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2010 La expresión del dominio en el periodo formativo: Reflexiones en torno a algunos monumentos
emblemáticos. En XXIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2009 (editado por B.
Arroyo, A. Linares y L. Paiz), pp.892-905. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión
digital).
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PALABRAS CLAVE
Arqueología Maya, Iconografía, poder, mitología
ABSTRACT
DOMINANCE EXPRESSION DURING THE FORMATIVE PERIOD: REFLECTIONS AROUND
SEVERAL EMBLEMATIC MONUMENTS
Preclassic iconography is notable for its themes and styles. Undoubtedly, and as has been demonstrated by various
researchers, some of these themes continued into the Classic period. In this work, I recognize that Preclassic
iconography anticipates the transformation of some beings into others, according to the nature of the ritual in which
they participate. This is a phenomenon that can be expressed through headdresses, costumes, and allusive
paraphernalia to other entities, or from the drama that is recognized in the moment, whether it be a dance, a sacrifice,
or other transformation per se. Once these different types of personification are delimited, I will explore the role they
played in ritual, as well as their objectives, and if they had, or not, some type of continuity into the Classic Maya era.
INTRODUCCIÓN
De las múltiples formas de violencia a las que debe enfrentarse toda sociedad, dos tienen una
especial importancia política y simbólica: la violencia con la que las élites gobernantes imponen su
autoridad en el interior de la sociedad, y la violencia que establece las relaciones de poder entre diversas
comunidades. El resultado de ambas es una relación de dominio, en el interior de la sociedad o entre
comunidades. Esta relación de dominio necesita siempre alguna forma de legitimación. El estudio
iconográfico de las sociedades mesoamericanas pone de manifiesto que existen diversos modos de
expresar en imágenes la relación entre la violencia que ha generado la relación de poder y las imágenes
que simbolizan esa relación de dominio.
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No se trata de negar que hubiese violencia en las sociedades del periodo Formativo, pero sí de
constatar que la iconografía de este periodo optó por mostrar escenas en las que se consagraba la
relación de sumisión sin mostrar la violencia que presumiblemente la generó. Esta diferencia en las
tradiciones iconográficas del Formativo frente a la del Clásico Tardío y Postclásico podría estar
señalando una tradición diferente en el ámbito de la legitimación política y simbólico-religiosa de las
relaciones de poder.
Una historia de la iconografía parecería señalar que este cambio no fue radical, pero sí un
proceso constante en el que la iconografía opta de manera cada vez más decidida por la demostración
de una violencia aniquiladora del enemigo frente a los orígenes culturales del Formativo en que esta
violencia no se explicita.
MARCO HISTÓRICO
Este trabajo se centrará en la segunda mitad del periodo Formativo. A grandes rasgos se
puede decir que el Formativo Medio estuvo polarizado por una serie de centros, los más grandes y
monumentales en la zona olmeca de la Costa del Golfo, siguiendo el patrón iniciado durante el Formativo
Temprano. Pero a partir del Preclásico Tardío se asiste a un abandono de estos grandes pero escasos
centros nucleados, y comienzan a surgir un nuevo patrón político en las Tierras Altas y en la Costa del
Pacífico, con algunos núcleos nuevos y otros, que antes eran secundarios en creciente expansión.
Algunos alcanzan una gran extensión en cuanto a área cubierta y número de monumentos –caso de
Kaminaljuyu-, mientras que otros más pequeños, concentraban también una gran cantidad de escultura
monumental, terrazas y tallas en la roca, como Izapa o Tak’alik A’baj.
Este panorama sugiere que, durante la primera etapa, hubo un control interno muy fuerte en los
sitios olmecas de San Lorenzo, La Venta y Laguna de los Cerros, capaz de generar obras hidráulicas,
monumentales y de planificación urbana de gran calibre. Y que, coincidiendo con el abandono de La
Venta a finales del Formativo Medio, se abrió una nueva etapa en las relaciones políticas en una zona
que abarcaba el corazón olmeca, y su área de expansión cultural y posiblemente comercial a lo largo de
las Tierras Altas centrales, el valle de Oaxaca, y la costa y el altiplano de Chiapas y Guatemala. Si se
concentra en la zona de la costa del Pacífico y Tierras Altas de Chiapas y Guatemala, se observan
núcleos urbanos que posiblemente iniciaron una competencia por el control de las mejores tierras, los
accesos al agua (Pool 2000), y a los bienes como la obsidiana, el cacao, y los de tipo más suntuario
como el jade o las plumas.
EL ESTUDIO ICONOGRÁFICO
El estudio iconográfico que se propone va a centrarse en el análisis de dos monumentos
emblemáticos de cada periodo, la Estela 3 de La Venta, perteneciente al Formativo Medio, y el
Monumento 65 de Kaminaljuyu fechado para el Formativo Tardío, concretamente hacia el 150 AC
(Kaplan 1996). En ambos ejemplos el dominio se expresa a través de la definición de la personalidad de
cada participante, que se hace representar con una iconografía que define cada personaje por sí mismo
y la interrelación entre ellos. Son situaciones en las que se despliega toda una imaginería cargada de
significado que persigue epatar, agradar o aniquilar al interlocutor.
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Sin embargo, si se analiza la posición relativa de los personajes en la escena, la gesticulación y
la iconografía de tocados, cinturones y pectorales, sí que hay posiciones de subordinación y
sometimiento. La relación entre el que somete y el sometido se manifiesta a través de los atributos que
definen la personalidad de cada uno.
El individuo de la derecha, en cambio, se presenta llevando sobre su cabeza las insignias del
poder del cielo, con las alas, quizá las del águila arpía, que también adornan al individuo que emerge del
Altar 4 (Figura 3). El tipo físico del individuo de la Estela 3 es distinto, con un rostro muy anguloso. Tiene
una cuenta junto a su nariz que constituye también una novedad en la iconografía Olmeca, y que ha sido
interpretada como el símbolo del aliento divino o si se quiere, “precioso” del que está imbuido el individuo
que la lleva (Taube 2005), y que será un motivo recurrente en el final del Formativo Medio y durante el
Formativo Tardío. Está presente en el Monumento 65 de Kaminaljuyu que se analizará a continuación, y
con más o menos variantes, a lo largo de todo el Clásico y Postclásico. La alusión al jaguar se completa
con la cabeza de este animal en su cinturón, que emplaza la cabeza del jaguar a la altura de una parte
muy significativa del cuerpo, el ombligo, la referencia directa a la descendencia.
Así y según una primera lectura, se asiste a la narración del encuentro de dos representantes
de lo que pudieron ser los principales dioses o conjunto de divinidades Olmecas, simplificando la “Tierra”
y el “Cielo”, y que se ve en muchos monumentos Olmecas tanto de La Venta, como de San Lorenzo o
Laguna de los Cerros. Una segunda lectura se dirige a explorar a los dioses o antepasados que flotan
sobre la reunión (Figura 2). Ocupa la mitad del monumento, es decir, se les concede igual importancia y,
en apariencia son los mismos y expresan el mismo concepto de los que aparecen en la Estela 2, la
glorificación del gobernante en base a su descendencia o capacidad de comunicación con las fuerzas
que residen en a tierra.
En resumen, bajo una escena de consenso, se deja patente el ascendiente de un concepto que
aúna la rapacidad del águila y la depredación del jaguar sobre otro que simboliza la tranquilidad y el
orden, simbolizado a través de las bondades que puede ofrecer la tierra, dominada y domesticada por el
hombre: el agua en su justa medida y el conocimiento de las técnicas agrícolas. Estos dos principios
opuestos, el guerrero frente al partidario de una vida sedentaria, quizás esté reflejando una nueva etapa
entre unidades político -geográficas, o bien, quizás incluso entre facciones dentro de una misma entidad
política.
Otros monumentos de La Venta, en un marco más ritual podrían estar reflejando este nuevo
orden socio-político. Así el Altar 4 (Figura 3) del mismo sitio estaría abundando en el mismo concepto, en
contraste con lo que muestra, por ejemplo el Altar 3 del mismo sitio (Figura 4), fechado tentativamente
por Milbrath (1979: 48) hacia el 1000 AC, es decir, para el final del Formativo Temprano. Es
contemporáneo y está en la línea de los altares más tempranos de San Lorenzo o el Altar 5 de La Venta
(Milbrath 1979, Figuras 32 y 33) que aluden a los mitos acerca del nacimiento y cuidado del dios del
maíz (Taube 2000). El individuo que surge de la caverna del Altar 3 (De la Fuente, 1984, figura 48a y
48b) lleva el tocado alusivo a todo el complejo relacionado con el mito del maíz que se asocia con el
interior de la tierra, mientras que en un lateral (Figura 3), el gesto con el dedo levantado lo hace un
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anciano con tocado similar al cuidador del maíz, y lo esgrime en relación al personaje que encarna el
poder político, sentado en un trono y a la derecha de la imagen.
En el más tardío Altar 4 de La Venta (Figura 3), que representa la iconografía esquematizada
del jaguar en cambio, se enfatiza más la ascendencia de la fuerza ya que de él, emerge un sujeto, un
gobernante con toda probabilidad, con un tocado de ave rapaz y que agarra una cuerda que sujeta a otro
individuo que levanta su mano y su dedo índice en señal de poseer la razón, pero que se muestra atado,
y con la mano que no hace el gesto casi desgajada del brazo (De la Fuente 1984, Figura 49a).
La cara “A” muestra tres registros con escenas de sumisión, pero, aunque se avanza en la
expresión explícita de la violencia, el relato iconográfico se resuelve más en una integración de los
vencidos, manifestada a través del gesto de la mano que en su aniquilación. En su cara “A” (Figura 5)
hay tres escenas ordenadas de arriba abajo. El personaje central en todas ellas está sentado en un
trono, lleva un tocado diferente en cada registro, pero sus rasgos físicos, la cuenta junto a su nariz y su
actitud de dominio de la situación, con el dedo índice levantado, son muy similares.
Afortunadamente el tocado del señor del registro del medio está muy bien conservado y se
aprecia que lleva un signo “kin” o sol, con unos adornos (Figura 7a). Este tocado es similar al motivo de
las alas que lleva el ser sagrado que combina rasgos de ave con los de serpiente (Kaplan 1999: 427) en
el Monumento 63 (Figura 7b) o en el Altar 9 y 10 de Kaminaljuyu. (Figura 7c). Una divinidad que combina
rasgos de ave con los de serpientes que pueden surgir de su boca más o menos grandes, y que se ve en
objetos portátiles como la placa de jade de Motocintla, Chiapas (Figura 9.a), o en esculturas de bulto
redondo como la Piedra Santa de Suchitepéquez (Figura 7d).
Una escultura hallada en Arroyo Sonso, el Monumento 1 conocido como “el Elefante” (de la
Fuente 1984, figura 52), otro hallado Los Soldados y el Monumento 37 de San Lorenzo, todos de finales
del Formativo Temprano, podrían ser los prototipos de esta criatura (Milbrath 1979, figuras 19 y 20). Es
una divinidad que presenta rasgos de ave y de serpiente, con esta última se ve en su pico o ensamblada
en su imagen, un concepto que también se observa, ligeramente modificado en el Clásico Tardío Maya
(ver los vasos K791, y K1211), donde se observan, en la cerámica, distintas aves “way” con serpientes al
cuello que participan en diferentes rituales colectivos.
En resumen, y volviendo al Monumento 65, puede afirmarse que el personaje que puede
esgrimir la legitimidad de su poder, con su gesto y sobre su trono, se identifica en cada registro con un
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ser sagrado. A falta de identificar con precisión el tocado del gobernante del registro superior, en el del
medio y en el inferior sí que el gobernante lleva las insignias, y posiblemente es, en cada ocasión, un ser
sagrado de indudable importancia en Kaminaljuyu y en toda la zona: el pájaro con las serpientes en la
boca y el cocodrilo que con sus plantas lo identifican más con una representación de la tierra.
Añadir que esta asimilación entre el señor y la criatura sagrada podría incluir también un cierto
concepto de territorialidad, no en el sentido de una unidad político geográfica, si no en el de un espacio
sagrado del que ambos son partícipes, básicamente, “cielo” y “tierra” en los ejemplos del Monumento 65.
El registro superior recoge el resultado de lo que pudo ser una lucha fratricida: todos comparten
el tipo físico. El de la derecha, aunque conservando tocado y orejeras, está desnudo, señal de
degradación evidente, pero el situado a la izquierda del trono maximiza la humillación; tira de papel en
vez de sus orejeras, y desnudez total, y cabellos revueltos, que incluso podría ser sangre brotando de su
cabeza con lo que le habrían arrancado la cabellera. Sin embargo, el desenlace del incidente apunta
más bien a un escarmiento que a un aniquilamiento del vencido, interpretación que se podría dar al gesto
de la mano del vencedor sobre su trono.
En el registro del medio el prisionero de la derecha conserva su taparrabo, mientras que el otro
está desnudo. Pero aquí entra un nuevo factor: se ve un tipo físico distinto, más anguloso, con un tocado
peculiar y una nariguera. Y este tipo físico con la nariguera está presente en otros monumentos de
Kaminaljuyu, como en la Silueta 4 (Parsons 1986, figura 154), o fuera de su área, como el individuo que
está en un trono en el lateral de la Estela 5 de Tak’alik A’baj (Guernsey 2006, Figura 5.4.A).
Y el relieve inferior registra sometimiento, pero en un contexto del ritual del Juego de Pelota. El
prisionero lleva el cinturón de jugador de pelota. La criatura de su tocado, así como el uso de la
nariguera, lo asemejan a la figura mencionada en el párrafo anterior, que está en la Estela 5 de Tak’alik
A’baj.
Por otro lado, estas similitudes iconográficas abren la posibilidad de identificar a este señor del
trono en otro monumento de Kaminaljuyu que comparte estos dos rasgos iconográficos. Pero además, el
individuo representado en la Estela 11-fechada entre el 150 y el 50 AC, es decir, que pudiera ser
contemporánea con el Monumento 65, podría estar vestido de jugador de pelota (Parsons 1986: 66) y de
guerrero, y la criatura mítica que lleva en su cinturón, es la misma que la del tocado del jugador de pelota
vencido en el registro inferior del Monumento 65 (Figura 5).
VIOLENCIA MITOLÓGICA
Si bien hasta ahora se ha centrado en episodios iconográficos en los que la representación de
una relación de poder no se hace a través de una iconografía que enfatiza el acto de violencia, ello no
significa que en la iconografía de este periodo no haya ejemplos de situaciones de violencia. Lo
significativo es que en la gran mayoría de estas imágenes, esta violencia no se sitúa en el plano histórico
sino más bien en el plano mitológico.
Y junto a escenas que recogen la misma voluntad de consenso entre opuestos, como se
observa en la placa de jade hallada en Motocintla, Chiapas, lugar de paso entre la costa del Pacífico y
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los valles del interior (Figura 8a), o en el mural de San Bartolo, Petén (Figura 8b), se conservan otras
manifestaciones de violencia, como si el orden que reinase en la tierra fuese el resultado de las guerras
que se libran entre seres sobrenaturales, cuya imagen se apropian los gobernantes en sus respectivas
iconografías.
Estos ejemplos de violencia mitológica pueden tener distintas lecturas, cada una sujeta a su
momento histórico, pero todas parecen tener en común una misma concepción: la ferocidad y la
imposibilidad de control que representan criaturas de la selva como el jaguar frente a la placidez de la
vegetación controlada y domesticada en forma de alimento. En definitiva, la amenaza tensa y constante
entre el mundo de la selva –por extensión lo desconocido, el desorden (Taube 2003)-, sobre lo
sedentario, lo ordenado y lo contenido. Otra posible interpretación, aunque no contradictoria con la
anterior, vendría de la mano de las creencias actuales acerca de los guardianes de las cuevas en las que
se conserva el ancestral árbol del maíz (Carlsen y Pretchel 1991), y que se resisten a dejar “escapar” su
preciado tesoro y que pase a manos de la humanidad.
En todo caso, una tensión que, sin duda tuvo distintas versiones y matices, muchas de las
cuales han llegado hasta el presente en forma de narrativa oral, y que se pueden ver en una de sus
versiones en el Clásico Tardío Maya en el conjunto de cerámicas códice conocidas como de la
“confrontación” por los primeros en identificarlas (Robicsek y Hales 1981, vasos 92 a 106).
CONCLUSIONES
En definitiva, el análisis iconográfico muestra una representación de la relación de poder en el
periodo Formativo en la que se enfatiza, no tanto el acto de violencia y la derrota que ha generado esa
situación de dominio, sino que más bien se eluden las escenas de violencia y se concentra en mostrar la
creación de un nuevo orden en el que el derrotado asume y se integra en la unidad del vencedor. Esta
imaginería, y sobre todo, esta concepción del poder irán cediendo ante una narrativa iconográfica que
enfatiza cada vez más escenas de violencia, lo que parecería apuntar a un mensaje político en el que ya
no prima tanto la integración del derrotado como la lección de escarmiento ante el rebelde o el enemigo.
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Figura 1 Estela 3 de La Venta.
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Figura 2 Parte superior de la Estela 3 de La Venta, detalle.
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Figura 4 Altar 3 de La Venta.
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Figura 5 Monumento 65 de Kaminaljuyú, cara “A”.
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Figura 6 Rostros y tocados. A. El gobernante del registro inferior del Monumento 65;
B. Estela 11 de Kaminaljuyu; C. Estela 25 de Izapa.
Figura 7 El ser sagrado con rasgos de ave y serpiente. A. El gobernante del registro medio del
Monumento 65; B. Monumento 63 de Kaminaljuyu; C. Altar 10 de Kaminaljuyu; D. La
Piedra Santa de Palo Gordo, Suchitepéquez.
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Figura 8 La “entente” mitológica. A. Placa de Motocintla; B. Fragmento de los murales de San
Bartolo.
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Figura 10 Fragmento del mural de la pared norte de la Estructura 1 de San Bartolo.
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