No Estoy para Ti Gema Samaro
No Estoy para Ti Gema Samaro
No Estoy para Ti Gema Samaro
GEMA SAMARO
©Gema Samaro, diciembre, 2022
©Todos los derechos reservados
Foto de portada: iStock.com/Tetyana Rusanova
Diseño de portada: AIRG
Queda prohibido reproducir el contenido de este texto, total o
parcialmente, por cualquier medio analógico o digital, sin permiso de la
autora.
Los personajes que aparecen en la novela son inventados, cualquier
parecido con personas vivas o desaparecidas es mera coincidencia.
ÍNDICE
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
OTRAS NOVELAS DE LA AUTORA
REDES SOCIALES
Sinopsis
Lorena pilla a su novio liándose con la jefa de contabilidad en la fiesta
de Navidad de la empresa y decide salir corriendo de allí.
Hace una maleta, coge el primer vuelo que encuentra y se refugia en
casa de su abuela Afrodisia en un pueblo perdido.
Dos días después de su llegada, suena el timbre de la puerta y ella
imagina que es su ex, pero es mucho peor.
El que llama es su jefe, el dueño de la empresa, Nicolás, guapo, sexy y
terriblemente insoportable, que no viene a buscarla porque la eche de
menos, sino porque necesita algo de ella.
En concreto, a Afrodisia…
Lorena escucha su ridícula propuesta, le pide que le prepare el finiquito
y le da con la puerta en las narices. Sin embargo, el instinto de Afrodisia le
dice que tiene que abrirle y acepta: se hará pasar por su tata para un
reportaje de corte íntimo y familiar en un canal de televisión.
Nicolás no se habla con nadie de su familia, así que no le queda más
remedio que alquilar a la abuela de su recepcionista por una buena cantidad
de dinero, pues sus asesores insisten en que le conviene para su negocio dar
una imagen un tanto entrañable.
Él de entrañable no tiene nada. Y mucho menos en Navidad, una época
que detesta más que ninguna; no obstante, va a tener que pasarla encerrado
en un pueblucho con su recepcionista que le odia y la lianta de su abuela, a
la espera de que lleguen los reporteros.
Un auténtico escenario de pesadilla donde jamás podría suceder nada
mágico ni inesperado. O eso creen…
Capítulo 1
Después de bajar unas largas escaleras, girar a la izquierda, doblar a la
derecha, o al revés, porque Lorena no sabía distinguir la izquierda de la
derecha, apareció en un largo pasillo que estaba repleto de puertas.
Se adentró hasta el final y, ante la desesperación de no encontrar ninguna
señalización ni carteles que indicaran el cuarto de baño, decidió abrir la
última de las puertas, a ver si había suerte, y con lo que se encontró fue a su
novio empotrando a Eloísa de contabilidad contra una estantería metálica…
—¡Dios! ¡Qué asco! ¿Cómo puedes ser tan cerdo? —farfulló Lorena
mientras Teo, su novio, dejaba a Eloísa en el suelo.
—¡Te lo pensaba contar después de Navidad! Estas fechas son muy
sensibles —se excusó Teo, al tiempo que se colocaba bien las gafas de pasta
negra que tenía empañadas.
Eloísa, agarró a Teo de la mano, y, con la falda aún por las ingles y una
teta al aire, aseguró:
—Esto no es un calentón. Vamos en serio. Teo no te ha dicho nada
porque quería esperar a enero.
—A las rebajas. Con rebajas duele todo mucho menos —ironizó Lorena
que, de repente, entendió por qué Teo llevaba tres meses hablándole
maravillas de la jefa de contabilidad, que caía mal a toda la empresa.
—¿Qué? —replicó Eloísa, arqueando una ceja.
—Que os vayáis a la mierda. ¡Los dos!
Teo, con los pantalones por las rodillas y el condón aún colgándole del
miembro, repuso:
—Me parece que lo mejor es que tratemos esto como adultos.
Lorena le miró con desprecio, agarró de nuevo la puerta y exclamó justo
antes de salir dando un portazo:
—¡Tú eres gilipollas!
Y se fue corriendo a toda velocidad, y eso que iba con unos taconazos
rosas de vértigo, recorrió el pasillo entero y, cuando fue a girar, chocó con
él.
El superjefe. Nicolás Artola. Un tío buenísimo, de treinta años, uno
noventa, moreno, sexy, de ojazos azules, sonrisa perfecta, cuerpo de
impresión, olor para morirse de gusto y derroche a raudales de magnetismo,
carisma y esa aura inconfundible de tío que siempre consigue lo que quiere.
—¿Adónde vas corriendo como una loca, Olmedo? —refunfuñó,
apartándose de ella y ajustándose bien el nudo de la corbata.
Lorena pensó que lo que le faltaba era cruzarse con el dueño de la
empresa al que sencillamente odiaba con todo su ser.
—No me llamo Olmedo.
—¿Tordesillas? —inquirió Nicolás, entornando los ojos.
—Simancas. Mi nombre es Lorena Simancas.
—Simancas, sí. Valladolid tiene pueblos preciosos.
Lorena pensó que no tenía otra cosa que hacer, en ese preciso instante de
su vida, que ponerse a hablar de pueblos de Castilla y replicó:
—Tengo que irme. ¡Tengo mucha prisa!
—Pero yo necesito que hablemos de algo… —aseguró Nicolás al que le
daba exactamente lo mismo la prisa que llevara la recepcionista, porque lo
suyo era muchísimo más importante.
A Lorena no le sorprendió que a su jefe le importara un bledo las prisas
que tuviera y decidió decirle la verdad:
—No puedo. Porque en mi desesperación por encontrar un cuarto de
baño, he abierto aquella habitación del fondo y me he encontrado a mi
novio follando con Eloísa.
Nicolás puso un gesto de sorpresa y preguntó sin dar crédito:
—¿Eloísa, la de contabilidad, la que lleva siempre abrochadas las
camisas hasta el último botón?
—Siempre menos hoy que acabo de verle una teta.
Nicolás puso una cara de horror tremenda de imaginar la teta de la
contable, como un higo seco, y le preguntó con algo de curiosidad:
—¿Y quién es tu novio?
Lorena pensó que su novio era el tío por el que lo había dejado todo
hacía un año y respondió con una mezcla de rabia y de pena:
—Teo Gutiérrez, de informática.
Nicolás, ajeno al dolor de Lorena, exclamó con un gesto de agrado:
—¡Ah, pues hacen buena pareja! Son los dos igual de insulsos, de
rancios y de siesos.
Lorena pensó que era verdad que su novio no era la alegría de la huerta,
pero, de pronto, se acordó de qué fue lo que tuvo la culpa de que todo
aquello empezara:
—Yo me vine a Bilbao hace un año por él. Lo dejé todo por sus malditos
ojos verdes.
Nicolás frunció el ceño y preguntó con bastante extrañeza:
—¿Gutiérrez tiene ojos?
—¿Tú qué crees? —replicó Lorena, mosqueada.
—¿De verdad que lograste verle los ojos detrás de esas gafas enormes de
cristales supergruesos? ¡Te felicito! Y ahora vete a mear, es la segunda
puerta de la izquierda.
Lorena le hizo caso porque no podía más y, tras equivocarse de puerta y
abrir la de la derecha, pasó por fin al baño y, cuando salió, precisó:
—Teo es miope. Me fascinan las miradas de los miopes. Y ya si tienen
los ojos verdes, me vuelvo majara total.
Nicolás pensó que no entendía cómo esa chica podía haber perdido la
cabeza por Teo Gutiérrez. Él era un tío gris y desabrido y ella en cambio
era…
Chispeante.
Esa era la palabra exacta que la definía a la perfección. Y esa noche
además estaba más chispeante que nunca y no sabía bien por qué.
A lo mejor era por el vestido de fiesta, rosa, corto y entallado, que
resaltaba más su cuerpo bonito, o por el maquillaje de noche, de purpurina y
brilli brilli.
No tenía ni idea. Lo que sabía era que Lorena Olmedo o Simancas o
cómo quiera que se llamara, era una chica de veintisiete años, que no debía
medir más de uno sesenta y siete, aunque esa noche llevaba unos tacones de
vértigo, que hacían que sus piernas parecieran infinitas.
Tenía el pelo largo, liso y castaño, los ojos almendrados y de color
chocolate, la nariz recta y la boca carnosa que solía pintarse con una barra
de labios de color fresa.
Fresa y chocolate. Su combinación favorita. Pero Tordesillas no era su
tipo. Era una chica que tenía algo, esa chispa, si bien a él le gustaban más
otro tipo de mujeres, más sofisticadas, más altas, más explosivas… Y, desde
luego, que más centradas porque sí que había que estar majara para dejarlo
todo por el descafeinado de Teo Gutiérrez.
Claro que ese no era su problema y a él lo único que le interesaba saber
de la recepcionista era una cosa…
—Y aparte de dejarlo todo por tíos muermos de ojos verdes, ¿no tendrás
por casualidad una abuela por ahí?
Lorena se quedó tan descuadrada con la preguntita que replicó arrugando
el ceño y pensando que su jefe no podía ser más desconsiderado ni más
faltón:
—¿Cómo que una abuela? ¿Quieres decir que si tengo una amiga
madura para ti? ¡Dios! ¿Pero cómo me puedes preguntar semejante cosa y
justo en medio de este drama que estoy viviendo? ¡Te recuerdo que acabo
de pillar a mi novio con otra en la puñetera fiesta de Navidad de la empresa!
Nicolás que era un hombre pragmático, con auténtica fobia al drama,
repuso:
—Quédate con que la cena en este magnífico restaurante ha sido
exquisita y sobre todo agradece que doña Mustia te haya quitado de encima
a don Muermo. ¿Quieres que abramos una botella de champán para
celebrarlo?
—Como si fuera tan fácil —masculló Lorena, pensando que en la vida
había conocido a un tío con menos empatía que su jefe.
—Lo es. Yo si quieres te descorcho una botella. Y en cuanto a lo otro: no
necesito que me presentes a nadie. No tengo más que abrir mi agenda para
encontrar a cientos de mujeres ávidas por pasar un buen rato conmigo.
—Madre mía —bufó Lorena, que pensó que no podía ser más patético.
—Es la pura verdad. Odio la falsa modestia. Y lo que quiero que me
digas de una jodida vez es si tienes una abuela.
—¡Claro que tengo una abuela! —repuso Lorena resoplando y ansiosa
por zanjar de una vez esa absurda conversación—. Afrodisia. Vive en
Villanueva de Santiago. Un pueblecito manchego. Te lo conté el día que me
hiciste la entrevista.
—Entrevisto a tanta gente y me cuentan tantas chorradas y estupideces
que como comprenderás…
Llegados a ese punto, y convencida de que tenía que dejar el trabajo y
Bilbao, porque no iba a soportar encontrarse a esos dos en todas partes,
Lorena le dijo por primera vez a su jefe lo que pensaba de él:
—Comprendo que eres un egocéntrico y que, todo lo que no sea hablar
de ti, te parecerá una estupidez y una tontería. Pero en su día te conté que
mi abuela era una auténtica fan de tu marca, que solo usa tus productos y
que…
Nicolás, tras escuchar aquello, le interrumpió para decir, y por supuesto
que resbalándole lo que la recepcionista opinara sobre él, pues le importaba
un soberano pimiento:
—¿Y es una abuela entrañable de anuncio de turrón o de chocolates a la
taza? Porque sí lo es, es perfecta para mí…
Lorena dejó de escuchar a su jefe que siguió hablando, puesto que justo
en ese instante cayó en la cuenta de que no iba a estar en ningún lugar mejor
en el mundo, hasta que pasara el chaparrón, que en casa de su abuela.
Así que dejó con la palabra en la boca al cretino de su jefe y salió
pitando de allí…
—¿Adónde vas, Olmedo? —preguntó Nicolás, perplejo y desde la
lejanía.
Lorena sonrió, segura de que había encontrado el refugio perfecto, y
gritó:
—¡Con mi abuela!
Capítulo 2
Dos días después, Lorena estaba limpiando unas acelgas en la cocina de
su abuela, cuando sonó el timbre de la puerta…
—¿Esperas algún pedido de Amazon? —le preguntó Lorena a su abuela.
—Hoy no. ¡Voy a ver quién es!
Lorena dejó el cuchillo sobre la mesa y le habló a su abuela un tanto
nerviosa:
—¿Y si es Teo?
—¿Ese se va a plantar en el pueblo un domingo? ¡Si tú decías que los
domingos le daba pereza bajar hasta por churros!
—Pero a lo mejor ha recapacitado y se ha dado cuenta de que…
Antes de que su nieta siguiera desvariando, Afrodisia se levantó y se
dirigió hasta la puerta, miró por la mirilla y se quedó fascinada al escuchar a
un tiarrón de impresión presentarse:
—¡Buenos días! Soy Nicolás Artola, vengo buscando a una empleada
que me han dicho que vive en esta casa. Su nombre es Lorena Olmedo…
—¡Simancas! —gritó Afrodisia a la que le faltó tiempo para abrir la
puerta con una sonrisa enorme.
—¡Eso! —exclamó Nicolás, maravillado al tener delante a una persona
que rompía todos los moldes.
Debía tener unos ochenta años, llevaba el pelo teñido de un rojo fuego,
era guapa, de mirada resplandeciente, sonrisa encantadora y un aspecto tan
saludable, con el chándal de fitness y las zapatillas, que tenía pinta de hacer
a diario quince mil pasos, clases de zumba y pesas.
—Aquí vive mi nieta. Y yo soy Afrodisia Belmonte. ¡Encantada de
conocerle! ¡Soy su mayor fan!
Afrodisia agarró a Nicolás por las solapas del abrigo de paño buenísimo,
le plantó dos sonoros y efusivos besos en los carrillos y se quedó mirándole
embelesada porque ese joven además de hacer las mejores ollas del mundo,
era el tío más espectacular que había visto en su vida. Y ella había tenido la
suerte de haber visto a Gary Cooper en el aeropuerto de Barajas cuando era
una niña.
Así que sí, lo de ese chico era tan tremendo que no podía dejar de
mirarle en tanto que Nicolás, convencido de que aquello no podía ir mejor,
le pidió:
—¡Tutéame, por favor!
Afrodisia fue a replicar algo, pero no pudo porque de repente apareció
Lorena, con una acelga enorme en la mano y una cara de cabreo
impresionante, y le preguntó a la vez que aspiraba el aroma arrebatador de
su jefe:
—¿Qué haces aquí?
—Te fuiste con tantas prisas en la cena de Navidad que no me ha
quedado más remedio que venir a terminar de contarte —respondió Nicolás
encogiéndose de hombros.
—¡Pasa y nos cuentas! ¡Estás en tu casa! —exclamó Afrodisia que no
iba a dejar en la calle a semejante monumento y genio del menaje de la
cocina.
Sin embargo, su nieta negó con la cabeza y habló para que supiera qué
era lo que había:
—Mi jefe está buscando una mujer que tenga el aspecto de una abuela
de un anuncio de chocolates a la taza. Y no tengo ni idea de para qué. El
caso es que como ves —dijo Lorena dirigiéndose a Nicolás—, mi abuela
tiene pinta de todo menos de eso.
—Buscaba ese cliché, pero Afrodisia me parece perfecta así, tal y como
es.
Afrodisia le agradeció las palabras con una amplia sonrisa, se llevó la
mano al pecho y exclamó:
—¡Me encantaría hacer un anuncio de tus ollas y sartenes! ¡No uso
otras! ¿Sabes que conservo una olla de aluminio puro que era de mi madre y
que debe tener mil años? Entra, por favor, y te la enseño…
Nicolás Artola era el presidente de una exitosa empresa familiar de
menaje de cocina con casi cien años de historia. Su bisabuelo empezó
fabricando y vendiendo menaje de aluminio puro y desde que, hacía cinco
años, se había hecho con los mandos del negocio, lo había logrado llevar a
lo más alto, y facturaba millones de euros sobre todo con su producto
estrella: la olla a presión más rápida, manejable y segura del mercado que se
vendía hasta en Nueva Zelanda.
Pero Lorena no estaba por la labor de que su abuela enseñara nada a su
jefe y habló con desdén:
—No va a pasar, porque ya se va.
Nicolás negó con la cabeza, le clavó la mirada y le dijo muy serio:
—No me puedo ir, porque aún no sabes para qué necesito a tu abuela.
Déjame que se lo proponga, que seguro que le va a interesar.
—¡Eso dalo por hecho! Hazme la propuesta y tú no hagas caso a Lore
que está tolili —repuso Afrodisia, haciendo el gesto de que a su nieta le
faltaba un tornillo.
Lorena miró a su abuela perpleja, bufó y después masculló:
—Abuela, no me puedo creer que tú…
—¿Qué yo qué? ¿Qué estoy haciendo mal? Tengo en la puerta de mi
casa a Nicolás Artola y soy fan de su polla…
Lorena se quedó lívida, miró a su abuela horrorizada y musitó:
—¿Qué?
—Olla… Quería decir olla a presión. ¿Tú nunca te equivocas? —
inquirió Afrodisia, encogiéndose de hombros.
—Le conté que eras fan, pero ni me escuchó —confesó Lorena, para que
su abuela supiera quién era su jefe.
—No le haga caso a su nieta. Por lo que veo aún sigue ofuscada por lo
que le sucedió en la cena de empresa. Es una pena que aún no sepa que el
mundo no está hecho a nuestra medida, que la madurez consiste en saber
encajar los golpes y que, si pierdes, al menos has disfrutado —replicó
Nicolás batiendo las manos—. Aunque con Gutiérrez dudo que disfrutaras
mucho…
—Jo, jo, jo, jo —se carcajeó Afrodisia.
—¡Qué suerte tienes de saberlo todo! —farfulló Lorena, mordaz.
—Celebro, señora, que usted tenga la lucidez que le falta a su nieta —
apostilló Nicolás.
—Tutéame, guapo. Y en cuanto a sus cuernos, no paro de decirle a mi
nieta que todo lo que sucede, conviene. Y que, si Dios ha apartado a ese
pelele de su camino, por algo será. Como también hay una razón para que tú
estés llamando a nuestra puerta…
Lorena sin saber dónde meterse, retorció la acelga con las manos en
tanto que su jefe explicaba:
—La razón es que los de un canal de televisión quieren hacerme un
reportaje de carácter íntimo y familiar y yo no me hablo con ninguno de los
míos.
Lorena soltó una carcajada y solo pudo farfullar porque aquello era el
colmo del patetismo:
—¿Y quieres alquilar a mi abuela? Ja, ja, ja, ja, ja.
—Odio la exposición mediática. Pero ese programa tiene mucha
audiencia y mis asesores se empeñan en que participe, pues a nuestra marca
le conviene que yo transmita una imagen un tanto… digamos que
entrañable.
—Ya te digo yo que eso es imposible. Tú lo único que transmites es
grima y rechazo. Eres tan borde, tan egocéntrico y tan desagradable que
nadie se va a creer que tengas un lado familiar —aseguró Lorena
apuntándole con la acelga.
Y, justo entonces, Nicolás pensó que, incluso echando esas culebrillas
por la boca, con la verdura en la mano, la cara lavada, la melena recogida de
cualquier manera en una coleta, un jersey de lana, unos pantalones vaqueros
y unas Converse, la recepcionista seguía teniendo esa chispa que la hacía
diferente a todas.
Tal vez por eso, Nicolás replicó esbozando una sonrisa de lo más
mordaz:
—¿Me juzgas porque quieres ponerte encima de mí?
Lorena pensó que estaba buenísimo y que tener ese cuerpazo debajo de
ella tenía que ser impresionante. Pero eso no iba a pasar jamás porque no le
tragaba, así que repuso muy digna ella:
—No te quiero ni encima, ni debajo de mí…
—Vaya, ¿dónde me quieres, entonces? —inquirió Nicolás, mordaz.
—Lejos, muy lejos —habló Lorena entre resoplidos.
—No se lo tengas en cuenta —le pidió Afrodisia a Nicolás—. Aún sigue
en shock y no rige bien. Yo te encuentro un joven de lo más correcto y
educado y estaría encantada de salir en ese reportaje. ¡Siempre me han
tirado mucho los focos!
—Tendrías que hacerte pasar por la tata que me cuidó cuando era niño y
con la que establecí unos lazos de afecto y de cariño tan fuertes que no hay
nada que me guste más que pasar las Navidades contigo —habló Nicolás,
forzando una sonrisa que Lorena encontró repugnante.
Afrodisia pestañeó muy deprisa, se llevó las manos al pecho y canturreó:
—Ay, ¡qué bonito! ¡Ya lo estoy visualizando! Y mira… los pelos como
escarpias. Quedaría de fábula que nos grabaran a los dos en la cocina,
rodeados de tus ollas y de tus sartenes, con un montón de guisos navideños.
Y la olla exprés al fondo, haciendo chu-chú… Y nosotros comentando
anécdotas bonitas del pasado, de cuando te decía que estudiaras mucho para
hacerte un hombre de provecho y acabaras convirtiéndote en un fabricante
de ollas, que te mueres de lo maravillosas que son.
—Mi historia fue así. Mi abuelo me enseñó a amar el negocio. He estado
muy focalizado desde niño y luego estudié ingeniería industrial y ADE —
comentó Nicolás, asombrado con lo rápido que Afrodisia lo había pillado
todo.
—Llevas las ollas en la sangre. Y lo haces muy bien porque esta última
que has sacado, me hace los potajes en un periquete… Tú no te preocupes
que yo iré colando las cuñas publicitarias en el reportaje sutilmente —
murmuró Afrodisia, guiñándole el ojo.
Lorena al escuchar semejante cosa, abrió los ojos, incrédula, y exclamó:
—¡Estoy flipando! No puedo creer que estés pensando en hacerte pasar
por la tata de mi jefe. ¡Es algo ridículo! ¡En cuanto los reporteros pregunten
a las vecinas sobre vuestra bonita relación, descubrirán que todo es una
farsa!
—El periodismo ya no es lo que era —sentenció Afrodisia, sin darle
ninguna importancia.
—Eso es cierto. Estos vendrán, nos grabarán durante unas cuantas horas
y se irán por dónde han venido. No se van a dedicar a hacer periodismo de
investigación con las vecinas —aseguró Nicolás.
Afrodisia no solo estaba de acuerdo con Nicolás, sino que fue un paso
más allá todavía:
—Además, he trabajado durante muchos años cuidando ancianos y en
una de esas casas pude conocerte perfectamente. Mañana mismo se lo
contaré a Vicenta, que es la cotilla oficial, y ella se encargará de difundirlo
por toda la comarca.
A Lorena le pareció aquello tal despropósito, que agarró la puerta y le
dijo a su jefe:
—Me parece fatal que te quieras aprovechar de la ilusión de una pobre
anciana para conseguir tus sucios fines. Mi abuela está confundida por la
emoción, pero sé que cuando recapacite me agradecerá que haya evitado
que participe en una burda mentira. Así que vete de aquí y ¡mándame el
finiquito porque yo no pienso volver a tu empresa!
Y tras decir esto, Lorena cerró la puerta de un portazo, su abuela le miró
y preguntó:
—¿Tú estás tonta?
Capítulo 3
Lorena miró cabreadísima a su abuela y exclamó orgullosa de haber
dado con la puerta en las narices a su jefe:
—¡A la que se le ha ido la… olla es a ti!
—¿Cómo se te ocurre darle un portazo a ese pobre chico? ¿Tú le has
visto bien? ¡Es de esos tíos macizorros que te cambia el estado de ánimo
con tan solo mirarlo!
Lorena tenía que reconocer que era guapo, pero no por eso iba a tener
que soportarle.
—¿Tú has visto cómo es como ser humano?
—¿Cómo quieres que sea? —replicó Afrodisia porque a ella le parecía
algo de lo más obvio—. Le han debido entrenar desde pequeño para ser
como las personas que ejercen el poder directo: exigente, duro, cortante y
certero. Sabe de qué va el juego y además reparte las cartas.
—¡No le soporto! Y no quiero volver a saber nada de él.
—Te estás equivocando porque Dios y el universo te están dando lo que
necesitas para tu evolución interna.
—Ah, ¿sí? ¿Crees que necesito a mi jefe para evolucionar? —inquirió
Lorena, pensando que su abuela no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
—Exactamente. Y tendrías que estar dando gracias, porque eres muy
afortunada. ¡Hace dos días que te han quitado de encima a la persona
incorrecta y ya está llamando a tu puerta la correcta!
—¿Cómo puede ser una persona correcta un tío que está dispuesto a
mentir y a manipular para blanquear su imagen y vender más cacerolas? —
repuso Lorena que no daba crédito.
—Pobrecillo. Me da pena. Tiene que estar sufriendo mucho por no tener
relación con nadie de su familia.
—¡Pues yo le veo tan feliz! —exclamó Lorena—. Y ni me da ninguna
pena, ni me sorprende que no le aguante ni su madre.
—Tiene la mirada limpia. De buena persona. Y nosotras también lo
somos. Tenemos que ayudarle a vender ollas y acogerle estos días
navideños para que el pobre tenga calor de hogar.
Lorena, que no podía creer lo que estaba escuchando, inquirió
estrangulando a la acelga:
—¿Me estás hablando en serio? Tú eres una persona íntegra y honesta:
¡no puedes prestarte a hacer ese teatro barato!
Afrodisia pensó que, por supuesto que se iba a prestar, aunque a su nieta
le faltara lucidez en ese momento para entenderlo…
—Este chico hace las mejores ollas del mercado y todo el mundo tiene
que saberlo —dijo la abuela, señalando la puerta con el dedo índice.
Lorena puso una cara de horror infinito, miró a su abuela desesperada y
musitó:
—Abuela, no me puedes estar haciendo esto.
Afrodisia tenía tan claro que esos dos se merecían una oportunidad para
conocerse que replicó:
—¡Acepta lo nuevo que llega a tu vida y olvídate de lo viejo! Y más
cuando lo nuevo es un tío tan espectacular como él.
—Abuela, por favor, ¡no seas frívola! Yo no soy de las que se arrodilla
ante la belleza.
—Pues qué quieres que te diga, Nicolás está para arrodillarse y hacerle
una ola. ¡Voy a abrir!
Y en un visto y no visto, la abuela abrió la puerta y cuál no fue su
sorpresa que ahí estaba Nicolás, con una maleta en la mano y una sonrisa
enorme de dientes blancos y perfectos.
—¡Qué sonrisa ganadora! ¡Ilumina el universo! ¡Pasa, majo! Y perdona
el portazo. Mi nieta no está bien.
—¿Y esa maleta? ¿No pensarás quedarte a pasar la noche aquí? —
preguntó Lorena, espantada.
Sin embargo, Nicolás, sin perder la sonrisa, respondió satisfecho de lo
bien que estaban saliendo las cosas:
—Me quedaré hasta que vengan los reporteros y nos graben. Acabo de
escribirles dándole la dirección y supongo que en un par de días estarán
aquí.
—¿Un par de días? —inquirió Lorena, hiperventilando.
—¡No te preocupes que tenemos tiempo de sobra para preparar el
papelón! —exclamó Nicolás, dando un manotazo al aire.
—¿En qué momento hemos aceptado tu propuesta? —replicó Lorena al
tiempo que pensaba que ese tío no podía ser más déspota, ni más mandón,
ni más dominante.
Pero su abuela tenía una opinión bien diferente y sorprendió a Lorena
diciendo:
—Lore, no te enteras ni de la misa la media. ¡Hemos cerrado el trato este
joven y yo con nuestras miradas hace un buen rato!
—Así es —afirmó Nicolás—. Y tienes que saber, Afrodisia, que yo solo
hago negocios con las personas en las que confío.
—Como yo. No tengo más que mirarte a los ojos para saber que puedo
confiar en ti —aseguró Afrodisia.
—Con Olmedo me pasa lo mismo —apuntó Nicolás.
—Olmedo… ¡Madre mía! —farfulló Lorena, mirando a su jefe con un
desprecio infinito.
—No seas tiquismiquis, Lore. Nicolás tiene muchas cosas en la cabeza.
Y estaba diciendo algo muy bonito de ti.
—Está haciéndonos la pelota para conseguir lo que quiere. Es un burdo
manipulador —precisó Lorena.
Nicolás consideró que había llegado la hora de sincerarse y le explicó sin
que las palabras de la recepcionista le afectaran lo más mínimo. Al
contrario, hasta encontraba sexy la manera en que tenía de mirarle con ese
desprecio tremendo.
Tal vez era porque le brillaban más todavía los ojos, o porque hacía un
mohín con la boca carnosa de lo más sensual.
Pero eso daba lo mismo, lo importante era el motivo que le había llevado
hasta allí:
—Cuando mis asesores me recomendaron participar en el reportaje, me
plantearon contratar a una actriz que tenía buenas referencias. Si bien yo no
quería una actriz. Quería a alguien real. Y tenía clarísimo que la persona en
la que más podía confiar de la empresa era en mi recepcionista.
—¿En mí? —inquirió Lorena, atónita—. Pero si la mitad de las mañanas
ni me das los buenos días y cuando te diriges a mí es para bufarme y
marearme con cientos de cambios en tu puta agenda.
—¿Y? Pero eso no quita para que Nicolás confíe en ti —apuntó
Afrodisia que hizo un gesto con la cabeza a Nicolás para que continuara
hablando.
—Tengo confianza. Por eso el día de la cena, y al ver que no regresabas
del cuarto de baño, decidí salir a tu encuentro y…
Lorena se tronchó de la risa al tiempo que pensaba que ese tío no podía
tener la cara más dura y replicó:
—Soy absolutamente invisible para ti. ¿Piensas que me voy a tragar el
cuento de que estabas pendiente de mí en la cena?
—Llevaba toda la cena deseando abordarte porque te repito que eres la
única persona de la empresa en la que confío ciegamente —aseguró Nicolás
que se fiaba de su instinto.
Sin embargo, Lorena no le creyó ni una sola palabra y repuso:
—Ja, ja, ja, ja, ja. ¿A cuántos más les has contado esta trola? ¿A media
empresa?
—¡No seas descreída, Lore! Si Nicolás dice eso por algo será… —opinó
Afrodisia.
Nicolas pensó que por supuesto que era por algo tan importante que le
clavó la mirada a su recepcionista y confesó:
—Tal vez porque es la única que en el comedor de la empresa se pone a
limpiar la mesa, si se la encuentra sucia, y no espera a que llegue el
camarero. O porque cuando le traen la comida equivocada, se la queda…
—¡Oh! —exclamó Afrodisia, arrebolada—. ¡Qué humilde y qué
observador eres, Nicolás! No solo almuerzas con tus empleados, sino que te
fijas en esos pequeños detalles que lo dicen todo.
—¿Humilde? ¿Qué dices? Él almuerza en la zona noble con los
directivos. Jamás se mezcla con la plebe. Pero lo que no sabía era que fuera
tan cotilla… —le reprochó Lorena, ofuscada.
—Lo que te está queriendo decir es que eres la persona más empática,
buena y generosa de la empresa. Por eso te ha elegido —dijo Afrodisia con
la voz tomada por la emoción.
—Por pringada —bufó Lorena que no podía más del cabreo que tenía.
—Lo quieras o no: tu jefe te ha calado —insistió Afrodisia—. Tú eres
así. Te pones siempre en el lugar del otro. Niegas tus necesidades para
satisfacer las de los demás. Das ayuda sin que te la pidan. Y sueles poner
más energía en arreglar los problemas de los demás que los tuyos propios.
—¿Es necesario que me psicoanalices delante de este señor? —le
interrumpió Lorena antes de que siguiera restregándole sus miserias.
—No estoy diciendo nada que él no sepa. Y mira lo que te ha pasado con
Teo. Te empeñaste en salvarle, lo dejaste todo por él: tu familia, tus amigos,
tu puesto de directora comercial en la aseguradora… —habló Afrodisia.
—¿Eras directora comercial? —preguntó Nicolás, extrañado, porque lo
que sabía de la experiencia profesional de Lorena era que había trabajado
desde que terminó el bachillerato como teleoperadora en distintos centros
de atención de llamadas.
—Mi nieta estudió ADE. ¡Es listísima! —exclamó Afrodisia con orgullo
de abuela—. Pero falsificó el currículum para poder conseguir el puesto de
recepcionista y estar cerca del panoli. Y lo que seguro que no sabes es que,
después de sus ocho horas de trabajo, se pasaba otras tantas cuidando a la
madre de Teo.
—¿Qué? —preguntó Nicolás a la vez que Lorena se tapaba la cara con la
acelga del bochorno que estaba pasando.
—La madre tuvo un accidente, se quedó impedida, y mi nieta se ocupaba
de ella mientras el otro se iba por ahí —contó Afrodisia, celebrando que por
fin hubiera roto con ese cretino.
—Joder, ¡qué cabrón! —exclamó Nicolás, que no pudo evitar sonreír al
ver a Lorena taparse la cara con la acelga.
—Mi nieta es así, lo da todo. Y buena parte de culpa la tenemos
nosotros. Siempre hemos trabajado mucho y desde pequeña tuvo que
ocuparse de su hermano. Cargó con demasiadas responsabilidades para su
edad y aprendió a echárselo todo a la espalda. Aunque también es cierto que
tiene tendencia a salvar a los demás, para no tener que arreglar lo suyo
propio.
Lorena se retiró la acelga de la cara y le exigió a su abuela porque ya no
podía más:
—Abuela, ¡ya! ¡Basta! No hay necesidad de que te pongas a contarle
mis mierdas a este señor que se tiene que estar descojonando de mí.
Nicolás le clavó la mirada otra vez y le confesó la pura verdad:
—Ni me descojono ni jamás se me ocurriría abusar de tu generosidad, ni
aprovecharme de ti. Como tu abuela ha dicho, me parece que eres una
persona leal y empática que sé que jamás me traicionarás. Esa es la razón
por la que te puse la primera de la lista.
Lorena supo en ese instante que era absurdo resistirse más. Su abuela
estaba ilusionadísima con ese despropósito y su jefe estaba acostumbrado a
salirse siempre con la suya.
Pero ella esta vez no iba a ser la pringada de turno.
Y harta de darlo todo, de intentar hacer las cosas bien y que todo le
saliera fatal, se plantó frente a su jefe y le exigió:
—Pues ya que no quieres aprovecharte de mi estupidez, tienes que
darme algo a cambio por las molestias que nos va a ocasionar tenerte estos
días con nosotros y que mi abuela tenga que hacer el papelón.
—¡Lo hago gratis! ¡A lo sumo que me regale una cacerola firmada! —
exclamó Afrodisia.
—Mi abuela necesita reparar el tejado —habló Lorena, retándole con la
mirada.
—Perfecto. Corro con los gastos —aseguró Nicolás, a la vez que le
erotizó que la recepcionista le mirase de aquella manera.
Era absurdo, pero esas miraditas de odio le estaban poniendo una
barbaridad.
Y Lorena, que de repente se sintió mejor que nunca, se vino más arriba
todavía y le exigió:
—Y también necesita poner placas solares para dar energía a la casa.
—¡Pero eso cuesta un dineral! —exclamó Afrodisia, escandalizada con
las exigencias de su nieta.
—Tu actuación no vale menos —replicó Lorena a su abuela.
—¡Ni que fuera Marilyn Monroe! —masculló Afrodisia.
—Tú mismo, Nicolás. Si no te interesa, llama al número dos de tu lista
—dijo Lorena, empoderada como no recordaba en su vida.
Nicolás estaba en las manos de la recepcionista, así que solo pudo
asentir, sonreír y mascullar:
—Hecho. Pagaré los paneles solares. ¿Puedo pasar de una vez? ¡Estoy
deseando degustar las acelgas! Pero no eches esa tan sobada a la olla, por
favor…
Capítulo 4
Nicolás no recordaba cuándo había sido la última vez que se había
sentido tan relajado como en ese instante, en el que estaba con la copita de
anís, los polvorones y el brasero achicharrándole los pies.
—Hacía un montón que no disfrutaba de estos placeres anacrónicos.
Como anacrónica era la decoración navideña de ese comedor, con
guirnaldas y espumillones colgando de todas partes. Y, al fondo, un oso
polar gigante con pajarita, gorro y trescientas luces LED.
—¡Muchas gracias, Nicolás! ¡Qué gentil eres! —exclamó Afrodisia
mientras aplastaba un polvorón.
—No le des las gracias, abuela: te acaba de llamar paleta y antigua —
dijo Lorena tras dar un buen trago de anís.
—Lo que Nicolás quiere decir es que el estilo de vida que él lleva es más
de Moët que de anís del Mono —matizó Afrodisia.
—Pero no cambio este momento por nada —aseguró Nicolás.
—¡Ni nosotras! —repuso Afrodisia.
—Habla por ti, abuela —le pidió Lorena.
—Para nosotras es un honor que estés aquí, en esta que es tu casa y por
supuesto que ni tienes que ponerme el tejado ni las placas solares —
comentó Afrodisia.
Si bien Lorena dio un respingo en la silla, miró a su abuela perpleja y
exclamó:
—¡Ni de coña!
—¡No me jodas que ahora también me vas a pedir que alicate los baños!
—replicó Nicolás agitando la copa de anís.
—No confundas mi empatía con debilidad —repuso Lorena sonriéndole
de oreja a oreja.
—Jamás —dijo Nicolás con un tono de voz que Lorena encontró
absurdamente sexy.
Porque no entendía a cuento de qué le parecía sexy la voz de ese tío que
no podía ver ni en pintura.
—Pero no podemos permitir que Nicolás se gaste ese dineral —habló
Afrodisia.
—¡El dinero me la suda! Yo nunca pienso en el dinero. No me preocupo
por él —aseguró Nicolás tras dar un sorbo a su copa.
—Claro, como se te sale por las orejas —masculló Lorena, al tiempo que
pensaba que su jefe no podía ser más cretino.
—Me va bien, pero para mí lo importante no es tener un montón de
dinero en el banco, sino disfrutar de lo que hago y de las personas que me
rodean. Y como no quiero trabajar con gente que no me gusta, he despedido
a Eloísa y a Gutiérrez.
Lorena estuvo a punto de escupir el polvorón que tenía en la boca, se
quedó mirándole patidifusa y replicó tras tragar:
—¿Los has puesto de patitas en la calle?
—Me niego a trabajar con mentirosos, traidores y desleales —asintió
Nicolás—. No son de fiar.
—¿Y un tío que contrata a una señora para que se haga pasar por su tata
qué es? —replicó Lorena, arqueando una ceja.
—Alguien que está haciendo un esfuerzo y un sacrificio por añadir valor
a su negocio del que viven un montón de familias —respondió Nicolás al
que pareció increíble que tuviera que explicárselo.
—¡Mientes por altruismo! ¡Tú siempre ganas! —refunfuñó Lorena.
—Pues a mí me parece muy bien que les hayas cortado la cabeza a esos
dos. «Quien hace un cesto, hace ciento» —habló Afrodisia tras beberse el
anís del tirón.
Lorena no quería pensar en esos dos, pero lo que sí que necesitaba era
correr su misma suerte, por lo que le dijo a Nicolás a la vez que machacaba
con saña un polvorón:
—No te olvides de darme también el finiquito. ¡Gracias!
Afrodisia la miró escandalizada y le exigió apuntándola con la copa:
—¡Tú no puedes abandonar el barco! ¡Nicolás nos necesita!
—Y más en estos días que van a ser de traca —añadió Nicolás.
Lorena pensó que, ya que le iba a tocar pasar esos días con su abuela,
tampoco pasaba nada si estiraba el contrato uno poco más, así que le
advirtió a Nicolás:
—Pero cuando acabe la grabación, yo me bajo del barco. Acabo de
descubrir que me pasa lo mismo que a ti: ¡solo puedo trabajar con gente que
me gusta! ¡Y tú no me gustas nada!
—Me parece muy bien —asintió Nicolás—. Mi abuelo siempre decía
que solo hay que trabajar con personas a las que respetes y admires, porque
es con ellas con las que se aprende.
—Mi nieta te respeta y te admira —afirmó Afrodisia, rotunda.
—Y yo a ella —repuso Nicolás.
—Ja, ja, ja, ja. ¡Serás Pinocho! —exclamó Lorena espurreando el
polvorón.
—Es la verdad —insistió Nicolás, muy serio.
—«¡Los que se pelean se desean!» —dijo Afrodisia entre risas.
—Abuela, ¿quieres dejar de decir refranes absurdos? —le exigió Lorena,
mosqueadísima con su abuela porque no sabía a qué estaba jugando.
—De absurdo, nada. Es un refrán muy cierto. Y tú admiras a Nicolás
porque recuerdo perfectamente lo que me dijiste el primer día que pisaste su
empresa. Estabas impresionada con la planta de fabricación de tres alturas,
con las oficinas, con la distribución, con el área de marketing y ventas, pero
sobre todo con él —se chivó señalando a Nicolás con la cabeza.
Lorena se pasó la mano por la cara, bufó y tuvo que reconocer:
—Como empresario…
—¡Y como tío!¡Aún recuerdo que me dijiste que por poco no te caíste de
espaldas de lo bueno que está! —exclamó Afrodisia en tanto que Nicolás se
partía de risa.
—No sé de qué estás hablando —farfulló Lorena, mintiendo
descaradamente.
—A mí ella también me causó muy grata impresión —reconoció
Nicolás, que ya ese primer día se percató de que era absolutamente
diferente.
—¡Qué trolero! —exclamó Lorena.
—«Le dijo la sartén al cazo». Y qué imagen más apropiada estando aquí
presente el genio del menaje de cocina —intervino Afrodisia.
—No miento —insistió Nicolás—. De hecho, mi abuelo me enseñó que
el éxito del negocio estriba en decir la verdad y en vender barato. Y lo
cumplo a rajatabla.
—¡Y te va de maravilla! —asintió Afrodisia.
—De pequeño me quería dedicar a enviar cohetes al espacio. Pero mi
abuelo me convenció de que las ollas eran mejor negocio. No exigen
recambios, ni reparaciones, vendemos los mismos productos año tras año y
las innovaciones las dejamos para la olla ultrarrápida que no tiene rival y
con la que tenemos una suerte de monopolio que nos protege de la
competencia. Así que como el negocio tampoco tiene grandes exigencias de
capital, como pasa con las tecnológicas que demandan cambios muy
rápidos, puedo invertir en otras líneas de negocio.
—¿Vendes más cosas? —inquirió Afrodisia mirándole maravillada.
—Es un mercachifle —afirmó Lorena, tras apurar el anís.
—Vendo chocolate fino. Sostenible y libre de esclavitud. Utilizamos el
cacao de más calidad, aroma y sabor —informó Nicolás con orgullo.
—¡Me encanta! —exclamó Afrodisia batiendo las manos.
—No tenía ni idea de que también fueras Nicolás, el chocolatero —
apuntó Lorena, con guasa.
—Han salido un montón de noticias sobre esto en la prensa económica
—repuso Nicolás, que se fijó en que en ese instante la recepcionista se
estaba quitando con la punta de la lengua un resto de polvorón que tenía en
la comisura, en un gesto que le pareció de lo más sensual.
Y Lorena, ajena a los pensamientos de su jefe, replicó con absoluta
sinceridad:
—No tengo otra cosa que hacer, después de aguantarte ocho horas, que
llegar a casa y ponerme a leer noticias sobre ti.
—¡Haces muy mal, porque es muy interesante! —opinó Afrodisia—. ¿Y
por qué el chocolate?
—Mi abuelo solía decir que hay que vender lo que estarías dispuesto a
comprar. Y yo adoro el chocolate. El que hacemos lo exportamos a todo el
mundo. Lo elaboramos con las mismas máquinas que no exigen renovarlas
cada poco tiempo y el precio del producto podemos subirlo según la
inflación. Los buenos negocios dan muy pocos problemas.
—¡Qué gran verdad! —exclamó Afrodisia, apuntándole con un polvorón
—. Pasa como con los novios. Los malos solo dan problemas y los buenos
solo aportan soluciones. ¡Es lo que le ocurrió a Lore! Teo solo le daba
quebraderos de cabeza.
—Al empresario de éxito solo le interesa que se hable de él, abuela. Así
que abstente de hablar de mi ex, por favor —le pidió Lorena con retintín.
Nicolás pensó que desde luego que no quería perder ni un minuto de su
tiempo hablando del petardo de Gutiérrez, pero sí le apetecía comentar un
asunto:
—Me parece que has hecho una reflexión muy pertinente, Afrodisia. Por
algo parecido anulé mi compromiso matrimonial hace ocho meses.
—¿Pero es que llegó a haber una incauta que quisiera casarse contigo?
—preguntó Lorena, entre divertida y alucinada.
—¿Una? ¡Nicolás es de los que pisa una baldosa y le salen un millón de
candidatas dispuestas a casarse con él! —exclamó Afrodisia, echando las
manos a volar.
—Te agradezco el cumplido, Afrodisia.
—¿Cómo no lo vas a agradecer? —refunfuñó Lorena—. Eres un narciso,
¡vives esperando los halagos!
—No me has dejado terminar la frase, iba a decir que le agradecía a tu
abuela el cumplido, pero que no era para tanto porque tú tienes razón —
aseguró Nicolás.
—¡Claro que la tengo! —repuso Lorena—. Es más, me parece que te
estás inventando lo del compromiso, puesto que durante el año que he
estado trabajando en la recepción de tu empresa, jamás ha aparecido
ninguna chica.
—Beatrice es un espíritu libre que se agobia muchísimo en las oficinas
—explicó Nicolás—. Estuvimos tres años juntos y jamás pisó las
instalaciones de la empresa. Aparte de que el negocio de las ollas le parecía
un tanto vulgar y siempre me aconsejaba que me pasara a otro sector más
sofisticado y elegante.
—¿Patatas fritas? —inquirió Lorena, con guasa.
Nicolás no le rio la gracia y siguió contándole a Afrodisia:
—Después de tres años de relación, decidí que el siguiente paso era
comprometerme y le pedí matrimonio en una playa paradisiaca en las
Maldivas. Ella me dijo que sí, pero al día siguiente apareció con un contrato
prematrimonial de ochenta y tres páginas.
—Ja, ja, ja, ja —se carcajeó Lorena, que estaba llorando de la risa.
—Abrí por la página de las multas por infidelidad y estaba establecida
toda la tipología de los cuernos: la infidelidad tecnológica, la sexual, la
emocional… Seguí hojeando y aparecieron cláusulas en las que quedaba
estipulado que, si me sobrevenía una ruina financiera, una enfermedad
incapacitante o una disfunción eréctil, ella saldría por piernas. Y ya no quise
leer más contingencias, ni catástrofes, ni desdichas. Le dije que ni confiaba
en mí, ni realmente me amaba y rompí con ella.
—¡Bien hecho! —exclamó Afrodisia—. Y tú tranquilo, que ahora sí que
estás en el lugar indicado, por una razón muy sencilla: lo bueno atrae a lo
bueno.
—¿Qué dices? —replicó Lorena, mirando a su abuela atónita.
—Que tú eres buena y él también. ¡Y al final tendréis todas las
bendiciones que os merecéis! —aseguró Afrodisia.
—Ah, sí. Cada uno por su lado podemos recibir las bendiciones que
sean… —murmuró Lorena.
—Ya, pero cuando el amor te encuentra, se queda contigo para siempre
—le recordó Afrodisia a su nieta.
—¡A mí que el amor me deje tranquila, que no tengo el cuerpo para
nada! —exclamó Lorena, poniendo cara de asco.
—Yo el cuerpo lo tengo para todo. De hecho, después de mi fiasco
sentimental no hago otra cosa más que disfrutar de mi soltería —contó
Nicolás que deseaba que terminara pronto ese teatro para largarse al resort
caribeño de sus amigas a olvidarse de todo.
Sin embargo, Lorena le miró con rabia y replicó muy borde:
—¿Y? ¿Quieres que te aplaudamos o algo?
Nicolás pensó que hasta con esa rabia que tenía en la mirada, la
recepcionista seguía siendo chispeantemente sexy, pero eso qué más daba y
respondió:
—Quiero saber dónde me puedo instalar para ponerme a trabajar. ¡Estoy
hasta arriba!
Afrodisia, encantada de tener a ese prodigio de la naturaleza y de los
negocios en su casa, se levantó y replicó:
—Me encanta leer y tengo una biblioteca con vistas al huerto, luminosa
y amplia, donde vas a trabajar como un bendito. ¡Ya verás! ¡Sígueme, por
favor!
Capítulo 5
Lorena se despertó de madrugada, fue al cuarto de baño y luego, como
una zombi, se dirigió a la cocina, pero cuál no fue su sorpresa que, al
atravesar el salón, se chocó con él:
—¡Dios! ¿Qué haces aquí? —murmuró al tiempo que se apartaba de
Nicolás.
—Estoy absorto —respondió Nicolás, con la vista puesta en el árbol de
Navidad profusamente recargado e iluminado con tropecientas lucecitas de
colores.
—¿Cómo? —inquirió Lorena que no entendía nada.
—He estado trabajando hasta ahora. Me he levantado a por un yogur,
pero al pasar por aquí me he quedado agilipollado con el árbol. No tengo ni
idea de qué hora es…
—Las tres y treinta y siete. Minuto arriba. Minuto abajo.
Nicolás la miró sorprendido, a la luz de las bombillitas del árbol, y le
preguntó:
—¿Sabes la hora que es sin necesidad de consultarlo en ningún sitio?
—Tengo una especie de reloj interno que me dice la hora que es.
—Joder, ¡qué bueno!
Nicolás se echó el pelo hacia atrás con una mano y Lorena detectó un
olor que le obligó a comentar:
—También tengo la capacidad olfativa superdesarrollada. Por eso sé que
has cambiado de champú…
—Me he duchado hace un rato y he usado el que había en el cuarto de
baño.
—Lo he detectado, aparte de tu olor característico a naranja, cedro,
benjuí, pelargonio…
—Me estás vacilando —aseguró Nicolás convencido.
—Lo huelo todo. Y cuando lo que huelo me gusta es maravilloso,
porque me cambia el estado de ánimo, pero como no me guste o haya una
mezcla rara de olores me estreso que te mueres.
—¿Y mi olor te gusta o te desagrada? —preguntó Nicolás, temiéndose lo
peor.
—Tu olor me gusta.
—Pero yo no —dijo Nicolás, convencido, con una sonrisa mordaz.
—Eres muy perspicaz. Y ahora me marcho a la cocina, a ver si después
de tomar un vaso de leche puedo conciliar el sueño. Te dejo flipándote con
las lucecitas del árbol…
—Ya que vas, tráeme un yogur —le pidió Nicolás justo antes de que se
marchara.
Lorena le fulminó con la mirada y le recordó por si lo había olvidado:
—Aquí no soy tu recepcionista.
Claro que Nicolás también tenía cosas que recordarle a ella:
—Jamás te he pedido ni un triste café en el trabajo.
—Servirte a ti mismo es una maravillosa costumbre que no debes perder.
Lorena se fue a la cocina, con su jefe detrás que le pegó un susto
tremendo cuando, de repente, le escuchó decir:
—Tú hueles a fresa y chocolate.
—¿Qué haces siguiéndome? —inquirió Lorena, deteniéndose en seco y
tras darse la vuelta.
—¿No has dicho que me sirva el yogur? —replicó Nicolás encogiéndose
de hombros.
—Te he dicho que te quedes flipándote con las luces —le recordó
Lorena.
Nicolás, entonces, la miró fijamente, con esa mirada suya de un color
azul de lo más salvaje y masculló:
—Tengo hambre.
Lorena al escuchar a ese pedazo de tío decir semejante cosa y con esa
voz tan seductora, se puso muy nerviosa y se dirigió a toda prisa hacia la
cocina…
—¿Por qué corres? ¿Solo queda un yogur? —preguntó Nicolás que se
fue detrás de ella.
Lorena abrió la nevera, le dio el yogur y le dijo para que la dejara
tranquila:
—Toma tu yogur, coge la cucharilla de aquel cajón y zámpatelo donde te
dé la gana, menos aquí.
Nicolás cogió el yogur, y mientras Lorena se servía la leche, él se puso a
abrir armarios, lo que siempre hacía cada vez que visitaba una casa…
—Tu abuela lo tiene todo de mi marca. ¡Y esta debe ser la cacerola del
año de la pera! —exclamó Nicolás, mirando la cacerola, maravillado.
—¿Qué haces? ¡Te he dicho que las cucharillas están en ese cajón!
—Ya, pero es que no puedo estar en una cocina sin cotillear qué ollas se
emplean. Es deformación profesional —respondió Nicolás guardando la
olla.
Lorena se bebió la leche del tirón, se pasó la lengua por las comisuras
con ese gesto que a él le parecía tan sensual y le dijo a su jefe:
—Me voy a la cama, ojalá pueda dormir algo.
Nicolás abrió el yogur y empezó a comérselo al tiempo que le
preguntaba:
—¿Gutiérrez te sigue quitando el sueño?
—Por culpa de Gutiérrez el olor a friegasuelos Xanpa me recordará
siempre lo que duele la traición y el engaño.
—¿Olía a Xanpa en el cuartucho aquel donde los pillaste follando?
—En concreto, al de lavanda.
—¿Tu abuela lo tiene por aquí? —preguntó Nicolás, lamiendo la
cucharilla de un modo tan arrebatadoramente sexy que Lorena se imaginó lo
que sería que le hiciera eso con la lengua en cierta parte de su cuerpo.
Y sintió que era un pensamiento tan absurdo que replicó bastante borde:
—No. ¿Por?
—Por echar un poco y que en vez de que asocies el olor a friegasuelos al
hecho traumático, te recuerde el día que tuviste a tu jefe pasando el mocho
en tu cocina.
Y, de pronto, tal vez porque eran las tantas de la mañana y estaba
agotada, Lorena se vio confesando a su odiado jefe algo que no se había
atrevido a contar a nadie:
—No, si tampoco te creas que ha sido tan traumático. Me ha dolido
mucho el engaño, pero llevábamos unos meses que no estábamos bien. De
hecho, yo quería dejarlo después de Navidad…
—No entiendo qué pudiste ver en Gutiérrez, te lo digo de verdad —
comentó Nicolás, tras comerse el yogur y tirarlo a la basura.
Lorena lo único que sabía era lo que había sucedido y así se lo relató a
su jefe:
—Yo venía de una relación, que era una montaña rusa, con un tío
inmaduro que me costó muchísimo romper, pero al final lo hice. Y cuando
estaba remontando el vuelo, me entró Teo por Instagram. Yo tenía fotos de
un viaje que hice a Zagori y él quería visitar la zona. Así que, a lo tonto,
empezamos a hablar y hablar y me pareció un chico tranquilo, sensato y
equilibrado que no tenía nada que ver con el otro loco con el que había roto.
Y seguimos conociéndonos hasta que un día se plantó en Madrid y me
encantó. Sus ojos me fascinaron y su olor, una mezcla entre albahaca y
miel, me dio tanta paz que…
—¿Albahaca y miel? ¡Te ponía el olor a infusión!
—Me daba paz. Te lo acabo de decir. Y luego, a pesar de que conocía su
historia, escucharla de sus labios me dio tanta pena, que sentí que tenía que
salvarlo.
—¿Salvarlo? —inquirió Nicolás sin saber de qué narices quería salvar a
ese tío.
—Es mi talón de Aquiles. Me pierde salvar a la gente. Y los hombres
rotos son mi especialidad.
—¿Y no será mejor que se sanen en terapia? —replicó Nicolás.
—¿Por qué crees que siento tanta rabia? ¡Me jode cometer el mismo
error una y otra vez! Allá donde hay un tío con problemas, allá que me
lanzo. En el caso de Teo, estaba desesperado porque su mejor amigo
acababa de estafarle con un negocio, le había dejado sin un céntimo y al
mes sucedió el accidente de su madre. Estaba destrozado. Y yo sentí que
tenía que hacer algo… El qué lo supe en cuanto nos dimos el primer beso.
Y a los tres meses me fui a vivir con él, dejándolo todo atrás.
—Joder, ¿por qué no te metes a misionera y te entregas a gente que
verdaderamente lo necesita? Porque dejarlo todo atrás por un impresentable
como Teo: ya te vale.
—Si te digo la verdad estaba hasta las narices de mi trabajo en la
aseguradora —matizó Lorena—. Necesitaba un cambio. El sector de los
seguros me tenía aburrida, me parece mucho más divertido uno como el
tuyo. Ser gerente comercial en tu empresa debe ser la bomba: estrategias de
venta internacionales, establecer precios…
Nicolás, al ver a Lorena tan entusiasmada con el tema, se le ocurrió
preguntarle algo que le traía de cabeza:
—Ya que sacas el asunto, como experta en la materia, me gustaría
preguntarte algo que nadie en la empresa ha sabido responderme…
—Dispara.
—¿Por qué la nueva sartén antiadherente que es mejor y más barata se
vende mucho menos que el antiguo modelo que es peor y más caro?
Para Lorena la respuesta era tan obvia que respondió sin pensarlo:
—Porque las comisiones que ganan los comerciales por la vieja sartén
son mayores que por las de la nueva.
Nicolás se quedó alucinado y replicó sin poder creerlo:
—¿Qué me estás contando?
—¿No lo sabías? —repuso Lorena.
—No tenía ni idea.
—Los comerciales colocan las viejas para ganarse la comisión. Así que
ya sabes lo que tienes que hacer si quieres vender más sartenes nuevas —
dijo Lorena con una sonrisa que Nicolás encontró preciosa.
Y, luego, lamentando que hubiera pasado un año desperdiciando su
talento inquirió:
—¿Me quieres decir qué estabas haciendo detrás de la recepción cuando
donde tienes que estar es en el departamento comercial?
—Básicamente lo que estaba haciendo era seguir a un tío al que acabé
cuidándole a la madre, pagándole las facturas, llenándole la nevera y
aburriéndome con él como una ostra.
—¡No me jodas!
—Es un puto desastre. Por eso la noche de autos decidí refugiarme en
casa de mi abuela, hasta que logre recomponerme un poco y sentirme
menos imbécil.
—¿Quién no se ha sentido así alguna vez? —bufó Nicolás.
—Pero es que yo la pifio siempre.
—Siempre no, porque yo soy un tío con problemas y te importa una
mierda salvarme.
—Eso es verdad. Pero es que me caes muy gordo. Eso hace mucho…
—Sí, pero soy un tío que ha tenido que alquilar a tu abuela porque no me
hablo con nadie de mi familia. Tendría que darte mucha penita —insistió
Nicolás, risueño.
—No me da ninguna. Me parece patético.
—La verdad es que lo es. Y te confieso que cuando has aparecido en el
salón, estaba contemplando el árbol sin poder dejar de pensar en que odio la
Navidad por lo mucho que me hace recordar todo lo que no tengo —le
confesó Nicolás, con un punto de tristeza en la mirada y un sutil quiebre en
el tono de voz que a Lorena le desarmó un poco.
Y empatizó con él lo justo como para replicar convencida de que lo
mejor que podía hacer era marcharse:
—Las Navidades remueven demasiadas cosas. En fin, estoy agotada. Me
voy a dormir…
—Yo también. Mañana a primera hora os pasaré el Excel que he
elaborado de mi biografía para preparar el reportaje.
—¿Has metido tu vida en una hoja de Excel?
—Es lo más práctico y visual. ¡Os va a encantar!
Lorena pensó que por mucho que hubiera empatizado con él, ese era su
jefe. El tío que pensaba que era lo máximo y su vida en Excel la cosa más
apasionante del mundo.
Por lo que Lorena se dirigió hasta la puerta murmurando:
—Seguro que sí.
Y se fue directa a la cama…
Capítulo 6
A las ocho de la mañana, Lorena se despertó con los golpecitos en la
puerta de su abuela que le gritaba:
—¡Lore, arriba, que van a venir los reporteros y nos van a pillar con la
tarea sin hacer!
Lorena, que apenas había dormido un par de horas, se puso la almohada
en la cara y le dijo a su abuela:
—¡Paso! ¡No os hago ninguna falta para preparar el teatro!
No obstante, la respuesta de Afrodisia fue abrir la puerta de la
habitación, levantarle la persiana y hablarle a su nieta:
—¡Te necesitamos! Nicolás se juega mucho y no podemos permitir que
ningún detalle se nos escape. Así que date una ducha y te esperamos en el
comedor. Nosotros ya hemos desayunado y llevamos una hora trabajando.
—¿Una hora?
—Nicolás se ha levantado mucho antes que las gallinas, ha reparado el
enchufe de la cocina sin que yo le dijera nada y me ha contado que ha
estado corriendo más de una hora por el camino de las eras.
—¡Qué suerte! —refunfuñó—. Me ha debido chupar las energías porque
yo no tengo fuerzas ni para abrir los ojos.
Afrodisia dio un respingo, abrió la ventana y le preguntó a su nieta con
suma curiosidad:
—¿Pasó algo anoche entre vosotros?
Lorena abrió los ojos de golpe y miró a su abuela perpleja poque no
entendía cómo se le ocurría decir algo semejante:
—¡En la vida tendría nada con mi jefe! ¡Es que ni aunque fuera el último
hombre de la tierra!
—¡Pues a mí con veinte años menos no se me escapaba vivo! —aseguró
Afrodisia, divertida—. Tenías que haberle visto cuando ha vuelto después
de correr, sudoroso y jadeante y con toda la musculatura en tensión. ¡Está
de toma pan y moja!
—¡Yo no voy a mojar nada! ¡Ni con él ni con nadie! Yo lo que necesito
es estar tranquila, dedicarme a mí y desengancharme de mi jodida adicción
a salvar a tíos con problemas.
—La energía que derrochas en los chicos tendrías que emplearla en ti, en
saber qué quieres y después ir a por ello. Tienes que parar de una vez de dar
bandazos con tu trabajo, con tus amores, con todo.
—Abuela, ¡qué bronca me estás echando de buena mañana! —protestó
Lorena mientras salía de la cama.
—Te digo la verdad, porque te quiero —replicó Afrodisia que, tras darle
un beso en la frente, salió de la habitación y la esperó en el comedor.
Lorena se duchó, se arregló, se preparó un café y se fue con él en ristre
al comedor:
—¡Buenos días, Olmedo! ¡Se te han pegado las sábanas! —le saludó
Nicolás al que se le veía pletórico.
Lorena que se había tenido que echar antiojeras y pintarse un poco del
careto tan horrible que tenía, gruñó y murmuró:
—Dios, ¡qué tormento!
—¿Has abierto el Excel que te he enviado a tu correo? —le preguntó
Nicolás que tenía el suyo abierto en el iPad.
Lorena sacó con desgana su teléfono móvil, abrió el correo y alucinó al
ver que estaba sintetizada toda la vida de su jefe en esa hoja de Excel:
estudios, formación, aficiones, gustos, rutinas, historial médico…
—¡Madre mía, aquí aparecen hasta las paperas que tuviste con nueve
años!
—También pasé el sarampión y la varicela, pero no recuerdo bien a qué
edad… Y como no me hablo con mi madre, he decidido no añadirlo.
—Nicolás ha hecho un trabajo tan estupendo que voy a bordar el
personaje. Pero sigamos… —le pidió Afrodisia a Nicolás—. A ver, ¿por
dónde íbamos? ¡Por aquí! Comida favorita…
—La tortilla de patatas —respondió Nicolás.
—Luego, te hago una para cenar. Y también es el plato favorito de mi
nieta, ¿verdad, Lore? —le preguntó Afrodisia a su nieta.
—Podría ser —masculló Lorena que no tenía ganas de pensar en
absolutamente nada.
—Podría ser, no. Es. Te lo digo yo, lo que pasa es que se está haciendo la
interesante —le comentó Afrodisia a Nicolás—. Y ahora vayamos con lo
que no soportas. Aquí pones que el queso.
—En todas sus variantes. Y sobre todo el fundido de las pizzas.
—Anda, mira, pues ya sé a lo que invitarte a comer: ¡una pizza bien
chorreante de queso! —bromeó Lorena, divertida después de dar un sorbo a
su café.
—Ni caso. Pero ¿sabes qué estaría genial? —le preguntó Afrodisia a
Nicolás—. Que nos graben de palique mientras yo hago una tortilla de
patata con una de tus maravillosas sartenes antideslizantes.
—¡Es muy buena idea! —exclamó Nicolás—. Y encaja con lo que me
han propuesto los reporteros que quieren grabarnos en un escenario íntimo
y familiar al tiempo que nos hacen preguntas para ahondar en mi lado más
humano. Por eso es importante que memorices bien todos esos pequeños
detalles.
—Tú tranquilo que tengo una memoria prodigiosa.
—Sigamos entonces, mi helado favorito cuando era pequeño era el
Calippo de lima y limón.
—¡Qué dato tan trascendental para profundizar en tu lado humano! —
ironizó Lorena.
—Si es mi tata y me cuidó de pequeño, se supone que tiene que saberlo.
—No se me va a olvidar porque es el helado favorito de Lore y se los
sigue zampando a dos carrillos todavía. Y oye, una cosa que se me acaba de
ocurrir y que aquí no viene: los pijamas… Dime cuál era tu pijama favorito.
¿Uno de ositos o algo así? —le preguntó Afrodisia a Nicolás.
—Odio los pijamas. En la cama todo me molesta.
—Como Lore, le molesta hasta la goma de las bragas.
Lorena dio un respingo en la silla, porque no sabía qué hacía su abuela
contándole las intimidades a ese tío.
—Ya ves tú lo que le importará. ¡No se toma ni la molestia de
aprenderse mi apellido!
Sin embargo, Lorena estaba equivocada porque el dato le resultó a
Nicolás tan sugerente que replicó:
—Esto no se me va a olvidar… Y ahora vayamos con las virtudes: las
mías considero que son la lealtad, la pasión, la perseverancia y tener los
pies en la tierra.
—Mi nieta tiene las mismas. Y yo también soy muy de tener los pies en
la tierra. Fíjate si los tendré que una vez tomé un LSD en una fiesta en
Ibiza, y eso de que el sótano inmundo en el que estaba, se transformara por
el poder de la pastillita en un palacio de ensueño, me pareció un auténtico
timo. Yo no soy de ilusiones. La ilusión solo te lleva a despeñarte. Hay que
ser realista.
—Ya te dije que mi abuela no era como las de los anuncios de los
chocolates a la taza.
—¡Me encanta! —aseguró Nicolás—. Pienso como ella, las drogas son
una trampa y te someten. Yo quiero ser siempre libre.
—Que se lo digan a Izan, el novio que tenía mi nieta antes de Teo. Se
metía de todo y siempre que venía por aquí su obsesión era que plantara
marihuana en mi huerto. ¡Una calamidad de chico!
—Abuela, ¿quieres dejar de irte por las ramas? Estás con la hoja de
Excel de este señor, no haciendo un repaso de mi vida amorosa.
—Es cuanto menos curiosa —comentó Nicolás, risueño.
—¡Olvidaos de mí! Y seguid con vuestra farsa.
—Íbamos por aquí… De lo que me siento más orgulloso es de una
plataforma solidaria que creé con la que ya hemos abierto cinco escuelas en
África.
—No sabía nada —masculló Lorena, que desconocía que el egocéntrico
de su jefe pudiera tener una faceta solidaria.
—Que mi padre muriera de repente, hizo que me replanteara un montón
de cosas. ¿Y si a mí me pasaba lo mismo? ¿Y si de pronto me tocaba irme
de aquí? ¿Cuál era mi aportación al mundo? En ese instante fui más
consciente que nunca de que quería llevar una existencia plena de sentido,
que tenía que hacer cosas que impactaran en las vidas de los demás para
hacerlas mejor, y surgió esa plataforma.
—¡Eres grande, Nicolás! ¡Muy grande! —exclamó Afrodisia, mirándole
con admiración.
—Hago lo que tengo que hacer —replicó sin darse ninguna importancia,
y sin falsa modestia—. Y en cuanto a deportes, mi favorito es el Ironman…
—¡La madre que te parió! ¡Así estas tú de superbuenorro! Y serás como
poco campeón mundial —dedujo Afrodisia, asombradísima.
—Lo fui antes de que quedara al mando de la compañía. Ahora solo me
dedico a entrenar, ya no compito.
Afrodisia sin previo aviso, agarró por el antebrazo a Nicolás y se lo
presionó alucinada:
—¡Eres puro titanio! ¡Qué bíceps, qué tríceps y no quiero ni imaginar
cómo tendrás de duro lo demás!
—Abuela, por favor… —murmuró Lorena, sin saber dónde meterse.
—¿Por qué dices por favor si no me estoy refiriendo a la polla, sino a los
pectorales, a los abdominales, a los oblicuos…?
Nicolás se mordió los labios para no partirse de risa y luego le pidió a
Afrodisia:
—Continuemos… Mi grupo favorito es Arctic Monkeys. El último
concierto en el que he estado es en el de Harry Styles…
—Jo, jo, jo. ¡Igual que mi nieta! ¡Sois almas gemelas! ¿No os dais
cuenta? —preguntó Afrodisia mirándolos a los dos.
—Abuela, te lo ruego, no digas tonterías. Es solo una coincidencia…
—¿Una de cuántas? ¡Su película favorita es Matrix! —exclamó
mostrándole la hoja de Excel para que lo comprobara.
—A muchísima gente le gusta esa película —insistió Lorena.
—¡Y sus libros favoritos son las biografías de personas de empresa!
¡Como las que tú devoras!
—¿Y qué? —murmuró Lorena sin darle importancia.
—¿Y esto qué me dices? ¡Estudió como tú en los salesianos! Él en el de
Atocha y tú en el de San Blas —comentó Afrodisia.
Y como a Lorena este último dato le pareció tan extraño, le comentó a su
jefe:
—Yo pensaba que habrías estudiado en un colegio superpijo…
—¿Superpijo? En aquella época mi padre apenas nos pasaba dinero y
estábamos caninos.
—¡Es precioso que estéis unidos por el lazo de hermandad de la familia
salesiana! —exclamó Afrodisia que siguió leyendo el documento encantada
—. Y estoy alucinando porque sois extremadamente compatibles… Es que
hasta vuestro rey mago favorito es el mismo: ¡Baltasar!
—¡No me puedo creer que haya puesto también su rey mago favorito! —
farfulló Lorena.
—Y su villana favorita: Maléfica —habló Afrodisia levantando las cejas.
—¿Y a quién no le gusta? —repuso Lorena, encogiéndose de hombros.
Pero Afrodisia por si aquello no era suficiente, siguió encontrando
puntos en común:
—¡Bueno! ¡Y esto…! ¿Qué te parece que compartáis la misma fobia a
las peluquerías?
—En mi caso es porque tengo la capacidad olfativa muy desarrollada y
me saturo con los olores de los productos —respondió Lorena, como
justificándose.
—Yo no sé la razón, pero siempre ha venido el peluquero a cortarme el
pelo a casa —contó Nicolás.
—A ella se lo corta Sarai, una amiga que vive aquí a la vuelta. Y se lo
corta en casa —comentó Afrodisia, alzando las cejas.
—Abuela, deja de hablar de mí, te lo suplico, que el protagonista es él
—le exigió Lorena a su abuela.
—Él es el protagonista, pero también es interesante que sepa cosas
nuestras para que la conversación fluya el día del reportaje. Así que bueno,
os cuento que mi cantante favorito es Raphael, mi película es Casablanca,
mi plato favorito: el arroz con leche, mi pasión: practicar zumba y mi sueño
secreto es casarme con Antonio Banderas. ¿Y el vuestro?
—Mi sueño secreto es formar una familia cuando llegue la persona y el
momento adecuado —respondió Nicolás, sin pensarlo.
—Como Lore, exactamente igual, pero a la pobre no le llega la persona.
O sí. Y lo mismo ya está aquí…
—Abuela, ¡deja de decir chorradas! —refunfuñó Lorena.
—«Cuando menos te lo esperas, salta la liebre» —repuso Afrodisia, que
ya iba lanzada.
—No va a saltar… ¡No te preocupes! —aseguró Lorena.
—Ya veremos… —murmuró Afrodisia.
—¡Qué tormento! —bufó Lorena.
—El caso es que Nicolás quiere formar una familia —recapituló
Afrodisia.
—¡Mira que me extraña! —farfulló Lorena.
—¿Por qué? —replicó Nicolás, arqueando una ceja.
—Como odias a la tuya propia… —respondió Lorena.
Llegados a ese punto, Nicolás decidió que lo mejor era contar la historia
que apenas había esbozado en la hoja de Excel…
—No he dicho en ningún momento que la odie. Tan solo que no nos
hablamos y tengo mis razones. Mis padres se divorciaron cuando yo era un
bebé y mis dos hermanos mayores y mi madre nos fuimos a vivir a Madrid.
Los veranos los pasábamos con mi padre en Bilbao, pero sobre todo con mi
abuelo del que me considero su hechura. Mi padre era un hombre de
empresa muy ocupado, frío y distante, que se pasaba el día viajando, y al
que apenas veíamos el pelo. Mi abuelo era lo opuesto a él, alegre, divertido,
cariñoso, familiar… Se murió cuando yo tenía dieciocho años y no hay día
que no me acuerde de él. Su pérdida fue un palo para mí. Era la persona que
más quería en el mundo y la única que me ha entendido aparte de mi gato
Mosi que ya pasó a mejor vida.
—Mi nieta también es de gatos. Perdió al suyo hace un par de años… Se
llamaba Fede.
—Vaya, lo siento —lamentó Nicolás.
—Era el más bonito, el más bueno y el más listo —comentó Lorena, con
melancolía.
Y Afrodisia de pronto encontró sentido a todo aquello y exclamó
entusiasmada:
—¡Ya sé lo que está pasando aquí! Lo vuestro está escrito en el cielo por
vuestros gatos que se han juntado…
—Abuela, por favor, ¡mi gato seguro que tiene mejores cosas que hacer
que juntarse con el gato de este señor que odia a su familia!
—No los odio. Te repito que no. Pero dejé de hablarles cuando hace
cinco años murió mi padre y los zánganos de mis hermanos me propusieron
vender la empresa a la competencia, con el apoyo de mi madre. Ellos se
dedican a tocarse los huevos y necesitaban la pasta para seguir
holgazaneando. Yo puse el grito en el cielo, pues me negaba a que el
negocio que empezó nuestro bisabuelo fuera a parar a manos extrañas, así
que al final acabé endeudándome hasta las cejas, les compré su parte y con
veinticinco años me vi solo al frente de la empresa. Decir que fue duro sería
quedarse muy corto, pero ya ha pasado todo y no tiene ni sentido hablar de
aquello. Lo que sí que tengo clarísimo es que no quiero traidores en mi
vida, y por eso no me hablo con los míos.
Las dos se quedaron boquiabiertas con la historia y justo en ese instante
a Nicolás le llegó un wasap de los reporteros que leyó en voz alta:
REPORTEROS:
Lo sentimos mucho, pero nos va a ser imposible acudir hoy a la
grabación del programa. Tendremos que dejarlo para la semana que viene.
Estamos en contacto. Saludos.
REPORTEROS:
Estamos hasta arriba de trabajo, pero no se preocupe que le hemos hecho
un hueco el viernes a las once de la mañana. ¡Nos vemos! ¡Y que disfrute
mucho de las fiestas!
NICOLÁS:
¡Seguiré el consejo! ¡Nos vemos el viernes! Y que disfruten mucho
ustedes también…
Nicolás se guardó el teléfono de nuevo en la mochila con agujeros que
no había manera de cerrar y Lorena exclamó porque estaban a lunes:
—¡No vienen hasta el viernes! ¿Qué vas a hacer?
—Quedarme —respondió Nicolás resignado, encogiéndose de hombros.
—¿Hasta el viernes? —inquirió Lorena, un tanto ansiosa porque no
sabía cómo podía acabar aquello.
—Estoy de vacaciones, pero en vez de en el Caribe, estoy aquí rodeado
de alcachofas y de planazos increíbles.
—Te puedes volver a Bilbao y regresar el viernes a primera hora —le
propuso Lorena para que aquello no se le hiciera tan cuesta arriba.
No obstante, estaba equivocada porque su jefe estaba hablando
completamente en serio:
—¿Tú estás loca? Lo de los planazos increíbles no es ironía. Es la pura
verdad. Esta noche proyectan ¡Qué bello es vivir! en la sala polivalente.
Mañana toca recorrido por las calles del pueblo con la charanga navideña.
Pasado es la recogida solidaria de juguetes. Y el jueves tenemos el concurso
de villancicos y Afrodisia quiere que vuelva a sonar la bandurria de tu
abuelo…
—Ya sabes que eres el único al que ha dejado tocar la bandurria.
—Para mí es un honor y volveré a tocar la bandurria de tu abuelo en el
concurso de villancicos.
Lorena sonrió de oreja a oreja, los ojos se le encendieron y le comentó:
—Y en el pueblo de al lado han puesto una pista de patinaje con tobogán
que me ha dicho Sarai que es una pasada.
—¿Qué me estás contando? —inquirió Nicolás poniendo cara de que
aquello no le podía apetecer más—. ¿Tú sabes la ilusión que me hace
patinar con unos patines de dos tallas menos?
—¿Por qué de dos tallas menos? —replicó Lorena, divertida.
—Calzo un 47 y por experiencia sé que no tienen patines de mi número.
Pero no te preocupes que sé sufrir…
—Genial. ¡Entonces vamos!
—¡Qué maravilla! Y querías que me lo perdiera… ¡A ver dónde
encuentro yo algo parecido a esto!
Lorena le miró, se tronchó de risa y repuso:
—No, parecido seguro que no…
Capítulo 14
Después de ganar el concurso de villancicos y ya que estaba metido de
lleno en la vorágine navideña, Nicolás decidió ir un paso más allá y
consiguió, para esa misma noche, un par de entradas para el Mesías de
Haendel en el Teatro Real.
A Lorena le faltó tiempo para aceptar la invitación, porque se moría de
ganas por ir, y como se había quedado sin estilismos, y no le daba tiempo a
comprarse ningún trapo, le pidió algo a Sarai.
Y Sarai lo que le regaló fue un vestido de Zara, largo, rojo y entallado,
con escote en forma de corazón y una abertura lateral que dejaba la pierna
al aire, y que por error había comprado de dos tallas menos.
Pero que a Lorena le quedaba espectacular…
Luego, le hizo un recogido bajo, tipo bailarina, soltó unos mechones
para que le cayeran por el rostro y la maquilló de fiesta, resaltándole bien
los ojos y los labios.
Después, se fue a casa y en cuanto Nicolás abrió la puerta se quedó tan
impactado que estuvo unos segundos sin decir nada.
Porque no podía. Estaba sin palabras ante esa chica que no podía estar
más chispeante.
Y luego estaba la abertura del vestido que pensó que iba a provocarle
sueños de los más sucios durante los próximos días.
Lo que Nicolás no sabía era que Lorena estaba igual de impresionada
que él, en cuanto le vio vestido con un traje oscuro a medida que le sentaba
de maravilla y desprendiendo ese olor que a ella le volvía loca.
Y tras quedarse los dos como medio idiotas, y con unas ganas infinitas
de besarse y de todo lo demás, se metieron en el coche y Nicolás condujo en
dirección a Madrid.
Se pasaron todo el camino cantando las canciones que sonaban en la
radio, hablando de todo y de nada y, ya cuando casi estaban llegando, él le
confesó a Lorena:
—Hace cinco años que no escucho el Mesías de Haendel…
—Me encanta. Pero jamás lo he escuchado en directo. Esta va a ser mi
primera vez.
—Yo lo he escuchado en directo muchas veces, porque me pirra, pero
hace cinco años decidí dejar de escucharlo porque me abría heridas y me
traía recuerdos dolorosos, como todo lo que tiene que ver con la Navidad.
—¿Y ya no?
—Después de los días que llevo en el pueblo de terapia de exposición,
creo que estoy preparado para afrontar el reto y volver a disfrutar de lo
bueno. Como he disfrutado estos días del turrón, de los villancicos, de ¡Qué
bello es vivir! y del oso con luces que cada día me gusta más.
—¡Sobre todo el oso! —exclamó Lorena, muerta de risa.
Nicolás pensó que adoraba su risa y le confesó convencido de que algo
estaba cambiando a nivel muy profundo dentro de él:
—En serio, he conseguido no asociar todas esas cosas a la presión social
que exige estos días estar unidos y en paz y en armonía, celebrando con la
familia. Porque ¿qué pasa con los que tenemos una familia de mierda que
nos ha hecho daño? Yo te lo digo, cada lucecita de Navidad, el sonido de
una puta pandereta, o un simple polvorón te recuerda lo que no tienes y te
jode que te retuerces de rabia y de dolor. O me jodía, porque desde que
estoy en el pueblo todo ha cambiado y ahora estoy empezando a asociar
esas cosas no a la presión social, ni a la hipocresía, ni al consumismo, sino a
esos valores que estoy redescubriendo otra vez y que me están conectando
con el verdadero espíritu de la Navidad. Así que en cuanto he visto que hoy
era el concierto, he liado una tremenda para conseguir las entradas. Y ya
que me he puesto, doblo la apuesta. Lo voy a dar todo, y antes del concierto
nos vamos a pasar por Casa Mira a comprar turrones y mazapanes, luego
por el Cortylandia y a la salida nos vamos a hacer en coche el recorrido del
Naviluz para ver las luces de la ciudad.
Lorena le miró entre perpleja y divertida y le preguntó:
—¿A qué estamos jugando? ¿A empacharnos de Navidad?
—Ya te lo he dicho, voy para adelante con todo.
Y tan para adelante fue Nicolás que, después de disfrutar del
Cortylandia, del concierto y de las luces, cuando estaban cenando en el
restaurante El Paraguas y recibió una llamada de teléfono, se la mostró a
Lorena y le dijo rotundo:
—Voy a cogerle la llamada.
Lorena leyó que quien estaba llamando era una persona que estaba
registrada como: Madre traidora y le preguntó:
—¿Madre traidora es tu madre?
—Y a mis hermanos los tengo en la Z. Zángano 1 y Zángano 2.
—¿Y hace cinco años que tu madre no te llama? —inquirió Lorena,
mientras el teléfono no paraba de sonar.
—El que hace cinco años que no le coge el teléfono soy yo. Ella siempre
me llama. No se cansa. Y yo sé que habla con Rosa, la persona que trabaja
en mi casa, y por ella sabe de mí. Y le pasa las recetas de mis platos
favoritos, o si estoy acatarrado le pide que ponga trozos de cebolla cruda en
un plato y los deje en mi mesilla de noche. Y no veas qué tufo me deja. En
fin, que no ha parado de hacer esas cosas de madre…
Nicolás se calló porque el teléfono dejó de sonar y Lorena con un nudo
en la garganta le preguntó:
—¿Y hoy le vas a devolver la llamada?
Nicolás se revolvió el pelo con la mano, resopló y le confesó a Lorena:
—La culpa de todo esto la tiene el padre Antonio…
—¿Por qué? —repuso Lorena, sin tener ni idea de a qué se refería.
—En la misa del Gallo dijo una frase que cayó como una bomba dentro
de mí. Es la típica frase que decían los hermanos salesianos por estas
fechas, pero que yo tenía más que olvidada. Y lo que dijo fue que para tener
el corazón listo para recibir al Niño había que perdonar a los que nos han
herido. Que por otra parte es lo mismo que solía aconsejarme mi terapeuta
al que dejé de ir porque no me salía de los cojones perdonar a la madre
traidora y a los hermanos zánganos. Pero estos días en el pueblo han hecho
que me percate de que, como no me libere del rencor y de toda la basura
que tengo dentro, me voy a perder muchísimas cosas. Como de hecho me
las estaba perdiendo, y yo quiero seguir escuchando el Mesías de Haendel,
y que mi alma se eleve como una puta mariposa, quiero que se me sigan
cayendo las lágrimas como garbanzos con el final de ¡Qué bello es vivir!,
quiero cantar villancicos con la bandurria de tu abuelo y continuar
engullendo polvorones mientras pienso que, a pesar de todo, esta vida es un
milagro que merece la pena vivir. Y vivir con esperanza, con el corazón
tranquilo y con jodida paz. No quiero seguir sintiendo rencor por mi madre.
Ni tampoco por los zánganos. Son así. Supongo que no supieron hacerlo de
otra forma. No dan para más. Así que es absurdo que siga acumulando tanto
resentimiento y rencor dentro de mí. Después de cinco años, y muchísimo
trabajo interior, creo que ya me toca perdonar.
Y tras decir esto, Nicolás cogió el teléfono móvil y marcó el número de
Madre traidora…
—Nicolás, ¿eres tú? —preguntó la madre con la voz tomada por la
emoción y sin poder creer que fuera él quién estuviera llamándola.
—¿Quién va ser? —replicó sintiéndose un tanto nervioso.
—Pensaba que a lo mejor te habían robado el teléfono. ¡Dios, me estás
llamando! ¿Estás bien?
Nicolás miró a Lorena y respondió sin dudarlo…
—Mejor que nunca. Estoy cenando en El Paraguas con una chica. Es
preciosa. Se llama Lorena María Simancas Rodríguez y trabaja conmigo en
la empresa.
A Lorena se le llenaron los ojos de lágrimas, se mordió los labios de la
emoción que le dio que su jefe pronunciara su nombre y la madre replicó:
—¿Es tu novia?
—¿Mi novia? No. Qué va. Ella nunca tendría un novio como yo. No me
soporta del todo.
—¿Cómo que del todo? —preguntó la madre, con mucha curiosidad.
Nicolás apartó el teléfono y le contó a Lorena que estaba alucinada con
lo que estaba escuchando:
—Mi madre es una cotilla. Pero eso siempre lo he llevado bien. La
traición es lo que me mata.
—¿Cómo dices, Nico? —inquirió la madre, que escuchó cómo decía
algo a lo lejos.
—Que esta chica tan preciosa y chispeante que está cenando conmigo
antes me detestaba con todo su ser, pero desde que estamos viviendo juntos
está descubriendo cosas de mí que hacen que no me aborrezca del todo.
—¿Estáis viviendo juntos? —quiso saber la madre absolutamente
desconcertada.
—Me he instalado en casa de su abuela, porque van a hacerme un
reportaje de corte íntimo y familiar para un canal de televisión y como no
me hablo con ninguno de vosotros, he tenido que alquilarme a su abuela
para dar una imagen de tío entrañable.
—¡No me digas eso, Nico, que se me rompe el corazón! —exclamó al
borde de las lágrimas—. ¿Cómo te vas a alquilar a una abuela cuando tienes
a una familia?
—No hagas dramas, madre. Ya está todo arreglado, se va a hacer pasar
por mi tata querida, la que me cuidó desde mi más tierna infancia, llevamos
días preparando el papel, pero es que resulta que nos estamos cogiendo
tanto cariño que podría ser mi abuela perfectamente. Mañana vienen a
grabar. Y lo cierto es que estos días en el pueblo me han hecho darme
cuenta de muchas cosas.
La madre que aún no podía creer que estuviera retomando el contacto
con su hijo, se apresuró a explicarle:
—Llevo cinco años tratándote de pedir perdón, de decirte que siento no
haber estado a la altura de tus expectativas. Ni yo ni tus hermanos. Pero es
que ellos no son como tú. Ni tienen tu talento. Ni son gente de empresa. No
saben hacer negocios. Ellos son distintos a ti.
—Sé perfectamente cómo son. Me habría gustado que no hubieran
vendido y no solo porque me habría evitado endeudarme hasta las cejas,
sino también porque de esa manera habrían sacado más rendimiento a su
dinero. La empresa va como un tiro, si bien entiendo que sus talentos son
otros y que tomaran otro camino.
—Lamento que te sintieras solo —balbuceó la madre entre sollozos.
—Me dejasteis solo, pero no te he llamado para reprocharte nada. No
supisteis hacerlo de otra forma y yo ya solo quiero perdonar. Necesito
hacerlo para estar bien y no ser un desgraciado.
—¿Me perdonas, entonces? —inquirió la madre tras enjugarse las
lágrimas y sonarse la nariz—. No he dejado de pensar en ti ni un solo día.
—Ni yo tampoco he dejado ni un solo día de pensar en vosotros con
tristeza, con asco y con odio, pero ya no tengo nada de eso dentro de mí.
—¿De verdad?
—Me niego a ser un tío amargado y resentido que cada año tiene que
huir de la Navidad a países exóticos porque los belenes, las luces, los
langostinos y toda la parafernalia me recuerda que tengo una familia que es
una puta mierda.
—No supimos hacerlo de otra manera —musitó la madre, que volvió a
llorar otra vez.
Nicolás apartó el teléfono y le comentó Lorena tras resoplar:
—Le va el drama que te cagas…
—¿Cómo dices, hijo?
—Que ya lo tengo asumido, me ha costado, pero acepto que sois así y
que sois mi familia. No tengo otra —respondió Nicolás, encogiéndose de
hombros.
—¿Y me perdonas?
—Mamá, qué brasas. ¡Que sí, que te perdono!
La madre respiró aliviada, le cambió el tono de voz y exclamó
emocionada y feliz:
—¡Perdonarme es el mejor regalo que me podías hacer en Navidad! ¡Y
si a eso le añades el nuevo reloj que ha sacado Omega, acabarías ya de
colmarme de dicha!
Nicolás miró a Lorena, puso cara de que su madre era así y que no podía
hacer otra cosa y replicó:
—Ya veremos, de momento quédate con mi perdón que me ha costado
un huevo…
Capítulo 15
Ya de vuelta al pueblo, y nada más meterse en la cama, Lorena escuchó
que tenía una notificación del WhatsApp, agarró el teléfono móvil y leyó…
NICOLÁS:
Ahora que termina el día tengo que confesarte que no he dejado de
desear que nos cruzáramos con alguien de Villanueva de Santiago para
tener que fingir que somos novios truchos y volver a besarte otra vez. Pero
no ha habido suerte. Y eso que hemos dado un montón de vueltas por
Madrid, pero es que no había ni un lugareño ni en la cola de Casa Mira
comprando peladillas. ¡Qué le vamos a hacer! La vida no es justa, pero tú
siempre haces que sea más bonita y chispeante. Y muchas gracias por el día
de hoy, poco a poco, creo que me estoy convirtiendo en un tío cada vez más
soportable y llevadero.
Lorena sintió una especie de gusanillo por dentro de lo más extraño, leyó
el mensaje cinco veces seguidas y con una sonrisa que no se le caía de los
labios, le escribió:
LORENA:
Muchas gracias a ti por invitarme al concierto y a cenar a un sitio tan
estupendo. Es la primera vez que un chico hace semejante despliegue
conmigo. Soy más de que me inviten al KFC con los cupones descuento del
Groupon y que encima acabe pagando yo. Así que esta noche ha sido tan
diferente a todas, que estaba deseando que bajáramos hasta Atocha porque
es de donde salen los autobuses para el pueblo y fijo que nos íbamos a
encontrar con alguien. Pero tú te has empeñado en ir a Casa Mira y nos
hemos quedado sin besos. Qué pena, con lo guapo que estabas esta noche.
Y tienes razón, cada vez eres más soportable y llevadero, como una
endodoncia…
Nicolás leyó el mensaje y respondió mientras pensaba que esa chica no
se parecía a ninguna y que eso le encantaba…
NICOLÁS:
Es la primera vez que me dicen que soy como una endodoncia. Viniendo
de ti me lo tomaré como un cumplido. Y tú sí que estabas guapa esta noche
con ese vestido que me ha tenido loco todo el tiempo. Entre el escote
corazón y la abertura lateral del vestido lo he pasado muy mal. Y ahora
estoy empalmado otra vez de solo recordarlo. Y desnudo. Pero tú
tranquila…
LORENA:
Yo también estoy desnuda y tranquila, el que tiene el problema eres tú,
que vas a tener que echarte a ti mismo una mano.
NICOLÁS:
Estoy ardiendo en llamas. Y estoy feliz. Joder. Ni recuerdo cuándo fue la
última vez que me sentí tan bien. Necesitaba perdonar y sobre todo
necesitaba pasar una Navidad junto a ti, Olmedo.
LORENA:
Jamás imaginé que lo que necesitara fuera pasar una Navidad contigo,
pero la verdad es que me lo estoy pasando como ni recuerdo. Y también
estoy en llamas…
NICOLÁS:
Me va a costar descansar sabiendo que ardes desnuda en tu cama. Y lo
de mañana no va a ser teatro: es muy real. Adoro a tu abuela y estoy loco
por volverte a besar.
LORENA:
Pues como yo, que adoro a mi abuela y estoy loca por lo mismo.
¡Buenas noches, Nicolás!
Y cómo no serían las ganas que tenían de besarse que Lorena, después
de despertar tardísimo, porque se desveló y le dieron las tantas, acicalarse y
aparecer en la cocina donde ya estaban los reporteros, lo primero que hizo
fue rodear el cuello de Nicolás con los brazos, ponerse de puntillas y
pegarle un buen beso en la boca…
—¡Buenos días, Nicolás! —musitó con los labios pegados a los de él. Y
por supuesto que justificando el beso por exigencias del guion.
Nicolás que se había quedado erotizado perdido nada más verla aparecer
con un vestido de raso azulón, corto, asimétrico y con aberturas y unos
taconazos de impresión, la estrechó contra él y le devoró la boca al tiempo
que le clavaba la erección durísima…
—Me tienes loco perdido —le cuchicheó al oído.
—¿A que el vestido da el pego? Es del mercadillo. Me costó cuatro
euros…
—Es tremendo. En cuanto te he visto solo me han entrado ganas de
quitártelo.
Lorena se partió de risa, y, acto seguido, Nicolás le presentó a los
reporteros que estaban ultimando los preparativos del reportaje que iba a
tener lugar en la cocina.
Lorena aprovechó para desayunar un vaso de leche y unas galletas y al
momento apareció Afrodisia que se había maquillado como una puerta,
llevaba un vestido largo y entallado de lamé rojo, un collar enorme de
estrellitas doradas y unas zapatillas Adidas blancas.
—¡Ya estoy lista, chicos! —exclamó Afrodisia que, nada más entrar en
la cocina, dio una vuelta sobre sí misma para que vieran el resultado.
—¡Estás deslumbrante, Afrodisia! —exclamó Nicolás, fascinado.
—He buscado el justo equilibrio entre la elegancia festiva de las
Navidades y la sencillez del estar en casa. Y ahora me voy a poner el
delantal de lunares blancos y rojos para darle un punto de alegría. Que se
note lo feliz que estoy de tener a un pedazo de hombre en mi casa, tan de
toma y pan y moja como entrañable.
Lorena pensó que Nicolás, que lucía un jersey negro y unos jeans que le
marcaban todo, tenía más que nada una pinta de empotrador que era para
caerse de espaldas.
Luego, los reporteros los microfonaron a los tres y acordaron que la
grabación consistiría en una serie de preguntas en la cocina donde Afrodisia
había desplegado el arsenal de ollas y sartenes Artola, mientras hacían la
tortilla de patatas. Y a ser posible, y para que quedara de lo más natural, en
una sola toma.
A los tres les pareció genial y cuando estuvo todo listo, la grabación
comenzó con la pregunta de qué relación les unía…
—Nos une una relación muy bonita —contó Afrodisia con desparpajo,
como si llevara toda la vida hablando delante de una cámara—, y no hay
nada que me guste más que hacerle tortillas a Nicolás, que es su plato
favorito, en estas fantásticas sartenes antideslizantes que no tienen
parangón. No busquen otras mejores, porque no las van a encontrar. Nicolás
ha estado muy centrado desde pequeño, su abuelo le enseñó a amar las ollas
que lleva en la sangre y con orgullo puedo decir que se ha convertido en un
hombre de provecho. ¡Y es tan buena persona…! Desde siempre, desde la
época en que comía Calippos y se negaba a ir al peluquero, no sabremos
nunca por qué. Él es así. El queso no le gusta, como tampoco dormir con
pijama. Le encanta tenerlo todo suelto. Y ¡qué todo, señores míos!, porque
es un Ironman. ¡Está para comerle hasta las raspas! Y le encanta Matrix. Y
los Arctic Monkeys son su grupo favorito y ¡les puede tocar lo que quieran
a la bandurria! Lo que se le pida, lo da. Es muy generoso. Tiene una
plataforma solidaria y ya ha montado cinco escuelas en África. Y el otro día
donó ollas de las suyas, que salen buenísimas, a los comedores sociales del
padre Antonio. ¡Tiene un corazón de oro y está deseando formar una
familia! Como mi nieta, que es este tesoro de chica que está aquí. Y resulta
que los dos son listísimos, tienen los mismos gustos, y hasta coinciden en
villana favorita: Maléfica, son salesianos, trabajan juntos y sienten tal
atracción que se ve de lejos. Se miran y saltan las chispas. Así que yo creo
que pronto iremos de boda. Por cierto, ese chu-chú que se escucha es el de
la olla exprés ultrarrápida. ¡Es una maravilla! ¡Se vende hasta en la
Conchinchina!
Los reporteros que estaban alucinados con esa señora que hablaba como
una ametralladora y sin dejar meter baza a nadie más, aprovecharon que se
calló unos instantes para tomar aire y le preguntaron a Nicolás:
—Y Nicolás, tú aseguras que te encanta pasar las Navidades en este
pueblo manchego junto a tu tata querida…
Nicolás abrazó a Afrodisia por detrás, le plantó un beso en la mejilla
porque, aunque no fuera su abuela, hablaba de él como si lo fuera y
respondió:
—Así es.
Y lo dijo de verdad. No estaba haciendo ningún teatro. Sentía un cariño
tan especial por Afrodisia que era como si fuera de su familia. Y, en ese
instante, no se le ocurrió un sitio mejor donde pasar las Navidades que en
Villanueva de Santiago.
Afrodisia le miró emocionada, con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó
otra vez y exclamó mirando a la cámara:
—¡Es más majo que las pesetas! ¡Y lo que lo quieren en el pueblo!
¡Estuvo firmando cacerolas el otro día hasta las tantas!
—Una de las cosas que me gustan del pueblo es que la distancia con el
otro deja de ser un abismo. En la ciudad el otro está tan lejos que ni le
vemos. Aquí no existe esa distancia infinita, podemos acercarnos,
escucharnos, ayudarnos y hacernos la vida mejor. Además, en el pueblo soy
plenamente consciente de que, aunque en la vida haya dolor, sufrimiento,
malevolencia y traidores que te hacen putadones, todo se puede trascender y
superar si tienes un propósito, si te implicas, si te haces responsable, si eres
para el otro, si te liberas del resentimiento y la amargura, de la queja fácil, y
decides centrarte en lo que de verdad tiene significado pleno.
Y tras decir esto, miró a Lorena y ella sintió que la estaba viendo de
verdad y que la distancia que había entre ellos era ya tan estrecha que
volvió a notar otra vez ese gusanillo recorriéndole el cuerpo…
Capítulo 16
El reportaje se grabó en una sola toma, salió redondo, los reporteros se
quedaron a almorzar en la casa, y a las siete de la tarde se marcharon
encantados de haber pasado el día allí…
—¡Están tan contentos que se van cantando! Ha sido muy buena idea
sacar la bandurria para amenizar la sobremesa —dijo Afrodisia, feliz con lo
bien que había resultado todo.
—Les has puesto tanta comida que ni podían levantarse de la silla —
comentó Lorena, divertida.
—Quería que probasen cómo salen de buenos los guisos en las
maravillosas cacerolas de Nicolás —replicó Afrodisia en modo fan número
uno.
Y Nicolás muy agradecido, se llevó la mano al pecho y le dijo a
Afrodisia:
—Has estado sublime, Afrodisia. No tengo palabras para agradecerte lo
que has hecho por mí.
Afrodisia batió las manos, negó con la cabeza y repuso:
—No tienes nada que agradecer. Me he limitado a ser yo misma. ¡He
dicho lo que pienso y lo que siento!
—Como yo —aseguró Nicolás, que había hecho la entrevista siendo
absolutamente él mismo.
Si bien Lorena intervino para refrescarle la memoria a Nicolás…
—Está genial que no tengas palabras, pero no te olvides del tejado y de
los paneles solares.
Nicolás sonrió, encantado de que con él fuera tan asertiva y replicó:
—Ya está todo encargado y me han dicho que vendrán después de las
fiestas.
Sin embargo, Afrodisia, que hacía todo aquello de corazón, volvió a
insistir:
—No hace falta, Nicolás.
—¡Sí que te hace falta, no puedes estar con esas goteras cada vez que
llueve fuerte! —le recordó Lorena a su abuela.
A Afrodisia lo que le preocupaba no era precisamente el tejado, sino
algo mucho más importante:
—Me apaño bien con los cubos… ¿Y tú qué tienes pensado hacer ahora,
Nicolás?
—Su plan era irse al Caribe —habló Lorena, que la verdad era que no
tenía ninguna gana de que Nicolás se fuera.
—¿Cómo se va a coger un vuelo ahora? Nicolás no puede pasar
Nochevieja solo y metido en un avión —dijo Afrodisia que tenía un plan
muchísimo mejor para él.
Y Nicolás, por su parte, como tampoco quería marcharse a ningún sitio,
sacó el teléfono móvil y se puso a buscar vuelos con la esperanza de que no
hubiera ninguno disponible. Como así fue…
—Estoy mirando y no hay nada disponible hasta el día 4 y para tan
pocos días no me compensa viajar.
—¡No te compensa para nada! ¡Así que quédate a pasar la Nochevieja
aquí con Lorena que en ningún sitio vas a estar mejor! —aseguró Afrodisia
que no podía estar más ilusionada con el plan.
Sin embargo, Lorena miró a su abuela desconcertada porque había algo
que no había entendido…
—¿Y tú no vas a pasar la Nochevieja en el pueblo?
Afrodisia había urdido un plan tan perfecto para ellos que dijo encantada
de la vida:
—Me voy a pasar la Nochevieja con tus padres y tu hermano. Cogeré el
autobús de las ocho de la mañana.
Lorena abrió los ojos muchísimo, alucinada con lo que estaba
escuchando y replicó sin dar crédito:
—¿Mañana te vas?
—Ya te lo he dicho. Me están esperando…
Lorena ni se lo pensó, porque ni loca iba a pasar la Nochevieja a solas
con Nicolás. No podía. No se sentía preparada. Aunque cada vez que lo
besaba se moría porque se lo hiciera como si no hubiera un mañana. En fin,
que era todo un lío tan grande que le dijo a su abuela:
—Me voy contigo.
Afrodisia estaba tan segura de lo que tenía que pasar, que negó con la
cabeza, entornó los ojos y le preguntó a su nieta:
—¿Y te vas a perder la fiesta que hay organizada en la carpa de la plaza
Mayor? ¡Viene el DJ amigo de Sarai que es la bomba!
—¿Por qué no te quedas a verlo? —preguntó Lorena, en un intento
desesperado por evitar quedarse a solas con Nicolás.
Afrodisia se colocó bien el collar de estrellas que aún llevaba puesto y
respondió a su nieta para que se fuera preparando para lo bueno:
—Porque después de cenar con la familia, me han invitado unas amigas
a un fiestón en la discoteca Golden. No puedo faltar. Pero tú quédate aquí
con Nicolás y disfruta como yo lo voy a hacer también.
Nicolás asintió y les comentó con una cara de guasa tremenda:
—A mí lo del DJ en la plaza mayor me apetece un montón. Vamos, que
me llaman ahora mismo para proponerme otro planazo y no lo cambio.
Lorena fue a replicar algo, pero no pudo porque de pronto Nicolás
recibió una llamada…
—Eso te pasa por hablar. Ahí tienes tu planazo —dijo Lorena, muerta de
risa.
Nicolás negó con la cabeza, ya que quien le llamaba era Madre traidora,
a la que aún no le había cambiado el nombre en el teléfono:
—Es mi madre.
Nicolás descolgó y escuchó a su madre que derrochaba una intensidad y
una emotividad tan desbordantes que se le pusieron los pelos de punta:
—¡Nico! ¡Te llamo para decirte que necesito un abrazo con urgencia! Y
te voy a coger el primer vuelo que pille, para que vengas a verme a Zermatt.
¡Ojalá que haya para esta misma noche! ¿Te imaginas que podamos pasar la
Nochevieja en familia? ¡Todos juntos otra vez!
Nicolás puso una cara de pánico tremenda y respondió a su madre:
—¿Quieres que pasemos juntos la Nochevieja?
Lorena tragó saliva, porque de repente le entró una cosa muy rara por el
cuerpo de solo pensar que Nicolás tenía que irse.
Aquello no había quién lo entendiera, por un lado, temía quedarse a
solas con él, pero al mismo tiempo tampoco quería que se marchara.
Como Nicolás, que se vio rezando a la imagen de Santa Rita de Casia
que tenía Afrodisia sobre el aparador para que su madre no encontrara un
puñetero vuelo.
Y Santa Rita le escuchó porque al poco su madre le comunicó:
—¡Ay, Nico! ¡No vamos a poder pasar la Nochevieja juntos!
Nicolás estuvo a punto de levantarse de un respingo y ponerse a perrear
de la alegría que le dio escuchar la noticia.
—¡Vaya! —exclamó, disimulando su felicidad.
Y Lorena también, porque a pesar de que tuviera una empanada
tremenda, la noticia de que Nicolás no iba a marcharse a Suiza le produjo
una alegría tan grande que también estuvo a punto de saltar del sillón.
—Una pena, cariño. El primer vuelo que he encontrado es vía Zúrich
para el día 2. Voy a comprarte el billete y te vienes unos días a esquiar con
nosotros.
—¿Quieres que me vaya a esquiar el día 2? —replicó Nicolás, al que lo
que le apetecía era volver a besar a la chica que le estaba mirando con una
cara de desconcierto tremenda.
—A ti siempre te ha gustado esquiar y Zermatt ya sabes lo bonito que
está en Navidad —le recordó su madre que estaba ilusionadísima.
Nicolás sabía lo bonito que era Zermatt, pero solo quería encadenarse al
sofá y que no le sacaran de Villanueva de Santiago…
—Ya, pero es que…
La madre de Nicolás, ante los reparos de su hijo al que tanto necesitaba a
su lado, le suplicó con la voz tomada por la emoción:
—Por favor, Nico, ¡te lo pido de rodillas! Llevo cinco años sin verte, he
llorado muchísimo y creo que nos merecemos un abrazo. ¿No te parece?
Nicolás pensó que tenían que abrazarse, pero lo justo porque él tenía
otros planes…
—Sí, supongo que sí, pero yo el día 5 tengo que estar de nuevo en el
pueblo.
Lorena sintió que el corazón se le iba a salir por la boca al escuchar que
Nicolás quería regresar al pueblo.
—¿En qué pueblo? —preguntó la madre que estaba un tanto despistada.
—En Villanueva de Santiago, en el pueblo en el que me encuentro.
—¿Con Lorena María? —replicó la madre.
—Y con su abuela —precisó Nicolás—. Hoy hemos grabado por fin el
programa.
—¿Y qué tal? ¿Quedaste entrañable?
—Parecíamos una familia de verdad. De las que se apoyan y van a una
—dijo Nicolás que miró a Afrodisia y esta le lanzó un beso con la mano.
—Nico, por favor, dejemos atrás los rencores —le pidió la madre,
convencida de que su hijo había dicho aquello con retintín.
—Ya los he dejado, te he dicho eso sin dobles intenciones —aseguró
Nicolás.
—Entonces, ¿por qué no quieres pasar más días con nosotros? —
preguntó la madre, en un tono un tanto dramático.
Pero a Nicolás le dio lo mismo, porque sabía perfectamente dónde estaba
su sitio y respondió:
—Porque el día 5 tenemos en el pueblo un concurso de mantecados y
rosquillas, luego hay cabalgata y después el reparto de regalos en la carpa
de la plaza mayor. ¡No me lo pienso perder!
—¡Madre mía! —exclamó Lorena, que se tapó la boca con la mano, para
que no se le siguieran escapando cosas.
Pero es que no se podía creer que su jefe tuviera tantas ganas de pasar lo
que quedaba de fiestas en su pueblo.
En su pueblo y con ella…
Y mientras Lorena intentaba procesar toda esa información que la tenía
completamente desbordada, la madre le dijo a Nicolás:
—Suena todo demasiado Paco Martínez Soria, pero debe ser tendencia
porque conozco a varias personas que están también muy enganchadas con
la autenticidad de lo pueblerino.
—Yo no sigo modas —le aseguró Nicolás a su madre.
Aunque a ella no le hizo falta la aclaración, porque se olía lo que estaba
pasando…
—No, tú solo estás loco por esa chica.
Nicolás se puso muy serio, se revolvió el pelo con la mano y preguntó
como si aquello no tuviera ni pies ni cabeza:
—¿Qué chica?
—Lorena María, no va a ser su abuela —respondió la madre.
Y Nicolás pensó que lo mejor era pararle los pies a la cotilla de su
madre, antes de que empezara con las preguntitas y le dijo:
—No dispongo de más tiempo para hablar, madre.
Pero su madre sí que quería seguir hablando y no se callaba ni debajo del
agua:
—Te he parido, Nico. ¡Tú estás enamorado!
Nicolás al escuchar la palabra enamorado sintió una cosa extrañísima
que le recorrió el cuerpo de arriba abajo. Pero no le dio importancia y le
dijo a su madre:
—Tengo que colgar.
—Disimula todo lo que quieras, pero a mí no me engañas. Y que sepas
que acabo de comprar los billetes: ahora mismo te lo envío a tu correo
electrónico. Sales el 2 por la mañana y regresas a Madrid el 5 a primera
hora vía Zúrich. ¡Se me va a hacer muy corto! Tenemos que recuperar tanto
tiempo perdido…
Nicolás pensó que para él esos días iban a ser como dos siglos, pero lo
que le dijo a su madre fue:
—Dos días dan para mucho.
—¡Qué ganas de que estés ya aquí y que me cuentes todos los
pormenores de tu romance con Lorena María!
—Madre, no desvaríes, por favor.
—¡Qué bonito es el amor! —exclamó la madre.
Y Nicolás decidió colgarle porque aquello ya era demasiado…
Capítulo 17
Después de desayunar juntos y de acompañar a Afrodisia a la estación de
autobuses, se fueron a dar un largo paseo en bicicleta, a pesar del frío y la
amenaza de lluvia, donde no se encontraron con absolutamente nadie.
Ya de vuelta a casa, se ducharon, cada uno por separado, aunque se
murieran de ganas de hacerlo juntos.
Pero de momento no había vuelto a pasar nada entre ellos, tan solo
miradas cargadas de intención y algún roce sutil de las pieles, como cuando
bajaron al trastero a dejar las bicicletas, Lorena le pasó la suya y los dedos
de ambos se tocaron.
Fue un momento tan electrizante que las miradas se les llenaron de
deseo, pero hicieron como si nada.
Como si afuera no estuviera a punto de estallar una tormenta y dentro no
hubiera una tensión sexual que estaba pidiendo a gritos ser resuelta.
Pero la tormenta estalló…
Y todo comenzó con un repiqueteo de la lluvia contra el cristal del
cuarto de baño que hizo que Lorena saliera a toda prisa, recién duchada, con
el albornoz puesto y la toalla enroscada en la cabeza, porque de repente
recordó que tenía ropa tendida.
Y nada más salir, se chocó con Nicolás que iba en dirección opuesta
hacia la biblioteca, oliendo a gel y a champú, y oliendo a él, a ese olor a
naranja, cedro, benjuí, pelargonio que la volvía absolutamente loca…
—Está lloviendo. Voy a quitar la ropa de la cuerda —musitó Lorena,
pegada a él y alzando la cabeza para mirarle.
Los ojos de Nicolás se encontraron con los de ella, aspiró su aroma a
flores frescas y, con unas ganas infinitas de quitarle el albornoz y hacérselo
ahí mismo, replicó:
—Voy yo, que estoy vestido y con el pelo seco.
Lorena pensó que estaba vestido, pero que no le hubiera importado
quitarle los Levi’s que llevaba puestos y el jersey negro de cachemira, y
derretirse bajo ese cuerpazo de músculos fuertes y duros.
Acto seguido, sonrió, con una sonrisa que Nicolás pensó que no podía
ser más bonita, y dijo sujetándose la toalla de la cabeza que se le estaba
yendo para un lado:
—Gracias. Es que, entre otras cosas, tengo colgado el vestido que me
voy a poner esta noche.
—No me des las gracias. Es un placer —masculló Nicolás, que miró a
Lorena a los ojos y luego descendió con la mirada hasta la boca carnosa.
Lorena, al sentir la mirada lobuna de Nicolás sobre su boca, se mordió el
labio inferior, se acercó más a él y alzó la cabeza dispuesta para el beso…
—Dios… —musitó Lorena.
Nicolás la agarró con una mano por la cintura y con la otra por el cuello,
la atrajo hacia él y la besó en la boca, con dureza y exigencia.
Y Lorena sintiendo el pecho duro de Nicolás contra el suyo y la erección
clavándose en el vientre, ya solo pudo abrir los labios para facilitarle el paso
y dejarse llevar por el placer de sentir la lengua cálida de Nicolás
explorando su boca.
Luego, le rodeó el cuello con las manos, las lenguas se enredaron, las
bocas encajaron a la perfección y el beso se volvió intenso, profundo y
abrasador.
Y ya casi sin aliento, se apartaron un poco, pero al momento Nicolás
volvió a apoderarse de la boca de Lorena, que se entregó sin poner la más
mínima resistencia, y se aferró fuerte a él, con urgencia de todo.
Nicolás la besó deslizando los labios, enloqueciendo con su suavidad y
jugosidad, y luego hundió la lengua buscando la de Lorena.
De nuevo las lenguas se encontraron y se devoraron las bocas con tanto
deseo que la toalla de Lorena se desplomó en el suelo.
El cabello largo y húmedo de Lorena cayó en cascada sobre la espalda,
Nicolás lo acarició con la mano y ella se frotó contra la erección, mientras
no dejaban de besarse.
Si bien afuera llovía cada vez con más fuerza y, entonces, Nicolás
recordó que tenía algo que hacer…
—Voy a por la ropa —le dijo a Lorena, tras separarse un poco de ella y
darle un lametón de lo más excitante en los labios.
Y Lorena, que lo que menos le importaba en ese momento era la ropa,
repuso temblando de puro deseo:
—Tampoco importa.
—Necesitas el vestido para esta noche. Ahora vengo.
Nicolás salió a buscar la ropa a toda prisa y Lorena aprovechó para
secarse el pelo frente al espejo del cuarto de baño que desempañó con una
mano para mirarse.
Y lo que vio fue que tenía una cara de vicio que no podía con ella, entre
las pupilas dilatadas, las mejillas encendidas y los labios un poco
hinchados.
La sangre le ardía y no veía la forma de frenar aquello que, por otra
parte, para qué iba a parar.
Su jefe le ponía como nadie y lo suyo solo iba a ser sexo de lo más
alegre y desenfadado. Sin complicaciones, sin implicaciones, sin dramas…
Madre mía, pensó, aquello pintaba tan bien que cantó como si el secador
de pelo fuera un micrófono:
—¡La leña ardeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!
Y tras secarse el pelo, buscó desesperada en el cajón la ropa interior más
sexy que tuviera, si bien lo más indecente que encontró fueron unas bragas
altas de algodón negras y un sujetador de encaje del mismo color.
Se lo puso, después se colocó encima un vestido corto estampado, se
calzó las Converse y justo en ese instante Nicolás golpeó la puerta con los
nudillos:
—¡Ya estoy de vuelta!
—¡Pasa! —le pidió Lorena, tras ahuecarse el pelo con las manos y
pellizcarse las mejillas.
Nicolás abrió la puerta, entró y le dijo, con esa voz suya tan seductora,
situándose frente a ella:
—He dejado la ropa doblada en el cuarto de la plancha. Y te he traído
esto para que te lo pongas…
Lorena se percató de que Nicolás llevaba en la mano las braguitas más
sexies que tenía y replicó sintiendo que le temblaban hasta las pestañas:
—¿Quieres que me las ponga?
—Ajá —masculló Nicolás, al que toda la sangre se le había ido a la
entrepierna.
Lorena sintiendo que los pezones se le ponían durísimos de la excitación
que tenía, replicó con un hilo de voz:
—¿Ahora?
Nicolás asintió con la cabeza, le agarró por las caderas con sus manos
enormes que la abarcaron entera, la estrechó contra él, la besó en la boca
con posesividad y luego le entregó las braguitas.
Lorena algo mareada, se fue al cuarto de baño, se quitó las braguitas de
algodón y se puso las que Nicolás había elegido para ella.
Respiró profundo, sintió una punzada de deseo en su sexo de pura
anticipación, y regresó a la habitación donde Nicolás la recibió con un beso
en el cuello.
Lorena gimió y él le atrapó de nuevo la boca que devoró a conciencia y
luego coló una mano por debajo del vestido, ascendió por los muslos
suaves, Lorena le facilitó el acceso separando un poco las piernas y él llegó
hasta el vértice que acarició de un lado a otro con el dedo por encima de la
tela de las braguitas.
Tela que al momento se humedeció de lo excitada que estaba por esas
caricias…
—Estás empapada… —masculló Nicolás, con una voz bronca que a
Lorena le erotizó más todavía.
Y, entonces, Nicolás decidió ir más allá, apartó la tela de las braguitas y
hundió dos dedos en la estrecha humedad hasta el fondo.
Lorena gritó y él comenzó a penetrarla con los dedos, profundo y lento,
hasta que tuvo una necesidad urgente de probar su sabor.
Sacó los dedos, los chupó, mientras la miraba con esos ojos azules
cargados de deseo, y luego le bajó la cremallera del vestido que cayó al
suelo.
Nicolás, fascinado con ese conjunto lencero improvisado que no le podía
quedar más sexy, musitó deseando devorarla entera:
—Eres preciosa…
Y le acarició los pechos redondos por encima de la tela del sujetador y
después le mordisqueó los pezones hasta hacerla jadear de placer.
Acto seguido, le quitó el sujetador que arrojó sobre una silla, y volvió a
los pezones durísimos que estimuló lamiendo, soplando y succionando, a la
vez que Lorena resistía ese maravilloso tormento enterrando los dedos en el
pelo de Nicolás.
Luego, él descendió a besos hasta el ombligo, cayó de rodillas frente a
ella, la agarró por el trasero, lo amasó suave, le dio una palmotada y enterró
la cara en el sexo que atrapó a través de la tela de las braguitas.
A continuación, se las bajó, Lorena se deshizo de ellas de un puntapié,
detrás fueron las zapatillas y terminó de exponerse a él, colocando un pie
sobre el hombro fornido.
Se miraron y los dos se estremecieron por completo. De placer, de deseo,
de qué podía ser más…
Y desesperado ya por conocer su sabor, Nicolás lamió la vulva de un
lengüetazo, ella gritó y él empezó a recorrerla con la lengua de arriba abajo,
saboreando hasta el último de sus recovecos.
Nicolás lamía, succionaba, acariciaba… sabía perfectamente dónde y
cómo tocarla, como si su cuerpo no tuviera secretos para él.
Y así estuvo, hasta que notó el clítoris tan duro que introdujo dos dedos
curvados dentro de ella y empezó a estimularle ese punto que hizo que
empezara a gritar derretida de placer.
Y aquello pasó a ser tal locura que Lorena llegó a creer que no iba a
poder resistirlo.
Jamás le habían regalado tanto placer, ni le habían llevado al punto en el
que estaba con las piernas que le temblaban, la respiración jadeante y el
corazón que se le iba a salir por la boca.
De hecho, tuvo que aferrarse con ambas manos a los hombros fuertes
para no perder el equilibrio.
Y, entonces, Nicolás que tenía más para ella, que quería dárselo todo y
llevarla hasta el final, decidió cambiar de postura.
La empujó hasta el borde de la cama, ella se sentó, Nicolás metió las
manos por debajo de las nalgas, le levantó las caderas, ella colocó las
piernas sobre los hombros y él la devoró otra vez.
Hundió la lengua en el sexo, la estimuló con más dureza y contundencia,
y al poco solo tuvo que golpetearle el clítoris con la lengua unas cuantas
veces para hacerle sucumbir a un orgasmo brutal que la sacudió por
completo y como nunca en su vida.
O al menos no lo recordaba…
Capítulo 18
Lorena, jadeante y exhausta, con la respiración agitada y el corazón
desbocado, contempló fascinada cómo Nicolás se quitaba de un modo de lo
más sexy la ropa hasta quedarse desnudo como ella.
—Dios —musitó Lorena ante la contemplación de ese pedazo de cuerpo
de pectorales perfectos, abdominales y oblicuos marcadísimos, brazos
fuertes, piernas como troncos y la polla más enorme que había visto en su
vida.
—¿Estás bien? —le preguntó Nicolás mientras sacaba un condón de la
cartera que tenía en el bolsillo trasero del pantalón.
Lorena que no podía dejar de mirarlo extasiada y de desear estar debajo
de ese amasijo de músculos duros y perfectos, asintió y respondió:
—De maravilla…
Acto seguido, se incorporó, se plantó frente a él, le rodeó el cuello con
las manos, con las que descendió por la espalda musculada hasta las nalgas
más redondas y perfectas que había amasado en su vida.
Él se pegó a ella, restregó la potente erección contra el sexo mojado,
Lorena recorrió el espectacular torso con las manos, casi arañándolo de la
excitación y se detuvo justo en el pubis.
Agarró el miembro, grande y duro, lo envolvió con los dedos, y
comenzó a acariciarlo de arriba abajo.
Nicolás gruñó cachondo como no recordaba, rasgó el envoltorio dorado
del preservativo, se lo enfundó, agarró a Lorena por las piernas, la levantó
con una facilidad pasmosa y la dejó encima de la cama.
Lorena, que llevaba fantaseando con aquello desde la primera vez que se
habían besado, no podía creer que estuviera a punto de suceder.
Pero no era un sueño. Aquello era tan real, que sintió que su cerebro iba
a explotar de intentar procesar la información que le estaban enviando sus
sentidos agudizados al máximo.
Nicolás se acostó a su lado, le apresó los labios, se apoderó de la boca y
la besó con la lengua exigente y cálida que aún sabía a ella.
Y Lorena ya solo deseó tenerlo muy dentro y que se hundiera una y mil
veces en su interior.
Y su deseo se cumplió.
Por sorpresa, de repente, Nicolás se tumbó encima de ella, y la penetró
fuerte y hasta el fondo, con una necesidad apremiante.
Necesitaba desde el primer día que se habían besado estar entre sus
piernas, hundirse muy dentro, y sentirse conectado absolutamente con ella.
Lorena cerró los ojos, gritó al sentir esa deliciosa invasión que la llenó
por completo, y luego, él salió despacio, demorándose, mientras la miraba
maravillado.
Ella abrió más las piernas, gimió de pura anticipación, y él volvió a
deslizarse fuerte y profundo en el estrecho interior.
Lorena profirió un suspiro agónico y Nicolás al sentir cómo le apretaba
la polla muy fuerte con sus músculos vaginales, se excitó tanto que se salió,
y con un potente movimiento de caderas volvió a embestirla con
contundencia.
Lorena clavó las uñas en las sábanas, gritó y Nicolás le pidió con la voz
cargada de deseo:
—Mírame…
Lorena abrió los ojos, le miró y sintió algo que era mucho más que
deseo.
Algo que hizo que se estremeciera entera y que le descuadró tanto que le
pidió a Nicolás…
—Fóllame. Fóllame fuerte…
Porque aquello era un polvo y nada más… No podía ser otra cosa… O al
menos no debía…
Nicolás se quedó alucinado contemplando a esa chica que le miraba
como jamás lo había hecho nadie. Y sintió una especie de gusanillo por el
cuerpo que le alertó de que aquello era mucho más que un deseo que iba a
saciar, que estaba en juego mucho más que la piel, y algo profundo se le
removió en el corazón.
Y así enterrado completamente en el estrecho interior, sintiendo cómo
esa humedad alrededor de su polla enorme y dura, le apretaba cada vez más
y le absorbía, se salió lento para volver a clavarse implacable y duro hasta
el fondo.
Luego, la besó en la boca con posesividad y empezó a hacérselo, en
tanto que Lorena no podía parar de gemir ni de gritar porque aquello era
brutal. El mejor sexo que había tenido en la vida…
Jamás se había sentido tan abierta, tan húmeda, tan anhelante del placer
que ese tío no paraba de darle, follándola como nadie.
Y así estuvieron hasta que él la sintió tan preparada que cambió el ritmo
y pasó a otro mucho más implacable y devastador.
La atmósfera se llenó de gemidos, de jadeos, de sudor, de besos, de
mordiscos…
Cada uno provocaba la excitación del otro y en la búsqueda de ese placer
que parecía infinito, decidieron cambiar de postura.
Nicolás rodó sobre su espalda, Lorena quedó encima de él, la levantó por
las caderas y dejó que Lorena cayera sobre su polla enorme, sentándose a
horcajadas.
Nicolás, con la mirada encendida de puro deseo, le acarició los pechos,
le pegó unos tironcitos de los pezones durísimos y le pidió:
—Fóllame tú a mí…
Lorena por poco no se corrió al escuchar aquello y comenzó a mover las
caderas con las manos apoyadas en el torso perfecto.
Nicolás respondió agarrándola por las nalgas redondas y suaves y
pegándola más a él todavía.
Lorena suspiró al sentir los dedos de Nicolás clavándose en su piel,
empujándola contra su cuerpo, exigiéndole más todavía y comenzó a
hacérselo.
Folló a ese tío tan buenísimo que la miraba como no lo había hecho
nadie, con una mezcla de deseo salvaje y algo tan íntimo y tan especial que
le hacía tener la sensación de que Nicolás podía leerla por dentro.
Y al poco se sintió al borde del abismo…
Aquello era demasiado y no sabía si iba a aguantar mucho más. Pero
siguió cabalgándole, a moverse de arriba abajo, incrementando cada vez
más el ritmo, hasta que acabó haciéndose vertiginoso.
Y de la fricción de los sexos, Lorena no pudo resistirlo más y una oleada
de placer infinito la invadió por completo y precipitó un orgasmo potente y
muy intenso.
Un estallido que provocó que Nicolás, al sentir el cuerpo trémulo de
Lorena, sacudiéndose contra el suyo, y los espasmos del orgasmo apretando
muy fuerte su polla, sucumbiera a un orgasmo violento que le dejó
exhausto.
Lorena cayó desplomada al lado de Nicolás, que la abrazó fuerte y le
confesó con la mirada brillante:
—No quiero irme.
A lo que Lorena replicó, pues se escuchaba cómo la lluvia repiqueteaba
cada vez con más fuerza contra el tejado y las ventanas:
—¿Adónde vas a ir con la que está cayendo?
—No quiero salir de tu cama. Esto es muy raro…
Lorena frunció el ceño, le miró risueña y le preguntó con curiosidad:
—¿Por qué te parece muy raro?
—Porque, después de un polvo, suelo rechazar este tipo de intimidad y
me largo al instante. Y no solo lo hago cuando tengo sexo casual, con
Beatrice hacía lo mismo.
Lorena sintió que le daba un vuelco al corazón, porque ella tampoco
quería dejar de sentir su calor, su aroma, su piel, su respiración… Y
confesó:
—Yo no he tenido un sexo así en mi vida. Aún siento hasta la última de
mis terminaciones nerviosas alteradas…
Nicolás se giró, la besó en los labios y masculló sin poder dejar de
mirarla:
—Joder, estás más chisporroteante que nunca…
Lorena esbozó una sonrisa enorme y no pudo replicar nada porque
escuchó cómo una gota impactaba sobre el suelo de cerámica de gres, justo
al lado del armario…
—¡Las goteras! Tengo que levantarme a poner cubos…
Lorena le mostró por dónde se filtraba el agua y Nicolás le dijo tras
besarla otra vez en los labios y saltando de la cama:
—Yo voy.
Lorena se quedó extasiada al ver ese pedazo de hombre, con el
preservativo aún colgando de la punta del miembro que le había dado el
placer más grande que había conocido en su vida y musitó:
—Eres un dios del sexo.
Nicolás se quitó el condón, le hizo un nudo, la miró con su mirada azul
oscurecida por el deseo y replicó:
—Tú sí que eres una diosa del sexo.
Nicolás se fue a tirar el condón a la basura y Lorena se puso el jersey de
él que olía que era para correrse otra vez y salió detrás de él a ayudarle con
los cubos.
Cogieron todos los que había y los fueron dejando debajo de las goteras,
mientras Nicolás pensaba que no recordaba cuándo había sido la última vez
que se había sentido tan feliz.
Y no estaba haciendo nada más que poner cubos debajo de las goteras y
luego hacerles fotos para mandárselas al reparador de tejados que vendría
después de las fiestas.
—Jamás pensé que hacer algo así fuera tan divertido… —le confesó
Nicolás.
—¿Te divierten las goteras? ¡Yo estoy helada de frío! —exclamó
Lorena, cuando él estaba sacando las últimas fotos de las goteras del salón.
Nicolás se encogió de hombros y no le quedó más remedio que
reconocer:
—Me siento más vivo que nunca, estoy feliz, ilusionado y con unas
ganas que ni imaginas de empotrarte contra aquella pared. ¿Quieres posar
para mí junto a la gotera?
Lorena con una punzada de deseo, posó junto a la gotera poniendo una
cara como si aquello fuera una obra de arte…
Nicolás le hizo unas cuantas fotos, dejó el teléfono sobre la mesa del
salón y encendió el fuego de la chimenea…
—¿Tú no tienes frío? —le preguntó Lorena, admirada de que estuviera
desnudo, como si fuera pleno verano.
Nicolás negó con la cabeza y mientras el fuego empezaba a arder
respondió:
—Yo estoy que ardo por dentro.
Lorena sintió que se licuaba entera, luego él terminó con el fuego, la
abrazó y le susurró al oído:
—Joder, me pones como nadie…
—Madre mía…
Lorena tembló más todavía, pero esta vez de deseo y de expectación, se
mordió el labio inferior, él la agarró por las caderas, la elevó, ella rodeó ese
pedazo de cuerpo con las piernas y se devoraron las bocas con auténtica
urgencia y desesperación…
Capítulo 19
Después de cómo habían comenzado las fiestas, Lorena no podía creerse
que estuviera pasando la Nochevieja con la persona que menos esperaba y
que se sintiera tan feliz.
Pero ahí estaba agarrada de la mano de Nicolás, a punto de que sonaran
las campanadas de fin de año, tras una cena increíble que había preparado
Nicolás y, lo más alucinante todavía, después de estar todo el día haciéndolo
sin parar.
Ilusionada y nerviosa recibió el nuevo año comiéndose las doce uvas y
no pudo evitar llorar cuando Nicolás la besó…
—¡Feliz Año! —exclamó él, con los labios pegados a los suyos.
—¡Feliz Año! —musitó Lorena.
—¿Estás llorando? —le preguntó Nicolás, apartándole las lágrimas con
la yema de los dedos.
—No.
—Pues yo sí que tengo ganas de llorar —le confesó Nicolás, con su
mirada azul tan especial.
—¿Y por qué?
—No me esperaba esto.
—Me gusta cocinar —aseguró Nicolás.
—No lo digo solo por lo bien que cocinas, sino por todo lo demás. No
esperaba que pasara esto y menos contigo —reconoció Lorena.
—Yo no deseo estar en otra parte —masculló Nicolás, clavándole la
mirada.
—Ni yo.
Los dos se miraron con el corazón que se les iba a escapar por la
garganta y se besaron sintiendo que aquello se les estaba yendo de las
manos.
Pero ninguno dijo nada, cogieron un paraguas enorme que Nicolás tenía
en su coche y se fueron caminando bajo la lluvia hasta la carpa instalada en
la plaza mayor, mientras intercambiaban saludos con la gente que no dejaba
de desearles: «¡Feliz Año, pareja!».
Y por un rato ambos llegaron a creer que lo eran y Lorena sintió un
escalofrío que hizo que Nicolás le preguntara:
—¿Tienes frío?
Lorena tenía frío porque se había puesto encima del vestido de
terciopelo negro entallado y corto, un abriguito del Bershka y estaba
helando, pero no solo tenía frío por eso.
Así que se limitó a asentir, intentando que no le castañearan los dientes y
Nicolás se quitó su abrigo de cachemira de Tom Ford y se lo colocó sobre
los hombros.
—¿Y tú? —preguntó Lorena, sujetando el abrigo por una solapa para
que no se le fuera hacia un lado.
Nicolás sonrió, con una sonrisa tan perfecta que hizo que a Lorena se le
subiera una cosa de lo más rara por el cuerpo y él respondió:
—Yo estoy perfectamente…
Luego, entraron en la carpa, saludaron a Sarai que estaba junto al
escenario hablando con el DJ que en breve actuaría y se fueron acercando
más amigos que Nicolás había ido conociendo durante esos días.
Uno de ellos, Joel, esa noche estaba especialmente interesado en hablar
con Lorena y se fueron a hacerlo a la otra punta de la carpa.
Joel llevaba el pelo largo recogido en un moño, era rubio, alto, tenía las
facciones armoniosas, los ojos verdes y el cuerpo mazado.
Tenía veintiún años, estaba terminando Bellas Artes y había expuesto
con éxito en varias galerías sus esculturas de bustos desnudos al borde del
orgasmo.
Era talentoso, creativo, original, tenía una carrera brillante por delante y
esa noche solo quería hablar con Lorena.
Y ella parecía encantada de escucharlo, o eso le pareció a Nicolás que no
podía dejar de mirarlos.
Y no era por celos.
Ellos no eran más que una pareja falsa y Lorena por supuesto que podía
hacer lo que le diera la gana.
Pero lo que había sucedido esa noche había sido demasiado mágico,
intenso y especial como para que acabara de esa forma.
Él rodeado de fans de sus cacerolas y sartenes que no paraban de
felicitarle por su trabajo y ella en la otra punta escuchando atenta al escultor
que sabía muy bien lo que hacía porque en esa carpa no había nadie como
Lorena.
Ni en esa carpa, ni en ninguna otra parte.
En la vida había conocido a nadie como ella y al sentirla de repente tan
lejos le entró un bajón de lo más absurdo.
Luego, empezó la sesión del DJ y se puso a bailar con unas señoras que
acabaron haciéndole un corrillo y dando palmas enfervorecidas de lo bien
que bailaba.
De hecho, Lorena desde la otra punta de la carpa se quedó alucinada de
ver cómo lo hacía, cómo movía las caderas y lo sexy que era, aunque no
sabía de qué se extrañaba si la había follado como nadie.
Era tremendo. Y ya estaba deseando repetirlo, volver a estar entre sus
brazos, a besarlo, a…
Lorena no pudo seguir desgranando sus deseos porque de repente
escuchó que Joel le preguntó:
—Entonces, ¿qué te parece, Lore? Dime…
Lorena, incapaz de concentrarse en lo que Joel le estaba contando
porque no podía dejar de pensar en Nicolás, le miró, pestañeó deprisa, y le
pidió:
—¿Me puedes repetir la pregunta?
Joel soltó el aire que tenía contenido en los pulmones, apretó las
mandíbulas y luego preguntó:
—¿Le abro mi corazón a tu primo y le digo que me estoy enamorando de
él?
—¿Y cómo sabes que te estás enamorando? —le preguntó Lorena, a la
que el tema le interesaba muchísimo.
—Joder, tía, me pone perraco, no paro de pensar en él, me gusta más que
comer con los dedos y estaría dispuesto a acompañarle hasta a un Ikea, que
es la cosa que más me agobia en el mundo. ¿Esto qué va a ser?
Lorena no tenía ni idea, pero lo que fuera lo estaba sintiendo por
Nicolás...
—¡Esto puede ser un desastre! —farfulló Lorena, con un mariposeo
extraño en el estómago.
Joel asintió, pero en ese instante se dio cuenta de algo que hizo que su
mirada se iluminara:
—Ya, Lore. Pero siento que voy sin frenos y después de esta charleta
contigo me estoy dando cuenta de que no me queda más que arriesgar. ¡Me
has sido de gran ayuda! ¡Muchas gracias!
Joel agarró a Lorena por el cuello, le plantó un beso en los labios en
señal de gratitud y ella replicó sin entender nada:
—¿Te he ayudado?
—Por supuesto. ¡Me voy a lanzar a la piscina! En cuanto tu primo
aparezca en la carpa, se lo suelto. Y te dejo ya para que te vayas con tu
cacho pibón. ¡Menuda adquisición, nena! ¡Le arrancaría el esmoquin a
bocados! Está buenísimo y es supermono, mira cómo baila con las
abuelas…
Lorena asintió, le deseó todo lo mejor a Joel y luego regresó junto a
Nicolás que venía de pedirse un gin-tonic en la barra…
—¿Quieres beber algo? —le preguntó Nicolás.
—Dame un sorbo de tu gin-tonic —contestó Lorena, con una sonrisa que
a él le desarmó.
—¿Todo bien? —inquirió Nicolás, tras ofrecerle la bebida para que la
probara.
Y lo preguntó porque después de verla besar a Joel, él estaba de todo
menos bien…
Lorena agarró el vaso, dio un sorbo, se lo tendió de nuevo y respondió
exultante:
—¡Fenomenal! Hacía tiempo que no me sentía así…
—Estás guapísima. El vestido que has escogido, el peinado con las
ondas en las puntas y el maquillaje con brilli brilli te quedan fenomenal.
Lorena agradeció con una sonrisa que Nicolás se hubiera percatado del
empeño que le había puesto a su estilismo de Nochevieja y replicó:
—En serio, me gusta sentirme así.
Nicolás frunció el ceño y le preguntó para saber a qué atenerse:
—¿Así cómo?
—Así de a gusto en mi piel. Creo que por fin me estoy haciendo amiga
de mí misma.
Nicolás respiró aliviado, al menos de momento, y exclamó feliz por ella:
—¡Qué bueno!
—Estos días me han venido genial para poner orden en mi cabeza. Y lo
tengo decidido: se acabó dar bandazos. No pienso parar hasta que consiga
un trabajo donde pueda desarrollar mi vocación y mi talento. Y estoy feliz
porque no tengo más que mirar alrededor para darme cuenta de que tengo
un mundo afectivo maravilloso. Tengo una familia a la que adoro, tengo
amigos estupendos y vecinos con los que comparto momentos como
estos… ¿Qué más puedo pedir?
—¿Un novio? —preguntó Nicolás, arrugando el ceño.
Lorena, con las rodillas como flanes, le miró y replicó sin tener muy
claro si se estaba postulando como candidato:
—Un novio como…
Lorena no pudo terminar la frase porque Nicolás le interrumpió para
decir:
—Como Joel. He visto cómo os besabais y tiene los ojos verdes. Podrías
enamorarte perfectamente de él.
Lorena negó con la cabeza y le faltó tiempo para aclararle a Nicolás:
—Joel está loco por mi primo, y me ha besado porque está agradecido de
que le haya ayudado. Dudaba de si debía abrirle el corazón a mi primo y
confesarle que estaba enamorado de él y al final ha decidido tirarse a la
piscina.
Nicolás dio un sorbo a su bebida, para disimular la alegría que le había
dado saber que no quería nada con Joel y replicó:
—¿Ese ha sido tu consejo?
Lorena se echó la melena hacia atrás, negó con la cabeza y respondió
con absoluta sinceridad:
—Esa es la conclusión a la que ha llegado él solo, porque yo no podía
hacer otra cosa más que pensar en ti.
Nicolás sintió un súbito escalofrío recorriéndole el cuello y se sinceró
también:
—Y yo no podía dejar de mirarte.
—Y te has puesto celoso.
—Me ha entrado un bajón gordo de pensar que la noche iba a acabar: tú
enrollada con Joel y yo bailando trap y reguetón con las vecinas —precisó
Nicolás.
Lorena sonrió, le arrebató el gin-tonic, dio otro sorbo y le aseguró:
—La noche no va a acabar así.
Luego, le rodeó el cuello con los manos, se pegó a él y comenzó a bailar
al ritmo de la música frotándose contra él con tal sensualidad que Nicolás
preguntó con la polla a punto de romper los pantalones:
—¿Y cómo quieres que acabe?
Lorena le besó en la boca, sonrió y respondió con unas ganas infinitas de
que aquello no acabara nunca:
—Quiero bailar contigo. No sabía que se te daba tan bien, aunque
después de lo de hoy debía haberlo sospechado.
—Yo lo que sé es que como sigas bailando así, no vamos a durar ni un
segundo más en la carpa…
Capítulo 20
Nicolás se despertó a las seis de la mañana del día 2, pegado a la espalda
de Lorena y sin ganas de abandonar su cama.
La miró y se sintió tan afortunado que no podía creer lo que estaba
pasando con la chica más chispeante que había conocido en la vida y que le
tenía completamente loco.
Lorena, entonces, se dio la vuelta, abrió los ojos y se despertó con el
aroma maravilloso de Nicolás que musitó:
—¡Buenos días! Me tengo que ir, pero no quiero salir de tu cama.
Luego, la besó en los labios, Lorena sonrió y replicó:
—Yo también le estoy cogiendo un cariño tremendo a la cama. Y eso
que es de 135 cm y el colchón se hunde un poco…
—Se hunde hacia el centro y te obliga a estar más pegados. Es perfecta.
Nicolás deslizó las manos por la espalda suave de Lorena, la besó en el
cuello y luego en la boca hundiendo la lengua para enredarla con la de
ella…
—¿A qué hora tienes que marcharte? —le preguntó Lorena, con los
labios pegados a los de él y sin ganas de que se fuera.
Nicolás le atrapó el labio inferior, se abrió pasó con la lengua, la besó de
nuevo y respondió:
—Tengo que salir en media hora.
—En media hora da tiempo a hacer muchas cosas —musitó Lorena tras
mordisquearle el cuello.
Nicolás asintió, con el corazón acelerado, se miraron y se besaron, pero
esta vez los besos fueron mucho más apremiantes y exigentes.
Y ya con ganas de todo, Nicolás cogió un preservativo que tenía sobre la
mesilla, se lo enfundó, se tumbó junto a ella, se puso de lado, le levantó una
pierna que colocó sobre su cadera, después tanteó la entrada, comprobó que
estaba lista para él, muy húmeda, y la penetró de una embestida fuerte.
—Dios —exclamó Lorena, clavándole la mirada y pensando en lo que
iba a echarle de menos, aunque todavía no se hubiera ido.
Nicolás se aferró a las nalgas, la empujó más todavía contra él, y Lorena
sintió cómo una vez más él lo llenaba absolutamente todo.
Y gritó de placer.
Él se perdió en la mirada brillante de Lorena, sintió una conexión tan
fuerte que se estremeció por completo, se salió y la penetró otra vez
hundiéndose hasta el fondo.
Lorena gimió, deslizó los dedos en el pelo de Nicolás, le dio un lametón
en los labios, le devoró la boca, sintió que aquello era mucho más que sexo
y que era absurdo seguir negando que se estaba pillando por su jefe.
Le ponía como nadie y a medida que le iba conociendo más iba
descubriendo cosas de él que la tenían… enamorada.
Esa era la palabra precisa, porque no había otra, para qué iba a andarse
con rodeos.
No podía dejar de pensar en él, se excitaba con solo oler el aroma que
dejaba en su cama y le gustaba muchísimo estar con él, dentro y fuera de la
cama.
Pero ¿qué hacía? Porque en ese justo instante Lorena se sintió como Joel
en la fiesta de Nochevieja.
¿Abría su corazón y le decía que estaba enamorada de él? ¿O seguía
haciendo como si nada?
Aunque bueno, como si nada tampoco, porque empezaron a follar y de
repente le dio por pensar que su mirada con esa mezcla de deseo infinito y
de algo más profundo podía llegar a delatarla.
Pero mientras tanto, se saborearon las pieles, se besaron, se
mordisquearon y se acariciaron hasta que necesitaron mucho más y
cambiaron de postura.
Nicolás le pidió que se pusiera bocabajo, le acarició la espalda, se
demoró en las nalgas, después se colocó sobre ella y la penetró desde atrás.
Lorena gritó al sentirle por completo y él comenzó a empujar fuerte y
profundo dentro de ella y al poco el ritmo se hizo brutal.
Follaron como salvajes hasta que, de la fricción del clítoris contra el
colchón, Lorena pudo liberar la energía que tenía contenida y estalló en mil
pedazos en un orgasmo bestial.
Nicolás se quedó quieto, muy dentro de ella, mientras sentía cómo los
espasmos del orgasmo apretaban fuerte su miembro, pero tampoco pudo
resistir mucho más y solo tuvo que penetrarla unas cuantas veces para
derramarse por completo entre sacudidas violentas y gimiendo su nombre:
—Lorena…
—Dios —musitó Lorena, que en la vida se había estremecido tanto al
escuchar su nombre.
Luego Nicolás cayó sobre ella y le susurró enterrando la cabeza en la
melena larga y sedosa…
—No quiero irme.
Lorena que tampoco quería que aquello acabara de ninguna manera,
musitó con el corazón acelerado y la respiración agitada:
—Di otra vez mi nombre.
Nicolás le mordisqueó el cuello y luego le susurró al oído su nombre:
—Lorena, me encanta tu nombre.
Nicolás se echó a un lado, los dos se giraron para quedarse frente a
frente y Lorena sintió que nadie le había mirado como lo estaba haciendo
ese hombre.
Nicolás la estaba viendo de verdad, como ella le estaba viendo a él de la
misma forma.
—Al final te lo has aprendido…
Nicolás asintió, le agarró de la mano y deslizando el dedo por la palma
musitó:
—Tu nombre y cada pliegue de tu cuerpo…
Lorena sintió como si una especie de corriente eléctrica la recorriera
entera y solo pudo musitar:
—Qué increíble es esto.
—Desde el primer día que pisaste mi oficina pensé que eras especial.
Pero no sabía que tanto…
—Yo tampoco podía haber imaginado que pasara esto…
Nicolás se mordió los labios y le propuso algo que en ese instante sintió
que necesitaba tanto como respirar:
—¿Por qué no te vienes conmigo?
Lorena esbozó una sonrisa de las suyas, de esas que fascinaban a Nicolás
y preguntó:
—¿Adónde?
—A Zermatt. Te va a encantar. Y podemos esquiar, aunque bueno, para
qué esquiar cuando nos podemos pasar el día follando.
Lorena se echó a reír, porque no podía creer que le estuviera invitando a
ir a Suiza con él:
—¿Qué dices?
—También tendremos que socializar con mi madre y los zánganos, pero
haremos que sea lo más breve posible.
Lorena entendía que Nicolás le hubiera propuesto semejante cosa, pero
había algo que a lo mejor no había tenido en cuenta, por lo que le preguntó:
—Y ¿en calidad de qué iría a Suiza?
—¿Cómo que en calidad de qué? —replicó Nicolás porque para él las
etiquetas eran prescindibles.
En cambio, para Lorena era importante poner un nombre a lo que tenían
y le preguntó:
—¿Qué soy? ¿Tu recepcionista? ¿Tú… qué?
Nicolás no supo darle un nombre, pero sí que se atrevió a ser sincero:
—Estoy disfrutando tanto de esto que tenemos que te juro que me está
dando miedo hacerme adicto.
—¿Adicto a mí? —replicó Lorena, que necesitaba escuchar que era
mucho más que una droga.
—He sentido contigo en estos días más que con mis otras parejas en
meses o incluso años. Y tenemos muchísimo adelantado ya, porque conoces
mis valores, sabes lo que pienso de un montón de cosas, cuál es mi estilo de
vida, qué relación tengo con mi madre, cómo despacho a mis enemigos…
A Lorena no le hacía falta que le contara lo que ya sabía, sino que
necesitaba saber lo más importante:
—Pero no sé cómo amas…
Nicolás entrecruzó los dedos de la mano con los de ella y le dijo
convencido:
—Amo con todo, como cuando follo, no escatimo nada. Y soy fiel. Y
leal. Y estoy siempre. No soy de los que se bajan del barco…
Nicolás hablaba tan en genérico que Lorena replicó para ver si daba un
paso más allá:
—Tampoco sé si sabes dejarte querer o eres de los que tienen el corazón
lleno de alambradas y muros.
Nicolás la besó en los labios y le recordó porque no encontró otra forma
de decirle que se moría por estar con ella:
—Te estoy pidiendo que te vengas conmigo a Zermatt.
Sin embargo, Lorena quería algo más que una invitación a esquiar y le
recordó también:
—Ya, pero tú dijiste hace unos días que tenías el cuerpo para todo y que
no quieres hacer otra cosa más que disfrutar de tu soltería.
—Y tú dijiste que no tenías el cuerpo para nada y que no querías saber
nada del amor.
Lorena le miró sintiendo un mariposeo brutal en el estómago y le
confesó:
—Han cambiado las cosas en estos días.
—Pero no tanto como para que te vengas conmigo a Zermatt.
Lorena se percató de que estando así las cosas no tenía mucho sentido
hacer ese viaje con él y replicó:
—Pienso que lo mejor es que vayas solo y que disfrutes al máximo del
tiempo con tu madre. Son apenas un par de días…
—Un par de días que se me van a hacer larguísimos sin ti.
—Y a mí también —reconoció Lorena.
Nicolás la abrazó muy fuerte, la besó en la frente, sintió ese maldito
gusanillo por dentro, pero no le dijo nada a Lorena.
Le parecía innecesario, pues era más que obvio que si la estaba
abrazando de esa manera, si le estaba costando tanto separarse de ella, era
porque se estaba enamorando.
Y era algo tan evidente que para él no hacía falta ni decirlo.
O eso creía…
Capítulo 21
Dos días después, por la noche, Nicolás estaba en la fiesta que daba una
amiga de su madre en una mansión espectacular de estilo alpino con vistas
al Cervino.
Zángano 1 y Zángano 2 bebían champán en la piscina climatizada con
unas rubias que no paraban de reírles las gracias.
Su madre cotorreaba como siempre con sus amigas y él llevaba un rato
hablando con Ingrid, la sobrina de la dueña, una chica que no había visto en
su vida, rubia, guapa, alta, de piernas infinitas, sofisticada y explosiva, que
de repente se empeñó en enseñarle un libro que había muy curioso en la
biblioteca sobre la historia del menaje del hogar.
Nicolás la siguió a través de un largo pasillo donde al fondo se
encontraba la biblioteca.
Una vez allí, Ingrid cerró la puerta, se acercó a él, le rodeó el cuello con
las manos y le dijo con una voz como si estuviera orgasmando…
—Por fin solos.
Nicolás que estaba allí por el libro y no para que esa tía se le echara al
cuello replicó:
—¿Y el libro?
Por sorpresa, Ingrid le besó en los labios, Nicolás se apartó y ella
respondió:
—Yo soy mucho mejor que el libro.
Nicolás pensó que esa chica podía ser perfectamente su tipo y que en
otra época le hubiera faltado tiempo para follársela, pero él solo quería
besar a una mujer y estaba en un pueblo de la Mancha. Así que le dijo para
que supiera a qué atenerse:
—No me interesa.
—¿Eres gay? —preguntó Ingrid, mientras se pasaba la lengua por los
labios.
—No.
—¿Estás soltero?
—Sí.
—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Ingrid, que cayó de
rodillas ante él y con una facilidad pasmosa le bajó la cremallera del
pantalón.
Nicolás se zafó de ella, se subió la cremallera pensando que para
situaciones como esas sí que estaban bien las etiquetas, si bien no se atrevió
a ponerle una a su relación y prefirió decir:
—Hay una chica.
—¿Tu novia? No me importa —aseguró Ingrid, batiendo las manos —.
Mi interés por ti es puramente sexual. Desde que te he visto, solo quiero
follarte.
Nicolás pensó que, si no hubiera ido a Villanueva de Santiago a alquilar
a Afrodisia, no habría tenido ningún inconveniente en hacérselo a Ingrid
contra las estanterías de los libros de Biología, que eran justo los que tenían
detrás, pero, en ese preciso momento de su vida, ya no podía.
—Lo lamento. No puedo follar con nadie más que con ella.
—Vaya, ¡un hombre enamorado! Una especie en extinción —musitó
Ingrid mirándole con más interés todavía.
Nicolás sintió otra vez el gusanillo ese recorriéndole el cuerpo, asintió y
verbalizó por primera vez:
—Lo soy.
Y tras despedirse de Ingrid, se dirigió al salón donde su madre estaba
muerta de risa con una copa de Baileys de chocolate en la mano y le pidió
tras saludar con un gesto de las cejas a las amigas:
—Disculpad, ¿puedo hablar un momento contigo?
La madre de Nicolás se levantó, dejó la copa sobre la mesa auxiliar y se
dirigió junto a su hijo al saloncito contiguo, que era donde la dueña tenía
expuesta su colección de relojes antiquísimos.
—Me marcho. No puedo seguir aquí. Ingrid, la sobrina de tu amiga, me
ha llevado a la biblioteca para comerme el nabo y no estoy por la labor.
La madre de Nicolás, que era una mujer guapa, alta, elegante y
distinguida, soltó una carcajada y replicó:
—¡Ingrid es tremenda!
—En este momento de mi vida estoy en otra…
—Con Lorena María.
Nicolás resopló, asintió y reconoció ansioso por cambiar de tema:
—Con ella.
—No hacía falta que dijeras nada tampoco, no has hecho otra cosa más
que hablarme de ella desde que has llegado.
Nicolás arrugó el ceño y sin ser consciente para nada de que hubiera
hecho semejante cosa replicó:
—¿Yo he hecho eso?
La madre dio un manotazo al aire, asintió y le respondió quitándole
importancia:
—Estás enamorado. Es normal.
—Tengo mis estándares claros, buenos filtros y si estoy invirtiendo mi
tiempo con ella tiene que ser por algo.
—Lo que no sé es por qué no has venido con Lorena María.
—Se lo propuse, pero declinó la invitación.
—¿No eres correspondido? —pregunto la madre, arqueando la ceja.
—Hay retorno, madre. No empieces a anticipar dramas.
—¿Retorno? ¿Por qué utilizas terminología de empresa para hablar de
algo tan bonito como es el amor?
—Me estoy limitando a contarte las cosas como son. Le pedí que se
viniera a Zermatt y ella me preguntó que en calidad de qué.
La madre abrió los ojos como platos y, como conocía a su hijo, se temió
lo peor:
—¿Qué respondiste?
Nicolás respiró hondo y contestó convencido de que había hecho lo
correcto:
—Le dije la verdad, que estoy disfrutando tanto de lo que tenemos que
temo hacerme adicto.
La madre se llevó la mano a la cabeza, bufó y le dijo a su hijo para que
espabilara:
—¡No respondiste a su pregunta! Ella no quería escuchar esa verdad, lo
que necesita saber es qué significa ella para ti.
Nicolás se revolvió el pelo con la mano de pura ansiedad y replicó:
—De algún modo se lo he dicho cuando le he confesado que he sentido
más con ella en unos días que en meses o años con otras parejas. Y luego le
he recordado todo lo que llevamos avanzado porque ella conoce
muchísimas cosas de mí.
La madre se apretó el puente de la nariz, resopló y le habló a su hijo:
—Ella esperaba escuchar de ti otra cosa muy diferente.
—¿El qué? Porque lo siguiente que me dijo fue que no sabía cómo
amaba y le expliqué cómo lo hacía.
La madre dio un respingo y batiendo las manos muy deprisa inquirió a
su hijo:
—¿Cómo puedes ser tan cenutrio? ¡Lo que Lorena María quería saber es
qué sientes por ella!
—¿Qué voy a sentir si le acababa de pedir que se viniera conmigo a
Zermatt? Pero lo peor fue que me reprochó que yo hubiera manifestado que
quisiera disfrutar de mi soltería, cuando aún no había pasado nada entre
nosotros. Yo repliqué que ella también dijo en su día que estaba cerrada al
amor. Y fue entonces cuando me soltó que había cambiado…
—¿Y ahí tú qué le dijiste? Porque te lo estaba poniendo a huevo para
que te declararas.
—Que no había cambiado tanto como para venirse conmigo a Zermatt
—respondió Nicolás, encogiéndose de hombros.
La madre le clavó la mirada sin dar crédito y le preguntó para que
reaccionara:
—¿Cómo pretendes que se fuera contigo sin saber qué sientes por ella?
—Me parece que es tan evidente que estoy enamorado de ella que no
hace falta ni que se lo diga.
La madre se puso muy seria y le ordenó a su hijo en un tono que no
admitía réplica:
—¡Nicolás, por favor! ¡Llama ahora mismo a Lorena María y dile que
estás enamorado de ella!
—¿Qué? —replicó Nicolás, perplejo.
—¡Siempre hay que decir que se está enamorado! Así como tienes que
ser el primero que pronuncie el “te amo”.
Nicolás sintió un escalofrío tremendo por todo el cuerpo, tragó saliva y
preguntó:
—¿Yo el primero?
—Ella ahora mismo tiene que estar desconcertada porque no le has
hablado claro todavía. Todo son vaguedades y suposiciones. ¡No has
llamado a las cosas por su nombre! Y así no puedes pretender ni que te
acompañara a Zermatt ni que te diga que te ama.
Nicolás arrugó el ceño y preguntó porque en estas cuestiones reconocía
que no era tan ducho como su madre:
—¿Por qué?
—Porque como no has puesto las cartas sobre la mesa, la pobre Lorena
María tiene que estar hecha un lío, y no va a dar el paso de abrirte su
corazón por temor a agobiarte, a que te sientas presionado o que pienses que
es una loca que ha perdido el norte.
—Por fin lo voy pillando —farfulló Nicolás, tras pasarse la mano por la
cara.
—Todavía estás a tiempo de arreglarlo —le aseguró su madre.
—Eso espero. Muchas gracias, madre, por ilustrarme. En estos temas
estoy un tanto perdido.
—Cuenta conmigo para lo que necesites. Y me encanta que estés
enamorado hasta las trancas de Lorena María.
—¿Hasta las trancas? —preguntó Nicolás, alucinado, porque si su madre
que dominaba la materia lo aseguraba, era que debía ser cierto.
—Nunca te he visto así de ilusionado con ninguna chica. Cuando hablas
de ella se te ilumina la cara…
Nicolás suspiró, sintió un mariposeo en la tripa tremendo de solo pensar
en ella y repuso:
—Es muy especial. Y es la culpable de que me haya liberado del rencor
y la amargura que me pudría por dentro.
La madre besó Nicolás en la mejilla, luego le dio un abrazo muy
apretado y le dijo sin soltarle:
—Me siento muy orgulloso de ti, Nicolás. Hay que ser muy valiente para
perdonar y para amar.
—Y yo me alegro muchísimo de volver a tener a mi madre.
La madre se apartó un poco, le miró con los ojos llenos de lágrimas y
musitó:
—Necesitaba tanto esto, Nico.
A Nicolás también le entraron ganas de llorar, pero las reprimió y le
pidió a su madre:
—Aquí me tienes, disfrutemos y ahorrémonos los dramatismos.
—Vale. Y tú llama a Lorena María…
Capítulo 22
Esa misma noche, Lorena y Sarai se fueron a Madrid, a la discoteca
Teatro Kapital, invitadas por su amigo DJ que pinchaba esa noche en la sala
The Box de la tercera planta.
Y como allí había un ruido espantoso y no se podía hablar bien, las
chicas decidieron subirse una planta más arriba, a la Kissing Room, y con
un supercóctel en la mano, Lorena le soltó sin vaselina:
—Estoy enamorada de Nicolás.
A Sarai no le sorprendió para nada, se partió de risa y replicó:
—Ya sabía yo que esos besos eran el comienzo de algo…
—Yo no. Yo estaba convencida de que lo que teníamos era atracción
sexual y ya está. Pero es muchísimo más… Estoy descubriendo cosas de él
que me encantan. Hoy mismo, antes de venir, me he dado cuenta de que me
ha calzado la mesita de noche que cojeaba.
—¿Y sin que le digas nada? —inquirió Sarai, alucinada con el fichaje
que había hecho su amiga.
—Nicolás es así, se ocupa de las cosas sin que se lo pidan.
Sarai que estaba sentada al lado de Lorena en un banco corrido, se
abrazó a ella y exclamó exultante:
—Tía, por fin ¡has roto la racha de vagos y de manazas!
—¡Dios, yo creo que sí!
Lorena se abrazó a su amiga, luego brindaron por haberse librado de la
puñetera racha, Lorena dio un sorbo a su bebida y confesó:
—Nicolás no se parece a nadie que haya conocido. Siempre se ofrece
para ayudar en lo que sea. No se escaquea. Es generoso. Adora a mi abuela.
La otra mañana le estuvo plantando tomates en el huerto. Cocina genial. Si
tengo frío, me enciende un fuego…
—¡Ya te digo! ¡Este te enciende sin necesidad de mecheros ni cerillas!
—exclamó Sarai, agitando la copa al aire.
—En serio, es considerado, está pendiente de todo, como el otro día en
Nochevieja, que yo iba helada de frío y me echó el abrigo por encima.
—¡Igualito que con Teo que siempre tenías que quitarte la bufanda para
que no le dieran anginas!
—Teo. ¡Qué pereza! —exclamó Lorena, poniendo una cara de asco
tremenda.
—Es verdad. ¡A tomar por saco, Teo! ¡Y cómo me alegro de todo lo que
está pasando con Nicolás! Y eso que decías que no te veía…
—Creo que tenías razón, siempre me ha visto. Y lo de confundir los
apellidos le pasa con más personas.
—Sabía que no tenía ninguna importancia, y por eso te empujé al
abismo del amor.
Lorena dio otro sorbo a su bebida, suspiró y sin poder dejar de pensar en
Nicolás musitó:
—Y me encanta su energía. Siempre tiene ganas de hacer cosas…
—¡Y no como los otros que no tenían ganas ni de follar! Perdona, pero
tenía que decirlo.
—Qué horror. ¡No quiero ni recordar! —murmuró Lorena.
—No, solo queremos olvidar, pero ¡menudos siesos y menudos
muermos!
—¿Tú has visto cómo baila Nicolás? —inquirió Lorena, que se revolvió
en el asiento encantada de solo recordarlo.
Saraí asintió, abrió mucho los ojos y respondió maravillada también
porque lo suyo era una cosa portentosa:
—Sí, tía, es de los que se folla al aire cuando baila…
Lorena soltó un suspiro que ella encontró de lo más tonto, pero le
importó un bledo y exclamó:
—¡Me lo paso genial con él!
—¿Follando? —preguntó Sarai, risueña.
—Follando y en todas partes. Pero la última noche que estuvimos juntos,
después de hacerlo como salvajes, pasó algo muy especial: me abrazó y me
besó en la frente.
Lorena dejó el cóctel sobre la mesa, se llevó las manos a la cara y gritó
porque aquello era lo máximo:
—¡Nena, un beso en la frente es el pequeño gesto que marca la
diferencia y hacen que salten las alarmas porque esto solo puede ser
amooooooooooooooooooooor!
Lorena se tronchó de risa, se encogió de hombros y le contó a su amiga
para que no soltara aún las campanas al vuelo:
—De momento, no me ha dicho nada. Me pidió que me fuera a Zermatt
con él, pero le pregunté en calidad de qué y respondió con evasivas. Me
recordó que tenemos mucho ganado, porque sé que su helado favorito es el
Calippo de limón y que corta sin remordimientos las cabezas de sus
enemigos… Y ya. Yo esperaba mucho más…
—Mal hecho —aseguró Sarai, colocándose el tirante del vestido
entallado de lúrex negro.
—¿Por?
—Es un hombre de acción. Para él el palique no es tan importante como
los gestos. Y con el polvazo cósmico, el beso en la frente y la invitación a
Zermatt seguramente supuso que ya había hecho su declaración de
intenciones.
—Pues ha supuesto fatal, porque yo no sé bien cuáles son sus
sentimientos hacia mí y…
Lorena no pudo seguir hablando, ya que de repente su teléfono móvil
sonó, miró quien era, sonrió de oreja a oreja y le dijo a su amiga:
—¡Es él! ¡Es una videollamada!
Sarai se frotó las manos, se apartó un poco de ella para no salir en la
cámara y cuchicheó:
—¡Cógelo! ¡A ver qué te dice!
Lorena, nerviosa, se echó la melena a un lado, se pellizcó las mejillas, se
pasó la lengua por los labios y replicó:
—Sobre este tema, seguro que nada. Hemos hablado más veces desde
que se fue a Zermatt y me temo que quiere disfrutar del momento y no
plantearse nada más.
—O sea que crees que te llama a estas horas para que veas cómo se
casca la paja de las buenas noches…
Lorena, muy apurada porque el teléfono llevaba sonando un montón de
tonos y tenía miedo a que se cortara la llamada, repuso:
—Lo que quiero decir es que me ha besado en la frente, pero se niega a
poner nombre a lo que tenemos.
—¡Tranquila, que Nicolás es un tío valiente! Este le va a poner nombre y
apellidos echando leches.
—¡Dios, qué nervios! ¿Estoy bien?
Sarai le colocó un mechón de pelo que tenía fuera de su sitio, asintió y
Lorena atendió la videollamada convencida de que Nicolás no iba a
mencionar ni una sola palabra sobre ese particular, si bien se llevó una
sorpresa cuando descolgó y escuchó decir:
—¡Buenas noches, Lorena! ¡Estás preciosa! ¡El naranja te sienta genial!
—Es un jersey que me ha prestado Sarai y que me he puesto como
vestido.
—Del Primark, ¡siete euros! —le apuntó Sarai por lo bajini para que
presumiera de ganga.
—Le costó siete euros en Primark…
—¡Qué maravilla! Oye, tengo que hablarte de algo muy importante.
¿Dispones de unos minutos?
—Un segundito, por favor….
Lorena se envaró, apartó el teléfono, miró a Sarai angustiada y esta le
preguntó preocupada:
—¿Qué pasa?
—¡Me quiere decir algo muy importante!
—¿Ves? ¡Soy bruja! ¡Me lo olía de lejos!
—Madre mía, pues yo estoy cagada…
—¿Lorena? —preguntó Nicolás que tras fijarse en lo que tenía detrás
añadió—: ¿Estás en una coctelería o algo así?
Lorena se puso otra vez frente a la cámara, sonrió y le dijo con un
temblequeo de piernas tremendo:
—Sí, sí, Nicolás. Estoy aquí en Kapital con Sarai, hemos venido a ver a
su amigo DJ que pincha hoy. Cuéntame…
Lorena se fijó en que Nicolás estaba en un jardín cubierto de nieve, en el
que soplaba tanto el viento que las ramas del árbol de Navidad gigante que
tenía detrás se agitaban con fuerza…
—Estoy en una fiesta en la casa de una amiga de mi madre, me he salido
afuera a hablar contigo y hay una jodida ventisca.
—Pasa adentro —le pidió Lorena, al ver que el pelo se le estaba
cubriendo de copitos de nieve y que le faltaba poco para salir volando.
—Está petado de gente y el único lugar donde podría hablar sería la
biblioteca y no voy a volver a pisarla. No es un lugar seguro. Ya te
contaré…
A Lorena lo de la biblioteca le sonó tan raro que preguntó:
—¿Estás bien?
Nicolás se subió el cuello del jersey de lana grueso, asintió y respondió:
—No voy a estar del todo bien hasta que suelte esto que me quema por
dentro. El motivo de la videollamada es que he estado hablando con mi
madre y no me queda más remedio que asumir mi propia ignorancia.
—¿Tú ignorancia? ¿Sobre qué? —quiso saber Lorena, pestañeando muy
deprisa.
—Sobre los asuntos del corazón. No tengo ni puta idea —reconoció
Nicolás, azotado por la ventisca.
Lorena se puso más nerviosa todavía, se mordió los labios de la ansiedad
y replicó:
—Hay que ser honesto para reconocer que no se sabe algo.
—No me suelo fiar de la gente que habla con seguridad de lo que no
tiene ni zorra. Y yo sobre los temas amorosos la verdad es que lo
desconozco casi todo. Y en mi ignorancia estaba convencido de que hay
cosas que se dan por sentadas, por supuestas, que no hace falta ni decirlas,
pero resulta que mi madre, que es toda una experta en la materia, me ha
dicho que no, que a pesar de que considero que todo es más que evidente, tú
necesitas que yo lo verbalice.
Lorena con el corazón que se le iba a salir por la boca de solo pensar en
que iba verbalizar lo que sentía por ella, masculló llevándose la mano al
pecho:
—Lo necesito.
Nicolás respiró hondo, sintiendo de todo por el cuerpo y, no
precisamente por la fuerte ventisca que estaba a punto de arrancarle del
suelo, afirmó:
—Estoy enamorado de ti.
A Lorena al escuchar aquello por poco no se le cayó el teléfono al suelo
y farfulló:
—Y yo de ti.
Y esta vez al que casi se le cayó el teléfono de la mano fue a Nicolás que
replicó emocionado:
—Joder, Olmedo… ¡Jamás pensé que se podía ser tan feliz en mitad de
una puta ventisca!
Lorena esbozó una sonrisa enorme, esa que le gustaba tanto a Nicolás,
porque cuando sonreía lo hacía con todo, con la boca, con los labios y hasta
con el corazón, y replicó:
—Estoy pilladísima…
Y luego Nicolás escuchó cómo Sarai decía a grito pelado:
—¡Y te lo querías perder!
—¿Sarai? —preguntó Nicolás que a esas alturas de la conversación
estaba cubierto de nieve.
Sarai se levantó, se pegó a Lorena, se asomó a saludar a Nicolás y
exclamó en cuanto le vio:
—¡Tienes hasta las cejas cubiertas de nieve! ¡Nicolás, por Dios, ponte a
salvo! No te nos puedes morir justo cuando por fin mi amiga ha encontrado
un hombre sexy y con ganas de todo.
—Me voy a meter en la casa, no vaya a ser que se me caigan encima las
bolas gigantes del árbol. ¡Nos vemos mañana! —repuso Nicolás,
saludándolas alzando una mano.
—Sí, ¡nos vemos! Que esto tenemos que celebrarlo por todo lo alto —
dijo Sarai levantando su cóctel.
—¡Pasadlo bien, chicas!
—¡Buenas noches, Nicolás! ¡Hasta mañana! —exclamó Lorena,
lanzándole un beso con la mano.
Nicolás le devolvió el beso y le entraron unas ganas infinitas de decirle
algo más, pero decidió que lo mejor era esperar a tenerla en persona…
Capítulo 23
Al día siguiente, Lorena iba de vuelta a su casa del concurso de
rosquillas y mantecados, cuando se percató de que Nicolás venía de
frente…
—¡Nicolás! —le saludó feliz, agitando la bolsa que llevaba con
rosquillas y mantecados.
Luego salió corriendo hacia él, Nicolás hizo lo mismo y cuando al fin se
encontraron se fundieron en un beso espectacular…
—¡Cuánto te he echado de menos! —exclamó Lorena que, enganchada
al cuello de Nicolás, volvió a besarlo con lengua y con todas sus ganas.
—¡Y yo! —musitó Nicolás, en cuanto ese beso terminó.
Y luego volvió a besarla, un beso intenso, profundo y tan especial que
los dejó a los dos estremecidos y con los corazones desbocados:
—Estoy loca por ti —le confesó Lorena, con los labios pegados a los de
él.
Nicolás sintiendo de todo por el cuerpo, la agarró con una mano por el
cuello, le acarició la nuca y pronunció las palabras que le quemaban en la
garganta, clavándole la mirada azul:
—Te amo, Lorena.
Lorena se estremeció entera, y con la mirada perdida en la de él, repuso:
—Y yo te amo a ti…
—Lamento haber dado cosas por supuestas y no haberte dicho antes de
irme a Zermatt que me muero por ti.
Lorena se quedó boquiabierta y replicó porque no esperaba escuchar
nada semejante:
—¿Te mueres por mí?
—Mi madre dice que estoy enamorado hasta las trancas. Y si lo dice mi
madre, debe ser verdad.
—Yo también estoy enamorada total. Y eso que el primer día que te
plantaste en el pueblo le dije a mi abuela que no tendría nada contigo ni
aunque fueras el último hombre en la tierra. ¡He quedado retratada! —
exclamó divertida.
—Yo sabía que eras una persona especial, pero estos días he tenido la
oportunidad de conocerte más y me gustas tantísimo que aquí me tienes:
enamorado perdido.
Lorena le besó en los labios y luego recordó risueña y feliz:
—Yo lo que sabía era que eres un tío insufrible al que no podía ver ni en
pintura.
—Y ponías un batallón de emoticones con el muñeco que vomita verde
cuando hablabas de mí…
—Pero ahora te pongo un batallón del muñeco que tiene corazones en
los ojos —comentó Lorena muerta de risa.
—¡Qué honor! Aunque no sepa que he hecho para merecerlo…
Lorena se mordió los labios y le explicó qué era lo que había hecho que
todo cambiara:
—Yo no tenía ni idea de cómo eras realmente. Y no has dejado de
sorprenderme, y para bien, ni un solo día. Eres inteligente, talentoso,
generoso, cercano, divertido, ocurrente, sexy… Adoro esa capacidad tuya
para arremangarte y hacer lo que se tercie: descolgar la ropa de la cuerda,
arreglar enchufes, tocar la bandurria, plantar tomates… Yo pensaba que no
veías nada, y resulta que me has visto como nadie lo ha hecho. Y encima
besas que lo flipas de bien, por no hablar de que eres el mejor amante que
he tenido jamás. Y me has ayudado a que me focalice, a que me ponga en
mi sitio, a recuperar la confianza y a creer otra vez.
—Tú sí que me has ayudado a mí, al contagiarme con tu luz y con tus
chispas…
—¿Mis chispas?
Nicolás asintió y le confesó, pues estaba absolutamente agradecido con
ella:
—Estás llena de chispas. Y gracias a ti, he logrado librarme de todo lo
que me carcomía por dentro. He podido perdonar a los míos y estar en paz
conmigo mismo.
Lorena sonrió, le besó en los labios y, con los ojos muy brillantes,
replicó:
—Y tú has conseguido que me enamore, y que me enamore como
nunca…
—Me pasa lo mismo. Esto que siento por ti, tan intenso y tan especial, es
nuevo también para mí. Y ahora mismo tenemos que ponerle una etiqueta
porque es importante. Me di cuenta ayer en la biblioteca cuando estaba con
Ingrid…
Lorena arrugó la nariz y preguntó porque Nicolás no le había hablado
nunca de una tal Ingrid:
—¿Ingrid?
—Es la sobrina de la dueña de la casa donde estábamos de fiesta.
Estuvimos charlando un rato, y me contó que había en la biblioteca un libro
muy interesante sobre menaje del hogar. Pero lo que quería realmente no
era enseñarme el libro…
—¿Y qué es lo que quería? —preguntó Lorena, intrigada.
—Entramos en la biblioteca y me besó en los labios.
Lorena se quedó estupefacta y, como si acabaran de pegarle una
bofetada, replicó:
—¿Qué?
—Me quedé petrificado. Me aparté de ella y le dije que no estaba
interesado. Entonces, me preguntó si era gay y le dije que no, y luego que si
estaba soltero, le dije que sí, se arrodilló ante mí y me bajó la cremallera del
pantalón.
Lorena se apartó de Nicolás y, mirándole con una perplejidad tremenda,
inquirió porque aquello no podía estar mutando en una jodida pesadilla. Se
negaba a creerlo. No podía ser…:
—¿Y qué pasó después?
—Me zafé de ella, me subí la cremallera y le dije que había una chica…
Lorena que estaba atacada, soltó el aire que tenía contenido en los
pulmones y preguntó:
—¿Una chica?
—Como no le habíamos puesto una etiqueta a lo nuestro, tuve que decir
una chica. Ella me confesó que le daba lo mismo, que solo quería tener sexo
conmigo y le dije que no podía ser, porque solo puedo follar contigo. Ella se
sorprendió y mirándome con mucho más interés, me dijo que era un hombre
enamorado…
Lorena, que a esas alturas estaba al borde de la hiperventilación con el
relato, exclamó:
—Dios, ¡qué nervios estoy pasando!
—Tranquila que le dije que sí, que era un hombre enamorado y, feliz por
verbalizar por primera vez lo que siento por ti, me largué de allí. Acto
seguido, me fui a hablar con mi madre para decirle que me piraba y fue
entonces cuando conversamos y me aconsejó que dejara de dar las cosas por
sabidas contigo y te declarara mi amor…
Nicolás agarró a Lorena por la cintura, la besó otra vez y ella aún con el
susto en el cuerpo reconoció:
—¡Qué mal lo he pasado con la historia! Me negaba a creer que pudiera
terminar este momento tan bonito en el que nos hemos dicho que nos
amamos, con la confesión de un desliz. No dejaba de repetirme que no
podía ser, pero ¡me han ocurrido tantas cosas!
—¿Desliz? —replicó Nicolás con cara de asco—. Jamás haría nada así.
Las traiciones destruyen la confianza, rompen al otro y causan un trauma
tremendo. Yo te amo, y amar para mí implica renunciar a hacer daño al otro.
—Hay personas que cuando aman piensan que tienen un poder sobre el
otro para hacer lo que quieran.
—Eso no es amor —aseguró Nicolás—. Amar es respetar, cuidar,
proteger, darse… Y en mi caso con absoluta exclusividad sexual. Yo no sé
amar de otra forma.
—Ni yo —musitó Lorena, con la voz tomada por la emoción.
—Entonces, hay que ponerle nombre a lo que tenemos. Y la próxima vez
que me pregunten, si te parece bien, diré que eres mi novia.
Lorena, respirando aliviada, asintió y dijo con una sonrisa enorme:
—Me parece perfecto.
—Siento no haberle puesto ese nombre el día que me preguntaste en
calidad de qué viajarías a Zermatt. No sabía que hay cosas que no se pueden
dar por sobreentendidas…
—Llegué a pensar que querías vivir el momento y no plantearte nada
más.
—Me planteo muchas cosas. Mañana te enterarás…
Lorena con una curiosidad tremenda, le preguntó porque no podía
esperar:
—¡Desembucha!
—Es mejor mañana. Ahora quiero darte esto…
Nicolás le pasó una bolsa de papel, Lorena lo abrió y vio que era una
bufanda de lana de cuadros, con brillitos y en tonos tierra de Pomandère.
Lorena se quedó fascinada con la bufanda que era una preciosidad y le
preguntó:
—¿Y cómo sabes que adoro los cuadros?
—Y los brillos…
—¡Me has comprado la bufanda perfecta! —exclamó Lorena, que se la
enroscó en el cuello entusiasmada—. Pero los Reyes son mañana…
—He visto la bufanda en el aeropuerto y he pensado que podía gustarte.
Para Reyes tienes otros regalos… Pero eso será mañana…
—¿Lo vas a dejar todo para mañana?
—Sí, porque tiene mucho que ver una cosa con la otra —respondió
Nicolás, dejando a Lorena más intrigada todavía.
—Yo he cogido esto para ti —dijo Lorena mostrándole la bolsa con los
mantecados y las rosquillas.
Nicolás metió la mano en la bolsa, cogió un mantecado, lo probó, puso
los ojos en blanco y le preguntó:
—¿Y esta maravilla?
—Es el mantecado ganador. He tenido que pelear duramente para
conseguirlo.
—Ya imagino…
—Y ya verás las rosquillas…
—Vamos a casa y nos las tomamos con el anís de tu abuela…
Lorena le miró y pensó que aquello no podía ser más mágico ni más
inesperado, pero lo que estaba sucediendo era verdad.
Nicolás y ella se amaban.
Y con esa convicción, regresaron de la mano a casa…
Capítulo 24
La mañana de Reyes se entregaron los regalos que habían dejado bajo el
árbol.
La primera en abrirlos fue Afrodisia a la que Baltasar le trajo dos
regalos: uno de parte de Lorena, que eran unas zapatillas para hacer zumba
que se calzó al instante y que le quedaron perfectas.
—¡Con estas zapas lo voy a petar! —exclamó Afrodisia haciendo un
paso de cha cha cha.
Luego abrió el otro regalo y se quedó patidifusa porque era un collar de
pequeños corazones de oro rosa:
—Baltasar se ha equivocado. Esto no puede ser para mí…
—Es para ti —le dijo él.
Afrodisia miró a Nicolás con los ojos llenos de lágrimas y repuso:
—No hacía falta…
—El collar no tiene corazones suficientes para agradecerte lo que has
hecho por mí…
—¡Por favor, Nicolás!
Nicolás se acercó a ella, cogió el collar y le pidió:
—Póntelo…
Nicolás le puso el collar, Afrodisia se miró en el espejo y replicó
maravillada al verse:
—¡Qué preciosura de collar!
—Tú siempre estás esplendorosa, pero con el collar ya es algo que es
insoportable.
Afrodisia se abrazó a Nicolás, le plantó un beso en la mejilla y volvió a
repetirle:
—¡Ay, Nicolás! No tenías por qué… Si yo soy feliz con un collar de
cuentas de plástico del Ale-hop.
—Baltasar lo tendrá en cuenta para el próximo año…
Afrodisia volvió a abrazarlo, le dio las gracias, lo besó, le abrazó de
nuevo y luego se agachó para coger los regalos que había comprado para
ellos.
Lorena abrió primero el suyo y se quedó alucinada al ver que era…
—¡Una pluma estilográfica Parker!
—Para que te dé suerte cuando firmes todas las cosas importantes y
bonitas que te esperan.
Lorena abrazó a su abuela, no pudo evitar que dos lágrimas se le cayeran
por el rostro y musitó:
—Hay muchas abuelas en el mundo, y que me perdonen todas, pero yo
tengo la mejor.
Afrodisia besó a su nieta en la frente, le enjugó las lágrimas con los
dedos y replicó:
—Y yo a la mejor nieta. Y ahora abre tú el tuyo, Nicolás.
Nicolás que se había emocionado al verlas, abrió el paquete y apareció
una foto en un marco de plata de la banda de bandurrias y guitarras del
pueblo y él, tocando el día de la Misa del Gallo…
—¡Qué regalazo! —exclamó Nicolás, que tuvo que hacer un serio
esfuerzo de contención para no emocionarse.
—Es para que siempre recuerdes donde tienes una banda esperándote.
Pero Nicolás no pudo contenerse más, se abrazó a Afrodisia y dos
lagrimones se le deslizaron por el rostro…
—Cómo para olvidarlo. Yo me siento en Villanueva de Santiago como si
estuviera en mi casa.
—Es que es tu casa —aseguró Afrodisia.
—Y siempre voy a estar encantado de volver.
Lorena entonces le pasó su regalo, Nicolás lo abrió y era una mochila…
—¡Y volverás con una mochila nueva!
Nicolás le dio las gracias con un beso en los labios y luego se agachó a
por su regalo que le tendió a Lorena.
Era una caja fucsia de lunares verdes que abrió y lo primero que
encontró fue:
—Un par de entradas para ir a ver a los Arctic Monkeys en… ¿Sídney?
Con sus correspondientes billetes de avión y cinco noches de hotel… ¡Esto
es una pasada! Pero ¿por qué en Sídney, si van a actuar en Madrid?
—Así tienes una excusa para viajar —respondió Nicolás, con una
sonrisa lobuna.
—¿Y tú te vendrás conmigo?
—Si quieres… —contestó Nicolás al tiempo que arqueaba una ceja.
Lorena se llevó las entradas al pecho de la ilusión que le hacía, luego se
colgó del cuello de Nicolás y gritó:
—¡Dios! ¡Claro que quiero!
Lorena le besó en los labios y Nicolás le dijo…
—Me parece que hay más cosas en la caja…
Lorena metió la mano en la caja y sacó lo que creyó que era:
—¡Una tabla de cortar de madera que me viene fenomenal para picar,
trocear, rebanar…!
—¡No es eso! —exclamó Nicolás, muerto de risa.
—¿Y qué es? —preguntó Lorena, desconcertada mirando la tabla.
—Es la primera de las tablas de la cabaña que tendrás en lo alto de los
olivos.
Lorena se quedó mirándole alucinada porque la tabla no le podía hacer
más ilusión y musitó:
—No puede ser…
—Si prefieres que sea una tabla de cortar para la cocina…
—¡Ni de coña! ¡Madre mía! ¡Ya tengo la primera tabla de mi cabaña!
¡Qué ilusión, por favor!
—Y te queda algo más…
Lorena sacó un juego de llaves que había en el fondo de la caja y le
preguntó sintiendo un mariposeo muy fuerte en el estómago:
—Unas llaves…
—Baltasar te ha traído una copia de las llaves de mi casa, que es también
la tuya y adonde puedes venir cuando quieras. Pero tampoco tardes
demasiado. Yo me tengo que ir ya mismo…
Lorena con las llaves en la mano y sobrepasada por tanta emoción
replicó:
—¿Te tienes que marchar ya?
—En un rato. Mañana tengo una reunión a primera hora que no puedo
retrasar. Si quieres, vente conmigo; además te recuerdo que tengo un
departamento comercial que te necesita.
Lorena sintió una especie de vértigo que le hizo decir, aunque lo que
menos le apetecía del mundo era separarse de él:
—Es un poco precipitado irme ahora. Así, de repente…
—Tienes las llaves, ven cuando quieras. Yo voy a estar esperándote… —
habló Nicolás con una cara de enamorado que no podía con ella.
Afrodisia agarró a Nicolás del brazo y le empujó hasta la mesa del
comedor mientras le proponía:
—Vamos a comernos el roscón, que de aquí a que te vayas igual cambia
de opinión…
Pero Lorena después del roscón siguió pensando lo mismo y tras
despedirse de él con un beso que le tenía aún con las rodillas temblorosas,
se quedó con su abuela en el porche viendo cómo Nicolás guardaba la
maleta en el coche…
—¿Tú estás tonta, Lore? —le preguntó su abuela.
—Uf.
—¿De verdad que no te vas a ir con él? —inquirió Afrodisia, frunciendo
el ceño.
—No tengo ni la maleta hecha —murmuró Lorena, arrebujándose en su
abrigo.
—¡Ya ves tú qué problema! Lo que vas a tardar en comprarte cuatro
trapos —repuso Afrodisia, restándole importancia.
—Llevamos tan poco de relación que no creo que nos convenga irnos a
vivir juntos tan pronto.
—Es mucho más conveniente que os separen un montón de kilómetros y
que te abraces cada noche a una almohada fría. ¡Dónde va a parar! —
ironizó Afrodisia.
—Y luego está el asunto del trabajo…
—Para conseguir el trabajo con el que sueñas, solo tienes que subirte a
ese coche.
Nicolás cerró el maletero, se despidió de ellas con la mano, luego les
lanzó un beso y se metió en el coche.
Y Lorena, sintiendo un nudo en la garganta tremendo, farfulló:
—Es una locura, abuela…
Nicolás arrancó y mientras dirigía el coche hacia el portón de salida,
Afrodisia agarró una mandarina pocha del árbol, se la pasó a su nieta y le
dijo:
—Lo es. Y yo te apoyo.
—¿Y para qué me das esto? —preguntó Lorena, que estaba con la
cabeza a punto de explotar.
—Para que la estampes contra el coche y pare, porque tú te vas con él.
¡Venga, lánzala con fuerza!
Lorena cogió la mandarina y en ese justo instante tuvo como un ataque
de lucidez o de locura, quién sabía, y el caso fue que pensó que su abuela
tenía razón, para qué esperar más si todo lo que quería estaba dentro de ese
coche.
Así que arrojó la mandarina que acabó impactando contra el cristal,
Nicolás se detuvo y Lorena se abrazó a su abuela…
—Vendremos pronto o te vienes tú a vernos…
—Perfecto. Pero vete de una vez… ¡Toma!
Afrodisia le pasó la cartera con la documentación, el teléfono móvil, el
cargador y las llaves de la casa de Nicolás, que llevaba guardados en los
bolsillos de su parka y Lorena exclamó:
—¡No me lo puedo creer! ¡Tú sabías que esto iba a pasar!
—Eres fuerte. Y posees un tesoro tan grande dentro de ti que no debes
temer a nada. Así que ¡corre!
Lorena estrechó entre sus brazos a su abuela, luego salió disparada hacia
al coche y en cuanto abrió la puerta del copiloto, le dijo a Nicolás:
—¡Te has dejado algo!
—Si lo dices por la bicicleta, he pensado que lo mejor es que se quede
aquí para cuando venga. Ya me compraré otra para usar a diario…
Lorena se sentó, cerró la puerta y le aclaró con una sonrisa enorme:
—Lo que te has dejado no es la bicicleta…
—¿Y qué es? —inquirió Nicolás, descolocadísimo.
—¡A mí!
Nicolás dio un respingo en el asiento y sin poder dar crédito a lo que
estaba escuchando preguntó:
—¿Te vienes?
—¡Vámonos!
Nicolás la agarró por el cuello, la besó con una felicidad que ni conocía,
luego sacó la cabeza por la ventana y le gritó a Afrodisia:
—¡Te quieroooooooooooooooo!
—¡Y yoooooooooooooooo! —replicó Afrodisia, lanzándoles besos con
la mano.
Y Nicolás, el tío que llegó a ese pueblo en busca de una familia de pega,
se marchó de allí con una familia de verdad…
EPÍLOGO
Cinco años después, Lorena y Nicolás se estaban arreglando cuando
escucharon que algo impactó contra el cristal de la ventana de su
habitación…
—¡Qué susto! ¿Qué es eso? —preguntó Lorena que acababa de salir de
la ducha.
—No lo sé. Y no tengo ni idea ni de la hora qué es…
—Las ocho y treinta siete, minuto arriba, minuto abajo.
Nicolás que estaba ya a medio vestir, abrió un poco la cortina, sonrió y
atestiguó:
—Una mandarina pocha.
Lorena miró el pedazo de cuerpo de su marido, suspiró y replicó:
—¡Son ellos!
Nicolás se terminó de vestir, abrió la ventana y Afrodisia les gritó:
—¿A qué hora tenéis pensado bajar del árbol?
—Se nos han pegado un poco las sábanas…
—¡Venga, daros prisa que los Reyes hace muchísimo que han llegado y
Lucas está deseando abrir sus regalos!
Y tras decir esto, Lucas, un niño de tres años, que era idéntico a su
madre, lanzó una mandarina con la ayuda de su bisabuela que impactó
contra la fachada de la cabaña de madera que estaba construida sobre los
olivos del huerto de la casa.
—¡He pillado el mensaje, Lucas! Enseguida bajamos…
Nicolás cerró la ventana y le dijo a Lorena, tras darle un beso en el
cuello:
—Lucas está de los nervios…
—Pobrecito, anoche no quiso quedarse a dormir en la cabaña porque
dice que los camellos nos trepan a los árboles.
—Debe llevar despierto desde hace un montón…
—Yo también estoy nerviosa… —reconoció Lorena, mordiéndose los
labios.
—Y yo.
—Es uno de los días que más disfruto de la Navidad…
—Y yo desde el regalazo que me hizo Baltasar hace cinco años, y al que
siempre estaré agradecido.
—La mochila es que ha salido buenísima. Está como el primer día…
—Tú sí que me has salido buena —replicó Nicolás, que la agarró por la
cintura y la besó en los labios.
—¿Yo? —replicó Lorena, rodeándole el cuello con las manos.
—Y me has hecho mucho mejor a mí, y a mi negocio también porque
tengo la mejor directora comercial del mundo.
—Compartir lo que tengo contigo es lo mejor que me ha pasado en la
vida —aseguró Lorena, con esa sonrisa preciosa que tanto le gustaba a
Nicolás.
—Le echaste mucho valor para irte a vivir conmigo, cuando apenas
estábamos empezando con la relación.
—¡Y con el currículum amoroso que tenía!
—Eres muy valiente.
—Contigo fue diferente a todo lo que había vivido antes. Sentí una
atracción brutal, como jamás he conocido. Y mi intención nunca fue
salvarte para negar mis propias necesidades, para no tener que arreglar lo
mío, ni en ningún momento dejé de ser yo. Al revés, me enfoqué por fin y
contigo siempre he sido yo misma…
—Lo que nos pasó fue algo inesperado, un milagro que me descuadró
por completo —habló Nicolás, recordando aquellos días.
—Fue increíble y muy bonito descubrir que mi jefe, al que creía que
odiaba con todo mi ser, vibraba como yo. Que los dos teníamos un montón
de cosas que ofrecernos. Pero con todo, necesité el empujón final de mi
abuela y no me arrepiento de la decisión que tomé hace cinco años.
—Yo ese día sentí que tenía una familia. Y en cuanto entraste en el
coche, tuve la certeza de que tú y yo acabaríamos formando la nuestra
propia. Que eras esa persona que esperaba y que habías llegado justo en el
momento adecuado…
—Y nos casamos un año después… —dijo Lorena, rememorando ese
día que fue uno de los más felices de su vida.
—Aquí, en nuestro pueblo, rodeados de los que nos quieren y con mi
madre asombrada de que todo fuera tan rústico, tan Paco Martínez Soria.
—Creo que al final va a cambiar Zermatt por esto.
—Deja, deja, que ella está muy bien allí. Y nosotros aquí donde hemos
cumplido nuestro sueño de tener una casa en los árboles y sentirnos como
cabras trepadoras.
—¡Y encima hemos tenido la suerte de que a nuestro hijo también le
encante!
—¡Menudo es! Y vamos a darnos prisa, que este es como tú y ya domina
el arte del mandarinazo…
Los dos se echaron a reír y se besaron con la convicción de que el amor
un día los encontró para quedarse con ellos para siempre…
AGRADECIMIENTOS
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