Taylor, P (2002) - Geografia Política

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GEOGRAFÍA POLÍTICA

ECONOMÍA M U N D O , ESTADO-NACIÓN Y LOCALIDAD

2a edición, corregid a y aum entada

por

Peter J . Taylor
Colín Flint
PROLÓGO A LA SEGUNDA EDICIÓN ESPAÑOLA

Esta es la segunda edición en español de G eografía P olítica: Economía-mundo,


Estado-nación y Localidad. Su misma existencia implica que la primera ha hecho su
camino. Era la traducción de la tercera edición en inglés, y ésta lo es de la cuarta.
En el prefacio a la tercera edición inglesa Peter J. Taylor se quejaba de la falta de
oportunidad de la anterior revisión del libro en 1988; señalaba:

En el verano de 1988 se revisó la segunda edición de este libro, que se publicaría


en 1989- Es difícil que en este siglo haya habido un año peor que 1988 para revi­
sar un libro de geografía política que hace hincapié en un enfoque global; quizá
1913, cuando sólo faltaban dos años para el centenario de la «larga paz», o 1945,
cuando los aliados de EE UU y la URSS celebraban la victoria que ambos países
habían obtenido sobre las siniestras fuerzas del fascismo y tenían puestas sus espe­
ranzas en que hubiera un «solo mundo» bajo la tutela pacífica de las Naciones
Unidas. {...} Los acontecimientos políticos que se produjeron en el mundo entre
1989 y 1991 — lo que yo llamo una transición geopolítica— pusieron a prueba
todos los análisis políticos existentes, de lo que no se libraron mis textos de geo­
grafía política de los sistemas-mundo. Cabe la posibilidad de que el lector piense
que en este tema soy algo parcial, pero creo que el análisis de los sistemas-mundo
puede resistir los cambios tan bien como cualquier otra teoría y mucho mejor que
la mayoría. Al fin y al cabo, en la última edición había incluido un apartado que se
llamaba «¿Otra transición geopolítica?», que preveía el fin de la Guerra Fría, aun­
que, debo admitirlo, no suponía que se iba a producir tan sumamente pronto1.

Quizás podríamos decir lo mismo respecto al año 2000. Los sucesos que tienen su
inicio en Septiembre de 2001 han significado importantes cambios del orden ge-
opolítico mundial, y van a implicar más sin duda. Pero estaríamos perdiendo de
vista que la importancia de un texto como éste reside en su capacidad de propor­
cionar herramientas teóricas para el análisis de los hechos sociales, geográfico-
políticos en particular en este caso, y esa desde luego no es una carencia que se le
pueda achacar. Determinados acontecimientos pueden marcar rupturas, iniciar
nuevas tendencias o terminar otras antiguas, pero no hacen obsoleta una obra te­
órica de fuste.
A principios de los años ochenta Taylor, descontento con los enfoques neoposi-
tivistas imperantes, reivindicaba una reorientación de la geografía política hacia el
análisis de los sistemas-mundo. Consideraba que éste ofrecía «una oportunidad a
los geógrafos políticos para volver al análisis de escala global sin tener que rendir

1 P. J. Taylor:- Geografía Política: Economía-mundo, Estado-nación y Localidad, Madrid, Trama


Editorial, 1994 (Ia ed.), p.xiii.
XIV Geografía Política

ningún homenaje a Mackinder»2. Y de hecho desde entonces ha constituido uno


de los senderos teóricos de la renovación de la disciplina. Se han sumado otros,
que gracias al camino reabierto en buena medida por Taylor, conforman un campo
del conocimiento boyante y en el que se suceden año tras‘ año la publicación de
manuales, libros temáticos y revistas.
Las sucesivas revisiones de esta G eografía P olítica, que apareció por primera
vez en 1985, han ido haciendo frente a las críticas recibidas e incorporando
perspectivas y análisis de procesos que estaban ausentes o no eran tratados con la
suficiente profundidad. No por ello han dejado de vertebrar el texto básica­
mente las mismas ideas y posturas teóricas. En este sentido, aunque el libro ya
no esté dedicado a Karl Liebknecht, sigue comprometido y sigue preocupándose
por lo que sucede en todo el mundo: «Cualquier geografía política digna de ese
nombre debe tener en cuenta el mundo entero y no sólo la cómoda parte en la
que vivimos», afirma Taylor3.
En la cuarta edición en inglés los autores han hecho una revisión y ampliación
sustancial de los contenidos, a la que aluden en el prefacio que se incluye más ade­
lante. Un nuevo capítulo y la revisión a fondo de los anteriores han mejorado y ac­
tualizado la obra.
También en la traducción se han intentado corregir errores, subsanar lagunas y,
en general, ser más precisos. Entre los cambios más notables cabe destacar el rela­
cionado con la traducción del neologismo «world-system». La traducción del pri­
mer volumen de la obra de Wallerstein con el título de El moderno sistema mundial4
provocó durante algún tiempo una cierta confusión en lo tocante a la traducción
precisa del término: «sistema mundial» o «sistema-mundo», usándose a menudo
indistintamente los dos. Sin embargo, Wallerstein distingue entre ambos térmi­
nos. Cómo señala Tortosa, «para Wallerstein, ha habido, al parecer, muchos siste-
mas-mundo (■world-systems) en la historia de la humanidad, sistemas que eran un
mundo en sí mismos, pero sólo el sistema-mundo capitalista parece haber llegado
a ser un sistema mundial (worldsystem )»\ La diferencia es pareja a la que establecía
Braudel entre «economía-mundo» y «economía m undial». En consecuencia
«world-system» ha sido traducido, con mayor precisión que en la primera edición,
por «sistema-mundo».
En toda geografía política es prácticamente inevitable el sesgo «nacional» por
parte del autor. Este no es un caso excepcional, así lo reconocía Taylor en el prefa­
cio a la primera edición española:

Soy británico, enseño en una universidad inglesa y he sido profesor visitante en


siete universidades norteamericanas, por lo que sería absurdo por mi parte pre­
tender que mi nacionalidad y mi experiencia no han influido en la geografía polí­
tica que hago. De hecho, este libro forma parte del resurgimiento general de la
geografía política que se ha producido en el mundo angloamericano en las dos úl­

2 P. J. Taylor: «Political geography and the world-economy», en A. D. Burnett y P. J. Taylor (eds.)


Political Studies from Spatial Perspectives, Wiley, Chichester y New York, 1981, p.l6f>.
3Taylor: op. cit., 1994, p.xrv.
41. Wallerstein: The M odem World System. Capitalist Agriculture and the Origins o f the European
World-Economy in the Sixteenth Century, Academic Press, Nueva York, 1974. [Trad, al castellano por
A. Resines: El moderno sistema mundial I. La agricultura capitalista y los orígenes d e la economía-
mundo europea en el siglo XVI, Siglo XXI Editores, México, 1974.]
5 J. Ma Tortosa: «Epílogo: Para seguir leyendo a Wallerstein», en I. Wallerstein: Elfuturo de la
civilización capitalista, Icaria, Barcelona, 1997, p.107.
Prólogo XV

timas décadas. Por más empeño que haya puesto en analizar escrupulosamente el
mundo, no hay duda de que mi procedencia angloamericana sigue estando pre­
sente en el texto, tal como a los lectores de habla hispana seguramente les pasará
menos desapercibido que.a mí. A pesar de ello, el marco teórico utilizado en el li­
bro sí que proporciona un modelo de análisis global del que los lectores pueden
extrapolar ideas a sus intereses particulares. Un buen libro debería ser estimu­
lante además de informativo, lo que constituye un reto añadido para los lectores
que piensen que me he olvidado de ellos y de la parte del mundo en que viven.6

Pero el sesgo no es sólo de los autores sino también de la disciplina. Por supuesto
que no es casualidad que la geografía política viera la luz en países del centro del
sistema-mundo, como Alemania, el Reino Unido o los Estados Unidos; ni tam­
poco es fruto del azar que su renovación se haya desarrollado más en el mundo
académico anglosajón. Cuando apareció la primera edición en español, pocas obras
generales de geografía política estaban disponibles en nuestro idioma. Las traduc­
ciones de los textos de André-Louis Sanguin, Richard Muir o Saúl B. Cohén e in­
cluso el tratado de Vicens Vives — cuya publicación databa de los años cin­
cuenta— , en España, o los libros de la editorial Pleamar, en Argentina, eran casi
las únicas referencias geográfico-políticas a las que se tenía acceso en español. La
situación es notablemente mejor en la actualidad: disponemos las obras de Joan-
Eugeni Sánchez, Lorenzo López Trigal y Paz Benito del Pozo o Joan Nogué i Font,
por mencionar sólo algunas de las publicadas en España en los últimos años. En
cualquier caso, la intención de esta nueva edición de Geografía Política: Economía-
mundo, Estado-nación y Localidad es que contribuya a robustecer más la geografía
política en los países de habla hispana, teniendo en cuenta el olvido relativo de las
cuestiones espaciales en las ciencias sociales y, desde una perspectiva estratégica,
que sólo la comprensión del sistema-mundo, y sus procesos, permitirá transfor­
marlo.

Heriberto Cairo Carou


Madrid, Enero de 2002

6 Taylor: op. cit., 1994, p.xii.


PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN INGLESA

La cuarta edición, ¿quién iba a imaginarse que este texto mantendría una trayec­
toria tan larga a los quince años de haberse concebido? ¡Y no es precisamente por­
que no haya ocurrido nada importante en esos años! El paso de los «tres mundos»
a la «globalización» constituye sólo una pequeña parte de los cambios históricos
mundiales que han caracterizado a los años ochenta y noventa. De hecho, hay tres
puntos de cambio relacionados con este libro. Además de un mundo que no cesa
de moverse, la geografía política como subdisciplina se ha desarrollado de formas
imprevistas, éñ parte porque responde a un mundo cambiante pero también por­
que se ocupa de otros asuntos importantes distintos debido al renovado vigor que
han cobrado las ciencias sociales. Y, sin duda, está el autor original, haciéndose
mayor, puede que madurando, que con toda seguridad tiene nuevos intereses e
ideas. Pero ¿le resulta posible mantenerse al comente de los cambios que se pro­
ducen en el mundo moderno y en las ciencias sociales?
Un solo individuo apenas puede influir en las corrientes sociales, ni siquiera en
la trayectoria de las ciencias sociales. Sin embargo, sí es posible hacer algo res­
pecto a la autoría de un libro: se ha revisado conjuntamente con una mente más
joven que se ha añadido para ralentizar la atrofia, esperamos que esta nueva edi­
ción sea tan popular como sus predecesoras, que podríamos definir de la siguiente
forma:

• el texto preparatorio de 1985, en el que se abordó la disciplina de la geogra­


fía política con una perspectiva teórica concreta;
• el texto de consolidación de 1989, en el que se desarrollaron ideas que con­
tribuyeran a un tratamiento más amplio de la geografía política (especial­
mente en los aspectos de la geopolítica y del nacionalismo);
• el texto de la Posguerra Fría de 1993, en el que se desarrollaron los argu­
mentos que dieran cuenta de la traumática «transición geopolítica» que se
preveía en el texto de 1989 (que había sido escrito en 1988);
• el texto de la globalización de 1999, que en cierto modo cierra el círculo
puesto que la perspectiva teórica original hacía hincapié en lo «global»
cuando estaba mucho menos de moda que hoy.

No obstante, el libro que tiene ante usted contiene mucho más que una puesta
al día que utiliza el nuevo idioma de la globalización. Las personas que ya han uti­
lizado el libro se percatarán de que hay un capítulo adicional. Pese al subtítulo del
libro las ediciones anteriores siempre habían infrarrepresentado las localidades y
en este caso hemos añadido un capítulo concentrándonos en las diferencias entre
espacios y lugares. Hemos vinculado los lugares con la nueva política de la identi­
dad, que tanta importancia tiene actualmente en los conflictos políticos. Este es el
XVIII Geografía Política

principal cambio de esta edición, pero como en ediciones anteriores, en todos los
capítulos se han hecho revisiones que reflejan cambios en el mundo, en las ciencias
sociales y en la autoría. Por último, agradecemos a Triona O’Connor y a Katja
Weber por su ayuda en la recogida de datos y en el suministro de fuentes para las
tablas nuevas y para las que han sido puestas al día.
Finalmente, queremos manifestar nuestro ag“ade“imiento a las siguientes per­
sonas o instituciones por el permiso otorgado para reproducir material sujeto a
copyright: a OPA (Amsterdam) B. V. Por las figura- 2 4, 2.5, 2.6, 2.7, 2.8 y 2.9; a
la Association of American Geographers por la figura 2.10, del artículo de Jan
Nijman: «The limits of superpower: the United States and the Soviet Union since
the World War II», Annals o f the Association o f American Geographers, 1992, 82:
681-95, y por las figuras 3.12, 3.13, 3.14 y 3.15, del artículo de Richard Grant y
Jan Nijman: ) «Historical changes in U.S. and Japanese foreign aid to the Asia-
Pacific region», Annals o f the Association o f American Geographers, 1997, 87: 32-5; a
John O’Loughlin y la Association of American Geographers por las figuras 6.16,
6.17 y 6.18, del artículo de John O’Loughlin et al.: «The diffusion of democracy,
1946-1994», Annals o f the Association o f American Geographers, 1998, 88: 545-74; y
a Michael Shin por la figura 8.1, de una tesis doctoral inédita de la Pennsylvania
State University.
Se ha hecho el mayor esfuerzo para identificar a los propietarios de los derechos
del material sujeto a copyright, pero en algunos casos ha sido un esfuerzo infruc­
tuoso y aprovechamos esta oportunidad para disculpamos con los propietarios de
cualesquiera derechos hubiéramos infringido involuntariamente

Peter Taylor, Tynemouth (Inglaterra)


Colin Flint, University Park (Pennsylvania, EE UU)
Octubre 1998
CAPÍTULO 1
EL ANALISIS DE LOS SISTEMAS-MUNDO EN GEOGRAFÍA
POLÍTICA

Considere el lector estos dos números: 358 y 2.500.000.000. El primer número po­
dría corresponder al de los habitantes de una pequeña población de la zona desér­
tica de Kansas, o al tamaño de la audiencia de un concierto en Berlín, o al número
de votos que obtendría el candidato de un pequeño partido en unas elecciones cele­
bradas en Gran Bretaña. Dos mil quinientos millones es algo completamente dis­
tinto: es un número mucho, mucho mayor que la «ingente» población de China, se
aproxima a la población de los Estados Unidos multiplicada por diez y es casi la mi­
tad de los habitantes que tiene en la actualidad nuestro planeta. Estas dos cifras se
relacionan en una asombrosa estadística publicada en el Inform e d el Desarrollo de
1996 elaborado por las Naciones Unidas: las 358 personas más ricas del mundo tie­
nen la misma cantidad de riqueza que los dos mil quinientos millones más pobres.
¡Guau! No es frecuente que un solo hecho pueda sintetizar el mundo, pero éste casi
lo consigue. Resulta evidente la polarización creciente de la riqueza —los ricos se
enriquecen cada vez más y la mayor parte del resto se empobrece— que se ha pro­
ducido en las dos últimas décadas en el interior de las ciudades y entre las ciudades,
y se ha notado la misma polarización en el interior de los países y entre ellos mis­
mos; pero ahora todas las implicaciones de estas tendencias quedan a la vista en su
totalidad global. Ésta es una realidad, quizás la realidad, de la globalización.
Globalización es la palabra que está de moda en las ciencias sociales en los años
noventa, y ha tenido tanto éxito que ha penetrado en la imaginación popular. La
gente de todo el mundo espera ver el Campeonato Mundial en la televisión desde el
lugar donde se celebre; verdaderamente se trata de un «acontecimiento mundial». Y
lo que quizá sea más importante es que la globalización se ha introducido en los de­
bates políticos: por ejemplo, los Estados suelen alegar la competición económica
global como motivo para reducir los recursos que dedican a prestaciones sociales.
Tras casi un siglo de políticas de redistribución que han adoptado muchas formas
(new deais *, guerras contra la pobreza, campañas de ayuda internacional, Estados
del bienestar socialdemócratas y paternalismo democristiano), este tipo de políticas
está patas arriba. En la globalización se está invirtiendo el sentido de las reducciones
—moderadas pero, sin embargo, históricas— de las diferencias de riqueza y renta
que se han producido en casi todo el siglo XX. En realidad, se está cuestionando
todo el futuro del propio Estado. Puesto que el Estado ha constituido el principal
tema de interés de la geografía política, este debate ocupará un lugar destacado en
este libro. Sin embargo, no es tan simple ni mucho menos como da a entender el
proceso de globalización; evidentemente el Estado está cambiando, pero hay una

(*) Alude al New Deal, conjunto de políticas internas del presidente de los EE UU F. D. Roose­
velt que tenían por objeto combatir la depresión de los años treinta mediante la intervención del Go­
bierno en la economía. [N. de los T\.
2 Geografia Política

gran diversidad de puntos de vista sobre lo que realmente está ocurriendo. ¿Se trata
de una auténtica desaparición del Estado, o sólo es la última de una larga sucesión
de adaptaciones del Estado a las nuevas circunstancias? No hay duda de que ésta
constituye una época apasionante para estudiar geografía política.
En este libro el enfoque de la geografía política que adoptamos es el de los siste­
mas-mundo. En este primer capítulo desvelaremos en qué consiste exactamente esta
geografía política de los sistemas-mundo. No obstante, podemos señalar desde ahora
que, como su nombre indica, nuestra geografía política no se limita simplemente a
prestar atención al Estado. Además, este sistema-mundo del que nos ocupamos es
mucho más antiguo que los procesos que destacan los autores que escriben sobre la
globalización. Nuestro enfoque no niega los cambios radicales que se han producido,
en épocas recientes sino que trata de situarlos en una perspectiva geohistórica. El prin­
cipal argumento consiste en que la globalización no ha surgido de la nada. Hay una
historia de interacciones mundiales y una geografía de diferenciales de poder y riqueza
afín, que han ejercido una gran influencia en el carácter y la forma de la globalización.
Por si acaso fueran estas olvidadas, en este texto la globalización se interpreta como la
última expresión de prolongados procesos geohistóricos de los que deducimos uña
geografía política del poder, la intriga y la influencia que resulta fascinante.

I. GLOBALIZACIÓN (ES) Y GEOGRAFÍA POLÍTICA

¿Qué es exactamente la globalización? De la misma palabra podemos deducir que


se refiere a una determinada escala geográfica de actividad humana, y en la breve
exposición que hemos realizado anteriormente hemos supuesto que los lectores
han hecho esa conexión con las pautas sociales y procesos mundiales. Pero tene­
mos que ser mucho más précisos. No obstante, la globalización es uno de esos
conceptos multifacéticos que es muy difícil de definir de forma precisa: siempre
que nos encontramos el término tenemos que considerar el contexto en que se uti­
liza porque, por ejemplo, es probable que la globalización de un economista sea
muy distinta de la utilización del término que haga un geógrafo. Teniendo esto en
cuenta, podemos señalar ocho dimensiones principales en la globalización:

1. La globalización fin a n ciera ,describe el mercado mundial instantáneo de


productos financieros que se intercambian en las «ciudades mundiales» de
todo el planeta de forma ininterrumpida las veinticuatro horas del día.
2. La globalización tecnológica alude a la combinación de tecnologías de co­
municaciones y de informática y las correspondientes conexiones por saté­
lite que han creado la «compresión espacio-temporal», la transmisión ins­
tantánea de información por todo el mundo.
3. La globalización económ ica describe los nuevos sistemas de producción in­
tegrada que permiten a las «empresas globales» utilizar capital y mano de
obra por todo el globo.
4. La globalización cultural se refiere al consumo de «productos globales» en
el mundo, que a menudo conlleva un efecto homogeneizador como en el
caso de la «C oca-colización» y el «M cM undo».
5. La globalización p olítica, que antes destacamos brevemente, es la difusión
de una agenda «neoliberal» que fomenta la* reducción de los gastos estata­
les, la desregulación, la privatización y en general las «economías abiertas».
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 3

6. La globalización ecológica es la inquietud respecto al hecho de que las ten­


dencias sociales actuales sobrepasen la capacidad de la Tierra para sobrevi­
vir como planeta vivo; aspira a ser una «globalización política verde».
7. La globalización geográfica se refiere a la reordenación del espacio que susti­
tuye lo «internacional» por prácticas transestatales en un «mundo cada vez
con menos fronteras», contemplado a menudo como una red de «ciudades
mundiales».
8. La globalización sociológica es la nueva mentalidad que ve el surgimiento
de una única «sociedad mundial», un todo social interconectado que tras­
ciende las sociedades nacionales.

Estas ocho dimensiones están interconectadas de muchas formas muy complejas y es­
tán sujetas a muchas discusiones y disensiones de tipo académico —observen que
consideramos problemáticos varios conceptos que señalamos entrecomillándolos—.
Sin embargo, hay algo en lo que todo el mundo parece coincidir: hay algunos cam­
bios fundamentales que andan por ahí que conllevan ciertas reformas de las escalas ge­
ográficas a través de las que vivimos en tanto que trabajadores, consumidores, inverso­
res, votantes, telespectadores, turistas, y muchas más de nuestras actividades sociales
La geografía política de los sistemas-mundo no hace hincapié en la singularidad
global de la situación presente. Para los geógrafos políticos la preocupación por lo
global no es ninguna novedad. La tradición de diversas geopolíticas y el continuo
estudio del mapa político mundial hacen que el geógrafo político tome con cautela
el «descubrimiento» reciente de la escala global por parte ae la sensibilidad popular
y de la ciencia social moderna. Hace noventa años uno de los padres fundadores de
la geografía política manifestaba una preocupación parecida:

De ahora en adelante, en la era poscolombina, tendremos que estudiar de nuevo


un sistema político cerrado, aunque sea de ámbito mundial. Todas las explosio­
nes de las fuerzas sociales, en vez de disiparse en las zonas cercanas o en un espa­
cio desconocido, tendrán un eco considerable en el otro extremo del mundo
(Mackinder, 1904: 22).

Lo que hacía Mackinder era manifestar un interés por los temas internacionales
muy en boga a principios de siglo. Puede que actualmente los directores de las
empresas multinacionales estén haciendo planes globales, pero lo mismo hicieron
los hombres que a finales del siglo XIX «pintaban el mapamundi de rosa»* para
asegurarse de que el sol nunca se pondría en el Imperio británico. En esa época
había tres ideologías políticas rivales, cada una de las cuales tenía su propio mo­
delo de mundo. Los imperialistas eran partidarios de la competencia interestatal
gracias a la cual los fuertes se enriquecerían a costa de los débiles; este modo de
pensar acabó provocando dos guerras mundiales y veinticuatro millones de muer­
tos en combate. Los liberales se oponían a este tipo de militarismo y proponían
un modelo de mundo alternativo en el que hubiera libre comercio entre los paí­
ses, cada uno de los cuales se enriquecería según su «ventaja comparativa» para
producir artículos para la exportación; crearon clubes internacionales de países
(primero la Sociedad de Naciones y posteriormente las Naciones Unidas), para
lograr la unidad y contribuir al mantenimiento de la paz. Los socialistas tenían
una postura todavía más explícitamente internacional porque, al principio, ha-

(*) Los territorios bajo dominio británico solían colorearse de rosa en los mapamundi [N. de los Z].
4 Geografia Política

cían mayor hincapié en la clase social que en el país; crearon la estructura interna­
cional de toma de decisiones más compleja, la Internacional Socialista, a la que se
afiliaron todos los partidos políticos socialistas. Así pues, las cuestiones globales
tenían una importancia fundamental en la mentalidad de muchas personas de di­
versas afiliaciones políticas a principios de siglo, época en que surgió la geografía
política como objeto de estudio. Por tanto, no es sorprendente que la geografía
política tenga una tradición global, tradición que intentamos seguir manteniendo
en este libro....... ..................... ~.................................. .............•....... ....
También podríamos remontarnos en el tiempo para encontrar ejemplos ante­
riores de «globalizaciones» en las prácticas e ideas políticas. El colonialismo y los
asentamientos europeos, y las numerosas guerras mantenidas entre potencias
europeas fuera de Europa antes del siglo XX, demuestran la existencia de estrate­
gias y conflictos globales. En el siglo XIX varias potencias europeas estuvieron
implicadas en la famosa «disputa por África». En el siglo XVIII Gran Bretaña y
Francia lucharon en campos de batalla tan distantes como Canadá y la India. En
el siglo xvii los Países Bajos desafiaron a España en los dos extremos del globo,
en las Indias orientales y occidentales. En el siglo XVI Portugal y España se rigie­
ron por un sistema global ideado por el papa Alejandro VI y confirmado en gran
parte en el Tratado de Tordesillas (1494), en virtud del cual se repartían el
mundo no europeo utilizando una línea divisoria en el Océano Adántico (las tie­
rras no europeas al oeste pertenecerían a España, y las tierras al este a Portugal).
Evidentemente la historia de las «globalizaciones» es larga.
La cuestión de a qué época se remonta la preocupación por lo global no es tri­
vial. Para decidir en qué época hay que empezar a buscar el nacimiento del
mundo actual hemos de basarnos en una teoría, implícita o explícita, de nuestro
mundo moderno. Por ejemplo, uno de los límites temporales que se utilizan más
habitualmente es la Revolución industrial (1760-1840 aproximadamente), que
efectivamente define la sociedad moderna como una sociedad industrial. Sin em­
bargo, una de las características de la globalización contemporánea es que la pro­
ducción industrial está relativamente dispersa como resultado de la «desindustria­
lización» de muchos de los países más ricos del mundo, que se ha producido en
las dos últimas décadas. Tener una planta siderúrgica ha dejado de ser un signo de
modernidad como ocurría en el pasado (Taylor, 1998). Al deshacer el vínculo en­
tre lo «industrial» y lo «moderno» el análisis de los sistemas-mundo utiliza una
perspectiva temporal mucho más larga. Según este análisis los orígenes de la mo­
dernidad están relacionados con la expansión geográfica del poder europeo. Esto
conlleva un marco teórico que gira en torno a la economía-mundo capitalista que
surgió en Europa en la época posterior a 1450 y que se fue extendiendo hasta que
en 1900 abarcó todo el mundo. Aunque actúen en contextos muy diferentes,
tantcTél papa Alejandro VI en Tordesillas en 1494 como los hinchas brasileños,
nigerianos, japoneses o italianos que animan a su equipo en los partidos del Cam­
peonato del Mundo de fútbol que ven en la televisión de un bar de Sao Paulo,
Lagos, Toldo o Milán en 1998 forman parte de la misma trama moderna.
Cada una de las «globalizaciones» que antes hemos definido de forma breve es
distinta, por la razón obvia de que muchas cosas han cambiado a lo largo de los
siglos. La globalización actual constituye el ejemplo más vivo de cómo se ha visto
afectada globalmente la vida de la gente debido en parte a que las comunicacio­
nes instantáneas en todo el mundo han tenido un¡ impacto esencialmente dis­
tinto. La Guerra del Golfo de 1992, por ejemplo, fiie el primer enfrentamiento
importante que ha habido en el mundo que la gente pudo contemplar, al mismo
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política 5

tiempo que ocurría, en la televisión de su cuarto de estar. Así pues, no es de extra­


ñar que la utilización generalizada del término globalización para referirse a pro­
cesos mundiales sea muy reciente. En tanto que invención de nuestra época, esta
palabra refleja nuestra reciente política mundial. En dos palabras, es el término
que sucede a la división tripartita de «primer mundo», «segundo mundo» y «ter­
cer mundo». Es muy sencillo, los dos últimos «mundos» han desaparecido como
categorías significativas: el «segundo mundo», en cuanto alternativa socialista, se
esfumó con la desaparición de la URSS y con el fin de la Guerra Fría; un «tercer
mundo» de países más pobres desapareció cuando surgieron las economías del Pa­
cífico asiático. La consecuencia ha sido «un mundo» centrado en tres regiones
principales: América del Norte, Europa Occidental y Asia Oriental. Obsérvese
que no es «global» en el sentido de que incluya la totalidad, por lo que en ocasio­
nes ha recibido la denominación de «globalización desigual» (Holm y Sorenson,
1995). Es evidente que la comunicación instantánea no ha tenido como resultado
el «fin de la geografía», como han sostenido algunos.
La última cuestión es importante porque, a pesar de su «patrimonio global», la
geografía política- como subdisciplina ha procurado fundamentalmente entender
el Estado moderno y las relaciones que establece con el territorio y la nación. No
obstante, es importante ser consciente de que aunque la globalización actual no
suponga uña considerable «alteración de la escala» de las actividades no agota ni
mucho menos todo el tema. Interesarse por lo global no debería tener como con­
secuencia olvidar otras escalas geográficas, como la local y la nacional. Esta es el
tema central de la geografía política, y las relaciones entre las distintas escalas geo­
gráficas son las que ocupan el papel central en la geografía política que expondre­
mos seguidamente. Sin embargo, las escalas geográficas no se pueden estudiar in­
dependientemente de una teoría social que configure las interpretaciones y
organice los argumentos. Aquí es donde entra en acción el análisis de los siste-
mas-mundo.
El enfoque de los sistemas-mundo de Wallerstein (1979) en las ciencias socia­
les ha originado gran cantidad de literatura científica en los últimos años, lo que
ha supuesto desarrollos teóricos sustanciales de las ideas originales, así como críti­
cas desde diversas perspectivas alternativas. En este libro no pretendemos entrar
en este debate, sino que nos hemos limitado a elegir el marco conceptual de Wa­
llerstein por el hecho de que nos ha parecido sumamente útil para ordenar y
comprender el objeto de estudio de la geografía política (Taylor, 1982). No se
sabe si algo es bueno hasta que se pone a prueba, por así decirlo: los restantes ca­
pítulos de este libro pretenden demostrar la competencia de la geografía política
de los sistemas-mundo, y lo que resta de este capítulo define el enfoque analítico
de los sistemas-mundo y la adaptación que hemos hecho del mismo a la geografía
política.

II. EL ANÁLISIS DE LOS SISTEMAS-MUNDO

El análisis de los sistemas-mundo plantea la cuestión de cómo conceptualizamos


el cambio social. Se suele describir este tipo de cambios hablando de sociedades
que son equiparadas a países; de ahí que hablemos de «sociedad británica», «socie­
dad estadounidense», «sociedad brasileña», «sociedad china», etc. Puesto que en el
mundo de hoy hay más de 200 Estados, los estudiosos del cambio social tendrían
6 Geografia Política

que habérselas con más de 200 sociedades» diferentes. La ciencia social ortodoxa
acepta esta concepción que podemos llamar el supuesto de la sociedad múltiple;
pero el análisis de los sistemas-mundo no acepta que este supuesto sea un punto
de partida válido para comprender el mundo moderno.
En vez de defender que el cambio social tiene lugar país por país, Wallerstein
(1979) postula la existencia de un «sistema-mundo» que en la actualidad tiene
una extensión global. Si aceptamos este «supuesto de una sociedad única», las nu­
merosas «sociedades nacionales» se convierten simplemente en partes de un todo
mayor, por- lo que un determinado cambio social sólo puede ser comprendido en
su totalidad en el contexto más amplio del sistema-mundo moderno. Por ejem­
plo, la decadencia de Gran Bretaña desde finales del siglo XIX no es exclusiva­
mente un «fenómeno británico», forma parte de un proceso más amplio del sis­
tema-mundo al que llamaremos «decadencia de la hegemonía». Si se trata de
explicar este cambio social específico teniendo en cuenta solamente a Gran Bre­
taña, se obtiene una visión muy parcial de los procesos que empezaban a desarro­
llarse a finales del siglo XIX.
Claro está que el enfoque de los sistemas-mundo no es el primer intento de
poner en cuestión el pensamiento ortodoxo en las ciencias sociales; de hecho,
Wallerstein se propone, manifiestamente, conjugar dos retos teóricos anteriores.
En primer lugar, toma prestadas ideas y conceptos de la escuela de historia fran­
cesa de los Anuales, que no aprobaba el exceso de detalle de la historia de princi­
pios del siglo XX, y hacía hincapié en los acontecimientos políticos, sobre todo en
las maniobras diplomáticas. Esta escuela abogaba por un enfoque más holístico
en el cual las actividades de los políticos constituyeran sólo una pequeña parte de
la historia de la gente corriente; ios políticos y sus diplomacias iban y venían,
pero el estilo de vida cotidiana seguía teniendo las mismas bases materiales am­
bientales y económicas. Así pues, se hacía hincapié en las raíces sociales y econó­
micas de la historia en lugar de destacar la fachada política, que es lo que hacían
los textos ortodoxos. Probablemente lo que mejor resume este enfoque es la ex­
presión de Fernand Braudel longue durée, que representa la estabilidad materia­
lista que subyace a la volatilidad política (Wallerstein, 1991).
En segundo lugar, Wallerstein utiliza la crítica neomarxista de las teorías del
desarrollo de la ciencia social moderna. La evolución de la ciencia social después
de la Segunda Guerra Mundial coincidió con la proliferación de nuevos Estados
en las antiguas colonias europeas, y su aplicación a los problemas de estos nuevos
Estados fue fundamental para poner al descubierto las serias limitaciones de di­
chas teorías. En 1967 Gunder Frank publicó una crítica apocalíptica de las nocio­
nes de la ciencia social sobre la «modernización» en estos nuevos Estados, que
puso de manifiesto que las ideas originadas en las zonas más prósperas del mundo
no podían aplicarse a zonas más pobres sin que el análisis se desvirtuara por com­
pleto. La tesis principal de Frank era que los procesos económicos actuaban de
manera distinta dependiendo de la parte del mundo de que se tratara; por este
motivo, Europa Occidental, Japón y Estados Unidos han podido desarrollarse,
mientras que casi todo el resto del mundo ha experimentado el «desarrollo del
subdesarrollo». Esta expresión resume el principal argumento de esta escuela, en
el sentido de que para los Estados nuevos el problema no es «ponerse al día», sino
que de lo que se trata es de cambiar todo el proceso de desarrollo a escala global
(Wallerstein, 1991). ,
El enfoque analítico de los sistemas-mundo intenta combinar de una forma
selectiva elementos críticos de la historia materialista de Braudel con los estudios
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 7

neomarxistas sobre el desarrollo de Frank, añadiendo algunas características nue­


vas, con el fin de hacer una ciencia social histórica comprehensiva. En palabras de
Goldfrank (1979), Wallerstein «devuelve la historia» de modo explícito a la cien­
cia social. Además, podríamos decir que, al desarrollar las ideas de Frank, también
«devuelve la geografía» a la ciencia social: el propio Wallerstein (1991) se refiere a
las «realidades espacio-temporales» como el objeto de su interés. En pocas pala­
bras, existen más claves para entender el mundo en que vivimos que las que se
pueden encontrar estudiando los países «avanzados» del mundo de finales del si­
glo XX, por muy riguroso o erudito que sea dicho estudio.

II. 1. Sistemas históricos

La ciencia social moderna representa la culminación de una tradición que pre­


tende elaborar leyes generales que se puedan aplicar a cualquier época y lugar. Ün
ejemplo conocido es el intento de equiparar la decadencia del Imperio británico
con la decadencia del Imperio romano casi dos mil años antes. Asimismo, a me­
nudo se da por supuesto que la «naturaleza humana» es universal, por lo que sería
posible aplicar a otras culturas y a otras épocas las motivaciones de la conducta
humana que se pueden encontrar hoy en los países «avanzados». Un ejemplo rele­
vante es el afán de lucro a la hora de fijar un precio en el mercado, lo que históri­
camente sólo existe en la sociedad moderna. Suponer que esta motivación existía
en sociedades del pasado es cometer un error que Polanyi (1977) denomina «falaT
cia economicista». Lo importante es precisar el alcance de las generalizaciones,
para lo cual Wallerstein utiliza el concepto de sistema histórico.
Los sistemas históricos son las «sociedades» de Wallerstein. Son sistemas por­
que se componen de partes interrelacionadas que forman un todo único; pero
también son históricos en el sentido de que nacen, se desarrollan durante un
cierto período de tiempo, y después entran en decadencia. Aunque Wallerstein
sólo admite la existencia de un sistema de este tipo en la actualidad, en el pasado
ha habido innumerables sistemas históricos.

Sistemas de cambio

Aunque cada sistema histórico es único, Wallerstein afirma que se pueden clasifi­
car en tres tipos de entidades principales. Estas entidades se definen por su modo
de producción, que Wallerstein concibe, en términos generales, como la organiza­
ción de la base material de la sociedad. Este concepto es mucho más amplio que
la definición ortodoxa marxista, porque se refiere no sólo a la forma en que se di­
viden las actividades productivas sino también a las decisiones sobre la cantidad
de bienes que hay que producir, sobre su consumo o acumulación y sobre su pos­
terior distribución. Utilizando esta amplia definición, Wallerstein distingue sólo
tres formas básicas de organizar la base material de la sociedad —si se quiere con­
sultar una interpretación más compleja de los sistemas históricos desde la pers­
pectiva de los sistemas-mundo, véase la obra de Chase-Dunn y Hall (1997)— .
Estos tres modos de producción están asociados a un tipo de entidad o sistema de
cambio: el minisistema, el imperio-mundo y la economía-mundo.
El minisistema es la entidad que se basa en un modo de producción recíproco
y de linaje. Es el modo de producción primario y se basa en una escasa especiali-
8 Geografía Política

zación de las actividades. La producción se efectúa mediante la caza, la recolec­


ción o una agricultura rudimentaria; el intercambio entre los productores es recí­
proco, y la edad y el género constituyen el principio fundamental de organiza­
ción. Los minisistemas son familias extensas o grupos de parentesco de tamaño
reducido cuyo rango geográfico es fundamentalmente local y que perduran sola­
mente unas cuantas generaciones antes de su destrucción o dispersión. Han exis­
tido innumerables minisistemas de este tipo; pero ninguno ha sobrevivido hasta
nuestros días, porque todos han sido sustituidos e integrados en sistemas-mundo
mayores. ~
Es preciso aclarar que, cuando utiliza Wallerstein, al hablar de los sistemas so­
ciales, el término «mundiales» no quiere decir que dichos sistemas sean «globa­
les», sino simplemente que incluyen elementos que no se reducen a las activida­
des cotidianas locales de sus miembros. H ay dos tipos de sistemas-mundo
dependiendo de su modo de producción: el imperio-mundo y la economía-
mundo.
El imperio-mundo es la entidad que se basa en un modo de producción redis-
tributivo tributario. Los imperios-mundo han adoptado diversas formas políticas,
pero todos ellos comparten el mismo modo de producción, en el que hay un am­
plio grupo de productores agrícolas que disponen de una tecnología lo suficiente­
mente desarrollada para generar un excedente de producción por encima de sus
necesidades inmediatas. Este excedente permite que haya productores especializa­
dos no agrícolas, como artesanos y administradores. Mientras que el intercambio
entre productores agrícolas y artesanos es recíproco, la característica distintiva de
este sistema es la apropiación de parte del excedente por los administradores que
constituyen una clase dominante burocrático-militar. Dicho tributo se canaliza
hacia arriba originando una desigualdad material a gran escala que no existe en
los minisistemas. Esta redistribución puede mantenerse tanto en una estructura
política unitaria (el Imperio romano), como en una estructura fragmentada (la
Europa feudal). A pesar de las notables diferencias políticas que las separan, Wa­
llerstein afirma que todas estas «civilizaciones», desde la Edad de Bronce hasta un
pasado no muy lejano, tienen la misma base material en sus sociedades: todas son
imperios-mundo. Estos imperios-mundo son menos numerosos que los minisis­
temas pero, no obstante, han existido docenas de ellos desde la Revolución neolí­
tica.
Laj economía-mundo es la entidad que se basa en el modo de producción capi-
talistá. -El criterio por el que se rige la producción es la obtención de beneficios y
el incentivo fundamental del sistema es la acumulación del excedente en forma de
capital. No hay una estructura política dominante, ya que el mercado es, en defi­
nitiva, quien controla con frías riendas la competencia entre las diversas unidades
de producción, por lo que la regla básica consiste en acumular o perecer. Así, en
este sistema las unidades eficaces prosperan y acaban con las menos eficaces ven­
diendo más barato en el mercado. Este modo de producción es el que define a la
economía-mundo.
Históricamente las economías-mundo han sido extremadamente frágiles, y los
imperios-mundo las han integrado y sojuzgado antes de que tuvieran la oportuni­
dad de convertirse en sistemas de expansión de capital. La gran excepción es la
economía-mundo europea que surgió a partir de 1450 y sobrevivió, llegando a
dominar todo el mundo. Una fecha clave para su supervivencia es el año 1557,
cuando los Habsburgo españoles y austriacos, y su gran rival la dinastía francesa
de los Valois se arruinaron al intentar dominar la incipiente economía-mundo
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia política 9

(Wallerstein, 1974a: 124). No es en absoluto descabellada la idea de que el fra­


caso de estos últimos intentos de creación de un imperio-mundo no fue debido a
una derrota militar sino a las maniobras de los banqueros «internacionales». En
1557 la economía-mundo ya había aparecido y sobrevivía a la vulnerabilidad de
las primeras épocas; estaba al principio de un largo camino que la llevaría a con­
vertirse en el único ejemplo histórico de una economía-mundo en pleno desarro­
llo. A medida que se extendía fue eliminando a todos los minisistemas e impe-
rios-mundo que quedaban, hasta llegar a ser auténticamente global en torno a
1900.

Tipos de cambio

Ahora que conocemos todas las entidades que estudia el análisis de los sistemas-
mundo, podemos señalar las formas fundamentales que puede adoptar el cambio
social, que se pueden reducir a cuatro:; transición, incorporación, ruptura y
continuidad. A fin de evitar confusiones, no está de más repetir que estas entida­
des —los minisistemas, los imperios-mundo y la economía-mundo— , que son
objeto del cambio, son las «sociedades» que estudia esta teoría social histórica.
Los dos primeros tipos de cambio son formas diferentes de transformación de
un modo de producción en otro. Se puede llamar transición a la transformación
que ocurre como consecuencia de un proceso interno, el cual induce la transfor­
mación de un sistema hasta convertirlo en otro diferente. Por ejemplo, en cir­
cunstancias favorables los minisistemas han engendrado imperios-mundo tanto
en el Viejo Mundo como en el Nuevo Mundo. Asimismo un imperio-mundo, el
de la Europa feudal, fue el predecesor de la economía-mundo capitalista; la tran­
sición de uno a otra se produjo a partir de 1450.
La incorporación es la transformación que ocurre como consecuencia de un
proceso externo. Los imperios-mundo, a medida que se iban extendiendo, con­
quistaban e incorporaban minisistemas. Estos grupos conquistados eran reorgani­
zados para que pasaran a formar parte de un nuevo modo de producción me­
diante la entrega de tributos a los conquistadores. Asimismo, la economía-mundo
al extenderse ha incorporado minisistemas e imperios-mundo, cuyas poblaciones
pasan a formar parte de este nuevo sistema. Todos los pueblos de todos los conti­
nentes, excepto Europa, han sufrido esta transformación durante los últimos qui­
nientos años.
Las rupturas constituyen el tercer tipo de cambio. Las rupturas se producen
entre entidades que, aún siendo diferentes, tienen aproximadamente la misma lo­
calización y comparten el mismo modo de producción. Lo que ocurre es que el
sistema se desmorona y, en su lugar, se establece otro distinto. En el caso de los
imperios-mundo, el ejemplo clásico es la sucesión de Estados chinos. Los perío­
dos entre un imperio-mundo y otro son anárquicos, produciéndose un retroceso
parcial a los minisistemas, y se suele hablar de ellos como de las «épocas oscuras».
La más conocida es la época entre el hundimiento del Imperio romano y la apari­
ción del feudalismo en la Europa Occidental.
El último tipo de cambio, la continuidad, se produce dentro de los propios
sistemas. A pesar de la imagen popular de culturas- tradicionales «eternas», todas
las entidades son dinámicas y están cambiando continuamente. Estos cambios
son fundamentalmente de dos tipos: lineales y cíclicos. Todos los imperios-
mundo han mostrado una pauta cíclica de «auge y decadencia»: se iban exten­
10 Geografia Política

diendo e incorporando minisistemas, hasta que el conjunto total de los gastos mi­
litares y burocráticos era de tal calibre que las ganancias resultantes eran cada vez
menores y, entonces, se producía una contracción. En la economía-mundo, las
tendencias lineales y los ciclos de crecimiento y estancamiento forman parte inte­
gral de nuestro análisis. A continuación vamos a hablar de ellos con más detalle.

El error del desarrollismo

Hemos aclarado la forma en que el análisis de los sistemas-mundo aborda el cam­


bio social; a partir de ahora, nos centraremos en un sistema determinado, la eco­
nomía-mundo capitalista, cuya expansión ha eliminado al resto de los sistemas,
razón por la que partimos del supuesto de la existencia de «una sociedad única» a
la hora de estudiar el cambio social contemporáneo. No se puede hacer excesivo
hincapié en la importancia que tiene este supuesto para nuestro análisis, y buena
prueba de ello es el error del desarrollismo al que es proclive la ciencia social orto­
doxa (Taylor, 1989; 1992a).
La ciencia social moderna ha elaborado muchos «modelos de-desarrollo por
etapas», y todos ellos dan por sentada la existencia de una secuencia lineal de
etapas por la que han de pasar las sociedades (= países). El método fundamental
consiste en llegar, a partir de una interpretación histórica de cómo se enrique­
cieron los países poderosos, a una especulación futurista sobre cómo, a su vez,
pueden lograrlo los países pobres (Fig. 1.1). El ejemplo más conocido es el de
las etapas de crecimiento económico de Rostow, que generaliza la historia eco­
nómica británica en cinco etapas, a modo de escalones, que van desde «la socie­
dad tradicional», como primera etapa, hasta «la era del consumo de masas»,
como última etapa. Rostow (1960) útiliza este modelo para situar a los distintos

Pasado PRESENTE , Futuro


i Tiempo
Figura 1.1 El desarrollismo.
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 11

países en distintas fases de este proceso. Los países «avanzados», es decir, los ri­
cos, están en el escalón superior, mientras que los Estados del «Tercer Mundo»
están en los escalones inferiores. Esta forma de conceptuar el mundo ha sido
muy popular entre los geógrafos, que aplican los modelos por etapas a una am­
plia gama de fenómenos, como el cambio demográfico y las redes de transporte.
Todos parten de la base que los Estados pobres pueden recorrer la senda del de­
sarrollo, que básicamente es la misma que han culminado los Estados «avanza­
dos», pero pasan completamente por alto el contexto general en que se produce
el desarrollo. Olvidan que cuando Gran Bretaña se hallaba en el escalón inferior
de la escalera de Rostow no existía ningún tipo de «consumo de masas» en el
otro extremo.
Estos modelos desarrollistas del cambio social ponen de manifiesto las defi­
ciencias del, supuesto de la sociedad múltiple. Si se puede llegar a comprender el
cambio social basándose en un análisis país por país, entonces no importa en qué
etapa se encuentren otros países, puesto que todas las sociedades son objetos de’
cambio autónomos que recorren la misma trayectoria aunque sea a distinto ritmo
y empezando en momentos diferentes. El análisis de los sistemas-mundo rebate
este modelo del mundo contemporáneo. El hecho de que algunos países sean ri­
cos y otros pobres no se debe simplemente a que recorren con diferentes ritmos
un supuesto camino universal que conduce a la opulencia; al contrario, ricos y
pobres forman parte de un único sistema y experimentan distintos procesos en el
seno de ese sistema: el desarrollo y el desarrollo del subdesarrollo de Frank. El he­
cho más importante en lo que respecta a los países que actualmente están en los
escalones inferiores de la escala de Rostow es que hay países que disfrutan de las
ventajas de estar por encima de ellos en el escalón superior.
Quizá la característica principal del análisis de los sistemas-mundo es que
cuestiona el desarrollismo, sustituyendo la imagen simplista del mundo como
una serie de países situados en diferentes peldaños por un concepto complejo
como el de la economía-mundo capitalista.

II.2. Los elem entos ju n dam en tales d e la econom ía-m undo

Una vez que hemos situado el estudio de nuestro mundo en el marco general de
los sistemas-mundo, podemos.resumir los elementos fundamentales de nuestro
sistema histórico, los cuales constituyen la base de todos los análisis que realizare­
mos posteriormente. Wallerstein (1979) distingue tres elementos fundamentales,
de los que nos ocupamos a continuación.

Un mercado m undial único


!
La economía-mundo consiste en un mercado mundial único que es capitalista, lo
que supone que la producción está destinada al intercambio más que al uso; e s,
decir, los productores no consumen lo que producen sino que lo intercambian en
el mercado al mejor precio posible. Esos productos se llaman mercancías y su va­
lor viene determinado por el mercado. Por este motivo, el mercado capitalista es
una institución que establece los precios, a diferencia de los mercados precapita-
listas que se basan en precios fijados tradicionalmente (Polanyi, 1977). Puesto
que el precio de las mercancías no es fijo, hay competencia económica entre los
12 Geografia Política

productores, en la cual los más eficaces pueden vender más barato que los demás
con el fin de aumentar su participación en el mercado y eliminar a sus competi­
dores. Así el mercado mundial determina a la larga la cantidad, el tipo y la ubica­
ción de la producción. El resultado tangible de este proceso ha sido un desarrollo
económico desigual en el mundo. La globalización actual es la última expresión
del mercado mundial, y en algunos aspectos la más desarrollada.

Un sistema, de m últiples Estados

Contrastando con la existencia de un mercado económico único, siempre ha ha­


bido varios Estados políticos en la economía-mundo. Este factor forma parte de
la definición del sistema; porque, si un Estado llegara a controlarlo por completo,
el mercado mundial estaría sometido a un control político, se eliminaría la com­
petencia y el sistema se transformaría en un imperio-mundo. Por consiguiente, el
sistema interestatal es un elemento indispensable en la economía-mundo. No
obstante, los Estados son capaces por sí mismos de alterar el mercado dentro de
sus fronteras de acuerdo con los intereses del grupo de capitalistas de su nación, y
los Estados poderosos pueden alterar el mercado mucho más allá de sus fronteras
durante un corto período de tiempo. Algunas interpretaciones de la globaliza­
ción, por ejemplo, lo consideran una «americanización», una sólida expresión del
poder de EE UU para detener el relativo declive económico de las dos últimas dé­
cadas. En esto consiste realmente «la política internacional» — o la «economía po­
lítica internacional», como se la llama cada vez más a menudo— , y el resultado
tangible de este proceso es un sistema de Estados competitivos en el que pueden
darse diversas situaciones de «equilibrio de poder». En casi todo el período poste­
rior a la Segunda Guerra Mundial había un equilibrio de poder bipolar en torno
a EE UU y la antigua URSS; ahora con la globalización puede estar naciendo una
contienda bipolar muy distinta entre Estados Unidos y la Unión Europea.

Estructuras tripartitas

El tercer elemento esencial también es de carácter político pero es más sutil que el
anterior. Wallerstein afirma que los procesos de explotación de la economía-
mundo siempre operan en un formato de tres niveles, debido a que en cualquier
situación de desigualdad la interacción entre tres partes es más estable que el en­
frentamiento entre dos. Los que están arriba siempre tratarán de manejar la situa­
ción para «crear» una estructura tripartita, mientras que los que están abajo trata­
rán de hacer hincapié en la existencia de dos partes: «ellos y nosotros». La
continuidad de la economía-mundo, por tanto, se debe en parte a que los grupos
dirigentes han logrado mantener pautas tripartitas en diversos campos conflicti­
vos. Claro ejemplo de ello es que en muchos sistemas políticos democráticos hay
partidos de «centro» situados entre la derecha y la izquierda; el caso más general
es el fomento de la noción de «clase media» .entre el capital y el trabajo desde me­
diados del siglo XIX. Así pues, desde el punto de vista de los sistemas mundo, la
tendencia polarizante de la globalización actual es inherentemente inestable en el
término medio, puesto que está socavando las clases medias. Y, en otros contex-
tós, la aceptación de grupos étnicos «intermedios» ayudaba los grupos dirigentes a
mantener la estabilidad y el control en las sociedades plurales. El reconocimiento
ELanálisis de los sistemas-mundo en geografia política 13

oficial de los indios y los «coloureds»* entre las poblaciones negra y blanca de la
Sudáfrica del apartheid sólo era un intento de proteger a la clase dominante soste­
niendo un «parachoques racial» intermedio. Desde el punto de vista de la geogra­
fía, el ejemplo más interesante es el concepto de Wallerstein de «semiperiferia»,
que separa los dos extremos de bienestar material en la economía-mundo mo­
derna, a los que Wallerstein denomina el centro y la periferia. Definiremos estos
términos en el siguiente apartado.

III. LAS DIMENSIONES DE UN SISTEMA HISTÓRICO

Si estamos reintroduciendo la historia en la geografía política la pregunta que se


nos plantea es: «¿qué historia?» Varios estudios recientes comparten nuestra in­
quietud por el olvido de la historia en la geografía, y han tratado de rectificar este
hecho presentando breves resúmenes de la historia mundial de los últimos siglos
en los capítulos iniciales de sus trabajos. Los peligros e inconvenientes de esta
práctica son evidentes: ¿cómo puede realizarse adecuadamente semejante tarea
sólo en unas cuantas páginas? La respuesta es que tenemos que ser muy selectivos.
El objetivo que tenga la «historia» determina directamente la selección de los epi­
sodios de los que se ocupa, lo cual evidentemente no es ninguna novedad, y se
puede aplicar a cualquier texto de historia. Pero el objetivo de este libro nos im­
pone unas exigencias muy estrictas.
Tenemos la suerte de que la publicación del |Atlas d e historia m u n dial d e l Times
(Barraclough, 1998), un proyecto impresionante que ha alcanzado ya la quinta
edición, nos ayuda a encauzar la solución de nuestros problemas. La aplicación
del enfoque de los sistemas-mundo de Wallerstein a cualquier tema presupone un
nivel de conocimiento histórico general que probablemente sea mucho pedir en
el caso de bastantes estudiantes. Vale la pena ir a la biblioteca y ojear el atlas his­
tórico del Times para hacerse una idea del discurrir de la historia mundial, reco­
mendación que hacemos extensible a todos los lectores de éste libro.
Este atlas no utiliza el enfoque de los sistemas-mundo. Está dividido en siete
apartados ordenados cronológicamente de la siguiente manera:

1. El mundo de los primeros seres humanos


2. Las primeras civilizaciones
3. Las civilizaciones clásicas de Eurasia
4. El mundo de las regiones divididas (aproximadamente 600-1500)
5. El mundo de la aparición de Occidente (1500-1800)
6. La era del dominio europeo (siglo XIX)
7. La era de la civilización global (siglo XX)

Esta obra se propone explícitamente abordar los temas de una forma global y
evita adoptar el enfoque eurocéntrico de muchas de las obras sobre la historia
mundial escritas anteriormente. Sin embargo, lleva el sello de la historiografía tra­

(*) El término «coloured >


>o «kleurling;», que en ocasiones es traducido como «mestizo», fue una
etiqueta impuesta en la Ley de Registro de la Población de 1950 que se aplicaba a «aquel que en
apariencia no es claramente blanco ni indio y que no pertenece a una raza aborigen o tribu afri­
cana» [N. de los T].
14 Geografìa Política

dicional porque da la impresión de que ha habido progreso desde la Edad de Pie­


dra hasta la civilización global. De ahí que Wallerstein (1980b) concluya que el
Atlas d e historia m u n dia l d e l Times representa la culminación de una tradición en
vez de significar una ruptura. Las siete partes en las que está dividida se podrían
llamar, sin alterar demasiado la idea general, Edad de Piedra, Edad de Bronce,
Edad de Hierro clásica, épocas oscuras, la era de la exploración, la era del comer­
cio y del imperialismo del siglo XIX, y la era de la sociedad global y de las guerras
mundiales del siglo XX. Wallerstein (1980b) espera que aparezca una obra nueva
en la que «1 crecimiento y la decadencia de los imperios-mundo dentro y fuera de
las zonas de minisistemas sean sustituidos poco a poco, a partir de 1450, por la
expansión geográfica de la economía-mundo capitalista. Esta obra todavía no
existe; mientras tanto, en el atlas del Times podemos encontrar una serie de he­
chos señalados en mapas que, aunque hayan sido realizados según un modelo tra­
dicional, nos pueden resultar útiles para el análisis de los sistemas-mundo.
Una de las ventajas de la adopción del enfoque de los sistemas-mundo es que
nos permite ser mucho más explícitos respecto a la teoría que subyace tras la his­
toria que exponemos. El objetivo de este apartado es simplemente establecer un
marco histórico de este tipo para nuestra geografía política, que no se limite a re­
flejar la sensación de progreso que se puede encontrar en otros textos menciona­
dos al principio de este comentario. En lugar de hacer una reconstrucción lineal
de la historia vamos a hacer hincapié en los altibajos de la economía-mundo.
Además, estos movimientos afectan de diversas maneras a las distintas partes de la
economía-mundo. Vamos a presentar estas ideas en una matriz espacio-temporal
de la economía-mundo que, en comparación con el atlas del Times, es bastante
mediocre, pero sin duda ofrece una descripción concisa de los principales aconte­
cimientos que tienen importancia para nuestra geografía política.
La matriz que elaboramos no es arbitraria ni artificial. Tratamos de describir
una entidad histórica concreta, la economía-mundo. Las dos dimensiones de la
matriz —el espacio y el tiempo— están calibradas de acuerdo con las propiedades
sistémicas de la economía-mundo, por lo que de ningún modo se utilizan como
si estuvieran desconectadas de la economía-mundo. No son contenedores espa­
cio-temporales en los que «viaja» la economía-mundo, sino que ambas son conse­
cuencia de las relaciones sociales. Se define a la dimensión temporal com oia con­
secuencia social de la dinámica de la economía-mundo, y a la dimensión espacial
como la consecuencia social de la estructura de la eco no miar mundo. Nuestra ma­
triz espacio-temporal es un modelo sencillo que combina la dinámica del sistema
con su estructura para servir de marco a la geografía política.

III. 1. La din ám ica d e la econom ía-m un do

Una de las razones del interés que existe actualmente por la escala global del aná­
lisis es que parece que el mundo está luchando por salir de una época de estanca­
miento económico que parece haber durado dos o tres décadas, cuyo inicio se
suele achacar a las subidas del precio del petróleo de los años setenta. Lo que
quedó claro de forma inmediata es que la ralentización inicial del crecimiento
económico es que no se trataba de un problema estadounidense ni británico ni de
ningún Estado, sino que nos encontrábamos ante,un problema mundial, que ha
sido interpretado más recientemente como globali'zación: a pesar de haberse pro­
ducido un crecimiento económico renovado, los niveles de pobreza están aumen­
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia política 15

tando en Estados Unidos, el desempleo ha alcanzado niveles sin precedentes en


Alemania, y una crisis bancada acaecida en Asia pone en peligro el dinamismo
del comercio y de las finanzas globales. Este grado de ambigüedad en los cambios
económicos hace imposible afirmar con alguna certidumbre si hoy la economía-
mundo está experimentando un repunte o no. Esta ambigüedad es, sin duda, la
polarización de la globalización que mencionábamos al principio. Por ejemplo,
uno de los 358, el financiero internacional George Soros, que encabeza un boom
de inversiones extranjeras en Argentina de 20.000 millones de dólares, posee
ahora la Galería Pacífico, centro comercial de lujo con tiendas de marcas de di­
seño como Lacoste y T im berland que satisface las demandas de una nueva clase de
profesionales; mientras tanto, en Argentina la tasa de desempleo se acerca al 20
por ciento, de modo que muchos trabajadores de más de cuarenta años se están
quedando sin perspectivas de empleo ni pensiones. Éste constituye un clásico
ejemplo de «crecimiento con pobreza» de la globalización.
Sea o no la globalización actual reflejo de la salida de la economía-mundo del re­
ciente estancamiento que ha sufrido, es evidente que no es la primera vez que el
«mundo» experimenta un estancamiento general de estas características al que sigue
una renovada tendencia alcista. El gran boom de posguerra que se produjo en las
dos décadas tras la Segunda Guerra Mundial siguió a la Gran Depresión de los años
treinta. A medida que retrocedemos en el tiempo está menos claro que sucediera
este tipo de acontecimientos, pero los historiadores de la economía también señalan
'' que hubo depresiones económicas a finales de la era victoriana y antes de 1850 —la
conocida década de «los cuarenta del hambre»— . Entre depresión y depresión ha­
bía épocas de relativa recuperación y crecimiento. De estas simples observaciones a
la idea de que la economía-mundo se ha desarrollado de una manera cíclica hay
sólo un paso. El primero en proponer esta idea fue un economista ruso, Kondra-
tiefif, por lo que actualmente estos ciclos de cincuenta años reciben su nombre.

Los ciclos de Kondratieff

Los ciclos de Kondratieff se componen de dos fases: una de crecimiento (A) y


otra de estancamiento (B). Casi todos los autores están de acuerdo en que se han
producido los cuatro ciclos siguientes (las fechas exactas varían):

I 1780/90 ------------ A -------------- 1810/17--------------B 1844/51


II 1844/51 ------------ A -------------- 1870/75 ------------- B 1890/96
III 1890/96 ------------ A -------------- 1914/20--------------B 1940/45
IV 1940/45 ------------ A -------------- 1967/73 ------------- B .?

Se han detectado estos ciclos en series temporales de datos referidos a una gran
variedad de fenómenos económicos de muchos países, entre los que se encuen­
tran la producción agrícola e industrial y el comercio (Goldstein, 1988). Según
esta interpretación, actualmente nos hallamos en la fase B del cuarto ciclo de
Kondratieff, quizá acabándola.
Aunque existe un acuerdo bastante generalizado a la hora de señalar cuáles son
estos ciclos, en lo relativo a sus causas hay una controversia mucho mayor. Con
toda seguridad están asociados a los cambios tecnológicos, y las fases A pueden
relacionarse sin dificultad con los períodos en que se adoptan las innovaciones
tecnológicas. Se puede comprobar en la Fig. 1.2, en la que se describen de forma
16 Geografia Política
CICLOS DE KONDRATIEFF

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A
El análisis de los sistemas-mundo en geografìa política 17

esquemática las fases de crecimiento (A) y de estancamiento (B), y figuran ios sec­
tores económicos más importantes de cada una de las fases A. Por ejemplo, la pri­
mera fase A coincide con la primera «Revolución industrial», con las máquinas de
vapor y la industria del algodón. Las posteriores «nuevas revoluciones industria­
les» también encajan en la misma pauta: con el ferrocarril y el acero (II A), las in­
dustrias químicas (petróleo) y las eléctricas (III A), y la industria aeroespacial y la
electrónica (IV A). No hay ninguna duda de que la tecnología por sí misma no
puede explicar nada, pero ¿cuál es el motivo de que estas innovaciones técnicas se
adopten en «oleadas» y no de una forma más regular? La respuesta, desde la pers­
pectiva de los sistemas-mundo, es que esta pauta cíclica es intrínseca a nuestro sis­
tema histórico a consecuencia de la forma de funcionamiento del modo capita­
lista de producción. Las contradicciones en la organización de la base material
hacen que sea imposible un crecimiento acumulativo lineal simple y que sean ne­
cesarias fases intermitentes de estancamiento. Vamos a examinar brevemente este
argumento.
Una de las características fundamentales del modo capitalista de producción es
que no existe un control centralizado general, ni político ni de ningún otro tipo.
El mercado confía en que la competencia regule el sistema, y para que haya com­
petencia los empresarios tienen que tomar muchas decisiones que no estén some­
tidas a un control central y las toman con el fin de obtener beneficios a corto
plazo. En las épocas buenas (las fases A) a todos los empresarios les interesa inver­
tir en producción — nuevas tecnologías— puesto que las perspectivas de obtener
beneficios son favorables; pero, al no haber una planificación central de la inver­
sión, esas tomas de decisión a corto plazo acaban irremediablemente por provocar
una sobreproducción que origina el fin de la fase A. En la fase B, por el contrario,
las perspectivas de obtener beneficios son escasas por lo que hay una subinversión
en producción. Este modo de actuar tiene sentido para los intereses individuales
de los empresarios, pero es irracional para el conjunto del sistema. Esta contradic­
ción, a la que se suele denominar anarquía de la producción, origina ciclos de in­
versión. Tras extraer la mayor cantidad de beneficios posible de un conjunto de
procesos productivos basados en una oleada de tecnologías en la fase A, es necesa­
rio que tenga lugar la fase B para: reorganizar la producción y crear condiciones
nuevas para la expansión basadas en otra oleada dé innovaciones tecnológicas. Por
tanto, la$ fases de estancamiento tienen su lado positivo por cuanto son períodos
de reestructuración en los que el sistema se prepara para el próximo «salto ade­
lante». Esta es la causa de los altibajos de la economía-mundo descritos por las
ondas de Kondratieff.
La sustitución de antiguos paquetes de tecnología por otros conlleva decisio­
nes y competición política. Las fases B son los períodos en que las industrias que
habían estado a la vanguardia en otra época son reubicadas en zonas donde los sa­
larios son más bajos (como en el caso de la desindustralización que experimenta­
ron Estados Unidos y Europa en los años ochenta). Para sustituir a estas indus­
trias periferializadas se introducen otras innovaciones e industrias que hará
funcionar la producción en la siguiente fase A (como las florecientes empresas in­
formáticas y de servicios del centro de la globalización). Sin embargo, no basta
con reducir los gastos de las industrias existentes y crear productos nuevos; para
pasar a otra fase A es preciso que aumente la demanda de los consumidores en la
economía-mundo.
Los enfrentamientos políticos que tienen lugar dentro de los países y entre
ellos significan una pelea por atraer los procesos del centro al interior de las fron­
18 Geografìa Política

teras de cada Estado, como lo demuestran los cambios políticos —o la prisa por
pasar a formar parte de «Europa»— que se produjeron en los antiguos países saté­
lite soviéticos de la Europa Central y Oriental a finales de los años ochenta y en
los años noventa. Pero si en cada fase B aumentase el número de personas cuyo
empleo y tipo de consumo se parecieran a los del centro, la jerarquía centro-peri­
feria acabaría por desaparecer. Para compensar este aumento del número de gente
que consume a los niveles del centro, en las últimas fases B hemos asistido a una
expansión de las fronteras de la economía-mundo en la que se periferializaron
nuevos territorios y nuevas poblaciones. Ahora que la economía-mundo capita­
lista abarca todo el globo, los trabajadores que viven en la periferia soportan el
peso de una explotación agudizada con el fin de equilibrar el sistema.
Los ciclos de Kondratieíf son importantes para la geografía política porque con­
tribuyen a originar ciclos de comportamiento político. Esta relación se desarrolla
de una forma directa en la geografía electoral (capítulo 6) y en las geografías políti­
cas locales (capítulo 7), pero las pautas cíclicas están presentes en los análisis que re­
alizamos. En el capítulo 2 el ritmo de las ondas de Kondratieíf está relacionado con
el nacimiento y el declive de los Estados hegemónicos y de las cambiantes políticas
económicas que adoptan. En el capítulo 3 vemos cómo el ritmo histórico del im­
perialismo formal e informal se ciñe a los ciclos económicos. Las afirmaciones res­
pecto a la existencia de ciclos políticos, en que la historia se repite de manera regu­
lar, se han generalizado entre los comentaristas políticos. Por ejemplo, el antiguo
secretario de Trabajo del presidente estadounidense Clinton, Robert Reich (1998),
compara el clima de complacencia política y apatía electoral que actualmente existe
en Estados Unidos con algunas situaciones parecidas hace cincuenta años, en la
presidencia de Eisenhower, y hace cien años, en la presidencia de McKinley. En un
tono inquietante, Reich señala que esas dos épocas de calma política terminaron
bruscamente con reformas y cambios políticos drásticos, como el movimiento de
Iq s derechos civiles de los años sesenta. Lo que ponemos de manifiesto en este libro
es que la estructura y la dinámica de la economía-mundo capitalista proporciona
un marco geográfico-político que explica ese tipo de acciones políticas.
Se podrían decir muchas más cosas sobre cómo se originan estos ciclos; por
ejemplo, en la Fig. 1.2 se describe la geografía elemental de la expansión y de la
reestructuración. Este «desarrollo desigual» está relacionado con procesos políti­
cos que constituyen tanto estímulos (inpu t), para los mecanismos del sistema,
como respuestas (output), concretadas en la diferencia de poder de los Estados. Lo
más importante es hacer hincapié en el hecho de que los mecanismos económicos
no actúan aisladamente, por lo que tendremos en cuenta el contexto económico-
político en el capítulo 2. Por el momento es suficiente con que aceptemos que la
naturaleza de la economía-mundo produce un crecimiento cíclico que puede ser
adecuadamente descrito por las ondas de Kondratieíf, que suponen la mayor
parte de las medidas de la dimensión temporal de nuestra matriz.

Las ondas «logísticas»

¿Qué ocurría antes de 1780? Hemos señalado que la economía-mundo surgió a


partir de 1450 pero de momento no disponemos de medidas para este período. Es
evidente que, a medida que retrocedemos en el tiempo, las mentes de datos son
cada vez más escasas y menos fiables, por lo que los investigadores están mucho me­
nos de acuerdo sobre la dinámica de los comienzos de la economía-mundo. Algu­
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política Í9

nos, entre los que se encuentra Braudel, se precian de haber encontrado ondas de
Kondratieff antes de 1780, pero este tipo de hipótesis sobre aquel período no reci­
ben el mismo apoyo generalizado que la secuencia de la que hemos hablado ante­
riormente. Sin embargo, cuenta con más apoyo la idea de que existen ondas más
largas, de hasta trescientos años, que se conocen como «logísticas». Al igual que las
ondas de Kondratieff, estos ciclos más largos tienen fases A y fases B. Las dos ondas
logísticas que tienen un especial interés para el análisis de los sistemas-mundo son:

circa 1050 ------------- A ------------- circo. 1250 -------------- B ----------circa 1450


circa 1450 ------------- A ------------- circa 1600 -------------- B ----------circa 1750

Las fechas son mucho más inciertas que en el caso de las ondas de Kondratieff,
pero parece que hay pruebas suficientes, por lo que se refiere a los datos demográ­
ficos y a la utilización de la tierra, que apoyan la idea de que hubo dos ondas muy
largas en este período de tiempo.
Los lectores se habrán percatado de que estas ondas logísticas nos remontan a
fechas anteriores al inicio de la economía-mundo. No obstante, la primera onda
logística tiene interés porque abarca materialmente el auge y la decadencia de la
Europa feudal, que fue el sistema que precedió a la economía-mundo. Existe
abundante literatura científica sobre la transición del feudalismo al modo de pro­
ducción capitalista, pero excede al ámbito de este libro; sin embargo, la explica­
ción de Wallerstein (1974a) es relevante porque está relacionada con la primera
onda logística y con la aparición d é la economía-mundo. La fase B de la primera
onda logística refleja, según se deduce de la reducción de las actividades agrícolas
en Europa, un auténtico declive en la producción, que es la llamada crisis del feu­
dalismo. Las fases B acaban cuando se encuentra una solución a la crisis. En este
caso la solución no fue otra que el desarrollo de un nuevo modo de producción
que fue surgiendo, poco a poco, a raíz de la exploración y de los saqueos de Amé­
rica por parte de los europeos; de la creación de nuevas pautas comerciales —espe­
cialmente el comercio del Báltico— , y de los adelantos tecnológicos en la produc­
ción agrícola. Según Wallerstein, el resultado fue una nueva entidad o sistema, la
economía-mundo europea basada en el capitalismo agrícola. Este sistema crea una
onda logística de expansión cuando surge, en el «largo siglo XVI», seguida de un
estancamiento, con la «crisis» que se produjo en el siglo XVII. No obstante, Wa­
llerstein hace hincapié en que esta segunda fase B del capitalismo agrícola es dife­
rente de la fase B que se produjo a finales del feudalismo; a diferencia del autén­
tico declive que tuvo lugar en la Europa feudal, la fase B de la economía-mundo
es más propiamente una fase de estancamiento, que implica la reordenación de la
base material, con lo que algunos grupos y zonas ganaron y otros perdieron. No se
produjo una decadencia generalizada, como en la crisis del feudalismo, sino la
consolidación del sistema en un modelo nuevo. En este sentido la segunda fase B
logística se parece más a la fase B de las ondas de Kondratieff.
De la misma forma que se discute si las ondas de Kondratieff pueden exten­
derse a épocas anteriores a 1780, hay un desacuerdo'parecido sobre si las ondas
logísticas pueden extenderse hasta el presente. Si alguna de las dos series se ex­
tiende, nos encontramos con el espinoso problema de cómo se relacionan entre
sí. Para los objetivos de nuestra matriz eludiremos este problema, utilizando sólo
las ondas que hemos descrito, que son las que gozan de amplia aceptación. Por
tanto, nuestra dimensión temporal se compone de diez unidades: las fases A y B
de la onda logística posterior a 1450 y las cuatro fases A y B de las ondas de Kon-
20 Geografia Política

dratieff. Se puede considerar que estos dos modos distintos de tratar el tiempo es­
tablecen una relación entre el capitalismo agrícola y el capitalismo industrial
como formas de producción consecutivas de la economía-mundo.

III.2. La estructura espacial d e la econom ía-m tindo

Hemos tratado en primer lugar el tema de las características dinámicas de la eco-


nomía-mundo porque el término de «estructura espacial» suele evocar la imagen
estática de una pauta invariable; sin embargo, la estructura espacial de la que ha­
blamos forma parte de los mismos procesos que crean los ciclos que hemos des­
crito anteriormente. La estructura espacial y los ciclos temporales son dos aspec­
tos de los mismos mecanismos que conforman una estructura espacio-temporal
única, aunque separemos el espacio y el tiempo por razones pedagógicas; así que,
de ahora en adelante, siempre se ha de tener en cuenta que las estructuras espacia­
les que describimos son fundamentalmente dinámicas.

La extensión geográfica del sistema

Lo primero que tenemos que hacer es examinar la expansión geográfica de la eco-


nomía-mundo. Ya hemos dicho que surgió como economía-mundo europea a
partir de 1450 y que abarcaba todo el globo alrededor de 1900, pero no hemos
especificado cómo se fue definiendo esta variación de tamaño. Todas las entidades
se definen de una forma concreta según la extensión geográfica de su división del
trabajo, que es la división de las actividades productivas y de otro tipo que son
necesarias para el funcionamiento del sistema. Una parte de la distribución y del
comercio es un elemento indispensable del sistema, mientras que otra parte del
comercio es efímera y tiene poca importancia al margen de sus protagonistas. Por
ejemplo, el comercio de lujo entre el Imperio romano y el Imperio chino fue pa­
sajero y no se nos ocurriría decir que los dos imperios se unieron para formar un
sistema «euroasiático» único a raíz de este comercio. Según Wallerstein, China
formaba parte de la «región exterior» (external arena) de Roma y viceversa.
Utilizando estos criterios Wallerstein delimita el sistema-mundo europeo ini­
cial, que estaría integrado por Europa Occidental, Europa Oriental y las zonas de
América Central y del Sur dominadas por portugueses y españoles. El resto del
mundo era la región exterior, que incluía la red de puertos portugueses del Océ­
ano Pacífico y del Indico, relacionados con el comercio de artículos de lujo. Esta
actividad comercial portuguesa tuvo muy pocas repercusiones en Asia —los por­
tugueses se limitaron a sustituir a los comerciantes árabes y de otros países— y en
Europa. En cambio, las actividades de los españoles en América, sobre todo las
exportaciones de lingotes de oro y plata, tuvieron una importancia fundamental
para la creación de la economía-mundo. Por tanto, Wallerstein opina que España
fue mucho más importante que Portugal en las primeras fases de „la „economía-
mundo, a pesar de que las posesiones de Portugal estaban más extendidas por
todo el globo.
A partir de este período, la economía-mundo europea se extendió, asimilando
al resto del mundo aproximadamente por este orden: el Caribe, América del
Norte, India, Asia Oriental, Australia, Africa y, por último, las islas del Pacífico.
Esta asimilación se produjo de diversas maneras. La más simple era el saqueo, el
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 21

cual sólo podía ser un proceso a corto plazo, complementado necesariamente con
actividades más productivas que dieran lugar a nuevos asentamientos; este pro­
ceso de asimilación fue el que ocurrió en América Latina. En el resto del mundo
los sistemas aborígenes también fueron destruidos y se crearon economías total­
mente nuevas, como en el caso de América del Norte y Australia. Si esto no ocu­
rría, las sociedades existentes no sufrían alteraciones pero eran «periferializadas»,
es decir, se reorientaba su economía para que satisficieran necesidades más am­
plias en el ámbito de la economía-mundo; este proceso se podía llevar a cabo me­
diante el control político directo, como en la India, o sencillamente mediante la
«apertura» de una zona a las fuerzas del mercado, como en China. Al final, como
consecuencia de estas diversas maneras de asimilación, la región exterior desapare­
ció totalmente.

Los conceptos de centro y periferia

El concepto de «periferialización» o «proceso que conduce a la situación de peri­


feria» implica que estas zonas nuevas no se incorporaron a la economía-mundo
en calidad de «socios de pleno derecho», sino que se incorporaron en condicio­
nes desfavorables respecto a los antiguos miembros; en realidad se incorporaron
a una parte determinada de la economía-mundo que denominamos periferia (pe-
riphery). Hoy es corriente definir el mundo moderno utilizando los términos de
«centro» {core), para referirse a los países ricos de América del Norte, Europa
Occidental, y Japón, y «periferia», para referirse a los países pobres del Tercer
Mundo. Aunque el «ascenso» de Japón al estatus de centro en el siglo XX haya
sido muy espectacular, se suele considerar que la pauta de división entre centro y
periferia es bastante estática, casi un fenómeno natural. Sin embargo, el .uso, de
los términos «centro» y «periferia» en el análisis de los sistemas-mundo es total­
mente distinto, porque los dos se refieren a procesos complejos y no a zonas, re­
giones o Estados. Se convierten en «centrales» porque predominan los procesos
de centro en esa zona, región o Estado determinados; del mismo modo, son de­
finidas como periféricas aquellas zonas, regiones o Estados en donde predomi­
nan los procesos de periferia. No se trata de un argumento semántico sin impor­
tancia, sino que se relaciona directamente con la forma en que se modela la
estructura espacial. El espacio por sí mismo no puede tener un carácter de cen­
tro o de periferia, son los procesos de centro y de periferia los que estructuran el
espacio, de modo que en cualquier momento dado predomina uno de los dos
procesos. Puesto que estos procesos no actúan al azar, sino que producen un de­
sarrollo económico desigual, hay grandes zonas de «centro» y de «periferia». Es­
tas zonas dan muestras de cierta estabilidad — algunas partes de Europa siempre
han estado en el centro— , pero también se pueden apreciar grandes cambios, a
lo largo de la historia de la economía-mundo, principalmente en el ascenso de
zonas no europeas, como Estados Unidos y posteriormente Japón.
¿Cómo define Wallerstein estos dos procesos fundamentales? Como en to­
dos los modelos centro-periferia se insinúa que «el centro explota y la periferia
es explotada». Pero las zonas no se explotan unas a otras; la explotación se pro­
duce debido a que en las distintas zonas operan procesos diferentes. Los proce­
sos de centro y periferia son dos tipos opuestos de relaciones complejas de pro­
ducción. En términos simples, los procesos de centro consisten en relaciones
que combinan salarios relativamente altos, tecnología moderna y un tipo de
22 Geografia Politica

producción diversificada; en tanto que los procesos de periferia son una combi­
nación de salarios bajos, tecnología más rudimentaria y un tipo de producción
simple. Estas son las características generales, cuya naturaleza específica cambia
constantemente con la evolución de la economía-mundo. Es importante que se
entienda que estos procesos no están determinados por el tipo de productos
que se elaboran; Frank (1978) pone dos ejemplos que lo demuestran, uno rela­
cionado con las fibras textiles y otro con la madera. A finales del siglo XIX se
dispuso que la India suministrase algodón a la industria textil de Lancashire y
que Australia suministrara lana a la industria textil de Yorkshire. Los dos países
producían materias primas para la industria textil del centro, por lo que su fun­
ción económica en la economía-mundo era, en términos generales, parecida.
Sin embargo, las relaciones sociales implicadas en las dos producciones eran
muy distintas, ya que una de ellas era un proceso periférico impuesto y la otra
un proceso de centro trasplantado. Indudablemente, las consecuencias de am­
bos procesos para estos dos países han tenido que ver más con las relaciones so­
ciales que con el tipo concreto de producto. El otro caso que Frank presenta
como ejemplo del hecho de que productos parecidos tienen consecuencias muy
distintas a causa de las relaciones de producción, es el gran contraste entre la
producción de maderas duras tropicales de África Central y la producción de
maderas blandas de América del Norte y Escandinavia, ya que la primera com­
bina madera cara con mano de obra barata, y la segunda madera barata con
mano de obra cara.

La semiperiferia

El centro y la periferia no agotan los conceptos de Wallerstein que sirven para


estructurar el espacio. A pesar de que estos procesos tienen lugar en zonas deter­
minadas y producen contrastes relativamente definidos en la economía-mundo,
no es fácil establecer de modo inequívoco el carácter central o periférico de cada
zona concreta. En este sentido, uno de los aspectos más originales del enfoque
de Wallerstein es el concepto de semiperiferia (.sem iperiphery), que no es ni el
centro ni la periferia sino que combina de una forma particular ambos procesos.
Fíjense en que no hay procesos semiperiféricos; más bien, el término de «semi­
periferia» se aplica directamente a lasj zonas, regiones o Estados en los que no
predominan ni los procesos de centro ni los de periferia. Esto significa que las
relaciones sociales generales que se producen en estas zonas suponen la explota­
ción de zonas periféricas, a la vez que la misma semiperiferia sufre la explotación
del centro.
La semiperiferia es interesante, porque es la categoría dinámica de la econo­
mía-mundo. Gran parte de la reestructuración del espacio durante las fases B es
consecuencia del ascenso o del hundimiento de determinadas zonas en la semipe­
riferia. Las oportunidades de cambio se producen en los períodos de recesión,
pero son limitadas, porque no toda la semiperiferia puede convertirse en centro, y
hay que tener en cuenta que están ligadas a los procesos políticos que son muy
importantes a la hora de triunfar o fracasar en la economía-mundo. De hecho,
Wallerstein considera que el papel de la semiperiferia es más político que econó­
mico, ya que es la zona intermedia crucial en la estructura espacial de tres áreas de
la economía-mundo que él mismo describe. Por este motivo la semiperiferia ten­
drá un papel muy importante en las consideraciones que siguen.
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 23

III. 3. Una m atriz espacio-tem poral para la geografía p olítica

De las dimensiones temporal y espacial de la economía-mundo que acabamos de


estudiar, resulta una matriz de 1 0 x 3 , con diez fases de crecimiento y estanca­
miento y tres tipos de zonas espaciales. En la Tabla 1.1 se utilizan estas coordena­
das para representar aquellos aspectos de la evolución de la economía-mundo que
son necesarios para comprender nuestra geografía política. Se debe leer esta tabla
antes de pasar a los capítulos siguientes y resulta imprescindible consultarla a lo
largo de los mismos. Aunque está bastante clara, un comentario breve servirá para
dar una idea de cómo se van a relacionar estos datos con nuestro análisis.
El establecimiento de la economía-mundo como sistema, que se extendía
desde Europa Oriental hasta el Nuevo Mundo, supuso la proliferación del comer­
cio tanto en el Atlántico como en el Báltico. El primero comenzó a realizarse
desde la península Ibérica, pero poco a poco pasó a ser controlado desde el centro
incipiente de la Europa noroccidental, donde tenía su base el comercio del Bál­
tico. Una vez que se estableció este centro, la península Ibérica fue relegada a un
papel de «correa de transmisión» que transfería el excedente de sus colonias hasta
el centro. La fase B de la onda logística es el período en que se consolidan los ele­
mentos fundamentales de la economía-mundo que hemos descrito anterior­
mente. En primer lugar, hay un mercado mundial único, organizado y contro­
lado desde la Europa noroccidental. En segundo lugar, surge un sistema de
múltiples Estados, simbolizado por la aparición del «derecho internacional», que
regula las relaciones entre Estados. Y en tercer lugar, aparece de forma clara una
estructura espacial que consta de tres áreas y que se refleja en la nueva división del
trabajo en la producción agrícola: trabajo con salarios «libres» en el centro (en el
noroeste de Europa), acuerdos parcialmente libres para «compartir las cosechas»
en la semiperiferia (en las regiones mediterráneas), y en la periferia dos formas
distintas de trabajo obligado y esclavo (en el Nuevo Mundo) y el llamado «se­
gundo feudalismo» (en Europa Oriental). A pesar de los enormes cambios que ha
habido en la economía-mundo desde aquella época, estas tres características fun­
damentales han persistido y actualmente tienen la misma importancia que tenían
en el siglo XVII.
Una vez consolidada, la economía-mundo se ha desarrollado económica y ge­
ográficamente de modo intermitente, como se refleja en las cuatro ondas de Kon-
dratieff. Al consultar la Tabla 1.1, se puede apreciar un cierto grado de simetría
en estos cambios llamando a unos siglos británicos y a otros estadounidenses,
dado el paralelismo en el auge de estos dos Estados, la derrota de sus rivales
(Francia y Alemania, respectivamente), su hegemonía en la economía-mundo
(con el fomento del libre comercio) y, por último, su declive al surgir nuevas riva­
lidades (con el aumento del proteccionismo, del imperialismo, o de ambas cosas).
Nos ocuparemos de estas cuestiones detalladamente en el capítulo 2.
Para aclarar el resto de la matriz vamos a poner de relieve la trayectoria reco­
rrida por los principales Estados de nuestros días. Gran Bretaña pasó a formar
parte del centro durante la fase B logística, cuando reestructuró su Estado en la
guerra civil; desde entonces se ha mantenido en esta posición, aunque experi­
menta un cierto declive desde la segunda fase B de Kondratieff. La posición de
Francia al principio era parecida a la de Gran Bretaña; pero, la derrota que sufrió
en la periferia y la decadencia relativa que experimentó en la fase B logística pro­
vocaron la reestructuración del Estado en la Revolución. Sin embargo, la si­
guiente derrota que sufrió en la primera onda de Kondratieff ocasionó otro de-
24 Geografía Política

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El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 25

clive relativo, esta vez dentro del centro del sistema-mundo. La historia de Esta­
dos Unidos y Alemania (Prusia) ha sido mucho más variable; los dos países esta­
ban situados en la semiperiferia en la fase B logística, aunque su posición era ines­
table. En Estados Unidos la guerra de independencia evitó la periferialización, y
la guerra civil consolidó este logro en la segunda fase A de Kondratieff, cuando el
algodón del Sur pasó a formar parte de la periferia de un Estado norteamericano
reestructurado, dejando de formar parte de la periferia británica. A partir de ese
momento Estados Unidos se enriqueció hasta llegar a convertirse en la principal
potencia del siglo X X . Al principio, su rival más importante fue Alemania, que
también reestructuró su Estado en la segunda fase A de Kondratieff bajo el lide­
razgo prusiano; pero las derrotas militares sufridas durante la tercera onda de
Kondratieff retrasaron las subsiguientes proezas económicas. En la década de los
noventa del siglo X X Alemania ha vuelto a ser, en el centro, un importante com­
petidor económico de Estados Unidos. Pero el principal rival económico es Ja­
pón, que entró en la economía-mundo en la segunda onda de Kondratieff. Este
país también reestructuró su Estado y sufrió reveses militares, pero ahora, por fin,
ha superado las dificultades y ostenta el liderazgo económico. En cambio, Rusia
entró en la economía-mundo en un período anterior, pero decayó en la segunda
onda de Kondratieff; esta tendencia se detuvo cuando el Estado ruso se reorga­
nizó en la URSS, que'fue desde el principio una potencia militar muy impor­
tante, pero que desde el punto de vista económico se mantuvo en la semiperiferia.
Por último, China entró en la economía-mundo en la periferia al final de la pri­
mera onda de Kondratieff, y ha intentado ascender a un estatus semiperiférico re­
organizando el Estado en la tercera y cuarta fase A de_Kondratieff; lográndolo,
por fin, al convertirse en República Popular.
Esta descripción hace hincapié en el papel que tiene la reorganización del Estado
para que ascienda a la posición de centro o de semiperiferia y se mantenga en ese es­
tatus. La globalización actual constituye otro ejemplo de estricta organización de Es­
tados (un ejemplo clásico es el C ontract f o r A merica del Partido Republicano de
1994, del que damos cuenta en el capítulo 4). Pero no queremos dar a entender que
lo único que tiene que hacer un Estado para tener éxito en la economía-mundo es
reorganizar su aparato político. Al hablar exclusivamente de los que lo han logrado
—los Estados más importantes de hoy en día— omitimos los que han fracasado en
el intento, que son muchos más numerosos: el Imperio otomano se reorganizó en la
segunda fase A de Kondratieff, al mismo tiempo que Alemania y Estados Unidos,
pero de una forma mucho menos eficaz. El caso es que la reorganización política se
ha convertido, de hecho, en un modo de vida en muchos países semiperiféricos, por­
que al no tener éxito en la economía-mundo hay presiones continuamente para que
se produzcan cambios. Un mundo de ganadores y perdedores de estas características
requiere el examen de la cuestión del poder y la política en la economía-mundo.

IV. PODER Y POLÍTICA EN LA ECONOMÍA-MUNDO

Una de las críticas que se suelen hacer al enfoque teórico de Wallerstein es que no
presta atención a la dimensión política. Por ejemplo, Zolberg (1981) afirma que
la política es el eslabón perdido en el análisis de los sistemas-mundo. A estas altu­
ras el lector debería ser consciente de que este tipo de críticas se deben a que no se
ha entendido el marco teórico que hemos adoptado. En pocas palabras, el hecho
26 Geografìa Política

de que se haga hincapié en la base materialista de la sociedad, que viene definida


por el modo de producción, no implica necesariamente que no se tenga en cuenta
o se menosprecie la política. En el apartado dedicado al estudio de los elementos
fundamentales de la economía-mundo, dos de los tres que mencionábamos te­
nían un carácter fundamentalmente político: el sistema multiestatal y la estruc­
tura tripartita. En este apartado final del capítulo introductorio nuestro objetivo
es reflexionar sobre el tema de la política, a fin de terminar de perfilar nuestra
perspectiva geográfico-política sobre la economía-mundo.
La postura que adoptamos a la hora de interpretar los acontecimientos políti­
cos en la economía-mundo se basa en los análisis de Chase-Dunn (1981; 1982;
1989). Como hemos visto, el modo capitalista de producción implica la extracción
de excedentes económicos que se acumulan en la economía-mundo. El excedente
es expropiado de dos formas que están relacionadas entre sí; de modo que, aunque
la característica principal del sistema-mundo moderno es que la expropiación se
realiza a través del mercado, no ha desaparecido del todo el método tradicional de
expropiación, propio de los imperios-mundo, que suponía la utilización del poder
militar y político. Está claro que este segundo método no puede predominar, por­
que entonces el sistema se transformaría en un nuevo modo de producción, pero
tampoco se debería subestimar la importancia que ha tenido este proceso en la
economía-mundo, desde el primer saqueo del Nuevo Mundo a manos españolas,
hasta el apoyo a las multinacionales y sus intereses que llevan a cabo sus países de
origen:—Estados Unidos en la mayoría de los casos— en nuestros días. Lo impor­
tante es entender que no se debería considerar que estos dos métodos de expropia­
ción constituyen procesos aislados o, como dice Chase-Dunn (1981), «dos lógi­
cas», una «política» y la otra «económica». En el marco teórico que utilizamos son
sólo dos aspectos de una misma lógica político-económica general. Chase-Dunn
(1982: 25) expresa este argumento de la siguiente manera:

La interdependencia que existe, en la economía-mundo capitalista, entre el poder


político militar y la situación de ventaja competitiva en el terreno de la produc-
ción económica, pone de manifiesto que la lógica de la construcción del Estado y
de la geopolítica está incluida en la lógica del proceso de acumulación.

Esta postura ha sido refrendada y desarrollada por Burch (1994: 52), quien consi­
dera que «la característica que distingue al mundo moderno» es «la íntima e inex­
tricable singularidad del capitalismo y el sistema de Estados». Dicho de otro
modo, los procesos políticos se hallan en el meollo del análisis de los sistemas-
mundo, y no lo están de una forma aislada.
Hasta el momento en nuestro argumento hemos equiparado la política a las ac­
tividades que tienen que ver con los Estados. Pero, aunque la política relacionada
con el Estado es un elemento crucial para entender la economía-mundo, hay otro
tipo de actividades políticas. En cambio, si equiparamos la política con la utiliza­
ción del poder, pronto nos percatamos de que los procesos políticos no empiezan ni
acaban con los Estados: todas las instituciones sociales hacen su propia política.

IV. 1. La naturaleza d e l pod er: los individu os y las instituciones

Podemos empezar examinando el poder al nivel más sencillo. Hay un enfrenta­


miento entre dos individuos, A y B, por el resultado de un acontecimiento: va­
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 27

mos a suponer que a A le interese el resultado X y a B el resultado Y Mediante


una simple observación del resultado que se produce podríamos deducir quién
tiene más poder, A o B; por ejemplo, si se produce el resultado X podemos afir­
mar que A tiene más poder que B. Cuando preguntamos por qué A consiguió
vencer a B, la respuesta que esperamos es que A, por algún motivo, contaba con
más recursos que B. Si se tratara de una pelea de patio de colegio quizá nos ente­
ráramos que A dio el puñetazo más fuerte.
Este modelo no es sino una primera aproximación poco menos que intuitiva a
la naturaleza del poder, porque el mundo de la política no se compone de miles y
miles de conflictos entre dos individuos desiguales, ya que los posibles perdedores
nunca han sido lo suficientemente ingenuos como para permitir que el mundo
tomara ese rumbo. Volviendo a nuestro ejemplo veamos cómo podemos ir más
allá del conflicto entre dos individuos. La pelea en el patio atraerá inevitable­
mente a una multitud. Si B, como veíamos, está perdiendo, ¿qué debería hacer
para intentar evitar un desenlace desfavorable? La respuesta es simple: antes de
que le ganen debe ampliar la dimensión del conflicto, invitando a la multitud a
participar. Al extender el conflicto B está alterando el equilibrio de poder exis­
tente. Por la misma lógica, si la pandilla de B es más fuerte que la de A, a ésta le
interesará ampliar de nuevo la dimensión del conflicto, acudiendo, por ejemplo, a
la dirección del colegio para que acabe con la guerra entre pandillas.
Este modelo de determinación de los resultados de las relaciones de poder se
basa en el de Schattschneider (1960), que, en términos generales, sostiene que el
resultado de un conflicto no depende del grado de poder relativo de las partes en­
frentadas, sino que el factor determinante es el ámbito en el que se desarrolle di­
cho conflicto. Resulta, por tanto, que en política la estrategia más importante
consiste en definir el ámbito de los conflictos; más aun, dado que si se amplían
las dimensiones del conflicto el equilibrio de poder se altera, es inevitable que la
parte más débil trate de presionar para lograr ampliar sus dimensiones. Histórica­
mente tenemos un ejemplo en dos estrategias políticas opuestas: la de la iz­
quierda, que predica una política colectivista, y, la de la derecha, que es mucho
más individualista. Para comprobar cómo harí funcionado estas estrategias en la
práctica, nos referiremos a dos conflictos pólíticos importantes ^del siglo XIX
(Taylor, 1984): la extensión del derecho al voto y la aparición de los sindicatos. El
primer proceso hizo que aumentaran poco a poco las dimensiones de la política
nacional, hasta culminar en el sufragio universal que, sin duda, hizo que los parti­
dos cambiaran su modo de hacer política y los gobiernos su forma de actuar,
puesto que los políticos tenían que responder a las necesidades de sus nuevos
clientes. El segundo, la aparición de los sindicatos, amplió de un modo explícito
el ámbito de los conflictos en la industria, superando la contienda desigual entre
el empresario y el obrero individual. Los empresarios opusieron una estrategia en­
caminada a seguir presentando las disputas como «locales», haciendo al principio
que los sindicatos fueran declarados ilegales, y posteriormente imponiendo res­
tricciones legales a sus actividades.. Podríamos concluir que la historia de la polí­
tica democrática y del sindicalismo es, en el fondo, una cuestión de cambio en jas
dimensiones de los conflictos.
El corolario de las ideas de Schattschneider es que la «política de los que están
abajo» acaba por extender los conflictos a una escala global. Este tipo de «interna­
cionalismo» tiene consagrado un lugar en la política izquierdista; sus orígenes se
remontan a la «Primera Internacional» de Marx de 1862. En épocas más recientes
resulta evidente que son los países más pobres los que más han utilizado las Na-
28 Geografía Política

d o n e s Unidas. Pero todo este internacionalismo o no ha servido de nada o tiene


una eficacia muy relativa. De hecho, la globalización se puede interpretar como
una inversión histórica de la política de escala: hoy en día es el capital organizado
a escala global el que lleva la voz cantante (Marshall y Schumann, 1997: 6-7). No
obstante, la mayor parte de la política se desarrolla en un ámbito que no es global
en absoluto. Y ello es debido a que se ha creado una serie numerosa de institucio­
nes intermedias entre el individuo y el ámbito último de la política a escala glo­
bal. En este libro se trata principalmente de entender de qué forma se limita la f
extensión de los conflictos. ¿Cuáles son las instituciones clave en este proceso?
Entre las múltiples instituciones que existen, Wallerstein (1984a) señala cua­
tro que son de vital importancia para que funcione la economía-mundo. En pri­
mer lugar están los Estados, donde reside el poder formal en la economía-mundo.
Los Estados son responsables de la salvaguardia de las leyes que definen las nor­
mas por las que se rigen las demás instituciones. Hemos hablado anteriormente
de la importancia de esta institución y dedicaremos una gran parte del resto del
libro a analizar temas relacionados con el poder del Estado.
En segundo lugar están los pueblos, que son grupos de individuos que tienen
afinidades culturales. No hay un único nombre aceptable para este tipo de insti­
tución; puede ser definido como nación, allí donde un grupo homogéneo cultu­
ralmente controla el Estado, o como «minoría» o grupo étnico, allí donde consti­
tuye un grupo minoritario dentro del Estado. Evidentemente cabe la posibilidad
de que estas minorías aspiren a constituirse en una nación con su propio Estado,
como en el caso de los tamiles en Sri Lanka o de los vascos en España, y, para
complicar aún más las cosas, también hay naciones multiestatales, como la nación
árabe. En cualquier caso, a pesar de la complejidad de este tipo de institución, no
se puede dudar de la importancia de los «pueblos» en el mundo actual.
El tercer tipo de institución probablemente sea menos complejo que los «pue­
blos», pero no es menos controvertido. La población mundial se puede dividir,
según criterios económicos, en estratos que denominaremos clases. Wallerstein si­
gue la tradición marxista y el criterio que utiliza para definir las clases es el lugar
que ocupan en el modo de producción; pero, dado que el modo de producción
actualmente es global, las clases en el análisis de los sistemas-mundo se definen
como estratos globales.
En el otro extremo de la escala están los hogares o unidades dom ésticas {house­
holds), cuarta institución clave de Wallerstein. No son el parentesco ni la cohabi­
tación los que definen esta institución, sino que el criterio utilizado es la unión de
las rentas. Por tanto, son pequeños grupos de individuos que sé unen para enfren­
tarse a un mundo que a menudo es hostil. La conducta fundamental de este
grupo consiste en manejar un presupuesto sümando los recursos disponibles y de­
cidiendo cómo gastarlos. Wallerstein cree que estas unidades domésticas son los
«átomos» de su sistema, la piedra angular de las demás instituciones. Todos los se­
res humanos forman parte ante todo de un hogar, que está sujeto a las leyes de
cierto Estado, tiene afinidades culturales con un «pueblo» determinado y está
ubicado, desde un punto de vista económico, en una clase concreta.
Wallerstein (1984a) considera que estas cuatro instituciones, tal y como las
define, son exclusivas de la economía-mundo capitalista. Interactúan unas con
otras de muy diversas maneras, creando y recreando continuamente las pautas es­
paciales y temporales de las que hablábamos en el ^apartado anterior. Por ejemplo,
los hogares tienen un papel importante en el mantenimiento de las definiciones
culturales de los «pueblos», y los pueblos tienen una influencia fundamental en
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 29

las fronteras de los Estados y en la naturaleza de los conflictos de clase. Este es el


«vórtice institucional» sobre el que se basa todo el funcionamiento de nuestro
sistema-mundo actual.
Las instituciones por un lado propician y por otro restringen las acciones de
los individuos por medio de leyes, reglas, costumbres y normas. Lo que se
puede o no se puede hacer depende del poder de las instituciones concretas. El
reparto de poder no es igual en el seno de cada una de las instituciones ni lo es
en su relación con otras; por ejemplo, podemos preguntarnos quién controla
un Estado determinado y también cual es el poder que tiene ese Estado en el
sistema interestatal. De este modo podemos determinar cuál es la jerarquía de
poder en cada una de las cuatro instituciones y entre ellas. Para aclarar este
tema, a continuación examinaremos los aspectos del reparto del poder infor­
mal, y en el siguiente apartado abordaremos el problema del poder formal y el
Estado.

El poder en los hogares

Hacer un fondo común de ingresos puede consistir en elaborar presupuestos dia­


rios, semanales o mensuales; pero implica una continuidad de naturaleza genera­
cional. Los hogares cambian a menudo, al morir algunos de sus integrantes y na­
cer otros, pero dan m uestras de una estab ilidad que asegura el ciclo de
reproducción, porque es en ellos donde se crían las nuevas generaciones, lo que
supone una pauta de relaciones de género. Las relaciones de género adoptadas en
la economía-mundo capitalista reciben el nombre de patriarcales, y en ellas el
hombre domina a la mujer.
El concepto de unión de ingresos no asegura de ningún modo que haya una
igualdad de acceso a los recursos de la unidad doméstica. La organización del tra­
bajo en muchos hogares de muy diversos tipos de todo el mundo hace que el
hombre tenga acceso al dinero y, por tanto, a los mercados, y que la mujer se en­
cargue de las «tareas domésticas». En los países del centro esta situación ha provo­
cado que, generalmente, se desvaloricen muchas de las contribuciones de las mu­
jeres por considerarlas simplemente «quehaceres domésticos». En los países
periféricos en muchos casos se ha desvalorizado la producción de alimentos por
considerarla «un trabajo de mujeres», en comparación con la producción de cose­
chas comerciales que controlan los hombres.
Este es un buen ejemplo del modo en que el ámbito de una política ha favore­
cido una jerarquía de poder determinada. En el caso de los hogares, entramos en
el mundo privado de la familia; lo que ocurre entre «marido y mujer» no es del
dominio público. Esta estrechez de miras puede dar lugar a que se perdone, o al
menos se ignore, la forma de poder más simple: la violencia física, en la que los
«extraños» (policías y vecinos) son reacios a entrometerse, incluso en los casos
más extremos. Así, las mujeres, al estar confinadas al mundo privado de la fami­
lia, están condenadas a la impotencia política; no hay sindicatos de amas de casa
ni de productoras de cosechas de subsistencia.
El sistema de relaciones patriarcales impregna, todos los niveles de la econo­
mía-mundo, de modo que las mujeres que desempeñan trabajos remunerados
ganan menos que los hombres y su número es cada vez menor a medida que as­
cendemos en cualquier escala ocupacional. Este sexismo endémico se pone de
manifiesto muy claramente en la política, ya que los hombres que se dedican a
30 Geografia Política

Tabla 1.2 P orcentaje d e mujeres en las cámaras legislativas d e cin cu en ta y siete países,
a lrededor d e 1997.

Suecia 40 México 14
Noruega 39 Polonia 13
Finlandia 34 Portugal 13
Dinamarca 33 Jamaica 12
Holanda 31 EE UU 12
Nueva Zelanda 29 Cabo Verde 11
Seychelles 27 Italia 11
Austria 26 Angola 10
Alemania 26 Rusia, Fed. 10
Argentina 25 Reino Unido 10
Islandia 25 Croacia 8
Suráfrica 25 Malasia 8
España 25 Benin 7
Eritrea 21 Brasil 7
Suiza 21 Rumania 7
Granada 20 Francia 6
Corea, Rep. Dem. 20 Grecia 6
Luxemburgo 20 Japón 5
Vietnam 19 Haití 4
Canadá 18 Ucrania 4
Lituania 18 Rep. de Corea 3
Namibia 18 Paraguay 3
Turkmenistán 18 Singapur 3
Chad 17 Bhutan 2
Australia 16 Yemen 1
Eslovaquia 15 Kuwait 0
Rep. Checa 15 Tonga 0
Zimbabwe 15 Santa Lucía 0
Irlanda 14
FUENTE: Naciones Unidas (1997).

la política acaparan los puestos de los cuerpos legisladores en todos los Estados
(Tabla 1.2). Existe una representación menor de mujeres en todos los cuerpos
legisladores del mundo; no obstante, en algunos países hay una mayor represen­
tación de mujeres, como por ejemplo en las democracias liberales escandinavas
y también en una mezcla heterogénea de países entre los que figuran Alemania,
Islandia, Eritrea, Sudáfrica y Granada. En las principales democracias liberales
(EE UU, Gran Bretaña, Francia, Japón) y en la Federación Rusa su representa­
ción es menor. Esta desigualdad hombre-mujer es todavía mayor en el s e cto r
ejecutivo de las administraciones de diversos regímenes políticos, ya sean demo­
cracias liberales, antiguos Estados comunistas, dictaduras militares, monarquías
tradicionales, etc. Lo irónico es que la mayoría de las mujeres que son presiden­
tes de gobierno deben su posición política a su familia, suelen haber estado empa­
rentadas con políticos masculinos asesinados: so n su s viudas, Corazón Aquino
en Filipinas por ejemplo, o hijas, Benazir Bhutto en Pakistán por ejemplo. Por
lo general, las señoras Thatcher de este mundo llam an la atención fundamen­
talmente por lo poco que abundan.
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 31

El poder entre los «pueblos»

Los «pueblos» reflejan la diversidad que siempre ha habido en la humanidad. En


la economía-mundo esta variedad humana se ha utilizado para crear conjuntos
concretos de «pueblos» con el fin de justificar las desigualdades materiales y polí­
ticas. Se han creado tres tipos de «pueblos»: las razas, las naciones y los grupos ét­
nicos, cada uno de los cuales está relacionado con una de las características funda­
mentales de la economía-mundo.
La raza es producto de la expansión del sistema-mundo moderno. Al incorpo­
rarse zonas no europeas a la economía-mundo, los pueblos no europeos que so­
brevivieron fueron integrados en la periferia. De esta forma, en la división del tra­
bajó, la raza llegó a plasmarse de un modo inequívoco en un centro blanco y una
periferia no blanca. Hasta hace poco tiempo el Gobierno de Sudáfrica admitía
esta jerarquía de poder cuando en su sistema de apa rth eid denominaba a los hom­
bres de negocios japoneses que visitaban el país «blancos de honor». Hablando en
términos más generales, la ideología del racismo ha legitimado en el transcurso de
la economía-mundo las desigualdades que existen.
El concepto de «nación» surgió para expresar la competencia entre los Estados.
Legitima el sistema interestatal que constituye la superestructura política global
de la economía-mundo, porque to.dos los Estados aspiran a ser «Estados-nación».
Al j ustificar la fragmentación política del mundo, las naciones contribuyen de un
modo fundamental a perpetuar las desigualdades entre países. La ideología aso­
ciada, el nacionalismo, ha sido la motivación política predominante en el siglo X X ;
millones de jóvenes han sacrificado sus vidas voluntariamente por su patria y sus
compatriotas.
Los grupos étnicos siempre constituyen una minoría dentro de un país. En to­
dos los Estados multiétnicos hay una jerarquía de grupos en la que ciertas ocupa­
ciones se asocian a ciertos grupos. Cuando los grupos étnicos son inmigrantes, la
«etnización» de las ocupaciones legitima las desigualdades reales dentro del Es­
tado; en cambio las desigualdades que padecen los grupos étnicos autóctonos pue­
den originar un nacionalismo alternativo de minorías que se enfrente al Estado.
El concepto de «pueblo» abarca una mezcla compleja de fenómenos culturales.
Nos hemos limitado a arañar la superficie de tal complejidad. No obstante, se ha
demostrado que los pueblos están implicados en jerarquías de poder, desde la es­
cala global hasta el vecindario, y siguen siendo instituciones clave para legitimar
las desigualdades y para la resistencia política. En las actuales condiciones de glo-
balización se han destacado más a medida que los grupos recalcan sus peculiarida­
des en respuesta a las tendencias a una homogeneización cultural. Abordaremos
estas cuestiones con mayor profundidad en el capítulo 5-

Poder y clase

Todos los análisis sobre poder y clase comienzan hablando de Marx. En el meollo
de su análisis sobre el capitalismo, hay un conflicto fundamental entre el trabajo y
el capital. En términos de clase, la burguesía posee los medios de producción y
compra la fuerza de trabajo del proletariado, de modo que la burguesía controla
todo el proceso de producción a expensas del proletariado. Esta jerarquía de-po­
der y el conflicto de clases que origina son fundamentales en todos los análisis po­
líticos marxistas.
32 Geografia Política

W allerstein adm ite que la lucha de clases tiene un papel esencial en la


economía-mundo capitalista que analiza. Sin embargo, las clases de las que habla
Wallerstein no son las mismas clases del marxismo ortodoxo, puesto que su defi­
nición del modo de producción es menos estricta. Por ejemplo, Wallerstein deno­
mina productores directos a las clases trabajadoras, incluyendo en esta categoría a
todos los que tienen una conexión directa con la producción de bienes, tanto los
trabajadores asalariados como los que producen sin recibir un salario. Así pues, al
proletariado asalariado se añaden los agricultores, los aparceros y muchas otras
formas de 'explotación laboral, incluyendo el trabajo de las mujeres y de los niños
que con frecuencia se oculta en el seno de los hogares.
Frente a los productores directos, en la lucha de clases, se encuentran los que
controlan la producción, que puede que sean «capitalistas» —es decir, los dueños
del capital— en el sentido original de la teoría marxista, pero también puede que
no lo sean. Por ejemplo, las empresas multinacionales son la forma típica que
adopta el capital a finales del siglo XX, y los ejecutivos de elite que controlan es­
tas empresas no tienen por qué ser accionistas mayoritarios y está claro que el po­
der que tienen no depende de la cuantía de sus acciones. Aunque formalmente
sean empleados de la empresa, sería falso no admitir el auténtico poder que posee
este grupo de personas. Constituyen junto con otro grupo, los altos cargos de la
Administración del Estado que también controlan grandes cantidades de capital,
la «burguesía moderna» del siglo XX.
Marx admitía que existía una clase media entre el proletariado y la burguesía,
pero predijo que esta clase intermedia disminuiría en número e importancia a
medida que se desarrollara el conflicto entre el trabajo y el capital. Esto no ha su­
cedido en los países del centro de la economía-mundo, sino que hemos asistido al
«auge de las clases medias» debido a que los empleos de «cuello blanco» han au­
mentado y superado en número a los empleos de «cuello azul». Esta gran clase in­
termedia desempeña una gran variedad de empleos que aparentemente tienen
poco que ver entre sí. La interpretación de Wallerstein es que las personas que tie­
nen estos empleos son los cuadros de la economía-mundo, y dado que la organi­
zación y producción capitalistas son cada vez más complejas, cada vez se requie­
ren más mandos que coordinen el sistema y se aseguren que funcione lo mejor
posible. Al principio los que desempeñaban esta labor se limitaban, en nombre de
los que controlaban el capital, a supervisar a los productores directos; actual­
mente, para que el sistema funcione bien, es preciso que haya profesiones muy di­
versas, desde las más antiguas, como las de abogado y contable, a innumerables
puestos de nueva creación, como los mandos intermedios de las empresas y los
burócratas estatales. El resultado es una enorme clase media de cuadros situada
entre los que controlan y los productores directos, lo que constituye un ejemplo
clásico de la estructura tripartita de Wallerstein que facilita la estabilidad de la
economía-mundo, que, como señalábamos antes, la actual globalización está so­
cavando.
Como hemos señalado anteriormente, las clases tienen un carácter global en
la economía-mundo, puesto que su definición está determinada por el modo de
producción, que es el mismo en todas las partes del globo. Las denominamos
clases «objetivas» porque se derivan lógicamente del análisis; sin embargo, en el
terreno de la práctica política real, las clases generalmente se han definido a sí
mismas acomodándose a la extensión de cada Estado. Estas «clases nacionales»
subjetivas so n sólo parte de las «clases globales» objetivas de las que hemos ha­
blado, lo que significa que el alcance de la mayoría de las acciones de clase se ha
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política 33

restringido a una extensión que no corresponde a la de su ámbito geográfico


completo. Pero no todas las clases han sido «nacionales» en igual medida. A pe­
sar de que el proletariado haya desarrollado una retórica intemacionalista, los ca­
pitalistas y los que controlan la producción son los que han desempeñado un pa­
pel más eficaz en la escena internacional, puesto que las acciones de clase
subjetiva que han llevado a cabo han estado siempre mucho más relacionadas
con sus intereses de clase objetiva. Prueba de ello es, en la actualidad, la flexibili­
dad de las empresas multinacionales a la hora de trasladar sus fábricas para redu­
cir los costes laborales. Los productores directos no disponen de una estrategia
organizada para enfrentarse a la capacidad que tienen los que controlan la pro­
ducción de crear nuevas divisiones geográficas globales del trabajo. El Estado
está claramente implicado en estas restricciones del ámbito de los conflictos en
un mundo globalizante, y constituye el eje principal de la geografía política tal y
como la abordamos en este libro.

Política y Estado

El Estado es el escenario de la política formal. La mayoría de la gente suele aso­


ciar el funcionamiento del poder y de la política con actividades relacionadas
con el Estado y su Gobierno. Se da por sentado que el Estado es el «ruedo» de
la política, y, en consecuencia, lo más habitual es que muchos estudios políticos
se hayan limitado a analizar los Estados y los gobiernos, lo cual implica equipa­
rar el poder y la política en nuestra sociedad exclusivamente con el funciona-
miento formal de la política estatal. Sin embargo, al hablar de las demás institu­
ciones hemos visto que este enfoque es insuficiente, porque no hay ningún
motivo a priori por el que no debamos interesarnos igualmente por el tema del
poder en otras instituciones como loa hogares. Y los marxistas, evidentemente,
señalarían la importancia fundamental que tienen las clases en cualquier estu­
dio sobre el poder.
Para superar esta postura la solución no consiste en debatir la importancia re­
lativa de las distintas instituciones, porque no es posible hacer un análisis serio de
cada una de ellas por separado. Como ya hemos dicho, están relacionadas entre sí
de tantas maneras complejas que Wallerstein (1984a) las denomina «el vórtice
institucional». Estudiarlas por separado como hemos hecho hasta ahora sólo se
puede justificar por motivos pedagógicos. En realidad, el poder en el sistema-
mundo moderno opera a través de numerosas combinaciones de instituciones;
desde esta perspectiva, un estudio reciente enumera al menos catorce tipos dife­
rentes de política (Taylor, 1991a), lo que implica que como mínimo habría que
estudiar catorce geografías políticas. En este libro no podemos pretender hacer
justicia a tal diversidad de políticas, por lo que es preciso justificar la orientación
que vamos a adoptar de ahora en adelante.
La geografía política en su mayor parte, al igual que otros estudios políticos,
ha tenido una orientación estadocéntrica; es decir, qüe ha considerado que la uni­
dad elemental de análisis es el Estado. Desde el punto de vista de los sistemas-
mundo, el Estado sigue siendo una institución clave, pero ya no es el escenario
del cambio social. Queremos evitar las limitaciones de un enfoque estadocéntrico,
pero con ello no queremos decir que el Estado sea un elemento de escasa relevan­
cia en nuestro estudio. En definitiva, el Estado se debe situar en un contexto que
revele su importancia pero que no deje a un lado a las demás instituciones. Este
34 Geografia Política

ha sido nuestro objetivo en la Fig. 1.3, que ilustra una de las muchas relaciones
existentes entre las cuatro instituciones.
Los hogares son las unidades reproductoras sociales fundamentales del sis­
tema, porque en ellos se socializa a los individuos en un estrato social. En la Fig.
1.3 hacemos hincapié en la transmisión de la identidad cultural que hace que los
«pueblos», las naciones del mundo, se reproduzcan. Estas naciones, a su vez, se re­
lacionan con las otras dos instituciones de formas muy distintas. Como ya hemos
señalado, la organización subjetiva en clases nacionales pone en cuestión el esta­
tus global-objetivo de las clases, por lo que normalmente se encuentran divididas.
En el caso de los Estados, nación y Estado se han apoyado mutuamente en los
«Estados-nación». Esta legitimación moderna ha llegado a tener tal fuerza que
«Estado» y «nación» suelen ser utilizadas indistintamente en el lenguaje cotidiano,
aunque a estas alturas el lector debería tener claro que no son las naciones las que
compiten en los Juegos Olímpicos, sino que son los Estados. El concepto de Es­
tado-nación impide distinguir fácilmente entre estas dos instituciones. En este li­
bro nuestro objetivo no es tanto limitarnos a corregir esta concepción errónea
como entender de qué modo llegó a producirse; por esta razón hay, en este estu­
dio político, un sesgo hacia el Estado y la nación, pero sin soslayar las otras insti­
tuciones, lo que sí sucedería si adoptásemos un enfoque estadocéntrico.
Nuestro sesgo se puede justificar por motivos geográficos. Según veremos en
ios siguientes capítulos, tanto el Estado como la nación tienen una relación de ca­
rácter único con el espacio; no sólo ocupan un espacio, como toda institución so­
cial que se precie, sino que proclaman que tienen una relación especial con luga­
res determinados. No tiene sentido tener una nación sin una «patria histórica», ni

Figura 1.3 Los vínculos institucionales fu ndam en tales.


El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 35

los Estados existen si no es en virtud de la posesión de su «territorio soberano».


Dicho de otro modo, la localización espacial del Estado y de la nación es parte
esencial de su naturaleza. Así pues, la geografía política debería centrarse en el es­
tudio del sesgo que se muestra en la Fig. 1.3, que constituye el núcleo de nuestra
perspectiva particular sobre el sistema-mundo moderno. Continuaremos con este
argumento en el apartado final de este capítulo; mientras tanto, continuaremos
estudiando la naturaleza de las relaciones de poder analizando actividades de los
Estados que nos resultan familiares.

IV.2. La sutileza d el pod er: ¿qué es un Estado fu er te?

Hasta ahora, al hablar del poder, hemos asumido sin más que los resultados de la
acción reflejan una jerarquía de poder que, a su vez, es un indicio de la diferencia
de recursos de los contendientes. Cambiando el ámbito de un conflicto cambia­
mos la jerarquía de poder, pero ¿y si la jerarquía de poder no es un indicador se­
guro del triunfo o del fracaso? Algunos conflictos que se han producido entre Es­
tados recientemente indican que así puede ser. Lo que pasa es que la naturaleza
del poder es mucho más sutil de lo que hemos supuesto hasta ahora.
La medición del poder relativo de los Estados ha sido un problema constante
para la geografía política, porque el poder no se puede medir de un modo directo.
La mayoría de las veces este problema se ha resuelto seleccionando algunas de las
características más destacadas de los Estados, y combinándolas después para asig­
nar un índice de poder a cada Estado. Un ejemplo sencillo consiste en definir el
poder como el cubo del producto nacional bruto de un país multiplicado por la
raíz cuadrada del número de sus habitantes (Muir, 1981: 149). El resultado es
una medida de poder intuitivamente razonable, pero poco satisfactoria. ¿Por qué
se utilizan exclusivamente variables de producción y de población? ¿Por qué se
combinan de esa manera? No se puede contestar a estas preguntas sin recurrir de
un modo explícito a la teoría que está detrás de esa medida. Tenemos que volver a
hacernos la siguiente pregunta: ¿qué es lo que hace que una característica deter­
minada sea lo suficientemente importante para que sea tenida en cuenta a la hora
de practicar la medición?
La mayor parte de los estudios sobre el poder del Estado han sido inductivos,
por lo que han prestado muy poca atención a la teoría que utilizan, que implícita­
mente suele tener que ver con la noción de potencial de guerra. Pero la derrota de
la «superpotencia» Estados Unidos a manos de la «potencia media» Vietnam ha
hecho necesario un replanteamiento total de la cuestión. Todavía más sorpren­
dentes han sido las recientes experiencias británicas: sufrió una derrota en los
años setenta en una guerra —la llamada «Guerra del Bacalao»— en el Atlántico
Norte a manos de una «pequeña potencia», Islandia; pero salió victoriosa en los
años ochenta en una guerra en el Atlántico Sur contra una «potencia media», Ar­
gentina. ¿Cómo podemos interpretar estas muestras recientes del poder del Es­
tado en la escena internacional? Una solución es resignarse y admitir que «parece
improbable que alguna vez se obtenga una medida sin defectos» (Muir, 1981:
149); en ese caso, volveríamos a las «estimaciones aproximadas», que dependen de
la «situación» en la que se emplee el poder. Muir (1981: 150) utiliza cinco varia­
bles para hacer estimaciones aproximadas del poder: área, población, producción
de acero, tamaño del ejército y número de submarinos nucleares. Los resultados
vuelven a ser correctos de un modo intuitivo, pero ¿de qué sirven si predicen la
36 Geografía Política

victoria norteamericana en Vietnam y el triunfo británico sobre Islandia? No


basta con decir que el poder del Estado depende de la situación en que se emplee;
necesitamos un enfoque totalmente nuevo para estudiar el poder del Estado, al
que podemos acceder empleando el análisis de los sistemas-mundo gracias a los
conceptos de relaciones de poder manifiestas y encubiertas. Aunque las primeras
corresponden a lo que normalmente consideramos manifestaciones del poder en
los conflictos, nuestro argumento es que el poder encubierto, que es la capacidad
para promover intereses particulares sin recurrir a la intimidación o alas amena­
zas, tiene una difusión y una importancia mucho mayores. Hemos encontrado
cuatro tipos de relaciones de poder, dos manifiestas y dos encubiertas.

La posición estructural

La forma de relación de poder más importante es de origen estructural y es una


consecuencia directa de que la economía-mundo funcione como un sistema. Par^
comprenderlo, vamos a analizar los Estados de Brasil y Suiza. En casi todos los ín­
dices de poder Brasil parece tener más poder que Suiza; por ejemplo, según los
criterios de Muir, tiene más territorio, más población, produce más acero y tiene
más soldados. Pero ésta es solamente una medida del potencial militar; Brasil y
Suiza nunca han estado en guerra y es muy improbable que alguna vez lo estén,
porque el Gobierno suizo no es tan tonto: de hecho Suiza no ha estado en guerra
con ningún país desde la época de Napoleón. En la jerarquía de la estructura es­
pacial de la economía-mundo, Suiza es centro y Brasil no es nada más que semi-
periferia; por tanto, por definición se puede decir que Suiza «explota» a Brasil,
porque la economía-mundo está estructurada de tal manera que favorece a Suiza
a expensas de Brasil. Suiza no tiene que hacer ninguna demostración de poder •
manifiesto aparte de las relaciones comerciales «normales» para imponer su domi­
nio: los banqueros suizos forman parte de la comunidad bancaria internacional
que pone condiciones a Brasil para renegociar los plazos de devolución de su
deuda externa; las multinacionales suizas, como N esilé por ejemplo, se dedican a
hacer negocios lucrativos de los que acaban beneficiándose los accionistas suizos.
En pocas palabras, el funcionamiento del mercado mundial, y las relaciones de
Suiza y de Brasil con dicho mercado, aseguran la supremacía suiza con el consi­
guiente flujo de excedente para Suiza. Esta situación es muy distinta a la del sa- -
queo de América llevado a cabo por los españoles, que se basó en un uso muy
manifiesto de la fuerza, pero no por ello es menos real; en realidad, es una explo­
tación mucho más barata y eficaz.
Esta forma de relación de poder es diferente de las relaciones de poder encu­
biertas que veíamos en el epígrafe anterior. Los suizos no están implicados en nin­
guna manipulación del sistema, sino todo lo contrario. Juegan respetando las le­
yes del juego. Lo único que pasa es que esas leyes — el funcionamiento de la
economía-mundo— obran a su favor por ser un Estado cuya economía se basa en
relaciones de producción de centro: al producir más eficazmente pueden contro­
lar países como Brasil, que no pueden competir económicamente con ellos.
La suprema forma de poder que resulta de la posición estructural es. la hege­
monía mundial. En la teoría de los sistemas-mundo un Estado es hegemónico
cuando se hace con la mayoría del potencial económico de la economía-mundo.
Esta posición ha sido conseguida por Estados Unidos, motivo por el que el siglo
XX a veces se ha apodado el «siglo americano». En el capítulo 2 averiguaremos
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 37

más cosas sobre los ciclos históricos del auge y la decadencia de los hegemones.
Por el momento nos dedicaremos a analizar el carácter manifiesto y encubierto
del poder hegemónico. El poder económico del Estado y sus posibilidades milita­
res lo convierten en el Estado más poderoso. La eficacia en la producción econó­
mica conlleva el dominio del comercio global, que, a su vez, suministra ingresos
que aseguran el dominio financiero de la economía-mundo. De forma manifiesta,
el Estado hegemónico acumula poder militar basado en su fortaleza económica.
De forma encubierta, el Estado hegemónico expresa su poder proponiendo y or­
ganizando la agenda para el resto de los Estados de la economía-mundo (Arrighi,
1990). Es el líder mundial imitado y emulado por otros países (Taylor, 1996).
Por ejemplo, Estados Unidos ha expresado su poder económica y militarmente
pero también fomentando con relativo éxito el libre comercio y la democracia, li­
beral. Se puede considerar que la globalización es la culminación de estas proyec­
ciones del poder americajio.

Eludir la adopción, de decisiones

Con la extraña expresión «eludir la adopción de decisiones» {non-decision-m ak ing


se alude a la forma más conocida de poder encubierto. Esta expresión proviene de
ún estudio de Schattseljneider (1960) sobre la democracia norteamericana, en el
que afirma que «todaslás organizaciones tienen algún sesgo». Lo que quiere decir
es que en cualquier tipo de política sólo figuran en el orden del día.algunos con­
flictos de interés; el resto «se resolverán al margen de la política» para que. no cai­
gan en la esfera de las relaciones de poder manifiesto. Los ejemplos que da
Schattschneider están relacionados con los partidos políticos, y más concreta­
mente con la escasez de opciones que tienen los .electores norteamericanos, tema
que trataremos en el capítulo 6. Actualmente su trabajo es más conocido porque
es el punto de partida del concepto «eludir la adopción de decisiones», que Bach-
rach y Baratz (1962) acuñaron en estudios sobre políticas urbanas. Su tesis es que,
si solamente se estudia la toma de decisiones formal y manifiesta en los ayunta­
mientos, se pasa por alto el proceso de elaboración del orden del día, que es
cuando se decide qué temas serán tomados en consideración y cuáles no. Esta es
una forma de manipulación que permite que las decisiones tomen ciertos rumbos
que suelen favorecer el mantenimiento del statu quo. El poder es encubierto, por­
que no se tienen que tomar «decisiones» — de ahí la expresión «eludir la adopción
de decisiones»— respecto a los asuntos que no están en el orden del-día. Desde
esta óptica podemos comprender mucho mejor la solidez del presente orden de
cosas en la economía-mundo.
En las Naciones Unidas, cuando el Tercer Mundo alcanzó la mayoría en la
Asamblea General tras la descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial,
se trató durante bastante tiempo de introducir en los debates temas nuevos de po­
lítica mundial. La Conferencia de las ¿Naciones Unidas sobre Comercio y Desa­
rrollo dio origen a aós «décadas de desarrollo» y los trabajos de la Comisión
Brandt culminaron en la conferencia de Cancún, donde se celebraron «negocia­
ciones globales». Pero, a pesar del apoyo «de boquilla» prestado al desarrollo de
los países más pobres, en Cancún el orden del día de la política mundial no cam­
bió. No fueron las cuestiones Norte-Sur las que predominaron en las relaciones
interestatales de los años ochenta, sino que el conflicto Este-Oeste continuó
siendo el principal tema de atención. La presión ejercida por las Naciones Unidas
38 Geografia Política

para que se produzca un cambio lo único que parece haber conseguido es debili­
tar la relevancia de ese organismo a los ojos de los Estados más poderosos, sobre
todo de Estados Unidos. La lección es simple: es muy difícil alterar el orden del
día una vez que se ha establecido, porque pasa a ser un supuesto básico de la polí­
tica fuera de discusión. La política de la Guerra Fría entre 1946 y 1989 estableció
los presupuestos que guiaron la política mundial, que dejan fuera del orden del
día el problema de las enormes desigualdades de nuestro mundo. Este es un ejem­
plo de «eludir la adopción de decisiones», porque el resultado es que el statu quo
permanece intacto, a pesar de los avatares de la política mundial.

Fuerza manifiesta y fuerza potencial

Como ya hemos señalado, el poder manifiesto es la relación política que se observa


en los conflictos. En el caso de que produzca un conflicto entre Estados (o Estados
en potencia), se puede llegar a la guerra, pero el argumento fundamental es el
mismo: si dos Estados A y B tienen intereses encontrados en determinada situación,
los intereses que prevalezcan indican cuál de los dos países tiene más poder. Diría­
mos que en la guerra civil estadounidense el Norte tenía más poder que el Sur, o
que en la Segunda Guerra Mundial los aliados acabaron siendo más poderosos que
las potencias del Eje. Esta es una demostración de poder muy importante, como lo
atestiguan las 209 guerras interestatales e imperiales y las 152 guerras civiles ocurri­
das entre 1816 y 1992 de la lista confeccionada por Small y Singer (1995).
El poder manifiesto no tiene por qué hacer uso de la fuerza. Se puede considerar
que la intimidación violenta es el último recurso después de haber intentado utilizar
la persuasión; pero este tipo de diplomacia no suele basarse en la lógica de los argu­
mentos sino que se respalda en las amenazas de utilizaciónjde la fuerza. Tenemos un
ejemplo muy claro de este poder potencial o latente en la crisis de los misiles de
Cuba en 1962, cuando los buques soviéticos retrocedieron sin que se empleara la
fuerza. No es frecuente esa política arriesgada, pero una «diplomacia de cañoneras»
más modesta ha sido un sello característico de la política exterior británica y nortea­
mericana en diversas ocasiones a lo largo de los dos últimos siglos. Por ejemplo,
Blechman y Kaplan (1978) registran 215 incidentes entre 1945 y 1976 en los que
se utilizaron las fuerzas armadas norteamericanas para favorecer los intereses nortea­
mericanos sin que se llegara a apreciar violencia, lo que ellos llaman «fuerza sin vio­
lencia». Un ejemplo típico sería la visita que hizo a Turquía en 1946 el navio de
guerra más potente de la Armada de los EE UU, el USS Missouri, en un momento
en que la URRS reclamaba territorio turco. En palabras de Blechman y Kaplan:

Todo el mundo se percató de lo que significaba este hecho; Washington había re­
cordado de un modo no muy sutil a la Unión Soviética y a otros países que era
una potencia militar importante y que podía proyectar su poder fuera de su terri­
torio, incluso a costas muy lejanas (1978: 2).

Blechman y Kaplan señalan cuatro períodos en la utilización de fuerza potencial


por parte de Estados Unidos, que figuran en la Tabla 1.3 junto con la localización
geográfica de los incidentes en ocho escenarios geopolíticos. Se puede ver que Es­
tados Unidos empieza a interesarse por Europa en, el primer período, para impli­
carse en Asia Oriental en el segundo período; en eí tercero el Caribe/América Me­
dia y el Sudeste Asiático dominan la escena, en tanto que en el último período
El análisis de los sistemas-mundo en geografía política 39

Tabla 1.3 Lasfuerzas armadas de EE UUy la URSS utilizadas como instrumento político
(1946-1975): 3 6 6 ejemplos de amenazas de uso de la fuerza.

Períodos
Escenarios 1946-8 1949-55 1956-65 1966-75
EEUU URSS EEUU URSS EEUU URSS EEUU URSS
Europa/
El Mediterráneo 15 10 6 24 13 24 5 23
Oriente Medio/
Africa del Norte 3 2 2 2 18 5 15 23
Asia Meridional 0 0 0 0 2 0 1 3
Sudeste de Asia 0 0 4 0 26 5 12 1
Asia Oriental 1 6 8 5 7 3 5 6
Africa al sur
del Sáhara 0 0 1 0 8 3 1 6
Mesoamérica/
El Caribe 2 0 3 0 35 2 6 2
América del Sur 3 0 0 0 9 0 0 0
Total 24 18 24 31 118 42 45 64

Oriente Medio/África del Norte y el Sudeste Asiático son los escenarios más im­
portantes. Es evidente que los momentos en los que se produce un mayor nú­
mero de incidentes coinciden con las crisis importantes que se producen tras la
Segunda Guerra Mundial: Berlín en el primer período, Corea en el segundo,
Cuba en el tercero, y Vietnam e Israel en los períodos tercero y cuarto. Lo intere­
sante es comparar el número de tales incidentes con los dos ejemplos principales
de uso de la fiierza por parte de Estados Unidos: en Corea y en Vietnam.
Estados Unidos no es el único país que se «ha entrenado» de esta manera; Ka-
plan (1981) ha hecho un estudio parecido de la política exterior de la otra super-
potencia, la antigua Unión Soviética, y ha señalado 190 «incidentes» en los que
las fuerzas armadas soviéticas fueron utilizadas como instrumento político. A fin
de poder comparar la utilización de la fuerza potencial por parte de la URSS con
la de EE UU, 155 de estos incidentes ocurridos entre 1946 y 1975 se han aña­
dido a la Tabla 1.3. En este caso los datos constituyen un indicio de que la URSS
se estaba convirtiendo en una potencia global. En los dos primeros períodos to­
dos los incidentes ocurrieron en zonas adyacentes a la URSS, pero en los dos últi­
mos la influencia política de las fuerzas armadas soviéticas se extiende a todos los
escenarios geopolíticos, a excepción de Sudamérica. Pero nos estamos adelan­
tando, puesto que analizaremos la geopolítica en el capítulo 2, y el objetivo de la
Tabla 1.3 es sólo poner ejemplos de la existencia de una fuerza potenciál y poner
de manifiesto su importancia cuantitativa.

Poder y apariencia

Ahora podemos retomar el tema del poder de los Estados. En el enfoque teórico
de los sistemas-mundo, el poder depende directamente de la capacidad que tenga
40 Geografia Política

el Estado de actuar en el sistema para obtener ventajas materiales. Esta capacidad


es resultado de la eficacia de los procesos productivos en los Estados, aspecto que
medimos con las categorías de centro, semiperiferia y periferia. Si el poder se ex­
presa de un modo manifiesto es de esperar que, en un conflicto determinado, la
probabilidad de que el resultado sea favorable para una parte dependerá de que
pertenezca al centro, semiperiferia o periferia, por este orden; pero el problema es
que la mayoría de las expresiones del poder son encubiertas y estructurales. Aun­
que esta definición de poder sea fundamentalmente económica, está estrecha­
mente relacionada con la idea de «Estado fuerte», de la cual es complementaria.
En términos generales los Estados del centro suelen tener una idiosincrasia
liberal dado que su poder se basa, ante todo, en su supremacía económica. El
Estado holandés del siglo X V I I fue el primer Estado que alcanzó esa afortunada
posición. Al ser una federación de condados políticamente débil nunca dio la
impresión de ser el Estado más poderoso del mundo, pero durante un corto pe­
ríodo de tiempo eso es precisamente lo que fue. Posteriormente Gran Bretaña y
Estados Unidos se convirtieron, por este orden, en los Estados «liberales» más
importantes. En el capítulo 3 a todos estos Estados los denominaremos hege-
mónicos. En cambio, los Estados de la semiperiferia suelen ser Estados autorita­
rios que dan una imagen de fortaleza política. Tenemos bastantes ejemplos,
desde las monarquías absolutas del principio de la economía-mundo hasta los
regímenes autoritarios de la semiperiferia del siglo X X , tales como los regímenes
fascistas europeos de los años treinta, los regímenes militares latinoamericanos
en los años setenta, y los regímenes comunistas hasta 1989 y 1990. Esta pos­
tura política se puede atribuir en parte a que intentan compensar su relativa de­
bilidad económica; hay que recordar que la semiperiferia es el nivel más diná­
mico de la economía-mundo y que estos Estados tienen que utilizar procesos
políticos para reestructurar el sistema a su favor, aunque evidentemente en la
mayoría de los casos no lo consiguen. Por último, están los Estados periféricos,
el elemento más débil del sistema. Durante gran parte de la historia de la eco­
nomía-mundo esta zona no ha tenido el control político de su propio territorio,
'sino que ha tenido un estatus colonial. Sin lugar a dudas esta posición es la más
“débil que se puede tener en la economía-mundo; incluso, aunque accedan a la
independencia política, la dependencia económica continúa, lo que ha dado
origen a conceptos como «imperialismo informal» y «neocolonialismo», que
aluden a que el destino de estos países sigue estando casi por completo fuera de
su control. El principal problema de estos Estados es su seguridad interna, lo
que origina represión y regímenes a menudo efímeros. Abordaremos el tema del
imperialismo informal y de los Estados periféricos en capítulos sucesivos, pero
lo que queremos destacar ahora es que, a pesar de los tanques y los fusiles, estos
Estados son esencialmente débiles; el poder político manifiesto que empleantes
un intento de compensar su carencia de poder «real» en la economía-mundo.
A la vista del resultado de las guerras del siglo X X , podemos justificar por
qué hacemos tanto hincapié en los aspectos económicos del poder a expensas
de los aspectos estrictamente militares y políticos. Parece que el éxito econó­
mico de Japón y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial desmiente la im ­
portancia de las victorias militares en comparación con los procesos económi­
cos fundam entales sobre los que se basa la econom ía-m undo. M uchos
observadores llegan a afirmar que estos dos países, al final, salieron ganando
económicamente al perder la Segunda Guerra M undial, ya que después no se
les permitió que hicieran inversiones de tipo m ilitar a gran escala. Evidente­
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política 41

mente los motivos del éxito económico de Japón y Alemania son mucho más
complejos, pero este ejemplo pone de manifiesto, sin lugar a dudas, la sutileza
del poder en el sistema-mundo actual.
Empezamos este apartado hablando de anomalías de poder en el resultado de
dos conflictos recientes, las guerras de EE UU contra Vietnam, y de Gran Bretaña
contra Islandia. Creo que estaremos de acuerdo en que, por sutil que sea nuestro es­
tudio del poder del Estado, seguimos sin poder explicar del todo por qué en ambos
casos ganó la parte más «débil», pero lo importante es aprender de los fallos. ¿Por
qué nuestro análisis no nos ha permitido hasta ahora añadir algo interesante sobre
estos conflictos? La respuesta es que hemos considerado que los Estados participa­
ban en los conflictos sin tener en cuenta su política interna. Esto es lo que suelen
hacer los estudios de Relaciones Internacionales al separar la política «nacional» de
la internacional y asumir que cada una de ellas constituye una esfera de actividad
independiente. En Geografía Política no tenemos motivos para aceptar esta forma
de hacer las cosas; es más, nuestro argumento es que esta postura no permite llegar
a comprender del todo la política estatal. Por ejemplo, en el caso de la llamada Gue­
rra del Bacalao, la importancia del conflicto era muy distinta para la política nacio­
nal de cada uno de los países implicados: para Islandia el conflicto era de la mayor
prioridad en política exterior, mientras que para Gran Bretaña había muchas otras
cuestiones importantes que sopesar. Pero el caso más interesante continúa siendo el
hecho de que Estados Unidos no consiguiera vencer a Vietnam, ya que no hay
duda de que, al ser en aquella época el país más importante del centro, disponía de
muchos más recursos que Vietnam. Sólo si examinamos la situación interna de cada
país se puede comprender por qué no triunfó la potencia mayor.
En primer lugar, es preciso que tengamos en cuenta la naturaleza del desafío
vietnamita. El movimiento de liberación vietnamita movilizó a los habitantes de
Vietnam hasta extremos insospechados. La guerra nunca se desarrolló corivencio-
nalmente, con frentes militares; porque, aunque los norteamericanos obtuvieran
victorias, el enemigo siempre conseguía volver a rodearlos. En este sentido la gue­
rra era como una eterna consigna, al estilo de la del general Custer, de aguantar a
pie firme hasta el final. Los norteamericanos se encontraron en la postura, literal­
mente contradictoria, de poder «salvar» a Vietnam solamente destruyéndolo, lo
cual está relacionado con la segunda parte de nuestra explicación. La destrucción
que llevó a cabo Estados Unidos en Vietnam impidió que tuviera éxito su cam­
paña para ganarse «los corazones y las conciencias» de los campesinos vietnamitas,
a la vez que fomentó los esfuerzos vietnamitas por conquistar «el corazón y la
conciencia» de la opinión pública norteamericana. La división de los norteameri­
canos significó el fin de la guerra y condujo a la victoria militar del semiperiférico
Vietnam. Hoy en día a una persona que fuera a Vietnam y a Estados Unidos le
costaría reconocer al ganador. Actualmente los vietnamitas ya no saborean las
mieles de la victoria, porque la cohesión nacional que condujo a la victoria militar
no se ha encauzado de forma adecuada para lograr la prosperidad económica.
Este es un objetivo mucho más difícil de conseguir, que requiere la utilización de
una estrategia completamente distinta. Ser un Estado semiperiférico ya constituye
de por sí una carga suficientemente pesada y, si a ello se añade la destrucción que
produce una guerra, el futuro inmediato parece muy poco prometedor. La situa­
ción de Vietnam no le permite competir en la economía-mundo como lo haría
un Estado semiperiférico en alza; al igual que muchos otros Estados del Tercer
Mundo, ha descubierto que obtener la independencia política es un triunfo vano
mientras continúe la pobreza económica. El poder estructural es así.
42 Geografia Política

IV.3. La econom ía-m undo desde la persp ectiva d e la geografía p olítica

Las instituciones de los lugares concretos sirven de mediadoras del poder. Nuestra
exposición sobre el poder empezaba en un entorno geográfico específico, el patio
de un colegio, y en el estudio del poder es preciso que volvamos a la geografía.
Hay dos formas en que la geografía está implicada en las relaciones de poder. En
primer lugar, el propio espacio es una área de disputa. El espacio nunca consti­
tuye un mero escenario donde se desarrollan los acontecimientos: ninguna dispo­
sición espacial tiene nada de neutral. En ocasiones se admite este hecho y el espa­
cio forma parte de la agenda de la disputa (más adelante ponemos un sencillo
ejemplo de la definición espacial de un electorado para decidir los límites»nacio-
nales»). Sin embargo, las disposiciones espaciales pueden formar parte de del
mundo que damos por sentado, de forma que el poder potencial se hace realidad
por la «puerta trasera», por así decirlo. Foucault (1980) nos enseñó la importancia
de esa «geografía invisible». En nuestra opinión, el ejemplo más importante es el
pensamiento estadocéntrico, que considera que el Estado-nación no es una cons­
trucción social sino una división «natural» de la humanidad.
En segundo lugar, Doreen Massey (1993) nos recuerda que el poder supone
mucho más que el ruedo donde ocurre. Hay una «geometría del poder», una red
de corrientes y conexiones que es característica de todo individuo en todo lugar
concreto. Por tanto, afirma, la globalización en cuanto proceso incorpora algu­
nas personas y algunos lugares mucho más que otros. Como señalamos antes, la
globalización ha sido muy desigual en su geografía. Por ejemplo, la famosa com­
presión «espacio-temporal» que suponen las comunicaciones actuales puede ha­
ber cambiado la vida de los banqueros, pero np ha tenido ninguna influencia di­
recta en las mujeres que recogen leña en la sabana africana. Massey combinando
la idea de la globalización desigual con ideas relacionadas con el trabajo de
Schattschneider (1960) sobre el alcance de los conflictos infiere lo que deno­
mina «sentido de lugar que se transforma». Según esa argumentación los lugares
más pequeños no se encierran en sí mismos para proteger su «territorio», sino
que todos los lugares tienen miles de conexiones con otros lugares. En la geome­
tría del poder los lugares tienen importantes vínculos económicos, produciendo
mercancías, por ejemplo, para el mercado mundial, pero también tienen impor­
tantes conexiones culturales que en muchos casos están relacionadas con los orí­
genes geográficos de algunos integrantes de la comunidad. La clave es que no
podemos llegar a entender bien un lugar si nos limitamos a examinar lo que
contiene; las relaciones que mantenga con el exterior son importantes y se pro­
ducen en las distintas escalas geográficas. Este es el punto de partida de la geo­
grafía política de los sistemas-mundo.
El análisis de la economía-mundo desde el punto de vista de la geografía polí­
tica solamente tiene sentido si nos aporta elementos de juicio que no se puedan
obtener desde otras perspectivas. Anteriormente hemos insinuado que cre­
emos que éste es el caso, y ahora intentaremos justificarlo de un modo explícito.
Lo esencial de nuestro argumento es que la utilización de la escala geográfica
como estructura organizativa nos permite entender mejor ciertos problemas.
En concreto, la estructura geográfico-política de los sistemas-mundo que utiliza­
mos nos aporta una serie de ideas sobre aspectos del funcionamiento de la
economía-mundo que no han quedado suficientemente claros en otros estudios
(Flint y Shelley, 1996). Semejante afirmación requiere algún tipo de justificación
por nuestra parte, que elaboraremos teniendo siempre presente: primero, que es
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia p olítica 43

un problema político práctico contemporáneo de importancia vital; y segundo,


que se trata de una contribución teórica al análisis de los sistemas-mundo.

El ámbito político en tanto que escala geográfica: cuando la democracia


no soluciona nada

Hemos dicho que el resultado de un conflicto depende en último extremo del


ámbito en el que se desarrolle el conflicto, y también hemos comentado que las
partes más débiles lo saben muy bien. En muchos casos el ámbito puede equipa­
rarse con la escala geográfica a nivel de la cual se resuelve, o se media para resol­
ver, el conflicto. Vietnam trató en los años sesenta de poner a la «opinión interna­
cio n al» de su lad o , cosa que logró puesto que hubo manifestaciones
antiamericanas en todo el mundo. Asimismo, el movimiento antiapartheid ob­
tuvo un gran triunfo al convertir la política interior sudafricana en una cuestión
internacional en los años ochenta. Si hoy Kuwait no es una provincia de Irak se
debe a que fue capaz de convertir una disputa «local» sobre su soberanía en una
guerra promovida por las Naciones Unidas. Aunque citemos estos conocidos
ejemplos, no deberíamos olvidar que alterar el campo de acción de este modo
constituye un hecho excepcional; podríamos decir que la norma es que los que
pierden una disputa no logran extender el conflicto. Uno de los motivos impor­
tantes puede ser la división política de nuestro mundo. Una de las funciones clave
de las fronteras de los Estados consiste en impedir que los conflictos políticos se
desborden al antojo de los perdedores y se conviertan en conflictos a escala glo­
bal. Pero también es posible que las mismas fronteras sean cuestionadas política­
mente, y el caso más claro lo constituyen las revueltas que se producen actual­
mente en la Europa Oriental después del derrumbe del comunismo.
Al haberse desintegrado las antiguas federaciones de Yugoslavia y de la URSS,
las antiguas fronteras de los Estados federados se han convertido en las fronteras
de Estados soberanos. Este proceso no tendría por qué ser un problema si los di­
versos grupos nacionales formaran unidades espaciales contiguas, claras y com­
pactas, donde se pudieran trazar fácilmente fronteras; pero la geografía política y
cultural no es algo tan sencillo, ya que los diversos grupos étnicos nacionales sue­
len estar mezclados en el espacio. Es el caso de los rusos y los serbios, muchos de
los cuales se encuentran fuera de Rusia y de Serbia. La Fig. 1.4 es una ilustración
esquemática de esta situación en la que hay una mezcla de dos grupos en una
parte del país. ¿Debería haber un país o dos? Sin duda, deberíamos dejar que la
gente decidiera qué estructuras políticas deberían mantenerse; pero procedamos a
investigar este ejercicio democrático.
Suponiendo que las elites políticas respectivas hayan movilizado a los dos gru­
pos nacionales, podemos dar por hecho que en una votación a escala del Estado
original ganarían los unionistas. La mayoría de la gente, o lo que es lo mismo, el
grupo nacional mayoritario, no quiere que su país se divida. ¡Es una trampa!, dirá
la minoría, porque en el noroeste hay una mayoría local que quiere separarse. Si
prevalece el voto original, los que han perdido podrían perfectamente levantarse
en armas para luchar por su «independencia nacional». ¿Sería antidemocrática
una acción semejante? Otra posibilidad es que se organizaran para conseguir
apoyo internacional para que las Naciones Unidas patrocinaran unas elecciones
exclusivamente en el noroeste. En este caso podemos dar por hecho que los anti­
guos separatistas ganarían y proclamarían la independencia como resultado de
44 Geografía Política

Solución unionista Solución separatista

O Mayoría O Minoría
En el antiguó Estado En el nuevo Estado
X Minoría X Mayoría

Figura 1.4 Escala geográfica y ámbito político.

una decisión democrática del pueblo; pero al hacerlo han creado una nueva mi­
noría, los que formaban parte de la mayoría en la federación anterior que ahora
viven en un Estado controlado por sus antiguos enemigos. Si se desecha la solu­
ción original de mantener la unidad, ellos a su vez exigirán para sus tierras la in­
dependencia del nuevo Estado del Noroeste. Lo más seguro también es que el Es­
tado nuevo no consienta que haya otras elecciones que dividan el territorio
soberano que acaba de obtener. Así pues, al negárseles la vía democrática, la única
solución que le queda a la nueva minoría es recurrir a las armas para conseguir la
independencia nacional. Además, los nuevos separatistas podrán recabar el apoyo
de sus compatriotas del otro lado de la frontera del nuevo Estado.
Este argumento de pesadilla pone de manifiesto que, cuando se trata de resol­
ver disputas políticas, la democracia depende, tanto como cualquier otra formula
de solución, del ámbito en el que se desarrolle el conflicto. La voluntad democrá­
tica del pueblo puede legitimar cualquiera de las tres soluciones del conflicto: la
de mantener la unidad, la primera división y la segunda división. Evidentemente
la cuestión es cómo definimos el pueblo; en los casos de disputa sobre la sobera­
nía territorial ésta ha de ser una cuestión de escala geográfica. Lo que determina
la «solución democrática» no es la votación, sino la decisión de carácter geográfico
que se toma antes de las elecciones sobre el ámbito de las elecciones, porque, una
vez fijados los límites, conocemos el resultado de las elecciones. Esto no es sim­
plemente «falsificar los límites» para favorecer a alguna de las partes, porque no
hay ninguna respuesta totalmente acertada a la pregunta de quién debería votar.
Al final, la respuesta sólo puede ser una decisión política en la que influye el po­
der relativo de sus participantes, pero el motivo de aportar soluciones democráti­
cas al conflicto era impedir que la política de poder de las elites decidiera el resul­
tado. Tenemos que llegar a la triste conclusión de que no hay una solución
democrática en una situación en la que escalas geográficas distintas dan como re­
sultado perdedores nacionales distintos.
Aunque lo hayamos expuesto de forma esquemática, muchos lectores se ha­
brán percatado de que la derrota de los que querían mantener la unidad en Yu­
goslavia y la URSS ha provocado situaciones padecidas a las anteriores. Algunas
poblaciones nacionales, ahora minoritarias, han sido separadas de la mayoría a la
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 45

que pertenecían; por ejemplo los serbios que habían constituido la mayoría en la
antigua Yugoslavia, ahora son la minoría en Bosnia, y lo mismo ocurre con los
rusos en la URSS, antes, y en Ucrania, ahora. Puesto que los que más pierden
con este cambio de escala de la acción política son estas nuevas minorías, pode­
mos esperar que en su seno surja un nacionalismo sumamente militante, como
ha ocurrido con los serbios en Bosnia y Croacia, pero este nacionalismo m ili­
tante sigue teniendo la posibilidad de desintegrar los antiguos Estados de la
URSS. En este argumento no hay nada nuevo, porque ¿quién debería votar en
un referéndum para decidir si Irlanda del Norte se une a la República de Ir­
landa? La escala elegida (Irlanda entera o sólo la provincia del Norte) decidiría,
sin duda alguna, el resultado independientemente de que sea en Irlanda del
Norte donde la causa nacionalista tiene un apoyo más militante. La comunidad
católica nacionalista es la típica minoría que se convertiría en mayoría. Otras
minorías nacionalistas militantes que se están gestando son los sudafricanos
blancos, que continúan a la búsqueda de un Estado propio tras perder el control
de Sudáfrica, y los colonos judíos de Cisjordania y Gaza, sometidos en el futuro
al mandato de alguna entidad política autónoma palestina. Ninguno de estos ca­
sos se puede solucionar democráticamente debido a que la decisión sobre cuál es
el ámbito de su resolución es política, ya que la escala geográfica que se escoja
por sí sola decidirá quién triunfa. Este ejemplo, además de poner de manifiesto
la importancia de la geografía política para entender la política del mundo de
hoy, justifica que hayamos elegido la escala geográfica como principio organiza­
dor de la geografía política de los sistemas-mundo.

La ideología que separa la experiencia de la realidad

A pesar de que la globalización, como ha señalado hace poco Storper (1997: 27),
sea un «proceso fundamentalmente geográfico denominado con un término geo­
gráfico», la mayoría de los estudios no han considerado problemático este aspecto
geográfico; se ha dado por sentada, en particular, la cualidad que tiene la globali­
zación de escala básica. Este hecho está en consonancia con la tradición en la
ciencia social de contemplar el espacio sólo como un telón de fondo inerte en re­
lación con los procesos de cambio. Así pues, se considera que lo global es una es­
cala geográfica dada por supuesta que han llegado a alcanzar la sociedad y la eco­
nomía modernas. No es de extrañar que debido a este enfoque puedan olvidarse
fácilmente las demás escalas de actividad y que lo global parezca casi «natural». La
geografía humana actual, en cambio, estima que todos los espacios y lugares son
construcciones «sociales», fruto de los enfrentamientos y acuerdos que crean un
paisaje geográfico. La escala geográfica, concretamente, se crea por medio de la
política (Delaney y Leitner, 1997) y los argumentos relacionados con la democra­
cia y las líneas divisorias que presentamos en la última parte exponen los motivos
para ello. Por consiguiente, la globalización actual no constituye una escala de ac­
tividad que está esperando a que la alcancen, sino que forma parte de la creación
de una geografía humana de múltiples escalas.
Puede que no tenga nada de extraño que hayan sido los geógrafos políticos, en
particular, los primeros en captar — en los años setenta— el potencial de la escala
geográfica como marco organizador principal de sus estudios. Sin embargo, estas
primeras obras, aunque tuvieran la perspicacia de señalar la importancia que tenía
la escala, abordaron el tema como si fuera algo incuestionable. En vez de hacer
46 Geografía Política

como los estudios de la globalización actuales que adoptan una perspectiva única,
estas geografías políticas emplearon tres escalas de análisis: la internacional o glo­
bal, la nacional o estatal, y una intranacional que suele ser una escala de ámbito
urbano. Aunque esta estructura supone un consenso, resulta especialmente decep­
cionante el hecho de que se haya llegado a este tipo de acuerdo sin haber enun­
ciado una teoría que justifique una trilogía de escalas geográficas (Taylor, 1982).
Entonces surgen dos preguntas: «¿por qué sólo tres escalas?» y «¿por qué esas tres
en concreto?». Estas preguntas nunca han sido contestadas, porque nunca han
sido formuladas. Sencillamente, estas escalas se dan por sentadas; algún autor ha
llegado a decir que «parece que estas tres grandes áreas de interés no necesitan
presentación» (Short, 1982: 1). Pues bien, es evidente que no es así; estas tres es­
calas no surgen sólo por casualidad, para que los geógrafos políticos tengan «per­
chas» cómodas en las que colgar la información. De hecho, en muchos estudios
de ciencias sociales que no son de geografía política se reconoce implícitamente
que existen tres escalas (Taylor, 1981b), lo que representa una cierta visión del
mundo que es una forma sutil de desarrollismo. Las escalas giran en torno al Es­
tado, que es la unidad elemental, razón por la que se utilizan los términos de in­
ternacional, nacional e intranacional. Esta postura puede dar lugar a una separa­
ción en el estudio de las escalas geográficas que acabe con el carácter holístico
fundamental del sistema-mundo moderno. En este sentido, Short (1982: 1) habla
de «distintas escalas espaciales de análisis» y Johnston (1973: 14) llega a referirse a
la existencia de «sistemas relativamente cerrados o autosuficientes» en estas dife­
rentes escalas. Es evidente que una geografía política crítica no puede dar por sen­
tada sin más esta organización de triple escala; el marco teórico tiene que explicar
por qué existen esas escalas y cómo se relacionan entre sí.
¿Por qué tres escalas? No resulta obvio a primera vista. Es relativamente fácil
distinguir en nuestra vida moderna muchas más escalas que estas tres escalas geo­
gráficas. Smith (1993), por ejemplo, defiende de forma convincente una jerarquía
ae siete escalas fundamentales: el cuerpo, la casa, la comunidad, lo urbano, la re­
gión, la nación y lo global. No cabe duda de que este número es fácil de aumen­
tar; por ejemplo, los eruditos en relaciones internacionales distinguen otra escala
«regional» entre el Estado-nación y lo global (Europa Occidental, Sudeste Asiá­
tico, etc.). En el otro extremo, los estudios de la globalización, incluso si no se li­
mitan a su única escala, parece que sólo ven dos escalas (la local en contraposición
a la global) por lo que han recibido críticas (Swyngedouw, 1997: 159) Los ecolo­
gistas han sido especialmente proclives a adoptar esta perspectiva tan limitada con
su famoso slogan «piensa globalmente, actúa localmente». Swyngedouw (1997:
159) interpreta que la globalización es un «reescalamiento» de la economía polí­
tica que se aleja en dos direcciones de la concentración institucional del poder en
el Estado: hacia arriba, a escenarios globales, y hacia abajo, a escenarios locales.
Como el Estado se sitúa en el centro, constituye la creación de una organización
de triple escala como la que promovieron los geógrafos políticos pero con una
justificación teórica. En este texto abordamos las tres escalas de una manera más
general, que va más allá de la globalización actual analizándolas como elementos
indispensables para el funcionamiento a largo plazo del sistema-mundo moderno.
Desde la perspectiva de los sistemas-mundo, la organización de triple escala.de
los geógrafos políticos nos recuerda mucho a la estructura tripartita definida por
Wallerstein que permitía controlar los conflictos^ (Taylor, 1982). Anteriormente
hemos visto su ejemplo geográfico de centro-semiperiferia-periferia, al que pode­
mos referirnos con el término de estructura geográfica horizontal tripartita. Núes-
El análisis d e los sistemas-mundo en geografía política 47

tras escalas forman una estructura geográfica vertical tripartita cuyo centro es el
Estado-nación. El papel de las estructuras tripartitas consiste en fomentar la exis­
tencia de una categoría intermedia que separe intereses en conflicto. Por tanto, en
nuestro modelo, el Estado-nación es la instancia intermedia entre la escala global
y la local. Dado que un aspecto geográfico-política fundamental de esta interme­
diación consiste en actuar como un simple amortiguador o tapón, debemos con­
siderar que esta disposición constituye un ejemplo clásico de ideología que separa
la experiencia de la realidad. Las tres escalas, por tanto, incluyen una escala nacio­
nal asociada a la ideología, una escala local asociada a la experiencia y una escala
global asociada a la realidad. La Fig. 1.5 ilustra esta idea de un modo esquemático
y la compara con la estructura geográfica horizontal de Wallerstein.

Figura 1.5 Estructuras tripartitas de separación y control: (a) División horizontal p or áreas,
(b) División vertical p or escalas.
48 Geografia Política

Vamos a analizar esta interpretación de la cuestión de las escalas más detalla­


damente. La escala de la experiencia es la escala en la que vivimos a diario, e in­
cluye todas nuestras necesidades fundamentales, como trabajo, techo y consumo
de artículos básicos. Para la mayoría de los que viven en países del centro se trata
de un «sistema» urbano que abarca el área de desplazamientos cotidianos; para la
mayoría de los que viven en otra parte se trata de una comunidad rural. Pero las
actividades cotidianas de todos no dependen de la localidad; pues, como vivimos
en un sistema-mundo, el escenario que influye en nuestras vidas es mucho más
amplió que nuestra comunidad local, sea ésta urbana o rural. En la economía-
mundo actual los acontecimientos más importantes se producen a escala global,
que es la escala final de acumulación en la que el mercado mundial define los va­
lores que acabarán imponiéndose en las comunidades locales. Pero esta influencia
no es directa; en el mercado mundial hay un filtro constituido por determinados
agrupamientos de comunidades locales que forman los Estados-nación. La polí­
tica del Estado-nación puede reducir o aumentar las influencias que ejercen estos
procesos globales en las comunidades que lo integran. Este tipo de manipulación
puede hacerse a costa de ciertas comunidades del propio Estado o a costa de co­
munidades de otros Estados; pero la última razón de ser de la política en esta es­
tructura es servir de filtro entre la economía-mundo y las comunidades locales.
Sin embargo, ¿por qué hablamos de «ideología» y «realidad» en este contexto?
El concepto de escala de experiencia da la impresión de ser bastante corriente,
pero ¿cómo se relacionan las otras escalas con la ideología y la realidad? En este
modelo atribuimos a estos términos significados muy precisos. Al hablar de «rea­
lidad», nos referimos a la realidad holística de la economía-mundo que integra al
resto de las escalas y, en este sentido, constituye la totalidad del sistema, por lo
que las explicaciones referentes al sistema, en último extremo, tienen que remi­
tirse a este «todo». Es la escala que «verdaderamente importa», ya que, siguiendo
nuestro razonamiento materialista, es a este nivel donde, por medio del mercado
mundial, se produce la acumulación, que es lo que mueve todo el sistema. En
cambio, la ideología es una visión parcial del sistema que da una imagen defor­
mada y limitada de la realidad. En nuestro modelo la realidad del sistema-mundo
es filtrada a través de ideologías «naciocéntricas», es decir centradas en la nación,
que crean una serie de visiones del mundo opuestas y a menudo contradictorias.
Nuestra tesis es que este pensamiento «naciocéntrico» ha impregnado la política
moderna, con el resultado de que las protestas políticas pierden de vista los proce­
sos clave que se producen en la escala de la realidad y no van más allá de la escala
de la ideología, es decir, se paran en seco en el Estado-nación. En este sentido, te­
nemos un modelo geográfico de ideología que separa la experiencia de la realidad.
En este punto puede resultar esclarecedor un simple ejemplo, que hemos sa­
cado de la propia experiencia política de uno de nosotros a finales de los años se­
tenta. Wallsend es una ciudad del nordeste de Inglaterra que se dedicaba a la
construcción naval. Cuando empezó la recesión, sus hábitantes estaban muy pre­
ocupados por el futuro del astillero, ya que el cierre de esta empresa, que era la
que empleaba a más gente en la ciudad, tendría importantes repercusiones negati­
vas en la comunidad local. Esta es la escala de la experiencia. Sin embargo, las
medidas políticas surgen en la escala de la ideología. Ante las presiones, entre
otras, de la sección local del Partido Laborista, el Gobierno británico, que era la­
borista en aquel entonces, nacionalizó los astillemos, entre ellos el de Wallsend.
Pero esta medida es ideológica porque supone sólo una visión parcial del pro­
blema, ya que puede que proteja el empleo a corto plazo, pero no ataja el pro­
El análisis de los sistemas-mundo en geografia política 49

blema de los astilleros de Wallsend a largo plazo. Esos problemas son consecuen­
cia de acciones que se producen en la escala de la realidad, ya que la oferta y la
demanda de buques tienen un ámbito global. El origen de los problemas de esta
industria fue el descenso de la demanda de construcción de buques al empezar a
subir el precio del petróleo en los años 1973 y 1974, y el aumento de la oferta de­
bido a la aparición de astilleros nuevos en otros países como Corea del Sur. Es
evidente que una política de nacionalización en el Estado británico está muy lejos
de resolver el problema de la industria de construcción naval de Wallsend; se trata
más bien de una solución política que se detiene en la escala del Estado, por lo
que no pone en cuestión los procesos de acumulación que operan a escala global.
Esta situación ha sido bien resumida por Nelund (1978: 278):

La imagen de un mundo de naciones no nos proporciona un lenguaje que poda­


mos utilizar en la vida cotidiana para enfrentarnos con nuestras preocupaciones.
Es una carga mental o, peor aún, nos conduce en la dirección equivocada al si­
tuar nuestras verdaderas preocupaciones fuera de nuestro alcance, haciendo que
nos impliquemos en esfuerzos de carácter institucional por abordar las cuestiones
que nosotros mismos hemos desplazado.

Esta «imagen de un mundo de naciones» niega el carácter holístico del sistema-


mundo moderno, apartando a la mayoría de las políticas de la escala de la econo­
mía-mundo.
¿La globalización actual ha cambiado la situación? Las nuevas elites estatales
están utilizando lo global como una forma de amenaza para rediseñar la política
nacional y local, y el éxito que obtienen con esta nueva política demuestra que la
resistencia política a los cambios globales sigue siendo muy limitada. Puede que
varíe la forma en que se legitima la política, pero el Estado sigue siendo un amor­
tiguador entre la clase de los productores directos, que está dividida en naciones,
y el capital global.
Por último, debemos hacer hincapié en que este modelo no propone tres pro­
cesos que funcionan en tres escalas sino un único proceso que se manifiesta en
tres escalas. En general, el proceso es el siguiente: la necesidad de acumulación se
experimenta localmente (por ejemplo, el cierre de un hospital) y se justifica a ni­
vel nacional (por ejemplo, para fomentar la eficacia nacional) para que, al final,
los beneficios se organicen a nivel global (por ejemplo, pagando menos impuestos
las empresas multinacionales). Es un proceso único en el que la ideología separa
la experiencia de la realidad. Sólo hay un sistema: la economía-mundo capitalista.

Economía-mundo, Estado-nación y localidad

Este modelo es nuestro modo de organizar la geografía política y se resume en el


subtítulo de este libro: economía-mundo, Estado-nación y localidad. Nos atene­
mos .a la costumbre de utilizar tres escalas de análisis, pero las abordamos de un
modo más analítico de lo que se ha hecho en otros estudios. Aunque cada uno de
los capítulos siguientes trata fundamentalmente de actividades asociadas con una
de las tres escalas, no constituyen estudios de cada escala por separado. Por ejem­
plo, el imperialismo es un concepto que se asocia con la escala global, pero nues­
tra tesis es que no puede ser entendido a menos que se tengan en cuenta los gru­
pos de toda índole que actúan en el seno de los Estados. Por otra parte, los
50 Geografia Política

partidos políticos actúan a escala nacional, pero demostraremos que no pueden


ser entendidos sin tener en cuenta la escala global. En cada capítulo los argumen­
tos varían de escala dependiendo del tema que se explique en concreto.
Todos los capítulos tienen un esquema parecido. Empezamos repasando enfo­
ques anteriores, que consideramos «legados» diversos de la geografía política, aun­
que, a continuación, haya que desechar parte de esa herencia porque ha dejado de
ser relevante, o es falsa e induce a equívocos. Pero otras partes de nuestro legado
se utilizan como punto de partida y se desarrollan. Por último, se añaden algunos
elementos a la geografía política aplicando la lógica de los sistemas-mundo. Resu­
miendo: desechamos, desarrollamos y creamos ideas geográfico-políticas.
Los capítulos 2 y 3 están dedicados respectivamente a la geopolítica y al impe­
rialismo. En la geopolítica nos encontramos con el legado de la «política de po­
der», y en el imperialismo con un legado marxista y revolucionario. Las dos he­
rencias, a pesar de que son muy distintas políticamente, son criticadas con la
misma severidad porque son excesivamente estadocéntricas. Como marco teórico
alternativo planteamos ideas sobre la construcción del Estado y sobre los ciclos
políticos, presentando un modelo dinámico de la política en la economía-mundo.
Los elementos nuevos que se derivan de nuestro análisis de los sistemas-mundo
son las geografías del imperialismo y el papel de la antigua URSS en la geopolí­
tica.
En los capítulos 4 y 5 nos ocupamos de la clásica trilogía de la geografía polí­
tica: territorio, Estado y nación. Desde nuestro punto de vista, el legado de los es­
tudios sobre el Estado territorial está imbuido de desarrollismo y funcionalismo,
en tanto que el legado del nacionalismo tiene un carácter excesivamente ideoló­
gico. Nosotros, en cambio, planteamos ideas sobre el Estado como mecanismo de
control, y sobre la nación como vehículo de consenso político. Las reinterpreta­
ciones y las nuevas ideas que nacen de la lógica de los sistemas-mundo incluyen la
estructura espacial del Estado, una teoría de los Estados en la economía-mundo y
una teoría materialista del nacionalismo.
El capítulo 6 se ocupa de la geografía electoral, situándose en la misma escala
que el anterior. Los trabajos que podemos considerar «legado» tienen un alcance
geográfico muy restringido: los Estados del centro han sido el objeto principal de
estudio, y ello es debido a que en la mayoría de esos estudios se ha utilizado una
teoría liberal de las elecciones. Nosotros utilizamos la lógica de los sistemas-
mundo para interpretar las elecciones y el funcionamiento de los partidos en todo
el mundo. Aunque la geografía electoral constituye una de las áreas que más se ha
desarrollado en la geografía política actual, presentaremos argumentos en favor de
un replanteamiento profundo de esta área.
En los últimos capítulos consideramos que la escala local son las localidades
que experimentamos en nuestra vida cotidiana. En el capítulo 7 consideramos las
localidades como escenarios en los que tiene lugar la política. Esta «política de la
localidad» se introduce por medio de un análisis del legado de los estudios espa­
ciales en que la política desaparece. Al recuperar la política nos dedicamos a estu­
diar los conflictos, formales e informales, que han caracterizado la geografía polí­
tica local. Acabamos el capítulo con una disertación sobre las ciudades mundiales,
enlazando de este modo lo global con lo local. En el capítulo 8 pasamos de consi­
deraciones sobre el espacio a consideraciones sobre el lugar, por lo que nuestras
localidades adquieren mayor «calidez». En este caso es el legado de la ecología el
que esconde la política, pero ahora la reactivación origina una política de las
«identidades emplazadas en lugares» (identities in places). En estos «lugares que
El análisis d e los sistemas-mundo en geografia política 51

progresan», exploramos la idea del nacimiento de una nueva política de la identi­


dad a través de las instituciones principales del sistema-mundo moderno —es
donde finalmente consideramos algo de mayor entidad que el Estado— . Con­
cluimos con lo que puede convertirse en el principal estimulante para la nueva
política: la globalización ecológica.
El resultado es una geografía política que intenta que nos replanteemos la in­
vestigación desde el punto de vista de los sistemas-mundo. No sólo hay algo de
vino nuevo en botellas viejas, sino que también hay algo de vino añejo en botellas
nuevas. Aunque el vino de esta cosecha no haya madurado suficiente todavía, es
de esperar que al lector perspicaz no le resulte demasiado amargo.

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