Delgado. Fenicios Mediterraneo Occidental

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Contactos culturales en escenarios coloniales: la construcción de nuevas

identidades en ámbitos coloniales fenicios del Mediterráneo Occidental

Ana Delgado y Meritxell Ferrer


Departament d’Humanitats
Universitat Pompeu Fabra (Barcelona)

La diáspora fenicia, protagonizada por la metrópolis de Tiro, se inicia a finales del siglo
IX a.C. Se trata de un fenómeno colonial de carácter básicamente comercial, que
conllevó la instalación de numerosos enclaves en las costas mediterráneas -desde Chipre
hasta Gibraltar- y en territorios atlánticos –Gadir, Lixus o Lisboa (Aubet 1994).

En el contexto de esta expansión colonial, los enclaves del Cerro del Villar (sur de
España) y de Mozia (Sicilia) representan dos escenarios idóneos para el estudio del
contacto cultural y de la de la formación de nuevas identidades en el marco de los
encuentros coloniales protohistóricos. No en vano, las colonias ofrecen un perfecto
laboratorio para los estudios identitarios, ya que en ellas encontramos distintas
comunidades alejadas de sus tierras de origen, una interacción con las poblaciones de
los nuevos territorios, y una constante búsqueda de legitimación para su asentamiento.

Las dos colonias analizadas en este artículo fueron lugares donde cohabitaron grupos
orientales con distintas poblaciones del Mediterráneo Occidental. Esta convivencia de
grupos de distintos orígenes y de distintas etnias se expresa en los enseres y productos
asociados a las tareas de mantenimiento, así como a otras actividades productivas. Las
prácticas materiales relacionadas con la arquitectura, las vajillas de mesa, el ritual, las
nuevas tecnología evidencian, por otro lado, como los residentes de estas colonias
crearon nuevas identidades que legitimarán la cohesión social y cultural de estos nuevos
asentamientos.

El asentamiento del Cerro del Villar: una colonia fenicia del sur de Iberia

La costa mediterránea del sur de Iberia fue una de las principales áreas de atracción para
los mercaderes orientales. Entre los siglos VIII y VI a.C. los fenicios crearon en estas
tierras más de una decena de instalaciones permanentes dotadas de barrios residenciales
e infraestructuras portuarias, comerciales y artesanales. La colonia del Cerro del Villar,

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iniciada en la segunda mitad del siglo VIII a.C, fue uno de los principales asentamientos
fenicios de este área del Mediterráneo occidental (Fig. 1).

Para la fundación de esta colonia los fenicios eligieron un islote deshabitado situado en
la desembocadura del río Guadalhorce. Se establecieron en una “tierra de nadie”,
definida por un entorno pantanoso, húmedo e inhóspito (Carmona 1999). No se conocen
poblados de comunidades locales en las inmediaciones del asentamiento en el momento
de su fundación. La más próxima es la aldea de San Pablo, bajo la actual ciudad de
Málaga, a unos 5 km. del asentamiento fenicio (Efrén et al. 1997). La elección de este
emplazamiento responde a la voluntad de crear un enclave segregado de la población
local y autónomo respecto sus estructuras de poder.

En este área mediterránea durante el siglo VIII a.C. la mayoría de la población local
ocupa preferentemente tierras relativamente alejadas del litoral, ricas en pastos y
recursos ganaderos. Poco después de la fundación de la colonia fenicia se crean núcleos
indígenas en el fondo de los valles que buscan mejores suelos agrícolas y algunos
grupos locales se implican en mayor medida en el intercambio con las comunidades
coloniales de la costa (Aubet y Delgado 2003). Durante las primeras décadas,
exceptuando los poblados litorales, las relaciones de intercambio con los grupos locales
del territorio inmediato son de baja intensidad.

Los colonos fenicios que fundaron este enclave no valoraron exclusivamente las
posibilidades comerciales que ofrecía el territorio próximo a la colonia, sino su posición
estratégica en las redes de comunicación terrestres y marítimas. Navegantes y
mercaderes fenicios encontraron en este islote un lugar protegido de vientos y corrientes
y dotado de buenas condiciones portuarias. El Cerro del Villar constituía uno de los
últimos puertos mediterráneos donde un navegante podía atracar antes de la difícil
travesía del Estrecho de Gibraltar, en ruta hacia los mercados de los territorios
atlánticos, hacia el mítico Tartessos. Allí, en las áreas atlánticas del sur de Iberia,
habitaban comunidades con ricos recursos minerales y agropecuarios y una larga e
intensa tradición en el intercambio con mercaderes foráneos. De la desembocadura del
río Guadalhorce partía un camino alternativo, esta vez por vía terrestre, para acceder a
las campiñas tartésicas y a las tierras granadinas.

Arquitectura colonial e identidad social

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Las campañas de excavación realizadas hasta la fecha, dirigidas por la Dra. Aubet, han
permitido poner al descubierto cerca del 5% de la superficie total del asentamiento. Se
han excavado distintos edificios residenciales, un área de mercado y varios espacios
dedicados al desarrollo de actividades artesanales (Aubet 1991; 1997; Aubet, Carmona,
Curià, Delgado, Fernández y Párraga 1999) (Fig 2). Entre estas actividades productivas
destaca la elaboración de cerámicas a torno y el trabajo del metal –hierro, bronce y
plomo. Los diversos estudios realizados muestran que en este asentamiento se
estableció una comunidad colonial socialmente compleja, con un importante peso de
mercaderes y artesanos.

Los diferentes edificios excavados en la colonia reproducen técnicas de construcción,


modos de distribución y configuraciones estructurales idénticos a los que podríamos
encontrar en una ciudad fenicia del Mediterráneo oriental. Son edificios ortogonales
distribuidos en una red de calles y terrazas situadas a distintos niveles topográficos.
Están compuestos por varias habitaciones organizadas entorno a un patio interior y, en
ocasiones, constan de dos pisos de altura. Para su construcción se utilizó, piedra, adobe,
tapial y cal para recubrir sus paredes exteriores, un material que convertiría a la colonia
en un punto destacado y visible en el paisaje por su color intensamente blanco.

Este estilo arquitectónico expresaba materialmente un claro vínculo entre la colonia y


las tierras de origen de sus fundadores. A través de la forma de sus casas, sus talleres y
almacenes los residentes de esta comunidad crearon lazos identitarios con la metrópolis
oriental y con otros enclaves fenicios de las costas atlánticas y mediterráneas. Al mismo
tiempo, esta arquitectura oriental generaba una enorme distancia visual entre el
asentamiento colonial y los poblados de las comunidades nativas, formados por
agrupaciones de pequeñas cabañas circulares de paredes construidas con entramados
vegetales y barro que se elevaban sobre zócalos de piedra En los primeros momentos,
antes de que algunos miembros de las comunidades nativas integraran la casa de estilo
oriental en sus propios poblados, la arquitectura colonial favoreció la construcción de
una diferencia expresada visualmente en el paisaje. Es precisamente la visibilidad de la
arquitectura la que la convierte en un elemento material con un enorme potencial
comunicativo para aquellos que la construyen, la habitan y la ven (Blanton, 1994). Este
potencial hace de los estilos arquitectónicos integrantes muy activos en estrategias de
movilidad social y también en la construcción de solidaridades comunales o cívicas,

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interviniendo, por tanto, en la creación y la negociación de identidades sociales (Blanton
1994, Van Dyke 1999, Lightfood 1995, Voss 2005).

En las casas de estilo oriental del Villar, como más tarde veremos, residieron grupos
domésticos de distintos orígenes o integrados por miembros de procedencias
geográficas y orígenes diversos, tanto orientales, como individuos descendientes de
poblaciones nativas del Mediterráneo occidental. En el asentamiento del Villar la
arquitectura fue uno de los elementos centrales en la construcción de una identidad
colonial: creaba lazos con Oriente, homogeneizaba bajo un mismo estilo a todos los
residentes de la colonia –al margen de sus diferencias sociales expresadas en las
configuraciones estructurales o en el tamaño de sus casas- y generaba distancias con las
comunidades nativas tradicionales.

Los miembros de esta colonia utilizaron deliberadamente la forma de sus casas para
expresar sus aspiraciones a ser reconocidos como miembros de esta comunidad,
independientemente de su origen o descendencia. Este uso intencional de la arquitectura
doméstica –como de otras prácticas y elementos materiales altamente visibles que
posteriormente analizaremos- se produjo en un contexto social en el que las jerarquías
de estatus tenían cierta movilidad y donde las categorías sociales no estaban totalmente
definidas en función del origen y la descendencia. En este contexto social y étnicamente
dinámico la arquitectura doméstica se convirtió en una estrategia crucial en la
negociación y la construcción de nuevas identidades.

Cocinando identidades: las cerámicas a mano del Cerro del Villar

El análisis contextual de los distintos espacios excavados en el Cerro del Villar es un


claro indicador de la presencia de una comunidad colonial pluriétnica que reside bajo el
mismo tipo de casas. Entre las vajillas y contenedores cerámicos que encontramos en las
diferentes áreas estudiadas de la colonia es relativamente frecuente la presencia de
cerámicas modeladas a mano. Estas cerámicas tienen características formales, técnicas y
decorativas similares a las que podemos encontrar entre las vajillas tradicionales de las
comunidades nativas de Iberia (Delgado 2005) (Fig 3).

La morfología y decoración de estas cerámicas, así como la composición de sus arcillas


(Cardell 1999 y Clop inédito) nos indican que tuvieron distintas procedencias. Entre las
cerámicas a mano del Cerro del Villar son comunes los contenedores típicos del área

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tartésica, así como de comunidades nativas del Sudeste de Iberia, pero la mayoría de
ellos guarda similitudes morfológicas con vajillas cerámicas de los poblados indígenas
vecinos del Bajo Guadalhorce. Los análisis de láminas delgadas y de difracción de rayos
X apuntan en la misma dirección: variabilidad de procedencias y predominio de arcillas
típicas de unidades geomorfológicas próximas al área del Cerro del Villar, por lo que no
podemos descartar, incluso, que algunas de ellas pudieran ser elaboradas en el mismo
centro.

Las procedencias de las cerámicas a mano del Cerro del Villar nos ofrecen una
información de gran interés para dibujar la complejidad de las redes sociales que se
crean tras la implicación de los fenicios en los mercados y circuitos de intercambio del
Extremo occidente, porque nos ofrecen una visión totalmente distinta al clásico
dualismo hinterland/colonia que aún predomina en las lecturas de las colonizaciones
protohistóricas mediterráneas, pero este no es el lugar idóneo para desarrollar este tema.
En esta comunicación nos centraremos en cómo la cerámica a mano nos permite
identificar la presencia de gentes de orígenes y procedencias geográficas diversas entre
los residentes del Cerro del Villar y cómo éstos la utilizaron en la definición de las
distintas identidades sociales y culturales en este escenario colonial.

Adquiridos a otras comunidades o manufacturados en el mismo Cerro del Villar,


muchos de los recipientes a mano fueron utilizados de forma cotidiana por los
residentes de la colonia. Prácticamente en todos los espacios excavados –zonas de
vertido, espacios artesanales y áreas domésticas- se registran cerámicas a mano y en
todos ellos muestran unas pautas de uso y de consumo muy similares y claramente
definidas (Fig. 4 y 5).

El 50% de los recipientes a mano son ollas, utilizadas muchas de ellas en la cocción de
alimentos. Los cuencos esféricos, que pudieron servir para el consumo de determinados
alimentos líquidos y para la preparación de comidas, representan casi un 25% del total
de los recipientes modelados a mano. El 25 % restante se reparte principalmente entre
grandes contenedores de almacenamiento, recipientes usados en procesos metalúrgicos
y cuencos carenados y copas de superficies cuidadas. Estos vasos abiertos utilizados en
el consumo y servicio de determinados alimentos están totalmente subrepresentados en
la colonia. La mayoría de los hallazgos (10 de un total de 14 individuos mínimos
identificados) se concentra, además, en un espacio artesanal donde también existe una

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alta representación de otros vasos para beber fabricados en áreas no fenicias –copas
griegas y kantharoi etruscos. Al contrario de lo que se observa en la colonia, en los
poblados locales del sur de Iberia cuencos carenados y copas son los recipientes
mayoritarios de la vajilla cerámica en las áreas domésticos. Son vasos que suelen estar
decorados con motivos geométricos o disponen de superficies brillantes e intensamente
bruñidas. En la colonia del Villar sólo uno de los vasos a mano de bebida presenta
decoración.

La cerámica a mano de la colonia se utilizó principalmente para la preparación de


comidas. Muchas de las ollas tienen huellas de combustión en sus superficies,
especialmente en las paredes inferiores lo que indica que se pusieron directamente sobre
el fuego, utilizando en ocasiones un pequeño soporte. El grosor de sus fondos y de sus
paredes y las características técnicas de sus pastas, con gruesos nódulos de desgrasantes,
las hacen especialmente aptas para este modo de cocción de alimentos (Bats 1992).
Entre las cerámicas torneadas, no se encuentran en el Villar recipientes con
características similares, salvo en épocas tardías, a partir de finales del siglo VII y
principios del VI a.C., cuando en los talleres de la colonia los alfareros elaboraron
cerámicas similares, reproduciendo incluso en algún caso la decoración incisa típica de
algunos de estos recipientes (Curià, Delgado, Fernández y Párraga 1999: 183).

La ollas de cocina a mano presentes en los distintos espacios del asentamiento del Villar
responden a un modo determinado de hacer la comida, a una forma de cocinar distinta a
la que tradicionalmente practicaron los orientales y propia de las comunidades indígenas
del sur de Iberia, donde encontramos recipientes similares. La forma ovoide o esférica
de estas ollas sugiere que en ellas se cocieron alimentos líquidos en forma de sopas,
pucheros o gachas. El modo de consumo de estos alimentos líquidos, de estas sopas,
entre residentes del Cerro del Villar, podría asociarse a los cuencos esféricos a mano, lo
que explicaría porqué el cuenco es la segunda de las formas más representadas entre la
cerámica a mano de la colonia.

En la colonia del Villar se han localizado otros equipamientos relacionados con la


cocción de alimentos de una tradición totalmente diferente a la que expresan las ollas a
mano y que se conecta con la cocina del Mediterráneo oriental. Nos referimos a los
hornos domésticos frecuentes especialmente en las colonias fenicias del sur de Iberia en
sus primeras décadas de vida (Aubet 1974; 1999; Schubart 1985). Aunque

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prácticamente no conocemos nada sobre los modos de preparación y cocción de
alimentos que practicaban las comunidades fenicias coloniales y orientales, estos
hornos, así como el predominio de los platos entre su vajilla de mesa indican una mayor
importancia de los alimentos sólidos en la cocina fenicia de la que se deriva de las
vajillas de las poblaciones locales.

La evidencia material derivada de las prácticas de mantenimiento en espacios


domésticos residenciales ha sido considerada un indicador muy fiable para identificar el
origen de los individuos que habitaron en ellos (Deagan 1983; Bats 1992; Dietler 1995;
Lighfoot, Martínez y Schiff 1998; McEwan 1992; Voss 2005). Dietas, modos de
preparación, manipulación y cocción de alimentos destacan como una de las principales
evidencias en este sentido. Actividades de mantenimiento, como la cocina diaria –no
festiva-, son prácticas que se reproducen diariamente de forma rutinaria y repetitiva.
Responden a un modo aprendido de “hacer las cosas”, por lo que son en su mayoría
inconscientes y no están directamente motivadas. La rutina o el habitus, tal y como lo
define Bordieu, actuaría en ese sentido como una forma de resistencia a la adopción de
nuevas prácticas y de nuevos modos de hacer las cosas.

Los instrumentos y equipamientos para cocinar –hornos, braseros, ollas a mano…-


localizados en distintos espacios de la colonia del Cerro de Villar señalan la convivencia
de distintas tradiciones culinarias, lo que constituiría un indicador de la naturaleza
pluriétnica de este asentamiento. Las ollas de cocina a mano hablan a favor de la
presencia de mujeres de origen nativo entre los residentes de la colonia, mientras que
los hornos localizados en algunos de los espacios domésticos sugieren la presencia de
mujeres de origen oriental que cocinaban alimentos fenicios de un modo fenicio.
Recipientes, enseres y equipamientos para el procesamiento de alimentos dibujan un
escenario multicultural similar al de otros asentamientos coloniales históricos (Deagan
1983; Lightfoot 1995; Silliman 2005; Voss 2005) o entrepôts protohistóricos (Buchner
y Ridgway 1993; Dietler 1995).

Análisis contextual de un ámbito doméstico: la casa 2

El análisis contextual de cada uno de los espacios domésticos que integran la colonia
nos ofrece información de cada uno de sus grupos domésticos y de cómo cada uno de
ellos utilizó la vajilla a torno y a mano, así otros enseres de uso cotidiano, en sus

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prácticas diarias. Los análisis contextuales de ámbitos domésticos nos ofrecen
información relativa a los orígenes culturales de sus miembros y a cómo en ese contexto
particular usaron, rechazaron o fusionaron elementos de distintos contextos culturales,
utilizándolos en sus prácticas de relación social y en la construcción de sus identidades.
No sólo ofrecen la posibilidad de contemplar la agencia en los procesos de contacto
cultural, y la multiplicidad de respuestas, sino que exigen introducir las relaciones de
género en los análisis de contacto cultural, un aspecto relativamente olvidado.

Uno de los pocos edificios excavados en toda su extensión en el Villar es la denominada


casa 2. Se trata de una construcción típicamente oriental, de dimensiones modestas -74
m2 de planta-, compuesta por distintas estancias cuyo uso y función ha podido ser
discriminado a partir del análisis de elementos arquitectónicos, artefactos y otro tipo de
deposiciones y desechos (Delgado, Ferrer, Garcia, López, Martorell, Sciortino, e.p.).
Esta casa fue construida y ocupada durante el siglo VII a.C., es decir, décadas después
de la fundación de la colonia. En ella los recipientes a mano tienen una alta
representación en los espacios relacionados con el desarrollo de actividades de
mantenimiento y consumo de alimentos: los espacios 1, 5 y 3.

El grupo doméstico que residió en la casa 2 estaba integrado por individuos de distintos
orígenes. La cerámica de cocina es mayoritariamente de tradición local, aunque
incorpora algunos instrumentos orientales como los cuchillos de hierro –con gran
aceptación entre la población local del sur de Iberia. Otros equipamientos usados en la
cocina fenicia están ausentes: no hemos encontrado hornos, ni molinos barquiformes, ni
morteros o vasos trípodes. La única evidencia de fuego son braseros elaborados también
en cerámica a mano que pudieron servir tanto como hornillos domésticos, como para
calentar las estancias. En el espacio 1, la estancia principal de la casa, un área de
reunión y consumo, se localizaron restos de cinco platos fenicios de engobe rojo, junto
con dos cuencos esféricos elaborados a mano. Esta vajilla indica la convivencia en un
mismo espacio de dos modos de servir y consumir los alimentos asociados a dos
tradiciones culinarias diferentes.

La convivencia de vajilla oriental y indígena en un mismo espacio residencial podría


expresar diferencias en el seno del grupo doméstico –de género, de edad, “étnicas”…-
manifestadas a través de las formas de consumo de alimentos (Goody 1982; Hastorf
1991). Hay que subrayar, sin embargo, que la vajilla de la casa es mayoritariamente

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oriental lo que podría sugerir que los modos de servicio y consumo de alimentos eran
una práctica social que intervenía en este escenario en la construcción de la identidad
colonial, del mismo modo que la arquitectura de la propia casa y la práctica ritual.

Los objetos asociados a la práctica de rituales de purificación localizados en este


espacio doméstico son formas totalmente fenicias. Botellas y pequeñas jarras para
aceites aromáticos, lucernas que sirvieron para iluminar, pero sobre todo para purificar,
y huevos de avestruz con ocre rojo en su interior son algunos de los elementos
registrados en la casa 2 que indican que sus residentes llevaron a cabo prácticas rituales
derivadas de una cosmología, de una visión del mundo fenicia, compartida, no sólo por
gran parte de los habitantes de esta colonia, sino por las comunidades fenicias de
distintos territorios atlánticos y mediterráneos. A través de la práctica ritual miembros
de este grupo doméstico expresaron activamente su pertenencia a la “comunidad
fenicia”, entendida como una entidad que se extendía más allá de los límites de este
enclave y les vinculaba a otros espacios fenicios atlántico-mediterráneos.

Talleres y tecnologías

La casa 2 dispone de una pequeña habitación en la que se realizaron actividades


relacionadas con la metalurgia del plomo. El suelo de esta habitación apareció
prácticamente limpio. De las actividades de combustión llevadas a cabo, sólo se podía
observar la mancha dejada por la acción del fuego sobre su superficie y pequeñas gotas
de plomo en un hoyo próximo. Apenas se localizaron restos de recipientes cerámicos,
tan sólo una pequeña botella para aceites aromáticos con la que el metalúrgico pudo
purificarse al finalizar su trabajo y un cuenco a mano.

El cuenco es de paredes muy gruesas y enormes nódulos de desgrasante, con restos de


combustión en el interior. No presentaba adherencias metálicas, pero no podemos
descartar su uso en el trabajo metalúrgico. En otras áreas del yacimiento es frecuente la
presencia de cerámicas a mano en talleres dedicados a la manipulación de metales (Fig
4 y 5) (Delgado 2005, Rovira 2005). En estos espacios, junto a ollas, grandes jarras de
almacenamiento y cuencos esféricos elaborados a mano, que hablan a favor de una
convivencia de actividades domésticas en espacios de trabajo artesanal, se encuentran
otros vasos a mano de morfología indígena que fueron utilizados como crisoles. En la
colonia también se han localizado vasijas horno (Rovira 2005) utilizadas para la

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producción de cobre a pequeña escala. Esta tecnología de bajo rendimiento –en
comparación con la que caracteriza a la metalurgia oriental- la practican las
comunidades del sur de Iberia desde el III milenio a.C.

Tecnologías primarias, instrumental y vasijas domésticas elaboradas a mano sugieren la


participación activa de individuos de origen local en procesos productivos como la
metalurgia, donde aportarían sus propios conocimientos y su propia forma de hacer las
cosas en los procesos de beneficio de aquellos metales que previamente conocían, como
es el caso del cobre y del bronce. Una discusión hoy abierta es la participación de
mujeres en estas tareas metalúrgicas. La visión tradicional respecto al trabajo
metalúrgico es totalmente androcéntrica y no contempla la posible participación de las
mujeres como trabajadoras activas en el ámbito de la metalurgia. Esta visión, sin
embargo, ha sido criticada por algunas arqueólogas que estudian la Edad del Bronce
europea (Sørensen 1996; Sánchez Romero y Moreno Onorato 2003), especialmente
porque, como sucede en algunos de los talleres metalúrgicos del Cerro del Villar, en
esos espacios es común la convivencia de herramientas y equipamientos relacionados
con el trabajo metalúrgico con enseres utilizados en procesos de manipulación y
consumo de alimentos, así como en el desarrollo de otras tareas de mantenimiento.

Los metales constituyen uno de los principales productos que demandan los mercaderes
fenicios en estos ámbitos occidentales. Las mineralizaciones de cobre, hierro y plata en
el territorio inmediato son muy escasas y las pocas que existen son de bajo rendimiento.
Las escasas informaciones relativas a su explotación indican que las actividades mineras
y las primeras fases de reducción del mineral son actividades que llevan a cabo
comunidades locales sin un control fenicio directo. El acceso al mineral, por tanto,
depende de las relaciones con estas comunidades. La convivencia de mujeres y, quizá
de hombres de origen nativo, con colonos y colonas de procedencia oriental fue
posiblemente una de las claves del éxito económico de la colonia del Villar y de su
continuidad hasta los inicios del siglo VI a.C. Mujeres y hombres nativos aportaron a
este enclave no sólo fuerza de trabajo y lazos sexuales y reproductivos, sino también
una información totalmente crucial sobre recursos, caminos, rutas, y sobre todo aliados
y parientes con los que pactar, negociar y comerciar.

La relevancia de la participación activa de individuos de origen o descendencia nativa


en la buena marcha y la prosperidad de “negocios” fenicios permitiría entender la

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porosidad “étnica” de las jerarquías sociales coloniales y cierto dinamismo en la
definición de esas categorías sociales durante las primeras décadas de vida del
asentamiento. La adopción de una identidad colonial por parte de sus habitantes se
expresa a través del uso de una arquitectura, vajilla de mesa, ritual y de determinadas
prácticas tecnológicas claramente orientales. Al mismo tiempo, algunos de sus
habitantes mantuvieron paralelamente otros modos aprendidos de hacer las cosas, que
les vinculaban a sus poblaciones nativas de origen, una identidad que es fundamental
mantener y utilizar adecuadamente para establecer y conservar relaciones con amigos y
parientes, básicas para que miembros de tu grupo doméstico puedan obtener éxito en
negocios y tratos comerciales.

Mozia, un asentamiento pluriétnico en Sicilia occidental

Cerro Villar no es la única colonia fenicia de carácter pluriétnico. La ausencia de


análisis de los espacios domésticos en estos enclaves, junto a la falta de interés sobre los
equipamientos y enseres relacionados con las actividades de mantenimiento ha
permitido construir una visión de homogeneidad cultural en las colonias fenicias que se
revela completamente falaz.

Mozia, una de las colonias fenicias de Sicilia occidental, se inició en la segunda mitad
del siglo VIII, justo antes de que griegos de Eubea fundaran en la isla el asentamiento
de Naxos. Los fenicios eligieron, como en el Villar, una isla deshabitada, próxima a la
costa, en el centro del Stagnone di Marsala. Sal, pescado y arcillas son los mejores
recursos potencialmente explotables con los que cuenta su territorio inmediato. Las
comunidades indígenas asentadas en las zonas altas están relativamente alejadas de la
colonia y los escasos datos disponibles aluden a la existencia de intercambios de baja
intensidad en las primeros tiempos de la fundación.

Esta colonia siciliana responde, como el Villar, a una estrategia comercial de amplio
alcance. Mozia, junto con Cartago, controla el cuello de botella que conecta a través de
rutas de navegación las distintas comunidades de los dos extremos del Mediterráneo. No
podemos olvidar que Sicilia se sitúa en el centro de este mar, actuando como bisagra no
sólo de las comunicaciones este y oeste, sino también norte-sur.

Los trabajos de excavación en Mozia, iniciados a principios del siglo XX, se han
concentrado principalmente en los niveles arqueológicos más recientes (siglos VI-III

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a.C.). Las primeras décadas de este enclave son poco conocidas y la mayoría de la
información procede de las áreas funerarias: el tophet y necrópolis. Por ello nuestro
estudio se centrará principalmente en las informaciones derivadas de estos contextos
funerarios.

La necrópolis de Mozia

Las áreas funerarias, situadas en el área septentrional de la colonia, se inauguran pocos


años después de la fundación de la colonia. Las primeras tumbas excavadas en la
necrópolis datan de finales del siglo VIII a.C., un signo que muestra que los habitantes
de Mozia, o mejor dicho algunos de ellos, presentaban desde los momentos iniciales de
la colonia una voluntad de permanencia y de pertenencia a este nuevo asentamiento. La
construcción de una necrópolis responde a un interés por construir rápidamente una
identidad colonial, una identidad “moziense”. Este espacio funerario expresaba los
vínculos de los habitantes de la colonia con los antepasados fundadores, creando así una
memoria en un lugar que carecía de referencias.

En este espacio funerario, que perdura hasta la primera mitad del siglo VI, sólo se
depositaron 157 tumbas de incineración junto a 4 enchytrismoi, pocos enterramientos
para un cementerio que perduró durante 200 años y que estaba asociado a un
asentamiento con una extensión estimativa de 4 km2. Del número de tumbas excavadas
en la necrópolis se deriva que no todos los residentes en la colonia tenían derecho al
enterramiento en el lugar, lo cual abre la posibilidad de que estemos ante una
comunidad colonial con jerarquías sociales en función de su identidad colonial
“moziense”. La construcción y el mantenimiento de esta identidad es uno de los
principales mecanismos de control y dominio colonial, a través del cual puede limitarse
a los miembros del grupo colonial el acceso a ciertos beneficios y privilegios (Stoler
1992: 339-340).

El ritual funerario visible a través de las tumbas excavadas de la necrópolis de Mozia se


caracteriza por una fuerte homogeneidad. La cremación, como en el cementerio de la
metrópolis fenicia de Tiro (Aubet 2004), es el rito dominante (98% de las tumbas
excavadas). Los muertos se acompañan de un equipo ritual fuertemente normativizado
que de nuevo reproduce la ceremonia mortuoria oriental: una jarra trilobulada, una jarra
de boca de seta, un recipiente para comida y, en ocasiones, un vaso fino para beber. La

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deposición de este tipo de ajuar alude a un ritual funerario en el que están presentes
actos de libación con algún tipo de líquido (trilobulada y vaso de bebida), la
purificación y el ungimiento del muerto (boca de seta) y la ofrenda de ciertos tipos de
comida. Como hemos visto en el Cerro del Villar, el ritual adquiere una importancia
muy significativa en estos ámbitos coloniales para expresar lazos con la comunidad
fenicia de origen.

La ceremonia mortuoria y la deposición de los restos funerarios mantiene asimismo


características propias, expresando cierta distancia respecto a la metrópolis fundadora.
La creación de nuevas formas culturales es una peculiaridad propia de ámbitos
coloniales, en la que los habitantes de estos asentamientos recién creados construyen
expresiones nuevas fruto de las nuevas relaciones sociales y culturales que establecen en
el lugar de destino. En el cementerio de Mozia estas diferencias se ven, en primer lugar,
en los contenedores utilizados en la deposición de los muertos (ánforas, cistas o
monolitos pétreos frente a la deposición en urnas características de la necrópolis tiria)
(Fig. ….) y en segundo lugar, en el recipiente que acoge las ofrendas de alimentos
depositada junto al muerto.

Alimentos para los muertos

En el ritual funerario fenicio la comida tenía un papel destacado. Restos de pescado y


otros alimentos fueron quemados en las piras funerarias junto a los individuos
enterrados en la Tiro fenicia de los siglos XI-VII (Aubet 2004: 466). Algunos de los
restos de los alimentos sacrificados fueron depositados en la urna junto al muerto. La
importancia de la comida en la ceremonia fúnebre fenicia se expresa también en el ajuar
funerario. Junto a las jarras de libación y purificación, prácticamente siempre aparece un
recipiente destinado a depositar alimentos acompañando al individuo enterrado. En la
necrópolis tiria, como en otros cementerios fenicios occidentales, ese recipiente siempre
es un plato de engobe rojo. En Mozia, sin embargo, sólo 7 de las 161 tumbas disponen
de este contenedor. En su lugar, la mayoría de las tumbas presentan una olla de cocina.

La sustitución del plato por la olla nos indica un cambio en el tipo de alimentos
ofrecidos a los muertos y quizá también de la persona que hace la ofrenda. Esta
sustitución implica el cambio de una vajilla de servicio, por otra utilizada en la esfera
doméstica para la manipulación y cocción de los alimentos. Si son las mujeres quienes

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preparan las comidas utilizando estas ollas, posiblemente también sean ellas las
responsables de realizar las ofrendas a los muertos (Van Esterik 1998: 86). En Mozia, y
en otras necrópolis fenicias del Mediterráneo Central, las mujeres parecen tener un
papel distinto en el ritual funerario del que se deriva de los ajuares de otros cementerios
fenicios mediterráneos, que implicaría un mayor protagonismo en la relación entre los
vivos y los muertos.

Las ollas depositadas junto a los muertos del cementerio de Mozia pueden
agruparse en tres tipos que presentan diferencias morfológicas y tecnológicas entre
ellos. El recipiente más frecuente es la olla monoansada (101 tumbas presentan este tipo
de olla, representando el 62% del total de la necrópolis), un vaso elaborado a torno de
cuerpo globular, con el fondo plano y dotado de un asa, que también se localiza en el
hábitat (Tusa 1978 fig. 2, 3). Se trata de una olla que encontramos en asentamientos
fenicios del Mediterráneo Central y que expresa vínculos muy estrechos entre las
comunidades fenicias instaladas en el triángulo formado por la costa de Túnez, Malta,
Sicilia occidental y Cerdeña (Lancel 1979: fig. 601, tipo 16; Vegas 1998: 148, 157 y
fig.4; Bartoloni 1983: fig 8 d-e, 9 f y 10k)

Los restantes tipos de ollas están hechos a mano. Son recipientes de cocina que
se relacionan morfológicamente con comunidades geográficamente distantes y de
tradiciones culinarias distintas. La primera de las formas a mano es una olla
monoansada que reproduce las elaboradas a torno. En ocasiones, estas ollas cuentan con
un pequeño mamelón del asa. Ollas de la misma morfología aparecen en otros contextos
coloniales fenicios del Mediterráneo Central, y en especial en Cartago. Su origen se
desconoce, si bien podría tratarse de una forma de vasija de cocina propia de las
comunidades tunecinas apareciendo ésta ya desde momentos anteriores a la llegada de
los fenicios (Cintas 1961: fig.).

El segundo tipo de la olla modelado a mano se caracteriza por un cuerpo menos


globular con dos o cuatro mamelones dispuestos en su parte superior. Su fondo es
amplio y presenta una mayor superficie de contacto con el fuego que las dos ollas
anteriores, lo que sugiere un modo de cocción distinta. No conocemos su procedencia
–quizá Cerdeña, quizá el propio sudeste de Iberia-, pero su morfología la aparta de las
comunidades autóctonas de Sicilia. El tercer y último tipo de olla a mano representada
en la necrópolis de Mozia es la pignatta. Esta olla se caracteriza por su forma

14
troncocónica, sus unas paredes rectas y un amplio fondo plano Es una olla de tradición
autóctona siciliana que se documenta en la isla desde el siglo VIII a.C. hasta la Edad
Media y se localiza en multitud de asentamientos nativos coetáneos a la colonia fenicia
tales como Maranfusa, Marineo o Morgantina (Spatafora 2003: fig.220-224 pp. 256-
260; Spatafora 2000a, 907; Leighton 1993,171 pl.32 and 77 n. 99).(Fig. formas de ollas
a mano)

Aunque los recipientes modelados a mano en la necrópolis de Mozia, son minoritarios


–se registran únicamente en 22 tumbas de las 161 excavadas, lo que equivale a un 14%
del total- su presencia es un claro indicador de que mujeres de origen o descendencia no
oriental residentes en Mozia jugaron un papel importante en las ceremonias fúnebres
depositando ofrendas de alimentos a sus parientes muertos enterrados en el cementerio.

Si el cementerio de Mozia y el derecho a ser enterrado en ese espacio son una de las
expresiones de las jerarquías sociales en el espacio colonial, la deposición de esas
vasijas a mano podría indicarnos que esas categorías de estatus no estaban definidas
primariamente basándose en criterios de origen y descendencia, en lo que hoy
denominaríamos criterios étnicos. La evidencia de la necrópolis de Mozia señala que en
este contexto la etnicidad tuvo una importancia relativamente menor en la construcción
de las categorías y jerarquías sociales, algo que también parece derivarse de los análisis
realizados en el Cerro del Villar.

Como en el Cerro del Villar, las cerámicas a mano de la necrópolis de Mozia parecen
sugerir que la colonia estuvo habitada por gentes de una multiplicidad de orígenes
diversos, multiplicidad que supera la tradicional tricotomía oriental-indígena-mestizo.
Las ollas modeladas a mano indican la presencia en el cementerio de parientes de gentes
de diversas áreas mediterráneas que tradicionalmente integramos bajo el simplista
apelativo de “indígenas”.

Conclusiones

En asentamientos coloniales fenicios como Mozia y el Cerro del Villar se instalaron


grupos e individuos procedentes de distintas comunidades del Mediterráneo occidental.
Convivieron junto a los administradores coloniales, los mercaderes, los artesanos y los
trabajadores procedentes de las ciudades fenicias, que en algunos casos pudieron haber
traído consigo a mujeres orientales. Los enseres utilizados en las actividades de

15
mantenimiento en estas colonias evidencian la residencia tanto de mujeres fenicias,
como de otras procedentes de comunidades mediterráneas occidentales. Los grupos
domésticos interétnicos parecen haber constituido unidades relativamente comunes a
juzgar por la frecuencia de los útiles relacionados con la cocina de tradición local. Lazos
sexuales y reproductivos en el seno de estos matrimonios interétnicos debieron dar lugar
en pocas décadas a un número importante de población étnicamente mestiza.

Las diversidad de orígenes de los habitantes de la colonia conllevó la construcción de


nuevas identidades en estos ámbitos mediterráneos. Prácticas materiales asociadas a la
arquitectura, a los rituales llevados a cabo en los ámbitos domésticos y funerarios, a las
vajillas utilizadas en el consumo de determinadas comidas y bebidas, a las instalaciones
tecnológicamente novedosas en el Mediterráneo occidental como la siderurgia o la
alfarería a torno, fueron los ejes que permitieron construir en estos escenarios una
identidad colonial.

Residentes coloniales de orígenes diversos utilizaron intencionalmente estas prácticas


materiales altamente visibles para crear una apariencia de homogeneidad en el seno de
la colonia. Este tipo de identidad, equivalente a la identidad de tipo agregativo definida
por Hall para el mundo coetáneo, es la que aquí hemos denominado identidad colonial.
Las prácticas materiales que la definen reproducen “modos de hacer” propios de la
metrópolis, aunque los redefinen y los reinterpretan creando formas nuevas tal y como
hemos visto en los funerales de la necrópolis de Mozia. Los “modos metropolitanos”
crean distancias altamente visibles con las comunidades nativas tradicionales, al menos
en los momentos iniciales, y, al mismo tiempo, permiten forjar vínculos entre los
residentes de la colonia sea cual sea su origen y entre miembros de la “comunidad
fenicia” dispersa en esos momentos en distintos territorios atlánticos y mediterráneos,
favoreciendo, por tanto, la creación de una identidad regional más amplia.

La identidad colonial parece atravesar en los dos contextos particulares analizados


categorías “étnicas”. A juzgar por las prácticas funerarias del cementerio de Mozia la
distinción fenicio-indígena-mestizo no parece constituir el único eje en la construcción
de las jerarquías sociales de la colonia. Mujeres de procedencia no fenicia contaban con
parientes en el cementerio y, por tanto, al menos mestizos tenían cabida en ese espacio
reservado sólo para algunos miembros de la colonia. La frecuencia de parejas
interétnicas, ya desde los primeros momentos de estas fundaciones coloniales, debió

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conllevar la presencia de un número muy alto de mestizos que probablemente limaría
las fronteras de las posibles categorías sociales basadas en el origen y la descendencia,
haciéndolas totalmente dinámicas y permeables. Como diversos estudios han señalado
(Jones 1997:85; Malkin 2001:3) la etnicidad en la Antigüedad no tenía el lugar
privilegiado que hoy tiene en nuestro organigrama social.

A pesar de la crítica postcolonial y de las nuevas perspectivas de los estudios de


contacto cultural (Cusick 1998; Gosden 2004; Stein 2005; Silliman 2005), el peso dado
a la etnicidad por parte de la arqueología protohistórica mediterránea ha hecho que ésta
siga atrapada en la dualidad colono-colonizado o, en el mejor de los casos, en el
trinomio colono-nativo-mestizo. El énfasis en la etnicidad ha contribuido a borrar otras
identidades sociales -de clase, de estatus o de género- claves en la construcción de las
jerarquías sociales en las colonias protohistóricas mediterráneas.

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21
Figura 1. Mapa de situación del Cerro del Villar, en el sur de Iberia.

22
Figura 2. Planta de las áreas excavadas en el asentamiento fenicio del Villar.

23
Figura 3. Cuencos y ollas a mano del Cerro del Villar

24
Figura 4. Distribución de la cerámica elaborada a torno y a mano en las distintas áreas
excavadas

Figura 5. Distribución de los distintos tipos de cerámica a mano en las diferentes áreas
excavadas.

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Figura 6. Situación de Mozia.

Figura 7. Ollas de la necrópolis de Mozia. 1 olla a torno. 2 olla a mano con un asa. 3
olla a mano con un asa y mamelón. 4 olla a mano con mamelones. 5 pignatta

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