Resumen Las Miserias Del Proceso Penal
Resumen Las Miserias Del Proceso Penal
Resumen Las Miserias Del Proceso Penal
LA TOGA:
La Toga es una “Divisa” (emblema, distintivo), como las de los militares, con la diferencia
de que los magistrados y los abogados la llevan solamente de servicio, y hasta en ciertos
actos del servicio particularmente solemnes; en Francia y sobre todo en Inglaterra, don
la tradición se observa de manera estricta, un abogado la debe llevar siempre dentro del
palacio de justicia
La divisa es el signo de autoridad
En el aula de justicia, se ejercita por excelencia, la autoridad; se comprende que los que
la ejercitan tienen que distinguirse de aquellos que no la ejercitan
A esta divisa, también se le llama “uniforme”. La Toga, es como un traje militar, desune
y une; separa a los magistrados y a los abogados de los profanos para unirlos entre sí,
unión que, observemos bien, tiene un grandísimo valor. Unión de los jueces entre sí, en
primer lugar
La Toga de los magistrados no sólo es el signo de la autoridad, sino también el de la
unión, o sea, el vínculo que los liga conjuntamente.
Ahora bien, la Toga del acusador y el defensor significa que lo que hacen es hecho en
servicio de la autoridad; en apariencia están divididos, per en la realidad están unidos en
el esfuerzo que cada uno realiza para alcanzar la justicia.
Estos hombres con Toga dan al proceso penal, un aspecto solemne y si esta resulta
oscurecida – como ocurre no pocas veces – por negligencia de los abogados y de los
propios magistrados, que no respetan como debería la disciplina, ello redunda en
menoscabo a la civilidad.
La Toga invita al “Recogimiento”.
Pero la función judicial se encuentra amenazada por los peligros opuestos de la
indiferencia o del clamor; indiferencia en cuanto a los proceso minúsculos y clamor en
cuanto a los procesos célebres
La Toga de los magistrados se pierden ente la multitud, producto del desorden público
que llena las aulas, la intervención de la prensa, la cual interviene con imprudencias y a
veces con impudencias (atrevimientos, impudor, descaro), contra las cuales nadie osa
reaccionar.
EL PRESO:
EL ABOGADO:
El Pintor Mantessi no tenía una experiencia particular del problema penal, sin embargo,
el dibujo un dibujo muestra lo clarividentes que son las intuiciones de un artista, ya que
una de las manos – la izquierda – cae hacia abajo, inerte, en acto de desaliento; la otra –
la derecha – sobrepuesta, vuelve la palma en alto, como la del pobre, que demanda la
caridad. Está toda la psicología del preso en aquel pequeño cuadro.
El preso no tiene necesidad de alimento ni de vestidos, ni de casa, ni de medicinas; la
única medicina, para él, es la amistad.
Un abogado – advocatus, vocatus ad (un abogado llamado para auxiliar).
También el médico es llamado a socorrer, pero si solamente al abogado se le da este
nombre, quiere decir que entre la prestación del médico y la prestación del abogado
existe una diferencia, no advertida por el derecho y es descubierta por el lenguaje.
Abogado es aquel al cual se pide, en primer término la forma esencial de la ayuda, que
es, propiamente, la amistad.
La forma elemental de la ayuda, para quien se encuentra en guerra, es la alianza. El
concepto de la alianza es la raíz de la abogacía.
La necesidad del cliente, especialmente del imputado, es esta: la de uno que se coloque
junto a él en el último peldaño de la escala.
El más grande de los abogados sabe que no puede hacer nada f rente a la más que
pequeño de los jueces; a menudo, el más pequeño de los jueces es aquel que lo humilla
más, está constreñido a llamar a la puerta como un pobre.
Lo que el defensor debe poseer, ante todo, es el conocimiento del imputado, no como el
médico el conocimiento físico, sino el conocimiento espiritual.
Conocer el espíritu de un hombre quiere decir conocer su historia; y conocer su historia
no es solamente conocer la sucesión de los hechos, sino encontrar el hilo que los vincula.
Todo esto no es posible si el protagonista no abre, poco a poco, su alma. Esto tipo de
protagonistas, que son los delincuentes, tienen, por definición, almas cerradas. Al
mismo tiempo en que solicitan la amistad, ponen la desconfianza y la sospecha.
Impregnadas de odio, ven el odio aun donde no existe más que amor. Son como
animales selváticos, que sólo con infinita delicadeza y paciencia se pueden domesticar.
EL JUEZ Y LAS PARTES:
Acusador y defensor son en último análisis, dos razonadores: constituyen y exponen las
razones. Su oficio es razonar
Razonar es, en palabras sencillas, exponer premisas y sacar consecuencias, primero
vienen las premisas y después las consecuencias, así procede el razonador imparcial.
Pero el defensor no es un razonador imparcial.
El defensor y el acusador deben buscar las premisas para llegar a una conclusión
obligada.
Antes de condenar o de absolver es necesario continuar en la investigación hasta haber
agotado todos los recursos. Pero para hacer esto, el juez debe ser ayudado; por sí solo,
no lo lograría, su ayudante natural es el defensor, este amigo del imputado, el cual,
naturalmente, tiene el interés de buscar todas las razones que pueden servir para
demostrar la inocencia de aquel. El defensor es y debe ser un razonador de pie forzado,
esto es, un razonador parcial; un razonador que trae el agua a su molino.
El defensor es una auxiliar precioso para el juez, pero también muy peligroso por razón
de su parcialidad.
¿Cómo se concibe que sea útil pero inocuo?, contraponiéndole aquel otro razonador
parcial en sentido inverso, que se denomina ministerio público y que debería
denominarse más exactamente acusador.
En nueve de cada diez veces, la lógica de las cosas arrastra al ministerio público a se lo
que debe ser: el antagonista del defensor.
El duelo sirve para el juez para superar la duda
En el duelo se personifica la duda
Las armas que se utilizan por estos para batirse son las razones. Defensor y acusador
son dos esgrimistas.
Los abogados adquieren fama de creadores de sofismas
(Silogismo vicioso o argumento capcioso con que se pretende hacer pasar lo falso por
verdadero)
No se comprende que si el abogado fuese un razonador imparcial, no solamente
traicionaría su propio deber sino que estaría en contradicción con su razón de ser en el
proceso, y el mecanismo de este resultaría desequilibrado.
La verdad de la defensa y la verdad de la acusación, es un escándalo; pero es un
escándalo del cual tiene necesidad el juez a f in de que no se aun escándalo su juicio.
Los informes del defensor y del acusador se asemejan a una rueda giratoria de colores;
pero al girar velozmente los colores se funden en la luz. De cualquier manera, la ventaja
que el juez obtiene de ello, no es solamente en orden a la inteligencia.
La del abogado es quizá una de las figuras más discutidas en el cuadro social; se podría
decir más atormentada.
Mirándolo bien, ellos son los Cirineos (persona que ayuda a otra) de la sociedad: llevan
la cruz por otro y esta es su nobleza. Si me pidierais una divisa para la orden de los
abogados, propondría el virgiliano sic vos non vobis (tú también); somos los que aramos
el campo de la justicia y no recogemos su fruto.
LAS PRUEBAS:
Sería necesario, saber ante todo, que es un “hecho”: son palabras que se emplean
intuitivamente; se las comprende de manera aproximativa-
Un hecho es un trozo de historia y la historia es el camino que recorren desde el
nacimiento hasta la muerte, los hombres y la humanidad, un trozo de camino, pero de
camino que se ha hecho, no del camino que se puede hacer. Saber si un hecho ha
ocurrido o no, quiere decir volver atrás. Este volver atrás es lo que llama hacer la
historia.
El delito es un trozo de camino, del cual quien lo ha recorrido trata de destruir las
huellas. Sucede lo contrario de lo que ocurre, normalmente, en cuanto al contrato:
cuando uno compra y tanto más si la cosa tiene valor importante, conserva, por lo
general, mediante un documento, la prueba de haber comprado; cuando roba, destruye,
lo mejor que puede, las pruebas de haber robado.
Las pruebas sirven, precisamente, para volver atrás, o se para hacer o, mejor aún, para
reconstruir la historia.
El trabajo del historiador es este. Un trabajo de habilidad y de paciencia, sobre todo, en
el cual colaboran la policía, el ministerio público, el juez instructor, los jueces de la
audiencia, los defensores, los peritos.
Cada delito desencadena una serie de investigaciones, de conjeturas, de informaciones,
de indiscreciones. Policías magistrados, de vigilantes se convierten en vigilados por
grupos de voluntarios dispuestos a señalar cada uno de sus movimientos, a interpretar
cada uno de sus gestos, a publicar cada una de sus palabras. Los testigos son olfateados
como la liebre por el galgo. Después a menudo, explotados, sugestionados, comprados.
Los abogados son el blanco de los fotógrafos y del os periodistas, y con frecuencia, por
desgracia, ni siquiera los magistrados logran oponer a este frenesí la resistencia que
requeriría el ejercicio de su oficio austero.
Esta degeneración del proceso penal es uno de los síntomas más graves de la civilidad en
crisis. Es incluso difícil representar todos los daños debidos a la falta de aquel
recogimiento que a ningún otro cometido es tan necesario como a aquel que en el
proceso penal se debe desarrollar. No el más grave pero desde luego el más llamativo
es aquel que se refiere al respecto del imputado. La Constitución italiana ha proclamado
solemnemente la necesidad de tal respeto declarando que el imputado no debe ser
considerado culpable mientras no sea condenado por una sentencia definitiva.
Desgraciadamente, la justicia humana está hecha de tal manera que no solamente se
hace sufrir a los hombres porque son culpables sino también para saber sin son
culpables inocentes.
San Agustín ha escrito a este respecto una de sus páginas inmortales; la tortura, en las
formas más crueles, ha sido abolida, al menos en el papel; pero el proceso mismo es una
tortura.
El hombre cuando sobe él recae la sospecha de haber cometido un delito, es dado ad
bestias (condenado a las bestias), ofrecido como pasto a las fieras.
Esta fiera, es la multitud
Apenas ha surgido la sospecha, el imputado, su familia, su casa, su trabajo, son
inquiridos, requeridos, examinados, desnudados, a la presencia de todo el mundo, el
individuo, de esta manera es convertido en pedazos. Y el individuo, recordémoslo, es el
único valor que debería ser salvado por la civilidad.
Pero existe otro individuo en el centro del proceso penal junto al imputado: el testigo.
Los juristas, fríamente, clasifican al testigo, junto con el documento, en la categoría de
las pruebas y hasta en una cierta categoría de las pruebas, esta frialdad suya es
necesaria.
Pero ¡ay! Si se olvida, de que mientras el documento es una cosa, el testigo es un
hombre, un hombre con su cuerpo y con su alma, con sus intereses y con sus
tentaciones, con sus recuerdos y con sus olvidos, con su ignorancia y con su cultura, con
su valentía y con su miedo, un hombre que el proceso coloca en una posición incómoda
y peligrosa, sometido a una especie de requisición por utilidad pública, apartado de su
negocio y de su paz, utilizado, exprimido, inquirido, convertido en objeto de sospecha.
Técnica penal más preocupante al trato del testigo.
En el centro del proceso, no están el imputado o el testigo, sino el “individuo”.
Todos saben que la prueba testimonial es la más falaz (engaño, mentira) de todas las
pruebas. La ley la rodea de muchas formalidades, que querrían prevenir los peligros; la
ciencia jurídica llega hasta el punto de considerarla un mal necesario; la ciencia
psicológica regula e inventa incluso instrumentos para su valoración o sea para discernir
la verdad de la mentira, pero el mejor modo de garantizar el resultado ha sido y será
siempre EL DE RECONOCER EN EL TESTIGO UN HOMBRE Y CONCEDERLE QUE MERECE
TODO HOMBRE.
EL JUEZ Y EL IMPUTADO:
¿Por qué el juez hace historia?, nadie puede hacer volver atrás el tiempo.
La verdad intuida es que el remedio al pasado está en el futuro.
El hombre no tiene otro modo para resolver el problema del futuro más que el de mirar
al pasado; solamente la contemplación del pasado puede permitirle captar, como en un
espejo, el secreto del futuro.
Dice el juez: debo saber lo que has sido para establecer lo que serás. Has sido un
delincuente; serás un preso. Has hecho sufrir, sufrirás. No has sabido usar de tu
libertad, serás encerrado. Yo tengo en las manos la balanza; la justicia quiere que tanto
como pesa tu delito, pese tu pena.
Pero ocurre que, al llegar a este punto, sucede algo que complica el problema. Esto
depende del hecho de que los delitos no basta con reprimirlos, sino PREVENIRLOS
El peso se hace antes de que el ladrón robe, a fin de que se abstenga de robar. Pero si se
hace antes se hace no sobre el hecho, sino sobre el TIPO. El tipo es un concepto, no un
hecho, una abstracción, no una realidad; algo previsto, no algo acaecido (producido un
hecho). Ahora bien, el prever es, al mismo tiempo, más o menos que el ver; más que el
ver porque se agrega al ver, menos porque no se ve todo aquello que, cuando haya
acaecido, se verá. En suma, es un ver indistinto, se distinguen las grandes líneas; pero el
acaecimiento reserva siempre, aun cuando se conforme a la previsión, algo de nuevo.
El Tipo decíamos, es una abstracción, no una realidad.
Ahora, bien, aparece un mecanismo empírico que ata las manos al juez, la ley, en vez de
una pena fija, establece por lo general un mínimo y un máximo, que marcan los límites
de la libertad del juez, una especie de libertad vigilada, en todo caso una medida, que no
consigue resolver ni siquiera ocultar la contradicción. Pero no hay nada que hacer: es la
eterna antinomia entre lo uno y lo múltiple, dentro de la cual se debate la vida del
hombre.
Por esta antinomia, que el hombre no es capaz de resolver, está viciado también el
derecho y sobre todo, el proceso. en el momento en que el juez ha logrado dar
cumplimiento a su cometido de historiador, cuando ha reconstruido el pasado y debe
adecuar a este el porvenir, cuando pesa sobre él con mayor gravedad la exigencia de la
justicia, que consiste, precisamente en esta adecuación, en el momento en que tendría
necesidad a tal fin de toda su libertad, he aquí que la ley le ata las manos,
constriñéndolo a juzgar, en lugar de un hombre, un fantoche (marioneta)
Hay entre otros casos en los que es claro que ha bastado el proceso, o mejor aquella
fracción del proceso que se ha desarrollado para reconstruir la historia, con todos sus
sufrimientos, con todas sus angustias, con todas sus vergüenzas, para asegurar el
porvenir del culpable en el sentido de que ha comprendido su error y no solo lo ha
comprendido sino que con aquel peso de sufrimiento, de angustia, de vergüenza, lo ha
expiado, y el resto del proceso, su prolongación por la condena y con la ejecución de ella
no es otra cosa que una pérdida total para el individuo y para la sociedad, si el juez fuese
libre, estos son los casos en que diría como Jesús a la adúltera: “Ve y no peque más”,
pero tiene desgraciadamente, atadas las manos.
Pero no se puede ocultar que derecho y proceso son una pobre cosa y es esto
verdaderamente, lo que se necesita hacer avanzar la civilidad.
LA SENTENCIA PENAL:
Entonces dice la ley, el juez absuelve por insuficiencia de pruebas; ¿y qué quiere decir
eso? No que el imputado es culpable, pero tampoco que es inocente; cuando es
inocente, el juez declara que no ha cometido el hecho o que el hecho no constituyo
delito. El juez dice que n puede decir nada, en estos casos. El proceso se cierra con un
nada de hecho. Y parece la solución más lógica de este mundo.
Bien: ¿pero y el imputado? Que uno sea imputado quiere decir que probablemente, ya
que no ciertamente, ha cometido un delito: el proceso o mejor, el debate sirve,
precisamente para resolver la duda. En cambio, cuando el juez absuelve por
INSUFICIENCIA DE PRUEBAS, no resuelve nada, las cosas quedan como antes. La
absolución por insuficiencia de pruebas, LA IMPUTACIÓN SUBSISTE. El proceso no
termina nunca. El imputado continua siendo imputado por TODA LA VIDA.
Tanto más grave es la deficiencia que ahora se ha puesto en claro, en cuanto si el
imputado no es culpable, la declaración de su inocencia es el único modo para reparar el
daño que injustamente se le ocasionó.
La sentencia de absolución por no haber cometido el hecho o por inexistencia de delito
contiene no solamente la declaración de la inocencia del imputado sino, al mismo
tiempo, la confesión del error cometido por aquellos que lo han arrastrado al proceso.
Es un hecho que este terrible mecanismo, imperfecto e imperfectible, expone a un pobre
hombre a ser llevado ante el juez, investigado, no pocas veces arrestado, apartado de la
familia y de los negocios, perjudicado por no decir arruinado ante la opinión pública,
para después ni siquiera oír que se le dan las excusas por quien, aunque sea sin culpa, ha
perturbado y en ocasiones ha destrozado su vida. Son cosas que, desgraciadamente
suceden; y una vez más, aun sin protestar.
Es pues, precisamente la hipótesis dela absolución la que descubre la miseria del
proceso penal, el cual en tal caso, tiene el único mérito de la confesión del error. El error
del cual la gente no se da cuenta y no solo los hombres de la calle, sino incluso los
expertos del derecho. No conozco un jurista, con excepción de quien os habla, que haya
advertido que toda sentencia de absolución es el descubrimiento de un error. De este
modo, o por negligencia o por falso pudor, se ocultan las miserias del proceso penal que
deben, en cambio ser conocidas y sufridas a fin de que se califique, como se debe, a la
justicia humana.
Resuena en el fondo de toda sentencia, la divina admonición (discurso con que se hace
ver un MAL y se invita a CORREGIRLO)
No se debe desconocer que, no obstante estos defectos, el mecanismo hasta un cierto
punto sirve para garantizar el proceso contra el error: hasta el punto, aproximadamente,
en que es posible; pero una garantía absoluta no se puede dar. También el juicio de los
jueces superiores está expuesto, como el de los jueces inferiores a este peligro, tanto
más que si de un lado, ellos se encuentran, respecto de aquellos, en una posición
ventajosa, de otro lado, especialmente en cuanto al juicio histórico, los medios de que
dispone son todavía más imperfectos, basta pensar que en el proceso de apelación, de
ordinario, no son examinados de nuevo los testigos y el juicio se forma sobre las actas,
las cuales no dan ni pueden dar de los testimonios más que una representación
mutilada, a menudo deformada y hasta incomprensible.
Sin embargo, al llegar a un cierto punto, es necesario terminar. El proceso no puede
durar eternamente. Es un final por agotamiento, no por obtención del objeto. Es
necesario contentarse. Es necesario resignarse. Los juristas dicen que, al llegar a un
cierto punto, se forma la COSA JUZGADA y quieren decir que no se puede ir más allá.
Pero dicen también, res iudicata pro veritate habetur (una decisión judicial es por la
verdad) la cosa juzgada no es la verdad, pero se considera como verdad.
EL CUMPLIMIENTO DE LA SENTENCIA:
LA LIBERACIÓN:
Quizá ahora, al final de estos coloquios, se haya comprendido más claramente de lo que
podía comprenderse al principio de ellos, el valor que tiene el problema penal para la
civilidad.
Civilidad, humanidad, unidad son una sola cosa; se trata de la posibilidad alcanzada por
los hombres de vivir en paz.
Desgraciadamente, casi todas las palabras de Jesús son todavía incomprendidas. Esas
palabras están demasiado cargadas de pensamiento para que nosotros pobres hombres,
los podamos gustar. Ellas nos deslumbran como cuando se trata de mirar el sol. Los
intérpretes tendrían el oficio de descomponer la luz en un arco iris, pero son, al fin y al
cabo, pobres hombres también ellos.
Se ha dicho que el proceso es aquel instituto en el cual se manifiestan todas las
deficiencias y las impotencias del derecho, se puede agregar que el penal es la especie
que pone mejor de manifiesto las deficiencias y las impotencias del proceso. a medida
que la experiencia del proceso penal se profundiza y se afina, se comienzan a apreciar,
en el esplendor alucinante de la admonición divina, las líneas de la verdad. Por lo que a
mi respecta debo a esa admonición el milagro de haber renacido.
La primera cosa que enseña la experiencia penal es que la penitenciaría no es diversa en
absoluto del resto del mundo. Es una gran casa da pena. Eso de que dentro de la
penitenciaría haya solamente canallas y fuera de ellas solamente hombres honrados, no
es más que una ilusión, como también es una ilusión el que un hombre pueda ser todo
canalla o todo persona decente.
Todo se pide y todo se espera del Estado, o sea del derecho, no porque Estado y derecho
sean la misma cosa sino porque el derecho es el único instrumento del cual en último
análisis, el Estado se puede servir.
Las miserias del proceso penal son un aspecto de la miseria fundamental del derecho.
No se trata de desvalorizar el derecho, sino de evitar que se supervalorado, que basta
tener buenas leyes y buenos jueces para alcanzar la civilidad.
Mientras los hombres se juzgan, permanecen divididos. El respeto, en último análisis, se
resuelve en lo mío y en lo tuyo, y también el juicio tiende a esta división. Juicio y
respeto, aun cuando no lo parezca, son términos correlativos. Cuando el ex – ladrón se
presenta a mi puerta, no le falto al respeto si le respondo que no hay trabajo para él. La
ilusión y hasta la superstición que hay que desarraigar es la de que al obrar así, yo sea un
hombre civil. Es necesario habituarse a establecer la diferencia entre el hombre jurídico
y el hombre civil.
“Más allá del derecho” es la expresión de la civilidad. También en este camino, que se
abre más allá del derecho, es Cristo quien nos guía. Más allá del derecho o más allá del
juicio, más allá del juicio o más allá del pensamiento, es la misma cosa. Cristo no se ha
limitado a decir: no juzguéis, el relato de San Juan a este respecto completa el r elato de
San Mateo, “no juzguéis” es el precepto negativo de su enseñanza, “amaos como yo os
he amado” es su aspecto positivo. Más allá de la justicia de los hombres está la caridad;
justicia y caridad son todo uno solamente en Dios. Más allá del respeto está el amor; el
amor, solamente, une.
En la mejor hipótesis, cada uno de nosotros tiene en el corazón una dosis mínima de
amor. Cada uno de nosotros es un pabilo humeante, antes que en los otros es en
nosotros donde la llama debe ser reavivada.
Cuando en el discurso del juicio final, se ha identificado con ellos, diciendo que el bien
que se hace al hambriento, al sediento, al desnudo, al peregrino, al enfermo, al preso se
hace a él, ha identificado en el pobre un delegado de Dios. ¿Delegado a qué fin?. Al fin,
precisamente, de enseñarnos a amar.
La compasión es el preludio (cosa o acción que precede a otra y que le sirve de entrada,
anticipación, anuncio o comienzo)
Cuando a través de la compasión, he llegado a reconocer en el peor de los presos un
hombre, como yo, cuando se ha disipado aquel humo que me permitía creer ser mejor
que él, cuando he sentido posarse también sobre mis hombros la responsabilidad de su
delito, cuando hace años, en una meditación del Viernes Santo, ante la Cruz, he sentido
gritar dentro de mí. “Judas es tu hermano”, entonces he comprendido no sólo que los
hombres no se pueden dividir en buenos y malos, sino que tampoco se pueden dividir en
libres y presos, porque hay fuera de la cárcel prisioneros más prisioneros de los que
están dentro de ella y los hay dentro de la cárcel más libres cuando están en la prisión
que los que están fuera. Presos lo estamos todos, más o menos, entre los muros de
nuestro egoísmo; quizás, para evadirse, no hay ayuda más eficaz que la que nos pueden
ofrecer aquellos pobres que están materialmente encerrados dentro de los muros de la
penitenciaría.