Voto y Juramento
Voto y Juramento
Voto y Juramento
CIC
ALUMNO: José Eduardo Pérez de la Cruz
SEMINARIO DE TEOLOGIA MISIONEROS SERVIDORES DE LA PALABRA
El Código define el voto como «la promesa deliberada y libre hecha a Dios de un bien
posible y mejor»: tal promesa constituye una obligación de religión para aquel que la emite (c. 1191
§ 1). Igualmente ligada a la virtud de la religión se encuentra la obligación de cumplir lo que se ha
corroborado con juramento (c. 1220 § 1).
Las fuentes de Derecho divino positivo y natural. La autoridad del Magisterio y la Tradición
eclesiástica respecto al voto.
Si cualquier promesa hecha por un hombre a otro constituye una obligación de Derecho
natural, el cumplimiento del voto es, ciertamente, «de lege naturae», pero es también «praeceptum
legis divinae».
En el Antiguo Testamento se encuentran, como es sabido, numerosas referencias a la
práctica y a la disciplina del voto, con la descripción detallada del ritual en algún caso, como para el
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voto de nazireato. En Num 30, 30 se lee: «si uno hace un voto al Señor, o se obliga con juramento
a algo, no falte a la promesa, sino haga enteramente según las palabras que han salido de su
boca».
El voto es, por sí mismo, un acto voluntario, en el sentido de que nadie está estrictamente
obligado a emitirlo: «si te abstienes de hacer votos, no habrá pecado para ti» (Dt 23, 22-24), pero
una vez asumido el compromiso, es preciso no tardar en cumplirlo, «porque el Señor, tu Dios, te
pediría ciertamente cuenta, y serías reo de pecado».
En otros diversos lugares la Sagrada Escritura menciona el voto, aprobando su práctica,
significando su bondad y conveniencia, como instrumento de alabanza y de acción de gracias, como
invocación en la tribulación; se exhorta, además, a su uso prudente (Prv 20, 25), y se exige el
cumplimiento diligente de cuanto se ha prometido.
La Tradición cristiana ha apreciado siempre la particular eficacia de este acto de culto,
evidenciando asimismo la necesidad, bien advertida en la praxis pastoral, de que los fieles no hagan
votos a la ligera, sino que recurran prudentemente al consejo de una dirección espiritual experta,
que podría, según las circunstancias personales y de hecho, exhortarles a hacer propósitos de
observancia posible más bien que votos de difícil cumplimiento. Y ello porque el voto, aun siendo
acto voluntario, sin embargo, por su carácter extraordinario y supererogatorio implica la
consecuencia de generar, una vez emitido, una obligación de conciencia generalmente grave. Y el
Magisterio de la Iglesia ha proclamado siempre el alto valor moral y ascético del voto como medio
para honrar a Dios, y sobre todo por lo que se refiere a la vida consagrada, que, en sus variadas
formas debidamente aprobadas, manifiesta la propia pertenencia a la vida y a la santidad de la
Iglesia (LG, 44; c. 574 § 1).
Las fuentes de Derecho divino positivo y natural. La autoridad del Magisterio y la Tradición
eclesiástica respecto al juramento.
También por lo que se refiere al juramento —de igual modo que respecto al voto—,
Afirmado ya en el Antiguo Testamento (Num 30, 3; Dt 6, 13; Is 65, 16; Ier 12, 16 y, sobre todo, 4,
2: «si juras por la vida del Señor con verdad, juicio y justicia, serán bendecidas en ti todas las
naciones, y se gloriarán en mí»), y mencionado en diversas ocasiones como práctica personal por el
Apóstol en el corpus paulino (2 Cor 1, 23; Rom 1, 9; Gal 1, 20, Fil 1, 8) y también en la epístola a
los Hebreos (6, 13-18), el juramento recibía en Mateo (5, 33-37: «Habéis oído también [...], pero yo
os digo que no juréis jamás...») y en Santiago (5, 12) una valoración tan severa que, considerada en
su significado estrictamente literal, podía aparecer como un brusco, decisivo e irreversible punto de
llegada y de clausura de la experiencia veterotestamentaria en esta materia.
El juramento, como se ha entendido siempre, es un acto de la virtud de la religión, que
produce una grave obligación moral y que, en el ordenamiento canónico, tiene asignados
específicos puntos de aplicación —en el sistema procesal ordinario y especial, en la asunción
incluso ocasional de funciones públicas, en los actos con los que se quiere sellar una promesa o un
pacto mediante la invocación del nombre divino—, sin intrusiones o superposiciones con el
Derecho secular.
Lo que, puede dar razón de la disciplina legal del voto y del juramento en su conjunto es el
interés prevalente de la tutela de la persona, en armonía con la exigencia objetiva de ordenar según
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justicia las intervenciones que pueden llevar a cabo legítimamente respecto a esos actos ciertos
sujetos y autoridades, privadas y públicas.
Y ello se manifiesta, sobre todo, en los siguientes aspectos:
a) en materia de validez del acto (ce. 1191 § 3 y 1200 § 2);
b) en materia de conmutación y de condonación (ce. 1202,1.° y 1203);
c) en el particular relieve que asume la tutela de terceros que hayan adquirido derechos a partir del
voto o del juramento (ce. 1196 y 1203);
d) en materia de potestad dominativa (ce. 1195 y 1203), que no puede incidir «in voluntatem
voventis» ni sobre la voluntad de quien jura;
e) en cuanto a la dispensa (ce. 1196, 1202,4.a y 1203), tema éste que ha suscitado durante largos
siglos profundas disputas sobre la titularidad del poder de dispensa y, aún más, sobre la
naturaleza de ese poder, en las cuales con mucha frecuencia eran objeto de discusión precisamente
los casos de relaxatio de normas de Derecho divino (en materia de impedimentos matrimoniales) o
de normas fundadas en el Derecho divino, como sucede en el voto y el juramento.
Del Voto
1191 § 1. El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios de un bien posible y mejor, debe
cumplirse por la virtud de la religión.
§ 2. A no ser que se lo prohiba el derecho, todos los que gozan del conveniente uso de razón son capaces
de emitir un voto.
§3. Es nulo ipso iure el voto hecho por miedo grave e injusto, o por dolo.
1. La definición de voto
El primer parágrafo de este canon propone la tradicional definición del voto: «promesa
deliberada y libre de un bien posible y mejor, hecha a Dios». Esa promesa debe ser cumplida
siempre por la virtud de la religión.
Ante todo el voto es promesa: no un simpe deseo, un propósito o un consejo, sino expresión
de la voluntad de obligarse (intentio se obligandi) por la virtud de la religión. En el mero propósito
falta esta voluntad que, en cambio, es propia del voto, y a la cual la doctrina constante atribuye la
fuerza vinculante de una ley, lexprivata, que quien emite el voto se impone a sí mismo. Si falta la
intentio se obligandi, el voto es nulo; si, por el contrario, existe el animus de obligarse, pero no de
cumplir, el voto es válido, porque su validez no depende de la intención de cumplir, sino de la
voluntad de obligarse.
Promesa deliberada, guiada por la consciencia, por el conocimiento intelectual de la
obligación que deriva de ella y de su naturaleza de acto de latría (ex virtute religionis), en cuanto
hecha a Dios, y cuyo objeto es un bien mejor y posible, moral y físicamente.
Para la validez del voto es necesario que la deliberación sea plena, y la libertad perfecta.
Para tutelar la plenitud de la deliberación, el c. 126 sanciona la nulidad de cualquier acto puesto por
ignorancia o error que verse sobre aquello que constituye la sustancia del acto (error sustancial es el
que es causa del voto: la ignorancia sustancial afecta —según la definición recordada— a las
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propiedades esenciales, o a la materia, o a la causa del voto), o que recaiga sobre una condición
«sine qua non».
Del Juramento
1199 § J. El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo
puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia.
§ 2. El juramento que los cánones exigen o admiten no puede prestarse válidamente por medio de un
procurador.
— Verdad: se requiere que sea verdadero lo que, según la propia ciencia, se afirma como tal (asertorio), o
bien que (en el promisorio) quien jura tenga verdaderamente la intención de obligarse y de cumplir a su
tiempo la obligación de que se trate. La verdad, considerada como el principal de los tres requisitos, no
admite que se recurra a la llamada restricción puré mentalis, que se da cuando el sujeto usa expresiones
incomprensibles, cuyo sentido no puede ser captado en modo alguno: quien hace uso de esas restricciones
comete perjurio.
— Prudencia: el juramento es un acto de culto tan importante y comprometido que no puede ser prestado sin
la debida discreción y sin que haya necesidad de jurar. Así, falta la prudencia cuando se recurre con
frecuencia y sin necesidad al juramento, cuando se hace por juego, o cuando se invoca el testimonio del
nombre divino sin la debida reverencia.
— Justicia: expresa la exigencia de que no se invoque el nombre de Dios para sostener una afirmación o una
promesa ilícita. En el juramento asertorio es ilícita, por ejemplo, la difamación o manifestación, sin motivo
suficiente, de un delito; y en el promisorio, el compromiso de llevar a cabo algo deshonesto o contrario al
Derecho.
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BIBLIOGRAFIA:
MARZOA, J. MIRAS Y R. RODRÍGUEZ-OCAÑA, Comentario Exegético al Código de Derecho Canónico,
Volumen III/2, Tercera edición actualizada, Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA) Pamplona,
España 2002