heroicas hazañas de nuestros padres, debe estimularlo generosamen-
te por un servicio tan importante tributado a la gloria del país y al honor del Ejército,
que han de leer en las páginas de este libro la más grande enseñanza, el más acriso-
lado ejemplo, ocurrido, como dijo Cervantes de Lepanto, en la más alta ocasión que
vieron los siglos pasados y los presentes ni esperan ver los venideros. Después de
todo, la más alta recompensa que ha de obtener el brigadier Arteche es la de pasar
a la posteridad unido a las proezas que describe”. A lo que había de añadir cuaren-
ta años después otra gran autoridad histórica y literaria castrense, el heroico tenien-
te coronel Ibáñez Marín, estas otras palabras, no menos elocuentes: “Cuantos
vestimos uniforme militar jamás pagaremos con la gratitud que merece la obra del
insigne patricio y general Gómez de Arteche; en la que empleó toda su larga y uti-
lísima vida. Guía seguro, noble, levantado, maestro en re militari e historiador con la
sazonada preparación que la empresa requería, su libro es la base más firme y más
honradamente puesta en lengua española para el conocimiento de la guerra.”
Y ya que hemos mencionado a Ibáñez Marín, oportuno parece ocuparnos de
él también con señalada preferencia. Dotado este heroico jefe de Infantería, que
271
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
cesores textos abundantes con los que deleitarnos en el estudio militar de aquella
lucha, no puede por ello decirse, ni con mucho, que el asunto esté ya agotado,
exhausto, para la labor de los investigadores. Históricamente, mientras quede un
documento por averiguar, una opinión distinta por razonar, un suceso perdido que
descubrir, un episodio guerrero que recoger, no habrá dado fin la tarea de seguir
analizando las enseñanzas primorosas de aquella lucha. ¡Y cuántos aspectos marcia-
les de ella quedan todavía por estudiar! ¡Y cuántos archivos privados, vírgenes de
exploración, están todavía sin registrar con paciencia, pero prometiendo a quienes
los curioseen un fruto seguro e incalculable! Ya que la actividad de muchos ilustres
historiadores no logró dominar la incuria, la pereza o la ignorancia de los que en los
despachos de sus viejos palacios o en las estanterías o cajones de las dependencias
oficiales guardan olvidados, lamentablemente, documentos de valor extraordinario.
Estimular esa búsqueda e incitar esa labor paciente ha de ser, sin duda, prefe-
rente afán de nuestro Congreso. Porque si sobre el desarrollo, las consecuencias y
las críticas de las operaciones militares de aquel entonces se ha escrito, como deci-
mos, con abundancia, quedan aún muchos temas de altísimo interés sobre los que
muy poco o nada se ha tratado. Sin pretender dar ahora un índice completo de
todos ellos, hemos de permitirnos apuntar ligeramente algunos de los que surgen
de momento en nuestra memoria. La organización en nuestro Ejército en 1808 no
ha llegado todavía a ser analizada en toda su complicada profundidad. La forma-
ción moral y cultural de sus mandos es factor decisivo para llegar a comprender la
acción de las tropas. Los reglamentos tácticos que regían en aquellos tiempos, y,
sobre todo, su comparación con los vigentes en tales épocas en los de los más
aguerridos ejércitos, es cuestión de cuya importancia nadie dudará. El conocimien-
to del armamento de aquellos años, de su balística, de sus alcances y radios de
acción, de sus problemas de fabricación y municionamiento, ayudará a comprender
el desarrollo de las batallas que, sin todos esos datos, cuesta trabajo ver con clari-
dad. Todas las normas sobre reclutamiento de tropas activas y de reserva, de la
movilización de sus efectivos para la guerra, de los problemas de su vestuario, de
su alimentación, de su sanidad, de sus cuidados espirituales, tienen para estos estu-
dios particular interés. El funcionamiento de las escuelas y academias militares, con
el conocimiento de sus sistemas de enseñanza comparativamente a los de otras
naciones, de los métodos de recompensas, de los sueldos, de los estímulos profe-
sionales, reclaman una atención especial por nuestra parte. Pero la pide también
extraordinaria el análisis de las influencias que antes de 1808 pudieron traer al
Ejército las ideas fundamentales de la revolución francesa, la evolución de este
modo de pensar en sus filas durante el desarrollo de la campaña, la nueva organi-
zación que adoptan a partir de 1815 nuestras instituciones militares, los estudios
comparativos entre nuestros Cuerpos armados antes y después de la campaña, sus
273
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
274
LAS TENDENCIAS POLÍTICAS DURANTE
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
por
275
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
1 Evaristo San Miguel, De la guerra civil en España, Madrid, 1836, pág. 12.
2
Juan Mercader, L’ideologia dels catalans del 1808, Barcelona, 1953.
276
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
277
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
fuente de la importancia de John Francis Bacon, Seis años en Vizcaya (Londres, 1838), es tan
concluyente como las anteriores, o más, si cabe.
5
Melchor Fernández Almagro, Orígenes del Régimen Constitucional en España, Barcelona, 1926.
Véanse las páginas 84 y siguientes, especialmente 86 a 88. Como ya hizo el P. Vélez, Fernández
de Almagro pone de relieve la vinculación de la Constitución gaditana a la francesa de 1791.
Diego Sevilla («La Constitución española de 1812 y la francesa de 1791», en Saitabi, 1949)
reacciona contra la opinión de ser la Constitución de 1812 traducción de la francesa. No obs-
tante, la influencia es evidente y difícilmente, por mucho que se puntualice, pueden invalidar-
se los argumentos del P. Vélez y de Fernández Almagro, aun cuando se atenúen las conclusio-
nes. Véase Agustín Argüelles, La Reforma Constitucional, Londres, 1835.
6 Rico y Amat escribe acerca de la Constitución de Bayona: “Para la época de atraso en que se
hallaba España, era un gran paso en política, y en nuestro concepto no tenía más falta que la
de otorgarla un usurpador”. (Historia política y parlamentaria de España, I, Madrid, 1860, pág.
152.)
278
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
7
Ferrer, Tejera y Acedo, Historia del Tradicionalismo español, Sevilla, 1941, y siguientes. (Todavía
en curso de publicación.)
8 Federico Suárez, «Planteamiento ideológico del siglo XIX español», Arbor, número 29, 1948.
9 Especialmente en «Génesis del liberalismo político español», Arbor, núm. 21, 1947; «Formación
de la doctrina política del Carlismo», R. E. P., 1946.
10 Federico Suárez, La crisis política del Antiguo Régimen en España, Madrid, 1950, 2.ª edición
ampliada, Madrid, 1958.
279
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
11 Pedro Penzol, «Jovellanos en el diario español de Lady Holland», Boletín del Instituto de Estudios
Asturianos, núm. 20, 1953. – Fernando Señas Encinas, «Pérez Villamil, o una eminencia gris»,
ibid., núm. 23, 1954.
12
Bonza Brey, «El Consejo de Regencia de las Cortes de Cádiz y el asturiano Menéndez de
Luarca, tercer obispo de Santander», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, núm. 28, 1956.
13 Miguel Artola, «La difusión de la ideología revolucionaria en los orígenes del Liberalismo espa-
ñol», Arbor, núms. 115-116, 1955. – L. Rodríguez Aranda, «La recepción y el influjo de las ideas
políticas de Locke», R. E. P., núm. 76, 1954.
14 Juan Beneyto, «Tradición, ideología y sociedad en la institucionalización de la Independencia»,
R. E. P., núm. 83, 1955. – Isidoro de Villapadierna, «El Episcopado español y las Cortes de
Cádiz», Hispania Sacra, núm. 16, 1955.
280
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
explícitamente han tratado el problema otros estudios, de los cuales debe tratarse
más detenidamente.
De una manera directa, la tesis de las tres tendencias no ha sido objeto de
expresa crítica. Acaso sea H. Juretschke quien le ha concedido una más seria aten-
ción en lo que se refiere al contenido reformador de la tendencia realista, sobre
todo para manifestar su disconformidad primero (en una reseña de la Crisis políti-
ca del antiguo régimen en España), para abundar en la misma opinión luego15.
Sánchez Agesta y Artola la toman en consideración, el primero para manifestar su
escepticismo respecto a la línea de la doctrina realista de Cádiz –Manifiesto de
1814–: Carlismo, aunque sin revisar testimonios, y, el segundo, a propósito de la
identidad substancial de principios políticos entre afrancesados y doceañistas, pero
sin entrar tampoco en la difusión y análisis de los testimonios aducidos16.
Sánchez Agesta, en el mencionado estudio, califica a la obra de los doceañis-
tas de “revolución tradicional”, en el sentido de que la Constitución de 1812 hizo
de los liberales tradicionalistas, pero sólo de una parte de la historia española. Basa
su afirmación en unas palabras del Discurso Preliminar del Proyecto de la Cons-
titución, en el que se afirmaba basar en antiguas leyes españolas los artículos cons-
titucionales. Pero sería necesario algo más para poder calificar a los doceañistas de
tradicionales después del análisis que hizo Fernández Almagro en sus Orígenes del
Régimen Constitucional, y no parece que la tesis de Sánchez Agesta tenga suficiente
peso para ser aceptada sin otros apoyos más sólidos que desvirtúen los argumentos
de Fernández Almagro.
Es difícil la sistematización de opiniones recientes acerca de los mismos
hechos, y sería necesario, de intento, ocuparse a fondo de valorarlas y criticarlas.
Aquí sólo cabe una somera exposición crítica y general.
Artola, en 1953, al considerar los partidos ante la invasión, distingue tres gru-
pos: absolutistas, afrancesados y liberales. Años después, en otro estudio 17, afirma
que la composición de las Cortes de Cádiz puede estudiarse con relación a un tri-
ple criterio: composición social, situación jurídica e ideas políticas, añadiendo:
15 Hans Juretschke, «Los supuestos históricos e ideológicos de las Cortes de Cádiz», Nuestro
Tiempo, núm. 18, 1955; «Postrimerías de Fernando VII y advenimiento del régimen liberal»,
Razón y Fe, núm. 694, 1955.
16 Sánchez Agesta, Historia del Constitucionalismo español, Madrid, 1956, páginas 30-31. El capítu-
lo correspondiente fue antes publicado en R. E. P., núm. 75, 1954: «Sentido sociológico y polí-
tico del siglo XIX». – Miguel Artola, Los afrancesados, Madrid, 1953, págs. 43-44.
17 Miguel Artola, Estudio preliminar a Memorias del tiempo de Fernando VII, II, B. A. E., XCVIII.
Madrid, 1957, pág. XXVI.
281
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
18 Carlos Seco, Godoy (estudio preliminar a las Memorias del Príncipe de la Paz, B. A. E., LXXXVIII.
Madrid, 1956, pág. LV).
19 Artola, Los afrancesados, pág. 26. C. Alcázar (a quien cita), «El despotismo ilustrado en España»,
Bull. Com. Inter. de Sciences historiques, V, 1933, p. 727.
20
Fernando Jiménez de Gregorio, «La convocatoria de Cortes Constituyentes en 1810. Estado de
la opinión española en punto a reforma constitucional», Estudios de Historia Moderna, V,
Barcelona, 1955. Útil, sobre todo, por los extractos documentales.
21
Hans Juretschke, Vida y obra de Alberto Lista, Madrid, 1951.
282
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
valiosas precisiones sobre los afrancesados, matiza en sus estudios sobre las
Cortes22 extraordinariamente en punto a actitudes políticas e ideológicas en los
años de la guerra, mostrando la enorme complejidad de las actitudes. Acaso por
este motivo se hace difícil resumir (aparte que el tema no es específicamente la dilu-
cidación de las tendencias políticas) en un esquema sus aportaciones, si bien es
posible entrever que dentro de las tendencias hoy admitidas hay diferencia de mati-
ces y que es casi punto menos que imposible querer encasillar a todos los que
entonces escribieron u opinaron dentro de una determinada tendencia. Acaso el
estudio cuya próxima publicación anuncia sobre El informe sobre Cortes de Antonio
Capmany confirme la existencia de la doctrina del Manifiesto de 1814 en los años
anteriores (como lo apuntó en la nota publicada en “Razón y Fe”), en cuyo caso la
tesis de las tres tendencias –aun cuando dentro de ellas hubiera diferencias de
matiz, como la existente entre doceañistas y afrancesados, ambos liberales– tendría
una valiosa confirmación.
En cualquier caso, como se apuntó al principio, la dilucidación del problema
requerirá no poco trabajo. Hasta ahora existen hipótesis de trabajo, más o menos
fundadas en testimonios seguros. Pero el análisis de los Informes sobre Cortes, la
exploración de la opinión de los españoles en las distintas regiones, el estudio de
los discursos y debates de los diputados consignados en las Actas, de los escritos
de quienes tomaron la pluma con carácter polémico o expositivo, de los periódicos
y folletos, es paso previo e indispensable para la visión de la época. Y todavía se
haría necesario ponerse de acuerdo acerca del valor de las palabras (tal, por ejem-
plo, como absolutista, ilustrado, servil) y distinguir, entre el Antiguo Régimen de iure
y lo que de facto era en realidad la Monarquía de Carlos IV, el estado de cosas ante-
riores a 1808.
22 Además del ya citado sobre los «Supuestos históricos e ideológicos de las Cortes de Cádiz»,
debe mencionarse «Concepto de Cortes a comienzos de la guerra de la Independencia.
Carácter y actualización», Revista de la Universidad de Madrid, núm. 15, año 1955.
283
EL GUERRILLERO Y SU TRASCENDENCIA
por
285
FERNANDO SOLANO COSTA
Pese a todo ello, hoy, el exacto conocimiento del fenómeno social, político y
militar del guerrillero constituye un verdadero problema historiográfico ante la
ausencia de un trabajo que, sistemáticamente y con información de primera mano,
lo estudie dándonos una visión completa y objetiva de la actuación de ese factor
humanísimo, que consideramos realmente trascendental y pleno de interés. Adelanto
mi propuesta para que en una de las conclusiones de este Congreso se formule la
recomendación de este propósito a los historiadores interesados en el tema, y no
solamente a los españoles, sino también a los franceses, ya que creemos que la prin-
cipal, o, al menos, la más ordenada documentación sobre los guerrilleros debe
encontrarse en los archivos nacionales franceses, en los partes de guerra y comuni-
caciones que los mandos napoleónicos enviarían a su Superioridad dándole cuenta
de la serie, casi inacabable, de actuaciones guerrilleras. Este reflejo oficial propio de
un ejército regular ha de contrastar, en cambio, con la escasez documental que toda
guerra irregular lleva consigo por falta de una verdadera administración, muy espe-
cialmente en el tipo de guerrilla media o pequeña, ya que las grandes –como las de
Espoz y Mina, el Empecinado, el Cura Merino o Julián Sánchez– tenían una estruc-
tura militar muy próxima ya a las de un ejército regularizado.
3
Véase mi reciente trabajo sobre la «Resistencia popular en la Guerra de la Independencia
española: los guerrilleros», Publicación de la Cátedra «General Palafox», número 6, págs. 387-
423. Dado el corto espacio transcurrido entre esta publicación y la ponencia actual, y la iden-
tidad en gran parte del tema, forzosamente nos vemos obligados a incurrir en reiteraciones
que, en lo sucesivo, no anotaremos.
4
Véase el importante trabajo del profesor Serrano Montalvo, sobre este matiz de la guerra, en
un artículo sobre «El pueblo en la guerra de la Independencia: las resistencias en las ciudades»,
en la publicación citada en la Cátedra «General Palafox», págs. 463-530.
286
El guerrillero y su trascendencia
Las referencias sobre los guerrilleros son, por otra parte, muy abundantes en
la extensa bibliografía que sobre la Guerra de la Independencia hay escrita, pero
siempre falta una visión de conjunto que se encare con el problema en toda su
riqueza de matices y en toda su hondura sociológica.
Hay una falta casi absoluta de monografías5, y en las historias generales de la
guerra aparecen como embebidos dentro del conjunto de la obra, carentes de su
propio perfil, sometidos a la precisión ideológica estimativa del autor.
En cambio creo de interés extraordinario las numerosas referencias a guerri-
lleros que aparecen en los escritores coetáneos y testigos de la guerra, ya que, pese
a su natural subjetivismo y su visión particularista, nos darán el tono humano, la
valoración del momento, la vibración sentimental de aquella generación, con lo que
tendríamos, aunque deformado –y posible de aliviar con nuestra objetividad de his-
toriadores del siglo XX, es decir, con ciento cincuenta años de tiempo purgable– la
figura literaria y emocional del guerrillero6.
En efecto, nos encontramos con la inapreciable suerte de contar con un núme-
ro considerable de “memorias” de espectadores y actores de nuestra Guerra de
Independencia; franceses, como Rocca7, Naylies8, Le Noble9, Limouzin10, Suchet11,
Miot de Melito12, Jomini13, Manière14, Bigarré15, Jourdan16, Marcel17, De Brun18, y el
5
Realmente, que yo sepa, toda la bibliografía especifica sobre el guerrillero, visto en su conjun-
to, se reduce a tres artículos, dos de los cuales no son sino textos más o menos ampliados de
sendas conferencias. Estos son: el de José Gómez de Arteche, titulado «Juan Martín el
Empecinado. La guerra de la Independencia bajo un aspecto popular. Los guerrilleros»,
Madrid, 1886. Y, por último, el del que es autor el de estas líneas, indicadas en la nota núm. 3.
6
No creo necesario decir que hasta ahora sólo un escritor, un novelista, ha recogido con acento
magistral este aspecto esencial del tema que nos ocupa: me refiero, naturalmente, a Benito
Pérez Galdós. Véanse sobre ello las atinadas observaciones de Gaspar Gómez de la Serna, en
«España en sus episodios nacionales», especialmente en las páginas 33-52. Ediciones del
Movimiento, Madrid, 1954.
7 Alb. S. Michel Rocca, Mémoire en la guerre des Français en Espagne, París, año 1814, con traduc-
ción española de Ángel Sabredo Ruiz, titulada, La guerra de la Independencia contada por un ofi-
cial francés (Memorias de M. de Rocca), Madrid, 1908.
8
Joseph J. Naylies, Mémoires sur la guerre d’Espagne pendant les années 1808, 1809, 1810 et 1811,
París, 1817.
9 Pierre-Madeleine Le Noble, Mémoires sur les opérations militaires des Français en Galice, en
Portugal, et dans la vallée du Tage, en 1809, sous le command du duc de Dalmatíe, París, 1821.
10 M. Limouzin, Souvenirs de l’Espagne pendant les années 1808, 1809, 1810, 1811, 1812 et 1813,
Sainte-Menehould, 1829.
11 Mémoires du Maréchal Louis-Gabriel Suchet, duc d’Albufera, sur ses campagnes en Espagne despuis
1808 jusq du 1814, París, 1829, 2 vols.
287
FERNANDO SOLANO COSTA
12 (Viene de la página anterior) Conte Miot de Melito, Mémoires (1788-1815), París, 1858.
13 (Viene de la página anterior) Guerre d’Espagne. Extraits des souvenirs inédits du Général Henri
Jomini (1808-1814), París, 1892.
14 (Viene de la página anterior) Manière, Souvenirs d’un cannonier de l’Armée d’Espagne, 1808-1814,
París, año 1892.
15 (Viene de la página anterior) Mémoires du general Auguste Bigarré, aide de camp du Roi Joseph
(1775-1813), París, 1893.
16 (Viene de la página anterior) Mémoires militares du Maréchal Jean-Baptiste Jourdan (Guerre
d’Espagne), París, año 1899.
17 (Viene de la página anterior) Campagnes du Capitaine Nicolas Marcel en Espagne et en Portugal
(1809-1814), París, 1913.
18 (Viene de la página anterior) Saint-Pierre, Louis de, Les cahiers du Général Brun (1773-1843),
Hochette, París, 1953.
19 Soult, Mariscal, Mémoires. Espagne et Portugal, Édition de Louis et Antoinette de Saint-Pierre.
Hachette, París, 1955.
20 Rafael Farias en sus Memorias de la guerra de la Independencia escritas por soldados franceses,
Madrid, 1920; recoge parte de estas memorias.
21 Thiébault, Mémoires, pág. 531, París, 1890.
22 Kircheisen, Friedrich M., Memoiren aus dem spanischen Freiheitskampfe, 1808-1811, Ludwig von
Grolman, Albert Jean Michel Rocca, Moyle Sherer, Heinrich von Brandt, Henri Ducor, don
Juan-Andrés Nieto Samaniego. Hamburg, 1908. – Barkhausen, G. H., Tagebuch eines Rheinbund-
Offiziers aus dem Feldzuge gegen Spanien und während Spanien und englischer Kriegsgefangenschaft,
1808-1814, Wiesbaden, 1900.
23 James Wilmot Onnsby, An account of the Brittish, army of the State and sentiments of the people of
Portugal and Spain during 1808 and 1809, London, 1809, 2 vols.
24
William Stothert, A narrative of the principal events of the campaings of 1809, 1810 and 1811, in
Spain and Portugal; interpesend with remarks on local scenery and manners, London, 1812.
288
El guerrillero y su trascendencia
Wilson25, Camden26, entre otras muchas, a las que hay que añadir la serie de
“memorias” propiamente dichas, como las de Tomkinson27, Woodberry28, Wane29,
Knowles30 y d’Urban31.
La reflexión de este conjunto de recuerdos de los excombatientes extranjeros
de nuestra Guerra de Independencia ha de ser, naturalmente, de una gran variedad
de matices, según procedan del campo continental europeo o del insular británico.
En los primeros, el impacto de la resistencia española es mucho más hondo, calan-
do más en la significación de ese, entonces, nuevo fenómeno social de la resisten-
cia española; en todos ellos hay, más o menos encubiertamente, asombro y sorpre-
sa. En cambio para los ingleses, la valoración se escapa más por la vía de lo pinto-
resco e imaginativo, dudándose de su verdadera efectividad castrense; en todo caso,
como advierte Jover32, “el pueblo español adquiere una categoría histórico-univer-
sal que la Ilustración le había negado y que el Romanticismo va a afirmar vigorosa-
mente afectando a sus mentes más privilegiadas y convirtiendo el heroísmo español
en uno de sus temas”33.
25
A narrative of the Campaings of the Loyal lusitania Legion, under Brigadier General Sir Robert
Wilson with some acount of the Military operations in Spain and Portugal during the years 1809,
1810 and 1811, London, 1812-1815, 5 vols.
26 Theophilus Camden, The History of the present war in Spain and Portugal from its commencements
of the Battle of Vitoria. To which be added Memoirs of the life of Lord Wellington, London, 1813.
27 William Tomkinson, The diary of a cavalry officier in the Peninsular and Waterloo campaigns, 1809-
1815, London, 1894.
28
George Woodberry, Journal du lieutenant... Campagnes de Portugal et d’Espagne, de France (1813-
1815), París, 1896.
29 William Wane, Letters from the Peninsula, 1808-1812, London, 1912.
30 Robert Knowles, The war in the Peninsula. Some letters of the lieutenant, London, 1913.
31 The Peninsular journal of Major-General Sir Benjamin d’Urban. 1808-1817, London, 1930.
32 Op. cit., págs. 135-136.
33 Un ejemplo muy destacable es, como es sabido, el de Lord Byron, cuya corta permanencia en
España en 1809 causó gran impresión en su sensibilidad. Por su oportunidad, puede traerse
aquí su reflejo en el “Childe Harold”, de la hazaña en Zaragoza de la artillera Agustina (libro
I), que traducida, dice: “Canto 1.º LV. Vosotros, a quienes causará maravilla la narración de sus
hechos, ¡oh!, si la hubieseis conocido en sus días más apacibles; si hubiereis visto lucir aque-
llos ojos negros que se burlan de su negro velo, y oído su voz limpia y jovial en el recinto de
su habitación, y contemplado sus luengos cabellos, que ningún pincel acertaría a copiar debi-
damente, y sus formas hechiceras, y su más que femenil donosura…, mal hubierais podido
creer que los muros de Zaragoza habían de verla un día sonriendo ante la Gorgona del Peligro,
mermando las compactas filas del enemigo y conduciendo a los suyos por la temible senda de
la gloria. LVI. Su amante cae en la refriega…, ella no vierte lágrimas importunas…; su jefe es
muerto…, ella le reemplaza en el puesto fatal; sus compañeros huyen…, ella se opone a su
289
FERNANDO SOLANO COSTA
cobarde fuga; el enemigo retrocede…, ella se pone al frente de los que le persiguen. ¿Quién
podrá, como ella, aplacar los manes de su amante? ¿Quién podrá vengar tan bien la muerte de
un caudillo? ¿Qué otra mujer será capaz de recobrar todo lo perdido cuando ya no le queda al
hombre ni la menor esperanza? ¿Quién se arrojará con tan furioso empuje contra el Galo fugi-
tivo que sucumbe a las manos de una hembra valerosa delante de unos muros demolidos?”.
34 Enrique Rodríguez de Solís, Los guerrilleros de 1808. Historia popular de la Guerra de la
Independencia, Madrid, 1877, 2 vols.
35 Anselmo Salvá, Burgos en la guerra de la Independencia, Burgos, 1813.
36 Rafael Gras y de Esteva, Zamora en tiempo de la guerra de la Independencia (1808-1814), Madrid,
1913.
37 Ángel Salcedo Ruiz, Astorga en la guerra de la Independencia, Astorga, 1901.
38 Modesto Castilla, Historia de la Junta de Defensa de Galicia, La Coruña, 1894.
39
F. Estrada Catoyra, Historia de los ejércitos gallegos durante la guerra de la Independencia, Santiago
de Compostela, 1916.
40 Los guerrilleros gallegos de 1809. Cartas y relaciones por testigos oculares, Publicadas en 1809 y
1810 por D. Manuel Pardo de Andrade, y reimpresas en La Coruña, 1893, 2 vols.
41 Juan Rodríguez Legísima, Héroes y mártires gallegos. Los franciscanos de Galicia en la guerra de la
Independencia, Santiago de Compostela, 1912.
42
Domingo Gascón, La provincia de Teruel en la guerra de la Independencia, Madrid, 1908.
43 Adolfo Blanch, Historia de la guerra de la Independencia en el antiguo Principado, Barcelona, 1861-
1862; 2 vols.
44 Antonio de Bofarull y Brocá, Historia crítica de la guerra de la Independencia en Cataluña,
Barcelona, 1886-1887; 2 vols.
45
Ramón Huguet y Miró, Efemérides de la guerra de la Independencia en Cataluña, Lérida, 1915.
46 G. Desdevises du Desert, «La Junte Supérieure de Catalogne», Revue Historique, año 1910, XXII,
1-426.
47
Pierre Conard, Napoleon et la Catalogne, 1808-1814. Étude sur le régime de l’occupation francaise
en Espagne. La Captivité de Barcelone (février 1808-janvier 1810), Paris, 1909.
48 Miguel de los Santos Oliver, Mallorca durante la primera revolución (1808-1814), Palma de
Mallorca, 1901.
290
El guerrillero y su trascendencia
49 Juan Mercader Riba, Barcelona durante la ocupación francesa (1808-1814), Madrid, 1949.
50
Román Gómez Villafranca, Extremadura en la guerra de la Independencia española. Memoria his-
tórica y colección diplomática, Barcelona, 1908.
51 Manuel Mozas Mesa, Bailén. Estudio político militar de la gloriosa jornada, Madrid, 1940.
52
Hermilio de Olóriz, Navarra en la guerra de la Independecia: biografía del guerrillero don Francisco
Espoz, y noticia de la abolición y restablecimiento del régimen foral, Pamplona, 1910.
53
García Prado, Justiniano, Historia del alzamiento, guerra y revolución de Asturias, CSIC-Instituto
de Estudios Asturianos, Oviedo, 1953.
54 Plá Cargol, Joaquín, La guerra de la Independencia en Gerona y sus comarcas, Dalmáu Carles Pía,
S.A., Gerona-Madrid, 1935.
55 Hernández Leza, A., Burgo de Osma durante la guerra de la Independencia (1808-1809), Burgo
de Osma, 1955.
56 Jiménez de Gregorio, Fernando, Toledo en la guerra por la Independencia de 1808, Publicaciones
de la Excma. Diputación Provincial de Toledo, Toledo, 1953.
57
Como documento importante, unas “Memorias” publicadas en 1851-53, en 5 volúmenes.
58
Estudiado por Luis García Guijarro, La guerra de la Independencia y el guerrillero Roméu, Madrid,
1908.
59
Frederick Hardman, El Empecinado, visto por un inglés. Traducción y prólogo de Gregorio
Marañón, Madrid, 1926.
60 Martín L. Guzmán, Mina el Mozo, héroe de Navarra, Madrid, 1932.
291
FERNANDO SOLANO COSTA
292
El guerrillero y su trascendencia
293
FERNANDO SOLANO COSTA
nos descendientes del siglo XIX. Nos cuenta Dion Casio64 que Augusto cayó enfer-
mo cansado por el “concursare”. El coronel Schépeler65, un testigo de la guerra, al
hablar de las bajas sufridas por los franceses, nos dice: “…y a cuántos mató aque-
lla inquietud constante en los franceses, nos lo demuestran los hospitales de
Madrid, en los que de enero de 1809 a julio de 1810 murieron 24.000 hombres y
quedaron inútiles hasta 8.000”, es un botón de muestra del terrible desgaste de la
lucha.
Como precedentes de las luchas guerrilleras se podrían también incluir dos
instituciones medievales que, en definitiva, significan la incorporación del paisana-
je armado a una misión de combate, por más que frecuentemente tuviesen una fina-
lidad: la represión de la delincuencia. Nos referimos a la institución castellana del
“apellido” y a la catalana del “somatén”. Esta última ha de tener una especial super-
vivencia y dar a lo largo del tiempo mucho juego histórico; en todo caso serán los
somatenes catalanes los primeros, entre todos los españoles, que se enfrentarán en
campo abierto con los invasores, y su región, la que con una mayor tenacidad,
esfuerzo y coordinación proseguirá este tipo de lucha contra los franceses. En la
Edad Moderna, el esfuerzo bélico español está absorbido casi siempre en campa-
ñas fuera de nuestras fronteras en las que las guerrillas no son posibles, aunque en
ellas el combatiente español demuestre las condiciones esenciales del guerrillero:
la adaptación al medio geográfico, el espíritu de iniciativa y de ataque y su extraor-
dinaria resistencia física. Tal es el caso concreto de la conquista del Nuevo Mundo,
aunque su manera de combatir ofrezca una tipicidad singular, que escapa tanto del
concepto de guerra regular como de popular. En cambio, en cuanto ésta tenga
como escenario el territorio peninsular, surge, con más o menos impulso, la guerri-
lla, como en el caso de la guerra morisca de Granada, e incluso en la de Sucesión
de España, aunque todos los precedentes –menos el ibérico– aparezcan obscureci-
dos al lado del de la Guerra de la Independencia.
La guerra contra la República francesa es el inmediato precedente de la de nues-
tra Independencia. No creo que esto se haya resaltado suficientemente, pero creemos
que la tal contienda es una verdadera prefiguración de lo que ha de suceder quince
años más tarde. Cuando consideramos el carácter inicial de la lucha contra la
Convención, con la enorme repercusión popular que tuvo en sus momentos iniciales66
294
El guerrillero y su trascendencia
el hecho de que una buena parte del ejército, entonces formado, estuviese integra-
do por voluntarios. Si se examina la reacción concreta de las regiones entonces
invadidas, y muy especialmente Cataluña67, y, en general, las vicisitudes de aquellas
campañas, podríamos llegar a la conclusión enunciada. Los veteranos de la guerra
contra la Convención esparcieron, en su momento, la semilla insurreccional: man-
tendrán vivo el recelo hacia la Francia revolucionaria y religiosa; adoctrinarán a sus
paisanos manteniendo con orgullo su condición de excombatientes, y, finalmente,
muchos de ellos –recordemos el caso del Empecinado– formarán parte de la gue-
rrilla, llevando a ella no sólo su rejuvenecido entusiasmo, sino también su experien-
cia militar; en todo caso, quede este punto de vista como digno de ser considera-
do como un elemento importante para el entendimiento de la Guerra de la
Independencia.
La crisis de la primavera de 1808, precedida por la marcha de las columnas
francesas para la ocupación de Portugal, iniciada en las jornadas de Aranjuez, pro-
seguida a lo largo del mes de abril y culminada en los sucesos del 2 de Mayo, daría
lugar a la insurrección general, con sus motivaciones sentimentales y también pu-
ramente individuales. Ya en otro lugar hemos examinado estos aspectos de las pri-
meras horas de la guerra68. En ellas creemos que se pueden distinguir tres aspec-
tos: el primero el de la súbita reacción antinapoleónica, como consecuencia de un
sentimiento súbito de haber sido engañados y traicionados: el Emperador aparece,
no como un amigo, sino como un debelador de los españoles. El segundo es un
movimiento instintivo de patriotismo frente al hecho de la ocupación militar del
país y el rapto de la familia real. El tercero como reacción simplemente individua-
lista frente a las injurias personales, que el español siente en sus creencias, en su
honor o en sus bienes ante un ejército ensoberbecido, que actúa en forma descon-
siderada, como en país ocupado, no tanto para una operación política cuanto como
por una inexistente conquista militar. Podríamos decir que las más obscuras, pero
eficaces razones de la insurrección, fueron la burla de los sentimientos populares
–muy especialmente religiosos, el engallamiento lascivo del soldado francés, con
grave daño al decoro de la mujer, y la depravación económica–, en más o menos
cuantía, por robo, saqueo o requisa.
Campañas en los Pirineos a finales del siglo XVIII (1793-1795), Tomo I (Antecedentes), págs. 73
y siguientes, editado por el Servicio Histórico Militar. Madrid, 1949.
67 Véase Miguel Santos Oliver, Catalunya en temps de la revolució francesa, Barcelona, 1922.
68 Véase nuestro artículo sobre la «Influencia de la guerra de la Independencia en el pueblo espa-
ñol», Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita, núm. 3, págs. 103-121, Zaragoza, 1954, y también
el ya citado en la nota 3.
295
FERNANDO SOLANO COSTA
c) La evolución de la guerrilla
69
José Gómez de Arteche, Guerra de la Independencia. Historia militar de España de 1808 a 1811,
tomo II, págs. 282 y siguientes, Madrid, 1869.
296
El guerrillero y su trascendencia
70
La excepción será Cataluña, donde la guerra, gracias al Somatén y a otras circunstancias regio-
nales, siempre el precedente de la lucha contra la Convención y el señalado carácter antifran-
cés de muy larga historia fue señaladamente popular desde el principio, si bien señalada por
una agilidad táctica, una organización mejor y una intervención militar en parte de los mandos
superior a la guerrilla de otras regiones hispánicas.
71 Ciudades como Zaragoza, que tan heroicamente se habían batido contra los franceses, acepta-
ron después su dominación sin que se registrase una grave resistencia. Así lo demostró el pro-
fesor Antonio Serrano en una excelente monografía «El Ayuntamiento de Zaragoza y la ocupa-
ción francesa», muy próxima a publicarse.
297
FERNANDO SOLANO COSTA
72
“En todos los ánimos se mantiene un espíritu de revuelta como nunca. Los ingleses, los jefes
de la insurrección, se agitan sin cesar y emplean todos los medios a su alcance para por las bue-
298
El guerrillero y su trascendencia
a) Aspectos castrenses
nas o por las malas provocar una sublevación general. En todos los sitios, los solteros o los casa-
dos sin hijos se alistan. Los demás habitantes se arman, fortifican los pueblos, preparan su insu-
rrección en masa. Los cuerpos organizados aumentan todos los días y toman consistencia. Las
guerrillas pululan por todos los sitios. Se baten por doquier, devastando el campo, matan o mal-
tratan a los que nos sirven y empleamos para el servicio de la correspondencia. Bloquean nues-
tros puestos, que, sin provisiones, pasan hambre, ya que su principal cuidado es impedir que
entren víveres, amenazando a los alcaldes que en caso de proveernos sus pueblos serían toma-
dos y quemados. Solamente por la fuerza, príncipe, podemos subsistir.” J. Belmás, «Journaux
des sièges faits ou soutenus par les Français dans la peninsule de 1807 a 1814», Tomo I, págs.
557-559.
73 Solano Costa, op. cit., pág. 417.
74 Histoire des Relations Internationes, publicado bajo la dirección de Pierre Renouvin. Tomo IV, La
Révolution Française et l’Empire Napoleónien, par André Fugier, pág. 247, París, 1954.
299
FERNANDO SOLANO COSTA
300
El guerrillero y su trascendencia
tor, tan presto a la oportuna dispersión como a la más rápida concentración, con un
conocimiento del camino, del atajo, del sendero que volvía locos a los encargados
de perseguirlos.
¿Hubo una coordinación efectiva entre la acción guerrillera y la militar propia-
mente dicha? La contestación la debe dar el estudio minucioso de los distintos
“diarios” de operaciones, y el detallado conocimiento de los combates y batallas.
Sin embargo, creo que hay que distinguir entre las grandes y pequeñas guerrillas;
las primeras tendrán su propio plan de acción, su territorio de maniobra y su rela-
ción permanente con el mando aliado, que acabará absorbiéndolas; las segundas,
de vida muchas veces efímera, debían tener una autonomía completa, una vida
totalmente independiente en que sería difícil distinguir los móviles concretos de su
actuación, que muchas veces se aproximarían al simple bandidaje, teñido de un sen-
tido patriótico o de un afán de venganza.
Si fuera posible delinear el mapa guerrillero –al menos de las grandes guerri-
llas–, sus itinerarios, sus etapas, y compararlas con la situación general del teatro de
la guerra y con el propio movimiento de las columnas francesas y aliadas, podría-
mos llegar, seguramente, a conclusiones muy interesantes, y valorarían su actuación
en los combates decisivos de la guerra. En todo caso, la guerrilla actuó muy positi-
vamente como servicio de información, y en la interrupción de las líneas de comu-
nicación del enemigo; también sería muy interesante saber la paulatina integración
del guerrillero en el ejército regular, ya que así, como al comienzo, la desintegra-
ción del derrotado ejército español favoreció la formación de la guerrilla; más ade-
lante hay un sucesivo pase, colectivo o individual, de la guerrilla al ejército, favore-
cido por la acción gubernamental que premiaba con grados militares las hazañas
guerrilleras y procuraba la atracción de sus jefes al ámbito estrictamente castrense,
supliendo así la falta de una oficialidad desaparecida –por muerte o prisión– a lo
largo de la contienda. Una fuente de información para ello sería el estudio de las
hojas de servicio de cada uno de estos jefes del ejército, que tienen la iniciación de
su vida militar en la guerrilla y que se conservan en el Archivo General Militar de
Segovia. Por ejemplo, vamos a ver el de D. Juan Palarea76; este personaje, que era
un médico murciano, levantó una partida en el verano de 1809; aquel mismo año,
en septiembre, le fue conferido el grado de alférez de Caballería; al año siguiente,
le encontramos ya de teniente coronel de milicias urbanas; en abril de 1811,
comandante de Húsares; en diciembre del 14 es ya brigadier y llegó a ser, más ade-
76 Archivo General Militar de Segovia. Hoja de servicios de don Juan Palarea, en el Diccionario
Bibliográfico de la guerra de la Independencia, vol. 3, pág. 10, editado por el Servicio Histórico
Militar, Madrid, 1952.
301
FERNANDO SOLANO COSTA
b) Aspectos políticos
por lo menos, en muchas ocasiones, aunque este aspecto constituya uno de tantos
a investigar. Más adelante, con la llegada de Fernando VII y la intentada regresión
a un Estado anterior, se replanteó con agudeza la escisión española. La masa de
militares se dividió y el generalato apoyó, normalmente, a que el rey recobrase su
ilimitada autoridad. Naturalmente el monarca, en lo posible, se apoyó en él –en el
ejército profesional y en su cuadro superior de mandos–; la ineficacia –con más o
menos motivos explicativos de la desmovilización tras la guerra– creó resentimien-
tos que el español muchas veces traduce en actitudes políticas, y bastantes antiguos
guerrilleros –ya oficiales del ejército– se inclinaron abiertamente hacia el lado libe-
ral. Insisto en que esto es una hipótesis de trabajo que precisa una concienzuda ela-
boración. También sería interesante, y no difícil, sistematizar toda la legislación, opi-
nión gubernamental y de las propias Cortes acerca de los guerrilleros y su sistema
de lucha, con sus estímulos, temores y limitaciones.
c) Aspectos económicos
alcance que los invasores pudiesen ser abastecidos. Ciertamente que era un arma
de doble filo, ya que al conseguir sus propósitos producían automáticamente su
propia ruina. En este aspecto, la acción de los guerrilleros debió ser notablemente
eficaz, ya que uno de sus objetivos principales se basaba precisamente en la lucha
para evitar el aprovisionamiento del enemigo, destruyendo o apoderándose de los
víveres y empleando todos los procedimientos para evitar que éstos llegasen a ser
comprados o requisados por él.
También Napoleón hubiera deseado tener el dominio de las costas españolas
como parte importante de sus planes de bloqueo continental, su sistema favorito de
lucha contra los británicos. Ved aquí que, aunque las batallas principales de la Guerra
de la Independencia se librasen en la región central de España, fue en las comarcas
periféricas donde se acentuó la defensa y la ocupación francesa fue más efímera y
temporal. En Cataluña, en Levante, en Asturias y en Galicia la actuación guerrillera
fue sumamente eficaz, contando siempre con una más fácil ayuda exterior.
Esta consecuencia de nuestra guerra, bien ponderable en el aspecto económi-
co, hubo de ser la deshabituación para el trabajo de grandes sectores del pueblo
hispánico, derivada no sólo del cuantioso número de bajas y de la forzada o volun-
taria movilización, sino también de la incertidumbre que existiría para toda tarea
agrícola; toda siembra era incierta, ya que, aun suponiendo que los factores clima-
tológicos fuesen favorables, resultaba que nadie sabía exactamente si el fruto del
trabajo podría dar algún provecho a su propietario, o, por el contrario, sería
implacablemente destruido o sencillamente requisado por alguno de los bandos
contendientes. Ello hace suponer que, ante esta perspectiva, el afán de trabajo que-
dase notablemente rebajado y que la desesperación empujaría a muchos hombres
a la adopción de medidas extremas, incluyendo preferentemente la de lanzarse a la
lucha, uniéndose al ejército, o mejor a la guerrilla, prefiriendo una vida aventurera
que permitiese el aniquilamiento del enemigo, a la arriesgada de dejarse robar por
unos o por otros. Ni que decir tiene que en este aspecto de guerra económica el
guerrillero actuaría con notable eficacia, moviéndose como se movía dentro de las
líneas interiores del ejército francés, es decir, en tierras ocupadas por él.
Lo que decimos en el orden agrícola o ganadero se podría decir con igual
razón en lo que se refiere al modesto mundo industrial de la España de principios
del siglo XIX. Los esfuerzos de la centuria precedente quedaron en gran parte des-
truidos; las ciudades, aisladas, carentes de materias primas, hubieron de ceder en
su esfuerzo de industrialización. Además, los avatares de la lucha traerían consigo
destrucciones importantes que arruinarían por muchos decenios a localidades
importantes y conocidas por su desarrollo comercial y económico. Por otro lado, los
caminos quedarían, de hecho, interrumpidos, la inseguridad en ellos era total y la
vigilancia de su tránsito constituía un objeto de atención especial, tanto para los
304
El guerrillero y su trascendencia
d) Aspectos sociales
Quizá entre todos sea éste el más sugestivo, es decir, la consideración del gue-
rrillero como producto de la sociedad española; ello obligará al futuro historiador
de la materia al estudio de una serie de notas que, ahondando en el asunto, le per-
mita llegar a fijar una tipología humana del más alto interés.
Lo primero de todo sería el fijar el número de guerrilleros, llegar a su censo.
Es cuestión complicada, ya que nos faltan, por lo menos, inicialmente, datos, como
consecuencia de la carencia de documentos. Además, la variabilidad de las dotacio-
nes por guerrilla debió de ser muy grande, dada la técnica de dispersión que le son
propias, las bajas existentes, el propio fraccionamiento de las partidas, sus desercio-
nes. Gómez de Arteche los calcula en 50.00077 y Canga Argüelles78 da una relación,
que él mismo declara incompleta, que totalizan 36.500. En conjunto, un número
77
Gómez de Arteche, op. cit., pág. 125.
78 “He aquí una incompleta relación de tales partidas o ‘Cuerpos francos’, que en pequeñas colum-
nas militares obraban sueltos: En Navarra, al mando de Mina, 8.000; en Castilla, al de Durán y
Amor, 2.500; en Valencia, al del conde de Montijo, 2.500; en Aragón, al de Villacampa, 3.000;
en Guadalajara, al del Empecinado, 1.500; en la Mancha, al de Martínez, 1.500; en Castilla, al
de Sánchez, 1.500; en Vizcaya, al de Longa, 4.000; en Cuenca, al de Bassecourt, 2.000; en la
Mancha y Valencia, al de Abat, Nebot y otros, 5.000; y en Ávila y Toledo, al de Palarea, 5.000.”
José Canga Argüelles, «Observaciones sobre la guerra de España», que escribieron los señores
Clarke, Southey, Londonderry y Napier, Londres, impreso y publicado por D. M. Calero, 1829,
volumen I, pág. 266.
305
FERNANDO SOLANO COSTA
considerable dado el género de guerra, que exige siempre una clara superioridad
numérica por parte del ejército contrario.
Si fuera posible fijar lo que denominamos censo guerrillero podríamos ya ade-
lantar mucho en su detalle. Parece ser, y en principio creemos que no hay que
ponerlo en duda, que el predominio en la masa de los guerrilleros sería los de
recluta campesina, de una clase social más bien baja, aunque ello no implique
uniformidad profesional, ya que en realidad vemos mezclados en las guerrillas ele-
mentos muy diversos, desde curas y religiosos hasta individuos que cambiaron su
modo ilegal de vivir –contrabando o bandidaje–, por éste, ennoblecido por su tinte
patriótico.
Por otro lado, sería también curioso llegar a un conocimiento documental de
la reacción del pueblo español ante el guerrillero. El grado de simpatía que obte-
nían sus procedimientos, la adhesión lograda, los medios de intimidación utilizados,
la leyenda creada en torno a ello, la influencia real obtenida, la eficacia efectiva lo-
grada. Cada uno de estos aspectos ha de ser estudiado minuciosamente, lo mismo
empleando en lo posible un método estadístico, como buscando el testimonio escri-
to de los coetáneos, si queremos llegar a percibir en toda su integridad la impor-
tancia de este apasionante capítulo de la Guerra de la Independencia española.
Aún es más, tendríamos que buscar las causas efectivas que llevaron al espa-
ñol a la guerrilla, estudiar la organización de las mismas, sus estructuras jerárqui-
cas, sus métodos disciplinarios, la manera de conseguir sus informaciones, las rela-
ciones de unas guerrillas con otras, sus rivalidades, sus posibles acercamientos al
invasor; en fin, todo ese mundo trepidante de acción que cada guerrilla lleva con-
sigo girando en torno a su jefe, que unas veces nos es relativamente conocido, por-
que consiguió sobrevivir y encarnarse en alguna manera en la España de la pos-
tguerra, y otras, en cambio, desaparece por completo de nuestra vista, dejándonos
sólo, a veces, nada más que el recuerdo de un mote pintoresco. Esta tarea de recrea-
ción de ese mundo extraordinario que fue la guerrilla, pero no basada en la simple
fantasía más o menos certera, sino en la realidad documental que pueda encontrar-
se, ha de ser tarea utilísima, sin la cual no podremos calibrar en toda su real impor-
tancia el fenómeno de la Guerra de la Independencia, considerada no como un
mero hecho exterior, sino como una reacción, una vibración íntima, medular, del
pueblo español en una coyuntura especialísima y con muy escasos precedentes.
Por último, debemos considerar que el guerrillerismo no acaba con la Guerra
de la Independencia. Caló demasiado profundamente en la conciencia hispánica
para que, una vez rechazado el enemigo, se retornase al viejo sistema y se conside-
rase finiquitada la aventura con el regusto del deber cumplido. La Guerra de la
Independencia es el comienzo del gran proceso revolucionario español en el que
van a jugar en fuerte tensión elementos muy diversos, ambiciones muy variadas,
306
El guerrillero y su trascendencia
CONCLUSIONES
308
LA EVOLUCIÓN INSTITUCIONAL. LAS CORTES DE CÁDIZ:
PRECEDENTES Y CONSECUENCIAS
por
309
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
trinal, si no emplea todas en tanto y cuanto le sean útiles para lograr unos resulta-
dos positivos e inmediatos. De aquí su preocupación por las ciencias que llama úti-
les, las Matemáticas y las de la Naturaleza especialmente. La ciencia de los cálculos
es la que hace buenos ministros, afirmaba Davenant, y Campomanes aseguraría que
la invención de las agujas para coser había sido más útil al género humano que la
Lógica de Aristóteles.
Nada más lejos de estas generaciones, pragmáticas y realistas, que la idea utó-
pica de una revolución hecha para arrancar a los reyes sus prerrogativas en benefi-
cio de un pueblo que, por ignorancia e incuria, no sería capaz de ejercitarlas. El
poder regio –ha escrito Sánchez Agesta– va a ser el instrumento ideal de reformas
en la mente de los ilustrados.
El estallido revolucionario, que en Francia clausuró el siglo, fue el dramático
final de un juego peligroso en el que el pueblo, no resignándose a su papel de suje-
to pasivo y tutelado, quiso llevar al ápice un proceso histórico que, nacido bajo el
signo de las reformas parciales y graduales, termina en el borrón y cuenta nueva de
la revolución, que si en Francia acaba con la Monarquía, por la eliminación de la
persona que la encarna, en otros países de Europa, y éste es el caso de España, la
conciencia de un riesgo común aproxima a ella, en actitud defensiva, a los que en
el ejemplo francés vieron claramente el peligro que encerraba el doble juego de
postular la libertad y aplicar la autoridad. Por ello, sin negar que a lo largo de nues-
tro siglo XVIII este complejo ideológico tiene su reflejo en el orden institucional,
cifrándose más en afirmaciones teóricas de principios y en vagas fórmulas retóricas
que en normas positivas y legales, no puede afirmarse el cómodo esquema de un
proceso evolutivo, de una transformación política ininterrumpida, que culmina lógi-
camente en la instauración constitucional de 1812.
Como he escrito en otra parte, tratando de precisar los cambios del pensa-
miento político español a lo largo del siglo XVIII y en los comienzos del XIX, y
tomando como punto de referencia, extraordinariamente revelador, sus posturas
con respecto a la Monarquía, no fue necesario que sobre España volcara sus luces
la Ilustración para dotarla de esa posibilidad de juzgar severamente a sus monar-
cas, estimando sus méritos y censurando sus errores, que constituye, para Sarrahil,
el fruto y el resultado de la nueva conciencia política que ideólogos y teorizantes
proporcionaron al hombre del siglo XVIII. Ella, según el citado autor, hizo del espa-
ñol de esa época “un ciudadano consciente de su fidelidad a un monarca, amado
cuando es justo y virtuoso y bienhechor como Carlos III, pero que no dejará de
juzgarle si es débil y bondadoso como Carlos IV, y, pese al prestigio mítico de su
función, el rey ya no podrá creerse por encima de las leyes eternas que dicta la
razón y que muy pronto van a escribirse en una Constitución”.
312
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
En realidad –afirmé allí– todo eso, que para Sarrailh constituye una grandio-
sa conquista lograda por el espíritu de la Ilustración, era la base doctrinal de la vieja
concepción monárquica española, cristiana, limitada y representativa, que por ins-
tinto y amor sintió el pueblo, que veía en el rey el amparador del débil y el defen-
sor de los derechos de quienes carecían de fuerza para mantenerlos, y que intelec-
tualmente estuvo respaldada por una copiosa doctrina teológica y política. El pro-
pio Sarrailh reconoce que en toda nuestra literatura política, tan pródiga en clamar,
muy especialmente durante el siglo XVIII, contra el atraso colectivo e individual de
España y en reclamar la adopción de medidas de índole social y económica para
remediarlo, no aparecen ataques contra la institución monárquica ni propuestas
para limitar su poder; ni siquiera Cabarrús va a más allá de desear unas sencillas
reformas, afirmando por delante que en nada es preciso “trastornar la constitución
monárquica; se trata sólo de regenerarla y consolidarla”, y cifra la meta de sus anhe-
los en “...un sistema de gobierno paternal en que la autoridad del monarca, ‘siem-
pre absoluta, pero siempre ilustrada’, quede perfectamente a salvo”.
Si de manera más concreta nos referimos al problema de las Cortes, es preci-
so reconocer la escasez de textos en que se postule la aplicación de las nuevas doc-
trinas al arcaico organismo de tan rancia solera en la tradición política española. Ni
el ejemplo de Inglaterra, ni siquiera la Convocatoria de los Estados Generales de
Francia, despertaron aquí un anhelo de emulación que se refleje en los textos de
los doctrinarios, en las peticiones de los Consejos, y mucho menos en un estado
popular de opinión. Tímidamente se propugna algunas veces el casi perdido
recuerdo de las antiguas Cortes tradicionales inscribiéndolo en ese vago término
de la Constitución del Reino que constituye el tema del discurso de ingreso de
Jovellanos en la Academia de la Historia y que él mismo repetirá, con muy diverso
sentido del que ese término va a tener después de 1808, en su célebre informe
sobre la procedencia o no de reunir las Cortes.
Posiblemente desde antes, pero sin duda alguna desde el advenimiento al
trono de la dinastía francesa, el secular organismo había perdido casi por comple-
to su antigua importancia. En el período que va desde 1700 a 1808, las Cortes se
reunieron solamente ocho veces, y nunca, como hace notar Domínguez Ortiz, para
los asuntos propios de las mismas, sino con motivo de juras de príncipes y actos
meramente protocolarios. La misión de las Cortes durante el siglo XVIII, afirma
Corona Baratech, quedó reducida a la aprobación de los asuntos que interesaban
al rey, sin otra intervención positiva en las cuestiones relacionadas con la ordena-
ción legislativa y administrativa del reino.
Sería injusto culpar totalmente a la nueva dinastía de esta anulación de las
Cortes. Ya los Austrias, por conveniencias políticas muchas veces, por la dificultad
otras de consultar a las múltiples asambleas representativas de los antiguos reinos,
313
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
fueron retardando las convocatorias y hurtando a las Cortes la mayor parte de los
asuntos que hasta entonces habían sido de su exclusiva competencia. Es posible
que esta posición de la realeza frente a las Cortes arranque de Carlos I, sobre cuyo
espíritu pesó siempre el recuerdo de las Comunidades; pero más fácil y seguro es
relacionar esta decadencia del viejo organismo representativo con la multiplicidad
de los mismos que producen esa extraña paradoja de convertir en realidad lo que
externamente aparentaba ser un Estado unitario, y en algún momento un Imperio,
en un extraño conglomerado federativo sin otro vínculo político de unión que la
persona del monarca.
En 1700, la institución, al menos en Castilla, carecía de aquella fuerza y presti-
gio que le hubieran sido necesarios para imponerse a los recelos de Felipe V, y así
la propuesta de convocatoria realizada por el marqués de Villena fracasó ante la regia
negativa a la que hizo coro, justo es reconocerlo, el dictamen ambiguo y tímido del
Real Consejo de Castilla. El nuevo monarca consultó con su abuelo, y Luis XIV le
respondió hábilmente que se atuviera a la opinión de sus ministros y a la expuesta
por los organismos consultivos del reino. El viejo antagonismo entre Cortes y
Consejos tuvo ocasión de manifestarse en un informe, recogido por el marqués de
San Felipe en sus “Comentarios de la Guerra de España”, y que podía considerar-
se, por los términos en que está redactado y el espíritu que lo alienta, el primer
manifiesto del Despotismo Ilustrado proyectado hacia la práctica política como sis-
tema de gobierno. La convocatoria de Cortes no debía realizarse, ya que, a juicio
del Consejo, no es conveniente “mover en tiempos tan turbulentos los ánimos y
exponer a los pueblos a que entendiesen lo que pueden cuando se juntaran, pare-
ciéndoles entonces estar como en un paréntesis el poder del príncipe, al cual se
venera mejor menos tratado y de lejos, sin dar ocasión a disputar sobre privilegios
o fueros, ni pedir otros que enflaquezcan con la exención, no sólo la real autoridad,
pero aun la justicia, porque se abre como una feria para la ambición y codicia de
mercedes, las más de las veces desproporcionadas al mérito y perjudiciales, exaltan-
do a los más insolentes y que inspiran en los pueblos inobediencia y tenacidad, aun
perdiendo el respeto a la majestad, ya que el segundo juramento no ligaría más que
el primero, ya prestado cuando se proclamó el rey. Que si le hacía más solemne
sobre la observancia de las leyes creerían poder poner después en disputa cualquier
decreto, si lo interpretaban o entendían contrario a sus propios estatutos y se daba
fomento a las quejas, las cuales serían, aun antes de acabar el congreso, infalibles
porque no se podrían llenar las vastas medidas de la ambición, y en vez de buscar
obligados sería crear descontentos. Que de su propia voluntad jamás contribuirían
los pueblos con más dinero, antes pretenderían ser aliviados de tributos, que
impuestos por tiempo nunca llega el momento de quitarlos”. El pesimismo respec-
to a la acción del pueblo en las funciones de gobierno, idea que tanto auge toma-
314
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
rio, que también tuvo en Cádiz destacados portavoces; la influencia política ingle-
sa; el deseo de oponer una Constitución nacional a la de Bayona; tantos y tantos
factores ideológicos, políticos, personales y hasta temperamentales, que podrían
enumerarse, van a reunirse, presionados por la realidad de unos hechos históricos,
en la promiscuidad heterogénea, desconcertada y expectante, pero llena de un
entusiasmo frenético y de un desbordado patriotismo, que sería injusto discutir, en
las Cortes que inauguran la turbia y agitada historia del constitucionalismo español.
Todo ese conjunto, al que con más habilidad que éxito se ha querido buscar
una general determinante, un común impulso espiritual, coincide, lucha, se mezcla
y actúa en un conglomerado híbrido y pasional en el que nunca será posible encon-
trar un desenlace lógico, ni mucho menos pretender una ordenada parcelación de
grupos que constantemente fluctúan y cambian según los tiempos y los problemas.
Es preciso contentarse con un resultado al que enjuiciar en sí mismo y en sus con-
secuencias, porque todos los modelos políticos actuales, que frecuentemente el his-
toriador toma como puntos de referencia o como norma ordenadora, serán inefica-
ces, y frecuentemente perjudiciales, para la íntegra comprensión de un fenómeno
que sólo allí y entonces, a la luz dramática de unas circunstancias excepcionales,
cobre inteligibilidad y sentido. La lectura detenida de los diarios de sesiones es la
mejor comprobación de ello; ni el resultado de las votaciones, frecuentemente con-
trario a lo que lógicamente hace suponer la marcha de un debate; ni las opiniones
radicalmente opuestas mantenidas por el mismo diputado en días muy próximos, y
a veces en la misma sesión; ni las afirmaciones absolutamente disconformes con la
postura ideológica de quien las emite; ni la cita incongruente de textos opuestos; ni
la falta de unidad en el propio texto constitucional y su evidente oposición a las
leyes complementarias dictadas por las mismas Cortes; ni las revotaciones de la
asamblea ante la presión popular; toda la pequeña historia interna de aquella asam-
blea reflejada en esos diarios, suspende el juicio imparcial y deja adivinar que en el
fondo nos encontramos –salvando la buena fe y el recto propósito, que ambas cosas
hubo, y en un grado muy superior al que suele reconocerse– ante la clara manifes-
tación de un fenómeno de histeria colectiva, frecuente en todas las grandes crisis
de crecimiento de los pueblos; fenómeno que aquí se restringió parcialmente
–recuérdese la decisiva influencia que en la obra legislativa y en el proceder de la
asamblea tuvo el público que asistía a las sesiones– a una concreta minoría y se
manifestó en fórmulas verbalistas exaltadas y en radicales modificaciones le-
gislativas, animadas unas y otras por ese sentirse sujetos de un quehacer transcen-
dente, autores elegidos por la Providencia o el destino para cambiar radicalmente
el signo de la historia de España, que constituye la mística de las Cortes de Cádiz,
y que no por poco estudiado y valorado deja de ser, a mi juicio, elemento funda-
mental y previo para entender su actuación y su obra.
317
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
riencia, y su indudable talento político, le harían pensar que acaso no estuvo muy
lejos de la intención de Necker en 1788 de la que, dentro de la Junta, patrocinaba
Jovellanos, pero que entonces la imprudente convocatoria de los Estados Generales
llevó rápidamente a la Asamblea Nacional y después a la Convención, desbordan-
do fatalmente a quienes acariciaron la ingenua ilusión de hacer retornar los vientos
imprudentemente libertados, olvidando que las etapas de una revolución son irre-
versibles, y, una vez puesta en marcha, nadie es capaz de detenerla en aquel punto,
que un ingenuo optimismo de arbitrista señaló previamente como el cabal y justo.
Es al morir Floridablanca cuando la Junta se divide y la proposición de Calvo
de Rozas exige, ya descaradamente, que se convoquen inmediatamente las Cortes,
no para el destino concreto que la templanza de Jovellanos quiso asignarles, sino
para dar a España una Constitución cuyo fin primordial sería garantizar a la nación
en el futuro contra el despotismo regio. Desde este momento, las Cortes son con-
cebidas, no como un organismo destinado a sustituir al rey en su forzada ausencia,
reservando para su vuelta la aprobación de todo lo actuado, sino como un grupo
de combate contra el monarca y la institución real.
Numerosos estudios han tratado de precisar el sentido de la obra realizada por
las Cortes, que, al iniciar sus sesiones en el modesto teatro de la Isla de León, ini-
cian también la historia del régimen constitucional en España. El problema, como
tantos otros de nuestro siglo XIX, ha sido estudiado, la mayor parte de las veces,
más con un criterio subjetivo y partidista que con la deseable objetividad histórica.
No hay que olvidar que la Constitución de 1812 transciende del ámbito estricta-
mente nacional y acaba, en Europa y en América, por transformarse en el mito, sím-
bolo y encarnación del liberalismo político o, lo que aún es peor, en botín de gue-
rra conquistado frente a las fuerzas representativas de la tradición que, por una
hábil maniobra propagandística, se pretende, y en parte se consigue, identificar con
las defensoras de la tiranía, el absolutismo, la arbitrariedad real y el retorno a los
días vergonzosos del último reinado.
Por otra parte, el hecho de que los hombres más significativos del bando liberal,
a través de los diversos avatares históricos subsiguientes al retorno de Fernando VII,
endurecieran su posición ideológica hasta convertirse en representantes y cabezas
de los grupos más exaltados y cubrieran con la bandera de la Constitución docea-
ñista los diversos episodios subversivos que jalonan esa época, harán del Código
de Cádiz, y de los hombres que lo redactaron, el símbolo del liberalismo español,
que, superando una postura puramente política, se convierte unas veces en
revolucionario y se alía otras con elementos declaradamente subversivos o con gen-
tes vinculadas a las Sociedades secretas.
La explicación o la interpretación “a posteriori” del fenómeno desarrollado en
Cádiz a partir de 1810 ha ido mucho más allá del fenómeno mismo, y las Cortes y
321
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
mo instintivo y tradicional que surge aquí en los grandes peligros y en los grandes
reveses”, estaba superado por el hecho indudable de la guerra total que planteaba
la victoria de Bailén, y el convencimiento de que Napoleón, humillado y exaspera-
do, iba a mover contra España todo su formidable poderío bélico. Las urgencias
defensivas del momento estaban cambiando, a través de la rivalidad y el aislamien-
to de las Juntas, la fisonomía política de España, y, como dice Rico y Amat, “la anti-
gua Monarquía de derecho divino íbase convirtiendo, por necesidad y convenien-
cia, en una confederación de repúblicas, si bien caminaban todas a un mismo fin,
aunque valiéndose de distintos medios”. Entre algunas Juntas habían estallado gra-
ves disensiones –así la de Sevilla frente a la de Granada–, y en otras la acción era
puramente individual, sin admitir en ningún caso someterse a unidad de acción ni
a otras autoridades que las propias. En Bailén se había demostrado que la victoria
efectiva y decisiva sólo podía lograrla el ejército y, a partir de entonces, los jefes
militares se avinieron de muy mal grado a obedecer la autoridad civil de las Juntas;
es éste un elemento poco señalado, y que, pese a ello, tiene una indudable im-
portancia.
Tras el abandono de Madrid por los franceses, el problema de replantear sobre
nuevas bases la situación de España se plantea con suma e ineludible urgencia y,
frente a él, surgen inmediatamente tres posturas diferentes: la dictadura militar, que
parecía la más lógica; la investidura del Consejo de Castilla como poder supremo
acatado por todos, y, por último, la que parecía más sencilla y, sin embargo, era la
más difícil: resumir el poder, que las circunstancias habían atribuido a las Juntas
Provinciales, en una central donde todas se sintieran representadas.
La primera posición la representa el capitán general de Castilla la Vieja,
Gregorio de la Cuesta, y está determinada, como ha señalado García Venero, por
una franca hostilidad a las Juntas Provinciales y por el deseo de que la guerra, ter-
minada su etapa de alzamiento popular, fuera en adelante conducida por militares.
El Consejo de Castilla, enemigo también de las Juntas, pero desacreditado por sus
actividades colaboracionistas, tenía perdida de antemano la partida, y nada logró
con su decreto de 11 de agosto. Por el contrario, su decisión de otorgarse la direc-
ción del país, el intento de crear una milicia nacional para apoyarse en ella y la sos-
pecha de que habían sido cursadas órdenes a diversos jefes militares, que suponía
adictos a esta actitud, para que acantonaran tropas en Madrid, determinaron la
puesta en punto de la tercera solución, constituyéndose la Junta Suprema del Rei-
no de Indias en Aranjuez, que integrada en un principio por veinticuatro vocales
más tarde se amplió a treinta y cinco.
La constitución de la Junta –ya lo señaló Jovellanos– llevaba implícita la pro-
mesa de una convocatoria de Cortes en cuanto las circunstancias lo permitieran. Su
pugna con el Consejo de Estado, que mantenía la necesidad de reducir el número
326
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
de los componentes para transformarla en una Regencia, evidencia aun más el com-
promiso adquirido por la Suprema. El Consejo de Estado, apoyándose en la Ley de
Partida, propone que la Junta se reduzca a un máximo de cinco miembros, y, al
mismo tiempo que exige la disolución de las Juntas Provinciales y Regionales, pide,
fundándose en la contestación de Fernando VII de 5 de mayo, que se convoquen
Cortes de acuerdo con los usos del reino.
Todos los caminos y todos los impulsos, por diversos motivos y diferentes cau-
sas, impulsaban hacia ese mismo fin, y dentro de la Junta sólo la voz de
Floridablanca, frente al centrismo ecuánime de Jovellanos o el extremismo revolu-
cionario de Calvo de Rozas, continuó manteniendo la inoportunidad y los peligros
que esa convocatoria encerraba.
Es muy posible que a Jovellanos mismo no se le ocultaran esos riesgos; pero
al mismo tiempo su realismo político le imponía como evidente la necesidad de
canalizar aquel difuso, pero intenso sentimiento, en el que participaban todos los
estamentos de la nación. Por otra parte, el claro sentido revolucionario y extremis-
ta que la petición de convocatoria tenía en Marchena o en Hevia, y el riesgo de que
las Juntas secundaran la actitud de la de Valencia, le impulsa a centrar dentro de un
ambiente legal y tradicional el problema a través de los luminosos razonamientos
que desarrolla en su célebre Dictamen de 7 de octubre de 1808. Reconoce la auto-
ridad y legitimidad de las Juntas Provinciales, pero esta autoridad será siempre
“determinada para aquel objeto, y reducida y contenida en sus límites”. La Central
reúne en sí la autoridad de todas, pero también “caracterizada y reducida por el
mismo objeto que determina y circunscribe la de las Juntas comitentes. Ellas no fue-
ron erigidas para alterar la Constitución del Reino, ni para derogar sus leyes funda-
mentales, ni para alterar la jerarquía civil, militar ni económica del Reino. Luego la
Junta Central, en todo lo que no pertenezca directamente a su objeto o a sus inme-
diatas relaciones, debe arreglarse a la Constitución y leyes fundamentales del Reino,
y lejos de alterarlas, debe respetarlas, como hemos jurado todos sus miembros”.
Para Jovellanos, la solución al problema político no hay por qué buscarla en
novedades extrañas a nuestra tradición, sino en una adaptación a la realidad espe-
cífica del momento, de lo previsto y dispuesto en la Ley 3.ª, título XV, de la Partida
II, y en la Ley 5.ª, título XVI del libro del Espéculo, “que es también un código
nacional auténtico”.
Su Dictamen, especialmente referido a la institución del Gobierno interino,
sólo indirectamente roza el problema de las Cortes, apoyando su convocatoria en
los decretos reales de 8 de mayo, según la exposición hecha por D. Pedro Ceballos,
advirtiendo “que, si no por auténticos, se deben mirar como ciertos y fehacientes
por lo extraordinario del caso”. En realidad, esto suponía volver a insistir sobre la
necesidad de limitar previamente las funciones y atribuciones de la futura asam-
327
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
blea, ya que la contestación de Fernando VII al Consejo Real afirmaba que era su
voluntad que se convocasen Cortes “en el paraje que pareciese más expedito”, pero
se indicaba también a que “por de pronto se ocupasen únicamente en proporcio-
nar los arbitrios y subsidios necesarios para atender a la defensa del Reino”.
En todo caso, Jovellanos previó el peligro de que una minoría audaz hablara
en nombre de un pueblo entregado a la guerra, y precisa que esta convocatoria no
debe hacerse hasta que “se tenga noticia segura de que el enemigo no pisa ya nues-
tro territorio”, y, a modo de concesión tranquilizadora para quienes el término
pudiera parecer excesivamente dilatado, añade que si la liberación se retardara por
más de dos años, se convoquen para el 1 de octubre de 1810.
Entre la negativa a ultranza de Floridablanca y la presión incesante del grupo
revolucionario que acaudillado por Calvo de Rozas veía en las Cortes el instrumen-
to de eficacia política capaz de proporcionar “una Constitución que sostenga las
reformas”, Jovellanos busca un prudente término medio que, sin oponerse abier-
tamente a lo que era un deseo de muchos españoles, le permitiera conducirlo y
lograr que la nueva etapa no representara una brusca ruptura con el pasado, un
salto en el vacío, solamente impulsado por “un amor desmedido de nuevas y espe-
ciosas teorías”.
Las circunstancias militares van a precipitar los acontecimientos: en los
comienzos de noviembre, Napoleón, acompañado de un formidable ejército, viene
a cobrarse en persona la victoria de Bailén. Entra en Burgos, vence la resistencia en
Somosierra, y el camino de Madrid queda abierto. Ocho cuerpos de ejército y la
Guardia Imperial, casi 250.000 hombres, son empleados en esta campaña, que
Bonaparte juzga decisiva, no ya para el dominio de España, sino para el restableci-
miento de su prestigio en Europa. El día primero del nuevo año, las avanzadas fran-
cesas penetran en Madrid, que se ve obligado a capitular. La Junta Central hubo de
abandonar Aranjuez y refugiarse en Sevilla, donde a los pocos días muere
Floridablanca, sucediéndole en el cargo de presidente el marqués de Astorga, de
mentalidad política bien distinta y situado ideológicamente, en el seno de la Junta,
a la izquierda de Jovellanos; alguien lo ha llamado, con evidente motivo, precursor
del liberalismo conservador. Desde este momento, el problema de la convocatoria
está plenamente decidido. El representante de Aragón, Lorenzo Calvo de Rozas, va
cada vez más lejos, y sus propuestas, veladas hasta entonces, se concretan. Las
Cortes ya no serán aquel instrumento para el éxito militar que señalaba el decreto
de 5 de mayo, ni actuarán sujetas a un programa definido y concreto, que en nin-
gún caso roce ni altere el “estatu quo” legal del reino, ni han de orientarse en las
prudentes limitaciones señaladas por Jovellanos; serán el arma decisiva del pueblo
frente a la realeza, la garantía de que las libertades conseguidas no se perderán
nunca por la libre disposición de una Corte caprichosa, de un favorito ambicioso,
328
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
Quintana estaba fundado en la idea de que las Cortes se reunían para hacer una
Constitución. “Sin Constitución toda reforma es precaria, toda prosperidad es
incierta; sin ella los pueblos no son más que rebaños de esclavos movidos al arbi-
trio de una voluntad frecuentemente injusta y desenfrenada siempre”. El proyecto
dejaba adivinar bien a las claras lo que de las Cortes esperaba el grupo exaltada-
mente renovador. Con razón denunciaría Antonio Valdés, representante de León,
la sospechosa terminología que el proyecto utilizaba. No debemos emplear el nom-
bre de Constitución, dice, porque “además de dar una idea de novedad absoluta en
nuestro Gobierno, parece que queremos imitar a los franceses, a quienes debemos
detestar, tanto en el objeto como en la expresión, y será más oportuno decir que se
quieren restablecer y observar nuestras leyes fundamentales, corrigiendo los abu-
sos que se han introducido en su ejecución”. Por otra parte, la referencia constante
a “la libertad del pueblo” y la frase en que el aliento poético de Quintana preten-
día ver en la obra de las Cortes “la barrera eterna entre la mortífera arbitrariedad
y sus imprescriptibles derechos” levantada por el pueblo frente a la realeza, dio a
la oposición conciencia exacta de lo que en el fondo se pretendía y de qué manera
se trataba de justificar y apoyar esta pretensión, recabando, a voleo, opiniones y ase-
soramientos de entidades y particulares. El representante de Castilla la Vieja consi-
deró perjudicial esta consulta, y estimó que las Cortes debían limitarse a tomar
medidas para “organizar provisionalmente el país”, teniendo en cuenta que su único
y auténtico fin debía ser “sólo el de meditar medios y modos de expeler al ejérci-
to francés”. En parecido sentido se expresó Palafox, coincidiendo, y con él una gran
parte de la Junta, en el dictamen del vocal de Toledo exigiendo que, previamente
a la convocatoria, quedase sentado “bien a las claras que la idea de la Junta no era
la de levantar un nuevo edificio legislativo, sino la de reedificar exclusivamente lo
que el tiempo, la ignorancia o la malicia habían arruinado en la administración
pública”.
Este significativo debate proporcionó ocasión a Jovellanos para emitir su con-
sulta sobre la convocación de las Cortes por estamentos, que lleva fecha de 21 de
mayo, y el célebre Dictamen de 22 de junio. Su tesis fundamental, expuesta en
ambos textos, radica sobre dos bases esenciales. En primer término, la legitimidad
de la convocatoria, ya que “el derecho de la nación española a ser consultada en
Cortes nació, por decirlo así, con la Monarquía”. Las circunstancias especiales por
que la nación atraviesa y “la expresa voluntad de nuestro soberano, comunicada en
uno de los decretos que expidió en Bayona”, son los fundamentos inmediatos que
apoyan ese derecho. En segundo lugar, las futuras Cortes no tienen facultades para
modificar la legislación fundamental del reino, ya que faltaría para ello la sanción
regia, sin que nadie pueda atribuírsela en todo o en parte; “diré que, según el dere-
cho público de España, la plenitud de la soberanía reside en el monarca, y que nin-
330
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
guna parte ni porción de ella existe ni puede existir en otra persona o cuerpo fuera
de ella. Que por consiguiente es una herejía política decir que una nación, cuya
Constitución es completamente monárquica, es soberana, o atribuirle las funciones
de la soberanía; y como ésta es por su naturaleza indivisible, se sigue también que
el soberano mismo no puede despojarse ni puede ser privado de ninguna parte de
ella en favor de otro ni de la nación misma”. “No se debe nunca perder de vista
–apunta más adelante– que a la nación congregada toca sólo admitir o proponer,
pero al soberano es a quien pertenece la sanción”.
Los debates internos de la Junta habían dado a Jovellanos la medida de lo que
en las Cortes pensaban obtener los elementos partidarios de las reformas legislati-
vas. Ya había señalado en el Dictamen la conveniencia de mantener la tradicional
convocatoria por estamentos, ya que de otra manera el espíritu de la asamblea
“podría ir declinando insensiblemente hacia la democracia, cosa que no sólo todo
buen español, sino todo hombre de bien debe mirar con horror”; pero ahora, en el
texto de la Consulta, se enfrenta decididamente con aquellos que pretenden dar a
las Cortes un carácter constituyente. “Y aquí notaré –escribe– que oigo hablar
mucho de hacer en las mismas Cortes una nueva Constitución y aun de ejecutarla,
y en esto sí que, a mi juicio, habría mucho inconveniente y peligro. ¿Por ventura no
tiene España su Constitución? Tiénela sin duda; porque, ¿qué otra cosa es una
Constitución que el conjunto de leyes fundamentales que fijan los derechos del
soberano y de los súbditos, y los medios saludables de preservar unos y otros? ¿Y
quién duda que España tiene esas leyes y las conoce? ¿Hay algunas que el despo-
tismo haya atacado y destruido? Restablézcanse. ¿Falta alguna medida saludable
para asegurar la observancia de todas? Establézcase. Nuestra Constitución entonces
se hallará hecha, y merecerá ser envidiada por todos los pueblos de la tierra que
amen la justicia, el orden, el sosiego público y la verdadera libertad, que no puede
existir sin ellos.
Tal será siempre en este punto mi dictamen, sin que asienta jamás a otros que
so pretexto de reformas traten de alterar la esencia de la Constitución española.
Que en ella se hagan todas las mejoras que su esencia permita, y que en vez de alte-
rarla o destruirla, la perfeccionen, será digno del prudente deseo de Vuestra
Majestad y conforme a los deseos de la nación. Lo contrario ni cabe en el poder de
Vuestra Majestad, que ha jurado solemnemente observar las leyes fundamentales
del Reino, ni en los votos de la nación, que cuando clama por su amado rey es para
que la gobierne según ellas, y no para someterla a otras, que un celo acalorado, una
falsa prudencia o un amor desmedido de nuevas y especiosas teorías pretenda
inventar”.
El espíritu general manifestado por las respuestas a la Consulta no difiere sus-
tancialmente, como más arriba he señalado, de la postura de Jovellanos, aunque
331
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
Regencia, que sancionará las leyes en nombre del rey ausente, recaba para sí el
poder ejecutivo, confiando a las Cortes exclusivamente la facultad legislativa “que
propiamente les pertenece”. El decreto, que lleva fecha de 29 de enero, está exten-
dido por el rey, y, en su nombre, por la Suprema Junta Central Gubernativa de
España e Indias que con ello terminaba sus funciones, no sin dejar con el aludido
decreto un testamento imperativo para quienes iban a sucederla. Los pintorescos
episodios, que José Joaquín Colón describe en su “España Vindicada”, referentes a
la pérdida del texto del citado decreto, por la supuesta ocultación que del mismo
hizo Quintana, señalan de qué mala gana recibió el nuevo organismo la pauta de
actuación que le señalaba la fenecida Junta.
Ya señalaba el aludido texto su propósito de que las provincias de Ultramar
estuvieran representadas en las Cortes y se solidarizaran con la metrópoli en tan
destacada ocasión. Precisamente una de las graves censuras que contra la Central
se hicieron fue el no haber estimado en todo su valor este problema y limitar con
exceso el número de representantes de América y Oceanía que llevó a compartir
sus tareas. La oferta de independencia hecha por Napoleón, la asistencia a Bayona
de vocales americanos y los graves síntomas secesionistas, que se inician a partir de
1808, no impulsaron a la Junta a actuar decididamente sobre un aspecto de la po-
lítica española que podía ser decisivo incluso para la inmediata suerte de la guerra.
La Regencia se hace cargo de ello, y en su circular de 14 de febrero precisa los tér-
minos en que ha de verificarse la asistencia de diputados a las futuras Cortes, dando
al hecho una transcendencia política desmesurada y valorándolo como una rectifi-
cación de la conducta seguida hasta entonces con aquellos países: “Desde este
momento, españoles, americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres;
no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo más duro mientras más
distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la
codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o escribir
el nombre del que ha de venir a representaros en el Congreso nacional, vuestros
destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los goberna-
dores; están en vuestras manos”.
La Regencia, pese a las indudables vacilaciones de sus miembros que se refle-
jan en la lentitud y morosidad de sus actuaciones, tenía ya un camino trazado en el
que le era imposible retroceder. Las Juntas Provinciales continuaban actuando, y en
muchos lugares conservaban íntegro su prestigio de combatientes de primera hora,
que empleaban en atacar y desobedecer a la Regencia, cuyo ámbito de autoridad
no iba realmente más allá de los muros de Cádiz. Una comisión de las más signifi-
cadas, presidida por el conde de Toreno, dirigió a la Regencia un escrito en el que
se urgía la retrasada convocatoria. Pese a la actitud del obispo de Orense, la
Regencia tuvo que someterse, y al día siguiente publicó un decreto ordenando que
333
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
inmediatamente se celebrasen las elecciones que aún faltaban y que los elegidos se
reunieran en el mes de agosto en la Isla del León para dar comienzo a sus tareas.
¿Se debió esta decidida actitud a la representación hecha por Toreno en nom-
bre de varias Juntas Provinciales, reforzada por la presión hecha en el mismo sen-
tido por la de Cádiz, que actuó de forma coincidente?; o bien, ¿fue el elemento
determinante del decreto del 18 de junio el hecho de que el Consejo de España e
Indias solicitara inesperadamente la convocatoria de Cortes y la libertad de impren-
ta? En cualquiera de los casos, la Regencia estaba ya desbordada y sólo le era posi-
ble dejarse llevar por una corriente demasiado impetuosa para contrarrestarla con
sus escasas fuerzas. Hasta el propio Consejo de España e Indias había roto el frío
y protocolario tono de sus informes para pedir “que se asegurase la pronta celebra-
ción de las Cortes y que se cumpla y realice luego esta gran obra, pues ella es el
medio más prudente, el más poderoso, y acaso el único, que pueda salvarnos”.
Es indudable que el ambiente favorable a una convocatoria de Cortes había
llegado a su apogeo, y no se le podía pedir a la Regencia que lo contrariara eficaz-
mente. Pero sí pudo pedírsele, y ésta es su grave responsabilidad, que proveyera lo
que tras ese deseo encubría el grupo revolucionario –al que en gran parte debía su
nombramiento– y cerrara el paso a sus actividades con una necesaria programación
y limitación de las tareas y atribuciones reservadas a las Cortes. En este aspecto su
actitud fue suicida, y la aceptación, previo informe de los Consejos de España e
Indias y del de Estado, del sistema unicameral, rectificando lo dispuesto por el
decreto de 29 de enero de 1809, fue la última y más funesta de sus muchas equi-
vocaciones.
Cierto es que le faltó el apoyo de los Consejos que a última hora cambiaron
de actitud, pensando que este cambio les aseguraría una influencia decisiva en la
futura asamblea. Esperanza vana, porque las pretensiones del Consejo Real y de la
Cámara de Castilla de presidir las Cortes y actuar como comisión dictaminadora de
actas fue rechazada de plano por un decreto de la Regencia que confiaba a la
Cámara esas misiones sin entrar en la cuestión de derecho y “atendiendo que las
Cortes eran extraordinarias”.
En este ambiente de mutuas desconfianzas, de debilidades e indecisiones, de
intrigas y maniobras, de ilusiones y temores, sin una conciencia clara de la obra a
realizar, se inicia el 24 de septiembre de 1809 la historia constitucional de España.
La suerte estaba echada, y los resultados, pese a la proverbial capacidad del espa-
ñol para la improvisación, eran presumibles.
Como apunta Fernández Almagro, “no se sorprenda nadie de que aquellos
hombres esperasen de textos escritos el milagro de un nuevo Estado ni de que qui-
sieran gobernar por máximas. El constitucionalismo estaba a la orden del día y las
modas de la Historia jamás imponen caprichosamente un determinado figurín”.
334
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
Cada uno de los pasos dados, desde la formación espontánea de las Juntas
Provinciales hasta la asamblea de Cádiz, habían de conducir, forzosamente, al resul-
tado final.
Si la Constitución de 1812, como texto legal, puede ofrecer un evidente inte-
rés a los estudiosos de nuestro Derecho político, para el historiador es simplemen-
te el resultado previsible de una concatenación de circunstancias políticas, milita-
res, sociales, ideológicas y hasta personales, que, como hemos visto al repasar sus
antecedentes, forzosamente habían de desembocar en ella. Convocar unas Cortes
sin determinar previamente para qué, ni cuáles han de ser sus atribuciones y sus
limitaciones; sin acotar, no por meras declaraciones verbales, sino preceptivamente,
su afinidad institucional con las anteriores, o, en otro caso, cuáles eran las carac-
terísticas que determinaban su rango y su carácter de extraordinarias, fundamen-
tándolo exclusivamente en las circunstancias especiales en que habían de actuar, era
correr un evidente riesgo de que la asamblea actuara por su cuenta arrollando en
primer término a sus propios creadores. Unas Cortes sin programa, en un momen-
to histórico de exaltación constitucional, tenían que ser forzosamente unas Cortes
constituyentes. La dimisión que presentó ante la Cámara la Regencia pudo ser –del
discurso inaugural pronunciado por el obispo de Orense sólo nos quedan las fra-
ses recogidas en el acta– una expresión protocolaria de cortesía, o más seguramen-
te la certeza de sentirse desbordados por el monstruo que, a su pesar, habían
engendrado.
Los resultados no iban a hacerse esperar. Todo el espíritu de las Cortes de
Cádiz se revela claramente, desde el primer momento, en el discurso de Muñoz
Torrero y en el proyecto que, de acuerdo con él, presenta a continuación otro ecle-
siástico, Manuel Luján, declarando como axioma político, previo a toda delibera-
ción, el dogma de la soberanía nacional, del que se siente representante y encarna-
ción la Cámara recién constituida. Todo lo que después se añade es pura fórmula
para no alarmar con exceso a los timoratos, y si las Cortes reconocen, proclaman y
juran fidelidad a Fernando VII y declaran nula la cesión de la corona hecha por el
monarca en favor de Napoleón, ahora lo hacen añadiendo a las antiguas razones de
la violencia y la falta de libertad del rey el nuevo motivo de nulidad, fundado que
a aquel acto le faltó, para ser legítimo, el consentimiento de la nación, única sobe-
rana de sus propios destinos.
Desde el primer día, las Cortes de Cádiz actuaron como una convención, y el
lamentable espectáculo que aquella misma noche ofrecieron cuatro de los regentes
–el obispo de Orense se negó a asistir– compareciendo ante la asamblea para jurar
el nuevo dogma de la soberanía nacional, es bien significativo.
La actitud de D. Pedro de Quevedo, obispo de Orense, marca también desde
el primer momento el punto de vista de un grupo que con razón se siente alarma-
335
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
do por los acontecimientos. El que antes se negó a ir a Bayona no está ahora dis-
puesto a presidir una Regencia en precario, ni la destrucción revolucionaria de unos
principios que juzga inmutables. Hombre de una pieza, de hondas y profundas con-
vicciones, con una larga vida sin tacha ni mácula, jamás recató su pensamiento, y
porque habló claro y alto a Carlos IV y a Bonaparte podía ahora hacerlo a las
Cortes. Sus razones para negarse a votar son las razones que la oposición valorara
con más o menos acierto, pero que siguen teniendo una efectiva vigencia a la hora
de juzgar históricamente el abuso de poder perpetrado por las Cortes y la invali-
dez jurídica de su obra que, más tarde, proclamaría el decreto de 4 de mayo de
1814. Su renuncia al cargo y la accidentada cuestión para lograr el permiso de reti-
rarse a su diócesis va a ser un ejemplo, de más importancia de la que generalmen-
te se le ha atribuido, para el grupo oposicionista y para España entera.
Las Cortes, para el obispo de Orense, habían realizado una usurpación de
poder a costa del que legítima y exclusivamente correspondía al monarca. Por otra
parte, si el fundamento legal de su convocatoria era el decreto de Fernando VII, las
Cortes debían limitarse a entender de los asuntos urgentes relacionados con la gue-
rra y actuar como cuerpo consultivo de la Regencia, que era la única y auténtica
depositaria del poder real mientras el monarca estuviera imposibilitado para ejercer-
lo personalmente. Subvertidos los términos, él no podía prestar su conformidad a lo
que consideraba, de raíz, ilegítimo en el orden moral, en el político y en el jurídico.
Seguramente es un espejismo de nuestra actual mentalidad política distinguir
grupos o partidos en la asamblea reunida en la Isla del León. Acaso sea más acer-
tado y exacto hablar de posturas individuales o de motivaciones ideológicas que
determinan un fluctuante e indeciso perfil político a lo largo de los debates. No son
ni siquiera las ideas, de uno u otro matiz, las que determinan en muchos casos la
marcha de un debate o el resultado de una votación; es la presión popular, la enor-
me fuerza de los periódicos –quince se publicaban en Cádiz–; el influjo de algunas
destacadas personalidades, el juego habilísimo de los diputados americanos
–recuérdese el caso de Mexia Lequerica–; las incidencias de la guerra..., tantos y
tantos factores, ajenos a lo propiamente político, que a la hora de emitir un juicio
hay que tener muy en cuenta, porque muchas veces tienen un valor determinativo
tan apreciable e importante como los del más elevado rango histórico.
La acusación más vulgar y unánime contra el espíritu y la obra de las Cortes
de Cádiz es su afrancesamiento, su falta de sentido de la realidad nacional, expre-
sada en un arbitrismo teorizante, a espaldas de una nación que lo que anhelaba y
necesitaba urgentemente no era un texto constitucional, sino medios eficaces para
terminar una durísima guerra. Alcalá Galiano, como testigo presencial, Adolfo de
Castro en un interesante trabajo y García Venero –escribo sin conocer todavía el
libro recién aparecido de Ramón Solís– nos han descrito el ambiente y el tono
336
La evolución institucional. Las Cortes de Cádiz: precedentes y consecuencias
social de Cádiz durante esta época. Pese al cerco, a la peste, a las conmociones polí-
ticas, a las tempestades pasionales desatadas en torno de las Cortes, la vida allí se
desarrollaba plácida, tranquila, amable y risueña, facilitada con una extraordinaria
abundancia de mercancías y víveres por los barcos que continuamente llegaban al
puerto, donde se habían anulado todos los impuestos y derechos de entrada y ama-
rre. Según el testimonio documental de Adolfo de Castro, en el año 1810 llegaron
a Cádiz 3.391 barcos, y en el período 1808 a 1810 llegaron a Cádiz casi 72 millo-
nes de pesos enviados desde América.
Evidentemente fue Cádiz un oasis de paz en medio del tremendo aguafuerte
de una guerra en la que España se desangraba por su independencia, y ello expli-
ca esa extraña insolidaridad o, si parece exagerada la palabra, ese aislamiento de la
realidad española que refleja la lectura de las actas de las sesiones, verdaderas pági-
nas antológicas, algunas excelentes, de la mejor oratoria política de todo el siglo.
En cuanto al peso del influjo doctrinario de la revolución francesa sobre las
Cortes, Suárez Verdeguer ha señalado con indudable acierto los motivos ideológi-
cos y de ambiente que la motivan. Glosando un expresivo texto de San Miguel hace
notar que con anterioridad a los sucesos de 1808 había en España un grupo de
hombres cultos, penetrados por la Ilustración y entusiastas, por lo menos en un
orden teórico, de las conquistas políticas logradas por la revolución francesa.
Después de la invasión, sus motivos espirituales fueron dobles, ya que “por una
parte luchaban contra la arbitrariedad de Napoleón y por otra contra el régimen
político que había conducido a España a la situación de 1808. Iban a la vez contra
los invasores y contra ‘los efectos del despotismo civil y religioso’, y de ninguna
manera buscaban el restablecimiento del orden truncado con la invasión”. Gran
número de estos hombres son los que actúan de modo eficaz en las Cortes de
Cádiz y, como es lógico, sus obras y sus palabras –acaso más éstas que aquéllas–
están llenas de ese espíritu. Lo de menos son las expresiones retóricas, que alguna
vez toman en boca de Argüelles acentos elogiosos para la revolución francesa y sus
resultados; lo importante es la realidad de un espíritu afrancesado mantenido espe-
cialmente por destacados intelectuales, y antes una admiración hacia Bonaparte
que, como ha demostrado Jurestchke, alcanzó en los primeros años del siglo XIX a
zonas sociales muy extensas, e incluso repercutió hondamente en el elemento ecle-
siástico; sentimiento ya superado en 1810, pero que había dejado hondas huellas
en el alma de quienes lo sintieron.
A los efectos que pretenden estas notas no es posible, ni necesario, acometer
el estudio minucioso de la obra legislativa de las Cortes, ni seguir paso a paso el
borrascoso desarrollo de sus sesiones. Se ha distinguido entre su obra preconstitu-
cional y la estrictamente constituyente. Acaso esta distinción pueda tener interés
para un planteamiento jurídico de la investigación; pero desde el punto de vista his-
337
LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
Bien significativo es el fracaso de todo el grupo que con diversos matices pre-
tende enraizar la obra revolucionaria de las Cortes en la antigua tradición españo-
la, propósito que luego ha de concretarse en las repetidas apelaciones a la misión
exclusivamente restauradora de la asamblea que recoge insistentemente el Discur-
so Preliminar de la Comisión Constitucional, afirmando que “nada ofrece en su pro-
yecto que no se halle comprendido del modo más auténtico y solemne en los dife-
rentes cuerpos de la legislación española”. Como dice Fernández Almagro, “aun
admitiendo la sinceridad de las intenciones declaradas –que bien podrían respon-
der, en otro supuesto verosímil, a una cierta táctica de prudencia y de eficacia, por
cuanto quitaban ocasiones de alarma–, es lo cierto que no cabía prescindir de las
enseñanzas doctrinales, aprovechadas por la flor de los diputados, en comercio
espiritual con la filosofía de su época”. Así –lo refiere el mismo autor–, cuando el
diputado Gómez Fernández pide que la Comisión, de acuerdo con el criterio
expuesto, ilustre cada proyecto de artículo con la cita adjunta de la ley anterior de
que procede, provoca la intervención airada de Calatrava, presidente de la Cámara,
que le replica: “Aquí no nos hemos reunido para esto, sino para mejorar la
Constitución. Es menester poner fin a estas cosas. Continuamente estamos viendo
citar aquí las leyes, como si fuera esto un Colegio de abogados y no un Cuerpo
constituyente”.
La verdad es –y el juicio de Menéndez Pelayo acierta, como tantas veces– que
“no estuvo el mal en las Cortes, ni siquiera en la manera de convocarlas, que pudo
ser mejor, pero que quizás fue la única posible, aunque escogida a bulto. La desgra-
cia fue que un siglo de absolutismo glorioso y de política extranjera, aunque gran-
de, y otros siglos de absolutismo inepto, nos habían hecho perder toda memoria de
nuestra antigua organización política, y era sueño pensar que en un día habían de
levantarse del sepulcro, y que con los mismos nombres habían de renacer las mis-
mas cosas, asemejándose en algo las Cortes de Cádiz a las antiguas Cortes de
Castilla”. “Tal fue –sentencia Menéndez Pelayo– la obra de aquellas Cortes, ensal-
zadas hasta hoy con pasión harta, y aun más dignas de acre censura que por lo que
hicieron y consintieron, por los efectos próximos y remotos de lo uno y de lo otro.
Fruto de todas las tendencias desorganizadoras del siglo XVIII, en ellas fermentó,
reduciéndose a leyes, el espíritu de la Enciclopedia y del Contrato Social. Herederas
de todas las tradiciones del antiguo regalismo jansenista, acabado de corromper y
malear por la levadura volteriana, llevaron hasta el más ciego furor y ensañamiento
la hostilidad contra la Iglesia, persiguiéndola en sus ministros y atropellándola en
su inmunidad. Vuelta la espalda a las antiguas leyes españolas, y desconociendo en
absoluto el valor del elemento histórico y tradicional, fantasearon, quizá con gene-
rosas intenciones, una Constitución abstracta e inaplicable, que el más leve viento
había de derribar. Ciegos y sordos al sentir y al querer del pueblo que decían repre-
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LUCIANO DE LA CALZADA RODRÍGUEZ
había más impopular en España que las tendencias y opiniones liberales, encerra-
das casi en los muros de Cádiz, y limitadas a las Cortes, a sus empleados, a los
periodistas y oradores de café y a una parte de los jefes militares”. Por ello, el decre-
to de Valencia, que Fernando VII promulgara a su regreso, tuvo detrás de sí no el
puro capricho del monarca, sino una auténtica voluntad popular, expresada a tra-
vés de sus órganos representativos más caracterizados, y refrendada por el indiscu-
tible entusiasmo de unas masas cuyo júbilo ante la abolición de lo actuado en Cádiz
nadie ha podido desmentir. Pero es éste un problema de extraordinario interés
cuyo desarrollo excede de los límites impuestos al presente trabajo, y que en otro
lugar será estudiado con la atención que merece. “Bien puede decirse –afirma
Menéndez Pelayo– que el decreto de Valencia fue ajustadísimo al universal clamor
de la voluntad nacional. ¡Ojalá hubieran sido tales todos los desaciertos de
Fernando VII!”.
Cuando el 14 de septiembre de 1813 las Cortes extraordinarias celebran su
sesión de clausura dejaban tras de sí una herencia que va a ser el germen de la divi-
sión ideológica de España y la expresión política de la revolución, incluso cuando,
más adelante, el ingenuo jacobinismo de los hombres de Cádiz es superado por
otras fórmulas más activas y virulentas. Fue aquél “un período en la historia de
nuestra patria, lo dice Rico y Amat, de gloria y de mortandad, de hazañas y desven-
turas, de agitación y de altivez, de ilustración y de audacia. Período político-parla-
mentario que empezó por una Monarquía medio destruida, y terminó con una
República medio edificada”.
Ante la cadena de horrores y disturbios que esas Cortes inauguran, todo elo-
gio será siempre expresión parcial de una actitud política. Pero la condenación rotun-
da de su obra no debe impedir el reconocer a aquel grupo de hombres desintere-
sados, fanáticos, petulantes, agresivos, que sinceramente creyeron hablar en nombre
de un pueblo que luchaba por su independencia, y que lo hicieron con tal desenfa-
dada audacia que más parecía suplantación que subrogación, unas virtudes huma-
nas de patriotismo, deseo de acertar y fanática entrega a un ideal, que justifica, en
parte, aquel elogio grandilocuente con que Rico y Amat cierra la historia del naci-
miento del régimen parlamentario y constitucional en España: “A pesar de lo nuevo
de sus ideas, todavía aquellos hombres no pertenecían a la moderna sociedad,
corrompida por la ambición, cancerada por el egoísmo y gangrenada por la inmo-
ralidad. Eran los antiguos caballeros de la Edad Media, nobles, generosos, espiritua-
listas; no eran aún los políticos modernos, mezquinos, materialistas y especuladores.
Era la España caballeresca de ayer, no la España comercial de hoy; eran los honra-
dos y altivos procuradores de Segovia, de Valladolid, de Salamanca y de Toledo; no
eran los diputados moderados o progresistas que solicitan en sus discursos una cruz
o un destino; que adulan bajamente al trono, o se arrodillan ante el pueblo”.
342
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y
EL DESPERTAR DEL NACIONALISMO EUROPEO
por
Richard Konetzke
Para enfocar mejor este tema, en primer término es oportuno evocar el grado
de desarrollo del nacionalismo alemán antes de las guerras napoleónicas. Mientras
que la multitud de reinos españoles de la Reconquista no había borrado la idea
de la existencia de una unidad superior, la de España, y desde el reinado de los
Reyes Católicos el sentido nacional se había acrecido intensamente, en Alemania
la desintegración territorial había impedido la formación de una conciencia nacio-
nal. La patria del alemán era el Estado en que había nacido y vivía, y por encima
de esa multiplicidad de patrias se alzaba solamente la idea de que los alemanes, a
través de una lengua y una tradición cultural común, constituían una unidad, y que
en este sentido existía una nación cultural alemana. El cosmopolitismo de la
Ilustración fortaleció entre las personas cultas la propensión a saltarse las barreras
nacionales y soñar en la comunidad de todos los hombres.
Ahora habían surgido, a fines del siglo XVIII, también en Alemania, corrien-
tes espirituales que asumían una nueva orientación frente al Estado y la Nación.
Principalmente correspondió al Romanticismo contribuir a profundizar y divulgar
una conciencia nacional alemana. Federico Meinecke ha estudiado esta transforma-
ción espiritual en su conocida obra “Vom Weltbürgertum zum Nationalstaat” (Del
cosmopolitismo al Estado nacional) con mucha agudeza.
Entonces cae Alemania bajo la dominación francesa a raíz de las guerras
napoleónicas. Bajo su impronta se descubre el valor entrañable de la libertad polí-
tica y espiritual. En la reacción contra los invasores se difunde un movimiento
nacional en Alemania. Mientras se sufre bajo el yugo extranjero y se anhela des-
prenderse de él, llegan a Alemania las noticias de la sublevación del pueblo espa-
ñol contra Napoleón. ¿Cómo incidieron estas noticias en la naciente conciencia
nacional alemana?
Corresponde primeramente saber cómo llegó la información de los aconteci-
mientos españoles a Alemania. Bajo la dominación francesa estaban las publicacio-
343
RICHARD KONETZKE
nes sometidas a una rígida censura, y los franceses vigilaban asiduamente, sobre
todo, que ninguna información desfavorable sobre la guerra de España llegara al
público alemán. En Berlín, en septiembre de 1808, recrudecieron las medidas de
censura sobre los asuntos españoles. A pesar de todo circularon ejemplares de
periódicos con información sobre ellos. En un informe policial se dice: “Los ciu-
dadanos de Berlín se quejan amargamente de que el comandante francés de la
plaza ha hecho confiscar las tiradas de “Die Bamberger Zeitung” y “Politische
Zeitung”, impreso y editado en Altona este último, todo ello hallado en casa del
librero Werckmeister. Ellos habían leído con satisfacción las noticias sobre los
acontecimientos españoles, que fortalecían la esperanza de un cambio de la situa-
ción política”1. La Policía, según esto, debía de estar al tanto de la inquietud de los
berlineses por la situación de España, a la que asociaban la idea de la recupera-
ción de su libertad.
En Hamburgo, que también sufría la ocupación francesa, asimismo aparecie-
ron informes sobre España en los periódicos. Es así que en “Minerva”, publicación
periódica de carácter histórico y político, aparecen diversas observaciones sobre
los hechos españoles de 1808-10. Se podrían aducir otros casos de informaciones
periodísticas de España. Falta aún una colección sistemática y crítica de las noti-
cias de periódicos alemanes sobre la sublevación española y de los comentarios
que encierran.
Mucho menos controlables por las autoridades de ocupación eran los volan-
tes y panfletos que aparecían de manera clandestina e irregular incitando a la resis-
tencia a los franceses. Muchos de ellos se referían con ahínco a la situación espa-
ñola. Elogiaban el heroico levantamiento de los españoles y lo exhibían como
ejemplo ante el pueblo alemán. No existe, desgraciadamente, un catálogo de estas
últimas publicaciones concernientes a las luchas por la libertad contra Napoleón.
Ello es también difícil, porque las autoridades francesas destruían todos los volan-
tes que hallaban. Se pueden encontrar colecciones de estos impresos de ese año
en la Biblioteca Nacional de Viena, en la Biblioteca Municipal de Frankfurt-Main
y en el Museo Británico de Londres. Especialmente abundantes son los folletos en
el momento del alzamiento austriaco de 1809 contra Napoleón. Sobre la difusión
que alcanzaban estas publicaciones podemos hacernos una idea considerando que,
siendo ellas de impresión a mano y casera, y de distribución clandestina, el folle-
to “España y el Tirol no soportan ninguna cadena extranjera”, de Adolf Bäuerle,
alcanzó una tirada mínima de 25.000 ejemplares. Según el inventario alzado por
el Comisario del distrito de Passau el 28 de abril de 1809, de los dieciséis folletos
1
Hermann Granier, Berichte aus der Berliner Franzosenzeit 1807-1809, Leipzig, 1913, pág. 298.
344
La Guerra de la Independencia y el despertar del nacionalismo europeo
2
Peter RASSOW, Die Wirkung der Erhebung Spaniens auf die deutsche Erhebung gegen Napoleon I,
en Historische Zeitschrift, tomo 167 (1943).
345
RICHARD KONETZKE
de los medios de que el Emperador de los franceses se valió para ejecutarla, por
D. Pedro Ceballos, Primer Secretario de Estado de S. M. Católica Don Fernando
VII). La publicación se realizó en el número de octubre del “Norddeutscher
Kontrolleur”, en cuyos números siguientes fueron apareciendo otros diversos
informes sobre los acontecimientos de España. Infiltrado desde Suecia a
Pomerania, desde allí se difundió por toda Prusia.
En la misma publicación vienesa “Sammlung der Aktenstüdke” aparecieron
el “Manifiesto de Palafox, del 13 de agosto de 1808”, en traducción de Friedrich
Schlegel, y el “Catecismo cívico y breviario de los deberes de un Español”, que al
parecer es obra de un sacerdote que usaba este procedimiento del “catecismo”
para inflamar el sentimiento patriótico de las masas españolas levantadas contra
Napoleón.
Finalmente existieron diversos contactos personales con España, a través de
los cuales llegaban los detalles sobre la extensión y la peculiar manera de la suble-
vación española. También a través de soldados alemanes que sirvieron a Napoleón
contra los rebeldes españoles llegaron noticias.
Las noticias sobre la Guerra de la Independencia española que por estos
diversos caminos iban difundiéndose causaron una fuerte impresión en el públi-
co alemán, y han sido muy discutidas, como consta en abundantes cartas y testi-
monios. Es verdad que, desde Herder hasta el Romanticismo, la nación española
se había hecho familiar a las personas cultas, pero para los grandes círculos ella
seguía siendo una desconocida3. Con respecto al teatro de la guerra española escri-
be el “Minerva” a fines de 1808: “Solamente el sector cultivado de la nación ale-
mana conocía hasta ahora a España, y esto más o menos; para todos los demás era
una tierra incógnita; hoy, las miradas de todos los hombres despiertos están diri-
gidas a este Reino, y todos quieren conocerlo más de cerca”.
Pero este interés, repentinamente despertado por las cosas españolas, era más
que mera curiosidad y puro sensacionalismo, a la manera de la actitud de un lec-
tor que en un periódico se entera de sucesos dramáticos en países lejanos. Estas
noticias no afectaban aisladamente a una u otra persona de la nación alemana, sino
a ésta toda como comunidad. La dominación francesa ya se había sentido antes
también en Alemania, no sólo como una más o menos grave opresión personal,
sino también como una desgracia común de la nación. Existía una rebeldía inte-
rior que no lograba vencer la actitud de pasividad fatalista, como si dicha do-
3 Werner Brüggemann, Die Spanienberichte des 18. und 19. Jahrhunderts und ihre Bedeutung für die
Formung und Wandlung des deutschen Spanienbildes, en Spanische Forschungen der Görresgesell-
schaft. Gesammelte Aufsätze zur Kulturgeschichte Spaniens, Tomo XII, Münster, 1956.
346
La Guerra de la Independencia y el despertar del nacionalismo europeo
minación fuera una imposición ineluctable del destino. Y ahora se veía cómo un
pequeño y olvidado pueblo de Europa se lanzaba a una aparentemente descabe-
llada lucha por la libertad, y con ella demostraba al mundo, asombrado, que la
fuerza de este tirano extranjero no era invencible. La Guerra de la Independencia
española sacudió la conciencia nacional alemana radicalmente y también a los ale-
manes, que hasta ahora habían sentido la presencia de las fuerzas de ocupación
francesas solamente como un inconveniente personal. El ejemplo español excitó la
pasión nacional, todavía dormida, hasta un odio salvaje del ocupante francés, difí-
cil de imaginar anteriormente.
Este impulso patriótico se expresó en la reiterada exhortación: “¡Imitad el
gran ejemplo de España!” y “¡Tomad a los españoles por modelo!”. Todavía en la
proclamación del rey prusiano Federico Guillermo IV, del 17 de marzo de 1813,
se dice: “¡Recordad a los españoles y portugueses; incluso pueblos pequeños han
entrado en la lucha por los mismos ideales contra enemigos más poderosos, y han
salido vencedores!”. Los vacilantes, que no querían creer en el éxito de un levan-
tamiento nacional en Alemania, se animaron con el modelo español. Los patriotas
alemanes aprovecharon esta alusión a España para incitar a los Gobiernos a em-
pezar la lucha por la libertad contra los franceses. Así exhorta el embajador pru-
siano en San Petersburgo, Von Schladen, en carta de fecha 12 de abril de 1809:
“Soberanos de los pueblos nórdicos, de coraje probado a lo largo de milenios:
echad una mirada al valiente pueblo español, que, siendo seis veces más débil que
todos vosotros unidos, defiende su independencia palmo a palmo, y que, según
vuestras propias opiniones, no será sometido por muchos años!”4. Las esperanzas
alemanas en una liberación nacional fueron revigorizadas por la Guerra de la
Independencia española. En el “Minerva” de 1809 podemos leer: “Una masa
popular de once millones en un país como España no puede ser reducida por las
armas si tiene armas para defenderse y coraje para servirse de ellas”.
La lucha heroica de España sirvió de ejemplo al espíritu de libertad y digni-
dad nacional. Un contemporáneo consigna: “En España, el país del viejo orgullo
nacional, se hizo sentir por primera vez la fuerza del pueblo, por tanto tiempo
sofocada y burlada”5. La nación alemana que despierta recuerda la gloriosa his-
toria del pueblo español y cree ver resurgir en el heroísmo de la Guerra, de la
Independencia el impulso audaz de los tiempos pasados. Se recuerda cómo los
4 Friedrich Heinrich Leopold von Schladen, Preuben in dën Jahren 1806 und 1807. Ein Tagebuch
nebst einem Anhang verschiedener, in den Jahren 1807 bis 1809 verfabter politischer Denkschriften,
Mainz, 1845, p. 343.
5
Johann Georg R IST, Lebenserinnerungern, Tomo II, p. 30.
347
RICHARD KONETZKE
6 Canción de Georg Paul Binder, en Urkunden der deutschen Erhebung, ed. Friedrich Schulze,
1913.
7 Heinrich Steffens, Was ich erlebte, Tomo V, p. 332.
348
La Guerra de la Independencia y el despertar del nacionalismo europeo
Pone ante nuestros ojos visiones crueles de una guerra de destrucción total.
La venganza no conoce ningún derecho ni juez.
350
La Guerra de la Independencia y el despertar del nacionalismo europeo
351
RICHARD KONETZKE
AN PALAFOX
Tritt mir entgegen nicht, soll ich zu Stein nicht starren,
Auf Märkten oder sonst, wo Menschen atmend gehn,
Dich will ich nur am Styx bei marmorweissen Scharen,
Leonidas, Armin und Tell, den Geistern, sehn.
Du Held, der gleich dem Fels, das Haupt erhöht zur Sonnen,
Den Fuss versenkt in Nacht, des Stromes Wut gewehrt,
Der, stinkend wie die Pest, der Hölle wie entronnen,
den Bau sechs festlicher Jahrtausende zerstört!
Dir ließ’ ich, heiß wie Glut, ein Lied zum Himmel dringen,
Erhabner, hattest du Geringeres getan.
Doch was der Ebro sah, kann keine Leier singen,
Und in den Tempel, still, häng’ ich sie wieder an.
352
LA ORGANIZACIÓN ADMINISTRATIVA
FRANCESA EN ESPAÑA
por
353
JUAN MERCADER RIBA
4 Pierre Conard, La Constitution de Bayonne (1808). Essai d’édition critique, París, año 1910.
5 Carlos Cambronero, El Rey intruso: Apuntes históricos referentes a José Bonaparte y a su gobierno en
España, Madrid, 1909.
6 Ramírez de Villa-Urrutia, Wenceslao (Marqués de), El rey José Napoleón, Madrid, 1927.
354
La organización administrativa francesa en España
355
JUAN MERCADER RIBA
poco lo que pudo hacerse, y sólo hasta que se instaló de nuevo el rey intruso en la
capital un andamiaje administrativo comenzó a perfilarse y a funcionar.
Para un estudio a fondo de la administración josefista conviene manejar el
Prontuario de las Leyes y Decretos del Rey Nuestro Señor D. José Napoleón I 16, que abar-
ca hasta finales de 1810, con una ordenación estrictamente cronológica. Además,
existe un extracto sistematizado, con algunas añadiduras de piezas oficiales hasta
1812, recopilado por Juan Miguel de los Ríos, en 184517.
El primer decreto de importancia es el que regula las atribuciones de la
Secretaría de Estado y demás Ministerios (6 de febrero de 1809).
Corresponde al ministro Secretario de Estado refrendar todas las leyes y reales
decretos, custodiar los sellos y archivos del Estado; convocar a nombre del rey los
Consejos de Ministros, de los que extiende acta, dirigiendo luego las resoluciones
acordadas a las autoridades encargadas de su ejecución. Centraliza, en fin, todas las
minutas de este decreto emanadas de los ministros, así como los proyectos de Ley
que deban de enviarse a consulta del Consejo de Estado. Es, pues, en lo adminis-
trativo, el auxiliar más directo del monarca, quien se reserva en todo la suprema
decisión.
El ministro de Justicia propone al rey los individuos que hayan de designarse
para jueces y magistrados, pero no ejercerá ninguna influencia sobre los juicios y
fallos de los Tribunales.
El ministro de Negocios Eclesiásticos interesa el nombramiento de los destinos de
la Iglesia, asalariados por el Estado a lo concerniente a la demarcación de las parro-
quias, fábricas de las iglesias, establecimiento de servicios, casas de caridad y acep-
tación de fundaciones y obras pías.
El ministro de Negocios Extranjeros propone las Embajadas, ministros residentes
y agentes diplomáticos y de comercio.
El ministro del Interior tiene una competencia múltiple. En primer lugar, atien-
de a la gobernación interior del reino: selección de los candidatos a las plazas de
la Administración civil de la capital y de las provincias. Pero igualmente se ocupa
del fomento de la actividad económica del país: agricultura, viveros y crías de gana-
dos, minas, comercio interior y exterior, industria, artes y fábricas. Procura la cons-
trucción y conservación de caminos, puertos mercantes, puentes, canales, deseca-
16 Prontuario de las Leyes y Decretos del Rey Nuestro Señor Don José Napoleón I, desde el año 1808,
Madrid, Imprenta Real, 1810. Dos tomos (Biblioteca del antiguo Senado; otro ejemplar (1811),
en la Biblioteca de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.)
17
Código Español del reinado intruso de José Napoleón Bonaparte, o sea colección de sus más importan-
tes leyes, decretos e instituciones, por Juan Miguel de los Ríos, Madrid, 1845.
356
La organización administrativa francesa en España
359
JUAN MERCADER RIBA
20 Amando Melón, «El Mapa Prefectural de España (1810)», Estudios Geográficos, XIII (1952), 5-
72, 6 láminas.
21 Pierre Conard, Napoléon et la Catalogne. Le captivité de Barcelona (1808-1810), Paris, 1910.
22
Juan Mercader Riba, Barcelona durante la ocupación francesa (1808-1814), Madrid, 1949.
360
La organización administrativa francesa en España
jeo sobre este asunto es la constante entre Madrid y París: José I y su Gobierno de
afrancesados, intentando salvaguardar la unidad española –como muy detallada-
mente han estudiado Geoffroy de Grandmaison23 y Miguel Artola–, enviando a la
Corte imperial a los embajadores Azanza y Almenara. Napoleón llegó a exigir como
indemnización de sus gastos de guerra, no sólo las provincias del Norte del Ebro,
hasta Vizcaya y Santander, sino aun Asturias y Galicia, facultando en cambio a José
para anexionarse Portugal. Entonces José Bonaparte llega a proponer su abdicación
pura y simple de la Corona de España al Emperador francés; hace un viaje a París
incluso. Nada consigue, y debe contentarse con el mando nominal de todos los
ejércitos franceses en España; mientras Napoleón, que ha retrasado la anexión de
Cataluña al Imperio por consejo de sus mismos generales, que no la encuentran
oportuna, publica un decreto en 26 de enero de 1812 dividiendo el Principado
catalán en cuatro Departamentos: Montserrat, capital Barcelona; Ter, capital Gerona;
Bocas del Ebro, capital Lérida, y Segre, capital Puigcerdá. Tales Departamentos eran
subdivididos en varias Subprefecturas o partidos, sin mencionar la palabra anexión,
acaso para no herir la susceptibilidad de José Bonaparte o de los españoles. Pero
no hacía falta: el sistema de división por departamentos, la incorporación del Valle
de Arán al Departamento francés del Alto Garona, el acoplamiento de Andorra al
Departamento del Segre y la incorporación al de Bocas del Ebro de una estrecha
faja aragonesa comprendida entre Fraga, Mequinenza, Fabara y el río Nonaspe, y
finalmente una nueva hornada de funcionarios napoleónicos, en su casi totalidad
surgidos del Consejo de Estado de París para aplicar el nuevo régimen civil que
Napoleón deparó a Cataluña en 181224, son suficientes para el convencimiento del
rumbo que seguirían las cosas. Aun así, Imbert25, que ha dado a la publicidad por
vez primera el decreto imperial de 2 de febrero de 1812, creador de aquel régimen,
afirma que no se dieron todos los requisitos legales para una anexión en regla.
El rasgo más saliente de esta nueva administración francesa en Cataluña es la
presencia de dos consejeros de Estado parisienses, que, con el título de intenden-
tes, procederían a instalar, poner en marcha y orientar a los cuatro prefectos y otros
tantos subprefectos y directores generales que simultáneamente se nombraban. No
había llegado el Principado catalán a la madurez política suficiente para trasplantar
sin más en él las Prefecturas imperiales. Por otra parte, la guerra continuaba, y eran
muchas las zonas aún insurgentes; el tránsito hacia la fusión con el país vecino
362
La organización administrativa francesa en España
debía efectuarse de un modo imperceptible, y con un tacto muy fino para no herir
en demasía el patriotismo del pueblo catalán, y aun evitar graves roces con el
Gobierno de José Bonaparte. Por todo ello se creyó necesario superponer a los pre-
fectos ordinarios unos magistrados de superior graduación, que al par que vigila-
sen la conducta de los funcionarios napoleónicos en las dos grandes circunscripcio-
nes –Alta y Baja– en que se concibió Cataluña, sirvieran de enlace con los minis-
tros de París, y, a su través, con el propio Emperador.
El barón de Gerando, intendente de la Alta Cataluña (Departamentos del Ter
y del Segre), fue, sin duda alguna, el más entusiasta de los dos consejeros. Su actua-
ción en Gerona, con la del prefecto Roujoux y con la del subprefecto de Figueras,
Las Cases, ha sido especialmente estudiada por Camp Llopis26, Carlos Rahola27 y
Mercader28. Gerando visitó frecuentemente los pueblos de su demarcación –los
únicos en el Departamento del Ter, hasta cierto punto tranquilos dentro de la
Cataluña napoleónica–, se preocupó por conocer la verdadera opinión de los habi-
tantes, a quienes se dirigió personalmente o por medio de emisarios, procurando
convencerles de los beneficios a obtener de su inclusión en el vasto programa impe-
rial. Gerando estuvo persuadido de que una aceleración en el afrancesamiento del
país –introducción del Código Napoleón en Cataluña, abolición pronta de los usos
feudales– tendría efectos definitivos en orden a la pacificación de los espíritus, y así
lo manifestó repetidamente en sus cartas al ministro imperial de Justicia, Regnier,
o al de Policía, Savary.
El Intendente de la Baja Cataluña (Chauvelin) no tuvo ocasión de desplegar,
como Gerando, una ardorosa actividad. Los departamentos de Montserrat y Bocas
del Ebro no eran franceses más que nominalmente, ya que lejos de sus capitales y
fortalezas conquistadas (Barcelona, Lérida, Tarragona) campaban a sus anchas las
bandas de patriotas y los somatenes en armas. En abril de 1813, en el momento en
que Napoleón tuvo que preparar su defensiva, después de la calamitosa retirada de
Rusia, se unifican las dos intendencias, por razón de economías, y entonces es cuan-
do Chauvelin quedará como intendente general de Cataluña, con residencia en
Gerona, hasta el final de la guerra.
363
JUAN MERCADER RIBA
29 Juan Mercader, «Puigcerdá, capital del Departamento del Segre. Noticias inéditas sobre el
dominio napoleónico en la Cerdaña», Pirineos, 9-10 (1948), 413-454.
30 Juan Mercader Riba, «Una memoria estadística del prefecto napoleónico de Lérida, Alban de
Villeneuve», Aportación al estudio de la Guerra de la Independencia en Lérida, 1947, 9-43. También
del mismo autor: «Algunos aspectos de la administración napoleónica en tierras de Lérida»,
Ilerda, VIII (1947). También tratan de la ocupación napoleónica de Lérida, si bien desde el
ángulo de la documentación local; Rafael Gras de Esteva, «Notas sobre la dominación france-
sa en Lérida», Publicaciones del Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y
364
La organización administrativa francesa en España
su época (1807-1815), IV, 47-124, y José María Álvarez Pallás, Lérida bajo el dominio de los fran-
ceses (1810-1814), Lérida, 1944. También del mismo autor: «Notas para el estudio de la Guerra
de la Independencia en Lérida», Aportación…, Lérida, 1947, 93-108.
365
JUAN MERCADER RIBA
tes de riqueza antes de la guerra, con las modificaciones habidas con motivo de la
convulsión peninsular, el rendimiento contributivo anterior a 1808 y los impuestos
percibidos en los años de guerra; los gastos, en fin, a efectuar en el Departamento,
en ejecución del plan de obras públicas, transformación de la enseñanza y otros
ambiciosos proyectos concebidos por aquel inquieto prefecto napoleónico, funcio-
nario que hubiese podido ser modélico en tiempo de paz.
El régimen municipal francés en Cataluña tuvo también características muy
especiales, sobre todo desde 1812, con la anexión. Anteriormente, la política adop-
tada al respecto había consistido tan sólo en sustituir los antiguos regidores vitali-
cios por ediles afrancesados. Pero en julio de 1812 se constituyó en Barcelona la
llamada Merería, remedo de la francesa “Mairie”. Nombróse un mere y cuatro
adjuntos, dándose al primero facultades amplísimas. Los adjuntos no formaban con
él comisión permanente ejecutiva, sino que le sustituían, con carácter eventual o
reciben de aquél delegaciones. Oficialmente el mere se comunica por carta con sus
adjuntos, lo mismo que con cada uno de los consejeros municipales y también con
el prefecto, del cual recibe a menudo largas instrucciones, ejecuta sus mandatos y
le da estrecha cuenta de su gestión31.
En cambio, el Consejo Municipal (en Barcelona lo formaban treinta consejeros,
nombrados también desde arriba); tienen un papel vigilante y consultivo: examen
de cuentas de ingresos y gastos propuestos por el mere, votar el nuevo presupues-
to. Pero el prefecto o el subprefecto pueden devolver cuentas aprobadas y hacerlas
modificar; en cuanto a los presupuestos de la capital o departamento, es el propio
Emperador quien tiene que autorizarlos en definitiva. Las reuniones del Consejo
Municipal no eran, por su parte, nada frecuentes.
En el Departamento del Ter, Gerando y Roujoux efectuaron múltiples nom-
bramientos de bayles, adjuntos y consejeros municipales, de todo lo cual nos han
dejado interesantes informes. En Gerona hubo una Merería, y lo mismo en
Puigcerdá. Con todo, el prefecto del Segre, De Viefville des Essars, tuvo grandes
dificultades para arreglar las comunas en Cerdaña. Lo mismo debió acontecer en el
resto de Cataluña, de donde bien poco es lo que sabemos de ello.
Fuera de Cataluña, aunque en teoría la autoridad del rey José fue reconocida
por los mariscales napoleónicos, las contingencias de la guerra les obligaron a adop-
tar por su cuenta decisiones que afectaban al orden administrativo. El más destaca-
do en lo político de estos militares franceses, el que controló un área más extensa
y por mayor tiempo, el que demostró tener una cierta solidez incluso económica,
31
Juan Mercader Riba, Barcelona durante la ocupación francesa, Madrid, 1949. F. Camp Llopis,
Contribución al estudio de la administración de Barcelona por los franceses, Barcelona, 1920.
366
La organización administrativa francesa en España
aun a prueba de las adversidades finales, fue, sin duda alguna, Luis Gabriel de
Suchet, mariscal desde la conquista de Tortosa, Tarragona y Valencia. Suchet, luego
de ganada a los insurrectos nacionales la batalla del trigo aragonés con la captura
de las plazas clave de Mequinenza, Lérida y Tortosa, se instaló firmemente en
Zaragoza, organizando allí su administración española de Aragón32. Al principio se
rodeó de colaboradores nativos: del antiguo intendente de Palafox, del presidente
de la Real Audiencia borbónica, a quienes hizo supercorregidores o titulares de las
dos grandes circunscripciones a que quedaron reducidos los catorce antiguos corre-
gimientos de Aragón, bajo la supervisión de Luis Menche, enviado del Gobierno de
Madrid. Nombró, además, secretario general del Gobierno de Aragón a Mr.
Larreguy, un francés de ascendencia española.
El decreto de 8 de febrero de 1810 había entregado a Suchet, como lo hizo a
otros militares napoleónicos, el control absoluto de las rentas de la provincia de
Aragón y un Gobierno discrecional sobre este mismo territorio. Pero Suchet se
encontró con las arcas vacías, con un país exhausto y reacio, como es natural, a nue-
vas exacciones. Sin embargo, en sus Memorias33, documento utilísimo para conocer
las particularidades de la administración bonapartista en España, se declara Suchet
muy satisfecho de los resultados conseguidos en los primeros catorce meses de
mando: mensualidades al día, acopio de provisiones para los asedios de las fortale-
zas del bajo Ebro, contabilidad regular. La supresión de los conventos y la expro-
piación y renta de sus fincas mediante la administración de Dominios Nacionales
fue resueltamente emprendida por Suchet en combinación con los municipios, a fin
de costear los dispendios de su política de guerra.
La intromisión de Suchet por motivos militares (conquista de Lérida, Tortosa
y Tarragona, 1810-1811) en la baja Cataluña34 hizo modificar momentáneamente el
Estatuto administrativo del Principado, en el sentido que estas zonas (correspon-
dientes aproximadamente a la Cataluña Nueva, al Sudoeste del río Llobregat), se
desviaron de la orientación claramente parisiense que predominaba en la Cataluña
regida por los mariscales Augereau y Macdonald. Tan sólo hasta 1812, al promover-
se la anexión a Francia, se recobró la unidad del Principado catalán, al par que
entonces Suchet había extendido sus reales por el antiguo reino de Valencia.
32 Juan Mercader Riba, «El Mariscal Suchet, “Virrey” de Aragón, Valencia y Cataluña», Jerónimo
Zurita. Cuadernos de Historia, Zaragoza, 2 (1951), 127-142.
33
Mémoire du Marichal Suchet, Duc de Albufera, sur ses campagnes dépuis 1808 jusqu’en 1814 (écrits
par lui même), París, 1834.
34 Juan Mercader Riba, Santes Creus en la Guerra contra los franceses. La política del Mariscal Suchet
en la Baja Cataluña, Tarragona, 1950.
367
JUAN MERCADER RIBA
35
F. Camp Llopis, «Memorial del Ayuntamiento y Junta de Comercio de Barcelona al Emperador
Napoleón, en 1811», Estudio, Barcelona, 1918.
36 Juan Mercader Riba, «España en el bloqueo continental», Estudios de Historia Moderna, II, 233-
278.
37 Yvan Roustit, «Raymond Durand à Barcelone. Les relations comerciales entre la France et la
Catalogne pendant l’occupation napoléonienne», en curso de publicación en Estudios de Historia
Moderna.
38 Jean Broussolle, «Boyer Fonfrède à Palamos», Ídem, íd.
368
La organización administrativa francesa en España
369
RELACIONES INTERNACIONALES DE ESPAÑA
DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
por
371
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
***
1
Juan Rico y Amat, ob. cit., págs. 154 y siguientes.
373
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
Brasil, burlando así los deseos de Junot, que aspiraba a apoderarse de ella. El levan-
tamiento popular de España contagió a Portugal, alzándose en Oporto, Braga y las
provincias de Tras-Os-Montes y Algarve en julio de 1808. En Oporto se constituyó
una Junta Suprema de Gobierno presidida por el obispo de la ciudad. Dicha Junta
envió una embajada a Inglaterra, donde consiguió armas, víveres, municiones, un
empréstito de tres millones de cruzados y la promesa de envío de una fuerza de
6.000 hombres. También mantuvo estrechas relaciones diplomáticas con la Junta de
Galicia y con las de los tres reinos de Castilla, Galicia y León. El 20 de julio de 1808
desembarcaba Wellington en La Coruña, y llegó hasta Lisboa, donde derrotó a los
franceses obligándoles a firmar el 22 de agosto la Convención de Cintra, que
demuestra una vez más la independencia de actuación de los ingleses en materia
de política internacional, puesto que dicho acuerdo es extraordinariamente lesivo
para los intereses portugueses, y, desde luego, para nada se contó con el país veci-
no en el momento de su firma.
Como hecho más destacado de actividad internacional de la Junta Provincial
española tenemos que la de Asturias envió a Inglaterra dos comisionados (uno de
ellos el conde de Toreno) con la pretensión de recabar fondos y auxilio de
Inglaterra en la guerra contra Napoleón; firman la paz entre España y la Gran Bre-
taña y obtienen el reconocimiento de la Junta del Principado como representación
de la España libre. En Murcia, la Junta acogió en su seno al viejo político conde de
Floridablanca, que igualmente se puso en contacto con Inglaterra, a la que ofreció
diversas garantías a base de la producción industrial y agrícola de la región para el
pago del préstamo que solicitaban en armas y dinero para la guerra contra los fran-
ceses. Las Juntas de León, Castilla y Galicia, que se reunieron bajo la presidencia
de Bailío Fray D. Antonio Valdés y que inmediatamente se pusieron en contacto por
medio de emisarios con Londres y Oporto. Y finalmente, por no citar más que
aquellas que de una forma efectiva y hasta cierto punto duradera mantuvieron rela-
ciones de tipo diplomático, la Junta de Sevilla ya señalada, cuyo representante
acabó siendo confirmado por la Junta Central Suprema como ministro de España
ante S. M. Británica.
La Junta Central Suprema de España e Indias no fue fácil formarla, ya que en
un principio tuvo la hostilidad del Consejo de Castilla, que pretendía para sí las atri-
buciones gubernativas, y del ambicioso general Cuesta, que pretendía actuar más
como político que como general. El antecedente inmediato es el Consejo de Guerra
que tras la batalla de Bailén se celebró en Madrid, firmado por el general Castaños,
Llamas, Cuesta, Peña y dos representantes de Blake y Palafox. Al mismo tiempo, la
Junta de Galicia, Murcia y Valencia envía sendas circulares a los demás proponien-
do la convocatoria de Cortes o establecimiento de un Gobierno único a quien com-
peterían las altas medidas del Gobierno, es decir, paz y guerra, diplomacia, Indias,
374
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
375
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
II
***
***
376
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
***
***
Las Juntas de León, Toro y Murcia se pusieron en contacto con la Corte ingle-
sa por escrito. Concretamente, la de Murcia, por medio de su presidente el conde de
Floridablanca, trató de obtener un préstamo de 1.500.000 pesos con la garantía de
la producción de la industria local. Al hacer su petición, Floridablanca hacía constar
arrogantemente que quería tratar de Corte a Corte y de potencia a potencia6.
***
6
Archivo Histórico Nacional. Legajo 71. Carpeta A, núm. 11.
377
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
***
7 Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, 1847, t. I,
pág. 400.
8
Archivo Histórico Nacional. Legajo 71. Carpeta B, núms. 55 y 56.
9 Archivo Histórico Nacional. Legajo 82. Carpeta A, núm. 7.
10 Archivo Histórico Nacional. Legajo 71. Carpeta I, núm. 167.
11 Archivo Histórico Nacional. Legajo 70. Carpeta H, núm. 155.
378
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
379
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
perpetua alianza entre España e Inglaterra, “que se aman por inclinación y confor-
midad de carácter”15. No sabemos si calificar estas palabras de la Junta de Galicia
de adulación realizada por la necesidad, o de ingenuidad.
Las pretensiones de soberanía de la Junta gallega le hicieron mirar con rece-
lo la acción de las otras Juntas cerca de la Corte inglesa, y así, al recibir una copia
de la carta que Canning envió a los diputados de Asturias, se apresuró a escribir a
su representante D. Francisco Sangro, el 20 de junio, cuando aún no había presen-
tado sus cartas credenciales, indicándole que “no duda que evacuará su comisión
de un modo satisfactorio… pues el nombre de Galicia será más respetable en
Londres que el de Asturias”, y por último le urgía a conseguir cuanto antes los soco-
rros pecuniarios pedidos16.
Desde luego, la de Sangro fue la más importante de las embajadas que las
Juntas enviaron a Inglaterra. El representante de Galicia, en su correspondencia con
la Junta, se muestra sensato, hábil y nada lego en lides diplomáticas. Quizá se
debiera a estas circunstancias personales el que presidiese las reuniones de los
representantes gallegos, asturianos y sevillanos en Londres. Pero cuando se creó la
Junta Central no fue él quien obtuvo el nombramiento de ministro plenipotencia-
rio, sino Apodaca, representante de Sevilla, quien también estuvo a la altura de su
misión17.
Canning, por su parte, dirigió el 30 de junio una carta a Sangro enviándole los
pasaportes para las fragatas que habían de trasladarse a América con objeto de con-
seguir la adhesión de aquellos territorios al alzamiento. El 5 de julio nombró a Mr.
Charles Stuart agente de Inglaterra en Galicia. Stuart fue primer representante
diplomático de Inglaterra en España18. Dicho nombramiento se lo comunicó
Canning a Sangro en carta fechada aquel mismo día19. El “Foreing Office” redactó
unas instrucciones para Stuart en el cumplimiento de su misión, en las que se le
advierte que era agente privado del Gobierno inglés en España, tanto para infor-
marle de lo que ocurriera como para servir de comunicación con los españoles.
Además se le encargaba procurar que se reunieran Cortes y se constituyese un
Gobierno que pudiera ser reconocido por Inglaterra y ante el cual Su Majestad
Británica pudiera tener un agente diplomático. Este nombramiento de Stuart fue
15
Archivo Histórico Nacional. Legajo 69. Carpeta C, núm. 88.
16 Archivo Histórico Nacional. Legajo 71. Carpeta B, núm. 19.
17
Archivo Histórico Nacional. Fernando Antón del Olmet, ob. cit., t. III, pág. 49.
18 Archivo Histórico Nacional. Legajo 69. Carpeta A, núm. 1.
19
Archivo Histórico Nacional. Legajo 71. Carpeta B, núm. 13.
380
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
381
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
***
23
Archivo Histórico Nacional. Legajo 68. Carpeta A, núm. 4.
382
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
***
guno de éstos llegó a ejercer su misión porque, como Portugal no envió embajador,
la Junta Central permitió que continuase Tenorio con su simple rango en forma
provisional.
Lo más importante de las relaciones entre España y Portugal se refiere a las
repentinas peticiones de armas y víveres al país hermano, cuando éste estaba en
iguales o peores circunstancias que nosotros, por lo que puede decirse que nuestra
representación diplomática en Lisboa era algo así como una agencia de compra.
Para ayudar en tal misión a Tenorio, la Junta Central envió diversos representantes
extraordinarios que más bien entorpecieron su labor, y se explica todavía menos,
puesto que los enviados eran militares que hubieran podido estar mejor mandan-
do tropas, teniendo en cuenta que el propio Tenorio era coronel de Artillería.
La retirada ante la segunda invasión francesa hizo que la Junta Central se des-
integrara en el aspecto burocrático y político, dando ocasión a que algunas juntas,
como la de Extremadura, viniese a ejercer de diplomáticos de ocasión.
En resumen: podemos decir que la misión de nuestro representante se limitó,
como hemos dicho, a la infructuosa labor de buscar armas y pertrechos y a evitar
intromisiones de Juntas Provinciales y de mandos militares españoles. Sin embar-
go, la acción puramente política internacional será a cargo del representante portu-
gués ante la Junta Central, quien tenía, probablemente, instrucciones de su
Gobierno que no eran pura y simple cuestión militar de acción común contra el
invasor. Nos referimos a la intriga urdida por la infanta española D.ª Carlota-
Joaquina, esposa del regente de Portugal, mujer de gran imaginación y dudosa mo-
ral política, que quizá provocó la caótica situación de España para sacar el mejor
partido posible en su provecho.
Para conseguir sus fines intentó, primero, crear un imperio americano bajo su
cetro, a expensas de las provincias ultramarinas de Portugal y de España, llegando
en esta línea incluso a lanzar una circular a nuestros virreinatos. Fracasó este inten-
to por la patriótica actitud de la Junta Americana; trató de conseguir la Regencia de
España para sí misma, e incluso el reconocimiento de derechos sucesorios en el
caso de que desapareciese su hermano Fernando VII. Estos dos puntos y la suble-
vación de Olivenza fueron las instrucciones concretas que se dieron al primer
ministro plenipotenciario portugués, D. Pedro de Souza, cuya acción se rectificó por
otra realizada por el ministro de Estado portugués, Sousa Coutinho, que desde Río
de Janeiro intervino directamente cerca del virrey de Buenos Aires, Liniers, para
conseguir el reconocimiento de la soberanía de D.ª Carlota-Joaquina. Todo fracasó,
como habíamos dicho, por la patriótica actitud de las Juntas Americanas, y, en este
caso concreto, por el Cabildo de Buenos Aires.
Pero los portugueses, o, mejor dicho, los brasileños (pues la Corte estaba ins-
talada en Río de Janeiro) no vacilaron en aprovechar las operaciones de la infanta
387
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
española para conseguir algo más positivo y realizable, como era su viejo sueño de
incorporar al Brasil la Banda Oriental del Río Uruguay del territorio que hoy com-
prende la nación del mismo nombre, llegando a una especie de clámite del Cabildo
de Montevideo como medio de conservar el territorio en depósito mientras durase
la invasión francesa.
Es posible que incluso Inglaterra y Portugal estuvieran secretamente de acuer-
do para una medida de tal naturaleza, pero una imprudencia de la infanta Carlota-
Joaquina vino a poner al descubierto sus manejos, y, viéndose descubierto, el
embajador inglés reaccionó apartándose de la intriga, con lo que, de momento, se
evitó la pérdida anticipada de aquellos territorios españoles. El Real Decreto de
18 de febrero de 1809 nombraba virrey de Buenos Aires a D. Baltasar Hidalgo de
Cisneros, con tajantes órdenes de restablecer el orden.
El embajador Sousa, por su parte, el 24 de septiembre de 1809 envió una nota
a D. Martín de Garay, secretario de Estado de la Junta Central, en la que se expo-
nían los siguientes puntos:
1.º La reafirmación de los derechos de la infanta al trono y, por tanto, a la
Regencia.
2.º La prioridad para lo último, por ser la más próxima pariente de Fernando VII
que estaba en libertad.
3.º Posibilidad de unión de los dos países ibéricos con D.ª Carlota-Joaquina en
el trono español.
4.º Garantía de unión que supondría la infanta frente a las pasiones políticas
del momento.
5.º Influencia de la princesa del Brasil en América.
6.º Rechaza cualquier idea ambiciosa frente a Fernando VII y sus derechos. La
nota terminaba pidiendo que la Regencia se entregase, por todas las razones
expuestas, a D.ª Carlota-Joaquina, y que mientras ella llegaba de América se nom-
brase un reducido Consejo de Regencia.
La importancia de esta nota nos exime de todo comentario. Comunicamos úni-
camente que no puede Portugal quejarse de que Castilla o España han pretendido
absorberla. También Portugal, cuando ha podido, como en esta ocasión, intentó
hacer lo mismo, lo que demuestra que la unión peninsular no es una idea tan des-
cabellada.
La acción de Sousa fracasó, aparte de la exposición española, porque cometió
la ingenuidad de informar de ello al embajador inglés ante la Junta, Mr. Frere, y
éste, en cumplimiento de posibles instrucciones recibidas de su Gobierno, se encar-
gó de torpedear la propuesta.
Finalmente Sousa intentó formar un tratado hispano-portugués de alianza
concebido en los siguientes puntos:
388
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
389
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
2.º Si España era ocupada totalmente por los franceses, debía conseguir el tras-
lado del Gobierno a América, para lo cual Inglaterra facilitaría el transporte y vela-
ría por la integridad de aquellos territorios.
3.º Debía informarse de la clase, calidad y cantidad de las fábricas establecidas
en América, así como de la importancia del comercio con los puertos españoles,
manifestando los casos en que este comercio sería beneficioso o perjudicial para
Inglaterra; también debía enviar los precios corrientes de los productos que se ven-
diesen en los puertos españoles.
4.º Cesó de ir a España un ejército inglés a auxiliar; su comandante no podría
firmar con el enemigo convenios que afectasen a los derechos del Gobierno espa-
ñol, salvo autorización de éste o del comandante jefe español.
5.º Debería tener siempre presente la importante fortaleza de Gibraltar, sin dis-
traer nunca de ella su atención; el gobernador de la plaza tenía orden de informar-
le de cuanto allí ocurriera.
6.º Había de estar en constante comunicación con los demás representantes de
S. M. en las Cortes extranjeras, para su mutua información y ayuda.
7.º Debía estudiar las disposiciones, intereses y sentimientos políticos de los
principales personajes constituidos en autoridad en España, especialmente los
encargados de las funciones de ministro de Estado para formar juicio de sus res-
pectivas miras, capacidad y poder, como asimismo de la influencia que cada uno de
ellos tuviera o pudiera llegar a tener en España; al terminar su misión entregaría
una relación de lo ocurrido en España durante su estancia, con especial noticia del
carácter y condiciones de los ministros del rey católico, sus mutuas amistades o
diferencias, sus inclinaciones respecto a los soberanos y países extranjeros, y todas
las observaciones pertinentes para el cabal conocimiento del estado de los asuntos
de España.
8.º Debía hacer saber a las Juntas la imposibilidad de mantener relaciones
diplomáticas regulares entre España e Inglaterra mientras no hubiera una autori-
dad central fuerte y universalmente reconocida, lo que no quería decir que en caso
contrario faltase el apoyo de Inglaterra, desde luego debía abstenerse de inmis-
cuirse en la política interior, sobre todo en lo que se refiriese a las negociaciones
para el establecimiento del poder central.
Con fecha 5 de octubre se le entregó una ampliación a las instrucciones sobre
dos puntos concretos. El primero se refería al problema de la Regencia en España,
y el segundo, a la política hispanoamericana. Respecto al primero, debía hacer cons-
tar que Inglaterra no tenía nada que ver en el viaje del príncipe Leopoldo de Sicilia
a Gibraltar, aunque, si la nación española lo quería, no había ningún inconvenien-
te en que la Regencia recayese en manos de un príncipe de la Casa de Sicilia. En
cuanto a la princesa de Brasil, las instrucciones se extendían en interpretaciones
390
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
24
Archivo Histórico Nacional. Legajo 12. Carpeta B, núm. 1.
391
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
podemos menos de abrazar el partido que nos proponga. La Junta Suprema determi-
nará sobre este particular lo que juzgue más conveniente; teniendo la consideración
que todo lo que se haya de pactar en el día puede no convenir en lo sucesivo y pues,
si la necesidad nos obliga a tomar un partido, las circunstancias pueden variar de un
momento a otro y hallarnos comprometidos a términos de no podernos aprovechar
de ellas. Por lo mismo dicta la prudencia que en la terrible lucha en que nos hallamos
empeñados se pacte todo aquello que convenga para salir gloriosamente de ella, pero
sin atarnos las manos para lo sucesivo”. Las instrucciones continúan diciendo que
debía prometerse a Inglaterra no renovar la alianza española con Francia, y “esto
debería establecerse como ley fundamental de la Monarquía, aun cuando por una
hipótesis volviera a reinar en Francia la antigua familia de Borbón o una rama de la
reinante en España, pues la localidad de nuestra Península pone al abrigo de todo in-
sulto de parte de las demás Potencias Europeas, y nunca puede haber reciprocidad
en la alianza”. Advierte a renglón seguido que la alianza ofensiva y defensiva con
Inglaterra debía ser temporal. “Se reduce, pues (dice), lo que ahora debe tratarse con
Inglaterra a declarar la paz con todas las formalidades de estilo, insertando en el
Tratado algún artículo en que se estipule que las dos potencias contratantes se ofre-
cen a arreglar de común acuerdo sus intereses respectivos sobre bases liberales y cual
corresponde a la íntima unión y amistad que felizmente se ha restablecido, luego que
se vean libres del pérfido enemigo que están combatiendo. También sería oportuno
insertar un artículo en que se estipulase la garantía recíproca de las posesiones y
dominios de una y otra Potencia, especialmente en América, durante la actual guerra
y hasta que se haya hecho la paz con Francia de común acuerdo”.
El texto resumido del Tratado se concibió en los siguientes términos:
El artículo primero declaraba la paz con completo olvido de todo lo anterior-
mente habido entre las dos naciones. El artículo segundo regulaba la mutua devo-
lución de las presas marítimas hechas con posterioridad a la declaración de 4 de
julio. El artículo tercero establecía el compromiso de ayuda por Inglaterra, además
de la promesa de no reconocer otro rey que Fernando VII. La Junta se comprome-
tía a no enajenar a Francia territorio alguno de la Monarquía por ninguna de las
partes, como no fuera de mutuo acuerdo. Por último, el artículo quinto prescribía
que la ratificación había de hacerse antes de dos meses.
Los dos articulados separados llevaban la misma fecha del Tratado y se limi-
taban a establecer el compromiso de España de que sus escuadras y la francesa cap-
turada en Cádiz no caerían en manos de Francia, y que para la ayuda inglesa se
ajustaría un nuevo Tratado.
El último articulado añadido se firmó el 21 de marzo de 1809, y en él se inclu-
yó la cláusula comercial que Canning quería introducir en el Tratado principal, pero
que Apodaca se negó a ello alegando carecer de poderes; pero, al fin, la Junta lo
393
GERARDO LAGÜENS MARQUESÁN
admitió. Se reconocía que las circunstancias no eran lo más a propósito para tratar
de cuestiones comerciales, pero mientras llegaba el momento de suscribir un
Tratado comercial, ambas partes se darían mutuas facilidades en este aspecto por
medio de reglamentos provisionales.
El último artículo nacional referente al comercio no se llegó a cumplir, pero en
realidad de ello nos podemos felicitar los españoles, porque nos evitó caer en la
trampa en la que cayó Portugal con el Tratado de 1810, que particularmente supo-
nía el someterse el país hermano al vasallaje de Inglaterra, situación en la que vivió
hasta el régimen de Salazar.
Para la misión de la firma del Tratado se comisionó a Cevallos como embaja-
dor extraordinario ante Londres para dar las gracias al rey inglés por la ayuda reci-
bida. Terminada esta misión, continuó viviendo en Londres, quizá huyendo de la
guerra, en la situación extraña de ser un subembajador con Apodaca.
Inglaterra pretendió Cádiz, desembarcando al efecto tropas, llegando incluso
a presentar inesperadamente una escuadra en el puerto gaditano que estuvo a
punto de provocar un grave conflicto soslayado por la Junta Central, que informó
al ministro plenipotenciario inglés que era conveniente que dichas tropas des-
embarcaran en otras playas y atendiesen a las mismas, y no hacerlo en Cádiz, que
estaba suficientemente guarnecido por los españoles.
Sólo por pura fórmula desembarcó un regimiento que fue enviado a Sevilla,
pero que no combatió, aunque se le hicieron diversas sugestiones de que se incor-
porase al frente de Extremadura. Esta misión correspondió a la habilidad del mar-
qués de Villel, miembro de la Junta Central, y a la inesperada y providencial muer-
te del coronel Srut, jefe de las fuerzas inglesas que pretendían desembarcar.
El ministro Frere intervino más de lo debido en la política interna española, si
bien hay que reconocer que los propios miembros de la Junta andaban buscando
su apoyo en diversos momentos. El desastre de La Coruña obligó al Gobierno
inglés a relevarlo, siendo sustituido por Wellesley con fecha 29 de abril de 1809, a
quien se dieron las siguientes instrucciones:
1.ª Hacer presente el deseo sincero de cumplir todos los deberes de la alian-
za e integridad de la Monarquía española.
2.ª Evitar cualquier apariencia de deseo de intervenir en los asuntos internos
de España; pero como la Junta Central repetidas veces había solicitado ayuda y
consejo de Inglaterra, los daría tanto en el orden político como en el civil, pero
siempre sin forma autoritaria para evitar recelos.
Debía aprovechar cualquier ocasión para aconsejar una política más liberal en
las cuestiones de Gobierno interior y en las comerciales. Debía aconsejar a la Junta
que las reformas en este sentido las hiciera ella y no las Cortes, para evitar una pér-
dida de autoridad.
394
Relaciones internacionales de España durante la Guerra de la Independencia
396
GREAT BRITAIN AND THE WAR OF INDEPENDENCE
by
In the Spring of 1808 nothing in the international situation seemed less pro-
bable than an Anglo-Spanish alliance. For several years the two countries had been
at war, largely due to the foreign policy of Manuel Godoy, Prince of the Peace, who
wished at all cost to keep on good terms with Napoleon, and friendship with
Napoleon inevitably meant war with Great Britain. At the same time it would be
useless to pretend that Britain had always been a good friend to Spain, so it was by
no means unnatural that many Spaniards should have been Anglophobe in their
sentiment, and this provided a certain specious popular support for Godoy’s policy.
As Spain and England were in a state of war communication between the two
countries was neither easy nor rapid, and all the evidence goes to show that the Dos
de Mayo itself came as a surprise to the British Government. On the other hand it
is clear from private correspondence that the few British residents in Madrid were
far from being taken by surprise when the storm burst, for there had been premo-
nitory symptoms of it. One of them was the action of General Castaños, who was
in command at San Roque. In April he had made up his mind to oppose the
Francophil policy of his Government, and with this endin view he opened up com-
munications with the British Governor of Gibraltar, who supplied him with arms
and ammunition for his purpose, while the mercantile community in Gibraltar itself
raised a loan of forty-two thousand dollars.
In June two representatives of the Junta of Asturias arrived in England, and
from the very first there was no doubt about the warmth of their reception. They
were the Vizconde Materosa and Don Diego de la Vega, the latter a naval officer,
and they found themselves little short of national heroes. George Canning, who was
then Foreign Secretary, gave them an official reception at his house in Kensington,
then on the outskirts of London, and introduced them to Sir Arthur Wellesley, the
future Duke of Wellington. In those days, as now, the City of London was the finan-
cial centre of Great Britain, and it was not to be outdone in its enthusiasm for the
two delegates from Asturias. A banquet was accordingly held in their honour at the
City of London Tavern, and at this dinner no less than four hundred people were
397
SIR CHARLES PETRIE
surrender to Castaños with twenty thousand men. In reality, as we now all know,
the victory had been achieved by the regular Spanish infantry, always renowned for
its hard fighting qualities, but at the time it was generally believed to have been
won by armed peasants, and the news that the French veterans had been defeated
by such means aroused the greater enthusiasm. Nor was this all, for it increased still
further the unthinking optimism which prevailed in England and among the
Spanish patriots.
The British expeditionary force under Sir Arthur Wellesley was an extremely
small one considering the task with which it was entrusted, namely to co-operate
with the Spaniards in driving the French back across the Pyrenees. It consisted of
nine thousand men who had been assembled at Cork for an expedition to South
America together with a couple of weak brigades which joined it at sea. It was
without any proper organization, and it included no more than half a regiment of
cavalry. On the other side the French in Spain and Portugal were about a hundred
and twenty thousand strong, and they were in possession of all the Portuguese, and
most of the Spanish, fortresses. Nor was this all, for there was a considerable reserve
at Bayonne, and behind this was the grande armée consisting of four hundred thou-
sand of the best troops in the world, led by one of the greatest generals of all time.
The British Government gave Wellesley the option of landing either in Spain
or Portugal, so he went ahead of his fleet of transports in order that he could deci-
de on the spot which would be the better course to take. He landed at La Coruña
on July 20th, 1808, but he was assured by the local authorities that in spite of the
disaster of Medina del Río Seco they had no need for the assistance of him or his
army. Accordingly, he decided to land in Portugal, but before he left he gave the
Galician Junta two hundred thousand pounds in English money and a liberal
supply of arms as evidence of his good intentions.
If the British army was small, it was commanded by one of the greatest gene-
rals that Britain has produced. At this date Wellesley was only thirty-nine years of
age, but he had already seen a great deal of active service. His country and France
had been at war most of the time since 1793, so there had been no lack of oppor-
tunity for a young officer to study his profession. In his extreme youth Wellesley
had been at a French military academy, for in those days there was nothing of the
sort to be found in England; this experience was a valuable one, for not only did
Wellesley master the French language, but he learnt much of the psychology of
those against whom he was to fight in later years. That was before the French
Revolution, and when war broke out against Revolutionary France he served
through several campaigns in the Low Countries. He then went for a time to India,
where he witnessed an entirely different type of warfare; however, he soon maste-
red its technique, as was proved by the great victory which he won over the
Mahrattas at Assaye. On his return to Europe he had a command in a small British
force which was sent to Denmark, and there he again distinguished himself. In
spite, then, of his youth as judged by modern military standards, Wellesley was a
capable and experienced commander when he came to the Peninsula.
399
SIR CHARLES PETRIE
When he discovered that his services were not required at La Coruña he went
on to Portugal where he landed at Mondego Bay. The French under General Junot
were in possession of Lisbon, and General Delaborde was ordered to stop the
British advance: this he endeavoured to do, but was defeated by Wellesley at Roliça.
Junot thereupon took the offensive himself, only to meet with the same fate at
Vimiero. This proved to be the end of that particular campaign so far as Portugal
was concerned, for Sir Hew Dalrymple, who had succeeded Wellesley in command,
signed the Convention of Cintra by which the French army was to surrender
Lisbon and the other Portuguese fortresses intact, but was to be allowed to return
to France with its arms and baggage at the expense of Great Britain.
Meanwhile there had been tentative moves for Anglo-Spanish military co-ope-
ration in Andalucía where Castaños had come out in support of the Junta at Seville.
There was a force of about five thousand British troops at Gibraltar under a
General Spencer, and the original plan was that they should be used to collabora-
te with the Spanish forces in the defence of the province. The immediate threat
from the French was removed by the victory at Bailén, but all the same General
Spencer was very desirous of putting a garrison into Cádiz in order to be the bet-
ter prepared in case the enemy should renew his advance. The Junta, however, was
by no means so eager to see the British in Cádiz, for it foresaw a difficulty in get-
ting them out again. At this point, however, Spencer received orders from Wellesley
to join him in Portugal, which he did at the beginning of August, and in consequen-
ce from that date there was no mobile British force available in the South of Spain.
Such was the immediate response of the British Government to the Spanish
appeal for assistance. In addition to the despatch of Wellesley’s expeditionary force
there has also to be taken into account the work of the British Navy. At innumera-
ble points along the extensive coast-line British men-of-war were aiding the patriots
with arms, ammunition, and money from the very commencement of hostilities, and
although this assistance was in no way spectacular it was none the less effective.
As there was now a lull in the fighting the authorities both in Madrid and in
London decided to take advantage of the opportunity to place Anglo-Spanish rela-
tions upon a more regular footing. At the request of Canning the two Asturian
deputies, that is to say the Vizconde Meterosa and Don Diego de la Vega, through
whom all diplomatic business in London had been transacted, were recalled, and
in their place arrived Admiral Apodaca as minister plenipotentiary. It was at this
time, too, that Hookham Frere took up a similar post with the Junta Central at
Aranjuez. In addition a number of British agents were sent from London to work
with the Spanish patriots, and these men, being on the spot, often exercised a con-
siderable influence upon the course of events. Some of them, it may be added were
civilians and some were soldiers, but in the exigencies of the times they all had on
occasion to act in both capacities.
At their head was Charles Stuart, who was to prove himself one of the greatest
British diplomatists of the early nineteenth century, and who was later to be ambas-
sador first to France and then to Russia. He was accredited first of all to the Junta
400
Great Britain and the War of Independence
of Galicia, and he arrived at La Coruña on July 20th: he stayed there for a month
after which he accompanied the Junta to Lugo, and from Lugo he went to Madrid.
Under Stuart were a number of lesser agents such as Hunter who was stationed at
Gijón, and Duff whose head-quarters were at Cádiz. Their task was to distribute
money, arms, and equipment to the Spaniards as required, and it must be confessed
that some of them proved far from satisfactory, while there were times when Stuart
experienced difficulty in maintaining his authority over them. All the same it was
reckoned that between June and the autumn the Spanish patriots had been supplied
by Great Britain with two hundred thousand muskets and sixteen million dollars,
besides a vast quantity of ammunition, clothing, and other necessary supplies.
The military agents were of two classes, namely those sent out by the British
Government, and those employed by the British generals in the field. Their activi-
ties were widely extended after the French had evacuated Portugal by the terms of
the Convention of Cintra at the end of August, and the way seemed open for the
commencement of operations in Spain. With the object of putting the relations bet-
ween the British forces and the Spanish patriots on a regular footing Lord William
Bentinck, a somewhat eccentric character, was sent to Madrid to act as what to-day
would be termed the head of a military mission to ensure the maximum amount of
co-operation between the allied armies. Largely as a result of his efforts officers of
general rank were appointed to various districts, and under them were younger
men who served with the Spanish forces in the field. It was the duty of all of them
to keep the British commander-in-chief, and through him the British Government,
informed of the course of events in the areas in which they were stationed.
Thus by the autumn of 1808 there were a number of encouraging factors from
the Anglo-Spanish point-of-view, and everything appeared to be in readiness for a
campaign which should drive Napoleon’s armies back across the Pyrenees. On
October 6th the plans of the British Government reached Lisbon, and they provi-
ded for a force of thirty thousand infantry and five thousand cavalry to be emplo-
yed in the North of Spain; of these ten thousand were to come direct from England,
and the remainder from the British army in Portugal. This sounded all very well on
paper, and hopes ran high-far too high-both in London and in Madrid. There was
a combination of over-confidence on the one hand and under-estimation of the
enemy on the other, and this was bound to lead to disaster.
The British commander-in-chief was Sir John Moore. At this date he was forty-
six years of age, he had seen a great deal of service both in Europe and the
Americas; and he was one of the finest trainers of men that the British Army has
produced. He had been born in Scotland, and, although the firmest of disciplina-
rians, he was adored by his men. At the same time Moore suffered from three weak-
nesses. In the first place he was none too popular with some influential members
of the British Government, notably with the Foreign Secretary, and in consequen-
ce he never had the free hand which Wellesley was to enjoy in the later stages of
the war; secondly he was on bad terms with Hookham Frere; and thirdly he was
himself a pessimist by nature.
401
SIR CHARLES PETRIE
As his instructions were to co-operate with the Spanish forces holding the line
of the Ebro he decided that his first move should be on Almeida and Ciudad
Rodrigo, and in spite of every draw-back the first British regiment set out from
Lisbon for Spain only four days after Moore had taken over command. He fully rea-
lized the psychological effect upon his allies of the knowledge that he was on the
march to their assistance, for he wrote to the British Government, when describing
his difficulties, “I am, however, sufficiently aware of the importance of even a name
of a British army in Spain, and I am hurrying as much as possible”. Accordingly, he
left the Portuguese capital on October 26th, 1808, and directed his march to
Salamanca, which he had decided was the most suitable place for his concentration;
once that had been effected he proposed to move on to Valladolid, and to make
that his base for the operations which were to be conducted in conjunction with
his Spanish allies. Owing to the state of the roads he was obliged to divide his for-
ces, which then proceeded to Salamanca by different routes; however, he reached
that city without mishap on November 13th. On the other side of the Pyrenees the
French Emperor was gathering his veterans to sweep the British once more off the
mainland of Europe.
Almost the earliest news which reached Moore at Salamanca was that one
Spanish army had been defeated, another had been forced back. Burgos was in the
hands of the French, and enemy cavalry were in Valladolid, only sixty miles away.
It had been part of Napoleon’s policy to lull his enemies into a state of security until
he could strike with all his force. For some days the road from Burgos to Vitoria
had been encumbered with the advancing columns of the Grande Armée, and on
November 3rd Napoleon himself arrived at Bayonne. He stayed there for five days,
left the town on the morning of the 8th, and reached Vitoria that same evening. The
curtain was about to go up on a very different drama from that which the states-
men of London and Madrid had in mind.
While these events were taking place the force which was being sent from
England had landed in Galicia under the command of Sir David Baird; it then duly
began its march to join Moore, but by the third week in November the van had
only reached Astorga. All this time Moore was waiting at Salamanca for the third
British force which was coming from Lisbon by another route, and as he waited
bad news began to reach him. On November 28th he heard that Castaños had been
heavily defeated at Tudela five days before, and the news seems completely to have
unnerved him. He issued instructions for Baird’s force to fall back on the coast, and
he announced his own intention of retiring to Portugal as soon as the third British
army joined him. Moore had been much criticized for his procrastination at
Salamanca, and it is difficult to dismiss this criticism as irrelevant… It is true that
in the eighteenth century war had been a slow-motion affair, and with all his vir-
tues Moore was very much of an eighteenth-century general, but even so he daw-
dled at Salamanca for what seems to have been an unconscionable time. On the
other hand it has to be remembered that he was in the dark as to what was really
happening in the other parts of Spain; even the most important news took days to
402
Great Britain and the War of Independence
reach him; and he was confronted by one of the greatest soldiers of all time with
an immeasurably superior veteran army behind him. This may have been a reason
for Moore’s vacillation; whether it was also an excuse is another matter.
However this may be, the last days of November dragged out very slowly while
the British commander-in-chief waited for the other column to join him, and his
officers and men chafed at the thought of retreating before an enemy whom they
had not even seen. Then Moore changed his mind again, for on December 2nd he
received a request from the Marqués de la Romana from León asking him to join
him, while two days later the longawaited British force from Lisbon marched into
Salamanca. Moore then decided upon action: a dispatch was sent to Baird to sus-
pend his retreat to La Coruña, and to reoccupy Astorga: and the British forces in
Salamanca were set in motion for one of the most famous campaigns in history.
By this time all hope of co-operating with the Spanish armies holding the line
of the Ebro had vanished, for that line had been forced by the French, and
Napoleon was in Madrid, but all the same Moore decided to make a raid on
Valladolid, or even Burgos in the hope that this threat to the enemy’s communica-
tions might be of some help to his allies. At this point an intercepted letter gave him
the information that Marshal Soult was about to invade León, so Moore altered his
plans in favour of a strategy which he hoped would result in Soult being trapped
between his army and that of La Romana. On December 18th, it may be noted,
Moore effected a junction with Baird. For a brief space all seemed to promise well,
but Napoleon was not long in discovering what was afoot, and Moore, the hunter
of Soult, became the quarry himself. The French Emperor saw an opportunity of
crushing the British once and for all, and he had at his immediate disposal a force
of not less than seventy thousand infantry, ten thousand cavalry, and two hundred
pieces of artillery. He at once set this army in motion against Moore, who realized
that if he was not to be forced to fight in hopeless circumstances he must run for
his life.
There have been three famous retreats in the history of the British Army. One
is that to La Coruña; the second is that from Mons to the Marne in the First World
War; and the third is that to Dunkirk in the Second World War. Of the three that to
La Coruña was undoubtedly the most difficult, for it took place in the winter and
in very mountainous country, and what would anyhow have been a very difficult
operation was made a great deal more difficult by the continuing decline in the
morale of a number of the British troops. The French pursuit, moreover, was inexo-
rable, and Soult, whom Napoleon had entrusted with the operation after he him-
self had abandoned it, saw to it that his cavalry and light troops were never far from
Moore’s rearguard. Nevertheless, after suffering very considerable hardships the
British did at last manage to reach La Coruña, where they were able to embark for
home, but only after a battle with their pursuers in which they were victorious, but
in which Moore lost his life. His generalship in this campaign will doubtless be a
subject of controversy for all time, but perhaps the last word may be left with his
great adversary. Napoleon, who has given it as his opinion that if the British com-
403
SIR CHARLES PETRIE
mander-in-chief did commit a few trifling errors they were due to the peculiar
situation in which he was placed, but that his talents and firmness saved the troops
under his command from destruction.
The opening weeks of 1809 were thus far from happy ones for those respon-
sible for the conduct of British policy. The fate of Moore seemed to point to the
conclusion that intervention in Spain was doomed to ultimate failure, as had been
all previous attempts to remain on the mainland of Europe during the past fifteen
years, and the Opposition was declaring vehemently against the whole idea of cam-
paigning in Spain or Portugal. It was true that Napoleon himself had returned to
Paris in preparation for the war against Austria, but the British forces remaining in
Portugal under the command of Sir John Craddock, although they still held Lisbon,
were not only without funds and supplies, but were threatened in the North by
Marshal Soult’s occupation of Oporto and on the East by the presence of Marshal
Victor’s army in the Tagus valley. In these circumstances it is in no way surprising
that the British Government should have seriously considered the advisability of
evacuating the Peninsula altogether, but before they came to a final decision they
asked Wellesley for his views.
Wellesley advised that as long as the Spaniards continued to resist a British
force in the country would be extremely useful to them, “and might eventually
decide the contest”. Not only did the Government adopt this advice but they
appointed its giver to the command of the expeditionary force, and he arrived in
Lisbon on April 22nd, 1809. In the meantime Frere had been replaced as the
British representative in Spain by Wellesley’s brother, the Marquess Wellesley, but
before he left he negotiated, on Canning’s instructions, a treaty of alliance with the
Junta Central by which both parties agreed never to make peace with Napoleon
except by common consent.
For the next five years Wellesley had full charge of the British campaigns in
Spain and Portugal, and it was fortunate for him that during this period the Earl of
Liverpool was first of all Secretary of State for War and then, from 1812 onwards,
Prime Minister. No commander-in-chief in the field has ever received more loyal
and consistent support from a minister at home than Wellesley received from him.
Such support was by no means always easy to give. As time passed, and a decision
seemed as far away as ever, grumbling became widespread: Napoleon’s sun was still
high in the heavens, and there was much criticism of a policy which appeared to
have no other end than to keep the British Army permanently and uselessly locked
up in the Peninsula. As was to be the case in the First and Second World Wars of
the present century there was the demand for the opening of another front which
promised more speedy results; sometimes the Government had to give way to this
agitation, with the result that the Walcheren expedition was forced upon them the
precursor of those to Gallipoli and Greece in 1915 and 1941 respectively.
Liverpool was no believer in what a later generation would have described as
“side-shows”, that is to say minor campaigns calculated to divert men and supplies
from the main theatre of war in the hope of winning cheap laurels elsewhere. In the
404
Great Britain and the War of Independence
summer of 1810 he made this very clear to Wellington, as Wellesley became after
the battle of Talavera, in a letter in which he said that “when he accepted the seals
of the War Department, he laid it down as a principle that, if the war was to be con-
tinued, we ought not to suffer any part of our efforts to be directed to other
objects”. Yet in his earlier days at the War Office among his colleagues there were
few upon whom he could rely. The Prime Minister, Spencer Perceval, was vacilla-
ting, and the other members of the Cabinet were only too liable to be swayed this
way and that by the opinions they heard expressed in the lobbies of the House of
Commons, the clubs, and across the dinner table. The Whig Opposition was defi-
nitely hostile. In his support of Wellington it was not an easy row that Liverpool
had to hoe, and he was thoroughly justified in writing, in September, 1810: “The
truth is the contest could never have been maintained in Portugal through the win-
ter and spring if it had not been for the determination of the Government to per-
severe in it at all risks to themselves, against not only the declared opinions of their
opponents but the private remonstrances of their friends”.
It must also be admitted that Wellington was not always the easiest man with
whom to work. From time to time the difficulties with which he was faced induced
a state of despondency which provoked him into a statement to the effect that “he
had long been of opinion that a British army could bear neither success nor failu-
re, and that their present conduct proved the truth of this judgment”. On another
occasion he described his soldiers as “the scum of the earth”. In these circumstan-
ces it is difficult to resist the conclusion that too much emphasis has been placed
by English historians upon Wellington’s complaints against his Spanish allies.
Admittedly he was at times impatient of colleagues like Cuesta, and he made no
attempt to disguise his exasperation with the politicians at Cádiz, but he was just
as outspoken about what seemed to him to be the shortcomings of the British
Government or the behaviour of his own soldiers. He was not the man to suffer
fools, or those whom he considered fools, gladly, and he said what be thought
about those with whom he disagreed irrespective of whether they were Spaniards,
Portuguese, or British.
On the other hand there can be no doubt that one of the greatest British assets
throughout the war was Wellington himself. He was probably a better tactician than
a strategist, for in the latter capacity he compared unfavourably with Napoleon and
Marlborough, and did not follow up his victories as they would have done; in this
respect, however, it must be remembered that he was short of cavalry, and that what
he had was neither of the best quality nor well led. As a tactician he was superb,
and he exploited to the full the superiority of the line over the column. At Talavera,
and still more at Busaco and Albuera, it became obvious to all the world that the
attack in battalion column, even if preceded by a vigorous swarm of skirmishes,
could never succeed against the British formation in line. At Talavera and Busaco,
it is true, the French attacked uphill, and so were able to lay the blame for their
defeat upon the unfavourable ground; but at Albuera the British brigades drove
double their own numbers from the commanding ridge on which Soult had ran-
405
SIR CHARLES PETRIE
ged them simply by the superiority of their musketry fire; after that there was no
longer any possibility of disguising the moral. Yet, strange to say, the French igno-
red it to the very end, and never more disastrously than at Waterloo.
No account, however; brief, of the British participation in the Guerra de
Independencia could be complete without some mention of the part played by the
Guerrilleros, for they were of an assistance to Wellington which it would be impos-
sible to exaggerate. During the earlier years of the struggle he was always inferior
in numbers to the French, and it was only by striking a sudden blow from time to
time at one enemy group or another that he was able to effect anything, for once
the enemy began to concentrate against him he had to fall back on Portugal and on
his base at Lisbon. The main Spanish armies, through no fault of their own, had
been put out of action long before he appeared in the country, and the only effec-
tive resistance being made to the invader was that of the guerrilleros. They tied
down the French troops in the districts in which they were operating, and thus
made it extremely difficult for Napoleon’s generals to combine against Wellington,
which was the only way to defeat him. Co-operation with the British was also much
more complete than is always supposed. This was especially the case in the
Cantabrian highlands, where dwelt Longa and Porlier with bands which assumed
the proportions of small armies. They could communicate with the sea at any one
of a dozen petty ports, and draw arms and supplies from the British cruisers in the
Bay of Biscay. In the East of Spain events took the same course, though there the
support of the British Navy was even more effective, for the roads upon which the
French were compelled to rely were often within the range of the British guns.
Marshal Suchet would have had plenty of trouble if he had only had to deal with
the guerrilleros, but his task was vastly complicated by the aid which they received
from the British men-of-war who were continually lying off the coasts of Catalonia
and Valencia.
Whether Wellington was on the defensive or the offensive the guerrilleros were
his eyes and ears: they provided information for him, and they saw to it that the
French operated, as it were, in the dark. Few generals in the course of history have
had such advantages in the matter of military intelligence as this. Wellington used
to claim that he could always tell what was happening “on the other side of the hill”,
and the claim was just; but that it was just was due to the Spanish people.
Such were the factors, favourable and unfavourable, with which the British
Government and the British commander-in-chief had to deal, and it is against this
background that the war itself must be considered: “the details of the successive
campaigns do not call for detailed analysis in this place. After his initial blow at
Talavera in 1809 Wellington had to fall back into Portugal, for it was clear that to
attempt any further offensive would be to court disaster. The French were in over-
whelming force, and as soon as their armies combined the British general had to
avoid them in the open. Marshal Masséna followed him into Portugal, but was in
his turn held up by the famous Lines of Torres Vedras, from which he was even-
tually forced to fall back. Thereafter conditions slowly but surely began to change
406
Great Britain and the War of Independence
Spain to such an extent that his generals were unable to make head against
Wellington, as the battle of Vitoria was soon to prove. Yet, like Hitler in the closing
stages of the Second World War, Napoleon refused to cut his losses by any aban-
donment of occupied territory so that he was compelled to leave in Spain many a
seasoned veteran whose presence with the grande armée might have made all the
difference in the Russian campaign. The connection between failure in Spain and
failure in Russia was very close.
So ended the War of Independence, and it cannot be stressed too often that
the final victory was due neither to the British alone nor to the Spanish alone, but
to Anglo-Spanish co-operation.
408
EMISIONES MONETARIAS DE LA GUERRA
DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA (1808-1814)
por
Al gran interés histórico que la moneda siempre tiene1 hay que añadir duran-
te la Guerra de la Independencia, que inicia en España la Edad Contemporánea, la
serie de circunstancias políticas y económicas especiales que sitúan en diversas zo-
nas de la Península dos poderes políticos independientes y severas dificultades para
la disponibilidad de metales que provocan auténticas emisiones de monedas de
necesidad2. Es lógico, por consiguiente, que las monedas fabricadas en España entre
los años 1808 y 1814 puedan agruparse, según que fueran emitidas por los ocupan-
tes franceses o por los españoles. A su vez, las monedas mandadas acuñar por las
autoridades francesas proceden de las cecas de Madrid, Sevilla y Segovia, y llevan
en el anverso la cabeza de José I, según las normas en ellas establecidas, mientras
que la Casa de la Moneda de Barcelona puso tipos provinciales sin el nombre ni el
busto del hermano de Napoleón. Por lo que se refiere a sus valores y elementos de
fabricación, entran totalmente en la normalidad de las acuñaciones españolas. En
cambio, las monedas fabricadas por los españoles varían en sus características según
que fueran emitidas por la Junta Central Suprema Gubernativa del Rey y por las
1
A. Beltrán, «La Numismática como ciencia histórica», I Exposición Ibero-americana de
Numismática y Medallística, Barcelona, 1958, Boletín núm. 6, págs. 135-37. Cfs. también Le
Tourneur, Initiation à la Numismatique, Bruselas, 1945, y Ambrosoli, «La Numismatica come
scienza autonoma», Rivista italiana di Numismatica, 1893.
2 Los aspectos jurídico-administrativos de la cuestión pueden verse en J. Lluis y Navas, «La
administración de la moneda española durante la Guerra de la Independencia», Numisma, VIII,
24, Madrid, 1957, págs. 67 a 83; en cuanto a los conflictos de la coexistencia en el comercio de
acuñaciones españolas y francesas, Calixto Vicente, Reducción de las monedas francesas de oro y de
plata a reales de vellón y libras jaquesas con arreglo a las últimas órdenes, Zaragoza, 1818.
409
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
II
3 Aunque con interés solamente marginal para nuestro tema, debemos citar: Raúl da Costa
Couvreur, «Moedas do Principe da Paz Manuel Godoy, como soberano do Principado dos
Algarves», Revista de Arqueologia, Lisboa, II, 1934, págs. 272-275 y 304-305.
410
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
de que debía tratar con Napoleón; viajó hasta Bayona, donde llegó el día 20 de
abril, siendo tratado por el emperador, que esperaba desde el 15, de Príncipe de
Asturias. El 30 de abril llegó Carlos IV con su familia a la misma ciudad francesa,
desarrollándose toda la serie de indignos manejos que son sobradamente conoci-
dos, y que a tan baja altura moral dejaron a todos los participantes en el diálogo.
2 de mayo: Levantamiento popular de los madrileños contra las fuerzas de
Murat; sangrienta represión del día 3. Alzamiento inmediato del pueblo español en
distintas localidades, hasta los días 24 y 30 de mayo, en que se levantan Asturias y
La Coruña, respectivamente.
6 de junio: Decreto imperial, fechado en Bayona, proclamando a José I
Napoleón rey de España y de las Indias.
Junio-julio: Campaña de Andalucía, con paso del puente de Alcolea y saqueo
de Córdoba por el ejército francés (7 de junio), y batallas de Menjíbar (15 de julio)
y Bailén (22 de julio).
20 de julio: Solemne entrada del rey José I en Madrid, proclamado el día 25
como rey de España y de las Indias, con las ceremonias acostumbradas, y, entre
ellas, la de lanzar moneda al pueblo, según la “Gaceta” del 27 de julio, dando cuen-
ta de la proclamación. La noticia es interesante, puesto que nos documenta acerca
de la carencia de piezas especiales de proclamación, por lo que hubo de lanzarse al
pueblo moneda corriente.
30 de julio: Huida de José I, a consecuencia de la capitulación de Bailén, hacia
el Norte, llegando a Miranda de Ebro el 1 de agosto y residiendo después en
Vitoria4.
Murat había puesto en circulación la moneda francesa en Madrid y en la zona
ocupada, desde la partida de Fernando VII hacia Bayona; por uno de sus decretos
se estableció el curso legal de dicho numerario (“Gaceta” del 18 de mayo) confir-
mándose el cambio de moneda por Orden de 5 de junio e introduciéndose el
nuevo escudo de armas con presencia en él de un cuartel para Indias y del águila
de la dinastía napoleónica, por medio de Real decreto, firmado en Miranda el 12
de julio; el 5 de septiembre, otra Real orden, también desde Miranda, disponía la
circulación de la moneda francesa hasta nueva disposición, y daba la tarifa de equi-
valencias, habiéndose difundido este precepto en dos hojas impresas en folio.
4
Para este período son interesantes los trabajos de Tomás Dasí, Estudio de los Reales de a Ocho,
t. IV, Valencia, 1951, págs. 7 a 13 y passim. – Carlos Cambronero, El Rey Intruso, Madrid, 1909.
– A. du Casse, Memoires et correspondence politique et militaire du Roi Joseph, publiés et mis en ordre
par…, París, 1854, 10 vols. – José de Yriarte, Catálogo de los reales de a ocho españoles, Madrid,
1955.
411
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
5 Rada y Delgado, Bibliografía Numismática Española, Madrid, 1886, pág. 242. A. Herrera, El Duro,
Madrid, 1914, t. I, pág. 21.– Prontuario de Leyes y Decretos, Imprenta Real, 1810-1811.
6 A. Herrera, Medallas de proclamación y jura de los Reyes de España, Madrid, año 1882.
7 Catálogo de la colección de Monedas y Medallas de Manuel Vidal Quadras y Ramón de Barcelona,
Barcelona, 1892, con prólogo de Pedrals y Moliné. (Se citará en lo sucesivo Vidal Quadras, o
V. Q.)
8 A. Herrera, El Duro, cit., pág. 149.
412
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
9
Manuel Danvila y Collado, El Poder civil en España, t. IV.
413
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
III
MADRID
Marca M coronada
Se conocen piezas de 8 reales fuertes de plata, llamados ensayos en algunos
catálogos.
Marcas I. G.
Hay piezas de 1809 (Heiss11, número 5, lám. 60). Pieza rara, aunque no con
exceso.
De 1810 (Herrera, núm. 71, lám. III, núm. 4; único ejemplar que conoció);
(Dasí, 102, colección Solbes, de Barcelona); (Florange12, número 387); (France
206413). No sabemos si son cuatro ejemplares distintos.
La I delante de la G no puede ser de Ildefonso Urquiza, sino que debe refe-
rirse a Isidoro Ramos Manzano, que fue ensayador segundo desde el 26 de abril
414
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
de 1809, y que desde diciembre de 1808 debió serlo interino. Solamente así se
comprende que las marcas IG estén en la pieza de 1810, puesto que se sabe que
en esta fecha el nombrado Ildefonso Urquiza no estaba en Madrid. Su compañero
Gregorio Laravo Labrandero se marchó en 1810, siendo ensayador tercero. Estas
monedas llevan el valor R(eales) 8.
Marcas A. I.
Antonio Rafael Narváez fue ensayador interino en diciembre de 1808, y ensa-
yador primero por Real decreto de 7 de abril del siguiente año.
Isidoro Ramos Manzano pudo ser, y seguramente lo fue, ensayador interino
desde diciembre de 1808; por Real decreto de 26 de abril de 1809 pasó a ensaya-
dor segundo.
La Real orden de 18 de abril de 1809 (Herrera, loc. cit, I, página 21) mandó
que en las monedas se pusiera el valor en reales de vellón y no en reales de plata,
marcado 20 R(eales), práctica que debía llevarse a cabo antes de la mencionada
orden, si juzgamos por las monedas conocidas, que son las siguientes.
Oro con la cabeza desnuda:
Doblón de 80 reales de vellón (1808, col. Banco de España); 1809, Heiss, lám.
60, 2; 1810, Villasante, núm. 18014.
Oro con la cabeza diademada:
En 1.º de mayo de 1810 se aprobaba la muestra de 320 reales de oro. Onza
de 320 reales; Vidal Quadras, 10454, 36 milímetros.
Con fecha 16 de junio del citado 1810 se dio la aprobación a seis monedas de
320 reales, que fueron las primeras onzas acuñadas. Doblones de 80 reales con
cabeza diademada; 1811, Vidal Quadras, 10457 y 1812 ibidem, 10458.
Monedas de plata:
Con los mismos tipos del oro, es decir, cabeza desnuda y el nuevo escudo de
armas15, encontramos las siguientes monedas:
Piezas de 20 reales (duros) 1808. Herrera, núm. 72; 1809, Heiss, lám. 60, 4;
Yriarte, 831; 1810, Herrera, núm. 75; 1811, Herrera, núm. 77; 1812, Herrera, núm. 79.
14
Antonio López Villasante, Catálogo de monedas hispano-cristianas y de medallas conmemorativas en
oro, Is. f., Madrid.
15
Según el Real Decreto de 12 de julio de 1808, art. 2.º, la heráldica monetaria de José I se deter-
minaba así: “Las Armas de la Corona, en adelante, constarán de un escudo, dividido en seis
quarteles; el primero de los quales será el de Castilla; el segundo, el de León; el tercero, el de
Aragón; el cuarto, el de Navarra; el quinto, el de Granada, y el sexto, el de las Indias, represen-
tando éste, según la antigua costumbre, por los dos globos y dos columnas, y en el centro de
todos estos quarteles se sobrepondrá por escudete el Águila, que distingue a nuestra imperial
y Real familia.”
415
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
Medio duro, de 10-R de vellón. Su busto fue aprobado por Real orden de 1.º
de noviembre de 1809. 1809, Florange (1922), núm. 388; 1810, Vidal Quadras,
10469; 1812, Lonja del Almidón16, 1050.
Peseta de 4-R de vellón. Es raro que en 1 de noviembre de 1809 se apruebe
el busto para la moneda de cuatro reales (Plañiol, op. cit, pág. 38) que se había acu-
ñado en 1808. 1808, Vidal Quadras, 10472; 1809, ibid., 10473; 1810, ibid., 10474;
1811, ibid, 10476; 1812, Florange, 409.
Media peseta de 2-R. Real orden de 23 de abril de 1811 aprobando la mone-
da de dos reales (Plañiol, pág. 38). Sólo conozco piezas de 1811, Vidal Quadras,
10480, y 1812, Florange, 409.
La pieza de un real de vellón fue aprobada por Real orden de 4 de marzo de
1812; 1812, Vidal Quadras, 10481.
Marcas I. A.
Hay una pieza de 1810 publicada por Sabau17 que tiene estas marcas. La I es,
como queda dicho, de Isidoro Ramos Manzano; pero la A no puede ser de Antonio
Rafael Narváez (sería AI), sino de algún ensayador supernumerario cuyo nombre
comenzara por A, como el Antonio de Larra, nombrado en 23 de octubre de 1811
para la ceca de Sevilla.
Marcas R. S.
Son las iniciales de los apellidos de los ensayadores Isidoro Ramos Manzano,
ya mencionado más arriba, y José Sánchez Delgado, ensayador supernumerario
desde diciembre de 1808, y segundo desde 1812, según Real decreto de 14 de
julio de dicho año.
Se conocen las siguientes piezas: de 320 reales, con cabeza diademada; 1810,
Villasante, 177, lám. 11, 26,7 gramos; 1812, Heiss, lám. 60, 1.
4 reales de plata: Sólo conozco la de 1810, Vidal Quadras, 10477.
Las piezas de 1810 con R. S. debieron ser originadas por alguna circunstancia
desconocida. Las de 1812 están marcadas con las mismas iniciales en virtud de una
Real orden comunicada por el ministro de Hacienda D. Francisco Angulo al direc-
tor de la Real Casa de Moneda de la Corte con fecha 18 de julio de 1812 (Herrera
I, pág. 105, dice 18 de junio), contestándole a un oficio del 16 del mismo mes sobre
16 Catálogo ilustrado de la colección de monedas y medallas antiguas, que en números sueltos pondrá a la
venta el día …… de …… de 1936, Madrid.
17
Rafael Sabau, «Aportación al catálogo de los reales de a ocho», Numisma, 3. Madrid, 1952, págs.
45 y siguientes; núm. 38. Yriarte, 835.
416
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
Marcas R. N.
En oro no conozco piezas de 320 reales, y de 80, la 10459, de Vidal Quadras
y fecha 1813.
En plata, de 20 reales, 1813, Vidal Quadras, 10467; Yriarte, 839, y Herrera, 82.
De 10 reales (1812, Florange, 410; 1813, Vidal Quadras, 10471); 4 reales (1812,
Florange, 411; 1813, Vidal Quadras, 10479); 2 reales (1812, Heiss, lám. 60, 6; Vidal
Quadras, 10470; Lonja del Almidón, 1054). Un real (1813, Heiss, 9; France, 2082).
El resto de las fechas que nos interesan sobre José Napoleón son las referen-
tes a su retirada definitiva; en marzo de 1813 trasladó su cuartel general a
Valladolid, desde donde inició el retroceso hacia la frontera, llevando consigo un
fabuloso convoy; el 9 de junio estaba José en Burgos, y el 16 pasó a Miranda de
Ebro y Vitoria, dándose el 21 la famosa batalla que provocó el que, en 28 de junio
de 1813, José I abandonase España18.
18 Como complemento a cuanto queda dicho. Cfs.: Calixto Vicente, Reducción de las monedas fran-
cesas de oro y plata a reales de vellón y libras jaquesas con arreglo a las últimas órdenes, Zaragoza.
1818.– 4 de abril: Real orden de las Cortes generales para recoger la moneda de José I (Salat,
Tratado de las monedas labradas en el Principado de Cataluña, con documentos justificativos,
Barcelona, 1818, y Suplemento; Ap. XXXIV, 2.º, pág. 44).– 24 de abril: Oficio de la Suprema
Junta de Cádiz con alusión a la Real Orden del Ministerio de Hacienda del 9 de abril, en vir-
tud del acuerdo anterior del 4 del mismo mes. (Dasí, IV, 1981).– Otro oficio sobre lo mismo
del 2 de junio de 1812 y contestación sobre la imposibilidad de hacerlo por D. Ramón Ortega,
intendente interino de las provincias de Burgos y Segovia, “que de cumplirse en dichas dos pro-
vincias las órdenes comunicadas sobre la rebaja de las monedas del rey intruso y su recogi-
miento… va a imposibilitarse absolutamente la recaudación y pago de los más precisos gastos”,
“porque como están ocupadas por guarniciones continuas y transeúntes, apenas corre otra mone-
da que la del rey intruso, cuya retención, por la difícil y peligrosa conducción a donde se pudie-
ra de nuevo acuñar, sería sumamente expuesta.– 16 de julio de 1812: Las Cortes de Cádiz pro-
híben la circulación de la moneda francesa de 5 francos, admitiéndola solamente como pasta
de 17 reales y 2 maravedís. (Dasí, IV, 2016.)– 3 de septiembre de 1813: Decreto de las Cortes
de Cádiz sobre la correspondencia de las monedas francesas con la corriente de Castilla. (Dasí,
IV, núms. 2058, 2059, 2060.)
417
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
IV
Marca M coronada.
Para poder saber cuándo fueron acuñadas por la Casa de Moneda de Madrid
las piezas a nombre de Fernando VII hay que tener en cuenta las fechas siguientes:
22 de julio de 1812, victoria del ejército hispano-inglés en Los Arapiles, e
inmediata salida de José I de Madrid para Valencia (10 de agosto), con entrada del
ejército hispano-inglés en la capital dos días más tarde.
El 2 de noviembre volvió a Madrid José I con su ejército, abandonando la ciu-
dad de nuevo el 7 de noviembre y regresando el 3 de diciembre, para marcharse
definitivamente el 27 de mayo de 1813.
Acuñaciones de 1812.– La ceca de Madrid trabajó para los españoles hasta el 12
de octubre de 1812, fecha en que se volvió a Cádiz, a donde llegó el 12 de diciem-
bre del mismo año (Plañiol, op. cit, pág. 12). Las monedas acuñadas fueron: dos
escudos de oro, con el busto laureado y con manto y el reverso comente del oro 2-
S a los lados del escudo y bajo las marcas M coronada-IJ (Vidal Quadras, 10529),
es decir, las iniciales de I(ldefonso) Urquiza y J(osé) Sánchez Delgado, éste el
mismo que había servido a José Napoleón y que se fugó pocos días después de
haber ascendido a ensayador segundo, en 14 de junio, marchándose a Cádiz, al
parecer, el 29 de julio.
Pieza de 8 reales con los cuños de Sevilla y con las mismas iniciales (Heiss, 62,
9; Yriarte, 856) y peseta de dos reales plata, como el duro (Vidal Quadras, 10658).
Acuñaciones de 1813.– Hay piezas de dos escudos con el mismo tipo y las mis-
mas iniciales IJ; otras con el busto laureado, manto, cuello alto, banda y toisón con
IJ (Instituto de Valencia de Don Juan).
Reales de a ocho de los mismos tipos de 1812 con I-J (Herrera, núm. 86; Dasí,
núm. 1.033 de Yriarte). Pieza de cuatro reales, como el duro, con I-J (Vidal
Quadras, 10.561).
Real de plata con I-J (Vidal Quadras, 10.575).
Real de a ocho con I.G (Herrera, 87; Yriarte, 857); real de a dos (Vidal
Quadras, 10.569).
Real de a ocho con G.J (Herrera, 89), correspondiente a Gregorio Laravo
Labrandero y José Sánchez Delgado; real de a cuatro con la misma marca (Vidal
Quadras, 10562; Dasí, 1035, del Museo Arqueológico Nacional).
Acuñaciones de 1814.– Se conoce un medio real con G.J (Vidal Quadras, 10579,
lám. 75,5).
418
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
419
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
De 1812 hay piezas de ocho reales de plata, con las mismas iniciales C.N. de
los ensayadores (Herrera, 264). Además de estas piezas de plata fueron acuñadas
otras de dos escudos de oro con dos bustos variados, el escudo entre 2-S y con las
marcas abajo, a los lados del joyel del toisón, en la forma S-C.N., como en la plata.
Con el busto 1.º, FERDINAN . VII . D . G . – HISP . ET . IND . R. Busto a derecha
con coraza, manto, cruz y la cabeza desnuda; debajo, fecha. De 1808, Banco de
España; 1809, Vidal Quadras, 10524, lám. 74,5.
Con el busto 2.º, FERDIN . VII . D . G . – HISP . ET . IND . R. Busto a derecha con
poco busto, manto y cruz; cabeza desnuda; debajo, fecha. 1809, Vidal Quadras,
10523, y Colección Dasí, lám. 74,6.
21
Citado por Herrera, núm. 80, I, pág. 157.
420
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
VI
CÁDIZ
Marca C coronada.
Ya se ha visto que se situó en Cádiz una parte de las máquinas e instrumen-
tos de acuñación de la ceca de Sevilla en 23 de noviembre de 1809, y que luego,
en enero de 1810, fue trasladada la casa de Sevilla en pleno. Al salir de Madrid, en
octubre de 1812, las fuerzas españolas, la maquinaria y útiles de la ceca fueron tras-
ladados a Cádiz, donde llegaron el 12 de diciembre del mismo año. En junio de
1813 fueron regresando a Madrid, con los elementos de acuñación, los empleados
de la ceca de Cádiz, es decir: Ildefonso Urquiza, José Sánchez Delgado y Gregorio
Laravo Labrandero.
Además de la disposición de 1809 que impusiera el busto con el pecho estre-
cho y con manto, hay un Decreto de las Cortes de Cádiz, de 2 de junio de 1811
(Salat, loc. cit, apéndice doc. XXXVI, pág. 45) que ordenó que en la moneda de oro
de las cecas de España e Indias “el busto Real se ponga al natural o en desnudo, y
no adornado del traje o armadura de hierro que se ha usado hasta aquí”. Se dice
que el original fue de Pedro González de Sepúlveda (Plañiol, pág. 37). De análogos
tipos fueron los bustos de la plata que se cambiaron en Madrid de orden de la
Regencia, de 24 de enero de 1814 (Plañiol, pág. 37), remitiéndose las matrices para
los cuños desde la Casa de la Moneda de Sevilla. Pero estas monedas ya no intere-
san a nuestro objeto, salvo en Cádiz, para terminar con las emisiones de esta ceca.
Las onzas o piezas de ocho escudos de Cádiz son anteriores a la disposición
de 2 de junio de 1811, ya que tienen el busto vuelto a la derecha, con coraza, cue-
llo, corbata, manto y toisón. Son de 1811, y tienen las iniciales G. I. de Carlos
Tiburcio de Roxas y de Ildefonso Urquiza (Vidal Quadras, 10520, lám. 74,4). La le-
yenda es: FERDIN . VII . D . G . – HISP . ET . IND . R.
También se conocen doblones de dos escudos de oro con este mismo tipo y
con las letras de los mismos ensayadores, acuñados en Cádiz en el mismo año de
1811 (Vidal Quadras, 10525, lámina 74,7). En cambio, otros doblones de 1811 acu-
ñados en Cádiz se ajustan ya a la Orden de 2 de junio, y pusieron la cabeza laurea-
da con el cuello solamente, y sin que aparezca el pecho (Vidal Quadras, 10526, lám.
74,8).
Otros doblones iguales al anteriormente citado los hay de las siguientes
fechas: 1812, del Banco de España y Museo Arqueológico Nacional. 1813, Vidal
Quadras, 10531, y Banco de España, 1814, Banco de España.
421
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
1810; con C. I.; ocho reales. Herrera, 14, lám. I, 6. Yriarte, 843.
1811; mismas letras; ocho reales. Heiss, lám. 61, 7; Herrera, 15. Yriarte, 844.
1811; mismas letras; dos reales. Heiss, lám. 62, 14; Vidal Quadras, 10, 4566.
1811; con C. J.; ocho reales. Dasi, 1044; Col. Sabau.
1812; con C. I.; cuatro reales. Vidal Quadras, 10559, lám. 74, 14.
1812; mismas letras; dos reales. Lonja del Almidón, 1066; Colección Beltrán.
1812; con C. J.; de Carlos Tiburcio de Roxas y de Joaquín Delgado Díaz, nombrado
ensayador segundo de la Casa de Cádiz en 6 de diciembre de 1811, y posesionán-
dose del empleo en 6 de marzo de 1812.
1812; duros; Herrera, 16.
1813; C. J.; real de a ocho. Herrera, 17. Yriarte, 846.
1813; real sencillo. Vidal Quadras, 10574.
1814; C. J.; real de a ocho. Vidal Quadras, 10555; Herrera, 18; real de a ocho. Yriarte,
847.
1814; C. J.; medio real de plata. Vidal Quadras, 10578.
1815; C. J. Herrera, 20. Yriarte, 848.
VII
SEGOVIA
Marca acueducto
La ceca de Segovia no acuñó plata durante el reinado de Carlos IV, ni tampo-
co en los de José I y Fernando VII. Del Rivero publicó un estadillo de las acuña-
ciones segovianas entre 1809 y 1813 en la forma siguiente22:
22
Casto M.ª del Rivero, Segovia numismática. Estudio general de la ceca y de las monedas de esta ciu-
dad, Segovia, 1928.
422
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
día 23 de agosto de 1812, teniendo por un lado la leyenda FERD . VII. D . G . HISP .
ET . IND . REX . 1812 y las letras F enlazadas como en la proclamación del monarca,
en Madrid, en 1808, y en el otro lado del acueducto de Segovia y una leyenda alu-
siva al hecho celebrado, habiendo variantes en la leyenda y en el acueducto.
424
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
IX
425
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
PLATA
Año 5 pesetas 2 1/2 pesetas 1 peseta
COBRE
Año 4 quartos 2 quartos 1 quarto
24 Joaquín Botet y Sisó, Les monedes catalanes. Estudi i descripció de les monedes carolingies, comtals,
senyorials, reyals y locals propies de Catalunya, Barcelona, 1908-1911.
25 Francisco Paradaltas Pinto, Tratado de monedas, sistema monetario y proyecto para su reforma,
Barcelona, 1847.
426
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
ficiaba por su uso a las tropas francesas, a quienes “proporcionaba material para ella
el considerable número de campanas y otros metales en que abunda dicha capital”.
En este mismo tiempo fue acuñada moneda en Barcelona a nombre de
Fernando VII, de la cual se conoce una pieza de peseta o 2 reales de la colección
Vidal Quadras (10567, lám. 74, 17) que tiene en el anverso el busto a derecha, con
pecho no muy grande, del Rey, quien lleva manto y la cabeza desnuda y su nom-
bre en latín, en la forma: FERDIN . VII . DEI . GRATIA/1812, y en el reverso, el escudo
coronado corriente entre B-S. F., y debajo, 2 R., y la leyenda en castellano REY DE LAS
- ESPAÑAS. Los ensayadores son S(ala) y F(errando) de la ceca de Cataluña. (Cfs.
France, 2184. y Dasí, pág. 24.)
26 Téngase en cuenta también la Relación individual y noticia exacta de las translaciones de las ala-
xas y reliquias de la Metropolitana Iglesia de Valencia por la invasión de los franceses en España, ms.
de 84 folios, que utilizó la Junta Superior del Principado de Cataluña en Palma de Mallorca.
Debe hacerse mérito de las disposiciones españolas y francesas sobre la conversión en mone-
da del oro y de la plata de los templos; estas operaciones provocaron actos de vandalismo sobre
tesoros artísticos e históricos de importancia; cfs. “Gaceta” de la Regencia de España e Indias
(Dasí, 1893); Salat, Ap. XXIX; Juan de Amat, Balances o estados demostrativos de las cuentas de la
Casa de Moneda de Cataluña, Barcelona, 1816; A. Grosset, Des établissements monetaires de
Catalogne et de leur influence sur la guerre de 1808, París, 1826 (fue comisario real para la
Monnaie de Perpignan).– G. Desdevises du Desert, La Junte Superieure de Catalogne, París, 1909;
aquí se indica la intervención del grabador valenciano Manuel Peleguer en la moneda de la
Casa del Principado de Cataluña, puesto que se dice que los primeros cuños fueron enviados
desde Valencia; en Dasí, 1013, figura un duro con M - P. – Innumerables datos más figuran en
las obras de Dasí y Salat, ya citadas, como el documento de Salat, Ap. XXVIII, de 18 de julio
de 1809, en que la Junta avisa tener las máquinas para acuñar monedas dispuestas, etc.
427
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
cuanto tuvo fuerzas y posibilidades para hacer moneda por su cuenta, les relevó de
esta obligación. En lo que se refiere a Tarragona, la Junta Superior pedía a la corre-
gimental, en escrito de 20 de julio de 1808, que se hiciera un plan para conseguir
la acuñación de moneda (Arch. Municipal de Tarragona, 1808, 20 de julio, legajo
13). Vinieron después los apuros para conseguir plata de los particulares y de los
tesoreros de las iglesias. En 6 de enero estaban preparados los troqueles “con un
cuño que por un lado contiene la empresa o escudo de armas de Cataluña y por el
anverso un lema reducido a ‘Fernando VII. 5 ptas.: 1809”. (Archivo corregimental,
legajo 18, 1809.) En febrero ya se acuñaban duros, siguiendo la fabricación de
moneda en Reus o en Tarragona, según las vicisitudes de la guerra, hasta que en
18 de julio del mismo año, la Junta Superior dio una importante disposición a tenor
de los siguientes términos: “Quedan ya concluidas y corrientes las máquinas de acu-
ñar moneda que se ha mandado fabricar de orden de esta Junta Superior, y serán
las únicas que acuñarán moneda en la Provincia baxo la inmediata protección y
dirección de esta misma Junta”. (Salat. Ap. XXVIII); esto equivalía a la supresión de
las casas de moneda organizadas por las Juntas corregimentales, y concretamente
la de Tarragona, con las de Gerona, Tortosa y Lérida.
Los tipos de las monedas fabricadas fueron el busto de Fernando VII a dere-
cha, con manto y cruz de Carlos III, fecha 1809, y en el corte MP.; y en el reverso
escudo pequeño coronado de Castilla-León-Navarra, con el escusón de los
Borbones, y a los lados R-8 y C- MP. Estos tipos figuraron en el real de a 8 y en el
medio duro (con cambio de valor), siendo MP las iniciales del grabador valencia-
no Manuel Peleguer, C, equivalente a Cataluña, y debiendo ser muy corta la emi-
sión de estas piezas.
La ceca de Cataluña fue trasladada definitivamente a Palma de Mallorca el 2
de junio de 1811; antes estuvo en Reus para la plata y en Tarragona para el cobre,
aunque en esta segunda ciudad debió fabricarse la onza de oro de 1809 (Salat, VI,
9) y tal vez los dos escudos de la misma fecha (Salat, VI, 10). En cuanto a los tipos
de necesidad de la plata son el escudo coronado con cinco barras de gules y en el
reverso punzones con 5 PS. / FER / VII / y 1809 (duros), con muchas variantes de
cuños. En plata también se acuñaron duros con el busto de Fernando VII y el escu-
do, según el modelo de Peleguer, pero con las marcas de los ensayadores Pablo Sala
y Juan Bautista Ferrando (S. F.) En cobre se acuñaron en 1810 y 1811, en Reus o
Tarragona los primeros y en Tarragona o Palma los segundos, los valores de seis,
tres y dos cuartos, cuarto y medio, cuarto y ochavo, con los conocidos tipos del
escudo pequeño de España en el anverso y el de Cataluña en el reverso y las leyen-
das FERDIN . VII. HIS . REX y PRINCIP . CATAL., respectivamente.
Los demás datos y documentación deberán consultarse en nuestros artículos
citados.
428
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
XI
Marca V.
Para estas acuñaciones nos referiremos al mencionado Estudio de los reales de a
ocho, de Tomás Dasí (t. IV, págs. 56 a 64 y documentos 1947 a 2000). Son acerta-
das las afirmaciones de que las iniciales de ensayadores SG. corresponden a Sixto
Gisbert Polo, y GS. a Gregorio Laravo (o Lázaro) Labrandero y Sixto Gisbert,
ambas en 181127.
Todos los cuños de las monedas valencianas de estos años fueron de Manuel
Peleguer. Damos seguidamente la lista de piezas valencianas que conocemos, de las
cuales han de ser raras las de 1812, puesto que el 9 de enero de dicho año ocupa-
ron la ciudad las tropas del general Suchet.
27
Algunas informaciones complementarias pueden hallarse en la Gaceta de Madrid, La Caceta del
gobierno francés, de 1809 y el Diario de Valencia.– Felipe Mateu y Llopis, «Les monedes valencia-
nes de Ferrán VII de 1809-1811-1823. Notes i documents per a llur estudi», Anales del Centro de
Cultura Valenciana, núm. 322-323, 1935, y «De nuevo sobre las acuñaciones valencianas de
Fernando VII (1809-1811 y 1823)», Saitabi, VIII, núm. 35-38, 1950. Del mismo: La Ceca de
Valencia, Valencia, 1929.– Algunas noticias de interés pueden hallarse en varios de los numerosos
folletos satíricos publicados contra los franceses; citemos a guisa de ejemplo el titulado Viage
redondo de Jusepe Primero Iniciado para el Rey de las Españas por la Gracia Diabólica y el poder irre-
sistible de su hermano Napoleón. (Valencia, Vda. de Laborda, 10 págs.), etc.– Coloqui trilingüe o colo-
qui entreverat de Valencià y Castellà, y uns cantonets en lletí, entre Maciá el Parlador yl Mestre D’escola
d’un poblé de 1’horta de Valencia. En Valencia y oficina del «Diari», any 1809.– Dos hojas en 8.º, a
dos columnas, de la biblioteca de D. Francisco Carreres Zacarés (publicada en su “Relación de
Fiestas”); se comenta un proyecto de medalla conmemorativa del aniversario de la declaración de
guerra a los franceses; grabó la moneda-medalla Manuel Peleguer, siendo el troquel propiedad
del barón de Sabasona, comisario de la Suprema Junta Gubernativa del Reino, el cual permitió a
429
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
XII
CIUDAD DE ZARAGOZA
la ciudad que acuñase también por su cuenta sirviéndose del mencionado troquel (Carreres, núm.
567, pág. 501.) También citado por Carreres, núm. 568: La ciudad de Valencia renueva la memoria
de la exaltación al Trono del Señor D. Fernando VII. Y ofrece al público la estatua de S. M., Valencia,
imprenta del Diari, año 1809, 8.º, Bibl. Carreres.– Juan Rico, Memorias históricas sobre la Revolución
de Valencia de 23 de mayo de 1808 hasta fines del mismo año y sobre la causa criminal, Cádiz, 1811.
28
Faustino Casamayor y Zeballos, Diario de los Sitios de Zaragoza, edición y prólogo de D. José
Valenzuela La Rosa, Zaragoza, 1908.
29 Sabemos de medallas de plomo de 1814 para celebrar la reposición en el trono de Fernando VII
(col. Jordana de Pozas, A. Beltrán y otros). Catálogo de la Exposición Histórica Hispano-Francesa
de los Sitios de Zoragoza. Zaragoza, 1958, núm. 478.– Diversos artículos sobre los Sitios y sus
430
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
XIII
XIV
431
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
Los tipos son, para los duros punzonados, escudo de la ciudad con la leyenda
ILD, en el anverso y 5 PS. FER. VII, 1809, en cuatro punzones; y en los de busto y escu-
do, el del rey con manto, FERNANDO VII REY DE ESPAÑA, y escudo pequeño de España,
con LÉRIDA AÑO DE 1809, 5 P., de un arte muy tosco y con bastantes variantes.
En Mallorca, que no acuñaba desde tiempo de Felipe V, se verificaron las emi-
siones de la Junta Suprema de Gobierno del Reino de Mallorca, constituida el 30
de mayo de 1808 y las realizadas por la Junta de Cataluña, que se refugió en las
islas, desde Tarragona (cfs, A. Beltrán, loc. cit.) En la abundante documentación
figura, en 12 y 13 de agosto de 1808, la aprobación de la forma y diseño del real
de a ocho octogonal; el 6 de septiembre se recogían los duros octogonales y se
daba a conocer al público el nuevo duro redondo; en 1812 se fabricó también
moneda de cobre de 12 sueldos o dineros.
Los tipos fueron: Duro octogonal, grabado por Tomás Cuscheri, con el escu-
do de Palma en el anverso y grabado en dos líneas, en el reverso, 30. S. (ous). 1808,
pieza rarísima (Museo Arqueológico Nacional); otros duros octogonales tienen en
el reverso una línea intermedia con FER.VII.
Los duros redondos, con los mismos tipos, tienen la variante en el escudo,
ahora coronado y no rómbico.
La pieza de 12 sueldos en cobre, de 1812, tuvo el busto laureado de Fernan-
do VII, a izquierda, en gráfila, y FERDIN . VII. DEI . GRATIA . 1812, y en el reverso HISP
. ET . BALEARUM . REX, con escudo coronado, con cruz encima y a los lados P- 12.
XV
33
DASÍ, t. IV, págs. 40-41, con noticias de Pío Beltrán.
432
Emisiones monetarias de la Guerra de la Independencia española
XVI
34
Celestino Pujol y Camps, loc. cit., pág. 243 (VII. Ocupación francesa). Entre la extensa biblio-
grafía, cfs.: Emilio Grahit y Papel, Reseña histórica de los Sitios de Gerona de 1808 y 1809, Gerona,
1894-95.– Pella y Forgas, Unes memóries de la Guerra de l’Independéncia, 1912, pág. 429.– Botet
y Sisó, loc. cit., III, pág. 223.– Otro trabajo de interés el de Claudio Girbal, en Revista de Gerona,
1892, págs. 161 y 168.
433
ANTONIO BELTRÁN MARTÍNEZ
nos han informado personas veraces, sólo se llegaron a fabricar nueve ejemplares,
habiéndose rajado el troquel en la acuñación del décimo.”
Otras noticias dignas de ser registradas son que la dirección de las acuñacio-
nes se confió a Juan Estevanell. La cuestión de la supuesta rotura de troqueles es
muy confusa si se atiende a los datos suministrados por Botet (atribuye el cuño de
busto y escudo al platero Dassoy), Heiss (quien repite la cita de Pujol) y Grahit35;
será necesario esperar a poseer documentación más completa.
Los tipos son: duro punzonado con FER VII en dos líneas, para el anverso, y
GNA . 1808. UN DURO, en tres líneas, en el reverso, con muchas variedades. Los duros
de busto llevaron el busto de Fernando VII con pelo corto, armadura, y manto,
mirando a la derecha y FERNANDO . VII. REY . DE . ESPAÑA, y al reverso escudo peque-
ño coronado, de España y GERONA . AÑO . DE . 1809; a los lados 5. P. (los autores
reproducen el ejemplar de la Lonja del Almidón, lámina 20, 1.081; Cfs. Dasí, núms.
995-996, e Yriarte, 850-851). Dasí no reseña una pieza de tamaño de un duro del
tipo de punzones, en bronce, con fecha 1808 y estampa distinta a los publicados.
(Colección Barril.)
No se conocen piezas de medio duro, pero en el Archivo Municipal de Gerona
hay un cuño de dicho valor con el punzón GNA / 1808 / M.º DURO.
En las grandes necesidades económicas de 1818 se hizo necesaria la fabrica-
ción de una moneda de latón (se conocen ejemplares de cobre plateado) con el
cuño de los duros de punzones de 1808, pero con mayor módulo y la nueva fecha.
Acerca del curso posterior de las monedas de plata conocemos edictos de
junio de 1827 y de mayo de 1829 contra quienes las rechazasen, si fueren de plata
de ley y no les faltase de peso más de un real.
***
35
Dasí, loc. cit., IV. págs. 27-34. Dasí reproduce la casi totalidad de las piezas conocidas; en la pág.
31-32 narra las opiniones de los autores citados.
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GOYA EN LOS AÑOS DE LA GUERRA
DE LA INDEPENDENCIA
por
Entre 1808 y 1814 podemos colocar la crisis más dramática y a la vez más
fecunda para su arte, del genio de Goya. La Guerra de la Independencia canceló
un período que pudiéramos llamar si no frívolo, a lo menos desinteresado de los
grandes temas, pues desde 1800 a 1808 apenas pinta otra cosa que retratos. Pero
desde esta fecha su genio vuelve a encontrar su cauce en pinturas y grabados
donde todos los temas del terror, del heroísmo, de las crueldades y de la sensuali-
dad hallan su expresión. Aparte de los grandes lienzos pintados en 1814 su inspi-
ración se concentra ahora –quizá por la misma clandestinidad en que los tuvo que
realizar– en unos cuadritos pequeños, fulgurantes, de explosiva dicción. Y en unos
grabados que no habían de ver la luz hasta casi medio siglo después y en donde se
refleja su visión directa de la guerra y sus teorías políticas. Y no sólo cambia su ins-
piración, sino su técnica. Esta se hace también más dramática, de toques más cor-
tos y revulsos, de frotes más leves, unas veces, y más opacos y duros otras, con un
empleo abundante de cárdenos y negros.
443
JOSÉ CAMÓN AZNAR
nos, las inquietudes contemporáneas. Claro que esto sólo se consigue cuando la
genialidad del artista sabe aunar en una representación el carácter abstracto del
símbolo y la vida concreta y pungente que lo llena de emoción y de referencia
humana. Para la Academia de San Fernando se pintó este año el gran retrato ecues-
tre de Fernando VII, el más cercano a Velázquez. Con el caballo análogamente plan-
tado en dos patas, la cabeza fogosa y el fondo serrano. Obra de magnífico empaque
cortesano, de gran aliento conmemorativo, el caballo es el mejor pintado por Goya,
tan poco feliz otras veces en la reproducción de este animal. El 18 de marzo, la
Academia encarga a Goya un retrato ecuestre del nuevo Rey. Carlos IV había abdi-
cado el 19 de marzo y el 24 de este mes hace su entrada en la corte Fernando VII.
El 4 de abril Goya agradece a la Academia el encargo de hacer su retrato, pero hace
constar que no le es posible pintarlo “si S. M. no permite hacerlo por el natural”. Y
alega que la Academia suplicó a su augusto padre una autorización análoga para el
retrato que le hizo Francisco Bayeu. Y el rey se presta a dos cortas sesiones. El 2 de
octubre, en carta escrita a D. José Munárriz, el retrato estaba recién terminado
–todavía sin secar la pintura–. Alega como excusas a los defectos que puedan
encontrarse “que S. M. me dio sólo tres cuartos de hora en dos sesiones, diciendo
que a la vuelta de Burgos me daría todo el tiempo necesario”.
445
JOSÉ CAMÓN AZNAR
creemos que se sitúa este cuadro en 1812, año en que figura el Inventario de ga-
nanciales de Goya publicado con documentación muy importante por el Sr.
Sánchez Cantón.
En este año se pinta el retrato del general francés Nicolás Guye.
El 25 de octubre de 1810 se cumple la orden dada el 20 de diciembre del año
anterior por la cual Maella, Goya y Napoli eligen 50 pinturas para el Museo
Napoleón. La selección fue tan patriótica –en ella figuraba hasta una copia– que tres
años después se formaba otra comisión para sustituir algunos de estos cuadros por
otros “más superiores”.
1811. Quizá porque la mujer de Goya no se encontraba bien, quizá por la inse-
guridad de los tiempos, el 3 de junio de 1811, Goya y su mujer hacen testamento
ante notario. En él, después de hacer profesión de fe católica y de encargar veinte
misas y que les amortajen con hábito de S. Francisco, nombran por universal here-
dero de todos los bienes a su hijo Francisco Xavier de Goya. Este testamento es
leído por Goya “en atención al mal de sordera que padezco”.
Otra final que puede extenderse hasta 1819 en la que predominan unos colores
sumarios, casi únicamente blancos y negros, de trazos espectrales, con temas mix-
tos de magia, de suplicios y de costumbrismo. En éstos la pintura es de factura tan
esquemática, las luces tan agrias, los resplandores tan fantasmales y las líneas de un
negro tan incisivo y aislante que estos cuadros, a pesar de la simplicidad de sus
medios, son quizá los más furibundos de expresión. Sirva de ejemplo “Los discipli-
nantes”, de la Colec. Lázaro.
Es interesante constatar que una vez más Goya procede en su creación serial-
mente. La inspiración digamos cuántica de Goya, se manifiesta en estos represados
aluviones imaginativos, en los que el pintor expone su teoría del hombre. Las cri-
sis íntimas o los acontecimientos externos, provocan esos brotes de agresiva ex-
presividad, con criaturas que resumen una situación del ánimo o del mundo.
Un como frenesí expositivo amontona estos apuntes donde quedan constata-
das las fases de las posibilidades humanas de maldad y de estupidez. Esta serie de
pinturas se corresponde, hasta en rapidez de ejecución, con los dibujos. Como en
ellos, se elige el momento representativo más intenso en su más dinámico rasgo. No
se ha insistido bastante sobre la trascendental novedad que suponen estas obritas
goyescas. Hasta este momento todos los cuadros de batallas –los de El Borgonone,
Salvator Rosa– reproducían con impasibilidad el choque de dos ejércitos ponien-
do el interés estético en las virtudes de la composición y del color. Las anécdotas
de aventuras o de sucesos cruentos eran referidos con una sola intención cuentis-
ta. Pero con Goya cambia el plano de inspiración y cada una de sus escenas apare-
ce rebosante de humano dramatismo, de referencias críticas. Cada uno de sus ras-
gos lleva una calificación. Con Goya –y precisamente en esta serie de cuadros– se
realiza un desdoblamiento del artista que arregla las obras como cauces expresivos.
Hasta ahora las composiciones con figuras se disponían atendiendo a sólo valores
formales. Su jerarquización histórica estaba implicada de exigencias estéticas. Pero
nunca refluían sobre el espectador con una intención crítica. Con Goya, por el con-
trario, cada luz, cada rasgo muerde en el alma y desde esta fecha, aun los cuadros
de temas al parecer más inocuos, son fieles a un programa de repulsiones morales.
No puede ya dibujar un rostro en cuya mueca no aflore algún estigma. Ni pintar
una luz cuyas fosforescencias no estén calculadas para exaltar alguna expresión.
Además Goya, con una extraña capacidad de caracterización, ha recogido en estas
escenas el instante de más potencia dramática, desindividualizando a los tipos y
encarnando nada más que una acción simbólica. Así estas degollaciones, estas tra-
bucadas, estas violaciones y estos campos de miseria que son los hospitales, Goya
los expone como presentaciones del desamparo y de la bestialidad humana, de sus
instintos atorados y ciegos, sin que su violencia se debilite con la anécdota de algún
rostro individualizado sobre el que cargar estos horrores. Para evitar toda fisono-
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Goya en los años de la Guerra de la Independencia
mía singular, Goya gusta de colocar a los personajes de espalda, en perfil difuso o
a un contraluz que ensombrece las caras. Lo que presta todo el inaudito vigor
expresivo a estas figurillas es el acierto de sus actitudes. Es sobre todo el movimien-
to de los brazos lo que dramatiza a estas situaciones. Esas mujeres con brazos
levantados como orantes antiguas, colocadas ya sobre una balsa de náufragos, ya
ante una amenaza de crimen, estos fusilados también con los brazos crispados, en
una agonía de terror ante los soldados, centran el interés emotivo de las composi-
ciones. También es muy habitual la actitud de los hombres atacando con lanzas o
bayonetas en un juego impetuoso y sangriento de brazos y piernas, con el arma baja
como apuntando al vientre. La masa de fusiles en escorzo masivo dispara ciego y
las mujeres como Níobes abrazan a sus hijos. Abundan en esta serie los desnudos
pletóricos de belleza en su pequeñez, mórbidos, recién desvestidos y con la pican-
te emoción de su forzamiento. Otros temas también tentaron sus pinceles, temas de
supersticiones y de ajusticiados también liminares a la sanidad moral. Temas de
endemoniados rodeados de exorcizadores en un grupo de cabezas alucinadas,
misas con luces y jorobados, devotos tétricos, agarrotados solitarios ante el mundo.
Uno de los elementos que más colaboran al dramatismo de estas composicio-
nes es la arquitectura. El tema predilecto de Goya es la caverna. Cuevas para alima-
ñas y para hombres primarios, con el rito de la sangre en degollaciones y estupros.
Ningún ámbito más adecuado a esta exasperación de los instintos que estas ca-
vernas donde el hombre vuelve a sus apetitos elementales. También prefiere Goya
las arquitecturas abovedadas, con los arcos espesos y bajos en recintos opresivos.
Junto a las actitudes y a los fondos, el otro elemento manejado por Goya con
todas las secuencias expresivas es la luz. Nunca, ni en Rembrandt –al que es segu-
ro que Goya tuvo presente en esta época– los juegos luminosos se han utilizado
con tal efectismo, con tan dramática locuacidad. Goya gradúa la luz, brota del fondo
en resplandor que se atenúa en los primeros términos, se interfiere con las sombras
por ventanas laterales. Una luz que envaguece perfiles, crea esas sombras que bañan
las cabezas y con sus dorados corpúsculos todos los acaecimientos acrecen sus va-
lores plásticos y emotivos. Los cuadros de la Colec. del Marqués de la Romana for-
man un conjunto muy representativo: “La visita del fraile”, “Fusilamiento”, “Bandido
desnudando a una mujer”, “Hospital de pestíferos”, “Cuevas de huidos”, “Asesinato
de una mujer”, “Escena nocturna”, “Soldados disparando sobre un grupo”, “La
hoguera”, “La degollación” –réplica de estos dos últimos en el Museo del Prado–.
A éstos pueden agregarse cinco de esta misma técnica y temas de la colección
Zuloaga, “El Baile de máscaras”, del Duque de Villahermosa, los de colecciones ale-
manas recogidos por Mayer, dos con escenas de guerra en la Pinacoteca de Munich,
Procesiones, principalmente la que perteneció al Conde de Caudilla, escenas de pri-
sión, etc.
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JOSÉ CAMÓN AZNAR
1814. Este año es cumbre en la producción de Goya. Con sólo las obras pro-
ducidas en él, Goya pasaría como el genio trágico de la pintura. Ahora este genio
se concreta en dos lienzos, que son el magno resumen condenatorio de las violen-
cias de la guerra, esa obsesión por reflejar las ferocidades de una lucha que reveló
la última raíz de crueldad que hay en el hombre.
Todos los dibujos y apuntes en color de escenas de crímenes y de fusilamien-
tos han servido de adiestramiento para la imaginación de los dos cuadros de histo-
ria más representativos de esta perversidad moderna, que sojuzga a los hombres y
a los pueblos por el imperio de la muerte: “La carga de los mamelucos en la Puerta
del Sol” y “Los fusilamientos del 2 de Mayo”, son las obras geniales, ejecutadas este
año de 1814, quizá para conmemorar el aniversario de la lucha en Madrid a la
entrada de Fernando VII el 24 de marzo.
El 24 de febrero de 1814 Goya se dirigió a la Regencia exponiendo sus ardien-
tes deseos de perpetuar por medio del pincel las más nobles y heroicas acciones o
escenas de nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa. Y obtiene una
ayuda el 9 de marzo. En este día se accede a estos deseos de Goya por el Regente
del Reino y acuerda que teniendo “en consideración la grande importancia de tan
loable empresa y la notoria capacidad de dicho profesor para desempeñarla”, se le
satisface el importe de lienzos, aparejos y colores y la cantidad de mil quinientos
reales mensuales en tanto dure la pintura de estos cuadros.
Hay en estas obras dos planos de elaboración. Uno directo, palpitante de
visión fresca, pues aunque la noticia de que el pintor vio y tocó con sus manos la
sangre recién derramada de los fusilamientos aquí efigiados no sea exacta, induda-
blemente vivió con la máxima emoción patriótica esa jornada. Otro reflexivo, de
una intencionalidad descarnada y acusatoria, con un meditado proceso de concen-
tración y de crudeza expresiva.
Respecto al gran lienzo con el “Ataque de los mamelucos en la Puerta del Sol”,
el cuadrito de la colección del Duque de Villahermosa del mismo asunto que el del
Prado, debió de servir no de boceto, sino de recordatorio de un episodio del 2 de
mayo que Goya vio desde alguna de las encrucijadas en las que se atacaba a estos
soldados en los que el pueblo revivía también el odio a los moros. Este gran lienzo
del Museo del Prado, describe la lucha fanática, de ciega ira, del pueblo burlado y
cañoneado contra los destacamentos napoleónicos, que, arteramente se habían
introducido un mes antes en la capital de España. Los patriotas, con armas blancas
la mayor parte, acuchilla y hiende con ojos desorbitados y espuma rabiosa entre los
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JOSÉ CAMÓN AZNAR
dientes, a jinetes y caballos. Es soberbio el valor expresivo que aquí alcanzan los
caballos. Sus cabezas forman una masa espantada, de inocente pavor animal, entre
las furias de los hombres. En sus grupas se hunden los cuchillos y los pinchos. Y
sobre ellos se alzan, acuchillados por la espalda o atacados con un salto como si
fueran centauros, los soldados de Napoleón. No pueden levantarse sobre sus espue-
las, con bélico empaque, como en los clásicos cuadros de batallas estos jinetes aco-
sados. Sólo un coracero francés maneja el curvo sable con arrogancia clásica. Los
otros se hallan maniatados por la multitud, derribados y mordidos por pueblo anó-
nimo. No hay en estos soldados gallardía en el ataque. Muestran más bien el páni-
co del linchamiento con las quebradas facies agónicas en algunos. De impresionan-
te expresividad son las cabezas de los madrileños, con todas las muecas del odio y
de la vindicta. Desde la implacable decisión justiciera, al grito furioso. La ejecución
es fogosa, con toques abocetados y enardecidos, con la mayor sabiduría en el poder
condensador de los brochazos. Los terciopelos de calzas y chaquetillas, el brillo ins-
tantáneo de los metales, la calidad viscosa de la sangre, todo está pintado con genial
seguridad. Las audacias cromáticas son tan grandes que el cuello verde de un caba-
llo no ha sido superado por los caballos de Franck Marc. Pero lo que en este lien-
zo campea es una impetuosidad, un frenesí de movimiento, con el ataque cebado
en la presa, que llena de tensa violencia todas las actitudes.
Completamente distinto de concepto es el cuadro “Los fusilamientos del 2 de
Mayo”. Aquí es el pueblo vencido y el instante mismo de su mortal derrumbamien-
to. Hay en este cuadro una dualidad que lo coloca serenamente en la historia, como
definidor de la barbarie de la guerra. De un lado los soldados alineados me-
cánicamente, impersonalizados, cumpliendo su tarea mortífera con la impasibilidad
de una máquina. De otro, los fusilados, en el ápice precisamente de su personali-
dad, con su individualidad exacerbada en las lindes mismas de la muerte. No ha
producido el arte jamás un repertorio de preagonías de una tal violencia expresiva.
Explota la intimidad de cada hombre en sus rasgos más singulares y centrípetos,
conformados los rostros por todos los rictus del pavor. Todos los terrores, los espi-
rituales y los físicos, la esperanza en Dios y el dolor animal, aparecen recogidas en
estas cabezas, húmedas de los últimos sudores. Y la expresión de cada cabeza se
corresponde maravillosamente con la actitud derrumbada o frenética ante los fusi-
les. En el postrer minuto los han liberado de las cadenas y los brazos y las piernas
pueden jugar los gestos más afligidos o más altivos. Este horror sin esperanza, se
exacerba todavía más por la iluminación tan genialmente proyectada. Una luz lívi-
da, de claror siniestro, cae sobre los condenados e inmortaliza su último gesto. Y
esta luz deslumbra las almas y recoge en el cuenco de su fulgor, con concentrada
energía, el tema propuesto. Las manos se abaten desconsoladas sobre las greñas o
se cruzan en piadosa imploración y hasta son mordidas en el espanto. Aquí todas
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Goya en los años de la Guerra de la Independencia
las figuras tienen tal poderosa intensidad representativa, que se convierten en sím-
bolos. Singular entidad simbólica muestra esa figura central crispada, con los bra-
zos en alto, en abierta imploración o en iracundo requerimiento de las balas. Quede
también consignado el atroz dramatismo de ese caído del primer término, con los
brazos anchos y el rostro machacado, extendido sobre su propia sangre.
La técnica pictórica es de escalofriante pasión, en manchas voraces y frenéti-
cas, dejando todos los toques en su directa impresión de alma a lienzo. Y a pesar
de estos frotes enteros, de estos empastes encarnizados, los matices y los contras-
tes de tonos son refinadísimos. En una coherencia de apretado cromatismo, las
sombras nocturnas que adensan el terror de esta escena, dejan transparentar todos
los matices de los paños, de los rostros y de la sangre. La luz arranca más que del
farol, de esa figura central, cuya blanca camisa irradia unos brillos fatídicos.
Seguramente no es una fábula la tradición de que Goya pintó este cuadro con una
cuchara. No debían ser ya muchos los cuadros en que Goya utilizara el pincel. Es
posible que Goya haya repetido aquí un apunte, quizá tomado en la misma fecha
del crimen, que se encuentra hoy en la Hispanic Society de Nueva York.
El 14 de diciembre de este mismo año termina el retrato del General Palafox,
pintado de memoria, quizá sobre algún apunte de su cabeza, hecho en Zaragoza.
El heroico defensor de esta ciudad es representado a caballo, en actitud de arenga,
con una técnica muy semejante a la de los cuadros antedichos. La desmesurada lon-
gitud de este caballo hace perder energía a este cuadro, que Goya debió de pintar
con singular amor, pues convivió con él, entre el primero y el segundo Sitio y el
fuego, que se advierte en el fondo de este cuadro es un recuerdo de los incendios
y ruinas presenciadas por el pintor. Este cuadro, según el mismo Goya dice, “es la
mejor obra que de mis manos ha salido”. No lo adquirió el Duque de Zaragoza y
quedó en poder del pintor.
Estos lienzos, a juzgar por su técnica, se pintan con gran rapidez.
Probablemente, comenzados en marzo se hallaban terminados el 2 de mayo, fecha
que se solemnizó con festejos descritos en la Gaceta de la Regencia del día 5 y en un
libro de Sebastián Castellanos, “Retrato actual y antiguo de la… villa y corte de
Madrid”. Iriarte, al hablar de los fusilamientos dice: “Cette toile peinte pour un anni-
versaire du Dos de Mayo, dut figurer comme décoration a l’époque ou l’on passait
une revue solennelle sur le champ même de la Loyaute”. También pudieron pintarse
para adornar alguno de los arcos de triunfo en la entrada de Fernando VII el 19 de
mayo. Se levantaron con alegorías y estatuas en simulacros erigidos por los artistas
de Madrid. Estos lienzos según don Cristóbal Férriz fueron cuatro en versión reco-
gida por Mayer. Los que hay actualmente en el Prado y otros dos que representaban
el “Levantamiento de los patriotas ante el Palacio Real el 2 de Mayo” y la “Defensa
del Parque de Artillería”. De estos lienzos no ha quedado rastro ni otra noticia.
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JOSÉ CAMÓN AZNAR
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Goya en los años de la Guerra de la Independencia
Duque de San Carlos firma la lista de los empleados patriotas que merecen la Real
aprobación y en ella figura D. Francisco Goya, pintor de Cámara. No puede, pues,
tildarse a Goya de afrancesado. Los testimonios son todos coincidentes en el des-
vío hacia una situación que repugnaba a todos los patriotas. Su marcha a Zaragoza
a pintar “Los desastres de la guerra” y su continua desafección hacia el régimen
intruso, son bien patentes documentalmente. Pero su encendido patriotismo no
puede ser regateado, sobre todo a la vista de sus obras. Nunca se ha cantado el odio
al invasor, el heroísmo hasta las muertes más desesperadas, la crueldad de una gue-
rra provocada por ambiciones dementes, como en los dibujos, grabados y cuadros
de Goya. Ellos forman el monumento más glorioso de una resistencia que, en defi-
nitiva, fue la que determinó la caída de Napoleón. Ante estos grabados y estos lien-
zos inspirados por los errores y los heroísmos de una defensa que ya en su tiempo
despertó la fabulosa admiración de toda Europa, es pueril regatear el fervoroso
patriotismo de D. Francisco de Goya.
En el curso de estos años y paralelos a los cuadros aludidos, Goya realizó una
serie de grabados, con sus dibujos preparatorios, de todas las tropelías y ferocida-
des que acompañan a la guerra. Esta colección fue denominada por la Academia de
Bellas Artes “Los desastres de la guerra”, aunque Cean Bermúdez le puso otro títu-
lo. Probablemente esta serie no se terminó hasta 1819, pues en 1820 Goya ofreció
una tirada a Cean Bermúdez para su corrección. Cronológicamente hay en su ela-
boración dos etapas: una, comprensiva de los puros crímenes y heroísmos de la
guerra. La mayor parte debe de corresponder a 1810, fecha que se repite en estas
planchas. El grupo que se ha llamado “del hambre” puede también incluirse en esta
fecha. Y desde la lámina 65, quizá son posteriores a 1814. Técnicamente es esta
serie la más perfecta de todas las producidas por Goya, con juego de masas, gran-
dezas de composición y expresión en los protagonistas, de gran cuadro.
Esta serie forma el mayor elenco de crueldades que ha imaginado el hombre.
Lo mismo que la descripción de los combates en la Iliada se realiza atendiendo a
las luchas individuales, así las guerras napoleónicas se fragmentan en episodios
feroces. Y es su conjunto el que deja en definitiva una impresión más veraz y una
convicción más objetiva de lo que fue aquella lucha despiadada. Hay que constatar
en primer lugar la versión directa de aquellas escenas. “Yo lo vi”, titula una de las
estampas. Y la siguiente “Y esto también”. Es natural, sin embargo, que muchas de
ellas hayan sido arreglos y estilizaciones de anécdotas del natural. En estas láminas,
Goya no se limita a la constatación de hechos bélicos o criminosos. Cada una sin-
tetiza un tipo de tormento o una manifestación ejemplar de la ferocidad humana.
No hay partidismo patriótico, capaz de eximir a sus compatriotas de la ley de cruel-
dad. Y aún quizá los martirios más refinados y el sadismo más enconado, deban de
ponerse en nuestra cuenta. Goya contempla estos horrores desde una eminencia
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Goya en los años de la Guerra de la Independencia
mismo apellido. Quizá fueran primos hermanos, pues el abuelo de Goya procedía
de Fuentes de Jiloca, pueblecito cercano a Daroca. En esta lámina se puede per-
fectamente distinguir a un hombre con calzón corto y traje popular aragonés. Este
título indica que Goya reprodujo escenas vividas muy de cerca. Es el de estos gra-
bados un ambiente demasiado directo y unas crueldades demasiado copiosas y
atroces, para que puedan ser fruto de la meditación. Goya recorrió las tierras toda-
vía empapadas en sangre y en visión de muerte. Y su lápiz no hizo más que repe-
tir los espectáculos macabros que tenía ante su vista y las sugerencias directas que
recogió en este viaje. Sólo en Zaragoza pudo contemplar o a lo menos oír referir
los efectos de obuses que al caer derrumbaban los pisos de una casa precipitando
a sus habitantes, como en la lámina 30 “Estragos de la guerra”. Sólo aquí existie-
ron escenas como la del núm. 24 con los soldados heridos aprovechados para nue-
vas acciones de guerra. Y quizá el núm. 28 sea el de un francés arrebatado por el
pueblo zaragozano en el episodio del 4 de agosto como dice Gil Alcaide: “El pin-
tor hizo bocetos de las ruinas y de otros tristes recuerdos figurando en una de las
obras el hecho de arrastrar los muchachos por el Coso a los franceses muertos en
el combate del 4 de agosto”. También puede aducirse como prueba de la estancia
andariega de Goya por tierras de Aragón estos años los dos cuadritos con escenas
de la Fabricación de pólvora en la Sierra de Tardienta.
El conjunto de láminas de guerra de la Independencia lo reflejó tal como la
vio Goya en Aragón en 1809. ¿Pero y las láminas siguientes llamadas “del ham-
bre”, desde la 48 a la 66? Su colocación parece que indica una elaboración poste-
rior no sólo en cuanto al tema inspirador, sino en cuanto a la materialidad de su
ejecución. Para explicarlas Beruete con gran fortuna adujo un texto de Mesonero
Romanos en “Memorias de un setentón” en donde cuenta sus recuerdos de niñez
del célebre “año del hambre” en Madrid en 1811-1812. En él se relatan las esce-
nas de hambre con singular precisión de detalles, relato que ha sido después repe-
tido por Mayer y por cuantos se han ocupado de estos grabados. También puede
aducirse el trágico cuadro de Aparicio con este tema.
A esta conclusión se oponen algunos fuertes reparos. El primero de ellos la
inconsecuencia de que al describir Goya los horrores de la guerra en Aragón des-
cuidara de anotar los terribles efectos del hambre. Este fue tan asolador que los
testimonios que de él nos quedan, lo hacen intervenir como el factor principal de
la rendición. Las páginas de Gil Alcaide hablando del hambre y la peste a los días
finales del asedio, no pueden ser más dramáticos. Y es seguro que sus noticias lle-
garon a Goya.
Pero hay otro argumento para explicar la dificultad de que estas láminas refle-
jen esa calamidad que padeció el pueblo de Madrid. Y con ello podemos abrir más
luz en la interpretación de esta serie. Goya preparó primero un álbum con una
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JOSÉ CAMÓN AZNAR
No se limitó Goya a dejar la huella de esta guerra en esta serie de “Los desas-
tres”. El pesimismo, la visión sombría de las maldades humanas, alcanzó después
una más trascendental versión en la serie de “Los Disparates”. Y en este conjunto
de grabados, tan misterioso y obsesivo, hay algunas láminas en las que aparecen
recuerdos concretos y alusiones directas a la guerra de la Independencia. Así tene-
mos en la lámina 2 un episodio de esta guerra. En la 9, titulada “Disparate gene-
ral”, aparece en el fondo Napoleón. Y en la lámina 13, “Disparate de miedo”, un
alto espectro, que pudiera simbolizar a España, aterroriza y hace huir a1 ejército
napoleónico.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Abarca de Bolea, Pedro Pablo, conde Albufera, duquesa de la. Véase Saint-
de Aranda, 83, 84n, 113, 187, Joseph, Honorine Anthoine de,
187n, 188n, 311 duquesa de la Albufera.
Abas, Felipe, 450 Alcaide Ibieca, Agustín, 85, 173n,
Abat, [Francisco], 305n 248n
Abella, Manuel, 383 Alcalá Galiano, Antonio, 21, 38, 38n,
Abella, Rafael, 229n 231, 241, 258, 259, 277n, 336,
Acedo, José Francisco, 197n, 233, 338
279n Alcalá Galiano, Antonio, hijo, 38n
Acedo, María Pilar, marquesa de Alcázar Molina, Cayetano, 213n, 216n,
Monte Hermoso, 450 231, 282, 282n
Adão da Fonseca, Luis, 227n Alcubilla Pérez, Antonio, 133
Aldamar, Joaquín de, 360
Advielle, [Victor], 355, 355n
Alejandro I, 392
Águeda Villar, Mercedes, 36n
Alfaro Lapuerta, Emilio, 221n
Aguilar Fernández, Paloma, 15n
Alfonso I el Batallador, 27n, 81, 101n,
Aguilar Navarro, Mariano, 131n, 163n
102n, 103, 103n
Aguilera y Santiago, [Ignacio], 262n
Alfonso V [el Magnánimo], 81
Aguirre García, Fr. Gregorio María,
Alfonso XII, 45
cardenal, 57
Alfonso XIII, 56, 86, 90n, 113n
Aguirre, cardenal. Véase Aguirre
Allué Salvador, Miguel, 56n, 67n, 68,
García, Fr. Gregorio María. 68n, 69n, 70n, 72n, 86n, 96, 97n,
Agulhon, Maurice, 13n, 45n, 46n 101, 117n, 119n, 122n, 137, 137n,
Alamán Ortega, Emilio, 132, 132n 172n, 183n, 219, 219n, 231
Alares López, Gustavo, 6, 106n, 124n, Almagro, Martín, 218n
129n, 138n, 139n, 172n, 180n, Almenara. Véase Martínez de Hervás,
181n, 183n, 184n, 187n, 221n, José, marqués de Almenara.
238 Almirante, José, 292, 292n
Alba, duquesa de. Véase Silva-Álvarez Alonso Alonso, Mariano, 145n, 146,
de Toledo, María del Pilar 146n
Cayetana, duquesa de Alba. Alonso Plaza, José Manuel, 159n
Albareda Piazuelo, José, 221n Altamira y Crevea, Rafael, 77n, 162,
Albareda, Jorge, 68n 265n
463
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Canga Argüelles, José, 305, 305n Carreras Ares, Juan José, 8, 14n, 118n,
Canning, George, 379, 380, 382, 386, 188n, 189n, 212n, 229n, 230n
391-393, 395, 397, 398, 400, 404 Carreras López, Juan José, 43n
Cánovas del Castillo, Antonio, 39, Carreras y González, Mariano, 33n
46n, 55n, 168n Carreres Zacarés, Francisco, 429n,
Capístegui, Francisco Javier, 210n 430n
Capmany, Antonio, 282, 283 Carronero, Leonardo, 420
Carande, Ramón, 187n Caruana Gómez de Barreda, Jaime,
Carasa Soto, Pedro, 53n 218, 218n
Carbonell, Charles-Olivier, 190n, 210n Carvajal-Vargas y Manrique de Lara,
Carceller, Manuel, 220, 220n José Miguel, duque de San
Carderera, familia, 457 Carlos, 454, 456
Carlos de Austria, archiduque, 216n, Casa Valencia, conde de. Véase
345, 377 Valencia, Pedro Felipe, conde de
Carlos I. Véase Carlos V. Casa Valencia.
Carlos III, 157n, 312, 315, 355, 377, Casado del Alisal, José, 46, 46n
419, 428 Casado Rigalt, Daniel, 49n
Carlos IV, 39, 39n, 83, 155, 155n, 156, Casairujo, marqués de. Véase Martínez
156n, 157n, 195, 216n, 232, 249, de Irujo, Carlos Manuel, marqués
249n, 250, 253, 254, 256, 258n, de Casa-Irujo.
260, 261, 262n, 280, 283, 302, Casamayor y Zeballos, Faustino, 59n,
312, 315, 323, 324, 336, 340, 85, 232, 241, 430, 430n
355, 371, 398, 410-413, 419, Casanova, Julián, 62n
422, 445, 492 Casanovas Sanz, Manuel Lorenzo, 72n
Carlos V, 123n, 213, 213n, 214, 214n, Castán Palomar, Fernando, 28n, 52n,
215, 228n, 314 68n, 122n
Carlos, archiduque, nieto de Carlos Castán Tobeñas, José, 128n
III, 377 Castaños, Francisco Javier, duque de
Carlota-Joaquina, infanta, 387-389, Bailén y marqués de Portugalete,
391 81, 86n, 218n, 296, 374, 377, 397,
Carnero Arbat, Teresa, 31n 399, 400, 402
Caro Baroja, Julio, 217n Castaños. Véase Castaños, Francisco
Caro y Sureda, Pedro, marqués de la Javier.
Romana, 332, 377, 378, 382-384, Castelar, Emilio, 41, 42n
403, 449 Castellanos de Losada, Basilio
Carpio, Antonio del, 424 Sebastián, 85, 453
Carr, Raymond, 210n Castells, Luis, 31n
Carrasco de la Torre y Saíz del Castilla, Modesto, 290, 290n
Campo, Adolfo, 37n Castlereagh, [Robert Stewart], 378,
Carrascosa, 196n 407
468
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Fernández de Navarrete, Martín, 217n, Ferrer, Melchor, 197, 197n, 233, 279n,
237, 282 340
Fernández de Oviedo, Gonzalo, 186n, Férriz, Cristóbal, 453
187n Fivaller y de Bru, Juan Antonio de,
Fernández Pacheco, Juan Manuel, marqués de Villel, 376, 394
marqués de Villena, 314 Fleta Manjón, Antonio, 28, 28n, 50
Fernández Rodríguez, Pura, 41n Flitter, Derek, 39n
Fernández Sebastián, Javier, 39n, 40n, Florange, 414, 414n, 416, 417, 426
152n Floridablanca, conde de [José Moñino
Fernández Serrano, [Francisco], 205n y Redondo], 216n, 231, 315, 320,
Fernández-Cordero Azorín, 321, 327, 328, 374, 375, 377
Concepción, 42n Fogu, Claudio, 226n
Fernando el Católico, 81, 158n, 166, Foix, Germana de, 123n
166n, 181n Fonfrèda, Boyer, 194n
Fernando el Deseado. Véase Fernando Fontana Lázaro, Joseph, 98n, 226n, 239
VII. Forcadell Álvarez, Carlos, 6, 14n, 28n,
Fernando II de Aragón. Véase 42n, 58n, 102n, 125n, 239
Fernando el Católico. Forner, [Juan Pablo], 261
Fernando VI, 425 Forniés Casals, José Francisco, 138n
Fernando VII, 9, 38n, 66, 109, 157n, Foronda, Valentín de, 31n
160, 162n, 166, 171, 195, 198n, Fortescue, [John], 186n
199n, 204, 217n, 228n, 232, 234, Fortún, 59
246, 248-250, 252-254, 256n, Foy, [Maximilien-Sébastien], 269
257-260, 260n, 261, 262n, 264, Fraga Iribarne, Manuel 131n
275, 277, 279, 280, 281n, 296, Francisco de Paula, infante, 250, 255
302, 303, 315, 320, 321, 323, Franco Bahamonde, Francisco, 16, 96,
324, 327, 328, 335, 336, 342, 97n, 99, 99n, 100n, 113, 113n,
345, 346, 360, 371, 372, 379, 114, 114n, 116n, 119, 121, 124n,
382, 384, 386-388, 391-393, 407, 128, 129n, 130n, 132, 132n, 134,
410-412, 418, 419, 422-424, 427, 137, 139, 139n, 146, 149n, 182,
428, 429n, 430, 430n, 432, 434, 185, 188
435, 445, 446, 451, 453, 454 Franco de Espés y Domínguez, José
Fernando, infante, 56n, 59n María, segundo vizconde de
Fernando, príncipe, futuro Fernando Espés, 138n, 139, 139n, 181n
VII. Véase Fernando VII. Franco Espés Mantecón, Carlos, 26n
Ferrán VII. Véase Fernando VII. Franco y López, Luis, barón de Mora,
Ferrándiz, Francisco, 223n 25, 25n, 26n
Ferrando, Juan Bautista, 427, 428 Franco y Valón, Luis, primer vizconde
Ferrari, Álvaro, 184n de Espés, 26n, 28n, 50, 55, 55n,
Ferrer Benimeli, José Antonio, 188n 138n
472
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Oman, Charles, 70n, 186n, 196, 268, 178, 178n, 181n, 190, 190n, 199,
270 204, 205, 231, 233, 235, 240,
Onnsby, James Wilmot, 288n 247n, 248, 257, 265n, 285n,
Oris, Luis, 384 286n, 330, 332, 345, 346, 351,
Orleans, Luis Alfonso de, infante, 56n 352, 367, 374, 377, 431n, 444,
Ortega Munilla, José, 60n 453, 458, 491, 492
Ortega, Ramón, 417n Palarea, Juan, 301, 301n, 305n
Ortí y Brull, [Vicente], 85 Palmaroli, Vicente, 46
Ortiz de Zárate, José Ramón, 96n Palmer, Robert Roswell, 151, 151n,
Oslé, Luciano, 60n 191n
Oslé, Octavio, 60n Palomeque Torres, Antonio, 212,
Osorio de Moscoso, Vicente Isabel, 212n, 213n, 215n
marqués de Astorga, 328 Pamplona Escudero, Rafael, 28, 28n,
Ostolaza, [Blas], 282 30n, 32n, 50, 56n, 59n, 81n, 235,
Otal y Valonga, Francisco de, barón de 239
Valdeolivos, 50, 85, 85n, 107
Pano y Ruata, Mariano de, 11, 11n,
Otero Carvajal, Enrique, 132n
12, 14, 25, 25n, 27, 49, 49n, 50,
Otero Navascués, José María, 131n
55n, 57, 57n, 63n, 68n, 74, 75,
Oudrid, Cristóbal, 228n
75n, 76, 76n, 77, 77n, 78, 78n, 79,
79n, 80, 80n, 81n, 82, 82n, 83,
Pablo, san, 55
83n, 84n, 85n, 86, 86n, 87, 87n,
Pabón y Suárez de Urbina, Jesús, 157,
88, 89, 91, 93, 101, 102n, 103,
157n, 235, 245, 245n, 259
103n, 104, 104n, 105, 106, 106n,
Padre Basilio. Véase Boggiero, P.
107n, 108, 108n, 110, 110n, 122,
Basilio.
Palá, Francisco, 80n, 241 137, 177n, 233, 235, 241
Palacio Atard, Vicente, 42n, 159n, 216, Paradaltas Pinto, Francisco, 426, 426n
216n, 262n, 311 Paraíso Lasús, Basilio, 32, 32n, 51,
Palafox y Portocarrero, Eugenio de, 51n, 59n, 60, 60n, 67
conde de Montijo, 305n, 332 Pardo Canalís, Enrique, 45n, 183n
Palafox, Eugenio de, conde de Teba, Pardo de Andrade, Manuel, 290, 290n
254, 257 Pardo de Santayana y Suárez, José
Palafox, José de, duque de Zaragoza, Manuel, 139n
18, 36, 47, 47n, 52, 53, 72, 80, Pardo Lancina, Víctor, 95n
81, 84, 87, 88, 89n, 97n, 98n, Parker-Carroll, [William], 383
106n, 110, 120n, 123, 123n, 124, Parque, duquesa del. Véase Salcedo
124n, 127, 128, 128n, 129n, Cañas, María Josefa.
130n, 134, 134n, 135, 135n, Parra de Más, Santiago, 93n
139n, 140, 141, 143, 143n, 144, Pasamar, Gonzalo, 37n, 124n
144n, 155, 164n, 167, 174-176, Pascual Domènec, Pere, 184n
482
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Pastor Beltrán, Ángel, Sch. P., 124n, Pérez Villanueva, Joaquín, 128n, 141n
199n, 238 Pérez, Joseph, 43n
Paz y Melia, Antonio, 36n, 233 Perrin, Claude-Victor, 332, 357, 404,
Pedrals y Moliné, [Artur], 412n 420
Pedrell, [Felipe], 43n Petiteau, Natalie, 69n,125n, 215n, 241
Pedroso, Manuel, 262n Petrie, Charles Alexander, 181, 185,
Peiró Martín, Ignacio, 7-10, 11n, 37n, 185n, 203, 204, 206n, 207, 207n,
38n, 39n, 42n, 100n, 125n, 150n, 209, 235, 236, 397, 493
163n, 225n, 241 Peyrou, Florencia, 41n, 42n
Peleguer, Manuel, 427n, 428, 429, Pignatelli, [Ramón de], 59
429n, 437 Pío VII, papa, 245, 264
Pella y Forgas, [José], 433n Piqueras, José Antonio, 41n
Peloille, Manuelle, 104n Pizarro. Véase García de León y
Pemán, José María, 219n, 233 Pizarro, José.
Penzol, Pedro, 280, 280n Pla Cargol, Joaquín, 221, 221n, 291,
Peña, Manuel de la, 374 291n
Peña. Véase Peña, Manuel de la. Plañiol, Adolfo, 414n, 416, 418, 421,
Peñalver Simó, Patricio, 159, 159n 423
Peñuela, Sebastián, 355 Poblador Muga, María Pilar, 33n, 61n,
Perceval, Spencer, 405 240
Pérez Bustamante, Ciriaco, 99n, 202n, Portela Sandoval, Francisco José, 46n
216 Portero Molina, Antonio, 50n
Pérez-Chao y Fernández, Juan, 146n Posada, Carlos G., 148n
Pérez de Castro, Evaristo, 278, 323, Poza Ibáñez, Genaro, 59n, 138, 138n,
386 236
Pérez de Guzmán y Gallo, Juan, 249, Pradilla, Francisco, 27n, 47, 47n, 48,
250, 251n, 254, 355, 355n 103, 103n
Pérez de Nenin, Pantaleón, 443 Priego López, Juan, 122n, 179n, 181n,
Pérez Embid, Florentino, 152n, 159n, 185, 186n, 196, 207n, 218, 218n,
197n 236
Pérez Galdós, Benito, 35n, 37, 59, 59n, Prieto Llovera, Patricio, 218
60n, 173n, 225n, 239, 258, 287n Primo de Rivera, Fernando, 70
Pérez Garzón, Juan Sisinio, 37n, 228n Primo de Rivera, José Antonio, 166n
Pérez González, [Felipe], 446 Primo de Rivera, Miguel, 44n, 68n,
Pérez Ledesma, Manuel, 121n, 238 93n, 95, 96, 103, 103n, 104,
Pérez Montero, José, 131n 104n, 106, 180n
Pérez Rioja, José Antonio, 199n, Príncipe de Asturias. Véase Fernando,
203n, 218, 218n infante, futuro Fernando VII.
Pérez Villamil, Juan, 246, 252, 257, Príncipe de la Paz. Véase Godoy,
280n, 316 Manuel.
483
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Soult, [Jean de Dieu], 269, 285, 287n, Tejera, Domingo, 197n, 233, 279n
288, 288n, 368, 403-405, 407 Tejón y Marín, Juan, 30, 30n
Sousa Coutinho, [Rodrigo de], 387, 388 Tell, Guillermo, 352
Southey, [Robert], 305n Tenorio, Pascual, 386, 387
Southworth, Herbert R., 99n Teobaldo, Fray. Véase Rodríguez
Souza Holstein, Pedro de, 387, 389 Gallego, Fray Teobaldo.
Speitkamp, Winfried, 16n Teresa de Ávila, santa, 99n
Spencer, [Brent], general, 400 Thiébault, [Paul Charles François],
Srut, coronel, 394 269, 288, 288n, 357, 359
Steffens, Heinrich, 348, 348n Thierry, [Agustin], 12n
Stein, Freiherr vom, 348 Thiers, [Louis Adolphe], 269
Stille, Arthur, 70n Thouvenot, [Marc], general, 359
Stirling-Maxrell, 457 Tierno Galván, Enrique, 163n
Stonor, Carlos, 383 Tilly, conde, [Miguel Francisco de
Stothert, William, 288n Arizcún y Pineda, marqués de
Strogonoff, barón de, 384 Iturbieta y conde consorte de],
Stuart, Charles, 380, 389, 391, 400, 376
401 Tito Livio, 293, 293n
Suárez Cortina, Manuel, 40n Toledano González, Lluís Ferrán, 37n,
Suárez Verdeguer, Federico, 149, 54n
149n, 156n, 159, 184, 184n, Toledo y Aguado, Nicolás de, marqués
188n, 194, 196, 196n, 197, 197n, del Villar, 376
198n, 199, 199n, 200, 201n, Tomás Villarroya, Joaquín, 216n
216, 216n, 226n, 232, 234, 237, Tomás y Valiente, Francisco, 152n,
239, 275, 279n, 322, 337, 340, 238
492 Tomkinson, William, 289, 289n
Suchet, [Louis-Gabriel de], mariscal, Tone, [John L.], 211n
70n, 184n, 205, 235, 269, 285, Torcal, Norberto, 74
287, 287n, 359, 365, 367, 367n, Toreno, conde de, [José María Queipo
368, 406, 429, 431n, 432 de Llano], y vizconde de
Sueiro, Susana, 100n Matarrosa, 38, 38n, 85, 156n,
Suñer Ordóñez, Enrique, 118, 119n 173n, 239, 240, 251n, 252, 252n,
Supervía, Miguel, 74n 253, 253n, 254, 256, 256n, 270,
316, 333, 334, 374, 378, 378n,
Tabuenca, [Francisco], 177 381, 397, 400
Talleyrand, [Charles Maurice de], 249 Torralba Soriano, Federico, 181, 181n,
Tap, Nicolás, 248, 249, 255 204
Tartakowsky, Danielle, 13n Torre, duque de la. Véase Martínez de
Teba, conde de. Véase Palafox, Campos y Serrano, Carlos, duque
Eugenio de, conde de Teba. de la Torre.
Tejado, Manuel, 184, 203 Torres Amat, [Félix], 278
488
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
Presentación .............................................. 7
Introducción .............................................. 11
PRIMERA PARTE
LOS SITIOS DE ZARAGOZA
Capítulo I
EL SIGLO XIX: LA GESTIÓN EN NEGATIVO DE LA GUERRA COMO
MITO FUNDADOR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Capítulo II
EL PASADO REHABILITADO: EL CENTENARIO DE LOS SITIOS
DE 1908 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Capítulo III
LA CONDESA DE BURETA O LA ARBITRARIA OPORTUNIDAD
DE UN CENTENARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
Capítulo IV
EL SUEÑO DE LA REGIÓN: ZARAGOZA «CORAZÓN DE ARAGÓN
Y DE ESPAÑA» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Capítulo V
EL HOMENAJE DE LOS CAMARADAS: LOS «HÉROES DE LA
INDEPENDENCIA ESPAÑOLA» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
SEGUNDA PARTE
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA
Capítulo VI
LA «SEGUNDA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA» DE 1936-1939 117
491
IGNACIO PEIRÓ MARTÍN
Capítulo VII
«GUERREROS, ACADÉMICOS Y PATRIOTAS»: LA CÁTEDRA «GENE-
RAL PALAFOX» DE CULTURA MILITAR, DE LA UNIVERSIDAD DE
ZARAGOZA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Capítulo VIII
VIVIR DEL PASADO Y EN EL PASADO: EL 150 ANIVERSARIO
DE LOS SITIOS DE ZARAGOZA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Capítulo IX
LAS CONFERENCIAS DE LA CÁTEDRA «GENERAL PALAFOX» . 141
José María Jover Zamora: La Guerra de la Independencia española en
el marco de las guerras europeas de Liberación (1808-1814) . . . . 147
Carlos Corona Baratech: Carácter de las relaciones hispano-francesas
en el reinado de Carlos IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Luciano de la Calzada Rodríguez: La ideología política de la Guerra
de la Independencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Fernando Solano Costa: La resistencia popular en la Guerra de la
Independencia: los guerrilleros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164
Antonio Serrano Montalvo: El pueblo en la Guerra de la Indepen-
dencia: la resistencia en las ciudades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
Capítulo X
«VEINTE AÑOS DE PAZ»: EL II CONGRESO HISTÓRICO INTERNA-
CIONAL DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y SU ÉPOCA 179
ANEXO
PONENCIAS DEL II CONGRESO HISTÓRICO INTERNACIONAL DE
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y SU ÉPOCA . . . . . . . . . . 243
492
La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908, 1958, 2008)
493
315