Entrevista Con El Dr. Javier Álvarez

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Javier Álvarez: «El diagnóstico de

esquizofrenia, en el 90% de los casos, es


una sentencia de muerte en vida»
Publicado por  Alejandro García  y José Valenzuela
 

Tras casi cuarenta años ejerciendo como psiquiatra, el doctor  Javier Álvarez (Ponferrada, 1950)
ha optado por un plan de jubilación bastante poco convencional. De ser jefe de servicio del
Hospital de León se ha pasado al activismo por el cambio psiquiátrico. Su asociación, Nueva
Psiquiatría, es el producto de su larga experiencia profesional unida a una fuerte inquietud
humanista y una mentalidad crítica con el rumbo que ha tomado la atención a la salud mental.

Nos encontramos en Barcelona con un hombre amable de apariencia calmada, incluso algo
ascética, de mirada intensa. Imagen que deja paso a una fuente inagotable de pasión por el saber,
curiosidad investigadora y sabiduría en cuanto empieza a contestar a nuestras preguntas. La
misma fuerza que le permite llevar adelante un proyecto de esta envergadura.

Además de psiquiatra eres doctor en Filología Hispánica. Escribiste una tesis sobre la
relación entre la mística y la depresión.

Es algo que ocurrió de forma casual. Por razones que no vienen al caso, durante los años noventa
estuve muy ligado a las Carmelitas Descalzas de León. Esto me permitió conocer la obra en prosa
de San Juan de la Cruz. Todo el mundo conoce sus poesías, pero casi nadie sabe que tiene esas
mismas obras en prosa. Muy engorrosa, obsesiva y difícil de leer, pero muy interesante desde el
punto de vista místico. Leyendo el libro segundo de Noche oscura, me di cuenta de que describía
perfectamente la depresión melancólica tal como la definen los psicopatólogos. Con todos los
síntomas, unos datos muy precisos; quien describe eso, o lo ha vivido, o se lo han contado de
primera mano. La inhibición melancólica, el sufrimiento, la parálisis del pensamiento, las ideas
delirantes de ruina, estaba todo. Además, con interpolaciones de alivio, los «toques gozosos que
me envía Dios» en los que siente todo lo contrario. Es decir, también describe la psicosis maníaco-
depresiva o trastorno bipolar. Es la primera persona que usa la palabra interpolar, quinientos años
antes del DSM-III.

Me llamó mucho la atención, así que quise hacer una tesis sobre ello. Se lo propuse al catedrático
de Literatura Española de la Universidad de León, le pareció muy atractivo y me la dirigió. Hacerla
me obligó a revisar la mística cristiana —también la musulmana y la oriental— y descubrí que
había una tradición muy larga del estudio de lo que se conoce como la noche, el desierto, el
descenso a los infiernos, la purificación, el ser destruido para nacer a una nueva vida… esas
vivencias depresivas existen a lo largo de toda la mística. Vi que, además de elementos depresivos
y maníacos, la mayoría de los místicos experimentaban otras vivencias extraordinarias como dones
de Dios. Describen una serie de elementos que forman parte de la psicopatología en psiquiatría:
las alucinaciones, las ideas delirantes, las revelaciones que San Agustín llama visiones
intelectuales puras. De repente, tienes un conocimiento nuevo que se te impone y que crees con
absoluta verdad, que es el sinónimo de idea delirante primaria en Jasper.

¿Te ha influido esta inquietud humanista en tu práctica profesional? ¿De alguna manera has
podido aprovechar todo ese bagaje?

Influye porque, al descubrir todo aquello, decidí extenderlo fuera de los místicos a artistas,
creadores, literatos… y encontré las mismas vivencias en gente tan dispar como Marcel
Proust o Dostoyevski. Las obras de Dostoyevski están cargadas de vivencias psicopatológicas. Él
era epiléptico y durante las crisis parciales, en el aura que precedía a las crisis generalizadas, tenía
esas vivencias del «minuto sublime», de gozo inefable, de depresión y melancolía. También en
pintores como Van Gogh, con esos retorcimientos que hace en todas las figuras, esa distorsión
que debía percibir. Que yo mismo he percibido en alguna ocasión haciendo mucho deporte o
activando demasiado el cerebro: llega un momento en que la luminosidad cambia y entonces
percibes las formas diferentes.

Este hallazgo me ha llevado a elaborar el concepto de hiperia, porque si todas esas vivencias han
sido fuente para muchas personas de una creatividad inmensa, no las han concebido como
patológicas sino integrado como normales en su vida, entonces quizá deberíamos plantearnos las
cosas de otra manera. A partir de ahí he procurado, cuando mis pacientes vienen con esas
vivencias, formular los casos desde otra perspectiva y no desde la psicopatología que dice que, si
tal síntoma aparece, eso es un fenómeno patológico. Si todas las mañanas oigo a la Virgen María
que me habla, me ayuda y me tranquiliza y me da normas de vida para afrontar el día… ¿por qué
eso va a ser patológico? Sin embargo, en psicopatología el fenómeno alucinatorio está descrito
como está: una percepción real que proviene del exterior sin estímulo que la provoque. Ya, pero
esto se mete en la psicopatología, ¿por qué?

Hablaríamos de que, si se escuchan voces, no preocuparse tanto por suprimirlas, sino por
comprender el motivo de que suceda.

Hildegarda de Bingen, una de las místicas que leí, oía voces y tenía visiones a los cinco años,
sobre todo alucinaciones auditivas. Como era hija de nobles, a los nueve años la metieron en un
convento, según la costumbre de la época. Allí su maestra Jutta le decía: «De eso que oyes no
tienes que hablar con tus compañeras, porque si no te van a etiquetar de chiflada». Tuvo toda la
vida estas alucinaciones que no le supusieron ningún problema, al contrario, las interpretaba como
audiciones divinas. Que le ayudaron a crear sus obras de música, una forma de gregoriano
bastante monótono. Pero, bueno, ha sido una mujer creadora en cuanto a literatura y obra musical.
¿Por qué eso va a ser patológico?

Se puede decir que ese sería el origen de Nueva Psiquiatría. A partir del descubrimiento de San
Juan de la Cruz, empiezo a concebir la psiquiatría de otra manera. Por supuesto, para la mayoría
de una manera muy heterodoxa, pero que a mí me convence y que a las personas que tienen
estas experiencias y que son etiquetadas de algo también les convence.

Pues te lo íbamos a preguntar, de dónde había surgido esta idea de Nueva Psiquiatría.

El origen primero surge de esa tesis. Después, al darme cuenta de que además de la depresión
aparecían otras manifestaciones psíquicas, seguí profundizando y llegué a la conclusión de que la
única entidad clínica que permite explicar esos fenómenos integrando todas estas experiencias de
esos creadores —sean literatos, artistas o científicos— serían las crisis epilépticas parciales
simples en las que no hay alteración cuantitativa de la conciencia. Lo que antes se llamaban
ausencias: una crisis epiléptica parcial que precede a la generalización. Es una vivencia psíquica
en la que el sujeto tiene una experiencia extraordinaria. Pocos segundos después se produce un
ataque convulsivo generalizado. Hoy se sabe que esas crisis parciales pueden aparecer sin que
haya generalización posterior. Una parte del cerebro se enciende hipersincrónicamente y da lugar
a una vivencia: una alucinación, una idea delirante, una despersonalización, un ataque de pánico,
un déjà vu… Esto significa que un grupo de neuronas —doscientas mil, o diez millones—,
inusualmente y sin que se sepa muy bien por qué, se organizan para activarse a la vez en
determinada zona del cerebro: si es en el área temporal será una vivencia afectiva, en la occipital
será una visual, si es en la zona temporal posterior se llamará auditiva… Entonces no me quedó
más remedio que hacer una segunda tesis doctoral sobre mística y epilepsia, que la hice en
Medicina y ahí planteé la hipótesis de la hiperia.

Esto le puede pasar a cualquiera.


Sí, hay vivencias hipéricas que están descritas como epilépticas y que las tenemos todos. El déjà
vu hay muy pocas personas que no lo hayan experimentado alguna vez. Si te lo están registrando
en ese momento con el electroencefalógrafo, produce una punta, y el epileptólogo te dice «crisis
parcial simple». Y, como esas, otras muchas. No voy a entrar en las epilepsias reflejas, pero la
epilepsia musicógena significa que con un estímulo musical se te despiertan vivencias afectivas
que no sabes de dónde vienen y que te inundan: una alegría, a veces mezclada con tristeza que te
hace llorar sin saber por qué… esas son experiencias que hemos tenido todos oyendo música. Por
tanto, me pregunto qué sentido tiene seguir llamándole a esto epilepsia como algo patológico, por
qué no hipersincronía hipérica y asumirlo como un funcionamiento normal del cerebro. Porque
todos tenemos esa capacidad, unos más desarrollada que otros. De aquí surge la hipótesis de la
hiperia, que por supuesto concibe todas esas experiencias como normales.

Esta visión que desarrollas contrasta con la práctica psiquiátrica que te debiste encontrar.
¿Cómo era cuando tú empezaste? ¿Cómo ha evolucionado con los años?

Cuando yo empecé era mejor que después. Yo hice la especialidad del 73 al 76, cuando me dieron
el título de especialista. Aquella psiquiatría era más holística que la actual. A pesar de que yo me
formé con un catedrático de Psiquiatría que era de corte básicamente biologicista, que tenía un
enfoque de psiquiatría clásica. Un hombre que había estado varios años en Alemania estudiando
psicopatología de autores alemanes y franceses. El concepto entonces era que la enfermedad
mental tenía base orgánica, pero se contemplaban al mismo tiempo los factores ambientales y
sociales que pueden influir en que esa premisa orgánica se ponga en marcha o no. Pero la
psiquiatría que aparece a partir del año 80, y que fueron los que me llegaban a mí al servicio en
que trabajaba en León… la verdad es que me he quedado alucinado con lo que ha ocurrido con la
psiquiatría.

¿Qué es lo que más te sorprende?

Que la psiquiatría, de una manera no casual, sino causal y predeterminada, se ha convertido no en


biologicista, sino en bioneurotransmisora. Hoy todos los trastornos psiquiátricos los explican a
través de la neurotransmisión. Lo cual es una utopía, porque conocemos una millonésima parte de
lo que hay. Se supone que hay cien mil neurotransmisores o más en nuestro cerebro, y solo
sabemos el funcionamiento —muy por encima— de quince a veinte. ¿Cómo me atrevo entonces a
decir que entidades tan complejas como la esquizofrenia o el trastorno bipolar son debidas a un
fallo de la dopamina? O, cuando eso no da resultado, es un fallo del glutamato, o, cuando tampoco
da resultado, busco otro. ¿Y los otros cien mil cómo intervienen en la esquizofrenia? Pero nos
venden la moto de que se sabe cuáles son los mecanismos bioquímicos de esas enfermedades y
es mentira. Esto hay que decirlo; solo hay indicios.

Si a un astrónomo le preguntan qué se conoce del universo, te dirá que de la Tierra sabemos
bastante. De Marte mucho menos, acabamos de descubrir que hay agua. De Urano no conocemos
casi nada y de la galaxia de Andrómeda prácticamente no tenemos ni idea. Pues así está el
conocimiento del funcionamiento cerebral, hay que ser honestos. Lo mismo con las causas. Llevan
cuarenta años buscando las causas genéticas de la esquizofrenia. ¿Y adónde han llegado? Que yo
recuerde, en 2013 había doce mil marcadores posibles de esquizofrenia. Al principio eran dos o
tres, pero encuentran cada vez más. Como dice Jim van Os, se está dando la paradoja de que la
esquizofrenia es algo que está en el genoma, va con la condición humana. Lo cual me encanta,
porque creo que esa enfermedad ni existe, ni debe seguir diagnosticándose. De hecho, los
estudios genéticos van en ese camino. Los más organicistas ya están renunciando a la búsqueda
de una explicación genética. Cargan más las tintas en el factor ambiental, en esa posible
predisposición genética, pero sobre la que es imprescindible que actúen factores ambientales para
que esas variantes se activen.

Algunos profesionales nos comentaban que esa hiperespecialización en la parte más


biológica o neurológica hace que surjan profesionales en la práctica clínica que desconocen
totalmente la historia de su disciplina. Que no leen filosofía, ni novelas y que al final eso es
tan importante como lo otro para comprender la base del sufrimiento humano.

Lo comparto completamente. Cuando empiezan a llegar los psiquiatras formados a partir del DSM-
III —porque todo tiene una causa, y el punto de inflexión de la psiquiatría se produce ahí—, su
formación es exclusivamente bioneurotransmisora y lo demás lo ignoran. Y te miran como un bicho
raro que crees en cosas humanísticas, como si fueras poco científico. Luego se dan cuenta con la
práctica clínica de que no les queda más remedio que adquirir otras herramientas porque los
fármacos dan muy poco de sí. Pero esto a mí no me extraña, porque no es casual. Viene
programado desde entonces, nos están intentando meter a todos por esa misma vereda de la
neurotransmisión. Si a los residentes en Psiquiatría la única formación que se les da es esa, pues
tiene que ser gente muy curiosa y ávida de conocimientos para salirse de lo que le bombardean
durante su periodo de enseñanza. O bien chocar con la realidad clínica cuando ya son
especialistas y darse cuenta de que necesitan otras herramientas. Hoy muchísimos psiquiatras
jóvenes están convencidos de que la psiquiatría bioneurotransmisora es la única que permite
explicar los trastornos psiquiátricos y en la que hay que basarse para entenderlos. A mí eso me
parece un error garrafal.

Tú debiste vivir el movimiento de la antipsiquiatría.

Yo viví los coletazos, porque va desde los sesenta a mediados de los setenta. Lo que pasa es que
en España estábamos en las postrimerías de la dictadura franquista y aquí no había mucha
posibilidad, pero sí que, en el periodo de formación, leía a todos los antipsiquiatras: a Cooper,
a Laing, a Basaglia… y me empapé de ellos. La hipótesis de trabajo de Cooper, la metanoia, es
muy atractiva: el esquizofrénico no es que esté paranoico, está más allá de vuestra mente y es el
único que ha sido capaz de librarse de las influencias sociales, y por eso prefiere vivir en otro
mundo. Por lo menos esas lecturas influyeron en mi manera de concebir la psiquiatría.

¿Qué te ha influido más a la hora de plantearte Nueva Psiquiatría, si es que has tomado algo
de la antipsiquiatría?

Creo que es un continuo. La naturaleza, afortunadamente, me ha dotado de un cierto grado de


locura, o de problemas psiquiátricos, y eso me permite empatizar cuando oigo conflictos psíquicos.
Ha sido un proceso en que las explicaciones fáciles de los libros no eran suficientes. Hay un hecho
recurrente: si te paras a profundizar en los síntomas de un paciente —por ejemplo, en sus ideas
delirantes—, si dedicas horas con él, aunque solo sea al nivel de confrontación lógica y racional, al
final ni el paciente ni tú sabéis si está delirando o no. Las cosas se difuminan y no son como
aparecen en los textos, aunque sean clásicos de psicopatología.

Desde mi condición personal, pasando por la época en que empecé a formarme en Psiquiatría, ver
el desaguisado que vino después con el DSM-III y finalmente descubrir la obra de San Juan de la
Cruz —que me permitió acceder al conocimiento teórico de la mística y ver que había otras
explicaciones—, todo este conjunto de factores es el que me ha hecho replantearme la profesión.

Por otro lado, eso se relaciona con la creación de Nueva Psiquiatría, que es un movimiento
práctico. No son hipótesis ni creencias ni formas de hacer mi trabajo profesional, sino que es un
movimiento de activismo por el cambio psiquiátrico, que consideramos que es necesario e
imprescindible.

Hay más movimientos por el cambio psiquiátrico, en Inglaterra por ejemplo la asociación de
psiquiatras se negó a seguir usando el DSM. ¿Os coordináis con otros movimientos que
promuevan cambios?

Sí, nos coordinamos. O lo intentamos, aunque tengamos dificultades. Siempre he sido una persona
inadecuada, he vivido mucho en la imaginación —la «loca de la casa», como decía Santa Teresa
de Jesús—. Cuando aterrizo en la realidad y hago algo que se relaciona con los demás, casi
nunca ha sido de la manera más adecuada. Al poner en marcha Nueva Psiquiatría, yo desconocía
los movimientos de activismo existentes. Y no los citaba, hablaba de mi planteamiento. Esto me
granjeó muchas hostilidades, lo cual es lógico, porque, si ya había gente que llevaba grupos de
autoayuda y profesionales con años de trabajo por el cambio psiquiátrico, aparecer yo
proponiéndolo… eso nos ha dificultado la relación con grupos de activismo en España. Pero
intentamos cicatrizar esas heridas, de las que me culpo personalmente.

Estamos en contacto con movimientos internacionales, diría que los más potentes y significativos
en cuanto a cambio psiquiátrico, como es Jim van Os, en Holanda. Jim es psiquiatra y profesor de
la Universidad de Utrecht, un hombre con un nivel clínico e investigador muy elevado, en la línea
de lo que hemos hablado antes; hay que cuestionárselo todo otra vez, los diagnósticos y los
tratamientos, como se están haciendo no valen. Hay que acercarse al entorno del usuario,
conocerlo y empaparse de los factores sociales y vitales para intentar resolver algo. Jim van Os
vendrá a dar una conferencia de Nueva Psiquiatría el 20 de abril a Madrid.

Además, está Jaakko Seikkula, un psicólogo al que en 1985 la sanidad finlandesa nombró jefe de
servicio en Laponia Occidental, y le permitió poner en marcha un modelo asistencial psiquiátrico
totalmente diferente, que se llama «Diálogo Abierto» y que consiste sencillamente en que, en lugar
de que el paciente acuda con la crisis aguda al dispositivo psiquiátrico, es el equipo psiquiátrico el
que, coordinado con atención primaria y trabajadores sociales locales, se desplaza allí. Se discute
el caso con todos los elementos del entorno (familia, compañeros de trabajo, amigos…) y se valora
hasta que se llega a una composición de lugar de qué ocurre. Después, el equipo se reúne para
hacer una propuesta diagnóstica, explicada a todos también, y en función de esto se inicia un
tratamiento no farmacológico la mayoría de las veces. Lo interesante del Diálogo Abierto es que en
el 80% de los casos de psicosis no necesitan usar psicofármacos, sino un diálogo horizontal lo más
abierto posible para clarificar el conflicto. El nivel de reintegración social de esos pacientes con
psicosis aguda es también del 80%, a diferencia de otros países donde baja al 40%. Seikkula
vendrá en octubre a dar una charla patrocinada por Nueva Psiquiatría.

También nos comunicamos con Joanna Moncrieff en Inglaterra, que es una de las figuras más
representativas de Critical Psychiatry. De hecho, también dará una conferencia en julio. Está
especializada en psicofarmacología y nos hablará sobre las barbaridades que se están haciendo
con los psicofármacos. Son contactos aún débiles porque somos una asociación naciente, y
porque además hemos renunciado totalmente a todo tipo de subvenciones. No queremos dinero
porque lo acaba corrompiendo todo. Acabas teniendo una asociación como Cruz Roja o como
Cáritas, por poner alguna, que puede cumplir algunos de los cometidos originales que tenían, pero
son más una empresa que otra cosa.

¿Entonces con qué tipo de recursos trabajáis?

Lo que hacemos es un trabajo diario, persona a persona, para formar grupos de soporte… para
aprender a enfocar el problema psiquiátrico de otra manera distinta. Porque creemos que es
imprescindible crear un tejido social de profesionales, usuarios y familias. Y también simpatizantes,
porque puede haber personas que no estén directamente implicadas en la psiquiatría, como son
los enseñantes o los medios de comunicación, pero que quieran formar parte de esos grupos. Es
complejo explicar esto, pero solo con que un familiar escuche de varias personas, incluidos
profesionales: «La esquizofrenia que le han diagnosticado a su hijo, póngala en tela de juicio
porque entre otras cosas no se sabe ni lo que es», es un cambio importante. Entre todos cuentan
su experiencia y eso permite abrir otras perspectivas a esa madre que asumía que su hijo sería un
inválido crónico y estaba preocupada por dónde dejarlo cuando se muera. De eso se trata en estos
grupos, de aportar una perspectiva diferente a la que nos transmite la psiquiatría oficial. Así puedo
ir después a mi psiquiatra o psicólogo sabiendo que eso que me cuentan de que los reguladores
del humor para el trastorno bipolar son de por vida no es cierto. Que eso es una hipótesis que no
está ni mucho menos probada. Que sigue habiendo recaídas a pesar de los reguladores, y que no
quiero estar toda la vida tomando litio porque me está jodiendo el riñón o produciendo un
hipotiroidismo, y, si estoy siete años sin recaídas, pues no es necesario. Es ese empoderamiento el
que buscamos.

Con esto ya nos has contestado a medias la siguiente pregunta, porque queríamos saber
cuáles eran para ti los problemas actuales de la atención a la salud mental.

El mayor problema que tiene la psiquiatría actual lo dijo Thomas Insel cuando todavía era
presidente del National Institute of Mental Health (NIMH): «El mayor problema de la psiquiatría es
que hemos llegado a una sociedad donde la mitad de la población cumple criterios para un
diagnóstico psiquiátrico». En 2005, cuando Kessler publica un artículo sobre la prevalencia de la
enfermedad mental en Estados Unidos y llega a la conclusión de que uno de cada dos
norteamericanos reúne criterios para ser diagnosticado, se empiezan a remover todos los
gabinetes de los equipos directivos de la salud mental de todos los gobiernos del mundo
preguntándose adónde hemos llegado. ¿Cómo es posible que la mitad de la población sea
enferma mental? Algo no va.

El trabajo de Kessler se replicó en otros países del norte y de Centroeuropa, y los resultados son
parecidos: 47% en Holanda, 45% en Francia. Entonces en 2013 sale el DSM-V e Insel, aún
presidente del NIMH, lo recibió con estas palabras: «Nuestros pacientes se merecían algo mejor…
el principal fallo del DSM es que no tiene validez». El NIMH retiró todo apoyo económico a
investigaciones basadas exclusivamente en diagnósticos DSM. Insel se despidió dos años después
diciendo: «Si llenáramos el hueco que hay entre lo poco que sabemos y lo demasiado que
hacemos, salvaríamos muchas vidas». El modelo DSM es el que sigue imperando en los países
desarrollados en un 90% de la práctica psiquiátrica. Lo que ha ocurrido con el DSM-III ha sido
funesto.

Es un relato chocante, cómo se elaboró el DSM-III. Más de setenta psiquiatras reunidos en


una sala creando las categorías y síndromes; después ha ido evolucionando en ediciones
posteriores. No parece un manual muy riguroso. ¿Crees que con el DSM-V esto ha tocado
techo y no tiene más futuro o por dónde van a ir los tiros?

Yo pienso que el DSM-V ha tocado techo, porque las autoridades sanitarias de todo el mundo han
dicho que hasta aquí hemos llegado. ¿Sabes lo que es media población enferma mental? Implica
un 20% de población con minusvalías psíquicas, con incapacidades. No hay dinero para pagar eso
ni desde el punto de vista sanitario, ni social, ni de la pérdida de horas laborales que produce.
Supondría el hundimiento de la economía. Es una barbaridad a la que hemos llegado y de ahí no
podemos pasar. Me atrevo a pronosticar que no va a haber DSM-VI. El DSM-I aparece en el año
1952 y tenía ciento seis trastornos psiquiátricos, cuya definición seguía siendo la que daban los
textos de psiquiatría. El DSM-III introduce por primera vez el elemento de criterios concretos de
diagnóstico psiquiátrico. Entonces el manual dice: «Si de estos siete síntomas hay tres, podemos
diagnosticar esquizofrenia». Esto fue una perversión tremenda.

La esquizofrenia la describió Bleuler en 1912 como un concepto bastante complejo y distinguía


entre síntomas primarios, que eran los que permitían definirla, y síntomas secundarios, que eran
una especie de secuelas. La concibe como una ruptura, una fragmentación —es lo que significa
esquizofrenia, mente partida— de las distintas partes de la mente. El pensamiento, la afectividad,
la percepción empiezan a ir por su lado, y eso da lugar a unos síntomas primarios que son: la
alogia, donde el sujeto no es capaz de razonar lógicamente; el aplanamiento afectivo, esa persona
no es capaz de establecer sentimientos válidos o adecuados; y la tendencia autista, donde se
repliegan en sus pensamientos y cada vez establecen un contacto más superficial. Estos síntomas
primarios, a los que después se pueden añadir alucinaciones o ideas delirantes, es a lo que Bleuler
llamó esquizofrenia. Que es lo que Kraepelin llamaba psicosis maníaco-depresiva. ¿Qué hace el
DSM-III? Con que tenga una alucinación y una idea delirante es suficiente para diagnosticar una
esquizofrenia. ¡Pero si se pueden tener por mil razones! Un estrés mantenido, cuatro días sin
dormir, seis semanas de exámenes, una sustancia psicotóxica… Cualquier sustancia del
organismo o pequeña alteración cerebral que aún no se haya revelado puede dar lugar a
alucinaciones. Entonces, ¿cómo con esos dos síntomas secundarios se atreven a diagnosticar una
esquizofrenia cuando luego muchas veces, años después, resulta que tenía una esclerosis en
placas que no había aflorado? Esta es la perversión del DSM-III.

Con el trastorno bipolar, lo mismo, flexibilizó los diagnósticos de tal manera que pasamos de
quinientos mil maníaco-depresivos en España en aquellos tiempos a que se multiplicaran por tres o
por cuatro actualmente. Este caso es aún más grosero, porque la psicosis maníaco-depresiva
exigía que hubiera una fase maníaca, donde la persona está por las nubes, y otra melancólica
clara, donde está completamente hundido. ¿Qué hace el DSM-III? Basta con una fase maníaca
para diagnosticar un bipolar. ¿Por qué? El argumento es que la fase melancólica se da por
supuesta. Reacciones maniformes pueden ser debidas a muchas razones, que a veces tardan
años en aparecer. Pero, si están ocultas, el psiquiatra, que solo tiene esa formación, diagnostica
fase maníaca: como no hay causa manifiesta que lo explique, trastorno bipolar. Que es equivalente
a enfermedad orgánica, hereditaria, para siempre y que necesita un tratamiento farmacológico
crónico. Hay un millón y medio de personas en España tomando antiepilépticos y litio como
supuestos reguladores del humor —digo supuestos porque he visto recaídas con y sin litio—, y
creo que las dos terceras partes no tienen lo que antiguamente se llamaba una psicosis maníaco-
depresiva. Esto es una tragedia. Es que es grave. En el DSM-III ya se amplían los diagnósticos de
ciento seis a más de trescientos. A partir de ahí la cosa se ha moderado, y el DSM-V tiene solo
más de trescientos cincuenta. El varapalo ha venido con el DSM-III.

¿Qué motivo crees que hay detrás de esa aparición del DSM-III y esa tendencia que ha
habido?

La industria farmacéutica. Yo no veo otra explicación. El otro día leía un artículo de un psiquiatra
bastante lúcido que decía que entiende que la industria farmacéutica haga eso porque está para
obtener beneficios. No puedo compartir esa afirmación, porque estará para obtener beneficios,
pero no a cualquier precio, sino siempre que dé salud. Si lo que provoca es daño y más
enfermedad, entonces ya no es una industria farmacéutica, es un capital desbocado. Pero creo que
estamos en esa situación. Es fácil ver que la industria en estos últimos años, más que buscar
mejorar la salud de las personas, busca vender. Dedíquese usted a la cosmética o a prestar
servicios, pero no a la salud.

En psicofarmacología es evidente que todo este cambio ha sido promovido, dirigido y


meticulosamente llevado a cabo por la industria farmacéutica. Y, hay que decirlo también, con la
connivencia de lo que podríamos llamar «creadores de opinión» en psiquiatría. Esto viene de
Estados Unidos. Yo no conozco cómo funciona la APA, donde hay quince o veinte mil psiquiatras,
y cómo ha conseguido ese grupo directivo llevar las aguas hacia el terreno que les indica la
industria farmacéutica. Lo que sí sé es cómo funciona en España. Cualquiera que tenga curiosidad
por saber cuál es el grupo de treinta o cuarenta psiquiatras que están en el núcleo de toda esta
trama —pagados como asesores, consultores o conferenciantes—, lo tiene muy fácil. Los datos
están ahí, con abrir la página de Cibersam es suficiente. Es un centro financiado
fundamentalmente por el Instituto Carlos III, en el que hay veinte grupos de investigación
psiquiátrica.

Si buscas los veinte jefes de investigación, te das cuenta de que la mayoría de ellos son también
jefes de los servicios de psiquiatría de los hospitales más representativos de España. Al mismo
tiempo, son catedráticos y profesores titulares de Psiquiatría de las principales facultades de
Medicina de España. Además de eso, organizan todas las conferencias, congresos y cursos donde
reciben información los que se forman en psiquiatría. Ellos mismos dicen en su presentación que
publican el 90% de las investigaciones que se hacen en psiquiatría. ¿Esta gente en qué línea
trabaja? Cuando te metes en la página de Cibersam y miras qué publica cada uno, te vas dando
cuenta. Y por eso nos han impuesto el sistema que nos han impuesto, que es un sindiós. La mitad
de la población está enferma. Eso es un sinsentido, pero el afán es venderle psicofármacos a la
mitad de la población.
¿Esta «alianza» entre psiquiatría e industria farmacéutica no supone ningún conflicto de
intereses?

Un artículo para mi gusto banal sobre el uso de la terapia electroconvulsiva incluía un apartado de


conflictos de interés. En la mayoría de las revistas indexadas en PubMed te obliga a indicarlos. Es
un artículo en el que figuran ocho autores y solo uno es español. Pues bien, tal y como se puede
leer en el propio artículo, «EVP ha recibido becas de investigación y se desempeñó como
consultor, asesor o representante de las siguientes empresas: Almirall, AstraZeneca, Bristol-Myers
Squibb, Elan, Eli Lilly, el Instituto de Investigaciones Forestales, Gedeon Richter, GlaxoSmithKline,
Janssen-Cilag, Jazz, Lundbeck, Merck, Novartis, Organon, Otsuka, Pfizer, Roche, Sanofi-Aventis,
Servier, Solvay, Schering-Plough, Shire, Sunovion, Takeda, United BioSource Corporation y
Wyeth». No acuso de nada a nadie, probablemente esto sea legal, pero dice mucho de por dónde
va la orientación que le dan a la investigación estas personas. Porque esto es válido para la
mayoría de los jefes de investigación de Cibersam y buena parte de los investigadores discípulos
suyos y a quienes están formando ellos.

Hay otro artículo donde aparecen psiquiatras españoles —casi todos de Cibersam excepto


algunos, que son empleados de un laboratorio farmacéutico de Barcelona— en donde te das
cuenta de que los propios empleados del laboratorio y esos trece señores están trabajando
conjuntamente. En los conflictos de interés, la ética de la revista les obliga a decir que tres son
empleados de AB Biotics, y los demás tienen conflictos con quince laboratorios, incluido AB Biotics.
Con lo cual no hay más que decir. Esto es lo que hay, no es una denuncia, insisto. Estoy dando
cuenta de datos públicos para que la gente, usuarios, familiares, profesionales —que hay muchos
profesionales que ignoran todo esto y actúan de buena fe— sepan lo que hay.

Estaríamos ante un escenario donde un grupo de personas con mucha influencia están
decidiendo qué es una enfermedad mental y qué no. Explícale a una persona que lo que se
consideraba que tenía, que era una enfermedad mental, de repente desaparece.

En el DSM-III desaparece la homosexualidad como enfermedad mental, que se dice pronto. Esto
es muy importante: desaparece porque los propios «afectados», los homosexuales, deciden que
hasta aquí hemos llegado y se unen. Esto es lo que tenemos que hacer ahora con la mayoría de
los trescientos cincuenta trastornos psiquiátricos que nos han metido. Concienciarnos,
empoderarnos y decirles: «Métanse ustedes estos trastornos psiquiátricos por donde les quepan,
porque no tragamos por ahí». Hoy, si comes poco, anorexia. Si comes mucho, bulimia. Si comes
poco y luego te das atracones, trastorno por atracones. Pero ¿qué hay, tres enfermedades
distintas? ¿Hay tres receptores distintos de los doce que se conocen, de ciento cincuenta mil que
no se conocen, para esto?

O lo que está ocurriendo en Estados Unidos con la psiquiatría infantil. Debe haber unos cinco
millones de niños tomando anfetaminas para el TDAH. Pero ¿ustedes de qué van? Luego sale el
Departament de Salut preocupado —como el propio Congreso de los Diputados— porque no se
está prestando suficiente atención al TDAH y hay muchos niños que lo padecen y no se están
medicando. Su folleto, concretamente, dice que es un trastorno debido a una disfunción del lóbulo
prefrontal. ¡Pero si del lóbulo prefrontal no se sabe prácticamente nada! Solo que parece ser que
es lo que distingue al hombre del mono. Pero de los procesos afectivos, cognitivos, verbales, de
conciencia que ocurren allí no sabemos mucho. Cómo se atreve usted a decir que algo tan
específico y tan vago al mismo tiempo como que un niño sea inquieto es debido a una alteración
del lóbulo prefrontal. El problema es que, a los dieciocho años, como la anfetamina no les sirve
para nada y seguirán mal, buena parte de ellos comenzará con antipsicóticos y al cabo de poco
tiempo acabarán con diagnóstico de esquizofrenia. La incidencia de esquizofrenia en los últimos
años se ha multiplicado por tres o cuatro en los principales países de Europa entre la población
joven. Es toda una deriva hacia la catástrofe.

Por un lado, estaría ese empoderamiento que está apareciendo entre los afectados, que van
adoptando el modelo asociacionista del feminismo y movimientos LGTBI, y, en la otra parte
de la balanza, los profesionales, a los que les cuesta entender que quizá no saben tanto
como parece y decidirse a salir de esa posición privilegiada. Decidir que alguien está
enfermo o no le cambia la vida a un paciente, pero, por otra parte, está validando tu
profesión. ¿Qué opinas de ello?

Estoy de acuerdo, pero matizaría. Un estudiante creo que hoy termina la carrera de Medicina con
veinticuatro años. Preparas el MIR, lo apruebas y empiezas la especialidad. Un chaval de esa
edad, al que durante cuatro años están bombardeando literalmente con cursos, congresos y
prácticas diarias en una orientación determinada, cuando se pone a ejercer la especialidad,
entiendo que lleve unas orejeras que le hacen muy difícil ver otra cosa. Irá aprendiendo a base de
darse cacharrazos con los malos resultados de solo utilizar psicofármacos. También quiero
puntualizar, estoy convencido de que hay muchos psiquiatras que intentan hacer su trabajo de
forma honesta y lo mejor que pueden. Por lógica ha de ser así. Si alguno de vosotros es psicólogo,
sabéis que tanto la psiquiatría como la psicología son profesiones humanistas en sí mismas,
porque estás tratando con los problemas de una persona, por mucha psicofarmacología que te
hayan metido. Ese contacto humano diario a pecho descubierto con las personas te tiene que
humanizar, te ha de influir. Creo que los psiquiatras somos la profesión más autocrítica que hay
dentro de la Medicina; el problema no está ahí, sino en esa trama entre farmacéuticas y creadores
de opinión. Es importante que seamos capaces de desmontarla; los profesionales tendrán mucho
que decir en el nuevo modelo de psiquiatría por el que estamos peleando.

El análisis que haces de los problemas psiquiátricos puede ser compartido por movimientos
pseudocientíficos o new age, que pueden verse reflejados en este planteamiento y
acercarse a vosotros. Estaba pensando en la bioneuroemoción y este tipo de
«pseudoterapias». ¿Te preocupa que se os asocie con este tipo de movimientos?

Pues sí, me preocupa. Y, a la vez, no me preocupa, porque ya se han acercado. La


bioneuroemoción, la medicina germánica de Hamer, los del reiki, los de las flores de Bach… se
han acercado todas las terapias alternativas. Pero en el artículo tercero de los estatutos de Nueva
Psiquiatría —y creo que aquí hemos acertado— dice: «El objetivo fundamental es promover para
poner fin al actual modelo psiquiátrico de modo que sea sustituido por uno diferente que elimine o
palíe el gran número de daño que comporta el actual. Ello implica poner en tela de juicio toda la
teoría y la práctica psiquiátrica». Si ponemos esto en duda, además de toda la teoría psicológica —
porque la psicología clínica está basada en gran medida en la psicopatología—, obviamente
también lo hacemos con las terapias alternativas. No estamos cerrados a nada, pero no tragamos
con cualquier cosa.

¿Cómo estáis organizando vuestro movimiento? ¿Qué acciones estáis proponiendo?

Nueva Psiquiatría se organiza en grupos que se llaman Grupos Abiertos Terapéuticos, son abiertos
porque, a diferencia de los GAM (Grupo de Apoyo Mutuo), que son estrictamente de usuarios o
familiares, los forman además profesionales y simpatizantes. Todo el que pueda aportar puede
participar. En los GAT se escucha a todo el mundo, y si llega una persona a la que le ha ido bien
con las flores de Bach, pues bueno. No es un grupo para recibir algún tipo de tratamiento; ni el
psiquiatra ejerce como psiquiatra, ni el psicólogo, ni el que usa las flores de Bach emplea ese
tratamiento con nadie del grupo. No, el psiquiatra, el psicólogo o el abogado que quieras que te
defienda tu problema legal te lo buscas tú. Aquí lo que hacemos es compartir entre todos, conocer,
saber para empoderarnos. Para que cuando mi psiquiatra me venga otra vez con el Trevicta pueda
decidir que se acabó la inyección trimestral. Lo que intentamos entre todos es conocer cómo está
la situación y de esa manera hacerle frente.

Te he leído ser bastante crítico con las bases científicas de la profesión. ¿Tú crees que
realmente se está avanzando en validar científicamente conocimientos o mucho de lo que se
hace se reviste de un cientifismo para dar carta de naturaleza a ciertas ideas, prácticas o
suposiciones?
Yo creo que sí se ha avanzado. Sobre todo en medicina se ha avanzado en cuestiones técnicas.
Date cuenta de que dentro de poco van a desaparecer los cirujanos. De hecho, están
desapareciendo ya: hoy en día gran parte de las operaciones en el interior del organismo las hacen
los radiólogos. Han adquirido tal habilidad para ver las partes más recónditas de una arteria que
con una cámara llegan hasta el pequeño trombo que se está formando, lo raspan y evitan una
cirugía toraco-cardíaca a pulmón abierto.

También en la neuroimagen. Otra cosa es lo que se lee en la prensa. Hace años que no la leo,
pero cuando la leía me hacía mucha gracia. Cada dos o tres meses aparecían titulares como «Ya
se ha descubierto la causa de la esquizofrenia». Es verdad que con la neuroimagen le das una
tarea a una persona, por ejemplo, le dices «piense en el chocolate», y hay unas zonas del cerebro
que se activan más. Ahora, a saber por qué se activan. Si porque te gusta el chocolate, o porque
tuviste un empacho y te llevaste un disgusto, o porque tienes problemas con la alimentación. Pero
la simplificación es «ya se sabe dónde reside el pensamiento».

Se está avanzando algo en el conocimiento de la neurotransmisión, es cierto, y eso posibilitará


crear psicofármacos más específicos y con menos efectos secundarios. Ahora, que no nos digan
que esos fármacos son antipsicóticos, porque si entre todos los psiquiatras y psicólogos del mundo
no han sido capaces de definir la psicosis… Llámenlos como se los ha llamado siempre,
tranquilizantes. Díganme que son fármacos sintomáticos que calman a la persona.

No negamos estos avances, pero de ahí a que con esos conocimientos se deduzca que somos
capaces de decir qué es la esquizofrenia o el trastorno bipolar, y que además conocemos los
mecanismos neurotransmisores que lo explican y cómo revertirlo, pues ese salto es el que no
vamos a permitir, porque es el que le interesa a la industria farmacéutica. Pero es falso.

La crítica al DSM es el vender uniformidad como si fuera objetividad. Se dice que, si vas a
diez expertos en el aparato digestivo, prácticamente todos te van a decir lo mismo, mientras
que, si vas a diez expertos en salud mental, te vas a encontrar diagnósticos que pueden
variar totalmente de uno a otro. Cómo vas a pretender que eso sea objetivable.

Mira, la artritis reumatoide es una enfermedad de la que se desconoce la causa. Se cree


endógena, al parecer con carga hereditaria y que cursa por fases; unas de actividad sintomática y
después periodos de remisión. En este sentido, se parece a la esquizofrenia o el trastorno bipolar.
Los médicos son capaces de ver la lesión en la articulación, pero nosotros los psiquiatras no
vemos nada. Que se diga que tiene el ventrículo tercero ampliado o una atrofia cortical no es
específico de nada. Hay personas completamente demenciadas que no tienen atrofia cortical
ninguna y personas con atrofia cortical manifiesta que no presentan signos clínicos de nada. Quien
trabaja con artritis reumatoide puede ir al microscopio y encontrar algo: inflamación, citoquinasas.
Existen marcadores específicos que, si aparecen en la sangre, indican que se va a producir la
artritis. Insisto, los psiquiatras tenemos doce mil marcadores de esquizofrenia que son totalmente
inespecíficos más allá de aparecer con más frecuencia en la población esquizofrénica, pero esos
mismos marcadores los puedes tener tú. Cuando yo era un psiquiatra joven se puso mucha
esperanza en el test de supresión de la dexametasona. Parecía que el exceso de funcionamiento
corticoide de la glándula suprarrenal podía ser un marcador de la psicosis maníaco-depresiva, y
durante unos años se hicieron muchos estudios. Al final resultó que no marcaba absolutamente
nada. No tenemos datos objetivos y esto hay que reconocerlo.

Si no hay evidencias biológicas y tenemos un manual diagnóstico que se basa en criterios


categoriales poco válidos, ¿cómo se enfoca la práctica psiquiátrica? ¿Hacia dónde va?

Plantear que no exista la psiquiatría ni las enfermedades mentales y empezar todo de nuevo sería
ir al despeñadero, en el buen sentido de la palabra. Yo como psiquiatra, ante situaciones
concretas, si permaneciese pasivo creo que estaría cometiendo un crimen.
Por ejemplo, una psicosis puerperal en una mujer que acaba de dar a luz. Pasa dos o tres días
completamente ida, alucinada, delirando. En estas circunstancias una chica joven en nuestra
unidad de agudos de León arrancó las rejas de la ventana y se tiró a la calle, suicidándose desde
un séptimo piso. Como psiquiatra, sé que si le pongo Valium en vena y está cuatro días durmiendo
se le pasa. Luego, si tengo esa herramienta y puedo salvar esa vida, lo hago. Quien habla de una
psicosis puerperal habla de una psicosis melancólica o una fase maníaca donde el sujeto puede
hacer cualquier barbaridad. ¿Eliminamos la psiquiatría? Pues no, tampoco puedo decir eso. En
determinados momentos estoy obligado a usar unos psicofármacos, porque sé que es la
herramienta más rápida para cortar una situación de verdadero peligro. Para eso tiene que quedar
la psiquiatría.

Del edificio psiquiátrico, en su parte médica, habría que tirar el 90% y dejar ese 10% que sí que
sirve. Y que requiere unos conocimientos médicos, porque muchas veces es distinto si esa psicosis
es debida a que la glándula suprarrenal está funcionando con más cortisol o a un problema de
hipertiroidismo. Lo que pasa es que el problema es mucho más complejo. La enfermedad humana
conlleva aflicción, sin aflicción no hay enfermedad.

Esto supone cuestionar el mismo concepto de enfermedad mental.

Mira, con dieciocho años fui a estudiar a Galicia, donde se me pusieron las manos y los pies
deshechos de hongos. Si voy a un sitio húmedo, vuelven a aparecer. Tengo una micosis latente,
pero como no me molesta no voy al médico desde hace cuarenta años. Pero, si me analizan, me lo
encontrarán. La enfermedad humana tiene que llevar ese sufrimiento que me impida hacer mi vida
normal y me impulse a pedir ayuda. Cuando un psiquiatra se encuentra ante alguien que sufre, un
melancólico que quiere morirse, que cree que lo ha hecho todo mal y que el tiempo no pasa, es
imposible que se quede en darle un tricíclico. Probablemente con la medicación la fase melancólica
en vez de seis meses dure seis semanas, pero no te puedes quedar ahí. Estableces una relación
humana. Es ahí donde empieza la parte psicoterapéutica de acompañamiento y apoyo emocional
por parte del psiquiatra. Es inevitable que el psiquiatra haga esto también. Cuando ves a una
persona con un sufrimiento tan grande empatizas. De ahí que muchos psiquiatras, en contacto con
esta realidad, quieren conocer más, aprender otras herramientas para poder ayudar a esas
personas no solo con el fármaco.

Ahí se ve la necesidad de un cambio de paradigma. Tu caso personal es un ejemplo


perfecto, se puede enfocar como una enfermedad, pero en este caso concreto se puede ver
como una ventaja.

Lo he dicho antes. Afortunadamente, el destino o la naturaleza me han dotado con un cierto grado
de sufrimiento psíquico y eso creo que es un don que he tenido. El sufrimiento no tiene por qué ser
necesariamente negativo. Estamos entrando ya en filosofía, pero creo que vivimos en una
sociedad del confort, del placer y del consumo que en algunas cosas se está equivocando. El
sufrimiento forma parte de la vida. Como la muerte. No queremos mirar allí, y es un error, porque
de esto también sacas fruto.

Con todo esto que hemos hablado, ¿la esquizofrenia, en definitiva, sería una enfermedad?

La esquizofrenia para mí no existe. Hace mucho tiempo que vengo repitiendo que
«esquizofrenia delenda est». Igual que Catón el Viejo estuvo treinta años terminando sus
discursos con la frase «Cartago delenda est» aunque no viniera a cuento, salvando las distancias,
hay que hacer lo mismo con la esquizofrenia. Ya se ha estudiado bastante, se han gastado cientos
de millones de dólares en investigación genética o bioquímica, y cada vez hay más datos
apuntando a que la hipótesis de Bleuler no ha podido ser verificada. ¿Para qué nos empeñamos en
seguir manteniendo un diagnóstico que conlleva esa penalización tremenda de considerar que ese
enfermo va a acabar con una demencia? Eso se les transmite a todos los familiares. Se les dice
que es una enfermedad muy grave que poco a poco va a ir deteriorando a la persona. Frases
literales: «Olvídese de que siga estudiando Medicina. No va a sacar la carrera, como mucho que
haga una formación profesional por pasar el tiempo». Esto, a los padres de un chaval de veinte
años al que se le diagnostica esquizofrenia. Mantener este concepto que no ha podido ser
verificado a pesar de lo muchísimo que se ha estudiado y que supone condenar en vida a cientos
de miles de jóvenes… yo creo que antes de morir veré la desaparición de la esquizofrenia.

¿Y el trastorno bipolar?

Tal como lo codificó el DSM-III no vale. El concepto de psicosis maníaco-depresiva sí que parece
que existe desde la época de los griegos, la medicina hipocrática ya lo describía. Parece que tiene
algo más de consistencia, pero no se sabe mucho más. Si soy capaz de vivir mi fase maníaca y
melancólica de forma que no me perjudique en la vida, no es una enfermedad. Ha habido muchos
místicos o artistas que han podido llevar sus fases sin necesidad de ir a ningún psiquiatra. A pesar
de haber un sufrimiento, tenían la suficiente voluntad para seguir con su vida e incluso sacar de ahí
una fuente de creatividad. ¿Es una enfermedad o no? Yo diría que sí y no. Si no te produce un
modo aflictivo que te lleva a una vida anómala, pues no lo es. 

Sobre el trastorno límite de personalidad, o en general los trastornos de personalidad…

Llevo dándole vueltas a este tema más de cuarenta años y creo que ha sido un error meter los
trastornos de personalidad en el listado de enfermedades mentales. Esto viene de mucho antes del
DSM. De Kretschmer y Sheldon, que hablaban de los tipos somáticos, cada uno con una
personalidad: el pícnico, una personalidad ciclotímica, el asténico, una esquizoide, y el atlético, una
epileptoide. Todo eso quedó en agua de borrajas, es mentira podrida. Una hipótesis que no se
comprobó nunca. Hay variantes de personalidad, cada uno tiene la suya; los rasgos son más
acusados en unas personas que en otras. Puedo tener rasgos histriónicos y que me guste el teatro
o hacer de mi vida una tragicomedia, ¿es patológico? Yo he sido un neurótico toda la vida, de
joven fui diagnosticado de neurosis de angustia, como se llamaba entonces. Pero, llamarle a eso
enfermedad, ¿para qué? ¿Esto quién lo cura, si es que hay que curarlo? Si he de vivir con mi
angustia, tendré que aprender a manejarla y defenderme cada vez mejor, un trabajo que tengo que
hacer yo. Se están medicalizando todos los trastornos de personalidad y es un error. Con un
trastorno de angustia te recetan serotoninérgicos de forma continua y, cuando hay un pico agudo,
un ansiolítico. Entonces mi responsabilidad en aprender a manejar esa angustia queda en manos
de los fármacos. Los trastornos de personalidad los sacaría fuera de la psiquiatría. Si los
psicólogos queréis seguir conservando esas entidades para darles el tratamiento psicoterapéutico
adecuado, allá vosotros, me parece bien. Pero, desde el punto de vista médico psiquiátrico, no
tenemos nada que hacer con una personalidad del clúster que sea, y medicalizarlo es peor. Porque
es desempoderar al sujeto de su problema.

El impacto que tiene en la vida de una persona una etiqueta diagnóstica psiquiátrica puede
ser demoledor. ¿En qué puede influirle a una persona un diagnóstico de esquizofrenia?

El diagnóstico de esquizofrenia en el 90% de los casos es una sentencia de muerte en vida que se
le hace a una persona. Yo apenas he diagnosticado esquizofrenia, porque no me atrevo. Hago
como Kraepelin, para eso tengo tiempo. Si dentro de cuarenta años la persona ha desarrollado
demencia, ya diré que era una demencia precoz, pero me espero esos años. Cuando un psiquiatra
te diagnostica esquizofrenia ya no se dirige a ti, sino a la familia: les dice que lo que tiene su
familiar es un problema muy grave, la persona ha quedado cosificada para toda la vida. Que, con
un poco de suerte y con una medicación que es para siempre, se conseguirá que esté calmado y
no haya sintomatología aguda, pero olvídense de que la persona funcione como funcionaba antes.
Mi respuesta es esta, ahora saca tú las conclusiones de cómo influye esta situación.

Casi todo el mundo, en ciertos momentos de su vida, si le hubieran hecho una revisión
psiquiátrica, podría haber sido etiquetado con algún trastorno. ¿Esta etiqueta es posible
borrarla?
El que más y el que menos lleva su cruz. Si te pilla el psiquiatra en el momento en que la cruz está
brillando, pues te quedas con un diagnóstico. Que yo sepa no hay un procedimiento para borrarla.
En algunos casos no pasa nada; que me diagnosticaran la neurosis de angustia no ha tenido una
trascendencia mayor en mi vida profesional y social. Pero, si me hubiesen diagnosticado
esquizofrenia, entonces quizá hubiera tenido menos trascendencia, pero hoy automáticamente
quedas invalidado. Si estás trabajando, te ponen de baja laboral, te piden una minusvalía y te
conceden una pensión no contributiva por enfermedad mental. ¿Cómo se revierte todo eso
después? No creo que haya un sistema oficial para eliminar un diagnóstico y mucho menos los
efectos negativos que conlleva. Diría que no hay una normativa legislada para afirmar que un
diagnóstico era erróneo y se deban eliminar completamente los datos. Sé de personas que están
buscando la manera de conseguir un informe médico, psiquiátrico y psicológico, además de un
abogado especializado, para conseguir la remisión de un diagnóstico por vía judicial. Aunque dudo
si el juez puede pedir que se retire esa etiqueta diagnóstica; probablemente dirá que él no puede
determinar si esa señora tiene o no esquizofrenia, que decidan los psiquiatras. En el fondo, es una
opinión diagnóstica contra otra. Es una idea interesante en materia de legislación. Cuando
podamos movilizarnos es un punto a tener en cuenta, establecer un sistema legal que pueda
determinar que un diagnóstico desaparezca de todas las bases de datos de salud. Porque hoy en
día te diagnostican esquizofrenia y a los diez días lo sabe todo el hospital, atención primaria y
servicios sociales, todos los servicios gubernativos, la policía, etcétera. Eres un leproso en todas
partes.

http://www.jotdown.es/2018/04/javier-alvarez-el-diagnostico-de-esquizofrenia-en-el-90-de-los-
casos-es-una-sentencia-de-muerte-en-vida/

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