Petro-Estado y Privatización
Petro-Estado y Privatización
Petro-Estado y Privatización
Espacio de libertad
Los papeles del CREM, aspiran ser un reflejo del pensamiento político, económico y social de la
Venezuela actual y de la Venezuela del futuro
Los papeles del CREM, expresan su satisfacción por tener la oportunidad de editar este trabajo de Luis A
Pacheco, un venezolano que por su trayectoria y competencia profesional, contribuyó en forma importante con
el desarrollo de nuestra industria petrolera. Desafortunadamente y como es del dominio público, Petróleos de
Venezuela está en pésimas condiciones, ya que también fue robada, saqueada y casi destruida por la banda
criminal que tiene secuestrada Venezuela.
Raúl Ochoa Cuenca.
Petro-Estado y privatización
Luis A Pacheco
“El recurso que el azar de la naturaleza nos regaló, lejos de ser un maná surtido del
subsuelo o una suerte de maldición de los dioses, ha sido y puede seguir siendo una
herramienta de progreso. Pero eso solo será posible si sentamos las bases de una industria
moderna y eficiente, un entendimiento político ilustrado, y un sistema institucional que la
proteja, esta vez sí, del cruel saqueo promovido desde el Estado”.
“Cien años después del ‘reventón’ del Barrosos II, seguimos sin prestar atención al escocés
Adam Smith (1723-1790), quien ya hace algún tiempo explicó que la riqueza de las
naciones se fundamenta en la productividad del trabajo. El resto es lotería”
Sin embargo, eso no desmerece que una parte de la clase intelectual venezolana ha hecho
intentos serios por transitar los callejones donde se esconden los resortes que mueven la
industria petrolera, que por arcanos son soslayados. Mucho del esfuerzo se ha enfocado en
identificar la relación entre el mundo de la operación petrolera nacional y su relación con el
capital internacional, relación casi siempre adversarial, aun después de la estatización de
los activos petroleros en 1975.
Esta tensión, bien reflejada por Rómulo Betancourt (1908-1981) en su ensayo Venezuela,
Política y Petróleo (1956)2, se ha transmitido a través de las décadas como parte
importante de ADN de la política petrolera de los gobiernos democráticos. Betancourt, a casi
30 años del Barroso II, criticaba la forma en que los recursos petroleros de Venezuela
habían sido explotados históricamente por las compañías extranjeras, y cómo la renta que
de ahí se derivaba había sido usufructuada por políticos corruptos y tiránicos; postulando,
correctamente, la necesidad de una gestión más transparente y equitativa de los recursos
petroleros del país, por medio de una democracia representativa con visión de desarrollo3.
Fue casi inevitable que la visión de Betancourt, con todas sus aristas, llevara al sector
político de la era democrática (1958-1998) a monopolizar el ingreso petrolero, y a la larga
tomar control de la operación de la industria petrolera. La institucionalidad que evolucionó
de la primera mitad del siglo XX, adecuada a sus tiempos, resultó rígida e inefectiva,
incapaz de evolucionar y adaptarse a la dinámica de lo que se transformaría en el negocio
más grande del planeta –La Ley Orgánica de Hidrocarburos de 1943 estuvo vigente hasta el
2001.
Una diferente visión del asunto, pero en retrospectiva también con efectos no deseados a lo
largo del tiempo, se remonta a los ensayos de Alberto Adriani en la década de 1930: el
petróleo y su renta son una maldición, el estiércol del diablo que destruiría la economía de
un idílico país agropecuario -una premonición avanzada de la enfermedad holandesa,
mucho antes de que tuviera ese nombre.
Se dice que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, aunque en nuestro caso tal vez
es “siempre supiste lo que tenías, pero pensaste que nunca lo perderías”. En cualquier
versión del adagio, nadie puede dudar que Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) fue
destruida por los promotores del socialismo del siglo XXI.
La historia reciente nos ha forzado a experimentar el país que hubiéramos sido sin el
desarrollo de la industria petrolera durante la mayor parte del siglo XX. La casi total
extinción de la industria a manos del régimen chavista, durante el último cuarto de siglo, ha
traído consigo pobreza extrema, inflación, la reaparición de enfermedades creídas
erradicadas, la destrucción de la economía petrolera y la no petrolera también, expulsando
del país a millones de venezolanos.
El profesor José Ignacio Hernández, en su más reciente libro “La privatización de facto de
PDVSA y la destrucción del Petro-Estado venezolano”, examina de manera acuciosa las
acciones y omisiones jurídicas que han contribuido a la destrucción de industria petrolera
Venezolana y los efectos que de ella se derivan. Buena parte del libro está dedicada a
comprender cómo el fortalecimiento del “Petro-Estado” venezolano condujo,
paradójicamente, a la destrucción de la industria petrolera que le suplía los recursos para
crecer, en un círculo perverso de: más control estatal, menos industria.
“… no deja de ser paradójico que luego de cuestionar los convenios suscritos durante la
apertura petrolera, se hayan replicado fórmulas similares para paliar el colapso de la
capacidad de PDVSA”, pero aplicando “medidas inconstitucionales e ilegales, que se han
apartado de estándares de transparencia”.
Hernández ha sido testigo de excepción de los últimos años de esta tragedia. Como
abogado en ejercicio, académico y Procurador Especial de la República, ha tenido
oportunidad de ver de cerca los hechos que describe, y los disecciona con detalle clínico,
pero no con indiferencia: es la autopsia de un sujeto de sus afectos.
Conociendo que las pasiones del presente son malas consejeras para la perspectiva
histórica, Hernández inscribe su trabajo en continuidad con el largo hilo de aciertos y
desaciertos de nuestra política petrolera.
Finalmente, Hernández no se detiene solo a analizar las causas del lamentable estado en
que se encuentra la industria petrolera venezolana. Por el contrario, dedica buena porción
de su trabajo a esbozar las reformas al régimen legal que regula el negocio petrolero en
Venezuela, necesarias para que este se recupere con la participación del capital privado y
dentro de un nuevo paradigma político -desmontar el Petro-Estado.
Hernández esquiva la discusión sobre si privatizar o no PDVSA (de hecho afirma que ya
pasó), maniqueísmo inútil cuando se habla de una industria que necesita decenas de miles
de millones de dólares de inversión para recuperar alguna semblanza de productividad, y
competir en un mercado en contracción.
De hecho, la tesis del Prof. Hernández es que ha ocurrido una privatización a trastienda,
opaca, corrupta: suerte de gomecismo anacrónico sin ninguna de las virtudes de las
décadas del hombre de la Mulera.
Es en ese contexto que se analiza la licencia que OFAC (Oficina de control de activos
extranjeros del departamento del tesoro de EE.UU.) ha otorgado a la multinacional Chevron
(GL41). No para demonizar a Chevron o la participación privada en el petróleo, sino para
ilustrar las contorsiones legales y operativas que se originan de la destrucción de la
industria petrolera en un marco institucional sin herramientas para ofrecer soluciones
robustas.
Cualquiera que piense que lo que le ha pasado a Venezuela es solo un golpe de mala
suerte, encontrará en el libro de Hernández no una descripción de lo inevitable, sino la
certeza de que construir un país sostenible que necesita de instituciones fuertes y una
ciudadanía educada. El recurso que el azar de la naturaleza nos regaló, lejos de ser un
maná surtido del subsuelo o una suerte de maldición de los dioses, ha sido y puede seguir
siendo una herramienta de progreso. Pero eso solo será posible si sentamos las bases de
una industria moderna y eficiente, un entendimiento político ilustrado, y un sistema
institucional que la proteja, esta vez sí, del cruel saqueo promovido desde el Estado.
Tal vez, algún día, espero que todavía estemos a tiempo, podamos superar nuestra
obsesión con el petróleo y concentrarnos en lo que realmente vale de él: la industria
petrolera. Fue esa la intuición fundamental de la “Apertura Petrolera” en los años ‘90 del
siglo XX. Pero el chavismo, reflejando las ideas de control estatista y falso nacionalismo, y
llevándolas a un extremo perverso, nos llevó de regreso al mismo lugar donde nos dejara
Rómulo Betancourt.
Cien años después del “reventón” del Barroso II, seguimos sin prestar atención al
escocés Adam Smith (1723-1790), quien ya hace algún tiempo explicó que la riqueza
de las naciones se fundamenta en la productividad del trabajo. El resto es lotería.
*Este artículo se inspira en una corta presentación que el Dr. José Ignacio Hernández G. me
pidió que le escribiera para su más reciente libro: La Privatización de facto de PDVSA y la
destrucción del Petro-Estado venezolano. Del colapso de la industria petrolera a la licencia
de Chevron. Fundación Editorial Jurídica Venezolana (May. 15, 2023).
(1)Aunque hoy día es más correcto hablar de la industria de los hidrocarburos, que
comprende el petróleo, el gas y la petroquímica, por facilidad lo resumimos en Industria
Petrolera.
(2)https://archive.org/details/venezuela-politica-y-petroleo-romulo-betancourt-2007/page/n11
/mode/2up
*La ilustración generada utilizando Mid Journey, realizada por Luis A. Pacheco, es cortesía
del autor al editor de La Gran Aldea.
*Luis A. Pacheco, non-resident fellow at the Baker Institute Center for Energy Studies.
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Editado por los papeles del CREM el 4 de julio del año 2023.