Aamerica, Artículo de Raúl Antonio Jiménez
Aamerica, Artículo de Raúl Antonio Jiménez
Aamerica, Artículo de Raúl Antonio Jiménez
1
Psicoanalista. Doctorante del Doctorado en Psicología de la Universidad Veracruzana.
2
Sigmund Freud, De guerra y de muerte. Temas de actualidad (1915), en Obras Completas, volumen XIV
(Argentina: Amorrortu, 1992), 290.
Cabe puntualizar que esta tesis freudiana no se reduce a un nivel actitudinal
ni psicológico, sino que tiene un fundamento y alcance metapsicológico, lo que
significa que está referida a aspectos estructurales de la subjetividad. La idea se
desprende de lo propuesto por Freud sobre los procesos inconscientes, en los que
no existiría la negación; ergo, la ley de no contradicción no operaría. Es decir, una
representación inconsciente puede coexistir con su opuesta sin ningún miramiento
por las reglas de la lógica clásica. No existe en lo inconsciente la falta de
representación, pero sí la representación de la falta. En lo que Freud
posteriormente va a llamar el Id, que es el inconsciente tópico, todo es afirmación,
todo es voluntad de goce, y por ello desde ese lugar el humano se piensa inmortal.
3
Jacques Lacan, La instancia de la letra o la razón desde Freud (1957), en Escritos I (México, Siglo XXI, 2007),
497.
Hablar instala una carencia de ser, por lo que en psicoanálisis no se trata de
la autenticidad respecto a los espejismos del yo, sino del advenimiento subjetivo
en el que se puede captar algo de la falta-en-ser. Saber si al hablar soy aquel del
que hablo no se refiere a una identificación conmigo mismo ni a una soldadura de
la división constitutiva sino al instante en que sujeto del enunciado y sujeto de la
enunciación convergen. En la clínica esto se traduce, por ejemplo, a cuando el
sujeto asume –aun en la perplejidad– su decir en su lapsus o como autor de una
terrible ensoñación, sin que esto impida la ulterior reacción defensiva por parte del
yo. “Yo no quise decir eso”, por el contrario, significa que el sujeto del enunciado
no se reconoce en su decir.
Ahora bien, cuando Freud dice que no podemos concebir la propia muerte
continuamos en el mismo registro: el del significante. Porque pensar es un modo
de hablar. La muerte como irrepresentable, ¿qué quiere decir esto, sino que un
significante falta allí? Que aun pudiendo hablar mucho de ella, siempre algo va a
escapar. Por ello desde aquí tomamos distancia con todos los discursos que tratan
de encontrarle un sentido. Únicamente en el acto de morir se puede decir algo
certero sobre la muerte.
Cuanto más se afirma el sujeto con ayuda del significante como queriendo
salir de la cadena significante, más se mete en ella y en ella se integra, más se
convierte él mismo en un signo de dicha cadena. Si la anula, se hace, él, más
signo que nunca. Y esto por una simple razón –precisamente, tan pronto el sujeto
está muerto se convierte para los otros en un signo eterno, y los suicidas más que
el resto. Por eso, ciertamente, el suicidio posee una belleza horrenda que lleva a
los hombres a condenarlo de forma tan terrible, y también una belleza contagiosa
que da lugar a esas epidemias de suicidio de lo más reales en la experiencia.5
Freud elucubra que acaso el secreto del heroísmo sea que desde lo
inconsciente se cree firmemente en la inmortalidad. ¿Y no es cierto que la muerte
heroica es una forma de suicidio? En algunos casos de suicidio se puede pensar
que el significante inmortal se desplaza y cristaliza en alguna forma superior que
justifica la muerte, como Dios en el caso de los mártires cristianos o el logos
universal en los estoicos, por decir rápidamente algunos. Pero aquí alguien
pudiera correctamente señalar: ¿no fue Freud mismo quien dijo que existen
mociones inconscientes autodestructivas? ¿No entra en contradicción con que
desde lo inconsciente la muerte no existe? Por supuesto que esto se esclarece
acudiendo al enfoque tópico y dinámico de la metapsicología. El suicida, para
Freud, sólo se da muerte en tanto las pulsiones sádicas se vuelquen y tomen al yo
por objeto.
4
Jacques Lacan, Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis (pronunciado en 1953,
publicado en 1956), en Escritos I (México, Siglo XXI, 2007), 307.
5
Jacques Lacan, Las formaciones del inconsciente (1957-1958), El seminario, libro 5 (Argentina, Paidós,
2010), 253-254.
investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es
permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y
subroga la reacción originaria del yo hacía objetos del mundo exterior6
Más adelante, en 1923, Freud dirá que el verdugo -¡y juez al mismo tiempo!-
tiene nombre: Superyó. Dicho sea de paso, el miedo a la muerte, correlato de la
angustia de castración, tiene una relación estrecha con esa instancia moral y
punitiva que es a su vez heredera de las figuras parentales. Además, el superyó
sería portavoz de una prístina pulsión a la cual abocaremos.
1. Para esa fecha, ya habían pasados dos años de que la guerra había
llegado a su término y la experiencia clínica no se dejó esperar. Las neurosis de
guerra proporcionaban un cuadro en el que la experiencia traumática retornaba vía
onírica, poniendo en tela de juicio la universalidad de la tesis propuesta en la
interpretación de los sueños: el sueño como cumplimiento de un deseo.
6
Sigmund Freud, Duelo y melancolía (1917 [1915]), en Obras Completas, volumen XIV (Argentina,
Amorrortu, 1992), 249.
de Freud arrojaba un carretel atado con un cordel exclamando “o-o-o-o” que
sonaba como un fort (cuya traducción puede ser: ausente, lejos, se fue…) para
luego jalar el cordel y recibirle con un jubiloso da (aquí). La mayor parte de las
veces el juego se llevaba a cabo únicamente en su primera fase, la de
desaparición del objeto.
4. Fuera del consultorio, también las personas son asediadas por lo que
ingenuamente se pensaría como un destino a repetir experiencias fallidas y
penosas; como se dice coloquialmente: tropezar con la misma piedra.
7
Sigmund Freud, Más allá del principio del placer (1920), en Obras Completas, volumen XIX (Argentina,
Amorrortu, 1992), 23.
Ha menester decir que el principio del placer no es contradicho sino
descentrado. Es aquí donde propondrá uno de sus conceptos más polémicos: la
pulsión de muerte. En la compulsión a la repetición se manifestaría el carácter
conservador de este grupo pulsional.
No hay que pasar de largo que esta definición está diciendo que toda pulsión
es de muerte, a pesar de que Freud no tardará en invocar de manera legítima (en
nombre de la ardua investigación psicoanalítica) a las pulsiones que esfuerzan en
sentido contrario. Pero antes de llegar allí, es importante matizar algo. Cuando
Freud califica de conservadoras a las pulsiones llega a una paradoja que no
debiera ser soslayada, mucho menos desde una lectura lacaniana. Las pulsiones
de muerte, debido a su carácter conservador, buscan la muerte inmanente, por lo
que cualquier amenaza del mundo se presenta contrariando este fin. Los influjos
del exterior fueron imponiendo a los organismos superiores rodeos cada vez más
largos para alcanzar su meta vital, por lo que el camino de las pulsiones de muerte
se extendió y es eso a lo que llamamos fenómenos vitales. En consecuencia, ¡las
pulsiones de muerte azuzan al individuo a defenderse de los peligros y sostener la
vida!
8
Ibídem, pp 36.
esta conducta es justamente lo característico de un bregar puramente
pulsional, a diferencia de un bregar inteligente.9
9
Ibídem pp 38.
10
James Joyce, Ulíses (México, Colofón, 2016), 537.
inadvertida. Está tratando de situar a la pulsión de muerte en el origen más
remoto, allí donde el significante impide el acceso.
11
Sigmund Freud, Lo inconsciente (1915), en Obras Completas, volumen XIV (Argentina: Amorrortu, 1992),
173.
12
Jacques Lacan, El sinthome (1975-1976), El seminario, libro 23 (Argentina, Paidós, 2008), 123.
decir13. El significante es la creatio ex nihilo del psicoanálisis, un creacionismo sin
Dios. El goce viene después. El significante es la causa del goce. Sin el
significante ¿cómo siquiera abordar esa parte del cuerpo?14
Esto tiene que ver con una desmentida: “yo sé bien que soy mortal, que esto
me puede llevar a la tumba; pero aun así”. Si la muerte propia es irrepresentable
en nuestro inconsciente no es por ser un límite sino un exceso. No es tanto el cese
de nuestra actividad anímica y vital, comparable al estado de sueño o alcanzable
mediante prácticas meditativas, sino el estallido radical en el que se desintegra
todo nuestro ser. Y sin embargo, la guerra nos insta a representarlo: la bomba
atómica que borró del mapa a Hiroshima y Nagasaki sería un buen ejemplo.
13
Jacques Lacan, El sinthome (1975-1976), El seminario, libro 23 (Argentina, Paidós, 2008), 18.
14
Jacques Lacan, Aún (1972-1973), El seminario, libro 20 (Argentina, Paidós, 2014), 33
15
George Bataille, El erotismo (México, Tusquets, 2013), 47-48.
Con lo religioso, Bataille no se refiere a la adoración de dioses o espíritus, sino a
la relación que el hombre establece con aquello que le sobrepasa: la vida misma.
Claramente, la muerte aparece como una violencia excesiva que ha menester
constreñir, elaborar, hacer algo con ella.
16
Ibid., 53.
El retorno a lo inanimado es algo del orden del organismo. La muerte a la
que el psicoanálisis apunta no es el descanso de lo inanimado. La pulsión como
tal, y en la medida en que ella es entonces pulsión de destrucción, debe estar más
allá del retorno a lo inanimado. ¿Qué puede realmente ser entonces, salvo una
voluntad de destrucción directa?17
17
Jacques Lacan, La ética del psicoanálisis (1959-1960). El seminario, libro 7, (Argentina, Paidós, 2015), p.
263.