1) El documento discute la historia del derecho y el estado, argumentando que el derecho es contingente y depende del contexto social.
2) Explica que hay una confusión común entre las nociones de nación y estado que data de la época de las independencias iberoamericanas.
3) Sostiene que la nación y la nacionalidad deben verse como construcciones históricas en lugar de entidades naturales.
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2) Explica que hay una confusión común entre las nociones de nación y estado que data de la época de las independencias iberoamericanas.
3) Sostiene que la nación y la nacionalidad deben verse como construcciones históricas en lugar de entidades naturales.
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2) Explica que hay una confusión común entre las nociones de nación y estado que data de la época de las independencias iberoamericanas.
3) Sostiene que la nación y la nacionalidad deben verse como construcciones históricas en lugar de entidades naturales.
1) El documento discute la historia del derecho y el estado, argumentando que el derecho es contingente y depende del contexto social.
2) Explica que hay una confusión común entre las nociones de nación y estado que data de la época de las independencias iberoamericanas.
3) Sostiene que la nación y la nacionalidad deben verse como construcciones históricas en lugar de entidades naturales.
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GUIA 1.
HISTORIA DEL DERECHO Y ESTADO
1. En este curso concebimos la historia del derecho como un saber, de
hecho, formativo, pero de naturaleza distinta a la de la mayoría de las disciplinas dogmáticas que se imparten en los planes de estudios jurídicos. Estas últimas disciplinas tratan de implantar certezas en el derecho vigente, mientras que la misión de la historia del derecho es, por el contrario, la de problematizar el presupuesto implícito y acrítico de las disciplinas dogmáticas, o sea, el de que el derecho de nuestros días es el racional, el necesario, el definitivo. La historia del derecho realiza esta misión subrayando que el derecho sólo es posible (situado, localizado) «en sociedad» y que, independientemente del modelo usado para describir sus relaciones con los contextos sociales (simbólicos, políticos, económicos, etc.), las soluciones jurídicas son siempre contingentes en relación a determinado entorno (o ambiente). Siempre son, en este sentido, locales. António Manuel Hespanha, Cultura jurídica europea. Síntesis de un milenio, Madrid: Tecnos, 2002, p. 15.
2. "La mayor parte de los escollos que complican las tentativas de
realizar una historia de los Estados iberoamericanos provienen, sin embargo, de la generalizada confusión respecto del uso de época -de la época de la Independencia- de las nociones de nación y Estado, confusión en buena medida derivada de otra que atañe al concepto de nacionalidad". José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de la independencias, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004, p. 60.
3. "Para expresarlo sintéticamente al comienzo de estas páginas, la
confusión es efecto del criterio de presuponer que la mayoría de las actuales naciones iberoamericanas existía ya desde el momento inicial de la Independencia [...] Esto se observa en la falta de atención que se ha concedido a cuestiones como la de emergencia, en el momento inicial de las independencias, de entidades soberanas en el ámbito de ciudad o de provincias, y sus peculiares prácticas políticas". José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de laS independencias, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004, p. 60. 4. "Así, diversos aspectos vinculados con la historia de las naciones contemporáneas son abordados, cada vez más, por trabajos de diversas disciplinas desde la perspectiva de despojar al concepto de nación y de nacionalidad de su presunto carácter natural -uno de los presupuestos más sustanciales a diversas manifestaciones del nacionalismo- para instalarse en el criterio de su artificialidad, esto es, de ser efecto de una construcción histórica o 'invención'". José Carlos Chiaramonte, Nación y Estado en Iberoamérica. El lenguaje político en tiempos de la independencias, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2004, p. 29.
5. "Aun a riesgo de simplificar, el argumento de esta historiografía
puede resumirse diciendo que presentaba la historia del poder político europeo como la historia de la sustancia estatal, dividida en distintas fases correspondientes a otras tantas formas, que venían a culminar en el Estado liberal. Se construyó así un esquema interpretativo preordenado en función del resultado (una preconcepción), que determinaba tanto la selección de los temas relevantes (los procesos de concentración del poder y de centralización), como el tipo de fuentes a considerar pata estudiarlos (básicamente consistente en los textos de derecho oficial) y el instrumental teórico empleado para comprenderlo.". Carlos Garriga, "Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen", en Istor, Año IV, Núm. 16, 2004, pp. 2-3
6. "Construida a partir de las categorías elaboradas por la ciencia
jurídica contemporánea, que fungieron como “esquemas generales de ordenamiento”, la historia del derecho pasó a ser “dogmática retrospectiva” (Theodor Mayer) y, bajo la forma de una “historia jurídica del derecho” (Böckenförde), se dedicó a inventar una tradición que contribuyese a legitimar los nacientes Estado nacionales, es decir, a fundar un derecho y un Estado retrospectivos. He aquí todo un modelo historiográfico que podemos llamar –y ha sido llamado- paradigma estatalista". Carlos Garriga, "Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen", en Istor, Año IV, Núm. 16, 2004, p. 3
7. Una de las principales consecuencias del problema del imaginario
político liberal fue el abandono de los puntos de vista historiográficos que sólo consideraban (en la historia o en la sociología del poder) el nivel estatal del poder o el oficial (legislativo, doctrinal) del derecho. Antes de la drástica reducción del imaginario político operada, por la ideología estatalista a inicios del siglo XIX, Europa vivía en un universo político plural. Y era bien consciente de ello. Consciente tanto de la diversidad de los niveles de normativización social como de la diversidad de las tecnologías con las cuales se imponían las normas. Coexistían, en primer lugar, diferentes centros autónomos de poder, sin que esto creara problemas ni de orden práctico ni teórico. La sociedad se concebía como un cuerpo; y esta metáfora ayudaba a comprender que, al igual que los diferentes órganos corporales, los diversos órganos sociales podían disponer de la suficiente autonomía de funcionamiento para desempeñar la función que les había sido atribuida en la economía del todo. En segundo lugar, en este mundo de poderes —sobrenaturales, naturales y humanos— distintos y autónomos, la normativización se realizaba también a diferentes niveles. Existía un orden divino, que se explicaba mediante la revelación. Pero, independientemente de este primer orden, la propia Creación estaba ordenada y «las cosas» poseían una densidad que las hacía relativamente indisponibles. Finalmente, los hombres habían añadido a estos órdenes suprahumanos diversos complejos normativos particulares. Aunque hubiera una jerarquía entre estos diferentes órdenes, los inferiores no eran privados de su propia eficacia, la cual predominaba en los ámbitos que le eran propios. Este pluralismo jurídico no era específico del Antiguo Régimen. Por el contrario, en el ámbito político actual todavía se observa. El carácter artificial del Estado y la lentitud y costes de esta construcción estatal fueron muy bien ilustrados por Pietro Costa en un hermoso libro sobre la dogmática del derecho político italiano del siglo XIX. Yo mismo, en un artículo más reciente, sugerí que, a pesar del imaginario de unidad instituido por el estatalismo, las revoluciones del siglo pasado crearon nuevos mecanismos de periferización del poder (como la burocracia). No obstante, fueron sobre todo los sociólogos de la justicia los que revelaron la multiplicidad de mecanismos de normativización y de resolución de conflictos en las sociedades contemporáneas. De cualquier modo, esta idea de que la normativización social se efectúa en múltiples niveles encontró ya notables aplicaciones en la más reciente historiografía político-institucional del Antiguo Régimen. Me sirvo del ejemplo de Bartolomé Clavero, uno de los más interesantes historiadores del derecho de nuestros días (cf. Vallejo, 1995). Desde 1979, Clavero desarrolla un modelo alternativo y no anacrónico para describir el universo político del Antiguo Régimen. Ese modelo lo encontró, casi explícitamente, en la literatura jurídica de esa edad. Esta literatura no hablaba del Estado sino de una pluralidad de jurisdicciones y de derechos —derechos en plural— estrechamente dependientes de otros órdenes normativos (como la moral religiosa o los deberes de amistad). En sus trabajos Clavero insiste en dos tópicos: — El orden jurídico del Antiguo Régimen tiene un carácter natural- tradicional; el derecho, cuando no es el producto del Estado sino de una tradición literaria, establece fronteras fluidas y movedizas con otros saberes normativos (como la ética o la teología); — La iurisdictio, facultad de decir el derecho, es decir, de asegurar los equilibrios establecidos y, por tanto, de mantener el orden en los diferentes niveles, está más bien dispersa en la sociedad; no es summa iurisdictio sino una facultad de armonizar los niveles más bajos de la jurisdicción. El resultado es un modelo intelectual del mundo político que se adecua muy bien a los datos proporcionados por las fuentes y que es rico explicando el universo institucional de la época. A partir de aquí, la autonomía de los cuerpos (familia, comunidades, Iglesia, corporaciones), las limitaciones del poder de la corona en función de los derechos particulares establecidos, la arquitectura antagonística del orden jurídico, las dependencias del derecho en relación con la religión y a la moral, se pueden llegar a comprender sin esfuerzo. Esta visión pluralista del poder y del derecho tiende a fijarse, claro, en universos institucionales claramente no estatales, como la familia y la Iglesia. Resulta trivial subrayar la importancia del descubrimiento de Otto Brunner (cf. Brunner, 1939, 1968a, 1968b) de un hecho que sería evidente si no fuera por los efectos de enmascaramiento de la ideología estatalista: la centralidad política del mundo doméstico. No sólo como módulo autónomo y autorreferencial de organización y disciplina social de los miembros de la familia, sino también como fuente de tecnologías disciplinares y de modelos de legitimación utilizados en otros espacios sociales. Y no hablemos de la Iglesia, pues los estudios sobre las tecnologías disciplinares propias se multiplican. En primer lugar, sobre los típicos mecanismos eclesiásticos de coerción, como la confesión, la inquisición o las visitas parroquiales. En segundo lugar, sobre el núcleo de legitimación del discurso jurídico canónico, la fraterna correctio o el amor. El estudio del amor como dispositivo legitimador y como tecnología disciplinar rebasa ampliamente los límites del derecho canónico. Ahora bien, fueron los historiadores de esta rama jurídica los que inauguraron un campo de investigación que puede ser de enorme importancia para la comprensión de los mecanismos políticos: la disciplina de los sentimientos o la de la educación sentimental. Volveremos sobre este tema. De momento, nos basta subrayar la importancia heurística, a pesar de su carácter muchas veces hermético, de los trabajos de Pierre Legendre sobre las relaciones entre el poder y el amor. No obstante, esta lectura pluralista del poder y de la disciplina en la sociedad del Antiguo Régimen sobrepasa el derecho, tal y como éste se concibe actualmente. En realidad, este derecho constituía (constituye) un orden mínimo de disciplina, rodeado por otros más eficaces y más cotidianos. Por ejemplo, aquello que se llamaba, en la literatura del derecho común, el derecho de los rústicos (iura rusticorum), es decir, esas prácticas a las que el derecho común ni siquiera otorgaba la dignidad de la costumbre, pero que constituían la norma de comportamiento y el patrón de resolución de conflictos en las comunidades campesinas. Los trabajos empíricos de Yves y Nicole Castan prueban bien su eficacia, por muy difícil que sea evaluar su impacto a través de una lectura ingenua de las fuentes jurídicas letradas (Hespanha, 1983). Pero la normativización y la disciplina sociales sobre todo están garantizadas por la domesticación del alma. No se puede dejar de pensar en Michel Foucault cuando se evoca este tema de las «tecnologías de sí mismo» (cf. Martin, 1992). Aunque el interés por estos temas de investigación deriva también de pistas teóricas más antiguas (desde Max Weber a Norbert Elias) sobre los mecanismos de interiorización de la disciplina social (Disziplinierung). Por otro lado, el estudio de los «sentimientos políticos» ha avanzado mucho gracias a estudios histórico- antropológicos sobre el don, la libertad y la gratitud, como cimientos ideológicos de las redes de amigos y clientes. Una primera corriente, que llevó a estudiar la educación sentimental, tanto moderna como contemporánea, en sus relaciones con el mundo del derecho y del poder, apenas ha dado los primeros pasos. Otra corriente, cuyo punto de partida está constituido por los estudios de Clyde Mitchell y G. Boisevain sobre las redes de amistad en la Sicilia contemporánea, exploró las posibilidades disciplinarias de las normas de la moral tradicional (concretamente, de Aristóteles a Santo Tomás) sobre dominios aparentemente tan libres como los de la liberalidad y la gracia. En otro lugar (Hespanha, 1993e), he intentado mostrar que un campo tan importante como el de la liberalidad regia estaba sujeto a una gramática rígida que constreñía la liberalidad y la gracia y que prácticamente le escamoteaba al rey toda su libertad, en este dominio de lo jurídicamente no debido. Al mismo tiempo, Bartolomé Clavero publica su libro Antidora, en el que explora, siguiendo trabajos anteriores, la teoría jurídica de la usura en la Edad Moderna. Aquí es donde encuentra un ejemplo magnífico de esta complementariedad entre el derecho y la moral. En un libro que revoluciona el campo de la historia del pensamiento económico, Clavero demuestra cómo la disciplina de instituciones hoy tan «amorales» y formalmente tan jurídicas como el préstamo de dinero o la actividad bancaria descansaban sobre las normas de la moral beneficial y no sobre las normas del derecho. Al hablar de amistad, libertad o gratitud, lo estamos haciendo de disposiciones sentimentales que no pueden ser observadas directamente. Por eso, las corrientes historiográficas que deben ocuparse de ellas tienen que estudiar los textos normativos sobre los sentimientos y las emociones. La hipótesis de la que se parte es que estos textos disponen de una eficacia estructurante sobre, por un lado, la autocomprensión de los estados del espíritu y, por otro, la modelación de los sentimientos y de los comportamientos que de ahí derivan. En este sentido, la literatura ética, diseminada por las obras de vulgarización, por la parenética y por la confesión, constituiría otra de estas tecnologías modeladoras de los sentimientos particularmente importante para establecer el orden en la Edad Moderna. No obstante, también lo constituiría la literatura jurídica que, en unos dominios más que en otros, se ocupa de los sentimientos, de las emociones o de los estados del espíritu. Los ejemplos clásicos son, en el ámbito del derecho penal aunque también en el del derecho civil, los estados psicológicos como la culpa (culpa), el dolo (dolus), el estado de necesidad (necessitas), la mentira, la locura, la amistad, et. Refiriéndolo como presupuesto para la aplicación de normas jurídicas, el derecho instituye una «anatomía del alma» (una «geometría de las pasiones», Mario Bergamo) que fija los contornos de cada sentimiento. A partir de ese momento, el discurso supera una actitud simplemente cognitiva e instituye normas que disciplinan la sensibilidad y los comportamientos. António Manuel Hespanha, Cultura jurídica europea. Síntesis de un milenio, Madrid: Tecnos, 2002, pp. 38-42.
8. En la casa grande se mezclaban la familia principal, los parientes
colaterales, los allegados y los huéspedes, la servidumbre de la casa y los agregados a la tierra, los peones estables y los conchabados temporarios. La casa no era solamente el edificio para resguardarse de la intemperie, sino que era el elemento más visible del prestigio de un padre de familia. Era el espacio de sociabilidad por antonomasia, a través del cual se exteriorizaban las dimensiones de la autoridad del padre, en la cantidad de personas que le debían obediencia; el lustre de su familia, en la virtud de su mujer y el adelanto de sus hijos; su liberalidad y prodigalidad, en la cantidad de huéspedes; su capacidad de administración y gobierno, en la prosperidad económica. El buen gobierno de la casa se organizaba a partir de la capacidad del padre de familia para administrar las relaciones interpersonales y patrimoniales al interior de la casa, y con relación a los demás padres de familia. Por un lado, el manejo armonioso de los elementos desiguales que se insertaban en el cuerpo familiar como sus órganos o sus extremidades, guiados por la función rectora de la cabeza, era cumplida por el padre. Esta analogía del cuerpo, sumada a la idea de ser parte de un orden divino, otorgaba fundamentos trascendentes al gobierno de la casa por parte del padre, ya no solo responsable del ensamblaje, sino también como el administrador de la providencia que brindaba la posibilidad de la salvación de las familias notables. La potestad doméstica del padre era llamada oeconomica, en oposición a la jurisdiccional, etimológicamente, oiko-nomos, las reglas de la casa o, mejor dicho, la teoría para el buen gobierno de la casa. Se trataba de un tipo de equilibrio político y social, de una estructura cultural definida y distinta, que se proyectaba a la sociedad a través de instituciones plenamente civiles como la familia, el matrimonio y la servidumbre, la amistad y la gracia, sin dar lugar a un discurso de lo público, independiente del ámbito que hoy podríamos considerar como privado. Así, comprendía el derecho, el gobierno y las relaciones políticas como precedidas y justificadas por la organización familiar. Esto determinaba a su vez la formación necesaria para que ese padre de familia pudiera gobernar cabalmente el espacio mayor que estaba representado por la unión de sus pares, asumiendo el gobierno de sí y el gobierno de su casa como garantías de su capacidad para el buen gobierno de la república local. La oeconomica aristotélica definía a la casa como el ámbito natural de la autoridad del padre, considerada como la fuente de poder social, anterior al poder político, y condición necesaria para acceder a éste. La casa poblada era un eslabón fundamental en la cadena del orden social articulado desde la familia, que reunía la propiedad de la tierra, el control sobre la mano de obra, el acceso a los cargos políticos y los beneficios y privilegios otorgados por el rey. El padre de familia acumulaba sobre sí la potestad marital, la patria potestad y la potestad de patrón de la servidumbre. Así, la relación que podía establecerse entre el gobierno de la propia familia y el gobierno de la república era modélica: los padres de familia que debían cumplir la función de gobernar a la comunidad constituida por la unión de esos mismos padres, debían hacerlo con la misma responsabilidad y prudencia con la que regían sus propias casas, sobre una concepción del orden que ni siquiera imaginaba la separación entre un poder público y otro privado, o dicho de otra manera, entre un gobierno de la casa y un gobierno de la ciudad. Esa autoridad doméstica no era cuestionada, porque al interior de la familia no había pluralidad: el padre de familia no mediaba entre intereses dispares, sino que su función era la de tutelar la casa, mandar a sus miembros y administrar el patrimonio. La autoridad doméstica del padre de familia y la oeconomia como las reglas internas de la administración de la casa, de la producción y de las relaciones políticas, eran principios constitutivos del orden local. Entre los conocimientos considerados como imprescindibles para el buen gobierno de una casa, se hallaban todos aquellos que propendieran al mejor lucimiento y engrandecimiento de la familia del padre. … Para ser reconocido como vecino, era condición tener casa poblada en la ciudad. Eso implicaba, en primer lugar, ser parte de la ciudad como espacio político. No equivalía solamente a habitar una casa en la traza urbana sino, efectivamente, implicaba “poner grande la familia”, tener muchos dependientes que garantizaran la presencia del apellido en la ciudad, que trabajaran y se reprodujeran al interior de la casa, que encontraran, bajo la figura rectora del padre, su espacio del orden. El ideal de casa poblada, con multitud de sirvientes, había sido un modo de establecimiento doméstico bastante difundido, que si bien no era predominante, sí era el que poseía mayor carga simbólica en el mundo señorial. Ese grupo doméstico estaba integrado por la familia principal, la servidumbre, los huéspedes, los residentes permanentes y los semipermanentes, confluyendo personas de distintas calidades dentro del espacio doméstico de la casa, que era, a la vez, ámbito de sociabilidad y unidad de producción. La ciudad era la reunión de estas familias y sus dependientes. Era la ciudad y no la campaña la que, en la experiencia americana, era configuradora de un status nobilium. La condición de conquistadores y primeros pobladores era la que otorgaba el estatus necesario para el reconocimiento de derechos como vecinos, y a partir de ahí, también para la pertenencia a los demás cuerpos. Estas pertenencias eran una especie de nodos en una densa red de vínculos y lealtades recíprocas; poseerlas dependía también del reconocimiento de los pares, lo que se convertía en un vínculo funcional de notable vitalidad al que había que alimentar continuamente. La calidad de vecino de una ciudad era el primer elemento que habilitaba, a quien merecía la consideración, para conseguir derechos y privilegios políticos y fiscales. O dicho de otro modo, la vecindad se constituía en un cuerpo con el que se adquiría el acceso a los derechos colectivos otorgado a las ciudades por el rey, en reconocimiento de su establecimiento, y dentro de ella, al cuerpo selecto de vecinos beneméritos. Sus casas pobladas eran un espacio físico y un espacio simbólico a la vez, en tanto representaban el principal espacio de autoridad del padre de familia, que condensaba la autoridad de padre, esposo, señor de indios, amo de esclavos, patrón de la servidumbre y miembro central del cuerpo político local.
Romina Zamora, Casa poblada y buen gobierno. Oeconomia católica y servicio personal en San Miguel de Tucumán, siglo XVIII, Buenos Aires: Prometeo Libros, 2017, pp. 73- 74, 90-91.
Mc Evoy Carreras, Carmen. (2002). Seríamos Excelentes Vasallos y Nunca Ciudadanos. Prensa Republicana y Cambio Social en Lima (1791-1822). Lima, PUCP, Sobre El Perú, Hoenaje a José Agustín de La Puente Candamo, Cap. 50.