Como Vivieron Mas de 110 Años
Como Vivieron Mas de 110 Años
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Copyright © 2015 Maya Ruibarbo
ISBN-13: 978-1519340603
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ÍNDICE
NOTA LEGAL
INTRODUCCIÓN
CONCLUSIÓN
WEBGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
Se estima que para 2050, cuando la Tierra tenga una población estimada de
9.200 millones de habitantes, aumentará de forma significativa el número
de personas que superen los 110 años de edad.
Hasta el momento, la persona que más ha vivido, de forma datada
y comprobada, falleció a los 122 años. No todo el mundo podrá vivir tanto
tiempo, pero sí está previsto que suba mucho el tanto por ciento de personas
que lleguen a los 100 años y superen dicha edad para presumir de
centenarios.
En 2050, los seres humanos que tengan por encima de los 65 años
significarán un tercio de la población, y los mayores de 80 serán más de un
10% del total, mientras que un 4% llegarán a los 110 años.
Los expertos calculan que llegaremos, no solo a ser más viejos,
sino también más urbanos y más cosmopolitas, una consecuencia de vivir
más años, y podremos permitirnos entonces más experiencias.
Nuestro planeta acaba de rebasar la barrera de los 7.000 millones
de habitantes. Según los últimos estudios, se estima que hacia 2050 la
población mundial estará entre los 9.100 y los 9.200 millones de personas.
Se trata de un crecimiento menor del esperado hace pocos años, ya que ha
disminuido la natalidad más de lo previsto, al tiempo que ha aumentado la
mortalidad por culpa de la aparición de ciertas enfermedades como el
SIDA, con gran incidencia en los países subsaharianos. En cierto sentido,
tal reducción es positiva, porque aunque el logro de que la gente viva más
lo califican los profesionales de la medicina de “conquista social”, también
advierten de las dificultades que tal hecho va a conllevar, desde el punto de
vista económico y, sobre todo, de la cobertura pública de la salud.
Resumiendo, que en pocos años seremos unos cuantos más, y viviremos
más tiempo, en unas condiciones de calidad de vida lo suficientemente
buenas, e impensables hace poco tiempo atrás.
No hay que olvidar que todavía a principios del siglo XX la
esperanza de vida en muchos de los países que hoy llamamos desarrollados
era de 40 años, y quien superaba esa edad ya podía darse por satisfecho.
Todavía en torno a las décadas de 1970 y 1980 “los viejos sí que eran
viejos”, según recordamos muchos de nosotros que ahora rondamos la
cuarentena. Cuando evocamos a nuestros abuelos, los vemos encorvados al
llegar a los 70, con claras señales de decadencia y en resumen, que
reflejaban una edad avanzada en la mayoría de los casos. Si en cambio
hacemos lo mismo con nuestros padres, la cosa cambia: muchos de ellos
parecen 20 años más jóvenes, la vejez ha sido tan benigna con ellos que
pueden permitirse actividades lúdicas y deportivas incluso más allá de los
80 años y, en fin, que para hacerse a la idea de que ya han entrado en la
tercera edad hay que someter la imaginación a un tremendo esfuerzo.
Existe un grupo de gente que ha ido y va abriendo camino a los
demás. Son los conocidos como “abuelos del mundo”, o
“supercentenarios”. Los “súper” alcanzan los 110 años de edad y los
rebasan con facilidad, y aún se quedan unos cuantos cumpleaños más con
nosotros, para demostrarnos que es posible. La gran mayoría de los que les
rodean están muy encariñados con ellos, sin excepción en todo el mundo,
pues los supercentenarios comparten una primera característica común:
todos han desarrollado una gran personalidad, y han estado dispuestos
sin rebozo a compartir con el mundo sus “truquillos” para vivir una
larguísima vida. Son esos consejos, dados desde la experiencia, los que se
han recopilado en este libro, con la esperanza de que puedan ayudarnos al
resto a mejorar nuestro estilo de vida y hacerlo más pleno, sano y fructífero.
Si además logramos estirar unos cuantos años la estancia en la Tierra, en
buen estado, bienvenido sea. Al final del libro te damos las conclusiones
más relevantes extraídas de la experiencia conjunta de todas estas personas
sobresalientes. Sobresalientes, no por su edad, que también, sino por su
saber estar y sobre todo, por enseñarnos cómo vivir, con humor y valentía.
La lista de las tablas de las personas más longevas verificadas en el
mundo se ordena por ordinales (primero, segundo, etcétera), como persona
de mayor edad o el hombre o la mujer de más edad. En estas tablas, un
supercentenario se considera 'verificado' si su reclamo ha sido validado por
un organismo internacional que se ocupa específicamente de la
investigación de la longevidad, como son el Grupo de Investigación en
Gerontología (GRG) o el Libro Guinness de los Récords.
Expertos de todo el mundo estudian a las personas
supercentenarias para averiguar las claves de su longevidad. Por ejemplo, el
antiguo cartero japonés Jiroemon Kimura (capítulo 2) atribuía sus 116
años a una dieta consistente en comer sólo el 80% de lo que le pedía el
cuerpo.
Su secreto, según declaró Kimura a la prensa local, fue el hara
hachi bu, una tradición confuciana que consiste en algo así como comer
sólo hasta que estás lleno al 80%. Pero, por desgracia para los que son más
jóvenes que Kimura, es decir el resto de la humanidad, no todo es tan
sencillo. Kimura fue el ser humano más viejo del planeta y una excepción
masculina en la cumbre de los supercentenarios, los individuos con 110
años o más. Las otras 20 personas nacidas en el siglo XIX y que siguieron
vivas con creces hasta el XXI fueron mujeres.
La persona más longeva cuya edad se ha verificado es la francesa
Jeanne Calment (capítulo 1). Murió en 1997, con 122 años. Vivió toda su
vida en la ciudad de Arlés y, según su relato, allí conoció al pintor Vincent
van Gogh, que viajó al sur de Francia en busca de su luz y sus colores
explosivos. “Era feo, estaba arrasado por el alcohol y frecuentaba los
burdeles”, recordaba Calment en sus últimas entrevistas, pese a que el
pintor había muerto más de un siglo antes, en 1890. Cada día, la francesa
bebía un vaso de oporto, se fumaba un cigarrillo y comía chocolate.
“Mantén siempre tu sentido del humor. A eso atribuyo mi larga vida.
Creo que me moriré riendo”, decía.
A la muerte a los 116 años de edad de Gertrude Weaver (capítulo
5), en Estados Unidos, el 6 de abril de 2015, la sucedió Jeralean Talley
(capítulo 36), también estadounidense, nacida el 23 de mayo 1899, como
persona más vieja del mundo cuya edad podía ser documentada. Talley
falleció el 17 de junio de 2015 y el cetro de los supercentenarios pasó
entonces a Susannah Mushatt Jones, otra ciudadana de Estados Unidos.
Porque la primera regla para llegar a ser supercentenario consiste sin
dudarlo en haber nacido mujer. Son abrumadora mayoría las abuelas del
mundo. Pero no hay que desesperar si el destino quiso que se nazca varón,
aún se puede lograr. A partir del fallecimiento a los 111 años de edad de
Alexander Imich, otro ciudadano de los Estados Unidos, el cual aconteció
el 8 de junio de 2014, fue Sakari Momoi (capítulo 24) de Japón, nacido el
5 de febrero 1903 y fallecido el 5 de julio de 2015, a los 112 años y 150
días, el hombre más longevo del mundo.
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1. La mujer que se sentaba sobre su
única arruga
Jeanne Calment
La persona más longeva cuya edad se ha verificado es la francesa Jeanne
Calment. Murió en 1997, con 122 años. Vivió toda su vida en la ciudad de
Arlés y, según su relato, allí conoció al pintor Vincent van Gogh, que
viajó al sur de Francia para imitar su luz y colorido en sus inmortales
lienzos. “Era feo, estaba arrasado por el alcohol y frecuentaba los burdeles”,
recordaba Calment de Van Gogh en sus últimas entrevistas, pese a que el
pintor había muerto más de un siglo antes, en 1890.
Una de sus más famosas sentencias era conocida en todo su pueblo:
“Nunca he tenido más que una arruga, y estoy sentada encima de
ella”. En una entrevista grabada en vídeo, cuando ya se marcha –en
silla de ruedas empujada por una enfermera- dice en broma con una
vitalidad pasmosa y voz fuerte y perfectamente inteligible: “¡De
frente, marchen!”.
Fue la suya la vida humana más larga inequívocamente
documentada. De 1875 a 1997, 122 años y 164 días repletos de vitalidad.
Calment siempre insistió en que había conocido a Vincent van Gogh cuando
apenas tenía ella 12 o 13 años. De él dijo más tarde entre otros comentarios
que era “muy feo, sin gracia, maleducado, enfermo –le llamaban loco”.
Jeanne Louise Calment alcanzó la fama gracias a que su fecha de
nacimiento, 21 de febrero de 1875, pudo confirmarse oficialmente en el
registro civil de Arlés, la ciudad del sur de Francia donde nació y murió.
Empezó a ser noticia en prensa a partir de 1985, cuando ya había cumplido
los 110 años. La investigación posterior encontró documentación que
corroboraba la edad de Calment más allá de cualquier duda razonable, en
los registros de su ciudad natal. Se ha obtenido más evidencia de la
larguísima vida de Calment que para cualquier otro supercentenario; su caso
sirve como un arquetipo de la metodología para la verificación de las
edades de las personas más viejas del mundo. Jeanne Calment, nacida un
año antes de que Alexander Graham Bell patentase su teléfono y 14 años
antes de que Gustavo Eiffel construyera su famosísima torre, murió el 4 de
agosto de 1997 en una residencia en Arlés.
Jean-Marie Robine, un investigador de salud pública que es uno de
las autores del principal libro sobre la señora Calment, anunció que la
abuela del mundo se había encontrado con buena salud, aunque casi ciega y
sorda, hasta el último mes de su vida.
Los franceses, que la consideraron la abuela de la humanidad
mientras vivía, tienen sus propias teorías de por qué ella habría vivido tanto.
Curiosamente, una de sus costumbres, que va contra todo lo que se
recomienda en el campo de la dietética y en círculos políticamente
correctos, era comer dos libras de chocolate a la semana, o lo que es lo
mismo, casi un kilo de chocolate a la semana, qué barbaridad. Cada día,
la francesa se bebía un vaso de oporto, fumaba un cigarrillo y comía
chocolate. Y reía, reía mucho. “Mantén siempre tu sentido del humor. A
eso atribuyo mi larga vida. Creo que me moriré riendo”, decía.
Trataba su piel con aceite de oliva, montó en bicicleta hasta que
pasaba de los cien y agárrense, solo dejó de fumar cinco años antes de
su muerte, esto es, con 117 años.
Su padre, Nicolas Calment (28 de enero de 1831-22 de enero de
1931), fue un constructor de barcos, y su madre, Marguerite Guilles (20 de
febrero de 1838-18 de septiembre de 1924), pertenecía a una familia de
molineros. Cierto es que de todas formas heredó la longevidad de su
familia, aunque con ella llegó a extremos. Su hermano, François, vivió
hasta los 97; su padre, Nicolás, hasta cerca de cien años, y su madre,
Margarita, hasta los 86. Jeanne fue la menor de al menos cuatro niños ya
que el número exacto de los hermanos es incierto (Jeanne sólo sabía que
tenía un hermano más aparte de François). También se registraron dos
hermanas más, Antoine —fallecida a los cuatro años— y Marie —muerta
en su primer año de vida—.
De todas formas, el investigador Robine considera que su mayor
fortaleza era la de permanecer imperturbable ante los vaivenes de la
existencia. Jeanne Calment no se inmutaba fácilmente, y solo en ocasiones
excepcionales se trastornaba su quietud y el sosiego, el orden y concierto
que regían su vida. Esta característica la comparte con muchos otros
abuelos del mundo, que vivieron existencias apacibles sin grandes
sobresaltos, salvo los naturalmente derivados del transcurrir del tiempo. En
una entrevista telefónica con el New York Times, Robine precisó aún más
sus apreciaciones: “Opino que ella era alguien que, hablando tanto en lo
relativo a su constitución como a su biología, era inmune al estrés”.
Inmune al estrés. La cualidad biológica que todos querríamos. Calment
confirmó este hecho al declarar que uno de sus principios era: “Si no puedes
hacer algo para solucionarlo, no te preocupes por ello”.
Aparte de por su edad, se hizo todavía más famosa por sus
ingeniosas ocurrencias. Alguna de sus frases podría rivalizar sin
problemas con las del genial Groucho Marx. Había asistido a la aparición
de inventos como la bombilla eléctrica, el avión, el teléfono o el cine. Tenía
37 años cuando se produjo la revolución soviética de 1917 y 64 cuando
Adolf Hitler inició la II Guerra Mundial. Jeanne Calment nació en Arlés el
21 de febrero de 1875. Su padre, armador, era rico, igual que su primo
Fernand Calment, propietario de los grandes almacenes de la localidad, con
quien se casó a los 21 años.
Se casó a los 21 años con su primo segundo, Fernand Calment,
en 1896, quién había nacido en 1868 y murió en 1942, cuatro años antes de
festejar su 50 aniversario de bodas. También sobrevivió a la hija de ambos,
Yvonne, que murió en 1934, y a su nieto, Frédéric, muerto en 1963 en un
accidente automovilístico. La anciana se habituó entonces a la soledad y
siguió residiendo en su apartamento y paseando en bicicleta.
Su marido era nieto de su tío abuelo, de ahí el mismo apellido.
Poseía una próspera tienda en Arles, de modo que nunca pasaron
dificultades económicas, y ella nunca necesitó trabajar para ayudar al
sostenimiento de la familia. Jugaba al tenis, aprendió a patinar, montar en
bicicleta y nadar. También disfrutaba al tomar parte en las batidas de caza
que su marido organizaba. Además estudió piano y disfrutaba acudiendo a
la ópera. Practicó esgrima hasta la edad de 85 y manejaba su bicicleta hasta
la edad de 100.
Poseía esa característica vital propia de los abuelos del mundo:
practicaba y gozaba con muchas actividades y aficiones, mantenía
siempre el interés por la vida.
Su esposo tenía 46 años cuando estalló la Primera Guerra Mundial,
de modo que fue considerado demasiado viejo para el servicio militar. Su
negocio sobrevivió a la depresión económica posterior. Sin embargo, un
postre que contenía cerezas estropeadas acabó con su vida cuando tenía
alrededor de 73 ó 74 años, pero no con la de su mujer, en 1942.
La pareja como ya se ha comentado había tenido una hija, Yvonne,
que a su vez se casó con el coronel Joseph Billot y le dio a Jeanne Calment
un único nieto, Frederic Billot, en 1926. Ocho años más tarde, en 1934 y a
los 35 años, Yvonne murió de neumonía, y la señora Calment crió a su nieto
en la casa familiar. El niño llegó a médico en la edad adulta y murió antes
que ella, en un accidente de automóvil en la década de los sesenta del siglo
pasado.
Calment, como hemos dicho, montó en bicicleta hasta que fue
centenaria, y recorrió todo Arles para agradecer a la gente que la felicitaba
por su cumpleaños ese año.
A la edad de 110 años su creciente fragilidad hizo que se trasladase
a una residencia. “Se quejaba de la comida en este centro, que decía que era
similar a la comida para bebés”, dijo el señor Robine en la entrevista al
New York Times. “Decía que toda la comida sabía igual”.
Cuando tenía 115 años, se cayó y fracturó dos huesos, y su
memoria empezó a fallar. Pero retuvo su mordaz sentido del humor.
“¡Cuando llegues a los 117, a ver si tú lo recuerdas todo!”, le bufó a un
entrevistador en 1992. Y cuando alguien se estaba despidiendo de ella tras
una visita, se le ocurrió decirle con muy poco tacto: “Hasta el año que
viene, tal vez”. La respuesta lapidaria no tardó en llegar: “¡No veo por qué
no! No me parece que estés tan mal”.
Cuando cumplió 122 años, su sordera había aumentado tanto que
era difícil comunicarse con ella.
La señora Calment no dejó herederos. Vistas las circunstancias,
todos murieron antes que ella. Incluido André Francois Raffray, un abogado
que 32 años antes, cuando ella tenía 90, compró el apartamento en que
Calment había vivido hasta entonces. El contrato, llamado de contingencia,
implicaba que él tendría que pagar a la señora 2.500 francos al mes. Para
hacernos una idea, y a ojo de buen cubero, si tenemos en cuenta el efecto de
la inflación y el cambio de moneda al euro, eso significaría en aquella
época que Calment recibía unos 3.250 euros al mes en concepto de cobro
por alquiler. Se suponía que la contrapartida para el pobre señor Raffray era
que recibiría en propiedad el apartamento cuando ella muriera. Como se
podrá suponer, eso nunca ocurrió, pues él falleció casi tres años antes que
ella, a la edad de 77. En ese momento ya le había pagado a Calment más del
doble del valor de mercado del apartamento. Un negocio ruinoso. Aún peor,
su familia todavía estaba pagando la renta cuando ella murió.
“En la vida, a veces uno hace malos tratos”, comentó Jeanne Calment.
Cabe suponer que se refería al realizado por su inquilino.
No había resentimiento ninguno, sin embargo. La viuda del señor
Raffray, Huguette, dijo al conocer la noticia de la muerte de la abuela del
mundo: “Era una personalidad. Mi marido tuvo muy buena relación con la
señora Calment”.
Tenía ya más de cien años cuando optó por trasladarse a un asilo.
Había perdido la vista y gran parte del oído, pero no la memoria. Concedía
entrevistas hasta casi el final de su vida. Aún más, cuando tenía 114 años
hizo una breve aparición en la película Vincent and me, donde se
interpretaba a sí misma, de modo que logró también, además de sus otros
títulos, el de actriz más anciana conocida en la historia. Se rodó asimismo
un documental en Francia sobre su vida, Más allá de los 120 años con
Jeanne Calment, en 1995. Y un año después, en 1996, la residencia de
ancianos que se había convertido en su hogar lanzó el CD Time’s Mistress
(La señora del tiempo) en su honor, donde Calment contaba su percepción
de la vida, combinada con mezclas de ritmos modernos y rap.
Cada uno de sus cumpleaños era un acontecimiento, seguido por
periodistas de todo el mundo. Su desaparición causó consternación en
Francia.
La señora Jeanne Louise Calment (21 de febrero de 1875 - 4 de
agosto de 1997) vivió 122 años, 5 meses y 13 días (44.724 días en total).
Fue la última persona viviente conocida que haya nacido en la década de
1870. El alcalde de Arles comentó ese mismo día en que ocurrió el deceso:
“Ella era Jeanne la de Arlés, alguien cuya foto recorrió el mundo. Pero
sobre todo, era la memoria viviente de nuestra ciudad”.
En 1985, la visión de Calment se deterioró y, mientras cocinaba,
causó un pequeño incendio en su apartamento lo que motivó su traslado por
voluntad propia a un hogar de ancianos luego de vivir por su cuenta 110
años. Su notoriedad internacional se intensificó en 1988, cuando la
conmemoración del centenario de la visita de Vincent van Gogh a Arlés le
brindó la ocasión de ser entrevistada por los periodistas. Fue entonces
cuando comentó que en el momento en que se había encontrado con van
Gogh 100 años antes, cuando era una niña de apenas 13 años de edad y él
concurrió al taller de tejido de su tío para comprar unas lonas, lo notó
“sucio, mal vestido, desagradable, muy feo, descortés, grosero y
enfermo”. Calment también recordó la venta de lápices de colores para Van
Gogh y la construcción de la Torre Eiffel. A la edad de 114 años, apareció
brevemente en la película de 1990 Vincent and Me como ella misma,
convirtiéndose en la persona de mayor edad en haber actuado en un filme.
Una película documental sobre su vida, titulada Beyond 120 Años
with Jeanne Calment, se estrenó en 1995. En 1996 se presentó Time's
Mistress, el CD de cuatro pistas de Calment hablando sobre un fondo
de rap.
En su 122º cumpleaños, el 21 de febrero de 1997, se anunció que
no haría más apariciones públicas ya que su salud se había deteriorado
seriamente. Falleció el 4 de agosto de ese mismo año debido a causas
naturales y sus restos fueron inhumados en el cementerio de Trinquetaille.
Tanto antes como después de la muerte de Calment, se llevaron a
cabo varios reclamos por parte de otras personas que admitieron haber
superado su edad pero ninguna fue comprobada. Uno de los casos más
reconocidos fue el de Shirali Muslimov (aparentemente nacido el 19 de
marzo de 1800-2 de septiembre de 1963) de Azerbaiyán, que vivió (según
quienes lo respaldaban) 163 años y 167 días. Otros casos muy discutidos de
longevidad extrema se refieren a Tuti Yusupova (supuestamente nacido el
1 de julio de 1880 y fallecido el 28 de marzo de 2015)
de Uzbekistán o Antisa Khvichava (capítulo 18) (supuestamente nacida el
8 de julio de 1880 y fallecida el 30 de septiembre de 2012) de Georgia,
ambos presuntamente con más de 130 años. Debido a que sus edades no
fueron comprobadas, Calment continúa siendo la portadora del título de la
“persona más longeva comprobada”.
Después de una entrevista en 1988, a la edad de 113, Calment
recibió el título de la “persona viva más antigua del mundo” otorgado
por el Libro Guinness de los Récords. Sin embargo, en 1989, el título le
fue retirado y otorgado a Carrie C. White (capítulo 19) de Florida, que
decía haber nacido un año antes que Calment, aunque luego se demostró
que fue una reclamación de edad falsa, al investigarse un censo posterior. A
la muerte de White, el 14 de febrero de 1991, Calment se convirtió (¡de
nuevo!) en la persona más antigua del mundo apenas una semana antes de
cumplir 116 años.
El 17 de octubre de 1995, cuando contaba con 120 años y 238 días,
pasó a convertirse en la persona verificada más longeva de toda la
historia, según el Guinness, superando a Shigechiyo Izumi de Japón, cuya
edad (120 años y 237 días en el momento de su muerte en 1986, el día del
111º cumpleaños de Calment) resultó ser falsa tras las pertinentes
investigaciones realizadas años después. Descartados los casos de Izumi y
White, Calment fue la segunda persona documentada hasta ese momento en
haber alcanzado la edad de 115 años luego de Augusta Holtz. También es
la única persona que vivió indiscutiblemente 120 años (y más).
Calment tiene el récord de ser la persona más anciana durante
el mayor período de tiempo —casi nueve años y siete meses, a partir de la
muerte de Florence Knapp el 11 de enero de 1988 hasta su propia muerte
el 4 de agosto de 1997—. Batió el récord de longevidad confirmada (el
anterior lo sustentaba Anna Eliza Williams, que murió a la edad de 114
años y 208 días, en 1987) por casi ocho años. Romper la anterior marca de
edad por tanto tiempo es en sí mismo otro récord. Antes de Calment, la
única persona que superó la marca de longevidad confirmada por más de un
año fue Delina Filkins, que fue la primera en alcanzar los 113 años, en
1928. Filkins sobrepasó el anterior récord de longevidad confirmada por
algo más de dos años.
Tras la muerte de Calment, el 4 de agosto de 1997 a las
10:45 horas CET, Marie-Louise Meilleur (ver capítulo 16 de este libro), de
entonces 116 años, se convirtió en la persona más longeva del
mundo. Además de ser la persona verificada más vieja de la historia y la
última en haber conocido a Vincent van Gogh, Calment fue la última
persona viva documentada nacida en la década de 1870.
Como se ha dicho, llevaba una vida de lo más activa.
Practicó esgrima hasta los 85 años y siguió montando en bicicleta
hasta los 100. Dejó de fumar a los 120, luego de tener problemas para
guiarse los cigarros a la boca debido a sus cataratas. Otras versiones
aseguran que le daba apuro seguir pidiendo lumbre para sus
cigarrillos al quedar ciega. Fumaba desde los 21 años dos cigarrillos
diarios.
Vivió por su cuenta hasta poco antes de su 110º cumpleaños,
cuando se tomó la decisión de que debía ser trasladada a un hogar de
ancianos después de que un accidente en la cocina (estaban agravándose sus
problemas visuales) originara un pequeño incendio en su apartamento. Sin
embargo, todavía Calment estaba en buena forma y era capaz de caminar
hasta que se fracturó el fémur en una caída a la edad de 114 años y 11
meses, lo que requirió una cirugía. Después de su operación, necesitó
utilizar una silla de ruedas. Pesaba 45 kilogramos (99 libras) en
1994. Poco antes de su cumpleaños 116, enfermó de gripe pero logró
reponerse.
La propia Calment atribuyó su longevidad y su estado increíblemente
saludable para su edad al aceite de oliva, el cual vertía en todos sus
alimentos y lo utilizaba para frotarse la piel, así como a una dieta
de vino de Oporto y la ingesta de casi un kilo de chocolate semanal.
Sus mejores momentos
Trato en desventaja... para Raffray
En 1965, a la edad de 90 años, sin herederos naturales, Jeanne Calment
firmó un acuerdo, común en Francia, para vender su condominio sin perder
la propiedad, al abogado François Raffray. Este tipo de acuerdos permiten
al propietario original obtener recursos por un tiempo hasta su muerte.
Raffray, entonces de 47 años, acordó pagar una suma mensual hasta que ella
muriera. Al momento del acuerdo, el apartamento valía el equivalente a 10
años de renta. Desafortunadamente para el abogado, Jeanne no sólo
sobrevivió treinta años más, sino que vivió más tiempo que él, ya que
Raffray falleció en 1995, a la edad de 77 años. Su viuda debió seguir
pagando hasta la muerte de Jeanne Louise casi 3 años más tarde.
Salto a la fama mundial
En 1985, a la edad de 110 años, Calment fue internada en una casa para
ancianos. Pero no fue hasta 1988 que ganó reconocimiento mundial gracias
al centenario de Vincent van Gogh. Diversos reporteros de todo el mundo
visitaron Arlés y fue entonces cuando tuvo la oportunidad de contar la
anécdota de cómo lo conoció. Cuando tenía 14 años, Van Gogh visitó la
tienda de su padre. Para Jeanne, Van Gogh era un tipo sucio, desagradable y
mal vestido. Jeanne Louise también afirmó haber asistido
al funeral de Victor Hugo.
Videoteca: Jeanne Calment http://es.youtube.com/watch?
v=cB_yIlnaryg&feature=related
Bajo los reflectores
A los 114 años, apareció brevemente en la película "Vincent and me",
interpretándose a sí misma y convirtiéndose también en la actriz más
anciana conocida en la historia. Un documental francés sobre su vida, Más
allá de los 120 años con Jeanne Calment, fue lanzado en 1995. En 1996, el
asilo donde vivía lanzó un CD en su honor. Time's Mistress presentaba sus
pensamientos combinados con mezclas de ritmos modernos y rap.
Videoteca: 'Jeanne Calment is 114 in clip from Vicent and
me' http://es.youtube.com/watch?v=_ADIZoNQP78&feature=related
Fumando más de un siglo
Jeanne Louise dejó de fumar a los 117 años, porque tenía problemas para
llevarse el cigarrillo a la boca. Otras versiones aseguran que al
quedar ciega le daba pena pedir lumbre para sus cigarrillos.
Establecimiento del récord
Después de la entrevista de 1988, a la edad de 113, Calment recibió el título
de la persona más anciana del mundo por el libro Guinness de los Récords.
Dicha publicación la mencionó por vez primera en la sección de "nuevas
entradas" al final del libro en 1989. Sin embargo, en ese mismo año, el
título le fue retirado y se le otorgó a Carrie C. White, de Florida, quién
afirmaba haber nacido en 1874, a pesar de que esto fue disputado por
diversas investigaciones posteriores.
A la muerte de White, en febrero de 1991, la tímida y débil Jeanne Louise,
de 116 años, fue reconocida como la persona más anciana con vida. El 17
de octubre de 1995, a la edad de 120 años y 238 días, se convirtió en el
récord Guinness a la persona con más edad jamás documentada,
sobrepasando con seguridad al japonés Shigechiyo Izumi, quién alguna vez
reclamó el título con serias dudas sobre su veracidad.
Descontando los cuestionables casos de Shigechiyo Izumi y Carrie C.
White, Calment es la primera persona cuya llegada a las edades de 115, 116,
117, 118, 119, 120, 121 y 122 años ha sido registrada con certeza. Es la
única persona que, con certeza documental y sin ninguna duda médica de
por medio, ha superado los 120 años.
Después de su muerte, el 4 de agosto de 1997, Marie-Louise Meilleur, de
Canadá, se convirtió en la persona más anciana reconocida en el mundo.
Estado de salud
La remarcable salud de Jeanne Calment fue determinante en el
establecimiento de su récord. A los 85 practicaba esgrima, a los 100
montaba su bicicleta. Su traslado a un asilo de ancianos sólo tuvo lugar
después de su aniversario número 110. La razón: un pequeño incendio
registrado en su apartamento cuando estaba cocinando. A pesar de todo,
siguió conservándose en buena forma y pudo caminar por sí misma hasta
que tuvo una caída a la edad de 114 años y 11 meses. Jeanne sobrevivió a
una operación en la cadera, en enero de 1990, convirtiéndose así en la
persona verificada más vieja sometida a una cirugía. A pesar de que
después de ello estuvo confinada a una silla de ruedas, se mantuvo activa y
parlanchina, recibiendo visitas constantes hasta su aniversario 122, cuando
se declaró que su estado de salud había declinado y necesitaba de
privacidad. Jean-Marie Robine, director de uno de los principales centro de
salud europeos, dijo que esta privacidad fue una especie de "permiso para
morir", pues toda la atención puesta en ella se esfumó. Jeanne Calment
murió cinco meses después.
Citas
"J'ai été oubliée par le Bon Dieu!" ("El Señor se ha olvidado de mí")
"Disfruté todo lo que pude. Viví de una manera recta, transparente y no me
arrepiento. Soy muy afortunada"
"El vino: estoy enamorada de él"
"Tengo una sola arruga y estoy sentada sobre ella"
"Uno muy corto" - Respuesta a la pregunta sobre qué futuro esperaba, a los
120 años.
"Veo poco, escucho mal, no puedo sentir nada, pero todo está bien" - En su
cumpleaños número 120.
Fuente de información: Wikipedia
OceanofPDF.com
2. El hombre que siempre se
quedaba con hambre al comer
Jiroemon Kimura
El japonés Jiroemon Kimura, reconocido por el Libro Guinness de los
Récords como la persona más anciana del mundo, falleció el 12 de junio de
2013 a los 116 años por causas naturales, informaron responsables del
municipio de Kyotango, localidad en el oeste del país donde residía.
Kimura falleció en el hospital de esa localidad de la prefectura de Kioto, en
la que vivió durante casi toda su vida. Permanecía allí ingresado desde el
pasado 11 de mayo. Tras su fallecimiento, Misao Okawa (capítulo 4), una
mujer japonesa de 115 años residente en Osaka (oeste), se convirtió en la
persona más anciana del mundo, según informaron las oficinas del Libro
Guinness en Japón.
Kimura nació en el seno de una familia de agricultores el 19 de
abril de 1897, en lo que por ese entonces aún era la antigua provincia de
Tango. Fue reconocido como el hombre más anciano del mundo por el
Libro Guinness en abril de 2011. En diciembre de 2012 se le reconoció
como la persona más anciana del planeta tras el fallecimiento de la
estadounidense Dina Manfredini, a los 115 años. Pocos días después, el 28
de diciembre de 2012, batió un nuevo récord, el de varón que más tiempo
ha vivido, al superar al estadounidense de origen danés Christian
Mortensen (capítulo 21), que falleció en 1998 a los 115 años y 252 días.
Sin embargo, el récord está lejos del establecido por la francesa Jeanne
Louise Calment (capítulo 1), que falleció en 1997 a los 122 años y 164
días y que es la persona que más ha vivido de la que se tiene constancia.
Según la autobiografía de Kimura, tras terminar la primaria trabajó
primero en una oficina postal de su ciudad y después se trasladó a Corea
para trabajar como funcionario de comunicaciones para el Gobierno de
Japón, que colonizó la península coreana entre 1910 y 1945.
Cuando le preguntaron en una entrevista por el secreto de su
longevidad, respondió: “No lo sé exactamente, tal vez gracias al sol
sobre mi cabeza, siempre estoy mirando hacia arriba, a los cielos, así
soy yo”.
El japonés Jiroemon Kimura murió en 2013 con 116 años y 54
días, la mayor edad registrada nunca para un varón. Aseguraba que “el
secreto para una vida sana y larga es comer en pequeñas cantidades”, pero,
además, estuvo trabajando hasta los 90 y siempre mantuvo una vida activa.
Hasta su último año de vida se levantó todos los días para leer el periódico,
ver la televisión y charlar con sus amigos y familiares.
Tras retornar a Japón y jubilarse como empleado de correos, el
hombre dedicó buena parte de su tiempo a trabajar en su huerto
hasta poco antes de cumplir los 100 años.
Hasta unos meses antes de su fallecimiento siguió realizando tres
comidas diarias, con una dieta en la que abundaba el arroz aguado, las
batatas o la calabaza. El anciano, que había visto nacer poco antes de su
deceso a su decimoquinto tataranieto, tenía además siete hijos —de los que
solo vivían cinco—, 14 nietos y 25 bisnietos. Kimura, que vivía con la
mujer de uno de sus nietos, de 60 años, comenzó a sufrir diversos achaques
a finales del año pasado que le obligaron a ingresar en el hospital en varias
ocasiones. Ya postrado en una cama en su domicilio, el 19 de abril de 2013
celebró su 116 cumpleaños y contó ese día con la felicitación del primer
ministro japonés, Shinzo Abe, que le envió una grabación con un mensaje
para darle la enhorabuena por su aniversario.
Kimura nunca llegó a fumar. Nos legó su lema: “Come ligero y
vive mucho”.
Sus mejores momentos
La jardinería, fuente de salud
Kimura, tras retirarse de su trabajo como empleado de correos, trabajó en su
huerto hasta superar la barrera de los cien años. La jardinería siempre se ha
considerado fuente de salud, si practicada como afición y con precauciones,
pues muchos horticultores y jardineros sufren de artritis a avanzada edad,
debido a la humedad existente en el entorno.
Tres comidas diarias
Otra circunstancia que comparten muchos supercentenarios es la
regularidad de horarios a la hora de comer y dormir. Kimura hacía sin falta
sus tres comidas diarias a la misma hora. Y en ellas abundaba una dieta
vegetariana, con el arroz, las batatas y la calabaza como ingredientes
favoritos.
Abundante familia
Aunque algunos de los más famosos abuelos del mundo, como Calment,
tuvieron la desgracia de perder a todos sus descendientes antes que ellos, en
muchos otros casos los supercentenarios como el de Kimura han gozado de
la dicha de ver nacer a sucesivas generaciones de su familia y vivir
rodeados por ellos. Kimura acababa de ser testigo de la llegada al mundo de
su decimoquinto tataranieto, y tenía además cinco hijos vivos, 14 nietos, y
25 bisnietos. Una densa red familiar que le sirvió de soporte y ánimo a lo
largo de su prolongada existencia.
Videoteca: Jiroemon Kimura
https://www.youtube.com/watch?v=kOdHpxXRKlw
https://www.youtube.com/watch?v=C0HZgDQ5wus
OceanofPDF.com
3. Shhhh… el secreto que guardan
los de Okinawa
OceanofPDF.com
4. La vida es “corta”, así que mejor
come “cosas deliciosas”
Misao Okawa
El 1 de abril de 2015 murió la que era entonces la persona viviente más
anciana del mundo, Misao Okawa. Falleció por causas naturales a los 117
años y 27 días, según comunicó la residencia donde había estado residiendo
en los últimos tiempos. Había nacido el 5 de marzo de 1898.
Según fuentes de esta residencia, Okawa empezó a comer menos
en sus últimos días y se preocupaba por su salud.
La muerte de Okawa ocurrió menos de un mes después de que
celebrase su cumpleaños, rodeada por su hijo mayor, de 92 años, y la
familia de este, así como de los medios de comunicación locales.
Cuando se le preguntó a la supercentenaria si 117 años de vida le
habían parecido un periodo largo o corto, ella contestó: “Corto”.
Nacida como hemos dicho en 1898, Okawa ayudó a su familia en
el negocio textil que poseían hasta que llegó a cumplir 21 años y se casó.
Tuvo tres hijos, tres nietos y seis bisnietos.
Obtuvo el título de persona más vieja del mundo, concedido por el
Libro Guinness de los Récords, en 2013. Como la mayoría de los
supercentenarios, Okawa recomendó a los que quisieran seguir sus pasos
que “comieran cosas deliciosas”, las cuales en su caso consistían en fideos
ramen, guiso estofado de carne, y carne picada con arroz. Ante esto, ya
se ve que Okawa no era estrictamente vegetariana.
Los fideos ramen son un plato de fideos chinos que evolucionó
para adaptarse al paladar japonés. Constituye una comida muy habitual en
el Japón de hoy día. La receta más básica consiste en fideos de ramen
hervidos, hechos de harina de trigo, que se sirven en un caldo condimentado
con salsa de soja y que lleva encima unas cuantas lonchas finas de carne
asada de cerdo y hortalizas verdes.
Por su parte, la carne picada es de ternera, y se prepara cocinando
como acompañamiento cebollas, patatas y diversas especias, además de
otros ingredientes optativos, dependiendo de la región del mundo.
Misao Okawa también aconsejó que quien quisiera vivir tanto
como ella debería gustar del sushi, hacer tres comidas principales al día, y
dormir al menos ocho horas a diario.
Textualmente dijo a los periodistas: “Come y duerme y vivirás
largo tiempo. Pero tienes que aprender a relajarte”. La anciana aseguró
que siempre había comido bien –con una dieta muy rica en sushi– y todos
los días de su vida había dormido las ocho horas reglamentarias sin
interrupción.
El director de la residencia de la tercera edad donde vivió la
supercentenaria sus últimos 18 años confirmó sus palabras: “La
señora Okawa come sin falta tres comidas sustanciosas al día y se
asegura de dormir como mínimo ocho horas cada noche”.
Además, agregó, “insiste en que su comida favorita es el sushi,
particularmente el del tipo mackerel basado en vinagre y arroz al vapor, y lo
toma sin falta al menos una vez al mes”.
Cuando ella nació, la Reina Victoria de Inglaterra se hallaba aún en
el trono, así que conviene prestar oído atento a las recomendaciones que nos
deja.
Sus mejores momentos
Come “delicioso”
Comer lo que a uno le guste, sin sacrificios excesivos. No hace falta
volverse estrictamente vegetariano. Sin excesos, pero sin padecer porque
uno se priva de sus platos favoritos. Nada impide que pueda disfrutar de
estos de vez en cuando. En el justo medio, como predicó Aristóteles, está la
clave.
La vida siempre es “corta”
Por mucho que vivas, la vida siempre es corta para la gran mayoría de
nosotros. Primero discurre lánguidamente en la niñez y la adolescencia,
pero a partir de la treintena se va acelerando y cuando ya sobrepasamos los
50 años, los meses fluyen a más y más velocidad. Solo hay que preguntarle
a alguien que haya llegado a sexagenario, y muy frecuentemente confesará
también aquello tan manido de “los años vuelan”. Pero cuando se entra en
la tercera edad, con frecuencia, muchas personas eligen ralentizar la vida de
nuevo. Ya han cumplido sus objetivos laborales, han criado a sus hijos, y
ahora pueden permitirse vivir de nuevo más lento. Muchos movimientos
Nueva Era llaman a este tipo de existencia, más relajada y adaptada al
presente, “vivir en flujo”, siguiendo la corriente de la existencia, como un
arroyo tranquilo y con remansos. Pero siempre hacia delante, siempre
avanzando, puesto que la vida nunca se detiene.
Citas
"117 años de vida me ha parecido un periodo corto”.
Videoteca: Misao Okawa
https://www.youtube.com/watch?v=jdmgNaZ6u8o
https://www.youtube.com/watch?v=ykMbvMLBlRg
OceanofPDF.com
5. La superabuela que adoraba
hacerse la manicura
Gertrude Weaver
Durante solo cinco días ostentó el título de la persona más anciana del
mundo. Gertrude Weaver murió a la edad de 116 años y 276 días el 6 de
abril de 2015. Al igual que la persona que la sucedió en el título, Sakari
Momoi (ver capítulo 24 de este libro), atribuía su longevidad al ejercicio,
así como a tener un corazón compasivo por los demás. También la
sucesora de Weaver, Jeralean Talley (capítulo 36), hizo hincapié en
cumplir la Regla de Oro: trata a los demás como quieres que te traten a ti.
Todas estas supercentenarias mantuvieron además durante la mayor parte de
su existencia una vida activa, que es la que recomiendan.
Weaver sucedió a Misao Okawa (capítulo 4) en lo alto del podio
de los supercentenarios. Había nacido el cuatro de julio de 1898, y murió
116 años más tarde de muerte natural, debido a las complicaciones
derivadas de una neumonía.
Vino al mundo en el Condado de Lafayette del estado
norteamericano de Arkansas, siendo hija de Charles Gaines (nacido
en mayo de 1861) y Ophelia Jeffreys (nacida en diciembre de 1866), que
eran aparceros afroamericanos. Se casó el 18 de julio de 1915 y tuvo cuatro
hijos. En el momento de su cumpleaños número 116, un hijo, Joe, seguía
vivo a la edad de 93 años y cumplió 94 años el día posterior de la muerte de
su madre.
Tras romperse la cadera a la edad de 104 años, se trasladó a una
residencia de ancianos, Silver Oaks Health and Rehabilitation, en Candem
(Arkansas). Con rehabilitación, se recuperó de su fractura y regresó a su
casa con la ayuda de su nieta. A la edad de 109 años, regresó a la
residencia,
Su salud se mantuvo increíblemente bien hasta casi el final. Empezó a
declinar desde su cumpleaños 115, pero seguía dejando su habitación
para comer y participar en actividades de la residencia. Weaver no
sufría ninguna enfermedad crónica, ni grave ni leve, dormía bien y no
fumaba ni bebía.
Le contó a la agencia de noticias Associated Press que había tres
factores que habían contribuido a su longevidad: “Confiar en Dios,
trabajar duro y querer a todo el mundo”. Weaver añadió un cuarto factor
cuando habló con periodistas de la prestigiosa revista Time: “Haz lo que tú
puedas, y si no podemos, no podemos”. Es decir, esforzarse al máximo,
pero no tratar de cambiar aquello que no depende de ti o no se puede
cambiar. Aceptar lo inevitable es uno de los consejos que dan los psicólogos
para reducir el nivel de estrés.
Durante la celebración de su cumpleaños 116, el Grupo de
Investigación Gerontológica (Gerontology Research Group) anunció que
habían verificado la edad de Weaver, de modo que a partir de ese momento
se convirtió oficialmente en la estadounidense más anciana y le fue
presentada una placa con el título de estadounidense más anciana inscrita en
ella. Además recibió una carta del presidente Barack Obama felicitándola, y
el alcalde de Camden declaró el día de su cumpleaños como El día de
Gertrude.
El 6 de abril de 2015, Weaver murió da edad de 116 años y 276
días en la residencia donde residía. Era la última persona viva nacida
en 1898.
La sucedió como persona viva más vieja del mundo Jeralean
Talley de Michigan, a la que seguían muy de cerca Susannah Mushatt
Jones, de la ciudad de Nueva York, y Emma Morano de Italia. Todas estas
mujeres tenían en 2015 nada menos que 115 años de edad.
Weaver disfrutaba haciéndose la manicura, estudiando la Biblia y
bailando sentada en su silla de ruedas.
Consideraba que el secreto de su larga vida consistía en practicar la
amabilidad hacia los demás: “Trata bien a la gente y sé amable con ellos
de la misma manera que quieras que ellos sean amables contigo”.
Sus mejores momentos
La Regla de Oro de las supercentenarias
Tres abuelas del mundo que han ido ocupando sucesivamente la posición de
persona más vieja del mundo recomiendan lo mismo: es la doctrina del
karma, de la Biblia y de los más sabios hombres que ha dado el mundo.
“Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. No tiene
desperdicio y, visto lo visto, al parecer no solo sirve para tener una vida
apacible y en armonía con nuestros vecinos, también ayuda a alargar la
vida.
Vida activa
En esto coinciden una gran mayoría de superabuelos. No solo mantuvieron
vivos sus intereses durante más de un siglo, sino que gustaron y gustan de
practicar las más variadas aficiones y ‘caprichos’, disfrutando mientras lo
hacen. Muchos se demostraron buenos deportistas. También disfrutaban de
una vida social plena, relacionándose con otras personas y hallando placer
en la compañía agradable, en charlar, reír, y en las animadas reuniones.
Videoteca: Gertrude Weaver https://www.youtube.com/watch?v=-
qnRD7SZfao
OceanofPDF.com
6. Caña de azúcar y cataratas del
Niágara para un emigrante español
Salustiano Sánchez
Salustiano Sánchez, el hombre más viejo del mundo durante parte del año
2013, era un español natural de El Tejado de Béjar (Salamanca), que en los
años veinte emigró a Estados Unidos. El 25 de julio de 2013 el Guinness
World Records había declarado que Sánchez, un ex minero que se buscó
primero la vida en Cuba cuando joven y luego pasó a EE. UU., sustituía
como hombre más longevo del planeta al japonés Jiroemon Kimura
(capítulo 2), que había fallecido hacía más de un mes, el 12 de junio, a los
116 años.
Cuando heredó el título Salustiano Sánchez tenía 112 años y
residía en Grand Island (Nueva York). A escasos kilómetros de las
Cataratas del Niágara, la ciudad se encuentra completamente en la isla
Grand Island, en el río Niágara, el cual es frontera natural entre Canadá y
Estados Unidos. Allí pasó Salustiano buena parte de su existencia, al abrigo
de las mundialmente famosas cataratas, y allí falleció asimismo el 13 de
septiembre de 2013, pocos meses después de convertirse en el varón más
longevo del planeta.
Sánchez, nacido el 8 de junio de 1901, emigró con 17 años a Cuba
donde trabajó durante un par de años en la zafra o recolección de la caña de
azúcar. Luego pasó a EE. UU., donde trabajó de minero en Lynch
(Kentucky).
A principios de los años 1930 se instaló en Niagara Falls (Nueva
York) donde se casó en 1934 con Pearl Chiasera, fallecida en 1988 y con la
que tuvo tres hijos, que le dieron siete nietos, quince bisnietos y cinco
tataranietos. Sánchez fue miembro del club español de Niagara Falls y en
sus últimos años seguía muy activo.
Sánchez Blázquez explicó, en declaraciones a Guinness World
Records, que su longevidad se debía a la dosis diaria de un plátano y
de analgésicos, que calmaban los dolores que padecía. Tomaba varias
pastillas –de cuatro a seis- de Anacin cada día, lo que le significaba
ingerir una mezcla de estimulantes (cafeína) con salicilato (aspirina).
Su nombre completo era Salustiano Sánchez Blázquez, el hijo de
Serafín Sánchez Izquierdo y Baldomera Blázquez Sánchez. Nacido el 8 de
junio de 1901, Salustiano comparte cumpleaños con famosos como Kanye
West, Javier Mascherano y el también español José Antonio Camacho.
A los 17 años se trasladó a Cuba con un grupo de amigos y su
hermano mayor Pedro para trabajar en los campos azucareros. Salustiano y
sus amigos tomaron la decisión de emigrar a Cuba durante un juego de
cartas un día en su pueblo natal salmantino de El Tejado de Béjar. De modo
que dicho y hecho. En 1918 Salustiano, su hermano, y tres amigos llegaron
al puerto, pero tuvieron que esperar un mes para embarcar en un barco y
cruzar el Atlántico.
Del grupo de cinco que se fueron a Cuba, solo Salustiano y su
amigo Sabino siguieron dos años después hasta los Estados Unidos, el resto
del grupo se volvió a España. Salustiano y Sabino entraron en los Estados
Unidos por la isla de Ellis en agosto de 1920. Era justo la época en que esa
entrada para inmigrantes empezaba a hacerse famosa. Porque aunque solo
26.867 personas entraron en 1910, un año después de la llegada de
Salustiano, en 1921, el número se había multiplicado hasta superar al medio
millón de personas.
Ambos emigrantes españoles trabajaron en las minas de carbón de
la ciudad de Lynch, en el estado de Kentucky. Pero en 1926 los dos fueron
separados y nunca volvieron a verse.
Tras varios años de trabajo en la mina, a comienzos de la década de
1930 se mudó a la orilla este de las cataratas del Niágara, donde residió el
resto de sus días. Trabajó para la constructora Scrufari y la Unión de
Carburos y se jubiló tras 30 años de servicio.
Su hijo, John, y su hija, Irene, le sobrevivieron. Sánchez Blázquez
tenía, además, siete nietos, quince bisnietos y cinco tataranietos, una gran
familia a su alrededor. Después de la muerte de su mujer en 1988, se fue a
vivir con su hija Irene hasta el año 2007, cuando se mudó a una residencia
en Grand Island. Allí falleció por causas naturales el 13 de septiembre de
2013 a la edad de 112 años y 97 días.
El héroe de Salustiano cuando era niño fue nada más y nada menos
que el inmortal personaje de Miguel de Cervantes, Don Quijote. Las
aventuras de don Quijote fueron las que inspiraron a Salustiano para
lanzarse a recorrer mundo. Como curiosidad, todavía a fecha de hoy
conserva parientes españoles que mantienen una casa al lado de la finca
donde estuvo la de los padres de Salustiano, en El Tejado de Béjar.
Era miembro del Club Español de las Cataratas del Niágara y
fue condecorado por el gobernador de Kentucky, Steven Beshear, como
'Coronel Kentucky', una de las más altas distinciones que conceden las
autoridades de Kentucky por logros de notable relevancia.
Era una rareza en el grupo de abuelos del mundo, donde
predominan de forma abrumadora las mujeres (en un 90% de los casos).
Salustiano llegó al selecto club con una partida de nacimiento que lo
confirmaba como el único varón del mundo nacido en 1901. Aportó además
documentos del censo, papeles de Inmigración, su certificado de
matrimonio e informes antiguos, todo lo cual corroboraba su afirmación de
haber logrado una doble gesta: ¡ser hombre y supercentenario!
En sus propias palabras, debía su larga vida a las frutas y verduras, y
particularmente al plátano. Salustiano se comía sin falta un plátano al
día.
Sánchez Blázquez disfrutó hasta los últimos tiempos de su vida
plantando legumbres, cultivando flores, haciendo crucigramas y
entreteniéndose con juegos nocturnos de cartas. Pero además destacó a lo
largo de su existencia como un virtuoso de la dulzaina (un instrumento
tradicional de viento de lengüeta doble de la familia del oboe). Al intentar
destacar su afición en el Libro Guinness de los Récords, los
norteamericanos ni siquiera sabían cómo escribir el nombre del
instrumento. El caso es que para Salustiano la dulzaina constituyó no solo
un pasatiempo y hobby, sino también una fuente de ingresos adicional en
ocasiones. En su pueblo salmantino ya ganaba un dinero ocasional
tocándola en las celebraciones locales y en las bodas.
El superabuelo, como era habitual para la mayoría en la época en
que creció, solo pudo asistir a la escuela hasta la edad de 10 años. Se
consideraba a sí mismo un autodidacta.
Cuando lo nombraron el hombre más anciano del mundo, se
mostró humilde, y consideró que “no había hecho nada especial, por vivir
más que otros hombres”. Tras su muerte un italiano, Arturo Licata, se
convirtió en el hombre más viejo del planeta, con 111 años.
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7. Enemiga número 1 de la comida
basura
Besse Cooper
Esta superabuela destacó porque a los 116 años, además de ostentar el
honor de ser la persona más vieja del mundo, se manifestó como la más
enconada enemiga de la comida basura.
Besse Cooper vivió sus últimos años en una residencia de ancianos del
estado norteamericano de Georgia. Rechazaba la mala alimentación y
en su país le pusieron su nombre a un puente.
Esta abuela del mundo era una enemiga de la comida rápida,
también llamada ‘comida basura’, y decía que por eso la muerte era tan
lenta en cazarla a ella. Besse Cooper falleció el 4 de diciembre de 2012 a
los 116 años y 100 días en una residencia de ancianos de Monroe, un
pueblo del estado de Georgia, en el sureste de Estados Unidos. Había
pasado mucho tiempo desde su nacimiento, y el mundo había cambiado de
siglo dos veces.
El Premio Guinness de los Récords le había dado su título de
longevidad un año antes, en 2011, cuando la señora Cooper tenía 115 años.
Ella explicó que había vivido tanto porque nunca había metido las
narices en los asuntos de los demás y porque siempre había comido
bien: "Yo no tomo comida basura".
Besse Cooper se casó en 1924 con un hombre llamado Luther.
Tuvieron cuatro hijos. Esta reina de la vejez tenía 12 nietos y más de una
docena de bisnietos y de tataranietos.
En su último día de vida, el 4 de diciembre de 2012, a la señora
Cooper le arreglaron el pelo por la mañana. Luego vio un vídeo navideño.
Más tarde empezó a tener problemas de respiración. Le pusieron oxígeno en
su habitación y se murió tranquilamente a las dos de la tarde. Había nacido
en el siglo XIX.
La persona más vieja del mundo nació en el estado de Tennessee
en el año 1896, concretamente el 26 de agosto de ese año, pero se mudó al
vecino estado de Georgia durante la Primera Guerra Mundial para buscar
trabajo de profesora. En su cumpleaños número 115 un músico tocó para
ella la canción Tennessee Waltz (Vals de Tennessee). Ese día Besse Cooper
se comió dos trozos pequeños de tarta.
En la historia de la humanidad solo se conocen ocho casos de
personas que hayan vivido hasta los 116 años, y el récord de resistencia a la
muerte es de una mujer francesa que murió en 1997 a los 122 años, Jeanne
Calment (capítulo 1) y contaba que había llegado a cruzarse por la calle
con Vincent van Gogh. Recordaba que el pintor era un tipo "muy feo". Un
año antes de fallecer Jeanne Calment grabó un disco de rap.
Besse Cooper no conoció al pintor que se cortó una oreja a sí
mismo ni fue rimadora de hip-hop, pero para compensar en Estados
Unidos, muy orgullosos de su superabuela, le pusieron su nombre a un
puente.
Además, fue una campeona interrumpida de la vejez. Le dieron su
título en enero de 2011 y en mayo el Libro Guinness descubrió que una
mujer brasileña llamada María Gomes Valentí era 48 días más vieja que
ella. La señora Gomes se murió un mes después y Cooper volvió a lo más
alto del podio de los ancianos.
La mujer más vieja del mundo que la sucedió tenía 115 años, y
vivió solo 13 días más que Cooper. Se llamaba Dina Manfredini y también
era de Estados Unidos.
Sus mejores momentos
Dio nombre a un puente
La superabuela Besse Cooper fue un personaje singular del que sus
compatriotas estadounidenses estuvieron muy orgullosos. Como muestra de
su aprecio por ella al haber logrado superar los 116 años le pusieron su
nombre a un puente.
Videoteca: El puente de Besse Cooper https://www.youtube.com/watch?
v=Vdp39FGU6mQ
Se arregló el pelo, vio un vídeo navideño y se murió tranquilamente
Su último día de vida lo pasó arreglándose el pelo, luego vio un vídeo
navideño. Más tarde empezó a tener problemas para respirar y hacia las dos
de la tarde se murió tranquilamente.
No ser cotilla mantiene joven
Su secreto para mantenerse joven resultó muy peculiar: no meter las narices
en los asuntos de los demás, y atenerse a sus propias cuitas. Es una forma
distinta de aplicar el principio de caridad hacia el prójimo que ya otros
supercentenarios pusieron en práctica.
Videoteca: Besse Cooper https://www.youtube.com/watch?
v=VkWv_mfb0Y8
Perdido y recuperado el título
Logró por primera vez el título de persona más anciana del mundo en 2011.
Pero le surgió una rival que aseguraba ser 48 días más vieja que ella. La
brasileña María Gomes Valentí ganó la contienda, pero se murió un mes
después. De modo que al final Jesse Cooper vivió más tiempo, pues una vez
recuperado lo alto del podio, lo mantuvo hasta finales de 2012.
Saltarse los principios en su cumpleaños
Aunque era una declarada enemiga de la comida basura, en su cumpleaños
número 115 se zampó doble ración de tarta para festejar la ocasión. Todos
pecamos alguna vez.
Murió el mismo día que otra mujer récord Guinness
El mismo día que falleció Besse Cooper murió también la mujer más alta
del mundo (2.36 metros de altura), la china Yao Defen, a causa de un tumor
cancerígeno. Con lo cual el mundo perdió dos destacadas Premios Guinness
en una sola jornada.
Videoteca: Triste coincidencia https://www.youtube.com/watch?
v=9dC65C3K1bs
Citas
"Yo no tomo comida basura”
“Tuvo una vida larga y buena, y se fue tranquila. Sus mejores años fueron
su década de los 80” – Su hijo, al morir ella.
“Solo me preocupo de mis propios negocios, y no como basura”
OceanofPDF.com
8. Cortejada por el futuro primer
ministro
OceanofPDF.com
9. Leche de burra y vasito de vino a
diario
El secreto de la larguísima vida de esta ecuatoriana, según sus
familiares, era la gran cantidad de leche de burra que bebía al día y el
vaso de vino que se tomaba todas las noches al cenar.
Según su nuera Maruja, el día de su muerte María Esther fue
ingresada en una clínica para ser tratada por una neumonía, pero falleció.
La enterraron en Guayaquil. Hilda Capovilla, hija de María Esther, comentó
que una nieta de la anciana y la empleada que la atendía estaban junto a ella
en la madrugada del domingo cuando falleció en la clínica. Agregó que, por
los resultados de las radiografías, "estábamos seguros de que podría resistir,
pero lamentablemente se nos fue".
María Esther Heredia, que nació en la preciosa localidad costera de
Guayaquil el 14 de septiembre de 1889, habitaba en un elegante barrio de la
ciudad porteña, en el oeste de Ecuador.
A pesar de que María Esther Heredia procedía de una familia
acaudalada, conservaba su sencillez de toda la vida, afirmó su hija,
quien recordó que a su madre le gustaban las fiestas y los paseos. La
anciana era independiente en sus actividades y no tenía ninguna
dolencia grave de salud. Cuando el año pasado le informaron de que
había ingresado en el Libro Guinness de los Récords, los familiares
aseguraron que el secreto de su larga vida era "la leche de burra" que
consumía en una hacienda de una tía suya.
Asimismo, "el vino", que con su primer esposo, el austríaco
Antonio Capovilla Oliva, solía degustar con moderación y que influyó en la
dieta de Heredia.
Hasta que el Guinness confirmó la asombrosa edad de la
superabuela ecuatoriana, no se sabía por ejemplo con certeza en qué año se
había tomado instantánea en la que aparece María con su esposo austríaco
Antonio y sus dos hijas, Enma e Irma. Y tampoco se conocía con exactitud
cuántos años tenía aquella elegante y educada señora, pero lo que todos
tenían por seguro era que hacía ya mucho que había cumplido el siglo. A la
propia superabuela jamás se le pasó por la mente que sería declarada
la mujer más longeva del planeta, y la primera vez que se lo
comunicaron, en diciembre del 2005, no quiso creerlo y renegó del título
que le había notificado Guinness. Para la anciana ecuatoriana ese
reconocimiento "no podía ser" porque sencillamente no se sentía la mujer
más vieja del mundo, dijo su hija.
Que María Capovilla era un fenómeno de la naturaleza lo
demuestra el hecho de que se recuperara milagrosamente de una
infección estomacal al poco de cumplir los 100 años. Su salud se debilitó
hasta el extremo de que un cura le administró la extremaunción. Eran
tiempos convulsos en Europa, con la caída del muro de Berlín y el
derrumbe del comunismo. Lo que parece que no decayó de nuevo fue la
salud de María que, dieciséis años después, seguía tirando.
Las fechas no mienten. María Esther de Capovilla nació el 14 de
septiembre de 1889 en Guayaquil, Ecuador. Murió el 27 de agosto de 2006,
a la edad de 116 años y 347 días en la misma ciudad donde había nacido. La
causa de su muerte se diagnosticó como neumonía. Adquirió renombre
internacional por convertirse en la persona más anciana del mundo desde el
29 de mayo de 2004 hasta el 27 de agosto de 2006. Nunca hubo un
sudamericano o sudamericana en los anales oficiales con más edad que ella.
Su esposo, Antonio Capovilla, vivió entre 1864 y 1949, y falleció a la edad
de 85 años. La pareja estuvo casada de 1917 a 1949. Como se ve por las
fechas, él era mucho mayor que ella, tenía 25 años a la fecha de su
nacimiento. Pero el enlace resultó largo y feliz.
El nombre completo de esta abuela del mundo era nada menos que
María Esther Heredia Lecaro de Capovilla, aunque se la conocía en todo el
mundo simplemente como María Capovilla.
Era la hija de un coronel, y vivió su vida entre los de su clase, la
élite de la alta burguesía. Como se esperaba de su estatus social, asistió a
clases de arte y participó en iniciativas de beneficencia. Nunca fumó o
bebió licores fuertes. En el año 1917 se casó con un militar, como lo había
sido su padre, y marinero. Antonio Capovilla, como su apellido indica,
provenía de una familia con ancestros italianos, pero había nacido en 1864
en la localidad de Pola, que entonces formaba parte del Imperio
austrohúngaro, y que en el momento presente ha cambiado de
denominación, pasando a llamarse Pula, y a pertenecer al estado de Croacia.
Capovilla llegó a Chile en 1894 y luego pasó a Ecuador en 1910. Tras la
muerte de su primera esposa, se casó con María. Tuvieron cinco hijos, de
los cuales tres sobrevivieron a su longeva madre: Hilda, con 81 años en el
momento del fallecimiento de María Capovilla; Irma, con 80, y un varón,
Aníbal, con 78. La superabuela dejó además una familia mucho más
extensa, de 12 nietos, veinte bisnietos y dos tataranietos.
Había llegado a centenaria, y entonces casi sobrevino el desastre.
La muerte la rondó de cerca cuando cumplió los 100 años, y se creyó
necesario proceder a darle la extremaunción. Como por milagro, sobrevino
una asombrosa recuperación, teniendo en cuenta la ya avanzada edad de la
paciente, y María recuperó su salud y nunca volvió a perderla hasta el
momento de su muerte. En diciembre de 2005, a la edad de 116 años,
María disfrutaba de un buen estado excepcional y veía la televisión, leía
el periódico, y hasta caminaba sin ayuda de un bastón, aunque con una
asistente de la mano. Solo en los dos últimos de su vida tuvo que
permanecer esta supercentenaria confinada en casa, y compartió su hogar
con su hija mayor Hilda y su yerno. Por cierto que en una entrevista
concedida a los medios de comunicación, Capovilla había expresado su
descontento porque los tiempos cambian, y ahora las mujeres se permiten
cortejar a los hombres, y no a la inversa como había sido siempre en su
época.
La salud de esta elegante mujer, sin embargo, comenzó a declinar
hacia marzo de 2006, y para su disgusto ya no pudo seguir leyendo el
periódico, uno de sus mayores goces diarios desde siempre. Dejó de hablar
casi por completo y tampoco era capaz de caminar como antaño, salvo
cuando la ayudaban otras dos personas. Aun así, todavía podía sentarse en
su silla y abanicarse ella sola. Iba saliendo adelante hasta que un inesperado
brote de neumonía le causó la muerte en la última semana de agosto de
2006, solamente 18 días antes de que hubiera podido celebrar su
cumpleaños número 117. Su vida se extendió a lo largo de tres siglos y
vio sucederse en el cargo de máximo autoridad de su país a 33
presidentes ecuatorianos elegidos democráticamente.
Cuando Capovilla obtuvo el título de Persona Más Anciana del
Mundo, concedido por los Récords del Mundo Guinness el 9 de diciembre
de 2005, desbancó sin pretenderlo a Hendrikje van Andel-Schipper
(capítulo 10) de los Países Bajos, a la que se había considerado la más
longeva desde el 29 de mayo de 2004 al 30 de agosto de 2005, y a
Elizabeth Bolden (capítulo 19) de los Estados Unidos, que ocupó el trono
desde el 30 de agosto de 2005 hasta el 9 de diciembre del mismo año. Pero
María llegó, vio y venció, incluso a su pesar, pues nunca había tenido
intención ni deseo de tomar parte en tan peculiar competición, ya ni
hablemos de ganarla.
Los responsables de los Guinness dejaron bien claro que “María
Esther de Capovilla había batido todas las probabilidades, no solo por el
hecho de vivir hasta pasados los 116 años, sino por conservar los registros
que lo prueban”. Una portavoz de la mundialmente conocida organización
incluso especificó admirada que “en la mayoría de los casos lo más difícil
para los candidatos a superabuelos consiste en aportar pruebas que
confirmen sus aseveraciones acerca de su edad”. Y sin embargo con María
no existió tal inconveniente. Allí estaban, desde el principio, recopilados
todos los documentos que la convertían de forma inmediata desde aquel
momento en la abuela del mundo. El 12 de abril de 2006 se agregó de
forma oficial el nombre de Capovilla a la página web de los Guinness.
No solamente eso. Cuando murió a la edad de 116 años y 347 días,
Capovilla ocupó el quinto lugar en la lista de personas documentadas que
más tiempo hayan vivido.
A su muerte, su sucesora fue una vieja conocida. Elizabeth Bolden,
que había visto cómo María le arrebataba su título por sopresa a finales de
2005, lo recuperó más de ocho meses más tarde. Logró así otro curioso
galardón, el de convertirse en la segunda persona del planeta que
recuperaba lo más alto del podio de la longevidad tras haberlo perdido.
¿Adivinan quién fue la primera en pasar por ese insólito trago? Nada menos
que nuestra sin par francesa, la fascinante Jeanne Calment, que tanto nos
maravilló en el capítulo primero de esta obra.
María Capovilla nació en 1889, el mismo año que Charlie Chaplin
y Adolf Hitler. Se casó en 1917, el año en que Estados Unidos entraba en la
Primera Guerra Mundial, y enviudó en 1949. Tenía 22 años cuando el
Titanic se hundió, y 79 años cuando los astronautas norteamericanos
pusieron el pie por primera vez sobre la Luna. Murió en el amanecer de un
domingo, después de haber visto pasar tantos acontecimientos históricos
como una enciclopedia. 116 años y todavía sus familiares contaban con que
viviese mucho más, visto su relativamente bueno estado de salud. El
fallecimiento de su miembro más anciano supuso un fuerte impacto
emocional para los seres queridos de María, cuando ya esperaban
ilusionados la fiesta de su cumpleaños número 117. Esta vez sí, la abuelita
se les había ido para siempre, después del susto del centenario que ya se ha
relatado en líneas anteriores.
Capovilla nació en el seno de una familia bien de Ecuador, cuyos
ancestros se remontaban a los conquistadores españoles.
Disfrutaba pintando, bordando, con la danza y los paseos. Tocaba
el piano y bailaba el vals en las fiestas, según contó su familia. Fue en su
juventud cuando comenzó a beber leche fresca de los burros que poseía su
tía en su granja, una costumbre que mantendría a lo largo de su larguísima
existencia y a la que atribuiría mucho más tarde su increíble longevidad.
Para beber su santo grial, esa preciada leche de burra, visitaba una cercana
plantación, donde bebería tanto la leche de burra como la de vaca que
constituía una parte indispensable de su dieta. Ambas leches frescas, recién
salidas de las ubres de los animales. Nunca se dio al vicio del tabaco, hacía
comidas regulares todos los días en pequeñas dosis y sin exceso, y
asimismo bebía con moderación. Nunca fue aficionada a los licores fuertes,
“solo una pequeña taza de vino para acompañar el almuerzo y nada más”,
aseguró su hija Irma. María era también fervientemente religiosa, y
comulgaba sin falta cada viernes, contaban sus íntimos.
Se casó con Antonio Capovilla, un militar y marinero austríaco, en
1917, y tuvieron cinco hijos. Enviudó en 1949. Sus últimos 20 años de vida
los pasó con su hija mayor y su yerno. Irma, su hija, confesaba “lo
admirable de su condición una vez que ella ha alcanzado su edad y no solo
eso, sino también la buena forma y excelente salud en que se halla”. María
Sentada en un sofá y agitando con languidez un abanico en su
aristocrática y estilizada mano, con pulso firme para defenderse del calor
tropical, Capovilla recibía en ocasiones con aire entre perplejo y
desconcertado a algún representante de los medios de comunicación que
deseaba conocer en persona a la superabuela. Cuando Irma, entonces de 79
años, se inclinaba y susurraba al oído de su madre que venían a conocerla
porque ella era la persona más anciana del mundo. María se limitaba
entonces a menear la cabeza y sonreír.
Según su hija, esa calmada disposición podría haber contribuido al
secreto de su longevidad. “Siempre ha tenido un carácter tan
tranquilo, no sufre por nada y se toma las cosas con mucha calma, y
así ha sido durante toda su vida”.
La religión constituyó otra constante en su vida. Capovilla recitaba
sus oraciones a diario, comulgaba cada viernes y siempre tomaba parte en
las comidas familiares. Disfrutaba de manera particular de las lentejas y el
pollo a la hora de la comida, que se comía sin ayuda con un tenedor y un
cuchillo con los que partía los manjares en pequeños bocados.
Por la noche tomaba café con leche caliente y pan con queso o
jamón. María Capovilla confesaba que no podía pasar sin tomar algo
dulce: gelatina, helado o pastel.
Hasta casi el final de su vida le gustaba ver la televisión y leer los
titulares de los periódicos, con cierta dificultad, pero sin gafas. Los últimos
años los pasó confinada en su casa. Una asistenta le ayudaba a caminar por
su hogar sin la ayuda de un bastón o de una silla de ruedas. Gradualmente
se fue volviendo menos comunicativa, a la fuerza, pues su oído empeoraba
y su memoria había empezado a fallarle. Aun así, recordaba todavía muchas
cosas, pero no todas. Poseía un alto grado de lucidez, pero con fallos.
Por ejemplo, en una ocasión, sus hijas Irma e Hilda mostraron a
Capovilla un retrato de su padre. Tras mirar fijamente a la imagen por un
instante, la superabuela reconoció al que había sido su marido.
“Es Antonio Capovilla”, dijo.
“Me hallaba yo en la plantación Josefina y trajeron a un amigo”,
recordó, explicando en voz baja cómo le presentaron al hombre con el que
iba a casarse y crear su gran familia. La finca Josefina era de su tía.
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10. Fanática del club de fútbol Ajax
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11. Las comidas, siempre con
cerveza
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12. La centenaria que engañó a los
Guinness
Kamato Hongo
Kamato Hongo, japonesa nacida el 16 de septiembre de 1887, celebró su
nuevo título de decana de la humanidad en marzo de 2002. A sus 114 años
no había perdido el gusto por los pequeños placeres de la vida: el pescado
crudo, el té verde y hasta una gotita de alcohol en ocasiones
especiales. El Libro de los Récords Guinness la nombró decana de la
humanidad tras el fallecimiento de la estadounidense Maude Farris-Luse a
los 115 años y 56 días.
La señora Hongo se crió en una granja y vivió en la localidad
japonesa de Kagoshima con una de sus hijas durante sus últimos años. Tuvo
algunas dificultades para andar, pero se conservó con buena salud la mayor
parte de su vida, como la gran mayoría de superabuelos. Destacó entre
ellos, sin embargo, por una peculiaridad, según declaró a la televisión en su
momento su hija, Shizue Kurauchi, de 77 años: “Duerme durante dos días
seguidos y después permanece despierta otros dos”.
Japón, donde la esperanza de vida es la más alta del mundo, era
también en ese año 2002 el país natal del hombre de más edad, Yukichi
Chuganji, que celebraba por aquel entonces sus 113 años. Y que aunque en
ese momento no lo sabía, era en realidad la persona más vieja del mundo
oficialmente reconocida. Murió sin conocer tal hecho.
Kamato Hongo vivió desde 1893 (o desde el 16 de septiembre de
1887, como creyó todo el mundo durante mucho tiempo) hasta el 31 de
octubre de 2003. Fue una supercentenaria japonesa de lo más original. Se la
consideró la persona viva más anciana del mundo de marzo de 2002 hasta
su muerte. Sin embargo, el Libro Guinness de los Récords retiró su
aceptación de que había ocupado lo más alto del podio de los
supercentenarios en 2012, al rechazar las reivindicaciones y supuestas
verificaciones anteriores de la edad de Hongo. Hongo fue registrada en su
acta de nacimiento como Kamato Kimura alrededor de 1893 en la pequeña
isla de Tokunoshima, también hogar de otro supercentenario, Shigechiyo
Izumi. Hongo dio a luz a siete hijos (tres hijas y cuatro hijos) entre 1909 y
1933. Más tarde se mudó a Kagoshima en Kyushu, donde vivía con su hija.
El investigador belga Michel Poulain ha analizado los registros
de koseki (registro familiar más antiguo del mundo, que mantiene el
gobierno japonés desde hace un milenio). En lo relativo a Kamato Hongo,
determinó que ella tenía una hermana mayor nacida en 1887, un hermano
mayor nacido en 1890 y que dado que no había ninguna referencia a
una adopción, Hongo tenía probablemente en realidad unos 110 años
aproximadamente cuando murió, en lugar de 116. Esto significa que
Hongo probablemente nunca fue la persona más vieja del mundo o ni
siquiera de Japón en su momento.
Y sin embargo Hongo fue considerada como la persona de mayor
edad en Japón después de la muerte de Denzo Ishisaki en 1999 y alcanzó
talla de celebridad. Su longevidad resultó ser un gran atractivo para el
marketing, realizándose llaveros, tarjetas telefónicas y hasta sellos con su
cara.
Era conocida en todo Japón precisamente por ese hábito suyo de
dormir dos días consecutivos para luego permanecer despierta los dos
siguientes. Durante sus últimos años, vivió con su nieto Tsuyoski
Karauchi, quien aseguró a la BBC que dormir era uno de sus
pasatiempos favoritos, incluso la alimentaban mientras dormía.
La japonesa Kamato Hongo, cuando cumplió 115 años el 16 de
septiembre de 2002, era considerada la mujer más vieja del mundo. Pero
Kamato Hongo, que vivía en la ciudad de Kagoshima, no pudo permanecer
despierta para su gran día. “Ha caído en un sueño profundo esta mañana,
quizá por la cantidad de visitantes que han venido a verla”, dijo su
hija Shizue Kurauchi a la agencia de noticias de Kyodo.
Aunque no podía andar sin ayuda, a Hongo, además de dormir, le
gustaba cuando estaba despierta 'cantar y bailar agarrada de las
manos', dijeron las mismas fuentes.
El alcalde de Kagoshima, Yoshinori Akasaki, entregó el día 5 de
septiembre de 2002 a Hongo el diploma que acreditaba a la japonesa como
la mujer más anciana del mundo. En Japón, concretamente en Fukuoka,
vivía por aquel entonces también el hombre más viejo del mundo, Yukichi
Chuganji, de 113 años. Fukuoka y Kagoshima están situadas en Kyushu, la
isla principal situada más al sur de Japón.
Al consultarle sobre el secreto de la longevidad de su abuela
Kamato Hongo, Karauchi dijo que ella creció en un buen ambiente y se
alimentaba con productos locales saludables. Agregó que nunca fumó, pero
sí comenzó a beber cuando ya estaba en sus noventa y lo hizo durante
sus dos últimas décadas de vida. Hay que decir que los japoneses son los
que tienen la mayor esperanza de vida del mundo, muchos lo atribuyen a la
dieta del país nipón basada en vegetales y pescados. La misma señora
Hongo, aunque no tenía la avanzada edad que se le presuponía, alcanzó a
cumplir con holgura los 110 años.
Hongo propició la aparición de mucho merchandising (paños,
llaveros, tarjetas de teléfono, etc.), que destacaba su longevidad. Apareció
en la televisión japonesa en varias ocasiones. Pasó sus últimos tiempos
en Kagoshima, Kyushu, y celebró su 116 cumpleaños el mes antes de morir
a causa de neumonía.
Kyūshū ha sido el hogar de otros supercentenarios, entre
ellos Yukichi Chuganji, que murió un mes antes de ella. En enero de 2007,
otra isleña de Kyūshū, Yone Minagawa, alcanzó el título de la persona más
anciana del mundo, y el también residente de Kyūshū Tomoji Tanabe tomó
el título masculino. Es fácil entender por qué se llama a Kyūshū la Isla de
la Longevidad .
Yukichi Chuganji, que vivió del 23 de marzo de 1889 al 28 de septiembre
2003, fue un supercentenario japonés, el hombre más viejo del mundo (y
más tarde la persona más vieja del mundo) hasta su muerte a la edad de 114
años, 189 días. Fue criador de gusanos de seda y uno de los pocos hombres
en conquistar el título de la persona más vieja del mundo, casi siempre
dominado por mujeres, junto con Emiliano Mercado del Toro (2006-2007)
(capítulo 23) y Jiroemon Kimura (2012-2013) (capítulo 2), pero Chuganji
no fue reconocido como la persona más vieja del mundo durante su vida; en
ese entonces, el caso de Kamato Hongo, también originaria de Kyushu,
todavía estaba aceptado y considerado válido por el Grupo de Investigación
de Gerontología y el Guinness World Records, quienes no retiraron la
autenticidad previa del caso de Hongo hasta 2012.
Yukichi Chuganji vivió en la ciudad de Ogori, con su hija Kyoko
de 74 años de edad, hasta su fallecimiento.
Chuganji era el tercer hombre verificado en la historia en llegar a
los 114 años, después de Mathew Beard y Christian Mortensen. Murió
como el hombre de más edad de Asia verificado de todos los tiempos,
rompiendo el récord de 112 años y 191 días por casi 2 años establecido
por Denzo Ishizaki, y continuó manteniendo el récord de un poco más de
ocho años, hasta ser superado por Jiroemon Kimura (capítulo 2), el 26 de
octubre de 2011. Después de su muerte, la mujer japonesa Mitoyo
Kawate se convirtió en la persona viva más vieja, y el español Joan
Riudavets (capítulo 15) en el hombre vivo más viejo.
Sus mejores momentos
Los pequeños placeres de la vida
Para Kamato Hongo consistían en el té verde, el pescado crudo y una copita
de alcohol de vez en cuando. Comenzó a beber siendo ya muy mayor, de
más de 90 años, y lo siguió haciendo durante sus dos últimas décadas de
vida. Prácticamente todos los abuelos del mundo se permitían algún
pequeño capricho de vez en cuando. Muchos psicólogos también le
recomiendan esta peculiar terapia a sus pacientes: cada día, darse un
pequeño lujo solo por el gusto de disfrutar. Eso nos permite recobrar el
contacto con la felicidad y el bienestar que de otro modo, entre las prisas y
el estrés cotidiano, podemos perder fácilmente.
Dormir y velar a tragos largos
Si uno alcanza la vejez extrema puede manifestar un rasgo que en Hongo
era muy claro: los periodos de somnolencia se van alargando hasta cubrir
varios días seguidos. Claro que para compensar, esta supercentenaria
despertaba de sus hibernaciones y se pasaba después hasta 48 ó más horas
despierta. Sabedores de esta costumbre, su familia hasta llegó a alimentarla
mientras dormía.
Videoteca: Kamato Hongo (en inglés) https://www.youtube.com/watch?
v=OfktKHaXmjA
Merchandising
La superabuela se convirtió en una celebridad en su país por su longevidad.
El mercado se inundó de paños, llaveros, accesorios para móviles y demás
souvenirs con su rostro. Los japoneses adoraban a la abuela del mundo, y
aunque su edad a la postre resultó ser falsa, llegó a cumplir con comodidad
los 110.
Mientras tanto, el auténtico abuelo del mundo, sin saberlo
Yukichi Chuganji se fue de este mundo en 2003 sin saber que había
obtenido el título de persona más vieja del mundo. Los Guinness le
concedieron el reconocimiento a título póstumo, tras haber descartado a
Kamato Hongo, una celebridad en vida. Eso sí, murió como varón más
longevo de Asia de todos los tiempos.
Citas
"Le gusta bailar y cantar agarrada de las manos” – Declaración de su
familia cuando Hongo era ya muy anciana.
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13. “Mi secreto es el porridge; los
hombres, que ni se me acerquen”
Jessie Gallan
El 2 de enero de 2015 no fue un día normal en la residencia escocesa
Crosby House. Felicitaciones de cumpleaños llegadas de todos los puntos
del globo inundaron la administración del establecimiento, ante la
estupefacción de su destinataria. A sus 109 años, que cumplía ese día, Jessie
Gallan se volvió viral en la red de redes, sin que ella entendiera muy bien lo
que estaba pasando. Como contó la directora de la residencia Sandra Angus,
“tuvimos a gente que nos telefoneaba desde los más remotos lugares de la
Tierra para desearle lo mejor a Jessie, e incluso hubo personas que ese día
se acercaron hasta nuestra puerta simplemente para saludarla”. En medio
del alborozo general, Jessie se convirtió en su cumpleaños en una sensación
en Internet, pero ella mantuvo la calma y la serenidad, como había hecho
siempre.
Tres meses más tarde, el 26 de marzo de 2015, a la edad de 109
años y 83 días, falleció la abuela de Escocia, a la que nadie de su tierra
superaba en edad. Rozó la gloria de los supercentenarios, y no la alcanzó
por apenas unos pocos meses.
Cuando era niña, Jessie domía en la misma cama con sus cinco
hermanas y un hermano, en su pequeña cabaña. Se alternaban las cabezas y
los pies para caber todos los niños en el lecho. Así eran las cosas a
principios del siglo XX en la Escocia rural: muchos hijos y vida humilde y
laboriosa.
Más de un siglo más tarde, Jesse pasó sus últimos años en el hogar
de ancianos Crosby House de Aberdeen, donde se convirtió en una de las
residentes más populares.
Cada día acostumbraba a sentarse un rato para charlar con su mejor
amiga y compañera de residencia, Sarah-Jane Main, y se mostraría
interesada por todas las actividades que se desarrollaban en la institución.
Cuando, en su último cumpleaños, reveló sus secretos para lograr
la longevidad, levantó una polvareda. Porque en primer lugar recomendaba
el evitar todo contacto con hombres. A esto respondieron algunas voces
airadas –con toda probabilidad masculinas- que si su madre hubiera seguido
el mismo consejo, ella no estaría allí presumiendo de su larga vida. Lo de
‘presumir’ es un decir, porque si hubo algo que predominó en la vida de
Jesse fue su saber estar.
En enero de 2015, los diarios acogieron entusiasmados las jugosas
declaraciones de Jesse: “La mujer más vieja de Escocia, Jessie Gallan, ha
celebrado su 109º cumpleaños y dice que sus dos secretos para una larga
vida son comer mucha avena y evitar el contacto con los hombres”.
La centenaria nunca se había casado y no tuvo hijos. Los hombres,
según la citó el periódico británico Daily Mail, "sólo crean problemas,
más de los que se merecen". Por tanto, continuó Jesse: "Me aseguré
de hacer mucho ejercicio, comer cada mañana con placer un tazón de
avena, y nunca casarme", añadió.
De los recuerdos que compartió con los periodistas, destacó
también su encuentro con la reina Isabel II y la reina madre durante su
trabajo como asistente de cocina en un hotel de Aberdeen, la ciudad donde
siguió viviendo en sus últimos tiempos en una residencia de ancianos.
Aunque no resulta muy habitual dentro de nuestras fronteras, el
porridge o las gachas de avena, plato favorito de Jesse, es un plato muy
popular en el Reino Unido y en los países escandinavos, donde a la hora de
cocinarlo puede hacerse de lo más austero, simplemente con añadirle a la
avena agua y una pizca de sal, hasta las variantes más elaboradas y
suntuosas, con fruta, canela, siropes o crema.
La centenaria Jessie Gallan, que nunca se casó, nació en una
diminuta cabaña en el campo de Escocia, donde su familia cultivaba la
tierra. Ante la falta de espacio, como ya hemos relatado, sus cinco
hermanas, un hermano y ella compartían un colchón relleno de paja. Tuvo
una crianza humilde y apenas fue a la escuela. Ya a los 13 años tuvo que
dejar su hogar y ponerse a trabajar. Se convirtió en lechera ordeñadora de
vacas y se empleó en una granja como ayudante de cocina. Más tarde se
mudó a la ciudad y trabajó en el hotel Lauriston de Ballater, que visitaban la
reina y la reina madre cada año mientras ella estaba allí. La llegada de la
soberana y de su madre era el acontecimiento estrella de cada temporada.
Decidida a progresar en la vida, tras diez años en el hotel lo dejó
para trabajar en las mansiones más selectas de Aberdeen.
“Siempre trabajé duro y rara vez me he cogido días de
descanso, desde que obtuve mi primer empleo a los 13 años”. Mientras
trabajaba, se sintió muy a gusto, afirmó: “Siempre he tenido buenos
empleos con gente muy agradable”. Y se mostró sorprendida por cuánto ha
cambiado todo en un siglo: “Resulta sorprendente cuán diferente es ahora el
mundo de aquel en el que yo crecí”.
Para celebrar su cumpleaños el 2 de enero, Miss Gallan se tomó un
sabroso almuerzo, seguido de una rebanada de pastel. Las personas que
convivieron con ella en la residencia relataron que Jessie siempre tomaba
parte en las actividades grupales, y que le gustaba mucho hacer ejercicio
físico. “Acude sin falta a todos los conciertos y a la iglesia los domingos.
Obviamente, como puede verse por su edad, ha llevado siempre un estilo de
vida muy saludable”.
Jesse Gallan se convirtió en la persona más anciana de Escocia a la
muerte de Clare Dawson, de Glasgow, que ocurrió en junio de 2013.
Dawson también falleció a las puertas del club de los supercentenarios, con
109 años. En enero de 2015 falleció la entonces persona más anciana de
Gran Bretaña, Ethel Lang, con 114 años, de Bransley, South Yorkshire, que
había nacido bajo el reinado de la reina Victoria.
“Adoro mi porridge. Lo he tomado toda mi vida”. Las gachas de
avena no faltaron nunca en la dieta de Jessie.
En su último cumpleaños, el personal de Crosby House reveló que
Gallan era una señora muy independiente. Un trabajador veterano de la casa
comentó: “Jessie es una mujer encantadora. Tiene aquí a su mejor amiga,
Sarah Jane. Siempre están juntas”.
Todos veían a Jesse dando vueltas por la residencia, en constante
actividad. A la abuela escocesa le encantaba la música y la clase de
ejercicio físico.
Su salud se mantuvo hasta las dos últimas semanas de su vida.
Murió pacíficamente en su cama, con su familia rodeándola, pocos días
después.
OceanofPDF.com
14. Conoció 7 guerras y 23
presidentes
Sarah Knauss
La norteamericana Sarah Clark Knauss, de 117 años, se convirtió en la
nueva persona más vieja del mundo en 1998, título otorgado por el Libro
Guinness de los récords. La anciana vivía en una residencia en la localidad
estadounidense de Allentown (Pensilvania). Nacida el 24 de septiembre de
1880, en Luzerne County (Pensilvania), trabajó como costurera. A lo largo
de su vida conoció siete guerras en las que estuvo implicada su patria,
Estados Unidos, tres asesinatos de presidentes norteamericanos, el
hundimiento del Titanic, el vuelo transatlántico de Lindbergh y la llegada
del hombre a la Luna. Amante del chocolate, los dulces y las patatas fritas,
aborrecía las verduras.
Su lema de vida lo resumía así: "Mantente ocupado, trabaja duro y
no te preocupes de la edad".
Knauss sucedió como persona de más edad a Marie-Louise
Meilleur, que era casi un mes mayor que ella. Sarah De Remer Knauss
(Hollywood, Pensilvania, Estados Unidos, 24 de septiembre de 1880 –
Allentown, Pensilvania, Estados Unidos, 30 de diciembre de 1999) fue una
supercentenaria estadounidense.
Fue considerada la persona más vieja del mundo por la institución
Guinness World Records desde el 16 de abril de 1998, fecha en la que
murió a los 117 años de edad la canadiense Marie-Louise Meilleur
(capítulo 16), y mantuvo la distinción hasta su propia muerte. A los 117
años de edad, también se convirtió en la persona de mayor edad en alcanzar
el título de la persona más anciana del mundo. Knauss es la segunda
persona verificada más longeva de la historia. La primera es Jeanne
Calment (capítulo 1). Asimismo fue la última persona viva verificada en
haber nacido antes de 1885.
Knauss vivió toda su vida en Pensilvania. Fue la hija nacida a
Walter y Amelia Clark en la pequeña ciudad minera de corta vida de
Hollywood y murió en Allentown. En 1901, se casó con Abraham Lincoln
Knauss (19 de diciembre de 1878 - 1 de marzo de 1965). Era costurera
calificada, e hizo su propio vestido de novia, además de elaborar
manteles y su propia ropa. Según se dice, aprendió a coser cuando tenía 4
años de edad. Sarah, que tenía 28 años cuando Henry Ford introdujo el Ford
Modelo T en 1908, vivió siete guerras de los Estados Unidos y 23
presidentes de los Estados Unidos. Tenía 31 años en el momento del
hundimiento del RMS Titanic en 1912 y 46 cuando Charles Lindbergh voló
en solitario a través del Atlántico.
Knauss era gerente en una oficina de seguros. Cuando se casó se
convirtió en ama de casa.
Su única hija, Kathryn Knauss Sullivan (17 de
noviembre de 1903 - 21 de enero de 2005), dijo una vez acerca de la
longevidad de su madre: "Ella es una persona muy tranquila y nada
la desconcierta. Es por eso por lo que está viviendo tantos años."
En 1995, cuando se le preguntó a sus 115 años si ella disfrutaba de
su larga vida, Sarah respondió con total naturalidad: " Disfruto de la vida
porque tengo salud y aún puedo hacer cosas”. Sus pasatiempos eran ver
golf en la televisión, coser y comer tortugas de chocolate con leche,
anacardos, y patatas fritas. " Sarah era una dama elegante y digna de todo
el honor y la adulación que ha recibido", dijo Joseph Hess, un administrador
de las dependencias de la Fundación Hogar Phoebe-Devitt donde vivía
Knauss.
Sarah Knauss murió el día 30 de diciembre de 1999, 33 horas
antes de comenzar el año 2000, a la edad de 119 años y 97 días, en
Allentown, por causas naturales.
A los 116 años de edad, fue reconocida como la nueva
plusmarquista nacional de longevidad de los Estados Unidos. Hasta
entonces se había creído que tal título le correspondía a Carrie C.
White (al parecer 1874-1991) (capítulo 19). Carrie había sido internada
desde que sufrió una crisis nerviosa en 1909, por aquella época se estaba
divorciando. Su documentación se consideraba impecable, pero una
investigación reciente ha determinado que Carrie White podría haber tenido
21 años cuando fue internada en lugar de los 35 que pretendía. Eso
significaría que en el momento de su muerte tendría 102 años en vez de
116. Si su reivindicación de que tenía 116 años fuera cierta, Carrie White
hubiera sido la octava persona más anciana de la historia. No obstante,
ahora se cree que el registro debería haber estado en manos de Lucy
Hannah (1875-1993) (capítulo 19), quién murió a los 117 años y 248 días
en el año 1993. En cualquier caso, y fuera cual fuera la verdad en el caso de
White, Sarah Knauss extendió el récord de longevidad de los Estados
Unidos a 119 años. Knauss fue también la segunda persona plenamente
validada en la historia en llegar a 118 años y 119 años (siendo la primera
Calment en 1993 y 1994 , respectivamente).
Desde su muerte, del senador estatal Charlie Dent, que había
asistido a su 115 cumpleaños en1995, dijo que "la señora Knauss era una
mujer extraordinaria que empujó los límites exteriores de la longevidad.
Esta es una ocasión triste, pero ciertamente tuvo una vida destacable."
Más de 14 años después de su muerte, su récord como la persona
más longeva de los Estados Unidos aún no se había superado; de hecho,
desde la muerte de Knauss, y a fecha de 2015, ninguna otra persona en
el mundo ha alcanzado la edad de 119 años. A lo largo de sus 119 años,
Sarah Knauss nunca dejó de asombrarse ante el genio humano para
concebir nuevas formas de hacer daño, pero también para curar, explorar y
sobrevivir. Lloró cuando le dijeron que al Titanic se lo había tragado el mar,
y se animó cuando los jóvenes americanos regresaron a casa tras las dos
guerras mundiales. Con la boca abierta contempló el primer paseo del
hombre sobre la luna.
Al fallecer, Knauss lo hizo dulcemente sentada en su silla favorita,
a falta de 33 horas para entrar en otro siglo. Pero Knauss ya había
cumplido: era más anciana que la torre Eiffel y el puente de Brooklyn.
Mantuvo el ánimo a lo largo de incontables batallas, triunfos y derrotas,
alegrías y tristezas, que se sucedieron al correr de los años.
Su tataranieta Kristina Patton la describió como “una de las más
generosas y bien intencionadas personas que uno podría conocer nunca”.
Agregó que la superabuela “tenía sentido del humor y siempre sonreía
cuando alguien iba a visitarla”.
Knauss, que ya tenía 20 años cuando arrancaba el siglo XX, murió
de causas naturales a las tres de la tarde del 30 de diciembre de 1999. La
directora de la residencia donde vivía, la Phoebe-Devitt Homes Foundation,
contó que había muerto tranquilamente en su habitación, sin estar enferma.
Había recibido justo antes algunos visitantes que pasaron a verla, y cuando
la enfermera regresó, ella murió sin ruido ni sufrimiento.
Llevó una reposada y larguísima vida como ama de casa y antes
como directora de una oficina de seguros. Adoraba el campo de Pensilvania
con pasión y disfrutaba viviendo en Allenton, donde se convirtió en la
celebridad local en sus últimos años.
Knauss fue testigo de los cambios históricos del siglo veinte. Vivió
para ver a su país, Estados Unidos, inmerso en siete guerras, y fue testigo
del vuelo solitario de Charles Lindbergh a través del Atlántico. Cumplidos
28 años, contempló la presentación del modelo T por Henry Ford, y ya era
una anciana de 88 cuando Neil Amstrong caminó sobre la luna.
Pero lo que a Sarah Knauss más le interesaba era su familia. Los
acontecimientos históricos solo constituían un trasfondo secundario al
nacimiento de su hija, de su nieto, de tres bisnietas, de cinco tataranietos y
de un retataranieto o chozno.
Su tataranieta contaba que Knauss “hablaba sobre los lugares
donde había estado y las cosas que había visto ocurrir”. No obstante, se lo
tomaba como algo natural. Por ejemplo, recordaba que cuando ella era
pequeña estaban erigiendo la famosa Estatua de la Libertad, pero una
efemérides mucho más importante para ella era el nacimiento de su hija.
Cuando el Libro Guinness de los Records la declaró la persona más
anciana del planeta, tras la muerte de Marie-Louise Febronie Meilleur de de
Quebec a los 117 años, la superabuela estadounidense se volvió el centro de
atención mundial.
Claro que también le encontraba la gracia a lo de ser centenaria:
Knauss cobró durante 53 años los cheques de la Seguridad Social y obtuvo
a lo largo de todo ese periodo sustanciosos descuentos en las entradas de
cine. “Le parecía hasta gracioso vivir tanto”, contó su hija de 96 años,
Kathryn Sullivan, en una entrevista en 1997. “Bromeaba y se reía sobre
cuánto tiempo más le quedaría de vida”.
Lo que más disfrutaba la abuela del mundo era ser capaz de ser
cosas por su familia.
“Era una modista competente que se hacía a sí misma todas sus ropas
y repasó los dobladillos de la ropa de todos los miembros de la familia
hasta hace pocos días”, contó Patton. “Le encantaba cuidar de
nosotros”.
La persona más vieja del mundo celebró su último cumpleaños el
24 de septiembre de 1999. La señora Sarah Knauss celebró su cumpleaños
en Phoebe Home en Allentown, Pensilvania, con un viaje a un
establecimiento de estilismo, un medallón de cangrejo, y unos cuantos
bocados a un riquísimo helado y a varias tortugas de chocolate. Otra
vez el chocolate que surgía en la vida de los supercentenarios, ¿será una
señal? Cuando se le preguntó si había pedido un deseo cuando sopló las
velas colocadas en el pastel de fresa, vainilla y chocolate, Knauss hizo una
pausa antes de contestar: “No”. Después de todo, tras celebrar 119
cumpleaños, ya empieza a ser difícil pedir deseos sin repetirse.
Ese último cumpleaños lo pasó Knauss de forma más tranquila que
el de hacía dos años, justo cuando se había convertido en una estrella al ser
nombrada la americana de más edad. En aquella ocasión las cámaras de
televisión la rodeaban para captar cada uno de sus movimientos. En cambio,
su hija Kitty dispuso que el cumpleaños número 119 de Knauss se celebrara
en la intimidad de familiares, unos pocos amigos y algunos compañeros
residentes de Phoebe House. Pero eso no redujo un ápice la ilusión que el
día le producía a Sarah. Al fin y al cabo, era entonces la persona de más
edad entre una población mundial de seis mil millones de habitantes de la
Tierra. Casi nada. Se despertó emocionada a las 6.30 horas de la mañana,
tres horas antes de lo habitual.
El comedor de la residencia se engalanó para la ocasión con
pancartas que hacían alusión al cumpleaños de Knauss.
“¿Me podría ayudar alguien a bajar de la cama?”, le pidió a la
ayudante enfermera en esa jornada tan especial. Tantas ganas tenía de
comenzar el día que ella misma movió las piernas para descender del lecho.
Un rato después, la superabuela incluso se tomó a broma su edad con otros
residentes: “¿Ciento diecinueve años? Por favor, no puedo tener 119
años”.
Pero sí que los tenía. Knauss había nacido antes de la invención de
la calculadora, la cámara de cine, la anestesia local, la estilográfica y el
submarino. Cuando Knauss decía que había nacido en la década de los 80,
se refería a 1880. Impresionante.
Sullivan deseaba que su madre tomase más carne de cangrejo antes
de lanzarse sobre los dulces en su cumpleaños, pero nadie iba a decirle a su
progenitora, y menos su ‘pequeña’ hija de 95 años, qué hacer en su día
especial. De modo que se tomó más nata montada. Hasta en sus últimos
años mantuvo una excelente salud para su increíble edad. Siguió
levantándose de la cama cada día y participando en actividades diversas. Le
encantaban especialmente aquellas que tenían que ver con niños. “Adoraba
ver a los niños jugar”, contó la directora de la residencia en la que se
alojaba, la Phoebe-Devitt Homes Foundation. Esta directora, Marcella
Moyer Schick, fue precisamente la que alertó a los Guinness sobre Knauss
y aportó la documentación requerida para demostrar que esta mujer era la
más superabuela de todos.
Los niños de la guardería First Step sentían lo mismo por Sarah
Knauss y le cantaron el cumpleaños feliz y otras canciones aquel jueves.
Knauss vestía un elegante vestido color marfil y junto con los medallones
de cangrejo, tomó puré de patatas, maíz y ensalada de col.
Pero lo que centró la atención de la golosa superabuela fue el helado y
las tortugas de chocolate. El pastel de hacía dos años portaba 117
velitas, pero en el último ya se habían rendido ante la profusión de
años, y sustituyeron las candelas por los números uno, uno y nueve.
Según explicó el director de actividades de la residencia, no les
quedaba más remedio. Si hubieran puesto tantas velas, hubieran
emitido un montón de humo, y posiblemente la alarma de incendios
del establecimiento se habría disparado. Inconvenientes de la
longevidad.
El fallecido marido de Knauss, Abraham, fue registrador de la
propiedad del condado de Lehigh en el estado norteamericano de
Pensilvania, razón por la cual Knauss recibió durante cuatro décadas una
pensión mensual después de que él muriese.
Knauss residió en la institución Phoebe Home, una residencia de
ancianos, durante sus últimos nueve años, desde que cumplió los 110.
Allí se mudó también su hija. El nieto de Sarah tenía durante el
último cumpleaños de la supercentenaria más de 70 años, su bisnieta
se aproximaba al medio siglo, su tataranieta a la treintena, y su
retataranieto ya tenía cuatro años. De modo que había tres
generaciones cobrando pensiones de la Seguridad Social dentro de la
misma familia. Una pesadilla para los artífices del Estado del
bienestar si hubiera más familias tan longevas como la de Knauss.
El oído de Knauss se deterioró en su última época y usaba una silla
de ruedas para desplazarse. La conocida revista Life dedicó un reportaje a
las seis generaciones de la familia Knauss. Nacida Sarah Clark, la abuela
del mundo hacía ya más de un siglo que se mudó del condado Luzerne a
Bethlehem (Belén), una población cercana dentro del mismo estado de
Pensilvania. Sarah no hablaba mucho, pero la enfermera que la ayudaba
estaba impresionada por su compostura. “Mantenía una actitud de vive y
deja vivir”, dijo entonces, “se mostraba siempre serena, muy amable, muy
agradecida por todo lo que hacías por ella”.
Knauss se volvía loca por el chocolate, como ya hemos visto, y
gozaba contemplando los pájaros que trinaban en el entorno de su
residencia. Cuando ya era muy mayor aún veía la tele, y sobre todo su
canal favorito, de teletienda.
Por unas pocas horas la supercentenaria se perdía su entrada en su
tercer siglo. Cuando el siglo XX empezaba, Knauss tenía ya 20 años de
edad. Al XXI no llegó por los pelos. Un dato impresionante: cuando la
Segunda Guerra Mundial empezaba, Knauss ya tenía casi la edad de
jubilación. Por la época de la Guerra del Vietnam, que acabó en 1972, era
octogenaria.
Fue una conmoción cuando murió, para toda su familia. “Ella
siempre estaba aquí, con nosotros”. Era la primera muerte en la familia de
seis generaciones vivas en 31 años.
Cuando Sarah Knauss nació, el presidente de los Estados Unidos
era Rutherford B. Hayes, la nación solo tenía 38 estados, y la Estatua de la
Libertad aún no se divisaba a la entrada del puerto de Nueva York. Knauss
fue testigo del asesinato de tres presidentes norteamericanos, de las dos
guerras mundiales, la llegada de la era atómica, y el aterrizaje de los
astronautas en la luna. Doce décadas de vida repletas de sucesos. EE. UU.
todavía se lamía las heridas de su guerra civil cuando esta superabuela
nació.
Knauss logró evitar la enfermedad hasta en sus últimos momentos,
y murió tranquilamente durmiendo. Su único achaque había sido la pérdida
de la audición y aunque sí que había sufrido un declive en su salud, se
encontraba relativamente muy bien para la edad que tenía. Durante su
último mes de vida había necesitado una bombona de oxígeno, pero le había
sido retirada en el momento de su muerte.
Joe Hess, el administrador de la residencia de ancianos, recordó
cómo hacía años Knauss asistió a las sesiones de estudio de la biblia que él
impartía en la institución.
“Me quedé sin aliento al ver a la persona más vieja de la Tierra
sentada en la primera fila”, dijo. “Sarah era una elegante mujer digna de
todos los elogios que recibía, vamos a echarla mucho de menos”.
Knauss empezó siendo la mujer de más edad de Pensilvania, luego
de Estados Unidos, y finalmente del mundo entero, gracias a la
investigación llevada a cabo por la investigadora local Edith Rodgers
Moyer.
El duodécimo censo de los Estados Unidos, completado en 1900,
lista a Sarah Clark como residente en Bethlehem Sur nacida en 1880. Un
certificado de matrimonio de la iglesia de la Natividad en Bethlehem
confirmó su edad. El matrimonio con Abraham Lincoln Knauss duró 64
años.
Un voluntario de la residencia, John E. Brunner, contó que Knauss
acudió al peluquero como hacía cada semana, poco antes de morir. Llevaba
un vestido a la moda y su encantadora sonrisa, y el cabello arreglado en un
moño francés, que era su favorito. “Me quedé asombrado de lo joven que
parecía para su edad, me sentí como un quinceañero; le deseé feliz Año
Nuevo y ella me devolvió la felicitación”.
La mayoría de la gente que la conocía se quedaba maravillada de la
apariencia juvenil de Knauss. El mismo Brunner, jubilado, confesó que se
sentía “como un jovenzuelo” cuando se cruzaba con ella.
Marjorie Dent, una vecina, recuerda que cuando Sarah era
nonagenaria la invitó en una ocasión a tomar el té a su casa. La madre de
Dent, Mildred Wieder, vivía con ella en aquel momento.
Con sorpresa descubrieron que Sarah y Mildred había asistido a la
misma escuela elemental en Bethlehem.
“Apareció elegantemente vestida y con un elaborado peinado”,
recuerda Marjorie Dent. “Me impresionó”.
La familia Knauss atribuía la longevidad de Sarah a su calmada
forma de ser y a su costumbre de aceptar la vida como viene. En muy raras
ocasiones se enfadaba la superabuela.
“Tenía buen humor y era una de esas personas adorables con las
que todo el mundo quería estar, buena compañía”, dijo su nieto Bob Butz,
que tenía entonces 75 años.
Aunque vivió a lo largo de todo el siglo XX, con sus avances desde
el advenimiento del automóvil hasta el viaje espacial, Knauss permaneció
fiel a los valores del siglo XIX de valerse por uno mismo y mantener la
lealtad a la familia por encima de todo.
Pertenecía a una rama de la iglesia episcopal (anglicana) en
Allentown y acudía regularmente al templo local.
Aunque nunca tuvo un trabajo a tiempo completo, era una excelente
modista que tejía colchas a mano, manteles de ganchillo, y se hacía
sus propias ropas. Cosió su propio y magnífico vestido de novia,
cuando era apenas una quinceañera. Y siguió cosiendo hasta que
hubo sobrepasado el siglo de edad, proveyendo muchas de las prendas
que constituían el guardarropa de su hija.
Las colchas y edredones de Knauss, hechas de viejos vestidos
cortados para conformar parches cuadrados que luego se unían, sobreviven
hasta el día de hoy como tesoros familiares. Sarah cosió su última colcha
cuando ya tenía 107 años de edad. “Poseía la mágica cualidad de crear
preciosas labores de aguja”, aseguró su bisnieta Margaret Butz Dennis. Esta
bisnieta era enfermera en el hospital Lehigh Valley. No pudo dejar de
reconocer que resultaría “increíble” tener la oportunidad de ser testigo de
todas las cosas que ocurrieron en los 43.530 días que vivió la superabuela.
Knauss nació en una ciudad minera llamada curiosamente
Hollywood en el condado de Luzerne. Su padre, Walter Clark, era ingeniero
de minas y más tarde se convirtió en superintendente de una compañía
minera al sur de Bethlehem. Ahí empezó una larga trayectoria. Baste decir
que ya era bisabuela cuando el presidente Kennedy fue asesinado en 1963.
Conocida adicta al chocolate, consumía una dosis diaria hasta
su muerte. ¿A quién nos recuerda eso? Justo. A la única mujer que le
superó en edad, la francesa Calment (ver capítulo 1 de este libro).
Un año antes de morir la superabuela, su hija, Kitty Sullivan, de 95
años, dejó de conducir y se mudó junto con su madre. El nieto de Sarah,
Robert Butz, tenía entonces 73 años y llevaba cobrando su pensión de la
Seguridad Social durante casi una década. Pero eso no era nada. Su madre
recibía la paga mensual del Estado desde hacía 30 años, y su abuela 53.
Sarah Knauss daba las gracias a sus enfermeras cada vez que le
ponían un jersey para abrigarla, o la arropaban, o la bañaban. Su vocecita
era tan frágil y suave que costaba entenderla. Pero el personal tenía claro
que cuando ella les decía “oooooooooooooohhhhhhh”, justo después de
haberla atendido, eso significaba “gracias”.
Era la gran favorita entre todos los residentes. Hasta sus 119 años
conservó la coquetería. En una ocasión, una auxiliar de enfermera,
Emmanual Njamfon, que se encontraba con ella en la cafetería del
establecimiento, acababa de arreglar su pelo y le dijo al oído en voz muy
alta para que la entendiese: “Estás preciosa, Sarah”. La abuelita del mundo
agachó ruborizada la cabeza sonriendo de oreja a oreja, encantada con el
cumplido.
En una ocasión la llevaron en su silla de ruedas a una muestra de
artesanía que se desarrollaba cerca del vestíbulo de la residencia. Allí le
mostraron dos broches hechos a mano, y la supercentenaria preguntó cuánto
costaban, y al enterarse que solo un dólar, se compró uno.
Lo de los dulces era ya pasión. Sarah rechazaba los purés de patatas y
se lanzaba directamente sobre los helados que había de postre.
Poquito a poquito, iba avanzando hasta no dejar nada en el plato.
Luego se limpiaba la barbilla con la servilleta como una señora bien
educada. A continuación seguía con el yogur y el pastel, que incluía
más helado. Nunca la verías tocar el pollo, o las patatas, o las
zanahorias cocidas.
El colmo de la felicidad para la abuela del mundo eran las tortugas
de chocolate. Su hija contaba que le dejaba tres en una pequeña mesa
cercana, y que en media hora habían desaparecido siempre. “Cualquier otro
estaría muerto”, comentaba Kitty. “Pero el doctor nos dice que la dejemos
tranquila”.
Y funcionaba. Sarah se sentaba con gracia en su silla de ruedas y
nunca se quejaba. Su familia creía que no sufría dolor. El personal sanitario
opinaba por su parte que debía tener algún achaque, pero la supercentenaria
nunca lo demostró. Solamente tomaba una medicina al día, un medicamento
para el corazón. Sufría de anemia, y en alguna ocasión aislada tuvieron que
hacerle transfusiones de sangre por ese motivo.
En vida, Knauss era la cabeza de familia de seis generaciones. Se daba
la paradoja de que su bisnieta Kathy Jacoby, de 49 años, era también
abuela, con una hija de 27 y un nieto de 3. El pequeñín de la familia,
Bradley, se las veía y se las deseaba para distinguir a todas sus
numerosas antepasadas.
A Sarah Kanuss la llamaba Gran Nana.
A la hija de Sarah, Kitty Sullivan, Gigi, una abreviatura de
Gran Gran.
Lucy Butz, su bisabuela, era Nana.
Charlotte Patton, su abuela paterna, Mom Mom (dos veces
mamá en inglés americano).
Kathy Jacoby, su abuela materna, era solamente Kathy.
Según explicó ella misma, “ya no quedaban más nombres libres para
llamarme a mí”.
Jacoby visitaba a su bisabuela Sarah cada mes, aunque la
supercentenaria no la reconocía. Eso pese a que había vivido con ella desde
los 98 años hasta los 104. En aquella época Knauss hizo de canguro del hijo
y la hija de Jacoby, sus tataranietos.
Su hija también la visitaba, pero la comunicación entre ambas era
casi inexistente, debido a que Sarah estaba casi totalmente sorda y dormía
prácticamente todo el tiempo. Pero en alguna ocasión su madre
supercentenaria comentaría: “Llevas una blusa nueva”. O si Kitty
aprovechaba la visita para hacer labor de aguja, Sarah, una experta en ese
terreno, elogiaría su maña: “Eso que haces es bonito”. Y de ese modo Kitty
sabría que su madre aún seguía allí con ella.
“El personal de la residencia le tenía muchísimo cariño a Sarah,
como si fuera de sus propias familias”, contó la portavoz Marcella Moyeer
Schick a su muerte, “pasará mucho tiempo antes de que nos acostumbremos
a que ya no está con nosotros”. Sarah dejó a su hija, un nieto, tres bisnietas,
cinco tataranietas y a Bradley, el retataranieto junto al que se retrató para
una inmortal instantánea.
Sus mejores momentos
Amante del chocolate
Cual niña pequeña, Sarah Knauss adoraba el chocolate y los dulces.
También las patatas fritas. Pero procuraba evitar a toda costa las verduras.
Tal vez tenía mucha más razón en sus gustos de la que podríamos pensar. El
chocolate, particularmente el negro, es rico en antioxidantes. Contiene
flavonoides, sustancias naturales que se encuentran en las plantas y que en
efecto podrían prevenir contra el envejecimiento. Se supone que los
antioxidantes protegen nuestras células del daño causado por los radicales
libres. El chocolate además protege el corazón: en un estudio realizado por
investigadores británicos las personas que comían más chocolate tenían un
37% menos de riesgo de sufrir una enfermedad cardiaca que otros que no
eran tan golosos. También hay un 20% menos de accidente cardiovascular.
La manteca de cacao presente en el chocolate contiene ácido oleico, que es
una grasa que también se encuentra en el aceite de oliva, y que puede
aumentar el colesterol bueno (HDL). Comer chocolate puede ayudar a
disminuir la tensión arterial. Incluso tal vez contribuya a mejorar la visión.
Y lo que todos sabemos por experiencia, el chocolate suele ayudarte a
mejorar tu estado de ánimo, al estimular las áreas del cerebro relacionadas
con el placer. En los últimos tiempos están surgiendo crecientes evidencias
de que podría ser de utilidad para prevenir el cáncer y desde luego, vistos
los ejemplos de Jeanne Calment y Sarah Knauss, entre otros, tal vez
contribuya de forma significativa a la longevidad.
La receta de las tortugas
Para hacer estos dulces que eran los favoritos de Knauss se necesitan
nueces, caramelo, y chocolate derretido para cubrir. La salsa de caramelo se
hace con una taza de azúcar blanca granulada (175 g), una pizca de sal, 1/4
de taza de agua (58 ml), 1/2 taza de crema de leche (nata) (150 g), 2
cucharadas de mantequilla (20 g) y 1/2 cucharadita de vainilla (2.5 g). En
una cacerola se echan el azúcar, la sal y el agua y se calientan hasta que la
mezcla toma un color ámbar claro. Luego se añade la crema de leche y la
mantequilla, se remueve todo bien y se apaga el fuego. Se deja reposar y se
agrega la vainilla. La salsa de caramelo puede guardarse en la nevera hasta
dos semanas. También se puede aplicar sin enfriar. Una vez que se tiene
listo el caramelo, se forman montoncitos con las nueces, procurando que
tomen lo más posible la figura de tortuguitas. Se colocan los montones de
nueces sobre papel encerado o de aluminio, y se les vierte encima el
caramelo. A continuación se agrega el chocolate para cubrirlas, y que figure
como caparazón de las tortugas. Si se quiere además pueden regarse de
grageas de colores para adornar el postre. Por último –pero no es necesario-
se meten en la nevera unos minutos para que se enfríe antes el chocolate. Y
ya están listas las tortuguitas de chocolate para disfrutar, o también se
pueden guardar en cajitas o bolsitas y regalar.
Videoteca: Sarah Knauss (en inglés) https://www.youtube.com/watch?
v=yj4VbkuP_rg
Toda la vida con la aguja en la mano
Se contaba que Sarah Knauss aprendió a coser cuando tenía solamente 4
años de edad. Nunca abandonaría la aguja por el resto de su larguísima
vida. Se hizo su propio y magnífico vestido de novia cuando apenas era
quinceañera. Tejía colchas a mano, elaboraba manteles de ganchillo y se
hacía sus propias ropas. Era una modista cualificada, aunque nunca ejerció
profesionalmente. Solamente sus familiares se beneficiaron de su destreza.
Proveyó a su hija de muchas prendas de su guardarropa incluso cuando ya
era centenaria. Repasó los dobladillos de la ropa de todos sus seres queridos
hasta casi el final. La familia conserva como tesoros las colchas y
edredones de Knauss, hechos de viejos vestidos cortados para conformar
parches cuadrados que luego unía.
Videoteca: ‘Las siete personas más viejas jamás verificadas’ (en
inglés) https://www.youtube.com/watch?v=xu6J2j863fs
Citas
"Es una persona muy tranquila y nada la desconcierta. Es por eso por lo que
está viviendo tantos años” – Dicho por la única hija de Knauss, Kathryn
Knauss Sullivan, que también llegó a centenaria.
"Disfruto de la vida porque tengo salud y aún puedo hacer cosas” – A los
115 años.
"¿Me podría ayudar alguien a bajar de la cama” – Emocionada, el día que
cumplió 119 años, para empezar la jornada.
"¿119 años? Por favor, no puedo tener 119 años" – Pero sí que los tenía.
"Mantenía una actitud de vive y deja vivir, siempre serena, muy amable,
muy agradecida por todo lo que hacías por ella" – Declaraciones de la
enfermera que la cuidaba.
OceanofPDF.com
15. El ciclista más viejo de la
historia
OceanofPDF.com
16. Superabuelas con vidas
paralelas
OceanofPDF.com
17. Vio por primera vez el mar a los
124 años
OceanofPDF.com
18. Los georgianos sacan pecho con
“su gen”
Antisa Jvichava
La señora Antisa Jvichava había tratado sin éxito de entrar en el libro
Guinness de los récords, para certificar que había nacido en 1880. Vivía en
un pueblo de Georgia. Georgia es un país situado en el límite entre Asia y
Europa, localizado en la costa del mar Negro, al sur del Cáucaso. Comparte
fronteras con Rusia al norte, Turquía y Armenia al sur, y Azerbaiyán al este.
Su capital es Tiflis, aunque desde 2012 el Parlamento funciona en la ciudad
de Kutaisi. Georgia se considera como parte de Europa. Sin embargo, su
localización en la región del Cáucaso, en la linde entre Europa del Este y
Asia occidental, entre el mar Negro y el mar Caspio, la sitúa en una
supuesta frontera entre Europa y Asia.
Antisa Jvichava era, sin duda, la persona más anciana de Georgia.
Antisa Jvichava falleció a la supuesta edad de 132 años en la localidad de
Tsalendzhij, a unos 360 kilómetros al oeste de la capital, Tiflis, donde vivía
con su hijo, sus nietos y bisnietos.
Las autoridades georgianas aseguraron a los medios locales que se
trataba de la persona más anciana del mundo y se dirigieron a los editores
del Libro de los Récord Guinness para que certificasen este hecho. Pero
como muchas otras superabuelas que se hallaron a un paso de alcanzar lo
alto del podio, no lo lograron a falta de un certificado de nacimiento.
Tiflis cuenta sin embargo con otros documentos para tratar de
demostrar que la anciana había nacido el 8 de julio de 1880.
El vicegobernador de la región de Samegrelo, Vajtang Tsjadaya, dijo
que en Georgia siempre ha habido una gran cantidad de personas
longevas y agregó que el hecho de que allí viviera la persona más
anciana del mundo confirmaba la peculiaridad del “gen georgiano”.
Antisa Khvichava había nacido en 1880, según numerosos escritos
y documentos oficiales, y llegó a la respetable edad de 132 años con una
salud y una lucidez mental envidiable.
El caso de Antisa Khvichava, que habría vivido 132 años, llegó
a desafiar a la ciencia. ¿Cuál era el secreto de semejante
longevidad? ¿Quizás la copita de brandy que se tomaba a diario? Antisa
Khvichava vivía en una aldea de Georgia dedicada al campo, al brandy y
al backgammon.
Antisa tuvo tres hijos, dos de cuales fallecieron durante el hambre
posterior a la Segunda Guerra Mundial, además de 12 nietos, 18 bisnietos y
seis tataranietos. Nacida un 8 de julio de 1880, su sorprendente longevidad
era objeto de controversia. Sin embargo, numerosos documentos
confirmaban su fecha de nacimiento, entre ellos un pasaporte de la época
soviética, un libro de pensiones y notas en archivos.
Sus familiares aseguraban que siempre había gozado de buena salud,
aunque los últimos años los pasaba sobre todo en la cama por sus
dificultades para caminar. Le apenaba especialmente haber perdido
la destreza en los dedos que le permitía dedicarse a otra de sus
actividades favoritas: el punto.
Antisa Khvichava (Georgia, 8 de julio de 1880 -Georgia, 30 de
septiembre de 2012) fue una supercentenaria europea que supuestamente
llegó a vivir 132 años, como numerosos documentos han llegado a afirmar,
superando a Jeanne Calment (capítulo 1). Se ha generado mucha
controversia alrededor de su persona durante los últimos años, ya que en
vida afirmaba tener una edad que era realmente cuestionable, puesto que
sobrepasaba en más de 10 años el récord de Calment, primera de la lista de
los superabuelos.
Numerosos documentos, incluyendo su pasaporte de la época
soviética, un libro de pensiones y notas en archivos, según admitió Georgiy
Meurnishvili, portavoz del registro civil del Ministerio de Justicia,
confirman que Khvichava, del oeste de la ex República Soviética, nació
en 1880, en el siglo XIX.
Estudió hasta cuarto año de primaria, y posteriormente dedicó una
sorprendente cantidad de años a trabajar en su vivienda y cultivar té, maíz y
vegetales, además de cuidar el ganado. En 1949 falleció su esposo, por lo
que mantuvo prácticamente sola y sin ayudas a sus hijos. Sin embargo, su
jubilación como recogedora de té y maíz ocurrió en 1965, cuando tenía
ya 85 años.
Su certificado de nacimiento se perdió, como les ocurrió a
muchas otras personas en el siglo XX, en medio de revoluciones y una
guerra civil que siguió al colapso del Imperio ruso. Antisa explicó que
siempre había gozado de buena salud y trabajado en diversos quehaceres a
lo largo de toda su vida, a pesar de que en sus últimos años se pasaba la
mayor parte del tiempo en cama por su avanzada edad. La supercentenaria
no conocía el idioma georgiano por sus escasos estudios infantiles, por lo
que hablaba con el idioma local, el mingreliano.
En sus últimos años y debido a sus problemas de movilidad, la
anciana vivía con su nieto de 40 años en una remota aldea montañosa en el
pueblo de Sachino, en la región de Tsalenjikha, a unos 370 kilómetros al
oeste de Tiflis, en Georgia. Decenas de funcionarios, vecinos, amigos y
descendientes a su alrededor respaldaban que aquella encantadora
anciana era la persona más longeva del mundo. En esta región remota, el
yogur forma una gran parte de la dieta. Su hijo dice que ella todavía le gusta
tomarse una copita de vodka con cierta frecuencia. Un video hecho en el
ámbito local mostraba el espectáculo de la superabuela jugando una partida
de backgammon desde su cama, con dos de sus once bisnietos. Obviamente,
el amor y la devoción a la familia era un elemento importante para su
longevidad.
En 2010, el 8 de julio cumplió 130 años y realizó una pequeña
celebración en su casa. La Agencia del Registro Civil del ministerio de
Justicia de Georgia felicitó a la venerable superabuela en esa fecha tan
señalada. A su vez, el ya mencionado Meurnishvili mostró dos documentos
de la época de la Unión Soviética que, según aseguró entonces,
demostraban su edad.
Antisa tenía 10 nietos, 12 bisnietos y seis tataranietos; y solo le
sobrevivió uno de sus hijos. El título por el que peleaba le correspondía,
a 31 de enero de 2010 y con el deceso de la estadounidense Eunice
Sanborn de 115 años, a la también estadounidense Besse Cooper (capítulo
7), que contaba con 114 años; es decir que Antisa habría tenido 16 años
cuando nació.
En 2009 murió Sakhan Dosova (1879-2009) y en 2010, María
Olivia da Silva (1880-2010) (capítulo 19) de Brasil. Ambas aseguraron
haber alcanzado los 130 años, pero su falta de documentos impidió que se
les reconociera el título de la más longeva a nivel mundial.
Un canal de televisión de Georgia publicó la historia de una
mujer que vivía en las montañas del Cáucaso, en Asia, que en aquel
momento estaba por cumplir los 130 años de edad, lo que la convertiría en
la mujer más vieja del mundo, según aseguraron sus hijos. Antisa
Khvichava estaría a sólo unos meses de cumplir 130 años de edad ya que,
según la documentación presentada por sus hijos, nació el 8 de julio de
1880. La mujer ya tenía en 2010 11 bisnietos, según comentó Shorena
Khvichava, su nieta, y tal como publicó la BBC.
La prueba más confiable eran los papeles del pasaporte, que los
directivos del Registro Civil de Georgia mostraron para intentar que se
reconociera a la abuela del mundo (sin éxito).
Mientras tanto, Antisa contó que su secreto para mantenerse joven
era que “juega al backgammon y toma vodka”, según publicó el canal
Rustavi 2.
Los titulares no se hicieron esperar: “La mujer más anciana del
mundo tiene 130 años y le gusta el vodka”. Nunca se privaba de su
chupito de vodka georgiano cada mañana después del desayuno, llegó
a confesar en alguna ocasión.
La mujer vivió sus últimos años en lo profundo del Cáucaso, en la
que los periodistas describieron como “una idílica casa rural en las
montañas cubierta de frondosa parra”. Retirada de su trabajo como
recogedora de maíz y té desde que cumplió los 85 años, contaba para
atenderla con varios de sus nietos y 11 tataranietos, dado que a su edad le
resultaba difícil moverse y desplazarse.
El 9 de julio de 2010 los periódicos se llenaron de titulares de la
mujer que acababa de cumplir 130 años, “pero que no parece ni un día más
que 110”, tituló el diario Daily Mail en el Reino Unido. Nada menos.
“Siempre he tenido salud, y trabajado toda mi vida, en casa y en la
granja”, contó Antisa en aquella ocasión, atraviada con brillante
vestido y turbante, y llevando incluso lápiz de labios rojo. Que no se
diga que la coquetería es solo cosa de la juventud.
Sentada en una silla, sujetando su bastón, Antisa hizo
declaraciones con calma sirviéndose de un intérprete, porque solo hablaba
como se ha dicho el lenguaje local. Mostraba su pasaporte y su
documentación, donde se reflejaba bien claro la fecha de su nacimiento,
1880. Pero las dudas siguen, puesto que se trata de papeles oficiales
soviéticos, que no suscitan una credibilidad absoluta. Lo que sí es seguro es
que Antisa vivió hasta una avanzada edad en buen estado de salud, feliz y
rodeada de su cariñosa y orgullosa familia. “Mamá siempre será mamá, así
cumpla 300 años”, decía su hijo pequeño en la ocasión en que celebraban el
cumpleaños número 130 de la anciana.
Sus mejores momentos
Beneficios del vodka para la salud
Sin querer animar al consumo de bebidas alcohólicas, lo cual no es nuestra
intención en absoluto, se hace necesario destacar una serie de posibles
ventajas que se le atribuyen al vodka cuando se consume de forma
esporádica y moderada. La moderación es la clave. Un estudio de 1997 en
el Periódico de Psicofarmacología (Journal of Psychopharmacology) halló
que el vodka reduce el estrés con mayor eficacia que el vino tinto. Los rusos
utilizan el vodka como un curalotodo para cualquier tipo de mal, desde un
dolor de garganta a una fuerte resaca. Además, el vodka todavía se utiliza
en la elaboración de remedios medicinales a base de hierbas, para hacer
tinturas. Si se está tratando de perder peso o seguir una dieta baja en
carbohidratos, el vodka es una opción. Contiene muy pocas calorías y está
totalmente libre de hidratos de carbono, siempre y cuando no se combine
con otras bebidas.
Yogur, tesoro oculto
El yogur constituía una parte importante de la dieta de Antisa Jvichava.
El yogurt proviene de la fermentación de la leche, pero se digiere con una
mayor facilidad. Lo pueden ingerir incluso personas intolerantes a la
lactosa. Se la considera una fuente alimenticia muy saludable. Contiene más
de cien millones de bacterias vivas con gran cantidad de vitaminas del
grupo B. Estas bacterias ayudan a combatir toda clase de infecciones en el
aparato digestivo. Ayuda a estabilizar la flora intestinal y los
microorganismos del sistema digestivo. Sus bacterias convierten al azúcar
de la leche común, también conocida como lactosa, en ácido láctico. Impide
el desarrollo de bacterias dañinas en el intestino, que provienen
generalmente de la descomposición de los alimentos ingeridos. Por ello,
ayuda a combatir las diarreas y el estreñimiento. Disminuye el colesterol,
favorece la absorción de grasas y reduce los efectos negativos de los
antibióticos. Contiene calcio, magnesio y fósforo, minerales indispensables
para mantener sanos los huesos. Es un alimento que realmente está indicado
para todas las personas, en cualquier tipo de régimen alimenticio.
Muchas recetas culinarias y remedios naturales lo incluyen como base. Si se
utiliza como ingrediente principal de diversas cremas caseras y mascarillas
naturales, ayuda a mejorar el cutis y pueden aplicarse sobre todo tipo de
piel como exfoliante regenerativo. Diversos estudios han demostrado
asimismo que puede prevenir y combatir los hongos vaginales mediante su
consumo regular. Algunas mujeres aseguran haber obtenido buenos
resultados al aplicarlo sobre la zona de la candidiasis (enfermedad
infecciosa de la piel y de las mucosas causada por un hongo).
Videoteca: Daily Mail –En su 130 cumpleaños
http://www.dailymail.co.uk/news/article-2214280/Antisa-Khvichava-
claimed-worlds-oldest-living-person-dies-remote-Georgian-village.html#v-
1886035275001
¿Existe el gen georgiano?
Las autoridades de Georgia, muy orgullosas de Antisa Jvichava, atribuyeron
en un momento de euforia al que llamaron ‘gen georgiano’ esa longevidad
pasmosa. Quedan por desvelar muchas incógnitas pendientes sobre nuestro
genoma, pero la mayoría de investigadores están de acuerdo actualmente en
que las diferencias genéticas entre una raza y otra son mínimas. Mediante
muestras genéticas mundiales de marcadores genéticos neutrales -tramos de
material genético del denominado ADN silencioso (intrones) que no ayudan
a crear las proteínas que hacen funcionar el cuerpo-, los investigadores han
descubierto que, de media, el 88-90% de las diferencias entre las personas
se producen dentro de sus poblaciones locales, mientras que sólo
aproximadamente el 10-12% de las diferencias distinguen a una población,
o una raza, de otra. Dicho de otra manera, los pobladores de cualquier aldea
del mundo, ya sea en Escocia o en Tanzania, tienen el 90% de la
variabilidad genética que la humanidad tiene para ofrecer. Si el resto de la
especie humana desapareciera, y solo quedara una pequeña aldea en
cualquier lugar del mundo, se preservaría el 90% de nuestro genoma. Pero
esa relación de 90/10 es sólo una media, y únicamente hace referencia a los
marcadores de ADN silencioso. Para el material genético que codifica las
proteínas, el cuadro es un poco más complejo. Muchos de estos otros genes,
denominados trabajadores (los exones) y responsables de las funciones
básicas de los órganos, no muestran prácticamente ninguna variabilidad de
un individuo a otro, lo que significa que son incluso menos específicos de
cada raza que los marcadores genéticos neutros. Claro que existen algunas
voces discordantes con esta teoría, que asegura que la genética varía de
forma significativa de una raza a otra, y que influye en factores como el
coeficiente de inteligencia o la propensión hacia el comportamiento
criminal. De momento, el debate continúa.
Videoteca: https://www.youtube.com/watch?v=k0Yete3dC5k
Citas
"Nunca me privo de mi chupito de vodka georgiano cada mañana después
del desayuno"
"Siempre he tenido salud y trabajado toda mi vida, en casa y en la granja”
OceanofPDF.com
19. Tabaco, brandy y otros venenos
para amenizar la larga vida
OceanofPDF.com
20. Nunca es tarde para estudiar…
a los 100 años
Manuelita Hernández
Nunca es tarde para estudiar. En junio de 2013 los diarios se hacían eco de
una noticia insólita, una centenaria que terminaba la enseñanza primaria en
México.
Los medios de comunicación de medio mundo celebraban la buena
nueva. Manuelita Hernández Velásquez acababa de terminar los estudios
primarios al tiempo que celebraba su 100º cumpleaños. Sucedía en el estado
mexicano de Oaxaca, uno de los que sufren mayores problemas de baja
escolaridad en México. Por eso la firmeza con que aquella digna figurita de
anciana tomaba el certificado de escolaridad, durante el acto de entrega,
impresionaba por su dignidad y espíritu de superación.
Nació el 17 de junio de 1913 en la ciudad de Tuxtepec. De niña
llegó a entrar en una escuela por mediación de un familiar, pero tuvo que
dejarlo porque precisaban de ella para lavar y planchar, como en tantos
hogares pobres de un siglo atrás. Cuando se le pidió un consejo para las
nuevas generaciones señaló sin dudar que “la mejor carrera es el estudio”.
A lo largo de las cuatro últimas décadas, México ha reducido de
manera importante el porcentaje de analfabetos. Y sin embargo todavía 8
de cada 100 mujeres mexicanas mayores de 15 años no sabe leer ni
escribir, como 6 de cada 100 varones, según el censo de 2010. Casi una
décima parte de las personas atendidas por el Instituto Estatal para
Educación de Adultos (IEEA) tienen más de 65 años, y de ellos, el 75% son
mujeres.
Doña Manuelita, que lleva caminando por el mundo desde 1913
(¡ya llovió!), dice tener la vista cansada y le cuesta caminar, pero le gusta
leer periódicos.
"Me gustó mucho la escuela pero ya no pude seguir estudiando",
recuerda. Su familia, en el municipio oaxaqueño de Tuxtepec, era muy
pobre y tuvo que colaborar en casa, lavando y planchando.
A la hora de volver a los estudios, siguió los consejos de uno de sus
nietos. Tardó menos de un año en conseguir el título de educación
primaria, y a continuación se proponía empezar la secundaria.
"La mejor carrera es el estudio", reiteró Manuela. La educación es
que "nos hace menos ignorantes, nos civiliza", dijo en declaraciones
aldiario mexicano La Vanguardia. "Cada vez que aprendo algo me digo mí
misma: ahora ya no me van hacer guaje [tonta]", señala.
El Instituto Estatal de Educación para Adultos (IEEA) cuenta
7.700 alumnos mayores de 65 años, el 9% de sus estudiantes en México. La
inmensa mayoría de ellos (75%) son mujeres.
Sus mejores momentos
Cerebro y envejecimiento activo
El envejecimiento del cerebro nos hace más felices. A medida que las
personas envejecen se aprecia una mejora en la superación de los
pensamientos negativos y en el control de las emociones. Esto puede
explicar por qué las personas mayores tienden a ser más felices que las
jóvenes.
Además, los expertos afirman que es posible aprender toda la vida. La
superabuela Manuelita Hernández lo ha demostrado. El cerebro humano,
como ocurre con el resto de los órganos, envejece a medida que cumplimos
años. Se trata de un proceso fisiológico inevitable que, según los expertos,
se inicia entre los 30 y los 40 años de edad. La buena noticia es que aunque
existe un 25% de determinación genética que no podemos cambiar,
mantener el cerebro joven y saludable depende en un 75% de nuestro estilo
de vida, algo que sí es posible controlar. La mejor manera de que un órgano
continúe activo es utilizarlo. La clave de un envejecimiento saludable se
halla en entrenar cuerpo y mente, y estar preparados para seguir practicando
actividades tanto intelectuales como físicas tras la jubilación y durante
la tercera edad.
He aquí a continuación las recetas básicas para prevenir el
envejecimiento del cerebro:
Dieta con pocas calorías pero saludable.
Ejercicio físico para oxigenar el cerebro.
Seguir usando el cerebro mediante la lectura, el cálculo,
aprender nuevos idiomas, o incluso proseguir con la
educación formal como doña Manuelita.
Una buena red de familia, amigos y relaciones es
fundamental.
No tomarse demasiado en serio la vida ni a uno mismo y
mantener el buen humor.
Domir.
Disfrutar y ser feliz con las cosas que nos gustan.
Mantener el interés en el día a día. Cada jornada es una
nueva aventura.
Seguir proponiéndose retos y metas, seguir avanzando
siempre.
Sentirse agradecido. Cada nuevo amanecer es una
bendición. Y es gratis. Como las mejores cosas de la vida.
¿Cuánto hay que pagar por una carcajada de bebé, una
lametada de un perrito cariñoso, o un beso?
Verdades y mentiras sobre el cerebro en general (Fuente: El Mundo)
Es mentira que la mitad izquierda del cerebro sea es estrictamente
"racional". Esa región de la corteza cerebral es la que produce el lenguaje y
resuelve los problemas, pero ello no quiere decir que sea la "mitad
racional". Necesita lógica y orden, pero también necesita a la parte derecha
para funcionar correctamente. Tampoco el cerebro es exactamente como un
ordenador. Se ha desarrollado a lo largo de millones de años a través de la
selección natural, y cuenta con sistemas que surgieron con un propósito
determinado y que posteriormente se han adaptado para otro, incluso
aunque no funcionen perfectamente. El cerebro evoluciona y se adapta, los
ordenadores hasta el momento no han llegado a ese punto. Y es falso que
sólo empleemos el 10% de nuestro cerebro. Hoy día los científicos saben
que la totalidad del cerebro es necesaria para su funcionamiento normal, tal
como demuestran las consecuencias de los derrames o daños cerebrales.
Incluso el daño limitado a una parte muy pequeña del cerebro puede
detectarse por los síntomas neurológicos.
Es verdad que la fuerza de voluntad aumenta cuando logramos
algo. Es como un músculo y puede entrenarse. El ejercicio físico favorece
al cerebro en la vejez. Es verdad también que reaccionamos antes de
pensar. A menudo nos damos cuenta de nuestra respuesta a un
acontecimiento sólo cuando ya hemos comenzado a reaccionar.
Ojo, que el cerebro toma atajos y se equivoca. El cerebro suele
buscar rápidamente una respuesta adecuada, en lugar de emplear más
tiempo para dar con la respuesta perfecta. Hay que tener también en cuenta
que cada vez que recordamos algo, borramos y rescribimos el
recuerdo. Ello que permite que, al final, recordemos cosas que en realidad
no han ocurrido jamás. Eso explica por qué es frecuente que diferentes
personas recuerden los mismos hechos de manera diferente. Y mucho
cuidado, que la tensión crónica hace perder la memoria. Puede dañar el
hipocampo y dar lugar a pérdidas permanentes de retención.
Los bebés desconectan las conexiones neuronales que no
utilizan. En general, desechan las que no se usan lo suficiente durante los
dos primeros años de vida. Por eso se aprende mejor un idioma en la
niñez. Los niños pequeños reconocen los sonidos de todos los idiomas pero,
a partir de los 2 años de edad, sus cerebros empiezan a encontrar
dificultades para diferenciar sonidos que no son habituales en su lengua
materna.
Aunque nos sorprenda, los adolescentes están "equipados" para
comportarse bien. Las conexiones en la corteza cerebral prefrontal, que son
importantes en la regulación del comportamiento, se siguen desarrollando
hasta los 20 años de edad. Por otro lado, con los videojuegos mejoran el
funcionamiento cerebral. Estudiantes universitarios que juegan
regularmente a este tipo de juegos son capaces de registrar más objetos en
un estímulo visual breve que los que no juegan. Además, los que juegan
reelaboran la información más rápidamente, reconocen más objetos de un
golpe y pueden cambiar de tarea con mayor facilidad. Para estudiar, es
mejor si no se memoriza el temario del examen de una sentada. El cerebro
retiene información durante más tiempo si se hacen descansos entre
sucesivas tandas de estudio. Dos sesiones separadas de estudio pueden
facilitar que se asimile el doble de conocimientos que una única sesión de la
misma duración total.
En la edad adulta, se siguen renovando las neuronas. Nacen en el
bulbo olfativo, que procesa los olores, y en el hipocampo, que es importante
para la memoria. El ejercicio o el aprendizaje mejoran la supervivencia de
estas neuronas. Pero cuando hay que elegir, las personas tienden a sentirse
más satisfechas con las decisiones que toman cuando tienen que elegir entre
pocas alternativas que cuando tienen muchas opciones. Y la depresión
moderada puede curarse sin pastillas. Al terminar el día, pueden ponerse
por escrito tres cosas buenas que hayan ocurrido y una breve exposición de
las circunstancias que han propiciado cada una de ellas. Este ejercicio
aumenta la sensación de felicidad y aminora los síntomas de depresión
moderada en un plazo de unas pocas semanas. Las regiones del cerebro que
causan las drogadicciones también reaccionan a estímulos positivos
naturales como el amor. Es cuando te sientes en una nube. Los orgasmos
también nos hacen ser más confiados y seguros en nuestras relaciones
sociales. Ah, y somos cada vez más inteligentes. Las puntuaciones medias
en las pruebas de inteligencia han aumentado entre tres y ocho puntos por
década en el siglo XX en muchos países industrializados. No se debe a la
evolución sino a la mejora de las condiciones de vida de los niños
económicamente más desfavorecidos.
El dolor reside en el cerebro y puede controlarse. La actividad
cerebral determina totalmente la sensación de dolor y su intensidad. Los
científicos están intentando emplear imágenes del cerebro y técnicas de
retroalimentación para enseñar a las personas a activar por su propia cuenta
las zonas del cerebro que controlan el dolor.
Videoteca: En las noticias https://www.youtube.com/watch?
v=UI55T2Oq_P8
Videoteca:
http://www.elmundo.es/america/2013/06/27/mexico/1372324766.html
Citas
"Me gustó mucho la escuela pero no pude seguir estudiando” – Tuvo que
dejar las clases cuando era niña.
"La educación nos hace menos ignorantes, nos civiliza"
"Cada vez que aprendo algo me digo a mí misma: ahora ya no me van a
hacer guaje [tonta]"
OceanofPDF.com
21. El secreto genético de los
supercentenarios
Hay un gran secreto en el mundo que, pese a todos los esfuerzos por
desvelarlo, sigue sin descubrir. Se lo conoce como el secreto genético de los
supercentenarios. Un estudio con personas supercentenarias no encuentra
variantes genéticas comunes a las personas más longevas y sugiere que se
trata de un rasgo complejo, proclamaba un titular de hace tiempo. Una
combinación de nueve factores que pueden ralentizar el envejecimiento
hasta extremos increíbles. Pero todavía eso está por confirmar. ¿Un
supercentenario nace o se hace, o ambos? Cuando se descubra esa
incógnita, el ser humano habrá dado el siguiente paso en su camino hacia
una vida mejor.
Vivir más de un siglo hasta el presente es cuestión de azar.
Para alcanzar los ochenta o incluso los noventa años de edad,
una vida sana puede desempeñar un papel importante, pero
para llegar más allá es necesario gozar de unos dones
excepcionales, escritos en un alambicado código de ADN.
Entre la población normal, la longevidad depende hasta en
un 30% de los genes. Sin embargo, ese porcentaje se
incrementa entre las familias que alcanzan edades
excepcionales.
Los supercentenarios, esos raros humanos que viven más de
110 años, casi nunca son ascetas budistas de brócoli y
carrera matutina diaria. Sirva esto para animar a los que les
va la marcha. Jeanne Calment, una francesa que murió con
122 años, el récord de todos los tiempos, fumaba dos
cigarrillos diarios y comía un kilo de chocolate a la semana,
y un estudio en la isla japonesa de Okinawa mostró que la
mitad de los supercentenarios del lugar fumaban, y un
tercio bebía alcohol. Parece claro que estos privilegiados
cuentan con un sistema de protección tan potente que casi no
se ve afectado por los factores ambientales.
Hay un factor clave si uno espera vivir largo tiempo. El 90%
de los supercentenarios son mujeres. Simplemente nazca
usted mujer y sus probabilidades de vida se multiplicarán.
Sencillo, ¿eh?
Para tratar de desentrañar ese secreto genético, se han realizado
numerosos estudios en busca del Santo Grial de la longevidad extrema, el
factor común que se repetiría en todos los casos estudiados. El último de
estos análisis, publicado en la revista PLoS ONE, trató de encontrar
variantes genéticas que pudieran compartir 17 supercentenarios. Estas
particularidades deberían producir proteínas diferentes a las personas
comunes, con efectos protectores frente a enfermedades como el cáncer o
los problemas cardiovasculares. Así se podría explicar, por ejemplo, que
solo un 19% de las personas que viven más de un siglo sufre algún tipo
de cáncer, frente al 49% de la población normal, y que padezcan menos
enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, los autores de la investigación, pertenecientes a la
Universidad de Stanford, no encontraron estos genes comunes que
expliquen la existencia de personas tan longevas. A Timothy Cash, un
investigador del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO),
que promovió otro estudio en busca de estas variaciones, no le extraña que
no se hayan encontrado porque “se han analizado muy pocas muestras”. En
su estudio, publicado en la revista Aging Cell, sí encontraron mutaciones
raras en el gen de la alipoproteína B, relacionado con la asimilación del
colesterol malo.
Pese a no haber logrado detectar variantes genéticas especiales en los
supercentenarios, los autores de este último estudio creen que será posible
encontrarlas si se acumula el conocimiento suficiente, algo que no es tan
sencillo en una población tan escasa. Lograrlo, piensan, puede “ayudar a
extender la edad media de la gente normal”, opina Kim Stuart, investigador
de la Universidad de Stanford y autor principal del artículo. “Los
supercentenarios [un 90% son mujeres] parecen tener un reloj del
envejecimiento más lento”, señaló Stuart. “Leila Denmark, por ejemplo,
trabajó como pediatra hasta los 103 años y estuvo lúcida y en forma
hasta una edad muy avanzada”. Estas personas, además, no suelen tener
unos últimos años de vida especialmente lastrados por la enfermedad.
Una vez que se lograse identificar los genes protectores, la
investigación podría centrarse en encontrar maneras de fomentar su
actividad o, en el futuro, modificar o cambiar las variantes negativas
a través de la terapia génica.
Mientras tanto, se sigue preguntando una y otra vez a los pocos
afortunados que traspasan la barrera de los 110 años. Sus respuestas podrían
hacer sonrojar a alguien timorato: "Whisky, cigarrillos y mujeres
salvajes". Estas declaraciones las hizo Henry Allingham, por ejemplo, que
fue el veterano más longevo de la Primera Guerra Mundial.
Y es que, aunque unos pocos supercentenarios aseguran haber
vivido una vida ‘pura’ y sin excesos, la verdad es que muchos otros (la
mayoría) se jactan de haber vivido fumando, bebiendo y sin privarse de
nada
El 8 de junio de 2014 murió en una residencia de ancianos de
Manhattan el hombre entonces más longevo del mundo: el emigrante
polaco Alexander Imich (capítulo 29), que llegó a cumplir 111 años. El
título de “hombre más viejo” (hay muchas mujeres que superan los 111
años) pasaba al japonés Sakari Momoi (capítulo 24), nacido solo un día
después que Imich. Una mujer, también japonesa, Misao Okawa (capítulo
4) , era el ser humano más viejo del mundo: nació el 5 de marzo de 1898 y
murió el 1 de mayo de 2015, a los 117 años y pico.
Estos ancianos supercentenarios, que superan los 110 años, son
auténticos supervivientes. Según indicó el Gerontology Research Group,
por ejemplo el 17 de mayo de 2014 había 76 supercentenarios vivos
verificados, de los cuales 73 eran mujeres. Con la muerte de Imich la cifra
desciende a 74 aunque, como aclara el GRG, estos son tan sólo los
supercentenarios verificados. Se estima que, en realidad, debería haber
entre 300 y 450 personas en el mundo que superan esa edad.
Una y otra vez les preguntan es qué han hecho para lograr vivir
tanto. Y las respuestas son de lo más variopintas. Aunque algunos
supercentenarios aseguran haber vivido una vida sin grandes excesos, con
costumbres casi monacales, otros se jactan de haber tenido una ‘buena’
vida, en el sentido de haber disfrutado sin mucha contención. Desde luego
el sexo bravío, empinar el codo, o fumar acaso no sean a priori las mejores
herramientas para llegar a viejos, pero estos supercentenarios demuestran
que, quizás, la longevidad (al menos en estas edades) es una cuestión que
tiene más que ver con la suerte o los genes que con las costumbres.
Repasemos brevemente alguno de los casos más llamativos:
Christian Mortesen: Amigos, puros y mucha agua
El danés Christian Mortesen murió en 1998 con 115 años y 252 días, la
mayor edad registrada nunca en un anciano varón hasta 2012, cuando el
japonés Jiroemon Kimura sobrepasó su récord. Mortensen disfrutó de los
puros durante toda su vida y siempre insistió en que fumar con moderación
no era malo, llevaba una dieta casi vegetariana y bebía agua que había
hervido previamente. En su 115 cumpleaños, al que acudieron los
periodistas, dio su consejo para vivir una vida longeva: “Amigos, un buen
puro, beber mucha agua buena, no beber alcohol, ser positivo, y cantar
mucho te mantendrá vivo durante mucho tiempo”.
Henry Allingham: Cigarrillos, whiskey y mujeres salvajes
El veterano de guerra británico Henry Allingham murió en el verano de
2009 con 113 años y durante un mes fue el varón más longevo del
mundo. Participó en la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde ejerció
como mecánico de aviones, y siempre presumió de no haberse privado de
nada. Cuando le preguntaron por el secreto de la longevidad fue tajante:
“Cigarrillos, whiskey y mujeres salvajes”.
Gran parte de las mujeres supercentenarias son increíblemente
alegres y sensibles. Sin embargo, los que logran sobrevivir hasta ser
supercentenarios, a la edad de 110 años o más, por lo general han
experimentado una lógica disminución significativa en las
capacidades físicas y mentales.
Eugenie Blanchard
Eugenia nació el 16 de febrero de 1896 en Saint Barthélemy y murió el 4 de
noviembre de 2010, a la edad de 114 años y 261 días, en la misma
localidad. Sostuvo los títulos de persona más vieja verificada de Francia del
25 de mayo de 2008 al 4 de noviembre de 2010, y de persona más vieja
verificada del mundo, del 2 de mayo de 2010 al 4 de noviembre del mismo
año, fecha de su fallecimiento.
En 2010 tenía 114 años. Durante los últimos 30 años, vivía en el
pabellón geriátrico del Hospital De Bruyn, isla de St. Barts en las Antillas
francesas. A pesar de que estaba en buen estado de salud, se hallaba muy
débil, casi ciega y sólo hablaba un poco.
Blanchard se mudó a Curaçao en mayo de 1923, donde se convirtió
en monja católica de la congregación de hermanas franciscanas de
Roosendaal en la isla. Adoptó el nombre de hermana Cyria durante sus años
en la orden, y se ganó el apodo “Dulces” debido a cómo trataba a los
demás. También los niños de Curaçao la apelaban “Douchy”, que se deriva
de la palabra “Dushi”, la cual significa “dulces “ o caramelo en Papiamento,
la lengua criolla de Curaçao, porque ella trabajaba igual que si fuera un
vendedor de caramelos.
Blanchard permaneció con la congregación de religiosas hasta
agosto de 1955, en que regresó a Saint Barthélemy a la edad de 60 años.
Vivió sola con su gato hasta que se mudó a una residencia en 1980, cuando
tenía ya 84 años, debido a que su salud declinaba. Mantuvo de todas formas
un nivel aceptable de buena salud durante sus últimos años, a pesar de la
pérdida de vista y de su incapacidad para hablar. Murió en Saint Barth el 4
de noviembre de 2010 a la edad de 114 años. Un sobrino dijo que Eugenie
disfrutaba de vez en cuando tomando una copa de champán, en particular
para su cumpleaños, incluso cuando la supercentenaria era ya muy mayor.
Se puede suponer que su longevidad se debe a su espiritualidad, una
forma de vida con pocas tensiones, y el clima templado.
Su nombre completo era Anne Eugénie Blanchard. Obtuvo el título
de persona de más edad del planeta tras la muerte de la supercentenaria
japonesa Kama Chinen el 2 de mayo de 2010. Mantuvo el título 186 días.
En el momento de fallecer, Blanchard ocupaba el lugar número 33 de las
personas más viejas jamás verificadas oficialmente, la tercera persona
francesa de más edad jamás verificada y la persona más anciana que haya
existido nunca en la isla de Saint Barthélemy (la cual era administrativa y
legalmente parte de Guadalupe de 1878 hasta 2007). Guadalupe a su vez es
un territorio francés de ultramar.
Blanchard nació en el vecindario Merlet de St. Barths el 16 de
febrero de 1896. Nació solo 18 años después de que la isla, anteriormente
sueca, fuera vendida de vuelta a Francia.
Blanchard fue la última superviviente de trece hermanos y
hermanas.
Florrie Baldwin
Florrie vivía en Leeds, Inglaterra. Nació el 31 de marzo 1896 y vivió hasta
superar los 114 años. Vivió en su casa hasta los 105 años, cuando se mudó a
un hogar de reposo. Murió el 8 de mayo de 2010. Contaba entonces con 114
años y 38 días.
Baldwin atribuía su larga vida a comer un bocadillo con huevos fritos
todos los días. Su hija creía que la longevidad de su madre se debía al
trabajo duro, y a que no fumaba ni bebía. Y por su parte los doctores
eran de la opinión de que la larga vida de Florrie podía deberse a
haber trabajado como empleada de una firma de ingeniería durante
medio siglo, hasta que se jubiló a la edad de 75 años. Resulta que la
sede de la compañía para la que trabajaba se hallaba situada en lo
alto de una empinada colina en Woodhouse, Leeds. “Subía esa colina
cada día, luego volvía a casa para la hora de comer, y luego volvía a
subir”, comentó un nieto suyo.
Al entrar en su séptima década de vida, Baldwin pasó tiempo en el
hospital recuperándose de unas cataratas.
Florence Emily Baldwin (31 de marzo de 1896 – 8 de mayo de
2010) era, en el momento de su muerte, la persona de más edad del Reino
Unido y también de Europa, y la segunda más anciana del mundo entero.
Nacida Florence Emily Davies en el distrito Hunslet de Leeds, era
hija de Methuselah Davies (1861–1946), originario de Dowlais, Gales, y de
Florence Susannah Bird (1863–1926) de Aylsham, Norfolk. Curiosamente
el padre de esta supercentenaria se llamaba Matusalén, siguiendo la estela
del mismo hombre que figura en la Biblia y que se dice en el Libro Santo
que llegó a la edad más avanzada que se conoce, 969 años. Matusalén fue el
abuelo de Noé, quien construyó el arca para salvarse del Diluvio Universal.
Florrie recordaba la guerra de los bóeres y, cuando tenía solo
cuatro años, haber visto a la reina Victoria cuando la monarca visitó Leeds.
En 1920, la que sería supercentenaria se casó con el pintor y decorador
Clifford Baldwin y se mudó a Woodhouse. Tuvieron una única hija, Maisie
'Mazie' Worsnop. Tras la muerte de su marido en 1973, Baldwin vivió sola
hasta cumplir los 105 años. En ese periodo era capaz de colgar cortinas y
limpiar ventanas por su cuenta. Luego se mudó a Radcliffe Gardens, una
residencia de Leeds.
Al ocurrir la muerte de una mujer italiana llamada Lucia Lauria el
28 de junio de 2009, Baldwin se convirtió en la persona con más años de
Europa. También llegó el 14 de octubre de 2009 a ser una de las cien
personas certificadas más viejas de la historia, y una de las 70 personas más
ancianas de todos los tiempos el 22 de abril de 2010. Se volvió el segundo
individuo más anciano de la Tierra tras la muerte de la japonesa Kama
Chinen el 2 de mayo de 2010, y conservó tal honor en el podio de los
supercentenarios hasta su muerte seis días más tarde.
Baldwin tuvo buena salud hasta los 111 años, momento en que
empezó a sufrir pérdidas de memoria, que luego derivaron en demencia. En
los últimos meses de su vida retuvo muy pocos recuerdos del pasado.
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22. ¿El hombre más longevo que
jamás haya existido?
Ching Yuen
Li Ching Yuen (Sichuan, China, 1677 - Sichuan ,China, 6 de
mayo de 1933) fue un herborista y médico chino que presuntamente
habría vivido 256 años.
Li Ching Yuen habría nacido en 1677, según los papeles de
identidad que tenía un amigo suyo y que fueron notificados al periódico
norteamericano The New York Times el 6 de mayo de 1933, día en que
falleció. En ellos aparecía una felicitación a Li por su 150 y 200
cumpleaños. En 1928, un corresponsal de The New York Times escribió
que muchos de los ancianos en el barrio de Li afirman que sus abuelos
le conocieron cuando eran niños, y que en ese momento era un hombre
adulto. Desde niño aprendió artes marciales, y viajó a diferentes regiones de
su país a recolectar hierbas medicinales y piedras de colorines. Después,
toda su vida ejecutó su ascética práctica de «alquimia interna» (práctica
consistente en ingerir los ingredientes y después hacer ejercicio para que se
mezclen bien) en solitario, práctica aprendida mientras residía en el templo
taoísta de Yu Qing del monte Lao Shan.
Devoto asiduo del taoísmo, Li prácticamente abandonó el dormir
para practicar Bu Dao Dan toda la noche durante décadas. Literalmente, Bu
Dao Dan significa ‘Alquimia Interior Insomne’, manejada solamente esta
práctica por ejecutantes avanzados, quienes la practican toda la noche en
lugar de dormir. Se supone que es más reparadora que el sueño. A pesar de
ser nonagenario, se rejuveneció delicadamente manteniendo una
complexión fuerte, con agilidad de movimientos, una voz sonora, una
mente aguda, y en general se conservó robusto, y cordial con los que
trataba. Testigos que lo conocieron mantenían que asimismo tenía una vista
perfecta.
Se dedicó a la recolección de hierbas en las sierras a la edad de
diez años, también comenzó muy joven a aprender de varios métodos de
longevidad, que se basaban en la supervivencia a base de una dieta de
hierbas y vino de arroz. Vivió así durante los primeros 100 años de su
vida. En 1749, cuando tenía 71 años de edad, se trasladó a Kai Xian para
unirse al ejército chino como un maestro de arte marciales y asesor táctico.
Era un experto boticario. Sirvió además como consejero táctico
militar e instructor de artes marciales. Se retiró luego y pasó mucho
tiempo en las montañas del Tíbet, donde siguió recolectando hierbas
medicinales que según decía le ayudaban a mantenerse joven y
saludable. Además se sabe que tenía las uñas de su mano derecha muy
largas, de unos 15 centímetros.
En 1927 fue invitado a un palacio de su región natal por el
general Yang Sen, amigo suyo, quien estaba muy interesado en la fuerza y
juventud que tenía Li a pesar de su avanzada edad (250 años). En la
residencia de este general le tomaron una foto, la única existente de Li.
En 1930 el profesor Wu Chung-Chieh, decano del departamento de
educación en la Universidad de Chengdu, encontró en los registros
Imperiales del Gobierno de China dos felicitaciones del emperador a Li
Ching Yuen en 1827 por su 150 cumpleaños y una posterior a los 200
años. Por lo que si este dato es riguroso sería una prueba irrefutable de la
edad del hombre más longevo que jamás haya existido.
Uno de sus discípulos, el Taiji Quan Maestro Da Liu, dijo del
maestro: “A los 130 años de edad el Maestro Li encontró un viejo ermitaño
en las montañas que le enseñó Baguazhang [una de las artes marciales
internas de China] y un conjunto de ejercicios de Qigong con las
instrucciones de la respiración, la formación de movimientos coordinados
con los sonidos específicos, y las recomendaciones dietéticas”.
Da Liu también expresó que la longevidad de su maestro se debió a
que realizaba los ejercicios todos los días con regularidad, correctamente y
con sinceridad. En un artículo publicado en la pagina del diario The New
York Times, se informaba sobre su vida y se citaba la respuesta que tenía Li
al secreto de su larga vida:
Mantén un corazón tranquilo,
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23. A los 113 años… metiendo mano
a una ‘vedette’
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24. Un siglo de caligrafía para el
director de un instituto
Sakari Momoi
Menos de un año duró Sakari Momoi (5 de febrero de 1903 – 5 de julio
de 2015) con el título de el hombre más viejo del mundo. En agosto del
año 2014 había recibido el certificado de los Récords Mundiales
Guinness que lo acreditaba como tal.
Momoi, un educador retirado, había sido hospitalizado en Tokio a
principios de julio de 2015 por una insuficiencia crónica en los riñones. Allí
murió el domingo 5 de julio, según informó el Ayuntamiento de Saitama a
la prensa local.
Momoi, quien enseñó química agrícola, pasó sus últimos años en
una residencia en la capital nipona.
Nació el 5 de febrero de 1903 en el área de Fukushima, una zona
duramente golpeada por el tsunami y el terremoto de 2011.
En las entrevistas que concedió, Momoi atribuía su larga existencia
a una vida tranquila, una alimentación sana y a varias horas de sueño.
La agencia de noticias Reuters señaló que Momoi pasaba sus días
practicando caligrafía y participando en actividades recreativas en la
residencia asistencial donde vivía.
"Quiero vivir dos años más", dijo en 2014 cuando recibió el
diploma de los Récords Guinness.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, Japón es la
nación con mayor esperanza de vida del mundo. El promedio es de 87 años.
Sakari Momoi nació el 5 de febrero de 1903. Vivió en total 112
años y 150 días. Momoi fue el primer presidente del instituto técnico de la
ciudad de Hanawa en la prefectura japonesa de Fukushima de 1948 a 1951,
y el director del instituto de Yono en la prefectura de Saitama de 1953 a
1959. Le condecoraron con la orden del Sagrado Tesoro, cuarta clase.
Asimismo desempeñó el cargo de director ejecutivo de la Cámara de
Comercio de Yono.
Su esposa se llamaba Tamiko y se casaron en 1928. Tuvieron 5
hijos. La pareja viajó por todo Japón antes de que ella muriese.
Momoi nació en Fukushima el 5 de febrero de 1903. Ese mismo
año los hermanos Wright realizaron el primer vuelo con motor de la
historia, destacó Japan Real Time.
Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial Momoi tenía 42 años, y
ya era un anciano de 66 cuando Neil Armstrong pisó la luna. Cuando cayó
el Muro de Berlín tenía 86 años.
En agosto de 2014, tras la muerte del polaco Alexander Imich
(capítulo 29), se convirtió en el hombre más viejo del planeta.
Momoi, que fue profesor de química y llegó a dirigir un colegio,
residía en sus últimos años en Saitama y de acuerdo con las autoridades de
la ciudad su estado de salud era bueno hasta casi el final.
El hombre más longevo de la historia del que se tiene registro fue
el también japonés Jiroemon Kimura (capítulo 2), que murió en junio de
2013 a los 116 años.
Sakari Momoi sucedió en Japón a Jokichi Ikarashi como el
hombre más viejo del país.
En septiembre de 2012, se vistió formalmente para corresponder a
una visita de cortesía que le hacían las autoridades locales por ser el
hombre de más edad de la ciudad.
Su familia siempre estuvo a su lado, rodeándolo y ayudándolo. En
su último cumpleaños (2015), su tercer hijo Hiroo, de 66 años, era quien lo
asistía.
A Momoi le encantaba especialmente participar en las actividades de
la residencia y hospital donde residía, tales como lanzar una pelota o
practicar caligrafía, contó su familia. También disfrutaba leyendo
poesía china.
Un fallo renal acabó con su vida en el hospital de Saitama.
El hombre más viejo dijo una vez que el secreto de una larga vida
era una alimentación saludable y dormir mucho.
Sus mejores momentos
Vida tranquila
La longevidad que muchos de los abuelos del mundo alcanzaron pasa por
llevar una vida tranquila y en equilibrio con lo que a uno le hace sentir bien.
No solo la alimentación es la responsable de la longevidad, sino que el
estilo de vida influye mucho. Es lo que alguna persona longeva llamó
“danzar con la vida”. Y eso incluye el realizar actividad física todos los
días, tener sentido de la proporción en lo que se hace, saber lo que nos gusta
y disfrutarlo, llevar un ritmo de vida con poco estrés pero entretenido, y
tener fuertes lazos familiares. También es importante dormir y comer bien.
Y los vínculos interpersonales. La gran mayoría de superabuelos estuvieron
rodeados de otras personas hasta el final y no pasaron demasiado tiempo
solos. La buena compañía puede ser la mejor medicina a medida que se
envejece.
Videoteca: Sakari Momoi a los 111 años (en
inglés) https://www.youtube.com/watch?v=oyO6e_hmMl0
Videoteca: Cuando recibió el reconocimiento Guinness, elegantemente
trajeado y en un increíble buen estado de salud
https://www.youtube.com/watch?v=aqO2noYAWSY
El arte de la caligrafía japonesa
El Shodō se le llama a la caligrafía japonesa que Sakari Momoi practicó
hasta en sus últimos años. Está considerada un arte y una disciplina muy
difícil de perfeccionar y se enseña como una materia más a los niños
japoneses durante la educación primaria. Proviene de la caligrafía china, y
se practica a la antigua usanza, como miles de años atrás, con un pincel, un
tintero donde se prepara la tinta china, pisapapeles y un pliego de papel de
arroz. Actualmente también es posible usar un fudepen, pincel portátil con
depósito de tinta. El shodō es la práctica de la escritura de caracteres
japoneses hiragana y katakana, así como de caracteres kanji derivados de la
escritura china. La caligrafía japonesa comparte sus raíces con la caligrafía
china y muchos de sus principios y técnicas son muy similares
reconociendo los mismos estilos básicos de escritura: de sello,
administrativa, regular, cursiva y semicursiva. Actualmente existen
calígrafos maestros en este arte que son contratados para la redacción de
documentos importantes. Requiere gran precisión y gracia por parte del
calígrafo, y cada carácter kanji debe ser escrito según un orden de
trazo específico, lo que aumenta el alto nivel de disciplina exigido a quienes
practican este arte.
Citas
“Quiero vivir más, digamos dos años más” – Momoi cuando recibió el
diploma de los Récords Guinness de ser el hombre más viejo del mundo.
Cuando le preguntaron el secreto de su longevidad
dijo:
‘'Una vida tranquila, una alimentación sana y varias horas de sueño'’
http://www.antena3.com/noticias/mundo/japones-111-anos-reconocido-
como-hombre-mas-viejo-mundo_2014082000024.html
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25. Encaje de bolillos hasta los cien
años
Avelina Mouzo
Avelina Mouzo Leis, de A Ponte do Porto (Camariñas) la persona de más
edad de Galicia y la sexta de España a finales de 2014 y en 2015, cumplió
el 24 de diciembre de 2014 nada menos que 110 años en su casa. Entraba
así por la puerta grande en el selecto club de los supercentenarios, con
buena salud y ánimo, soltando carcajadas y estando agradecida con la vida
por ser tanta y tan larga, y ser capaz aún de reír y recordar.
Solo tres personas de Galicia han llegado a esa edad en la última
década (2005-2015). Una de ellas, como Avelina, también de la Costa da
Morte, de Finisterre. Rodeada de su familia, Avelina sopló las velas de la
tarta en la Nochebuena de 2014. A la hora de la cena, sobre las 20.00. A la
hora de comer ya había recibido algunas felicitaciones, como las del
ayuntamiento. Se encargó de ello el alcalde, Manuel Valeriano Alonso de
León.
El regalo municipal fue un ramo de flores y un trabajo en encaje con
la técnica de la ‘simona’, que Avelina, que trabajó como palilleira
haciendo encaje de bolillos hasta los 100 años, agradeció
especialmente.
Avelina Mouzo parecía mucho más joven que los 110 años que
realmente tenía. Aún a esa evanzada edad se valía por sí misma en su vida
diaria, conversaba, demostraba excelente memoria, mantenía su sentido del
humor, e incluso trabajaba algo cuando le dejaban en casa, que la familia no
se mostraba partidaria de excesos. Pero ella cogía la escoba siempre que
podía, por ejemplo. El solo problema que tenía era el oído, que oía mal. Y
el único medicamento que tomaba al día consistía en unas simples gotas
para el riego sanguíneo. Muchos otros abuelos del mundo han declarado
en igual sentido. Sea lo que sea que los hace tan longevos, desde luego no
procede de la cantidad de medicamentos ingeridos. Avelina se declaraba
incluso en mejor estado que su hija y su yerno, ambos enfermos, con los
que vivía en su casa del Campo do Outeiro, muy bien cuidada por sus nietas
y bisnietos.
El pueblo gallego de los centenarios es Sober, en Lugo, que contaba en
mayo de 2015 con hasta siete vecinos por encima del siglo de edad.
Sin embargo, Avelina es de la localidad coruñesa de Camariñas.
Vive en la parroquia de Ponte de Porto junto a una hija, un yerno y una
nieta. Otros dos hijos ya le murieron. En total, además, ha visto nacer y
crecer a 4 nietos y 8 bisnietos.
“No tengo ganas de morir. Estoy bien”, vino afirmando a lo largo
de este tiempo la supercentenaria, siempre llena de consejos y afable: “Hay
que aprovechar mientras se sea joven”. Ella confiesa que nunca paró,
siempre inquieta a través de la vida y, de hecho, le gustaría volver atrás para
seguir disfrutando: “Querría ser más joven para saltar por ahí”.
Entre los recuerdos de la superabuela se hallan las fiestas y
romerías que disfrutó junto a sus amigas, cuyos nombres todavía podía
recordar a los 110 años. Al igual que el de su profesora de la infancia, doña
Constanza, para quien sólo había buenas palabras. Con ella aprendió a
escribir su nombre y a leer. Compartía clase con la hija de la condesa de
Taboada hasta que su madre decidió que era momento de convertirse en
palilleira, un oficio tradicional típico de la comarca al que se dedicó,
como tejedora de encajes.
“Cómo corren los años. No pensé que lo hicieran tanto”. Y que lo
diga doña Avelina, ella lo supo mejor que nadie. Su recomendación, rezar a
San Antonio para encontrar “buen novio”. Con 110 años recién cumplidos,
bajaba escaleras, hablaba, comía y se aseaba sola, conocía, paseaba, colgaba
la ropa y fregaba la loza. ¿Qué sería lo que haría si llega a 120? Le gustaba
de joven tocar la pandereta. En su vida nunca faltó la alegría. ¿Será ese el
secreto tan largamente buscado por los genetistas?
O tal vez la gastronomía. La Costa da Morte y, en general, Galicia,
son famosas por su cocina. No falla.
Se levanta a las 9.30 cada mañana y se acuesta a las once de la
noche. El horario, siempre el mismo, sin estridencias.
Cuentan sus familiares que “Nunca fue al médico. Siempre tuvo
muy buena salud. Es increíble”. Ella considera que “A vellez é moi triste”
[“La vejez es muy triste”].
Era la mayor de Galicia en 2014 y 2015, y su deseo era seguir
siéndolo el mayor tiempo posible. La cifra de 110 no la alcanza cualquiera.
Aunque en Galicia ya van siendo unos cuantos los que la han conseguido y,
tal y como van los índices de longevidad, serán muchos más los que
superarán esta cifra redonda. De los niños que nacen en 2015, por ejemplo,
se calcula que uno de cada dos superará el siglo. Llegaron a esta misma
edad la celanovesa Rosa Martínez Casais, fallecida en 2011, o la fisterrana
(en la Costa da Morte proliferan los centenarios) María Marcote Boullosa,
en 2012. Ambas, en octubre. La experiencia dice que los superlongevos
nacen y mueren en los últimos meses del año.
No obstante, lo realmente extraordinario es llegar a estas alturas de
la vida con una salud prácticamente de hierro. Avelina a los 110 parecía una
‘jovencita’ octogenaria, de bien conservada que se veía la señora. Aunque
ha residido casi toda su vida en su casa del Campo do Outeiro, en A Ponte
do Porto (Camariñas), vino del lugar de Vilar de Cereixo, en el vecino
Vimianzo, al otro lado de la ría de Camariñas, en una casa que sigue en pie
en 2015 y que visitó por última vez en 2012.
Avelina celebró su cumpleaños número 110 en dos partes. La
primera, a mediodía, con la llegada del regidor de Camariñas, Manuel
Valeriano Alonso, y la teniente de alcalde, Sandra Insua. Le llevaban dos
regalos: un ramo de flores y un encaje enmarcado con la técnica de la
simona. “Está ben feito”, dijo la homenajeada. Sabía de lo que hablaba,
pues ella misma palilló hasta los 100, como tantas vecinas. Avelina habló
con los dos y con alguno más que se le acercó a felicitarla. El único
problema era que oía poco. Pero responder respondió a todo. “Qué contenta
estou con tanta xente aquí”, confesó. De vez en cuando regalaba frases:
“Deus vos dea saúde” [“Dios os dé salud”], “a vellez é moi triste” [“la vejez
es muy triste”], “eu morrer non quero” [“yo morir no quiero”].
La segunda celebración fue al comienzo de la noche, rodeada de la
familia: su hija Nieves, de 84 años, la más joven y la única que le quedaba
de los tres que tuvo; el yerno; dos nietas (con otra más en Suiza) y un nieto
(que también reside en el país helvético), cinco de los ocho bisnietos. Tiene
además dos tataranietos. A esas horas sopló tres velas, una por cada dígito.
Si llegan a poner una vela por año, prende la casa. Después se fue a la
cama. Y al día siguiente se levantó sin problemas. Otro día más, y van…
Sus ritmos diarios se mantenían autónomos en tan señalada fecha.
Ella solita se arreglaba para vestirse y acostarse, lavarse, caminar.
Comía de todo (le encantaba el caldo), mantenía buena memoria, veía
la tele (fan del programa Luar de la televisión gallega), la emprendía
con pequeñas tareas domésticas (limpiar patatas, barrer la cocina),
salía a la puerta, saludaba, y apenas se medicaba (solo unas gotas
para el riego, y para de contar).
Las nietas se encargaban de que siguiera de maravilla en el resto.
El alcalde la animó en su cumpleaños 110 a ir a por todas y batir el récord
de España. Aún le faltaba recorrer la última etapa: la más longeva del país a
finales de 2014 tenía 113 años, los mismos del récord gallego, Carmen
Figueiro Freiría, de Nigrán, en 1997. Avelina reinaba como primera en
Galicia y la sexta de España en los registros.
En 1996 había en Galicia 226 personas con 100 o más años de
edad. En 2015, casi seis veces más: 1.293 casos, según el INE. Una décima
parte de los centenarios españoles residen en la comunidad gallega.
Pero la mayor sorpresa es esa salud de Avelina. Su bisnieta Sonia
grabó un vídeo y lo colgó en Youtube. “¡Que tantos anos teño! ¿Teño
tantos?”, se asombraba la superabuela.
Sus mejores momentos
Haciendo encaje de bolillos
El encaje de bolillos es un antiguo arte que data del siglo XIX y utiliza
nudos y lazos para hacer un tipo de encaje perdurable. Tapetes, bordes de
almohadas y manteles de mesa son comúnmente hechos con encaje, usando
un patrón de cadenas y anillos. La única herramienta necesaria para este
tipo de artesanía es una lanzadera de encaje, aunque también se puede hacer
con una aguja e hilo. Con algo de práctica, se puede aprender la puntada
doble, que es el punto básico de todos los encajes. El bolillo se enhebra al
poner el hilo a través del agujero del palo del bolillo. Se ata con un nudo el
extremo del hilo al palo para asegurarlo, y se enrolla el hilo en el palo hasta
que esté lleno. Se va manejando el bolillo de encaje, liberando hilo, paso a
paso hasta completar la puntada doble. Hay que tener cuidado con que el
hilo no se enrolle mientras se teje, y evitar sobreenrollar el bolillo, porque
se puede dañar la punta. Y no se puede olvidar que palillar se hace
tradicionalmente en grupo, cumpliendo así como se ha hecho siempre con
su labor socializadora. Avelina Mouzo palilló hasta los cien años, y aún se
ofrecía a seguir, medio en broma medio en serio, “si me pagaran bien”.
Videoteca: Entrevista en gallego con subtítulos en castellano cuando
Avelina tenía 109 años… y parecía de 70 https://www.youtube.com/watch?
v=SIHpbTcHFuQ
Citas
"No tengo ganas de morir: estoy bien" – Con 110 años y salud impecable.
"Hay que aprovechar mientras se sea joven. Querría ser más joven para
saltar por ahí”
"Cómo corren los años: no pensé que lo hicieran tanto"
“Recen a San Antonio para encontrar buen novio”
“A vellez é moi triste” [[“La vejez es muy triste, en gallego] – Pero ella
siempre estaba alegre.
“Eu morrer non quero” [“Yo morir no quiero”]
“Aprovecha de joven… yo también anduve mucho… no paré”
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26. La abuela de 1.300 millones de
chinos
He Er’xiu
Los titulares decían el 20 de febrero de 2014: “Muere la mujer más vieja de
China: el vino casero hecho de arroz se revela como el gran secreto de
sus 117 años”. He Er'xiu, a la que se creía en aquel momento la mujer de
más edad de China, acababa de morir en la provincia de Jiangxi, al este del
país. Falleció en su casa del pueblo de Wenshui, en el condado de Yongxin,
rodeada por cien miembros de su familia y amigos.
Nacida en enero de 1898, He Er’xiu tuvo seis hijos. Su marido
había muerto hacía 53 años, en 1961, a la edad de 79 años.
Liu Jinguang, un oficial del pueblo, comentó que ella se mantuvo
lúcida hasta el momento del deceso: “Era una mujer extrovertida y en
plena posesión de sus facultades mentales hasta el momento de fallecer”.
Jinguang añadió que el secreto que explicaba la larga vida de esta
superabuela era trabajar regularmente y beber vino de arroz, que hacía ella
misma”.
En octubre de 2013, la Sociedad Geriátrica de China insistió en
que la persona más vieja del país era Alimihan Seyti, un uigur
(perteneciente a un grupo étnico que vive en las regiones del noroeste de la
República Popular China, principalmente en la Región Autónoma Uigur de
Sinkiang. También existen miembros de este pueblo en Uzbekistán,
Kazajistán y Kirguistán). Alimihan Seyti, del condado de Shule en
Sinkiang, se suponía nacido el 25 de junio de 1886. Pero su edad no pudo
ser verificada.
Además, Bama, en el sur de la región autónoma de China de Guangxi,
en la frontera con Vietman, ha recibido el calificativo de Pueblo de la
Longevidad. Título muy justificado teniendo en cuenta que en
diciembre de 2013 acogía a 81 centenarios.
En proporción a la población total, significa un porcentaje cinco
veces superior al promedio de toda China. Los turistas han inundado el
área, que se ha convertido en un destino de viaje muy popular. Por dar un
dato, más de 600.000 personas visitaron el pueblo en los primeros 5 meses
de 2013. Muchos acuden al área para recibir sabios consejos de los ancianos
residentes, con el fin de preservar su salud mejor y por más tiempo.
Muchos de los centenarios han visto cómo su modo de vida se
transformaba para convertirse en los últimos años en atracción turística. El
condado de Bama era antes uno de los lugares más pobres de China. Ahora,
gracias a sus centenarios, atrae multitudes y abundancia de riqueza. Son 406
millones de yuanes (equivalentes a 41 millones de libras, o a más de 56
millones de euros, o a un importe superior a los 63 millones en dólares) los
que se generaron solo en la primera mitad de 2013.
Se estima que unos 20.000 turistas de salud –muchos más que el
número de residentes nativos- viven en el distrito circundante, residiendo en
la zona a veces durante meses seguidos. Muchos miles más llegan en viajes
organizados, para recibir la bendición de los habitantes más ancianos.
En Bama nunca hace frío, ni siquiera en invierno. Existen allí
preciosas montañas y un río de color jade. También se elogia entre las
bondades del lugar la calidad del aire. Como contaba Dai Guifang, de edad
65 años, que posee una compañía constructora que opera en el nordeste de
China: “Normalmente me siento incómodo si fumo incluso medio cigarrillo
en Shenyang. Pero en Bama sigo bien incluso si me fumo una cajetilla al
día”. Su fallecido marido pasó sus últimos meses en Bama. Dai Guifang
cree firmemente que esta estancia le prolongó la vida y redujo el dolor que
sufría a causa de su cáncer de estómago. “Un montón de gente enferma se
encuentra mejor tras mudarse aquí. Es el agua. Tiene muchos minerales”.
De modo que la mayoría de los turistas beben entusiasmados de
ese agua y algunos hasta se bañan en ella, con resultados dispares. Ha
habido algunos ahogamientos a causa de esta búsqueda febril de la
longevidad. Otros presionan sus manos contra las gigantes rocas y
consideran que así reciben terapia geomagnética.
Cui Xuedong, de 58 años, sufría de cáncer de hígado: “Después de
30 días aquí mi rostro había recobrado su buen color. Cuando llegué me
sentía agotado cada tarde, aunque no hiciera nada por la mañana. Pero
pronto pude nadar un kilómetro y aún después tener energía”.
Cui creía que el geomagnetismo de la zona y los iones del aire
influyen tanto en alargar la vida como el estilo de existencia relajado y
sencillo que practican los más ancianos residentes. Los expertos se burlan
sin embargo de estas teorías y creen en una explicación más simple para
el fenómeno de la longevidad en el pueblo: pobreza y aislamiento.
Yang Ze, director adjunto del Intituto Geriátrico del Hospital de
Beijing, comenzó sus investigaciones sobre el secreto de Bama a mitad de
la década de los 90 del siglo pasado. Dice que en este caso es clave la
selección natural. El área es remota y montañosa. Antiguamente se tardaba
tres días en salir de las montañas, por lo que había relativamente poco
contacto con el mundo exterior. En esas duras condiciones, sin tratamiento
médico, solo los genes más fuertes sobrevivieron. Los más débiles fueron
eliminados al correr de las generaciones.
En particular, los residentes de Bama han heredado de sus padres
un gen que ayuda al cuerpo a producir una proteína llama apolipoproteína-
E. Se combina con las grasas corporales para formar una lipoproteína que
reduce el exceso de colesterol.
El estilo de vida también ayuda, también. La gente trabajaba muy
duro en los campos. Mucha de su comida se hervía, no se freía.
Comían gachas de avena con un poco de sal, y aceite de cáñamo. Rara
vez consumían carne. Las personas mayores vivían rodeadas de
parientes. No se sentían solas, sino felices. Vivían calmadamente, con
pocos deseos, no competían, y mostraban mucho optimismo.
Paradójicamente, la nueva popularidad del pueblo destruye ahora
su misma esencia. “Los nuevos residentes traen un estilo de vida urbano a
Bama”, cuenta Yang Ze. “Gritan en las montañas; ponen la música a todo
volumen para hacer ejercicio cada mañana”. También está el ruido de
martillos y taladros, a medida que se multiplica la demanda de vivienda.
Los coches inundan las estrechas calles, sueltan humos por sus tubos de
escape. Los residentes se quejan ahora de la contaminación del río porque
los visitantes tiran basura, y porque los sistemas de saneamiento no bastan
para tanta gente. Los jóvenes prosperan actualmente gracias a la venta de
productos a los turistas, en lugar de dedicarse a la agricultura y oficios
tradicionales. Y los mayores se sientan en casa en un sofá y reciben dádivas
de sus admiradores para que dispensen su sabiduría.
De modo que a medida que el área se vuelve más rica y menos aislada,
también pierde en salud.
“Los centenarios comían cerdo estofado a diario. Pero desde que
empezaron a ganar dinero, su dieta ha cambiado”, continúa Yang.
“La última vez que estuve allí, ya tuve que diagnosticar problemas
como el de alto niveles de azúcar en sangre, y elevada presión arterial.
Empiezan a aparecer ahora en el pueblo, y si no tienen cuidado, les
causarán la muerte. Pero los más viejos no me escucharon e hicieron
caso omiso de mis consejos. Dijeron que lo único que intentábamos
era impedir que se hicieran ricos”.
En 2005 había 17 ó 18 personas que superaban el siglo de edad,
pero actualmente ya solo quedan dos, según Yang –aunque el pueblo sigue
insistiendo en que hay siete-. Yang cree que Bama pronto perderá todos sus
centenarios. Las nuevas generaciones locales ya viven menos, incluso
aquellos que ya son mayores tienen pocas probabilidades de alcanzar los
cien años. Pero habiendo teniendo que luchar durante generaciones para
conseguir un mínimo de alimento, los más ancianos de Bama no lamentan
en absoluto el cambio de circunstancias hacia la abundancia. “En mis
tiempos había un montón de guerras. Mucha gente moría de hambre. Mucha
gente tenía hambre”, resume Huang Puxin. Nadie quiere volver allá. Otra
centenaria, Huang Makan, lo corrobora mientras sonríe: “He vivido muchas
épocas felices, pero la mejor es ahora”. Diminuta, con una chaqueta
acolchada, asegura tener 108 años, y que ni un solo día de su vida ha estado
enferma. Disfruta estando acompañada. “Mucha gente viene a verme.
Espero vivir hasta los 200 años”.
Independientemente de si el fenómeno Bama perdurará o no en el tiempo,
he aquí a continuación los consejos de algunos centenarios que ya han
conseguido llegar a edades excepcionales en el pueblo:
Huang Puxin, 113 años: Sé buena persona. Ten buen
corazón.
Huang Makan, 108 años: Come alimentos verdes,
orgánicos, simples. Yo como arroz congee con maíz dulce
con frecuencia. No tengo muchas necesidades.
Huang Meijian, 99 años: Trabaja y camina cada día.
El doctor Yang Ze da consejos similares:
1. Trátate a ti mismo y a los demás bien, sé más tolerante hacia ti
mismo y hacia los demás, sé optimista. Ama la vida, ama a tu familia,
ten mucho amor para ofrecer a los demás, y sé amplio de miras.
2. Ten un estilo de vida saludable. No comas demasiado, pero tampoco
te quedes con hambre. Mantén tu dieta blanda. Come más vegetales y
frutas, y menos proteínas y carbohidratos.
3. Haz más ejercicio. Todos los centenarios pueden valerse por sí
mismos y lo hacen todo sin ayuda. Van a cultivar a las montañas,
cocinan para sí mismos.
4. Las mujeres de Bama tienen a sus hijos tarde: dan a luz a su
primer bebé a los 27 años y el último lo tienen alrededor de los 42 o
los 43 años.
Se cree que tan solo con usar el agua de allí para beber y bañarse
alarga la vida, al mismo tiempo que las rocas y pedruscos del entorno sirven
para administrar una espontánea terapia geomagnética con efectos
benéficos en el corazón, el cerebro y, según dicen algunos, las venas
varicosas.
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27. ¿Es posible la eterna juventud
sin buenos genes?
El por qué algunas personas consiguen llegar a vivir mucho más de un siglo
es una incógnita que desconcierta a los científicos desde hace muchos años.
Se han buscado correlaciones con la dieta, el estilo de vida y los genes para
descubrir el secreto de la longevidad extrema.
En mayo de 2013, un estudio reveló que las mujeres viven usualmente
más que los hombres debido en parte a que sus sistemas
inmunológicos envejecen más lentamente. De acuerdo al periódico
online sobre Inmunidad y Envejecimiento (the Immunity & Ageing
Journal ), a medida que las defensas del cuerpo se debilitan con el
tiempo, la susceptibilidad de los hombres a la enfermedad acorta su
tiempo de vida. Con las mujeres también ocurre, por supuesto, pero
de una manera más ralentizada.
El estudio sugiere que los test sobre el funcionamiento del sistema
inmunológico podrían dar indicaciones reales sobre la edad biológica del
individuo, dado que este sistema protege al cuerpo de infecciones y
cánceres, pero puede causar enfermedades cuando no se halla
adecuadamente regulado.
La carga genética sigue siendo el primer factor determinante ‘a
priori’ para determinar la longevidad de una persona. Sin embargo, no hay
un único gen que permita adivinar quien tiene mayores probabilidades de
convertirse en centenario, y quien no.
Pero también la teoría de que una larga vida pueda ser más bien
consecuencia de otros factores diferentes a los genéticos tiene sus
partidarios.
En abril de 2014, un equipo de científicos internacionales aseguraba
haber encontrado hallazgos que podrían demostrar que las
mutaciones genéticas tal vez escondieran la clave para tener una larga
vida.
Su estudio se publicó en Genome Research, una publicación
especializada, y se basaba en el hecho de que una de las
supercententarias, Hendrikje van Andel-Schipper (ver capítulo 10),
había donado su cuerpo a la ciencia tras su fallecimiento en 2005.
La sangre saludable de esta mujer de 115 años de edad de los
Países Bajos había revelado cientos de mutaciones genéticas, lo que
conllevaba que estos cambios eran en su gran mayoría inocuos a lo largo de
la vida.
Los investigadores usaron la secuencia completa del genoma de los
glóbulos blancos (leucocitos) de la anciana supercentenaria para averiguar
si y cómo las mutaciones genéticas se acumulaban en una persona sana.
Hendrikje van Andel-Schipper murió a la edad de 115 años en
2005. Se cree que es la persona de más edad que nunca haya donado su
cuerpo a la ciencia. La familia aceptó que en este caso no se guardara el
habitual anonimato del sujeto objeto de la investigación, con el fin de
respetar los deseos de la abuela del mundo de que su situación única
pudiera beneficiar a otros a través de la ciencia.
Las mutaciones genéticas se estudian con frecuencia cuando
existen relaciones con enfermedades como el cáncer. No obstante, se
conoce mucho menos de las variaciones producidas en los genes de
personas sanas.
La sangre se repone constantemente a través de células madre
hematopoyéticas que se dividen para formar diferentes tipos de glóbulos
[células de la sangre]. Sin embargo, pueden ocurrir errores durante este
proceso y es entonces cuando se producen las mutaciones. En personas con
cánceres de sangre, como la leucemia, por ejemplo, se dan cientos de
mutaciones.
Van Andel-Schipper tenía más de 400 mutaciones en sus
glóbulos blancos en comparación a su cerebro (donde la división celular es
mucho más rara). Los investigadores descubrieron que las mutaciones se
presentaban en regiones del genoma no codificante, esto es, genoma que
no contiene información relevante para la síntesis de proteínas y que,
en consecuencia, no se halla relacionado con la generación de
enfermedades.
El jefe de la investigación Henne Holstege dijo: "Para nuestra gran
sorpresa nos percatamos de que, en el momento de su muerte, la sangre
periférica [sangre obtenida de las extremidades o de áreas lejanas al
corazón, como los lóbulos de las orejas o los dedos] de van Andel-Schipper
se derivaba de solamente dos células madre hematopoyéticas (cuando se
estima que puede llegar a haber hasta 1.300 células madre activas
simultáneamente en una persona). Esas dos únicas células madre que le
quedaban a la superabuela estaban además relacionadas entre sí.
Siguiendo con el análisis de las células sanguíneas de la
superabuela, los investigadores estudiaron a continuación sus telómeros.
Los telómeros son los extremos de los cromosomas, secuencias repetitivas
cuya función es evitar la degeneración de los cromosomas. Con el tiempo se
van reduciendo en tamaño, a medida que se producen más y más divisiones
celulares.
Los telómeros de los glóbulos blancos de Van Andel-Schipper eran
extremadamente cortos, lo que inducía a pensar que sus células madre,
salvo las dos que sobrevivieron, habían muerto de “agotamiento”, al
haber alcanzado el máximo posible de divisiones celulares que se
podían permitir. No se pudo averiguar si ese acabamiento de células
madre pudo haber sido en último término la causa de la muerte de la
supercentenaria. Pero este estudio abrió posibilidades sugestivas en lo
relativo a la relación del genoma con la longevidad extrema.
Claro que suele haber una de cal y otra de arena.
En noviembre de 2014, solo meses después de la investigación
anterior, aparecía una noticia procedente de los Estados Unidos. Científicos
de la Universidad de Stanford, el Instituto para la Biología de Sistemas en
Seattle, y la Universidad de California Los Ángeles habían procedido a
estudiar la secuencia completa del genoma de 17 supercentenarios sin
conseguir encontrar hallazgos significativos. No se habían encontrado
diferencias apreciables entre los genes de los abuelos del mundo y los del
resto de los seres humanos que no logran alcanzar tan elevada edad.
Los sujetos del experimento eran todos mayores de 110 años.
Se buscó algún gen que confiriera longevidad extrema, con la
esperanza de hallar una mutación específica que alterase la región de la
codificación proteínica en ese gen y de ese modo confiriese una larga
esperanza de vida. La otra posible explicación que barajaban era la de un
gen que alargara la vida cuando se viera alterado por cierto número de
variaciones proteínicas.
De manera que el equipo científico suponía que aunque muchos de
los supercentenarios fueran portadores de variantes del mismo gen, la
variación en cada superabuelo podría ser diferente de la del resto. “Para
gente nacida en torno a 1900, las posibilidades de vivir hasta los 110 años
se estiman en uno entre 10.000 individuos”, escribieron los científicos en el
periódico PloS ONE, “así que habíamos asumido que cualquier variante
genética que contribuyera de forma significativa a la superlongevidad
también tendría que ser muy rara”.
Los científicos analizaron en efecto variantes poco frecuentes
capaces de alterar la carga proteínica, pero no encontraron pruebas
contundente de que hubiera fortalecimiento de una variante determinada en
los superabuelos estudiados. Tampoco ningún gen mostraba alteraciones
proteínicas singulares y distintas de las del genoma del resto de los
mortales. El gen que mostraba más diferencias lo hacía en tan pequeño
grado que no era estadísticamente significativo. Se trataba del gen TSHZ3,
que controla las funciones respiratorias. Es el gen que interviene en la
primera respiración del bebé cuando viene al mundo. En los
supercentenarios mostraba más variantes proteínicas alteradas que en el
grupo de control, pero en un porcentaje insignificante.
La gran incógnita sigue siendo eso, un misterio que desvela a
científicos y místicos por igual. ¿Lograremos hallar la solución algún día?
Por el momento se hace de rogar.
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28. El síndrome del hombre bajito
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29. Comidas y bebidas que los
supercentenarios recomiendan
Reparemos ahora en un factor determinante de la longevidad.
¿Cuáles son las comidas y estilos de vida que los supercentenarios
siguen para batir todos los récords?
Carmelo Laura
El vaquero boliviano Carmelo Lara presumía de tener 123 años, algo que no
se pudo verificar puesto que los certificados de nacimiento no empezaron a
expedirse en Bolivia hasta 1940. La vivienda de Laura era una cabaña de
techo de paja y suelo de tierra en el área rural de Frasquía, cerca del lago
Titicaca.
Las recetas para su larga vida, cuando se le preguntó, consistían en
caminar mucho. No comía pasta ni arroz, pero sí cebada y carne de
carnero. También disfrutaba de la carne de cerno cuando tenía la
oportunidad. Durante toda su vida, además, había masticado la hoja
de coca.
Carmelo Flores Laura murió el 9 de junio de 2014, al borde de
(supuestamente) cumplir los 124 años, y aún como supercentenario sin
verificar. Ni el Libro Guinness de los Récords ni ninguna otra agencia
internacional llegaron a confirmar su alegación de que había nacido el 16
de julio de 1890 en Bolivia. El Grupo de Investigación Gerontológica, una
de las autoridades mundiales en la materia, calculaba que su fecha de
nacimiento habría sido en realidad hacia 1906, con lo cual habría tenido
‘solamente’ 107 años cuando falleció. El mismo Flores aseguraba que él
probablemente tenía un siglo o más de vida.
Había nacido en las tierras altas de Bolivia, donde creció como un
niño “tranquilo” y “para nada travieso”. En su juventud se trasladó a
Frasquía. Trabajó de vaquero para el ranchero que poseía la tierra hasta
1952. Fue en ese año que el gobierno se hizo cargo de parcelar la tierra y
redistribuirla a campesinos como Flores. De modo que allí vivió desde
entonces. Nunca llegó a viajar más lejos que a la capital boliviana La Paz,
que se hallaba a 80 kilómetros (50 millas) de su hogar. Flores tuvo cinco
hijos, uno de los cuales (Cecilio, de edad 65 años) estaba vivo en 2013.
Tuvo además en vida 16 nietos y 30 bisnietos. Recordaba haber tenido un
matrimonio “muy dichoso” con su esposa, que vivió asimismo hasta tener
más de cien años.
Flores hablaba el lenguaje aimara y era analfabeto. En sus últimos
años, sufrió de problemas en la vista y el oído, pero pudo seguir caminando
sin ayuda. Flores creía que beber el agua que bajaba del Illampu, la
cuarta montaña más alta de Bolivia, era la causa de la longevidad de
que habían disfrutado él y su mujer. Pero también caminaba con
frecuencia y su dieta consistía en comidas naturales, especialmente la
cebada y asimismo le reconocía méritos a la quinoa, un cereal típico de
los Andes, las setas ribereñas, y las hojas de coca –que el pueblo
indígena aimara siempre consideró sagradas-.
El gobierno de su país llegó a calificar a Flores de “herencia
viviente” del pueblo de Bolivia, y planeó hacerle un homenaje.
En agosto de 2013, la familia de Flores aportó su certificado de
nacimiento al Registro Civil de La Paz para que el superabuelo pudiera
recibir una pensión de vejez. Como ya se ha dicho, estos certificados de
nacimiento no existieron en Bolivia hasta 1940. En su lugar, los
nacimientos se documentaban gracias a los registros bautismales, de los que
daban fe dos testigos. El director del registro civil, Eugenio Condori, dijo
que efectivamente disponían del certificado de bautismo pero que, a causa
de las leyes que protegen la privacidad de los ciudadanos, no podía
mostrarlo a los reporteros. Los medios de comunicación sí tuvieron acceso
en cambio a una tarjeta de identificación de la policía y una entrada en el
registro civil que confirmaba que Flores había nacido el 16 de julio de
1890. Lo cual suponía, si era cierto, que en 2013 habría alcanzado la edad
de 123 años, superando el récord absoluto de los supercentenarios
establecido por la francesa Jeanne Calment (capítulo 1), que murió con
122 años y 164 días.
Un portavoz de los Guinness declaró que no tenían constancia de
ninguna reclamación de longevidad hecha a nombre de Flores. Uno de los
nietos del vaquero boliviano confirmó que no conocían mucho de la
organización mundial de récords. La estación televisiva Red Uno, desde
donde se dio publicidad a la historia de Flores y su increíble edad, declaró
que se esforzaría por lograr que el abuelo del mundo tuviera sus años
oficialmente verificados. En el mismo sentido se pronunció el Servicio
General de Identificación Personal de Bolivia. El mismo Flores solo dijo,
cuando le preguntaron cuántos años tenía realmente, que “debo haber
cumplido unos cien o más”.
En torno a una semana después de que conociera la reclamación
sobre la edad de Flores, el Grupo de Investigación Gerontológico anunció
que habían surgido problemas para validarla. Según el director del grupo,
Stephen Coles, los documentos aportados por la familia de Flores no eran
originales, sino copia. Agregó que el 90% de las supercentenarias
verificadas eran mujeres, y que su organización había descubierto un
certificado bautismal que indicaba que Flores tenía 107 años de edad, y no
123. Fuera o no el boliviano un superabuelo, lo cierto es que no había dudas
sobre su longevidad. Ciento siete años no los cumple cualquiera.
Gertrude Baines
Gertrude Baines vivió del 6 de abril de 1894 al 11 de septiembre de 2009.
Fue una supercentenaria americana, que llegó a convertirse en la persona
más anciana del planeta reconocida por los Récords Guinness desde el 2 de
enero de 2009 hasta su propia muerte en septiembre del mismo año, a la
edad de 115 años y 158 días.
Baines vivió en Los Ángeles. Justo cuando iba a cumplir 115 años,
tuvo que ser hospitalizada y tratada por deshidratación. Por suerte, se
recuperó con rapidez. Salvo por su artritis y su incapacidad para caminar, se
mantuvo con buena salud hasta la edad de 115 años.
Nació en Shellman, estado de Georgia. Era la tercera hija de Jordan
(1863- 23 de octubre de 1921) y Amelia “Amy” Baines (con apellido de
soltera Daniel), que se habían casado en el condado de Terrell, también en
Georgia, el 1 de enero de 1887. Gertrude recordaba que su memoria más
temprana fue un viaje en automóvil a Canadá.
Gertrude Baines se casó con Sam Conley a “muy temprana edad”,
en sus propias palabras, y tuvieron una hija, Annabelle, nacida en 1909, la
cual falleció de fiebre tifoidea a los 18 años. Si hubiera vivido, en el
momento de la muerte de Baines su hija sería centenaria.
En 1920, los registros oficiales de la época muestran que Gertrude
Conley vivía en Hartford, Connecticut. Más tarde se mudó a Ohio, donde
trabajó como camarera en la universidad estatal de Ohio, antes de
trasladarse muchos años más tarde a California. Vivió por su cuenta hasta
que cumplió los 105 años de edad en 1999. Ingresó entonces en la
residencia Western Covalescent Home de Jefferson Park, Los Angeles,
donde ya permanecería hasta su muerte.
Según publicó la web MSNBC.com, Gertrude Baines disfrutaba de
los “placeres sencillos” de la vida, y le encantaban los platos de huevos con
beicon y judías o frijoles negros, así como ver programas populares de la
televisión norteamericana, como El Precio Justo y Jerry Springer.
Baines votó a favor de Barack Obama en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos para 2008. La única otra vez que votó
para elegir a un presidente estadounidense fue en 1960 por John F.
Kennedy.
Cuando se le preguntó a qué atribuía su longevidad, Baines
contestó: “A Dios. Preguntadle a él… Tuve buen cuidado de mí misma, en
la forma en que él deseaba que lo hiciera”. También dijo: “No, nunca pensé
que viviría tanto”. Tras su muerte, Kama Chinen la sucedió como la
persona más anciana.
En un plano más material, la superabuela nacida en 1894 Gertrude
Baines atribuyó su larga vida a dos comidas, que curiosamente la
mayoría de nosotros consideraríamos como el camino más rápido
hacia la tumba: beicon y dulces.
Cuando la revista People hizo un reportaje sobre ella, la administradora del
hospital Emma Camanag contó lo que Baines les había pedido para su
cumpleaños número 115: “Dijo que no le importaba qué tipo de pastel o
dulces le sirvamos, le vale todo. Es una dulce señora [jugando aquí con el
doble sentido de la palabra ‘dulce’] “.
Premsai Patel
En 2014, Premsai Patel, al parecer nacido en 1896, reivindicó ser el hombre
más viejo del mundo con 118 años de edad que tenía entonces.
Según publicó el periódico Times de la India, atribuía su larga vida
a una dieta de verduras verdes y legumbres. Vivía una vida sencilla en el
pueblo Tilhapatai del distrito de Korba.
Contaba que había sido vegetariano toda su vida y que empezaba
cada día recitando Ramcharitmanas, un poema épico del siglo XVI en
dialecto hindi, considerado un texto sagrado hindú, y que el
superabuelo creía que le purificaba el cuerpo y el alma. Patel ejerció
como profesor de la enseñanza pública, aunque lógicamente, a su
avanzada edad ya hacía tiempo que se había jubilado.
“Tomo comida sencilla, como verduras frescas y no toco la
carne o el pescado”, declaró. “Hago esto desde mi juventud: verduras,
legumbres, Mahua [licor indígena indio, hecho a partir de frutas], y nunca
me acerco a la carne o al pescado”, confesó a la agencia de noticias Reuters.
Un pariente, Santram Khedia, contó que el abuelo del mundo era
un hombre muy saludable que se las arreglaba por sí solo para hacer todas
sus tareas.
El maestro de escuela retirado disponía asimismo de una tarjeta
Aadhaar, que es un documento gubernamental que emite la única autoridad
autorizada para las identificaciones de los ciudadanos, y que muestra que su
fecha de nacimiento fue el 11 de mayo de 1896.
Los doctores aseguran que se podría además tratar de determinar
con bastante precisión la edad de Patel gracias a un test de osificación
ósea. Los huesos podrían servir de base para determinar de forma
aproximada cuántos años habría alcanzado el superabuelo en realidad.
Nguyễn Thị Trù
Nguyễn Thị Trù (nacida supuestamente el 4 de mayo de 1893) también
reclamó el ser la persona de más edad del planeta en 2014. En aquel
momento tenía 121 años, y aportaba como prueba un carné de identidad que
confirmaba su fecha de nacimiento. La Organización de Registros del
Vietnam ha reconocido oficialmente su longevidad y en julio de 2014
intentaba que también se la reconociesen los Récords Guinness.
Esta superabuela vietnamita tuvo once hijos, cuatro de los cuales
todavía vivían en 2014. Su hijo más joven y su mujer la cuidaban. Las
razones que alegaba para su presunta longevidad eran las de “mantener
una buena dieta, no saltarme comidas, permanecer positiva y
optimista, y ayudar a otras personas a sentirse relajadas y felices”.
Los icarienses y su Santo Grial
Los científicos estudian por qué los habitantes de la isla griega de Icaria
(Ikaría en griego) tienen una de las más altas tasas de longevidad
mundiales… y encuentran la posible respuesta en su café. Los habitantes de
esta isla helena han sido objeto de estudio por científicos de la Escuela
Médica de la Universidad de Atenas, que han indagado en su estilo de vida
para tratar de descubrir su secreto.
El café griego podría ayudar a los icarienses a vivir más. Es rico en
antioxidantes y contiene solamente una cantidad moderada de
cafeína, según contaron en 2013 estos investigadores que estudiaron el
tema.
En total, solamente el 0,1 por ciento de los europeos logra vivir
más allá de los 90 años. Sin embargo, en Icaria, este porcentaje se
incrementa diez veces más, hasta el 1 por ciento. Y además los isleños
tienden a tener buena salud mucho más tiempo que un europeo promedio.
El equipo investigador revisó la salud cardiovascular de los isleños
y examinó sus hábitos a la hora de beber café.
El café griego, al que también se le conoce como café turco, está
compuesto de granos café finamente tostados y puestos a secar, para
después cocerlos en una cazuela con azúcar. A continuación se sirve en una
taza donde los granos de café sedimentan. Los posos no se cuelan como
ocurre con la mayoría de otros tipos de café. Además se sirve con un vaso
de agua fría para limpiar el paladar.
Los investigadores prestaron especial atención al consumo de café
entre la población porque recientes estudios han demostrado que su
consumición moderada puede reducir el riesgo de padecer enfermedades
coronarias (del corazón).
El equipo de investigación buscó correlaciones entre el consumo
de café y el estado del endotelio en los isleños. El endotelio es un tejido
formado por una sola capa de células que tapiza interiormente el corazón y
otras cavidades internas. Su estado (bueno o malo) se corresponde
directamente con el del corazón y las enfermedades coronarias. Le afecta la
edad y el estilo de vida. Si una persona fuma, el endotelio se deteriora más
y más rápidamente.
De los 673 icarianos que registraba el censo en 2013, se eligió a 71
mujeres y 71 hombres para participar en el estudio. Se les hizo
reconocimientos médicos –incluidos los referentes a la función endotelial.
También completaron cuestionarios sobre su estilo de vida, estado de salud
en general, y consumo de café.
Casi el 87 por ciento de los participantes consumían café griego
cada día. Y este grupo demostró tener una mejor función endotelial que
aquellos que consumían diferentes tipos de café. Incluso aquellos que
sufrían de tensión arterial alta también habían mejorado su función
endotelial, sin que afectase a la tensión.
El tipo de café griego hervido, rico en polifenoles y antioxidantes,
que contiene tan solo una moderada cantidad de cafeína, se demostraba
beneficioso para el corazón gracias a este estudio, en comparación a otros
tipos de café.
En la isla griega de Ikaria parece como si la gente se olvidara de
morir. La mayoría de los isleños tampoco se acuerdan de las
enfermedades, ya que hay muy pocos casos de cáncer, enfermedades
cardiovasculares o demencia.
Según informa el diario 'The Huffington Post', esta pequeña isla en
el norte del mar Egeo durante décadas ha sido objeto de muchos estudios
realizados por investigadores de todo el mundo con un solo objetivo:
revelar cuál es el secreto para una vida larga y saludable.
Los ikarianos consumían muy poca carne, y los que actualmente tienen
100 años normalmente comían lo que encontraban en la naturaleza, como
caracoles, setas o verduras silvestres y lo que crecía en sus huertos.
Este ritmo permite que las personas sientan sus cuerpos desde el interior,
como se hace en los ejercicios de meditación.
Los ikarianos también suelen dormir por la tarde, lo que, según ellos, les
permite tener "dos vidas" en un solo día, especialmente en verano. El día
empieza a las 9 de la mañana y a las 7 de la noche ya es hora de acostarse.
Sin embargo, a las 11 de la noche se levantan de nuevo y están despiertos
hasta las 3 de la madrugada.
4. Dejar ir las cosas. Como dicen los griegos: "No guardes las cosas
malas dentro de ti". Ikaria es un lugar donde la gente tiende a ser
tolerante, indulgente y carente de estrés. La cultura de la isla, por su
parte, también ofrece una interpretación muy liberal de lo que significa ser
desinhibido. Así las fiestas locales siempre están acompañadas de vino y
bailes que permiten soltar todo lo malo y disfrutar de la vida.
6. Pasear mucho. De acuerdo con la autora del libro, pasear es uno de los
mejores ejercicios para el cuerpo y la mente. Pese a su edad avanzada, los
longevos habitantes de la isla caminan mucho.
Dieta baja en carbohidratos y calorías
¿Tal vez el secreto resida en ingerir pocos carbohidratos y calorías? Las
últimas investigaciones apuntan asimismo a una dieta baja en calorías como
eficaz ayudante a una larga vida, porque retrasa los efectos del
envejecimiento.
Los científicos de los Institutos Gladstone, entidad de investigación
biomédica y sin ánimo de lucro emplazada en San Francisco (California),
aseguraron en 2012 que una así llamada dieta “ketogénica” (rica en grasas,
pero con bajo consumo de carbohidratos y calorías) produce el compuesto
β-hidroxibutirato (βOHB).
Este descubrimiento podría llevar a nuevos tratamientos en
enfermedades relacionadas con la edad, como el Alzheimer y el cáncer.
βOHB puede ser tóxico cuando se genera en altas concentraciones
en personas que sufren enfermedades tales como la diabetes mellitus tipo 1.
No obstante, a baja concentración, como por ejemplo el que se produce en
una dieta hipocalórica continuada en el tiempo, el compuesto ayuda a
proteger las células del conocido como “estrés oxidativo”, estrés que
contribuye al proceso de envejecimiento.
El estrés oxidativo sucede cuando las células usan oxígeno para
producir energía. Pero ese proceso libera a la vez moléculas tóxicas, los
famosos radicales libres. A medida que las células envejecen, se vuelven
cada vez menos eficientes en librarse de los radicales libres, que van
progresivamente ganando terreno, dañando a la célula y causando el
envejecimiento.
Eric Verdin, el investigador decano de Gladstone, declaró: “Con el
paso de los años, más y más estudios corroboran que el restringir calorías
ralentiza el envejecimiento y aumenta la longevidad; sin embargo, el
mecanismo de por qué ocurre este efecto sigue sin descubrirse”. Y sobre su
investigación hecha pública en 2012 agregó que encontraron que mientras
se ayuna o se hace ejercicio fuerte, por ejemplo, la fuente de energía
corporal bloquea una clase de enzimas que normalmente contribuyen al
estrés oxidativo. Al bloquear esas enzimas el cuerpo protege a las células
del deterioro de la edad.
Los científicos compararon el βOHB en células humanas y tejidos
tomados de ratones. Al monitorizar los cambios bioquímicos que tenían
lugar cuando el compuesto se administraba, hallaron que en efecto una dieta
baja en caloría promueve la producción del βOHB, al mismo tiempo que
bloquea la actividad de las enzimas llamadas histona deacetilasas (o
HDAC). Estas enzimas contienen una par de genes llamados Foxo3a and
Mt2. Estos genes se hallan “apagados” (una célula solo mantiene
encendidos, u operativos, una pequeña fracción de sus genes; el resto los
conserva en estado latente). Pero cuando empieza a aumentar el nivel de
βOHB, las enzimas ya no pueden impedir que se activen estos genes, de
modo que comienza un proceso que ayuda a las células a resistir el estrés
oxidativo.
Otra forma de explicarlo es que cuando las enzimas HDACs se
encuentran reguladas erróneamente impiden la expresión de ciertos genes,
como los supresores de tumores. En estas circunstancias, las células son
especialmente propensas a su conversión en célula cancerosa. Por ello se
están desarrollando múltiples medicamentos orientados a la inhibición de
las HDAC mal reguladas para así frenar el avance de esta enfermedad.
Los descubrimientos de Gladstone tienen implicaciones no solo
para promover la longevidad, sino también para frenar los efectos negativos
de la edad, tales como las enfermedades degenerativas. Podrían aplicarse a
un amplio rango de enfermedades neurológicas, incluyendo el Alzheimer,
Parkinson, autismo, y daños cerebrales traumáticos. Todas estas
enfermedades afligen a millones de personas y hay pocas opciones de
tratamiento efectivas en la actualidad.
Los científicos continúan estudiando el papel que desempeña el
βOHB, en particular cómo afecta a los principales órganos del cuerpo, tales
como el corazón o el cerebro. Desean confirmar si los efectos protectores
del compuesto se extienden a todo el organismo o solamente a determinadas
partes.
Alexander Imich
El 8 de junio de 2014 falleció en Manhattan, Nueva York, el que entonces
era el hombre certificado el más viejo del mundo, Alexander Imich. Tenía
111 años y 124 años. Imich fue un neoyorquino que vivió en el Upper West
Side de la Gran Manzana. Sus amigos Michael Mannion and Trish Corbett
contaron que había fallecido tranquilamente al comenzar el día. Poco más
de un mes antes, el 24 de abril de 2014, había obtenido el título oficial de
varón con más edad del planeta, confirmado oficialmente por Grupo de
Investigación Gerontológica de California.
Imich se había limitado a encogerse de hombros cuando en una
entrevista con la cadena de televisión NBC 4 New York el 9 de mayo, poco
después de obtener la distinción, se le había preguntado el secreto de su
longevidad.
El superabuelo había obtenido el doctorado en Zoología. Nació en
Polonia el 4 de febrero de 1903. Escapó de su país con su mujer
cuando los nazis lo invadieron en 1939, logró sobrevivir en un campo
de trabajo de prisioneros de la era estalinista en Rusia, más
mortíferos aún que los campos de concentración nazis, y por fin
emigró a Estados Unidos en 1951, donde se convirtió en autor experto
en parapsicología (estudio de fenómenos paranormales). Su esposa
falleció en 1986.
El doctor Imich finalmente le soltó al equipo de televisión que
insistía en saber cómo había llegado a los 111 años: “No lo sé, tal vez por
qué todavía no me he muerto”, dijo medio en broma. “Ni idea de cómo
ha podido ocurrir esto”.
Atribuyó parte de longevidad a una dieta saludable, con pollo,
pescado, y sin alcohol, y a haber practicado gimnasia y natación cuando era
joven.
Imich obtuvo el título de hombre más viejo, pero de ninguna forma
era la persona de más edad. Como casi siempre, las mujeres dominaban el
panorama de los abuelos del mundo. Nada menos que 66 superabuelas le
superaban en años, de acuerdo al ranking de 2014. Y la que se alzaba en lo
alto del podio era Misao Okawa (capítulo 4). Tras el fallecimiento de
Imich, le llegó el turno a Sakari Momoi de Japón (capítulo 24) de ser el
hombre más viejo. Solo tenía un día menos que Imich.
Alexander Imich (Częstochowa, 4 de febrero de 1903 − Manhattan,
Nueva York, 8 de junio de 2014) ejerció a lo largo de su vida de
químico, parapsicólogo y supercentenario polaco-estadounidense.
Llegó a ostentar el cargo de presidente del Centro de Investigación de
Fenómenos Anómalos en la ciudad de Nueva York.
Nació en Częstochowa, Polonia, cuando su país todavía formaba
parte del Imperio ruso. Vino al mundo dentro de una familia judía y ese
hecho determinaría su vida. Es uno de los pocos supercentenarios
conocidos por razones ajenas a su longevidad.
El 9 de octubre de 2013 con 110 años y 247 días, Imich se
convirtió en uno de los 100 hombres más longevos. El 24 de abril de 2014
se convirtió en el hombre vivo más viejo del mundo tras fallecer Arturo
Licata a los 111 años y 357 días.
Cuando tenía 15 años y aún estaba en la escuela, Imich y el resto
de sus compañeros de clase se unieron a las fuerzas polacas para luchar
contra los bolcheviques en 1918. Su hermano mayor se desempeñó como
instructor en la división de vehículos; fue por esa razón que siendo tan
joven logró conducir camiones para el ejército polaco hasta que las fuerzas
bolcheviques fueron expulsadas e Imich pudo regresar a la escuela.
Obtuvo su doctorado en zoología en la Universidad
Jaguelónica de Cracovia en 1929, pero como no pudo obtener una
colocación adecuada en la zoología, se cambió a química. Durante los años
1920 y 1930 hizo una investigación sobre un médium, Matylda S., para la
Sociedad Polaca para la Investigación Psíquica. Imich publicó un informe al
respecto en 1932 en una revista alemana llamada Zeitschrift für
Parapsychologie [Revista de Parapsicología], pero todas las notas y fotos de
la investigación que no se publicaron se perdieron durante la Segunda
Guerra Mundial.
Durante la Segunda Guerra Mundial, él y su esposa Wela Imich
huyeron a Białystok (en ese entonces parte de la Unión Soviética), donde se
desempeñó como químico. La pareja fue posteriormente internada en un
campo de trabajos forzados hasta la finalización de la guerra debido a
su negativa a adoptar la ciudadanía soviética. Fueron liberados y
posteriormente decidieron emigrar a Estados Unidos en 1952, en parte
también debido a que familiares y amigos habían muerto durante la
guerra.
Tras una larga carrera como consultor químico, se jubiló en
Nueva York. Después de que su esposa Wela murió en 1986, Imich retomó
su interés por la parapsicología; escribió numerosos artículos para revistas
especializadas y editó un libro, "Los cuentos increíbles de lo paranormal",
que fue publicado por Libros Bramble en 1995. En su libro, habla de cómo
durante su investigación sobre el médium Matylda S. contempló anillos
que se desvanecían de los dedos de una persona y aparecían en los de otra,
espíritus que se materializaban donde antes no había nada, objetos grandes
que surgían enfrente de él en el aire. “Nunca olvidaré el beso de un
fantasma”, contó. “Una cara invisible, cuyo aliento podía con claridad oír y
sentir, besó la mía. Fue una sensación intensa y placentera”.
Imich puso en marcha el Centro de Investigación de Fenómenos
Anómalos en 1999, tratando de encontrar una manera de producir la
llamada “demostración crucial", que por fin probaría la realidad de los
fenómenos paranormales a los principales científicos y el público en
general.
Imich afirmaba que su práctica de la restricción calórica (el
tener una dieta baja en calorías que se vio en el apartado anterior de este
capítulo) era el gran secreto de su longevidad.
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30. Los datos más curiosos de los
superabuelos
¿Quién fue el que lo tuvo más crudo?
Thomas Peters, un superabuelo nacido en 1745 y que logró alcanzar
supuestamente la edad de 111 años. En aquella época eso tenía mucho más
mérito, sin vacunas ni antibióticos de los que echar mano.
¿En qué ha ido cambiando el club de los supercentenarios a medida
que transcurrían los siglos?
Está claro: ¡antes había muchos más hombres! Del siglo dieciocho al
diecinueve ya menguó de forma significativa la presencia masculina en la
lista. ¿Se han debilitado los varones en la era moderna? ¿O ellas se han
hecho más fuertes?
¿Cuál es el periodo más corto de tiempo en que una persona ha sido la
más vieja del mundo?
Mitoyo Kawate y Florence Knapp se encontraron en lo alto del podio de los
superabuelos por un breve tiempo. La japonesa Mitoyo Kawate mantuvo el
título por solo 13 días, mientras que Florence Knapp lo retuvo 15 días. La
primera comenzó su reinado el 31 de octubre de 2003 y falleció el 13 de
noviembre. Knapp estuvo desde el 27 de diciembre de 1987 hasta el 11 de
enero de 1988.
En enero de 2007, este curioso récord del reinado más corto lo rompió
Emma Tillman (capítulo 19), que ocupó el trono de los abuelos del mundo
durante 4 días.
¿Cuál ha sido la diferencia de edad más corta entre la persona con más
años del mundo y la que la seguía?
O lo que es lo mismo, entre la primera y la segunda persona más longeva
del planeta en el momento de heredarla. Hasta la fecha, es de 2 días. El 2 de
febrero de 1987, cuando falleció la californiana Mary McKinney a los 113
años y 248 días, la siguiente persona viva que obtuvo el título de más
anciana fue Anna Eliza Williams de Inglaterra. Había nacido dos días
después de McKinney. Sin embargo, la segunda persona más vieja al inicio
del reinado de la londinense Elizabeth Alice Kensley, el 17 de febrero de
1963, y durante los primeros 63 días, tenía solamente un día menos. Era
Kiet Portier-Tan, de los Países Bajos. Por esta circunstancia, hasta 2007 no
se dirimió de forma clara quien había sido el superabuelo número uno en
aquella época.
¿Hubo alguna superabuela (o superabuelo) que, pese a su
extraordinaria longevidad, nunca llegara a lo más alto del podio?
Sí que la hubo. Fue Lucy Hannah (capítulo 19), que llegó a vivir 117 años y
248 días, y murió en 1993. Hasta la fecha es la tercera persona certificada
que más haya vivido de todos los tiempos. Nunca pudo alcanzar sin
embargo lo alto del podio debido a que el título lo sostuvo con mano de
hierro la imbatible Jeanne Calment (capítulo 1) durante esos años.
¿Cuál fue el año en que nacieron más supercentenarios?
1873. En 1873 llegaron al mundo 4 personas que, andando el tiempo,
alcanzarían una longevidad extraordinaria. El 22 de marzo nació Mamie
Eva Keith, que viviría hasta el 20 de septiembre de 1986 (113 años y 182
días). El 30 de mayo, Mary Mckinney, cuya muerte se produjo el 2 de
febrero de 1987 (113 años y 249 días). El 2 de junio nació Anna Eliza
Williams, la cual falleció el 27 de diciembre de 1987 (114 años y 208 días).
Y el 10 de octubre vio la primera luz Florence Knapp, cuya muerte se
produciría el 11 de enero de 1988 (114 años y 93 días). Toda una colección
de superabuelos en el mismo año.
El siguiente año más prolífico en supercentenarios en realidad son
tres, que empatan: 1855, 1863 y 1889. En cada uno de estos años nacieron
tres superabuelos.
¿Qué edad es la promedio para convertirse en la persona más vieja del
mundo?
En torno a los 114 años. Ya se sabe, si se llega a esa edad, uno tiene
opciones claras de ocupar el trono.
Las cifras no mienten: Marie Brémont en 2001 y Maud Farris-Luse
en 2002 fallecieron a los 115 años de edad, pero se convirtieron en la
persona más vieja de sus respectivas épocas a los 114. Si se observa la lista
cronológica de los supercentenarios más longevos verificados desde el año
1955, la edad más repetida, sobre todo desde la década de 1980 del siglo
pasado, es sin duda 114 para llegar a lo más alto. Florence Knapp (1987),
Eva Morris (1999), Grace Clawson (2002), Adelina Domingues (2002),
Mitoyo Kawate (2003), Ramona Trinidad Iglesias-Jordan (2003), María
Capovilla (2004), Emma Tillman (2007), Yone Minagawa (2007), Edna
Parker (2007), Gertrude Baines (2009), Kama Chinen (2009), Eugénie
Blanchard (2010), Maria Gomes Valentim (2010), Besse Cooper (2011),
todas llegaron a los 114 años. A partir de 2011, el listón se eleva un poco, y
las últimas supercentenarias ya han subido al trono con 115 años o más.
¿Se necesita tener buena vista como condición previa e indispensable
para disfrutar de una buena vida?
En absoluto, claro que no. Ni tampoco buen oído, ni una vida sana y pura.
Pero en lo relativo a la vista, curiosamente mucha de la gente más anciana,
como Jeanne Calment (capítulo 1) que vivió hasta los 122 años, o María
Capovilla (capítulo 9) que vivió hasta los 116, nunca llevaron gafas. Claro
que otros superabuelos sí que lo hicieron sin que fuera obstáculo para seguir
cumpliendo años.
Fotos de Sarah Knauss (capítulo 14) a los cien y 119 años de edad
la mostraban con gafas. Sin embargo, otra instantánea de cuando era joven,
a los 17 años, la retrataba sin ellas. La persona más vieja del mundo entre
1997 y 1998, Marie-Louise Meilleur, no llevaba gafas a los 117 años, pero
una foto de cuando tenía 95 sí que la mostraba con anteojos. Alguien que
llevó gafas casi toda su vida, por ejemplo, fue Alphaeus Philemon Cole,
destacado artista y grabador norteamericano, que llegó a los 112 años y 136
días de edad. Además de su trayectoria profesional, a la hora de su muerte
en la ciudad de Nueva York, el 25 de noviembre de 1988, ostentaba el título
de hombre más viejo del mundo.
¿Las personas más viejas del mundo todas se casan? ¿Y tienen hijos?
No necesariamente, aunque lo cierto es que en un abrumador porcentaje se
han casado, por lo menos una vez en la vida. Jessie Gallan (en el capítulo
13 de este libro) abogaba por el porridge como sustitutivo de los hombres,
pero es una excepción.
Lo normal es la inundación de hijos, nietos, bisnietos, tataranietos,
y hasta retataranietos al correr de los años. Es el caso de Elizabeth Bolden
(capítulo 19), María Capovilla (capítulo 9), Sarah Knauss con 119 años
(capítulo 14) y Marie-Louise Meilleur (capítulo 16).
Sin embargo, hubo casos como el de la francesa Marie Brémont de
115 años y 42 años. Su primer marido, el trabajador del ferrocarril Constant
Lemaitre, con el que se casó en 1910 a la edad de 24 años, murió en la
Primera Guerra Mundial. Volvió a contraer matrimonio unos veinte años
más tarde, en 1936, a la edad de 50 años. Esta vez con el taxista Florentin
Brémont, que murió 31 años después, en 1967, cuando la superabuela tenía
81 años. Con ninguno de los dos esposos tuvo hijos. No obstante, Brémont
aseguró que había sido feliz con sus dos maridos y con su vida, pese a la
falta de descendencia.
Su sucesora en el podio, Maud Farris-Luse, de 115 años, disfrutó
asimismo de dos maridos. Se casó primero con un granjero en 1903, el cual
falleció en 1951. Tras lo cual volvió a pasar por la vicaría, pero sus
segundas nupcias duraron poco, pues él falleció tres años después. Otra
superabuelita con dos esposos fue Marie-Louise Meilleur (capítulo 16), que
llegó a los 117 años.
Charlotte Benkner, de 114 años, la persona nacida alemana más
longeva de todas las épocas que haya sido reconocida oficialmente, se casó
y tampoco tuvo descendencia, pese a confesar que le encantaban los niños.
Lo mismo ocurrió en el caso de Hendrike van Andel-Schipper (capítulo
10).
La mujer más anciana del mundo a finales de 2006 y principios de
2007, Julie Winnefred Bertrand (capítulo 8), nunca se casó ni tuvo hijos. De
modo que cuando Emiliano Mercado y ella coincidieron en lo alto del podio
(primera y segunda posición a finales de 2006 y principios de 2007), se dio
la curiosa circunstancia de que dos solteros sin descendencia dominaron el
trono de los abuelos del mundo durante un breve periodo de tiempo.
Si hablamos de hombres, el más viejo del mundo de 2001-2002,
Antonio Todde, estaba casado, al igual que Joan Riudavets Moll (capítulo
15) con 114 años y Fred Hale con 113 en 2004. Pero luego nos topamos con
Emiliano Mercado del Toro (capítulo 23) que, aunque nunca contrajo
matrimonio, dijo haber tenido varias novias, se entusiasmaba con alguna
vedette exuberante que vino a visitarle cuando ya era supercentenario, y
contaba jugosas anécdotas de sus visitas a famosos lupanares. Vamos, que
incluso siendo soltero, mucho de célibe no tenía a sus 115 añitos.
¿Hay alguna raza dominante en proporcionar más superabuelos al
mundo?
No, no hay raza que predomine en el selecto club de los supercentenarios.
Sí que existen algunas zonas del mundo donde se concentran mayor número
de centenarios y supercentenarios. Ahí están las islas de Okinawa en Japón,
Cerdeña en Italia, Icaria en Grecia (capítulo 29), Bama en China (capítulo
26), la península de Nicoya en Costa Rica, regiones de Canadá, y algunas
partes de California como Loma Linda.
Sin embargo esta alta longevidad aparente en algunas partes del
mundo podría relacionarse con que se hallan situadas en países que
desarrollaron un adelantado y estricto sistema de certificados de
nacimiento, para controlar con exactitud venidas al mundo y decesos de su
población.
Los Países Bajos es uno de los pioneros en registrar los
nacimientos de sus habitantes y, en consecuencia, existe un alto porcentaje
de supercentenarios localizados en esta nación, tan temprano como es el
siglo dieciocho. La estadística holandesa se redujo de forma significativa en
la centuria siguiente. ¿Por qué? Porque en el XIX el pequeño país no podía
competir con otros mucho más grandes como los Estados Unidos y Francia,
que pusieron en marcha sus propios censos de población a partir de ese
momento. Alemania fue otro territorio que contó con un precoz registro
civil, pero se promulgó una estricta legislación para impedir que los datos
se hicieran públicos, de manera que las personas alemanas más ancianas
conocidas son las que emigraron a los Estados Unidos.
Japón fue el primer país asiático en contar con un registro civil, el
cual empezó a operar a partir de 1868. De tal instrumento carecieron en
cambio China e India. De ahí que, pese a ser dos de los países más poblados
del mundo, la persona certificada como más vieja del mundo nunca sea
china o india. Casi con seguridad que existen supercentenarios que podrían
aspirar al trono de los superabuelos en estas dos naciones, pero no disponen
de medios aceptados por los Guinness para probarlo.
¿Cuál ha sido el periodo más largo de tiempo en que un superabuelo ha
sobrevivido a sus padres?
El récord extraoficial le corresponde a un español, el menorquín Joan
Riudavets Moll (capítulo 15), hombre más viejo del mundo en 2004. Nació
el 15 de diciembre de 1889. Su madre, Catalina Moll Mercades, murió a los
25 años, antes de terminar ese mismo mes de diciembre. De modo que él la
sobrevivió por algo más de 114 años.
¿Quién logró el título de más anciano que tuviera los padres más
‘antiguos’?
Aquí tenemos un buen candidato en Moses Hardy, que fue el último
veterano negro superviviente de la I Guerra Mundial y uno de los últimos
veteranos americanos de esa guerra que sobrevivió hasta el siglo XXI.
También tenía el título del segundo hombre de más edad del planeta entre el
19 de noviembre de 2004 y el 7 de diciembre de 2006. Pero además se dio
la curiosa circunstancia de que, cuando nació, su padre tenía ya 73 años, de
modo que había nacido en 1820. Moses Hardy llegó al mundo el 6 de enero
de 1893. Su madre había nacido en 1853 y tenía 39 años cuando dio a luz a
este supercentenario.
Con lo cual, un hombre nacido en 1820 tiene un hijo a la edad de 73 años,
cuando ya se acababa el siglo diecinueve. Y su hijo vive durante todo el
siglo XX y los primeros años del XXI. Entre dos generaciones solamente se
recorrieron tres siglos. Luego llamamos a nuestros padres ‘antiguos’. Qué
va.
¿Se sabe de intervalos de tiempos en que hayan nacido
supercentenarios durante varios días seguidos?
La marca establecida, que se sepa, está en tres días seguidos. El primer
lapso de tiempo en que ‘llovieron’ futuros supercentenarios al mundo
ocurrió en 1872. Las fechas de ese año fueron el 22 de marzo, el 23 de
marzo y el 24 de marzo.
Para la segunda ronda múltiple de abuelos del planeta hay que
esperar a 1889. Este fue un año particularmente prolífico. El 10 de febrero,
11 de febrero y 12 de febrero aportaron un supercentenario más por día. Y
menos de un mes más tarde se repetiría la jugada, el 1, 2 y 3 de marzo.
Y en una sola jornada, ¿cuántos supercentenarios han llegado a nacer?
Volvemos al mágico número 3. Ocurrió en varias ocasiones. Tres
superabuelos vieron la primera luz el 1 de abril de 1887. Otros tres nacieron
el 12 de septiembre de 1889, y tres más el 9 de marzo de 1895.
¿Qué año tiene la mayor cantidad de nacimientos de supercentenarios?
Después de las últimas dos respuestas, seguro que es fácil de adivinar sin ni
siquiera consultar la tabla que viene a continuación y que se elaboró en
febrero de 2007.
1896: 56
1895: 60
1894: 63
1893: 77
1892: 61
1891: 48
1890: 43
1889: 78
1888: 59
1887: 51
1886: 38
1885: 44
1884: 41
1883: 36
1882: 27
1881: 32
1880: 27
1879: 23
1878: 26
1877: 14
1876: 26
1875: 18
1874: 13
1873: 11
1872: 14
1871: 8
1870: 11
1869: 8
1868: 4
1867: 3
1866: 3
Efectivamente, ¡tachán!, otra vez el año 1889.
¿De modo que muchas personas longevas nacidas a finales del siglo
diecinueve lograron llegar al XXI?
Hubo un puñado de nacidos en la década de 1880-1890 que cruzaron todo
el siglo XX y aterrizaron en el siguiente. Además, en torno a 30
supercentenarios nacidos en la década de 1870 llegaron a los 90 del siglo
XX. Veamos la tabla con los nacidos entre 1870 y 1880 que más vivieron,
de más a menos.
1875, 21 de febrero - Jeanne Calment. Hasta el 4 de agosto de 1997. [122
años 164 días]
¿Y de la década de 1860, alguien logró llegar oficialmente a los 80 del
siglo XX?
Aún mejor. Hubo cerca de 11 personas nacidas entre 1860 y 1870 que
llegaron, oficialmente reconocidos, a la década de los 80 del siglo XX.
Aquí tenemos a los últimos supervivientes de 1860.
1865, 29 de junio. Shigechiyo Izumi. Hasta el 21 de febrero de 1986. [120
años 237 días]
115 años 132 días Emiliano Mercado del Toro (11 diciembre, 2006).
112 años 336 días Mamie Eva Keith (21 febrero, 1986)
109 años 335 días James Henry Brett, Jr (25 junio, 1959)
109 años 209 días John Mosely Turner (10 enero, 1966)
109 años 181 días Josefa Salas Mateo (11 enero, 1970)
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31. La centenaria que logró el
doctorado que le prohibieron los
nazis
Ingeborg Rapoport
En 2015, los medios de comunicación de todo el mundo se hicieron eco
de una curiosa noticia. “Tras 80 años, justicia en la Universidad”,
decían los titulares.
Porque hace mucho, mucho tiempo… había en 1938 una jovencita
de 24 años llamada Ingeborg Rapoport que lo tenía todo listo para obtener
su doctorado. Había entregado una tesis sobre la difteria. El único paso aún
pendiente era el examen oral. Y la época en la que le tocó nacer y vivir.
Porque Ingeborg Rapoport estudiaba en la Alemania nazi y era judía,
herencia de su madre. Las leyes raciales recién aprobadas por Hitler y sus
secuaces en 1935 impedían expedir títulos a gente como ella.
78 años después, el 9 de junio de 2015, la Alemania que un día le
cerró todas las puertas le rendirá homenaje. Y ese mismo día, a sus 102
años, recibirá por el fin el título de doctora que tan merecido se tenía ya de
joven.
Cuando entrevistaron a Rapoport a propósito de este insólito
acontecimiento, ella citó unos versos del español Manuel Machado: “El
ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas. Polvo, sudor y
hierro. ¡El Cid cabalga!”. En su casa del este de Berlín, la centenaria
mantiene toda su lucidez mental y confiesa: “Ese ha sido el examen que
más trabajo me ha costado en la vida”.
Nadie le regaló a Rapoport el doctorado. La Universidad en un
primer momento ofrecía un título honorífico, pero ella quería la distinción
que se había ganado y no componendas bien intencionadas. Si lo hacía,
debía ser con todas las de la ley.
La iniciativa partió del decano de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Hamburgo, que en un acto le dijo unas memorables
palabras: “Usted va a tener noticias mías en breve”. A los pocos días, el
decano le propondría hacer lo posible para recuperar su doctorado. Pero en
el camino los obstáculos fueron muchos. Rapoport, que se hallaba
prácticamente ciega, no podía investigar los avances científicos de los
últimos años. La brecha temporal se solucionó con la colaboración de
colegas, quienes ayudaron a la centenaria a ponerse al día. En la etapa final,
el decano y otros profesores la examinaron en su propio salón hace dos
semanas. Pasó la prueba con creces. “No lo he hecho por mí. A estas alturas
de mi vida un título ya no me aporta nada. Era una cuestión de principios.
Se trata de restituir la injusticia cometida”, aseguró Rapoport. “Además,
quería hacer bien el examen para no decepcionar al decano”, añade con una
sonrisa.
Hubo escollos burocráticos también. La centenaria se confesó
“muy desordenada”. Incluso si no lo fuese, cualquiera hubiera tenido
problemas para encontrar ¡78 años después! el certificado en el que se le
denegaba el título. El texto del documento es estremecedor. “Por la
presente certifico que Ingeborg Syllm [su apellido de soltera] me
entregó un trabajo que sería válido como doctorado si las leyes vigentes
no lo hicieran imposible por la ascendencia de la señorita Syllm”, dice
sin rodeos el documento, firmado por el director de la Clínica Universitaria
Infantil de Hamburgo el 30 de agosto de 1938. “Sin este papel, no habría
sido posible poner en marcha el proceso”, añade la doctora.
Antes de convertirse en la persona de más edad que consigue un
doctorado ya había logrado un récord anterior, al ocupar en 1969 la primera
cátedra de neonatología de toda Europa en el hospital berlinés de Charité,
en la antigua República Democrática de Alemania.
En 1938 huyó del país que gobernaba Adolf Hitler rumbo a
Estados Unidos. “Me sentí expulsada de mi propio hogar. Aquí se quedaba
toda mi familia y yo me iba tan solo con 38 marcos en el bolsillo”,
recuerda. Al otro lado del Atlántico conocería a su marido, tendría cuatro
hijos y obtendría otro doctorado. Pero de allí también tuvo que huir. Las
simpatías comunistas del matrimonio no eran bien vistas en la época de la
caza de brujas del senador McCarthy. La familia se trasladó primero a
Austria y en 1952 a la RDA. “Pese a todo lo que he pasado no me quejo.
Las cosas han salido bien”, concluye.
Nació el 2 de septiembre de 1912 como Ingeborg Syllm en Kribi,
Camerún, que por aquel entonces era una colonia alemana. Poco después de
su llegada al mundo, su familia se mudó a Hamburgo, en Alemania, donde
creció con su padre protestante y su madre judía. Ella fue educada en la
religión protestante.
Al empezar 1938, Rapoport era una estudiante de doctorado en la
Universidad de Hamburgo de la Alemania nazi. Había optado por estudiar
medicina inspirada por el trabajo de Albert Schweitzer,
médico, filósofo, teólogo, y músico alemán
nacionalizado francés, misionero médico en África y Premio Nobel de la
Paz en 1952. Tres años antes los nazis habían promulgado sus leyes
raciales, en razón de las cuales Rapoport quedaba catalogada como
“Mischling judía”. La palabra “Mischling” era el término usado durante el
Tercer Reich para calificar a personas que tenían ancestros tanto arios como
judíos. Significa “mestizo” en alemán. Como consecuencia de su herencia
materna judía, se le denegó el doctorado a esta joven. El supervisor de su
tesis, Rudolf Degkwitz, era miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero
Alemán, o Partido Nazi. Sin embargo, al final acabó en prisión al oponerse
al programa de eutanasia infantil que promovía el decano de la facultad,
este último un fanático seguidor del nazismo.
Tras un periplo mundial huyendo primero del nazismo en Alemania y
luego del macartismo en los Estados Unidos, recaló en Berlín, donde
tiene su residencia. Estudió en las universidades de Hamburgo y la
Facultad de Medicina Femenina de Pensilvania. Su profesión fue la de
médico neonatologista, ocupándose de los recién nacidos.
En los Estados Unidos, concretamente en Cincinnati, conoció y se
casó con Samuel Mitja Rapoport, con quien tuvo cuatro hijos. Emigró allí el
mismo año en que le rechazaron la tesis, 1938. Estudió en las facultades de
medicina de Brooklyn (Nueva York), Baltimore y Akron (Ohio). Consiguió
su título universitario de doctor en medicina en la Facultad Médica
Femenina de Pensilvania (Woman’s Medical College), en Filadelfia, que
luego sería absorbida por la Universidad Drexel.
Rapoport trabajó de neonatologista, dedicada al cuidado de recién
nacidos, en Cincinnati, Ohio. Durante su carrera profesional se convirtió en
la responsable del departamento pediátrico. Fue la primera persona en
Europa en tener un cargo directivo en medicina neonatal.
El tristemente famoso Comité de Actividades Antiamericanas del
Congreso de los Estados Unidos se fijó en Rapoport y su marido, que
repartían copias del diario comunista Daily Worker en vecindarios
desfavorecidos de Cincinnati durante la década de los 50 del siglo pasado.
Al ser señalados como comunistas la familia volvió a Europa: primero a
Viena, y luego a la República Democrática de Alemania, detrás del Telón de
Acero.
Rapoport abrió la primera clínica de neonatología en Alemania en
el hospital Charité de Berlín Este. En 1997, publicó sus memorias.
Uno de sus cuatro hijos, Tom Rapoport, se convirtió en profesor de
la Escuela Médica de Harvard (Harvard Medical School). Otro hijo,
Michael, se hizo matemático. Esta extraordinaria mujer enviudó en 2004 y
seguía viviendo en Berlín cuando Alemania se reunificó.
Nada menos que 77 años después de presentar su tesis doctoral, en
mayo de 2015, se le permitió finalmente defenderla ante un comité de la
facultad de medicina de la Universidad de Hamburgo. A los 102 años
obtuvo su doctorado. Por fin se había hecho justicia de un caso histórico.
Sus mejores momentos
Consejos originales para vivir más (Fuente: finanzas.com)
Forzada por las circunstancias, Ingeborg Rapoport tuvo una vida
extraordinaria. Y extralarga. Tantos estudios científicos se han desarrollado
en busca del secreto de la longevidad, que en ocasiones aportan datos
contradictorios. Algunos de los consejos más insólitos extraídos de estas
investigaciones son los siguientes:
Como Rapoport, tenga un objetivo. Incluso cuando ya
se acerque al siglo como ella. Los de Okinawa
(capítulo 3) tienen una palabra, ‘ikigai’, que designa
la razón para levantarse de la cama cada mañana. No
hablamos aquí de imposiciones ni de deberes, sino de
cosas que realmente desee hacer de corazón y que le
produzcan auténtica ilusión. Encuentre sus ‘ikigai’ y
aténgase a ellas.
Ni se le ocurra dormir menos de seis horas, pero
tampoco más de 9 horas al día. Esto último podría
resultar fatal. Si se le suelen pegar las sábanas, se
eleva en un 30 por ciento el riesgo de muerte
prematura.
El trasero, siempre en pie. Estar sentado menos de
tres horas al día alarga la vida un par de años. Incluso
si tiene que permanecer sentado el trabajo, levántese
y dé una pequeña vuelta cada hora con cualquier
excusa. Cualquier actividad, por pequeña que sea,
libera una proteína llamada BDNF que contribuye a
la supervivencia de las neuronas.
A la pata coja mientras se viste cada mañana: que sí,
que así entrena a su cuerpo en mantener un mejor
equilibrio corporal, y tonifica la pelvis, la espalda y el
abdomen. Y previene potenciales fracturas de cadera
cuando vaya siendo mayor.
Resople por una pajita para aprender a respirar desde
el vientre. Inhale y exhale el aire con lentitud a través
de la pajita, y ralentizará su ritmo cardiaco.
Prohibido sacrificarse ni obligarse a hacer nada:
sacrificios los justos. La longevidad se promueve
siendo feliz, y nadie es feliz haciendo por obligación
aquello que en realidad no quiere hacer. En la medida
que le sea posible (y un poco más) haga solamente
aquello que ama. Disfrute, disfrute, disfrute, y los
cien años llegarán.
Cante sin falta en la ducha o en el coche a la mínima
ocasión. Cantar disminuye el estrés, la depresión y las
enfermedades del corazón. También puede unirse a
un coro, siempre que no desafine mucho, claro.
Ponga geranios y hortensias en su vida. Y malas
hierbas también, para arrancarlas. Practicar la
jardinería una hora equivale a un paseo de siete
kilómetros.
Para los adictos al trabajo o los que no tienen vida
fuera de la oficina, ni piense en jubilarse. Ha habido
casos de personas de este tipo que han envejecido
veinte años en los meses posteriores a su retiro
forzoso. De modo que disfrute de su vicio y siga al
pie del cañón mientras pueda. Sin sentirse culpable,
oiga. Cada uno tiene que buscar su propia forma de
ser feliz.
Una vida equilibrada y ordenada, con rutinas
establecidas que le hagan sentir cómodo y seguro.
Ojo, que no hablamos de rigideces. Las rigideces
constriñen. Más bien se trata de fluir con la vida sin
agobios ni presiones, amoldándose suavemente a cada
recodo del camino.
Un perro, imprescindible. Lo sacará a pasear (él a
usted) y no solo eso, su mejor amigo le conseguirá
siete años más de esperanza de vida, pues tanto
caminar arriba y abajo mejora la frecuencia cardiaca.
Por no hablar de las largas conversaciones que puede
mantener con él sin que le replique.
Tire la tele por la ventana. Según el Instituto Nacional
del Cáncer de EE. UU. cada hora delante del televisor
le restará 22 minutos de vida (aparte de la hora
original perdida, claro).
Use la mano que no está acostumbrado a usar para
hacer las cosas. Volverá locas a sus neuronas y así se
entrenan.
No aprenda tanto a todas horas. Dele un descanso a su
cerebro de vez en cuando, hombre.
Prohibido hablar durante 20 minutos cada día.
Aunque no haya tomado los votos cistercienses, así
reducirá su ansiedad un 25%.
Vaya a un servicio religioso una vez por semana. Y
no basta con simplemente usar la manida razón del
‘yo pasaba por aquí’. Resulta que hay ya más de un
millar de estudios que han encontrado un vínculo
entre fe y longevidad. Creer en algo, aunque sea en la
ley de Murphy, ayuda a dar sentido a la vida, y a
gestionar el estrés. Su esperanza de vida aumentará
entre 1,8 y 3,1 años, según afirma la Universidad de
Pittsburgh.
No mienta. O siendo realistas, procure mentir lo
menos posible, y así evitará taquicardias, problemas
digestivos, y dolores de cabeza, garganta y
articulaciones.
Si sonríe, siete años más de vida. Mejor aún, veinte
carcajadas diarias y combatirá con efectividad el
cáncer y le bajará la presión arterial.
Sea optimista, no se queje tanto, y no se obsesione
con pensamientos obsesivos sobre minucias. Tendrá
doce años más de vida.
Cásese pero rapidito. Los casados viven más que los
solteros.
Y no deje de tener descendencia. Un hombre sin hijos
tiene el doble de probabilidades de morir
prematuramente por cáncer, enfermedades del
corazón o accidentes que otro que se haya
reproducido.
Haga al menos seis (buenos) amigos –no valen los
‘Me gusta’ de Facebook-, y le ayudarán a frenar el
envejecimiento de las neuronas. Por no hablar de lo
sabroso de los cotilleos que compartan.
Tenga un par de orgasmos a la semana: ganará dos
años a la de la guadaña.
Videoteca: Ingeborg Rapoport recibe su
diploma https://www.youtube.com/watch?v=XG2dtFjhe3E
Videoteca: Repaso a la vida de Rapoport (en inglés)
https://www.youtube.com/watch?v=NUEZnpbtEIE
Citas
"Ese ha sido el examen que más trabajo me ha costado en toda mi vida”
"Era una cuestión de principios. Se trata de restituir la injusticia cometida"
"Pese a todo lo que he pasado no me quejo. Las cosas han salido bien"
Cuando le preguntaron el secreto de su longevidad dijo:
‘'El ciego sol se estrella en las duras aristas de las armas. Polvo, sudor y
hierro. ¡El Cid cabalga!” – citando a Manuel Machado cuando logró el
doctorado a los 102 años.
http://www.grg.org/JCalmentGallery.htm
OceanofPDF.com
32. Se reencuentran tras la Guerra
Civil… 68 años después
OceanofPDF.com
33. En 115 años solo tuvo que ir al
hospital una vez
Maria de Jesus dos Santos fue una supercentenaria portuguesa que durante
37 días se convirtió en la persona de más edad del planeta, hasta su
fallecimiento a los 115 años y 114 días. Había nacido el 10 de septiembre
de 1893, en la última década del siglo diecinueve, y murió bien entrado el
veintiuno, el 2 de enero de 2009.
Sucedió en el trono de los abuelos del mundo a la americana Edna
Parker, que tenía 115 años y 220 días.
El 25 de enero de 2007, cuando cumplió los 113 años y 137 días,
entró en la prestigiosa lista de las cien personas confirmadas oficialmente
como las más ancianas de la Tierra de todos los tiempos. Al año siguiente,
el 11 de junio de 2008, a la edad de 114 años y 275 días, superó la marca de
Maria do Couto Maia-Lopes y se convirtió en la persona portuguesa más
anciana que haya existido nunca (con pruebas documentales).
En el momento de su muerte, ocupaba el puesto número 20 de las
personas con más edad reconocidas oficialmente que haya conocido el
mundo.
Nacida con el nombre de Maria de Jesus, se casó con José dos
Santos in 1919.
Enviudó en 1951, cuando tenía 57 años.
Sin embargo, como es acostumbrado en Portugal, Maria de Jesus
no utilizaba el apellido de su marido, sino que mantuvo el suyo propio.
De su matrimonio nacieron cinco hijos, de los cuales les
sobrevivieron tres. Una hija, Madalena, nacida el 25 de diciembre de 1924,
vivía con su madre.
De Jesus dejó también 11 nietos, 16 bisnietos y 6 tataranietos.
A lo largo de toda su vida entera, solamente tuvo que acudir al
hospital una vez.
En general mantuvo un estado de salud envidiable a medida que
cumplía años.
Únicamente su movilidad fue resintiéndose cuando se hizo
anciana, sobre todo en el último periodo de su existencia.
Contrariamente a la mayoría de otros supercentenarios, no acabó
sus días en una residencia de ancianos, sino que hasta el final pudo
continuar viviendo en su propia casa.
Mantuvo la consciencia hasta el final, y era capaz de sonreír y saludar
a los visitantes que acudían a su hogar para conocerla o interesarse
por ella.
No obstante, al superar ampliamente el siglo ya no pudo reconocer
más a su propia familia, debido a serios problemas de vista y oído.
Podía no obstante caminar aún, dando algunos pasos con la ayuda de
un andador.
A la superabuelita le encantaba repasar sus viejos álbumes de
fotografías de familia. También disfrutaba enormemente cuando
tomaba el sol en su porche, o cuando comía con fruición pudín de
arroz estilo portugués, o se tomaba un largo baño.
La receta del pudín de arroz al estilo portugués se basa
simplemente en arroz con leche baja en grasa, azúcar refinada y huevos.
Sus ingredientes para unas 8 porciones son: 1 taza de azúcar refinada, 3
tazas de leche baja en grasa, 1 taza de arroz blanco crudo y 2 huevos
batidos. Se prepara en 5 minutos, luego se deja cocer una hora, y listo. Se
mezcla el azúcar y la leche en una cacerola grande a fuego alto. Cuando
empieza a soltar burbujas, se incorpora el arroz y se reduce el fuego a
medio bajo. Se deja cocer sin que llegue a hervir durante 60 minutos,
revolviendo con frecuencia, hasta que el arroz se haya ablandado. Se retira
el arroz del fuego y se agregan lentamente los huevos batidos mientras se
revuelve con energía hasta que se hayan incorporado totalmente. El plato se
sirve caliente. Se espolvorea un poco de canela sobre este cremoso pudín
antes de servir.
Aparte de estos pequeños placeres de la vida, Maria de Jesus al
parecer nunca fumó, ni bebió, ni tomó café.
También evitaba el comer carne, prefería las verduras, aunque sí
que incluía en su dieta diaria los pescados.
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34. Él fue el primero
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35. El orgullo de Irlanda
Kathleen Hayes
Kathleen Rollins Snavely, de apellido de soltera Hayes, nacida el 16 de
febrero de 1902 y fallecida el 6 de julio de 2015, ha sido hasta la fecha la
persona irlandesa que ha alcanzado la edad más avanzada.
Hija de Patrick y Ellen Hayes, vino al mundo en febrero de 1902
en Garraun, cerca de Fleakle, en el condado de Clare. Era una de tres
hermanos. Emigró a los Estados Unidos en 1921 para vivir con un tío suyo
en Siracusa (Syracuse), estado de Nueva York.
Se convirtió en la persona más anciana que se conoce en la actual
República de Irlanda el 10 de enero de 2014, cuando había alcanzado la
edad de 111 años y 328 días. Sobrepasó entonces a Katherine Plunket, que
vivió del 22 de noviembre de 1820 al 14 de octubre de 1932.
Katherine Plunket tiene una historia muy diferente a la de Kathleen,
aunque igual de fascinante. Fue una aristócrata irlandesa nacida en el
condado de Louth que se convertiría en una destacada ilustradora
botánica.
Kathleen rompió el récord anterior de 111 años y 327 días el 8 de
enero de 2014. A continuación escaló hasta convertirse en la persona más
longeva que ha existido nunca en la isla de Irlanda el 26 de marzo de 2015,
cuando superó la edad de 113 años y 37 días de Annie Scott (1883-1996).
Nacida el 15 de marzo de 1883, Annie Scott residía en Irlanda del Norte.
Snavely por su parte falleció en una residencia en Siracusa el 6 de
julio de 2015, a la edad de 113 años y 140 días, tras haber hecho historia en
Irlanda. No tuvo descendencia.
Aunque Kathleen Snavely mantuvo su agudeza hasta el final, no le
gustaba mucho tratar con la prensa, prefiriendo llevar una tranquila vida
privada sin mucha exposición a los medios. Eso no significaba en absoluto
que no fuera la primera en apuntarse a un buen rato de diversión. Cuando
cumplió los 113 años, algunos de sus familiares y amigos se organizaron
para ofrecerle una fiesta. Pero hubo más celebraciones en aquel su último
año de vida, la más entrañable quizá cuando la ciudad de Syracuse y todo
el condado de Onondaga declararon el famoso Día de San Patricio (17
de marzo), patrón de Irlanda, como el Día de Kathleen Hayes Rollins
Snavely. En aquella ocasión, Snavely recordó el consejo que dio a sus
hermanos más jóvenes el día que se despidió de su tierra irlandesa para
emigrar a los Estados Unidos: “Trabajad duro y no os excedáis con la
bebida; convertíos en alguien de quien pueda estar orgullosa”.
Emigró a Syracuse en 1921, cuando tenía 19 años, y en el último
periodo de su vida residió en una residencia, como muchos otros
supercentenarios. También como muchos otros ancianos del mundo, pudo
arreglárselas por su cuenta hasta muy avanzada edad.
Como documentó el gerontologista Finbarr Connolly, Kathleen se
dedicó a romper marcas de edad una tras otra. El 5 de enero de 2015
adelantó a la suiza más longeva jamás registrada en los archivos, Rose
Rein, que vivió de 1897 a 2010. En agosto de 2014 ya había adelantado a la
plusmarquista superabuela de Escocia, Jane Gray (1901-2014). No pudo
sin embargo con la imbatida francesa Jeanne Calment (capítulo 1), que
recordemos llegó a los 122 años y 164 días en 1997, ni tampoco con Misao
Okawa de Japón (capítulo 4), que murió con 117 años y 27 días al empezar
abril de 2015.
Dura de oído pero de mente aguda. Así la describían en sus últimos
tiempos de residente en San Camilo. Sentía un desagrado instintivo de
hablar con la prensa y le disgustaban profundamente las informaciones
sensacionalistas que iban apareciendo sobre su edad. Los periodistas solo
lograron transmitir esbozos de su personalidad a través de los fragmentos de
información que obtenían con cuentagotas del personal de San Camilo.
Transmitían una imagen de una mujer supercentenaria pero
impresionantemente lúcida, que participaba en las actividades diarias
con su silla de ruedas, y todavía recibía visitas de sus muchos amigos
del área de Siracusa.
El 16 de febrero de 2014 se contó en los medios de comunicación
cómo había sido el cumpleaños número 112 de la supercentenaria irlandesa.
En San Camilo tuvo lugar una pequeña celebración.
La Anciana Orden de los Hibernianos (Ancient Order of
Hibernians, o AOH) trajo flores para Kathleen. En el cumpleaños, además
de flores, hubo canciones. La hermana Kathleen Osbelt, fundadora de la
Casa Franciscana y muy amiga de la cumpleañera, contó que la
superabuelita “había pasado un día maravilloso, y lo mejor de todo fue
cuando nos contó sus relatos”. Como buena irlandesa, había encantado a
toda la concurrencia compartiendo alguna de sus historias.
Unos días antes, una sobrina y sobrino nietos de Kathleen, Donna y
Bruce Moore de Connecticut, viajaron hasta Nueva Inglaterra para visitar a
la supercentenaria. “Sigue tan aguda como un clavo”, dijo después Donna.
“Continúa de maravilla”. Incluso llegó a ofrecer a sus familiares algunos
consejos de negocios especialmente acertados durante la visita. La tía
abuela recibía tarjetas y cartas a causa de su longevidad. Sin embargo se
negaba a conceder entrevistas, agregó, “porque no se ve a sí misma como
nadie especial”. Kathleen les había repetido una y otra vez que era “una
persona como las demás”.
Por mucho que a ella no se sintiera una celebridad, dado que su
fama la consideraba una simple consecuencia de haber seguido cumpliendo
años hasta mucho más allá del promedio de vida habitual, sin ningún mérito
especial por su parte, lo cierto es que Kathleen Snavely llegó a ser una
estrella de los foros de Internet. Por ejemplo los miembros del Club 110, un
grupo de gente dedicada a intercambiar información y datos sobre los
supercentenarios, se dedicaron a investigar a Snavely y sus ancestros
durante meses, desenterrando su certificado de nacimiento e información
biográfica desconocida hasta aquel momento relativa a la superabuela de
los irlandeses.
Sus parientes más cercanos en los Estados Unidos provienen de la
familia de sus hijastros en Lancaster, Pensilvania. Esta familia le llegó de la
mano de su segundo matrimonio con un hombre llamado Jesse Snavely Jr.,
al que sobrevivió por muchos años. Anteriormente había estado casada en
primeras nupcias con Roxie E. Rollins, y ambos, su primer marido y ella,
pusieron en marcha un negocio propio, que gestionaron conjuntamente
hasta el fallecimiento de él en 1968 a la edad de 66 años.
En Irlanda, en su pueblo natal de Feakle, condado de Clare, deja
todavía parientes que la recuerdan. Por ejemplo, Peggy Hayes, cuyo difunto
marido, Patrick Joseph, se hallaba emparentado con Kathleen (lo cual
significa que Kathleen también tenía lazos de sangre con el famoso
violinista irlandés Martin Hayes, de la misma familia). El padre de
Martin, Pat Joe Hayes, fue el líder de la legendaria Tulla Ceili Band, y
sobrino de Patrick Hayes, el padre de Kathleen. De modo que P.J. Hayes y
Kathleen era primos hermanos. Peggy podía rememorar comentarios
antiguos sobre la supercentenaria, que incidían en que había “emigrado
joven y le fue bien”, además de hacer hincapié en la longevidad propia de la
familia de Snavely.
El certificado de nacimiento de Kathleen Hayes, fechado el 16 de
febrero de 1902, informa de que sus padres fueron Patrick y Ellen Hayes
(de soltera Moroney). El oficio de su padre, según el documento, era
“granjero y tabernero”, aunque las memorias de la localidad insisten más en
la segunda faceta.
Kathleen fue la segunda de tres hijas. Su hermana mayor, Mary
Anne, nació en 1901, y su hermana pequeña, Ellen, en 1909. El censo de
1911 (que registra a sus hermanas con los nombres de Anna May y Lena)
informa asimismo de que la familia era de fe católica y de que todos sus
miembros, salvo Ellen por tener tan solo un año de edad en aquel momento,
sabían leer y escribir.
Existe la posibilidad de que la supercentenaria haya tenido también
un hermano varón más joven, que sin embargo no aparece en los registros
locales. La única entrevista conocida que concedió Kathleen en vida tuvo
lugar en 2000. Se publicó en forma de nota de prensa de la Universidad de
Siracusa. El motivo, que la supercentenaria había donado un millón de
dólares en memoria de su primer marido. En la entrevista, Kathleen se
refiere a un hermano que al parecer contaría en aquel momento con 88 años
de edad y que todavía vivía en Irlanda.
Podría ser cierto, puesto que en muchas ocasiones la historia
personal que relatan los supercentenarios no coincide con la versión oficial.
En el mismo artículo en el que Kathleen habla sobre su vida, recuerda haber
trabajado como aprendiz en varios negocios de Limerick y Dublín antes de
coger el barco que la llevaría a América. Pero en la lista del pasaje aparece
como de ocupación “doméstica”. Kathleen corrigió este error una y otra vez
a lo largo de su vida. “Nunca trabajé de personal doméstico. Había oído
sobre toda esa gente rica de la calle James, y de cómo había muchos
inmigrantes empleados en esas mansiones, pero yo ni cambié sábanas ni
lavé ropas”.
Y además, aunque la ciudad portuaria irlandesa había recuperado
su nombre primitivo el año anterior, en el pasaje de embarque todavía se la
llama Queenstown.
El 22 de septiembre de 1921 Kathleen abordó el barco llamado
Scythia en Cobh, condado de Cork. Con 19 años, dejaba atrás la Irlanda de
Michael Collins, el mítico líder revolucionario irlandés que vivió de 1890 a
1922, año en que fue asesinado durante la Guerra Civil. Collins ostentó los
cargos de ministro de finanzas de la República Irlandesa, director de
Inteligencia del IRA y miembro de la delegación irlandesa que negoció
el tratado anglo-irlandés, siendo también presidente del gobierno
provisional y comandante en jefe del ejército nacional. La jovencita que iba
a ser testigo del discurrir de todo el siglo XX se encaminaba al Nuevo
Mundo cuando Estados Unidos arrancaba con sus felices años 20.
La Ley Seca, o prohibición de bebidas alcohólicas en Estados
Unidos, se hallaba en vigor, y la economía se encontraba en un momento
esplendoroso para los norteamericanos. Warren G. Harding había salido
elegido presidente un año antes, en las primeras elecciones donde se
permitía el sufragio femenino.
Kathleen pasó ocho días en el mar. Llegó a su nuevo país el 30 de
septiembre de 1921, y entró por la isla de Ellis, la puerta a EE. UU. durante
un siglo. De acuerdo al registro de llegadas, tenía entonces 25 dólares a su
nombre (la mitad de la cantidad recomendada para empezar con buen pie en
la nueva Tierra Prometida). Se dirigió a Syracuse para residir en casa de su
tío, Jeremiah Moroney, que vivía en el número 510 de la calle Marcellus.
A principios de los años 20, Siracusa constituía ante un todo un
gran centro fabril. La decidida jovencita irlandesa pronto consiguió trabajo,
primero en una escuela estatal para gente con dificultades de desarrollo, y
luego en los grandes almacenes de E. W. Edwards. Ganaba, de acuerdo al
archivo de la Universidad de Siracusa, 5 dólares por cada semana de seis
días laborales. En seguida ascendió en el sector de la venta al por menor.
En Siracusa, su ciudad de adopción, conoció y se casó con su primer
marido, Roxie E. Rollins. Rollins era uno de los seis hijos nacidos a un
matrimonio de padre canadiense y madre estadounidense de
Michigan. El joven emigró a los Estados Unidos desde Canadá en
1907. Muchos años después, cuando su esposo ya hacía mucho tiempo
que había fallecido, Kathleen confesó a la web syracuse.com que
habían estado “muy enamorados. Ese fue el secreto de nuestro éxito”.
En el censo de 1925, Kathleen y Roxie Rollins figuran ya como
casados. Roxie poseía un pequeño pero prometedor negocio de lavandería
que daba servicio a toda la región. Si primero al parecer vivieron con los
padres de él, la buena marcha de la empresa les permitió disponer de su
propia residencia para el siguiente censo de 1930.
Justo cuando la economía mundial colapsaba y se hundía en la peor
crisis económica conocida hasta aquel momento, Roxie y Kathleen
fundaban una compañía láctea, Seneca Dairy. Su primer
establecimiento abrió sus puertas en la calle South Salina.
Un anuncio aparecido en enero de 1964 aseguraba: “Tendrás un
montón de energía, incluso más allá de la cincuentena, si te propulsas cada
día con la leche de Seneca Dairy”.
Ambos miembros de la pareja trabajaron hasta rozar el
agotamiento, siete días a la semana, y Seneca Dairy recompensó sus
esfuerzos con creces. Al acabarse la Gran Depresión, cuando tantos
negocios habían hecho aguas, la empresa no solo había sobrevivido sino
que contaba con más de 40 empleados, dos tiendas locales al por menor
y una heladería.
Volviendo la vista atrás en 2000, Kathleen recordaba: “Ninguno de
nosotros dos había estudiado administración de empresas.
Aprendimos sobre la marcha, en el trabajo, con la experiencia. Si te
gustan los negocios y disfrutas gestionándolos, la experiencia te
enseñará cómo manejarlos”.
Desafortunadamente, Roxie y Kathleen nunca tuvieron hijos. Él
falleció en 1968 a los 66 años. Dos años después, cuando tenía 68 años de
edad, Kathleen volvió a casarse con su segundo marido el 28 de febrero
de 1970. Jesse Clark Snavely Jr. era viudo de su primera mujer,
llamada Ella, y traía tres hijos a este nuevo enlace, llamados Jesse, Jere
y James.
Los Snavelys eran una familia con raíces profundas en el condado
de Lancaster, del área de Pensilvania. Sus orígenes en esta zona podrían
rastrearse hasta 1878, cuando Moses Snavely compró un molino en el área
de Paradise Township. Su hijo Jesse, padre del segundo marido de
Kathleen, vendió el molino en 1916 y adquirió en su lugar un negocio de
madera, carbón y alimentación en Landisville. La compañía, denominada J.
C. Snavely e Hijos S.A., todavía funciona hoy día. La gestiona la quinta
generación de la familia Snavely.
Dado el significativo papel del esposo de Kathleen en el negocio
familiar, y el hecho de que este segundo matrimonio se celebró en
Pensilvania, es casi seguro que Kathleen dejó atrás Siracusa durante los
años en que estuvo casada. La fecha de la muerte de Jesse Clark Snavely Jr.
no se conoce con seguridad, pero como mucho para el año 2000 Kathleen
había vuelto a su ciudad natal de adopción.
En diciembre de ese año hizo una donación de un millón de dólares a
la Facultad de Económicas de la Universidad de Siracusa, en
memoria de Roxie. “No puedo pensar en nada que le gustara más a
mi [primer] marido que poder apoyar a otra gente joven y ambiciosa
como lo éramos nosotros”, comentó en aquella ocasión.
En el año 2014, y hasta que murió a finales de mayo, la segunda persona
irlandesa viva de más edad en el mundo también había emigrado a Estados
Unidos. Cuando falleció le faltaban tres meses y medio para cumplir los
110 años y entrar en el club de los supercentenarios. Se trataba de la
religiosa Mary Victor Waters, que vivía en Tenafly, Nueva Jersey, en una
residencia de las hermanas franciscanas.
Compartía con Kathleen Hayes su disgusto a la atención que
recibía a causa de su edad. Así lo manifestó en una entrevista con el
periódico digital NorthJersey.com: “Estaría de verdad encantada si se
olvidaran de mi cumpleaños”. La hermana Mary Victor Waters murió
tranquilamente en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Tenafly
un mes más tarde de caer enferma en la última semana de abril de 2014.
La religiosa había nacido en Cornamona, condado de Galway, el
14 de septiembre de 1904. Emigró a los Estados Unidos en 1925. La
hermana Mary ingresó en la congregación de las Hermanas Franciscanas
Misioneras de la Inmaculada Concepción en 1928, y sirvió en varios
estados, entre ellos Nueva York, Illinois y Massachusetts.
Llegó al convento de Nuestra Señora de los Ángeles en Tenafly en
2004, y allí ejerció de ayudante de la maestra de novicias, ayudando a
preparar a las jóvenes que aspiraban a convertirse en religiosas.
Centenares de personas, que incluían a varios miembros de su
familia y al alcalde de la localidad, acudieron a su funeral. Una de sus
compañeras religiosas, la hermana Pat Coyle, la describió en aquella
ocasión como “una mujer muy amable y considerada”. Contó al periódico
Irish Independent que la hermana Mary “seguía rezando y ofreciendo
oraciones por mucha gente hasta justo antes de caer enferma”.
Volviendo a Kathleen Snavely, los medios de comunicación se
quedaron con las ganas de hacerle muchas preguntas. Querían saber si sus
abuelos alguna vez le habían contado sobre la Gran hambruna irlandesa, la
mayor catástrofe de la historia de su país donde un cuarto de la población
de la isla falleció o tuvo que emigrar en el siglo XIX. Cuál había sido la
experiencia de Kathleen en sus años de juventud cuando se desarrollaba la
guerra civil. Luego había cuestiones más mundanas. ¿Llegaron Roxie y ella
a bailar el charlestón en uno de aquellos salones de baile tan característicos
de los años 20? ¿Cómo se sintió ejerciendo de mujer empresaria y
emprendedora en una época en que casi ninguna fémina se dedicaba a los
negocios? Y sobre todo, ¿cuál es la sensación que una experimenta al ver
tanta Historia con mayúscula discurrir ante sus ojos?
El 16 de febrero de 2015 Kathleen Hayes Rollins Snavely celebró
su último cumpleaños. Con una vida asombrosa a sus espaldas, tuvo la
ocasión de vivir en una Irlanda completamente diferente a la de nuestros
días, pero ella asegura que no ha retenido la mayor parte de sus recuerdos.
“He olvidado muchas de las viejas historias”, dijo. “Me he dedicado a
vivir toda mi vida. Realmente no creo que necesite recordar esas
cosas”.
Pero los demás sí recordaban, y homenajeaban el recuerdo. Sus
compatriotas irlandeses, orgullosos de ella, iban marcando en el calendario
todas las marcas que iba batiendo su superabuelita a medida que corría
el tiempo. Incluso hicieron una tabla, que reproducimos a continuación:
18 de abril de 2014 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 61 días, supera a
la ciudadana más longeva de todos los tiempos en NORUEGA, Maren
Bolette TORP [1876-1989]
13 de agosto de 2014- Kathleen Snavely, a los 112 años y 178 días, supera
a la residente más longeva de todos los tiempos de AUSTRIA, Maria
MIKA [1882-1994]
21 de agosto de 2014 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 186 días,
supera a la ciudadana más longeva de todos los tiempos de BÉLGICA,
Joanna DEROOVER [1890-2002]
24 de agosto de 2014 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 189 días,
supera a la nativa más longeva de todos los tiempos de ESCOCIA,
Jane GRAY [1901-2014]
2 de noviembre de 2014 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 259 días,
supera a la ciudadana más longeva de todos los tiempos de
FINLANDIA, Lempi ROTHOVIUS [1887-2000]
9 de enero de 2015 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 327 días, supera
a la residente más longeva de todos los tiempos de SUIZA,
Rosa REIN [1897-2010]
13 de febrero de 2015 - Kathleen Snavely, a los 112 años y 362 días,
supera a la residente más longeva de todos los tiempos de ALEMANIA,
Maria LAQUA [1889-2002]
17 de febrero de 2015 - Kathleen Snavely, a los 113 años y 1 día, supera a
la ciudadana más longeva de todos los tiempos de SUECIA,
Astrid ZACHRISON [1895-2008]
26 de marzo de 2015 - Kathleen Snavely, a los 113 años y 38 días, supera
a la NATIVA IRLANDESA MÁS LONGEVA DE TODOS LOS
TIEMPOS, Anne Isabella SCOTT [1883-1996]
30 de marzo de 2015 - Kathleen Snavely, a los 113 años y 42 días, supera
al hombre más longevo de todos los tiempos de GRAN BRETAÑA,
Henry ALLINGHAM [1896-2009]
5 de mayo de 2015 - Kathleen Snavely, a los 113 años y 78 días, supera a
la GEMELA más longeva de todos los tiempos, Mary CROMBIE de
Illinois, EE. UU. [1890-2003]
Sus mejores momentos
Nacida para los negocios
Con 112 años, Kathleen Snavely dio muy acertados consejos de negocios a
unos parientes que habían ido a visitarla. Aún conservaba la chispa que la
llevó a crear un imperio comercial junto a su primer marido. Ambos
autodidactas, aprendieron sobre la marcha todo lo que había que saber sobre
dirección y administración de empresas. Kathleen confesó que su primer
marido y ella habían estado “muy enamorados” y agregó: “Ese fue el
secreto de nuestro éxito”. De tener una pequeña lavandería pasaron a fundar
una compañía láctea, junto en el momento en que estallaba la Crisis de
1929. El desplome generalizado de la economía en los Estados Unidos no
hizo mella en el joven matrimonio, que trabajó unido de sol a sol y vio
premiados sus esfuerzos: la empresa no solamente sobrevivió sino que al
acabarse la Gran Depresión contaban con 40 empleados, dos tiendas locales
al por menor y una heladería.
La Anciana Orden de los Hibernianos
La Anciana Orden de los Hibernianos (Ancient Order of Hibernians, o
AOH) le llevó flores a Kathleen en su cumpleaños 112 . Hibernia es el
nombre en latín de la isla de Irlanda. La Orden, activa en todos los Estados
Unidos, busca ayudar tanto social como económicamente a los irlandeses
que llegan al país. Se trata de una organización católica irlandesa, de las
más antiguas que existen en EE. UU., fundada en la región minera de
Pensilvania y en la ciudad de Nueva York en mayo de 1836. La Orden traza
sus orígenes a 300 años antes, cuando organizaciones similares ya existían
en Irlanda. Surgieron por la necesidad de proteger a los irlandeses católicos,
en especial al clero de esa fe, cuando Inglaterra promulgó las leyes penales
de 1691 en contra del catolicismo. En el siglo XIX una situación similar se
repitió en América. En el siglo que se extiende a partir de 1820 llegaron a
Estados Unidos 5 millones de inmigrantes irlandeses. Su presencia provocó
una vigorosa reacción entre ciertos estadounidenses locales, conocidos
como los "nativistas", que denunciaban a los irlandeses por su
comportamiento social, su impacto en la economía y por su credo católico.
Violentos nativistas protagonizaron ataques contra conventos e iglesias
católicas. La AOH protegió y ayudó en todo lo que pudo a sus compatriotas
recién llegados.
Videoteca: Kathleen Snavely canta la típica canción irlandesa ‘Cuando los
ojos irlandeses sonríen’ (When Irish Eyes are Smiling)
https://www.youtube.com/watch?v=b8w4Mdc8Q5U
El país que más mima a los centenarios
Irlanda cuida con especial mimo de sus centenarios. Cuando uno de sus
ciudadanos alcanza la edad de oro del siglo, reciben una carta del presidente
irlandés felicitándoles, una moneda conmemorativa, y un cheque que en
2015 superaba los 2.500 euros. A partir de ese momento, a cada nuevo
cumpleaños del centenario se repetirá el ritual de envío de la carta y la
moneda. En 2014, por ejemplo, fueron 423 centenarios irlandeses los que
recibieron los regalos.
Citas
"Trabajad duro y no os excedáis con la bebida. Convertíos en alguien de
quienes pueda estar orgullosa” – Consejo que les dio Kathleen Snavely a
sus hermanos justo antes de emigrar a América.
"Soy una persona como los demás, nada especial”
"Realmente no creo que necesite recordar las viejas historias” – Cuando le
preguntaron por su juventud en la complicada República de Irlanda de
principios del siglo XX.
"Si te gustan los negocios y disfrutas gestionándolos, la experiencia te
enseñará cómo manejarlos”
“No puedo pensar en nada que le gustara más a mi marido que apoyar a otra
gente joven y ambiciosa como lo éramos nosotros” – Cuando hizo una
donación de un millón de dólares a la Facultad de Económicas de la
Universidad de Siracusa, en memoria de su primer marido.
Cuando le preguntaron el secreto de su longevidad dijo:
‘'Me he dedicado a vivir toda mi vida”
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36. Asidua a casinos
Jeralean Talley
Jeralean Talley (apellido de soltera Kurtz; 23 de mayo de 1899 – 17 de
junio de 2015) fue una supercentenaria norteamericana que se convirtió, a
la edad de 116 años y 25 días, en la persona viva más anciana del planeta.
Con anterioridad se pensaba que era el individuo americano de más edad,
desde que había muerto Elsie Thompson el 21 de marzo de 2013. Pero en
julio de 2014 se pudo verificar que Gertrude Weaver (capítulo 5) era
mayor. Cuando Weaver falleció el 6 de abril de 2015, la sucedió Talley. Esta
superabuela recibió cartas del presidente de los Estados Unidos Barack
Obama en sus cumpleaños números 114 y 116, en las que se reconocía su
longevidad.
Talley nació el 23 de mayo de 1899 en la localidad de Montrose
del estado de Georgia. Sus padres fueron Samuel y Amelia Kurtz. Era una
de 12 hermanos. Pasó sus primeros años en una granja donde de la mañana
a la noche recogía algodón y cacahuetes, y cosechaba patatas dulces. Se
mudó a Inkster en Michigan en 1935, donde vivió hasta su muerte. En 1936
se casó con Alfred Talley (30 de enero de 1893 – 17 de octubre de 1988).
Tuvieron descendencia, una niña, Thelma Holloway, nacida en 1937.
Jeralean y Alfred estuvieron casados 52 años antes de que él muriese en
octubre de 1988, a la edad de 95 años. La supercentenaria tuvo en vida tres
nietos, diez bisnietos y 4 tataranietos. Además era la madrina del hijo de su
gran amigo Michael Kinloch. Su ahijado se llamaba Tyler y llegó a verlo
convertirse en veinteañero. Cuando lo conoció por primera vez, de recién
nacido, le puso un billete de 5 dólares en su diminuto puño. “Dios me dijo
que cuando naciera tu hijo, debería darle 5 dólares”, le contó al padre del
bebé.
Solo una vez la abuela del mundo intentó conducir un coche. Con la
mala suerte de que se equivocó de marcha y solo logró ir hacia atrás,
en lugar de hacia delante. Nunca quiso probar de nuevo.
Según contaba su hija Thelma, Jeralean permaneció activa toda
su vida, e incluso en sus últimos años cosía vestidos, hacía colchas y
jugaba a las máquinas tragaperras en los casinos. Jugó a los bolos hasta
que cumplió los 104 años, momento en que sus piernas se debilitaron.
También practicaba la jardinería y cortaba el césped hasta muy avanzada
edad. Incluso continuó yendo en excursiones anuales de pesca con su amigo
Michael Kinloch y su hijo Tyler (que también era su ahijado). En mayo de
2013, a la edad de 114 años, pescó 7 siluros.
Talley era miembro de la iglesia baptista Misioneros de la Nueva
Jerusalén, cuyos miembros la llamaban “Madre Talley”. En mayo de 2013,
tuvieron una forma original de celebrar el cumpleaños número 114 de la
supercentenaria: le pusieron su nombre al camino de entrada al templo.
Talley además recibió en esa ocasión una carta personal del presidente
Barack Obama, quien se refería a ella como “parte de una generación
extraordinaria”. La misiva volvió a repetirse cuando cumplió 116 años, pero
en esta segunda carta Obama aludía a “lo extenso de su experiencia y la
profundidad de sus conocimientos” que según el presidente “refleja el largo
camino que nuestra nación ha recorrido desde 1899”. Añadía Obama que
“durante todo este tiempo, ha habido reveses y avances, salidas en falso y
victorias improbables, y a través de todas estas vicisitudes el espíritu de
nuestro país ha aguantado –reforzado y enriquecido en cada generación”.
Talley decía regirse por la Regla de Oro: “Haz a otros lo que te
gustaría que te hicieran a ti”. Se la conocía en su comunidad por su
sabiduría, buen juicio e ingenio, y algunas veces los conocidos recurrían a
ella en busca de consejo. La supercentenaria recomendaba a la gente que
empleara el sentido común, y añadía: “Nunca tuve mucha educación pero
el poco juicio de que dispongo, trato de usarlo”.
El 17 de junio de 2015 Talley murió después de pasar una semana
hospitalizada. Había rezado para no tener una agonía dolorosa, y obtuvo su
deseo. Falleció pacíficamente en su sueño tras haber vuelto a su hogar en
Inkster del hospital. Su amigo de toda la vida Michael Kinloch comentó:
“Por cierto que Dios le concedió su deseo”. De ella dijo su hija Thelma
Holloway, que tenía 77 años en el momento de fallecer su madre: “Solo
tenemos que recordarla como la persona maravillosa y caritativa que era”.
Casi un mes antes de su muerte, el 23 de mayo de 2015, había
cumplido los 116. Cuando le preguntaban con insistencia por la
increíblemente avanzada edad que había logrado alcanzar, ella solo
respondía: “Yo no tengo ni arte ni parte en eso”. Nunca cambió su
respuesta al correr de los años. Y sin embargo el camino había sido largo,
con vivencias de tres siglos distintos. Talley superó el promedio de
esperanza de vida, que en la actualidad se sitúa en unos 78,8 años, por más
de 37 años. Toda una marca.
La sucedió en el trono de los supercentenarios Susannah Mushatt
Jones, también estadounidense y nacida en Alabama el 6 de julio de
1899. Con lo cual a mediados de 2015 solo quedaban en el planeta
Tierra dos personas (reconocidas oficialmente) nacidas en el siglo
XIX.
Jeralean Talley hacía gala de arraigadas antiguas costumbres. Es lo
que suele ocurrir cuando una vive hasta los 116 años. Cada mañana, se
bebía su café negro con un poco de azúcar. No le gustaba el queso, así que
nunca lo comía. Su mente estaba en buen estado. Ella misma aseguraba que
se sentía bien, cómoda en la casa que había sido su hogar por tantas
décadas.
Había ido subiendo poco a poco por la escala de los
supercentenarios. Cuando tenía 113 años, falleció Elsie Thompson de
Florida y Jeralean se convirtió entonces en la persona de más edad de los
Estados Unidos. A continuación ocupó el tercer lugar mundial de los más
longevos a la muerte de la italiana Maria Redaelli-Granoli, a la que le
faltó solo un día para llegar a los 114 años. Redaelli vivió del 3 de abril de
1899 al 2 de abril de 2013. Justo antes de morir, era la persona viva de más
edad de Italia y también de toda Europa, y la cuarta persona más longeva
del planeta, por detrás de Jiroemon Kimura (capítulo 2), Misao Okawa
(capítulo 4) y Gertrude Weaver (capítulo 5).
Maria Angela Redaelli había nacido en Inzago, cerca de Milán,
en la región de Lombardía. Se casó con Gaspare Granoli (1898-1979). La
pareja tuvo dos hijos, Carla (1925) y Luigi (1930-2004). Trabajó en una
fábrica de hilado de seda por casi 40 años mientras que su marido trabajaba
en la siderurgia, concretamente en las industrias Breda, en Sesto San
Giovanni, donde vivía la familia. En 1974, Redaelli se mudó a Novate
Milanese para vivir con la familia de su hija.
Redaelli en sus últimos días mantuvo la buena salud y la mente clara,
aún seguía activa en buena medida, e incluso era capaz de caminar.
Aún más, aunque tenía algunos lógicos problemas con su vista y su
oído, todavía leía periódicos y revistas cada día, y seguía con el mismo
fervor de siempre en televisión los encuentros de su equipo favorito de
fútbol, el Inter de Milán.
El 3 de abril 2012, celebró su cumpleaños 113º con una gran fiesta
que organizó su ciudad, Novate Milanese, con la ayuda del club de fans
local del Inter. A la abuela del mundo la llevaron en un coche de policía al
centro de la ciudad, donde la recibió el alcalde Lorenzo Guzzeloni, y fue
homenajeada por sus conciudadanos. Durante la fiesta Readelli recibió una
camiseta especial y los mejores deseos de su equipo de fútbol.
La supercentenaria italiana falleció por causas naturales mientras
dormía el 2 de abril de 2013 a la edad de 113 años y 364 días. La sobrevivió
su hija, que ya tenía 88 años en el momento de la muerte de su madre, 3
nietos, y 10 bisnietos.
Talley ocupó entonces el tercer lugar en la lista de personas más
longevas del mundo, que aún estaban vivas. “En el caso de Jeralean Talley,
fue determinante para verificar su edad el censo de 1900”, dijeron desde el
grupo de investigación gerontológica. “Comprobamos padres y parientes
con el fin de confirmar que esa persona es la misma que aparece en los
registros”.
Cuando (¡una vez más!) se le preguntó a Talley por qué creía ella
que había vivido tanto, la supercentenaria delegó responsabilidades en un
poder superior. Levantó su brazo y señaló al cielo. “No me pregunten a mí”,
replicó. “Pregúntenle a Él”.
Solo una persona de cada 5 millones de estadounidenses vive lo
suficiente para convertirse en supercentenaria, calculan los expertos en
gerontología. El doctor Tom Perls, profesor de medicina en la Universidad
de Boston y director del estudio sobre centenarios de Nueva Inglaterra,
reconoció que al parecer la longevidad no tiene mucho que ver con el llevar
una vida saludable a ultranza, lo que incluye hacer mucho ejercicio o fumar.
Influyen mucho más los factores genéticos, en su opinión. Por las
investigaciones llevadas a cabo hasta ahora, no se trata de unos pocos genes
singulares, sino de una combinación de muchos genes que, cuando se
produce, “es mejor que si te hubiera tocado la lotería”. El problema es que
solo tiene lugar en muy pocos individuos.
Perls contó que el doctor L. Stephen Coles, director ejecutivo del
Grupo de Investigación Gerontológica, una institución que es una
autoridad en la materia a nivel mundial, “empezó a estudiar a los
supercentenarios porque quería descubrir los secretos que los hacían
vivir tanto. Descubrió que mientras que la gente que llega a más
avanzada edad en todo el mundo tienen religiones, ocupaciones y
estilos de vida variados, les une el hecho de que sus padres, parientes e
hijos con frecuencia también son longevos”. Para el doctor Perls eso
significaría que “la longevidad se hereda”.
En el caso de Talley, efectivamente 11 de sus parientes
superaron los 90 años. Cinco generaciones de la familia conviviendo al
mismo tiempo.
Talley tuvo que dejar de jugar a los bolos, pero con un andador aún
podía moverse por su casa, y a los 113 años aún mantenía la ilusión de la
cita anual de pesca con Michael Kinloch, un amigo que era ingeniero, tenía
entonces 54 años y vivía en la localidad de Canton. Lo había conocido más
de dos décadas atrás en su iglesia. Kinloch siempre se asombraba por la
memoria que aún conservaba la supercentenaria: “fenomenal”. Ella le
contaba historias de mucho tiempo atrás, como la de la única vez que había
intentado conducir. El plan en principio parecía sencillo: era la década de
los años 30 del siglo XX y Jeralean solo iba a meter el coche en el garaje.
“En vez de avanzar, lo hice retroceder”, recordaba casi un siglo más tarde
riendo. Su marido, Alfred Talley, que murió en 1988, le pegó un grito. La
respuesta de ella fue abrir la puerta del vehículo y salir… para nunca volver
al asiento del conductor. Le dijo a su esposo que cada vez que necesitara ir
a algún sitio, él la llevaría.
Otra amiga de Talley, Mary Kennedy, que ejerció como enfermera
durante 40 años, contaba de ella que siempre se mantenía alerta, y tenía
sentido del humor. “Es original”, la definió, “no hay nadie como ella”.
La receta que los medios de comunicación publicaron cuando
Jeralean cumplió 114 años en 2013 fue triple. Si quieres llegar a vivir
mucho tiempo, “sé agradable, adora a Dios, y come manitas de cerdo”.
Jeralean comía mucha carne de cerdo. Cada Navidad, le preparaba queso de
cabeza de cerdo a su amigo Kinloch. Él siempre se lo agradecía. Además
creía que, gracias a ese regalo anual que le preparaba, la superabuela se
mantenía alerta y activa. Por cierto que, como a muchos otros
supercentenarios, a Talley le encantaban los postres y dulces. A veces
obsequiaba a sus amigos con pastel de nueces que obtenía del nogal que
crecía en su patio.
En aquellos tiempos, entre los 113 y 114 años, todavía la
superabuelita se sentía bien, vivía con su hija Thelma Holloway (entonces
de 75 años), y contaba que pasaba su tiempo viendo el Show de Ellen
Degeneres y la Rueda de la Fortuna en televisión, y escuchando
partidos de béisbol en la radio. Jeralean no tenía equipo favorito. A veces
se quedaba despierta hasta medianoche. Y disfrutaba especialmente con
sus comidas favoritas: ensalada de patatas, los panecillos de miel, los
nuggets (trocitos) de pollo de McDonalds, y el chile de otro
establecimiento de comida rápida, Wendy.
Cuando sus piernas se debilitaron y ya no pudo jugar más a los
bolos (había llegado a los 200 puntos en un solo juego), Talley aún trataba
de mantenerse en forma. Obligada a permanecer sentada todo el día,
balanceaba sus brazos en el aire y daba patadas con sus piernas para
ejercitarlas.
Pero la pesca sí que no la perdonó ni en sus últimos años. Su amigo
Kinloch contaba que “ella solo tenía que arrojar el sedal, y yo ya me
lanzaba a sacar el pez del anzuelo”.
Los domingos siempre se la podía encontrar, como devota cristiana
que era, en su iglesia. Siempre se sentaba en el primer banco, en un asiento
central reservado especialmente para ella. Fue al cumplir 114 años cuando
se encontró con la sorpresa de que su congregación iba a nombrar el camino
de acceso al templo como “Entrada de la Madre Jeralean Talley”. Los
feligreses de la iglesia llevaban organizándole fiestas de cumpleaños desde
que cumplió los 95 años. Y en esos aniversarios aprovechaban para sacar de
la supercentenaria tantas fotos como les era posible porque era el único día
del año en que Talley se resignaba a ser fotografiada, y convertirse en
centro de la admiración mundial.
Porque la edad de Jeralean Talley le había ganado en sus últimos
años la atención internacional. Cuando cumplió 116 años recibió como
regalo 116 dólares del Departamento Sanitario de su localidad Inkster, un
dólar por cada año de su vida. Antes de partir de las instalaciones, Talley
saludó a la multitud que se había congregado para agasajarla y dijo: “Os lo
agradezco mucho, mucho, mucho”.
Robert Young, del Grupo de Investigación Gerontológica, comentó
en esta ocasión: “Tienes más probabilidades de ganar la lotería que de
alcanzar esta edad”. La supercentenaria vivió hasta el final en su propia
casa. Su hija se mudó y permaneció con ella para atenderla en los últimos 7
años de su existencia. Talley echaba siestas intermitentes a lo largo del día.
Cuando tenía 99 años tuvo que acudir al hospital, porque sufría de
alta presión arterial. “Hizo hincapié”, contaron luego sus amigos, “en que
no quería pasar la noche en el centro”. Su amiga Jacquelyn Wilson
especificó que “de hecho no deseaba ir en absoluto para empezar, pero tuvo
que quedarse hospitalizada aquella noche, y fue la única vez que le sucedió
en toda su vida, aparte de cuando dio a luz”.
Aquellos que la conocían bien la describían como una mujer sabia,
de voluntad fuerte, que usaba el sentido de humor para dejar bien clara su
postura, que no se quejaba, siempre daba buenos consejos, se mantenía
siempre optimista, y era abierta, honrada y profundamente religiosa.
“Aprendí de ella la Regla de Oro, tratar a los demás como quieres que te
traen a ti, y lo aplico en cada día de mi vida”, contó emocionado su ahijado
Tyler Kinloch, al que su madrina vio cumplir los 21 años.
Pese a que no le entusiasmaba, el interés público sobre su vida fue
incrementándose a media que envejecía, de modo que resultó objeto de
reportajes y noticias aparecidas en Internet, prensa escrita y televisión.
Claude Jackson, de 74 años en el último cumpleaños de Talley, era
uno de los feligreses de la parroquia de la supercentenaria. La llamaba
“Mama”, y relataba cómo siempre le daba buenos consejos, incluyendo el
de “hacer siempre lo que es correcto”. “¿Conoces esa sensación que tienes
cuando consigues un regalo que no te esperabas? Bueno, pues cuando
hablas con ella, te sientes incluso mejor”, aseguró este hombre.
La hija de Jeralean siempre explicaba a todo el que la quería oír
que su madre vivía la vida día a día. Cuando un periodista de Free Press la
visitó para entrevistarla no dijo gran cosa, pero se le iluminaba el rostro
cada vez que su tataranieto de dos años, Armmell Holloway, pasaba a su
lado en el salón. Su amiga Wilson aprendió de ella, según dijo, a “vivir la
vida al máximo, desde luego necesitas estar activo hasta el final”.
Talley vivió dos cambios de siglo, al haber nacido en 1899, y fue
testigo del paso de 20 diferentes presidentes norteamericanos por la Casa
Blanca.
Sus mejores momentos
La pesca beneficia la salud
La superabuela Jeralean Talley tuvo que dejar de jugar a los bolos a los 104
años, porque sus piernas se debilitaron, pero ni siquiera entonces quiso
renunciar a su viaje anual de pesca con su mejor amigo por nada del mundo.
“Ella solo tenía que arrojar el sedal, y yo ya me lanzaba a sacar el pez del
anzuelo”, contaba siempre Kinloch. A la edad de 114 años, pescó 7 siluros.
La pesca es un deporte muy activo, pese a la tradicional imagen de
tranquilidad que se transmite del pescador. Los pescadores pueden recorrer
kilómetros río arriba hasta hallar el enclave adecuado, saltar de roca en
roca, o luchar como jabatos por sacar la pieza del agua. La práctica de la
pesca fortalece la salud y el desarrollo físico y a la vez ayuda a combatir el
estrés. Se requiere cierta destreza natural para practicarlo, que casi todos
podemos desarrollar. Es una actividad apta para todas las edades, ¡y es
divertida! Se ejercita todo el cuerpo: tronco, piernas y brazos. Si además se
logran capturas, ¡miel sobre hojuelas! El pescado tiene pocas calorías, unas
80 por cada cien gramos, y a cambio aporta abundantes propiedades
nutritivas a nuestro organismo.
A más espiritualidad, más longevidad
La superabuela Talley pertenecía a la iglesia baptista Misioneros de la
Nueva Jerusalén. Sus compañeros de congregación la llamaban “Madre
Talley”. Cerca de un millar de diferentes estudios extraen la misma
conclusión: la espiritualidad o creencia en lo trascendente ayuda a alargar la
vida. Existe una relación significativa entre la frecuencia de la práctica
religiosa y la longevidad. Se cree que la esperanza de vida se alarga en
torno a un 35% para los creyentes. Al parecer influyen tres factores. El
primero, que las creencias orientan las decisiones diarias, con lo cual se
reduce el estrés. Segundo, el apoyo social que reciben de sus comunidades
religiosas los creyentes los hace sentirse apoyados y protegidos. Tercero, la
adopción de hábitos de vida saludables que promueve la religión.
Varias investigaciones han inferido que la participación en
prácticas religiosas se correlaciona con una disminución en la incidencia de
enfermedades y la mortalidad. Se ha cifrado en un aumento de hasta siete
años la esperanza de vida en aquellas personas que realizaban prácticas
religiosas. En un sondeo en concreto realizado sobre 91.000 sujetos del
estado norteamericano de Maryland, se descubrió que había menos
incidencia de cirrosis, enfisema, suicidio y cardiopatía isquémica en
personas que asistían regularmente a su respectivo lugar de culto religioso.
Según estudios realizados recientemente, el estilo de vida y los
comportamientos que promueven las diferentes creencias religiosas
potencian la sensación de bienestar y salud personal.
Un grupo de expertos israelíes llevó a cabo por su parte un estudio
de la población de su país en el que se incluyeron 140.000 personas con
edades comprendidas entre 45 y 89 años. Los pacientes fueron sometidos a
observación durante un período de 9 años para evaluar la influencia de las
creencias religiosas en la salud. Las conclusiones del trabajo confirmaron
otros publicados previamente, en los que se demuestra que el estilo de vida
y los comportamientos que promueven las diferentes creencias religiosas
potencian la salud. Además parece que la mayoría de las personas que
fallecieron durante el largo período de seguimiento se calificaban como
ateos. El papel de la religión en la salud fue estudiado ya en 1897 por el
sociólogo francés Émile Durkheim. Cien años después, los estudios más
recientes publicados al respecto confirman que las personas con creencias
religiosas tienen menos riesgo para sufrir prácticamente cualquier
enfermedad, pero sobre todo se describe baja incidencia de depresión,
hipertensión arterial, enfermedades infecciosas, cirrosis hepática e incluso
enfermedades tumorales.
Videoteca: Noticia de su muerte (en inglés)
https://www.youtube.com/watch?v=0KUIDQrs4VU
Videoteca: Cuando cumplió 115 años (en inglés)
https://www.youtube.com/watch?v=yAk1yEgrb3M
Citas
"Dios me dijo que cuando naciera tu hijo debería darle 5 dólares” – en el
momento de nacer su ahijado Tyler, hijo de su gran amigo Michael Kinloch.
“Trata a otros como te gustaría que te tratasen a ti"
"Haz siempre lo correcto”
"Nunca puedes haber rezado lo suficiente”
“Yo no tengo ni arte ni parte en eso” – Cuando le preguntaban cómo había
logrado alcanzar tan avanzada edad.
“No me pregunten a mí: pregúntenle a Él” – señalando al cielo.
“Nunca tuve mucha educación, pero el poco juicio de que dispongo, trato
de usarlo”
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37. El superabuelo más original
Walter Breuning
Walter Breuning (21 de septiembre de 1896 – 14 de abril de de 2011) fue el
sexto hombre jamás verificado que logró alcanzar la edad de 114 años. En
el momento de su fallecimiento, este norteamericano había logrado
convertirse en el cuarto hombre más viejo de la historia y el tercero de los
Estados Unidos.
Nació en Melrose, Minnesota, hijo de John Breuning y Cora
Morehouse Breuning. Tuvo dos hermanos y dos hermanas. En 1901,
cuando tenía cinco años, su familia se mudó a la localidad de De Smet, en
Dakota del Sur. Allí fue a la escuela durante nueve años hasta que su
familia se rompió en 1910. Breuning siempre se refirió después a aquella
época como “las edades oscuras”, debido a que su familia tuvo que
sobrevivir sin electricidad, agua corriente ni saneamiento.
Aunque sus padres solo vivieron hasta los 50 y 46 años, el resto de
sus parientes sí que compartió su longevidad. Tanto sus abuelos paternos
como maternos llegaron a ser nonagenarios, y sus hermanos vivieron hasta
los 78, 85, 91 y 100 años. Cuando él murió le sobrevivieron una sobrina y
tres sobrinos, todos ellos en la década de los 80 años, y además tenía
sobrinos nietos y sobrinas nietas.
A la edad de 14 años, en 1910, dejó la escuela, y empezó a trabajar.
Su primer oficio era el de raspar sartenes de una panadería. Luego entró en
la compañía de ferrocarriles Great Northern Railway (Gran Ferrocarril del
Norte) en 1913, y allí se mantuvo colocado por más de medio siglo, hasta
los 66 años. Durante sus primeros tiempos en la compañía, Breuning tenía
que esconderse del propietario James J. Hill para que no lo viera, puesto
que no quería contratar a nadie menor de 18 años, y a él lo habían empleado
a los 17.
Breuning era francmasón, y miembro de la Logia de Great
Falls número 118, en el estado de Montana, por más de 85 años. Tuvo el
grado 33 del Rito Escocés, el último y más elevado de la escala
jerárquica.
Se alistó durante la Primera Guerra Mundial, pero nunca fue
llamado a filas. Y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, era ya
demasiado viejo para ingresar en el ejército.
Se mudó a Montana en 1918, donde continuó trabajando como
empleado de la Great Northern Railway. En Montana conoció a Agnes
Twokey, una telegrafista de Butte, con la que estuvo casado de 1922 hasta
la muerte de ella en 1957. No tuvieron hijos.
Era la creencia general que Breuning nunca había vuelto a casarse,
puesto que en su momento había declarado: “Los segundos
matrimonios nunca funcionan; ni siquiera funcionan los primeros
matrimonios hoy día”.
Pero la vida les tenía reservada una sorpresa a los seguidores
del superabuelo. A su muerte, se localizó un certificado matrimonial, que
ponía de manifiesto que se había casado con Margaret Vanest el 5 de
octubre de 1958, un año después del fallecimiento de su primera esposa,
cuando él ya era sexagenario. Vanest falleció el 15 de junio de 1975.
Breuning vivió en el Centro Asistencial y de Retiro Rainbow en
Great Falls, Montana, por nada menos que 32 años. Se mudó allí en 1979
cuando el establecimiento todavía se llamaba The Rainbow Hotel (Hotel
Arcoíris). El abuelo del mundo tenía entonces 83 años. El Hotel Arcoíris se
volvió centro asistencial y residencia en 1996. Cada año, desde que
Breuning alcanzó el siglo de edad, el centro Rainbow le organizaba una
fiesta de cumpleaños. A medida que fue envejeciendo, y en especial desde
que obtuvo el título de hombre más anciano del planeta en julio de 2009, los
medios de comunicación inundaban el centro a cada nuevo aniversario del
supercentenario. Merecía la pena solo por oír el discurso de cumpleaños
que Breuning ofrecía.
Se trataba de un hombre original. Por ejemplo, adoraba los puros.
Llevaba toda su larga vida fumándolos. Pero en una entrevista que le
realizaron cuando tenía 110 años confesó que los había dejado a la edad de
103, porque su precio se había encarecido demasiado. Volvió a recaer en el
vicio a los 108 años, aunque solo por un breve periodo de tiempo. La razón,
que sus admiradores de todo el mundo, conocedores de su afición, no
cesaban de enviarle puros de regalo, que a veces le llegaban de lugares tan
lejanos como Londres.
Conservó toda su vida una aguda memoria. Podía recordar por
ejemplo las historias que le contaba su abuelo de la guerra de Secesión o
guerra civil estadounidense, y eso que por aquel entonces era un niño de
tres años. Evocaba asimismo el día en que un anarquista tiroteó al
presidente William McKinley, causándole la muerte que le sobrevino ocho
días más tarde, como la jornada en que “me cortaron el pelo por primera
vez”. Era el 6 de septiembre de 1901.
Con ocasión de su cumpleaños número 112, Breuning aseguró que
el secreto de su larga vida era permanecer activo: “Si mantienes tu mente
ocupada y tu cuerpo ocupado, vas a quedarte por aquí largo tiempo”. Esa es
en efecto una característica común que comparten muchos superabuelos.
Hasta casi el final de sus vidas siguen atareados y diligentes, cada uno con
sus particulares aficiones y quehaceres, pero todos laboriosos y ágiles de
cabeza.
Cada día sin falta Breuning se vestía elegantemente de traje y
corbata. El 24 de abril de 2009, recién cumplidos los 113 años, Steve
Hartman, del programa Asignatura América, emitido por la cadena de
televisión CBS, le preguntó si podría volver a entrevistarle de nuevo en 4
años. La respuesta de Breuning fue contundente: “¡Demonios, por
supuesto que puede!”. Participó en ese programa de abril y en otro de julio
del mismo año 2009. Durante su primera salida a antena, Breuning dijo:
“Recordemos que la vida no se mide en horas ni en días, sino en lo que
hacemos durante ese tiempo. Una vida inútil es corta incluso si dura un
siglo. Hay cosas más grandes y mejores en todos nosotros, si las
encontramos. Y siempre habrá males en este mundo, pero ningún mal acaba
teniendo éxito. El día llegará cuando la luz, la verdad, la justicia y la
bondad prevalezcan, y las equivocaciones y males no existan nunca más”.
Ya con anterioridad, en su cumpleaños 110, celebrado en
septiembre de 2006, Breuning había obtenido el pintoresco título de
Ferroviario Jubilado Mayor (de más edad) de los Estados Unidos. A la
celebración asistieron el entonces gobernador de Montana, Brian
Schweitzer, y el alcalde.
El 16 de febrero de 2009, con 112 años, Breuning hizo una
aparición memorable en televisión, en el programa Hora de las Noticias
(News Hour) de la cadena televisiva PBS, que llevaba siendo presentado
durante 32 años consecutivos por el famoso periodista Jim Lehrer, el cual
aún aguantaría hasta 2011 antes de anunciar su retiro de antena. Lehrer
llevaba 52 años ejerciendo la profesión periodística en televisión, y rozaba
ya los 80 años. Fue este un programa emblemático, en que dos
plusmarquistas de primera línea, Breuning y Lehrer, cada uno en su estilo,
se encontraron cara a cara ante las cámaras. Breuning contó que el primer
presidente al que votó cuando tuvo edad fue Woodrow Wilson. Wilson fue
presidente desde 1913 a 1921 y hoy día se le conoce por ser el principal
impulsor de la Sociedad de Naciones, predecesora de las actuales Naciones
Unidas. Por este logro obtuvo el premio Nobel de la Paz en 1919.
Breuning también dijo que la noticia más impactante que oyera en
toda su vida fue la del crac de la Bolsa de Nueva York de 1929, que dio
origen a la Gran Depresión. A continuación describió cómo era la vida
durante la Gran Depresión, con la inseguridad y la miseria extendiéndose
por doquier.
La compañía ferroviaria BNSF le hizo el homenaje más
impresionante a Breuning en sus últimos años. El Ferrocarril norteño de
Burlington Santa Fe (con siglas BNSF) es una empresa ferroviaria
localizada en los Estados Unidos, cuya orientación es el transporte de
mercancías. Es uno de ocho ferrocarriles denominados clase 1, ya que los
beneficios superan los 277.7 millones de dólares. La red férrea suma 27
estados y 51.200 kilómetros (32.000 millas). También posee 48 kilómetros
de vías en Vancouver (Canadá). Es rival de la Union Pacific, que abarca
54.400 kilómetros (34.000 millas).
BNSF nombró en honor de Breuning al extremo occidental de su
nueva línea ferroviaria de Broadview, en el cruce de trenes donde
anteriormente se encontraba la conocida como línea del cruce de
Laurel del Norte, cerca de Broadview en Montana. Breuning estuvo
presente en la dedicación de la nueva línea a su memoria el 2 de
septiembre de 2009.
Otro sentido homenaje que recibió el superabuelo provino de la
organización Embajadores de Montana. Como le reconocieron, en sus
últimos años de vida Breuning había atraído la atención mundial hacia su
estado de residencia y actuado de facto como embajador extraoficial. A
partir del 24 de febrero de 2010, obtuvo reconocimiento oficial al serle
entregado un alfiler conmemorativo. También recibió una carta donde se le
daba la bienvenida al seno de esta organización que promueve el estado de
Montana, alienta su vitalidad económica y organiza actividades para
fomentar aquello que le sea beneficioso. La sociedad contaba con 180
miembros cuando agregaron a Breuning. La razón para incluirlo, según
explicó su entonces presidente electo Channing Hartelius, abogado de Great
Falls, no fue por sus 113 años de edad, sino porque su longevidad había
hecho más conocidos en el mundo tanto al estado como a la propia
localidad de Great Falls en que residía el superabuelo.
“Sentimos que Breuning representa de verdad lo que los habitantes
de Montana tienen a gala y deberían ser”, agregó.
La organización tenía ya por entonces 26 años de existencia. Los
nombres de los candidatos a ingresar se presentaban a la oficina del
gobernador y si los aprobaba, entonces la junta directiva de Embajadores de
Montana pasaba a estudiarlos y votaba aquellos que consideraba más
merecedores de tal honor.
Hartelius afirmó que Breuning había sido un activo promotor del
estado en todo el planeta. “Si él no se merece la distinción de entrar en la
sociedad, no sé quién se la merece”.
Breuning se sintió honrado y apenas digno de tal reconocimiento.
Sobre todo apreció que procedía de una organización que promovía el
trabajo duro. “Ayudar a otros es ayudarse a uno mismo. Siempre se lo digo
a los jóvenes cuando vienen a verme”.
El supercentenario subrayó que a lo largo de su vida siempre se sintió
motivado para ir a trabajar cada mañana, y que siguió en su puesto
profesional hasta más allá de pasados los 90 años. “Sigue trabajando
hasta que ya no puedas trabajar más, y luego trabaja todavía algo
más”, recomendó. “Descubrirás lo bien que te sienta trabajar si sigues
trabajando”.
En 1960, cuando tenía 64 años, a Breuning se le diagnosticó cáncer
de colon. Se le trató con éxito y no tuvo ninguna recaída. Nunca más el
superabuelo sufrió de ningún otro problema de salud hasta que se rompió la
cadera a la edad de 108 años. Pasó ocho días en el hospital y quedó
totalmente curado en 21 días. A los 111 años, en noviembre de 2007,
Breuning empezó a usar audífonos. En septiembre de 2009, cuando faltaba
una semana para su cumpleaños número 113, Breuning se cayó y se
magulló la cabeza, pero aparte de esa herida en el cráneo, siguió bien. En
general, el abuelo del mundo se conservaba en excelente forma para su
edad. Caminaba sin ayuda y se negaba a usar el ascensor para subir a su
apartamento, situado en el segundo piso, hasta que se rompió la cadera.
Únicamente en su último año de vida Breuning empezó a mostrar signos de
debilitamiento. Primero necesitó un andador para desplazarse de un lado a
otro, y después una motocicleta para personas mayores, del tipo de carritos
(las conocidas como scooters, que es su denominación en inglés).Pese al
declive de su salud física, mantuvo su buena salud mental, sin merma
ninguna, hasta el final.
Breuning atribuía en gran parte su longevidad a su dieta. Poco
después de que su esposa muriese, Breuning empezó a salir a comer a la
hora del almuerzo a restaurantes. Con el tiempo, abandonó esta costumbre,
pero siguió haciendo solo dos comidas al día. Empezaría su jornada con un
desayuno sustancioso, y proseguiría con una comida del mediodía
contundente, pero evitaría ingerir mucha cena. Al llegar la noche se
conformaba con un poco de fruta.
El superabuelo bebía muchos vasos de agua a lo largo del día,
junto con una taza y media de café en el desayuno y otra con la comida. Se
levantaba cada día a las 6.15 horas de la mañana y desayunaba en torno a
las 7.30. Daba luego una vuelta por el centro The Rainbow, con el fin de
hacer algo de ejercicio. Se le podía encontrar a esas horas sentado en el
vestíbulo charlando con otros residentes, o con algunos de sus muchos
visitantes. A media tarde se retiraría a su habitación para escuchar la
radio y, cuando su vista se lo permitía, leer el periódico y los montones
de cartas que recibía de gente de todo el mundo.
No podía leer del todo bien porque sufría de cataratas en los ojos.
Esa era la razón por la que con frecuencia optaba por mantenerse ocupado
mentalmente escuchando la radio.
Durante prácticamente toda su vida, Breuning se mantuvo con
buena salud. También conservó más o menos el mismo peso durante sus
últimos 50 años de vida, entre 57 y 59 kilos (125-130 libras). Como
Breuning medía 1.73 metros de altura, su índice de masa corporal (IMC) se
situaba en torno a 19. Entre 18,5 y 25, el IMC considera al individuo
‘normal’, sin exceso ni falta de peso.
Durante muchos años Breuning tomó una aspirina infantil cada día,
pero al final dejó esta costumbre asegurando que no la necesitaba. A partir
de ese momento permaneció sin ninguna medicación en absoluto. Era firme
creencia de este supercentenario que su larga vida se debía sobre todo a
haber mantenido su cuerpo y su mente activos. No se jubiló hasta que
cumplió los 99 años. Practicó la calistenia, un sistema de ejercicio físico,
hasta sus últimos días.
El 31 de marzo de 2011, Breuning tuvo que ser hospitalizado por
una enfermedad que sufría, y que no se especificó. Se habló de que fuera
neumonía. El gobernador de Montana, Brian Schweitzer, visitó al más
anciano ciudadano del estado el 6 y el 8 de abril de 2011.
En una entrevista con la agencia de noticias Associated Press que
tuvo lugar en otoño de 2010, Breuning aseguró que sentía miedo ni rechazo
a los cambios –en especial al cambio más grande, la muerte-. “Todos vamos
a morir. A algunas personas les asusta eso. Nunca tengas miedo de morir.
Porque naciste para morir”, dijo.
Breuning murió en paz por causas naturales mientras dormía, en el
hospital de Great Falls. Eran las 3.30 horas (hora local de Montana) del 14
de abril de 2011. Había permanecido hospitalizado 15 días. En el momento
de su fallecimiento, era la tercera persona más anciana del mundo, y el
varón más longevo. El relevo lo tomó Jiroemon Kimura (capítulo 2), que
se convertiría en el hombre más anciano que jamás se haya confirmado
oficialmente.
Tal vez la anécdota más emocionante de Breuning fue la que tuvo
lugar justo antes de que muriese. Pidió compartir una oración con el
pastor de su iglesia. Le dijo entonces textualmente: “Hablé con Él
[Dios] esta mañana. Le recordé nuestro acuerdo”. Su pastor le
pregunto a qué se refería al hablar de un ‘acuerdo’. Breuning
respondió: “Si no me voy a poner mejor, es hora de que me vaya”.
Sus mejores momentos
El superabuelo masón
Walter Breuning fue masón casi toda su dilatada vida, miembro de máximo
grado de la Logia de Great Falls número 118. La Antigua Orden Arábiga
de los Nobles del Santuario Místico, comúnmente conocida
como Shriners y abreviada como A.A.O.N.M.S. (en inglés), fue establecida
en 1870 como un cuerpo dependiente de la francmasonería. La organización
es mejor conocida por sus Hospitales Shriners para niños que administra y
por los feces que sus miembros usan (gorros de fieltro rojo y de forma de
cubilete, usados especialmente por los moros, y hasta 1925 por los turcos en
color rojo). Breuning dirigió y fue secretario del capítulo local hasta que
cumplió los 99 años.
Siguió fumando a causa de sus admiradores
Él quería dejarlo, porque los puros se habían encarecido demasiado. De
modo que hizo un intento cuando tenía 103 años, y lo logró hasta los 108.
Al llegar a esta última edad sufrió una recaída. La razón, que sus fans de
todo el planeta, conocedores de su afición, no cesaban de enviarle puros de
regalo desde los puntos más remotos del globo. En esas circunstancias, no
hay fuerza de voluntad que aguante.
Videoteca: Walter Breuning hablando de la muerte en 2011, su último año
de vida (en inglés) https://www.youtube.com/watch?v=S1mW02WExqY
Videoteca: Una conversación con Walter sobre su vida en 2009, cuando
tenía 112 años (en inglés) https://www.youtube.com/watch?
v=rg3BXkNQgoI
Citas
"Los segundos matrimonios nunca funcionan; ni siquiera funcionan los
primeros matrimonios hoy en día” (Pero sí que volvió a casarse por segunda
vez en secreto)
“Recordemos que la vida no se mide en horas ni en días, sino en lo que
hacemos durante ese tiempo. Una vida inútil es corta incluso si dura un
siglo” .
"Siempre habrá males en este mundo, pero ningún mal acaba teniendo
éxito”
"Ayudar a otros es ayudarse a uno mismo, siempre se lo digo a los jóvenes
cuando vienen a verme”
"Sigue trabajando hasta que ya no puedas trabajar más, y luego trabaja
todavía algo más. Descubrirás lo bien que te sienta trabajar si sigues
trabajando”
"Todos vamos a morir. Nunca tengas miedo de morir. Porque naciste para
morir"
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38. ¿Quieres pasar de los cien? Tus
genes te ayudan
Puede que una persona tenga buena salud, puede que incluso se haya
beneficiado de una increíble buena suerte a lo largo de toda su vida. Pero
para llegar a ser supercentenario o supercentenaria, falta algo: rezar para
que nuestros antepasados nos hayan legado buenos genes. Sin ellos, las
probabilidades de convertirse en superabuelo se reducen
considerablemente.
Lo dicen los investigadores más destacados de la longevidad.
Aseguran que un estudio cuyas conclusiones se dieron a conocer en 2015
vuelve a poner de manifiesto que uno de los indicadores más certeros de si
alguien tiene papeletas para convertirse en centenario o incluso abuelo del
mundo es si algún hermano o hermana suyos lo ha logrado antes que él. O
si sus abuelos y padres vivieron hasta ser de edad avanzada.
Los impulsores del estudio, del Centro Médico de Boston, lo
comparan de forma muy gráfica a “ganar la lotería”. El doctor Thomas
Perls y su equipo han averiguado que son más de 280 genes los que se
necesitan para que se produzca la combinación que permita a la gente
vivir hasta una edad extrema, de 105 años o más.
“Como en la lotería, acertar dos números no es tan difícil, pero dar
en la diana con los siete de la combinación, eso sí que resulta complicado”.
Si lo extrapolamos a los 280 genes requeridos en la lotería genética de los
superabuelos, todavía más.
Los hermanos de personas que han logrado vivir hasta por lo menos
los 90 años tienen una probabilidad mayor que la de la media de la
población de ser capaces de alcanzar también esa edad. Un hermano o
hermana de nonagenario goza de 1.7 veces más probabilidad de
cumplir los 90 que un ciudadano promedio. Eso es casi el doble de
probabilidades. El ratio mejora a medida que tengamos hermanos
más viejos. Los hermanos de alguien que haya logrado vivir hasta los
105 años tienen 35 veces más probabilidad de vivir también hasta esa
avanzadísima edad que el resto de la población.
Los expertos emplearon como objeto de estudio a un grupo de
voluntarios de todo el mundo que había logrado vivir hasta edades
extremas. Recopilaron una base de datos de 2.200 personas que
consiguieron sobrepasar los cien años.
A este respecto, Perls comentó divertido: “Tiene mucha gracia
cuando nos llama alguien de cien años [para participar en el experimento] y
nos vemos obligado a decirle que es ¡demasiado joven!”.
“Para buscar supercentenarios, hemos tenido que andar por todo el
mundo”, agregó. “Hemos calculado que en cualquier momento del tiempo
el número de supercentenarios en los Estados Unidos se halla solamente
entre 60 y 70”.
Perls, Paola Sebastiani y otros expertos estudiaron a 1.917
personas de más de cien años que tenían por lo menos un hermano
nonagenario. En más de un millar de los casos, algún hermano llegó vivir
cien años y en 511 de los casos, un hermano alcanzó incluso los 105 o más
años. La conclusión fue que a medida que la gente envejecía y llegaba a ser
más longeva, más puntuaba ese factor familiar para que otros hermanos lo
lograsen también. Perls precisó que ya estudios anteriores mostraban que
esta circunstancia era debida a la carga genética que compartían los
hermanos, mucho más que otras muchas circunstancias que pudieran tener
en común, tales como estilos de vida, dónde nacían y crecían, o los hábitos
de sus padres.
“El papel de los genes va cobrando cada vez más y más
importancia a medida que uno cumple años para determinar si llegará a ser
centenario o incluso a superar esa edad”.
Sin buenos genes, no hay paraíso de los superabuelos, podríamos
resumir. Y lo de ‘paraíso’ no es simplemente hablar por hablar. La mayoría
de los viejos entre los viejos, los que conocemos como supercentenarios,
gozaron de buena salud hasta prácticamente el final de sus días. No tuvieron
que sufrir de una década o dos de achaques y debilidades crecientes. La
tendencia entre los abuelos del mundo es a mantenerse sanos y en muy buen
estado físico y mental hasta alrededor de los últimos 5 años de su vida.
El equipo de Perls asegura haber demostrado con su estudio que las
pocas personas que logran superar los 110 años de existencia únicamente en
sus últimos 5 años padecen de enfermedades relacionadas con la edad y con
un mayor riesgo de mortalidad. “Estos individuos además pasan sufriendo
de discapacidades un periodo de tiempo mucho más breve que el de la
media de la humanidad”.
Con lo que de nuevo volvemos a la genética y a que allí, en nuestra
carga genómica, se encuentra escrito desde el momento de nacer nuestro
destino, largo o corto, en la vida.
“La gente que vive hasta los noventa y pico años son diferentes
por completo de las personas que llegan hasta los cien o 105 años”,
puntualizó Perls.
De hecho, en 2010 el mismo equipo descubrió que las personas que
llegaban a centenarias o más podían clasificarse en 19 grupos con
firmas genéticas diferentes. Algunos de los genes que les encontraron
se relacionaban con una capacidad de supervivencia más larga, y
otros servían para retrasar la aparición de varias enfermedades
relacionadas con la edad, como podía ser la demencia senil.
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39. Veteranos centenarios de las
guerras de 1792-1815
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40. Galicia se queda sin su
superabuela
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41. Longevidad: una bendición y un
problema
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42. Anunció al mundo el inicio de la
Segunda Guerra Mundial
Clare Hollingworth
El 10 de octubre de 2015, la mujer que hizo leyenda en el periodismo de
guerra cumplió 104 años de edad. La periodista Clare
Hollingworth cambió el rumbo del planeta y de su carrera al ser la
primera en anunciar el inicio de la segunda guerra mundial.
Clare Hollingworth, de nacionalidad británica, nacida en 1911,
entró en la historia con ese anuncio. Era el 31 de agosto de 1939, y
Hollingworth había logrado trabajo como corresponsal del periódico Daily
Telegraph hacía solamente una semana. Según entró a formar parte de la
redacción, la enviaron a Polonia para informar desde allí de cómo las
tensiones políticas en Europa se incrementaban día a día. Hollingworth
convenció al cónsul general británico en Katowice (importante ciudad de la
región histórica de la Alta Silesia, en la Polonia meridional), que era
entonces John Anthony Thwaites, de que le prestara su coche con chófer
para adentrarse en misión de reconocimiento en territorio alemán. Mientras
se desplazaba en autómovil a lo largo de la frontera entre Alemania y
Polonia, la suerte le deparó divisar una masiva columna de tropas nazis,
tanques y vehículos blindados en dirección a Polonia. Hollingworth llamó
a la embajada británica en Varsovia para comunicar la invasión alemana de
Polonia.
No le fue tan fácil a la intrépida reportera que le creyera el personal
de la embajada. Menos cuando tuvo una segunda exclusiva mundial a
medida que las tropas alemanas iban penetrando en el país. Para
convencerles, hubo de sostener el auricular del teléfono por fuera de la
ventana de su habitación, de modo que a sus interlocutores les fuera posible
oír el ruido que hacían los ejércitos germanos al pasar. El testimonio in situ
de esta corresponsal fue la primera noticia que tuvo el departamento de
Asuntos Exteriores de Gran Bretaña de la invasión de Polonia.
Clare Hollingworth es conocida a nivel mundial como una de las
mejores reporteras de guerra del siglo XX. Cubrió conflictos armados de
Polonia a la India y de Argelia a Vietnam.
Fue en el año 1939 cuando a una periodista que apenas contaba
con la edad de 27 años y unas pocas semanas de trabajo en el diario The
Daily Telegraph (El Telégrafo Diario) le fue asignada la tarea de cubrir la
zona de Polonia e investigar sobre los acontecimientos de ese lugar. En un
auto prestado por un amigo y cónsul británico, John Anthony Thwaites,
Clare Hollingworth se aventuró hasta la frontera del país, y logró ingresar
en Alemania. Cuando iba de regreso descubrió un contingente alemán que
incluía autos blindados y tanques escondidos en un valle. Muchos años
después, Clare Hollingworth volvió a visitar ese valle. Sus crónicas
periodísticas, que publicó el Daily Telegraph en primera plana, fueron el
primer anuncio del inicio de la II guerra mundial el día 1 de septiembre del
año 1939.
Se cumplen por tanto más de tres cuartos de siglo desde que esta
mujer se consagró como la decana de los corresponsales de guerra de la era
moderna. Una raza especial de hombres y mujeres que se jugaba –y aún se
juega- la vida cada día para revelar al mundo qué es lo que está ocurriendo
en los rincones más candentes y peligrosos del planeta. La víspera de su
cumpleaños número 104, Clare Hollingworth disfrutó de tan especial fecha
reverenciada e idolatrada por los de su propia especie. No en vano ella fue
la primera en ver “los tanques alineados y listos para invadir Polonia”,
como ha repetido una y mil veces desde aquella memorable exclusiva de
1939 (¡en limusina con chófer y bandera británica al viento!) para todo el
planeta.
Hace mucho, mucho tiempo… 75 años atrás, una elegante limusina
cruzaba la frontera entre Polonia y Alemania, y aceleraba a lo largo
de la autopista que discurría entre Bytom y Gliwice (Gleiwitz), al sur
de Polonia.
Por cierto que el nombre de Gleiwitz quedó desde esos días
plasmado en la Historia, con mayúscula, precisamente gracias a lo que se
conoce como Operación Himmler, Provocación de Gleiwitz o Incidente
de Gleiwitz.
Se le dio ese nombre es el nombre dado a la operación de bandera
falsa dirigida por Alfred Helmut Naujocks, bajo las órdenes de Reinhard
Heydrich, tras la que Alemania invade Polonia sin previa declaración de
guerra el 31 de agosto de 1939. Una operación de bandera falsa como esta
es una operación encubierta llevada a cabo por gobiernos, corporaciones y
otras organizaciones, diseñada para aparecer como si fueran llevadas a cabo
por otras entidades. El nombre se deriva del concepto militar de izar colores
falsos; esto quiere decir la bandera de un país diferente al propio. Los
ataques terroristas en algunas ocasiones son operaciones de bandera falsa.
También las técnicas de bandera falsa son ampliamente usadas en
espionaje para reclutar agentes para espionaje o robo de documentos
sensibles, convenciéndolos de que trabajan para gobiernos amigos o el
gobierno propio. Esta técnica se usa asimismo para atrapar espías, mediante
el uso de un agente que finge ser un espía del otro lado.
La operación Himmler se completó con éxito. El problema fue
que nadie se la creyó. Hasta que se celebraron los juicios de
Núremberg (1945-1946) no se supo realmente lo que había ocurrido.
Entonces fueron desclasificados documentos secretos de las SS que
revelaron la verdad. Como dato anecdótico, la emisora de radio y la torre de
transmisiones, enteramente construida de madera, y que fueron el objeto del
ataque, aún se conservan en buen estado en una parcela de terreno situada al
norte de Gliwice entre las calles Tamogorska y Lubliniecka, junto al enlace
de la circunvalación (carretera nacional 4) con la carretera 78. Se las conoce
como la Torre Eiffel de Silesia. Puede visitarse algunos días a la semana.
Este pretexto de la propaganda nazi fue inútil, ya que ni Francia ni
el Reino Unido aceptaron los presuntos ataques polacos como argumento
válido para que Alemania invadiese Polonia. De modo que cuando
Alemania cruzó las fronteras polacas al día siguiente, el 1 de septiembre de
1939, Francia y Gran Bretaña lo tomaron como una declaración de guerra, y
dio comienzo la Segunda Guerra Mundial.
En medio del conflicto, ajena por completa a que se encontraba en
medio del polvorín más grande de los últimos siglos, presto a explotar, se
deslizaba con gracia la limusina que llevaba a la intrépida reportera de 27
años, presta a cumplir contra viento y marea el primer encargo que le había
hecho su periódico, el Daily Telegraph. La joven, recién contratada a
mediados de agosto de 1939, y emocionada ante el inicio de su carrera
periodística, soñaba como todo periodista novel con dar la exclusiva del
siglo.
Una vez pasada la localidad de Gleiwitz, el trazado de la
carretera empezó a ir en pendiente mientras subían una colina. Clare
Hollingworth vio de pronto 65 motoristas mensajeros alemanes, que
adelantaron su coche y aceleraron con los motores a todo rugir. A
continuación vislumbró cientos de tanques, carros blindados, y artillería de
campo: era el 10º Ejército y sus divisiones Panzer al mando del destacado
general Gerd von Rundstedt. Todas estas fuerzas se concentraban en el valle
que podía verse abajo. Se hallaban a la espera para invadir Polonia y
comenzar la Segunda Guerra Mundial. Hollingworth envió la historia a su
periódico. Apareció el martes 29 de agosto de 1939 en la primera página
del Daily Telegraph, bajo un titular que anunciaba: “Mil taques se
concentran en la frontera polaca. Diez divisiones [alemanas] se
aprestan para un fulgurante golpe de mano”. En el texto la
corresponsal avisaba: “La maquinaria de guerra alemana está ahora
lista para entrar en acción de un momento a otro”.
“No estaba asustada”, contó Clare Hollingworth mucho tiempo
después, cuando ya tenía 98 años, en una entrevista que le hizo su propio
periódico para conmemorar el 70º aniversario de la fecha de inicio de la
Segunda Guerra Mundial. Ya entonces su salud se había debilitado, y había
perdido casi toda su vista y oído, pero su cerebro seguía tan vivo como de
costumbre. Seguía pudiendo relatar mejor que nadie lo ocurrido en Europa
a finales de aquel verano de 1939.
"Conté esta historia cuando era muy, muy joven”, confesó. “Fui allí
a preocuparme por qué pasaba con los refugiados, y con los más débiles.
Pero mientras estaba sobre el terreno, de pronto empezó la guerra”. Durante
gran parte de 1938, Hollingworth había estado trabajando en los alrededores
de Varsovia, ayudando a los refugiados a escapar después de que Hitler
ocupase Checoslovaquia. Esta labor le dio un conocimiento en profundidad
sobre la región. De modo que cuando Arthur Watson, el entonces director
del Telegraph, se topó con ella por azar cuando la intrépida joven hizo un
viaje de vuelta a Inglaterra ese mismo mes de agosto de 1939, no lo dudó y
la contrató sobre la marcha.
“Nunca me enteré de mucho de lo relativo a su trabajo con
refugiados, ella nunca hablaba gran cosa de eso”, refirió su sobrino nieto y
biógrafo Patrick Garrett. “Pero se estima que el grupo que mi tía dirigió en
aquella época salvó en torno a 3.000 vidas”.
Un día después de que el periódico la contratara, Hollingworth
voló a Varsovia haciendo escala en Berlín. “Empaquetó sus maletas, pero
descubrió que resultaban demasiado grandes para que le permitieran
embarcarlas en el avión que iba a tomar. De modo que tuvo que llamar
corriendo a los almacenes Harrods, los cuales le enviaron un equipaje más
adecuado”. Según su sobrino, incluso hacer trasbordo en Berlín tenía en
aquellos momentos sus riesgos para la corresponsal, al “haberse dedicado a
ayudar a refugiados” que escapaban del régimen nazi. Por fin, a
Hollingworth se le permitió seguir su trayecto hasta Varsovia. Allí la
recibiría Hugh Carleton Green, el jefe de la delegación del Telegraph en
Berlín. Le habían echado de Alemania, y había buscado refugio en Polonia.
Ambos cenaron en el Hotel Europejski y acordaron que Hollingworth
viajaría al corazón de la región industrial de Katowice, cerca de la zona
fronteriza germana, porque la joven británica conocía bien este territorio.
Tras tomar el tren nocturno, el cónsul general británico en la
región, John Anthony Thwaites, se ofreció a albergarla, porque ya la
conocía de sus días de trabajo con los refugiados. A la mañana siguiente,
Hollingworth descubrió que los diplomáticos alemanes iban y venían a
través de la frontera sin impedimentos. De modo que le pidió prestado a
Thwaites el vehículo del consulado, una limusina con chófer que incluso
portaba la bandera de Gran Bretaña ondeando en un flanco. El cónsul “se
desternilló de risa cuando le expliqué por qué la necesitaba, pero me dejó
ir”.
De modo que la valerosa corresponsal se puso en marcha,
acompañada por el chófer y una compañera que también había trabajado
con los refugiados. En ruta hacia una de las mayores exclusivas
periodísticas de la historia. Atrás dejaron a los boquiabiertos guardias
fronterizos en Beuthen (ahora la localidad se llama Bytom).
Su sobrino especifica que Hollingworth “en realidad tuvo dos
exclusivas mundiales, no solamente una, aunque la gente tiende a
confundirse y fusionarlas”. El primer bombazo informativo a escala
mundial ocurrió cuando divisó los tanques. El segundo, “cuando
contempló en persona como estallaba la guerra cuando los alemanes
entraron en Polonia y ella estaba en Katowice”.
Apenas amanecía el 1 de septiembre de 1939 cuando a la
corresponsal la despertaron el ruido de explosiones y de ametralladoras en
la distancia. “Alguien entró corriendo en la habitación y dijo: ¡Vienen los
alemanes!”, recuerda ella. “¡Y tenían razón!”. Con el rugido de los
aeroplanos que sobrevolaban por encima del edificio, Hollingworth llamó a
la embajada británica en Varsovia y pidió hablar con Robin Hankey, amigo
suyo que ocupaba el cargo de segundo secretario de la embajada. “Robin, la
guerra ha empezado”, le gritó por el auricular. “¿Estás segura,
compañera?”, le replicó él, medio en broma, medio en serio, sin creérselo
del todo. En vez de responderle con palabras, Clare Hollingworth sostuvo el
auricular por fuera de la ventana de su habitación, para que oyese con
claridad el rugido de los tanques nazis que estaban rodeando Katowice.
Tras ayudar al personal del consulado británico a quemar
documentos que no querían que cayesen en manos nazis, Hollingworth
condujo hasta la frontera en torno a las 10 de la mañana, cuando el tiroteo
se hubo calmado. Presenció el éxodo en masa de la población, y regresó
después a Katowice, donde el desaliento calaba por doquier. Por temor a
ataques nocturnos, esa siguiente noche la pasó en Cracovia, a 80 kilómetros
(50 millas) de distancia. El 2 de septiembre volvió a Katowice una vez más:
la localidad estaba siendo evacuada. Metió a toda velocidad su máquina de
escribir y algunas ropas en una funda de almohada. Antes de partir, sin
embargo, tuvo que resignarse a aceptar una caja con botellas de champán
que le obsequiaba el cónsul francés, el cual se hallaba abrumado por los
acontecimientos.
Durante las dos semanas siguientes, Clare Hollingworth recorrió
Polonia arriba y abajo, llevando siempre un poco de ventaja a las tropas
alemanas que avanzaban sin remedio.
Muchas de sus crónicas nunca llegaron a Londres para ser
publicadas. Y las que sí lograron alcanzar su destino no llevaban su firma
de autor. “Me contó que por aquel entonces los corresponsales no
firmaban”, explicó su sobrino nieto. Hollingworth creía que era mejor así,
“pues sus padres se hubieran preocupado en caso contrario”.
Fue solo el principio de su destacada carrera, que la llevó a las
guerras de Argelia y Vietnam, antes de que el Telegraph la nombrara su
corresponsal en la capital china Pekín, también llamada Beijing, en 1973.
Tenía entonces 62 años. Fue entonces cuando estableció su residencia en
Hong Kong.
Garrett, su sobrino, la consideró siempre su “tía heroína”. Cuando
volvía del frente, Hollingworth les traía a sus familiares peculiares
souvenirs. A Garret le consiguió un turbante árabe. Su marido reunió al
correr de los años todo un botín de guerra, que incluía una daga alemana y
un casquillo de bala recogido en uno de los muchos campos de batalla que
recorrió.
“Tuve mucha, mucha suerte”, admitió la propia Hollingworth.
Tras su brillante comienzo con la invasión de Polonia, a lo largo de
las décadas siguientes Hollingworth fue enviada sucesivamente como
corresponsal a conflictos de Palestina, Algeria, China, Adén (Yemen) y
Vietnam.
En Palestina, en 1946 fue una de las supervivientes de la
masacre del Hotel Rey David de Jerusalén, donde un bombardeo mató
a 91 personas (otras fuentes hablan de 92 víctimas).
Clare Hollingworth se halló presente en este peligroso escenario,
pero logró salir con vida.
A lo largo de su prolongada y aventurera carrera, escribió cinco
libros: La guerra de tres semanas de Polonia (Poland's Three Weeks' War,
1940), Hay un alemán justo detrás de mí (There's a German Right Behind
Me, 1945), Los árabes y Occidente (The Arabs and the West, 1950), Mao
(1985), y sus memorias, tituladas En primera línea (Front Line, 1990,
actualizadas con Neri Tenorio en 2005).
La periodista se casó dos veces. La primera con Vandeleur
Robinson en 1936, un enlace que acabó en divorcio en 1951. Su segundo
marido fue Geoffrey Hoare. El matrimonio duró de 1951 hasta el
fallecimiento de Hoare en 1965. Hoare tiene una hijastra de estas segundas
nupcias.
En 1939, Holligworth era candidata a ingresar como miembro de la
Cámara de los Comunes en Gran Bretaña (un cargo equivalente al de
diputado en otros países) por el Partido Laborista. Las elecciones generales
iban a celebrarse en 1940. Pero con el estallido de la Segunda Guerra
Mundial tuvieron que posponerse. Cuando por fin se celebraron en 1945 fue
otro el candidato laborista.
Desde principios de la década de los 80 del siglo pasado,
Hollinworth se mudó a vivir a Hong Kong, donde se convirtió en una
visitante casi diaria del elegante Club de Corresponsales Extranjeros, que le
concedió el título de Embajadora Honoraria de Buena Voluntad. Tal vez
por esta razón la célebre corresponsal escogió este enclave para celebrar su
cumpleaños número cien el 10 de octubre de 2011.
En 2006 Hollingworth demandó a su asesor financiero, Thomas
Edward Juson (más conocido como Ted Thomas), que como ella era
miembro del club de corresponsales,. Lo acusaba de haberle sustraído casi
300.000 dólares (unos 270.000 euros) de su cuenta bancaria. Juson se
defendió aduciendo que había invertido ese dinero, pero al final accedió a
devolverlo en 2007. No obstante, a finales de 2011 aún no se tenía noticia
de que lo hubiese reintegrado.
Nada de eso importaba la víspera del 10 de octubre de 2015. Se
brindó con champán, mucho champán, en el Club de Corresponsales
Extranjeros de Hong Kong. A punto de celebrar su cumpleaños número
104, Clare Hollingworth disfrutó de tan especial fecha siendo reverenciada
e idolatrada por los de su propia especie. No en vano ella fue la primera en
ver “los tanques alineados y listos para invadir Polonia”, como ha repetido
una y mil veces desde aquella memorable exclusiva de 1939 para todo el
planeta. Hace ya muchos años que sus compañeros la consagraron como la
decana de los corresponsales de guerra de la era moderna. Una raza especial
de hombres y mujeres que se jugaba –y se juega- la vida cada día para
revelar al mundo qué es lo que está ocurriendo en los rincones más
candentes y peligrosos del planeta. Sobre esa selecta tribu reina
Hollingworth sin discusión. “Tuvo una procesión constante de
admiradores” que acudieron a felicitarla, contó su viejo amigo Julian
Stargardt, quien estuvo presente en las celebraciones, las cuales se
prolongaron por más de tres horas. Veteranos periodistas y corresponsales
se hallaron presentes en Hong Kong para tan destacado día.
Stargardt le hizo entrega a la sénior de los corresponsales de la
felicitación de cumpleaños más especial. Llegaba desde la redacción
del Telegraph en Inglaterra, su periódico, donde el nombre de
Hollingworth continúa siendo una inspiración para los periodistas en
plantilla, más de 70 años después de que esta mujer hiciera historia.
En la tarjeta se contaba cómo “nuestros actuales corresponsales
intentan igualar tu destreza y valentía cada día en todo el mundo,
cuando se les destina a cubrir [informativamente] guerras, golpes de
estados, crisis migratorias y otros”. Seguía diciendo: “Creemos que te
gustaría saber que el presente editor a cargo de la sección de
Internacional, el subeditor y dos de sus tres ayudantes son todos
mujeres –¡un gran tributo, y esperamos que lo comprendas así, a tu
espíritu pionero y brillante ejemplo!”.
El anterior editor del Telegraph, Charles Moore, también se unió al
coro de las felicitaciones de la corresponsal. “Clare logró para nuestro
periódico su mayor exclusiva”, recordó, “y en la primera mitad del siglo
veinte, e incluso por muchos años después, marcó el camino por el que
discurrieron tras ella muchas mujeres corresponsales de guerra”.
Aunque supuestamente sus días de gloria quedaron atrás hace
mucho tiempo, Clare Hollingworth a los 104 años seguía estando lista para
la acción. Cada noche colocaba con cuidado su pasaporte y sus zapatos
al lado de la cama, lista para saltar del lecho y partir en cualquier
momento en que recibiera una llamada de la redacción central,
encargándole de urgencia una última exclusiva. Lo contaba en su
cumpleaños su sobrino nieto Patrick Garrett, que acababa de completar una
nueva biografía de la ilustre corresponsal. Cuando relata esta anécdota,
“alguna gente me dice que les parece algo triste, pero pienso que no han
entendido bien a Claire. El periodismo y el Telegraph forman parte de su
fuerza vital. Su deseo más intenso es hallarse en el centro de todo, eso la
ha mantenido en marcha año tras año”.
Cuando un trabajo apasionante y una apasionada mujer se funden,
esto es lo que se consigue: Clare Hollingworth hasta el final.
Sus mejores momentos
El Incidente de Gleiwitz
En el caso que nos ocupa, el Incidente de Gleiwitz, la operación consistió
en un ataque realizado por tropas alemanas, pero que llevaban uniforme
polaco, a la emisora de radio fronteriza alemana de Gleiwitz, para luego
difundir un mensaje en que se animaba a la minoría polaca de Silesia a
tomar las armas contra Adolf Hitler. Como "prueba" del ataque, los nazis
asesinaron y vistieron con uniformes polacos a algunos prisioneros de
campos de concentración de Dachau, criminales por delitos comunes.
A las ocho de la tarde del 31 de agosto de 1939, mientras millón y
medio de soldados alemanes se acercaban sigilosamente a la frontera
germano-polaca para comenzar la invasión de Polonia, y una corresponsal
novata del Telegraph recorría la región en una limusina prestada con chófer,
una docena de soldados de la SS disfrazados de polacos tomaban la emisora
de radio de Gleiwitz. Por la mañana ya se había comunicado la clave
secreta para dar comienzo a la operación de falsa bandera: “La abuela ha
muerto”.
La emisión radiofónica que estaba en marcha en aquel momento de
la tarde terminó con disparos. Los nazis disfrazados entran en el edificio,
reducen al personal que había en aquellos momentos, y tras encerrarlos en
el sótano localizan un micrófono por el que salen en antena, el jefe de los
soldados disfrazados lee un discurso en polaco, interrumpido de vez en
cuando por el sonido ambiental de disparos que querían dar más veracidad
al supuesto ataque polaco. Los alemanes disfrazados de polacos disparaban
contra los cuerpos ya muertos de los criminales. Siguieron otros incidentes
parecidos en otros enclaves. En el puesto fronterizo de Hochlinden, fuerzas
de las SS disfrazadas de soldados polacos entraron en combate simulado
con unidades del ejército alemán, ante la soprendida mirada de unidades
auténticas del ejército polaco.
Periodistas extranjeros y civiles alemanes fueron llevados a
continuación a los lugares donde habían tenido lugar los incidentes
provocados. Allí pudieron contemplar los cadáveres de los supuestos
atacantes polacos. Pero nadie se creyó la treta alemana. Pese a todo, los
alemanes invadieron Polonia y dio comienzo la Segunda Guerra Mundial.
También en el atentado al Hotel Rey David
El atentado al Hotel Rey David, sede de la Comandancia Militar
del Mandato Británico de Palestina y de la División de Investigación
Criminal de los británicos, ocurrió el 22 de julio de 1946 en Jerusalén y fue
perpetrado por el Irgún, una organización paramilitar sionista que defendía
que todo judío tenía derecho a entrar en Israel, entonces bajo control
británico. Además propugnaban “activas represalias” contra árabes y
británicos, y la constitución de una fuerza armada judía para garantizar un
Estado judío, que se materializaría por fin en 1948.
El ataque al Hotel Rey David causó 92 muertos, 16 de los cuales
eran judíos. Ocurrió en respuesta a que las tropas británicas invadieran
la Agencia Judía y más de 2.500 judíos de todas las partes del entonces
mandato británico fueran puestos bajo arresto, durante la llamada
Operación Agatha.
El ala sur del Hotel Rey David de Jerusalén albergaba en 1946 las
instituciones centrales del régimen británico, incluyendo al cuartel general
del ejército y al gobierno civil. Se hallaba defendida por nidos de
ametralladoras y vigilada además por un fuerte contingente de soldados,
policías y detectives. El Irgún sometió un plan para destruir el edificio al
mando unificado del Tnuat Hameri (que era un movimiento común de
la Haganá, el Irgún y el Lehi con el objetivo compartido de acabar con el
régimen británico de Palestina y lograr la independencia judía mediante
la lucha armada). El Tnuat Hameri ni aceptó ni descartó la propuesta; se
limitó a replicar que no era el momento adecuado.
Pero entonces el 29 de junio de 1946 los británicos ocuparon las
oficinas de la Agencia Judía, secuestrando importantes documentos
secretos, que contenían información sobre operaciones de la agencia, las
cuales incluían actividades de inteligencia en países árabes y el listado de
varios nombres de miembros del Haganá. Toda esa documentación fue
llevada al Hotel Rey David. Casi al mismo tiempo, detuvieron a más de
2.500 judíos de toda Palestina (el llamado Sábado Negro).
Estas fueron las razones que incitaron al mando de Tnuat Hameri a
aprobar el plan del Irgún, con el objetivo principal de destruir aquellos
documentos reveladores. El plan indicaba que integrantes del Irgún
entrarían con explosivos introducidos en botellas (tarros) de leche, con un
cartel que diría: Minas, no tocar. Para alejar a los transeúntes del edificio,
lanzarían un pequeño petardo inofensivo y ruidoso. Con el fin de demostrar
que no querían causar víctimas, darían avisos telefónicos a tres oficinas
elegidas previamente, advirtiendo a las autoridades de que desalojasen el
edificio. Esta operación fue llamada MalonChik, una combinación de
vocablos hebreos y rusos que significa ‘hotelito’ o ‘pequeño hotel’. Fue la
clave que utilizaron.
La operación se realizó el 22 de julio de 1946. Un hombre entró en
el hotel disfrazado con una túnica de empleado, y colocó los explosivos en
el sótano mientras un grupo de sus compañeros lo cubría. Al salir del hotel,
justo al mediodía, un miembro del Irgún gritó a la multitud: “Lárguense, el
hotel está a punto de volar por los aires”. Diez minutos después ese
mismo hombre llegó adonde esperaba una telefonista, quien llamó al Hotel
Rey David e informó a las autoridades de que habían sido colocados
explosivos en el edificio y que no tardarían en estallar, advirtiendo que
evacuaran todo el edificio para evitar víctimas civiles. Según afirma el
Irgún, la misma persona telefoneó a continuación a la oficina del Jerusalem
Post para avisar sobre lo que iba a ocurrir. La tercera y última advertencia
se hizo al Consulado Francés de la zona, aconsejando abrir las ventanas
para prevenir los efectos de la explosión. Los funcionarios galos
confirmaron después que habían recibido el aviso, por lo que acataron la
advertencia, abrieron las ventanas y el edificio del consulado no sufrió daño
alguno. Sin embargo, las autoridades británicas ignoraron los avisos del
Irgún alegando: "No aceptamos órdenes de los judíos". Esta versión es
negada por los británicos, que en la actualidad continúan asegurando que no
recibieron el aviso, lo que motivó las quejas del embajador británico en Tel
Aviv y del cónsul general de Jerusalén en la conmemoración del 60
aniversario del atentado en julio de 2006. En ese momento se colocó una
placa que decía que sí se les avisó. La placa dice: “Por razones conocidas
sólo por los británicos, el hotel no fue evacuado”.
A las 12:37, casi media hora después de haber regulado el
mecanismo disparador del reloj dentro de los tarros, estallaron las bombas.
Repentinamente se estremeció toda Jerusalén. Los tarros habían hecho
explosión de acuerdo al plan fijado, y la fuerza del estallido superó todos
los cálculos. Los tarros cargados con explosivos destruyeron los siete pisos,
desde el subsuelo hasta el techo. Al no haber sido evacuado el hotel por los
británicos, resultaron muertas 91 personas (28 británicos, 41 árabes, 17
judíos y otros 5 de diferentes nacionalidades) y heridas otras 45. El número
de muertos dado incluyó a Avraham Abramovitz, uno de los dos miembros
del Irgún que fueron muertos a balazos mientras escapaban después del
ataque.
Videoteca: Artículo en el Daily Mail con vídeo (en inglés):
http://www.dailymail.co.uk/news/article-3262251/The-woman-Hitler-s-
tanks-Polish-border-discovered-WWII-begin-Fascinating-life-pistol-
packing-journalist-dubbed-Scarlet-Pimpernel-helping-3-000-flee-
Nazis.html
Establecimiento del récord
Después de la entrevista de 1988, a la edad de 113, Calment recibió el título
de la persona más anciana del mundo por el libro Guinness de los Récords.
Dicha publicación la mencionó por vez primera en la sección de "nuevas
entradas" al final del libro en 1989. Sin embargo, en ese mismo año, el
título le fue retirado y se le otorgó a Carrie C. White, de Florida, quién
afirmaba haber nacido en 1874, a pesar de que esto fue disputado por
diversas investigaciones posteriores.
A la muerte de White, en febrero de 1991, la tímida y débil Jeanne Louise,
de 116 años, fue reconocida como la persona más anciana con vida. El 17
de octubre de 1995, a la edad de 120 años y 238 días, se convirtió en el
récord Guinness a la persona con más edad jamás documentada,
sobrepasando con seguridad al japonés Shigechiyo Izumi, quién alguna vez
reclamó el título con serias dudas sobre su veracidad.
Descontando los cuestionables casos de Shigechiyo Izumi y Carrie C.
White, Calment es la primera persona cuya llegada a las edades de 115, 116,
117, 118, 119, 120, 121 y 122 años ha sido registrada con certeza. Es la
única persona que, con certeza documental y sin ninguna duda médica de
por medio, ha superado los 120 años.
Después de su muerte, el 4 de agosto de 1997, Marie-Louise Meilleur, de
Canadá, se convirtió en la persona más anciana reconocida en el mundo.
Citas
"Robin, ¡la guerra ha empezado!” – Anunciando a la embajada británica en
Polonia que acababa de empezar la Segunda Guerra Mundial. Su
interlocutor, sin creérselo del todo, le respondió: “¿Estás segura,
compañera?”
"El cónsul se desternilló de risa cuando le dije para que la necesitaba [la
limusina], pero me dejó ir”
"Los guardias fronterizos nos vieron pasar boquiabiertos"
"Mil taques se concentran en la frontera polaca. Diez divisiones [alemanas]
se aprestan para un fulgurante golpe de mano " – Titular del Daily
Telegraph con el que se anunció la Segunda Guerra Mundial.
"Su deseo más intenso es hallarse en el centro de todo, eso la ha mantenido
en marcha año tras año” – Su sobrino nieto y biógrafo, Patrick Garret.
"Se estima que el grupo que dirigió [de ayuda a refugiados] salvó en torno a
3.000 vidas” antes de que estallara la guerra – Patrick Garret.
"Marcó el camino por el que discurrieron tras ella muchas mujeres
corresponsales de guerra" – El anterior editor del Daily Telegraph, Charles
Moore.
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43. La residencia de Castilla y
León donde se juntaron 13
centenarias
OceanofPDF.com
44. Con su hija y con alegría
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45. El gen de Matusalén
En 2014 había 13.312 centenarios en España. Muchos de este grupo se
conservaban de forma excepcionalmente sana. Sus analíticas correspondían
a personas mucho más jóvenes. No hacían regímenes especiales de comida.
Desconocían el sistema de salud público, pues casi no lo habían pisado. No
sentían dolor, y lo máximo de que se quejaban era de pequeños achaques en
el oído y en la vista.
Científicos españoles se lanzaron a estudiar a este grupo de
privilegiados, según contaba en ese año el diario El Mundo en su
suplemento Crónica. Por fin, tras dos investigaciones paralelas, anunciaron
al mundo que habían hallado una genética diferente, curiosa en esta raza de
superancianos. Le han llamado el efecto Matusalén.
Consiste en una arquitectura única, distinta, de la carga genética
(ADN). Se forma desde antes de nacer, durante el periodo de
gestación. En realidad el llamado ‘gen Matusalén’ no es uno, sino un
conjunto de genes, dispuestos de una forma particular. En 20 de los 34
centenarios españoles que participaron en el estudio hallaron el gen
de la larga vida, que bautizaron APOB.
Se trabaja en estos momentos en otras cuestiones derivadas: ¿Ese
gen se transmite a la descendencia? Y luego está la calidad de vida,
excepcionalmente buena, de la que gozan los privilegiados portadores. Un
grupo de biólogos examinó una muestra de 152 españoles contaban con
edades de entre 100 y 111 años.
La programación que estira el lapso de vida incluye las directrices
necesarias para que una persona opte con éxito a llegar a centenario, e
incluso a superabuelo. Reside en un haz de genes extraordinarios, alojados
en el cromosoma 2. Entre ellos, está el APOB: con presencia relativamente
escasa en el genoma, de gran tamaño, muy espectacular, sus funciones se
relacionan con el transporte del colesterol que llamamos ‘malo’.
Las familias que compartían variantes raras de este gen superaban
con creces el siglo de vida, según Manuel Serrano, biólogo del Centro
Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y descubridor del APOB.
El hallazgo se produjo tras estudiar el genoma de los individuos más
longevos en la población valenciana de Alzira. Alzira cuenta con unos
44.518 habitantes, datos de 2014, pero su peculiaridad radica en el alto
número de centenarios. Es una de las localidades con más centenarios de
España, 34.
No hay trucos milagrosos, solo dieta mediterránea y unos rasgos
genéticos privilegiados.
En un futuro no muy lejano, la cifra de mayores de 100 años
experimentará un crecimiento espectacular en España. Los centenarios, que
ahora son poco más de 13.000 personas, prácticamente se multiplicarán por
cuatro en los próximos tres lustros. Si en 1998 apenas sumaban 3.500
individuos, para 2030 superarán los 50.000 y, dentro de sólo medio siglo,
serán ya más de 370.000.
En 2014, 13.312 españoles rebasaban los 100 años. 350 eran
mayores de 105 años, según las indagaciones que realizó el Grupo de
Investigación Gerontológica. En la cúspide de la pirámide, por supuesto, los
supercentenarios. Con Ana Vela Rubio (capítulo 44), 114 años en octubre
de 2015, a la cabeza como abuela de España. Las personas que llegan a
centenarias viven al menos 15 años más que la gran mayoría. Sus hijos a
veces heredan una vida tan o casi tan larga como la de sus padres, pero en
otras ocasiones no. No existe una regla fija al respecto.
Pero sí que se dan variantes genéticas que hacen únicos a los
longevos, y que les permite un recorrido vital mucho más prolongado que el
de la inmensa mayoría de la población. Ese ADN singular se parece más al
de los jóvenes de 30 años que al de los octogenarios o nonagenarios. En el
ADN traemos algo parecido a nuestra fecha de caducidad. El gen APOB
encontrado incorpora secuencias distintas, extrañas, lo que se llama
variantes particulares. De esa forma, según contó en prensa su descubridor
Manuel Serrano, regula los procesos químicos necesarios para que piezas
vitales del organismo no se deterioren antes de tiempo y puedan seguir
funcionando un siglo o incluso más tiempo.
Veinte de los 34 centenarios con los que contaba la población de
Alzira y pueblos cercanos participaron en la investigación. Ha llamado la
atención de los científicos la fortaleza del sistema inmune de los ancianos
estudiados. Ese sistema aún funciona con alto rendimiento después de cien
años, y sigue manteniendo la capacidad de defenderse de los virus y las
bacterias. Sus defensas trabajan igual de bien que cuando eran jóvenes.
Incluso se puede hacer un retrato robot de los longevos, puesto que
además de la genética sobresaliente comparten otras características
comunes: son bajitos (miden en torno a 1,70 metros), tienden a la
delgadez, su sangre se mantiene en niveles razonables de colesterol,
solo el 15% fuma y solo el 12% bebe alcohol, se mantienen activos y
hacen ejercicio (sobre todo caminar), siguen la dieta mediterránea y el
consejo del doctor Grande Covián, comer de todo en poca cantidad.
“Venir bien equipada de naturaleza y sobre todo no desperdiciar ni
un día, ni un minuto de tu vida”, resumía la supercentenaria Concha Pérez
Cidad, que llegó a los 112 años de vida.
El científico Alejandro Lucía, en colaboración con colegas
japoneses, descubrió una variación en la secuencia de ADN relacionada con
las enfermedades cardiovasculares que también está presente en personas
muy longevas y sanas. Sobre todo en la población española. Se trata de
una variante en el cromosoma 9p21.3, y que se da con más frecuencia en las
mujeres que en los hombres. Ser mujer sigue siendo más determinante que
ningún otro factor para alcanzar la longevidad.
El 79% de los centenarios y supercentenarios participantes en el
estudio de Alejandro Lucía eran del sexo femenino. Todos, españoles y
japoneses, totalmente sanos, gran parte además se mantenía independiente y
hacía una vida autónoma, como la que puede hacer por ejemplo una persona
medio siglo más joven.
La esperanza de vida aumenta progresivamente en todo el mundo.
Mónaco, el país donde la población puede confiar en vivir más tiempo,
tiene una esperanza media de vida de 85,5 años, e incluso de 90 años si
hablamos solamente de mujeres. Le siguen Japón, Andorra, Singapur, Hong
Kong y San Marino. España ocupa la duodécima posición del ranking
mundial, con 82,5 años.
El debate se halla abierto sobre cuántos años puede llegar a vivir
una persona. El récord lo mantiene la increíble Calment (capítulo 1).
También se discute si existe un límite biológico por encima del cual no es
posible la vida humana.
OceanofPDF.com
46. El abuelo ‘peleón’ de España
Sus mejores momentos
Efemérides
En 1904, cuando nació Francisco Núñez Olivera, Alfonso XXI reinaba en
España y Theodore Roosevelt renovaba su mandato como presidente de los
Estados Unidos. En el teatro veneciano de La Fenice, Giacomo Puccini
estrenaba su ópera en tres actos Madame Butterfly, cuya trama transcurre en
Japón a finales del siglo XIX. La obra no cuajó y tanto el público como la
crítica la despedazaron. En París se funda la FIFA (Federación Internacional
de Fútbol Asociación). La ciudad de San Luis en el estado norteamericano
de Misuri acoge las terceras olimpiadas de la era moderna. El mismo año
que vino al mundo Marchena llegaron también Salvador Dalí, Pablo
Neruda, Graham Greene, y Robert Oppenheimer, el llamado “padre de la
bomba atómica”. Fallecía en su exilio en París la reina Isabel II. También
moría Henry Morton Stanley, aquel destacado explorador que se hizo
famoso en todo el planeta por espetarle con flema británica a David
Livingstone, misionero desaparecido en África, cuando por fin lo encontró:
“El doctor Livingstone, supongo”. Fallecía asimismo en Alemania el
escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov.
Cantar beneficia tu salud
Y si sabes cantar coplas, como Marchena, puede que más. Cantar libera y
reduce el estrés. Aumenta la capacidad pulmonar. Tonifica el vientre
haciéndolo más firme, porque cuando se hace de forma correcta, activa la
respiración abdominal y de esta forma los músculos de esa zona se
tonifican. Genera endorfinas de la felicidad, haciendo que uno se sienta
bien. Mejora las funciones neurológicas relacionadas con el cerebro.
Beneficia al sistema cardiovascular. Ventila las vías respiratorias,
reduciendo el riesgo de una enfermedad bacteriana. Oxigena el cerebro, de
modo que la persona pueda concentrarse mucho mejor. Contribuye a una
mejor postura corporal. Crea una conexión emocional positiva entre las
personas que se relacionan mediante el canto. También eleva el campo
vibratorio, se aplica en religiones y prácticas espirituales. De modo que
suelte uno gallitos o gorgoritos por esa boca, es una terapia que no debe
perderse. Fácil, gratis y sencilla.
Videoteca: Programa Reporteros de Extremadura (del minuto 0 al 15)
http://www.canalextremadura.es/alacarta/tv/videos/reporteros-de-
extremadura-genio-y-figura-150515
Citas
"¿Qué coño miedo? Si de la muerte no se escapa nadie" – Cuando le
preguntaron si tenía miedo a la muerte.
"Ahora veo menos que un pez frito" – Tras haber ganado varios premios de
tiro en su juventud.
"Sé con certeza que mi pueblo me quiere. Estoy muy contento porque yo ya
sé claramente que la gente me quiere de verdad"
"Tenerles a todos ustedes aquí es para morirse de alegría"
"Si es que hay que saber vivir, ya lo dice la tele"
"Que viene Marchena, a ver si quiere cantarnos una coplita" – Los vecinos
de su pueblo, cuando lo veían bajar por la calle.
"¿Dónde has estado todo este tiempo?" – Su disgustada madre, cuando lo
vio aparecer por la puerta tras tres años sin saber nada de él mientras hacía
la mili en Marruecos.
OceanofPDF.com
47. Empezó a trabajar a los 7
años… en 1913
Purificación Martínez
Nacida el 2 de febrero de 1906, Purificación Martínez apareció en los
medios de comunicación en 2014 con el título de la superabuela madrileña.
Era ya la madrileña más anciana, pues en esa fecha contaba con 108 años.
Contaba con 25 descendientes y había comenzado a trabajar hacía un siglo,
cuando se hallaba a punto de estallar la I Guerra Mundial. Y sin embargo,
pese a ser la decana de la residencia de ancianos, era la persona del centro
que menos pastillas tomaba.
Rivas-Vaciamadrid es un municipio español de la provincia y
comunidad de Madrid, situado en la confluencia de los ríos Jarama y
Manzanares. Es el séptimo municipio más rico de toda España, según la
lista elaborada en 2014 por la empresa AIS, dedicada al asesoramiento
sobre oportunidades de negocio. Su alta calidad de vida y servicios públicos
atraen a vecinos de la capital y el resto del área metropolitana. El municipio
de la periferia de la capital española es también un paraje de inestimable
valor ecológico; tres cuartas partes del término municipal forman parte del
Parque Regional del Sureste. Su población ha aumentado vertiginosamente
desde los escasos 500 vecinos de 1980 a los actuales 80.000, dando lugar a
un asentamiento de aluvión que es considerado como el de mayor
expansión demográfica de Europa. Esta ciudad es la población que más
rápido ha crecido de España en los últimos veinte años.
Entre esos habitantes se hallaba Purificación Martínez en 2014,
entonces con 108 años, en su residencia de Rivas. Se sentaba en una silla de
rueda, pero empuñaba un bastón con su nombre. Mostraba así el carácter
que le había servido de apoyo durante las épocas más duras de su vida. De
la habitación no salía sin un abanico y ese bastón, con el que, según
aseguraba, “me sujeto muy bien”.
Nació en el distrito madrileño de Barajas en 1906. Con apenas
siete años, en 1913, comenzó a trabajar. Recuerda que su madre había
tenido ocho hijos, y que fue una de sus hermanas la que la llevó “a la casa
de unos terratenientes en Barajas con esa edad para cuidar a los niños más
pequeños de la familia del señor, que se llamaba Enrique Barajas”. En una
mansión que se situaba en los terrenos que luego ocuparía el aeropuerto
madrileño, sirvió a esta familia desde muy niña hasta que en 1930 se casó
con su marido Simón.
Debido a que trabajó desde muy niña, la centenaria desarrolló un
carácter serio y responsable. Atribuye su longevidad a la virtud de la
“obediencia”.
A sus 108 años, Puri conservaba recuerdos limitados y
fragmentados con los que dibuja el escenario de su infancia y juventud.
Vivía en la antigua villa madrileña de Barajas. Como para cualquier niña de
cualquier época, no había mayor ilusión para ella que esperar por los
regalos navideños: "Me traían muñecos y muñecas". También había tiempo
para los juegos infantiles: "Saltábamos a la comba".
Ya más mayorcita, se despertó su pasión por el baile. "Me gustaba
mucho bailar, pero ahora ya", suspiraba."Qué risa bailar yo ahora, ya
tengo mucha edad y hay que ir despacito".
Los fríos inviernos en la Barajas de la primera mitad del siglo XX:
"Recuerdo que se llenaban de hielo las ventanas", y el cariño que mantuvo
toda su vida a su pueblo. "Me gustaba mucho, iba a casa de mis abuelos, de
mis tíos, allí me bautizaron, iba a las fiestas". Para la centenaria fue una
época feliz en la que había abundancia. "Mi padre trabajaba de todo, y mi
madre en casa para poner el cocidito, que era lo que se comía antes, y ¡qué
cocidito!, un plato solo, pero muy bueno”.
Cuando contrajo matrimonio con 24 años, su esposo Simón y ella
se mudaron a la que ahora se conoce como la calle de Teseo, 25, junto a
Arturo Soria. Allí vivieron y allí fue creciendo su familia.
La ahora centenaria tuvo cuatro hijos. El mayor, ya difunto, habría
cumplido 83 años en el año 2014. Venía luego Ascensión Losada, de 81
años en 2014; Ignacio, de 76, y María del Carmen, de 69. La familia se ha
ido completando además con los 10 nietos y 11 bisnietos de Puri.
El 14 de abril de 1931, día en que se proclamó la II República
española, Puri tenía 25 años. Reinaba un cierto ambiente de euforia, pero
como muy precisó ella, que lo vivió en persona: "El mundo entero lo hizo a
bien, pero después llegaron aviones muy grandes que tiraban bombas”. Se
lamenta: "Todo lo que nos ha tocado pasar".
Vino la Guerra Civil en 1936. Le costó la vida a tres hermanos de
Puri. Simón servía de conductor de convoy en el frente.
Puri, para sobrevivir, recogía la cosecha de guisantes y habas que
habían sembrado en el Campo de las Naciones. No había apenas nada en
aquella zona por aquel entonces. El Campo de las Naciones es actualmente
un espacio situado en el barrio de Corralejos del distrito de Barajas,
en Madrid, España. Está dedicado a la ubicación de diversas empresas,
además del Palacio Municipal de Congresos, las instalaciones
del Ifema (Feria de Madrid) y el Parque Juan Carlos I. En los años 80 del
siglo veinte se decidió adaptar este área para el turismo, los negocios y los
congresos. Campo de las Naciones alberga ahora también una estación de
la línea 8 del Metro de Madrid, situada junto a los recintos feriales del
barrio que da nombre a la estación.
“Otras veces espigaba en Meco. Íbamos con grandes sacas”,
recordaba casi un siglo después la anciana. Meco es otro municipio
madrileño, en la parte este de la comunidad autónoma, al borde de una de
las terrazas del río Henares. Más de 60 kilómetros que se hacía a pie
entre ida y vuelta para alimentar a sus hijos.
En otras ocasiones se encaminaba a El Pardo. El Pardo es una
población y Real Sitio perteneciente al municipio de Madrid (España), al
que fue anexionado en 1950, convirtiéndose en uno de los ocho barrios del
distrito Fuencarral-El Pardo. Puri cogía el tranvía hasta Fuencarral y de allí
andaba hasta el campo de El Pardo. Contaba su hijo cuando ella
rememoraba aquellos tiempos que “su miedo siempre era que la Guardia
Civil les quitara la carga porque cuando regresaban era de noche. A
veces los agentes lo hacían y tenían que regresar a por más mercancía
para darnos de comer. Los años de la posguerra fueron horribles”.
Recuerda ese hijo menor, Ignacio, nacido en 1937, que la madre
“nos sacó adelante sola; se iba a Barajas a espigar, a recoger guisantes y
cebada, al Pardo a por bellotas”. Bastantes años después, una vez pasado el
trago amargo de la posguerra con su dosis de miseria y hambre en un país
devastado, Simón, el padre, “logró colocarse como chófer, pero hasta los
años 50 pasamos muchas necesidades”.
Simón, el marido de Puri, progresó en su trabajo cuando acabó la
década de 1950 y España dejó atrás la posguerra. Ella pudo entonces
dedicarse de forma más desahogada a su familia numerosa, marido y cuatro
hijos. Siempre se sintió orgullosa, con toda la razón, de la labor realizada.
“No ha hecho falta mi marido para educar a mis hijos”.
En los años 80 del siglo pasado expropiaron a Purificación
Martínez su casa, el hogar donde había podido tener su propio familia, para
construir chalés.
Ingresó en la residencia Casablanca de Rivas Vaciamadrid en el
año 2000. “Es la hora del puré. No tengo hambre, pero hay que comer”,
decía en una de las entrevistas.
Y el director del centro en 2014, Andrés Fernández, que aseguraba
orgullosísimo: “Es la persona que menos pastillas toma de toda la
residencia”.
Al fin y al cabo, a fecha de abril de 2014 Puri era la mujer con más
edad de toda la Comunidad de Madrid, y ocupaba el puesto 26 en el listado
de personas con más de 105 años de toda España.
La centenaria, a la que ya faltaba a finales de 2015 pocos meses
para ingresar en el club de los abuelos de los mundo, había nacido antes de
que se descubriera la penicilina. En 1906, cuando ella vino al mundo, se
produjo el famoso terremoto de San Francisco, en que murieron 700
personas y otras 250.000 se quedaron sin hogar. A 31 de mayo tenía lugar la
boda real entre el monarca Alfonso XIII y la princesa británica Victoria
Eugenia de Battenberg, sobrina del rey Eduardo VII de Inglaterra. A la
salida de la ceremonia, mientras se dirigen al Palacio Real para el banquete,
el anarquista Mateo Morral arrojó una bomba camuflada en un ramo de
flores, que no alcanzó a los reyes pero que mató a veinte personas e hirió a
muchos más. En Esmirna (Turquía) nacía Aristóteles Onassis, futuro
empresario de la industria naviera y multimillonario griego. Pocos días
después de venir Puri al mundo lo hará asimismo el último emperador
chino, Puyi, en la Ciudad Prohibida de Pekín. Muere el pintor
neoimpresionista francés Paul Cézanne, así como Pierre Curie, marido de
madame Curie. Un día antes que la centenaria madrileña, empezaba su
andadura también un periódico en España, Mundo Deportivo.
Llegó a la residencia de Rivas porque una de sus hijas, Ascensión,
es vecina del municipio. Con 108 años sólo tomaba dos medicamentos al
día. "No tengo enfermedad, me queda la cabeza", aseguraba entonces.
Ha leído a diario el periódico hasta sus cien años. Siempre se ha
interesado por la política. Su ídolo fue, es y será José María Aznar.
“Ya no voto. Fue al último que voté. Ahora sé que está Rajoy porque
lo puso él”.
Sus mejores momentos
El cocido madrileño tradicional
Purificación Martínez aún se acuerda con cariño del cocidito madrileño que
ponía su madre en la mesa a diario: “Era lo que se comía antes, y ¡qué
cocidito! Un plato solo, pero muy bueno”. Ingredientes para el cocido
madrileño tradicional: 250 gramos de garbanzos, un pie de cerdo salado,
500 gramos de morcillo de ternera, 6 patatas pequeñas, ¼ de gallina o pollo,
½ kilo de verdura, col, zanahoria, puerros, 100 gramos de tocino salado, un
hueso de jamón, un hueso de rodilla de ternera, una morcilla y un chorizo, y
sal. En una olla con abundante agua fría se ponen todas las carnes. Y
separadas por una escurredera de verduras, las verduras y los garbanzos
(que habrán estado en remojo durante 12 horas la noche anterior). Se le
añade la sal y se deja cocer lentamente durante algo más de 3 horas. El
primer plato del cocido será la sopa, para la cual utilizaremos el caldo del
mismo. La sopa la podemos hacer de la pasta que queramos o de pan. Si es
de pasta, habrá que retirar parte del caldo a otra cacerola. Y cuando hierva
incorporar la pasta, dejándolo hervir hasta que esté cocida. Si la queremos
de pan, cortaremos rebanadas de pan duro, colocándolas en el fondo de los
platos, y regándolas luego con el caldo del cocido. Los garbanzos se ponen
en una fuente con la carne alrededor bien colocada. En otra fuente aparte se
sirve la verdura, las patatas y el chorizo y morcilla. Las dos fuentes se
sirven a la vez, junto con una salsera con salsa de tomate para
acompañarlos. (Receta obtenida de http://www.recetasgratis.net/Receta-de-
Cocido-madrileno-receta-7967.html#ixzz3rZS1WmFd)
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48. El club de centenarias de
Cangas
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49. Tres ventajas para llegar a
supercentenario
OceanofPDF.com
50. El enigma más codiciado, el de
los supercentenarios, sigue oculto
OceanofPDF.com
51. Cómo justifican los centenarios
su longevidad
Cada año que pasa, los bebés que van naciendo tienen mayor esperanza de
vida. Se cree que en las próximas décadas llegue a ser hasta de más de 150
años. Prosiguen los hallazgos en células madre, nanotecnología e
impresiones 3D, entre otros campos, que ayudarán a hacer posible algo que
hasta hace bien poco nos parecía increíble.
Al extenderse la longevidad, aumenta también el grupo de
centenarios y supercentenarios que pueden estudiarse para determinar qué
factores (genéticos, ambientales,…) pueden haber influido en estos casos
para ayudarlos a superar el promedio de esperanza de vida.
La mayoría de los centenarios y supercentenarios se encuentran
sanos hasta sus últimos días. Las investigaciones nos dicen que cuanta más
edad, más tarde se presentan las enfermedades degenerativas y las
alteraciones cognitivas.
En torno a la mitad de los niños nacidos en el mundo en 2014 ó 2015
llegarán a ser centenarios.
Cada vez hay más gente que llega al siglo de vida. Por ejemplo, en
los Estados Unidos existían en 2014 entre 96.000 y 105.000 centenarios.
Las previsiones apuntan a que para el año 2050 el número de centenarios
estadounidenses supere el millón.
Hay cerca de 65 supercentenarios verificados vivos en todo el
mundo, pero se cree que pueden existir sin verificar entre 3.000 y 4.000
personas de 110 años o más.
Ocho de cada nueve centenarios son mujeres, un 19% utiliza teléfonos
celulares, un 12% usa internet y un 3% ha participado en citas online.
En 2014 también había 12.640 centenarios en el Reino Unido y
más de 13.000 en España.
Según el demógrafo estadounidense James Vaupel: “Un niño que
nazca en España en 2014 tendrá muchas posibilidades, quizás un 50%, de
cumplir 100 años”. Los seres humanos irán ganando más y más tiempo de
vida a medida que progrese la medicina y siga mejorando la calidad de
vida. Se llegará a edades muy avanzadas en buen estado de salud, como
ahora ya hacen el puñado de superabuelos. La esperanza de vida por
término medio en 2050 será de 89 años, siete más que en 2014.
Vaupel ha fundado y dirigido el prestigioso Instituto de
Investigación Demográfica Max Planck de Alemania. Ha acuñado la
expresión ‘plasticidad de la longevidad’, porque cree firmemente que no
existe un límite máximo prefijado de años que puede vivir un ser humano.
“La esperanza de vida en la década de 1920 era de 65 años y ahora en la
mayor parte de los países desarrollados hemos superado los 80”. La buena
salud también persiste más tiempo: “Una persona de 78 años de hoy día
(2014) puede tener un estado de salud equivalente al que hace medio siglo
tenía alguien de 68”.
Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de
muerte en países desarrollados, seguida por el cáncer. Entre los jóvenes son
los accidentes, de trabajo o laborales. Y empiezan a escalar posiciones
enfermedades propias de las naciones más ricas del mundo, como son la
obesidad o la diabetes.
La esperanza de vida en los países desarrollados sigue aumentando
cada año. A cada década que pasa se incrementa en dos años y medio. De
manera que, de seguir la progresión como hasta ahora, los niños nacidos a
principios del siglo XXI tendrán altas probabilidades de llegar, y
sobrepasar, el siglo de vida.
Fanny Kluge y Tobias Vogt, dos de los colegas de Vaupel en el
Instituto Max Planck, utilizaron la reunificación de Alemania en 1990 como
experimento demográfico. Su estudio cuantificó hasta qué punto un
aumento del dinero destinado a las pensiones y a la Sanidad se traduce en
un incremento de la esperanza de vida. En concreto, crecía tres horas por
cada euro invertido en pensiones y Sanidad.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 1992 y 2012 la
esperanza de vida al nacer ha pasado en España de 73,9 a 79,3 años
en los hombres; y de 81,2 a 85,1 años en las mujeres. Por tanto, la
media es de 82,2, sólo unas décimas por debajo de Japón, líder
mundial seguido por Francia.
La esperanza de vida al nacer en España se está estabilizando en
torno a los 82 años tras un largo periodo de crecimiento sostenido. Los
expertos creen que la tendencia a una mayor longevidad seguirá siendo
positiva a largo plazo, a un menor ritmo de crecimiento que el observado
hasta ahora.
Según las proyecciones del INE, si se mantiene el ritmo actual, a
mediados del siglo XXI la esperanza de vida al nacer en España alcanzaría
los 86,9 años en los varones y los 90,7 años en las mujeres (89 de media
entre ambos sexos). El envejecimiento de la población causará cambios en
la estructura social y en nuestra forma de vida. A medida que la gente viva
más, necesitará trabajar más años antes de poder retirarse, tal vez incluso
hasta los 75 años. Pero no necesariamente tantas horas como ahora al día o
a la semana. El trabajo deberá repartirse entre más personas, y eso podría
conllevar una bajada de los salarios, como ya está ocurriendo en la
actualidad.
Pero la población española no sólo envejecerá en las próximas
décadas. También se reducirá. En 2023 habrá 2,6 millones de habitantes
menos en territorio español (de los 46,6 millones actuales a los 44).
Las migraciones de población, de unas zonas del planeta a otras,
son imposibles de predecir con antelación. Con frecuencia producen un
rejuvenecimiento de la población en el país o países de destino. El número
de personas en edad de migrar irá disminuyendo a medida que pasen los
años, al mismo tiempo que aumentan las poblaciones estables de 40 años o
más.
Mientras tanto, las explicaciones científicas para
la longevidad extrema siguen siendo imprecisas. Los investigadores que
estudian a los centenarios y supercentenarios están de acuerdo con que no
hay un patrón específico. Hay un claro indicador que es el sexo –las
mujeres ganan por goleada-, y parece hacer cierta relación entre la
longevidad y la edad en que la madre del futuro centenario da a luz.
Los investigadores del Centro sobre el Envejecimiento de la Universidad de
Chicago encontraron que si la madre tenía menos de 25 años al momento de
dar a luz, las probabilidades de llegar a los 100 años se duplican, en
comparación de una persona cuya madre tuviera más de 25 años al
momento de dar a luz.
Las recomendaciones habituales de hacer ejercicio, no fumar, no
tomar bebidas alcohólicas, controlar el peso y la alimentación, y
demás van destinadas a la población en general, pero no se aplican a
los abuelos del mundo. Ellos se pueden permitir saltárselas sin
problemas, son una élite aparte.
Cuando científicos del Instituto de Investigación del
Envejecimiento de la Facultad de Medicina Albert Einstein de Nueva York
estudiaron a un grupo de centenarios, encontraron que a los 70 años:
El 37% tenía exceso de peso, y el 8% era
directamente obeso.
El 37% eran fumadores, y lo habían sido durante un
periodo de tiempo prolongado de varias décadas.
El 44% hacía poco ejercicio, y otro 20% no hacía
NUNCA ejercicio.
Y sin embargo los centenarios como población tienen tasas un 60%
más bajas de enfermedades cardíacas, derrame cerebral y presión
arterial alta. No sufren de depresión ni de otras enfermedades
mentales.
Lo anterior no significa que un estilo de vida saludable no sea el
modelo a seguir. Al contrario, podría suponer la diferencia entre vivir 60 ó
90 años. Pero a partir de esta última edad, se requiere además una
composición genética especial. Porque los centenarios envejecen de una
forma distinta, mucho más lenta. Y las enfermedades que la mayoría
padecemos y que al final suelen acabar con nosotros, ellos las tienen 30
años más tarde y se desarrollan de una forma mucho más rápida y virulenta,
de modo que sufren mucho menos tiempo que el resto.
Los propios centenarios aseguran sentirse por lo menos 20 años
más jóvenes que su edad verdadera. No sienten su edad cronológica. Como
se suele decir, “los años no pasan por ellos”.
Su entusiasmo por la vida es otra característica singular de los
abuelos del mundo. Optimismo a toda prueba y ver el vaso siempre medio
lleno. Todavía no se conoce si esta positiva visión del mundo podría influir
tanto como la genética o el estilo de vida a la hora de lograr acumular años.
Tras explorar sus genes, los científicos exploran ahora la mente de los
supercentenarios. Sus respuestas son significativas: hablan
mayoritariamente de su entusiasmo y optimismo por la vida, de
conservar sus cuerpos activos hasta casi el final (muchos contaron que
hacían ejercicio de forma moderada al caminar, en bicicleta, nadando,
o practicando jardinería, por ejemplo). Y eso cuando ya se han
cumplido más de 110 años. Son conscientes además de que sus
antepasados les legaron unos genes excepcionales, y cuentan que
varios de sus familiares cercanos también han vivido hasta avanzada
edad. En suma, fueron los siguientes factores los citados por los
superabuelos cuando se les preguntó:
Conservar una actitud positiva
Tener buena disposición para con el prójimo
Seguir siendo capaz de desenvolverse de forma
independiente
Mantenerse activos mentalmente y seguir siempre
aprendiendo cosas nuevas
El legado genético
Hacer ejercicio de forma moderada (la mayoría
seguían practicando actividades básicas como caminar,
andar en bici, trabajar en el jardín, nadar, etc.)
Comer bien
Familia, amigos, cierto grado de red social a su
alrededor como puntal o refuerzo
Algún tipo de espiritualidad o creencias que les sirvan
de apoyo
Las respuestas anteriores componen la receta básica de la felicidad que
repiten una y otra vez los manuales de autoayuda. Por tanto, los
supercentenarios nos están transmitiendo un mensaje de que, al ser felices,
se vive más tiempo. De hecho, uno de los estudios realizados al respecto
sacó en conclusión que las personas felices alargan su lapso de vida en un
35% más de tiempo. Otro estudio corroboró que la alegría y la felicidad no
solo favorecen el ser longevos, sino también el ser saludables. Más
investigaciones revelaron que las personas optimistas viven más que las
pesimistas.
Con una actitud existencial feliz, positiva, y que mantiene el interés por
la vida, nuestro sistema inmunológico se fortalece, y mostramos más
resistencia al dolor y al estrés. Incluso algunas investigaciones científicas
han probado que la felicidad puede alterar los genes para bien. Personas que
se sientan profundamente felices y satisfechas tendrán menor tendencia a
que se activen genes inflamatorios que puedan desencadenar por ejemplo
una enfermedad autoinmune. En cambio, sus defensas se hallarán
fortalecidas para protegerlos de las posibles agresiones.
En cierto sentido, la carga genética no es constante desde el nacimiento
hasta la muerte. Y ya ha surgido un campo de estudio científico (llamado
epigenética) centrado en la forma en que activamos o desactivamos
determinados genes con nuestros pensamientos, sentimientos,
emociones, alimentación y estilo de vida. La epigenética es el conjunto de
reacciones químicas y demás procesos que modifican la actividad
del ADN pero sin alterar su secuencia. Eso significa que tal vez deberíamos
prestar mucha más atención a los momentos en que nuestro cuerpo se
siente feliz y realizado, y potenciarlos en la medida de lo posible, dentro
de lo que es un comportamiento razonable. Esos momentos de plenitud,
que con frecuencia dejamos escapar sin apenas percibirlos, podrían ser
claves para potenciar nuestra salud y longevidad.
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52. Así investiga la ciencia cómo
hacernos superlongevos
fin
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Conclusión
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“Quien conoce a los hombres es inteligente.
Quien se conoce a sí mismo es sabio.
Quien vence a los otros es fuerte.
Quien se vence a sí mismo es aún más fuerte.
Quien se conforma con lo que tiene es rico.
Morir y no perecer es la verdadera longevidad”
Lao Tsé
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Otros títulos de la autora
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WEBGRAFÍA
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La dieta Okinawa: esto comen las personas que llegan a muy viejas
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okinawa-esto-comen-las-personas-que-llegan-a-muy-
viejas_197887/#lpu6bm1OH1UPFfVf
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