Planas 2023
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Planas 2023
PLANA 1
—Disculpe, ¿tienen memnónidas?
—Lo siento, pero las memnónidas son especie protegida.
Tampoco está nada mal minción, que no tiene nada que ver ni con mención ni con micción (!). La minción era
un impuesto que se pagaba a un señor feudal cuando moría uno de sus súbditos. Era una versión antigua de
nuestro impuesto de sucesiones. Si hoy existiera, se podría usar así más o menos:
Me ha llegado una carta de Hacienda reclamándome la minción por la herencia de mi tía Enriqueta.
Una modurria es una bobería, como su propio nombre indica. Me encanta esta palabra, que podría tener
multiples aplicaciones en nuestros tiempos, por ejemplo:
Déjate de ver modurrias en Facebook y ponte a trabajar, que se nos va toda la mañana.
Moflir es ‘comer’ o ‘masticar’ (piensa en moflete). Lo que más me gusta de este verbo es lo expresivo que
resulta. Veámoslo en acción:
Ya está otra vez ahí el tío ¡venga a moflir! ¡Pero qué tragaldabas!
Si de pronto nos encontramos con la palabra murador, seguramente creeremos que es mirador, pero mal
escrito. Nada más lejos de la realidad. Murador es un adjetivo que se le aplica al gato al que se le da bien
cazar ratones:
Zeus ya me ha traído otro ratoncito. ¡Pero qué murador me ha salido este minino!
Por último, munúsculo no se debe confundir con minúsculo. Un munúsculo es un regalo sin importancia (bien
pensado, debe de ser algo así como un regalo minúsculo):
—¡Ay, pero si no me tenías que haber traído nada!
Esto nos ha obligado a hacer un trabajo lingüístico acelerado: hemos tenido que incorporar centenares de
formas femeninas para hablar de esta nueva (y deseable) realidad. Los cambios han afectado sobre todo a las
denominaciones de profesiones cualificadas y cargos públicos: hasta época relativamente reciente, una mujer
no podía ejercer como juez, presidir un Gobierno, cursar estudios de ingeniería o ingresar en el ejército. Una
vez que desaparece esta discriminación, hay que acuñar los femeninos correspondientes.
En español disponemos de dos procedimientos para crear femeninos de nombres de profesión: a) formar un
femenino terminado en -a, y b) convertir el masculino en común en cuanto al género.
Empecemos con los femeninos en -a. Este es el único morfema de femenino que sigue siendo plenamente
productivo en español. Esto significa que es el único capaz de dar lugar a nuevas formas. Mediante el primer
procedimiento, se han ido incorporando al idioma femeninos como médica, ingeniera o presidenta. Esta es la
vía que han seguido también algunas formas como jueza, que existían tradicionalmente con el significado de
‘esposa de‘ y que ahora han pasado a designar a la mujer que ejerce el empleo o cargo correspondiente.
Han planteado dudas a veces nombres como físico, político o músico porque al formar el femenino en -a este
coincidía con la denominación de una ciencia, una actividad o un arte: Amaya es física, Esmeralda es
política o Lucía es música. Sin embargo, la homofonía no ha impedido que se adopten estos femeninos. Para
todos estos casos en que coinciden el femenino de la profesión y la denominación de la disciplina,
utilizaremos la forma en -a.
En España, un cierto exceso de celo procedente del mundo de la política ha dado lugar a dos formas que han
generado una fuerte polémica y un rechazo generalizado entre los hablantes: miembra y portavoza. Desde una
perspectiva lingüística, el problema que presentan estos es el siguiente. Femeninos como la doctora, la
arquitecta o la catedrática tenían su lugar virtual en los modelos morfológicos del español, que ya nos
brindaban femeninos como pastora, hortelana o pescadera. Algunos femeninos se usaban y otros no, pero el
motivo no era lingüístico, sino social: a las mujeres solo se les permitía ejercer ciertos oficios (por lo general,
no cualificados). En cambio, miembra y portavoza no se integran en los modelos morfológicos existentes,
sino que los rompen para resaltar la feminidad. Hubo también un precedente en sentido inverso. A partir
del el/la modista, se creó un masculino en -o: modisto. A nadie le ha escandalizado, pero es tan extravagante
desde el punto de vista morfológico como unas hipotéticas formas turisto (< turista) o taxisto (< taxista).
Además de los femeninos en -a, se ha registrado algún femenino en -esa, como lideresa y choferesa, pero se
trata de casos aislados. Además, no han triunfado en la generalidad de los países hispanohablantes. Por tanto,
nos encontramos ante un fenómeno más bien anecdótico desde un punto de vista morfológico.
Cuando fracasa la posibilidad de crear un femenino cambiando la terminación de la palabra, se activa el
segundo procedimiento: convertir el masculino en común en cuanto al género. Esto significa que el nombre
puede funcionar como masculino o como femenino, pero sin cambiar su terminación. Únicamente veremos
reflejado su género en los determinantes y adjetivos de que se rodee. Así, a partir de el
anestesista, obtenemos la anestesista; de el piloto surge la piloto, etc.
Hay algunos factores que pueden influir en el fracaso del primer procedimiento. Uno de ellos es, a menudo,
que el femenino existe, pero es despectivo o tiene connotaciones negativas. Por ejemplo, sargenta posee una
larga tradición en español, pero se usa con el significado peyorativo de ‘mujer a la que le gusta mandar’. Esto
ha podido pesar para que se frenara su adopción cuando las primeras mujeres obtuvieron el grado de sargento
en el ejército. En el caso de los grados militares, ya se ha alcanzado una solución unificada. Todos se usan
como comunes en cuanto al género: el/la soldado, el/la teniente, el/la general, etc.
Otras veces, el femenino existe, pero con otro significado. Por ejemplo, soldada es tradicionalmente el sueldo
que se le paga al soldado. Quizás esto influyó para que a una mujer militar se la llamara la soldado. Este
hecho pudo influir también para la solución unificada para el femenino de los grados del ejército.
En resumen, el procedimiento preferente para crear femeninos de nombres de profesión consiste en recurrir a
las formas en -a. Esto a veces no funciona porque no lo permite la morfología o porque los resultados no
convencen a los hablantes. Entonces se activa un segundo procedimiento que consiste en tomar el antiguo
masculino y utilizarlo con la misma forma para masculino y femenino: el/la general. La adopción de los
nuevos femeninos suele estar rodeada de polémica, pero esto ya es un problema que trasciende la lingüística y
se adentra en el terreno de lo social e, incluso, de lo político.
PLANA 3
A las tres palabras anteriores hay que añadirles dos nombres propios de la mitología
griega: Mnemosina (o Mnemosine) y Mnemea (o Mneme). Mnemosina es la diosa de la memoria (¡oh,
sorpresa!). Mneme es la musa de la memoria y responsable de la creación artística. Por lo general, solo las
encontraremos en textos especializados, por lo que será raro que presenten la grafía simplificada. Aun así,
para la pronunciación vale lo mismo que hemos dicho antes.
Son pocas, pero son curiosas y, sobre todo, tenemos que saber qué hacer con ellas el día que salgan a nuestro
encuentro: las palabras que empiezan por mn-. Yo creo que se merecían un artículo.
PLANA 4
Malapropismos
Un malapropismo consiste en sustituir por error una palabra por otra que suena parecida, o sea, por un
parónimo.
Seguramente te has encontrado más de una vez con situaciones como esta: un conocido te explica con la
mayor seriedad del mundo que le han puesto una inyección de ursulina, pero tú entiendes de todas formas que
se está refiriendo al medicamento conocido como insulina.
El malapropismo se da con frecuencia en el habla cotidiana. Son candidatos perfectos las palabras largas y
complicadas, los extranjerismos y las palabras cultas (muy especialmente, los términos médicos). Esto puede
provocar que el aeróbic acabe convertido en el Nairobi. O Sadam Husein se puede transformar por arte de
birlibirloque en Sadam Jesusín. Tomo prestados estos ejemplos, respectivamente, de @nlopeztrujillo, que
abrió una discusión sobre el tema en Twitter (20-2-2018), y de @gin_hebra, que participó en el debate. Esta
discusión, de la que se hizo eco la revista Verne, es la que me dio pie para escribir el presente artículo.
Típicamente, este mecanismo sustituye una palabra que a ese hablante le resulta rara o complicada por otra
con idéntico número de sílabas y que mantiene el acento prosódico en la misma posición que el término
original. La palabra que se desliza carece de sentido en ese contexto. Sin embargo —y ahí está lo interesante
del asunto— quien conozca el término original normalmente podrá recuperarlo a partir del contexto y de la
información que le proporciona el término erróneo. Esto dice mucho sobre la capacidad de nuestro sistema
cognitivo para extraer significado a partir de enunciados defectuosos. Además nos da pistas sobre un hecho
que es conocido para la lingüística desde hace largo tiempo. El significado de las palabras no está grabado a
fuego, sino que es dinámico. Una palabra adquiere un significado efectivo en el momento en que se inserta en
un enunciado que alguien ha emitido con la intención de comunicarle algo a alguien.
Nadie está libre de que se le escape un malapropismo, pero unos podemos ser más propensos que otros. Estas
expresiones son muy frecuentes en los niños, que están aprendiendo el vocabulario de su lengua materna y
pueden tener dificultades para seleccionar la palabra exacta en un momento dado. También son típicos de las
personas que no han tenido acceso a una educación formal y que a veces tienen que luchar con expresiones
que conocen quizás de oídas, que probablemente entienden, pero que les cuesta trabajo reproducir con
exactitud. Entonces es cuando deslizan en la conversación la unidad más parecida que encuentran en su
diccionario mental.
El malapropismo se sitúa en el ámbito de lo que tradicionalmente se ha conocido como barbarismos, que son
incorrecciones que cometemos cuando pronunciamos o escribimos mal una palabra o una expresión. Es primo
hermano de la etimología popular. Esta es un intento de los hablantes de encontrarle un sentido a una
expresión que resulta oscura (como cuando se transforma mandarina en mondarina por asociación con el
verbo mondar). Sin embargo, el malapropismo es individual: forma parte de la particular manera de
expresarse de un determinado hablante. La etimología popular, por su parte, es colectiva. Su origen puede
estar a veces en un malapropismo que acaba siendo compartido por un gran número de hablantes.
El malapropismo es el resultado de un lapsus y, por tanto, es involuntario. Su resultado suele ser cómico. Por
eso se recurre a él frecuentemente en la literatura para arrancarle una sonrisa al lector. De hecho, el término en
sí está formado sobre el nombre de la señora Malaprop, que es uno de los personajes de The rivals (‘Los
rivales’), una obra del dramaturgo irlandés Sheridan estrenada en 1775. La señora Malaprop se caracteriza
porque intenta expresarse con palabras complicadas que sustituye por otras que suenan parecidas. El
apellido Malaprop juega con la expresión francesa mal à propos, que podemos traducir como algo
inadecuado, que no viene a cuento.
Pero no hace falta que nos vayamos a la literatura en lengua inglesa para rastrear este fenómeno lingüístico.
Nuestro adorado Sancho Panza nos proporciona infinidad de ejemplos. Lo que para don Quijote es el bálsamo
de Fierabrás su escudero lo traduce como bálsamo del feo Blas. Si Dulcinea es para el caballero
una soberana señora, el bueno de Sancho la rebaja a sobajada señora (hoy diríamos sobada o sobeteada). El
filólogo español Amado Alonso denominó a estas ocurrencias de Sancho prevaricaciones
idiomáticas (Alonso, Amado. 1948. “Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho”. Nueva Revista de Filología
Hispánica2:1, 1-20). La denominación prevaricaciones idiomáticas se ha empleado a veces en nuestra
tradición lingüística para referirse al malapropismo, pero ya ha quedado definitivamente desplazada por el
término de origen inglés.
Creo que con esto ya te puedes hacer una idea de en qué consiste este fenómeno, así que dejaré aquí este
artículo de Worpiés, que ya se ha extendido bastante… ¡Perdón! Quería decir WordPress.
PLANA 5
Metomentodo
Un metomentodo es una persona que se inmiscuye en los asuntos que no son de su incumbencia. No hay
escasez de ellos en el mundo. Seguro que estás pensando ya en alguno.
Esta palabra tan expresiva es un compuesto que se forma por la sustantivación de una oración completa, que
consta de un verbo y sus complementos: métome en todo. Incluso podemos identificar el sujeto (yo), aunque
queda sobrentendido. El pronombre me aparece pospuesto al verbo. Hoy día esperaríamos el orden contrario.
Sin embargo, no deben sorprendernos peculiaridades como esta en secuencias que han quedado fijadas. La
fijación tiende a ir de la mano de numerosas irregularidades.
Los filósofos Fernando Savater y José Luis Pardo nos proporcionan un buen ejemplo del uso de esta palabra:
(3) Las criaturas antinaturales suelen ser recelosas respecto a su origen y prefieren que los numerosos
humanos no sientan demasiada curiosidad por sus asuntos. No suelen recibir bien a los metomentodo, y lo
último que me apetecía era despertar un día y descubrir que un demonio le había sorbido la médula espinal a
mi novio [Sergio S. Morán: El Dios asesinado en el servicio de caballeros].
En (3), no hay terminación alguna de plural, pero el número se refleja en la forma los del artículo gracias a la
concordancia. El plural metomentodos no es ni mucho menos incorrecto, pero no es el preferido por la
mayoría de los hablantes. Podemos ejemplificar su uso con un fragmento de una obra de Javier Marías,
novelista y miembro de la Real Academia Española (por si nos quedaban dudas sobre la corrección de esta
variante):
(4) Otro amigo madrileño, profesor de instituto, me decía que a veces, ante los prepotentes dislates de padres
despreocupados o metomentodos, su reacción natural sería la de contestarles: “¿Por qué no dan las clases
ustedes, ya que lo tienen todo tan claro?” [Javier Marías: Mano de sombra].
Además, el ejemplo (4) nos viene bien para constatar que esta palabra también puede funcionar como
adjetivo. Esta versatilidad resulta muy frecuente entre los sustantivos.
Metomentodo se pronuncia con un único acento prosódico: decimos [metomentódo]. Aquí, la prosodia del
español nos está dando pistas sobre la estructura de la secuencia en cuestión. La pronunciación con un solo
acento le indica al oyente que debe interpretar eso como una sola palabra y no como una oración, que sonaría
[métome entódo].
Metomentodo forma una unidad en la pronunciación, como acabamos de ver. Por tanto, no es de extrañar que
eso mismo quede reflejado en la ortografía: esta expresión se escribe obligatoriamente en una sola palabra.
Separarla sería una falta.
Su acentuación gráfica también es particular. El elemento métome necesitaría tilde si lo escribiéramos por sí
mismo, pero la pierde porque las palabras compuestas únicamente admiten el acento gráfico en el último
elemento si es que le corresponde a este llevarlo (que no es el caso).
Ya ves lo que ha dado de sí esta palabra que parecía tan inocente. Lo dejo aquí, pero todavía te aviso de que el
compañero inseparable del metomentodo en la lengua y en el mundo es el correveidile. Si te ha gustado este
artículo, te interesará ese otro. Échale un vistazo.
PLANA 6
¿’Infringir’ o ‘infligir’?
Infringir e infligir son dos verbos diferentes, pero mucha gente los confunde.
Empezaremos por infringir porque es el más frecuente de los dos con diferencia. Este verbo se utiliza con
leyes, normas, órdenes y similares. Indica que nos las saltamos, que no las respetamos, como en este ejemplo:
(1) En mayo, tres líderes de la oposición, Anwar Ibrahim entre ellos, fueron acusados formalmente
de infringir la Ley de Reunión Pacífica por su participación en la marcha Bersih, calificada de “protesta
callejera” [Amnistía Internacional (2013): El estado de los derechos humanos en el mundo].
Y ya está. Infringir no tiene más acepciones. Es un verbo facilito.
Luego está infligir, que se combina con las ideas de castigar, dañar o derrotar a alguien, como en (2):
(2) Señores, creo que es posible una alianza entre el conde d’Amis y el Círculo para infligir daño a la Iglesia
[Julia Navarro: La sangre de los inocentes].
Del cruce de los dos verbos anteriores han salido formas como inflingir e infrigir. Esto se explica porque son
dos verbos con una forma muy parecida y que tampoco usamos tan a menudo (sobre todo, infligir), por lo que
acabamos mezclándolos. Pero no, señor, hay que mantenerlos separados y bien separados.
En definitiva, si no quieres infligirle un severo castigo al diccionario, procura no infringir los preceptos de
nuestras queridas Academias de la Lengua.
PLANA 7
Por otra parte la expresión sin vergüenza tiene un significado totalmente regular que se deriva de sus partes
individuales, como en (2):
(2) Los egos de los actores se muestran a plena luz, sin vergüenza, sin autocensura, en su exagerado
narcisismo [Alejandro Jodorowsky: La danza de la realidad].
Este uso en dos palabras es incompatible con el artículo.
PLANA 8
Etimología de ‘canela’
La canela es una especia que lo mismo sirve para aromatizar un arroz con leche que para darle un toque
exótico a una carne asada.
La palabra canela la tomamos prestada del francés antiguo canele allá por el siglo XIII. Es un diminutivo
de caña, por la forma que adopta esta corteza de árbol cuando se seca (la famosa canela en rama). Es posible
que su origen último esté en el italiano cannella (‘cañita’), aunque esto no es seguro.
En las lenguas románicas esta imagen de la canela como caña desplazó a la denominación latina, que
era cinnamum. Por eso, hoy en español, gallego y portugués se dice canela; en francés, cannelle; en
catalán, canyella; y en italiano, cannella.
El latín cinnamum también tiene su historia. Este nombre era un préstamo del griego kínnamon. Los griegos, a
su vez, habían aprendido la palabreja en cuestión de los fenicios, que hablaban una lengua semítica, hermana
del hebreo. En este último idioma, para comparar, canela se dice qinnamôn.
Curiosamente, donde se ha conservado el nombre latino es en algunas lenguas germánicas. El inglés se
mantiene muy cercano con su cinnamon. En alemán la evolución ha sido más radical, pero detrás de la
palabra Zimt, lo que se esconde es el latín cinnamum (> zinemin > zinment > zimet > Zimt).
La canela es deliciosa en sí y de por sí, pero estoy seguro de que apreciarás mejor su aroma ahora que conoces
el origen de su nombre.
PLANA 9
Apócope
La apócope es un proceso fonológico que consiste en la pérdida de uno o varios sonidos en posición final de
palabra. Este término procede del griego apokopé, palabra que está formada a partir de apo, que indica
alejamiento o separación y kóptein, que es ‘cortar’.
La apócope, por tanto, consiste en comernos el final de alguna palabra en la pronunciación. Y digo en la
pronunciación porque estos son fenómenos propios de la lengua oral y resultan independientes de la escritura.
La terminación de una palabra suele ser una posición débil desde el punto de vista fonético, sobre todo si la
última sílaba no es tónica. Por eso está especialmente expuesta al desgaste y pérdida. La apócope resulta muy
frecuente en el habla espontánea y coloquial, por ejemplo cuando decimos en una pronunciación relajada
[reló] o [usté] en lugar de [relój] o [ustéd].
Este tipo de reducciones desempeña un papel fundamental en el cambio lingüístico. Suelen comenzar como
fenómenos ocasionales que vienen favorecidos por la comodidad en la articulación. Sin embargo, pueden
acabar consolidándose y expandiéndose entre los hablantes hasta llegar a desplazar a las formas íntegras. El
desgaste de las terminaciones del latín dio lugar a que el acusativo rosam se convirtiera en la forma
castellana rosa o a que el infinitivo amare se quedara en amar, que es la forma actual. En uno y otro caso, las
variantes apocopadas han desplazado por completo a las anteriores (si no me crees, prueba a
utilizar rosam y amare y después me cuentas qué tal te ha funcionado).
En el español actual tenemos ciertos casos de apócope que están integrados en la gramática y cuya aparición
viene determinada por reglas. Los principales son los siguientes:
Un mal hermano
Esto solo se aplica al singular. En el plural reaparecen las formas plenas: buenos libros, malos hermanos.
1.2. Grande se convierte en gran cuando va seguido de nombres tanto masculinos como femeninos:
Un gran vino
Algún año
Ningún problema
Tercer puesto
3.2. Ciento pasa a ser cien en algunos casos que resultan demasiado complejos para explicarlos aquí. Tendrá
su propio artículo. Ejemplo: Cien mil personas.
4. Apócope de posesivos
Los posesivos mío, tuyo, suyo se apocopan en mi, tu, su cuando aparecen antepuestos al nombre, tanto en
masculino como en femenino, en singular como en plural:
Mis yates
Tu teléfono
Sus primas
Las formas plenas aparecen pospuestas al nombre (estos yates míos, el teléfono tuyo, unas primas suyas) y
cuando funcionan como pronombres (el mío, el tuyo, el suyo).
Antes de terminar, unas notas de uso: apócope es un nombre femenino: se dice la apócope y no el
apócope. Existe también el verbo apocopar, del que sale el adjetivo apocopado, como en formas
apocopadas. No es correcto formas apócopes.
PLANA 10
(8) Casimiro está buenísimo. Le han prohibido salir a la calle porque ha llegado a provocar accidentes de
tráfico.
Por su parte, los alimentos que están buenos tienen buen sabor:
(9) Este pollo al chilindrón está buenísimo. Me voy a comer otro plato.
c) Ser católico – estar católico
Si digo de alguien que es católico, hay que entender que es fiel de la religión católica:
(10) Tradicionalmente, los irlandeses son católicos.
Además existe la expresión no estar (muy) católico, que significa ‘encontrarse indispuesto, no estar bien de
salud’:
(11) Creo que el pollo al chilindrón no me ha sentado bien. Hoy no estoy muy católico.
d) Ser consciente – estar consciente:
Ser consciente de algo es tener conocimiento de ello o darse cuenta de ello:
(12) Soy consciente de que no hay que abusar del pollo al chilindrón.
Estar consciente es estar despierto y en pleno uso de sus facultades y sentidos:
(13) El enfermo se encuentra muy débil, pero está consciente.
e) Ser despierto – estar despierto:
Una persona que es despierta es avispada, tiene viveza de mente:
(14) Adelita es una niña muy despierta. Lo entiende todo enseguida.
En cambio, si alguien está despierto es que no está dormido:
(15) ¿Pero todavía estás despierto? Que son las tres de la mañana.
f) Ser fresco – estar fresco:
Si una persona es fresca, es descarada:
(16) ¡Niño, no seas fresco! Deja de sacarle la lengua a la gente.
Pero si le decimos a alguien que está fresco, le estamos dando a entender que no va a ver cumplidas sus
esperanzas o expectativas:
(17) Estás fresco si te crees que te voy a traer el desayuno a la cama.
Además, si le decimos a alguien que está fresco, puede que nos refiramos a que va poco abrigado:
(18) Estás muy fresco, que hoy hace frío.
g) Ser interesado – estar interesado
Si alguien es interesado, es egoísta. Se trata de una persona que mira solamente por su interés:
(19) No creo que venga si no le pagas. Es muy interesado.
En cambio, cuando alguien está interesado, es que tiene interés en algo o en alguien:
(20) ¿Está usted interesado en este puesto de trabajo?
h) Ser listo – estar listo
Una persona que es lista es una persona inteligente:
(21) ¡Ay, pero qué listo es mi niño! Ha sacado otro diez en Lengua.
Si alguien o algo está listo, está preparado:
(22) El avión está listo para despegar.
También se le dice a veces a una persona que está lista cuando queremos dar a entender que no se van a
cumplir sus deseos o expectativas (es una variante de estar fresco, que hemos visto arriba):
(23) Estás listo si te crees que te van a dar el trabajo.
i) Ser malo – estar malo
Ser malo, dicho de una persona, es ser malvado:
(24) La madrastra de la Cenicienta es muy mala.
Una cosa que es mala es perjudicial o poco conveniente:
(25) El tabaco es malo para la salud.
Cuando una persona está mala, está enferma:
(26) ¿Pero otra vez estás malo? Eso te pasa por abusar del pollo al chilindrón…
Cuando un alimento está malo, es que tiene mal sabor:
(27) El helado de anchoas está malísimo. No lo pruebes.
A veces, puede significar que ese alimento está echado a perder y, por tanto, no es apto para el consumo:
(28) Tira esos boquerones a la basura, que están malos. ¿No ves las moscas?
j) Ser molesto – estar molesto
Si una persona es molesta, es que causa malestar a los demás:
(29) Mi cuñado es un poco molesto, sobre todo cuando le da por meterle el dedo en el ojo a todo el mundo.
Si una persona está molesta con alguien o algo, es que está enfadada:
(30) Es un hombre muy susceptible. Está molesto conmigo. ¡Y todo porque he incendiado su coche nuevo!
k) Ser rico – estar rico
Alguien es rico cuando tiene mucho dinero:
(31) La reina de Inglaterra es más rica que yo.
Un alimento que está rico tiene buen sabor:
(32) Prueba esta tarta, que está riquísima.
l) Ser sobrio – estar sobrio
Cuando alguien es sobrio, es persona de costumbres moderadas:
(33) Felipe II tenía fama de ser tan sobrio como intransigente.
Si una persona está sobria, es que no está borracha:
(34) Qué cosa más rara. He visto a tu primo y estaba sobrio.
La lista anterior no es exhaustiva, pero sí que contiene los casos más representativos. Naturalmente, puede
haber diferencias de unos países a otros (y de hecho las hay); pero ahí reside la riqueza de un idioma como el
nuestro.
PLANA 11
Es que…
La secuencia es que suele adquirir un valor especial cuando aparece al principio de un enunciado. Fijémonos
en el siguiente ejemplo:
(1) —¿Cómo es que llegas tan tarde? —Es que había un atasco tremendo.
El verbo ser y la conjunción que han perdido aquí su valor habitual. Significan en bloque y no nos dicen nada
sobre cómo es el mundo, sino que nos indican cuál es la actitud del hablante respecto de lo que está
diciendo: se está justificando. Al hacerlo establece un vínculo personal con el oyente. La subjetividad del
uno trata de conectar con la subjetividad del otro.
El carácter especial de es que se manifiesta en varias características. La primera es su posición inicial, a la que
ya nos hemos referido. Además, esta secuencia es invariable. El verbo se utiliza siempre en tercera persona
singular del presente de indicativo (es). Si, por ejemplo, cambiamos el tiempo verbal, volvemos
inmediatamente a los usos ordinarios del verbo ser: Era que…
Otra de sus peculiaridades es que siempre se puede suprimir. Cuando lo hacemos, se mantiene intacto el
significado conceptual, objetivo. Lo único que se pierde es el significado subjetivo de justificación. Vamos a
eliminar es que del ejemplo (1) para comprobarlo. El resultado es el siguiente:
(2) —¿Cómo es que llegas tan tarde? —Había un atasco tremendo.
En la contestación de (2) tan solo se está proporcionando una información objetiva sobre un estado de cosas
del mundo. No hay ningún tipo de justificación por un retraso. No se establece un vínculo personal entre
hablante y oyente. Tú me preguntas algo y yo te respondo algo. Se acabó. Nótese la sequedad de un diálogo
como el de (2). Expresiones como es que sirven precisamente para limar asperezas en la comunicación verbal.
Son portadoras de un contenido que emana de la actitud del hablante y trata de influir en la del oyente.
El verbo ser se ha vaciado de significado en (1). Es verdad que el significado habitual de ser es de tipo
relacional y, por tanto, bastante abstracto; pero aun así este verbo tiene un significado cuando se utiliza en
oraciones como esta:
(3) Este perro es verde.
En (3) podemos percibir claramente que a un individuo (un perro) se le adscribe una propiedad (el tener color
verde). No vamos a encontrar nada parecido en Es que había un atasco tremendo. La secuencia Es
que significa en bloque y su significado es el de justificación.
Por si eso fuera poco, ser ha perdido su función sintáctica. Piensa en cómo analizarías sintácticamente Es que
había un atasco tremendo. Podríamos estar tentados de pensar que Es constituye el verbo de una oración
principal, de la que depende una subordinada introducida por la conjunción que: que había un atasco
tremendo. Sin embargo, el análisis correcto aquí es considerar había como núcleo de una oración simple y un
atasco tremendo como su complemento directo. ¿Y qué hacemos entonces con es que?
Esta secuencia constituye un elemento periférico que pertenece al grupo de los marcadores del discurso. No
intentes buscarle una etiqueta en la gramática tradicional. Esta, simplemente, no estaba en condiciones de
explicar construcciones de este tipo, que son propias de la lengua coloquial y se derivan de procesos de
gramaticalización. Podemos representarnos la gramaticalización como una corriente lenta pero imparable que
va arrancando palabras y construcciones regulares de una lengua y las va arrastrando hacia el terreno de las
categorías gramaticales. Así es como se han ido formando conjunciones, pronombres, desinencias, etc. Es un
viaje que puede durar cientos o miles de años y que explica, por ejemplo, cómo el verbo latino habeo acabó
convertido en una desinencia verbal de futuro.
Un par de notas rápidas antes de terminar. Es que a veces adquiere el significado contrario del que hemos
visto hasta aquí: en lugar de introducir una justificación que el hablante dirige al oyente, sirve entonces para
que el hablante regañe al oyente. Vamos a ilustrar esto con una conversación que se puede escuchar en
bastantes casas:
(4) —Mamá, me han suspendido todo menos dibujo y deporte. —¡Es que tienes que estudiar más!
No debe sorprendernos que una misma secuencia de palabras sirva para expresar una cosa y la contraria. Esto
ocurre con cierta frecuencia en las lenguas. Piensa en el verbo alquilar, que puede ser ‘tomar algo en
alquiler’, pero también ‘poner algo en alquiler’. En el caso de es que, lo que tenemos es un hablante que toma
posición ante un estado de cosas que se percibe como incorrecto. Si ese hablante es el responsable, utilizará es
que para excusarse; pero si considera responsable al oyente, empleará esas mismas palabras para acusarle.
Por último, cada vez más personas tienden a escribir esque (junto) cuando adquiere estos valores como
marcador del discurso. Esto indica que inconscientemente están notando que hay algo especial. Sin embargo,
la ortografía no funciona así. La única posibilidad correcta es escribirlo separado: es que.
En conclusión, cuando encuentres es que en posición inicial, hay muchas posibilidades de que eso no sea una
simple combinación del verbo ser y la conjunción que, sino un marcador del discurso que el hablante utiliza
para justificarse ante el oyente o, a veces, para responsabilizar a este último. Lo que habrá en los dos casos es
un estado de cosas que se percibe como incorrecto y ante el cual el hablante toma posición.
PLANA 13
En textos más breves podemos limitarnos a lanzar una idea audaz con el mínimo número de palabras posible.
Internet se presta de maravilla a este tipo de textos, para los que raramente había cabida en el mundo de la
imprenta (al menos, como unidades independientes).
El otro nivel donde tenemos que imponer orden es el macroestructural. Cuando tenemos una colección de
textos que guardan relación, hay que agruparlos de alguna manera. Ya indicábamos más arriba que los
artículos han de tener unidad de contenido y que es preferible escribir artículos independientes en lugar de
agrupar en uno solo nociones relacionadas. En cuanto aplicamos este principio de manera coherente,
empezamos a generar ramilletes de textos. La manera de ordenarlos y de guiar al lector consiste en redactar
un artículo más general que vaya enlazando a cada uno de los artículos particulares. Así, a poco que
escribamos sobre un tema, iremos creando conjuntos de textos organizados jerárquicamente. Con el paso del
tiempo comprobaremos que es fácil desarrollar así guías, manuales, tratados, etc. Los vamos elaborando
apartado tras apartado y poco a poco van tomando forma.
Esta manera de ordenar y jerarquizar los textos conectándolos mediante enlaces es lo que se denomina
hipertexto. Es una forma de escritura que va íntimamente ligada a Internet. Si ha triunfado, es probablemente
porque su estructura se parece a la del pensamiento del escritor y —muy importante— a la de la curiosidad
del lector, que puede ir siguiendo los enlaces que más le interesan en su tarea de descubrimiento.
El hipertexto rompe la linealidad que era inherente a libros y revistas. Aquella estructura nunca fue ideal.
Simplemente nos veíamos forzados a convivir con ella por las limitaciones técnicas de los medios impresos.
Esta ruptura abre nuevas oportunidades y nuevos retos.
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nominar
Durante algunos años del siglo XX, la aparicion del verbo nominar se producía anual y puntualmente
—y solo una vez al año— en todos los medios de comunicación en vísperas de la concesión de los premios
cinematográficos Óscar. Cuando se creó el Departamento de Español Urgente en la Agencia Efe, en 1980, ese
fue uno de los anglicismos que atacamos desde el principio; primero convencimos al corresponsal de Efe en
Los Ángeles para que dejara de usarlo y, tras lograrlo, su desaparición de nuestras noticias hizo el efecto
esperado: sirvió de ejemplo para cientos de periodistas hispanohablantes de América y de España.
Después, con la creación en España de los premios Goya para la industria del cine español, vimos cómo
renacían nominar, nominados y nominaciones, aunque, de momento, ahí se quedaba la cosa: era un
anglicismo propio de la jerga de los premios cinematográficos. Pero de pronto irrumpió en otro terreno, el de
la política, y empezaron a verse en todos los periódicos frases como esta: «Comienzan los problemas en la
nominación de candidatos de los diferentes partidos ante las próximas elecciones municipales». ¿Habría
alguna razón subliminal para meter en el mismo saco a actores y políticos…?
Años después comenzaron a emitirse en la televisión unos programas-concursos en los que se encierra
(siguen hoy en antena) a unas personas —en una casa, una isla, una granja…— y se las somete a
determinadas pruebas, para ir expulsándolas de manera sucesiva, hasta que una gane el concurso. Pues bien: a
los designados para ser expulsados se los nomina.
Ni unos ni otros hacían bien —hasta hace muy poquito tiempo— al usar ese verbo ya que el único
significado de nominar era «dar nombre a una persona o cosa», definición que coincide con la segunda
acepción del verbo bautizar.
¿Qué ocurría? Pues lo mismo que tantas otras veces: se trataba de un calco originado por una mala
traducción del verbo homónimo inglés nominate, que en esa lengua significa ‘proponer la candidatura de…’,
‘proponer a uno como candidato’, ‘nombrar a uno para…’. Y de su derivado nomination, que debíamos
traducir como nombramiento o propuesta.
Parecía estar claro que si hablamos de políticos y de elecciones, en lugar de la nominación de
candidatos deberemos referirnos a la proclamación de candidatos o la elección de candidatos. Y en lugar
de nominar candidatos lo que debía hacerse era proponer, presentar o proclamar candidatos. Pero a los
hispanohablantes les fascinaba tanto ese nuevo uso de nominar que, finalmente, llegó al Diccionario en el
2001.
Por cierto: el otro día me regalaron un gatito por mi cumpleaños y aún no he decidido
cómo nominarlo: Félix, Fritz, Jinks, Pumby, Silvestre, Rigodón… ¿Me ayudan?
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El desarrollo de la publicación en línea ha traído consigo una fragmentación del público. Ha surgido una
infinidad de publicaciones especializadas que han ocupado nichos muy específicos y han logrado aglutinar a
su alrededor a comunidades o microcomunidades de lectores. Hoy se puede escribir y leer sobre la historia del
cálculo infinitesimal, sobre las tradiciones de un pueblo de cien habitantes o sobre las actividades que se van
desarrollando día a día en un aula determinada de una escuela infantil.
La fragmentación, no obstante, va acompañada de otro fenómeno sobre el que quizás no se ha insistido tanto.
También se está produciendo una agrupación de los lectores. Públicos minoritarios y geográficamente
dispersos se reúnen alrededor de ciertas publicaciones dirigidas específicamente a ellos. Aquí está la
diferencia fundamental con micropublicaciones tradicionales como la hoja parroquial distribuida en
fotocopias o el boletín escolar ciclostilado, que tenían un alcance geográfico muy limitado.
Los lectores descubren esas publicaciones de maneras muy variadas. Pueden hacer una búsqueda en Internet
sobre un tema que los inquieta o atrae y, de resultas, aterrizar en un blog que capta su atención. Al cabo de
una o dos visitas acaban quizás suscribiéndose y pasan a interactuar con el autor y los otros lectores mediante
comentarios, por correo electrónico, etc.
Otra vía son las recomendaciones de amigos. Estas pueden producirse en la interacción cara a cara o a través
de redes sociales como Twitter, Facebook, Google+, Goodreads, etc. Cada vez más, estas recomendaciones
van circulando a través de las aplicaciones de mensajería de los teléfonos móviles.
Tampoco hay que perder de vista las recomendaciones de sistemas automáticos. Van ganando importancia y
pueden llegar a crecer mucho más con el tiempo. Amazon, por ejemplo, dispone de algoritmos cada vez más
refinados. En cuanto empezamos a comprar libros en su tienda, nos empieza a recomendar otros que nos
pueden interesar. Cuanto más compramos, más va acertando por la sencilla razón de que nos va conociendo
mejor y puede cruzar nuestros gustos con los de millones de clientes que han adquirido los mismos productos
u otros parecidos. Esto nos facilita, por ejemplo, el descubrir a autores autopublicados a los que no
hubiéramos soñado nunca con leer. Esos autores están solamente a un correo electrónico de distancia, con lo
que la posibilidad de entablar un contacto y de llegar a formar comunidad es evidente.
El resultado es que quienes antes estaban condenados a la soledad intelectual, artística, política, etc., ya no lo
están: el mundo los cría e Internet los junta.
Este cambio tiene repercusiones trascendentales para los escritores. Antes el ser muy raro, el centrarse en un
tema que solo podía llegar a un público muy minoritario, podía convertirse en un obstáculo insuperable para
que te publicaran. En el momento en que te publicas tú a ti mismo sin más coste que el de tu tiempo, eso deja
de ser un factor. Esa rareza puede ser tu salvación, se puede convertir en la clave de tu éxito.
¿Vives en una aldea perdida en las montañas? ¿Padeces una enfermedad rara? ¿Coleccionas tapas de yogures?
Quizá eres el representante de una comunidad que hasta ahora no ha tenido voz. Tú puedes ser esa voz.
Moraleja: Tienes que encontrar a los que son igual de friquis que tú y hacer piña con ellos.
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Si alguna vez has dudado con el femenino presidenta, no sufras: es correcto. Y, además, no es ni siquiera un
invento reciente. Anda dando vueltas por el idioma como mínimo desde el siglo XV.
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¿’Entre tanto’ o ‘entretanto’?
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¡Atención!, una regla de ortografía rápida, útil y sencilla: los verbos que terminan en -jear se escriben con
jota.
Tampoco es que sean muchos, pero con esta regla los solucionamos de una tacada. Entre los más frecuentes
se encuentran ojear y hojear, cojear (que algunos pueden escribir mal por influencia de coger), flojear,
gorjear, trajear, callejear, forcejear, masajear, lisonjear, pendejear (este es frecuente por el sencillo motivo
de que no hay escasez de pendejos en el mundo), chantajear, homenajear y pintarrajear.
Además, esta regla es muy agradecida porque estos verbos conservan la jota en todas las formas de la
conjugación (yo pendejeo, tú pendejeas, él pendejea, pendejearemos, pendejeen, pendejeando, etc.).
Vamos a citar además algunos de los raros, que también tienen derecho a existir. Ahí entra ajear, que es el
gritito “aj, aj, aj” que sueltan las perdices cuando cuando las persiguen (RAE dixit). En algunos países,
también puede significar ‘soltar ajos’ (que vienen a ser lo mismo que palabrotas).
No está nada mal tampoco jijear, que en Salamanca es gritar “ji, ji, ji”, pero no para reírse, sino como
expresión de júbilo (si hay alguien de Salamanca en la sala, por favor, que nos ilumine al respecto). Claro, que
según el Diccionario de la lengua española, la exclamación de marras se convierte en ijujú si seguimos viaje
hacia el norte y nos metemos ya en León o en Cantabria. De ahí ha salido el verbo jujear.
Tampoco está nada mal abejear, que en El Salvador es ‘estar alerta’. Urajear es el sonido del
grajo. Badajear es un verbo antiguo que viene de badajo. Significaba ‘hablar mucho y neciamente’ (qué pena
que se haya perdido, con la falta que nos haría hoy).
Relajear viene de relajo. En Cuba es pitorrearse un poco de alguien. En México y El Salvador equivale a
divertirse. Yo votaría por introducirlo en España en cualquiera de sus dos acepciones. También tiene su
aquel anaranjear, que es tirarle naranjas a alguien (supongo que son cosas que se hacían antiguamente,
porque hoy es inconcebible con el precio que tienen las naranjas). Bueno, todavía quedan verbos por ahí, pero
con este vale, que tampoco hay que abusar.
La única excepción a esta regla es el verbo aspergear, que se escribe con ge y es una forma más rara de
decir asperjar. Asperjar (o aspergear) es arrojar gotas de agua bendita con un hisopo. A no ser que seamos
obispos o historiadores de la Iglesia, tendremos pocas oportunidades de escribirlo. Por tanto, a efectos
prácticos, como si no hubiera excepción.
En fin, perdona que te anaranjee con información abigarrada e irrelevante, pero es que estoy convencido de
que la ortografía con humor entra.
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Una de las faltas de ortografía más temidas en español consiste en comerse la hache. Peor todavía puede ser
inventarnos una en palabras que nunca la han tenido ni esperan tenerla. El motivo de estas vacilaciones e
inseguridades está claro: la hache casi siempre es muda.
Normalmente no hay elección: las palabras llevan hache o no la llevan. ¡Y punto! ¿Y punto? ¿De verdad?
Bueno, en realidad, hay un puñado de vocablos que admiten las dos grafías. Es más, cuando tenemos opción,
las Academias de la Lengua nos recomiendan la variante sin hache, que es más sencilla. Te voy a presentar a
continuación una selección de estas palabras.
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Etimología de ‘albóndiga’
Las albóndigas forman parte de nuestra tradición culinaria desde hace siglos. Como es sabido, son bolas de
carne picada y la gracia está en agregarles pan, huevos, leche, especias o cualquier otro ingrediente para que
queden jugosas y apetecibles. Después se fríen bien fritas y ¡a comer!
No solo el plato en sí tiene una larga historia. La palabra que utilizamos para nombrarlo se remonta como
mínimo al siglo XV. Viene del árabe albúnduqah (en su versión hispánica albúnduqa). El nombre árabe, a su
vez, era la deformación de una expresión griega: káryon pontikón, o sea, nuez póntica o nuez del mar Negro
(el Ponto Euxino era el mar Negro para los griegos). Esta nuez tan sugerente es ni más ni menos que
una avellana. Las albóndigas tomaron su nombre de aquí por la sencilla razón de que a alguien le debieron de
recordar a las avellanas por su forma, por su color…
La palabra albóndiga tiene un hermano menos conocido: bodoque. El bodoque era originariamente una bolita
de barro que se usaba para tirar con ballesta. A partir de ahí, fue adquiriendo diversos significados, por
ejemplo, ‘pelota de lana o de masa’ o ‘bolita de adorno de algunos bordados’ (en fin, diversos tipos de bolas o
pelotillas). De hecho, Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, explica que la albóndiga
es “carne picada y sazonada con especies, hecha en forma de nueces o bodoques, del nombre bunduqun,que
en arábigo vale tanto como avellana, por la semejanza que tiene en ser redonda”. En bodoque podemos
reconocer la misma raíz árabe búnduqa, pero esta vez sin el artículo al-.
Otras lenguas europeas también nombran a las albóndigas basándose en su forma de pelotilla. En inglés
son meatballs (‘pelotas de carne’). Los franceses las llaman boulettes (‘bolitas’), palabra que pasó tal cual a la
lengua alemana (Boulette). El término sueco es köttbulle (‘bollos de carne’, el elemento bulle muestra
claramente su relación con bola).
Etimologías aparte, lo que está claro es que las albóndigas son deliciosas (o, por lo menos, a mí me lo
parecen). Quién nos iba a decir que lo que se esconde detrás de su nombre es una avellana.
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Turistificación
Turistificación es un término que hemos tomado prestado del inglés touristification. Últimamente se
encuentra en auge en nuestro idioma. El motivo es evidente: la explosión del turismo que se ha producido en
los últimos años. Hay un nuevo fenómeno en el mundo y sentimos la necesidad de hablar sobre él.
A día de hoy (24-4-2018), el sustantivo turistificación no está incluido en los diccionarios del español por la
sencilla razón de que es muy reciente. Sin embargo, se ajusta bien a la morfología de nuestro idioma y llena
un hueco en nuestro vocabulario, por lo que no hay motivo para rechazarlo. Se refiere a la transformación que
sufren los lugares (sobre todo, las ciudades) como consecuencia del turismo masivo. El siguiente ejemplo
ilustra su uso:
(1) La progresiva turistificación de los territorios ha cambiado la configuración y los usos de los espacios
públicos [El Salto (España), 14-11-2017].
Aunque no tendría por qué, el hecho es que este término está cargado de connotaciones negativas. Suele
aparecer en textos que critican el fenómeno del turismo masivo.
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¿’Estático’ o ‘extático’?
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Mayúsculas y dígrafos
En español tenemos cinco dígrafos: ch, gu, ll, qu y rr. De estos, los cuatro primeros pueden aparecer en
posición inicial de palabra y, por tanto, es posible que tengamos que escribirlos con mayúscula.
Pues bien, cuando esto sucede, únicamente se pone en mayúscula la primera letra de la secuencia, por
ejemplo:
Esto es así porque las letras que integran el dígrafo mantienen su carácter de signos independientes, aunque
representen un único sonido conjuntamente. De ahí que ch y ll se eliminaran del abecedario en 1994.
Es un error escribir las dos letras del dígrafo en mayúscula. No es QUiroga sino Quiroga, no es LLegar sino
Llegar. Lógicamente, cuando la palabra completa se escribe en mayúsculas, entonces sí que escribimos el
dígrafo en mayúsculas; por ejemplo, en un cartel:
(5) PROHIBIDO COMER QUESO
El dígrafo rr nunca puede aparecer en posición inicial de palabra y, por tanto, no tendremos que
(pre)ocuparnos de su uso con mayúscula.
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Normalmente, confundir una be con una uve es una falta de ortografía (y de las gordas). Sin embargo,
tenemos un puñado de palabras en español con las que podemos respirar aliviados: podemos escribirlas lo
mismo con una letra que con la otra. Las principales son las siguientes:
1. Bargueño o vargueño: es una palabra que hoy se utiliza poco porque designa un objeto que ha caído en
desuso. Un bargueño era un mueble que servía para archivar papeles. Los bargueños se fabricaban en madera
tallada y contaban con numerosos cajones. El invento en cuestión estuvo de moda entre los siglos XVI y
XVIII (ha llovido bastante desde entonces). Se llamaban así porque originariamente se construían en el
pueblo toledano de Bargas.
2. Boceras o voceras: se llama así a quien es aficionado a hablar de más, a irse de la lengua, incluso a
fanfarronear. Un boceras viene a ser un bocazas. La variante con be enlaza esta palabra con boca, mientras
que la uve la lleva a la familia de voz. Las dos posibilidades tienen sentido si tenemos en cuenta que esta
denominación se refiere a quien es aficionado a largar por la boca lo que más le valdría callar o a utilizar su
voz alegremente en lugar de quedarse calladito.
3. Cebiche o ceviche: es el delicioso pescado marinado típico de algunos países americanos. No solo podemos
elegir escribirlo con be o con uve, sino que además se admite la grafía con ce o con ese. Cebiche, ceviche,
sebiche o seviche: todas las formas son válidas. Así es imposible cometer faltas de ortografía.
4. Chabola o chavola: quién lo hubiera dicho. Escribir chavola no es una falta de ortografía. Por cierto, una
chabola es una vivienda construida con materiales de desecho en una zona sin urbanizar. La chabola es el
equivalente en España de la favela.
5. Endibia o endivia: es una hortaliza, un tipo de escarola.
Antiguamente se admitían también las variantes Serbia/Servia y serbio/servio; pero las Academias de la
Lengua nos piden en la Ortografía de 2010 que nos olvidemos definitivamente de la variante con uve.
Estas cinco palabras nos hacen la vida más fácil a la hora de escribir. Aun así, no lancemos las campanas al
vuelo. En ortografía casi todo tiene su truco y esto no iba a ser una excepción. Cuando se puede elegir entre
be y uve, se prefiere la be. Por tanto, lo mejor es que borres de tu mente la segunda variante en cada caso y te
quedes solamente con la primera.
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El pavo real es un ave procedente de Asia que se introdujo en Europa durante la Antigüedad clásica. Siempre
ha despertado la admiración de los seres humanos por la espectacular rueda de plumas que despliega el macho
cuando entra en celo.
Hay quien piensa que el adjetivo real que se le aplica viene de rey por lo majestuoso de su plumaje. Nada más
lejos de la realidad. El pavo real recibe este nombre porque es el verdadero, el fetén. Se le empezó a llamar así
para diferenciarlo de un advenedizo al que en su día consideraron de pega.
Cuando los españoles empezaron a explorar Norteamérica en el siglo XVI, se toparon con una especie de
gallina gorda que les recordaba a los pavos que conocían de casa. En realidad, el mérito del descubrimiento
fue de los aztecas, que se habían encargado de domesticar al animalito. Ellos ya llevaban siglos comiendo su
carne y aprovechando sus plumas cuando los europeos empezaron a asomar la nariz por el continente. Pero el
caso es que los españoles introdujeron estos animales en la península ibérica y, en un alarde de originalidad,
decidieron llamarlos pavos. Ahí empezó el lío. De pronto nos encontramos con dos tipos de pavos: los de toda
la vida y estos intrusos venidos de allende los mares. Y ahí fue donde alguien zanjó la discusión llamando a
los primeros pavos reales, o sea, pavos auténticos. Los nuevos se tuvieron que conformar con ser pavos a
secas.
La verdad es que el pavo americano no era ni la mitad de vistoso que el pavo real, pero una vez asado eso no
le importaba ya a casi nadie. Sus méritos culinarios hicieron que esta ave se extendiera desde esta península
nuestra al resto de Europa. El problema de cómo llamarla se empezó a plantear también en otros países. Por lo
general, se reciclaron nombres que ya se venían utilizando para otras gallináceas procedentes de Asia. En
inglés se le llamó turkey, es decir, ‘pollo turco’. En francés es dinde, o sea, d’Inde: ‘gallina de la India’. En
holandés se le conoce como kalkoen (‘gallina de Calcuta’). En portugués, en cambio, es peru porque tuvieron
una pequeña confusión entre Norteamérica y Sudamérica.
En fin, ya ves que la introducción del pavo americano supuso un cataclismo culinario y lingüístico en España
y en toda Europa. En cada país fueron nombrando al animal como mejor supieron, aunque eso dio lugar a
denominaciones que son disparatadas desde el punto de vista geográfico. El pavo real, por su parte, siguió
haciendo la rueda sin inmutarse y proclamando orgullosamente que él es el único verdadero.
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Antiguamente podía haber excusa para no utilizar los diccionarios. Eran caros, pesados, había que levantarse
ex profeso para ir a buscarlos… Hoy, si no los usas es porque no quieres. Tienes magníficas obras que son
gratis y que puedes consultar a golpe de ratón o incluso con una aplicación para teléfono móvil.
Por lo demás, en cuestión de vocabulario, cuanto más sabe uno, más duda. Es fundamental que consultes
todas las palabras que te producen inseguridad y también algunas de las que no. Estas son las que nos suelen
tender las zancadillas más traicioneras.
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‘Carnet’ o ‘carné’
La palabra carné es un préstamo del francés. Un carné es, en primer lugar, una tarjeta que sirve para acreditar
la identidad de su propietario o para identificarle como miembro de alguna asociación o colectivo:
(1) Sancho se puso los guantes para examinar la foto del carné de identidad, modelo antiguo y caducado
[César Pérez Gellida: Memento mori].
Menos frecuentemente, puede referirse a un cuadernito para apuntar cosas, como en el ejemplo (2):
(2) Pero también revólveres, jarrones, espejos y un carné de baile, una diminuta libreta usada por las damas en
las galas para apuntar por orden las peticiones masculinas [El País (España), 2-2-2001].
Este nombre admite dos grafías: carné y carnet. Es preferible usar la primera, que es la forma castellanizada.
Por lo que respecta a la lengua oral, la pronunciación sin te final no solo refleja la del original francés, sino
que resulta más natural y relajada en nuestra lengua: [karné].
Ambas variantes añaden una ese para formar el plural:
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La e protética
En lingüística también hay prótesis. Se denomina así a los sonidos que se agregan al principio de alguna
palabra. En español, concretamente, es muy frecuente la e protética. Esta vocal se antepone
a ciertas secuencias iniciales de consonantes para facilitar la pronunciación.
En época latina, los habitantes de la península ibérica se encontraron con una dificultad para aprender la
lengua de Roma: eran incapaces de pronunciar la ese líquida, o sea, la que aparece al principio de una palabra
y va seguida de otra consonante. Los romanos decían con la mayor soltura spuma, statua o scriptura. En
cambio, nuestros antepasados se trabucaban con tanta consonante o al menos eso es lo que parece indicar la
evolución de estas tres palabras y otras parecidas: se les añadió una e de apoyo que las dejó transformadas en
nuestras actuales espuma, estatua, escritura. Ninguna ese líquida sobrevivió en el paso del latín al castellano.
No hemos superado nuestra limitación articulatoria en el curso de los milenios. En las últimas décadas hemos
tomado muchos préstamos del inglés. Unos cuantos comienzan por ese líquida, por ejemplo, snob y spray. Sin
embargo, nadie pronuncia estos nombres como en la lengua original. Sistemáticamente, les añadimos una e
protética. Por eso, su grafía oficial se ha castellanizado como esnob, espray y con esta forma los
encontraremos en el diccionario.
Además, esto no nos pasa solamente cuando introducimos palabras extranjeras en nuestra lengua. Cuando nos
ponemos a estudiar otro idioma, tropezamos con el mismo escollo. En inglés o en francés se nos reconoce
fácilmente por nuestra afición a deslizar una e cada vez que nos topamos con una ese líquida. Por ejemplo, si
un hispanohablante intenta decir en francés structure spirale, hay muchas posibilidades de que transforme esa
combinación en [estriktír espirál] o algo por el estilo. Si tratamos de explicarle a un amigo inglés que nos
gusta el deporte (I like sports), lo más fácil es que acabemos diciendo [ai láik espórts].
Cada idioma tiene sus particularidades fonéticas y esta es una de las del nuestro. No es quizás la más
llamativa, pero sí que se ha revelado como extraordinariamente constante a lo largo de la historia. Y ahora, si
tienes lo que hay que tener, prueba a decir: Skiing is special in Spain (que viene a ser ‘esquiar en España es
algo especial’).
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Las lenguas cambian. Están en constante cambio y no pueden dejar de cambiar. Esto es un hecho. Pero ¿por
qué se produce esta transformación incesante?
A menudo se cita el deseo de expresividad como uno de los factores que motivan el cambio lingüístico. Los
hablantes, por lo general, somos comodones. Tendemos a servirnos de fórmulas que nos resultan familiares y
que nos exigen el mínimo esfuerzo. Sin embargo, de vez en cuando, se despierta en nosotros el deseo de ser
creativos para darles así más fuerza a nuestras palabras. Eso nos lleva a sustituir expresiones manidas y
rutinarias por otras nuevas e inventadas.
En mi variedad de español, lo normal es decir que son “las cinco menos veinte”. Esta manera de decir la hora
es breve, es informativa, se entiende con facilidad dentro de mi grupo de hablantes y cubre mis necesidades
lingüísticas el 99,9 % de las veces. Sin embargo, cuando queremos captar la atención y destacar, no nos
conformamos con la forma habitual, sino que inventamos giros que rompen las expectativas. Así, un locutor
que quiere mantener a sus oyentes pegados a la radio podrá recurrir a rodeos como estos: “Cuando faltan
veinte minutos para las cinco”, “A falta de veinte minutos para las cinco de la tarde” o “Veinte minutos más y
llegaremos a las cinco de la tarde”.
Cuando una expresión innovadora tiene éxito, empieza a ser repetida por más y más hablantes. De esta
manera, puede ir haciéndose un hueco entre el repertorio de expresiones de una comunidad lingüística. Con el
paso de los años (o de los siglos), esa forma que un día fue original irá desgastándose. Se incorporará al
acervo de las expresiones estándar de esa lengua y se convertirá en candidata a ser arrinconada por otras
expresiones más innovadoras. El futuro del verbo cantar en latín era cantabo. Ese tiempo verbal fue
desplazado poco a poco por una expresión nueva: la perífrasis cantare habeo, que originariamente tenía un
significado de obligación (‘tengo que cantar’). El uso, a lo largo de los siglos, fue erosionando esta
perífrasis. Al final quedó reducida a lo que hoy es el futuro de indicativo: cantar-é, cantar-ás, cantar-
á (prueba a separar las desinencias y comprobarás que lo que hay detrás es el verbo haber, al que
simplemente le falta la hache). Sin embargo, hoy apenas utilizamos ese tiempo verbal para expresar futuro
porque tenemos una perífrasis más reciente formada sobre una idea de movimiento: voy a cantar. Como ves,
lo que hemos hecho a lo largo de miles de años es ir dando vueltas en círculo o quizás en espiral.
Lo humorístico tiene un papel destacado en estos mecanismos de creatividad expresiva. En latín clásico,
‘pierna’ se decía crus, cruris, pero los hablantes se empezaron a poner de acuerdo en que era más divertido
llamar a eso ‘jamón’ (imagínate a un legionario riéndose de sus compañeros o a un abuelo entusiasmado con
los jamoncitos de su nieta). El caso es que fue ganando terreno este uso de la palabra que servía para nombrar
los jamones en latín, o sea, perna. Hoy en español no queda rastro del clásico crus, cruris como no sea en el
tecnicismo crural (‘relativo al muslo’). Se ha impuesto la palabra pierna y nos inventamos otras metáforas
cuando queremos nombrar esa parte del cuerpo con una cierta expresividad: pueden ser palillos, patas (como
las de los animales) o, por supuesto, jamones. Descubrimos aquí una vez más el movimiento de noria que es
tan característico del cambio lingüístico.
‘Cabeza’ en latín era caput, capitis, pero en la lengua coloquial se fue haciendo cada vez más normal sustituir
ese nombre por testa, que significaba ni más ni menos que ‘tiesto’. De manera parecida, nosotros nos
referimos a las cabezas como ollas, cacerolas o similares. De ese tiesto del latín coloquial salieron sustantivos
tan respetables como el francés tête, el italiano testa y términos castellanos que hoy tienen poco uso,
como testa y testuz.
Podríamos multiplicar los ejemplos, pero lo que hemos contado hasta aquí basta para ilustrar cómo los
hablantes a veces sienten ganas de innovar, de ser originales, de llamar la atención o, simplemente, de jugar
con el lenguaje. Cuando esas invenciones triunfan, la lengua se va modificando. Así ha sido desde que los
seres humanos empezamos a hablar y así será hasta el día en que callemos definitivamente.
PLANA 31
El sustantivo mano no nos llama la atención porque lo hemos utilizado hasta la saciedad, pero lo cierto es que
es raro raro raro.
Sus extravagancias empiezan por el género. Es uno de los pocos femeninos terminados en -o que tenemos en
español. Sus compañeros son algunos acortamientos como la moto (< motocicleta), algún cultismo como la
libido y pocos más (no vamos a contar los que alternan entre el masculino y el femenino, como el piloto/la
piloto).
También ha sido especial su evolución histórica. Mano en latín se decía manus, -us. Formaba parte de un
exiguo grupo de femeninos de la cuarta declinación. Eso de que un nombre femenino terminara en -us ya era
una rareza en latín. Esa era la terminación típica del masculino (de ahí vienen nuestros masculinos en -o). Los
femeninos en -us no salieron muy bien parados en el paso al castellano. Casi todos desaparecieron. Los que
sobrevivieron tuvieron que adaptarse a los nuevos tiempos. Algunos mudaron la terminación para no destacar.
La nurus de la Roma clásica acabó convertida en la nuera castellana. Y la sucrus se reconvirtió
en suegra para no ser menos. Otros se pasaron al masculino para amoldarse a su terminación. Por eso,
la pinus nigra es hoy el pino negro. La manus latina fue la única que después de pasar los filtros castellanos
se mantuvo como mano (la tribu se quedó en tierra de nadie con esa terminación en -u, pero eso nos daría
para otro artículo).
Las excentricidades de mano continúan con los diminutivos. Unos decimos la manita y otros la manito. La
forma manita es la más frecuente en España y en México, pero es una construcción peculiar. Los otros
femeninos en -o conservan su terminación:
(1) la moto > la motito
Por tanto, el diminutivo la manito se limita a seguir la regla general. Esta variante, que tanto nos choca a los
españoles, es la más frecuente en América, con la excepción de México.
Pero no acaban aquí las complicaciones del diminutivo. Hay un tercero en discordia: manecita. Este es el
modelo que sigue la palabra manecilla, que se ha especializado para nombrar a las agujas del reloj. Y ni
siquiera aquí conseguimos ponernos de acuerdo todos los hablantes. Algunos prefieren hablar
de las manillas del reloj y hay incluso quien las denomina manijas. Esta última palabra es la heredera del
diminutivo latino de mano: manicula.
Como ves, la palabra mano, acumula más rarezas de lo que uno pudiera esperar. La explicación es simple: la
mano, como órgano de nuestro cuerpo, es importantísima para los seres humanos. Eso hace que utilicemos su
nombre muy a menudo. De ahí que recordemos todas sus particularidades, que se perderían si esta palabra
tuviera menos uso.
PLANA 32
Apóstrofe y apóstrofo
Hay dos palabras que suenan muy parecidas, pero que no debemos confundir: apóstrofe y apóstrofo.
El apóstrofe es una figura retórica. Consiste en dirigirse a alguien con vehemencia, con intensidad.
Encontramos un buen ejemplo de apóstrofe en el famoso tango “Adiós, muchachos”:
Lo más normal es que el apóstrofe esté dirigido a personas, pero nadie nos impide dirigirnos a animales o
incluso a cosas. Siguiendo con los tangos, podemos poner como ejemplo este otro:
Una nota gramatical: lo más normal hoy es decir “el apóstrofe”, en masculino; pero si prefieres decir “la
apóstrofe” también lo puedes hacer. De hecho, el femenino es el género que le correspondería a esta palabra
por su origen griego.
Y luego está el apóstrofo, que es un signo ortográfico. Lo encontramos a menudo en inglés, en francés y en
otras lenguas. Es esa especie de coma alta que aparece en algunas palabras, por ejemplo, aquí:
(3) Don’t
(4) D’Artagnan
En español prácticamente no se usa. Podemos encontrarlo a veces cuando nos “comemos” letras, por ejemplo
para reflejar el habla coloquial en una obra literaria:
Cualquier otro uso que intentes hacer del apóstrofo en nuestra lengua seguramente estará mal. Sin ir más
lejos, estos:
Es incorrecto usar apóstrofo + s para formar el plural de las siglas. En la escritura las siglas se mantienen
invariables en plural, aunque después, al leer, podemos decir “las oenegés” o “las oenegé”, como prefiramos.
Tampoco se debe utilizar apóstrofo para abreviar los números de los años. Se dejan las dos cifras finales, sin
añadidos.
(8) 5’50 €
No hay que confundir el apóstrofo con la coma decimal. Son signos diferentes que tienen usos diferentes.
Y nunca nunca nunca… ¡nunca! hay que usar el apóstrofo como separador al escribir las horas. Lo correcto
aquí (y lo que es la norma para todos los idiomas) es usar los dos puntos.
Así que recuerda: el apóstrofe es una figura retórica que consiste en dirigirse a alguien o a algo; el apóstrofo
es un signo ortográfico que prácticamente no tiene uso en español, aunque sí en otras lenguas.
PLANA 33
Descambiar
Este uso es impecable. Simplemente hay que tener en cuenta que su lugar está en la conversación con amigos
y familiares o quizás en obras literarias que se hacen eco de esta forma desenfadada de hablar.
PLANA 34
Estados Unidos tiene varios Estados con nombre español. Vamos a ver cuáles son y cuál es el origen de esos
topónimos.
Para empezar nos vamos a fijar en los que toman su nombre directamente del español.
En la costa este tenemos Florida, que no se llama así porque tenga muchas flores, sino porque la expedición
de Ponce de León desembarcó allí el día de la Pascua Florida del año 1513. La Pascua Florida es uno de los
días de la Semana Santa, concretamente, el Domingo de Resurrección. Ponce de León y sus hombres fueron
los primeros europeos en llegar a este territorio.
En el sudoeste encontramos el Estado de Colorado. Toma su nombre del río Colorado, o sea, el río rojo. La
denominación, evidentemente, se le dio por el color de las aguas.
Si nos vamos más hacia el oeste, llegaremos a Nevada, que se llama así por Sierra Nevada, que es la cordillera
situada en el límite entre este Estado y California. En España también tenemos una cordillera que se llama
Sierra Nevada. Está en Granada. La de Estados Unidos pudo tomar su nombre de aquí, aunque al fin y al cabo
es una denominación genérica que se puede aplicar sin más a cualquier sierra donde encontremos nieve.
Ya en la costa del Pacífico está California. El nombre está tomado de un libro de caballerías famoso en el
siglo XVI: Las sergas de Esplandián. En la época en que los españoles estaban explorando América, este tipo
de libros era muy popular. Lo que encontraban en el nuevo continente era tan fabuloso que solo les parecía
comparable con las maravillas de este género de literatura fantástica. En las Sergas aparece una isla fabulosa
que se llama California. Está gobernada por la reina Calafia. Solamente viven allí mujeres que secuestran a
los hombres para tener hijos con ellos y después los matan.
En el noroeste, ya en la frontera con Canadá, se halla Montana. El nombre es de origen español. Viene de
“montaña”, pero fue un invento del congresista James Ashley en 1864. Pudo inspirarse en las montañas
Rocosas, que se encuentran en parte dentro del territorio del actual Estado de Montana. El nombre no tiene
eñe porque en el alfabeto inglés no existe esa letra, así que se quedó en “Montana”.
Hasta aquí hemos visto nombres que vienen del español sin más, pero hay también otros que proceden de
idiomas diferentes y a los que el castellano les sirvió de intermediario.
Utah: viene del nombre de la tribu de los yutas. En español se escribía “yuta”, así, tal cual: i griega, u, te, a.
Después los hablantes de inglés adaptaron la ortografía a su lengua y lo convirtieron en el actual “Utah” (con
u al principio y h al final).
Nuevo México: proviene del náhuatl “México” a través del español y con el añadido de la palabra “nuevo”.
Posteriormente, el nombre se tradujo al inglés como “New Mexico”. La pronunciación inglesa está basada en
la escritura del español (que es con equis) y no en la pronunciación con jota.
Texas tiene su origen en la lengua cado a través del español. “Teja” significa en cado 'amigo' y es un nombre
que se aplicaban los cados a sí mismos en contraste con otros pueblos, que eran sus enemigos. Los españoles
se referían a este pueblo americano como “los tejas” y de ahí sale el nombre del Estado. La pronunciación
inglesa está tomada de la grafía, igual que en el caso de Nuevo México. En español se debe pronunciar [téjas],
nunca [téksas].
PLANA 35
Ingerir e injerir
Los verbos ingerir e injerir tienen una escritura muy parecida y se pronuncian igual, pero tienen significados
diferentes.
Ingerir es meter en la boca comida, bebida o alguna otra sustancia para que llegue al estómago. Aquí tenemos
un ejemplo de uso tomado de una novela:
(1) Sintió un conato de mareo, no había ingerido nada sólido desde las tres de la tarde y era casi la una del
nuevo día [José Luis Martínez Ibáñez: Siempre juntos].
Este verbo se escribe con ge en todas las formas de su conjugación (sin excepción alguna). El siguiente truco
te puede ayudar a recordarlo. Ingerir es tragar. Tragar se escribe con ge e ingerir también.
Injerir, por su parte, es un verbo propio de registros de lengua elevados. Tiene muy poco uso en el
idioma actual. Cuando aparece, normalmente lo hace en su forma reflexiva: injerirse, que significa
‘entrometerse’ o ‘inmiscuirse’. Se utiliza sobre todo en el ámbito de la política, las instituciones y las
relaciones internacionales, como en este ejemplo, tomado de un texto periodístico:
(2) El ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, negó hoy de manera categórica que Moscú se
injiera en los asuntos internos de Ucrania, ya que ello va contra sus propios intereses [La
Vanguardia (España), 14-4-2014].
Este verbo se escribe con jota en todas las formas de su conjugación.
Los dos verbos (ingerir e injerir) siguen el modelo de conjugación de sentir. Si te asaltan las dudas con
alguna de sus formas, lo único que tienes que hacer es buscar la equivalente de sentir:
Sentir > sintió
Por tanto:
Lo que me interesa de todo esto es que el verbo que se utiliza normalmente es ingerir, que siempre lleva ge. A
no ser que escribas sobre política o relaciones internacionales, te puedes pasar toda una vida sin encontrar una
oportunidad de usar correctamente injerir (con jota).
PLANA 36
(1) Las lenguas con más hablantes son: el chino, el español y el inglés.
Esto está mal. Si eliminamos los dos puntos en el ejemplo (1), vemos que no pasa nada. La oración sigue
teniendo sentido y no hay ningún problema con ella. Pues bien, cuando puedes quitar los dos puntos es que
tienes que quitarlos.
Hay quien los pone ahí porque intenta reflejar una pausa que se hace a veces en esa posición cuando estamos
hablando: “Las lenguas con más hablantes son | el chino, el español y el inglés”. Pero cuidado: una cosa son
las pausas y otra los signos de puntuación. Si alguna vez te han dicho que los signos de puntuación están ahí
para indicar cuándo hay que hacer pausas al leer, te han mentido. Lo siento. Y si te lo crees, leerás mal y
puntuarás mal.
En cuanto eliminamos los dos puntos, nos damos cuenta de que no hacían nada ahí; así que no podemos
mantenerlos. Probablemente, alguien los puso porque estaba pensando en una pausa, lo mismo que ocurría en
el ejemplo anterior. Vamos a leerlo otra vez: “... consta de | planteamiento, nudo y desenlace”.
Pero insisto: una cosa son las pausas y otra diferente, los signos de puntuación.
Y para que todo quede claro, una regla general: no puede haber dos puntos detrás de un verbo o de una
preposición.
P.D.: leo todos los correos que se me envían y me alegro de recibir sugerencias y comentarios, pero
lamentablemente no puedo contestar a todos. Si tienes una duda lingüística, te aconsejo que hagas una
búsqueda en el Blog de Lengua. Es muy posible que esté resuelta. Me es imposible atender consultas
particulares.
PLANA 37
Etimología de cachalote
PLANA 38
Signos diacríticos
Un signo diacrítico es cualquier marca que se utiliza para modificar algún otro signo de la escritura.
En español tenemos varios. El más frecuente con diferencia es el acento o tilde (´), que se puede situar sobre
las cinco vocales, tanto en sus versiones minúsculas (1) como en las mayúsculas (2):
(1) á, é, í, ó, ú
(2) Á, É, Í, Ó, Ú
Además utilizamos la diéresis (¨), también conocida como crema (nombre muy sabroso y que por eso mismo
no se olvida fácilmente). Esta se le añade a veces a la u, tanto minúscula (ü) como mayúscula (Ü). Su función
es advertirnos de que hay que pronunciar la u que aparece emparedada entre una ge y otra vocal, como
en vergüenza. Sin el auxilio de la diéresis esa u sería muda.
El tercero y último de los signos de que nos servimos en la ortografía del español actual es la tilde o virgulilla
(˜). Designamos con este nombre al trazo ondulado que se le añade a la ene para convertirla en eñe, como en
la palabra España.
Ya te habrás percatado de que la denominación tilde se aplica a dos signos diferentes. Por eso existe también
el término técnico acento ortográfico que permite evitar ambigüedades. Por otra parte, el problema es menor
de lo que parece porque casi nunca tenemos necesidad de nombrar el trazo curvo que modifica a la ene.
Además de estos signos diacríticos, en español hemos usado algunos más en épocas pasadas. Por ejemplo, la
primera ortografía de la Real Academia Española (1741) introdujo el uso del acento circunflejo (ˆ) en palabras
como châos (caos en nuestra ortografía actual). Esa marca indicaba que el dígrafo ch había que leerlo como
[k], frente a la pronunciación [ch] que tenía entonces y ahora en chorizo o choque.
La cedilla también la hemos utilizado históricamente. Seguramente la habrás visto en el teclado de tu
ordenador, arrumbada en el extremo derecho (si escribes con un teclado español, claro).
La denominación cedilla se aplica lo mismo al signo diacrítico (¸) que a la letra (ç). La historia de la cedilla es
curiosa. Es un invento de los visigodos. Parece una ce modificada, pero su verdadero origen está en la zeta.
El alfabeto latino estaba hecho a la medida del latín, como su propio nombre indica. Cuando se extiende su
uso a otras lenguas, hay que empezar a introducir pequeños arreglos para que siga funcionando. Una de las
formas de hacerlo es modificar las letras existentes con la introducción de signos diacríticos.
Por ejemplo, en latín no había necesidad de marcar la sílaba que se pronunciaba con mayor intensidad. En
español, en cambio, es fundamental. Por eso hemos complementado la escritura latina con nuestros acentos.
Entre otras funciones, estos nos permiten diferenciar formas como las siguientes, que están relacionadas pero
tienen significados distintos:
El sonido eñe no existía en latín. Por eso hubo que alterar la ene para reflejar en la escritura la pronunciación
de palabras como España y para no confundir pares como año y uña y una.
El español no es ni mucho menos la única lengua que recurre a los signos diacríticos. Los tenemos en
francés (è, ç, ô), en checo (č, ť, ů), en húngaro (ő, ö), en rumano (ş, â, ă) y en muchísimos otros idiomas que
han adaptado la escritura del latín en mayor o menor medida para reflejar las particularidades de su
pronunciación. En cambio, el inglés tiene una pronunciación muy alejada de la del latín, pero no hace uso de
signos diacríticos (quitando algunas palabras de origen extranjero).
Los signos diacríticos tampoco son exclusivos del alfabeto latino, pero eso ya nos llevaría demasiado lejos.
Conformémonos con lo que hemos aprendido por hoy.
PLANA 39
In pectore
In pectore es una expresión latina que significa literalmente ‘en el pecho’ o ‘dentro del pecho’.
La Iglesia católica la utiliza para referirse a alguien que es cardenal, pero lo es en secreto. Ya ha sido
nombrado, pero no se anuncia su nombre por el motivo que sea. Lo lleva el papa guardado en su pecho, que
es donde se mantienen los secretos. Esto se hace a veces para proteger a ese cardenal en países donde puede
sufrir persecución. El siguiente fragmento ilustra este uso de in pectore, que es el originario:
(1) Juan Pablo II no desveló, antes de morir, el nombre del cardenal in pectore. Y tampoco lo dejó escrito en
su testamento [El Mundo (España), 6-4-2005].
El ejemplo (1) está tomado de un texto en el que se explica que Juan Pablo II dejó nombrado un cardenal,
pero que su nombre se mantuvo oculto incluso después de la muerte del papa.
Por extensión, también se utiliza la expresión in pectore para referirse a una persona a la que ya se ha
designado para un cargo, pero cuyo nombramiento todavía no se ha hecho público. Por ejemplo, se puede ser
ministro in pectore si el presidente ha seleccionado a alguien, pero todavía no lo ha anunciado. Este uso es
impecable. Constituye simplemente una ampliación del concepto más allá del ámbito del catolicismo.
Existe otro uso figurado que va un paso más allá, pero que sigue siendo correcto. In pectore puede aplicarse a
decisiones que se mantienen en secreto. Por ejemplo, una persona puede ser candidata in pectore si tiene
intención de presentarse a una elección, pero todavía no ha desvelado su propósito. No la ha nombrado nadie.
Es una decisión que ha tomado por sí misma y que mantiene en su pecho a la espera de que llegue el
momento de actuar:
(2) Dos candidatos in pectore empiezan a mostrar su ambición por liderar el partido, pero sin aclarar al 100%
si se presentarán a la secretaría general.
En (2) se está especulando con la posibilidad de que ciertas personas presenten su candidatura, aunque estas
todavía no se han manifestado abiertamente.
Lo que no se debe hacer es emplear in pectore cuando estamos hablando de la persona que ha ganado unas
elecciones, pero que todavía no ha tomado posesión de su cargo. El siguiente ejemplo es incorrecto:
(3) El presidente in pectore Donald Trump se ha reunido con Obama para preparar el traspaso de poderes.
Si alguien ha sido elegido por los votantes para presidir una nación, no hay secreto posible. El adjetivo
correcto en este caso es electo:
(4) El presidente electo Donald Trump se ha reunido con Obama para preparar el traspaso de poderes.
Un par de notas ortográficas para terminar. Esta expresión hay que resaltarla en cursiva. Si estamos
escribiendo a mano, lo que haremos será encerrarla entre comillas. No se le pone tilde porque las expresiones
latinas formadas por dos o más palabras no se acentúan.
PLANA 40
La palabra Internet se puede escribir tanto con mayúscula como con minúscula. Por tanto, los dos ejemplos
siguientes son correctos:
(1) En el mundo de Internet, las noticias no queman, explotan [El País (España), 16-10-2016].
(2) Hay cruceros de lujo que ofrecen internet gratis [Clarín (Argentina), 16-10-2016].
La Ortografía de la lengua española (2010) no dice explícitamente si debemos usar mayúscula o minúscula
inicial con esta palabra, pero incluye ejemplos de los dos usos, por lo que debemos entender que da por válido
tanto uno como otro. Por su parte, el Diccionario de la lengua española (2014), prefiere la grafía con
minúscula (internet), pero acepta también la variante con mayúscula (Internet).
Puede tener sentido escribirlo con mayúscula para los hablantes que lo tratan como un nombre propio. Esto se
nota, por ejemplo, porque no se combina con el artículo:
No obstante, muchas personas sí que añadirían un artículo en (3). Eso indica que para ellos es un nombre
común, por lo que tendría todo el sentido del mundo la minúscula inicial.
Hay que tener en cuenta también que la tendencia internacional va favoreciendo la minúscula. Por ejemplo,
el AP Stylebook ha decretado en su edición de 2016 que esta palabra se escriba única y exclusivamente en
minúsculas. Este libro de estilo es el más usado por la prensa en lengua inglesa y constituye por ello una
referencia ortotipográfica de primer orden.
En cualquier caso, en español las Academias de la Lengua dejan la grafía al criterio de cada cual sin entrar en
mayores consideraciones. La ventaja es que podemos dormir tranquilos: nunca nos equivocaremos.