Fabrizio recibe una llamada de Bianca diciéndole que está embarazada y que cree que el bebé es suyo. Ella dice que no espera que se involucre, pero él quiere reunirse para discutirlo. Acuerdan verse en Milán en tres días. Fabrizio habla con su hermano gemelo Mattia, un abogado, para entender mejor sus derechos antes de la reunión.
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Fabrizio recibe una llamada de Bianca diciéndole que está embarazada y que cree que el bebé es suyo. Ella dice que no espera que se involucre, pero él quiere reunirse para discutirlo. Acuerdan verse en Milán en tres días. Fabrizio habla con su hermano gemelo Mattia, un abogado, para entender mejor sus derechos antes de la reunión.
Fabrizio recibe una llamada de Bianca diciéndole que está embarazada y que cree que el bebé es suyo. Ella dice que no espera que se involucre, pero él quiere reunirse para discutirlo. Acuerdan verse en Milán en tres días. Fabrizio habla con su hermano gemelo Mattia, un abogado, para entender mejor sus derechos antes de la reunión.
Fabrizio recibe una llamada de Bianca diciéndole que está embarazada y que cree que el bebé es suyo. Ella dice que no espera que se involucre, pero él quiere reunirse para discutirlo. Acuerdan verse en Milán en tres días. Fabrizio habla con su hermano gemelo Mattia, un abogado, para entender mejor sus derechos antes de la reunión.
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FABRIZIO Tercer libro de la Serie Amore
EMMA MADDEN
El amor es la más fuerte de las pasiones, porque ataca al mismo tiempo a la
cabeza, al cuerpo y al corazón. (Voltaire)
El esmoquin le quedaba un poco holgado, a pesar de que creía haber
recuperado peso. Retrocedió unos pasos y se miró de lejos. A cierta distancia no se notaba nada, sin embargo, era una lástima que no le quedara perfecto, porque hacérselo a medida le había costado una pequeña fortuna. Se cerró la chaqueta, se acercó al espejo otra vez para estirar el cuello de la camisa y la pajarita, y pensó que se le había olvidado llevar su colonia. Hizo amago de ir a pedirle un poco a su hermano Mattia, que usaba la misma marca, pero se arrepintió de inmediato porque él estaba en su habitación y con su novia, y no era cuestión de ir allí e importunarlos. Regresó al cuarto de baño para echarse un poco más de aftershave, que para el caso era lo mismo, y concluyó que en realidad iban a pasar la velada en familia y no hacía falta acicalarse tanto, aunque a una mente brillante se le hubiese ocurrido que fueran todos con esmoquin para celebrar los cincuenta años de matrimonio de sus padres. Por supuesto, quería agasajar a sus padres, que no solo eran los mejores padres del mundo, sino también la pareja más unida y mejor avenida que conocía; por descontado quería regalarles un fin de semana especial e inolvidable en Venecia, donde habían pasado su luna de miel, pero una cosa era eso y otra muy diferente era obligarlos a ir vestidos como pingüinos porque a la organizadora del evento le pareciera chic y divertido. El problema residía precisamente allí, en la organizadora. ¿Quién pagaba una coordinadora de eventos para hacer una cena de aniversario?, ¿quién?, pues sus hermanos mayores, especialmente Franco y Marco, que se habían convertido en unos pijos recalcitrantes que no movían ni un solo dedo si podían pagar a alguien que les solucionara lo que la gente normal hacía con sus propias manos. Ellos eran así y encima estaban forrados, y no es que a los demás hermanos les fuera mal, porque afortunadamente a todos les iba muy bien en sus respectivos trabajos, pero eso no era excusa para dejar en manos de otros algo tan sencillo como la fiesta de aniversario de sus padres. Al menos él lo pensaba así. Claro que sus cuatro hermanos pensaban de él que era un poco tacaño y que por eso rechazaba la idea de la dichosa event manager. Siendo sincero, en parte no les faltaba razón, porque era muy cuidadoso con el dinero, seguramente porque era economista de profesión y trabajaba en finanzas y sabía darle el valor correspondiente a cada euro, o porque desde muy pequeño había sabido ahorrar y no malgastar lo poco o lo mucho que tuviera. Sin embargo, eso no significaba que fuera un agarrado y mucho menos un tacaño. Solamente era prudente y dijeran lo que dijeran los demás tenía razón y gastarse una pasta gansa en una organizadora de eventos para todo, incluso para una simple cena familiar en un hotel de Venecia, era un derroche innecesario y absurdo. Fin de la historia. Salió del baño mirando la hora y calculando que podría quedar con sus amigos en el Harry’s Bar antes de las once de la noche si todo iba según lo previsto, y sacó el móvil para llamar a su amiga Andrea, una neoyorkina estupenda, una colega de su empresa que estaba en Venecia con un grupo muy majo de los Estados Unidos a los que había prometido enseñar la noche veneciana. Hizo amago de buscar su número en la agenda, pero el móvil le empezó a vibrar y al ver que lo llamaba nada menos que Bianca Sanpaolo, se olvidó instantáneamente de Andrea y los americanos y le respondió de inmediato. —Ciao, bellísima. —Hola, Fabri, ¿qué tal estás? —Muy bien, gracias ¿y tú? —Bien, me contaron lo de tu accidente de coche, pero no te pude llamar porque estaba en Jordania y… —¿No hay teléfonos en Jordania? —Muy gracioso. ¿Puedes hablar o estás trabajando? —Puedo hablar, aunque estoy a punto de cenar con mi familia. —¿En Nueva York? —No, volví hace mes y medio a Milán y para quedarme. —¿En serio?, ¿por qué? —Porque ya acabó mi intercambio y además mi hermano se puso enfermo, yo tuve el accidente, en fin, todo se conjuró para que volviera a casa y encantado, porque tenía muchas ganas de volver a Italia. —¿Tu hermano?, ¿qué hermano? —Mattia. Sufrió otro síncope, se libró de un infarto de milagro gracias a su novia, que estaba con él y le practicó una RCP. Afortunadamente es médica y… en fin… que ahora está genial, gracias a Dios. Ya te contaré todo lo que ha pasado. ¿Dónde estás? —En Roma. —Ok, ¿cuándo nos vemos? —No, espera un momento, Fabrizio, no te llamo para quedar, no he cambiado de opinión desde la última vez que nos vimos. —Vale. Tú dirás. —Mmm… mira… no sé ni cómo decirte esto, pero… —¿Qué pasa?, ¿estás bien? —Estoy bien, muy bien, pero… ¿estás sentado? —¿Qué? —Estoy embarazada y creo que es tuyo, te lo digo antes de que lo preguntes, porque estás en todo tu derecho de preguntar. Quiero que sepas que no pretendo que te impliques, ni te sientas responsable, todo lo contario, pero será mi segundo hijo y bueno… el problema es que soy 0RH negativo y… Ella siguió parloteando, pero él ya no oyó nada más. Solo podía oír ruido y la frase “estoy embarazada” retumbándole en la cabeza, en el corazón y en todo el cuerpo. La frase más temida por un tío soltero, sin compromiso ni necesidad de tenerlo, y para quién el uso de profilácticos era sagrado. O sea, para alguien como él. Efectivamente, necesitó sentarse y se desplomó en la cama oyendo cómo Bianca hablaba del RH negativo y de las consecuencias que podían tener ella o el bebé si el niño era positivo, pero que no había de qué preocuparse, porque los médicos tenían muy controlado el tema y… —¿Fabrizio? —preguntó de repente y él reaccionó. —¿Qué? —Siento soltártelo así, pero he estado con mi ginecóloga y me ha dicho que necesitaba hablarlo contigo. ¿Conoces tu RH? —¿Estás embarazada y solo me hablas de mi grupo sanguíneo? —Lo siento, saberlo es la prioridad ahora mismo. —¿Tú crees?. No me jodas, Bianca. —Mira, yo… —Primero: no dudo que sea mío, jamás cuestionaría tu palabra. Segundo: no puedes soltarle a alguien como yo que va a ser padre, pero que no se preocupe ni se sienta responsable. —Tú y yo no somos pareja, nuestra historia ha sido intermitente y volátil. Jamás te involucraría en mi embarazo ni con mi hijo. Tú no quieres ni compromisos ni ataduras, me lo has dicho mil veces, doy por hecho que mucho menos quieres bebés que no has programado, así que piénsalo bien y verás que te estoy haciendo un favor. —¿Un favor? —Vale, no quiero discutir contigo, solo quería saber tu grupo sanguíneo, igual debí decirte que necesitaba un trasplante y punto. —Hostia puta —Gruñó indignado, porque parecía que se estaba divirtiendo a su costa y ella respiró hondo. —Vale, ya es tarde para lamentaciones en el más amplio sentido de la palabra, Fabrizio. ¿Podrías contestar a mi pregunta? —Necesitamos vernos y hablar sobre esto largo y tendido, Bianca. Mañana o cuando quieras voy a Roma y lo discutimos cara a cara. —Joder… —ella resopló en el teléfono y guardó silencio unos segundos—. Ok, no es mi intención tratar nada contigo, pero está bien. ¿Qué tal el martes en Milán?, tengo que ir a una reunión, pero estaré libre a la hora de comer. —Me parece bien, reservaré mesa en un sitio del centro. Te mandaré la localización. —Perfecto y siento que… lo siento de veras, no quería decírtelo así, pero… —¿De cuánto tiempo estás? —Doce semanas, me quedé embarazada la última vez que nos vimos en Nueva York. —Y ¿te encuentras bien? —Muy bien, gracias. Las molestias normales, pero ya empiezan a remitir y estoy muy bien, mejor que nunca. —Me alegro. —Gracias, muchas gracias. Tengo que colgar, te veo el martes. —Bianca… —¿Qué? —También soy RH negativo, supongo que no hay de qué preocuparse. —Genial, me acabas de quitar un peso de encima. —Sí, pero, aún así, te veo el martes en Milán. Adiós. Le colgó muy enfadado o conmocionado, no lo podía determinar muy bien, porque no sabía qué le dolía más, si saber que iba a tener un hijo no programado con una persona que no era ni su pareja o que ella diera por hecho que a él no le interesaba involucrarse y que le hacía un favor dejándolo fuera de la ecuación. Ambas opciones eran preocupantes y tuvo que correr al cuarto de baño, porque de repente se sintió fatal y tuvo que vomitar. Se dobló sobre la taza devolviendo hasta la primera papilla y luego se lavó la cara pensando en su hijo o hija, su futuro bebé, que iba a llegar al mundo sin su padre al lado a menos que hiciera algo por evitarlo. Salió nuevamente a la suite y llamó a Mattia, que no solo era su gemelo, su mejor amigo y su paño de lágrimas, sino que también era abogado de familia y podía saber exactamente a qué se enfrentaba, porque pretendía llegar a la comida con Bianca, dentro de tres días en Milán, conociendo todos sus derechos y preparado para lo que hiciera falta. 1
—¿Qué tipo de relación tienes con ella? Le había preguntado Franco, su hermano mayor, entornando los ojos claros, y él no había sabido cómo definir el tipo de relación que había tenido o seguía teniendo con Bianca Sanpaolo, una mujer increíblemente interesante a la que había conocido en el JFK de Nueva York, con la que había compartido un vuelo alucinante, y con la que había estado entrando y saliendo del dormitorio durante un año entero. No se podía definir en términos convencionales lo suyo con Bianca, le había intentado explicar a Franco y a todos sus hermanos, porque en cuanto había soltado la bomba de su futura paternidad, los cuatro habían reaccionado de la misma manera, es decir, convocando un cónclave de urgencia para analizar el tema e intentar determinar qué pensaba hacer al respecto. Los que ya eran padres, como Franco, Luca y Marco, no habían dudado en conminarlo a que no se retirara y se involucrara desde ya con su futuro hijo o se iba a arrepentir el resto de su vida. Mattia por su parte, que acababa de enterarse también de que su prometida estaba embarazada, le dijo más o menos lo mismo, aunque también le dijo que debía respetar la decisión de la madre. La “madre”, una mujer con la que había mantenido unos encuentros increíbles en la cama, muchas risas y también algún desencuentro, pero de la que no sabía prácticamente nada. Solo sabía que vivía en Roma, que era directora ejecutiva de una conocida cadena de hoteles, que estaba separada y tenía un niño de seis años que se llamaba Tobías, como su padre. Por no saber, no sabía ni su edad exacta y le había tocado googlearla para comprobar que acababa de cumplir los treinta y nueve años. También sabía que era inteligente, fuerte e independiente, muy guapa, apasionada, intensa, muy sensual y sexy, muy sexy, tanto, que lo había mantenido interesado y entregado casi un año entero. Todo un récord para un tipo como él, que no sabía mantener el interés por una chica mucho más a allá de los dos o tres meses de relación. Contra todo pronóstico, Bianca Sanpaolo había roto esa tendencia e incluso durante una corta temporada se había planteado la peligrosa disyuntiva de tener algo más estable y exclusivo con ella. Una utopía que le había durado poco, ya que antes siquiera de desarrollar la propuesta, ella había cortado tajantemente con él hacía tres meses en un hotel de Manhattan. —Fabrizio, siento el retraso, pero me han entretenido hasta el último minuto. Bianca Sanpaolo, resplandeciente vestida de blanco, apareció en el restaurante donde habían quedado y se acercó a su mesa sacándose la chaqueta y dejando el bolso y sus cosas en una silla libre. Se sentó frente a él y le clavó los ojos verdes. —¿Qué tal?, ¿no has pedido nada para picar? —No, acabo de llegar —Se incorporó, se acercó a ella y la besó en la mejilla—, me alegro mucho de verte. Estás guapísima. —Tú también —Le sonrió llamando al camarero y él sin querer deslizó los ojos hacia su abdomen liso—. No busques pistas, Fabrizio, estoy de tres meses y hasta los cinco no se suele notar. ¿Te importa que pida la comida ya?, quiero ir pronto en el aeropuerto. —No me importa, aunque espero que tengas tiempo para charlar tranquilos. —Sí, cojo un vuelto a las seis. ¿Qué tal todo?, ¿cómo está Mattia? —Muy bien, gracias, muy recuperado. Se ha implantado un desfibrilador automático y eso en teoría mantendrá a raya las taquicardias malignas y el peligro de infartos. —Guau, no sabía que eso existiera. —Nosotros sí, pero él no quería ni oír hablar del tema hasta su último síncope, y hasta que su chica lo convenció, claro. —Me alegro de que esté bien, ¿va muy en serio con su chica? —Se van a casar en marzo, pero no he venido para hablar de Mattia, Bianca. —Vale, muy bien, solo quería ser cortés, sé lo que tu hermano significa para ti. —Gracias, pero prefiero hablar de nosotros y de nuestro bebé, si no te importa. Desde el sábado no puedo pensar en otra cosa. —Lo sé, me lo imagino y no sabes cuánto siento haberte pillado a traición, pero es que no tuve más alternativa. El viernes había estado en la ginecóloga y ella había insistido muchísimo en el tema del RH y… bueno… me empecé a volver loca y opté por llamarte. Lo siento. —¿Si no hubiese sido por el RH me lo hubieses contado alguna vez? — Entornó los ojos y ella se encogió de hombros. —Sinceramente, no lo sé. —¿No lo sabes? —No. —¿Por qué? —¿Por qué?, porque tú eres un tío al que conocí en un avión y con el que me estuve acostando de manera esporádica durante un año, nada más. ¿Cómo querías que estuviera segura de querer contarte que me habías dejado embarazada?... además… a decir verdad, aún no tengo muy claro que tú seas el padre. Lo miró de frente, muy firme, y él sintió un jarro de agua fría cayéndole encima, carraspeó y se sujetó al borde de la mesa. —¿Disculpa? —No soy ninguna santa, tú tampoco, tal vez por eso congeniábamos tan bien. —Ya, pero… —Me acostaba con Tobías mientras me veía contigo, te dije que estábamos intentando recuperar nuestro matrimonio, por eso rompí lo nuestro. —¿O sea que el bebé puede ser de tu ex, pero me llamas a mí y me pones el mundo patas arriba así, sin ninguna seguridad? —Hasta las quince o dieciséis semanas de gestación no puedo hacerme una Amniocentesis y la consabida prueba de paternidad y hasta entonces… pues… necesitaba conocer tu RH. Lo siento, pero me entró el pánico, no es mi primer embarazo, ya tuve un aborto después de Tobby y… —Madre mía. No hagamos un drama de todo esto, por favor, Fabrizio. —¿Un drama? —Sé que te has tirado a medio Manhattan, a parte de Europa y a todo Milán, cariño, imagino que esto no te pilla de nuevas, así que, por favor, un poquito de tranquilidad. Él parpadeó muy desconcertado y ella estiró la mano por encima de la mesa y cogió la suya, se la acarició y le sonrió intentando parecer conciliadora. —Fabrizio… —No me conoces en absoluto, Bianca. Es la primera vez que me pasa algo así, ¿sabes? —Ok, lo siento. Le guiñó un ojo, pidió la comida y una botella de agua, y luego retomó la charla cogiendo un Grisín de la mesa para mordisquearlo tan tranquila. —Esto es muy inesperado, soy consciente, para mí también lo es, imagínate, pero desde el minuto supe que quería tenerlo. Tengo treinta y nueve años, tal vez esta es mi última oportunidad para volver a ser madre, Fabri, ya no soy ninguna niña, así que no puedo estar más encantada. —Muy bien, pero… —Lo que necesito que tengas claro es que, si es tuyo, no tienes que involucrarte en esto, ni pretender ejercer de padre amantísimo —lo interrumpió—. Sé que eres un caballero, siempre lo has sido conmigo a pesar de la naturaleza de nuestra relación, e intuyo que te estás sintiendo obligado a intervenir y actuar con honor o como “corresponde”, pero pase lo que pase NO tendrás que hacer nada de eso, al contrario, me harías un favor si respetaras mi espacio y el de Tobías. —No puedes pretender que mire para otro lado. Tampoco se trata de caballerosidad ni de deber, se trata de que si voy a ser padre no podré dar la espalda a algo así. —Hasta hace tres días te repelía la idea de tener hijos. Lo sé, fue lo primero que me dijiste cuando nos conocimos, ¿recuerdas? Había una pareja con niños en Primera Clase y me confesaste que odiabas a la mayoría de los niños, que apenas tolerabas a tus sobrinos y que pensabas promover una ley que prohibiera realizar viajes transatlánticos con bebés o con niños menores de doce años. —Obviamente las circunstancias han cambiado. —No, no han cambiado, tú sigues siendo la misma persona, lo único que ha cambiado es que puede que hayas dejado embarazada a una de tus conquistas y estás en estado de shock. —Gracias por el análisis, pero resumiendo: ¿cuándo podemos hacer las pruebas de paternidad? —Te he dicho que a partir de las quince o dieciséis semanas. —Ok, las haremos. —Ya decidiré yo sobre eso, gracias. —No digo lo contrario, pero no olvides que tú me has llamado para compartir conmigo la buena nueva y meterme de cabeza en este proceso. Llevo tres días sin pegar ojo y dándole vueltas al tema, vengo aquí y ahora me dices que el padre puede ser tu ex, creo que tengo derecho a solicitar una prueba de paternidad y cuanto antes mucho mejor. —Tomo nota —Masculló concentrándose en su ensalada. —¿Qué opina Tobías? —No creo que sea asunto tuyo. —Todo esto es realmente frustrante, Bianca, ¿no te has parado a pensar ni por un segundo en qué situación me estás dejando? —Es igual… —Levantó una mano para hacerlo callar—. Me caes genial y me llegaste a gustar muchísimo, pero hay unos límites que no pienso cruzar y esos son los referentes a mi intimidad y a mi vida personal. Siento si te he puesto la vida patas arriba y si he removido tu perfecto universo con mi “buena nueva”, pero necesité hacerlo, era una prioridad médica, espero que lo entiendas. Aparte de eso no tengo ningún interés en intimar contigo o contarte mis historias, no obstante, tienes razón, haremos las pruebas de paternidad en cuando mi ginecóloga autorice la Amniocentesis. ¿Contento? Terminó de comer y dejó los cubiertos con toda tranquilidad sobre el plato, él pegó la espalda al respaldo de la silla y observó con desconcierto cómo se ponía de pie recogiendo sus cosas. —No he venido para pelearme contigo, Fabrizio, solo he venido para dejar patente que no hay espacio para ti en mi vida ni en la de mi familia. Espero que lo comprendas y no me compliques las cosas. —Tú me metiste de lleno en esto, sea por el motivo que sea, tú me llamaste y automáticamente me involucraste. Ahora no puedes pretender que haga la vista gorda y siga con mi vida como si no pasara nada. —Eso ya lo has dicho. —Lo repito para que quede claro. —Genial, me voy. —Espera un momento, pago la cuenta y te llevo al aeropuerto. —No hace falta, vienen a recogerme. Muchas gracias. —Bianca… —Adiós, guapísimo. Le sonrió, le tiró un beso y giró hacia la puerta sin más, dejándolo allí desorientado y hecho polvo, sin entender nada, porque no podía comprender ni la actitud de ella, ni la de su marido, ni su papel como invitado a la trama, ni qué diantres acababa de pasar, y aquello lo superaba por todos los flancos. 2
—¡Valeria! —¿Eh? Apartó los ojos del ordenador y miró con el ceño fruncido a Darío, su ayudante, que estaba moviendo los brazos como si se acabara de declarar un incendio. Se sacó las gafas y lo observó atenta hasta que él bajó el tono, se acercó a su mesa y le señaló el reloj con el dedo. —La reunión con los jefazos, no quiero que llegues tarde. —No llego tarde, tengo una alarma programada. —Yo soy tu alarma programada, señorita Tarenzi, así que, si me haces el favor, levántate, péinate un poco, tómate un café y luego te vas a la sala de reuniones donde ya está llegando todo el mundo. Hoy nos ascienden. —Ay, madre, qué emoción. Cerró los dos ordenadores, se puso de pie y se observó en el reflejo de la ventana. Iba con falda y tacones, que ya era bastante formalidad, y el pelo recogido, se podía dar por satisfecha. Cogió uno de los ordenadores y miró otra vez a Darío, que sí iba vestido de punta en blanco, como siempre. —¿Qué? —Estás muy guapa porque te viene de fábrica, querida, pero yo me pasaría por el tocador para refrescarme un poco, maquillarme o ponerme brillo en los labios. Estarán todos los jefazos y las jefazas presentes. —Me trae sin cuidado, soy gestora de fondos, seguro que les importa un pimiento mi outfit de oficina. —Valeria… —Vale, me voy a peinar un poco mejor, pero nada más. —Muy bien, tienes cinco minutos. —Qué pesado. Masculló, saliendo al pasillo de la elegante sede de la Plataforma de Inversión Milano S.A. Una gestora de fondos, tal vez la más solvente de Italia, que ocupaba las dos últimas plantas de un señorial edificio en el famoso barrio de Brera, en el corazón de Milán, donde llevaba trabajando cinco años y dónde esa mañana, si todo salía según lo previsto, iba a ganarse el primer ascenso realmente importante y trascendente de su carrera. Entró en el cuarto de baño e intentó arreglarse un poco, aunque ella se veía bastante ordenada y aceptable con una blusa blanca y una falda negra, sus tacones y sus diminutos, pero preciosos pendientes de brillantes. Esos pendientes que eran lo único verdaderamente valioso que tenía porque habían pertenecido a su madre. Se lavó las manos, se sujetó mejor el moño en la nuca, se sacó las gafas y por un segundo pensó en ponerse las lentillas, pero finalmente desechó la idea y optó por sus gafas de pasta negra que combinaban muy bien con su look y que solían darle mucha seguridad, ya que, aunque muy poca gente lo supiera, en realidad era muy tímida y un poquito insegura, sobre todo si le tocaba enfrentarse a una reunión conjunta entre los cargos medios y altos de la empresa, entre los que se encontraba desde hacía un año. Estudiante galardonada de la Bocconi University de Milán, se había graduado en Economía y Finanzas a los veintidós años, tras lo cual su padre la había presionado para que estudiara en Inglaterra. No quería, porque ya había hecho un curso de Erasmus en Manchester y había tenido más que suficiente, pero al final una beca y las presiones de los profesores y de su propia familia la habían hecho claudicar y la habían empujado a sacarse un Máster en Gestión de Fondos en la London Business School. Una escuela de negocios inmejorable que le había regalado dos años de estudio increíbles en Inglaterra y su primer trabajo como analista y gestora financiera en un fondo de inversión privado, donde había aprendido muchísimo y donde se había fogueado lo suficiente como para conseguir volver a Italia cuatro años después con un buen puesto de trabajo en la Plataforma de Inversión Milano S.A. Un sueño hecho realidad. Era consciente de que muchos de sus compañeros la habían recibido con bastante desconfianza al principio, nada más volver a Milán, sin embargo, con el paso de los años (cinco ya), había logrado demostrar su valía, su capacidad de trabajo y de liderazgo, y había ido escalando posiciones poquito a poco hasta llegar a dirigir, hacía doce meses, un equipo propio dentro del departamento de Equivalentes de Efectivo. Departamento que esa mañana le iban a confiar en su totalidad gracias a la marcha de Piero Lombardi, el actual director y su mentor, que había pedido una excedencia indefinida para dar clases en la universidad. Era la oportunidad que llevaba esperando mucho tiempo y todo apuntaba a que el nombramiento estaba en su mano, no obstante, era incapaz de creérselo porque nadie se lo había querido confirmar en privado, por lo tanto, le iba a tocar enterarse del ascenso como los demás, en la sala de reuniones, donde a esas horas ya estaba todo el mundo tomando café. Salió del cuarto de baño, cogió el portátil, el móvil, su libreta y un bolígrafo de manos de Darío, que la estaba esperando en la puerta, se despidió de él y corrió hasta la segunda planta, la zona noble, para entrar en la inmensa sala de reuniones donde los peces gordos estaban sentados en un extremo de la mesa mientras ellos, los de medio pelo, se quedaban más cerca de la puerta y sin abrir la boca. Se desplomó en su sitio saludando a sus colegas, levantó la cabeza y se le alegró el día de inmediato porque ahí estaba él, el maravilloso, irrepetible, brillante y guapísimo Fabrizio Santoro, una de las estrellas de la firma. Un senior de los grandes fondos de inversión que había regresado de Nueva York hacía cuatro meses, tras cuatro años viviendo allí, y del que llevaba enamorada platónicamente desde la primera vez que lo había visto. Sin querer sonrió, porque era una delicia y un placer admirarlo, ahí tan morenazo, y tan guapo con traje y corbata, el pelo perfectamente “despeinado”, porque lo tenía rizado y un pelín largo, todo muy estudiado; la barba de tres días y sus pestañas largas, y la altura, porque era muy alto y con una percha estupenda. Alguna vez lo habían visto volver del gimnasio en camiseta sin mangas o jugar al futbol sala con los compañeros, y se habían quedado con la boca abierta, porque encima tenía cuerpazo y bíceps, y vello moreno en el pecho y los antebrazos. Un Adonis, vamos. En su departamento lo habían votado cinco años seguidos como el ejecutivo más guapo de la empresa y del gremio, aunque a él no le habían dicho nada porque tenía fama de serio y muy correcto en el trabajo, sin embargo, Darío había diseñado un salvapantalla con fotos suyas para conmemorar su título y alegrarles la vista. Una idea de la que el bellissimo Fabrizio Santoro no sabía nada, claro, porque él no pisaba nunca la planta baja y mucho menos visitaba un departamentito discreto y aburrido como el suyo. —Gracias a Dios que ha vuelto —Le susurró su compañera Gina en el oído y ella dejo de mirar a Santoro y le sonrió. —Ya te digo. —Todo es mejor desde que podemos verlo y olerlo —susurró— ¿Has olido su perfume nuevo?, es la leche. Astrid le preguntó el otro día en el ascensor cómo se llamaba. —¿Y qué le dijo? —Que no lo recordaba, que lo compraba su hermano a granel. —Nah, de eso nada, ¿a granel?, vamos, ni que fuera mi abuela. ¿Lo has visto? —Hizo un gesto con la cabeza hacia él—. Ese se ocupa al milímetro de todo lo referente a su aspecto. Tiene una genética envidiable, pero lo demás es pura atención y disciplina. —Estoy de acuerdo. —Madre mía, es que es… Lo escrutó una vez más suspirando, pensando en lo que pensaba siempre, es decir, en quién sería la afortunada que ocupaba su corazón o se lo llevaba a la cama, y se acordó de Mau, su hermano mellizo, que estaba en Roma trabajando. Levantó discretamente el teléfono y le hizo una foto a traición a Fabrizio Santoro, que en ese momento se había puesto de pie para charlar con el director de operaciones. La mano en la cadera apartándose la chaqueta, las piernas separadas, la intensidad de la mirada y esa forma de gesticular tan milanesa que tenía y que lo hacía irresistible. —Sinceramente, no sé qué le veis —dijo alguien a su lado y ella la miró frunciendo el ceño—. Hay cien como ese ahora mismo cruzando la Plaza del Duomo. —¿En serio?, pues vamos a buscarlos —Soltó Gina abriendo su portátil. —Donde esté un Alexander Skarsgård o un Charlie Hunamm, que se aparte todo lo demás. —Bueno, que a ti te vayan los rubios, Gigliola, no significa que el señor Santoro no esté como un queso. —No, si feo no es y tiene un polvazo, solo digo que no es para tanto. Italia está repleta de Fabrizios Santoro. —Ojalá… —Además, agua que no has de beber déjala correr. Es un primera división, no sabe ni que existís. —No aspiramos a salir con él, solo lo admiramos como la obra de arte que es. —Estáis flipadas, compañeras. —Ya lo puedes jurar. Farfulló Gina. Valeria sonrió y no dijo nada, solo se limitó a enviar la foto del bellissimo Fabrizio a su hermano para que se riera un poco y de paso a Darío para que la incluyera en su salvapantallas. —Buenos días, colegas. Habló el gerente general y todo el mundo guardó silencio para prestarle atención. Ella dejó su teléfono y observó cómo Santoro no miraba a nadie y se concentraba en la mesa con la cabeza gacha y cara de preocupación. Se preguntó si no habría pasado algo grave en la Bolsa que aún no les habían informado y sin querer se movió un poco nerviosa en la silla. —Bueno, antes de iniciar la reunión vamos a zanjar primero un asunto pendiente, el del nombramiento del nuevo responsable del Departamento de Equivalente de Efectivo en ausencia de Piero. Hemos estudiado todas las opciones y tenido en cuenta sus propias recomendaciones, pero finalmente hemos optado por un compañero de Roma que acaba de casarse con una milanesa y que afortunadamente se viene a vivir a Milán: Raffaele Moroni. Un aplauso para él. Valeria oyó el discursito como de lejos y luego los aplausos, y sintió como Gina soltaba una carcajada, pero no se movió, ni aplaudió, no por mal educada, sino porque no fue capaz ni de reaccionar en condiciones. Levantó la vista y observó a ese tío trajeado de unos cuarenta años que llegaba directamente al puesto de sus sueños, por el que había trabajado tantísimo, por la puerta grande, y tragó saliva con ganas de vomitar. —Raffaele llevaba Propiedades en Roma, no conoce nuestro departamento de Equivalentes de Efectivo, pero estoy seguro de que el equipo de Piero, que tiene fama de concienzudo y experto, le facilitará el trabajo y lo ayudará a adaptarse. Concluyó el gerente y la gente volvió a aplaudir como si aquello fuera un partido de fútbol, hasta que retomaron los puntos del día y continuaron con dos horas de tediosa reunión que soportó estoicamente y como la profesional que era, aunque se quería morir de la decepción, o mejor aún, quería matar a alguien, empezando por esa panda de cretinos que no eran capaces de valorar el esfuerzo y el trabajo de una mujer joven, aunque les fuera la vida en ello. 3
—Más vale un mal acuerdo que un buen juicio. Susurró Mattia sirviéndole una copa de vino en la cocina de su casa y él lo miró frunciendo el ceño. —¿Y eso qué quiere decir? —Básicamente, que no voy a demandar a Bianca Sanpaolo. —¿Cómo qué no? —No voy a permitir que contamines un futuro posible acuerdo con ella por pura ansiedad, hermano. —¿Ansioso yo?, solo quiero adelantarme a sus próximos pasos. Tú no le viste la cara, yo sí y sé que si no espabilo me joderá vivo. —No lo permitiré, no permitiré que te joda vivo y por eso vamos a seguir un protocolo de prudencia e iremos paso a paso, viendo cómo respira y cómo evoluciona todo este asunto. Tú tranquilo, confía en mí. —Para ti es muy fácil decirlo, tienes a Clara y a tu futuro hijo ahí mismo —le señaló el salón—. No me pidas que me quede tranquilo. —Fabrizio… Se le acercó, lo sujetó por los hombros y lo miró a los ojos con esa tranquilidad tan suya; tranquilidad que encima se había multiplicado desde que estaba con Clara, y que a veces a él sacaba bastante de quicio. —Sé cómo funciona esto, si nos adelantamos podemos cagarla. Si decides demandar a Bianca y empezar a pedir custodias y visitas y participación en las ecografías, el parto, etc., solo emponzoñaremos el proceso y ella empezará a defenderse. Lo mejor es ir paso a paso, ni siquiera sabemos si realmente es tu hijo. Hay que esperar a las pruebas de paternidad. —¿Y si no las hace? —Te dijo que las haría. —Puede dilatarlo o puede darme largas el resto de mi vida. —¿No te fías de ella? —No lo sé, la verdad es que apenas la conozco —Bufó moviendo la cabeza. —Vale, entonces esperaremos un tiempo prudencial y si no da señales de vida la llamarás y la exhortarás amistosamente a hacerlas. Si llegara a negarse las reclamaríamos legalmente. —¿Y si resulta ser mi hijo? —Intentaríamos llegar a un acuerdo con ella, uno privado y cordial sobre la custodia, la manutención, las visitas, etc. —Dudo mucho que acepte un “acuerdo cordial”, lo dejó muy claro: no me quiere en la vida de ese niño. —Llegado el caso y si sigue cerrándose en banda yo tomaré las riendas, la llamaré como tu representante legal y le manifestaré tus intenciones firmes y legítimas con respecto al bebé. Lucharemos en los tribunales, pero antes de eso necesito que te quedes tranquilo y no la fastidies por impacientarte ¿Lo entiendes? —Fanculo! Toda la puta vida controlándolo todo y lo más importante que me podía pasar escapa completamente de mí, de mis decisiones o de mi criterio. Es una puta mierda, Mattia, una puta mierda y no me parece justo. No puede ser que yo no pinte nada en la gestación, el nacimiento y la vida de ese niño, es… es… ridículo. —Ahora mismo ni siquiera sabemos si ese niño es tuyo. —Debo ser el único capullo al que una exnovia embarazada quiere borrar de la faz de la tierra —continuó, ignorando el comentario— ¿Lo normal no es lo contrario?, ¿lo normal no es que te busquen para que te hagas responsable? —¿Tú en qué siglo vives? —Clara entró en la cocina y se los quedó mirando muy seria—. Disculpa que me meta, pero es que me sorprende que no sepas que hay muchas mujeres que optan por la maternidad en solitario, es una opción bastante habitual. Yo tengo muchos pacientes que provienen de familias monoparentales. Lo que hace tu ex no es algo raro o extraordinario, o para joderte la vida, es una alternativa muy extendida y válida. —Es que no estamos hablando de una maternidad en solitario. Si la he entendido bien, lo que ella pretende es criar a ese hijo con su exmarido, o marido, o lo que sean ahora mismo, y dejarme a mí al margen. —¿Entonces para que te ha involucrado a ti? —Por el dichoso RH negativo, dice que le entró el pánico y que su ginecóloga la presionó para que me lo preguntara. —Eso es completamente absurdo. Me parece que la que vive en otro siglo es ella. Lo siento mucho, Fabrizio —se acercó y le acarició el brazo —. En todo caso, si has estado con esta chica un año es porque algo os unía, seguro que consigues conectar con ella en ese punto exacto para llegar a un acuerdo favorable para todos, especialmente para el bebé, si es hijo o hija tuya, claro. —A mí todo esto empieza a olerme un poco mal —comentó Mattia—. Igual te ha involucrado única y exclusivamente para guardarse las espaldas, no sería la primera vez. —¿A qué te refieres? —A que a lo mejor Bianca Sanpaolo es de esas personas prácticas que nunca cierran puertas y siempre se guardan una bala en la recámara —lo miró entornando los ojos—. Es decir, que si por casualidad le fallara el marido siempre podrías estar tú. —Eso suena un poco perverso, cariño —Susurró Clara. —Como acabo de decir: no sería la primera vez. —Me cuesta creer que Bianca, que es una tía independiente, liberal y madura piense así, pero la verdad es que no puedo poner las manos al fuego por nadie, menos por ella, a la que desgraciadamente conozco mucho menos de lo que creía. —Por si acaso no bajaremos la guardia. ¿De acuerdo? —Si es que yo ni siquiera quiero ser padre —gruñó pasándose la mano por el pelo—, nunca me he planteado tener hijos y ahora me cae esto encima y tengo que asimilarlo y apartarme al mismo tiempo. Es una puñetera locura. No me lo podéis negar. —No, no te lo podemos negar, es una verdadera mierda —dijo su hermano—. Es muy injusto, pero es lo que nos ha tocado y lo gestionaremos con calma y buena letra. "Piano, piano, si va lontano" —Qué remedio. —Venga, prueba el vino, es un Rioja estupendo —Clara le señaló la copa—. A mi padre le encantará conocer tu opinión. —Está buenísimo, como todos los vinos que compra tu padre. —Se lo diré. —¿Sabéis lo que más me atormenta? —Respiró hondo mirando al infinito. —¿Qué? —Que hace unos meses a punto estuve de intentar una relación estable con Bianca, me lo pensé muy en serio. Igual si me lo hubiese pensado menos y hubiese dado el paso definitivo ahora no estaríamos en esta situación. —Eso no lo sabemos. —¿Y qué pasó?, ¿por qué no diste el paso? —Quiso saber Clara y él se encogió de hombros. —Primero Marco, en su infinita sabiduría, me aconsejó pasar del tema porque, según él, tenía demasiadas dudas como para poder considerarlo amor, así que lo dejé correr y luego, cuando me encontré con Bianca por casualidad en Manhattan ella se adelantó y rompió conmigo porque, según me dijo, quería volver con su exmarido. —Vaya… —¿Cuándo rompió contigo ya sabía que estaba embarazada? — Preguntó Mattia. —No, creo que no, ¿por qué? —Por nada, solo recabo información. Venga, vamos a cenar, esto ya está listo. Clara le sonrió y le indicó el comedor mientras Mattia llevaba la fuente de carne con verduritas que había preparado para la cena. Los siguió dándose por jodido, porque estaba clarísimo que hiciera lo que hiciera estaba en medio de un tsunami que escapaba completamente a su control, y de pronto sintió cómo le vibraba el teléfono en el bolsillo de la camisa. Lo miró y al ver que se trataba de su oficina respondió de inmediato. —Dime. —¿Señor Santoro?... mmm… ¿Fabrizio? —dijo alguien con vocecita de niña y él frunció el ceño. —Sí, ¿quién es? —Siento molestarlo a estas horas. Me llamo Valeria, Valeria Tarenzi — carraspeó—. De Equivalentes de Efectivo. —Muy bien, ¿en qué puedo ayudarte, Valeria Tarenzi? —Nos hemos enterado de una retirada irregular de fondos, una extraordinaria, por parte de uno de sus clientes preferentes, Barberini Braschi. Se lo lleva todo a Fidelity Investments, son veinte millones de euros y pensé que le gustaría saberlo inmediatamente. —¡¿Qué?! —Ya han mandado las órdenes de transferencia. —¿Cómo te has enterado? —Mi compañero y yo estábamos trabajando online con Nueva York y… bueno… allí ya era la comidilla. Investigamos un poco y un contacto en Boston nos los ha confirmado. También asegura que Fidelity Investments mandará mañana un comunicado oficial anunciándolo. —¡Me cago en la puta madre que los parió a todos!, no pueden hacer eso. —Lo sé, pero… —Ok, ok, gracias ¿Valeria? —Sí, Valeria Tarenzi, señor. —No me llames señor. Muchas gracias por el aviso y que esto no salga de aquí hasta que pueda contener los daños. ¿De acuerdo, Valeria? —Por supuesto. —Buen trabajo, muchas gracias. Colgó, queriendo matar a alguien, preferentemente a Gianluca Barberini Braschi, que era el heredero universal de ese fondo y de todo el patrimonio de su padre recientemente fallecido; y al que había advertido muy seriamente que se quedara quieto, porque había leyes y normas bursátiles y financieras que no se podía saltar a la torera para mover capitales por capricho; y luego miró a Mattia y a Clara que estaban charlando bajito en la mesa. —Ragazzi, lo siento, no puedo quedarme. Zafarrancho de combate. —¿Qué ha pasado? —Me la están jugando por varios frentes, tengo que actuar en seguida para intentar contenerlo. —¿Te vas a la oficina? —No, me voy al Lago Como, a la isla Comacina para hablar personalmente con un cliente. —¿A Como a estas horas?, debe ser importante. —Muy importante. —¿No nos puedes decir de quién se trata? —No, solo es un capullo irresponsable, pero me toca respetar la confidencialidad. Luego os llamo —Se acercó y le dio un beso a cada uno en la cabeza—. Buon appetito. 4
—No, Valeria, no puedes hacer esto. —Ya lo estoy haciendo. Miró de reojo a su jefe, o exjefe, Piero Lombardi, movió la cabeza y siguió guardando sus cosas en una caja de cartón. —¿Vas a tirar la toalla después de cinco años en la empresa? —Me he hartado de que nadie me valore. —Yo te valoro, todos… —Los jefazos pasan de mí y sin ti aquí para darme mi sitio, acabaré haciendo fotocopias en minifalda, que parece que es lo que quieren. —Madre mía, no exageres. —No exagero, son machistas y misóginos, sino de qué darle mi puesto a un romano que no sabe ni qué hacemos en el departamento de Equivalentes de Efectivo. ¿Sabes que el tal Moroni ni siquiera se ha presentado a trabajar después de una semana desde su nombramiento? Se ha pedido días de mudanza y de luna de miel, y de no sé cuántas cosas más. No hace falta imaginarse cómo será trabajar con él. Es un vago que nos cargará con todo el trabajo y después se pondrá todas las medallitas. —Déjame hablar con Rodolfo, voy a… —Piero, por favor, no pierdas el tiempo —se acercó y le acarició el brazo—. Esto que ha pasado ha sido una putada demasiado grande, demasiado injusta, y no pienso suplicar ni negociar con ellos. En cuanto recoja mis cosas presentaré la carta de dimisión y adiós muy buenas. Ni los quince días de preaviso les pienso dar. Necesito salir de aquí cuanto antes. —¿Vas a mandar tu brillante carrera a la basura por una idiotez? —Para mí no es una idiotez. Llevo cinco años dejándome la piel, trabajando sesenta horas semanales y cumpliendo mucho más allá de mis obligaciones. El puesto de directora de Equivalentes de Efectivo era mío en tu ausencia y me lo han robado por la cara, para favorecer a un tío que ni siquiera conocemos y que a saber de dónde ha salido. —Es el yerno de Antonio Messina, todo el mundo arriba lo sabe, aunque a nosotros no nos hayan dicho nada —Intervino Darío cruzándose de brazos y Piero lo miró entornando los ojos. —¿Estás seguro? —Me lo han confirmado cuatro personas muy solventes, las cuatro secretarias de gerencia. —No sabía que Antonio Messina tuviera hijas. —Él no, pero su segunda mujer sí. Moroni se ha casado con una de sus hijastras. —Ok, dadme quince minutos. Voy a subir a ver qué está pasando y luego hablamos ¿Valeria? —La agarró por la muñeca para que dejara de guardar libros y lo mirara a los ojos—. Si es verdad todo esto y no consigo arreglarlo, yo mismo llevaré tu carta de dimisión a Recursos Humanos. ¿De acuerdo? —De acuerdo. —Vale, quietecita. Darío, no permitas que se marche hasta que yo vuelva. Se giró hacia la puerta para perderse por un pasillo y Valeria miró a su ayudante y siguió empaquetando sus cosas convencida de que el pobre Piero no arreglaría nada, porque por allí solo mandaban dos personas y una de ellas era precisamente el suegro de Moroni, Antonio Messina. —Me da mucho palo no dimitir contigo, Valeria, pero… —No tienes que irte por mí, Darío, el problema lo tengo yo, no tú. —Ya, pero somos un equipo y siempre te has portado tan bien que… me da pena que te marches sola. —Tranquilo, no pasa nada, estoy bien —se detuvo y le sonrió—. Como dice mi abuela: cuando se cierra una puerta se abre una ventana y seguro que esta puerta cerrada me abrirá muchas ventanas. Hasta me hace ilusión, fíjate. —Pero no podrás ver más al bellissimo Fabrizio —Bromeó—. Justo ahora que se ha enterado de que existes. —¿Tú crees que se ha enterado de que existo? Lo llamamos el viernes y no ha vuelto a dar señales de vida, está claro que ya ni se acuerda de nosotros. —Era fin de semana y encima se habrá vuelto loco tratando de contener la fuga de Barberini Braschi. —Por cierto, ¿sabemos algo de eso? —No, pero puedo averiguarlo. —Sí, por favor. A estas horas ya debería ser oficial. —Lo miro. También tengo los emails directos de dos senior de la competencia, ¿les envío tu currículo? —Vale, gracias, pero desde mi correo Gmail, por favor. Ya conoces la contraseña. —Eso está hecho. Darío, que llevaba dos años trabajando mano a mano con ella, le sonrió con un poco de tristeza y luego la dejó sola para que siguiera a lo suyo, es decir, limpiando todo rastro de su presencia en esa oficina donde había pasado los últimos cinco años de su vida. Cinco años, cincuenta y nueve meses, doscientas cincuenta y seis semanas, en total, unas cuarenta y tres mil ochocientas horas que no le iba a devolver nadie. Según su padre, que era capataz en la FIAT y que llevaba desde los dieciocho años trabajando en la misma fábrica, esas horas no se podían considerar perdidas, porque las había invertido en aprender y avanzar como profesional. Tal vez tuviera tenía razón, pero a ella el cabreo por el injusto robo de su ascenso le impedía, de momento, ver lo positivo de su paso por la Plataforma de Inversión Milano S.A., y solo quería salir de ahí antes de empezar a quemar cosas. Se había agarrado un berrinche del quince tras la reunión donde les habían anunciado al nuevo jefe de Equivalentes de Efectivo. Primero había blasfemado y pateado un papelero, pero luego le había dado un ataque de llanto de pura impotencia en el baño y no había querido salir de ahí hasta la hora de irse a casa, donde su abuela la estaba esperando con una tizana doble para que pudiera dormir. “Que todo lo malo sea esto” repetía ella mientras la veía lloriquear en la cocina, y le había recordado que existían cosas mucho más importantes y duras en la vida por las que llorar, y que no valía la pena angustiarse tanto por un simple ascenso que ya le llegaría en otro momento. Su nonna nunca había trabajado fuera de casa y no se podía imaginar lo que aquel palo profesional significaba para alguien como ella, que se había roto los cuernos por la empresa, pero al final le había dado la razón y se había metido en la cama para llamar a Mau, su hermano, que la había consolado primero y mandado a descansar después, para que recuperara energía y se pudiera presentar el viernes a primera hora en el despacho del gran jefe para manifestar oficialmente su disgusto. Su padre, al que su abuela había llamado preocupada a Turín, también la había animado a ejercer su derecho al pataleo y eso había hecho. A primera hora había subido a la planta noble y había esperado hasta que Antonio Messina se había dignado a recibirla, y le había explicado tranquilamente su posición, su currículo y su trayectoria profesional (porque él la había mirado como si no la hubiese visto en la vida), y por supuesto le había manifestado su sorpresa por no haber conseguido el nombramiento para el que su jefe directo, Piero Lombardi, la había recomendado y la había estado preparando durante meses. Él, que no le había quitado la vista de encima, al final había levantado una mano, asintiendo con condescendencia, y le había asegurado que iban a estudiar con profundidad su caso y a reconsiderarlo, que no tenía de qué preocuparse. ¿Qué no tenía de qué preocuparse? Al llegar el lunes a trabajar a Darío le habían confirmado que el tal Raffaele Moroni era yerno de Antonio Messina y que por lo tanto no iba a mover un solo dedo por resarcirla o por estudiar su caso, que se fuera olvidando, y esa había sido la gota que había colmado el vaso. Había pasado un fin de semana malísimo por culpa de esa gentuza y el broche de oro había sido confirmar que no solo la desconsideración y el machismo habían afectado a su ascenso, sino que también el nepotismo, y contra eso ya no podía luchar, por eso había decidido dimitir y marcharse inmediatamente. Dejó las cajas preparadas encima de un sofá, dándose cuenta de que había guardado de todo durante los últimos años en el despacho, incluso ropa, miró su ordenador y vio que Darío le había mandado una alerta confirmándole que el tema Barberini Braschi, que habían descubierto por casualidad el viernes por la noche, se había olvidado, o había quedado en suspenso, porque de momento nadie hablaba de ello. Sonrió, sintiendo un cosquilleo por todo el cuerpo, recordando la llamada al responsable de esa gran cuenta, el bellissimo Fabrizio Santoro, y soltó una risita tonta, porque casi se había caído de la silla de la emoción cuando él había contestado al teléfono después de pensarse durante mucho rato si debía llamarlo o no, directamente, para contarle lo que estaba pasando. Por supuesto, no se había equivocado llamándolo a su móvil, que habían conseguido en la guía interna de la empresa, y le había encantado charlar con él como camaradas, y comprobar que era muy cortés y educado. Siempre le había parecido un señor, un caballero, al menos a la distancia y por lo que decían sus compañeros de departamento, y ese viernes por la noche había visto que en realidad era así, que era muy majo, aunque, para ser sinceros, después de aquello, que había sido un gigantesco favor entre colegas, no había vuelto a dar señales de vida y le estaba empezando a parecer un poquito desconsiderado. —¿Qué pasa aquí?, ¿estáis de mudanza? La voz grave, preciosa, la sorprendió por la espalda y sin querer saltó y tiró los papeles que tenía en la mano al suelo, se giró hacia la puerta y se encontró con esa figura espigada y alta, muy elegante, que la estaba observando con las manos en las caderas. —¿Tú eres Valeria? —Sí, soy yo —soltó, carraspeando, y Fabrizio Santoro le regaló su preciosa sonrisa antes de dar un paso más hacia ella. —¿Qué tal, Valeria?, encantado de conocerte. Soy Fabrizio Santoro, hablamos el viernes y, bueno, quería venir personalmente a agradecerte que… —Observó con el ceño fruncido sus cajas y la mesa vacía, y luego le clavó los ojazos oscuros— ¿Te vas a alguna parte? —Va a dimitir, quiere dejar la empresa —respondió muy rápido Darío apareciendo a su lado y ofreciéndole la mano—. ¿Qué tal?, me llamo Darío Cazzaro, soy el ayudante de Valeria y estaba con ella cuando descubrió lo de Barberini Braschi. —Encantado. Entonces muchas gracias a los dos, me habéis salvado la vida. —¿Se resolvió? —Preguntó Valeria a punto del desmayo porque nunca, que recordara, lo había tenido tan cerca, y sin querer dio un paso atrás. —Más o menos. De momento se ha contenido, porque estaban violando varias leyes financieras y tuvimos que recordárselas, pero sigo en negociaciones con el titular. Es un tema complicado, sin embargo, gracias a tu llamada he podido intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Muchas gracias otra vez. —De nada, yo solo… —¿Por qué vas a dimitir? —La interrumpió y ella se encogió de hombros. —Porque se la han saltado arbitrariamente y le han dado su ascenso a otra persona, un tío que ni siquiera conoce el departamento, y la han dejado colgada —Intervino otra vez Darío y ella lo miró con los ojos muy abiertos —. No me mires así, es la verdad. —¿En serio? —Fabrizio frunció el ceño y ella asintió— ¿Qué ascenso?, ¿qué departamento? —Este departamento, Equivalentes de Efectivo. Mi jefe, Piero Lombardi, ha pedido una excedencia y me iba a dejar a cargo, pero la gerencia ha decidido otra cosa y a última hora le han dado mi puesto al yerno del señor Messina, que acaba de llegar de Roma —Soltó sin más, importándole bien poco hablar mal de los jefes delante de un ejecutivo, y él se apoyó en la pared moviendo la cabeza. —Madre mía, lo siento muchísimo, si yo puedo hacer algo por… —No pasa nada, es inútil, pero gracias. —¿Cuánto tiempo llevas en la empresa? —Cinco años. —Supongo que por eso no nos habíamos conocido antes, me he pasado los últimos cuatro años en Nueva York. —Lo sé —se sonrojó un poco por reconocer eso en voz alta y se agachó para recoger los papeles. —¿Empresariales en la Universidad de Milán? —Le preguntó como intentando situarla y ella negó con la cabeza. —Economía y Finanzas en la Bocconi. —Gran centro y ¿la especialidad? —Gestión de Fondos en la London Business School. —Vaya, te quiero en mi equipo. No dimitas y vente conmigo. La miró muy tranquilo y ella, que era gilipollas, en lugar de contestar, soltó una risa infantil e idiota que la hizo morirse de la vergüenza, porque era lo más poco profesional y pueril que había hecho nunca en el trabajo y menos delante de un senior. Miró a Darío y vio que los estaba observando indistintamente con la boca abierta. —Hablo en serio, Valeria, una de mis ejecutivas se marcha a París y estamos buscando un buen recambio. —Bueno, muchas gracias, pero no sé… ¿a quién le mando el currículo o con quién tendría que entrevistarme para…? —Con nadie, ya estás hablando conmigo. —Voy a dimitir porque el enchufismo y el nepotismo me han apartado de mi ascenso, no sería muy coherente que ahora tirara de enchufe contigo. —De acuerdo —La escrutó unos segundos con una media sonrisa y luego se enderezó y se metió las manos en los bolsillos—. Me parece perfecto, mándame el currículo y te llamaremos para una entrevista, pero, de momento, no dimitas ni te vayas a la competencia. ¿Ok? —Fabrizio Santoro, ¿qué haces aquí, hombre? ¿Podemos ayudarte en algo? —Piero Lombardi entró en el despacho y le palmoteó la espalda. —Hola, Piero, ¿qué tal? No necesito nada, gracias, solo he bajado para agradecer a la señorita Tarenzi una gestión que hizo por mí el viernes. —¿De verdad?, no me había dicho nada —La miró de reojo. —Era un tema confidencial con un cliente y le pedí máxima discreción. ¿Cuándo nos dejas definitivamente? —Esta semana, aunque aún estoy ajustando algunos flecos. —Ojalá se resuelvan pronto. —Yo también. —Sea como sea, no dejes que se marche —La señaló con el dedo—. Si no se queda en Equivalentes de Efectivo sería un gran activo para mi equipo, ya se lo he dicho, pero lo repito para que tú lo sepas. —¿Fabrizio? Una voz muy parecida a la suya lo llamó desde la puerta y todos se giraron para ver a su réplica exacta, su hermano gemelo, de pie en el pasillo y acompañado por una de las secretarias. —¿Mattia?, ¿va todo bien? —Sí, tranquilo, solo necesitaba comentarte algo y Rosetta me ha dicho que habías bajado a este departamento, así que… pero no te preocupes, puedo esperarte en… —No hace falta, ya me iba. Pasa, te presento a Piero, Valeria y Darío, unos compañeros de Equivalentes de Efectivo —Lo hizo entrar para que los conociera—. Este es mi hermano Mattia, obviamente. Bromeó, abrazando a su encantador hermano por el cuello, y él, que iba muy bien vestido, pero sin traje ni corbata, los saludó con un fuerte apretón de manos. —Encantado. —Muy bien, ya os dejo tranquilos y muchas gracias otra vez por el cable del otro día, Valeria —Le guiñó un ojo, provocando que se riera otra vez como una niñata tonta, y luego desapareció con su hermano camino de los ascensores. —Santa Madonna! —masculló Darío por lo bajo observando cómo se marchaban—. Y encima por duplicado. 5
—No voy a consentir que pongas en duda mi palabra. —¿Por qué no? —¿Nos está acusando de fraude? —Tobías Montague, el insufrible marido británico de Bianca Sanpaolo, se dirigió a sus abogados y a la mediadora judicial en inglés y señalándolo a él con el dedo— ¿Lo habéis oído?, ¿qué se cree?, ¿que soy de la Mafia? —Muy bonito —susurró Fabrizio buscando los ojos de Bianca, aunque ella los tenía clavados en la mesa. —No sé de dónde vienes o con qué clase de gente sueles estar acostumbrado a tratar, Santoro, pero cuidadito conmigo. —¿Me estás amenazando? —Y ¿tú a mí?, porque a saber qué eres capaz de hacer si te atreves a insinuar que te estamos engañando. —No estoy insinuando nada, solo quiero… —No pertenezco a la Camorra. Cree el ladrón que todos son de su condición. —¡Suficiente! La mediadora judicial, que por fortuna hablaba perfectamente inglés y lo había entendido todo, levantó una mano y lo hizo callar empezando a cabrearse. Algo insólito, porque se suponía que se encontraba allí para poner orden y establecer la paz. Fabrizio miró a Mattia, que seguía apoyado en el respaldo de su butaca observando atentamente a Montague sin intervenir, y le hizo un gesto con la mano para que dijera algo. —Por favor, que el señor Montague se abstenga de emitir insinuaciones que pueden constituir un delito de odio y si me apura de racismo —comentó al fin tomando notas. —Estoy de acuerdo, letrado. Sentenció la mediadora y se dirigió a Montague y a sus abogados indignada, muy firme, para llamarlos al orden mientras Bianca no movía ni una sola pestaña, aunque era la única responsable de que se encontraran allí, en un despacho de abogados de Roma, intentando llegar a un acuerdo con respecto a la prueba de paternidad que le había mandado por fax y que él simplemente había pedido repetir en el Instituto Anatómico Forense de Roma. El organismo público y oficial donde se solían hacer esas pruebas si se les quería dar una validez judicial incuestionable. Respiró hondo y movió la cabeza impotente, como solía sentirse desde hacía dos meses, desde que ella le había contado que estaba embarazada, pero que no sabía si era realmente el padre, luego le había enviado un mensajero con unos documentos de Renuncia Parental para que los firmara sin hacer preguntas, y después, cuando se había negado a firmarlos, lo había conminado a través de un burofax enviado a su abogado, es decir a Mattia, a firmarlos inmediatamente si no quería enfrentarse a consecuencias jurídicas que no especificaba, pero que pretendían asustarlo o al menos a espantarlo un poco. Ante semejante despropósito había optado por presentarse en Roma para hablar con ella personalmente y recordarle que habían quedado en que se haría la prueba de ADN a las quince semanas de gestación o en cuanto su ginecóloga aconsejara la Amniocentesis. Después de eso, actuaría en consecuencia, pero bajo ningún concepto iba a firmar ni a renunciar a nada sin saber si el bebé era suyo. En cuyo caso, cómo le había advertido desde el minuto uno, tampoco pensaba renunciar a él ni a la posibilidad de participar en su vida, así que estaba perdiendo el tiempo con todo aquel papeleo estúpido que no los iba a llevar a ninguna parte. Ella, que lo había recibido en su casa casi a escondidas y haciéndose la ofendida, lo había escuchado y luego le había explicado que había vuelto con su ex, que él estaba a punto de instarse en Roma con ella, y que al saber lo de su embarazo le había exigido su Renuncia Parental, porque no quería dejar nada sin resolver antes de volver a vivir juntos. —Es mi marido, el padre de mi hijo, lo amo y llevamos diez años juntos —Le había dicho llorando sin lágrimas—. No voy a mandar al traste esta oportunidad de volver a reunir a mi familia porque tú quieras jugar a ser padre, Fabrizio. —¿Disculpa? —Tú no quieres tener hijos, o podrás tener una docena dentro de unos años, cuando estés preparado. Déjame a mí ahora recomponer mi vida. —¿Me estás pidiendo que, aunque el niño sea mío, me olvide del tema porque yo sería un estorbo para tu reconciliación? —Exacto. —¿Qué clase de tío te crees que soy? —Vamos, somos amigos, Fabri, o lo éramos y muy buenos, no me putees por un impulso egoísta. —¿Impulso egoísta? —Desde que empezamos a salir fui honesta contigo y te dije que mi futuro pasaba por intentar volver con Tobías. Nunca te engañé. —Eso es relativo, porque no tenía ni idea de que nos estabas alternando a los dos, al menos durante los últimos seis meses. —No era asunto tuyo. Tú y yo solo éramos un par de solitarios que follábamos juntos, íbamos por libre y estoy segura de que tú me “alternabas” con otras veinte más, así que no te hagas el digno conmigo, compórtate como un caballero y déjanos en paz. —¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? —¿Y tú de lo que estoy haciendo por ti? Te estoy liberando de toda responsabilidad futura, en el caso hipotético de que seas el padre de mi hijo. Alégrate, firma los puñeteros papeles y todos felices. Eres Fabrizio Santoro, macho, podrás casarte y tener hijos cuando quieras y con quien quieras. —Esto es inútil, vamos a dejarlo. Lo dicho: tú has las pruebas de paternidad que me habías prometido y cuando tengas los resultados me llamas. —Él no volverá con nosotros si no cierro este asunto de una vez y para siempre, Fabrizio. Es la única condición que me ha puesto, que firmes la Renuncia Parental, por favor, no me hagas suplicar. —No tienes que suplicar, solo haz las pruebas. Tal vez todo esto quede en nada cuando tengamos los resultados del ADN. —Eres idiota. —Vale, me largo. —No conoces a Tobías, si le digo que sigues negándote a la renuncia irá contra ti con toda la caballería. Está deseando ser padre otra vez y empezar de nuevo conmigo, hará lo que haga falta para proteger a su familia. —Y me parece perfecto, yo haría lo mismo, por eso no puedo renunciar a un niño que puede ser mío. ¿No lo ves? Además, no seríais el primer matrimonio que comparte hijos de otras parejas. —Al final vamos a salir todos escaldados por tu culpa. Eres un puto niñato egocéntrico, Fabrizio Santoro. Maldigo el día en que te conocí. Le había soltado poniéndolo de patitas en la calle y lo siguiente que había pasado es que una semana después de ese encuentro tan desagradable, le había mandado al fax de Mattia el resultado de una prueba de paternidad (negativa para él) hecha en un laboratorio privado de Londres. Por supuesto, habían rechazado el procedimiento por sospechoso e irregular, no porque dijera que el padre era al 99,9 % Tobías Montague, y su hermano había presentado inmediatamente una demanda para exigir una prueba de paternidad en Italia, concretamente en el Instituto Anatómico Forense de Roma, que era la ciudad de residencia de la madre y el único centro que les daba las garantías legales necesarias. En ese momento, Tobías Montague había tomado las riendas de la contienda, porque aquello ya parecía una guerra, y lo había empapelado con demandas de todo tipo, empezando por acusarlo de acoso, abuso emocional, intrusión en su intimidad o causar sufrimiento innecesario, hasta inventarse el desacato a resolución judicial, porque según él, estaban desoyendo un dictamen perfectamente legal, emitido por un laboratorio oficial y aprobado por los tribunales de familia británicos. En resumen: una serie de idioteces sin ningún fundamento que, según Mattia, a veces provocaban risa, pero que sin embargo a él lo estaban llevando por el camino de la amargura. Un camino de la amargura que los había llevado esa mañana hasta allí, hasta la sala de reuniones del lujoso bufete de abogados de los Montague en Roma, donde los habían citado con una mediadora judicial delante para resolver “sus desacuerdos”, aunque todos sabían que el desacuerdo era uno solo y se podía resolver de forma muy sencilla: repitiendo la prueba de paternidad en el Instituto Anatómico Forense de Roma. —Solo se trata de contrastar el test de paternidad en un centro que satisfaga a la otra parte interesada —estaba diciendo su hermano con mucha calma y él volvió al presente y le prestó atención—. No entendemos las reticencias de tu cliente, Giulio. Es absurdo dilatar un proceso sencillo que se puede hacer sin afectar al bebé o a la madre, porque se pueden usar las mismas muestras de ADN que ella dice haber presentado en Londres, solo que esta vez junto a las de mi cliente, de las que, por cierto, se prescindieron arbitrariamente en Inglaterra. —Se cotejaron las del neonato con las de su marido y salieron positivas para él sin género de duda, no perdamos más el tiempo, Mattia, por favor. —Tenemos derecho a contrastarlas. —Insiste en tratarnos de mentirosos, no lo voy a tolerar más —Intervino Tobías Montague, pero Mattia lo ignoró descaradamente para dirigirse solo al abogado. —¿Cuál es el verdadero problema?, ¿la duda que siguen teniendo de que el señor Santoro sea realmente el padre biológico? —No voy a consentir que mi mujer pase por esto. Está embarazada, por si no lo recordáis, y necesita tranquilidad y paz, no seguir inmersa en un conflicto eterno con un individuo irresponsable e insensible como este. Vamos, Bianca. Espetó Montague levantándose muy teatralmente, y Fabrizio aprovechó para calibrarlo con calma, porque era la primera vez que lo tenía cerca y seguía sorprendido de lo enérgico que parecía, a pesar de ser un politicucho de buena familia que no había dado un palo al agua en toda su vida. —Un momento, cariño —susurró Bianca sin moverse de su sitio—. Repetiremos las pruebas solo si este señor firma antes una Renuncia Parental porque, aunque el bebé está claro que no es suyo, prefiero que quede por escrito que jamás, nunca, en lo que le reste de vida, volverá a buscarme o a incomodarme con sus ridículas demandas. —Tú me buscaste a mí para decirme que iba a ser padre, Bianca —Le dijo sin alzar la voz y ella lo miró furiosa. —¡Por un puto tema médico, joder, necesitaba saber tu RH!, ¿sigues sin entenderlo? Este es mi segundo embarazo y podía ser peligroso que tú fueras RH positivo siendo yo negativo. No pretendía que criaras a mi hijo o te metieras en mi familia. Chilló indignada y de repente se hizo un silencio muy incómodo, Fabrizio movió la cabeza bastante harto y Montagu la cogió por el brazo para ponerla de pie y salir de allí a la carrera, no obstante, antes de llegar a la puerta la mediadora se levantó y los señaló con el boli que llevaba en la mano. —Mi decisión está clara: todas las partes se presentarán en el Anatómico Forense de Roma lo antes posible para dejar sus respectivas muestras de sangre y ADN. Una vez tengamos los resultados nos reuniremos otra vez. El matrimonio no contestó, ni se despidió, y abandonaron la sala sin mirar a nadie. La mediadora se dirigió a los abogados de la pareja para amonestarlos por el comportamiento de sus clientes, que no pensaba volver a consentir en su presencia, aseguró, y luego se acercó a él para decirle que ya podía presentarse en el Instituto Anatómico Forense para que le sacaran sangre y que, si todo iba bien, en cuestión de un mes podrían tener los resultados definitivos. Le dio las gracias y salió a la recepción de ese sitio tan elegante para tomar aire y despejarse un poco, mientras Mattia se quedaba repasando los detalles del proceso, y se detuvo junto a los ascensores pensando en su insólita situación, porque era increíble que estuviera metido en medio de una trama que ni había buscado, ni había provocado, que no tenía nada que ver con sus principios o su forma de manejarse en la vida, y que le estaba costando la salud, y lamentablemente no solo la de él, sino también la de sus padres, sus hermanos y la de toda la gente que lo quería. —Ok, vámonos al Anatómico Forense, he llamado a Max y gracias a Dios su hermana está de guardia y dice que puede recoger tus muestras ahora mismo si llegamos antes de la una. ¿Fabrizio? —Sí, sí, vamos. —Respira hondo y tranquilízate, estas mediaciones, sobre todo la primera, siempre son así, una puñetera selva, no hagas mucho caso a lo que se ha dicho ahí dentro y alégrate porque hemos conseguido lo que veníamos a buscar. ¿De acuerdo? —Lo sé, gracias, tío —Le palmoteó la espalda y lo sujetó por el cuello para entrar juntos en el ascensor. —Menuda pieza el tal Montagu. —Sigo flipando. Bianca es como otra persona con él al lado. —Con todos mis respetos, yo creo que son tal para cual. En fin, ¿a qué hora tienes el billete para Milán?, mi vuelo a Madrid sale a las cuatro, no podré quedarme mucho tiempo más en Roma. —No tengo billete, aún no lo he comprado, le pediré a Rosetta que me busque uno ¿Qué tal va el padre de Clara? —Bien, muy bien, le darán el alta mañana, pero pasaremos todo el fin de semana con ellos. —Genial, me alegro mucho. Una hora después, ya había dejado las muestras de ADN y de sangre registradas en el Instituto Anatómico Forense de Roma e iba camino del aeropuerto con su hermano para comer algo allí y coger el primer vuelo disponible para Milán, pero su ayudante lo llamó para decirle que no había ningún vuelo disponible y sobre la marcha decidió regresar a Roma, concretamente a la Estación de Termini, para coger desde allí un tren de alta velocidad que lo llevara a casa. Normalmente, no cogía trenes solo por un tema practico de tiempo, porque en realidad le encantaba ir en tren. De pequeños los solían llevar en tren al pueblo o de vacaciones al Lago Como o a la playa, y en su época universitaria se había pasado semanas enteras montado en trenes recorriendo Europa, y siempre, siempre, había disfrutado del vaivén y del sonido de las vías, y de las vistas, y de esa sensación de estar cómo en otra dimensión, cómo lejos del mundo real; que era precisamente lo que necesitaba él en ese momento de su vida. Llegó a Termini, compró su billete para el famoso Le Frecce, el tren de alta velocidad que te llevaba en tres horas hasta la estación Milán Central, no esperó ni diez minutos en el hall, bajó a los andenes entusiasmado y se montó en su vagón con un café en la mano y decidido a desconectar el teléfono para disfrutar de un viaje en silencio, sin hablar con nadie, sin siquiera pensar, solo mirando por la ventana o, con algo de suerte, durmiendo un poco, porque llevaba varias semanas durmiendo fatal. Encontró su asiento, colocó su equipaje en el compartimento superior, se desplomó en su cómoda butaca, estiró la piernas, miró al frente y entonces la vio: una rubia preciosa y menudita que le recordó un poco a su cuñada Celia, aunque la chica del tren parecía ser bastante más convencional, más conservadora que la mujer de Marco, con su traje de chaqueta, sus sobrios zapatos oscuros, sus gafitas de pasta y su pelo recogido en un moño muy elegante. Era guapísima y tenía unas piernas espectaculares que cruzaba de una forma muy femenina, y por un segundo se le pasó por la cabeza levantarse e ir a saludarla, acortar distancias, ya que ella iba muy cerca, justo en frente un par de filas más adelante, en la dirección de la marcha, y sabía que si no se acercaba y se presentaba se pasaría todo el viaje espiándola. La escrutó de arriba abajo repasando la larga lista de chicas que había conocido viajando, y con las que había tenido aventuras estupendas, y sin querer se le vino a la cabeza Bianca Sanpaolo, a la que le había entrado en el JFK de Nueva York de cabeza, porque había sido imposible sustraerse a su belleza y a lo sexy y sensual que era. Cerró los ojos pensando en sus explosivos y calientes encuentros sexuales, en lo bien que habían estado juntos, y en lo que podrían haber llegado a ser si a ella no se le hubiese ocurrido volver con el arrogante de su ex, y se le encogió el estómago, porque pensar en ella era pensar en su posible hijo y aquello se le hacía insoportable. Sacudió la cabeza intentando espantar el mal rollo, buscó los cascos para escuchar música y de repente cayó en que a la rubia del tren ya la conocía, aunque no sabía de dónde. Levantó otra vez la cabeza y la observó muy atentamente intentando situarla, hasta que ella apartó la vista de su ordenador, lo miró de frente y le clavó los ojos azules. —¡Madre mía, señorita Valeria Tarenzi, qué sorpresa más agradable! Exclamó con una sonrisa y ella, que trabaja en Equivalentes de Efectivo de su empresa y le había salvado la vida hacía un mes con el tema Barberini Braschi, devolvió la sonrisa sacándose los auriculares y sonrojándose un poco. —Vaya, qué casualidad, señor Santoro. No sabía que eras de los que viaja en tren a Milán. —Normalmente no, pero no encontré vuelo y la verdad es que me flipa viajar en tren —No se movió, para no invadir su espacio, pero le siguió hablando desde su sitio—. Me alegro mucho de verte, ¿qué hacías en Roma?, ¿alguna reunión? —Una entrevista de trabajo en la Comisión Nacional del Mercado de Valores. —¿En serio?, ¿te vas a pasar al control institucional? —Bueno, es trabajo y necesito trabajar. —¿O sea que sigues decidida a dejar la Plataforma de Inversión Milano S.A.? —La dejé hace un mes. En realidad, al final, ellos me invitaron a marcharme. —¡¿Qué?! —Tampoco es tan raro, no les gustan los disidentes y al conocer mis quejas y mi intención de dimitir, pues… —¿Por qué no me llamaste? —¿Llamarte? —Quedamos en que me llamarías para incorporarte a mi equipo. —No, quedamos en que me ibais a llamar vosotros para hablarlo, pero nadie me llamó. —Joder, lo siento mucho, la verdad es que he tenido un mes de locos, no te puedes hacer una idea y… seguramente se me pasó hablarlo con Rosetta. Seguramente no, seguro que se me pasó. Lo siento muchísimo, Valeria. —Es igual. Le regaló una media sonrisa tensa y luego se puso otra vez los auriculares y se concentró en su ordenador, dejando claro que daba el tema por zanjado. Él, que no estaba acostumbrado a que se le olvidaran las cosas y mucho menos en lo referente al trabajo, se sintió fatal, así que se puso de pie, se le acercó y se le sentó delante rozándole las piernas. —No es una excusa barata, es la pura verdad, he tenido un mes espantoso por culpa de un tema personal y no te tenido la cabeza para nada —Le dijo sincero, buscando esos impresionantes ojos azules que tenía y ella asintió—. Sé que la gente se escaquea y luego se inventa excusas, pero yo no soy así. Yo te quería en mi equipo y si se me fue gestionarlo es porque estoy inmerso en un montón papeleo legal por culpa de una ex que me está amargando la vida a base de bien. No soy de los que hace promesas en falso y mucho menos de los que juega con el trabajo de los demás. —¿Estás bien? —Fue lo que salió de su boca y él la miró un poco sorprendido, porque se esperaba algún reproche, no interés por su bienestar, y respiró hondo. —Podría estar mejor, muchas gracias por preguntar, Valeria. —Vale. —Si quieres, y sigues disponible, el lunes nos podemos reunir en mi despacho y te hago una oferta en firme, me sigue faltando una ejecutiva de cuentas. —No creo que pueda volver a la Plataforma de Inversión Milano S.A., pero mil gracias. —¿Por qué no? —Porque me fui echando sapos y culebras por la boca y maldiciendo a todo el mundo. —Madre mía —se echó a reír y apoyó la espalda en el respaldo de la butaca—, a mí no me importa, me gusta la gente con carácter. —No creo que sea una buena idea. —¿Y de verdad te quieres mudar a Roma a trabajar en la Comisión Nacional del Mercado de Valores? —Era una opción, pero la pura verdad es que en la práctica no puedo hacerlo, tengo responsabilidades familiares en Milán. Solo quería tantear el terreno y ver con qué opciones podría contar en el futuro. —¿Responsabilidades familiares?, ¿tienes hijos?, pareces muy joven para tener hijos. —No soy tan joven, cumplo treinta y dos años el 30 de noviembre, pero no es eso, se trata de mi abuela. He vuelto a vivir con ella y no queremos dejarla sola. Es autónoma y está muy bien, pero… —¿Has vuelto a vivir con ella? —Mis padres son de Milán, pero por trabajo emigraron a Turín y yo crecí allí, hasta que mi hermano y yo volvimos a Milán para estudiar en la universidad y nos instalamos con los abuelos. Luego me fui a Londres y me independicé, pero hace dos años falleció mi nonno y Maurizio y yo decidimos turnarnos para cuidar de la abuela. —¿Maurizio es tu hermano? —Preguntó fascinado por lo que le estaba contando y ella asintió. —Sí, Maurizio, Mau, mi hermano mellizo. —¿Mellizos?, vaya. —Sí, ya me entiendes. Estamos muy unidos. —Te entiendo. —Se casó hace ocho meses y lógicamente se mudó a vivir con su marido, así que ahora estoy sola con la abuela, por lo tanto, lo de Roma es imposible, aunque quería echar un ojo por ahí. —¿Y tus padres siguen viviendo en Turín? —Mi padre sí, mi madre murió hace diez años. —Vaya, lo siento muchísimo. —Yo también. Una sombra de tristeza empañó sus ojos transparentes y los desvió hacia la ventana, y él sintió el impulso de cogerle la mano y consolarla, pero obviamente no se movió y continuó en silencio mirándola, pensando que era maravilloso que una chica de su edad y con sus posibilidades viviera con su abuela para cuidarla. Aquello lo conmovió muchísimo, porque para él la familia era lo primero, y le tocó tragar saliva e intentar reconducir la charla antes de acabar llorando como un crío. —Por lo visto, necesitas seguir en Milán y yo necesito una profesional de tu perfil, no sigamos perdiendo el tiempo y cerremos el trato. —No, gracias, no pienso volver a esa cueva de neandertales. —Muchas gracias. —No va por ti, Fabrizio, pero en general es así. —Nuestro gremio en general es así. —Ya te digo, no lo dejo porque me apasiona mi trabajo, que, si no, hace tiempo que hubiese tirado la toalla para dedicarme a otra cosa. —Te prometo que con mi equipo será diferente. —A ver —soltó cruzándose de brazos—, cambiando de tema: ¿Qué hacías tú en Roma?, ¿una reunión? —Una conciliación. Una ex me dijo que iba a ser padre, luego se retractó, porque creía que el niño podía ser de su exmarido y me pidió una descarga de responsabilidad, una Renuncia Parental se llama, y yo me he negado a firmarla hasta que se hagan las pertinentes pruebas de paternidad. Hoy teníamos una conciliación con nuestros abogados para intentar llegar a un acuerdo. Llevo dos meses inmerso en este drama y el último mes ha sido de locos, por eso he estado un poco disperso. —¿Y cómo ha ido? —Bien, al menos conseguimos que la mediadora judicial la conminara a hacer las dichosas pruebas de paternidad en un organismo oficial. Acabo de dejar una muestra de sangre en el Instituto Anatómico Forense de Roma. —Y ¿estás bien? —Volvió a preguntar y él quiso saltar y abrazarla con todas sus fuerzas. —Estoy bien, gracias otra vez. No te preocupes por mí, soy más duro que una piedra y mi hermano Mattia es un abogado cojonudo. Lo estamos llevando por el buen camino. —Me alegro mucho, aunque imagino que todo esto debe ser una verdadera pesadilla. —Lo es y no ha hecho más que empezar porque, si el bebé al final es mío, tendremos que iniciar la segunda gran batalla, la de la custodia compartida, las visitas y todo eso. —Vaya por Dios, pero al menos tendrás un niño o una niña y seguro que eso lo compensa todo. —¿Dónde has estado toda mi vida, Valeria Tarenzi? Le dijo sincero, sin ánimo de coquetear o de tontear con ella, simplemente porque su comentario le había llegado al alma, porque resumía exactamente lo que sentía, y ella, que era muy natural, preciosa y con una sonrisa muy luminosa, se echó a reír a carcajadas y le tiró el paquete de pañuelos desechables que tenía al lado. —Qué zalamero, pero te lo voy a perdonar porque estás pasando por una mala racha. ¿Tienes hambre?, tengo un bocadillo… —Nada de bocadillos, te invito a comer a la cafetería, creo que tienen ensaladas y algo de pasta. Se levantó y le ofreció la mano. Valeria Tarenzi se lo quedó mirando con sus ojos azules entornados mucho rato, tal vez demasiado, hasta que se levantó sola, sin tocarlo, y le señaló la dirección de la cafetería con la cabeza. —Ok, comamos en la cafetería, pero, si no te importa, cada uno paga lo suyo. 6
—¿Papá? Preguntó viendo a su padre en el vestíbulo de Plataforma de Inversión Milano S.A., algo que no esperaba para nada, se apartó del ascensor y corrió para abrazarlo con una gran sonrisa. —¿Qué haces aquí? —He venido para hacer unas gestiones. —No te esperaba hasta Nochebuena. Qué alegría —se le abrazó al pecho muy fuerte y él la estrechó besándole la cabeza—. Madre mía, qué guapo eres. —Tú mucho más ¿Cómo estás, peque? —La apartó para escrutarla con mucha atención y ella movió la cabeza. —Muy bien, iba a subir a mi despacho. Venga, sube conmigo y así lo conoces. —Claro, pero luego te llevo a comer a Casa Borgia, he reservado para la una y media. ¿Podrás salir a comer con tu padre? —Por supuesto, ahora tengo más libertad de movimiento. Venga. Lo agarró del brazo y se lo llevó a la segunda planta de la empresa, “la planta noble”, donde, desde hacía tres semanas, trabajaba codo con codo con el bellissimo Fabrizio, o más bien con Fabrizio a secas, porque desde que eran amigos había empezado a mirarlo como lo que realmente era: un hombre estupendo, inteligente, brillante, trabajador y muy profesional. Un diez de persona que superaba con creces el hecho innegable de que fuera tan guapo. Su encuentro fortuito a bordo de Le Frecce, el famoso tren de alta velocidad, lo había cambiado todo. Primero, habían conectado de una manera increíble y se habían confesado como viejos amigos en tres horas de viaje. Curiosamente, se parecían un montón, tenían muchas cosas en común y ella se había acabado sintiendo muy a gusto a su lado, como en casa. Al principio casi le había dado un ataque cuando lo había visto sentado en su mismo vagón, sin embargo, después se había relajado y se había dejado llevar, porque él provocaba esa sensación en las personas, la de tranquilidad y cercanía, la de calidez, y había acabado entregándose a lo inevitable, es decir, a caer rendida a sus pies, al menos profesionalmente hablando, porque después de mil negativas, antes de llegar a Milán ya había aceptado hacer una entrevista de trabajo para su equipo en la Plataforma de Inversión Milano S.A, y al llegar a su casa (a la que la había acompañado caballerosamente en taxi), ya había accedido a incorporarse a trabajar, en periodo de pruebas, de manera inmediata. Dos días después de su momento mágico, único e íntimo en el tren, porque estar solos y lejos de todo lo demás había sido muy especial, se había presentado en su antigua empresa para iniciar una nueva andadura apoyada por la estrella de los grandes fondos de riesgo e inversión, el señor Fabrizio Santoro, que la había recibido en la puerta personalmente y la había acompañado casi de la mano hasta Recursos Humanos para que firmara su contrato. En realidad, nunca sabría qué hilos había movido o a quién se había enfrentado para conseguir reincorporarla en la misma compañía que la había invitado a marcharse un mes antes, pero lo había hecho y ahí estaba, tres semanas después, trabajando como ejecutiva de Grandes Cuentas y, lo más importante, aprendiendo muchísimo de fondos de riesgo, que era el verdadero súper poder de su nuevo jefe. —Guau, esto es muy bonito… y luminoso… Comentó su padre al llegar a su nueva oficina, hizo un pequeño recorrido observando sus cosas y sus ordenadores abiertos y conectados con las Bolsas de todo el mundo, y Valeria lo siguió detectando por el rabillo del ojo a Gina, su antigua compañera de la primera planta, que acababa de entrar con su desparpajo habitual a la zona común de Grandes Cuentas, como solía hacer a diario, y hasta varias veces al día, desde que la había presionado para que le presentara a Fabrizio Santoro. Su vuelta a la empresa, que la mayoría de sus antiguos colegas se había tomado bastante bien, para Gina, por alguna razón que aún desconocía, no había supuesto mucha alegría, salvo por el hecho de que la había utilizado para llegar hasta el bellisssimo Fabrizio. Descaradamente, nada más enterarse de su incorporación a Grandes Cuentas, había empezado a subir a saludarla con café y pastas, sentándose junto a su mesa para charlar como si fueran íntimas, hasta que había provocado las consabidas presentaciones y desde entonces no había parado, se había entregado en cuerpo y alma al “cortejo oficial” de Santoro, o al acoso y derribo, como lo llamaba Darío con bastante acierto. Muy a su pesar no había podido hacer nada por contenerla un poco, aunque daba bastante vergüenza ajena, y cuando había intentado amistosamente pedirle que se cortara y respetara su lugar de trabajo, ella la había tachado de mojigata, la había acusado de celosa e infantil, y le había aconsejado apartarse y dejarla en paz, porque estaba convencida de que tenía muchas posibilidades con Fabrizio Santoro y no pensaba desaprovecharlas. —Llevo años intentando llegar a este tío —le había dicho señalándola con el dedo—. Mucho antes de que tú aparecieras por aquí, así que lo siento, querida, pero yo voy a saco a por él y tú no me lo vas a chafar. —Una cosa era el cachondeo y otra muy distinta es… —No seas infantil, Valeria. —¿Infantil yo? —Infantil y santurrona, pero da igual. Me gusta tu jefe y no lo pienso dejar escapar. Tú puedes hacer lo mismo si quieres y a ver quién gana. —¡¿Qué?! —Aunque te advierto que yo ya lo tengo en el bote. Tras esa charla de patio de colegio, la relación de compañerismo y bromas y risas que habían mantenido en el pasado se había cortado de inmediato. Por supuesto, no había podido prohibirle la entrada a su nuevo departamento, pero se había alejado de ella y no la había recibido más en su oficina. Había marcado una distancia concreta y evidente, mientras le tocaba ver con estupor cómo ella se desvivía en atenciones con Fabrizio Santoro, cómo coqueteaba con él o cómo procuraba tener dudas trascendentales que consultarle. —¿Estás cumpliendo con tu horario o sigues trabajando hasta el cierre de Nueva York? Le preguntó su padre y ella dejó de mirar a Gina, que se acababa de colar en la oficina acristalada de su jefe, le dio la espalda y se acercó a su escritorio. —Hay un turno que entra por la tarde y se ocupa de las Bolsas del otro hemisferio. Yo, de momento, estoy trabajando de nueve a cinco o a seis como mucho. —¿Otro turno?, esto es primera división. —Sí, totalmente. ¿Has adelgazado? —Estoy yendo al gimnasio. ¿No te lo había comentado? —Creo que algo me había dicho, Mau. Estás estupendo. —Gracias, peque. Tú termina lo que tengas que hacer, yo te espero sentado y en silencio, y así nos vamos a comer tranquilos. ¿Te parece? —No tengo mucho que hacer, ya había terminado y… —¡¿Señor Tarenzi?! —Exclamó Gina entrando en su oficina sin ser invitada y se acercó a su padre con los brazos abiertos—. Dichosos los ojos que lo ven. Hace mucho que no venía a vernos. —Bueno, he estado ocupado. ¿Cómo estás, Gina? —Le dio un par de besos y Valeria, sin querer, frunció el ceño. —Muy bien, aquí, trabajando como siempre. Lo veo genial. —Muchas gracias, lo mismo digo. —Muchas gracias, me siento genial. Vale… —se dirigió a ella saliendo hacia el pasillo—. Fabrizio se viene a la fiesta prenavideña que he organizado en el Volt Club, será mi acompañante y con él he cubierto el aforo de mi reserva, pero puedes pasarte a última hora si quieres. —No puedo, pero gracias. —Mejor —le guiñó un ojo y se echó a reír antes de desparecer hacia los ascensores—. Adiós, señor Tarenzi. —¿Qué ha pasado?, ¿estáis enfadadas? —le preguntó su padre y ella le quitó importancia. —No, bueno, no sé, la verdad es que me da igual, ya no me cae tan bien. ¿Nos vamos?, le aviso a la secre que me marcho y… Cogió la mochila y se acercó a la mesa de la secretaria para presentarle a su padre y avisarle de que se iba a comer con él. Ella, que se llamaba Rosetta y era simpatiquísima, los animó a tomarse su tiempo, a que comieran sin prisas, y los entretuvo el tiempo suficiente como para que apareciera Fabrizio Santoro en mangas de camisa y con la chaqueta en la mano, dispuesto a irse también. —Me marcho, Rosetta, pásame las llamadas al móvil, por favor. Hola, Valeria, ¿va todo bien? —Sí, me voy a comer con mi padre. Papá, este es Fabrizio Santoro, mi jefe y el responsable de que esté otra vez aquí. —Maurizio Tarenzi —se presentó su padre ofreciéndole la mano—. Encantado de conocerlo, señor Santoro. —Llámeme Fabrizio, por favor. —Bueno, solo si nos tuteamos los dos. —Eso está hecho. Encantado de conocerte. Tienes una hija brillante y muy trabajadora. —Lo sé, muchísimas gracias. Siempre hemos estado muy orgullosos de ella. —Y hacéis bien. ¿Bajamos juntos? —¿Te puedo hacer una pregunta? —Le dijo su padre caminando hacia el ascensor y Fabrizio asintió— ¿No serás pariente de Mattia Santoro?, ¿el jugador del Milán que se retiró después de sufrir un síncope jugando con la selección italiana? —Sí, es mi hermano gemelo. —Ya decía yo que el parecido era extraordinario. —Eso dicen. —Y ¿cómo está?, era un jugador espectacular. ¿Te acuerdas de él, cariño? —Le preguntó a ella y ella se encogió de hombros. —No mucho, la verdad. —Está muy bien, después de dejar el fútbol profesional se hizo abogado y se dedicó al derecho de familia, pero hace unos meses abandonó los tribunales para fundar una empresa de representación de jugadores y jugadoras de fútbol. —Pues no sabes cuánto me alegro, fue terrible lo que le pasó. Un chico con tanto talento… —¿Tú eres del Milán, Maurizio? —Hombre, eso ni se pregunta. Respondió su padre muy orgulloso y Valeria se agarró a su brazo y guardó silencio oyendo cómo se enzarzaban los dos en una charla muy animada, hasta que llegaron a la calle y se separaron para seguir direcciones opuestas. Fabrizio Santoro camino de la Piazza del Duomo para comer con uno de sus hermanos, les contó, y ellos hacia Casa Borgia, uno de los restaurantes favoritos de su madre y de los pocos aun que quedaban intactos en Brera. El barrio donde estaba la sede de su empresa, pero también el barrio donde se habían criado su bisabuelo, su abuela y su madre, y donde seguían manteniendo la casa familiar. El enorme piso donde ella vivía con su nonna. —Mau y Mark han reservado un hotel maravilloso para pasar la Nochevieja en Nueva York. ¿Has visto las fotos? Le preguntó a su padre una hora después, cuando les estaban sirviendo el postre, y él, que se había pasado un buen rato sin hablar durante la comida, la miró y le sonrió de una manera un poco extraña. —¿Estás bien, papá? ¿has estado muy callado? —No pasa nada, tesoro. Antes de que se me olvide ¿Qué sabes de Roberto? —Le clavó los ojos claros y ella dejó de comer. —Que está muy bien, disfrutando de sus últimos meses de soltería, ¿por qué? —Porque me encontré con sus padres en un mercadillo navideño y me han dicho que piensas ir a su boda. —Claro, es uno de mis mejores amigos, nos ha invitado a Mau y a mí. ¿Qué hacías tú en un mercado navideño? —Te habrá invitado, Valeria, pero igual, por prudencia, deberías declinar la invitación. Creo que su novia no lleva muy bien tu presencia en el evento. —Eso no es verdad. ¿Te lo han dicho sus padres? —Sí, me lo han dicho ellos y es bastante lógico teniendo en cuenta que fuisteis novios durante más de seis años. —Hace una década. —Bueno, a la novia le parecerá raro y me gustaría que lo tuvieras en cuenta. —Roberto me ha pedido que sea una de sus testigos —pensó en su ex, con el que había estado los dos últimos años de instituto y gran parte de la universidad, y al consideraba casi un hermano, y asintió—. Lo hablaré con él. —Diga lo que diga él, sería mejor que no aparecieras en la boda por consideración a esa chica y ya está. Es muy sencillo, cielo. —Muy bien, no iré… Y ¿qué hacías tú en un mercadillo navideño? — volvió a preguntar y él se puso serio—. Desde que mamá no está no… —Tengo que decirte algo y no sé por dónde empezar —La interrumpió y ella dejó la cuchara y apoyó la espalda en el respaldo de la silla—. No es nada malo, peque, al contrario, es algo muy bueno, al menos para mí y espero que a ti también te lo parezca. —¿Qué pasa? —He conocido a alguien. —¿Cómo dices? —Se llama Elena, Lenú. Llevamos seis meses saliendo juntos. —¿Disculpa? Fue igual que recibir un jarro de agua fría en la cabeza, parpadeó si entender nada, pero respiró hondo y trató de mantener la compostura. Su padre se inclinó y le cogió las dos manos. —Es maestra, trabaja con tu tía Patty y, bueno, también está viuda, aunque es más joven que yo y… —¿Mau lo sabe? —Lo sabe, se lo conté hace unos días por teléfono, pero le pedí que no te dijera nada porque quería hablarlo contigo personalmente. ¿Te alegrarás por mí? —Por supuesto, papá, solo es que me has pillado por sorpresa. —Me moriré queriendo a vuestra madre, ella lo era todo para mí, el amor de mi vida, pero han pasado diez años… y… vosotros ya sois mayores y yo, pues… ha surgido así, hija. No lo he buscado, simplemente en un regalo que me ha traído la vida. —Mamá querría que fueras feliz y nosotros también. —Lo sé, tesoro. —¿O sea que es amiga de la tía Patty? —No íntimas, pero son compañeras de trabajo. Lenú enseña matemáticas en su mismo instituto. —¿Matemáticas?, vaya, es de las mías —bromeó para disimular el desconcierto, y le sonrió—. ¿Qué edad tiene? —Cincuenta años, es viuda desde hace cuatro y tiene una hija de veinte años que estudia medicina en Turín. —¿Cuándo nos la vas a presentar? —Ahora que ya lo sabéis, lo antes posible. Sé que os va a gustar. —Si te gusta a ti a nosotros también. —Me tendrás que ayudar a decírselo a tu abuela. —La nonna te adora y seguro que se alegrará por ti. —Ya veremos. —Mientras tanto, yo mataré a Mau por no decírmelo. —Lo hice jurar que no lo haría y por una vez ha sabido ocultarte un secreto. Tendrías que felicitarlo, no enfadarte con él. 7
Dieciséis de diciembre y los compromisos navideños de todo tipo de multiplicaban, algo que había esquivado durante cuatro años en Manhattan, ciudad en la que no tenía familia directa, ni tantos amigos, y donde había podido escaquearse de cualquier fiesta, coctel o festejo sin dramas ni remordimientos. La pura verdad es que viviendo en Nueva York había echado muchísimo de menos a su familia y a Milán, por supuesto, pero también había aprendido a disfrutar del anonimato y la libertad, de la falta de obligaciones, del pasotismo social absoluto, y a veces se seguía preguntando si después de aquello podría adaptarse otra vez a su intensa y ocupada vida familiar en Italia. Una agenda muy apretada que en navidades se triplicaba y que por norma tenía que cumplir si no quería fallar a alguien, empezando por sus padres y hermanos, esa familia nuclear que cada día crecía más y más rápido. Entró en ese hotel tan moderno, dónde la empresa de arquitectura de su hermano Franco celebraba su tradicional recepción navideña, miró la hora y de inmediato sintió el teléfono móvil vibrándole en el bolsillo de la chaqueta, lo sacó y leyó el enésimo mensaje de esa chica del trabajo, Gina Rinaldi. Movió la cabeza un poco harto, porque ya le había contestado a dos mensajes esa tarde, ambos para rechazar sus invitaciones para tomar algo en tal o cual local donde se suponía que iba estar esa noche, y decidió que había llegado la hora de ser más claro y fulminante, porque ya no sabía cómo decírselo amable y cortésmente: no le interesaba nada y nunca lo haría. Le dio a responder, pero antes de escribir el WhatsApp se acordó de Valeria Tarenzi, de la que la famosa Gina era muy amiga, y se detuvo, porque de repente no le apeteció ser borde con una amiga suya, y decidió pasar. No respondió al mensaje, puso el teléfono en silencio y se olvidó. Nunca comprendería a esas personas que ignoraban las señales, las sutiles y la directas, e insistían en invadir tu espacio y tu tiempo con total falta de vergüenza. A lo largo de su vida le había pasado un millón de veces, por eso solía ser franco y honesto con todo el mundo, especialmente con las mujeres. Nunca confundía a la gente, al menos eso creía, y jamás creaba falsas expectativas. No le gustaba que lo hicieran con él, por eso no lo hacía con los demás, y a sus treinta y siete años ese principio le funcionaba de maravilla, no obstante, de vez en cuando aparecían personas como Gina Rinaldi, que encima pululaba todos los días por su trabajo, y te complicaba la vida, porque ese tipo de personas siempre terminaban complicando las cosas y era muy incómodo, tanto, que iba a tomar medidas drásticas con ella en cuanto pudiera hablarlo con Valeria. —¡Fabrizio! Lo llamó su cuñada Celia desde un pasillo y le hizo un gesto con la mano para que la siguiera hacia una zona donde ya estaban Marco, Mattia y Clara, charlando con su elegante hermano Franco, el anfitrión de la noche, que les estaba explicando la nueva exposición sobre arquitectura que sus socios y él acababan de inaugurar en la Galleria d'Arte Moderna di Milano. —Señoras —Saludó formalmente a sus cuñadas, las dos embarazadas de varios meses, y luego abrazó a sus hermanos— ¿Qué tal todo por aquí?, ¿papá y mamá? —Al final han preferido quedarse en casa con Lucía, no les apetecía venir al centro por la noche —comentó Marco abrazando a su mujer. —Mejor, el tráfico es una locura. Parece que todo Milán ha decidido echarse a la calle. ¿Dónde puedo pillar algo de beber? —Ahora os mando un camarero —respondió Franco palmoteándole el hombro—. Me voy a saludar a la gente, luego os veo. —Adiós. Respondieron todos y Mattia soltó la mano de Clara y le hizo un gesto para que lo acompañara. Él lo siguió sin preguntar y cuando se encontraron a solas lo miró a los ojos con curiosidad. —¿Qué pasa?, ¿va todo bien? —Te mandé un correo electrónico y dos mensajes hace dos horas, ¿no los has visto? —Está claro que no. —El juzgado ha recibido de vuelta la última notificación que se le envió a Bianca Sanpaolo para que se presentara en el Anatómico Forense de Roma. Me ha avisado el procurador hace dos horas, era el segundo aviso tras no presentarse voluntariamente y Giovanni cree que se ha marchado de Italia. Mañana mandará a alguien a echar un vistazo a su domicilio, pero todo apunta a que se ha largado, seguramente a Londres, para pasar de nosotros como de la mierda. —No me sorprende nada, ahí su marido tiene poder y contactos. —La ley es la ley y la empapelaré con notificaciones en cuanto encontremos su domicilio en el Reino Unido. Uno no puede escaquearse de la justicia así como así, hay normas y tratados entre países y no pararemos hasta que se someta a las pruebas de paternidad. Tú tranquilo. —No sé por qué, pero estoy muy tranquilo. —Pues yo no, porque si ese niño es mi sobrino no pienso permitir que se crie solo bajo el amparo de ese par de gilipollas tramposos y prepotentes. Ya han acabado por tocarme los cojones y al menos el test de ADN lo harán o montaré tal pifostio en los tribunales que igual acaban saliendo en la portada del Times, o mejor aún, del The Sun, que les pega más. —Mattia. —¿Y por qué estás tan tranquilo si puede saberse? —No lo sé, supongo que estoy agotado. —En ese caso yo me cabreo por los dos. A este par de impresentables los pienso incordiar hasta que me supliquen que los deje en paz. —No lo pongo en duda. —Genial, tú sigue tranquilo, es mejor así. Ahora, busquemos algo de comer, dice Clara que el bufé tiene una pinta increíble. Lo abrazó por el cuello y se lo llevó a la zona del bufé donde había un montón de gente mirando los manjares que servían unos camareros que parecían modelos de alta costura, todos de raza negra, vestidos de negro también. Observó el sushi junto a las tablas de queso y respiró hondo ya sin hambre, porque la noticia sobre Bianca no lo había hecho explotar y enfadarse, pero sí le había quitado el hambre de manera instantánea. Jamás podría entender qué retorcida u oculta motivación la podía hacer actuar de ese modo, tan jodidamente mal desde que había destapado ella solita el asunto del embarazo, y una vez más pensó que tal vez no era ella la que decidía actuar así, sino que su marido, que era el que de verdad movía los hilos, el que la estaba empujando a cagarla cada día más. Bianca siempre le había contado que el tal Tobías era implacable y manipulador, que podía llegar a hacer cualquier cosa por conseguir lo que quería, y desde luego en ese caso lo estaba demostrando. Lo que no sabía el tal Tobías era que en esta ocasión se estaba enfrentando a un muro de piedra infranqueable, porque desde luego él no se iba a rendir, ni le iba a permitir salirse con la suya. No iba a hacerlo porque no podía hacerlo, no hasta que le demostraran con pruebas fehacientes que ese bebé no era suyo. —Perdonad, ¿cuál de vosotros es Fabrizio? Les preguntó de repente un chico joven, rubio y de ojos claros, que iba acompañado por otro más alto y mulato, y tanto Mattia como él se apartaron del bufé y le prestaron atención. —Soy yo —respondió al fin y el chico más bajito sonrió y le ofreció la mano. —Hola ¿qué tal?, me llamo Maurizio, soy el hermano de Valeria Tarenzi. —Hey!, ¿qué tal?, Valeria habla muchísimo de ti. Encantado de conocerte. —Igualmente. Este es mi marido, Mark. —Mucho gusto, este es mi hermano Mattia. Mattia, este es el hermano de la nueva incorporación de mi departamento, Valeria Tarenzi. Creo que te he hablado de ella. —No, no me has hablado de ella, pero encantado de conoceros —Mattia los saludó tan amable como siempre y luego les señaló el bufé—. Si no os importa, voy a coger algo de comer para mi novia, que lleva un rato esperando. —Claro, tú a lo tuyo —Lo animó y luego le prestó atención al hermano mellizo de Valeria, que se parecía a ella, pero no demasiado— ¿Tenéis alguna relación con el estudio de arquitectura de…? —Sí, bueno, más o menos. Mark y yo somos ingenieros civiles y hemos trabajado en algún proyecto puntual con Diseño y Estructuras Milano, concretamente con Anette De Luca, aunque hoy nos hemos enterado de que el CEO de la empresa, Franco Santoro, es hermano tuyo. —Sí, mi hermano mayor. —El mundo es un pañuelo. —Bueno, Milán es pequeño y somos cinco hermanos, estamos por todas partes —bromeó y Maurizio se echó a reír. —Ya verás cuando se lo contemos a Valeria. —¿Dónde está?, ¿no va a venir al coctel? —No, pero la veremos después. —Está por aquí cerca tomando algo con Agnese —Comentó Mark y sin querer él dio un paso atrás. —¿Agnese?, ¿su pareja? —No, nuestra tía Agnese, la hermana pequeña de mi padre —respondió Maurizio con una sonrisa—. Solo es diez años mayor que nosotros y son íntimas, hoy tenían noche de chicas. —¿Por qué no las llamas, le dices que vengan y se tomen algo con nosotros? —No creo que… —Llámala —Apuntó Mark dándole un empujoncito con el hombro y Maurizio asintió y se apartó sacando el teléfono—. Dudo mucho que quieran venir, pero al menos hay que intentarlo. —Sí, además, la comida parece estupenda. ¿Queréis probar algo? —Sí, un poco de sushi antes de que acaben con todo. Masculló Mark, que tenía un marcado acento estadounidense, y Fabrizio lo acompañó a la mesa para buscar algo de comer, preferentemente pizza o queso para él, que también había en el catering, aunque la gente no le hacía demasiado caso. —¿De dónde eres, Mark? —Le preguntó en inglés y él sonrió. —San Diego, California. —Guau, me encanta San Diego, he estado solo una vez, pero espero volver pronto. —Valeria dice que vivías en Nueva York. —Sí, cuatro años por trabajo. —Ya está. Maurizio los interrumpió, asegurándoles que Agnese había convencido a Valeria para que se pasaran por el coctel antes de ir a cenar, y él se alegró un montón por la noticia, porque le caía genial Valeria y porque normalmente no tenían ocasión de verse fuera del trabajo. De repente la noche mejoró, empezó a sentirse más animado por el derrotero que estaban tomando los acontecimientos, se olvidó de sus problemas personales, se distrajo hablando muy a gusto con Mau y su marido, que eran unos tipos realmente interesantes, y saludando de paso a algunos colegas y amigos de Franco, hasta que vio aparecer a Valeria Tarenzi en el hotel, guapísima con el pelo suelto y acompañada por una mujer igual de guapa que los saludó con la mano antes de acercarse a ellos con una sonrisa deslumbrante. —¡Hola, chicos! —¡Hola!. Agnese, este es Fabrizio Santoro —se apresuró a presentar Maurizio después de darle un abrazo—. Fabrizio, esta es nuestra tía Agnese Tarenzi. —Encantado de conocerte. Hola, Valeria, qué bien que te hayas animado a venir —Se dirigió a ella echando un vistazo disimulado a los pantalones negros y muy ceñidos que llevaba y que le sentaban de maravilla, y ella le sonrió palmoteándole el brazo. —Gracias a ti por invitarnos, aunque solo nos podemos quedar unos minutos. Vaya, esto es precioso —giró para admirar el salón tan elegante y su tía Agnese asintió cogiendo dos copas de champagne de una bandeja—. Creo que nunca había estado aquí. —La empresa de Franco reformó el hotel hace poco, ha estado cerrado muchos años. La decoración la ha hecho mi cuñada Celia, la mujer de Marco. —Es fantástica —Opinó Agnese. —Ah, claro, es cierto. Era un hotel muy ochentero, pero cerró con la crisis del 2008 ¿no? —Le preguntó Valeria. —Exacto. ¿Queréis algo de picar? —¿Sabes quién lo compró? —Palatino Group Hotels. —¿No son clientes nuestros? —Fabrizio asintió—. Claro, tienen una cartera de inversión muy potente. Es una empresa con un activo circulante y un retorno de inversión… —¿Podemos no hablar de trabajo, cariño? —Mau se le acercó, la abrazó por los hombros y le besó la cabeza—. Lo siento, la quiero con locura, pero es que coge carrerilla y a nosotros nos parece que nos habla en chino, Fabrizio. —Mis hermanos se quejan de lo mismo. —Entonces sois tal para cual —Soltó Mark y él pudo notar perfectamente como Valeria se sonrojaba un poco antes de darle la espalda. —Fratellino… Sintió la voz de Franco y su mano en el cuello, dejó de mirar a Valeria y le prestó atención. Su hermano, que andaba de arriba abajo atendiendo y charlando con sus invitados, se acercó al grupo para saludarlos con una gran sonrisa, pero de repente se quedó paralizado frente a Agnese, como hipnotizado. Fabrizio pensó que se conocían, así que no intervino para presentarlos, hasta que el silencio se hizo tan evidente que no le quedó más remedio que intervenir y preguntar buscando sus ojos claros. —¿Os conocéis? —Creo que no —Respondió Agnese y Franco al fin dejó de mirarla y les sonrió a todos. —A Maurizio y a Mark ya los conoces, y ellas son Valeria y Agnese, hermana y tía de Maurizio. Valeria trabaja conmigo. Chicas, este es mi hermano Franco, el anfitrión de la fiesta. —Encantadas. —El gusto es mío. ¿Habéis comido algo? —Todo está estupendo, Franco, muchísimas gracias —contestó Maurizio. —Me alegro. Bueno, os dejo ¿nos vemos después? —¿Qué planes hay? —Preguntó él y su hermano se encogió de hombros. —Cena en el Carlo al Naviglio, lo ha reservado Marco. —Tesoro… —Una chica alta y morena, Marina, recordó de pronto, pensando que ya la había visto más de dos veces con Franco, se acercó a él y lo agarró por el brazo— ¿Vienes?, los Ambrosoli quieren hablan contigo, mi vida. —Ya voy. Lo dicho —Franco se detuvo—. Nos vemos después ¿de acuerdo? Se marchó escoltado por su amiga Marina y Fabrizio miró la hora oteando el horizonte, intentando localizar a su familia, que estaba charlando justo en el lado opuesto del salón con varias personas del estudio de arquitectura. Se les veía estupendamente, muy a gusto, recorrió con los ojos al resto de los asistentes al evento, reconoció a dos chicas que le tiraron besos desde la distancia, les sonrió y entonces oyó la voz de Valeria Tarenzi dirigiéndose a su hermano. —Mau, nosotras deberíamos irnos. ¿No vemos luego en el Pat Murphy? —Esto está hecho. —¿Os vais?, pero si acabáis de llegar —Preguntó un poco ansioso y fue Agnese la que le respondió. —Solo hemos pasado a saludar y porque estábamos cerca, pero tenemos otros planes. —No, vamos, busquemos un sitio para cenar juntos o veniros con nosotros al Carlo al Naviglio. —Uy, eso se sale kilómetros de mi presupuesto —bufó Valeria y él le sonrió. —No exageres, sé cuánto ganas, pero no importa yo te invito. —Muchas gracias, pero no. Tenemos reserva en un japonés de aquí al lado. Gracias por la copa, nos vemos el lunes en la oficina. La observó despedirse de su hermano y de su cuñado con un beso en la mejilla y sin venir a cuento le dio por detenerla y cruzarse en su camino. Tenía mil planes posibles para esa noche, empezando por la cena con sus hermanos y siguiendo por una copa en algún club de moda con cualquier chica guapa del coctel, o de su larga agenda telefónica, sin embargo, una fuerza irracional lo plantó delante de Valeria Tarenzi, que era compañera de trabajo y encima subalterna, y no la dejó marcharse. —Vamos, Valeria, no me digas que no. —No estoy de broma, tenemos una reserva y si no nos vamos ya la vamos a perder. —Llevamos un mes intentando cenar en ese sitio —la apoyó su tía. —Ok, de acuerdo, quizá más tarde. —Genial, vente a medianoche al Pat Murphy de Porta Garibaldi —soltó Agnese y Valeria la miró con los ojos muy abiertos. —¿Un pub irlandés? —Sí, es de una buena amiga nuestra y nos encanta. Ya sabes: música en directo, dardos y mesas de billar. Igual es muy gamberro para ti, pero allí estaremos. Hasta luego y muchas gracias por la copa. Vamos, Valeria. —Vamos, adiós Fabrizio. —¿Muy gamberro para mí? Se echó a reír a carcajadas, porque estaba clarísimo que no lo conocían para nada, y las dos movieron la cabeza, le dijeron adiós con la mano y desaparecieron entre la gente cogidas del brazo. Fabrizio dio un paso atrás sin dejar de sonreír, porque aquello era insólito, miró a Maurizio y a Mark, y se giró para coger un trozo de pizza del bufé. —Muy gamberro para mí, lo que hay que oír. 8
Treinta y uno de diciembre y ahí estaba, trabajando tan a gusto en su despacho porque a esas horas ya no quedaba nadie en la oficina. En Manhattan, concretamente en Wall Street, la Bolsa cerraba como todos los días a su hora normal, y en otros muchos países de Centro y Sudamérica también, así que, aunque en Milán ya eran las ocho de la noche, al otro lado del charco eran las tres de la tarde, seguían trabajando y ella con ellos, porque se había ofrecido para cambiar el turno con una compañera de tarde que tenía niños y marido, y que sí celebrara la nochevieja en familia. Solía hacer eso, ofrecerse para trabajar en Año Nuevo, porque no soportaba la fecha ni la algarabía, ni comer lentejas ni los fuegos artificiales, ni nada que le recordara que ese día, hacía ya once años, su madre había fallecido en el hospital mientras el resto del mundo, incluso el personal médico que los rodeaba celebraba la nochevieja como si tal cosa. Por supuesto, ellos no tenían culpa de la muerte de su madre, ni del dolor de su familia, pero cada vez que recordaba aquello se le partía el alma en dos. Había sido durísimo para todos, pero especialmente para sus abuelos, que habían perdido a su única hija con solo cincuenta años mientras oían la fiesta y los gritos y los petardos, y la ciudad entera estallaba en celebraciones. Desde aquella noche tan trágica, sus abuelos se habían negado a celebrar la navidad, solo tras la muerte de su abuelo hacía dos años, su nonna había accedido a celebrar la nochebuena en familia, pero seguía ignorando la nochevieja y se acostaba a las nueve de la noche con tapones en los oídos y una valeriana, y no volvía a aparecer hasta el día siguiente. A Mau y a ella nunca los había obligado a hacer lo mismo, por supuesto, muy por el contrario, los animaba a salir y a divertirse, a vivir la vida, decía, sin embargo, Valeria seguía odiando la fecha, seguía sintiendo dolor y rabia por la pérdida de su madre, seguía con el corazón roto y seguía sin ganas de sumarse a ninguna fiesta. Gracias a Dios, tenía su trabajo. Se incorporó un poco y miró hacia la luz que brillaba al otro lado de la zona común de Grandes Cuentas, la del despacho acristalado de Fabrizio Santoro, que también estaba trabajando concentrado en su ordenador y con el teléfono pegado a la oreja. A primeros de año solían desatarse movimientos importantes a nivel bursátil, había mucho que hacer y los fondos de riesgo se convertían en el centro de atención de los expertos, por eso su jefe se había quedado más tiempo trabajando, aunque había advertido a todo el mundo que, a las diez de la noche como muy tarde, se tenía que marchar porque lo esperaban para tomar las lentejas de la suerte en alguna parte. Miró la hora, comprobó que aún faltaba mucho para las diez de la noche, y decidió regresar a sus cosas, aunque antes sonrió recordando lo mucho que había avanzado en su amistad con el bellissimo Fabrizio, que se había revelado como un tío divertido y adorable, tanto, que a veces daban ganas de abrazarlo y comérselo a besos. El día del coctel de navidad de la empresa de su hermano Franco, había sido el comienzo de una gran amistad. A medianoche, y contra todo pronóstico, había aceptado la invitación de Agnese y se había presentado en el Pat Murphy de Porta Garibaldi solo, sin amigos, ni hermanos, solo él y su sonrisa, y se lo habían pasado en grande jugando al billar, bailando con la música en directo y charlando, porque era un gran conversador. Era casi un pecado, decía su cuñado Mark, ser tan guapo, tan listo, y tan agradable. Algún defecto grave debía tener escondido, opinaba él, no obstante, de momento, dos semanas y pico después de aquella noche inolvidable, seguía sin encontrárselo y continuaba viendo a Fabrizio Santoro como a un ser humano casi perfecto. Uno intocable, por supuesto, porque era su jefe y porque, aunque en sus sueños podía imaginarse enamoraba de él, en la realidad era consciente de sus diferencias y, sobre todo, de su agitada y ocupada vida sentimental, porque las mujeres no paraban de llamarlo, de ir a visitarlo por sorpresa o de intentar atraer su atención. Durante el mes largo que llevaba trabajando con él, había descubierto que Gina Rinaldi no era la única que le iba detrás de forma descarada, también había otras personas de la empresa, alguna ejecutiva norteamericana de paso por Milán, gente de fuera que se pasaba a verlo y le llevaba cafés o cruasanes, y las fieles del teléfono, porque según Rosetta había chicas que lo llamaban de forma sistemática y constante, incansables, aunque él nunca contestaba esas llamadas y les daba largas con una elegancia alucinante. —Hasta que no siente la cabeza esto no va a parar —aseguraba Rosetta—, aunque, seguramente, aun casado y con hijos lo seguirán persiguiendo. ¿Has visto a sus hermanos?, a todos les pasa igual y ya son padres de familia. La gente no respeta nada, a veces me da vergüenza ajena. Es una pesadilla, Valeria, ya sé que desde fuera puede parecer muy divertido tener tantas pretendientas, o eso dicen mis hijos, pero ya te digo yo que me agobia hasta a mí… —Estará más que acostumbrado. —No sé yo, es muy frío y controlado y le lleva pasando esto toda la vida, pero a veces creo que quisiera desaparecer. Se pasa el tiempo esquivando insinuaciones, invitaciones y coqueteos varios, ¿no te has fijado? —No mucho. —Seguro que desearía que lo trataran con más normalidad. Por eso creo que tú le caes tan bien, Valeria, porque eres la única que no le pone ojitos. Ya era hora de que encontrara a una colega, una amiga de verdad en el trabajo. Tras esa charla se había esforzado un poquito más en “no ponerle ojitos”, a pesar de que a veces era difícil sustraerse a ese atractivo demoledor que tenía y que provocaba que involuntariamente se pusiera un poco tontorrona. Ya sabía que no era Brad Pitt y que a muchas chicas no les gustaba para nada, pero para ella reunía todo aquello que le encantaba en un hombre, y no solo por guapura y estilo, sino, sobre todo, le fascinaba su temple, su personalidad y su inteligencia. Era brillante en su trabajo, minucioso, perfeccionista y exigente, era incansable y tenía una visión perfecta del negocio. Esa visión de conjunto que era tan importante en un oficio como el suyo. Todo ese coctel la mantenía en tensión, a veces con mariposas en el estómago y delante de él se reía más de la cuenta, cosa absolutamente insólita y que le daba una vergüenza tremenda, pero confiaba en que el paso del tiempo iría calmando y atemperando el “efecto Santoro” y que, tal como decía Rosetta, acabarían siendo colegas y amigos de verdad, y ojalá que para siempre. —È finito, signorina! Exclamó dando un golpecito en la puerta abierta de su despacho y ella saltó, dejó de mirar el ordenador y le clavó los ojos. —Joder, qué susto. —Vamos, apaga eso, nos vamos a casa. Son las diez de la noche. —Ve tú, yo aún tengo cosas que hacer. —Es nochevieja —se le acercó y le cerró el portátil con el dedo—. Venga, es hora de irse de fiesta, no pienso dejarte aquí sola. —Estoy bien. Tú tranquilo. —No me voy tranquilo. ¿Dónde vas a celebrar las doce de la noche?, yo te acerco en coche. —Muchas gracias, pero no hace falta, vivo a dos calles de aquí. —Lo sé, pero… Vamos, Valeria, esto no es negociable. Se acercó a su silla, la movió y la hizo levantarse, la animó a coger su abrigo y su mochila, y apagó la luz de la oficina indicándole la salida hacia los ascensores. Ella obedeció para no tener que dar explicaciones, y porque sabía que era peor oponer resistencia, y caminó hacia el rellano poniéndose el abrigo y pensando en que al llegar a casa comería una pizza que había hecho la noche anterior, se tomaría una valeriana como su abuela y se metería en la cama hasta el 2 de enero. —Mierda, es tardísimo —comentó Fabrizio mirando la hora. —Baja por las escaleras, esto tarda mucho. —No, ya viene. —¿Adónde tienes que ir? —En teoría a Brienno, en el Lago Como, mi hermano Marco ha reunido a media familia allí. —¿Brienno a estas horas? —Sí, hoy y a estas horas, la carretera ya estará más despejada. Vamos, adentro. El ascensor llegó un poco racaneando, o eso le pareció a Valeria, que siempre había pensado que esos ascensores eran tan viejos como el edificio que los contenía, y entró observando la pintaza de Fabrizio Santoro vestido de sport, con vaqueros, una camisa blanca y unas zapatillas de deporte muy modernas. Se pegó en la pared metálica suspirando, porque encima olía de maravilla gracias a ese perfume que era prácticamente un elixir de masculinidad, e inmediatamente notó que algo iba mal, porque el ascensor dio un respingo antes de iniciar el descenso, luego volvió a saltar y al final, antes de llegar a su destino, se paró en seco entre la segunda y la primera planta. —Merda! Exclamaron los dos, pero solo fue él el que apretó dos botones más y le dio un golpe al panel de control. Valeria se le acercó por la espalda y pulsó el botón de emergencia y el de la alarma, que sonaban de manera independiente. —No hay portero esta noche, Valeria. —No, pero se supone que el botón de emergencia conecta con la central de mantenimiento del ascensor. Ya nos ha pasado otras veces. —¿A las diez y diez de la noche de una nochevieja? —No, pero… —lo miró de reojo y vio que se estaba poniendo furioso—. Tranqui, ya nos contestarán. —Porca miseria! —Dio una patada a la puerta y ella buscó sus ojos sin dejar de pulsar los botones de auxilio. —¿No tendrás claustrofobia? —No, pero me esperan en Brienno o en ciento veinte fiestas por toda la ciudad para celebrar el puto año nuevo. Esto es una puta mierda. Fanculo! Ella no respondió y siguió intentando que le contestara alguien sin ningún éxito, los teléfonos tampoco se los respondía nadie y acabó rezando para que aquello se moviera antes de que a su jefe le diera un ataque, porque se le veía cada vez alterado y tenía pinta de que solo podía ir a peor. Por un segundo se acordó de su cuñado Mark, al que pensaba llamar más tarde para contarle que el primer defecto que desvelaba Fabrizio Santoro era su impaciencia, su nulo nivel de tolerancia a la frustración y su total incapacidad para disimularlo, y sonrió, porque sabía que le haría mucha gracia. —¡Me cagó en la puta madre que los parió! Dio un puñetazo a una de las paredes metálicas, se sacó el abrigo y lo tiró al suelo hecho una furia. —¡¿Para qué coño sirven los teléfonos de emergencia si nadie los contesta?!. Cuando salgamos de aquí me ocuparé personalmente de que rescindan el contrato con esta compañía de mierda. Sin contar con todas las denuncias públicas y privadas que les voy a meter. Figlios di puttana! —Lo siento mucho, Fabrizio. —No es tu culpa, Valeria —respiró hondo y se sentó en el suelo indicándole que hiciera lo mismo—. Son estos cabrones los que me acaban de joder la noche. —Bueno, son las diez y veinte, aún… —Te apuesto una cena a que no viene nadie a ayudarnos. —Al menos no estamos muy alto, si al ascensor le da por desengancharse y caer, el golpe no será muy serio —Se deslizó por la pared y se le sentó enfrente. —¿Qué? —Solo es un dato objetivo. —Madre mía —Bufó moviendo la cabeza—. Voy a avisar a mi madre antes de que empiece a preocuparse —mandó varios mensajes y de repente la miró por encima del teléfono— ¿Tú no avisas a nadie?, esto va para largo. —No necesito avisar a nadie. —¿No?, ¿cómo qué no? —Mau y Mark están en Nueva York, Agnese en Venecia, mi padre en Turín a sus cosas, mi abuela durmiendo y mis amigos no me esperan en ningún sitio porque saben que esta noche no salgo. —¿Por qué no sales? —Mi madre murió en nochevieja y desde entonces no la celebro. Lo soltó así, sin pensar, por la situación en la que se encontraban, porque normalmente no hablaba de esas cosas con nadie y si le preguntaban buscaba excusas menos dramáticas para justificarlo. Él dejó el teléfono en el suelo y apoyó la espalda en la pared. —¿Por eso estabas trabajando y no te querías marchar a casa? —Exactamente. Y si me hubieses dejado a mi aire, ya te habría sacado del ascensor —Le sonrió y él tragó saliva. —Lo siento muchísimo, Valeria, de verdad, perdona mi… —No tenías por qué saberlo, nos conocemos desde hace muy poco tiempo. —¿Cómo falleció tu madre? —No me gusta hablar de eso —Bajó la cabeza, abrió el móvil y mandó otra alerta a la empresa de ascensores. —Lo entiendo, disculpa otra vez. —No es nada personal, Fabrizio, no lo hablo con nadie. —¿Ni con Mau? —Con él no hace falta hablarlo, sentimos y pensamos lo mismo. —Entiendo. A Mattia y a mí nos pasa igual. —¿Y cómo lo llevan tus otros hermanos?, ¿os lleváis bien con ellos?. Siempre me he preguntado qué hubiese pasado si Mau y yo hubiésemos tenido más hermanos. —Bueno, Mattia y yo siempre hemos hecho piña y hemos sido como uno solo, pero también nos hemos llevado fenomenal con los demás, sobre todo desde que somos adultos. Cuando éramos niños o adolescentes nos peleábamos como todos los hermanos, especialmente con Marco, que es un poco mayor y se pasaba de estricto y mandón, pero a medida que fuimos creciendo todo fue a mejor. —¿Cuánto tiempo os lleváis? —Con Marco cinco años, con Luca ocho y con Franco diez. —¿Luca?, es el que me falta por conocer. —Sí, ahora mismo está en Milán, pero normalmente vive en París con su mujer y sus hijos. —¿Se casó con una francesa? —Dos veces. Con su primera mujer tuvo una hija, Chiara, que ya tiene dieciséis años, y con la segunda, Chantal, tiene unos gemelos de casi tres años, Luca y Leo. —¿Gemelos?, qué suerte. —La verdad es que sí, y de momento son los únicos de esta nueva generación. Pronto serán nueve sobrinos y los únicos gemelos son Luca y Leo, aunque en la familia de mi padre los nacimientos múltiples son bastante habituales. —Yo no sé si algún día tendré hijos, pero si los llego a tener, me encantaría que fueran gemelos o mellizos, creo que no hay nada mejor. —Pienso lo mismo, pero no sé, es nuestra experiencia, igual solo basta con tener hermanos —De repente se puso serio y Valeria guardó silencio y dejó de mirarlo—. Yo nunca he pensado en tener hijos, siempre he creído que con mis sobrinos sería más que suficiente, sobre todo con los hijos que fuera a tener Mattia, que los sentiría como míos, pero… bueno… ahora las circunstancias han cambiado y… no sé… —¿Has sabido algo de las pruebas de paternidad? —Se atrevió a preguntar y él la miró y negó con la cabeza. —Bianca, la madre, no se las ha hecho y ha desaparecido de la faz de la tierra, aunque seguimos mandando requerimientos a su domicilio de Roma. Estamos seguros de que está en Inglaterra, pero no damos con ella para notificarla, así que… —Vaya por Dios, qué impotencia. —Supongo que no le interesa conocer la verdad. —Y ¿tú cómo estás? —Frustrado, cabreado y a veces muy preocupado. No me gusta imaginar a un hijo mío, si este niño lo es, criándose solo con ella y con su marido, sin que yo pueda participar en su vida. —Por supuesto, yo me sentiría igual que tú. —Es muy jodido, Valeria. Es la primera vez en mi vida que no tengo el control sobre algo tan importante y con tanta trascendencia para mí. Es una putada. —Sí que lo es… —respiró hondo mirando la hora y él le dio un golpecito en las botas con su pie— ¿Qué? —Gracias por preguntarme siempre cómo estoy o cómo me siento con respecto a todo esto. —Es lo normal. —No, lo normal es que la gente te aconseje y te diga lo que deberías hacer. —Ya, lo sé… —Tu hermano me dijo que no tenías pareja —Le soltó sin venir a cuento y ella se puso seria y entornó los ojos—. No es por cotillear, es por cambiar de tema. ¿Cómo es posible que no tengas pareja? —¿Tú tienes pareja? —No. —Pues yo tampoco. —Y ¿eso por qué?, me consta que solo en la Plataforma de Inversión Milano S.A. tienes docenas de admiradores. —Lo mismo digo, también tienes docenas de admiradoras y por lo visto tampoco sales con ninguna. —Yo soy un caso perdido y además he preguntado primero: ¿por qué no tienes pareja? —Soy poco constante y me aburro en seguida. Me cuesta mantener el interés. —Me pasa exactamente lo mismo. —Tuve un novio durante seis años, del instituto a la universidad, y hoy por hoy seguimos siendo muy amigos, pero después de él ha sido imposible encontrar a alguien que entienda mi vida, mi trabajo o mi relación con mi hermano o con mi abuela. Me he cansado de oír por parte de “terceros” que necesito trabajar menos o ser más independiente, o que debería distanciarme de Mau o de mi nonna porque ya soy mayorcita y mi “novio” me necesita. —¿Qué clase de capullo dice esas cosas? —Más de los que te imaginas. —No sé para qué pregunto, en diferente sentido, pero también he oído cosas similares. —¿Con Bianca no iba en serio la relación? —No, bueno, al final sí empecé a planteármelo porque me gustaba mucho y ya llevábamos un año viéndonos, pero ella decidió romper y a mí tampoco me supuso un drama. Supongo que de serio aquello tenía poco. —¿No volverías con ella? —Rotundamente no. —Entiendo. —¿Si salimos algún día de aquí tú saldrías conmigo? —¿Cómo dices? Se echó a reír a carcajadas, pero él solo sonrió y le dedicó una mirada seductora que ella no supo ni traducir, ni mantener con algo de aplomo, así que se puso de pie de un salto y se pegó a la pared. —Joder, es tardísimo, van a dar las doce. ¿Llevamos dos horas aquí? —Casi —Se levantó con calma y se sacudió los pantalones—. No te estoy pidiendo matrimonio, Valeria, no te preocupes, solo te estoy invitando a cenar. —Eres mi jefe, trabajamos en la misma empresa. —Eso no ha impedido que yo te guste. —¿Eh? —casi se atraganta y él volvió a sonreír— ¿Quién te ha dicho eso? —Tu amiga Gina, y me ha dado muchos detalles, pero no pasa nada, tú también me gustas mucho a mí. ¿Qué me dices?, ya que vamos a empezar el año nuevo juntos, ¿me darás una oportunidad y te vendrás un día a cenar conmigo? Se sonrojó hasta las orejas, queriendo descuartizar a Gina Rinaldi por desleal y mala pécora, y se atusó el pelo empezando a hiperventilar, porque encima no tenía escapatoria ahí, dentro de un puñetero ascensor averiado y con Fabrizio Santoro a dos pasos de distancia. Se cruzó de brazos temblando de pura vergüenza y decidió que ante lo inevitable solo le quedaba apechugar y ser sincera, que ya tenía treinta y dos años y era una mujer hecha y derecha. Levantó la cabeza y lo miró sin titubear. —Ok, es verdad, me gustas mucho y por supuesto me encantaría salir a cenar contigo. —Genial. Sonrió y le ofreció la mano para chocharla, ella devolvió el saludo, pero él fue más rápido, la sujetó por la muñeca y se la pegó al cuerpo. —Son las doce de la noche, ya es año nuevo y en América es tradición besarse con la persona que tienes más cerca. Feliz año nuevo, Valeria Tarenzi. —Feliz año nuevo. Susurró, sonriendo, percibiendo cómo se le acercaba y lo podía oler por primera vez a esa distancia mientras todo su organismo reaccionaba y la piel se le erizaba por el contacto. Cerró los ojos y sintió sus labios y luego su lengua, y creyó que estaba soñando, así que lo miró y le acarició el pelo, y volvió a besarlo y siguió besándolo mucho rato, una eternidad, tanta, que cuando los bomberos aparecieron llamándolos a gritos desde el pasillo, no recordaba ni dónde estaba, ni qué había pasado… ni cómo se llamaba. 10
—Ciao, Samuele ¿qué tal estás, primo? —Acabo de recibir la caja de Brunello di Montalcino, Fabrizio, muchas gracias, pero no tenías que… —Es solo un detallito de agradecimiento, tómatelo como un regalo de la Befana. —Hace treinta años que ya no nos regalamos en la Befana, pero, gracias. Helena está encantada, a los dos nos chifla el Brunello di Montalcino. —Lo sé, me lo comentó en la boda de Marco. —Lo dicho, mil gracias. ¿Nos vemos pronto por el barrio? —Sí, a ver si algún domingo de estos coincidimos y así también veo a tus padres. —Cuando quieras, primo, ya sabes que ellos están encantados de veros. —Mándales un beso, y otro para Helena y los niños. —En tu nombre. Arrivederci. —Arrivederci. Se despidió de su primo, que era bombero y los había rescatado a Valeria y a él hacía doce días de un ascensor averiado y en plena nochevieja, y se giró hacia la oficina para localizarla, porque desde aquella noche tan rara, y tan increíble, apenas podía perderla de vista. Se puso de pie sacándose la chaqueta y al fin la vio entrando en su despacho, vestida con una faldita negra y una camisa blanca, el pelo recogido con una coleta alta y concentrada en sus cosas, como siempre, porque, aunque ella no lo supiera, llevaba espiándola desde que había empezado a trabajar con él y le constaba que, de las ocho horas de la jornada laboral, siete se las pasada inmersa en el trabajo. Algo que le parecía muy sexy. Hizo amago de ir a verla para darle un beso o al menos para rozarle la piel, pero alguien lo interrumpió con los informes del día y no le quedó más remedio que aparcar sus temas personales para más tarde y centrarse en lo importante: el enorme volumen de trabajo que los invadía esos primeros días del año. Estaban a 12 de enero, había pasado la nochevieja y la Epifanía, la noche en que la Befana (los Reyes Magos para sus cuñadas españolas) traía los regalos, él había ido y regresado de un viaje de trabajo a Ámsterdam, y seguía sin poder estar a solas con Valeria Tarenzi, a la que había besado por primera vez la noche de año nuevo mientras estaban encerrados en un ascensor, y a la que deseaba muchísimo, porque la pura verdad es que le gustaba muchísimo. Cuando la había conocido le había parecido una chica preciosa y muy inteligente. Tenía esa mirada de las personas listas y despiertas, curiosas, que brillaba de una forma especial y que a él cautivaba especialmente, porque le encantaba la gente interesante y con algo que decir, más aún las mujeres inteligentes y cultas. Para él no había nada más sexy que una chica brillante, educada, trabajadora y profesional, eso lo seducía muchísimo más que una cara bonita o un cuerpo de escándalo. De hecho, siempre había huido de los pibones que al abrir la boca no sabían expresarse o no mostraban el más mínimo interés por el mundo o por algo más allá de su propio obligo, sin inquietudes o sin una vida interior atractiva e inquieta. De adolescente, por supuesto que había estado con las chicas más guapas del lugar y sucumbía como los demás a la belleza puramente física, sin embargo, pronto había descubierto que eso no lo conducía a nada, que lo aburría soberanamente, y había empezado a buscar algo más. Gracias a esa decisión había estado toda su vida con mujeres deslumbrantes, en el sentido más amplio de la palabra, como la propia Valeria Tarenzi, que era un bellezón rubio de ojos azules que quitaba el hipo, pero que además lo tenía fascinado por su forma de ser, de pensar y de comportarse. Su amiga Gina Rinaldi, que ahora sabía que no era tan amiga suya, le había estado hablado de Valeria Tarenzi mucho antes de la nochevieja en el ascensor, y le había contado entre risas, a modo de confidencia, que Valeria, que tenía fama de ser muy seria y correcta en el trabajo, bebía los vientos por él, que lo llamaba bellissimo Fabrizio y que tenía una colección de fotos suyas que había convertido en salvapantallas para todo su departamento. Aquello en un principio le había parecido una chorrada infantil y no le había hecho en menor caso, pero la curiosidad al final lo había empujado a prestar más atención a la señorita Tarenzi. A él ella le encantaba, claro, a quién no, y encima le había salvado la vida una vez en el ya célebre caso Barberini Braschi, una fuga de capitales que podría haberle costado su trabajo y su prestigio; con lo cual la tenía en muy alta estima. Eso, sumado a un tiempo estupendo compartido con ella en el tren de Roma a Milán, y su corto pero intenso periodo de trabajo juntos, lo había hecho sentirse cada vez más atraído por ella y el 31 de diciembre, cuando se habían quedado encerrados en el ascensor, ya tenía decidido pedirle una cita. No sabía cuándo ni cómo, pero quería hacerlo, y al final el destino se lo había puesto en bandeja. Y esa noche al fin la había besado y había sido fantástico. Tal como él había sospechado, la química había sido instantánea, muy natural, y se habían besado muchísimo tiempo, y acariciado con bastante pasión, hasta que su primo Samuele, alertado por su padre desde el Lago Como, había aparecido en el edificio con su unidad de los Bomberos de Milán y los había rescatado por el hueco del ascensor, porque nadie había podido mover el aparato ni abrir sus dichosas puertas automáticas. Un comienzo de año accidentado, pero genial, un instante de esos que se recuerdan toda la vida y que esperaba alargar y aprovechar al máximo. No pensaba en otra cosa desde entonces y solo soñaba con llevársela a la cama, aunque aún no habían conseguido encontrar el momento adecuado para estar solos y aquello empezaba a ser desesperante. A su edad ya no estaba acostumbrado a alargar tanto los tiempos, al contrario, a veces pecaba de directo y apresurado. Normalmente iba al grano y solía funcionarle de maravilla; aunque había amigas que se quejaban de lo franco y claro que era, la mayoría estaban en su misma sintonía y no perdían el tiempo en cortejos o roneos absurdos; con lo cual, eso de tener que besar a Valeria prácticamente a escondidas en algún rincón de la oficina, con suerte en un ascensor vacío, o en el cuarto de baño, estaba acabando con su paciencia y solo pensaba en secuestrarla y llevársela a su casa, o a donde ella quisiera, le daba igual mientras acabaran desnudos y en una cama. —¿Todo en orden, jefe? —Preguntó Sofía, una de sus agentes, y él asintió. —Sí, todo ok, firmo y cerramos el día. —Tú mandas, Fabrizio. Firmó los informes de tráfico, se puso de pie y miró hacia el despacho de Valeria Tarenzi. Ella seguía allí, así que se despidió de sus compañeros y se fue directo a buscarla. —Ciao, biondina —La saludó tocando la puerta y ella lo miró por encima de las gafas. —¿Biondina?, ¿me vas a llamar rubita en el trabajo? —Es lo que eres. —Muy gracioso. ¿Habéis cerrado Londres? —Hemos cerrado todo, ¿por qué? —Nada, cierro yo también. —¿Qué planes tienes para hoy?, ¿te vienes a mi casa? He hecho la compra y he pensado que podría preparar una cenita… —Vale —respondió rápido, cortando de cuajo los interminables argumentos que había elaborado para convencerla, y le sonrió—. Muchas gracias, aunque antes tengo que pasar por la farmacia y luego por casa para llevar a mi abuela sus medicinas. —No hay problema, tú has tus recados y yo te espero en mi piso cocinando ¿de acuerdo? Ahora te mando las señas. —Me hace mucha ilusión, Fabrizio. Muchísimas gracias. Susurró y él se quedó quieto, perdido en sus ojazos claros, luego se le acercó y se apoyó en su mesa dando la espalda al resto de la oficina. —Más ilusión me hace a mí, biondina. Me muero de ganas de… —No deberías llamarme así, sigues siendo mi jefe. —Un jefe bastante cachondo —Le guiñó un ojo y ella se echó a reír—. Dile a la nonna de mi parte que esta noche no irás a dormir a casa ¿ok? —Ok. —Brava… Masculló, controlándose para no saltar por encima de la mesa, cogerla, echársela al hombro y llevársela a su casa como un vil cavernícola, que era lo que de verdad le apetecía en ese momento, y le dio la espalda para pasar por su despacho antes de pedir un taxi que lo llevara hasta el distrito Stazione Centrale, que era donde vivía desde que había regresado de Manhattan. Recogió el abrigo y la mochila, se despidió de los compañeros de tarde que estaban empezando su turno, le dijo adiós con la mano a Valeria, señalándole el reloj para que no se retrasara demasiado, y se metió en el ascensor llamando a su madre para pedirle la receta de la Burrida Ligure, su sopa favorita, que era perfecta para una noche de invierno en Milán, sobre todo si tenías invitados. —Ciao, mamma. —Ciao, tesoro ¿has hablado con Mattia? —No, ¿por qué?, ¿pasa algo? —No lo sé, estaba aquí tomando café tranquilamente, recibió una llamada y salió volando camino de su despacho. Dijo que necesitaba enviar unos papeles relacionados contigo a no sé dónde. —¿Y qué hacía en San Siro? —Tenía una reunión con el Inter de Milán en el estadio. ¿Estás bien? —Perfectamente, ¿vosotros? —Bien, ahora íbamos a cenar viendo la tele. —Muy bien. Yo te llamo porque te quería pedir la receta de la Burrida Ligure —Le dijo subiéndose a un taxi y ella suspiró. —Te llevé un túper de medio litro la semana pasada, hijo, está en el congelador. ¿Ni siquiera has mirado lo que te subimos tu padre y yo el jueves pasado? —He estado casi toda la semana en Ámsterdam, mamma, no me ha dado tiempo. Lo siento mucho. —Bueno, pues tienes tu Burrida Lingure, una lasaña de verdura, otra de carne y seis milanesas. —Eres la mejor, ¿lo sabes? —Menos zalamerías y más comer bien, que te pasas la vida comiendo en la calle, Fabrizio. —Lo sé, pero hoy cenaré de cine. Te quiero. —Yo también te quiero, mio piccolo tesoro. Hasta mañana, tu padre te manda un beso. —Un beso para los dos. Llegó a su casa en diez minutos, subió corriendo al piso para sacar el túper del congelador, preparar una ensalada y ver qué podía poner de postre, y de paso se dedicó a llamar a Mattia sin ningún éxito, así que, cómo le sobraba tiempo porque no iba a ser necesario ponerse a cocinar, se metió en el cuarto de baño y se dio una ducha rápida pensando en Valeria, que en realidad era lo único que le importaba esa noche. —¿Qué pasa, capullín?, ¿Mattia? Media hora después, mientras ponía la mesa, respondió a una llamada de su hermano y él le habló con la voz entrecortada. —Lo siento, estoy en un ascensor y no tengo buena cobertura. Me ha llamado Gustav, el detective privado amigo de Étienne Clermont-Tonnerre, al fin han localizado a Bianca Sanpaolo en el Reino Unido, concretamente en una finca de Oxfordshire. —Al fin ¿qué hacemos ahora? —Acabo de hablar con el abogado de Étienne en Londres, “sir” Richard Relish, le he mandado todos los papeles y ha aceptado hacerse cargo del caso. Si es necesario, su equipo presentará la demanda en Londres, pero, mientras tanto, le hará llegar a Bianca mañana mismo los requerimientos y las notificaciones del juzgado de Roma. Nosotros haremos lo mismo desde aquí y así meteremos presión por todos los frentes. Él cree que el matrimonio Montague, al verse pillado y acorralado, se dejará de gilipolleces y ella hará lo correcto. Con algo de suerte no será necesario ni presentar la demanda allí. —Ok… —Se pasó la mano por el pelo un poco descompuesto. —De todas maneras, si siguiera escondiéndose y desoyendo los requerimientos, podríamos esperar al nacimiento del bebé en marzo y solicitar las pruebas de paternidad en Inglaterra. Relish me jura que ningún juzgado inglés te las negaría. —Menuda mierda todo esto, en serio, es de locos. —Lo bueno es que la hemos cazado en plena campiña y se lo haremos saber inmediatamente. —¿Cuánto me costará todo esto? —En principio nada. Étienne le ha dicho a Luca que tanto el detective privado como el equipo de abogados trabajan para su familia a sueldo, que están en plantilla y que no cobrarán una minuta independiente. Qué todo está cubierto. —No, vamos, eso ni en broma. —Háblalo con Luca, a mi Étienne no me quiso ni escuchar. Me dijo que Luca para él era más que un hermano y que por ende nosotros… —De eso nada, mañana lo llamo y… —sintió el timbre del portal y miró la hora—. Tengo que dejarte, capullín, mucha gracias por todo. Mañana hablamos. —¿Estás en casa y vas a recibir una visita?, qué interesante. —Sí, mucho —pulsó el portero automático y abrió su puerta para esperar a Valeria en el rellano— ¿Tú dónde estás? —Entrando en mi casa. ¿Quién es tu invitada? —Valeria. —Mmm, pasas mucho tiempo con Valeria ¿no? Dice Samuele que es una preciosidad rubia y de ojos azules. A ver cuándo me la presentas. —Adiós. —Ciao, capullo. Le colgó y esperó con calma a que el ascensor llegara hasta su planta, que era la última, aunque las noticias sobre Bianca y todo ese proceso que ya duraba demasiado, le estaban empezando a arruinar la noche. Respiró hondo para recuperar el tono y recordar que la chica que le gustaba estaba subiendo para pasar la noche con él, levantó la cabeza y vio aparecer a Valeria guapísima con un abrigo largo y una caja de pasteles en la mano. —Hola, ¿he tardado mucho?, es que había un tráfico horrible… —No pasa nada, ven aquí. Tiró de ella, la metió dentro del apartamento, cerró la puerta y la abrazó muy fuerte. Hundió la cara en su pelo suelto y que olía a melocotón, buscó su boca y la besó. Inmediatamente se excitó y ella también. Le quitó los pasteles y la mochila, los dejó encima de un sofá, y se lanzó a besarla como loco, saboreando el calor y la dulzura de su saliva, de su boca, y fue desnudándola sin mucho esfuerzo hasta conducirla directamente al dormitorio, donde empezó a desnudarse también, sin dejar de mirarla a los ojos. —Te deseo muchísimo, Valeria, no sé ni como… —Yo también —le dijo ella acariciándole el pelo—, para mí esto es como un sueño. Confesó con total inocencia y él sonrió, la sujetó por la nuca y volvió a besarla. Le arrancó el sujetador con los dientes y le lamió los pechos y los pezones erectos y sonrosados hasta hacerla gemir y temblar entera. Deslizó las manos por su piel sedosa y caliente, se detuvo en su ombligo, en sus caderas, en su vientre tenso y en sus muslos perfectos, y se los devoró a la par que ella enredaba los dedos en su pelo y lo estrechaba con fuerza, repitiendo su nombre, hasta que la tiró encima de la cama, palpó su intimidad húmeda con los dedos, supo que al igual que él estaba al borde del abismo… se le puso encima y la penetró mirándola a los ojos. 11
Conocer a Fabrizio Santoro había sido brutal, como en una comedia romántica de Hollywood, y siempre recordaría ese día con una sonrisa. Jamás podría olvidar la primera vez que lo había visto en el Aeropuerto Kennedy de Nueva York, con su pinta espectacular, sus gafitas de pasta, su chaqueta de tweed de primera calidad, sus botas de cuero marrón y su pelo oscuro y ondulado peinado hacia atrás. Era guapísimo, un espectáculo de hombre, de hecho, en ese momento pensó que nunca había visto a un tío tan guapo, tan alto y con tanto estilo en una situación tan cotidiana como coger un vuelo, y ya no pudo apartar los ojos de él. Destilaba estilazo italiano por los cuatro costados. Era elegante y varonil, morenazo y bien plantado, y cuando lo había oído hablar por teléfono y había percibido su acento milanés fuerte y educado, había sonreído, porque ella había estudiado en Milán y desde entonces la volvían loca los hijos de la Lombardía. En resumen: en ese mismo instante había decidido que ese bellezón no se le iba a escapar vivo y que iba a conocerlo, y lo había mirado y mirado hasta que él la había descubierto a dos metros de distancia y le había sonreído colgando el teléfono. —Hola, ¿nos conocemos? —Había susurrado en inglés, acercándose directamente a ella y ella se había encogido de hombros antes de responder en italiano. —Creo que no. —¿Italiana?, ¿de dónde? —Roma. —Yo soy de Milán, me llamo Fabrizio ¿Qué hacías en Nueva York? —Trabajar. —¿Trabajas en Manhattan?, yo también. —No, bueno, solo estaba de paso, trabajo en Roma. —Me encanta Roma. —Ya tenemos algo en común. —Seguro que tenemos más cosas en común ¿Cómo te llamas? —Bianca, Bianca Sanpaolo. —Encantado de conocerte, Bianca Sanpaolo. Esa charla amistosa en la sala de embarque del JFK se había prolongado sin ninguna dificultad hasta subir al avión y hasta llegar a sus respectivas plazas en Business Class y entonces él, con todo el desparpajo del mundo, le había pedido a su compañera de viaje que le cambiara el asiento. De ese modo, habían acabado juntos y charlando como si se conocieran de toda la vida, superando las ocho horas y media de vuelo en un periquete, tonteando todo el tiempo, incluso tocándose las manos y mirándose a los ojos, hasta que al aterrizar en el Aeropuerto Leonardo Da Vinci la había sujetado por la cintura y le había hablado con esa seguridad tan suya. —Bueno, Bianca, ¿qué hago ahora? —Había preguntado acercándose a su oído, envolviéndola con su aliento caliente y delicioso. —¿A qué te refieres? —¿Cojo mi conexión a Milán o me invitas a conocer tu casa? —¿Tienes algo que hacer en Roma? —Solo hacerte el amor hasta las nueve de la noche, luego puedo coger el último vuelo a Milán. —No tengo tanto tiempo, quiero llegar pronto a casa para cenar con mi hijo. —También podemos ir al hotel del aeropuerto. Y en ese mismísimo instante había perdido completamente la voluntad, los papeles y todo el sentido común del que había hecho gala siempre, se había entregado completamente al impulso y la pasión, y se había ido como hipnotizada con él a ese hotel frío y desangelado junto a la carretera para hacer el amor como desesperados, sin hablar ni detenerse en romanticismos, segura de que no lo volvería a ver en la vida, aunque, aún no lo sabía, aquello no había hecho más que empezar. —¿Mamá? Dio un salto al escuchar la vocecita de Toby en la espalda y recordó que estaba en la casa de su suegra en Didcot, al este de Oxfordshire, en la cocina cargando el lavavajillas, muy lejos de Fabrizio Santoro. Se giró hacia el pequeño y le sonrió. —Dime, cielo. —Voy a ver “Encanto”. —Ah, perfecto, me gusta mucho “Encanto”. Venga, vamos a ponerla. —¿Puedo verla en tu cama? —Claro, pero ya sabes que yo me voy a quedar en el salón hablando con la tía Cat. —Lo sé. —Genial, vamos. Se lo llevó de la mano al dormitorio y lo acostó en su cama antes de encender la tele. Era sábado por la noche y tocaba película, aunque ese sábado ella iba a pasar de Disney para poder charlar tranquilamente con Catherine, su cuñada, que también era su abogada. Besó a Toby en la cabeza, le pasó el teléfono para que llamara a su padre a Londres y le diera las buenas noches, ella también habló con Tobías, omitiendo el hecho de que su hermana iba camino de Didcot para revisar en persona todo el papeleo jurídico que le había empezado a llegar de forma masiva desde Italia, y luego regresó a la cocina maldiciendo por lo bajo al jodido Fabrizio Santoro. Casi un año habían estado “juntos” y durante esos doce meses había vivido un auténtico carrusel de emociones, de idas y venidas, sin ningún compromiso, sin ninguna atadura, y la mayor parte del tiempo había sido estupendo, porque él era un dios del sexo y la volvía completamente loca, pero otras muchas veces se había sentido fatal, porque mientras cruzaban océanos o carreteras para estar juntos en la cama solo unas horas, ella nunca había dejado de hablar y de verse con su exmarido, el amor de su vida, al que había intentado olvidar con Fabrizio sin ningún éxito. Desde muy jovencita había tenido éxito con los chicos. Mil novios, novietes y aventuras varias que la habían empoderado y la habían convertido en una mujer independiente y decidida, autónoma, inalcanzable, hasta que había conocido a Tobías Montague en Londres, en una fiesta organizada por la Embajada de Italia, y se había enamorado perdidamente de él. Tobías, un hombre atractivo, interesante, diez años mayor que ella, sexy a rabiar y dispuesto a poner el mundo a sus pies, le había vuelto la vida del revés en un segundo. Incluso, a pesar de ser político y parlamentario, había aceptado dejar su trabajo en Londres para instalarse con ella en Roma si se casaba con él, y eso habían hecho, se habían casado solo seis meses después de conocerse y habían sido muy felices. Habían tenido a Toby y habían seguido intentando tener más hijos sin ningún éxito, pero habían seguido siendo muy felices (demasiado felices opinaba su suegra) hasta que a él su partido político lo había reclamado para un importante puesto en el gobierno británico y entonces habían empezado los problemas. Ella lo había intentado todo, pero no había podido adaptarse a eso de ejercer de esposa de, de tener que aparcar su carrera, su país, su familia y su forma de vida para instalarse en Inglaterra a no hacer nada salvo cuidar de su casa, y donde además tenía una relación pésima con la familia de él y con su exclusivo círculo de amistades, que eran una pandilla de esnobs inútiles e insoportables. Dios era testigo de que había hecho todo lo posible por adaptarse, lo había hecho con ahínco por el amor que le profesaba a su marido, pero al final había fracasado. Nada más mudarse a su casa de South Kensington habían empezado las tensiones, las malas caras y las discusiones, y a las pocas semanas habían empezado a comportarse como una pareja distante e infeliz, tanto, que él había optado por encerrarse en el trabajo y había empezado a tontear con otras mujeres más jóvenes, mientras la mandaba a ella a Italia para que se “distrajera” y lo dejara en paz. Una práctica recurrente que al final había hecho estallar su matrimonio por los aires. Con el dolor de su corazón se habían separado y ella había regresado a Roma con su hijo. Ocho meses después, había conocido a Fabrizio Santoro en el Aeropuerto Kennedy de Nueva York. Lógicamente, aún no estaba preparada para una aventura sin fundamento cuando lo había conocido, pero, aún sabiéndolo, no había sido capaz de alejarse de él, no había podido porque era un encanto y estaba buenísimo, y se había dejado llevar demasiado tiempo mientras, por otra parte, se dejaba reconquistar por Tobías. Por supuesto, a Fabrizio nunca le había comentado que había “vuelto” con su ex, que habían parado los trámites del divorcio y que salían como novios a cenar, a la ópera o de escapada romántica, que habían empezado a acostarse de forma habitual. Nunca había creído necesario hablarle de su vida más privada, sin embargo, Tobías sí se había enterado de su aventura, la aprobaba y disfrutaba con ella porque, según él, saberlo le provocaba muchísimo morbo. Con el beneplácito de su marido, por lo tanto, había jugado a dos bandas mucho tiempo y no se sentía muy orgullosa de ello. Los últimos seis meses de relación con Fabrizio se había comportado así, sin cabeza, hasta que su hijo de seis años le había preguntado una noche si tenía novio, después de oírla charlar por teléfono con él, y se le había caído el alma a los pies. En ese mismo instante se le había iluminado el entendimiento, había recuperado el sentido común y se había empezado a preguntar qué quería hacer realmente con su vida. La respuesta había sido sencilla: volver con su marido, reconstruir su vida y centrarse en su familia. Por suerte, Tobías se encontraba en su misma sintonía en ese momento y tras hablarlo seriamente habían decidido darse una segunda oportunidad de verdad, iniciar una terapia de pareja y empezar de cero. Decisión que la había llevado a quedar con Fabrizio Santoro para romper de forma tajante con él tras contarle la verdad, es decir, después de decirle que llevaba mucho tiempo viéndose regularmente con su ex, porque quería recuperar su matrimonio. Una ruptura sencilla y sin dramas, porque él ni se había inmutado, ni había opuesto la más mínima resistencia, al fin y al cabo, no tenían ningún compromiso, y que a ella no le habría dolido nada, ni le habría preocupado lo más mínimo salvo por el hecho de que dos meses después de su último encuentro en Nueva York, el de la despedida, había descubierto que estaba embarazada y no podía jurar que el hijo no fuera suyo. Un desastre total. —Ciao, cognata! La saludó Cat en italiano, apareciendo en la cocina sin previo aviso, y Bianca dio un respingo y se giró para mirarla a los ojos. —Madre mía, qué susto. —He entrado con mis llaves. ¿Toby ya está en la cama? —Sí, viendo una película. —Vale, luego lo voy a saludar. ¿Tienes algo de comer?, me muero de hambre, también necesito una gran copa de vino. —Claro —fue hacia la alacena para sacar una botella de vino tinto y la miró de reojo—. En esa carpeta azul tienes los papeles. —¿No viene mi hermano? —No, tenía una reunión con el nuevo gabinete. La cosa está muy movida en Downing Street. —Todo apunta a que le darán un ministerio, por eso tenemos que solucionar esta mierda ya ¿lo entiendes? —Le clavó los ojos muy seria, agitando los requerimientos del juzgado italiano y las cartas de los abogados de Fabrizio, y luego los tiró encima de la mesa—. No me puedo creer que aún no hayas podido controlar a este capullo tocapelotas. —Le advertí a Tobías que no iba a tirar la toalla porque yo me marchara de Italia, pero él ni caso, insiste en que Fabrizio Santoro es demasiado guapo e italiano como para tomárselo en serio. —Eso suena un pelín racista. —Ya sabes cómo es. —El problema ahora es que él tío este se ha buscado un bufete inglés de primera —puso un dedo encima de los papeles—, nada menos que el de sir Richard Relish, y estos sí que me dan miedo porque no van a parar hasta que les entregues las puñeteras muestras de ADN. —Díselo a tu hermano, a mí me ha dicho que si las entrego me pide el divorcio. —Yo tengo otra propuesta. —¿Cuál? —Llama a Santoro y camélatelo, lo tuviste comiendo de la palma de la mano durante un año, seguro que un par de palabras bonitas, unas lágrimas de cocodrilo y consigues volverlo loco de amor otra vez. —¡¿Qué?! —Si no ha podido ser por las malas, que sea por las buenas. —Estoy de siete meses… ¿crees que tengo ganas o capacidad para camelarme a Fabrizio Santoro? —No te estoy pidiendo que te acuestes con él ahora, te pido que lo llames, renueves el vínculo, lo involucres en tu vida, lo seduzcas y lo convenzas de que te deje en paz ya con tantos tribunales porque te está haciendo mucho daño. A todos los hombres les gusta salvar damiselas en apuros, me juego mi coche a que, si lo sabes llevar bien, al final se olvidará de todo esto para que tú no sufras. —No creo que funcione. —Deberías intentarlo o nos enfrentaremos a una cascada de diligencias y demandas que no solo pueden acabar con tu matrimonio o con la carrera política de Tobías, sino también con tu economía, porque todos estos procesos son carísimos y dudo mucho que mi hermano los quiera pagar. —Los tendrá que pagar, porque por su genial idea de pedir primero la Renuncia Parental y falsificar después una prueba de ADN estamos aquí. —No falsificó nada, Bianca, solo… —Solo se la hizo con el ADN de Toby… si eso no es falsificar una prueba de paternidad, entonces es que no entiendo nada. —En todo caso, no deberías culparlo a él, porque si estamos aquí es porque TÚ cometiste el inconmensurable error de llamar a un examante para decirle que creías estar embarazada de él. —Fue por una prioridad médica. —Si hubieses querido, podrías haberte inventado cualquier excusa para conseguir su grupo sanguíneo y su RH, incluso podrías haber recurrido a su entorno más cercano o a su secretaria para averiguarlo. Había mil opciones, Bianca, lo que pasa es que no quisiste contemplarlas. —Tal vez porque jamás se me pasó por la cabeza que se interesaría por un embarazo no deseado. Nunca creí que alguien como él iba a reaccionar así. Está claro que no lo conocía tan bien como pensaba. —Moraleja: Unos polvos salvajes no sirven para conocer a las personas. —Está bien, ¿podemos dejar de discutir sobre esto? Ya bastante lo he discutido con tu hermano. —Tú sabes que es suyo ¿no?, ¿sabes que es de Fabrizio Santoro? —Se le acercó para escrutarla con los ojos entornados—. Dicen que las mujeres siempre lo saben. Vamos, confiesa, no se lo diré a nadie. —No tengo ni idea. Se pasó la mano por el pelo un poco desesperada, porque Catherine no estaba ayudando nada, más bien todo lo contrario, y se apoyó en la encimera acariciándose la tripa y pensando en el carácter siempre caballeroso de Fabrizio Santoro, levantó la cabeza y asintió. —Ok, lo llamaré, trataré de acercar posiciones y ponerlo de mi parte, pero advierte a sus abogados que hasta que no nazca mi hijo no pienso hacer la jodida prueba de paternidad. —¿O sea que la harás después? —Por supuesto que no, solo lo digo para ganar tiempo. 12
Se despertó sobresaltada y miró la mesilla de noche donde el teléfono de Fabrizio no paraba de encenderse y apagarse anunciado llamadas y mensajes. Se incorporó un poco y leyó en la pantalla el nombre de la persona que últimamente no dejaba de llamarlo: Bianca Sanpaolo. Por supuesto, era ella otra vez. Desde hacía casi un mes, desde el día en que había reaparecido en su vida para contarle que estaba bien, que su embarazo marchaba muy bien, pero que necesitaba tranquilad y paz hasta el momento del parto, es decir, para pedirle subrepticiamente que la dejara respirar y detuviera los requerimientos para que acudiera al Anatómico Forense de Roma a entregar las muestras de ADN, lo llamaba a diario. Todos los días y a veces hasta dos veces al día. Desde su punto de vista (y desde el de todos sus hermanos) aquello era un poco raro, sospechoso después de meses ninguneándolo sistemáticamente, pero él no lo veía así, no quería pecar de desconfiado y simplemente se limitaba a responder el teléfono y a charlar con ella, repetía un poco ofendido por las dudas de los demás. —La prefiero más como amiga que como enemiga —Les había explicado una noche cenando con Mattia y Clara en un japonés del centro —. No es mala chica, está pasando un momento delicado y necesita hablar, nada más. —Hasta ahora te ha puteado lo suficiente como para no creérmela —Había sentenciado Mattia moviendo la cabeza—. No me fio de ella, tú harás lo que quieras, pero yo no voy a aflojar la presión ni voy a tirar la toalla. No voy a archivar el tema hasta que consigamos una prueba de paternidad oficial y creíble. Ese comentario, que desde fuera parecía muy sensato, había desencadenado una tensa discusión entre los hermanos. Algo insólito, porque nunca discutían, le había confesado el propio Fabrizio después, y Valeria había entendido que ni siquiera a su gemelo le iba a permitir inmiscuirse en la relación personal que él pretendía mantener con la posible madre de su hijo, por lo tanto, había decidido respetar su postura y mantenerse al margen. Ya no preguntaba ni opinaba, y se limitaba a escuchar sus charlas en silencio cuando le tocaba estar delante, oyendo como él le prometía a Bianca que siempre iba a estar de su parte. Estiró la mano para acariciarle la espalda morena y caliente y él suspiró, se movió un poco y se puso bocarriba apartando el edredón. Llevaban cuatro semanas durmiendo juntos. Después de besarse en nochevieja y de superar unos días de incertidumbre y de no saber por dónde iba a seguir lo suyo, al fin habían podido quedar a solas en casa de Fabrizio y todo había estallado sin poder controlarlo. Había bastado una chispa, una caricia y un beso para encender un castillo de fuegos artificiales, o así le había parecido a ella, porque sentirse deseada por él y poder tocarlo, besarlo y disfrutar juntos del mejor sexo que había tenido nunca, había sido increíble. Había sido un sueño cumplido y un mes después seguía sin poder creérselo. Miró la hora y se levantó sonriendo, como siempre, porque cada vez que era consciente de que se estaba acostando con el mismísimo Fabrizio Santoro, y que estaba conociéndolo y disfrutando de su intimidad como no había imaginado ni en sus mejores fantasías, se sentía feliz y le daba por reírse o por saltar y celebrarlo, porque aquello era un prodigio que esperaba disfrutar al máximo durara lo que durara. Se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se giró para admirarlo en todo su esplendor, desnudo y relajado sobre las sábanas blancas de su moderna y funcional cama. Tenía el pelo revuelto sobre los ojos y su pecho moreno y sexy, cubierto por un vello oscuro, se movía acompasadamente, dejando claro que estaba relajado y a gusto, satisfecho, igual que se sentía ella después de haber hecho el amor casi toda la noche. Se restregó la cara con las dos manos para centrarse un poquito, entró en el lavabo y se metió debajo de la ducha con el agua muy caliente. Se lavó el pelo con su champú, usó su gel de baño, se secó con una de sus toallas y finalmente se puso su desodorante, porque le encantaba oler como él, y luego se vistió de prisa con la intención de correr a casa para ir a buscar a su abuela. —Fabrizio me voy, te veo en la oficina —Le susurró al oído, le dio un beso e hizo amago de irse, pero él la detuvo sujetándola por la muñeca. —No te vayas, es muy temprano. —Tengo que llevar a mi abuela al médico, hoy le dan los resultados de los análisis. —Es cierto, vale, te veo luego. Coge un taxi. —Arrivederci, bellissimo Fabrizio. Le guiñó un ojo y él sonrió y le tiró uno de los cojines que tenía más cerca, aunque no la alcanzó y ella le dijo adiós con la mano antes de salir corriendo. Lo de “bellissimo Fabrizio” se lo había contado Gina Rinaldi para dejarla fatal y en ridículo delante de él, pero gracias a Dios, él no se lo había tomado mal, no le había dado importancia, y desde que estaban juntos ella lo llamaba así a la cara para tomarle el pelo. Era un juego privado que solo entendían ellos y que los hacía reírse a carcajadas, aunque, para ser sinceros, cuando se había enterado de lo que esa mala pécora le había dicho sobre ella, y cómo se lo había dicho, con tanta mala intención, no le había parecido nada divertido, al contrario, y a punto había estado de ir a buscarla para cogerla por los pelos y arrastrarla por el suelo, metafóricamente hablando, se entiende. Agnese la había convencido para dejarlo correr, porque según ella no había mayor desprecio que el no hacer aprecio. Fabrizio también le había quitado hierro al asunto y le había pedido por favor que lo olvidara, pero a ella no se le olvidaba la deslealtad y la mala uva de esa chica, y sabía que tarde o temprano le cantaría las cuarenta, porque no era normal que una mujer intentara ridiculizar y perjudicar a otra simplemente por tratar de ganar puntos delante de un hombre. Aquello era mezquino e imperdonable y merecía que alguien se lo dijera. —¡Roberto! Respondió el teléfono a su mejor amigo (su exnovio de seis años) saliendo de la consulta del médico de su abuela, y él la saludó con la voz un poco rara, así que detuvo el paso para prestarle atención. —¿Estás bien? —Así, así… ¿puedes hablar o ya estás trabajando? —No, espera, dejo a mi abuela en la cafetería con sus amigas y hablamos con calma. Me voy andando a la oficina. —Claro, mándale un beso a tu abuela. —Nonna, Roberto te manda un beso. Hola, señoras, os dejo a mi abuela, pero después me la acompañáis a casa, ¿de acuerdo? —saludó a su grupito habitual de vecinas y todas le dijeron que no se preocupara—. Le ha ido estupendamente en el médico, así que a celebrarlo. Arrivederci, nonna. —Arrivederci, tesoro. Salúdame a Robertino. —En tu nombre, adiós. Ya está, ya puedo hablar —Le dijo a su amigo saliendo de la cafetería y poniendo rumbo a su trabajo— ¿Qué te pasa? —¿Cómo estás tú, desaparecida?. Mau dice que estás saliendo con alguien, ¿va en serio? —Las noticias vuelan. Sí, estoy saliendo con alguien del trabajo, pero no es nada serio. —¿Ah no?, ¿por qué no? —A ti siempre te ha encantado Scarlett Johansson ¿no? —Sí. —Vale, pues es como si te hubiese tocado la lotería y pudieses salir con ella, sabes que no vas a llegar a ningún sitio, pero de momento lo estás disfrutando a tope porque es prácticamente un milagro. —¡¿Estás saliendo con el bellissimo Fabrizio?! —Qué bien me conoces, Rober. —Vaya, Mau no especificó tanto. Me alegro mucho por ti, aunque no puedo evitar preocuparme un poco. —¿Por qué? —Porque te quiero y solo quiero lo mejor para ti. —No te preocupes, no durará demasiado. —No digas eso, Valeria, por favor, eres una chica extraordinaria y preciosa, cualquier tío mataría por pasar el resto de su vida a tu lado. —Ohhhh qué lindo eres, por eso te quiero tanto. —Hablo en serio. —Muchas gracias. Ahora, dime ¿qué te está pasando a ti? —Estoy pensando en suspender la boda. —¡¿Qué?!, ¿por qué? —Todos son tensiones y creo que Lila ha tenido una aventura o algo parecido en su último viaje de trabajo. —No, eso es imposible. —No conoces a Lila. —La conozco lo suficiente y no creo que… Llegó a la puerta de la sede de la Plataforma de Inversión Milano S.A. y se encontró de bruces con esa ejecutiva americana de la filial estadounidense, Andrea Brown. Esa mujer tan guapa y bien vestida que era muy amiga de Fabrizio Santoro, e hizo amago de saludarla, pero ella estaba al teléfono y le dio la espalda subiéndose al ascensor. Valeria la siguió aceptando que ni siquiera la había reconocido, y continuó oyendo las explicaciones de Roberto sobre su prometida. —No quería que vinieras a la boda y no vienes, no quería ver a ninguna de mis ex del hospital y no vienen, no quería que mi hermana trajera a su novia inglesa porque le cae fatal y no la trae… y así suma y sigue hasta llevarme al bode de la exasperación. Todo son demandas y quejas, a veces creo que no se quiere casar, se lo he dicho y me ha contestado que iba a pensárselo. —¿En serio? —Creo que lo más digno es pararlo todo. —¿Por qué crees que puede haberte sido infiel? —Porque se encontró en París con un ex que la dejó tirada antes de conocerme a mí, se fue a cenar con él y desconectó el teléfono hasta la mañana siguiente. Ni siquiera se ha molestado en negarlo, solo me ha dicho que estaba estresada y que no pensaba discutir conmigo lo que hacía o dejaba de hacer en su tiempo libre. —Madre mía… Llegó a su planta viendo como la chica americana caminaba hacia el despacho de Fabrizio, entraba y se sentaba en su silla sin mirar a nadie, ni siquiera a Rosetta, y giró hacia el suyo un poco incómoda, y no precisamente por culpa del drama que le estaba contando Roberto. —Me gustaría hablarlo personalmente contigo, Valeria. Necesito una pausa. ¿Podemos vernos en Milán?, he acabado un turno de doce horas, paso por casa a dormir un poco y puedo estar allí para cenar juntos. —Por supuesto, vente y charlamos tranquilamente. —Genial, te recojo en la oficina, ¿a qué hora sales? —Salgo a las seis, pero mejor vete directamente a casa y cenamos ahí, a mi abuela le encantará verte. —Y a mí a ella. Te veo esta noche, cielo. —Arrivederci. Le colgó, se sentó en su mesa y vio entrar a Fabrizio con el teléfono pegado a una oreja y una carpeta en la mano. La saludó con una venia desde lejos, ella le sonrió y lo siguió con los ojos hasta que lo vio entrar en su despacho abriendo los brazos para saludar a su amiga Andrea. Ella se le aferró al pecho como una lapa mucho tiempo y no lo soltó hasta que él terminó la llamada, abandonó el teléfono en el escritorio y la pudo achuchar con el mismo entusiasmo. Por un segundo, un fuego desconocido y perturbador le atravesó el cuerpo de arriba abajo paralizándola, y sintió algo que no había sentido en sus treinta y dos años de vida: una puñalada feroz y egoísta que no identificó de inmediato, pero que con el paso de las horas fue identificando con claridad: estaba celosa y eso sí que no. No, porque ella no era así, nunca había sido celosa y no pensaba empezar a serlo a esas alturas de su vida, ni siquiera por un señor estupendo como Fabrizio Santoro. —¿Valeria? —¡Hola! Levantó la cabeza al oír la voz de Clara, la prometida de Mattia, que además estaba embarazada de seis meses, y se puso de pie de un salto para saludarla. Se habían visto varias veces durante el mes que llevaba saliendo con Fabrizio y le caía genial, porque era una chica española encantadora y muy simpática, muy inteligente, y bordeó la mesa para darle un par de besos. —¿Y esta sorpresa?, ¿qué haces aquí? —Vengo para abrir la cuenta de accionista, ya he recibido el dinero del que os hablé y quiero invertirlo antes de que me lo gaste en tonterías. Fabrizio me ha dicho que me pasara hoy por para arreglarlo. —Muy bien, está en su despacho. —Pero ¿tiene visita? —Miró hacia la oficina acristalada de su cuñado, donde él llevaba media mañana encerrado con Andrea Brown, y Valeria asintió. —Tiene visita, pero le aviso que estás aquí —cogió el teléfono interno para llamarlo y Clara se sentó en un sofá—. Hola, Fabrizio, Clara está aquí. —Sí, hay que abrir una cuenta de cliente preferente para ella. ¿Puedes empezar tú con el trámite, por favor? —Le dijo en un tono un poco frío—, en seguida voy a tu despacho. —Por supuesto —Le colgó y miró a Clara—. Primero hay que abrir una cuenta de inversión, empiezo yo con el protocolo hasta que venga Fabrizio, ¿te parece? ¿Quieres tomar algo? —Me parece perfecto y no quiero nada. Mil gracias. —¿Qué tal va lo de la boda?, te queda menos de un mes. —Sí, el tiempo pasa volando y gracias a Dios mi madre ya lo tiene todo bajo control. —Me alegro mucho. ¿Me das los datos bancarios y tu documentación? —No tenía ni idea de que mi abuela me había dejado tanto dinero —Le pasó los documentos—, si lo hubiese sabido antes me habría ahorrado muchas preocupaciones. —¿Nunca te lo había comentado? —Nunca, porque especificó que me lo dieran solo cuando me casara. Es ridículo y hasta machista, pero es lo que hay y a caballo regalado… ya sabes… —Ya te digo. —Celia me ha contado que vas a ir a conocer la casa de Brienno este fin de semana. —Sí, han sido muy amables en invitarme, creo que desde mi época universitaria no subo al Lago Como. —Te encantará, y me alegro mucho de que Fabrizio y tú… —¡Eh cuñada!, qué alegría verte por aquí. Fabrizio irrumpió en su oficina con su sonrisa de siempre y se acercó a Clara seguido por su amiga Andrea, que lo llevaba sujeto por la presilla del pantalón. Un gesto tan íntimo que Valeria tuvo que clavar los ojos en su mesa para no marearse. —Ya ves, estoy lista para empezar a invertir. —Me parece muy bien ¿Te acuerdas de Andrea?, mi amiga de Manhattan. —Por supuesto. Hola, Andrea. —¡Hola!, qué guapa estás embarazada, te sienta de maravilla. —Muchas gracias, a ti también te veo muy bien. —Siempre que vengo a Milán estoy fenomenal, y muchas gracias por invitarme a vuestra boda. Me encantará ser la pareja de Fabrizio el 4 de marzo en Madrid, es una fecha preciosa y el hotel me chifla, ahora mismo hemos estado mirando imágenes de las habitaciones, del spa y de la ubicación en su página web y hemos flipado, es muy romántico, lo pasaremos genial. Valeria subió los ojos y se encontró con los oscuros e incrédulos de Clara Ariza, que parecía no entender nada, igual que ella, que tampoco sabía que Fabrizio tenía planeado ir a la boda de su hermano en España con su “amiga de Manhattan”. Y no es que esperara que la invitara a ella, ni mucho menos, ni se le había pasado por la imaginación, pero enterarse así, de repente, la hizo aterrizar de golpe, sintiendo cómo la cruda realidad le daba de lleno en la cara. —Bueno, la cuenta ya está abierta. Dijo levantándose muy tranquila y cerrando su ordenador. Los tres la miraron y por primera vez Andrea Brown se dio cuenta de que estaba allí y le sonrió muy amable. —¿Valeria, no?, perdona, no te había visto. —No te preocupes. Si me disculpáis, debería irme, me esperan en el departamento jurídico. Aquí están los códigos de cliente —Le pasó el papel impreso a Fabrizio y él lo sujetó dándole las gracias—. Me ha encantado verte, Clara, manda recuerdos a Mattia. Adiós. Se fue, dejándolos solos en su propio despacho, y caminó hacia los ascensores sintiéndose idiota, y dolida, más bien avergonzada, porque enterarse de los planes de Fabrizio delante de Clara, que sabía que llevaba un mes saliendo con él o al menos acostándose con él, o al menos yendo a cenar con él y con sus hermanos, había sido bochornoso. Entró en el cuarto de baño, se encerró en uno de los cubículos y se sentó para respirar hondo y llamar a Mau o a Agnese, porque de repente se sintió, además de tonta, muy sola, pero se dio cuenta de que en medio del mal rato se había olvidado el teléfono móvil en su escritorio y no le quedó más remedio que tranquilizarse sin contar con ninguno de los dos. Se puso de pie e hizo estiramientos convenciéndose de que no pasaba nada, que no iba a consentir que semejante idiotez le amargara el día y que debía dar gracias al cielo por abrir los ojos tan pronto, porque tarde o temprano iba a pasar algo así y era mejor antes que después. Esa misma mañana le había asegurado a Roberto que lo suyo con el bellissimo Fabrizio no duraría demasiado, se lo había dicho con convicción, porque lo creía de verdad y de corazón, así que no había de qué preocuparse. Dolía un poco porque ella no era de piedra, pero era lo que llevaba esperando desde el primer beso (cualquier imprevisto que le recordara quién era Fabrizio), así que menos angustia y más sentido común, se dijo al cabo de unos minutos. Abandonó el servicio, se lavó la cara, se recogió el pelo y salió del cuarto de baño de señoras mucho más tranquila, dio dos pasos por el rellano, levantó la cabeza y se encontró de frente con Fabrizio Santoro. —Tu teléfono… —masculló, entregándole el móvil—. Te lo iba a llevar al departamento jurídico. —Muchas gracias. —Clara se ha marchado un poco disgustada, dice que pensaba que tú irías a la boda conmigo —Soltó, no dejándola avanzar, y ella se apartó y se encogió de hombros. —No sé por qué, apenas te conozco. —No digas eso. —¿Qué quieres que te diga? —Andrea es mi amiga desde hace años, desde que llegué a Nueva York, aprecia mucho a Mattia y… —A mí no tienes que darme explicaciones. Jamás imaginé ni contemplé la idea de ir contigo a la boda de tu hermano, así que tranquilo. Tengo que hacer una llamada —Le señaló el móvil e hizo amago de moverse, pero él se lo impidió. —Por malentendidos como este la he cagado otras veces con otras personas, Valeria. No quiero hacerlo contigo, tú eres mi amiga, me importas mucho y no me gustaría que… —No voy a dejar de ser tu amiga por esto, Fabrizio. —¿En serio? —sonrió con alivio, estiró la mano para tocarla, pero ella lo esquivó y echó a andar—. Sabía que Clara estaba exagerando, porque yo sabía que tú no le darías importancia, que lo entenderías y que nada de esto supondría un problema para nosotros porque… —Para evitar esos malentendidos de los que hablas… Lo interrumpió, se detuvo con la serenidad que daba tener la mente despejada y estar segura de lo que quería y debía hacer, se giró hacia él y se le acercó para mirarlo a los ojos. —Somos amigos y lo seguiremos siendo toda la vida. No es un secreto que tú también me importas, Fabrizio, porque además te debo muchas cosas, como darme trabajo, confiar en mí y valorar muchísimo mi aportación a tu departamento, pero eso no significa que quiera seguir viéndote fuera de la oficina. A partir de hoy cualquier relación personal se acaba, porque yo soy abierta y muy libre en muchos aspectos de mi vida, pero no tanto en lo referente a la pareja, o en este caso, en lo referente a la persona con la que me acuesto. —¿Disculpa? —Se acarició el mentón y luego se puso las manos en las caderas. —Por descontado, estás en todo tu derecho de ir a la boda de tu hermano con quién quieras, faltaría más, como yo estoy en todo mi derecho a no comulgar con eso de que te acuestes con otras personas. Por ahí sí que no paso, no tengo por qué hacerlo —Miró hacia las escaleras—. Voy a bajar un momento a la cafetería, vuelvo en seguida. Tenemos la reunión con los Margheritti a las cuatro. —Nunca hemos hablado de cerrar la pareja. —¿Cerrar la pareja?, qué anglosajón suena eso, no es nada italiano —Se rio y él se puso serio—. Nunca hablo con la gente de cerrar o abrir parejas o relaciones, lo doy por hecho. Si me acuesto contigo es solo contigo y espero reciprocidad, si no, pues nada, a otra cosa y tan amigos. ¿Puedo irme? —No te entiendo, Valeria. —Es muy fácil: acuéstate con quién quieras, pero yo me retiro. No tenemos ningún compromiso, ni nada parecido, pero yo no puedo con eso. ¿O esperas que esta noche, después de que disfrutes de todo el día a tope con tu novia americana, vaya a dormir a tu casa? Igual me incluís en vuestros planes, hacemos un trío y así aprendo algo, o, mejor aún, ¿lo probamos cuando volváis de vuestro fin de semana romántico en Madrid? ¿Es eso?, pues conmigo no contéis. Más claro, agua. Miró al frente y vio a Rosetta junto al ascensor escuchándolo todo, le hizo una venia y la secretaria levantó el pulgar como gesto de aprobación y luego la aplaudió sin hacer ruido. Valeria de pronto se sintió genial, muy fuerte y a la vez curiosamente aliviada, y giró hacia las escaleras viendo cómo le entraba una llamada de su hermano. —Ciao, Mau. Respondió, bajando las escaleras deprisa, sin mirar ni despedirse de Fabrizio Santoro, que se había quedado con cara de desconcierto, quieto en el rellano de los ascensores sin ningún interés en replicarle, supuso, y llegó al vestíbulo del edificio acordándose de que no llevaba el abrigo, pero no le importó y salió a la calle aspirando el aire helado y fresco de Milán a principios del mes de febrero. —Ciao, peque ¿va todo bien? —Va genial, Mau, no podía ir mejor. 13
Un mes después.
El destino era irónico, no dejaba de pensar en eso desde hacía unos días, sobre todo durante la boda de Mattia y Clara en Madrid, cuando había tenido mucho tiempo para reflexionar sobre sus cosas, especialmente sobre su agitada vida personal de la que parecía haber perdido absolutamente el control; porque era obvio que nada de lo que sucedía a su alrededor le pertenecía o al menos le pertenecía lo suficiente como para poder controlarlo. Se había pasado toda la vida controlando su entorno y eso incluía a las personas de su entorno, por ejemplo, a Mattia, que a priori era mucho más frágil y vulnerable que él, aunque a la larga hubiese demostrado con creces ser justamente lo contrario; o a sus amigos, compañeros de colegio, de la universidad y colegas del trabajo. En resumen: era un gestor cojonudo porque desde bien pequeño había aprendido a planificar y a organizar a todo el mundo, le salía de forma natural y siempre se había sentido muy cómodo con ese papel. Siempre hasta hacía seis meses. Primero había llegado Bianca Sanpaolo con su embarazo y con todo lo que aquel notición había acabado por desencadenar. Ya estaban en marzo, el mes previsto para el nacimiento de su posible hijo, y seguían en tablas. Ella negando que fuese el padre, mientras le suplicaba que la dejara en paz con sus requerimientos para hacer una nueva prueba de paternidad. Él en suspenso, porque había accedido a esperar y a dejarla respirar, y en medio un montón de papeleo legal que no avanzaba y que le provocaba muchísima frustración. Nunca había querido tener hijos, se repetía a diario, sin embargo, no pensaba renunciar a su derecho de ser padre, no se iba a rendir, y mientras ella siguiera resistiéndose a hacer lo correcto a él no le iba a quedar más remedio que seguir luchando, que seguir avanzando por un largo y arduo camino judicial. Un camino repleto de malestar y frustraciones que no podía solucionar, y aquello lo partía por la mitad. A veces le daban ganas de dar la espalda al tema, olvidarse y seguir adelante con su vida, pero no podía hacerlo porque eso iba en contra de toda su educación, sus principios y su forma de ver la vida, por lo tanto, como decía su hermano Luca: a aguantar y joderse. No había más opciones. Se puso de pie y se estiró observando a través del cristal a su equipo de Grandes Cuentas, que estaban trabajando concentrados en sus respectivos escritorios, como siempre. Tenía un grupo selecto de brókers, lo mejorcito de Milán, todos formados en buenas universidades y con posgrados en los Estados Unidos o Inglaterra, y se sentía muy orgulloso de cada uno de ellos, y de él mismo, claro, por haber conseguido ficharlos. Saludó a algunos con la cabeza y luego se giró hacia el despacho de Valeria Tarenzi, que había ejercido como su sustituta mientras él había estado de boda en España. Al final, tras sacar cuentas y revisar muchas alternativas, habían decidido fletar un avión privado para viajar todos juntos hasta España. Todos los Santoro, sus respectivas parejas, los abuelos, los niños, dos primos, dos tíos y Max, el mejor amigo de Mattia, que eran los únicos invitados italianos, habían ido y vuelto en un solo avión. En conjunto les había salido más barato y por supuesto mucho más cómodo ir así, sobre todo teniendo en cuenta que viajaban con niños pequeños y con Celia, la mujer de Marco, embarazada de ocho meses. Había sido una buenísima decisión, salvo por el hecho de que él se había tenido que plegar a la mayoría y le había tocado quedarse cuatro días en Madrid. En Milán ya había organizado y celebrado la despedida de soltero de su hermano, y se había coordinado con la familia de Clara para solventar todos los detalles de la boda que le concernían a él como padrino, con lo cual, solo pensaba llegar directamente a Madrid para el enlace y volver al día siguiente, sin embargo, la idea del jet privado lo había obligado a quedarse más tiempo y solo había podido hacerlo, irónicamente, gracias a la colaboración total de Valeria Tarenzi. Irónicamente, porque ese fin de semana le había costado su relación con ella. Respiró hondo y volvió a torturarse con la pregunta que lo perseguía desde hacía un mes: ¿qué hubiese pasado si en lugar de invitar a Andrea Brown a la boda hubiese invitado a Valeria?, ¿seguirían juntos? Seguramente no, concluyó, porque la boda y todo aquello, en realidad, carecía de importancia, solo había sido la primera señal, el primer aviso que había evidenciado sus grandes diferencias, sus distintas formas de ver la vida y las relaciones, y ella había tirado por la calle de en medio, es decir, había decidido no seguir con él y no dar ninguna oportunidad a lo que habían iniciado. Lo había zanjado de manera radical y él la respetaba por eso. Respetaba sus reglas y sobre todo la claridad con la que se las había manifestado. Ni llantos, ni reproches, ni manipulación, ni segundas intenciones. Había sido fiel a sus principios, los había expuesto y lo había dejado destrozado, porque él estaba loco por ella, pero había sido de forma limpia y muy adulta, y solo podía agradecérselo, porque era la primera vez en su vida que lo trataban de forma tan honesta y limpia en el ámbito de las relaciones personales, y eso no tenía precio. Lo que no impedía que la echara muchísimo de menos. La observó con atención, tan guapa y elegante, con su pelo recogido, sus pantalones de vestir y su blusa celeste, hablando por teléfono con una sonrisa en la cara, y sonrió también, porque le encantaba verla alegre y llena de energía. Ella era así, muy proactiva y entusiasta. No se quejaba nunca de la carga de trabajo, la responsabilidad o las horas extras, era una chica brillante y con un futuro esplendido en el mundo financiero porque adoraba su trabajo, algo bastante raro en ese negocio, porque la mayoría de los profesionales llegaban allí solo motivados por el dinero. Valeria no, Valeria adoraba los números, las probabilidades, las estadísticas, el abismo y la adrenalina del riesgo, exactamente igual que él, por eso se sentía tan cerca de ella. Ambos se entendían de maravilla en esa parcela de su vida, y en otras muchas más, por supuesto en el dormitorio, donde compartían una química arrasadora y bestial, pero también en el de la amistad, porque la había llegado a considerar una gran amiga, alguien con quién hablar y sentirse apoyado y a salvo, nunca juzgado, porque era muy empática y sabía escuchar. Desde el minuto uno se había sentido cómodo compartiéndole sus historias y preocupaciones, su sin vivir por culpa de Bianca Sanpaolo, sus dudas e incertidumbres con respecto a ese tema y ella lo había oído sin escandalizarse. Era la única persona de su entorno que no se había atrevido a decirle lo que debía o no debía hacer con respecto a su posible hijo, por eso se había convertido en alguien tan importante para él en un periodo tan corto de tiempo, y por eso le dolía en el alma haberla perdido por una estupidez, porque, obviamente, lo de Andrea había sido una soberana estupidez. Desde luego, había sido muy imprudente consintiendo que se enterara así del tema “Andrea/boda/Madrid”, incluso Clara se lo seguía reprochando a la más mínima oportunidad, pero podía jurar que no había sido por mala intención o por falta de respeto, simplemente, en medio del caos de vida que llevaba, se le había pasado contárselo. Además, para él no tenía ninguna importancia. Andrea era su amiga, pero también lo era de Mattia, la había invitado antes de liarse con Valeria en nochevieja y no veía ningún problema en ir juntos, como colegas, a una fiesta. Esa era la verdad, pero el argumento no había servido para intentar recuperarla, ni hace un mes, ni durante el mes, ni en el presente, no había servido de nada porque a ella ya no le valían las explicaciones y tampoco quería oírlas. “Eso es agua pasada”, repetía cada vez que él sacaba el tema y entonces no lo dejaba explicarse y desviaba la charla hacia cualquier asunto profesional, dejándolo fuera de juego y muy frustrado. Tampoco le había podido contar que había disfrutado muchísimo menos de lo que le hubiese gustado en la boda de su hermano, porque la había echado terriblemente de menos; que se había pillado una docena de veces con el teléfono en la mano queriendo llamarla, y que al final con Andrea, que era la típica americana juerguista y graciosa, buena bebedora y el centro de atención de cualquier fiesta, no había acabado muy bien. Por desgracia, se había hartado muy pronto de su ritmo desatado de parranda, principalmente porque había terminado incomodando a su familia y había provocado más de un momento de tensión con Clara y Mattia, que habían querido imprimir un ambiente tranquilo, recogido y familiar a su enlace, justo lo contrario de lo que había pasado. Los dos seguían sin perdonarle que la llevase. En resumen: había elegido mal la compañía, el momento y la oportunidad, había perdido a la chica que le gustaba y la había fastidiado bien. Probablemente era el primer gran error de cálculo que cometía en su vida, la primera vez que el control de los detalles se le escapaba de las manos, y estaba seguro de que se arrepentiría el resto de su vida. —¿Qué pasa con la Siderúrgica Piamonte?... ¿Fabrizio?... ¡Fabrizio! Lo llamó Valeria desde la puerta y él saltó y se dio cuenta de que llevaba mucho rato ensimismado en sus dramas, sin ver ni oír nada. La miró y ella entró en el despacho con el teléfono en la mano. —¿Qué pasa con la Siderúrgica Piamonte?, ¿tú diste orden de vender?, porque decidimos pararlo hasta el lunes. —Sí, claro ¿Qué pasa ahora? —Piero va a vender, dice que tú… —Yo no he dicho nada, joder —Le quitó el teléfono y bramó a su compañero de Adquisiciones y Ventas que solía ser un acelerado de mucho cuidado—. ¡Piero, coño, ¿qué haces, chaval?! —No sé, tío, ¿por qué no me llamaste para…? —¿No te llamó nadie de mi equipo? —Le clavó los ojos a Valeria y ella asintió señalándose a sí misma. —Sí, pero yo espero a tú ok, esto es muy serio, son valores por veinticinco millones de euros y acordamos que… —Ya sé lo que acordamos —volvió a interrumpirlo—. No vendas, esperaremos hasta el lunes y en un futuro, si te llama alguien de mi equipo, que sepas que es como si te llamara yo. Espero que esta descoordinación no se vuelva a repetir. Le colgó y miró a Valeria a los ojos, esos preciosos ojos azules que solían brillar con mucha luz. Ella le arrebató su teléfono e hizo amago de irse, pero él la detuvo en la puerta. —¿Cómo te has enterado de que iba a vender? —Porque a esta hora, todos los días, llamo para comprobar le tráfico que hemos autorizado. —Buen trabajo, nos podía haber costado veinticinco millones de euros. —Afortunadamente no ha pasado. Hasta luego. —¿Qué haces esta noche?, tengo entradas para La Scala, “Rigoletto”, me parece —Se tiró a la piscina, pero ella negó con la cabeza. —No puedo, pero gracias. —Son regalo de un cliente, es para disfrutarlo con alguien del departamento. —Seguro que encuentras a otra persona del departamento que quiera ir contigo. Le sonrió y despareció por el pasillo a buen ritmo, respondiendo a otra llamada de teléfono, y él se sintió como cuando tenía catorce años y las chicas aún lo manejaban con el dedo meñique. Bufó indignado, cogió las puñeteras entradas de la mesa y se las llevó a Rosetta para que las disfrutara con su marido. —Si no tienes plan para esta noche, Rosetta, llévate a Gianni a la ópera, y si no puedes, regálaselas a quién quieras. —¿En serio?, ¿te vas a perder un estreno en La Scala? —No me apetece nada ir… espera… me llaman… Ciao, Enrico — contestó a su antiguo camarada de la universidad regresando a su despacho y se desplomó en la silla—. Tanto tiempo, ¿qué tal estás? —Bien, ¿qué tal vosotros?, ¿qué tal la boda en España? —Fue el finde pasado en Madrid, Mattia ya es un hombre casado. Fue estupendo, aunque terminé harto de tanto brindis y tanta cena. —¿O sea que oficialmente ya tenéis dos cuñadas españolas? —Exacto ¿Tú qué tal?, ¿la niña?, ¿alguna novedad? —Todo bien, la peque preciosa y el siguiente llega en verano. —Genial, saluda a Paola de mi parte. —Gracias, tío. Yo te llamo porque tengo delante la solicitud de trabajo de una de tus colaboradoras y no sé… me ha llamado la atención porque la conozco, nos la presentaste cuando coincidimos una noche en el Teatro Dal Verme, ¿recuerdas? Paola y yo entendimos que era tu novia, por eso… —¿Valeria Tarenzi?, seguro que se trata de una solicitud antigua. Estuvo un tiempo buscando trabajo antes de volver a la Plataforma de Inversión Milano S.A. y te habrá aparecido ahora en el sistema. —No, macho, es de hace dos semanas y lo cierto es que me interesa mucho porque, aunque aún no haya trabajado como investigadora financiera, su perfil nos encaja perfectamente y sería un placer que se vinera con nosotros. El único problema es que no pagamos tanto como vosotros. —¿Cómo que de hace dos semanas? —se puso de pie empezando a cabrearse. —Dos semanas, del 24 de febrero, pregúntaselo. —Claro que se lo voy a preguntar, no tenía ni idea de que se quería ir de la empresa. —Joder, pues, lo siento, yo pensé que… —No pasa nada, Enrico, al contrario, muchas gracias por avisar. Lo hablaré con ella. —Si sigue interesada, dile que me llame y le haremos una entrevista y una oferta en firme. —Muy bien, gracias. Arrivederci. Colgó y salió del despacho escopetado, cruzó la zona común, llegó a su oficina y entró sin llamar, ella dejó lo que estaba haciendo y lo miró por encima de las gafas. —¿Ha pasado algo? —Preguntó y él se le puso delante con las manos en las caderas. —¿Piensas dejarme tirado también en el trabajo? —¿Perdona? —¿Después de lo que he hecho por ti y para ganar menos que aquí?, ¿eh?, ¿por qué lo haces?, ¿necesitas putearme un poco más? Se puso seria de forma instantánea, se levantó, caminó hasta la puerta y la cerró antes de volverse hacia él echando chispas por los ojos. —Te agradeceré toda la vida que me hayas dado trabajo, de hecho, creo que te lo he agradecido unas mil veces ya, pero mi periodo de prueba se acaba en mayo y estoy en todo mi derecho a querer marcharme de aquí. No te estoy puteando, no consiento que me hables así, menos en un ámbito laboral, porque yo a ti no te he perjudicado nunca, así que te exijo, por favor, un poco más de tratamiento jefe-empleada o si no puedes marcharte y lo hablamos cuando estés más tranquilo. —El periodo de prueba se lo reserva la empresa y tú lo exigiste, yo te ofrecí un contrato fijo desde le minuto uno. Ahora no puedes dejarnos así, no puedes obligarme a reorganizar otra vez el puñetero departamento. —Tienes a mucha gente capacitada para ocupar mi puesto, no te estoy haciendo nada que no puedas resolver en estos dos meses que me quedan. —¿Te vas para ganar menos, para dejar de ser bróker y para trabajar como investigadora financiera?, ¿es eso lo que quieres?, ¿en serio? —¿Te lo ha soplado Enrico Pausini?, ¿ha roto la protección de datos y te ha dicho que he solicitado un puesto en su empresa?. No me lo puedo creer, podría demandarlos por eso, ¿sabes? —Llamó solo porque le extrañó que mi novia, a la que le había presentado una noche en el teatro… —¿Tu novia? —lo interrumpió—, entonces seguro que se refería a otra persona. Compruébalo antes de venir como un toro desbocado a gritarme a mí. —Muy graciosa, Valeria. —No estoy bromeando. Dio un paso atrás y la observó con mucha atención, intentando encontrar detrás de esa mirada dura y desafiante a la chica con la que había pasado el mejor mes de su vida, con la que había hecho el amor todos los días hasta la madrugada, con la que había desayunado en la cama o ido al cine o a cenar con sus hermanos como una pareja normal, y no la encontró, así que reculó y decidió que no valía la pena sulfurarse o pelear por algo que también escapaba de su control y que ya no tenía remedio. —Está bien, tú has lo que quieras. Enrico dice que lo llames y te dará el puesto. Enhorabuena. —Fabrizio… —Espero tu carta de aviso con mes y medio de antelación. 14
Leyó la carta de dimisión otra vez, renunciando a renovar su contrato de prueba, le pareció correcta y le dio a imprimir, luego abrió el correo interno y la adjuntó en un mensaje para su jefe directo, Fabrizio Santoro, con copia para Melania Rampoldi, la jefa de Recursos Humanos. Deslizó el cursor para darle a enviar, pero no pudo. Se quedó con el ratón quieto, el brazo tenso y el estómago revuelto, y sin querer apartó la silla y se puso de pie. Cuatro días antes, es decir, justo antes del fin de semana, había discutido con Fabrizio por culpa de Enrico Pausini, el ejecutivo de una de las empresas a la que había mandado su currículo y que había tenido la desfachatez de llamarlo para contarle sus intenciones. Era insólito, abusivo y hasta ilegal, pero lo iba a tener que pasar por alto porque la culpa había sito toda suya, al no comprobar quién hacía las contrataciones en esa empresa de investigación financiera. No había hecho bien los deberes por las prisas y no había visto que el director adjunto era Enrico Pausini, un antiguo colega de Fabrizio Santoro desde la Facultad de Economía, al que le había presentado solo unas semanas antes a la salida del teatro. Un pequeño descuido que había desatado la tercera guerra mundial. Para ser justos, no tenía por qué esconderse, porque estaba en todo su derecho a no querer renovar después de los seis meses de prueba, pero Fabrizio se lo había tomado fatal y le había sacado en cara lo que había hecho por ella e incluso la había acusado de dejarlo tirado otra vez. ¿Tirado otra vez?, ¿a qué se refería?, ¿a que no había querido seguir acostándose con él porque era evidente que él seguía acostándose con otras? ¿A eso llamaba dejar tirado?... Menuda desfachatez. Un gran favor era lo que le estaba haciendo después de lo que había pasado. Seguramente él ya ni se acordaba de todo aquello, ni de Andrea Brown y su escapadita romántica a Madrid, pero ella sí se acordaba, claro que se acordaba, y le parecía que lo mejor para todos era seguir con su camino lejos de la empresa y muy lejos de él, porque cada día le costaba más verlo y tenerlo cerca. Estaba convencida de que él también se alegraría de perderla de vista. Levantó la cabeza y lo vio dentro de su despacho reunido con su núcleo duro, los brókeres de primer nivel con los que departía todos los días justo después del cierre de la Bolsa de Milán. Era una reunión para unos pocos elegidos a la que la había invitado en diversas ocasiones, sin embargo, esa tarde no había tenido tanta suerte y le fastidió verlo allí en mangas de camisa, prestando atención a lo que le estaban contando, con las gafas puestas y las manos en los bolsillos. Tan seguro de sí mismo, tan feliz, tan… bellissimo Fabrizio. El más inexpugnable de los mortales. Gruñó un rosario de palabrotas, añorando los días en que no lo conocía y se limitaba a disfrutar de su imagen impecable y atractiva a una distancia segura y prudencial, y volvió a sentarse frente al ordenador, le dio al ratón e hizo amago de enviar el mensaje con su carta de aviso y dimisión, pero no pudo, fue imposible, así que cerró el correo y abrió todas las pantallas para concentrarse en el trabajo. No sabía si algún día podría superarlo, pero sí sabía que, si se marchaba a trabajar muy lejos y volvía a centrarse solo en su carrera, lograría olvidarse para siempre de Fabrizio Santoro. El hombre más increíblemente guapo y sexy con el que había estado nunca, el más interesante, y el mejor amante, porque en la cama le había descubierto un mundo de pasión y locura desenfrenada que la había convertido en otra persona. Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, porque pensar en el sexo con él solía desconcentrarla, volvió a buscarlo con los ojos y lo pilló con el móvil en la oreja y saliendo de la oficina. Eran las seis de la tarde en punto y se estaba escaqueando temprano, al menos temprano para lo que solían hacer los dos, que normalmente eran los últimos del turno de mañana en irse a casa. Respiró hondo observando como Rosetta y los demás empezaban a marcharse y sin venir a cuento pensó en el 12 de enero, la primera vez que se habían acostado juntos tras pasarse muchos días besándose como adolescentes en cualquier parte. Ese día al fin habían estado los dos libres y él se había ofrecido para hacer una cena en su piso, y ella había accedido como si aquello fuera lo más normal del mundo, aunque se moría de la emoción. Él nunca lo supo, porque ella nunca se lo contó, pero se había pasado a comprar ropa interior nueva y carísima después de su invitación, y había ido a casa a ducharse y a ponerse guapa antes de coger un taxi que la llevara hasta el distrito Stazione Centrale, y había estado diez minutos en el portal de su edificio intentando calmarse antes de tocar el timbre y entrar, y conseguir llegar a su piso como una mujer de mundo. Afortunadamente, no había habido preliminares, ni copas de vino ni charlas antes de ir a la cama, porque aquello habría acabado con todo su aplomo, y habían pasado directo al grano. Nada más pisar su casa enorme y tan bonita, la había abrazado y besado, la había hecho perderse en su calor, en su aroma, en su lengua y sus caricias, y lo siguiente que recordaba era estar en su dormitorio medio desnuda, intentando desnudarlo a él, y deseando con todas sus fuerzas sentirlo dentro, amarlo y devorarlo entero. La química había sido brutal desde el minuto uno, porque había sido rozarse y encenderse como si llevaran esperando ese momento toda la vida, por lo menos para ella había sido así, y había perdido la vergüenza y el pudor, y se había dejado llevar como nunca lo había hecho antes con ninguna pareja. Se había entregado con cada célula de su cuerpo porque estaba loca por él, porque lo deseaba y porque seguramente ya se había enamorado de él… y así había seguido siendo hasta el final, hasta el mismo día en que toda aquella magia, todo aquel espejismo precioso se había disuelto delante de sus ojos. Mierda de vida, Valeria, se dijo retomando el trabajo que aún le quedaba pendiente. Mierda de vida encontrar al hombre de tus sueños, rozarlo con la punta de los dedos, pero no poder tenerlo. Eso le pasaba por ingenua y débil, por idiota, porque una persona sensata no se pillaba por alguien como Fabrizio Santoro, ni esperaba en el fondo de su corazón que un buen día él la quisiera o quisiera renunciar a su vida de fiesta y mujeres para quedarse solo con ella. Eso solo pasaba en las novelas románticas y en las películas, decía Agnese, y tenía toda la razón. —Pronto! Respondió al teléfono viendo que ya eran las siete y media de la tarde, y se puso de pie oyendo la voz de Clara Ariza. —Hola, Valeria, soy Clara, ¿te pillo muy mal? —¡Hola, Clara! No me pillas mal, qué alegría saber de ti, ¿qué tal estás?, ¿qué tal la luna de miel? —Corta, ya estamos en Milán. Celia se ha puesto de parto hoy a las seis de la mañana y el pequeñajo nació a las tres de la tarde, así que nos hemos venido corriendo. —Vaya, ¿qué tal están? —Los dos perfectos, el bebé se ha adelantado veinte días, al contrario de su hermana que se retrasó ocho. Es guapísimo, se parece mucho a Lucía. Santoro por los cuatro costados. Celia está cansada, pero muy bien, ha sido muy rápido, la verdad. —Me alegro mucho. ¿Cómo se llama? —Marco, por supuesto —se echó a reír—. La tradición manda. —Claro, pues, mándales un beso de mi parte. —Te paso el móvil de Celia, mándale un mensaje si quieres, ya sabes que le caes muy bien y que no quería perder el contacto contigo. —Muchas gracias, es muy maja teniendo en cuenta que la dejé colgada el fin de semana que iba a ir a Brienno a conocer su casa, pero… —No te preocupes, todos nos hicimos cargo. Fabrizio es Fabrizio. —Vale… —respondió un poco sorprendida por el comentario y respiró hondo. —Ya sé que es tardísimo, pero me acabo de encontrar con Fabrizio en la clínica y me ha dicho que seguramente tú seguías en la oficina y me podías ayudar. —Y aquí estoy, ¿qué necesitas? —Mis padres han decidido comprarse un apartamento en Milán para estar cerca de nosotros y quería utilizar algo del dinero de mi abuela para ayudarlos al menos con la entrada ¿Tengo aún dinero sin invertir?, ya sé que teníamos un calendario de inversiones, pero no estoy muy segura de si aún tengo liquidez. —Sí, tienes cien mil euros sin invertir —Le contestó mirando su ficha de cliente—, y ya hay beneficios de algunas inversiones que ha hecho Fabrizio. Creo que tendrás más que suficiente para una entrada, incluso para comprar un pisito pequeño. —Genial. No quiero tocar lo invertido, pero esos cien mil me vienen de perlas. Resulta que Franco tiene un conocido que vende un apartamento muy cerca del nuestro y si firmamos el contrato de arras antes del fin de semana nos lo deja a un precio estupendo. —Muy bien, pero tienes que pedirle a Fabrizio que autorice la retirada de fondos, las cuentas de inversión no son muy laxas en cuanto a los movimientos de dinero. Hay un protocolo a seguir y solo lo puede autorizar él. —Entiendo, muchas gracias. ¿Qué tal estás tú? —Muy bien, trabajando. Pocas novedades —Cerró el ordenador, apagó las luces y buscó su chaqueta para marcharse, porque había quedado con Agnese para cenar en un indio nuevo de Puerta Garibaldi. —Mil gracias por el buqué de rosas que me enviaste el día de la boda, era precioso, aunque no tenías por qué mandarlo. —¿Cómo qué no?, solo quería desearos suerte. —No te lo he dicho antes, porque no quise meterme dónde no me llamaban, Valeria, pero, tal como le manifesté a Fabrizio en su momento, a mí me hubiese encantado que tú hubieses ido con él a Madrid. Sigo sin entender qué hacía esa chica americana organizando concursos de beber en mi boda y con mi familia, pero… bueno… mejor me callo. Solo quería dejar claro lo que Mattia y yo pensamos al respecto. —Mira, yo… —Llegó a la calle y se pasó la mano por la cara. —Y lamento muchísimo todo lo que este episodio acabó desencadenado, es una pena… bueno… ojalá podamos seguir en contacto, de verdad que me gustaría. —Lo mismo digo. —Estupendo, ya te llamaré para vernos ¿ok?, y gracias por todo. —Gracias a ti, Clara, en serio, muchas gracias. Le colgó muy emocionada por sus palabras y bajó corriendo al metro para ir hasta Puerta Garibaldi, donde Agnese seguramente ya la estaba esperando. Durante el trayecto en metro recibió el contacto de Celia y con las mismas le mandó un mensaje para felicitarla por su nuevo bebé. Un varón que seguramente iba a ser la nueva delicia de la pareja, que disfrutaba muchísimo de su faceta como padres. Ambos estaban locos por su pequeña Lucía, especialmente Marco, solía decir Fabrizio muerto de la risa porque, según él, su hermano estaba embobado y era otro hombre desde que le habían puesto a su hija en los brazos, y por un segundo se acordó de Bianca Sanpaolo, la mujer que también podría cambiarle la vida a él si al final resultaba que lo convertía en padre. —Lo siento, guapis, lo siento mucho. Me han entretenido a última hora… Llegó corriendo a la mesa donde su tía ya estaba sentada y se acercó para darle un beso en la mejilla. Ella la miró entornando los ojos y le indicó su asiento. —Siéntate y pidamos la comida, me muero de hambre. —¿Qué tal se ha quedado la peque? —Encantada con Bridget, la verdad es nos hemos sacado la lotería con la nueva Au pair. ¿Qué te apetece comer? —Lo que tú quieras. He cogido entradas para el Circo del Sol, me ha costado porque la página web se caía todo el rato, pero… —Buenas noches… Les habló alguien acercándose a su mesa y las dos dejaron de mirar la carta y le prestaron atención. Se trataba nada menos que de Franco, el hermano mayor de los Santoro. Valeria pegó la espalda a la silla y entonces vio aparecer a Fabrizio dos pasos por detrás de él. —Hola ¿qué tal? —Qué casualidad encontrarnos aquí —Franco miró a Agnese y ella le sonrió—. Encantado de volver a veros. —Igualmente. —Hola, chicas —Fabrizio las saludó y miró a su hermano, que le indicó la mesa con la cabeza—. Ya que nos hemos encontrado ¿queréis compartir la mesa?, hay sitio de sobra. —Claro. Respondió Agnese antes de que ella pudiera quitárselos de encima con alguna excusa, y le tocó observar cómo los dos ocupaban las sillas libres sacándose la chaqueta y llamando al maître con la mano. Movió la cabeza y miró a su tía con ojos de asesina, pero ella le guiñó un ojo sin hacerle el menor caso. —Acabamos de conocer a nuestro nuevo sobrino —apuntó Franco, que era un hombre guapísimo, como todos los hermanos Santoro, salvo que a diferencia de los demás tenía los ojos verdes—. Un chico fuerte y muy sano, gracias a Dios. —¡Enhorabuena! —exclamó Agnese— ¿Sois muchos de familia? —Cinco hermanos y con el pequeño Marco ya suman ocho sobrinos, a falta de que nazca el de Mattia, que nace dentro de dos meses. —Qué bonito, me encantan las familias grandes, nosotros somos tres hermanos y solo tenemos tres sobrinos, ojalá fuéramos más. Comentó Agnese y Valeria miró a Fabrizio de reojo un poco preocupada, porque se había puesto tenso y supuso que no le hacía ninguna gracia hablar sobre ese tema en particular. Miró a tu tía para animarla a cambiar de tema, pero Franco se le adelantó. —¿Tú tienes hijos, Agnese? —Sí, una niña de seis años que se llama Carolina —la señaló a ella con una sonrisa—, es su ahijada. ¿Tú cuántos tienes? —Tres: Franco de dieciséis, Anastasia de catorce y Michele de diez. Los dos mayores están estudiando en los Estados Unidos y el pequeño lo compartimos su madre y yo cada quince días. —¿Divorciado? —Exacto ¿y tú? —Yo soy madre soltera, decidí tener a mi hija sola cuando cumplí los treinta y cinco. —Vaya, qué opción más interesante. —Una opción cada vez más habitual. Le contestó Agnese con una sonrisa y luego siguieron charlando como si se conocieran de toda la vida, mientras Fabrizio y ella se limitaban a comer, asentir y sonreír cuando hacía falta. —Nuestra Valerina siempre ha sido muy responsable y estudiosa, nunca ha dado un problema en ese sentido —soltó su tía a la hora de los postres y Valeria suspiró—, aunque también ha tenido una personalidad tremenda desde bien pequeña. Todo un carácter, mucho más que Maurizio, su hermano mellizo, que es prácticamente un santo. —Eso lo dirás tú —Le respondió ella y Agnese se echó a reír. —Es verdad, cariño, y no lo digo en plan negativo, más bien todo lo contrario. —Las chicas mejor guerreras —Opinó Franco riéndose también—. Mi hija Anastasia es igual, les da cuarenta vueltas a sus hermanos. —Yo creo que todo el mundo, hombres y mujeres, viven mejor si tienen una personalidad definida y mucho carácter, si saben lo que quieren, aunque en mi caso Agnese exagera, en el fondo soy perro ladrador, pero poco mordedor. —¡Ja…! —soltó Fabrizio que llevaba un rato en silencio y ella lo miró frunciendo el ceño. —¿Disculpa? —No, disculpad vosotros, tengo que contestar esta llamada —cogió el móvil y se levantó de la mesa, ella dio por hecho que lo llamaba alguna de sus novias y se le revolvió todo el cuerpo. —Después podríamos tomar una copa en la terraza de invierno que hay aquí al lado, si os apetece, claro —susurró Franco y Agnese se encogió de hombros. —Lo siento, ¿por dónde íbamos? —Fabrizio regresó y la miró a los ojos antes de sentarse. —Estaba invitando a las chicas a tomar una copa en la terraza de aquí al lado —respondió su hermano. —No, no era eso, estábamos con el perro ladrador, poco mordedor. Lo siento, pero no creo que ese sea tu caso, Valeria. —¿Te estás metiendo conmigo? —Solo es una observación objetiva. —Incierta, pero tú piensa lo que quieras, no me importa. —Ya sé que no te importa, nada de lo que yo diga o haga te importa. —Eso sigue siendo incierto, pero no voy a discutirlo precisamente ahora. No creo que sea el momento. —Igual no hay otro momento. —Seguro que sí. —No, si vas a largarte del trabajo dejándome el equipo descabalado. —Tienes al menos a seis personas que pueden cubrir mi puesto. —El puesto te lo di a ti, no a esas otras seis personas. —Yo no te lo pedí. —No, no, claro que no, pero eso no te exime del hecho, incomprensible, de que quieras abandonar el barco de la noche a la mañana y por un tema ajeno al ámbito profesional. Es lo más injusto y arbitrario que me han hecho nunca. —¿En serio? —¿Te burlas de mí? —No, pero creo que estás exagerando y no entiendo muy bien por qué. Yo a ti no te he hecho nada. —Yo a ti tampoco, salvo ir a la boda de mi hermano con otra persona. Se hizo el silencio y Valeria parpadeó sin poder dar crédito a lo que estaba pasando. Tiró la servilleta encima de la mesa y le sostuvo la mirada hasta que Franco y Agnese carraspearon y se acordó de que no estaban solos. —¿Sabéis qué? —Dijo Franco cuando los dos le prestaron atención—. Creo que tenéis muchísimas cosas pendientes que resolver y que necesitáis hacerlo a solas. Agnese ¿te apetece tomar esa copa aquí al lado? —Por favor. Respondió ella y se levantó para seguirlo fuera del restaurante. Valeria se restregó la cara con las dos manos y luego tomó un sorbo de agua bastante avergonzada, porque ese tipo de escenitas no le gustaban nada y mucho menos delante de personas que no se merecían presenciarlas. Dejó el vaso en la mesa y respiró hondo antes de levantar la cabeza y buscar sus enormes y profundos ojos negros. Fabrizio resopló e intentó hablar, pero ella no se lo permitió. —Si sigues creyendo que me alejé de ti y que quiero seguir alejándome es porque no me invitaste a la boda de Mattia, es que no me he explicado bien o que tú eres incapaz de entenderme. —Valeria… —Yo nunca esperé ni conté con ir contigo a la boda de tu hermano en Madrid. Soy de todo menos superficial o caprichosa, tengo sentido común. Rompí contigo porque me di cuenta de que seguías manteniendo relaciones con otras chicas y yo no sirvo para eso. Lo de la Andrea y la boda solo dejó en evidencia cómo tú te manejas en la vida y a mí no me gustó, ni me gustará jamás. ¿Puedes entenderlo? —Sí, lo entiendo, lo siento. Solo estoy cabreado y frustrado, todo esto me ha desbordado y no estoy en mi mejor momento para… ya sabes cómo es mi vida ahora… —Vale, lo comprendo, pero deja de culparme a mí. Al final no hay culpables, cada uno es dueño de hacer con su vida lo que quiera y tomar las decisiones que le apetezcan. —No quiero que dejes el trabajo, te necesito conmigo porque hemos encontrado el equilibrio perfecto y si te marchas precisamente ahora me partes en dos, Valeria. —No puedo seguir trabajando para ti como si no hubiese pasado nada. Traspasar la línea roja solo nos ha perjudicado, cabreado y frustrado. Mira cómo hemos acabado hoy. Lo mejor es que me cambie de trabajo y… no sé… dejar de vernos una temporada. —La cuestión es que desde hace algún tiempo tú eres lo único estable que tengo —la miró con ojos sinceros y ella percibió cómo se le disolvían los huesos de todo el cuerpo—. Desde que te conozco ha sido así, no sé muy bien por qué, pero no puedo aceptar que te marches así, no me rendiré tan rápido. —Bueno, yo… —No puedo prescindir de ti, Valeria. Nada sería igual si me dejas ahora. Viene el final del año fiscal, tenemos muchísimo trabajo y yo una agenda plagada de viajes, sin contar con mis historias personales que no sé a dónde me van a llevar y… ¿El final del año fiscal?, pensó, oyendo cómo soltaba un montón de argumentos relacionados exclusivamente con el trabajo y se le cayó el alma al suelo, porque por una milésima de segundo creyó, oh tonta de ella, que se refería a algo más personal. Se apartó de la mesa y buscó su mochila decidiendo que tenía que alejarse de ese individuo inmediatamente, porque le gustaba mucho y estaba enamorada de él, pero la pura verdad es que no era más que un encantador de serpientes al que ella nunca, jamás, le interesaría de verdad. —Voy a pedir la cuenta. —Valeria, mírame —levantó la cabeza y lo miró a los ojos—. Dame otra oportunidad, por favor, no me abandones tan rápido… —¡Fabri! ¿no dijiste diez minutos? Llevo veinte esperándote en segunda fila, ¡joder! ¿Quieres que me multen?, por mí bien, total es tu coche… Bramó una chica morena y muy alta apareciendo de repente junto a la mesa y Valeria saltó, observando lo guapísima que era y lo enfadada que estaba. Fabrizio Santoro se puso de pie muy rápido y le acarició un brazo intentando calmarla. El momento propicio para levantarse y largarse de ahí. —Esto cubre mi parte y la de Agnese. Buenas noches —susurró, dejando cien euros sobre el mantel. —Valeria… —Buenas noches. Repitió sin mirarlo a la cara y salió a la calle buscando a su tía, pero no la encontró en la famosa terraza de invierno, así que caminó por la acera mandándole un mensaje para avisarle de que se marchaba a casa. Después se detuvo, abrió su correo, localizó el mensaje con su carta de renuncia y lo envió sin titubear. 15
—¿Qué tal el pequeño Mattia? Le preguntó Rosetta saliendo a su encuentro y él le sonrió y la abrazó por los hombros para que lo acompañara hasta su despacho. —Muy bien, sanísimo y muy fuerte. A mí me parece un bebé como los demás, pero mi madre y Clara aseguran que es clavado a su padre. Sacó el móvil y le enseñó las fotografías que le había hecho a su nuevo sobrino, el bebé de Clara y Mattia, que había nacido hacía veinticuatro horas con puntualidad británica, porque había venido al mundo exactamente el día previsto y sin mucha alaraca, ya que el parto había sido rápido y buenísimo, o eso le habían asegurado a él después de pasarse toda la noche en la clínica acompañando a su hermano. —Sí, es igual que Mattia, por ende, es igual que tú —comentó Rosetta repasando la fotos—. Enhorabuena ¿Qué tal está la mamá? —Ella genial, creo que hoy le dan el alta. La verdad es que no sé demasiado, había mucha gente en la clínica y anoche me fui a casa a dormir, estaba agotado. No tengo la adrenalina disparada de mi hermano, que no para desde hace no sé cuántas horas. —Padre primerizo, después vendrá el cansancio y a ver qué hacen cuando el enanito nos los deje descansar. —Están los padres de Clara aquí y mis padres y un montón de gente queriendo ayudar, seguro que cuando lleguen a casa podrán descansar. ¿Alguna novedad por aquí? Dejó su mochila sobre el escritorio, levantó la cabeza y miró hacia el antiguo despacho de Valeria Tarenzi, que los había abandonado sin remordimientos hacía quince días, justo mes y medio después de haber discutido sin ningún resultado y por última vez en aquel restaurante indio de Porta Garibaldi. Solo pensar en esa batalla perdida, y en lo frías que habían acabado las cosas entre los dos, que apenas se habían dirigido la palabra tras esa noche, le pusieron el vello de punta. Se desplomó en la silla intentando pensar en otra cosa, porque lo cierto es que no pensaba amargarse también por ella, a la que por alguna razón no podía olvidar, pero a la que tampoco podía recuperar, por lo tanto, a la que más le valía relegar en el fondo de su mente y para siempre, y Rosetta se puso delante de su escritorio. —Acabo de enterarme en el ascensor que ha fallecido la abuela de Valeria. —¿Valeria? —Sí, pobrecilla, estaban muy unidas. Darío, su antiguo compañero de Equivalentes de Efectivo, venía del entierro que ha sido esta mañana, aunque parece que falleció hace tres días. Estoy esperando a una hora más prudencial para llamarla por teléfono. Se quedó quieto, con el corazón encogido, pensando en lo que aquello podía significar para ella, que adoraba a su nonna, y se puso de pie sacando el teléfono móvil. Marcó su número, que dio señal, pero ella no respondió y a él se le empezó a abrir un agujero enorme en el centro del pecho. Respiró hondo y miró a Rosetta. —¿Estás segura que se refería a Valeria Tarenzi?, porque si se trata de su abuela lo normal es que nos hubiese avisado también a nosotros ¿no? —Darío es muy amigo suyo, desde hace muchos años, no tenía por qué avisarnos a los demás. —Hostia puta. Masculló, cogiendo su chaqueta, se la puso y salió de la oficina sin despedirse, bajó corriendo las escaleras y entró en el Departamento de Equivalentes de Efectivo buscando a Darío para que le informara de lo que estaba pasando, porque no se podía creer que fuera el último en enterarse de algo tan grave. —¿Fabrizio Santoro? —Preguntó el chaval con los ojos muy abiertos al verlo acercarse tan decidido y él le hizo una venia antes de hablar. —Rosetta dice que ha muerto la abuela de Valeria, ¿es cierto? —Desgraciadamente sí, acabo de venir del entierro en el Cementerio Monumental. —Madonna Santa! —exclamó pasándose la mano por la cara—. ¿Qué ha pasado?, ¿cómo murió? —Un derrame cerebral. Por suerte Valeria estaba con ella y pudo asistirla, se la llevaron en ambulancia al hospital y no sobrevivió, pero le consuela haber estado con ella en todo momento. Dice que al menos se pudieron despedir. —Joder, ¿por qué no me ha llamado? —No lo sé. Yo creo que estaba muy afectada para llamar a nadie. —Pero te llamó a ti. —Bueno, yo… —Está bien, no te preocupes. Adiós. Se despidió de Darío tocándole el hombro y dándole las gracias, y salió de allí llamando a Rosetta para avisarle que se iba a casa de Valeria Tarenzi para comprobar que estaba bien y darle el pésame. Pisó la acera hecho polvo, pensando en lo mal que lo estaría pasando, y antes de girar hacia su calle vio que le acababa de entrar un correo electrónico de Bianca Sanpaolo. Una verdadera novedad, porque tras pasarse muchas semanas hablando como viejos amigos por teléfono, ella había desaparecido de la noche a la mañana hacía dos meses, y, sinceramente, ya había perdido la esperanza de que se pusiera en contacto voluntariamente con él. Pinchó el email y leyó: “Fabrizio, te escribo por última vez para zanjar este tema ya por fin. El 28 de febrero nació mi hija Cora, ella y yo estamos muy bien. Le hemos puesto el nombre de su abuela paterna, porque es idéntica a ella y a su padre. Tobías y yo estamos felices con nuestros dos hijos y solo te rogamos que respetes nuestra intimidad, a nuestra familia y retires los requerimientos judiciales y las demandas absurdas con las que tus abogados me siguen persiguiendo o nos veremos en la obligación de demandarte por acoso y hostigamiento. Un saludo. Bianca Montague.” Sonrió, porque estaba loca si creía que iba a tirar la toalla a esas alturas del partido, y le respondió eso mismo sin detenerse a pensar en la niña que había nacido y por la que era incapaz de sentir algo parecido al afecto, aunque se alegró de que estuviera bien. Reenvió el email a Mattia, aceptando que en ese momento todo carecía de importancia para él salvo Valeria y su bienestar, y en seguida llegó a su edificio. Se puso delante del telefonillo cayendo en que no tenía ni idea de en qué piso vivía, decidió llamar a todos los timbres, pero no hizo falta, porque una vecina mayor abrió, lo miró de arriba abajo, le sonrió y lo dejó entrar en el portal sin ningún problema. —¿Dónde va, joven? —Al piso de Valeria Tarenzi, su abuela falleció… —Ah, claro, al piso de los D’Angelo, el 2B. Qué tragedia. Suba, suba, caballero, están todos allí. —Muchas gracias. Llegó a la segunda planta de dos zancadas y tocó el timbre del 2B, el de los D’Angelo, que era el apellido de la familia materna de Valeria, se movió nervioso por el rellano sin que nadie respondiera, hasta que percibió un poco de movimiento al otro lado de la puerta y optó por tocarla con los nudillos. —Hola, ¿qué desea? —le abrió al fin un tipo joven y moreno vestido con traje oscuro, y él dio un paso atrás. —Buenos días, me llamo Fabrizio Santoro, soy amigo de Valeria, acabo de enterarme de lo que ha pasado y… bueno, venía a verla. —Lo siento, pero ella no está para recibir visitas. Le diré que se ha pasado. Hasta luego. —No —se adelantó y sujetó la puerta—. Lo siento, pero necesito verla. ¿Puede decirle, por favor, que estoy aquí? —Le acabo de decir que ella no… —¿Qué pasa? —Gracias a Dios Mark, el marido de Maurizio, se asomó con el ceño fruncido y al reconocerlo apartó al del traje y le ofreció la mano hablándole en inglés—. Fabrizio, ¿qué haces aquí? —Me gustaría hablar con Valeria y daros el pésame, no voy a quedarme mucho tiempo, solo necesito saber si se encuentra bien. —No se encuentra nada bien, lleva tres días sin dormir. ¿Cómo es que no has ido al tanatorio o al cementerio? —Nadie me avisó, acabo de enterarme. —Joder, tío, me sabe fatal, pero no creo que sea buena idea que pases, al fin hemos conseguido que se meta en la cama y… le diré que has venido y que te llame ¿te parece? —No, no me parece —Volvió a sujetar la puerta sin ninguna intención de marcharse de allí sin verla y entonces fue otra persona la que apareció por el pasillo con cara de pregunta. —¿Qué está pasando aquí? —El padre de Valeria se aproximó para mirarlo de cerca— ¿Fabrizio? —Hola, Maurizio, ¿cómo estás?, solo he venido para daros el pésame y ver a Valeria. Desgraciadamente, no he sabido nada hasta hoy y… —Claro, hombre, pasa. ¿Cómo es que lo dejáis en el rellano? —Regañó a los otros dos y lo hizo entrar por un pasillo muy largo hasta un salón enorme dónde Mau y Agnese estaban tomando café— ¿Quieres tomar algo? —No, gracias, me marcho en seguida. Mau, lo siento mucho —se acercó a él y se dieron un abrazo—. Os acompaño en el sentimiento, no sé ni qué decir, no… —Gracias —respondió Mau palmoteándole la espalda—. Gracias por venir. —Acabo de enterarme, si no, pues… —No te preocupes, llamamos a muy poca gente, la nonna quería un entierro discreto y así se ha hecho. —¿Y Valeria? —Está en la cama intentando dormir, lleva tres días sin pegar ojo — insistió el del traje negro—. Ya te advertí de que no está para recibir visitas. —Él es Roberto, un gran amigo de Turín —Presentó Mau y Fabrizio le hizo una venia. —Encantado. Y no era mi intención molestar, solo es que estoy muy preocupado por ella. —Acompáñame, Fabrizio. Agnese se puso de pie, dejó su taza de café en la mesa, se le acercó y lo agarró por la muñeca para conducirlo por el pasillo hasta el otro lado de la casa. Él la siguió y cuando llegaron a una puerta cerrada y pintada de blanco, se detuvo y lo miró a los ojos. —Aprovecha esta oportunidad, Fabrizio Santoro, no sé si te la mereces, pero yo creo en las señales y por algo estás aquí. Sé que a ella le vendrá bien verte —abrió la puerta y le hizo un gesto con la cabeza—. Pasa y dale un abrazo. Asintió y entró en la habitación completamente a oscuras. Percibió cómo Agnese cerraba la puerta a su espalda y no se movió hasta que ajustó la vista y localizó la cama vacía, miró a su alrededor y no vio a nadie, dio dos pasos haciendo crujir el parqué y entonces se abrió la puerta del cuarto de baño y apareció Valeria descalza, con el pelo suelto y vestida con un pijama de verano. —No voy a tomarme una pastilla para dormir, dejad de darme la lata, por favor… Susurró, apartándose el pelo largo de la cara, subió la cabeza y al verlo se lo quedó mirando con incredulidad, dio un paso atrás y volvió a mirarlo con atención, hasta que de repente entendió que de verdad estaba ahí, se puso una mano en la boca y se echó a llorar. —Lo siento mucho, cielo. No sabes cuánto lo siento, cariño. Se le acercó de un salto y la estrechó muy fuerte contra su pecho, besándole la cabeza y acariciándole la espalda, mientras ella se le aferraba a la camisa y sollozaba con tanta pena que él empezó a quebrarse también, intentando buscar alguna palabra que pudiera servir de consuelo. —Hueles tan bien… —Farfulló al cabo de unos minutos. —¿Perdona? —Le preguntó, apartándola para mirarla a los ojos y ella le acarició el pecho. —Me encanta como hueles, te he reconocido antes por el perfume que por otra cosa. —Te regalaré un frasco. —No, huele así de bien porque lo llevas tú —tragó saliva— ¿Qué haces aquí? —¿Cómo que qué hago aquí?, acabo de enterarme y solo quería verte. Necesitaba saber cómo estabas. —Bueno… ha sido… ya sabes… pero ella ya está descansando con su marido y con su hija. Desde hacía once años le costaba seguir viviendo sin mi madre, así que… —Lo sé, lo sé —volvió a abrazarla con fuerza—. Me gustaría haber estado contigo, Valeria, siento mucho no haber estado aquí. Siguieron mucho rato así, con los ojos cerrados, abrazados y sin hablar, en silencio mientras él le acariciaba la espalda y la cintura, y le besaba el pelo y pensaba en que solo quería salvarla, consolarla y protegerla, porque verla así de mal lo partía por la mitad, hasta que, de pronto, un rayo le iluminó la cabeza y se dio cuenta de lo fundamental que era ella en su vida desde hacía meses, prácticamente desde que la había conocido, y se le paralizó el pulso. Abrió los ojos y vio meridianamente claro lo que llevaba haciendo de forma inconsciente desde hacía mucho tiempo. Llevaba meses confundiendo lo que sentía por ella, lo que la necesitaba en su vida, con lo que la necesitaba en el trabajo, con la dependencia que habían desarrollado ambos en el ámbito laboral, y saberlo o entenderlo así, tan claramente, fue como un bofetón en plena cara. Un despertar brusco, una epifanía, y sonrió sin saber qué hacer, porque obviamente ese no era ni el momento ni el lugar para manifestarlo, pero ¡joder!, era portentoso. —¿Cómo es el pequeño Mattia? —Le preguntó y él contestó con una sonrisa en la cara. —Moreno, sanote y muy tranquilo, ser parecerá a su padre. ¿Clara te avisó que había nacido? —Celia me escribió ayer, pero aún no he llamado a Clara. —No pasa nada, ahora le diré que he estado contigo. —Mau y Mark van a tener un bebé en California, han acudido a la maternidad subrogada, aún no lo sabe nadie. La abuela no llegó a saberlo, aunque seguro que le habría encantado ser bisabuela. —Me alegro mucho por Mau y Mark ¿Tú no deberías intentar dormir?, dicen que llevas tres días sin pegar ojo —cambió de tema y la apartó para observarla con atención y acariciarle la cara. —¿Te llamó Mau para que vinieras? —No, Darío de lo dijo a Rosetta y ella a mí. He venido por mi cuenta y sin llamar, igual tu familia me odia un poco, pero no podía quedarme quieto en la oficina. —No te odian tanto si te han dejado pasar a mi habitación —Forzó una sonrisa y se acercó a la cama—. Al fin conoces mi dormitorio. —Sí y me encanta. Venga, acuéstate, yo te acompaño. Se sacó la chaqueta, se aflojó la corbata, se sacó los zapatos y buscó unos cojines para acomodarse a su lado en la cama. Ella se recostó mirando al techo, pero cuando él se le puso al lado, giró y lo abrazó con todo el cuerpo. —Voy a aprovecharme un poquito de ti, Fabrizio, siempre me dormía rápido si te abrazaba. —Lo mismo digo —la acurrucó besándole la frente. —¿Qué tal el trabajo? —Bien, pero te echamos de menos. Me siento huérfano desde que te fuiste. —Me ha llamado Antonio Messina para que me haga cargo de Equivalentes de Efectivo, al parecer su yerno salió rana y quiere que le salve los muebles. —¡¿Qué?! —buscó sus ojos y ella asintió—. No sabía nada. Dirás que sí ¿no?, ese puesto ha sido tuyo desde el principio. —Sí, pero necesitaré una semana al menos para recomponer un poco mi vida, lo de mi abuela ha sido tan inesperado que necesito un tiempo. —Por supuesto. —Al menos estuve con ella hasta el final ¿sabes? —susurró, abrazándolo otra vez—. Cuando murió mi madre no pude despedirme de ella, porque llegó tan mal al hospital que le indujeron un coma y ya no despertó. Todos nos decían que le habláramos porque seguro que nos escuchaba, pero ¿cómo nos iba a escuchar si ya estaba en muerte cerebral? —Lo siento muchísimo. —Fue un accidente de coche, murió porque un conductor borracho, un 30 de diciembre, salía de una fiesta de empresa y empotró su coche contra el de mis padres. Veinticuatro horas después mi madre murió en la UCI. Nunca nos recuperamos, por eso sé que mi abuela ahora descansa en paz, porque solo quería ver a su hija otra vez, y a mi abuelo… ella creía que los vería y espero que así sea. —Seguro que sí. —No te lo había contado antes porque no lo hablo con nadie, pero ahora ya lo sabes. —Y yo te agradezco la confianza. —Al menos la nonna estuvo semiinconsciente unas horas y nos pudimos despedir, se fue con una sonrisa. Él guardó silencio sin saber qué decir y sin dejar de estrecharla contra su pecho, hasta que, pasado un rato sin moverse, tocaron la puerta muy suavemente y Mau entró sin hacer ruido, se puso delante de la cama y le hizo un gesto para confirmarle que ya estaba profundamente dormida. —Gracias, Fabrizio. Le dijo ayudándolo a levantarse y juntos la rodearon de cojines y la taparon bien antes de hacer amago de dejarla sola. Fabrizio se puso los zapatos mirándola de reojo, sintiendo que le iba a estallar el pecho de tanto amor, y antes de marcharse se le acercó y le besó la frente. —Arrivederci, biondina, luego te llamo —le acarició el pelo y abandonó la habitación detrás de Maurizio. —Seguro que te ha mandado la nonna —comentó Mau acompañándolo por el pasillo y él se detuvo y lo miró con el ceño fruncido—. Ella sabía que el único consuelo para Valeria serías tú. —¿Tú crees? —Cuando murió nuestra madre algo murió también con Valeria, nunca volvió a ser la misma persona, hasta que apareciste tú y de repente volvió a iluminarse como antes. Todos nos dimos cuenta, la primera la abuela, que era más lista que el hambre. —Pues… ojalá me hubiese mandado antes y no con tres días de retraso. —Has aparecido en el momento justo y todos te lo agradecemos, tío. Ven aquí. Se dieron un abrazo, se despidió de todo el mundo y bajó a la calle bastante conmocionado, como si hubiese vivido un año entero de emociones en una hora y media a solas con Valeria en su dormitorio, y se preguntó si no sería verdad lo que pensaba Maurizio y la nonna, que adoraba a su nieta, estaba jugando desde el cielo, o desde donde fuera, un papel decisivo en ese reencuentro mágico y tan revelador que acababa de cambiarle la vida. Sacó el móvil sonriendo como un crío, marcó el número de Mattia y él le contestó tan tranquilo. —¿Qué tal, tío? —Muy bien, ¿vosotros? —Esperando el alta, nos vamos a casa. —Genial, me alegro mucho. Mattia… —¿Qué? —Ha pasado. —¿El qué? —Estoy enamorado. 16
—¡¿Tú sabes quién es Étienne Clermont-Tonnerre?!, ¡¿lo sabes, Bianca?! Gritó Tobías tirando con el brazo todo lo que había en el aparador del salón y Bianca se puso de pie para parar el desastre, porque él era de esos histéricos que empezaban a tirar cosas y no paraban nunca. —¿Un chef francés? —preguntó, sujetando una figurita de porcelana y Tobías se detuvo y se la quedó mirando con cara de furia. —No es solo un chef francés, es un aristócrata francés forrado, coño, su familia es de las más ricas de Francia, su padre es un conocido filántropo residente en Londres y todo el mundo les rinde pleitesía y, lo peor de todo, les presta atención. —¿Y? —¡¿Y?! —bufó con ojos de asesino—. Me lo acabo de encontrar en una cena, se acercó a mí acompañado por un italiano alto al que me presentó como a su “hermano”, pero resulta que en realidad no era su hermano, era el hermano del puto Fabrizio Santoro. —¡¿Qué?! —Lo que oyes, un tal Luca Santoro, ¿lo conoces? —Solo de nombre. —El tal Luca y su amiguito del alma vinieron directos a mí, se presentaron y a los cinco minutos me estaban preguntando por las pruebas de ADN que no te has hecho en Roma. Clermont-Tonnerre insinuó que cómo no respondas a los requerimientos de Fabrizio Santoro, al que considera parte de su familia, no solo seguirán demandándote, sino que también se encargaría personalmente de hacer público todo este asunto. ¡Me ha amenazado! —Y ¿a ti qué más te da? —¡¿Cómo que qué más me da?!, ¿no te enteras? Ese tipo es alguien importante en esta sociedad y en toda Europa, no es un simple cocinero, es un tío poderoso y forrado, con millones de contactos y relaciones, y si le da la gana, por apoyar a la familia de su “hermano”, no solo puede arruinar mi reputación, sino también mi carrera política. —Vale, vale, tranquilo. —Tranquilo y una mierda. —¿Qué quieres decir? —Que se acabaron las chorradas, Bianca, mañana vas a coger un vuelo con la niña, vas a ir al Anatómico Forense de Roma y vas a entregar las muestras de ADN. No me importa dar mi apellido y criar a Cora como hija mía, sea quien sea su padre biológico la seguiré considerando mi hija, pero quiero zanjar este tema de una puta vez y olvidarme del jodido Santoro y de toda su puñetera familia ¡¿queda claro?! —Hay que pedir una cita, no puedo presentarme en Roma sin… —Tú has lo que tengas que hacer, Bianca, pero procura que sea rápido. —Y… ¿qué pasa si Cora al final es de Fabrizio? —se atrevió a preguntar y Tobías dio un paso atrás y frunció el ceño. —Si por desgracia ese tipejo es su padre biológico, le solicitaremos la renuncia paternal porque la niña ya está inscrita en mi libro de familia y con mis apellidos. —Si ha llegado hasta aquí no renunciará a nada. —Entonces iremos a los tribunales y tendré que gastarme una pasta para que te den la custodia total o compartida. Reuben y los abogados dicen que podemos lidiar años y años con tu amante, retrasar lo inevitable, pero no lo haré, ¿me oyes?, si todo esto se desmadra porque al final Santoro resulta ser el padre, acataremos lo que diga un juez —le dio la espalda para dejarla sola—. Debiste advertirme de que tu amiguito no era tan gilipollas como parecía. Menudo grano en el culo. —Te lo dije desde un principio, te lo advertí. No todo esto es culpa mía, tú lo has infravalorado siempre. —¿No todo es culpa tuya?, qué valor, Bianca. Hemos llegado hasta aquí porque te estuviste follando a dos tíos a la vez. —No, hemos llegado hasta aquí porque TÚ decidiste que no hiciéramos las pruebas de ADN. TÚ le mandaste un resultado falso, TÚ me hiciste esconderme aquí de la justicia italiana y TÚ me obligaste a escribirle dos meses después del nacimiento de Cora para decirle que nos dejara en paz porque la niña era igual que tu madre. —Qué cara tienes. En todo caso, sea como sea, estamos los dos hasta el cuello y ha llegado el momento de claudicar y hacer las pruebas de paternidad o esto acabará conmigo, y no es un eufemismo. No pienso consentir que tus errores acaben con mi honor y mi prestigio. —Está claro que Clermont-Tonnerre y Luca Santoro te han acojonado. Da un poquito de vergüenza. —No te pases un pelo, porque estoy a esto de dejarte caer y mandarte sola de vuelta a Roma para que apechugues con todas tus mierdas. —No hace falte que me mandes a ningún sitio, puedo volver a Italia y retomarlo donde lo habíamos dejado. —Claro, hasta puedes volver a tirarte a tu Fabrizio Santoro y formar una familia con él, seguro que te recibe con los brazos abiertos. —Eso seguro, es un caballero y jamás me dejaría en la estacada. Bastaría con decirle que la hija es suya y tú pasarías a la historia para siempre. —Qué ilusa, Bianca. Vuelve a la realidad de una vez. —Fabrizio Santoro es más noble y más hombre que tú de lejos, si me presento en Milán con su hija me suplicará que me case con él. Es un tío de principios y de familia, no tienes ni idea de lo que sería capaz de hacer por mí, la madre de su pequeña. —Primero tendrás que probarle que la niña es suya. —Mi palabra le bastará, sobre todo cuando le explique que tú me has obligado a hacer todo esto. —¿Tú te escuchas cuando hablas? —¿Y tú?. No puedes venir aquí y hablarme en ese tono, yo solo me estoy defendiendo. —Y yo, por eso, por el bien de todos, incluido el de Toby y Cora, te vas a presentar en Roma para hacer las pruebas y luego actuaré en consecuencia. Fin del problema. —¿Estás pensando en abandonarme si no eres el padre?, ¿de verdad te divorciarías de mí? —se le acercó bajando el tono y él la miró moviendo la cabeza. —No lo sé, Bianca, ahora estoy demasiado cabreado para pensar. —Nos queremos, tenemos dos hijos preciosos, podemos con todo esto, cariño, lo superaremos. Lo de volver con Fabrizio es una broma, me enfadas y me haces decir cosas que no siento. —Lo sé, ¿dónde vas a ir tú con un tío como ese? —¿Qué insinúas? —Qué podrá estar muy bueno y volverte loca en la cama, pero vive de un sueldo, no tiene dinero ni posición, ni una casa como esta, y tú yo sabemos que esto es lo único que te importa, ¿verdad? Escupió, soltando una risita de lo más desagradable, y desapareció por el pasillo de su enorme y elegante casa de South Kensington sin mirarla. Bianca Sanpaolo lo siguió con los ojos y sintió un escalofrío por toda la espalda porque era cierto, por venganza, por desesperación o por lujuria, solo por eso podía volver a acostarse con Fabrizio Santoro, pero por nada más, porque no pensaba renunciar a su lujosa vida en Londres, ni a esa sociedad a la que al fin se había adaptado, ni a los fines de semana en la campiña o al colegio privado y carísimo de su hijo. Antes muerta que perder un centímetro de su posición por su culpa. Miró el desastre de cosas que había dejado Tobías esparcidas sobre la alfombra, decidió que lo dejaría tal cual para que lo limpiara la asistenta al día siguiente, y pensó en subir a reconciliarse con él, a mostrarse como una mujercita entregada y sumisa, que era lo que siempre le funcionaba, pero antes pensó en lo que le solía repetir su madre: “Nunca te cierres puertas y juega bien tus cartas, Bianca, guárdate siempre un As bajo la manga porque un día lo puedes necesitar”. Agarró el móvil y salió al patio trasero de la casa, marcó el número de teléfono de Fabrizio y él no le respondió, pero sí saltó su contestador automático, así que le dejó un mensaje. —Ciao, mio amore. En cuánto me den cita voy a ir a Roma para las pruebas de ADN y he pensado que podíamos vernos, seguro que te hace ilusión conocer a Cora. Podemos quedar en Roma y pasar un par de días los tres juntos en mi casa o puedo viajar con ella a Milán. Dime algo, cielo, tengo muchas ganas de verte. 17
La nonna había pedido toda su vida un entierro discreto. Ella era de las típicas abuelas italianas que hablaban mucho de la muerte, de su velatorio y de esos detalles que sobrevenían cuando fallecía alguien. Lo hablaba con normalidad, especialmente desde la muerte de su hija y su marido, por lo tanto, ni Mau ni ella estaban improvisando, todo lo contrario, lo estaban haciendo tal cual su abuela lo había previsto, empezando por un entierro muy discreto en el Cementerio Monumental y siguiendo con una misa funeral abierta a todos sus familiares, vecinos y amigos en Santa María delle Grazie. La iglesia visitada cada año por millones de turistas que iban buscando en su refectorio La última cena de Leonardo da Vinci, pero que era donde doña Valeria Grazia D’Angelo había sido bautizada, tomado la primera comunión, se había casado y había bautizado a su hija y a sus dos nietos. Valeria miró hacia el altar pensando en que la nonna estaría muy feliz con la cantidad de gente que estaba llenando su iglesia tan solo una semana después de su fallecimiento, y se sentó en su sitio, en primera fila junto a Mau, Mark, su padre y Agnese, y otros familiares y vecinos que seguían parloteando antes de que empezara la misa. Su padre le cogió la mano para reconfortarla, aunque llevaba unos días muy tranquila y serena, le sonrió y entonces recibió un mensaje de Fabrizio Santoro, lo abrió y leyó con una sonrisa: “Estamos a mitad del pasillo. Me he encontrado a mi madre en casa de Mattia y se ha empeñado en acompañarme porque no se pierde un funeral, y porque quería conocerte y darte el pésame. Ahora nos vemos”. Se incorporó y se giró para localizarlo con los ojos, lo vio en seguida entre la gente, tan alto y tan guapo vestido con traje y con su madre del brazo, y los saludó a los dos con la mano, comprobando que la señora Santoro era tal como se la había imaginado: una mujer morena guapísima y muy elegante. —Ya empieza, cariño. Le susurró Mau poniéndose de pie y Valeria se volvió hacia el altar para ver entrar al padre Giacomo, que era un viejo amigo de la familia y que le había prometido no hacer una ceremonia muy larga, aunque dudaba mucho que cumpliera con su palabra teniendo un público tan amplio y variado. Se resignó a tirarse allí al menos una hora y respiró hondo para seguir el rito con paciencia y de forma automática, como hacía siempre, porque seguía siendo creyente, pero hacía siglos que no comulgaba con la iglesia católica. Bajó la cabeza tocándose la pulsera de su abuela, que a su vez había sido de su bisabuela, y cerró los ojos intentando pensar en cosas más agradables, porque no quería volver a recrear el día en que su nonna se había desplomado de repente en la cocina mientras se hacía una tizana, y el mundo había dejado de girar para las dos. Afortunadamente, no estaba trabajando, ni de viaje, ni de fiesta cuando había pasado, y eso le había permitido correr a atenderla y llamar a la ambulancia, y pedir ayuda a gritos mientras la abrazaba y trataba de reconfortarla sobre el suelo de mármol. Gracias a Dios, no había estado sola, y gracias a Dios ella había podido estar allí hasta su último aliento, porque de lo contrario no se lo hubiese podido perdonar en la vida. Llevaba viviendo con su abuela más de dos años precisamente para acompañarla y para que no se sintiera sola, y la consolaba saber que al menos había cumplido con ese propósito, a pesar de no haber podido salvarle la vida. Con ochenta y seis años un derrame cerebral tan severo había sido irreversible, le habían jurado los médicos, y lo entendía y lo asumía, ahora solo hacía falta acostumbrarse a su ausencia y seguir adelante como siempre, porque tenían toda una vida por delante y la nonna querría que la aprovecharan al máximo. Eso se repetían a diario Mau y ella y les estaba funcionando, porque tan solo ocho días después de su muerte ya se sentían mucho mejor. Miró a su hermano y le acarició él brazo, él se acercó para besarle la cabeza y se quedaron así, pegaditos oyendo las lecturas y el sermón del padre Giacomo, con el calor empezando a sentirse claramente en Milán una tarde del mes de mayo. Cerró los ojos y pensó en Fabrizio Santoro, que se había desvelado esos últimos días como el más adorable y entregado de los caballeros, como el más dulce de los amigos y el más cariñoso, y percibió perfectamente como se le henchía el corazón de amor, porque estaba loca de amor por él, ya no pensaba negarlo y le daba igual todo lo demás. Que el hombre de tus sueños, al que llevabas esquivando mucho tiempo y por el que incluso habías dejado el trabajo, se presentara corriendo para darte un abrazo y ofrecerte su consuelo en medio de una situación tan dolorosa, no tenía precio. Nunca podría agradecérselo lo suficiente, nunca, aunque no paraba de darle las gracias, y solo por eso lo tendría para siempre en su corazón. Por supuesto, era consciente de quién era y de las diferencias que lo seguían separando. A pesar de la pena y sus circunstancias, no se había olvidado de todo lo que había pasado entre ellos, de todo el mal rollo, sus ligues y sus relaciones “abiertas”, de sus tensiones y sus últimas discusiones, obviamente todo eso no se le había borrado de la cabeza de la noche a la mañana, sin embargo, ya le importaban un pimiento. Se había esforzado muchísimo por no quererlo, por tomarlo como un regalo fugaz del universo, como una aventura sexual sin futuro, y en parte lo había conseguido, no obstante, los sentimientos no se habían podido reprimir tan fácilmente y se había enamorado de él, y seguramente seguiría enamorada de él el resto de su vida. La clave estaba en que después de la muerte de su abuela no le importaba sentirse así, aunque no fuera correspondida, aquello era lo de menos, porque quererlo era más que suficiente y pensaba dejarse llevar por ese amor en privado, total, Fabrizio no tenía ni que enterarse de lo que le estaba pasando, procuraría que no lo hiciera para que no se sintiera mal, y así podrían seguir siendo amigos. Se había pasado demasiado tiempo espiándolo a lo lejos, fantaseando con él, consiguiendo al final ganarse su amistad, su aprecio y un mes entero de sexo y alegrías varias en la intimidad, como para renunciar a mantenerlo en su vida simplemente porque él no sintiera lo mismo que ella. No se podía obligar a nadie a que se enamorara de ti, como tampoco podías obligarte a amar a nadie, pero sí podías reciclar ese amor en amistad sincera, que era lo que él siempre le había ofrecido. Amistad, confianza y compañerismo. ¿Qué más podía pedir que poder levantar el teléfono y llamarlo cuando quisiera?, ¿qué más que poder contar con él?, ¿qué más que poder abrazarlo y charlar con el corazón en la mano durante horas? Nada más, podía darse por satisfecha solo con tener eso y no pensaba desaprovecharlo. Lo quería demasiado como para no poder verlo y encima el destino se empeñaba en ponérselo a tiro, porque ni dejando el trabajo había logrado quitárselo del alma y la cabeza. Había sacrificado un montón de cosas por alejarse de él, incluso había aprendido a ignorar sus llamadas o sus mensajes, había dejado pasar su cumpleaños el 4 de abril a posta para no parecer que vivía pendiente de él, y también había evitado contarle lo de la repentina muerte de su abuela. Lo había hecho todo, aún así, no había dejado de añorarlo y él no había dejado de comportarse como una persona decente y estupenda, porque no había dudado ni un segundo en correr a su lado cuando se había enterado de su tremenda pérdida. —Tesoro, lo siento muchísimo… Fabrizio me ha contado lo unidas que estabais tu abuela y tú… Le dijo la señora Santoro después de la misa, cuando al fin pudo apartarse de la gente y acercarse a saludarla, y se abrazaron con mucho cariño, porque a Valeria le dio la sensación de que la conocía de toda la vida. —Muchísimas gracias, gracias por venir. Hola, Fabrizio —Lo miró y él se acercó y le besó la mejilla. —Ciao, biondina ¿Qué tal lo llevas? —Bueno, al menos ya se han acabado los compromisos oficiales, a partir de ahora estaremos más tranquilos ¿Qué tal Clara y el bebé? —Uy, están estupendos —respondió la señora Santoro mirándola con sus enormes ojos verdes, muy parecidos a los de su hijo Franco—. Clara como si no hubiese parido hace cinco días y el peque precioso, come muy bien. Es igual que Mattia, tranquilísimo. —Me alegro muchísimo, yo… —Cariño, perdona —Su padre se acercó para acariciarle la espalda y se calló al ver quién la acompañaba—. Hola, Fabrizio, gracias por venir. —Hola, Maurizio, te presentó a mi madre. Mamá, este es el padre de Valeria. —Encantado, muchas gracias a los dos por venir. ¿Qué planes tenéis?, estábamos pensando en ir a tomar algo a la terraza de Pía, una buena amiga de mi suegra. Si queréis venir, estáis invitados. —Muchísimas gracias, pero yo debería ir yéndome a San Siro, mi marido me espera para cenar. Llevo todo el día en casa de mi hijo Mattia y ya es hora de que dé señales de vida, pero muchas gracias. —Y yo debería llevarla —apuntó Fabrizio mirando a Valeria con cara de disculpa—, pero cuando vuelva al centro podría acercarme si tú vas a estar allí… —Bueno… —¿Por qué no acompañas a Fabrizio a San Siro, me dejáis en casa y luego podéis cenar por ahí? —preguntó la señora Santoro. —Esa es una gran idea, hija. Acompaña a Fabrizio y luego decidís si os apetece volver a Brera a cenar o ir a otra parte. Te vendrá bien desconectar un poco. La animó su padre y diez minutos después estaba abandonando el barrio, Santa María delle Grazie y a toda esa gente que insistía en besarla y consolarla, y preguntarle los detalles más escabrosos sobre la muerte de la nonna, en el coche de Fabrizio Santoro. El trayecto en coche de Brera a San Siro duraba unos veinte minutos sin tráfico, pero un jueves por la noche, con la gente regresando de sus trabajos a casa, tardaron un poco más, una media hora que se le pasó volando y en la que no hablaron de nada relacionado con muertes o cementerios, algo muy de agradecer y que le cambió el humor de inmediato. Tanto, que se pilló hasta riéndose con la señora Lucía Santoro, que emanaba el mismo encanto arrollador de todos sus hijos, al menos el de los cuatro hijos que Valeria conocía y que le caían tan bien. —Valeria, te espero otro día a comer o a cenar con nosotros, a Franco le encantará conocer a una amiga de Fabrizio —Le dijo en la puerta de su edificio y luego le pegó un gran abrazo—. Descansa y mucho ánimo, cariño. —Muchísimas gracias y gracias por venir a la misa. —No ha sido nada. Mio piccolo tesoro —se dirigió a su hijo, que se había bajado del coche para despedirla—. Cuídala e invítala a cenar a un sitio bonito. Mañana hablamos. Arrivederci. —Arrivererci, mamma. Saludos a papá. Andiamo, signorina —Le abrió la puerta del coche— ¿Dónde quieres ir a cenar? —No sé, tampoco te hagas mucho lío, si tienes algo que hacer con que me dejes cerca de mi barrio, yo… —Se supone que me acompañabas hasta San Siro para luego ir a cenar juntos —se puso al volante— ¿Qué tal si vamos a mi casa y te hago la cena? —Podríamos ir a la mía y concino yo, pero… —pensó en la cocina de su abuela y sintió un frío por todo el cuerpo—. En realidad, llevo una semana durmiendo en casa de Agnese y allí no puedo cocinar, pero muy cerca hay un restaurante griego que está muy bien. —Prefiero subir a casa, a esta hora no encontraremos mesa. —Vale, como quieras —se relajó, observando cómo aceleraba de vuelta al centro de Milán—. ¿Así que te criaste aquí, en San Siro? —Sí, no es tan elegante como Brera, pero era la leche vivir aquí de pequeños. —Me lo imagino, recuerda que yo me crie en Turín, en un barrio normalito donde la mayoría de los vecinos eran obreros de la Fiat. —Lo sé —guardó silencio y ella lo observó con atención. —¿Qué tal estás?, llevamos una semana solo hablando de mí. —Tutto sta andando bene. —¿Seguro? —Bianca me mandó un email para contarme que su hija nació el 28 de febrero —soltó mirándola de reojo y ella frunció el ceño. —¿Hace dos meses y medio? —Sí, y de paso me anunciaba que me iba a demandar por acoso y hostigamiento si no me olvidaba de las pruebas de paternidad. Tres días después, me dejó un mensaje para avisarme que vendría a Roma para hacer las pruebas de ADN y que quería verme para hablar. Me propuso pasar unos días con la niña en su casa. —¿En serio? —se le contrajo el estómago y quiso matar a Bianca Sanpaolo por inestable y manipuladora, pero obviamente no dijo nada y tragó saliva— ¿O sea que vas a conocer al bebé? —No. —¿Ah no?, ¿por qué no? —No quiero verla hasta que no tenga los resultados definitivos de la prueba de paternidad. Puede sonar cruel o mezquino, pero por una vez estoy siendo egoísta y protegiendo mi salud mental, no pienso volver a caer en sus juegos ni en sus idas y venidas con un tema tan serio. Prefiero esperar y actuar en consecuencia, la pequeña tampoco se merece que la vayan utilizando como moneda de cambio. —Tienes razón. —Bianca cree que soy tan idiota que no me doy cuenta de sus manipulaciones y tejemanejes. Es lamentable. —Siento mucho que sea así, pero alegro de que lo tengas tan claro. —Vendrá a Roma cuando le den una cita y me reuniré con ella, sin la niña, para oír lo que me tenga que decir. ¿Qué opinas? —Que se cazan más moscas con miel que con hiel. Es bueno que habléis y tratéis de acercar posiciones por lo que pueda pasar en un futuro. —Estoy totalmente de acuerdo, pero no me refería a eso —Entraron en el garaje de su edificio, aparcó el coche, lo detuvo y la miró a los ojos— ¿Te vendrías conmigo a Roma? —¿A Roma?, ¿no debería acompañarte Mattia? —Mattia se ha pedido la baja paternal, aunque tampoco lo necesito allí, sin embargo… Ella abrió la puerta del coche y se bajó, lo que lo obligó a él a hacer lo mismo. Pulsó el cierre automático y caminaron hacia el ascensor en silencio, Valeria pensando en que, como amiga, y después de lo que acababa de hacer por ella tras la muerte de su abuela, le correspondía apoyarlo y acompañarlo hasta el fin del mundo si hacía falta. Entraron en el ascensor, buscó sus ojos y le acarició el brazo. —Cuenta conmigo para lo que necesites, por supuesto que iré contigo a Roma y… —¿Cómo te puedo explicar que estoy loco por ti, Valeria? —¿Eh? Preguntó, sintiendo cómo se le pegaba al cuerpo para presionar el botón de su planta, y convencida de que no lo había oído bien, y él dio un paso atrás y le sonrió. —Soy consciente de que acabas de perder a tu abuela, que llevas ocho días de locos y que te sientes agotada y vulnerable, que no estás para oír esto, pero no puedo seguir simulando que solo soy tu colega del trabajo, Valeria. Tú me importas de verdad… es más que eso… estoy… en fin… te estoy pidiendo que vengas conmigo a Roma para pasar unos días juntos y para allí, lejos de todo esto, pueda suplicarte de rodillas que me des otra oportunidad. Le sostuvo la mirada sin moverse, hasta que llegaron a su rellano, salieron del aparato y él abrió la puerta del piso y la hizo pasar con una pequeña reverencia. Valeria entró un poco confusa, porque nadie estaba preparado para escuchar una declaración tan bonita y mucho menos del hombre de tus sueños con algo de serenidad, y se detuvo en medio del salón con el corazón galopándole en el pecho. —Perdona por salir con esto justo ahora, pero en mi defensa he de decir que… ¿Valeria? Se volvió hacia él, lo observó con los ojos entornados, sintió como un impulso la empujaba a dejarse de chorradas, a bajar de una maldita vez la guardia y a hacer lo que de verdad sentía, dio dos zancadas y lo abrazó de un salto. —Te quiero, Fabrizio, no sabes cuánto te quiero y estoy harta de callármelo, ¿podrás soportarlo? —Le susurró en el oído y él asintió—. Entonces de acuerdo y esa segunda oportunidad también me la pido yo. —Amore… Le dijo con su voz tan grave y preciosa, buscó su boca y la besó. Valeria sintió su lengua dulce y cálida y se deshizo entera, se le disolvieron todos los huesos del cuerpo y ya no pudo separarse de él. Siguió besándolo y acariciándolo mientras él se la llevaba al dormitorio en brazos, y cuando la tiró literalmente sobre la cama, se echó a reír con lágrimas en los ojos, porque no sabía si llorar o reír de la emoción que tenía encima. —Fabrizio… —Yo también te quiero, amore. —Madre mía, creo que me va a estallar el corazón… Le quitó la chaqueta y la camisa, le abrió los pantalones y lo empujó sobre el edredón. Se le sentó encima gimiendo, y volvió a gemir al sentir cómo la penetraba, y dejó que sus caderas se desbocaran a un ritmo loco y delicioso que los empezó a llevar muy rápido al éxtasis absoluto, hasta que Fabrizio la detuvo, respiró hondo, se incorporó y la obligó mirarlo a los ojos. —¿Tú y yo para siempre, Valeria Tarenzi?. —Desde que te conozco he pensado en tú y yo para siempre, Fabrizio Santoro. —¿O sea que quieres ser mi novia? —Le guiñó un ojo y ella se echó a reír a carcajadas. —¿Una pareja cerrada? —Por supuesto. —Entonces, vale. —Perfetto, signorina, porque no pienso dejarte escapar. Nunca más. La besó con los ojos abiertos y luego los cerró sujetándola por el trasero, pegándola más a su cuerpo, y ella volvió a recuperar el ritmo haciéndole el amor como si se fuera a acabar el mundo, tan feliz y plena que inconscientemente dio gracias a Dios, a su madre y a su abuela por ese milagro. 18
—Identificación y tarjeta de crédito, por favor. Le pidió la recepcionista del hotel y él asintió deslizando por el mostrador su tarjeta y su carta de identitá, la chica lo miró y le indicó a Valeria, que se había apartado para responder al teléfono, con el bolígrafo. —También necesito el DNI de la señora, por favor. —Claro… ¿amore? —La cogió por la cintura y ella le pasó su identificación sin mirarlo—. Aquí la tiene ¿El servicio de habitaciones ya está abierto? —Por supuesto, señor Santoro. Le sonrió y volvió a concentrarse en su ordenador. Fabrizio respiró hondo, giró y se apoyó en el mostrador para admirar el lujoso vestíbulo del Hassler Roma, ese elegante hotel ubicado en la cima de Escalinata de la Trinità dei Monti, más conocida como la escalinata de la Plaza de España, y que le había recomendado su hermano Franco cuando le había comentado que se iba con Valeria a Roma y no quería llevarla a ningún hotel donde hubiese estado antes con otras chicas. Cuando te habías pasado toda la vida adulta ligando y saliendo y entrando con chicas diversas, en diversas partes del mundo, ocurrían esas cosas, es decir, que, de repente, cuando al fin querías pasar unos días únicos e inolvidables con la mujer de tus sueños, no lo encontrabas porque habías estado en la mayoría de los hoteles buenos y menos buenos, en este caso de Roma, con otras personas y no te apetecía pisarlos con ella. Para estar con Valeria se había propuesto encontrar un sitio especial y único para los dos, un alojamiento que se convertiría en un recuerdo imborrable de su primera escapada romántica juntos, y se había dejado las pestañas buscándolo sin ningún resultado hasta que se le había ocurrido comentarlo con Franco y entonces él, que conocía los mejores sitios de Italia, le había recomendado el Hassler Roma. Una verdadera fortuna. Movió la cabeza para mirar a su preciosa novia y la localizó junto a una columna, concentrada en el teléfono. Llevaba semanas organizando el papeleo y los trámites derivados de la repentina muerte de su abuela, y el asunto de la casa de Brera le estaba dando algún que otro dolor de cabeza. Por una parte, los herederos universales, que eran ella y su hermano, no tenían ninguna intención de venderla, sin embargo, no paraban de recibir ofertas y llamadas de personas presionándolos para que lo hicieran, y por otra, estaba la negociación con Mau para intentar que él se instalara allí, porque ella no quería quedarse en la casa y si los dos la dejaban sola al final terminaría abandonada, y eso era inaceptable. No en vano, la propiedad pertenecía a su familia materna desde el año 1912 y su deber era cuidarla y protegerla. Ambos estaban de acuerdo en eso, pero había detalles que resolver y no paraban de hablarlo en persona y por teléfono mientras Valeria, un mes después de la muerte de su nonna, seguía viviendo en casa de su tía Agnese, al menos en teoría, porque en la práctica llevaba tres semanas, desde que se habían sincerado y habían vuelto a estar juntos, medio viviendo con él. Respiró hondo y deslizó los ojos por su pelo rubio y largo sujeto en una coleta alta, su cuello delicado, sus hombros a la vista gracias a una blusa blanca sin mangas; su espalda recta, sus vaqueros de talle bajo, su cintura estrecha, sus caderas suaves y su trasero redondito y sublime, y sintió cómo se excitaba de inmediato, porque le gustaba muchísimo, lo ponía a mil y apenas podía reprimir el deseo salvaje que le provocaba, especialmente si se imaginaba lamiendo con la boca abierta esa piel sedosa y caliente y… —Lo siento, ya estoy. Se le acercó con una sonrisa y le acarició el pecho, él devolvió la sonrisa, le cogió la mano y se la besó. —¿Qué pasa ahora? —Pues… que quiere que firmemos un contrato privado antes de mudarse a la casa. —¿Qué clase de contrato? —No lo sé, uno que especifique que estoy de acuerdo de que viva allí con su familia y que no vamos a vender ni a partir el piso en un plazo mínimo de diez años —Bufó—. Nosotros no necesitamos un contrato de nada, no nos vamos a perjudicar nunca ¿Tú harías un contrato con Mattia? —Lo he hecho, el piso donde vivo lo compramos a medias y cuando él se compró otro con Clara hicimos un contrato y me cedió su parte, lo pusimos a mi nombre, él dejó de pagar la hipoteca y ya está. Fue un trámite amistoso y lo más conveniente para la tranquilidad de los dos, también a nivel fiscal. —Ya, pero… Miró a la recepcionista, le dio las gracias, recuperó sus tarjetas, cogió su equipaje y le indicó los ascensores. Fabrizio asintió y la abrazó por la cintura para subir hasta la suite. —También le preocupa Mark, ya le he explicado que es un bien privativo y que Mark jamás podrá tocarlo, pero parece que no se fía y al final me preocupa a mí, porque no sé si ya no le está yendo tan bien con su marido y por eso… —Mejor dejar las cosas claras, amore, no se trata de no fiarse, se trata de ser previsores. —Supongo que tenéis razón —Salieron del ascensor y caminaron despacio hacia su suite—. También me ha dicho que quieren hacer una especie de trueque y dejarme su apartamento a mí, pero, sinceramente, a mí ese piso no me gusta mucho y le ha sentado un poco mal. —A propósito de eso, yo te quería proponer… —¡Guau! Exclamó cuando llegaron a su habitación, abrieron la puerta y se encontraron con una suite enorme, cálida y con mucha luz. Ella dejó de prestarle atención y caminó hacia el ventanal más grande, que daba directamente a la célebre Piazza di Spagna, y lo abrió con las dos manos antes de volverse hacia él con una sonrisa radiante. —Madre mía, qué vistas más bonitas, es precioso. —¿Te gusta? —se le acercó y la abrazó por la espalda con todo el cuerpo. —Es perfecto. —Tú sí que eres perfecta. —Hay que llamar a Franco para agradecerle la recomendación. —Después ¿vale?, después… Deslizó las manos por debajo de su blusa y le atrapó los pechos mordiéndole el cuello, tiró del sujetador y liberó sus pezones erectos y sonrosados para pellizcarlos con un dedo. La hizo girar y le plantó un beso que ella devolvió con la misma pasión, sin oponer la más mínima resistencia, y lo siguió besando mientras le sacaba la camiseta y le acariciaba el pecho, y lo miraba a los ojos con los suyos brillantes. Sin pensárselo dos veces le arrancó los vaqueros, las braguitas blancas de encaje, la levantó a pulso y la empotró contra la pared junto al ventanal que daba a la Plaza de España, oyendo de fondo el murmullo de los turistas y el trajín de Roma, y la penetró con ansiedad, meciéndose entre sus muslos ciego de deseo, provocando que ella temblara y gimiera, y se entregara con esa sensualidad tan dulce y pura que emanaba por cada poro de su piel, hasta que no pudo más y eyaculó muy pronto, tal vez demasiado pronto dentro de su cuerpo, ahogando un rugido de satisfacción contra su hombro, y sonriendo de puro placer. —Ti amo, mio amore —masculló ella sobre su boca y él se la mordió jadeando un poco. —Anch'io ti amo, biondina. —Voy a darme una duchita antes de comer ¿te parece? —Me apunto. La posó con cuidado sobre la alfombra, se volvió hacia el cuarto de baño y en ese mismo instante el teléfono móvil le empezó a vibrar incansablemente en el suelo, donde habían quedado sus vaqueros. Se inclinó para comprobar quién lo llamaba y al ver que se trataba de Bianca Sanpaolo miró a Valeria con el ceño fruncido. Ella se encogió de hombros y le hizo un gesto para que contestara. —Pronto! —Respondió, observando como Valeria se alejaba de él, y Bianca lo saludó feliz como unas castañuelas. —Ciao, bello!, ¿ya estás en Roma? —Sí. —¿En qué hotel? —¿Por qué? —Para ir a verte y pasar un ratito juntos. —Quedamos a las cuatro en el Café Pompeyo de la Piazza Navona. Sé puntual, por favor. —Guau, qué frío y antipático, ¿estás enfadado conmigo?, porque si te pones así de borde no tengo ningún interés en verte. —Tú me has hecho venir a Roma para hablar conmigo, tú sabrás. Por cierto, ¿has presentado las muestras de sangre en el Anatómico Forense? —Hace una hora. Pobre Cora, es la primera vez que… —Luego te veo, Bianca. Adiós. La interrumpió, porque no quería saber nada del proceso, y sobre todo porque estaba decidido a no establecer el más mínimo vínculo emocional con esa niña, no hasta que consiguiera determinar que era suya y no de Tobías Montague, y entró en el cuarto de baño donde Valeria ya se estaba duchando. —¿Qué quería? —le preguntó, observando cómo se ponía debajo del chorro de agua caliente con los ojos cerrados. —Saber dónde estoy alojado. Me ha dicho que ya han dejado las muestras de sangre. —Esa es una gran noticia. —Lo sé, pero ahora me pregunto: ¿qué necesidad tengo yo ya de ir a reunirme con ella? —No pierdes nada, Fabrizio. —Nada salvo mi tranquilidad. —Oye, que al fin has conseguido que venga a Roma y se presente en el Anatómico Forense, es una gran victoria, alégrate un poco. —Sí, si… en fin… es que ya ha pasado tanto tiempo y me ha hecho tantas putadas que no me creo nada. —¿No se puede comprobar? —Supongo que sí, ahora llamo a Mattia y le pido que mueva sus hilos para confirmar que todo está en orden y no me está engañando otra vez. —Vale… mírame —Lo obligó a mirarla a los ojos—. Has luchado un montón, has sido perseverante y firme, y has mantenido tus principios intactos, eso es la leche y te mereces celebrarlo, que es justo lo que haremos después de que veas a Bianca ¿de acuerdo? —Gracias por estar aquí. —Contigo al fin del mundo, bellissimo Fabrizio —bromeó, peinándolo con los dedos—. Ánimo, que ya queda menos. —Aún no hemos hablado de lo que pasará después, Valeria. —¿A qué te refieres? —A que, si al final esa niña es mía, procuraré que pase todo el tiempo posible conmigo y tendré que iniciar la batalla por conseguir un régimen de visitas y… ¿te quedarás conmigo o no podrás con todo eso? —Pretendo quedarme contigo el resto de mi vida, mi amor, ¿qué preguntas son esas? No me conoces en esa faceta, pero a mí se me dan genial los niños. Tres horas después abandonaban el hotel abrazados y descansados, y él decidido a hablar con Bianca Sanpaolo lo justo y necesario para establecer las bases ojalá pacíficas de lo que podría pasar en el futuro. Es decir, si las pruebas de ADN lo señalaban finalmente como el padre biológico de Cora, estaba decidido a no renunciar a su paternidad, por lo tanto, más les valía ponerse de acuerdo y comportarse como adultos civilizados o la batalla en los juzgados podría convertirse en cruenta. Entraron en la Piazza Navona de la mano y pasearon un poco entre los turistas hasta Valeria se detuvo delante de la Fontana dei Quattro Fiumi, lo miró a los ojos y le alisó la camisa. —Ok, dame un toque cuando acabes y te estaré esperando aquí. ¿De acuerdo? —¿No vienes conmigo? —No. —Y ¿qué vas a hacer mientras tanto? —Estoy en el casco histórico de Roma, te aseguro que tengo muchas cosas que hacer —le sonrió, se puso de puntillas y lo besó—. Ve tranquilo. Te quiero muchísimo. —Ok… pues, vale… no tardaré ni media hora. No te vayas muy lejos. —No lo haré. —Ti amo. Se dieron otro beso y él se alejó de ella sin darle la espalda, sin dejar de mirarla, haciéndola reír, hasta que la gente se interpuso entre los dos y no le quedó más remedio que ponerse serio y buscar el dichoso Café Pompeyo, que era un café italiano típico con terraza, donde ya había quedado con Bianca en otras ocasiones. Esas otras ocasiones en las habían acabado siempre en una cama de cualquier hotel de la zona. —Ciao, amore ¿Quién es la rubita? Lo saludó Bianca Sanpaolo apareciendo por su espalda, vestida como una modelo de alta costura y tan guapa como siempre, y él se sintió inmediatamente subyugado por esa personalidad arrolladora que tenía, deslumbrante, sin embargo, esquivó su intento de besarlo y se apartó con delicadeza señalándole una mesa libre. —¿Qué tal estás, Bianca? —¿No me das un beso?. —No, ¿nos sentamos? ¿Qué quieres tomar? —Lo de siempre, ¿quién es la rubia? Vengo siguiéndoos desde El Panteón y he visto que no le puedes quitar las manos de encima. ¿De dónde sale? —Es mi novia. Dos expresos, por favor —Pidió al camarero y luego la miró a los ojos. —¿Estás seguro de que es mayor de edad?, porque creo que el vestidito que lleva es de la sección infantil de Zara. —¿Te han dicho cuándo estarán los resultados de las pruebas?. Según Mattia no será antes de seis semanas, que dependemos de la carga de trabajo siempre inmensa del Anatómico Forense. —Han tardado un mes en darme una hora para tomarnos una simple muestra de sangre, vete a saber lo que tardarán ahora con el resultado —lo escrutó de arriba abajo y le guiñó un ojo— ¿De dónde es la rubita?, ¿sueca?, ¿holandesa? —No voy a hablar contigo de mi novia, Bianca. —¿Por qué no?, ante todo somos amigos. Y es la primera vez que te oigo llamar “novia” a alguien, disculpa si siento un poco de curiosidad. —Es italiana, de Milán y trabaja conmigo. Es una economista con mucho talento, tiene treinta y dos años, creo que es una de las mejores personas que he conocido en toda mi vida y la quiero. ¿Algo más? —¿La quieres? ¡Santa madre de Dios!, a todo cerdo le llega su San Martín ¿no? Fabrizio Santoro enamorado, esto sí que es un notición. ¿Lo saben tus legiones de fans? —¿Podemos hablar en serio?, me has hecho venir expresamente a Roma y no me gustaría perder el tiempo. Me están esperando. —¿Por qué no has invitado a tu novia a unirse a nuestra charla? —No tiene ninguna necesidad de involucrarse en esto. —¿Pero le has contado que probablemente eres padre de una niña preciosa? —Madonna mía! —apoyó la espalda en el respaldo de la silla y se echó a reír— ¿Ahora soy probablemente el padre de una niña?, ¿no es que era igual a tu suegra y a tu marido? ¿Cuál es tu intención mareando tanto la perdiz, Bianca? ¿Te crees que soy gilipollas? —Yo no creo que seas gilipollas, pero Tobías sí lo cree y lo cierto es que me obligó a decirte eso, como me ha obligado a decirte todo lo demás. —¿O sea que tú no eres más que una víctima? —¿Acaso lo dudas? ¿Te haces una idea de lo que es vivir con un marido inseguro mientras tú y tus abogados dabais por culo mes tras mes? —Tú me metiste en esto y solo he intentado aclararlo, a ver si lo entiendes de una puta vez. —No tenías que llegar tan lejos, Fabrizio, solo digo eso. —No hubiese llegado tan lejos si vosotros hubieseis hecho las cosas bien desde un principio. Si no hubieses huido a Londres, ni mandado unas pruebas de paternidad dudosas, ni me hubieses mareado con idas y venidas, esto estaría zanjado hace tiempo. —Repito: Tobías me obligó. —Creo que tienes la personalidad y el carácter suficiente para no doblegarte ante tu marido, Bianca. No engañas a nadie cargándole a él toda la responsabilidad. —Y encima tu hermano va y se atreve a amenazarlo… Masculló afligida, intentando desviar el tema, y Fabrizio empezó a sentir que estaba perdiendo el tiempo y que aquello no los iba a conducir a ninguna parte, sin embargo, decidió defender a su hermano Luca antes de levantarse y dejarla sola. —¿Amenazas?, eso es mentira. —Tu hermanito y Étienne Clermont-Tonnerre lo buscaron a posta en una cena en Londres, lo acorralaron y lo amenazaron directamente. —No lo amenazaron, solo aprovecharon, ya que lo tenían delante, para preguntarle por vuestros tejemanejes. Tejemanejes que él, por supuesto, te endosó a ti. Por lo visto, sois tal para cual. —Pues… pues… no los denunció solo porque yo se lo supliqué de rodillas, que si no… —Oye, mira, da igual —se inclinó y buscó sus ojos perfectamente maquillados—. No he venido para esto, no me voy a pasar la tarde discutiendo contigo. He venido porque querías hablar conmigo ¿Qué me querías decir tan importante que hiciera falta que viniera hasta Roma, Bianca? —Bueno… principalmente quería que conocieras a la niña. —Eso no va a pasar. —¿Por qué no? —No sé qué mecanismo egoísta te empuja ahora a vincularme emocionalmente con tu hija. No sé qué pretendes utilizándola de esta manera. —Yo no estoy utilizando a nadie, solo quiero darte la oportunidad… —Venga, que nos conocemos, sé sincera y por una vez en tu vida mírame a la cara y dime la verdad. —¿Sabes qué pasará si al final Cora no es hija de Tobías? —Lo miró con la barbilla tensa y él asintió—. Exacto, a lo mejor decide divorciarse de mí y mandarme de vuelta a Italia con los niños. ¿Qué piensas hacer tú al respecto? —¿Yo? —¿Cuáles serían tus intenciones con respecto a tu hija? —Si Cora resulta ser hija mía iré a los tribunales para solicitar un régimen de visitas y procuraré cumplir y disfrutar de todos mis derechos y obligaciones como padre. Lo he dicho y reiterado en muchas ocasiones. —¿Y conmigo? —No te entiendo. —Si Tobías me da la espalda necesito que me des tu palabra de honor de que no me dejarás sola. —¿Perdona? —entornó los ojos y ella cuadró los hombros. —Si soy la madre de tu hija podremos formar una familia. Siempre has estado loco por mí y podemos intentarlo, estoy dispuesta, incluso, a mudarme a Milán. —¿Tu marido sabe que has venido a decirme esto? —No tiene porqué saberlo, es mi vida y no le concierne nada de lo que hable en privado contigo. —Madonna mia! —Exclamó incrédulo, porque aquello sí que no se lo esperaba, y ella extendió la mano e intentó tocarlo. —Nos merecemos una segunda oportunidad, Fabri, y Cora se merece estar con su padre, sé que serás un gran padre. Si la vieras te volverías loco por ella, es tan preciosa, tiene… —A ver que lo entienda: ¿Si Cora es de Tobías no pasa nada, pero si es mía te vienes conmigo a Milán? —Es una opción. Estamos hechos el uno para el otro, mi vida, siempre lo hemos sabido. Nos deseamos con locura y nos entendemos a las mil maravillas, llegado el caso ¿por qué no luchar por la felicidad de nuestra hija? —Tú estás fatal, Bianca, en serio, no sé qué te hace creer que tienes algún derecho divino para manipular a todo el mundo —Le apartó la mano y se puso de pie—. Ahora hasta siento lástima por tu pobre marido. —Me has pedido que fuera sincera, ahora no me juzgues. —Imposible no hacerlo. Durante meses ten han importado una mierda mis sentimientos o mis preocupaciones, las mías y las de mi familia, porque eres demasiado egoísta para ver más allá de tus propios intereses, pero esto… ¿esto? —Cielo… —se levantó para acariciarle la cara, pero él dio un paso atrás. —Acabo de decirte que estoy enamorado, que tengo novia, ¿cómo te atreves a…? —Eso es pasajero, un calentón más, Fabrizio, lo sabemos. No seas infantil. —Mira —levantó una mano para hacerla callar—. Te lo voy a decir muy claro para que no te quepa la menor duda: NO, no cuentes conmigo para nada, eres la última persona que quiero en mi vida y si por suerte o por desgracia resulta que soy el padre biológico de tu hija, me haré responsable solo y exclusivamente de sus necesidades. Capisci? Perfecto, yo me largo. —¡Fabrizio! —Si buscabas un salvavidas, conmigo no cuentes. Búscate a otro. Caminó hacia la plaza, pero de pronto fue consciente de lo que era capaz de hacer esa mujer y no le quedó más remedio que volver sobre sus pasos para mirarla a la cara. —Y no te atrevas a intentar manipular los resultados del ADN para engañar a Tobías y adjudicarle a la niña. Te estaremos vigilando, este no es tu feudo. No te olvides de eso. —Porca miseria, Santoro! Le espetó, tocándose debajo de la barbilla con los dedos y deslizándolos hacia delante en un gesto de lo más vulgar. Él movió la cabeza y le sonrió. —Adiós. Se alejó de la terraza sintiéndose bastante bien, en realidad, muy afortunado de haber abierto al fin los ojos y haber podido ver en directo a la verdadera Bianca Sanpaolo, y de paso haber podido decir todo lo que se había guardado durante nueve meses enteros por cortesía y educación, mientras soportaba que lo tratara como a un imbécil, y llegó al centro de la Piazza Navona mucho más liviano y liberado. Mucho más sonriente. No sabía lo que iba a pasar en el futuro o si iba a tener que llegar a tolerarla el resto de su vida, no tenía ni idea, pero de momento le había puesto los puntos sobre las íes y de ese modo había zanjado cualquier duda o asunto pendiente, y se sentía increíblemente libre. Sacó el teléfono para llamar a Mattia, pero se detuvo, porque en realidad lo único que quería era contárselo a Valeria. Caminó por los adoquines intentando localizarla entre la gente, entre el mar de turistas, y la encontró donde la había dejado, frente a la Fontana dei Quattro Fiumi, apoyada en un bolardo mientras observaba con atención el gentío. Se detuvo para recrearse en esa luz limpia que emanaba, en esa energía preciosa que la envolvía, y se sintió muy afortunado de tenerla en su vida, porque era un verdadero milagro. La siguió mirando embobado, sin moverse, hasta que ella giró la cabeza, lo vio y se puso de pie sonriéndole. Solo entonces avanzó con el corazón henchido de amor, la sujetó por la nuca y la abrazó muy fuerte, acariciándole la espalda y el trasero, y besándole el pelo hasta que ella lo apartó para mirarlo a los ojos. —¿Qué tal ha ido?, ¿estás bien? —Estoy mejor que nunca. —¿En serio?, ¿qué ha pasado? —Ha enseñado todas sus cartas y ha quedado fatal, pero eso me ha permitido decirle lo que de verdad pienso. —¿Cómo todas sus cartas? —Solo quería verme para asegurarse un salvavidas. Estaba convencida de que si la niña es mía me haría cargo de las dos. Parece que las cosas con Tobías no marchan tan bien, porque le preocupa que si la hija no es suya le pida el divorcio y la mande de vuelta a Italia. Si eso pasara yo entraría en la ecuación. —No me puedo creer que te dijera eso. —Es una mujer práctica, solo intentaba cerrar su Plan B —bromeó, sacándola de la plaza para buscar una zona más tranquila—. Ya le ha quedado claro que conmigo no puede contar y que no le permitiré ni una manipulación más. —Madre mía, me cuesta creer que aún existan personas así. —¿Tú estás bien?, ¿te han entrado muchos pretendientes caza turistas? —Estamos en Roma, claro que sí. —Capullos. Esos son los que nos dan mala fama a todos los italianos —Le sonrió y se inclinó para darle un beso—. Zanjado el trámite la tarde en nuestra, ¿has visto alguna vez el atardecer desde el Jardín de los Naranjos, en la Colina del Aventino? —No. —Muy bien, vamos andando hacia allí, te encantará, luego podemos cenar en… —¿De verdad estás bien? —Lo detuvo para observarlo con atención—. Te veo demasiado tranquilo. Si quieres hablar, podemos hacerlo, para eso estoy aquí contigo. —Me siento de maravilla, biondina, te juro por Dios que me he quitado un gran peso de encima. —Genial, entonces vamos… —le besó la mano y reanudó el paseo—. Tengo varias sugerencias para cenar cerca del hotel. Franco, Mau y Agnese me han mandado las señas de sus restaurantes favoritos. Y mañana por la mañana me encantaría visitar la Galería Borghese, ya está en exposición el último cuadro restaurado por Agnese ¿sabes? —Me parece perfecto. Valeria… —¿Qué? —Quería proponerte una cosa, pero no quiero que salgas corriendo, solo es una idea —Dejó de andar, sacó lo que llevaba guardado en el bolsillo, la miró a los ojos y se lo puso entre las manos—. Son las llaves de mi casa, sería maravilloso que te vinieras a vivir conmigo. —¿Vivir juntos?, apenas nos conocemos. —¿En serio crees que apenas nos conocemos?. Somos amigos desde hace meses, me conoces mejor que la mayoría de la gente de mi alrededor, estuvimos juntos un mes increíble, nos queremos desde el primer día y ahora llevamos tres semanas perfectas… ¿Existe alguna ley que nos impida empezar sin presiones, pero en la misma casa, a asentar nuestra relación? —No, pero me parece muy precipitado. —¿Por qué?. No tienes casa, no quieres la de Mau y en Milán ahora mismo es casi imposible encontrar un apartamento decente en el centro. —No sé, es que… —Ok, lo entiendo, no tiene por qué ser definitivo, pero al menos, hasta que encuentres tu propia casa, quédate conmigo. ¿O tampoco te gusta mi piso? —Me encanta tu piso, pero… —¿Prefieres seguir durmiendo en el sofá de Agnese? —No, pero… ¿estás seguro? —Frunció el ceño y él le acarició la mejilla con un dedo. —Nunca en mi vida he estado tan seguro de algo, si no, ni se me ocurriría abrir la boca. —Me parece muy rápido, pero… podría… —Podríamos estar en la gloria —La abrazó y le plantó un beso largo y apasionado—. No te estoy proponiendo matrimonio, no te asustes, solo te estoy ofreciendo un alojamiento sexy. —Mmm, eso mola. —Hecho… —se echó a reír y la hizo coger las llaves—. No es nada formal ni definitivo, no tenemos que hacerlo oficial, solo nos dejaremos llevar e iremos viendo qué tal nos va pasito a paso, sin presiones ni planes ¿de acuerdo? —De acuerdo, pero lo primero, en cuanto volvamos a Milán, será empezar a buscar piso. —Por supuesto. —Vale, genial, muchas gracias. —Ti amo, mio amore. Volvió a besarla y la abrazó por el cuello para hacerla reanudar la marcha, se le pegó al oído y le susurró. —Tú y yo sabemos que esto es definitivo y para siempre, pero tranquila, no se lo diremos a nadie. EPÍLOGO
Dos meses después
—Tenemos un tráfico muy tranquilo, solo quedan estos dos bloques de aquí para comprar Bonos del Tesoro, hacedlo esta misma mañana. Salvo eso, no creo que te den mucho la lata, pero ante cualquier duda me llamas, tendré el teléfono operativo todo el tiempo. Apartó la vista del ordenador y miró a Darío, que estaba prestándole atención, pero con bastante cara de hastío. Se apartó del escritorio y se cruzó de brazos. —¿Te estoy aburriendo? —No, Valeria, es que llevamos horas repasándolo y resulta que en la práctica solo vas a estar fuera cuatro días. Confía en tu equipo, confía en mí. —Cinco días y por supuesto que confío en vosotros, solo estoy siendo previsora. —Como siempre. —Vale, pues ya está todo claro. —¿Puedo hablar contigo, Valeria? Le preguntó una mujer desde la puerta de su despacho, subió los ojos y se encontró con Gina Rinaldi, que la estaba observando con la barbilla levantada y cara de pocos amigos. —Tú dirás. —Mejor en privado. —Estamos en confianza. —Vale, si total a mí me da igual —caminó hacia ella haciendo sonar sus tacones y se le puso delante mirándola de arriba abajo— ¿Qué pasa?, ¿ahora tenemos los jueves informarles? —Me marcho en seguida —se miró su vestido de verano y sus sandalias de esparto y luego se calló, porque no tenía por qué darle ninguna explicación— ¿Necesitas algo? —Saber por qué me puteas. —¿Disculpa? —¿Por qué no has firmado mi carta de recomendación para que pueda subir a trabajar a gerencia? ¿Ahora que al fin eres directora de Equivalentes de Efectivo te has olvidado de las amigas? —Eso no es putearte, simplemente no la firmé. —¿Y eso por qué?, si puede saberse. Todo el mundo firma esas cosas, somos compañeras y si no la firmas tú me haces quedar fatal. —¿Te hago quedar fatal?, yo creo que no. No he dicho nada en tu contra, simplemente no la he firmado. —Por sororidad tienes que firmar —abrió la carpeta que traía entre las manos y se la puso delante—. Firma, por favor. —No, no lo haré. —¿Por qué? —Porque creo que ser administrativa de gerencia es un puesto que requiere de una discreción, una lealtad y una reserva de las que tú careces. —¡¿Qué?!, ¿será posible? —miró a Darío buscando su apoyo y él entornó los ojos—. No sé por qué lo dices, la verdad. —Por experiencia. Igual que le contarás a un ejecutivo senior como Fabrizio Santoro temas personales míos, todo lo que tú y yo hablábamos en broma y en la intimidad, lo exageraras e incluso le mintieras para dejarme fatal, para ridiculizarme, me ha hecho pensar que no eres muy de fiar. Si eres capaz de vender a una compañera por diversión, no sé qué serías capaz de hacer por algo más importante. —En el amor y en la guerra todo vale ¿no lo sabes? —Es curioso que ahora vengas a hablarme de sororidad —susurró, ignorando su último comentario—, pero, en fin, mejor vamos a dejarlo. —No sabía que fueras tan rencorosa, no se te olvida nada, claro que de una doña perfecta como tú no se podía esperar otra cosa. —¿Algo más, Gina?, estamos trabajando —Le preguntó Darío y ella cogió su carpeta y la miró muy digna. —Las mujeres no deberíamos enfrentarnos por culpa de un tío, lo de Santoro es agua pasada, fue una broma entre amigas y si no lo pillaste en su día el problema es tuyo, no mío, Valeria. —Si no necesitas nada más, por favor —Le indicó la puerta y ella no se movió. —Y encima ¿para qué?, si mientras tú estás aquí comiendo mierda él lleva quince días de vacaciones, pasándoselo en grande. Nos cruzamos en Portofino y lo vi muy en forma, ni se acordaba de ti ni de esta puñetera oficina. Deberías revisar quienes son tus verdaderos amigos en la Plataforma de Inversión Milano S.A, porque a ese le importas un carajo, hazme caso. —Adiós, Gina —masculló Darío. —Por cierto, sé de buena tinta que hace una hora Fabrizio Santoro estaba desayunando con una famosa española en un hotel de Menorca, muy de su estilo, ya sabes, pibonazo con mucha pasta y buenos contactos, tal como a él le gustan y según me han dicho… —Amore! La llamó Fabrizio, apareciendo a la carrera en la puerta, vestido con bermudas y una camisa de lino abierta, y Gina Rinaldi dio un paso atrás poniéndose roja como un tomate. Darío se echó a reír y Valeria lo miró levantando un dedo. —Un minuto, mi amor. —No, no, nada de un minuto. Darío ¿tú te ocupas? —se acercó y la cogió de la mano, recogiendo su mochila de la silla. —Sí, yo me ocupo, llévatela. Toda tuya. Fabrizio. —Perfecto, muchas gracias, colega. Arrivederci. Salieron de la oficina muy deprisa y Valeria lo siguió sin abrir la boca, se giró y vio a Gina Rinaldi abandonando su despacho ofendida y furiosa, como si le hubiesen hecho algo, cuando ella solita se había retratado mintiendo e intentando hasta el último minuto hacerle daño. Era horroroso y a la vez muy triste, pero egoístamente no se detuvo a pensar mucho en ella, porque se iba de escapada romántica con el amor de su vida y nadie, nadie, le iba a ensombrecer los cinco días libres que tenían por delante y que iban a pasar en un hotel de ensueño del Lago Como. —Buongiorno, signorina. La arrinconó en el ascensor, deslizando la mano por debajo de su vestido, y Valeria se echó a reír acariciándole la cara con las dos manos. —Buongiorno, amore. Has venido muy temprano. —Te echaba de menos —Se inclinó y le dio un beso largo provocando que se le disolvieran los huesos de todo el cuerpo—. Tengo tu equipaje en el coche, así que directo a Brienno. —Jo… qué bien, me muero de ganas. —Yo también, biondina. Venga, vámonos. Bajaron directamente al aparcamiento de la empresa y se subieron al coche mirando la hora. Eran las diez de la mañana y con algo de suerte a las doce llegarían a Brienno para empezar a disfrutar juntos de los únicos días libres que ella iba a tener ese verano, porque su reincorporación al Departamento de Equivalentes de Efectivo a finales del mes de mayo la había dejado sin vacaciones. —¿Qué quería Gina Rinaldi? Le preguntó de repente, saliendo de la ciudad, metiéndose de lleno en la carretera, y Valeria lo miró y se encogió de hombros. —Quería saber por qué no había firmado su carta de recomendación. —¿Y se lo has dicho? —Sí, claro, y no le ha sentado muy bien, pero es igual… —Estiró la mano y le acarició el pelo—. Nos dijo que había coincidido contigo en Portofino. —¿En qué año? —No se lo he preguntado —Se echó a reír, porque ese verano desde luego no había estado en Portofino y mucho menos en Menorca, y él le guiñó un ojo—, igual en sus fantasías, pero no importa. ¿Cómo estás, mi vida? —Bien, muy bien, he llevado mi equipaje de la casa de Marco al hotel, he venido a Milán sin apenas atasco, he subido a casa, revisado el correo y cogido tu equipaje en diez minutos y luego, antes de ir a buscarte, he pasado por el edificio de Marco para recoger un paquete de Amazon que le habían dejado a su portero. —Vaya, un montón de cosas. —Sí, he tenido suerte, ha salido todo rodado. —¿Y en Brienno todo bien? —Un poco caos como siempre que nos juntamos todos, pero muy bien. Franco ha llegado justo cuando me venía a la ciudad y traía a Michele. —¿En serio?, me alegro muchísimo. —Su madre finalmente accedió a que pasara en finde con nosotros para que asistiera al bautizo de sus primos. Desde que tiene novio está mucho más comprensiva. —¡Fabrizio! —Lo regañó y él se echó a reír. —Tú no la conoces. Puso música y estiró la mano para posarla sobre su muslo, Valeria se la acarició y entrecerró los ojos, porque estaba agotada y el aire acondicionado del coche, más la certeza de que iba a estar cinco días descansando, empezaron a hacer efecto y empezó a relajarse y a sentirse en la gloria. Giró la cabeza y lo observó suspirando, se deleitó en su cuello tan bonito, en su perfil, en sus pestañas tan largas, el pelo revuelto y en lo morenazo que estaba, porque llevaba quince días disfrutando de las vacaciones en el Lago Como con la familia, y no había parado de navegar y de hacer deporte al aire libre con sus hermanos y sobrinos. Se veía muy descansado y se alegró muchísimo por él, porque había tenido unos meses muy duros por culpa del tema Bianca Sanpaolo, más un año de trabajo muy complicado, y las vacaciones habían llegado justo a tiempo para obligarlo a desconectar. Aún no sabían nada de los resultados del ADN de la hija de Bianca y eso seguía sobrevolando toda su vida, pero al menos la última quincena había estado distraído y arropado por su gente. Una decisión vacacional muy acertada, porque tenerlo cerca había propiciado no solo que estuviera tranquilo con sus padres y hermanos en Como, sino que, además, a ella le había permitido subir a Brienno los viernes para pasar el fin de semana con él. En realidad, desde mediados de junio, desde su inolvidable viaje a Roma, apenas se separaban y les iba de maravilla. Vivir juntos había sido la decisión más arriesgada e impulsiva que había tomado nunca, la que menos se había pensado, sin embargo, era, y esperaba que siguiera siendo, la mejor de toda su vida. Juntos eran felices, se querían con locura, se deseaban, se amaban y se apoyaban, se reían mucho y se lo pasaban en grande, y, contra todo pronóstico, también se entendían estupendamente en la convivencia, en el día a día, y de momento no podía ser más perfecto, más mágico, porque lo suyo, no se cansaba de decírselo a todo el mundo, era pura magia. —Biondina… —¿Eh? —saltó y él le señaló la mochila. —Tu móvil no para de vibrar. —Madre mía, parece que me he dormido. Gracias, es mi padre. Ciao, papá —se sentó mejor y se pasó la mano por el pelo— ¿Qué tal estás? —Yo bien, peque ¿Dónde estás tú? —En el coche con Fabrizio, ya vamos camino de Brienno. —¿Tan pronto? —Sí, Darío me ha cubierto y me he podido escapar antes. —No sabes cuánto me alegro. Escucha, te llamo porque el próximo viernes Lenú y yo iremos a Milán. Mau y Mark ya me han confirmado para cenar con nosotros. ¿Tú estarás disponible? —Sí, claro, por supuesto, tengo muchas ganas de veros. ¿Ya tenéis reserva en algún sitio? —Sí, un restaurante del centro, ¿crees que Fabrizio se apuntará? —Ahora se lo pregunto. —Che cosa? —le preguntó Fabrizio mirándola de reojo. —Dice mi padre que si te apuntas a cenar con nosotros el próximo viernes, viene con su novia. —Eso no se pregunta. ¡Por supuesto, suegro! —Le gritó al teléfono y ella sonrió viendo cómo ya estaban entrando en Brienno. —Ya lo has oído, cuenta con nosotros. —Muy bien, tesoro, nos vemos el viernes. Avísame cuándo lleguéis a Brienno. —Ya estamos aquí. —Estupendo, disfrutad mucho. Vamos hablando, te quiero mucho, peque. —Yo también te quiero, papá. Arrivederci. —¿Te importa si pasamos primero por casa de Marco y Celia?, les tengo que llevar el paquete de Amazon, parece que es importante. —No, no me importa, así saludo a todo el mundo. La casa de Celia y Marco Santoro era una maravilla junto al Lago Como. Según le habían contado, Marco la había comprado casi en ruinas mucho antes de conocer a su mujer y por muy poco dinero, y la había reformado con sus propias manos, y con la ayuda de su padre que se dedicaba a la construcción, y la de sus hermanos, que habían echado muchas horas en la obra, y el resultado era espectacular. La propiedad era enorme y preciosa, tenía jardín delantero y otro trasero, unas vistas inmejorables, un montón de habitaciones, dos salones y una cocina de ensueño, y Celia, que era decoradora profesional, la había trasformado desde que estaba con Marco en un hogar digno de salir en una revista, porque no había rincón, ni mueble, ni detalle que no fuera el preciso, el perfecto, el exacto, y estar allí era como estar en un paraíso. Eso sumado a la compañía, porque solían tener la casa llena de gente, la hacía muy acogedora. De hecho, Marco, que era médico y se pasaba la vida trabajando, decía que la había comprado justamente para eso, para estar con toda su familia y con los amigos, para celebrar y divertirse, y también pasar el tiempo sin prisas y en paz, y desde luego lo había conseguido porque aquello era una verdadera maravilla. —¡Hola! Los salió a recibir el dueño de casa con sus dos hijos en los brazos, el bebé de cinco meses y la niña de dos añitos, y Valeria se le acercó para darle dos besos y saludar a los peques con una caricia en los mofletes. —Madre mía, si crecen por horas. ¿Cómo estás, Lucía?, llevas un vestido muy bonito —Le dijo a la pequeña que no se separaba nunca de su padre y ella la miró y se escondió en el cuello de Marco. —Di hola a Valeria, hija, no seas mal educada. —No es maleducada, es una mimosa. Fabrizio se le acercó, le pasó el paquete que le traía, luego le arrebató a la niña haciéndola reírse a carcajadas, y la levantó por los aires para hacerla girar. Marco movió la cabeza con resignación y le hizo un gesto para que entrara en la casa. —Pasa, Valeria, están todos en la terraza. Hoy ya estamos casi todos, así que no te asustes. —No me susto, no te preocupes. —Si queréis algo de beber o de comer es self service, hay mucha gente para atenderlos a todos. —¿Ya han venido los del catering? —Sí, para preparar algunas cosas para mañana y también está Chantal, nuestra cuñada que es chef repostera, haciendo la tarta y algunos pasteles en la cocina con los niños. A Celia le va a dar algo… Bromeó y le indicó la enorme terraza con vistas al lago donde estaban los señores Santoro, a los que ya conocía de muchas cenas y comidas en su casa, los padres de Clara y de Celia, que no hablaban apenas italiano; Luca, al que era la primera vez que veía en persona y Franco, que caminó con los brazos abiertos hacia ella para darle la bienvenida. —¡Valeria!, qué alegría verte. ¿Ya los conoces a todos? —A todos menos a Luca. —Encantado, un placer conocerte al fin, Valeria —Le dijo Luca, que era tan alto, tan guapo, tan morenazo y adorable como todos sus hermanos, y ella le dio dos besos antes de seguir saludando a los demás. —Encantada también ¿Puedo ayudar en algo, Marco? —No, tú tranquila. —¿O sea que ya estás de vacaciones, tesoro? —le preguntó la señora Santoro después de abrazar a Fabrizio. —Bueno, solo cinco días, pero sí, ya tenía muchas ganas. —Han cogido un hotel precioso muy cerca de aquí —comenzó ella a explicar a sus consuegros españoles—. Fabrizio y su novia, que trabajan juntos en la misma empresa de gestión bursátil, con la Bolsa y esas cosas, pero a ella la acaban de nombrar directora de un departamento y se ha quedado sin vacaciones… —Valeria, ¿podemos hablar un momentito a solas? —Franco le tocó el brazo y le indicó el salón. —Claro… Fabrizio… —Lo buscó con los ojos y lo vio en otro jardín saludando a sus sobrinos más mayores, así que miró a Franco y lo acompañó hacia el interior de la casa—. Vaya, sí que tienen jaleo hoy por aquí. —Eso pasa por celebrar dos bautizos el mismo día, pero en fin… Marco y Mattia se llevan tan poco tiempo que lo más sensato era bautizarlos a la vez. Menos mal que vosotros os habéis cogido un hotel. —Sí, ya hemos estado otras veces en el mismo y nos encanta. —Bueno, yo es que… te quería hacer una pregunta un poco personal, Valeria, espero que no te importe. —No, claro que no, tú dirás. —Se trata de Agnese. —¿Agnese?, ¿mi tía? —Franco, que tenía unos ojazos verdes enormes, asintió y le sonrió— ¿Qué pasa con ella? —Pasa que desde que la conozco no ha hecho más que darme largas y me gustaría saber si tiene pareja o… —¿Has intentado salir con Agnese? —frunció el ceño sin poder creérselo, porque ella no le había contado nada, y Franco volvió a asentir. —Así es, desde que nos vimos en ese restaurante indio de Puerta Garibaldi. Esa noche me dio su número de teléfono, pero luego no ha aceptado ni una sola de mis invitaciones. —Primera noticia que tengo —sonrió y le acarició el brazo—. Lo siento, es que estoy un poco sorprendida porque ella no me ha dicho nada y solemos hablar de estas cosas, aunque claro, con la muerte de mi abuela, Fabrizio, mi nuevo trabajo, las vacaciones, etc.… pues… —¿Tiene pareja o…? —No, no tiene pareja porque es bastante descreída con esto de las relaciones, por eso decidió ser madre soltera y formar su propia familia monoparental. —Me lo imagino, pero, no sé, me dio la sensación de que habíamos conectado muy bien y… —Seguro que sí. —No sé cómo tomármelo y lo cierto es que me encantaría conocerla mejor. —Agnese es maravillosa, yo la adoro y es mi mejor amiga, pero reconozco que es una persona un poco escurridiza. Su prioridad es su hija y es muy reacia a todo lo que la distraiga de su vida familiar y de su taller, ya sabes que tiene mucho trabajo. —Lo sé, me encanta su trabajo, es una restauradora fantástica. —Lo es y le ha costado un montón hacerse un hueco. Seguro que encajaríais muy bien —Lo calibró con mucho cariño, porque a ella le encantaba Franco Santoro y le parecía perfecto para Agnese, y respiró hondo—. Déjame hablarlo con ella y te digo algo. —Bueno, tampoco se trata de mandarse notitas como en el colegio, no somos unos críos, solo buscaba algo de orientación. —Solo podré ayudarte si lo hablo con ella y puedo hacerlo sin mencionarte a ti. Solo tantearé el terreno ¿te parece? —En conjunto esto me parece un poco adolescente, pero vale, creo que valdrá la pena. —Valeria… —Fabrizio apareció agitado por su espalda y la cogió de la mano—. Lo siento, Franco, necesito llevármela un momento. No la dejó ni despedirse y se la llevó hacia el interior de la casa muy rápido. Revisó todas las habitaciones y finalmente la metió dentro de un cuarto de baño vacío y cerró la puerta con pestillo. —¿Pasa algo? —Tengo los resultados de la prueba de paternidad —Le enseñó el teléfono móvil, blanco como un papel, y ella le sujetó las manos y lo miró a los ojos. —¿Qué dicen? —No lo sé, no he podido abrirlos. —¿Quieres que vaya a buscar a Mattia? —No. —Muy bien, ya los abro yo. Le quitó el móvil, revisó su cuenta de correo y vio el mensaje del Anatómico Forense de Roma que en el asunto ponía: “Resultados ADN. Prueba de Paternidad Santoro-Sanpaolo” Lo pinchó muy tranquila, aunque verlo a él tan descompuesto empezó a preocuparla, y pinchó el mensaje que contenía un archivo adjunto. —¿Estás preparado? —Sí, amore, veámoslo juntos. La giró y la abrazó por la espalda para leer a la vez el dichoso PDF que tardó una barbaridad en abrirse. Finalmente se abrió del todo, ella repasó los datos de rutina que aparecían en el encabezado, hasta que llegó al último párrafo dónde se podía leer la conclusión que él llevaba esperando casi un año: “Coincidencia de ADN negativa, PATERNIDAD EXCLUIDA, exclusión del 100%. El señor Fabrizio Massimo Santoro NO es el padre biológico de la menor Cora Louise Montague. Para que conste a las partes solicitantes del informe y al tribunal correspondiente…” No pudo seguir leyendo, porque se dio cuenta de que estaba llorando, no sabía muy bien si de felicidad o de tristeza, pero de alivio seguro. Se quedó quieta, sintiendo cómo Fabrizio la abrazaba cada vez más fuerte, hasta que no pudo más, se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Él también tenía los ojos llenos de lágrimas, pero estaba sonriendo y la cogió en brazos para girar con ella por el cuarto de baño. —Gracias a Dios, gracias a Dios, no sabes qué alivio siento ahora mismo, amore, no lo sabes… —La dejó en el suelo y se apoyó en el lavamanos, abrió el grifo de agua fría y se mojó la cara—. No podría haber soportado que una hija mía tuviera una madre como Bianca Sanpaolo. Ahora puedo decirlo en voz alta ¿no? —Por supuesto, mucho has aguantado. —Madonna mía —La cogió por el cuello y la estrechó contra su pecho —. Gracias por estar aquí conmigo, mio amore, no sabes… —¡Fabrizio!, ¡Valeria! Oyeron la voz de Mattia, que los estaba llamando desde el pasillo, abrieron la puerta y dejaron el cuarto de baño para salir a su encuentro. Él los vio, dio un paso atrás y entornó los ojos. —¿Dónde coño os habíais metido? —En un sitio tranquilo para leer el informe del Anatómico Forense. —¿O sea que ya lo habéis visto? —les enseñó su teléfono móvil y los dos asintieron—. Bendito sea Dios, hoy es un día grande, chavales, no sabéis el alivio que siento ahora mismo. —Y yo, hermano, y yo… Fabrizio de le acercó y se dieron un abrazo muy fuerte, Valeria se limpió las lágrimas con la mano y vio aparecer por su espalda al resto de los hermanos Santoro, seguidos por Clara y Celia, que parecían tan aliviadas y emocionadas como los demás. —Esto hay que celebrarlo por todo lo alto —anunció Franco cogiendo a Fabrizio por el hombro después de los abrazos y las palmaditas en la espalda—. Vamos a abrir unas botellas de champán y a decírselo a papá y mamá. Ya era hora de que cerráramos este capítulo de una puñetera vez. —Eso es, vamos a abrir una caja de Möet… —Alcanzó de decir Luca y Fabrizio lo interrumpió. —Un momento, ahora abrimos todas las cajas de champán que queráis, pero antes quería daros las gracias a todos. Gracias por el apoyo y la ayuda, gracias a Mattia por luchar por mí en los tribunales como un jabato, y gracias a Valeria… —la buscó con los ojos, se le acercó y la cogió de la mano—, porque sin ella, sin mi preciosa biondina, esto hubiese sido infinitamente peor. —Brava! —gritaron los seis aplaudiendo y Valeria movió la cabeza intentando no echarse a llorar otra vez. —Y que sepáis que me voy a casar con ella, aunque ahora se espante y quiera salir corriendo, es mejor que se vaya haciendo a la idea, porque, mio amore —buscó sus ojos y le sonrió—. No pienso dejarte escapar. —¡Así se habla! Siguieron los abrazos y las felicitaciones, los aplausos, hasta que el grupito se dispersó para salir a la terraza a dar algunos la buena noticia a sus padres, mientras Luca y Celia se iban hacia la cocina para buscar las botellas de champán. Valeria se limpió las lágrimas e hizo el amago de seguirlos, pero Fabrizio la detuvo, la acomodó contra la pared y la sujetó para mirarla a los ojos. —No estoy de broma, ni improvisando, solo estaba esperando conocer el resultado del ADN para pedírtelo oficialmente, Valeria Tarenzi. No quería involucrarte en mi vida sin saber cómo podía ser mi futuro, pero ya que al fin lo sé: ¿te casarás algún día conmigo? —Fabrizio… —No tenemos que casarnos mañana, ni el mes que viene, ni siquiera el año que viene, no es necesario, pero al menos dime, bellíssima biondina: ¿tú me quieres lo suficiente como para comprometerte conmigo y plantearte pasar el resto de tu vida a mi lado? —El resto de esta vida y de la siguiente —Le sonrió y él movió la cabeza. —¿En serio? —¡Claro! —Esa es mi chica —soltó y le pegó un beso de película que la hizo echarse a reír a carcajadas—. Vamos a llamar a tu padre ahora mismo para hacerlo oficial. —No hace falta. —¿Cómo que no?, en el fondo yo soy un clásico, signorina. —Fabrizio… —¿Qué? —La miró de reojo marcando el número de su padre. —No te haces una idea de cuánto te quiero. —No más que yo a ti, mio amore, eso lo puedes jurar.
INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA
Emma Madden es periodista, trabaja desde hace más de diez años en el
mundo de las celebritys y los famosos. Nació en Madrid, pero reside en Londres con su marido, al que le debe su apellido. Lleva muchos años escribiendo, pero debutó en 2019 con la Serie DIVAS, que incluye CHLOE, GISELLE y PAISLEY, una serie romántica dedicada a tres mujeres fuertes, ricas y famosas. Continuó con la Serie SUEÑO AMERICANO, que incluye BRADLEY, CONRAD y TAYLOR, dedicada a tres hombres de una misma familia, con profesiones muy diversas, y que representan la quintaescencia del sueño americano. La SERIE ESCOCESES, dedicada a cuatro escoceses del siglo XXI, ANDREW, DUNCAN, EWAN y KYLE; la SERIE AUSTRALIA, que nos cuenta la historia de tres hermanos que se conocen tras la inesperada muerte de su padre, que incluye los libros WILLIAM, ALEX y OLIVER; la SERIE PARÍS, dedicada a tres amigos de la infancia, ÉTIENNE, CHANTAL y JEAN-JACQUES, chefs de profesión, que viven sus apasionantes e intensas vidas en París, la ciudad del amor, y la Serie AMORE, ambientada en Italia y que cuenta las idas y venidas de cuatro hermanos milaneses, MARCO, MATTIA, FABRIZIO y FRANCO, y sus apasionantes y originales historias de amor.