Satanás Considerando A Los Santos - Charles H. Spurgeon

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Satanás considerando a los

santos
Charles H. Spurgeon
 
Contenido
Introducción

1. ¿En qué sentido?


2. ¿Qué considera Satanás?
3. Una consideración superior
Recursos de Chapel Library

 
 

Sermón #623 predicado la mañana del domingo 9 de abril de 1865, por Charles
Haddon Spurgeon, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.
 

© Copyright Allan Roman. Traducido por Allan Roman; usado con permiso;
www.spurgeon.com.mx. Impreso en los EE.UU. Se otorga permiso expreso para
reproducir este material por cualquier medio, siempre que
1) no se cobre más que un monto nominal por el costo de la duplicación
2) se incluya esta nota de copyright y todo el texto que aparece en esta
página.
 

A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas fueron tomadas de la
Santa Biblia, Reina-Valera 1960.
 

Publicado originalmente en inglés bajo el título Satan Considering the Saints. En


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Satanás considerando a los
santos
“Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo
Job?” (Job 1:8).

Introducción
¡Cuán verdaderamente inciertas son todas las cosas
terrenales! ¡Cuán insensato sería el creyente que se hiciera
su tesoro en cualquier otro lugar, excepto en el cielo! La
prosperidad de Job prometía toda la estabilidad que puede
ser prometida bajo la luna. El hombre tenía a su alrededor,
sin duda, un vasto grupo de devotos y apegados sirvientes.
Había acumulado riquezas del tipo que no ven depreciado
súbitamente su valor. Tenía bueyes y asnas y ganado. No
necesitaba ir a los mercados, ni a las ferias, ni comerciar
con sus bienes para adquirir alimentos o ropa, pues
desarrollaba procesos agrícolas a gran escala en su
hacienda, y posiblemente cultivaba dentro de su territorio
todo lo que su casa requería. Sus hijos eran lo
suficientemente numerosos para prometer una larga línea
de descendencia. Su prosperidad no necesitaba nada más
para consolidarse. Había llegado a su nivel de marea alta:
¿dónde se encontraba la causa que la hiciera bajar?
Allá arriba, más allá de las nubes, donde el ojo humano
no puede ver, se estaba desarrollando una escena que no
presagiaba ningún bien para la prosperidad de Job. El
espíritu del mal estaba frente a frente con el Espíritu infinito
de todo bien. Una extraordinaria conversación tuvo lugar
entre estos dos seres. Cuando fue llamado para dar cuentas
de sus actividades, el maligno se jactó que había recorrido
toda la tierra, insinuando que no había encontrado ningún
obstáculo para su voluntad, y que no había descubierto a
nadie que se opusiera a sus libres movimientos, ni a las
acciones acordes con su voluntad. Había marchado por
doquier como un rey lo hace en sus propios dominios, sin
ser obstaculizado ni retado.
Cuando el grandioso Dios le recordó que había al menos
un lugar donde su poder no era reconocido, es decir, en el
corazón de Job; que había un hombre que estaba firme
como un castillo inexpugnable, guarnicionado por la
integridad, y mantenido con perfecta lealtad como la
posesión del Rey del cielo, el maligno desafió a Jehová para
que probara la fidelidad de Job, diciéndole que la integridad
del patriarca se debía a su prosperidad, que él servía a Dios
y evitaba el mal por siniestros motivos, pues había
descubierto que su conducta era rentable para él.
Él Dios del cielo aceptó el reto del maligno, y le dio
permiso para quitarle todas las misericordias que sostenían
la integridad de Job, según afirmaba él, y derribar todas las
obras exteriores y los apoyos, para ver si la torre se
sostendría por su propia fuerza inherente, sin necesidad de
todo eso. A consecuencia de esto, toda la riqueza de Job
desapareció en un negro día, y no le quedó ni un solo hijo
que le susurrara consuelo.
Una segunda entrevista tuvo lugar entre el Señor y su
ángel caído. Job fue nuevamente el tema de conversación; y
el grandioso Dios, desafiado por Satanás, le permitió que
inclusive le tocara su hueso y su carne, de manera que el
príncipe se convirtió en algo peor que un pobre, y aquél que
era rico y feliz, se volvió pobre y desdichado, herido con una
sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la
cabeza, necesitando con vehemencia rascarse con un
miserable tiesto, para obtener un poco de alivio para su
dolor.
Veamos en esto la mutabilidad de todas las cosas
terrenas. “Porque él la fundó sobre los mares”, es la
descripción que hace David de esta tierra; y si está fundada
sobre los mares, ¿se pueden sorprender que cambie a
menudo? No pongan su confianza en ninguna cosa bajo las
estrellas: recuerden que la palabra “Cambio” está escrita en
la frente de la naturaleza. No digan por tanto, “Estoy
afirmado como monte fuerte: no seré jamás conmovido”; la
mirada del ojo de Jehová puede sacudir tu monte y
convertirlo en polvo; el toque de su pie puede convertirlo
como el Sinaí, derretirlo como cera, envolverlo
completamente en humo. “Buscad las cosas de arriba,
donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col. 3:1), y
pongan su corazón y su tesoro “donde ni la polilla ni el orín
corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mat.
6:20). Las palabras de Bernardo pueden instruirnos aquí:
“Ese es el principal y verdadero gozo que no puede ser
concebido por la criatura, sino que debe ser recibido del
Creador, el cual (una vez tomando posesión de Él) nadie
puede arrebatarles: comparado con Él, todo otro placer es
un tormento, todo gozo es aflicción, las cosas dulces son
amargas, toda gloria es vileza, y todas las cosas deleitables
son despreciables”.
Sin embargo, este no es mi tema el día de hoy. Acepten
todo lo anterior como una simple introducción a la parte
principal de nuestro sermón. Jehová dijo a Satanás, “¿No
has considerado a mi siervo Job?” Deliberemos, en primer
lugar, en qué sentido el espíritu maligno puede considerar
al pueblo de Dios; en segundo lugar, veamos qué es lo que
considera acerca de ellos; y luego, en tercer lugar,
obtengamos consuelo por medio de la reflexión que uno que
está muy por encima de Satanás, nos considera en un
sentido más elevado.

 
1. ¿En qué sentido?
En primer lugar, entonces, ¿en qué sentido puede satanás
considerar al pueblo de dios?
Ciertamente no en el significado bíblico usual del término
“considerar”. “Mira, oh Jehová, y considera” (Lam. 2:20).
“Considera mi gemir” (Sal. 5:1). “Mira desde el cielo, y
considera, y visita esta viña” (Sal. 80:14).1 Tal consideración
implica buena voluntad y una inspección cuidadosa del
objeto de benevolencia con miras a una sabia distribución
del favor. En ese sentido, Satanás nunca considera a nadie.
Si tiene alguna benevolencia, debe ser hacia sí mismo; pero
todas sus consideraciones de otras criaturas son del tipo
más malintencionado. Ningún destello meteórico de bien
vuela a lo largo de la negra medianoche de su alma.
Tampoco nos considera como se nos dice que consideremos
las obras de Dios, esto es, con el objeto de obtener
instrucción relativa a la sabiduría y al amor y a la bondad de
Dios. Satanás no honra a Dios por lo que ve en sus obras, o
en su pueblo. No está en él, “Ve a la hormiga, oh perezoso,
mira sus caminos, y sé sabio”; sino que él va al cristiano y
considera sus caminos y se vuelve insensatamente más
enemigo de Dios de lo que antes fue.
La consideración que da Satanás a los santos de Dios es
de este tipo. Los mira con sorpresa, cuando considera la
diferencia que hay entre ellos y él mismo. Un traidor,
cuando conoce la completa villanía y negrura de su propio
corazón, no puede evitar quedarse asombrado, cuando es
forzado a creer que otro hombre es fiel. El primer recurso de
un corazón traicionero es creer que todos los hombres son
igualmente traicioneros, y que lo son realmente hasta el
fondo. El traidor piensa que todos los hombres son traidores
como él, o lo serían, si pudieran obtener mejores beneficios
que siendo fieles.
Cuando Satanás mira al cristiano y lo encuentra fiel a
Dios y a su verdad, lo considera como nosotros
consideraríamos un fenómeno; tal vez despreciándolo por
su insensatez, pero sin embargo maravillándonos de él, y
preguntándonos cómo puede actuar así. “Yo”, parece decir,
“un príncipe, un colega del parlamento de Dios, no quiero
someter mi voluntad a Jehová: yo pensé que era mejor
reinar en el infierno que servir en el cielo: no conservé mi
primer estado, sino que caí de mi trono: ¿cómo es que éstos
pueden permanecer? ¿Qué gracia es ésta que los mantiene?
Yo era un vaso de oro, y sin embargo fui hecho pedazos;
éstos son vasijas de barro, ¡pero no puedo quebrarlos! No
pude permanecer en mi gloria; ¡cuál puede ser la gracia sin
par que los sostiene en su pobreza, en su oscuridad, en su
persecución, siempre fieles al Dios que no los bendice ni los
exalta como lo hizo conmigo!”.
Puede ser también que él se sorprenda por la felicidad de
ellos. Él siente dentro de sí un mar hirviente de miseria. Hay
un golfo insondable de angustia dentro de su alma, y
cuando mira a los creyentes, los ve tranquilos en sus almas,
llenos de paz y felicidad, y a menudo sin ningún medio
externo por el cual puedan ser consolados, y sin embargo se
gozan y están llenos de gloria.
Él va de arriba para abajo a lo largo del mundo y posee
gran poder, y tiene muchos esbirros que le sirven, y sin
embargo no tiene la felicidad de espíritu que posee aquella
humilde campesina, oscura, desconocida, que no tiene
sirvientes que la atiendan, extendida sobre la cama de la
enfermedad. Él admira y odia la paz que reina en el alma
del creyente.
Su consideración puede ir mucho más lejos que esto. ¿No
piensan que él los considera para detectar, si fuera posible,
alguna mancha o falla en ellos, para proporcionarse solaz?
“Ellos no son puros”, dice él: “Éstos que han sido comprados
con sangre; éstos elegidos antes de la fundación del mundo;
¡ellos todavía pecan! ¡Estos hijos de Dios adoptados, por
quienes el glorioso Hijo inclinó su cabeza y entregó el
espíritu! ¡Aun ellos ofenden!” Cuánto debe reírse entre
dientes, con todo el deleite del que es capaz, en relación
con los pecados secretos del pueblo de Dios, y si él puede
ver algo en ellos que es inconsistente con su profesión de
fe, algo que parezca ser engañoso, y en todo ello algo
parecido a sí mismo, él se goza.
Cada pecado que nace en el corazón del creyente le grita
al diablo: “¡Padre mío! ¡Padre mío!” y él siente algo parecido
al gozo de la paternidad al contemplar a su vástago
inmundo. Él ve al “viejo hombre” en el cristiano, y admira la
tenacidad con la que mantiene su dominio, la fuerza y la
vehemencia con las que forcejea por la victoria; la astucia y
la maña con las que una y otra vez, a intervalos
establecidos, en las oportunidades convenientes, emplea
toda su fuerza. Él considera nuestra carne pecaminosa, y la
convierte en uno de los libros en los que lee diligentemente.
Algunos de los elementos más interesantes, no lo dudo, en
los que se posa jamás el ojo del diablo, son la inconsistencia
y la impureza que él puede descubrir en el verdadero hijo de
Dios. A este respecto tenía muy poco que considerar en el
verdadero siervo de Dios, Job.
Y esto no es todo, sino más bien el punto de partida de su
consideración. No dudamos que él ve al pueblo de Dios, y
especialmente a los más eminentes y excelentes entre
ellos, como las grandes barreras para el progreso de su
reino; y así como el ingeniero, cuando proyecta hacer un
ferrocarril, mantiene su ojo muy fijo en las colinas y en los
ríos, y especialmente en la gran montaña a través de la cual
tomará muchos años cavar laboriosamente un túnel, así
Satanás, contemplando sus varios planes para adelantar su
dominio en el mundo, considera de manera importante a
tales hombres como Job.
Satanás debe haber considerado mucho a Martín Lutero.
“Yo podría navegar por todo el mundo”, dice él, “si no fuera
por ese monje. Él obstruye mi camino. Ese hombre cabeza
dura, odia y maltrata a mi primogénito, el Papa. Si me
pudiera deshacer de él, no tendría más problemas aunque
cincuenta mil santos más pequeños obstruyeran mi
camino”. Él ciertamente considerará al siervo de Dios, si “no
hay nadie como él”, si se yergue diferente y separado de
sus compañeros.
Quienes somos llamados a la obra del ministerio debemos
esperar, por nuestra posición, ser objetos especiales de su
consideración. Cuando el catalejo está en el ojo de ese
terrible guerrero, seguramente buscará a aquellos que por
sus uniformes son identificados como los oficiales, y él
ordena a sus francotiradores que sean muy cuidadosos en
apuntar a éstos, “Pues”, dice él, “si el que lleva el
estandarte cae, entonces se obtendrá la victoria más
fácilmente por nuestro lado, y nuestros oponentes saldrán
huyendo más rápidamente”.
Si eres más generoso que otros santos, si vives más cerca
de Dios que otros, así como los pájaros picotean
principalmente la fruta más madura, así puedes esperar que
Satanás estará más activo en contra tuya. ¿A quién le
interesa combatir por una provincia cubierta de piedras y
rocas desnudas, con un manto de hielo generado por mares
congelados? Pero en todos los tiempos ciertamente habrá
luchas por conquistar los fértiles valles donde las gavillas de
trigo son abundantes, y donde el trabajo del granjero es
bien compensado, y así, Satanás combatirá muy
arduamente con quienes honran más a Dios. Él quisiera
arrancar las joyas de Dios de su corona, si pudiera, y
arrancar las piedras preciosas del Redentor, inclusive de su
propio pectoral.
Entonces, él considera al pueblo de Dios; viéndolos como
obstáculos para su reino, él inventa métodos por medio de
los cuales pueda quitarlos de su camino o contarlos como
suyos. La oscuridad cubriría la tierra si él pudiera apagar las
luces; no habría fruto que hiciera ruido como el Líbano, si él
pudiera destruir ese puñado de grano en la tierra, en las
cumbres de los montes; de aquí que su perpetua
consideración sea para hacer que los fieles entre los
hombres fracasen.
No se requiere mucha sabiduría para discernir que el gran
objetivo de Satanás al considerar al pueblo de Dios, es
dañarlo. Yo difícilmente creo que él espera destruir a los
verdaderamente elegidos y comprados con sangre, a los
herederos de la vida. Mi opinión es que él es demasiado
buen teólogo para eso. Él ha sido frustrado tan a menudo
cuando ha atacado al pueblo de Dios, que difícilmente
puede pensar que podrá destruir a los elegidos, pues
ustedes recuerdan que los sabios que están tan
cercanamente relacionados con él dijeron a Amán relativo a
esto: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo
delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás,
sino que caerás por cierto delante de él” (Est. 6:13).
Él sabe muy bien que hay una simiente real en la tierra,
contra la cual él lucha en vano; y me parece que si él
pudiera estar absolutamente seguro de que algún alma es
elegida de Dios, difícilmente perdería su tiempo intentando
destruirla, aunque podría buscar atormentarla y
deshonrarla. Sin embargo, es muy probable que Satanás no
sepa más quiénes son los elegidos de Dios de lo que
nosotros sabemos, pues él sólo puede juzgar, como
nosotros, por las acciones exteriores, aunque él puede
formarse un juicio más preciso que nosotros, debido a una
mayor experiencia, y es capaz de ver a las personas en
privado donde nosotros no podemos entremeternos; sin
embargo, su negro ojo no puede mirar nunca lo que está
contenido en el libro de Dios de los decretos secretos. Los
conoce por sus frutos, y nosotros también los conocemos de
la misma manera.
Puesto que nosotros estamos a menudo engañados en
nuestro juicio, él también podría estarlo; y por tanto me
parece a mí que su política es esforzarse para destruirlos a
todos ellos, sin saber en qué casos puede tener éxito. Él
anda alrededor buscando a quién devorar, y, puesto que no
sabe a quién se le va a permitir tragar, él ataca a todo el
pueblo de Dios con vehemencia.
Alguien podría decir, “¿Cómo puede un solo diablo hacer
esto?” Él no hace esto únicamente por sí mismo. Que yo
sepa, no muchos de nosotros hemos sido tentados jamás
directamente por Satanás: puede ser que no seamos lo
suficientemente notables entre los hombres para ser dignos
de su interés; pero él tiene todo un ejército de espíritus
inferiores colocados bajo su supremacía y control, y como
dijo el centurión acerca de sí mismo, lo mismo pudo haber
dicho acerca de Satanás: “Él dice a este espíritu, ‘Haz esto’,
y lo hace, y a su siervo, ‘Ve’, y va”.
Así, todos los siervos de Dios, más o menos, se
encontrarán bajo los asaltos directos o indirectos del gran
enemigo de las almas, y eso con miras a destruirlos; pues él
engañaría, de ser posible, aun a los mismos elegidos. Y allí
donde no puede destruir, no hay duda de que el objetivo de
Satanás es afligirlos. A él no le gusta ver contento al pueblo
de Dios. Yo creo que el diablo se deleita grandemente con
algunos ministros, cuya tendencia en su predicación es
multiplicar y fortalecer dudas, y temores, y aflicción, y
desaliento, como evidencias del pueblo de Dios. “Ah”, dice el
diablo, “continúa predicando; estás haciendo muy bien mi
trabajo, pues me gusta ver que el pueblo de Dios esté triste.
Si puedo hacer que sobre los sauces cuelguen sus arpas, y
anden por allí con rostros miserables, calculo que habré
cumplido con mi obra de manera cabal”.
Mis queridos amigos, velemos por no caer en esas
engañosas tentaciones que pretenden hacernos humildes,
pero que realmente intentan hacernos incrédulos. Nuestro
Dios no se deleita en nuestras dudas y desconfianzas. Vean
cómo Él demuestra su amor, en el don de su amado Hijo
Jesús. Destierren entonces todas sus imaginaciones
malsanas, y regocíjense en una confianza inconmovible.
Dios se deleita cuando es adorado con gozo. “Venid,
aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la
roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con
alabanza; aclamémosle con cánticos” (Sal. 95:1-2).
“Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo
todos vosotros los rectos de corazón” (Sal. 32:11).
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!” (Fil. 4:4). A Satanás no le gusta esto. Martín
Lutero solía decir: “Cantemos salmos y desafiemos al
diablo”, y no tengo ninguna duda que Martín Lutero tenía
mucha razón; pues ese amante de la discordia odia la
alabanza armoniosa y gozosa.
Amado hermano, el archienemigo quiere volverte
miserable aquí, si no puede tenerte en el más allá; y en
esto, sin duda, intenta golpear el honor de Dios. Él está bien
consciente que los cristianos que se lamentan a menudo
deshonran la fidelidad de Dios al desconfiar de ella, y él
piensa que si puede afligirnos hasta el punto de no creer
más en la constancia y en la bondad del Señor, le habrá
robado a Dios su alabanza. “El que sacrifica alabanza me
honrará”, dice Dios (Sal. 50:23); y así Satanás descarga el
hacha en la raíz de nuestra alabanza, para que Dios no sea
glorificado.
Además, si Satanás no puede destruir a un cristiano,
¿cuán a menudo no ha estropeado su utilidad? Muchos
creyentes han caído sin romperse el cuello (eso es
imposible), ¡pero se han roto algún hueso importante, y se
han acercado cojeando a sus tumbas! Podemos recordar
con dolor a algunos hombres que fueron alguna vez
eminentes en los rangos de la iglesia, que corrieron bien,
pero súbitamente, bajo la presión de la tentación, cayeron
en pecado, y sus nombres no fueron mencionados otra vez
en la iglesia, excepto con aliento entrecortado. Todo el
mundo pensó y esperó que fueran salvos aunque así como
por fuego, pero ciertamente su utilidad anterior nunca pudo
regresar. Es muy fácil volver atrás en el peregrinaje
celestial, pero es muy difícil recuperar los pasos. Pueden
desviarse y apagar su vela con prontitud, pero no pueden
encenderla tan rápidamente.
Amigo, amado en el Señor, vela contra los ataques de
Satanás y permanece firme, porque tú, como pilar de la
casa de Dios, eres muy querido por nosotros, y no podemos
prescindir de ti. Como un padre, o como una matrona en
medio de nosotros, nosotros te honramos, y ¡oh!, no
quisiéramos tener que deplorar o lamentar; no deseamos
ser afligidos al escuchar los gritos de nuestros adversarios
cuando exclamen, “¡Ajá! ¡Ajá! Así queríamos que sucediera”,
pues ¡ay!, han sucedido muchas cosas en Sión que no
quisiéramos que fueran anunciadas en Gat, ni que fueran
publicadas en las calles de Ascalón, para que no se alegren
las hijas de los incircuncisos, y no triunfen los hijos de los
filisteos.
Oh, que Dios nos conceda gracia, como iglesia, para
permanecer fuertes ante los engaños de Satanás y sus
ataques, que habiendo hecho su peor esfuerzo no pueda
obtener ninguna ventaja sobre nosotros, y después de
haber considerado, y considerado de nuevo, y de haber
contado muy bien nuestras torres y nuestros baluartes, sea
forzado a la retirada porque sus arietes no pueden ni
siquiera sacudir una piedra de nuestras murallas, y sus
hondas no pueden matar a ninguno de nuestros soldados
sobre los muros.
Antes de abandonar este punto, me gustaría decir que tal
vez alguien pudiera sugerir: “¿Cómo es posible que Dios
permita esta constante y malévola consideración de su
pueblo por parte del maligno?” Indudablemente, una
respuesta es que Dios sabe lo que es para su propia gloria, y
que no da cuentas a nadie sobre estos asuntos; que
habiendo permitido el libre albedrío, y habiendo dado lugar,
por alguna razón misteriosa, a la existencia del mal, no
parecería acorde con estos hechos destruir a Satanás; sino
que Él le da poder para que sea una justa pelea mano a
mano entre el pecado y la santidad, entre la gracia y la
astucia. Además, debemos recordar que, incidentalmente,
las tentaciones de Satanás sirven al pueblo de Dios; Fenelón
dice que son la lima con la que quitamos mucho de la
herrumbre de la confianza en nosotros mismos, y puedo
agregar que son los horribles sonidos en los oídos del
centinela, que seguramente lo mantendrán despierto.
Un teólogo práctico observa que, no hay una sola
tentación en el mundo que sea tan mala como el hecho de
no ser tentado en lo absoluto, pues ser tentados tenderá a
mantenernos despiertos; mientras que, sin ninguna
tentación, la carne y la sangre son débiles, y aunque el
espíritu esté pronto, sin embargo podemos caer en el
adormecimiento. Los hijos no huyen del lado de sus padres
cuando los perros grandes les ladran. Los aullidos del diablo
nos pueden llevar más cerca de Cristo, nos pueden enseñar
nuestra propia debilidad, nos pueden mantener sobre
nuestra torre de vigía y pueden ser convertidos en
instrumentos de preservación de otros males. “Sed sobrios,
y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león
rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Ped.
5:8).
Que se nos permita afectuosamente a nosotros que
estamos en una posición de liderazgo, insistirles con una
solicitud sincera, “Hermanos, oren por nosotros” (1 Tes.
5:25), expuestos especialmente como estamos a la
consideración de Satanás, para que seamos guardados por
el poder divino. Que seamos enriquecidos por sus fieles
oraciones para que seamos conservados hasta el fin.

 
2. ¿Qué considera Satanás?
En segundo lugar, ¿qué es lo que satanás considera para
causar daño al pueblo de dios?
No se puede decir de él, lo mismo que se puede decir de
Dios, que nos conoce plenamente; pero como ha estado
tratando con la pobre humanidad caída cerca de seis mil
años, debe haber adquirido una muy vasta experiencia en
todo ese tiempo, y habiendo recorrido toda la tierra, y
habiendo tentado a los que están arriba y a los que están
abajo, debe conocer sumamente bien cuáles son los móviles
de la acción humana, y cómo manipularlos.
Satanás observa y considera primero que nada nuestras
debilidades especiales. Nos mira de arriba abajo,
justamente de la manera como acabo de ver a un
comerciante de caballos que lo hacía con un caballo; y
pronto descubre dónde somos deficientes. Yo, un
observador común, podría pensar que el caballo es
sumamente bueno, al verlo correr hacia arriba y hacia abajo
del camino, pero el experto ve lo que yo no puedo ver, y él
sabe cómo manejar a la criatura exactamente en aquellos
lugares especiales y en aquellos puntos donde pronto
descubre cualquier falla oculta.
Satanás sabe cómo mirarnos y evaluarnos desde la
cabeza hasta el talón del pie, de tal forma que dirá de este
hombre: “Su debilidad es la lujuria”, o de ese otro, “Tiene un
temperamento irascible”, o de este otro, “Él es orgulloso”, o
de ese otro, “Él es un perezoso”. El ojo malicioso es muy
rápido para percibir cualquier debilidad, y la mano de la
enemistad pronto se aprovecha de ella.
Cuando un espía encuentra un punto débil en la pared de
nuestro castillo, se ocupa de inmediato en plantar el ariete,
y comienza su sitio. Tú podrás esconder tu debilidad, aun
frente a tu mejor amigo, pero no la podrás esconder ante tu
peor enemigo. Él tiene ojos de lince, y detecta en un
instante la juntura de tu armadura. Él anda rondando
alrededor con un fósforo en la mano, y aunque creas que
has cubierto toda la pólvora de tu corazón, él sabe cómo
encontrar una ranura para colocar allí su fósforo, y te hará
mucho mal, a menos que lo prevenga la eterna
misericordia.
Él pone también mucho cuidado en considerar nuestros
estados de ánimo. Si el diablo nos atacara cuando nuestra
mente está en una cierta condición, seríamos un rival muy
fuerte para él: él sabe esto, y rehúsa el encuentro. Algunos
hombres son más débiles ante la tentación cuando están
angustiados y desesperados; el maligno los asaltará
entonces en ese momento. Otros estarán más expuestos al
fuego cuando están jubilosos y llenos de alegría; entonces,
en ese momento, el diablo restregará su chispa contra la
madera.
Ciertas personas, cuando son muy vejadas y arrojadas de
un lado al otro, pueden ser conducidas a decir casi cualquier
cosa; y otros, cuando sus almas son como aguas
perfectamente plácidas, están precisamente en la condición
de ser navegadas por los barcos del diablo. Así como quien
trabaja los metales sabe que un cierto metal debe ser
trabajado a una cierta temperatura, y otro a una
temperatura diferente; como quienes tratan con químicos
saben que a cierta temperatura un químico hervirá,
mientras que otro alcanzará el punto de ebullición mucho
antes, así Satanás sabe exactamente a qué temperatura
debe trabajarnos para alcanzar su propósito. Las pequeñas
ollas hierven de inmediato cuando son puestas
directamente sobre el fuego, y así los hombrecitos de
temperamento irascible pronto estallan en pasión; los
barcos más grandes requieren más tiempo y más carbón,
antes que sus calderas hiervan; pero cuando llegan a hervir,
lo hacen de tal manera, que no se puede olvidar que
hierven, ni puede abatirse pronto su fuego.
El enemigo, como un pescador, vigila al pez y adapta la
carnada a su presa; y sabe en qué estaciones y en qué
tiempos es más probable que muerda el pez. Este cazador
de almas viene a nosotros cuando estamos descuidados, y a
menudo somos atrapados en una falta o sorprendidos en
una trampa, a causa de un descuidado estado mental.
Ese raro coleccionista de dichos escogidos, Thomas
Spencer, tiene la siguiente descripción que viene muy bien
al caso:
El camaleón, cuando se esconde bajo la hierba para cazar
moscas y saltamontes, adopta el color de la hierba, así
como el pólipo adopta el color de la roca bajo la cual
acecha, para que el pez se pueda aproximar a él sin
ninguna sospecha de peligro. De la misma manera,
Satanás adopta esa forma que nos produce menos miedo,
y pone ante nuestros ojos esos objetos de tentación que
son más atractivos para nuestra naturaleza, para así
atraernos muy prontamente hacia su red; él navega con
todos los vientos, y sopla sobre nosotros en la dirección
en la que nos inclinamos por la debilidad de la naturaleza.
¿Es deficiente nuestro conocimiento en materia de fe?
Nos tienta para conducirnos al error. ¿Es delicada nuestra
conciencia? Nos tienta a la escrupulosidad, y a la
precisión exagerada. ¿Tiene nuestra conciencia, como la
línea eclíptica2, alguna amplitud? Nos tienta para
llevarnos a la libertad carnal. ¿Poseemos un espíritu
valeroso? Nos tienta al orgullo. ¿Somos temerosos y
desconfiados? Nos tienta a la desesperación. ¿Somos de
una disposición flexible? Nos tienta a la inconstancia.
¿Somos rígidos? Entonces trabaja para hacernos herejes
obstinados, cismáticos o rebeldes. ¿Somos de un
temperamento austero? Nos tienta a la crueldad. ¿Somos
suaves y apacibles? Nos tienta a la indulgencia y a la
piedad insensata. ¿Somos fogosos en los asuntos de
religión? Nos tienta para conducirnos al celo ciego y a la
superstición. ¿Somos fríos? Nos tienta para llevarnos a
una tibieza como la de Laodicea. Así coloca sus trampas,
para que de una forma u otra, pueda tendernos el lazo.
También pone cuidado en considerar nuestra posición
entre los hombres. Hay unas cuantas personas que son más
fácilmente tentadas cuando están solas; están sujetas en
ese momento a una gran pesadez mental, y pueden ser
conducidas a terribles crímenes: tal vez la mayoría de
nosotros estamos más inclinados a pecar cuando estamos
en compañía de otros. En un determinado grupo nunca voy
a ser llevado al pecado; en otro tipo de sociedad raramente
me aventuraría. Muchos están tan llenos de ligereza, y
quienes de nosotros poseen el mismo tipo de inclinación,
pueden apenas mirarlos en el rostro sin sentir activado el
pecado que nos acecha; y otros son tan sombríos que, si se
encuentran a un hermano del mismo molde, con toda
seguridad, entre ellos inventarán un reporte negativo de la
buena tierra.
Satanás sabe cómo dominarte en el lugar donde eres más
vulnerable a sus ataques; él se echará encima de ti,
abatiéndose como un ave de presa desde el cielo, desde
donde ha estado vigilando para decidir el momento en que
hará su descenso de golpe con probabilidad de éxito.
Del mismo modo, ¡cómo considera nuestra condición en
el mundo! Él mira a un hombre y dice, “Ese hombre tiene
propiedades: no tiene caso que intente tales y tales artes
con él; pero aquí está este otro hombre que es muy pobre;
lo voy a atrapar en esa red”. Luego, de nuevo, mira al
hombre pobre y dice: “Bien, no puedo tentarlo a esta
insensatez, pero voy a conducir al hombre rico hacia ella”.
Así como el cazador tiene un rifle para aves silvestres, y
otro tipo de rifle para venados y caza mayor, así Satanás
tiene una diferente tentación para los diversos tipos de
hombres. Yo supongo que la tentación de la Reina nunca
molestará a María la cocinera. Yo no supongo, por otro lado,
que la tentación de María será jamás muy seria para mí.
Probablemente ustedes podrían escapar de la mía; no
pienso que pudieran; y yo algunas veces me imagino que
podría soportar la de ustedes, aunque me pregunto si
podría.
Sin embargo, Satanás sabe exactamente dónde
golpearnos, y nuestra posición, nuestras capacidades,
nuestra educación, nuestra ubicación en la sociedad,
nuestro llamado, todos pueden ser puertas a través de las
cuales él podrá atacarnos. Ustedes que no tienen ningún
llamado, están en un peligro especial; me sorprende que el
diablo no los trague de una vez. El hombre que con mayor
probabilidad irá al infierno es el hombre que no tiene nada
que hacer en la tierra. Digo eso seriamente. Yo creo que no
le puede ocurrir un mayor mal a una persona, que ser
colocada donde no tiene ningún trabajo; y si alguna vez yo
me encontrara en una situación así, buscaría empleo de
inmediato, por temor de ser arrastrado por el maligno, en
cuerpo y alma. La gente ociosa tienta al diablo para que la
tiente. Debemos tener algo que hacer, mantengamos
nuestras mentes ocupadas, pues, si no es así, hacemos un
espacio para el diablo. La diligencia no nos llenará de
gracia, pero la falta de diligencia puede hacernos viciosos.
Tengan siempre algo que hacer en el yunque o en el fuego.
En los libros, o en el trabajo, o en sana recreación,
Siempre quiero estar ocupado,
Pues Satanás también encuentra siempre algún mal
Que hagan las manos desocupadas.
Eso nos enseñó Watts en nuestra niñez, y eso debemos
creer en nuestra edad adulta. Libros, o labores, o las
recreaciones que sean necesarias para la salud, deberían
ocupar todo nuestro tiempo; pues si me abandono a la
indolencia, como una vieja pieza de hierro, no me debe
sorprender que me vuelva herrumbroso por el pecado.
Pero aún no he terminado. Satanás, cuando hace sus
investigaciones, pone atención a todos los objetos de
nuestro afecto. No dudo que cuando se acercó a la casa de
Job, la observó tan cuidadosamente como lo hacen los
ladrones con una joyería cuando intentan introducirse a ella.
Muy astutamente toman nota de cada puerta, ventana, y
cierre: y no dejan de mirar las casas vecinas, pues a lo
mejor tendrán que alcanzar el tesoro a través del edificio
vecino.
Así, cuando el diablo fue a rondar, tomando nota en su
mente de toda la posición de Job, pensó para sí, “Están los
camellos y los bueyes, y las asnas, y los siervos; sí, puedo
usar todo esto admirablemente”. “Luego”, pensó, “¡están las
tres hijas! Están los diez hijos, que hacen banquetes; sabré
dónde agarrarlos, y si solo puedo azotar la casa y
derrumbarla cuando estén celebrando, eso afligirá la mente
del padre muy severamente, pues dirá: “Oh, que hubieran
muerto cuando estaban orando, en vez de morir cuando
estaban comiendo y bebiendo vino”. “También registraré en
el inventario”, dice el diablo, “a su esposa; me atrevo a decir
que la voy a necesitar”, y efectivamente así sucedió. Nadie
hubiera podido hacer eso que hizo la esposa de Job; ninguno
de los siervos pudo haber dicho esa triste frase tan
mezquinamente; o, si la intención de ella era amable, nadie
hubiera podido decirla con ese aire tan fascinante, como lo
hizo la propia esposa de Job, “Bendice a Dios y muérete”,
como podría también ser traducida, o, “Maldice a Dios, y
muérete”.
Ah, Satanás, tú has arado con la novilla de Job, pero no
has tenido éxito; la fuerza de Job radica en su Dios, no en su
cabello, ¡pues de lo contrario pudiste haberlo rapado como
fue rapado Sansón! Tal vez el maligno había inspeccionado
incluso las sensibilidades personales de Job, seleccionando
esa forma de aflicción corporal que él sabía que era la más
temida por su víctima. Trajo sobre él una enfermedad que
Job pudo haber visto con estremecimiento, en los pobres
que se amontonaban fuera de las puertas de la ciudad.
Hermanos, Satanás también los conoce bastante bien a
ustedes. Tú tienes un hijo, y Satanás sabe que lo idolatras.
“Ah”, dice, “allí tengo un lugar para poder herirlo”. Aun la
compañera de tu pecho puede ser convertida en una aljaba
en la se guardarán las flechas del infierno hasta que venga
el momento, y entonces ella se convertirá en el arco desde
el cual Satanás las disparará. Cuida inclusive a tu vecino y a
esa que está en tu pecho, pues no sabes cómo puede
Satanás aprovecharse de ti.
Nuestros hábitos, nuestros gozos, nuestras tristezas,
nuestros retiros, nuestras posiciones públicas, todo ello
puede ser convertido en armas de ataque por este
desesperado enemigo del pueblo de Dios. Nos encontramos
con trampas por todas partes; en nuestra cama y a nuestra
mesa, en nuestra casa y en la calle. Hay lazos y trampas
cuando estamos con otros; hay hoyos cuando estamos
solos. Podemos encontrar tentaciones en la casa de Dios así
como también en el mundo; trampas en nuestra elevada
posición, y venenos mortales en nuestra bajeza. No
podemos esperar estar libres de tentaciones mientras no
hayamos cruzado el Jordán, y entonces, gracias a Dios,
estaremos fuera del alcance de los disparos del enemigo. El
último aullido del perro del infierno será escuchado cuando
estemos descendiendo a las frías aguas del negro arroyo,
pero cuando oigamos el aleluya de los glorificados,
habremos terminado con el negro príncipe por siempre y
para siempre.

 
3. Una consideración superior
Satanás consideraba, pero hubo una consideración más
elevada que controló todas las demás.
En tiempos de guerra, los zapadores3 y los que colocan
minas por parte de un bando, pondrán una mina, y es muy
común, para contrarrestarla, que los zapadores y los mineros
del otro bando la trasminen. Esto es precisamente lo que
Dios hace con Satanás. Satanás está colocando minas, y él
piensa encender la mecha y volar el edificio de Dios, pero en
todo ese tiempo Dios lo está trasminando, y hace estallar la
mina de Satanás antes de que pueda hacer ningún daño.
El diablo es el mayor de todos los tontos. Él tiene más
conocimiento, pero menos sabiduría que cualquier otra
criatura; él es más sutil que todas las bestias del campo,
pero eso es bien llamado sutileza, no sabiduría. Todo el
tiempo que Satanás estaba tentando a Job, escasamente se
daba cuenta que estaba respondiendo al propósito de Dios,
pues Dios estaba viendo y considerando el todo,
sosteniendo al enemigo como un hombre sostiene un
caballo por su freno.
El Señor había considerado exactamente cuán lejos le
permitiría llegar a Satanás. La primera vez no le permitió
tocar su carne; tal vez eso era más de lo que Job podría
soportar en aquel momento. ¿Acaso no han notado alguna
vez que si tienen una buena salud corporal, ustedes pueden
soportar pérdidas y cruces, y aun la pérdida de seres
queridos con algo parecido a la ecuanimidad? Eso sucedió
con Job. Tal vez si la enfermedad hubiera llegado al principio
y el resto a continuación, pudiera haber sido una tentación
demasiado pesada para él; pero Dios, que conoce con
precisión cuán lejos puede permitirle llegar al enemigo, le
dirá, “Hasta aquí, y no más allá”.
Job se acostumbró gradualmente a su pobreza; de hecho,
la prueba ya había perdido todo su aguijón en el momento
que Job dijo, “Jehová dio, y Jehová quitó”. Ese enemigo
había muerto; más aún, estaba enterrado y esta era la
oración fúnebre, “Sea el nombre de Jehová bendito”.
Cuando vino la segunda prueba, la primera prueba había
calificado a Job para soportar la segunda. Puede ser una
prueba más severa, para un hombre que posee una gran
riqueza mundana, ser súbitamente privado del poder
corporal de gozarla, que perderlo todo desde el principio,
para luego perder la salud necesaria para gozarla.
Habiéndolo ya perdido todo, casi podría haber dicho: “Doy
gracias a Dios porque ahora no tengo nada que disfrutar, y
por tanto la pérdida del poder de gozarlo no es algo
pesado”. No tengo que decir: “Cómo desearía poder salir a
mis campos, y cuidar a mis siervos, pues todos ellos están
muertos. No deseo ver a mis hijos (todos ellos han muerto y
han partido) y yo estoy agradecido que así fue; mejor así,
en lugar de que vean a su pobre padre sentado en un
estercolero como éste”.
Él podría haber estado casi contento si su esposa hubiera
partido también, pues ciertamente ella no fue una bendición
especial al ser conservada; y posiblemente, si hubiera
tenido a todos sus hijos alrededor suyo, podría haber sido
una prueba más dura de lo que era. El Señor que pesa los
montes con balanza, había medido el dolor de su siervo.
¿Acaso el Señor no había también considerado cómo
debía sostener a su siervo bajo la prueba? Amados, ustedes
no saben cuán benditamente nuestro Dios derramó el aceite
secreto sobre el fuego de la gracia de Job, mientras el diablo
estaba arrojando baldes de agua sobre él. Él se dijo a Sí
mismo, “Si Satanás hace mucho, Yo haré más; si él quita
mucho, Yo daré más; si él tienta al hombre para que
maldiga, Yo lo llenaré de tanto amor a Mí, que me
bendecirá. Yo lo ayudaré; Yo lo fortaleceré; sí, Yo lo
sostendré con la diestra de mi justicia”.
Cristiano, toma esos dos pensamientos y ponlos bajo tu
lengua como una oblea hecha con miel; tú nunca serás
tentado sin el expreso consentimiento salido del trono
donde Jesús intercede, y, por otro lado, cuando Él lo
permite, junto con la tentación Él te dará la vía de salida, o
te dará gracia para que permanezcas firme bajo esa
tentación.
A continuación, el Señor consideró cómo santificar a Job
mediante esta prueba. Job fue un hombre mucho mejor al
final de la historia de lo que era al principio. Él era “un varón
perfecto y recto” al principio, pero había un poco de orgullo
a su alrededor. Nosotros somos unas pobres criaturas para
atrevernos a criticar a un hombre como Job; pero todavía
había en él un leve rocío de justicia propia. Yo lo pienso, y
sus amigos los expresaron. Elifaz y Zofar dijeron tantas
cosas irritantes, que el pobre Job no pudo evitar responder
con palabras fuertes acerca de sí mismo, que fueron más
bien demasiado fuertes, uno diría; había un exceso de auto
justificación. Él no era orgulloso como lo somos algunos de
nosotros, orgullosos por algo que es muy poco (Job tenía
mucho de qué estar orgulloso, hasta donde el mundo lo
hubiera permitido) pero sin embargo, allí estaba la
tendencia de ser exaltado con todo ello; y aunque el diablo
no lo sabía, tal vez si lo hubiera dejado en paz, ese orgullo
pudiera haberse convertido en semilla, y Job pudo haber
pecado; pero el diablo tenía tanta prisa que no permitió que
la mala semilla madurara, sino que se apresuró a cortarla, y
eso fue el instrumento del Señor para traer a Job a un
estado de mente más humilde, y consecuentemente más
seguro y bendito.
Además, ¡observen cómo Satanás fue un lacayo del
Todopoderoso! Job, durante todo ese tiempo estaba siendo
capacitado para que ganara una recompensa mayor. Toda su
prosperidad no es suficiente; Dios ama tanto a Job que tiene
la intención de darle el doble de propiedades; tiene la
intención de darle hijos nuevamente; quiere convertirlo en
un hombre más famoso que antes; un hombre cuyo nombre
resonará a través de todas las edades; un hombre del que
hablarán todas las generaciones. Él no será el hombre de la
tierra de Uz, sino un hombre del mundo entero. No sabrán de
él sólo un puñado de vecinos, sino todos los hombres oirán
de la paciencia de Job en la hora de la tribulación.
¿Quién hará esto? ¿Quién diseñará la trompeta de la fama
por medio de la cual el nombre de Job será anunciado? ¡El
diablo va a la fragua y labora con todo su poder para hacer
ilustre a Job! ¡Diablo insensato! Él está construyendo el
pedestal sobre el cual Dios pondrá a Su siervo Job, para que
pueda ser contemplado con admiración por todas las
edades.
Para concluir, las aflicciones de Job y la paciencia de Job
han sido una bendición duradera para la iglesia de Dios, y
han infligido una afrenta increíble sobre Satanás. Si quieres
hacer enojar al demonio, échale en cara la historia de Job. Si
tú deseas que tu propia confianza sea sustentada, que Dios
el Espíritu Santo te conduzca a la paciencia de Job.
¡Oh, cuántos santos han sido consolados en su angustia
por esta historia de paciencia! ¡Cuántos han sido rescatados
de las fauces del león y de la pezuña del oso, por las
oscuras experiencias del patriarca de Uz. ¡Oh archienemigo,
cómo eres atrapado en tu propia red! Tú has tirado una
piedra que ha caído en tu propia cabeza. Cavaste un hoyo
para Job, y tú mismo caíste en él; has sido enredado en tu
propia astucia. Jehová ha hecho insensatos a los sabios y a
los adivinos los ha vuelto locos.
Hermanos, entreguémonos en la fe al cuidado y la
protección de Dios; aunque vengan la pobreza, la
enfermedad y la muerte, seremos conquistadores en todas
las cosas por medio de la sangre de Jesucristo, y por el
poder de su Espíritu saldremos victoriosos al final. Quiera
Dios que todos nosotros confiemos en Jesús. Que quienes no
han confiado todavía en Él, sean conducidos a comenzar a
confiar el día de hoy, y Dios tendrá eternamente toda la
alabanza de todos nosotros. Amén.
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Notes

[←1]
Los versos citados aquí se intercambiaron para alinearse con RV1960.
[←2]
Línea eclíptica – Camino recorrido aparentemente por el sol en el curso
de un año.
[←3]
Zapador – Soldado de un cuerpo destinado a los trabajos de excavación.

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