Este documento trata sobre los fundamentos bíblicos y teológicos del derecho canónico. Explica las siete divisiones del Código de Derecho Canónico y analiza las actitudes de Jesús y Pablo hacia la ley. También discute cómo la Iglesia primitiva reflejó conceptos legales y cómo la autoridad eclesiástica debe ejercerse como servicio.
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Este documento trata sobre los fundamentos bíblicos y teológicos del derecho canónico. Explica las siete divisiones del Código de Derecho Canónico y analiza las actitudes de Jesús y Pablo hacia la ley. También discute cómo la Iglesia primitiva reflejó conceptos legales y cómo la autoridad eclesiástica debe ejercerse como servicio.
Este documento trata sobre los fundamentos bíblicos y teológicos del derecho canónico. Explica las siete divisiones del Código de Derecho Canónico y analiza las actitudes de Jesús y Pablo hacia la ley. También discute cómo la Iglesia primitiva reflejó conceptos legales y cómo la autoridad eclesiástica debe ejercerse como servicio.
Este documento trata sobre los fundamentos bíblicos y teológicos del derecho canónico. Explica las siete divisiones del Código de Derecho Canónico y analiza las actitudes de Jesús y Pablo hacia la ley. También discute cómo la Iglesia primitiva reflejó conceptos legales y cómo la autoridad eclesiástica debe ejercerse como servicio.
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Derecho
fundamental DIVISIÓN DEL CÓDIGO
I. Normas generales: 1-203
II. Pueblo de Dios: 204-746 III.Munus Docendi: 747-833 IV. Sacramentos: 834-1253 V. Bienes temporales: 1254-1310 VI. Sanciones penales: 1311-1399 VII.Procesos: 1400-1752 FUNDAMENTOS BÍBLICOS DEL DERECHO CANÓNICO • No puede analizarse, ni definirse la naturaleza del Derecho Canónico sin acudir y tener muy en cuenta las prescripciones legales que se contienen en la Sagrada Escritura. • No hay oposición entre la Palabra revelada y la existencia de lo jurídico en la Iglesia, sino que en esta fuente de la Revelación existen determinaciones y leyes que «constituyen la primera fuente del patrimonio jurídico de la Iglesia». • Jesucristo no quiso, de modo alguno, destruir el patrimonio de la ley y de los profetas —que se había ido formando poco a poco en la historia y la experiencia del Pueblo de Dios—, pero le dio un sentido pleno, nuevo y más elevado y, así, pasó a formar parte del patrimonio del Nuevo Testamento (cf Mt 5,17). • Por ello, cuando San Pablo enseña que la salvación «no se obtiene con las obras de la ley, sino por medio de la fe», no anula la obligatoriedad del Decálogo, ni niega la importancia de lo jurídico en la Iglesia de Dios, sino que señala su carácter instrumental, de mediación. • En consecuencia, la ley de la Iglesia «no tiene como finalidad, de ningún modo, sustituir la fe, la gracia, los carismas y, sobre todo, la caridad en la vida de los fieles cristianos. • Al contrario, su fin es, más bien, crear un orden tal en la sociedad eclesial que, asignando el primado a la fe, a la gracia y a los carismas, haga más fácil su desarrollo orgánico en la vida, tanto de la sociedad eclesial como de cada una de las personas que pertenecen a ella». LA ACTITUD DE JESÚS ANTE LA LEY • Jesús no se oponía a la ley dada por Dios a su Pueblo, al contrario, tomaba parte en la vida religiosa de su pueblo, reglamentada por la ley. • La oposición radical de Jesús, tal como nos la transmite la primitiva catequesis, es precisamente a la interpretación de los escribas y fariseos que había violentado y prostituido el sentido auténtico de la ley de Dios, provocando una increíble perversión de valores (cf. Mt 15,1- 20, Mc 7,5-13). • En consecuencia, cuando la doctrina de los maestros de la ley está conforme con la ley misma y su sentido auténtico, Jesús reconoce la autoridad de los escribas y fariseos (cf. Lc 11,37-54, Mt. 23,1-4). • Jesús, por tanto, se sometió a la ley, no es un contestatario ni un despreciador de lo jurídico (cf. Gal 4,4). En cuanto a la ley humana su actitud es de fundamental obediencia, como lo demuestra su enseñanza sobre el pago del tributo al César (cf. Mt. 17,24-27, Mt. 22,19). • Jesús quiere devolver a la Ley su sentido más original la plenitud consiste en el doble mandamiento que resume y compendia toda la ley el amor a Dios y amor al prójimo (cf. Mt 22,34-40, Lc. 10,25-28, Me 12,28-32). • No se trata del cumplimiento literal —esto provoca un legalismo que se contenta con lo exterior y reduce el comportamiento genuinamente religioso a una especie de contabilidad de méritos—, sino que lo decisivo y primordial es la actitud interior de la que la acción exterior es fruto y expresión externa (Lc.18,9-14). • Este respeto a la Ley antigua y la urgencia de su cumplimiento, en cuanto reveladora de la voluntad de Dios, no está en contradicción con la Ley nueva que Jesús promulga, con su autoridad, para que los que creen en él la cumplan, unas veces dando un sentido auténticamente nuevo a los preceptos que se habían anquilosado, pervirtiendo los valores que protegían (Mc. 2,27, Mt. 12,1-8, Lc. 6,1-5) y otras veces contraponiendo viejos preceptos —dados por Moisés a causa de la dureza de corazón de aquel Pueblo para evitar males mayores—, a la ley que Él promulga con su autoridad de Hijo de Dios, desde al amor a los enemigos (Mt. 5,38-48), hasta la indisolubilidad del vínculo matrimonial (Mc. 10,1-12 y Mt. 19,1-12). LA TEOLOGÍA PAULINA • San Pablo pone de relieve, en primer lugar, la interioridad, en cuanto que, por oposición a la Ley antigua, la Ley nueva no está promulgada «en tablas de piedra, sino en las tablas de carne de vuestros corazones» (II Cor 3,3). • San Pablo entiende que la Ley nueva es un principio dinámico, pues «no está escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo» (I Cor 3,3) y por ser ley del Espíritu Santo es don y es gracia que impulsa a vivir una vida nueva, «no porque de nuestra parte seamos capaces de apuntarnos algo como nuestro, sino que nuestra capacidad viene de Dios, que nos capacitó para administrar una alianza nueva, no de pura letra, sino de Espíritu, porque la letra mata, pero el Espírito da vida» (II Cor 3,46) • En la cristiandad antigua el Espíritu y el derecho no se encuentran separados, por el contrario, es el Espíritu el que establece el derecho, y esta acción es constitutiva para el creyente. • El objetivo del derecho no es el orden en cuanto tal y en sentido formal, sino el orden definido por su contenido, que es la relación justa entre el Creador y su criatura. 'Esta dimensión característica de la ley cristiana es fruto precioso de la realidad inefable de nuestra filiación divina (Gal 4,4-7) Se trata de una nueva e inesperada visión y concepción de la ley, como camino de libertad. EL REFLEJO EN LA IGLESIA PRIMITIVA
• En Hch 15 se encuentra una descripción del que podría ser
considerado como el primer Concilio de la Iglesia, reunido para dilucidar el problema planteado por los judíos, que afirmaban la pervivencia de la ley de la circuncisión obligatoria para todos los bautizados. • Era un precepto de la ley vieja no expresamente derogado por Jesús en la promulgación de la Ley nueva, como lo habían sido otros. La conclusión de las discusiones es clara «Es decisión del Espíritu Santo y nuestra no imponeros más cargas que estas cosas indispensables abstenemos de alimentos ofrecidos a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación Haréis bien en abstenemos de ellos» (Hch 15,28-30) • Desde aquí resulta indudable que la primera comunidad cristiana tenía una conciencia muy clara de que no había oposición entre ley y evangelio, puesto que si se hubiera dado esa contradicción esencial este conflicto no habría surgido, simplemente se habría resaltado que en el Reino de Dios inaugurado por Jesús la ley no tenía lugar alguno. • Pero, además, pone de manifiesto que no estaba derogada toda la Ley antigua, al distinguir entre la circuncisión y otros preceptos cuya vigencia continuaba en la Iglesia primitiva, como era la abstención de comer determinados manjares, en contraposición, al menos aparente, con la Palabra de Señor. • Con referencia a la relación teología-derecho, encontramos además un dato de excepcional importancia las reglas de comportamiento, las normas y las leyes tenían que proceder del Espíritu Santo, en los momentos decisivos. • La fórmula utilizada no intenta equiparar el Espíritu Santo a los dirigentes de la comunidad, sino que expresa que esos dirigentes no han procedido sin antes buscar con sinceridad la voluntad del Señor, dóciles a la inspiración del Espíritu Santo. LA AUTORIDAD Y SU EJERCICIO • Para Jesucristo, la autoridad que viene de Dios no se da en provecho de quien la recibe, sino que se recibe en provecho de otros a quienes se debe servir (Mc. 10,42-45), aunque este servicio conlleve verdaderos mandatos. • Esta declaración de Jesús supone una verdadera revolución en el concepto de autoridad y en su finalidad y ejercicio el control de autenticidad es la eficacia del servicio. • Frente a una concepción excesivamente sacralizada heredad del judaísmo, el Nuevo Testamento no justifica la autoridad legítimamente constituida como representación de Dios en exclusiva, sino que es el Espíritu Santo el que suscita diversos carismas para el servicio de la comunidad, entre los que se encuentra el servicio jerárquico. • Es verdad que, al principio, se puede establecer en la Iglesia primitiva una distinción entre la auctoritas que nace del testimonio de una vida (santidad), o de un saber (ciencia), pero muy pronto se identifica con la potestas que nace del cargo que se ocupa y de la misión recibida (consagración, imposición de las manos, como transmisión de la misma), tal y como aparece en el caso de Pablo a Timoteo y Tito o la lección de los diáconos en el libro de los Hechos. • Los testimonios más antiguos reconocen en el Obispo de Roma, como sucesor de la sede primacial, una auténtica plenitudo potestatis 2. LA IGLESIA NACIENTE Y EL DERECHO
• La doctrina jurídica ha debatido largamente la cuestión de la
estructuración normativa e institucional del cristianismo. El desvanecimiento de la espera de la parusía coincidió con la progresiva eliminación del elemento carismático, con al constitución de los ministerios jerárquicos y la introducción del dogma como regla de fe, en fin, con la formación de una doctrina moral autosuficiente y el desarrollo del sistema sacramental. • Por otra parte, el desplazamiento del centro geográfico de la autoridad de la Iglesia de Jerusalén a Roma ha extendido las comunidades judeo-cristianas (que es un fenómeno histórico de no fácil definición por la dificultad de establecer la fusión de elementos judaicos y cristianos en el primer cristianismo). • Todo esto ha favorecido la influencia de la cultura clásica, helenística y la romana en el pensamiento cristiano, preparando el terreno para la inserción de la Iglesia en las estructuras políticas del imperio. • Rudolf Sohm (1841-1917) entre 1892 y 1909, propone la tesis más radical, afirmando que la Iglesia de los orígenes estaba desvinculada de cualquier ley o vínculo jurídico: “cualquier derecho eclesiástico divino sería en el cristianismo primitivo contrario al Evangelio”. • Existía una organización esencialmente carismática, fundada sobre los carismas o dones individuales concedidos libremente por el Espíritu Santo, que llama a las personas a distintos ministerios: anunciar la Palabra de Dios, dirigir el culto y gobernar. • Para Sohm, esta “organización carismática” no está revestida de formas jurídicas, puesto que carismático llamado a un determinado oficio en la comunidad puede anunciar con autoridad la palabra de Dios y por eso exigir autoridad y obediencia. • Por lo tanto, en los orígenes, el oficio eclesiástico no era algo jurídico, ni resultaba ligado a una determinada forma o persona, sino que estaba basado sobre una misión divina que escapa de la dimensión jurídica. El amor obliga a aquellos que han recibido un carisma y que debían ponerlo al servicio de los hermanos. • Al terminar el I siglo, según la reconstrucción de Sohm, el derecho entra en la Iglesia. Este evento señala el final de cristianismo primitivo y da inicio a la catolización de la Iglesia. En su primera fase, “protocatolicismo”, la comunidad cristiana se organiza constitucionalmente en torno a la figura del obispo, que preside el culto eucarístico y otras actividades, mientras que los laicos terminan por estar “degradados” a la condición de menores de edad y son colocados bajo la tutela del clero, que se atribuye el poder de gobierno de los fieles. • La tesis de Sohm, influenciada por el protestantismo liberal, han suscitado bastas reacciones críticas tanto en el ámbito católico como protestante. El alemán Adolf Harnack, replicó en 1910, que carisma y derecho no se excluyen necesariamente desde el punto de vista teorético; de hecho, estos han sido históricamente los motores de la constitución eclesiástica de los dos primeros siglos. El desarrollo institucional de la Iglesia, resulta gobernado por dos factores: uno espiritual fundado bajo el carisma, y el otro, teocrático, basado en el dominio de Dios. El perfil teocrático, ligado a la idea de la sucesión de la Iglesia por el pueblo hebreo y del sistema sinagogal. • Harnack ve así desplegado en la Iglesia primitiva un doble nivel organizativo: las comunidades locales con oficios de vigilancia y de control (obispos, presbíteros, etc) y la Iglesia en su conjunto con oficios de tipo carismático (apóstoles, profetas, doctores). Los primeros oficios no eran intercambiables pues gozaban del reconocimiento de parte de otras comunidades. • Los estudiosos católicos, contestaron con otros datos, la reconstrucción de Sohm, subrayando forzamientos y esquemas ideológicos. Fournier (1894) y Batiffol (1909), han considerado que el error más grave de Sohm es concebir el cristianismo primitivo como una especie de “alma sin cuerpo” o bien una “anarquía espiritual”, que no habría dejado espacio a las prerrogativas de los apóstoles. PUEDE DECIRSE QUE LA AUTORIDAD LEGISLATIVA DE LA IGLESIA SE AFIRMA Y EJERCE EN ESTOS PRIMEROS SIGLOS EN CUATRO VERTIENTES • 1) La formulación de leyes: Esta actividad es ejercida principalmente por los obispos en sus respectivas Iglesias particulares y sus prescripciones tomaron enseguida las modalidades de mandatos orales, normas prácticas de actuación y, sobre todo, la legislación conciliar y sinodal. • En relación con la legislación conciliar, baste anotar que representa la base mas elaborada y técnica a partir del siglo IV, pero pronto surgen dificultades de aplicación, ya que, aunque no se discute la autoridad de los concilios ecuménicos y provinciales, resulta, a menudo, difícil precisar el territorio en que se aplicaban y, sobre todo, las consecuencias de la resistencia o falta de aplicación de lo que se establecía en las reuniones de obispos pertenecientes a diversas Iglesias particulares. • 2) El ejercicio la justicia: Muy pronto aparecen delineadas, en sus rasgos principales, tres instancias a las que se podía acudir en la solución de conflictos entre las Iglesias, o de las comunidades con sus respectivos pastores el obispo, el concilio, el Papa. • Esto se aplicaba, sobre todo, en materia doctrinal, al aparecer las primeras desviaciones y herejías. El Papa y el concilio eran como instancias de apelación y la audiencia episcopalis la primera y obvia instancia. • 3) La justicia penal: Es curioso la aparición de este apartado o rama del Derecho canónico en los primeros siglos de la vida de la Iglesia. En su ejercicio aparecen otras instancias intermedias y tribunales especiales en relación con determinados delitos, sobre todo en el campo doctrinal y dogmático. • 4) Las Decretales del Papa: Desde comienzos del siglo III los Papas intervienen en materias disciplinarias y doctrinales, a través de sus Decretales, aunque no es posible, como en el caso de la legislación conciliar, determinar siempre y en todos los casos y con exactitud el ámbito de su aplicación (leyes universales o particulares y personales) y el valor de sus decisiones. 3. LA FORMACIÓN DE LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA
• Ya en la primera carta de San Clemente Romano del año 96
(que se considera el primer documento del derecho canónico), si afirma una concesión “orgánica” de la Iglesia, considerada como una comunidad de elementos diversos animada por un solo espíritu en donde a cada miembro le es asignado un puesto particular y una específica función al ejemplo de la jerarquía levítica del Antiguo Testamento o de la disciplina del ejército romano. “Cada uno de nosotros, hermanos, puede ser agradable a Dios en su particular rango, actuando con recta conciencia, sin infringir la regla establecida para su función, con dignidad” (I Clem. 41,1). UN DATO IMPORTANTE
• Cuando se habla de término griego Kanon, este refiere a un
instrumento (bastón o caña), que servía para medir. En sentido figurado significa una regla (de fe o de costumbres), un modelo, un tipo, una lista definitiva (ej. el canon bíblico). La palabra es usada por vez primera para indicar el complejo de la disciplina eclesiástica en I concilio de Nicea del 325. Se distingue de la ley civil o nomos. • La organización de las Iglesias de la segunda y tercera generación cristiana presenta una notable variedad de formas y de modelos de ministerios, gracias a la impronta de sus fundadores y a las raíces culturales de cada comunidad. Se debe decir sobretodo que en el NT las designaciones de los oficios no están todavía bien definidos. En los Hechos de los Apóstoles, se habla para Jerusalén de “los Doce” y de “los Siete”, más tarde que Santiago y de los “ancianos”. En Antioquía de Siria se habla de “profetas” y “doctores” (Hch. 6, 1-6; 15, 13-22; 13,1). • Las cartas de San Pablo a los Corintios, en Grecia, hacen una referencia a “apóstoles, profetas y doctores” (I Co. 12, 28), para la Iglesia de Roma se habla de “diaconisas” (cf. Rm. 16,1). A los filipenses, en Macedonia, encontramos episkopoi y diakonoi (Fil. 1,1). • Después de tantas discusiones, los estudiosos están relativamente de acuerdo en el considerar que en el curso el I siglo no había una forma original y homogénea de organización cristiana, y que habían coexistido dos modelos, dominantes, pero no contrastantes: aquellos de las comunidades fundadas o ligadas al apóstol Pablo y más ampliamente, de las comunidades cristianas provenientes del paganismo y aquellos de la comunidad de Jerusalén y de Palestina, de origen judeo-cristiano. • La evolución de la figura del obispo monocrático (la que conocemos hoy), se desarrolla en tres fases: 1. Con la desaparición de los apóstoles se afirma la “sucesión” de los obispos en sus servicios y percibe la función presbíteros- episcopos en el gobierno de la comunidad respecto a las funciones carismáticas (de los profetas y doctores) 2. Otra etapa es la separación de los episcopos de la jerga de los presbíteros. Alrededor del año 110 los escritos de San Ignacio de Antioquía atestan una triple jerarquía, con el obispo sobre y bajo los presbíteros y diáconos. 3. Se determina el paso de los episcopos de la presidencia de una comunidad particular a la de una diócesis cuando en la segunda mitad del II segundo, el cristianismo se difunde más allá de las ciudades y nacen las Iglesias hijas en el ambiente rural, dirigidas por presbíteros y ligadas a la Iglesia-madre. De modo que la función del obispo empieza a considerarse como de cabeza de la nueva circunscripción eclesiástica definida en dos términos : al inicio equivalente a parokia (parroquia) o de eparkia (diócesis) en Oriente, y de parokia y de diocesis en Occidente. • Elevado a este nuevo rango, el obispo es ahora parangonado al sacerdote o al sumo sacerdote del AT y su sucesión apostólica es formalizada con específicas listas. Su dignidad comporta el tributo de honores públicos. • Los motivos de la autoridad, de la disciplina, de los “cánones” como “regla imperativa”, ya presente en la I Carta de Clemente Romano, son ampliamente retomadas por escritores de los siglos II-III, que empiezan a referirse al derecho romano para defender al cristianismo de las acusaciones más disparatadas y para desarrollar los primeros bosquejos de la doctrina occidental. • Los apologistas advierten la necesidad de construir la Iglesia como ordenamiento, de reforzar las estructuras sobre la base universal, de defender el carácter de societas. Ireneo (II siglo), habla de “sistema antiguo de la Iglesia”, Tertuliano (160-220) contrapone el “cuerpo de los cristianos” entendido como una sociedad ordenada e disciplinada a la colectividad de los gentiles y Cipriano (200-258), traspone los conceptos de potestas y de ius en el ámbito de la Iglesia. • En la Roma clásica, existían tres maneras distintas de interpretar el poder: el «imperium», la «potestas» y la «auctoritas» • El “imperium” era un poder absoluto propio de quienes tenían capacidad de mando, se trataba fundamentalmente, de los cónsules y los procónsules. • Luego estaba la “potestas” que era el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza. • Y, por último, existía la “auctoritas” que era un poder moral, basado en el reconocimiento o prestigio de una persona. • Al alba del III siglo, la ecclesia o comunidad local aparece bien estructurada y fundada sobre un principio de autoridad institucional, que se expresa en la dotación de oficios y servicios indispensables. • La elección del obispo es regulada, casi en el siglo V, con un procedimiento complejo: el suffragium del pueblo, el testimonium del clero, el iudicium de los obispos de las Iglesias vecinas, el consensus del metropolitano u obispo de la Iglesia-madre. • El ligamen entre las Iglesias locales se mantiene mediante la ordenación del obispo, a la cual deben participar al menos tres obispos vecinos. En cada Iglesia se aplica o rige una estrecha relación entre ordo y plebs, entre el orden sacerdotal y el pueblo de los laicos. A la cabeza del ordo está un episcopado monocrático que se apoya en la sucesión apostólica y es inamovible y está ligado en modo absoluto a su Iglesia, lo que garantiza la ortodoxia y la representa de frente a otras Iglesias. • Bajo el fundamento del precepto de San Pablo (I Co. 6,1-8), el obispo ejercita una amplia función jurisdiccional en su Iglesia. Asistido de presbíteros (sacerdotes) y de diáconos, el se sienta en el tribunal, juzga causas disciplinares y controversias entre fieles cristianos sujetos a su autoridad, aplica normas canónicas y del derecho secular, según sea el objeto de juicio, sea regulado o no por la Iglesia. • En la concesión de ministerios, aparte de la distinción entre clero y laicado, está también la distinción entre hombre y mujer. Estas divisiones se acentúan con la lectura en clave veterotestamentaria de las instituciones cristianas. El obispo es parangonado al sumo sacerdote, considerado intermediario entre Dios y los hombres, tiene un poder absoluto en su diócesis en cuanto que en el descansan todas las funciones, sea aquellas concernientes a la designación de los diáconos y de las diaconisas, sean aquellas menos decisivas, de ecónomo y dispensador de la comunidad. • Los laicos deben honrarlo “como conviene, con dones, honores y el respeto del mundo”, deben dirigirse a los diáconos y para todas las cuestiones de modo que no sea molestado mucho no pedirle cuenta de las gestiones de los bienes de la Iglesia (Didascalia, II, 28, 5-7). • Se registra en paralelo una progresiva reducción del rol de las viudas (que tenían un estatuto personal aparte) y los laicos. A las viudas y a los laicos era prohibido responder a las preguntas sobre “justicia y fe en Dios”, pues hablar sin conocimiento sería blasfemar contra el Verbo (Didascalia III, 9,1-3). 4. LA RELACIÓN ENTRE TRADICIÓN Y ESCRITURA Y LA COLECCIÓN CANÓNICO- LITÚRGICA • En los primeros dos siglos de la vida de la Iglesia, los contenidos de textos del NT no constituyen todavía una fuente teológica de importancia primaria, ni se invocan en manera explícita por la autoridad eclesiástica para fundar disposiciones de carácter jurídico. • Se atribuía un valor preminente al AT, en su versión griega (Setanta) y a la Tradición apostólica en torno a Cristo. La Tradición oral comprendía el anuncio del Evangelio, la profesión de fe comunitaria y las prescripciones morales (I Co. 11, 2; 15, -11). • A continuación viene reclamada la Tradición escrita de las cartas paolinas y de los evangelios sinópticos, a estos escritos se unen las cartas apostólicas, equiparadas a otros libros bíblicos. Al final de este proceso de incrustación progresivo de la Tradición evangélica y apostólica, no se niega la autoridad del AT, pero es colocada en modo subordinado. • El escritor greco-cristiano Justino (120), elabora el concepto de Ley Divina inmutable, que es revelada en modo progresivo en la historia, por lo cual la lex vetera de Moisés, encuentra cumplimiento en la lex nova de Cristo. • Por otra parte, el peligro de perder la unidad dogmática de la Iglesia contribuye en modo determinante al arraigo de la idea de Tradición como verdadera fuente del derecho divino. La Tradición es protegida bajo triple aspecto de depósito de la fe (verdades de fe comunicadas por Cristo a los apóstoles y por ellos transmitida a los obispos bajo la asistencia del ES); de Magisterio, realizado por los obispos y la transmisión por sucesión, mediante la ininterrumpida serie de la jerarquía episcopal. • De este modo, la Tradición asume connotaciones hierocráticas (esta doctrina afirma la primacía de la autoridad eclesiástica, no ya en dignidad, sino también desde una perspectiva jurídica y política, llegando incluso a considerarla como origen de la secular. Sus bases teóricas se remontan a los albores del imperio cristiano y se sustentan en las concesiones que Constantino hizo a la Iglesia. A partir de este momento, la Iglesia juega un papel social importante en torno a dos pilares: su posición y rol en la organización política desde que se convierte en religión oficial a finales del siglo iv, y su intervención en el ejercicio del poder por parte del emperador que era cristiano). • Por eso, la Tradición se considera intocable e inmutable, sustraída de la influencia y eventuales desviaciones de los fieles e incluso del clero. • El definitivo paso de la regla de fe oral transmitida por los apóstoles y sus sucesores a la regla de la Escritura se da entre el II y IV siglo, con la fijación del canon del NT, es decir, con la separación de los libros cristianos “auténticos” de los “apócrifos”. El canon bíblico no es el fruto de una inmediata intervención autoritaria de la Iglesia, sino el largo discernimiento actuado por la comunidad de los fieles. • El canon de la Escritura constituye, por lo tanto, la verdadera y propia norma no normada por la Iglesia de todos los tiempos; una norma que es simplemente revelada en el tiempo. • La primera formulación de un sistema coordinado de dos fuentes, constituido por la Sagrada Escritura y la Tradición oral, se da cerca del año 180 bajo Ireneo de Lyon. De su parte, Tertuliano (220) contrasta a aquellos que apelan a una libre interpretación de los textos sagrados, y se reenvía al contenido normativo de la Tradición equiparándola a la “regla de la fe”. Con la fijación del canon y la victoria sobre las herejías, la Escritura y la Tradición vienen efectivamente consideradas autoridad. • Una última consideración en la definición del sistema de fuentes teológicas y canónicas se hará a la mitad del siglo V, cuando, con la tendencia de reenviar al magisterio vivo de los Padres (es decir, los obispos reunidos en concilio y aquellos aislados pero de acuerdo con la doctrina) se afirma la autosuficiencia de la Biblia integrada por la Tradición universal. • Considerado el valor que reviste la Tradición oral y escrita, parece lógico que también los primeros textos normativos que van apareciendo sean de derivación apostólica, al menos en orden a los contenidos, y hayan transmitido, en manera o más o menos fiel, la práctica de vida y el inicial ordenamiento de las Iglesias locales. • Estos textos compilados en Siria en e período comprendido entre el I y III siglo, hacia el final del siglo IV fueron acuerpados en grupo denominado colecciones pseudoapostólicas. • Estas reflexionan sobre las transformaciones que se dan en las comunidades cristianas y desarrollan una gradualidad de desarrollos normativos e institucionales. La más antigua es la Didache, que contiene preceptos morales, litúrgicos y define las relaciones entre jerarquía extraordinaria (carismática) y ordinaria (obispos y diáconos). • Le sigue la Traditio apostolica que recoge normas litúrgicas para la ordenación y tratamiento de varios institutos y normas eclesiásticas (catecúmenos, bautizados, el ayuno, la Eucaristía, cementerios, sepultura). • La Didascalia de los apóstoles, que trata entre otras cosas, de los deberes del obispo, de la ordinación de los diáconos, del ministerio de las diaconisas, de la ayuda a los “mártires” (cristianos que sufren o mueren a causa de la fe), del cuidado de los pobres, de la disciplina de los niños • Las constituciones apostólicas, que comprenden las tres obras arriba citadas. • Un caso aparte son los Cánones apostólicos (85 o 50) según las copias manuscritas, formuladas por primera vez bajo la forma de verdaderas normas litúrgicas concernientes especialmente a las sanciones para las culpas del clero. • En estas primeras colecciones canónicas se pueden notar dos caracteres distintos. El primero es el aspecto litúrgico y pastoral que ocupa un puesto mayor respecto a aquel específicamente jurídico. Otro es la conexión estrecha entre los distintos perfiles de la vida comunitaria (liturgia, catequesis, predicación) y las relativas prescripciones (costumbres litúrgicas, preceptos morales, disposiciones disciplinares, normas y procedimientos. De esta serie de elementos es que se irán viendo lentamente los aspectos propiamente jurídicos del derecho de la Iglesia.