Proyecto Libro
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como un cantar de aves entre los árboles en primavera, de las cuales solo se sabe
de su presencia por su sonido, pero no por su contacto visual. Sintió cómo una
textura lisa que cubría una delgada mano bordeaba su pantalón, haciendo
esfuerzos por soltar el último botón de la prenda oscura que tanto le gustaba y
usaba siempre que iba de fiesta. Esa sensación la experimentaba muy seguido,
era un recuerdo que tenía intacto de la última noche que paso junto a esa mujer
de cabello oscuro, pero que en ese instante no tenía nombre. En ese momento
todo era vago, confuso, se enfrentaba a una desalineada realidad, pese a ser un
lugar común el hecho mismo de sentirse en un deja vú, esta vez era diferente, el
movimiento incesante y sin esa pausa que se hace cuando la pasión ataca, pero la
ternura irrumpe, no estaba allí, era como si aquella mano que viajaba hacia su
que estaba lejos de sus lugares habituales, y que esa mano cálida que viajaba
donde, que había hecho, en donde había estado como mínimo los últimos tres
días, su propio olor lo delataba y entendía que habían pasado más de 48 horas
desde la última vez que se había aseado, era un cálculo sensorial, pero no estaba
lejos de ser acertado. Su recuerdo más reciente fue el beso de despedida que le
dio a Ana, su prometida (su nombre llegó a su cabeza por casualidad, en la radio
que decoraba el ambiente se escuchaban las letras de una canción que le ayudo a
traerla a su mente) y mucho menos logró descubrir sin mirar su rostro, de quien
respuestas confiables y optó por seguir sus instintos, esos llamados básicos de la
especie, esos que incitan siempre a usar los sentidos para enfrentar lo
de sus ornamentos, con su mirada cansada, pero con sus ojos muy abiertos
descubrió un rostro femenino que nunca había visto, no lo tenía en sus anaqueles,
pero un rostro hermoso, cabello brillante como el sol, sonrisa perfecta, ojos
tiempo, en algún espacio o dimensión, ella hubiese existido. Un intenso dolor llegó
tuvo que volver a la oscuridad, era una sensación que odiaba, después del
controlar, y que cubría su piel ese instante, pero esta vez era más intenso, más
sientes? ¿recuerdas algo?, esa pregunta viajó en su cabeza, sonó e hizo un eco,
había tenido una buena formación académica y su mente inquieta siempre lo incitó
paz. Con una voz temerosa atendió la pregunta. – no– contesto de manera vaga,
como quien responde esperando una confirmación, ¿Quién eres tú? ¿En donde
siento tan sola para pretender abusar de ti, con lo que te pasará aquí será
supo que se trataba de una mujer segura de sí y con firmeza en sus palabras. Sin
darle espacio para cuestionar lo que acababa de oír, la mujer continuó – ¿Te
llamas Marcelo Trimontti, verdad?, o eso indican tus documentos, un nombre muy
extranjero para alguien que anda vagando en las noches y conduciendo ebrio. Por
unos segundos un silencio adornó la sala, Marcelo sabia que ese comportamiento
era el mayor de sus defectos, no le gustaba ceder el volante ni aun estando con
los tragos hasta el cuello, por eso no replicó. Estamos en la jaula del pecador, un
lugar al cual llegan todos aquellos que son como tú. – ¿Como yo?, la mujer
asintió, y con el índice señaló cada uno de las habitaciones - hay borrachos,
después de haber acabado con la suya claro está. Es una especie de infierno,
pero sin tantos adornos, sin fuego ni colas ni cachos. Solamente silencio, espacio
para arrepentirse una eternidad, pero sin el premio de la salvación, tú y los demás
están condenados. Ahora déjame terminar mi trabajo debo quitarte esta vieja ropa
y darte un traje como nuevo miembro de esta maravillosa, como lo llaman ustedes,
(vaciló), fraternidad.
Trimontti no concebía lo que escuchaba, le aterraba ser ese tipo de personas a las
que la gente condena al infierno y tiene que pasar por los sufrimientos del infierno,
sus gritos lo dejaron sin fuerza. Una vez más abrió los ojos y esa sensación de
una mano cálida estaba allí de nuevo, esta vez sin dudar quiso confirmarlo, era
Ana su amada. - Por fin despiertas, llevas tres días aquí, después del accidente en
el auto pensé que no volverías conmigo, por favor Marcelo, deja la bebida, algún
día vas a acabar con tu vida, no querrás irte al cielo y dejarme sola. – Ana al cielo
quiero ir y por eso el único que morirá será el alcohol, la jaula del pecador que no
espere por mí. ¿la jaula del pecador? - pregunto Ana. Una sonrisa se dibujó en el
rostro de Marcelo y luego de una pausa respondió – sí, la jaula, así se llama el bar
en el que estaba.