Taylor, P (2002) - Geografia Política
Taylor, P (2002) - Geografia Política
Taylor, P (2002) - Geografia Política
por
Peter J . Taylor
Colín Flint
PROLÓGO A LA SEGUNDA EDICIÓN ESPAÑOLA
Quizás podríamos decir lo mismo respecto al año 2000. Los sucesos que tienen su
inicio en Septiembre de 2001 han significado importantes cambios del orden ge-
opolítico mundial, y van a implicar más sin duda. Pero estaríamos perdiendo de
vista que la importancia de un texto como éste reside en su capacidad de propor
cionar herramientas teóricas para el análisis de los hechos sociales, geográfico-
políticos en particular en este caso, y esa desde luego no es una carencia que se le
pueda achacar. Determinados acontecimientos pueden marcar rupturas, iniciar
nuevas tendencias o terminar otras antiguas, pero no hacen obsoleta una obra te
órica de fuste.
A principios de los años ochenta Taylor, descontento con los enfoques neoposi-
tivistas imperantes, reivindicaba una reorientación de la geografía política hacia el
análisis de los sistemas-mundo. Consideraba que éste ofrecía «una oportunidad a
los geógrafos políticos para volver al análisis de escala global sin tener que rendir
timas décadas. Por más empeño que haya puesto en analizar escrupulosamente el
mundo, no hay duda de que mi procedencia angloamericana sigue estando pre
sente en el texto, tal como a los lectores de habla hispana seguramente les pasará
menos desapercibido que.a mí. A pesar de ello, el marco teórico utilizado en el li
bro sí que proporciona un modelo de análisis global del que los lectores pueden
extrapolar ideas a sus intereses particulares. Un buen libro debería ser estimu
lante además de informativo, lo que constituye un reto añadido para los lectores
que piensen que me he olvidado de ellos y de la parte del mundo en que viven.6
Pero el sesgo no es sólo de los autores sino también de la disciplina. Por supuesto
que no es casualidad que la geografía política viera la luz en países del centro del
sistema-mundo, como Alemania, el Reino Unido o los Estados Unidos; ni tam
poco es fruto del azar que su renovación se haya desarrollado más en el mundo
académico anglosajón. Cuando apareció la primera edición en español, pocas obras
generales de geografía política estaban disponibles en nuestro idioma. Las traduc
ciones de los textos de André-Louis Sanguin, Richard Muir o Saúl B. Cohén e in
cluso el tratado de Vicens Vives — cuya publicación databa de los años cin
cuenta— , en España, o los libros de la editorial Pleamar, en Argentina, eran casi
las únicas referencias geográfico-políticas a las que se tenía acceso en español. La
situación es notablemente mejor en la actualidad: disponemos las obras de Joan-
Eugeni Sánchez, Lorenzo López Trigal y Paz Benito del Pozo o Joan Nogué i Font,
por mencionar sólo algunas de las publicadas en España en los últimos años. En
cualquier caso, la intención de esta nueva edición de Geografía Política: Economía-
mundo, Estado-nación y Localidad es que contribuya a robustecer más la geografía
política en los países de habla hispana, teniendo en cuenta el olvido relativo de las
cuestiones espaciales en las ciencias sociales y, desde una perspectiva estratégica,
que sólo la comprensión del sistema-mundo, y sus procesos, permitirá transfor
marlo.
La cuarta edición, ¿quién iba a imaginarse que este texto mantendría una trayec
toria tan larga a los quince años de haberse concebido? ¡Y no es precisamente por
que no haya ocurrido nada importante en esos años! El paso de los «tres mundos»
a la «globalización» constituye sólo una pequeña parte de los cambios históricos
mundiales que han caracterizado a los años ochenta y noventa. De hecho, hay tres
puntos de cambio relacionados con este libro. Además de un mundo que no cesa
de moverse, la geografía política como subdisciplina se ha desarrollado de formas
imprevistas, éñ parte porque responde a un mundo cambiante pero también por
que se ocupa de otros asuntos importantes distintos debido al renovado vigor que
han cobrado las ciencias sociales. Y, sin duda, está el autor original, haciéndose
mayor, puede que madurando, que con toda seguridad tiene nuevos intereses e
ideas. Pero ¿le resulta posible mantenerse al comente de los cambios que se pro
ducen en el mundo moderno y en las ciencias sociales?
Un solo individuo apenas puede influir en las corrientes sociales, ni siquiera en
la trayectoria de las ciencias sociales. Sin embargo, sí es posible hacer algo res
pecto a la autoría de un libro: se ha revisado conjuntamente con una mente más
joven que se ha añadido para ralentizar la atrofia, esperamos que esta nueva edi
ción sea tan popular como sus predecesoras, que podríamos definir de la siguiente
forma:
No obstante, el libro que tiene ante usted contiene mucho más que una puesta
al día que utiliza el nuevo idioma de la globalización. Las personas que ya han uti
lizado el libro se percatarán de que hay un capítulo adicional. Pese al subtítulo del
libro las ediciones anteriores siempre habían infrarrepresentado las localidades y
en este caso hemos añadido un capítulo concentrándonos en las diferencias entre
espacios y lugares. Hemos vinculado los lugares con la nueva política de la identi
dad, que tanta importancia tiene actualmente en los conflictos políticos. Este es el
XVIII Geografía Política
principal cambio de esta edición, pero como en ediciones anteriores, en todos los
capítulos se han hecho revisiones que reflejan cambios en el mundo, en las ciencias
sociales y en la autoría. Por último, agradecemos a Triona O’Connor y a Katja
Weber por su ayuda en la recogida de datos y en el suministro de fuentes para las
tablas nuevas y para las que han sido puestas al día.
Finalmente, queremos manifestar nuestro ag“ade“imiento a las siguientes per
sonas o instituciones por el permiso otorgado para reproducir material sujeto a
copyright: a OPA (Amsterdam) B. V. Por las figura- 2 4, 2.5, 2.6, 2.7, 2.8 y 2.9; a
la Association of American Geographers por la figura 2.10, del artículo de Jan
Nijman: «The limits of superpower: the United States and the Soviet Union since
the World War II», Annals o f the Association o f American Geographers, 1992, 82:
681-95, y por las figuras 3.12, 3.13, 3.14 y 3.15, del artículo de Richard Grant y
Jan Nijman: ) «Historical changes in U.S. and Japanese foreign aid to the Asia-
Pacific region», Annals o f the Association o f American Geographers, 1997, 87: 32-5; a
John O’Loughlin y la Association of American Geographers por las figuras 6.16,
6.17 y 6.18, del artículo de John O’Loughlin et al.: «The diffusion of democracy,
1946-1994», Annals o f the Association o f American Geographers, 1998, 88: 545-74; y
a Michael Shin por la figura 8.1, de una tesis doctoral inédita de la Pennsylvania
State University.
Se ha hecho el mayor esfuerzo para identificar a los propietarios de los derechos
del material sujeto a copyright, pero en algunos casos ha sido un esfuerzo infruc
tuoso y aprovechamos esta oportunidad para disculpamos con los propietarios de
cualesquiera derechos hubiéramos infringido involuntariamente
Considere el lector estos dos números: 358 y 2.500.000.000. El primer número po
dría corresponder al de los habitantes de una pequeña población de la zona desér
tica de Kansas, o al tamaño de la audiencia de un concierto en Berlín, o al número
de votos que obtendría el candidato de un pequeño partido en unas elecciones cele
bradas en Gran Bretaña. Dos mil quinientos millones es algo completamente dis
tinto: es un número mucho, mucho mayor que la «ingente» población de China, se
aproxima a la población de los Estados Unidos multiplicada por diez y es casi la mi
tad de los habitantes que tiene en la actualidad nuestro planeta. Estas dos cifras se
relacionan en una asombrosa estadística publicada en el Inform e d el Desarrollo de
1996 elaborado por las Naciones Unidas: las 358 personas más ricas del mundo tie
nen la misma cantidad de riqueza que los dos mil quinientos millones más pobres.
¡Guau! No es frecuente que un solo hecho pueda sintetizar el mundo, pero éste casi
lo consigue. Resulta evidente la polarización creciente de la riqueza —los ricos se
enriquecen cada vez más y la mayor parte del resto se empobrece— que se ha pro
ducido en las dos últimas décadas en el interior de las ciudades y entre las ciudades,
y se ha notado la misma polarización en el interior de los países y entre ellos mis
mos; pero ahora todas las implicaciones de estas tendencias quedan a la vista en su
totalidad global. Ésta es una realidad, quizás la realidad, de la globalización.
Globalización es la palabra que está de moda en las ciencias sociales en los años
noventa, y ha tenido tanto éxito que ha penetrado en la imaginación popular. La
gente de todo el mundo espera ver el Campeonato Mundial en la televisión desde el
lugar donde se celebre; verdaderamente se trata de un «acontecimiento mundial». Y
lo que quizá sea más importante es que la globalización se ha introducido en los de
bates políticos: por ejemplo, los Estados suelen alegar la competición económica
global como motivo para reducir los recursos que dedican a prestaciones sociales.
Tras casi un siglo de políticas de redistribución que han adoptado muchas formas
(new deais *, guerras contra la pobreza, campañas de ayuda internacional, Estados
del bienestar socialdemócratas y paternalismo democristiano), este tipo de políticas
está patas arriba. En la globalización se está invirtiendo el sentido de las reducciones
—moderadas pero, sin embargo, históricas— de las diferencias de riqueza y renta
que se han producido en casi todo el siglo XX. En realidad, se está cuestionando
todo el futuro del propio Estado. Puesto que el Estado ha constituido el principal
tema de interés de la geografía política, este debate ocupará un lugar destacado en
este libro. Sin embargo, no es tan simple ni mucho menos como da a entender el
proceso de globalización; evidentemente el Estado está cambiando, pero hay una
(*) Alude al New Deal, conjunto de políticas internas del presidente de los EE UU F. D. Roose
velt que tenían por objeto combatir la depresión de los años treinta mediante la intervención del Go
bierno en la economía. [N. de los T\.
2 Geografia Política
gran diversidad de puntos de vista sobre lo que realmente está ocurriendo. ¿Se trata
de una auténtica desaparición del Estado, o sólo es la última de una larga sucesión
de adaptaciones del Estado a las nuevas circunstancias? No hay duda de que ésta
constituye una época apasionante para estudiar geografía política.
En este libro el enfoque de la geografía política que adoptamos es el de los siste
mas-mundo. En este primer capítulo desvelaremos en qué consiste exactamente esta
geografía política de los sistemas-mundo. No obstante, podemos señalar desde ahora
que, como su nombre indica, nuestra geografía política no se limita simplemente a
prestar atención al Estado. Además, este sistema-mundo del que nos ocupamos es
mucho más antiguo que los procesos que destacan los autores que escriben sobre la
globalización. Nuestro enfoque no niega los cambios radicales que se han producido,
en épocas recientes sino que trata de situarlos en una perspectiva geohistórica. El prin
cipal argumento consiste en que la globalización no ha surgido de la nada. Hay una
historia de interacciones mundiales y una geografía de diferenciales de poder y riqueza
afín, que han ejercido una gran influencia en el carácter y la forma de la globalización.
Por si acaso fueran estas olvidadas, en este texto la globalización se interpreta como la
última expresión de prolongados procesos geohistóricos de los que deducimos uña
geografía política del poder, la intriga y la influencia que resulta fascinante.
Estas ocho dimensiones están interconectadas de muchas formas muy complejas y es
tán sujetas a muchas discusiones y disensiones de tipo académico —observen que
consideramos problemáticos varios conceptos que señalamos entrecomillándolos—.
Sin embargo, hay algo en lo que todo el mundo parece coincidir: hay algunos cam
bios fundamentales que andan por ahí que conllevan ciertas reformas de las escalas ge
ográficas a través de las que vivimos en tanto que trabajadores, consumidores, inverso
res, votantes, telespectadores, turistas, y muchas más de nuestras actividades sociales
La geografía política de los sistemas-mundo no hace hincapié en la singularidad
global de la situación presente. Para los geógrafos políticos la preocupación por lo
global no es ninguna novedad. La tradición de diversas geopolíticas y el continuo
estudio del mapa político mundial hacen que el geógrafo político tome con cautela
el «descubrimiento» reciente de la escala global por parte ae la sensibilidad popular
y de la ciencia social moderna. Hace noventa años uno de los padres fundadores de
la geografía política manifestaba una preocupación parecida:
Lo que hacía Mackinder era manifestar un interés por los temas internacionales
muy en boga a principios de siglo. Puede que actualmente los directores de las
empresas multinacionales estén haciendo planes globales, pero lo mismo hicieron
los hombres que a finales del siglo XIX «pintaban el mapamundi de rosa»* para
asegurarse de que el sol nunca se pondría en el Imperio británico. En esa época
había tres ideologías políticas rivales, cada una de las cuales tenía su propio mo
delo de mundo. Los imperialistas eran partidarios de la competencia interestatal
gracias a la cual los fuertes se enriquecerían a costa de los débiles; este modo de
pensar acabó provocando dos guerras mundiales y veinticuatro millones de muer
tos en combate. Los liberales se oponían a este tipo de militarismo y proponían
un modelo de mundo alternativo en el que hubiera libre comercio entre los paí
ses, cada uno de los cuales se enriquecería según su «ventaja comparativa» para
producir artículos para la exportación; crearon clubes internacionales de países
(primero la Sociedad de Naciones y posteriormente las Naciones Unidas), para
lograr la unidad y contribuir al mantenimiento de la paz. Los socialistas tenían
una postura todavía más explícitamente internacional porque, al principio, ha-
(*) Los territorios bajo dominio británico solían colorearse de rosa en los mapamundi [N. de los Z].
4 Geografia Política
cían mayor hincapié en la clase social que en el país; crearon la estructura interna
cional de toma de decisiones más compleja, la Internacional Socialista, a la que se
afiliaron todos los partidos políticos socialistas. Así pues, las cuestiones globales
tenían una importancia fundamental en la mentalidad de muchas personas de di
versas afiliaciones políticas a principios de siglo, época en que surgió la geografía
política como objeto de estudio. Por tanto, no es sorprendente que la geografía
política tenga una tradición global, tradición que intentamos seguir manteniendo
en este libro....... ..................... ~.................................. .............•....... ....
También podríamos remontarnos en el tiempo para encontrar ejemplos ante
riores de «globalizaciones» en las prácticas e ideas políticas. El colonialismo y los
asentamientos europeos, y las numerosas guerras mantenidas entre potencias
europeas fuera de Europa antes del siglo XX, demuestran la existencia de estrate
gias y conflictos globales. En el siglo XIX varias potencias europeas estuvieron
implicadas en la famosa «disputa por África». En el siglo XVIII Gran Bretaña y
Francia lucharon en campos de batalla tan distantes como Canadá y la India. En
el siglo xvii los Países Bajos desafiaron a España en los dos extremos del globo,
en las Indias orientales y occidentales. En el siglo XVI Portugal y España se rigie
ron por un sistema global ideado por el papa Alejandro VI y confirmado en gran
parte en el Tratado de Tordesillas (1494), en virtud del cual se repartían el
mundo no europeo utilizando una línea divisoria en el Océano Adántico (las tie
rras no europeas al oeste pertenecerían a España, y las tierras al este a Portugal).
Evidentemente la historia de las «globalizaciones» es larga.
La cuestión de a qué época se remonta la preocupación por lo global no es tri
vial. Para decidir en qué época hay que empezar a buscar el nacimiento del
mundo actual hemos de basarnos en una teoría, implícita o explícita, de nuestro
mundo moderno. Por ejemplo, uno de los límites temporales que se utilizan más
habitualmente es la Revolución industrial (1760-1840 aproximadamente), que
efectivamente define la sociedad moderna como una sociedad industrial. Sin em
bargo, una de las características de la globalización contemporánea es que la pro
ducción industrial está relativamente dispersa como resultado de la «desindustria
lización» de muchos de los países más ricos del mundo, que se ha producido en
las dos últimas décadas. Tener una planta siderúrgica ha dejado de ser un signo de
modernidad como ocurría en el pasado (Taylor, 1998). Al deshacer el vínculo en
tre lo «industrial» y lo «moderno» el análisis de los sistemas-mundo utiliza una
perspectiva temporal mucho más larga. Según este análisis los orígenes de la mo
dernidad están relacionados con la expansión geográfica del poder europeo. Esto
conlleva un marco teórico que gira en torno a la economía-mundo capitalista que
surgió en Europa en la época posterior a 1450 y que se fue extendiendo hasta que
en 1900 abarcó todo el mundo. Aunque actúen en contextos muy diferentes,
tantcTél papa Alejandro VI en Tordesillas en 1494 como los hinchas brasileños,
nigerianos, japoneses o italianos que animan a su equipo en los partidos del Cam
peonato del Mundo de fútbol que ven en la televisión de un bar de Sao Paulo,
Lagos, Toldo o Milán en 1998 forman parte de la misma trama moderna.
Cada una de las «globalizaciones» que antes hemos definido de forma breve es
distinta, por la razón obvia de que muchas cosas han cambiado a lo largo de los
siglos. La globalización actual constituye el ejemplo más vivo de cómo se ha visto
afectada globalmente la vida de la gente debido en parte a que las comunicacio
nes instantáneas en todo el mundo han tenido un¡ impacto esencialmente dis
tinto. La Guerra del Golfo de 1992, por ejemplo, fiie el primer enfrentamiento
importante que ha habido en el mundo que la gente pudo contemplar, al mismo
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política 5
que habérselas con más de 200 sociedades» diferentes. La ciencia social ortodoxa
acepta esta concepción que podemos llamar el supuesto de la sociedad múltiple;
pero el análisis de los sistemas-mundo no acepta que este supuesto sea un punto
de partida válido para comprender el mundo moderno.
En vez de defender que el cambio social tiene lugar país por país, Wallerstein
(1979) postula la existencia de un «sistema-mundo» que en la actualidad tiene
una extensión global. Si aceptamos este «supuesto de una sociedad única», las nu
merosas «sociedades nacionales» se convierten simplemente en partes de un todo
mayor, por- lo que un determinado cambio social sólo puede ser comprendido en
su totalidad en el contexto más amplio del sistema-mundo moderno. Por ejem
plo, la decadencia de Gran Bretaña desde finales del siglo XIX no es exclusiva
mente un «fenómeno británico», forma parte de un proceso más amplio del sis
tema-mundo al que llamaremos «decadencia de la hegemonía». Si se trata de
explicar este cambio social específico teniendo en cuenta solamente a Gran Bre
taña, se obtiene una visión muy parcial de los procesos que empezaban a desarro
llarse a finales del siglo XIX.
Claro está que el enfoque de los sistemas-mundo no es el primer intento de
poner en cuestión el pensamiento ortodoxo en las ciencias sociales; de hecho,
Wallerstein se propone, manifiestamente, conjugar dos retos teóricos anteriores.
En primer lugar, toma prestadas ideas y conceptos de la escuela de historia fran
cesa de los Anuales, que no aprobaba el exceso de detalle de la historia de princi
pios del siglo XX, y hacía hincapié en los acontecimientos políticos, sobre todo en
las maniobras diplomáticas. Esta escuela abogaba por un enfoque más holístico
en el cual las actividades de los políticos constituyeran sólo una pequeña parte de
la historia de la gente corriente; ios políticos y sus diplomacias iban y venían,
pero el estilo de vida cotidiana seguía teniendo las mismas bases materiales am
bientales y económicas. Así pues, se hacía hincapié en las raíces sociales y econó
micas de la historia en lugar de destacar la fachada política, que es lo que hacían
los textos ortodoxos. Probablemente lo que mejor resume este enfoque es la ex
presión de Fernand Braudel longue durée, que representa la estabilidad materia
lista que subyace a la volatilidad política (Wallerstein, 1991).
En segundo lugar, Wallerstein utiliza la crítica neomarxista de las teorías del
desarrollo de la ciencia social moderna. La evolución de la ciencia social después
de la Segunda Guerra Mundial coincidió con la proliferación de nuevos Estados
en las antiguas colonias europeas, y su aplicación a los problemas de estos nuevos
Estados fue fundamental para poner al descubierto las serias limitaciones de di
chas teorías. En 1967 Gunder Frank publicó una crítica apocalíptica de las nocio
nes de la ciencia social sobre la «modernización» en estos nuevos Estados, que
puso de manifiesto que las ideas originadas en las zonas más prósperas del mundo
no podían aplicarse a zonas más pobres sin que el análisis se desvirtuara por com
pleto. La tesis principal de Frank era que los procesos económicos actuaban de
manera distinta dependiendo de la parte del mundo de que se tratara; por este
motivo, Europa Occidental, Japón y Estados Unidos han podido desarrollarse,
mientras que casi todo el resto del mundo ha experimentado el «desarrollo del
subdesarrollo». Esta expresión resume el principal argumento de esta escuela, en
el sentido de que para los Estados nuevos el problema no es «ponerse al día», sino
que de lo que se trata es de cambiar todo el proceso de desarrollo a escala global
(Wallerstein, 1991). ,
El enfoque analítico de los sistemas-mundo intenta combinar de una forma
selectiva elementos críticos de la historia materialista de Braudel con los estudios
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 7
Sistemas de cambio
Aunque cada sistema histórico es único, Wallerstein afirma que se pueden clasifi
car en tres tipos de entidades principales. Estas entidades se definen por su modo
de producción, que Wallerstein concibe, en términos generales, como la organiza
ción de la base material de la sociedad. Este concepto es mucho más amplio que
la definición ortodoxa marxista, porque se refiere no sólo a la forma en que se di
viden las actividades productivas sino también a las decisiones sobre la cantidad
de bienes que hay que producir, sobre su consumo o acumulación y sobre su pos
terior distribución. Utilizando esta amplia definición, Wallerstein distingue sólo
tres formas básicas de organizar la base material de la sociedad —si se quiere con
sultar una interpretación más compleja de los sistemas históricos desde la pers
pectiva de los sistemas-mundo, véase la obra de Chase-Dunn y Hall (1997)— .
Estos tres modos de producción están asociados a un tipo de entidad o sistema de
cambio: el minisistema, el imperio-mundo y la economía-mundo.
El minisistema es la entidad que se basa en un modo de producción recíproco
y de linaje. Es el modo de producción primario y se basa en una escasa especiali-
8 Geografía Política
Tipos de cambio
Ahora que conocemos todas las entidades que estudia el análisis de los sistemas-
mundo, podemos señalar las formas fundamentales que puede adoptar el cambio
social, que se pueden reducir a cuatro:; transición, incorporación, ruptura y
continuidad. A fin de evitar confusiones, no está de más repetir que estas entida
des —los minisistemas, los imperios-mundo y la economía-mundo— , que son
objeto del cambio, son las «sociedades» que estudia esta teoría social histórica.
Los dos primeros tipos de cambio son formas diferentes de transformación de
un modo de producción en otro. Se puede llamar transición a la transformación
que ocurre como consecuencia de un proceso interno, el cual induce la transfor
mación de un sistema hasta convertirlo en otro diferente. Por ejemplo, en cir
cunstancias favorables los minisistemas han engendrado imperios-mundo tanto
en el Viejo Mundo como en el Nuevo Mundo. Asimismo un imperio-mundo, el
de la Europa feudal, fue el predecesor de la economía-mundo capitalista; la tran
sición de uno a otra se produjo a partir de 1450.
La incorporación es la transformación que ocurre como consecuencia de un
proceso externo. Los imperios-mundo, a medida que se iban extendiendo, con
quistaban e incorporaban minisistemas. Estos grupos conquistados eran reorgani
zados para que pasaran a formar parte de un nuevo modo de producción me
diante la entrega de tributos a los conquistadores. Asimismo, la economía-mundo
al extenderse ha incorporado minisistemas e imperios-mundo, cuyas poblaciones
pasan a formar parte de este nuevo sistema. Todos los pueblos de todos los conti
nentes, excepto Europa, han sufrido esta transformación durante los últimos qui
nientos años.
Las rupturas constituyen el tercer tipo de cambio. Las rupturas se producen
entre entidades que, aún siendo diferentes, tienen aproximadamente la misma lo
calización y comparten el mismo modo de producción. Lo que ocurre es que el
sistema se desmorona y, en su lugar, se establece otro distinto. En el caso de los
imperios-mundo, el ejemplo clásico es la sucesión de Estados chinos. Los perío
dos entre un imperio-mundo y otro son anárquicos, produciéndose un retroceso
parcial a los minisistemas, y se suele hablar de ellos como de las «épocas oscuras».
La más conocida es la época entre el hundimiento del Imperio romano y la apari
ción del feudalismo en la Europa Occidental.
El último tipo de cambio, la continuidad, se produce dentro de los propios
sistemas. A pesar de la imagen popular de culturas- tradicionales «eternas», todas
las entidades son dinámicas y están cambiando continuamente. Estos cambios
son fundamentalmente de dos tipos: lineales y cíclicos. Todos los imperios-
mundo han mostrado una pauta cíclica de «auge y decadencia»: se iban exten
10 Geografia Política
diendo e incorporando minisistemas, hasta que el conjunto total de los gastos mi
litares y burocráticos era de tal calibre que las ganancias resultantes eran cada vez
menores y, entonces, se producía una contracción. En la economía-mundo, las
tendencias lineales y los ciclos de crecimiento y estancamiento forman parte inte
gral de nuestro análisis. A continuación vamos a hablar de ellos con más detalle.
países en distintas fases de este proceso. Los países «avanzados», es decir, los ri
cos, están en el escalón superior, mientras que los Estados del «Tercer Mundo»
están en los escalones inferiores. Esta forma de conceptuar el mundo ha sido
muy popular entre los geógrafos, que aplican los modelos por etapas a una am
plia gama de fenómenos, como el cambio demográfico y las redes de transporte.
Todos parten de la base que los Estados pobres pueden recorrer la senda del de
sarrollo, que básicamente es la misma que han culminado los Estados «avanza
dos», pero pasan completamente por alto el contexto general en que se produce
el desarrollo. Olvidan que cuando Gran Bretaña se hallaba en el escalón inferior
de la escalera de Rostow no existía ningún tipo de «consumo de masas» en el
otro extremo.
Estos modelos desarrollistas del cambio social ponen de manifiesto las defi
ciencias del, supuesto de la sociedad múltiple. Si se puede llegar a comprender el
cambio social basándose en un análisis país por país, entonces no importa en qué
etapa se encuentren otros países, puesto que todas las sociedades son objetos de’
cambio autónomos que recorren la misma trayectoria aunque sea a distinto ritmo
y empezando en momentos diferentes. El análisis de los sistemas-mundo rebate
este modelo del mundo contemporáneo. El hecho de que algunos países sean ri
cos y otros pobres no se debe simplemente a que recorren con diferentes ritmos
un supuesto camino universal que conduce a la opulencia; al contrario, ricos y
pobres forman parte de un único sistema y experimentan distintos procesos en el
seno de ese sistema: el desarrollo y el desarrollo del subdesarrollo de Frank. El he
cho más importante en lo que respecta a los países que actualmente están en los
escalones inferiores de la escala de Rostow es que hay países que disfrutan de las
ventajas de estar por encima de ellos en el escalón superior.
Quizá la característica principal del análisis de los sistemas-mundo es que
cuestiona el desarrollismo, sustituyendo la imagen simplista del mundo como
una serie de países situados en diferentes peldaños por un concepto complejo
como el de la economía-mundo capitalista.
Una vez que hemos situado el estudio de nuestro mundo en el marco general de
los sistemas-mundo, podemos.resumir los elementos fundamentales de nuestro
sistema histórico, los cuales constituyen la base de todos los análisis que realizare
mos posteriormente. Wallerstein (1979) distingue tres elementos fundamentales,
de los que nos ocupamos a continuación.
productores, en la cual los más eficaces pueden vender más barato que los demás
con el fin de aumentar su participación en el mercado y eliminar a sus competi
dores. Así el mercado mundial determina a la larga la cantidad, el tipo y la ubica
ción de la producción. El resultado tangible de este proceso ha sido un desarrollo
económico desigual en el mundo. La globalización actual es la última expresión
del mercado mundial, y en algunos aspectos la más desarrollada.
Estructuras tripartitas
El tercer elemento esencial también es de carácter político pero es más sutil que el
anterior. Wallerstein afirma que los procesos de explotación de la economía-
mundo siempre operan en un formato de tres niveles, debido a que en cualquier
situación de desigualdad la interacción entre tres partes es más estable que el en
frentamiento entre dos. Los que están arriba siempre tratarán de manejar la situa
ción para «crear» una estructura tripartita, mientras que los que están abajo trata
rán de hacer hincapié en la existencia de dos partes: «ellos y nosotros». La
continuidad de la economía-mundo, por tanto, se debe en parte a que los grupos
dirigentes han logrado mantener pautas tripartitas en diversos campos conflicti
vos. Claro ejemplo de ello es que en muchos sistemas políticos democráticos hay
partidos de «centro» situados entre la derecha y la izquierda; el caso más general
es el fomento de la noción de «clase media» .entre el capital y el trabajo desde me
diados del siglo XIX. Así pues, desde el punto de vista de los sistemas mundo, la
tendencia polarizante de la globalización actual es inherentemente inestable en el
término medio, puesto que está socavando las clases medias. Y, en otros contex-
tós, la aceptación de grupos étnicos «intermedios» ayudaba los grupos dirigentes a
mantener la estabilidad y el control en las sociedades plurales. El reconocimiento
ELanálisis de los sistemas-mundo en geografia política 13
oficial de los indios y los «coloureds»* entre las poblaciones negra y blanca de la
Sudáfrica del apartheid sólo era un intento de proteger a la clase dominante soste
niendo un «parachoques racial» intermedio. Desde el punto de vista de la geogra
fía, el ejemplo más interesante es el concepto de Wallerstein de «semiperiferia»,
que separa los dos extremos de bienestar material en la economía-mundo mo
derna, a los que Wallerstein denomina el centro y la periferia. Definiremos estos
términos en el siguiente apartado.
Esta obra se propone explícitamente abordar los temas de una forma global y
evita adoptar el enfoque eurocéntrico de muchas de las obras sobre la historia
mundial escritas anteriormente. Sin embargo, lleva el sello de la historiografía tra
Una de las razones del interés que existe actualmente por la escala global del aná
lisis es que parece que el mundo está luchando por salir de una época de estanca
miento económico que parece haber durado dos o tres décadas, cuyo inicio se
suele achacar a las subidas del precio del petróleo de los años setenta. Lo que
quedó claro de forma inmediata es que la ralentización inicial del crecimiento
económico es que no se trataba de un problema estadounidense ni británico ni de
ningún Estado, sino que nos encontrábamos ante,un problema mundial, que ha
sido interpretado más recientemente como globali'zación: a pesar de haberse pro
ducido un crecimiento económico renovado, los niveles de pobreza están aumen
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia política 15
Se han detectado estos ciclos en series temporales de datos referidos a una gran
variedad de fenómenos económicos de muchos países, entre los que se encuen
tran la producción agrícola e industrial y el comercio (Goldstein, 1988). Según
esta interpretación, actualmente nos hallamos en la fase B del cuarto ciclo de
Kondratieff, quizá acabándola.
Aunque existe un acuerdo bastante generalizado a la hora de señalar cuáles son
estos ciclos, en lo relativo a sus causas hay una controversia mucho mayor. Con
toda seguridad están asociados a los cambios tecnológicos, y las fases A pueden
relacionarse sin dificultad con los períodos en que se adoptan las innovaciones
tecnológicas. Se puede comprobar en la Fig. 1.2, en la que se describen de forma
16 Geografia Política
CICLOS DE KONDRATIEFF
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El análisis de los sistemas-mundo en geografìa política 17
esquemática las fases de crecimiento (A) y de estancamiento (B), y figuran ios sec
tores económicos más importantes de cada una de las fases A. Por ejemplo, la pri
mera fase A coincide con la primera «Revolución industrial», con las máquinas de
vapor y la industria del algodón. Las posteriores «nuevas revoluciones industria
les» también encajan en la misma pauta: con el ferrocarril y el acero (II A), las in
dustrias químicas (petróleo) y las eléctricas (III A), y la industria aeroespacial y la
electrónica (IV A). No hay ninguna duda de que la tecnología por sí misma no
puede explicar nada, pero ¿cuál es el motivo de que estas innovaciones técnicas se
adopten en «oleadas» y no de una forma más regular? La respuesta, desde la pers
pectiva de los sistemas-mundo, es que esta pauta cíclica es intrínseca a nuestro sis
tema histórico a consecuencia de la forma de funcionamiento del modo capita
lista de producción. Las contradicciones en la organización de la base material
hacen que sea imposible un crecimiento acumulativo lineal simple y que sean ne
cesarias fases intermitentes de estancamiento. Vamos a examinar brevemente este
argumento.
Una de las características fundamentales del modo capitalista de producción es
que no existe un control centralizado general, ni político ni de ningún otro tipo.
El mercado confía en que la competencia regule el sistema, y para que haya com
petencia los empresarios tienen que tomar muchas decisiones que no estén some
tidas a un control central y las toman con el fin de obtener beneficios a corto
plazo. En las épocas buenas (las fases A) a todos los empresarios les interesa inver
tir en producción — nuevas tecnologías— puesto que las perspectivas de obtener
beneficios son favorables; pero, al no haber una planificación central de la inver
sión, esas tomas de decisión a corto plazo acaban irremediablemente por provocar
una sobreproducción que origina el fin de la fase A. En la fase B, por el contrario,
las perspectivas de obtener beneficios son escasas por lo que hay una subinversión
en producción. Este modo de actuar tiene sentido para los intereses individuales
de los empresarios, pero es irracional para el conjunto del sistema. Esta contradic
ción, a la que se suele denominar anarquía de la producción, origina ciclos de in
versión. Tras extraer la mayor cantidad de beneficios posible de un conjunto de
procesos productivos basados en una oleada de tecnologías en la fase A, es necesa
rio que tenga lugar la fase B para: reorganizar la producción y crear condiciones
nuevas para la expansión basadas en otra oleada dé innovaciones tecnológicas. Por
tanto, la$ fases de estancamiento tienen su lado positivo por cuanto son períodos
de reestructuración en los que el sistema se prepara para el próximo «salto ade
lante». Esta es la causa de los altibajos de la economía-mundo descritos por las
ondas de Kondratieff.
La sustitución de antiguos paquetes de tecnología por otros conlleva decisio
nes y competición política. Las fases B son los períodos en que las industrias que
habían estado a la vanguardia en otra época son reubicadas en zonas donde los sa
larios son más bajos (como en el caso de la desindustralización que experimenta
ron Estados Unidos y Europa en los años ochenta). Para sustituir a estas indus
trias periferializadas se introducen otras innovaciones e industrias que hará
funcionar la producción en la siguiente fase A (como las florecientes empresas in
formáticas y de servicios del centro de la globalización). Sin embargo, no basta
con reducir los gastos de las industrias existentes y crear productos nuevos; para
pasar a otra fase A es preciso que aumente la demanda de los consumidores en la
economía-mundo.
Los enfrentamientos políticos que tienen lugar dentro de los países y entre
ellos significan una pelea por atraer los procesos del centro al interior de las fron
18 Geografìa Política
teras de cada Estado, como lo demuestran los cambios políticos —o la prisa por
pasar a formar parte de «Europa»— que se produjeron en los antiguos países saté
lite soviéticos de la Europa Central y Oriental a finales de los años ochenta y en
los años noventa. Pero si en cada fase B aumentase el número de personas cuyo
empleo y tipo de consumo se parecieran a los del centro, la jerarquía centro-peri
feria acabaría por desaparecer. Para compensar este aumento del número de gente
que consume a los niveles del centro, en las últimas fases B hemos asistido a una
expansión de las fronteras de la economía-mundo en la que se periferializaron
nuevos territorios y nuevas poblaciones. Ahora que la economía-mundo capita
lista abarca todo el globo, los trabajadores que viven en la periferia soportan el
peso de una explotación agudizada con el fin de equilibrar el sistema.
Los ciclos de Kondratieíf son importantes para la geografía política porque con
tribuyen a originar ciclos de comportamiento político. Esta relación se desarrolla
de una forma directa en la geografía electoral (capítulo 6) y en las geografías políti
cas locales (capítulo 7), pero las pautas cíclicas están presentes en los análisis que re
alizamos. En el capítulo 2 el ritmo de las ondas de Kondratieíf está relacionado con
el nacimiento y el declive de los Estados hegemónicos y de las cambiantes políticas
económicas que adoptan. En el capítulo 3 vemos cómo el ritmo histórico del im
perialismo formal e informal se ciñe a los ciclos económicos. Las afirmaciones res
pecto a la existencia de ciclos políticos, en que la historia se repite de manera regu
lar, se han generalizado entre los comentaristas políticos. Por ejemplo, el antiguo
secretario de Trabajo del presidente estadounidense Clinton, Robert Reich (1998),
compara el clima de complacencia política y apatía electoral que actualmente existe
en Estados Unidos con algunas situaciones parecidas hace cincuenta años, en la
presidencia de Eisenhower, y hace cien años, en la presidencia de McKinley. En un
tono inquietante, Reich señala que esas dos épocas de calma política terminaron
bruscamente con reformas y cambios políticos drásticos, como el movimiento de
Iq s derechos civiles de los años sesenta. Lo que ponemos de manifiesto en este libro
es que la estructura y la dinámica de la economía-mundo capitalista proporciona
un marco geográfico-político que explica ese tipo de acciones políticas.
Se podrían decir muchas más cosas sobre cómo se originan estos ciclos; por
ejemplo, en la Fig. 1.2 se describe la geografía elemental de la expansión y de la
reestructuración. Este «desarrollo desigual» está relacionado con procesos políti
cos que constituyen tanto estímulos (inpu t), para los mecanismos del sistema,
como respuestas (output), concretadas en la diferencia de poder de los Estados. Lo
más importante es hacer hincapié en el hecho de que los mecanismos económicos
no actúan aisladamente, por lo que tendremos en cuenta el contexto económico-
político en el capítulo 2. Por el momento es suficiente con que aceptemos que la
naturaleza de la economía-mundo produce un crecimiento cíclico que puede ser
adecuadamente descrito por las ondas de Kondratieíf, que suponen la mayor
parte de las medidas de la dimensión temporal de nuestra matriz.
nos, entre los que se encuentra Braudel, se precian de haber encontrado ondas de
Kondratieff antes de 1780, pero este tipo de hipótesis sobre aquel período no reci
ben el mismo apoyo generalizado que la secuencia de la que hemos hablado ante
riormente. Sin embargo, cuenta con más apoyo la idea de que existen ondas más
largas, de hasta trescientos años, que se conocen como «logísticas». Al igual que las
ondas de Kondratieff, estos ciclos más largos tienen fases A y fases B. Las dos ondas
logísticas que tienen un especial interés para el análisis de los sistemas-mundo son:
Las fechas son mucho más inciertas que en el caso de las ondas de Kondratieff,
pero parece que hay pruebas suficientes, por lo que se refiere a los datos demográ
ficos y a la utilización de la tierra, que apoyan la idea de que hubo dos ondas muy
largas en este período de tiempo.
Los lectores se habrán percatado de que estas ondas logísticas nos remontan a
fechas anteriores al inicio de la economía-mundo. No obstante, la primera onda
logística tiene interés porque abarca materialmente el auge y la decadencia de la
Europa feudal, que fue el sistema que precedió a la economía-mundo. Existe
abundante literatura científica sobre la transición del feudalismo al modo de pro
ducción capitalista, pero excede al ámbito de este libro; sin embargo, la explica
ción de Wallerstein (1974a) es relevante porque está relacionada con la primera
onda logística y con la aparición d é la economía-mundo. La fase B de la primera
onda logística refleja, según se deduce de la reducción de las actividades agrícolas
en Europa, un auténtico declive en la producción, que es la llamada crisis del feu
dalismo. Las fases B acaban cuando se encuentra una solución a la crisis. En este
caso la solución no fue otra que el desarrollo de un nuevo modo de producción
que fue surgiendo, poco a poco, a raíz de la exploración y de los saqueos de Amé
rica por parte de los europeos; de la creación de nuevas pautas comerciales —espe
cialmente el comercio del Báltico— , y de los adelantos tecnológicos en la produc
ción agrícola. Según Wallerstein, el resultado fue una nueva entidad o sistema, la
economía-mundo europea basada en el capitalismo agrícola. Este sistema crea una
onda logística de expansión cuando surge, en el «largo siglo XVI», seguida de un
estancamiento, con la «crisis» que se produjo en el siglo XVII. No obstante, Wa
llerstein hace hincapié en que esta segunda fase B del capitalismo agrícola es dife
rente de la fase B que se produjo a finales del feudalismo; a diferencia del autén
tico declive que tuvo lugar en la Europa feudal, la fase B de la economía-mundo
es más propiamente una fase de estancamiento, que implica la reordenación de la
base material, con lo que algunos grupos y zonas ganaron y otros perdieron. No se
produjo una decadencia generalizada, como en la crisis del feudalismo, sino la
consolidación del sistema en un modelo nuevo. En este sentido la segunda fase B
logística se parece más a la fase B de las ondas de Kondratieff.
De la misma forma que se discute si las ondas de Kondratieff pueden exten
derse a épocas anteriores a 1780, hay un desacuerdo'parecido sobre si las ondas
logísticas pueden extenderse hasta el presente. Si alguna de las dos series se ex
tiende, nos encontramos con el espinoso problema de cómo se relacionan entre
sí. Para los objetivos de nuestra matriz eludiremos este problema, utilizando sólo
las ondas que hemos descrito, que son las que gozan de amplia aceptación. Por
tanto, nuestra dimensión temporal se compone de diez unidades: las fases A y B
de la onda logística posterior a 1450 y las cuatro fases A y B de las ondas de Kon-
20 Geografia Política
dratieff. Se puede considerar que estos dos modos distintos de tratar el tiempo es
tablecen una relación entre el capitalismo agrícola y el capitalismo industrial
como formas de producción consecutivas de la economía-mundo.
cual sólo podía ser un proceso a corto plazo, complementado necesariamente con
actividades más productivas que dieran lugar a nuevos asentamientos; este pro
ceso de asimilación fue el que ocurrió en América Latina. En el resto del mundo
los sistemas aborígenes también fueron destruidos y se crearon economías total
mente nuevas, como en el caso de América del Norte y Australia. Si esto no ocu
rría, las sociedades existentes no sufrían alteraciones pero eran «periferializadas»,
es decir, se reorientaba su economía para que satisficieran necesidades más am
plias en el ámbito de la economía-mundo; este proceso se podía llevar a cabo me
diante el control político directo, como en la India, o sencillamente mediante la
«apertura» de una zona a las fuerzas del mercado, como en China. Al final, como
consecuencia de estas diversas maneras de asimilación, la región exterior desapare
ció totalmente.
producción diversificada; en tanto que los procesos de periferia son una combi
nación de salarios bajos, tecnología más rudimentaria y un tipo de producción
simple. Estas son las características generales, cuya naturaleza específica cambia
constantemente con la evolución de la economía-mundo. Es importante que se
entienda que estos procesos no están determinados por el tipo de productos
que se elaboran; Frank (1978) pone dos ejemplos que lo demuestran, uno rela
cionado con las fibras textiles y otro con la madera. A finales del siglo XIX se
dispuso que la India suministrase algodón a la industria textil de Lancashire y
que Australia suministrara lana a la industria textil de Yorkshire. Los dos países
producían materias primas para la industria textil del centro, por lo que su fun
ción económica en la economía-mundo era, en términos generales, parecida.
Sin embargo, las relaciones sociales implicadas en las dos producciones eran
muy distintas, ya que una de ellas era un proceso periférico impuesto y la otra
un proceso de centro trasplantado. Indudablemente, las consecuencias de am
bos procesos para estos dos países han tenido que ver más con las relaciones so
ciales que con el tipo concreto de producto. El otro caso que Frank presenta
como ejemplo del hecho de que productos parecidos tienen consecuencias muy
distintas a causa de las relaciones de producción, es el gran contraste entre la
producción de maderas duras tropicales de África Central y la producción de
maderas blandas de América del Norte y Escandinavia, ya que la primera com
bina madera cara con mano de obra barata, y la segunda madera barata con
mano de obra cara.
La semiperiferia
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El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 25
clive relativo, esta vez dentro del centro del sistema-mundo. La historia de Esta
dos Unidos y Alemania (Prusia) ha sido mucho más variable; los dos países esta
ban situados en la semiperiferia en la fase B logística, aunque su posición era ines
table. En Estados Unidos la guerra de independencia evitó la periferialización, y
la guerra civil consolidó este logro en la segunda fase A de Kondratieff, cuando el
algodón del Sur pasó a formar parte de la periferia de un Estado norteamericano
reestructurado, dejando de formar parte de la periferia británica. A partir de ese
momento Estados Unidos se enriqueció hasta llegar a convertirse en la principal
potencia del siglo X X . Al principio, su rival más importante fue Alemania, que
también reestructuró su Estado en la segunda fase A de Kondratieff bajo el lide
razgo prusiano; pero las derrotas militares sufridas durante la tercera onda de
Kondratieff retrasaron las subsiguientes proezas económicas. En la década de los
noventa del siglo X X Alemania ha vuelto a ser, en el centro, un importante com
petidor económico de Estados Unidos. Pero el principal rival económico es Ja
pón, que entró en la economía-mundo en la segunda onda de Kondratieff. Este
país también reestructuró su Estado y sufrió reveses militares, pero ahora, por fin,
ha superado las dificultades y ostenta el liderazgo económico. En cambio, Rusia
entró en la economía-mundo en un período anterior, pero decayó en la segunda
onda de Kondratieff; esta tendencia se detuvo cuando el Estado ruso se reorga
nizó en la URSS, que'fue desde el principio una potencia militar muy impor
tante, pero que desde el punto de vista económico se mantuvo en la semiperiferia.
Por último, China entró en la economía-mundo en la periferia al final de la pri
mera onda de Kondratieff, y ha intentado ascender a un estatus semiperiférico re
organizando el Estado en la tercera y cuarta fase A de_Kondratieff; lográndolo,
por fin, al convertirse en República Popular.
Esta descripción hace hincapié en el papel que tiene la reorganización del Estado
para que ascienda a la posición de centro o de semiperiferia y se mantenga en ese es
tatus. La globalización actual constituye otro ejemplo de estricta organización de Es
tados (un ejemplo clásico es el C ontract f o r A merica del Partido Republicano de
1994, del que damos cuenta en el capítulo 4). Pero no queremos dar a entender que
lo único que tiene que hacer un Estado para tener éxito en la economía-mundo es
reorganizar su aparato político. Al hablar exclusivamente de los que lo han logrado
—los Estados más importantes de hoy en día— omitimos los que han fracasado en
el intento, que son muchos más numerosos: el Imperio otomano se reorganizó en la
segunda fase A de Kondratieff, al mismo tiempo que Alemania y Estados Unidos,
pero de una forma mucho menos eficaz. El caso es que la reorganización política se
ha convertido, de hecho, en un modo de vida en muchos países semiperiféricos, por
que al no tener éxito en la economía-mundo hay presiones continuamente para que
se produzcan cambios. Un mundo de ganadores y perdedores de estas características
requiere el examen de la cuestión del poder y la política en la economía-mundo.
Una de las críticas que se suelen hacer al enfoque teórico de Wallerstein es que no
presta atención a la dimensión política. Por ejemplo, Zolberg (1981) afirma que
la política es el eslabón perdido en el análisis de los sistemas-mundo. A estas altu
ras el lector debería ser consciente de que este tipo de críticas se deben a que no se
ha entendido el marco teórico que hemos adoptado. En pocas palabras, el hecho
26 Geografìa Política
Esta postura ha sido refrendada y desarrollada por Burch (1994: 52), quien consi
dera que «la característica que distingue al mundo moderno» es «la íntima e inex
tricable singularidad del capitalismo y el sistema de Estados». Dicho de otro
modo, los procesos políticos se hallan en el meollo del análisis de los sistemas-
mundo, y no lo están de una forma aislada.
Hasta el momento en nuestro argumento hemos equiparado la política a las ac
tividades que tienen que ver con los Estados. Pero, aunque la política relacionada
con el Estado es un elemento crucial para entender la economía-mundo, hay otro
tipo de actividades políticas. En cambio, si equiparamos la política con la utiliza
ción del poder, pronto nos percatamos de que los procesos políticos no empiezan ni
acaban con los Estados: todas las instituciones sociales hacen su propia política.
Tabla 1.2 P orcentaje d e mujeres en las cámaras legislativas d e cin cu en ta y siete países,
a lrededor d e 1997.
Suecia 40 México 14
Noruega 39 Polonia 13
Finlandia 34 Portugal 13
Dinamarca 33 Jamaica 12
Holanda 31 EE UU 12
Nueva Zelanda 29 Cabo Verde 11
Seychelles 27 Italia 11
Austria 26 Angola 10
Alemania 26 Rusia, Fed. 10
Argentina 25 Reino Unido 10
Islandia 25 Croacia 8
Suráfrica 25 Malasia 8
España 25 Benin 7
Eritrea 21 Brasil 7
Suiza 21 Rumania 7
Granada 20 Francia 6
Corea, Rep. Dem. 20 Grecia 6
Luxemburgo 20 Japón 5
Vietnam 19 Haití 4
Canadá 18 Ucrania 4
Lituania 18 Rep. de Corea 3
Namibia 18 Paraguay 3
Turkmenistán 18 Singapur 3
Chad 17 Bhutan 2
Australia 16 Yemen 1
Eslovaquia 15 Kuwait 0
Rep. Checa 15 Tonga 0
Zimbabwe 15 Santa Lucía 0
Irlanda 14
FUENTE: Naciones Unidas (1997).
la política acaparan los puestos de los cuerpos legisladores en todos los Estados
(Tabla 1.2). Existe una representación menor de mujeres en todos los cuerpos
legisladores del mundo; no obstante, en algunos países hay una mayor represen
tación de mujeres, como por ejemplo en las democracias liberales escandinavas
y también en una mezcla heterogénea de países entre los que figuran Alemania,
Islandia, Eritrea, Sudáfrica y Granada. En las principales democracias liberales
(EE UU, Gran Bretaña, Francia, Japón) y en la Federación Rusa su representa
ción es menor. Esta desigualdad hombre-mujer es todavía mayor en el s e cto r
ejecutivo de las administraciones de diversos regímenes políticos, ya sean demo
cracias liberales, antiguos Estados comunistas, dictaduras militares, monarquías
tradicionales, etc. Lo irónico es que la mayoría de las mujeres que son presiden
tes de gobierno deben su posición política a su familia, suelen haber estado empa
rentadas con políticos masculinos asesinados: so n su s viudas, Corazón Aquino
en Filipinas por ejemplo, o hijas, Benazir Bhutto en Pakistán por ejemplo. Por
lo general, las señoras Thatcher de este mundo llam an la atención fundamen
talmente por lo poco que abundan.
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 31
Poder y clase
Todos los análisis sobre poder y clase comienzan hablando de Marx. En el meollo
de su análisis sobre el capitalismo, hay un conflicto fundamental entre el trabajo y
el capital. En términos de clase, la burguesía posee los medios de producción y
compra la fuerza de trabajo del proletariado, de modo que la burguesía controla
todo el proceso de producción a expensas del proletariado. Esta jerarquía de-po
der y el conflicto de clases que origina son fundamentales en todos los análisis po
líticos marxistas.
32 Geografia Política
Política y Estado
ha sido nuestro objetivo en la Fig. 1.3, que ilustra una de las muchas relaciones
existentes entre las cuatro instituciones.
Los hogares son las unidades reproductoras sociales fundamentales del sis
tema, porque en ellos se socializa a los individuos en un estrato social. En la Fig.
1.3 hacemos hincapié en la transmisión de la identidad cultural que hace que los
«pueblos», las naciones del mundo, se reproduzcan. Estas naciones, a su vez, se re
lacionan con las otras dos instituciones de formas muy distintas. Como ya hemos
señalado, la organización subjetiva en clases nacionales pone en cuestión el esta
tus global-objetivo de las clases, por lo que normalmente se encuentran divididas.
En el caso de los Estados, nación y Estado se han apoyado mutuamente en los
«Estados-nación». Esta legitimación moderna ha llegado a tener tal fuerza que
«Estado» y «nación» suelen ser utilizadas indistintamente en el lenguaje cotidiano,
aunque a estas alturas el lector debería tener claro que no son las naciones las que
compiten en los Juegos Olímpicos, sino que son los Estados. El concepto de Es
tado-nación impide distinguir fácilmente entre estas dos instituciones. En este li
bro nuestro objetivo no es tanto limitarnos a corregir esta concepción errónea
como entender de qué modo llegó a producirse; por esta razón hay, en este estu
dio político, un sesgo hacia el Estado y la nación, pero sin soslayar las otras insti
tuciones, lo que sí sucedería si adoptásemos un enfoque estadocéntrico.
Nuestro sesgo se puede justificar por motivos geográficos. Según veremos en
ios siguientes capítulos, tanto el Estado como la nación tienen una relación de ca
rácter único con el espacio; no sólo ocupan un espacio, como toda institución so
cial que se precie, sino que proclaman que tienen una relación especial con luga
res determinados. No tiene sentido tener una nación sin una «patria histórica», ni
Hasta ahora, al hablar del poder, hemos asumido sin más que los resultados de la
acción reflejan una jerarquía de poder que, a su vez, es un indicio de la diferencia
de recursos de los contendientes. Cambiando el ámbito de un conflicto cambia
mos la jerarquía de poder, pero ¿y si la jerarquía de poder no es un indicador se
guro del triunfo o del fracaso? Algunos conflictos que se han producido entre Es
tados recientemente indican que así puede ser. Lo que pasa es que la naturaleza
del poder es mucho más sutil de lo que hemos supuesto hasta ahora.
La medición del poder relativo de los Estados ha sido un problema constante
para la geografía política, porque el poder no se puede medir de un modo directo.
La mayoría de las veces este problema se ha resuelto seleccionando algunas de las
características más destacadas de los Estados, y combinándolas después para asig
nar un índice de poder a cada Estado. Un ejemplo sencillo consiste en definir el
poder como el cubo del producto nacional bruto de un país multiplicado por la
raíz cuadrada del número de sus habitantes (Muir, 1981: 149). El resultado es
una medida de poder intuitivamente razonable, pero poco satisfactoria. ¿Por qué
se utilizan exclusivamente variables de producción y de población? ¿Por qué se
combinan de esa manera? No se puede contestar a estas preguntas sin recurrir de
un modo explícito a la teoría que está detrás de esa medida. Tenemos que volver a
hacernos la siguiente pregunta: ¿qué es lo que hace que una característica deter
minada sea lo suficientemente importante para que sea tenida en cuenta a la hora
de practicar la medición?
La mayor parte de los estudios sobre el poder del Estado han sido inductivos,
por lo que han prestado muy poca atención a la teoría que utilizan, que implícita
mente suele tener que ver con la noción de potencial de guerra. Pero la derrota de
la «superpotencia» Estados Unidos a manos de la «potencia media» Vietnam ha
hecho necesario un replanteamiento total de la cuestión. Todavía más sorpren
dentes han sido las recientes experiencias británicas: sufrió una derrota en los
años setenta en una guerra —la llamada «Guerra del Bacalao»— en el Atlántico
Norte a manos de una «pequeña potencia», Islandia; pero salió victoriosa en los
años ochenta en una guerra en el Atlántico Sur contra una «potencia media», Ar
gentina. ¿Cómo podemos interpretar estas muestras recientes del poder del Es
tado en la escena internacional? Una solución es resignarse y admitir que «parece
improbable que alguna vez se obtenga una medida sin defectos» (Muir, 1981:
149); en ese caso, volveríamos a las «estimaciones aproximadas», que dependen de
la «situación» en la que se emplee el poder. Muir (1981: 150) utiliza cinco varia
bles para hacer estimaciones aproximadas del poder: área, población, producción
de acero, tamaño del ejército y número de submarinos nucleares. Los resultados
vuelven a ser correctos de un modo intuitivo, pero ¿de qué sirven si predicen la
36 Geografía Política
La posición estructural
más cosas sobre los ciclos históricos del auge y la decadencia de los hegemones.
Por el momento nos dedicaremos a analizar el carácter manifiesto y encubierto
del poder hegemónico. El poder económico del Estado y sus posibilidades milita
res lo convierten en el Estado más poderoso. La eficacia en la producción econó
mica conlleva el dominio del comercio global, que, a su vez, suministra ingresos
que aseguran el dominio financiero de la economía-mundo. De forma manifiesta,
el Estado hegemónico acumula poder militar basado en su fortaleza económica.
De forma encubierta, el Estado hegemónico expresa su poder proponiendo y or
ganizando la agenda para el resto de los Estados de la economía-mundo (Arrighi,
1990). Es el líder mundial imitado y emulado por otros países (Taylor, 1996).
Por ejemplo, Estados Unidos ha expresado su poder económica y militarmente
pero también fomentando con relativo éxito el libre comercio y la democracia, li
beral. Se puede considerar que la globalización es la culminación de estas proyec
ciones del poder americajio.
para que se produzca un cambio lo único que parece haber conseguido es debili
tar la relevancia de ese organismo a los ojos de los Estados más poderosos, sobre
todo de Estados Unidos. La lección es simple: es muy difícil alterar el orden del
día una vez que se ha establecido, porque pasa a ser un supuesto básico de la polí
tica fuera de discusión. La política de la Guerra Fría entre 1946 y 1989 estableció
los presupuestos que guiaron la política mundial, que dejan fuera del orden del
día el problema de las enormes desigualdades de nuestro mundo. Este es un ejem
plo de «eludir la adopción de decisiones», porque el resultado es que el statu quo
permanece intacto, a pesar de los avatares de la política mundial.
Todo el mundo se percató de lo que significaba este hecho; Washington había re
cordado de un modo no muy sutil a la Unión Soviética y a otros países que era
una potencia militar importante y que podía proyectar su poder fuera de su terri
torio, incluso a costas muy lejanas (1978: 2).
Tabla 1.3 Lasfuerzas armadas de EE UUy la URSS utilizadas como instrumento político
(1946-1975): 3 6 6 ejemplos de amenazas de uso de la fuerza.
Períodos
Escenarios 1946-8 1949-55 1956-65 1966-75
EEUU URSS EEUU URSS EEUU URSS EEUU URSS
Europa/
El Mediterráneo 15 10 6 24 13 24 5 23
Oriente Medio/
Africa del Norte 3 2 2 2 18 5 15 23
Asia Meridional 0 0 0 0 2 0 1 3
Sudeste de Asia 0 0 4 0 26 5 12 1
Asia Oriental 1 6 8 5 7 3 5 6
Africa al sur
del Sáhara 0 0 1 0 8 3 1 6
Mesoamérica/
El Caribe 2 0 3 0 35 2 6 2
América del Sur 3 0 0 0 9 0 0 0
Total 24 18 24 31 118 42 45 64
Oriente Medio/África del Norte y el Sudeste Asiático son los escenarios más im
portantes. Es evidente que los momentos en los que se produce un mayor nú
mero de incidentes coinciden con las crisis importantes que se producen tras la
Segunda Guerra Mundial: Berlín en el primer período, Corea en el segundo,
Cuba en el tercero, y Vietnam e Israel en los períodos tercero y cuarto. Lo intere
sante es comparar el número de tales incidentes con los dos ejemplos principales
de uso de la fiierza por parte de Estados Unidos: en Corea y en Vietnam.
Estados Unidos no es el único país que se «ha entrenado» de esta manera; Ka-
plan (1981) ha hecho un estudio parecido de la política exterior de la otra super-
potencia, la antigua Unión Soviética, y ha señalado 190 «incidentes» en los que
las fuerzas armadas soviéticas fueron utilizadas como instrumento político. A fin
de poder comparar la utilización de la fuerza potencial por parte de la URSS con
la de EE UU, 155 de estos incidentes ocurridos entre 1946 y 1975 se han aña
dido a la Tabla 1.3. En este caso los datos constituyen un indicio de que la URSS
se estaba convirtiendo en una potencia global. En los dos primeros períodos to
dos los incidentes ocurrieron en zonas adyacentes a la URSS, pero en los dos últi
mos la influencia política de las fuerzas armadas soviéticas se extiende a todos los
escenarios geopolíticos, a excepción de Sudamérica. Pero nos estamos adelan
tando, puesto que analizaremos la geopolítica en el capítulo 2, y el objetivo de la
Tabla 1.3 es sólo poner ejemplos de la existencia de una fuerza potenciál y poner
de manifiesto su importancia cuantitativa.
Poder y apariencia
Ahora podemos retomar el tema del poder de los Estados. En el enfoque teórico
de los sistemas-mundo, el poder depende directamente de la capacidad que tenga
40 Geografia Política
mente los motivos del éxito económico de Japón y Alemania son mucho más
complejos, pero este ejemplo pone de manifiesto, sin lugar a dudas, la sutileza
del poder en el sistema-mundo actual.
Empezamos este apartado hablando de anomalías de poder en el resultado de
dos conflictos recientes, las guerras de EE UU contra Vietnam, y de Gran Bretaña
contra Islandia. Creo que estaremos de acuerdo en que, por sutil que sea nuestro es
tudio del poder del Estado, seguimos sin poder explicar del todo por qué en ambos
casos ganó la parte más «débil», pero lo importante es aprender de los fallos. ¿Por
qué nuestro análisis no nos ha permitido hasta ahora añadir algo interesante sobre
estos conflictos? La respuesta es que hemos considerado que los Estados participa
ban en los conflictos sin tener en cuenta su política interna. Esto es lo que suelen
hacer los estudios de Relaciones Internacionales al separar la política «nacional» de
la internacional y asumir que cada una de ellas constituye una esfera de actividad
independiente. En Geografía Política no tenemos motivos para aceptar esta forma
de hacer las cosas; es más, nuestro argumento es que esta postura no permite llegar
a comprender del todo la política estatal. Por ejemplo, en el caso de la llamada Gue
rra del Bacalao, la importancia del conflicto era muy distinta para la política nacio
nal de cada uno de los países implicados: para Islandia el conflicto era de la mayor
prioridad en política exterior, mientras que para Gran Bretaña había muchas otras
cuestiones importantes que sopesar. Pero el caso más interesante continúa siendo el
hecho de que Estados Unidos no consiguiera vencer a Vietnam, ya que no hay
duda de que, al ser en aquella época el país más importante del centro, disponía de
muchos más recursos que Vietnam. Sólo si examinamos la situación interna de cada
país se puede comprender por qué no triunfó la potencia mayor.
En primer lugar, es preciso que tengamos en cuenta la naturaleza del desafío
vietnamita. El movimiento de liberación vietnamita movilizó a los habitantes de
Vietnam hasta extremos insospechados. La guerra nunca se desarrolló corivencio-
nalmente, con frentes militares; porque, aunque los norteamericanos obtuvieran
victorias, el enemigo siempre conseguía volver a rodearlos. En este sentido la gue
rra era como una eterna consigna, al estilo de la del general Custer, de aguantar a
pie firme hasta el final. Los norteamericanos se encontraron en la postura, literal
mente contradictoria, de poder «salvar» a Vietnam solamente destruyéndolo, lo
cual está relacionado con la segunda parte de nuestra explicación. La destrucción
que llevó a cabo Estados Unidos en Vietnam impidió que tuviera éxito su cam
paña para ganarse «los corazones y las conciencias» de los campesinos vietnamitas,
a la vez que fomentó los esfuerzos vietnamitas por conquistar «el corazón y la
conciencia» de la opinión pública norteamericana. La división de los norteameri
canos significó el fin de la guerra y condujo a la victoria militar del semiperiférico
Vietnam. Hoy en día a una persona que fuera a Vietnam y a Estados Unidos le
costaría reconocer al ganador. Actualmente los vietnamitas ya no saborean las
mieles de la victoria, porque la cohesión nacional que condujo a la victoria militar
no se ha encauzado de forma adecuada para lograr la prosperidad económica.
Este es un objetivo mucho más difícil de conseguir, que requiere la utilización de
una estrategia completamente distinta. Ser un Estado semiperiférico ya constituye
de por sí una carga suficientemente pesada y, si a ello se añade la destrucción que
produce una guerra, el futuro inmediato parece muy poco prometedor. La situa
ción de Vietnam no le permite competir en la economía-mundo como lo haría
un Estado semiperiférico en alza; al igual que muchos otros Estados del Tercer
Mundo, ha descubierto que obtener la independencia política es un triunfo vano
mientras continúe la pobreza económica. El poder estructural es así.
42 Geografia Política
Las instituciones de los lugares concretos sirven de mediadoras del poder. Nuestra
exposición sobre el poder empezaba en un entorno geográfico específico, el patio
de un colegio, y en el estudio del poder es preciso que volvamos a la geografía.
Hay dos formas en que la geografía está implicada en las relaciones de poder. En
primer lugar, el propio espacio es una área de disputa. El espacio nunca consti
tuye un mero escenario donde se desarrollan los acontecimientos: ninguna dispo
sición espacial tiene nada de neutral. En ocasiones se admite este hecho y el espa
cio forma parte de la agenda de la disputa (más adelante ponemos un sencillo
ejemplo de la definición espacial de un electorado para decidir los límites»nacio-
nales»). Sin embargo, las disposiciones espaciales pueden formar parte de del
mundo que damos por sentado, de forma que el poder potencial se hace realidad
por la «puerta trasera», por así decirlo. Foucault (1980) nos enseñó la importancia
de esa «geografía invisible». En nuestra opinión, el ejemplo más importante es el
pensamiento estadocéntrico, que considera que el Estado-nación no es una cons
trucción social sino una división «natural» de la humanidad.
En segundo lugar, Doreen Massey (1993) nos recuerda que el poder supone
mucho más que el ruedo donde ocurre. Hay una «geometría del poder», una red
de corrientes y conexiones que es característica de todo individuo en todo lugar
concreto. Por tanto, afirma, la globalización en cuanto proceso incorpora algu
nas personas y algunos lugares mucho más que otros. Como señalamos antes, la
globalización ha sido muy desigual en su geografía. Por ejemplo, la famosa com
presión «espacio-temporal» que suponen las comunicaciones actuales puede ha
ber cambiado la vida de los banqueros, pero np ha tenido ninguna influencia di
recta en las mujeres que recogen leña en la sabana africana. Massey combinando
la idea de la globalización desigual con ideas relacionadas con el trabajo de
Schattschneider (1960) sobre el alcance de los conflictos infiere lo que deno
mina «sentido de lugar que se transforma». Según esa argumentación los lugares
más pequeños no se encierran en sí mismos para proteger su «territorio», sino
que todos los lugares tienen miles de conexiones con otros lugares. En la geome
tría del poder los lugares tienen importantes vínculos económicos, produciendo
mercancías, por ejemplo, para el mercado mundial, pero también tienen impor
tantes conexiones culturales que en muchos casos están relacionadas con los orí
genes geográficos de algunos integrantes de la comunidad. La clave es que no
podemos llegar a entender bien un lugar si nos limitamos a examinar lo que
contiene; las relaciones que mantenga con el exterior son importantes y se pro
ducen en las distintas escalas geográficas. Este es el punto de partida de la geo
grafía política de los sistemas-mundo.
El análisis de la economía-mundo desde el punto de vista de la geografía polí
tica solamente tiene sentido si nos aporta elementos de juicio que no se puedan
obtener desde otras perspectivas. Anteriormente hemos insinuado que cre
emos que éste es el caso, y ahora intentaremos justificarlo de un modo explícito.
Lo esencial de nuestro argumento es que la utilización de la escala geográfica
como estructura organizativa nos permite entender mejor ciertos problemas.
En concreto, la estructura geográfico-política de los sistemas-mundo que utiliza
mos nos aporta una serie de ideas sobre aspectos del funcionamiento de la
economía-mundo que no han quedado suficientemente claros en otros estudios
(Flint y Shelley, 1996). Semejante afirmación requiere algún tipo de justificación
por nuestra parte, que elaboraremos teniendo siempre presente: primero, que es
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia p olítica 43
O Mayoría O Minoría
En el antiguó Estado En el nuevo Estado
X Minoría X Mayoría
una decisión democrática del pueblo; pero al hacerlo han creado una nueva mi
noría, los que formaban parte de la mayoría en la federación anterior que ahora
viven en un Estado controlado por sus antiguos enemigos. Si se desecha la solu
ción original de mantener la unidad, ellos a su vez exigirán para sus tierras la in
dependencia del nuevo Estado del Noroeste. Lo más seguro también es que el Es
tado nuevo no consienta que haya otras elecciones que dividan el territorio
soberano que acaba de obtener. Así pues, al negárseles la vía democrática, la única
solución que le queda a la nueva minoría es recurrir a las armas para conseguir la
independencia nacional. Además, los nuevos separatistas podrán recabar el apoyo
de sus compatriotas del otro lado de la frontera del nuevo Estado.
Este argumento de pesadilla pone de manifiesto que, cuando se trata de resol
ver disputas políticas, la democracia depende, tanto como cualquier otra formula
de solución, del ámbito en el que se desarrolle el conflicto. La voluntad democrá
tica del pueblo puede legitimar cualquiera de las tres soluciones del conflicto: la
de mantener la unidad, la primera división y la segunda división. Evidentemente
la cuestión es cómo definimos el pueblo; en los casos de disputa sobre la sobera
nía territorial ésta ha de ser una cuestión de escala geográfica. Lo que determina
la «solución democrática» no es la votación, sino la decisión de carácter geográfico
que se toma antes de las elecciones sobre el ámbito de las elecciones, porque, una
vez fijados los límites, conocemos el resultado de las elecciones. Esto no es sim
plemente «falsificar los límites» para favorecer a alguna de las partes, porque no
hay ninguna respuesta totalmente acertada a la pregunta de quién debería votar.
Al final, la respuesta sólo puede ser una decisión política en la que influye el po
der relativo de sus participantes, pero el motivo de aportar soluciones democráti
cas al conflicto era impedir que la política de poder de las elites decidiera el resul
tado. Tenemos que llegar a la triste conclusión de que no hay una solución
democrática en una situación en la que escalas geográficas distintas dan como re
sultado perdedores nacionales distintos.
Aunque lo hayamos expuesto de forma esquemática, muchos lectores se ha
brán percatado de que la derrota de los que querían mantener la unidad en Yu
goslavia y la URSS ha provocado situaciones padecidas a las anteriores. Algunas
poblaciones nacionales, ahora minoritarias, han sido separadas de la mayoría a la
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 45
que pertenecían; por ejemplo los serbios que habían constituido la mayoría en la
antigua Yugoslavia, ahora son la minoría en Bosnia, y lo mismo ocurre con los
rusos en la URSS, antes, y en Ucrania, ahora. Puesto que los que más pierden
con este cambio de escala de la acción política son estas nuevas minorías, pode
mos esperar que en su seno surja un nacionalismo sumamente militante, como
ha ocurrido con los serbios en Bosnia y Croacia, pero este nacionalismo m ili
tante sigue teniendo la posibilidad de desintegrar los antiguos Estados de la
URSS. En este argumento no hay nada nuevo, porque ¿quién debería votar en
un referéndum para decidir si Irlanda del Norte se une a la República de Ir
landa? La escala elegida (Irlanda entera o sólo la provincia del Norte) decidiría,
sin duda alguna, el resultado independientemente de que sea en Irlanda del
Norte donde la causa nacionalista tiene un apoyo más militante. La comunidad
católica nacionalista es la típica minoría que se convertiría en mayoría. Otras
minorías nacionalistas militantes que se están gestando son los sudafricanos
blancos, que continúan a la búsqueda de un Estado propio tras perder el control
de Sudáfrica, y los colonos judíos de Cisjordania y Gaza, sometidos en el futuro
al mandato de alguna entidad política autónoma palestina. Ninguno de estos ca
sos se puede solucionar democráticamente debido a que la decisión sobre cuál es
el ámbito de su resolución es política, ya que la escala geográfica que se escoja
por sí sola decidirá quién triunfa. Este ejemplo, además de poner de manifiesto
la importancia de la geografía política para entender la política del mundo de
hoy, justifica que hayamos elegido la escala geográfica como principio organiza
dor de la geografía política de los sistemas-mundo.
A pesar de que la globalización, como ha señalado hace poco Storper (1997: 27),
sea un «proceso fundamentalmente geográfico denominado con un término geo
gráfico», la mayoría de los estudios no han considerado problemático este aspecto
geográfico; se ha dado por sentada, en particular, la cualidad que tiene la globali
zación de escala básica. Este hecho está en consonancia con la tradición en la
ciencia social de contemplar el espacio sólo como un telón de fondo inerte en re
lación con los procesos de cambio. Así pues, se considera que lo global es una es
cala geográfica dada por supuesta que han llegado a alcanzar la sociedad y la eco
nomía modernas. No es de extrañar que debido a este enfoque puedan olvidarse
fácilmente las demás escalas de actividad y que lo global parezca casi «natural». La
geografía humana actual, en cambio, estima que todos los espacios y lugares son
construcciones «sociales», fruto de los enfrentamientos y acuerdos que crean un
paisaje geográfico. La escala geográfica, concretamente, se crea por medio de la
política (Delaney y Leitner, 1997) y los argumentos relacionados con la democra
cia y las líneas divisorias que presentamos en la última parte exponen los motivos
para ello. Por consiguiente, la globalización actual no constituye una escala de ac
tividad que está esperando a que la alcancen, sino que forma parte de la creación
de una geografía humana de múltiples escalas.
Puede que no tenga nada de extraño que hayan sido los geógrafos políticos, en
particular, los primeros en captar — en los años setenta— el potencial de la escala
geográfica como marco organizador principal de sus estudios. Sin embargo, estas
primeras obras, aunque tuvieran la perspicacia de señalar la importancia que tenía
la escala, abordaron el tema como si fuera algo incuestionable. En vez de hacer
46 Geografía Política
como los estudios de la globalización actuales que adoptan una perspectiva única,
estas geografías políticas emplearon tres escalas de análisis: la internacional o glo
bal, la nacional o estatal, y una intranacional que suele ser una escala de ámbito
urbano. Aunque esta estructura supone un consenso, resulta especialmente decep
cionante el hecho de que se haya llegado a este tipo de acuerdo sin haber enun
ciado una teoría que justifique una trilogía de escalas geográficas (Taylor, 1982).
Entonces surgen dos preguntas: «¿por qué sólo tres escalas?» y «¿por qué esas tres
en concreto?». Estas preguntas nunca han sido contestadas, porque nunca han
sido formuladas. Sencillamente, estas escalas se dan por sentadas; algún autor ha
llegado a decir que «parece que estas tres grandes áreas de interés no necesitan
presentación» (Short, 1982: 1). Pues bien, es evidente que no es así; estas tres es
calas no surgen sólo por casualidad, para que los geógrafos políticos tengan «per
chas» cómodas en las que colgar la información. De hecho, en muchos estudios
de ciencias sociales que no son de geografía política se reconoce implícitamente
que existen tres escalas (Taylor, 1981b), lo que representa una cierta visión del
mundo que es una forma sutil de desarrollismo. Las escalas giran en torno al Es
tado, que es la unidad elemental, razón por la que se utilizan los términos de in
ternacional, nacional e intranacional. Esta postura puede dar lugar a una separa
ción en el estudio de las escalas geográficas que acabe con el carácter holístico
fundamental del sistema-mundo moderno. En este sentido, Short (1982: 1) habla
de «distintas escalas espaciales de análisis» y Johnston (1973: 14) llega a referirse a
la existencia de «sistemas relativamente cerrados o autosuficientes» en estas dife
rentes escalas. Es evidente que una geografía política crítica no puede dar por sen
tada sin más esta organización de triple escala; el marco teórico tiene que explicar
por qué existen esas escalas y cómo se relacionan entre sí.
¿Por qué tres escalas? No resulta obvio a primera vista. Es relativamente fácil
distinguir en nuestra vida moderna muchas más escalas que estas tres escalas geo
gráficas. Smith (1993), por ejemplo, defiende de forma convincente una jerarquía
ae siete escalas fundamentales: el cuerpo, la casa, la comunidad, lo urbano, la re
gión, la nación y lo global. No cabe duda de que este número es fácil de aumen
tar; por ejemplo, los eruditos en relaciones internacionales distinguen otra escala
«regional» entre el Estado-nación y lo global (Europa Occidental, Sudeste Asiá
tico, etc.). En el otro extremo, los estudios de la globalización, incluso si no se li
mitan a su única escala, parece que sólo ven dos escalas (la local en contraposición
a la global) por lo que han recibido críticas (Swyngedouw, 1997: 159) Los ecolo
gistas han sido especialmente proclives a adoptar esta perspectiva tan limitada con
su famoso slogan «piensa globalmente, actúa localmente». Swyngedouw (1997:
159) interpreta que la globalización es un «reescalamiento» de la economía polí
tica que se aleja en dos direcciones de la concentración institucional del poder en
el Estado: hacia arriba, a escenarios globales, y hacia abajo, a escenarios locales.
Como el Estado se sitúa en el centro, constituye la creación de una organización
de triple escala como la que promovieron los geógrafos políticos pero con una
justificación teórica. En este texto abordamos las tres escalas de una manera más
general, que va más allá de la globalización actual analizándolas como elementos
indispensables para el funcionamiento a largo plazo del sistema-mundo moderno.
Desde la perspectiva de los sistemas-mundo, la organización de triple escala.de
los geógrafos políticos nos recuerda mucho a la estructura tripartita definida por
Wallerstein que permitía controlar los conflictos^ (Taylor, 1982). Anteriormente
hemos visto su ejemplo geográfico de centro-semiperiferia-periferia, al que pode
mos referirnos con el término de estructura geográfica horizontal tripartita. Núes-
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 47
tras escalas forman una estructura geográfica vertical tripartita cuyo centro es el
Estado-nación. El papel de las estructuras tripartitas consiste en fomentar la exis
tencia de una categoría intermedia que separe intereses en conflicto. Por tanto, en
nuestro modelo, el Estado-nación es la instancia intermedia entre la escala global
y la local. Dado que un aspecto geográfico-política fundamental de esta interme
diación consiste en actuar como un simple amortiguador o tapón, debemos con
siderar que esta disposición constituye un ejemplo clásico de ideología que separa
la experiencia de la realidad. Las tres escalas, por tanto, incluyen una escala nacio
nal asociada a la ideología, una escala local asociada a la experiencia y una escala
global asociada a la realidad. La Fig. 1.5 ilustra esta idea de un modo esquemático
y la compara con la estructura geográfica horizontal de Wallerstein.
Figura 1.5 Estructuras tripartitas de separación y control: (a) División horizontal p or áreas,
(b) División vertical p or escalas.
48 Geografia Política
blema de los astilleros de Wallsend a largo plazo. Esos problemas son consecuen
cia de acciones que se producen en la escala de la realidad, ya que la oferta y la
demanda de buques tienen un ámbito global. El origen de los problemas de esta
industria fue el descenso de la demanda de construcción de buques al empezar a
subir el precio del petróleo en los años 1973 y 1974, y el aumento de la oferta de
bido a la aparición de astilleros nuevos en otros países como Corea del Sur. Es
evidente que una política de nacionalización en el Estado británico está muy lejos
de resolver el problema de la industria de construcción naval de Wallsend; se trata
más bien de una solución política que se detiene en la escala del Estado, por lo
que no pone en cuestión los procesos de acumulación que operan a escala global.
Esta situación ha sido bien resumida por Nelund (1978: 278):