Fabrizio - Emma Madden

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 167

 

 
 
 

FABRIZIO
Tercer libro de la Serie Amore
 
EMMA MADDEN
 
 
 
 
 
 
 

El amor es la más fuerte de las pasiones, porque ataca al mismo tiempo a la


cabeza, al cuerpo y al corazón.
(Voltaire)
 
 
 

El esmoquin le quedaba un poco holgado, a pesar de que creía haber


recuperado peso. Retrocedió unos pasos y se miró de lejos. A cierta
distancia no se notaba nada, sin embargo, era una lástima que no le quedara
perfecto, porque hacérselo a medida le había costado una pequeña fortuna.
Se cerró la chaqueta, se acercó al espejo otra vez para estirar el cuello de
la camisa y la pajarita, y pensó que se le había olvidado llevar su colonia.
Hizo amago de ir a pedirle un poco a su hermano Mattia, que usaba la
misma marca, pero se arrepintió de inmediato porque él estaba en su
habitación y con su novia, y no era cuestión de ir allí e importunarlos.
Regresó al cuarto de baño para echarse un poco más de aftershave, que
para el caso era lo mismo, y concluyó que en realidad iban a pasar la velada
en familia y no hacía falta acicalarse tanto, aunque a una mente brillante se
le hubiese ocurrido que fueran todos con esmoquin para celebrar los
cincuenta años de matrimonio de sus padres.
Por supuesto, quería agasajar a sus padres, que no solo eran los mejores
padres del mundo, sino también la pareja más unida y mejor avenida que
conocía; por descontado quería regalarles un fin de semana especial e
inolvidable en Venecia, donde habían pasado su luna de miel, pero una cosa
era eso y otra muy diferente era obligarlos a ir vestidos como pingüinos
porque a la organizadora del evento le pareciera chic y divertido.
El problema residía precisamente allí, en la organizadora. ¿Quién
pagaba una coordinadora de eventos para hacer una cena de aniversario?,
¿quién?, pues sus hermanos mayores, especialmente Franco y Marco, que
se habían convertido en unos pijos recalcitrantes que no movían ni un solo
dedo si podían pagar a alguien que les solucionara lo que la gente normal
hacía con sus propias manos.
Ellos eran así y encima estaban forrados, y no es que a los demás
hermanos les fuera mal, porque afortunadamente a todos les iba muy bien
en sus respectivos trabajos, pero eso no era excusa para dejar en manos de
otros algo tan sencillo como la fiesta de aniversario de sus padres. Al menos
él lo pensaba así. Claro que sus cuatro hermanos pensaban de él que era un
poco tacaño y que por eso rechazaba la idea de la dichosa event manager.
Siendo sincero, en parte no les faltaba razón, porque era muy cuidadoso
con el dinero, seguramente porque era economista de profesión y trabajaba
en finanzas y sabía darle el valor correspondiente a cada euro, o porque
desde muy pequeño había sabido ahorrar y no malgastar lo poco o lo mucho
que tuviera. Sin embargo, eso no significaba que fuera un agarrado y mucho
menos un tacaño. Solamente era prudente y dijeran lo que dijeran los demás
tenía razón y gastarse una pasta gansa en una organizadora de eventos para
todo, incluso para una simple cena familiar en un hotel de Venecia, era un
derroche innecesario y absurdo. Fin de la historia.
Salió del baño mirando la hora y calculando que podría quedar con sus
amigos en el Harry’s Bar antes de las once de la noche si todo iba según lo
previsto, y sacó el móvil para llamar a su amiga Andrea, una neoyorkina
estupenda, una colega de su empresa que estaba en Venecia con un grupo
muy majo de los Estados Unidos a los que había prometido enseñar la
noche veneciana.
Hizo amago de buscar su número en la agenda, pero el móvil le empezó
a vibrar y al ver que lo llamaba nada menos que Bianca Sanpaolo, se olvidó
instantáneamente de Andrea y los americanos y le respondió de inmediato.
—Ciao, bellísima.
—Hola, Fabri, ¿qué tal estás?
—Muy bien, gracias ¿y tú?
—Bien, me contaron lo de tu accidente de coche, pero no te pude llamar
porque estaba en Jordania y…
—¿No hay teléfonos en Jordania?
—Muy gracioso. ¿Puedes hablar o estás trabajando?
—Puedo hablar, aunque estoy a punto de cenar con mi familia.
—¿En Nueva York?
—No, volví hace mes y medio a Milán y para quedarme.
—¿En serio?, ¿por qué?
—Porque ya acabó mi intercambio y además mi hermano se puso
enfermo, yo tuve el accidente, en fin, todo se conjuró para que volviera a
casa y encantado, porque tenía muchas ganas de volver a Italia.
—¿Tu hermano?, ¿qué hermano?
—Mattia. Sufrió otro síncope, se libró de un infarto de milagro gracias a
su novia, que estaba con él y le practicó una RCP. Afortunadamente es
médica y… en fin… que ahora está genial, gracias a Dios. Ya te contaré
todo lo que ha pasado. ¿Dónde estás?
—En Roma.
—Ok, ¿cuándo nos vemos?
—No, espera un momento, Fabrizio, no te llamo para quedar, no he
cambiado de opinión desde la última vez que nos vimos.
—Vale. Tú dirás.
—Mmm… mira… no sé ni cómo decirte esto, pero…
—¿Qué pasa?, ¿estás bien?
—Estoy bien, muy bien, pero… ¿estás sentado?
—¿Qué?
—Estoy embarazada y creo que es tuyo, te lo digo antes de que lo
preguntes, porque estás en todo tu derecho de preguntar. Quiero que sepas
que no pretendo que te impliques, ni te sientas responsable, todo lo
contario, pero será mi segundo hijo y bueno… el problema es que soy 0RH
negativo y…
Ella siguió parloteando, pero él ya no oyó nada más. Solo podía oír
ruido y la frase “estoy embarazada” retumbándole en la cabeza, en el
corazón y en todo el cuerpo. La frase más temida por un tío soltero, sin
compromiso ni necesidad de tenerlo, y para quién el uso de profilácticos era
sagrado. O sea, para alguien como él.
Efectivamente, necesitó sentarse y se desplomó en la cama oyendo
cómo Bianca hablaba del RH negativo y de las consecuencias que podían
tener ella o el bebé si el niño era positivo, pero que no había de qué
preocuparse, porque los médicos tenían muy controlado el tema y…
—¿Fabrizio? —preguntó de repente y él reaccionó.
—¿Qué?
—Siento soltártelo así, pero he estado con mi ginecóloga y me ha dicho
que necesitaba hablarlo contigo. ¿Conoces tu RH?
—¿Estás embarazada y solo me hablas de mi grupo sanguíneo?
—Lo siento, saberlo es la prioridad ahora mismo.
—¿Tú crees?. No me jodas, Bianca.
—Mira, yo…
—Primero: no dudo que sea mío, jamás cuestionaría tu palabra.
Segundo: no puedes soltarle a alguien como yo que va a ser padre, pero que
no se preocupe ni se sienta responsable.
—Tú y yo no somos pareja, nuestra historia ha sido intermitente y
volátil. Jamás te involucraría en mi embarazo ni con mi hijo. Tú no quieres
ni compromisos ni ataduras, me lo has dicho mil veces, doy por hecho que
mucho menos quieres bebés que no has programado, así que piénsalo bien y
verás que te estoy haciendo un favor.
—¿Un favor?
—Vale, no quiero discutir contigo, solo quería saber tu grupo sanguíneo,
igual debí decirte que necesitaba un trasplante y punto.
—Hostia puta —Gruñó indignado, porque parecía que se estaba
divirtiendo a su costa y ella respiró hondo.
—Vale, ya es tarde para lamentaciones en el más amplio sentido de la
palabra, Fabrizio. ¿Podrías contestar a mi pregunta?
—Necesitamos vernos y hablar sobre esto largo y tendido, Bianca.
Mañana o cuando quieras voy a Roma y lo discutimos cara a cara.
—Joder… —ella resopló en el teléfono y guardó silencio unos segundos—.
Ok, no es mi intención tratar nada contigo, pero está bien. ¿Qué tal el
martes en Milán?, tengo que ir a una reunión, pero estaré libre a la hora de
comer.
—Me parece bien, reservaré mesa en un sitio del centro. Te mandaré la
localización.
—Perfecto y siento que… lo siento de veras, no quería decírtelo así,
pero…
—¿De cuánto tiempo estás?
—Doce semanas, me quedé embarazada la última vez que nos vimos en
Nueva York.
—Y ¿te encuentras bien?
—Muy bien, gracias. Las molestias normales, pero ya empiezan a
remitir y estoy muy bien, mejor que nunca.
—Me alegro.
—Gracias, muchas gracias. Tengo que colgar, te veo el martes.
—Bianca…
—¿Qué?
—También soy RH negativo, supongo que no hay de qué preocuparse.
—Genial, me acabas de quitar un peso de encima.
—Sí, pero, aún así, te veo el martes en Milán. Adiós.
Le colgó muy enfadado o conmocionado, no lo podía determinar muy
bien, porque no sabía qué le dolía más, si saber que iba a tener un hijo no
programado con una persona que no era ni su pareja o que ella diera por
hecho que a él no le interesaba involucrarse y que le hacía un favor
dejándolo fuera de la ecuación.
Ambas opciones eran preocupantes y tuvo que correr al cuarto de baño,
porque de repente se sintió fatal y tuvo que vomitar. Se dobló sobre la taza
devolviendo hasta la primera papilla y luego se lavó la cara pensando en su
hijo o hija, su futuro bebé, que iba a llegar al mundo sin su padre al lado a
menos que hiciera algo por evitarlo.
Salió nuevamente a la suite y llamó a Mattia, que no solo era su gemelo,
su mejor amigo y su paño de lágrimas, sino que también era abogado de
familia y podía saber exactamente a qué se enfrentaba, porque pretendía
llegar a la comida con Bianca, dentro de tres días en Milán, conociendo
todos sus derechos y preparado para lo que hiciera falta.
1
 
—¿Qué tipo de relación tienes con ella?
Le había preguntado Franco, su hermano mayor, entornando los ojos
claros, y él no había sabido cómo definir el tipo de relación que había
tenido o seguía teniendo con Bianca Sanpaolo, una mujer increíblemente
interesante a la que había conocido en el JFK de Nueva York, con la que
había compartido un vuelo alucinante, y con la que había estado entrando y
saliendo del dormitorio durante un año entero.
No se podía definir en términos convencionales lo suyo con Bianca, le
había intentado explicar a Franco y a todos sus hermanos, porque en cuanto
había soltado la bomba de su futura paternidad, los cuatro habían
reaccionado de la misma manera, es decir, convocando un cónclave de
urgencia para analizar el tema e intentar determinar qué pensaba hacer al
respecto.
Los que ya eran padres, como Franco, Luca y Marco, no habían dudado
en conminarlo a que no se retirara y se involucrara desde ya con su futuro
hijo o se iba a arrepentir el resto de su vida. Mattia por su parte, que
acababa de enterarse también de que su prometida estaba embarazada, le
dijo más o menos lo mismo, aunque también le dijo que debía respetar la
decisión de la madre.
La “madre”, una mujer con la que había mantenido unos encuentros
increíbles en la cama, muchas risas y también algún desencuentro, pero de
la que no sabía prácticamente nada. Solo sabía que vivía en Roma, que era
directora ejecutiva de una conocida cadena de hoteles, que estaba separada
y tenía un niño de seis años que se llamaba Tobías, como su padre. Por no
saber, no sabía ni su edad exacta y le había tocado googlearla para
comprobar que acababa de cumplir los treinta y nueve años.
También sabía que era inteligente, fuerte e independiente, muy guapa,
apasionada, intensa, muy sensual y sexy, muy sexy, tanto, que lo había
mantenido interesado y entregado casi un año entero. Todo un récord para
un tipo como él, que no sabía mantener el interés por una chica mucho más
a allá de los dos o tres meses de relación.
Contra todo pronóstico, Bianca Sanpaolo había roto esa tendencia e
incluso durante una corta temporada se había planteado la peligrosa
disyuntiva de tener algo más estable y exclusivo con ella. Una utopía que le
había durado poco, ya que antes siquiera de desarrollar la propuesta, ella
había cortado tajantemente con él hacía tres meses en un hotel de
Manhattan.
—Fabrizio, siento el retraso, pero me han entretenido hasta el último
minuto.
Bianca Sanpaolo, resplandeciente vestida de blanco, apareció en el
restaurante donde habían quedado y se acercó a su mesa sacándose la
chaqueta y dejando el bolso y sus cosas en una silla libre. Se sentó frente a
él y le clavó los ojos verdes.
—¿Qué tal?, ¿no has pedido nada para picar?
—No, acabo de llegar —Se incorporó, se acercó a ella y la besó en la
mejilla—, me alegro mucho de verte. Estás guapísima.
—Tú también —Le sonrió llamando al camarero y él sin querer deslizó
los ojos hacia su abdomen liso—. No busques pistas, Fabrizio, estoy de tres
meses y hasta los cinco no se suele notar. ¿Te importa que pida la comida
ya?, quiero ir pronto en el aeropuerto.
—No me importa, aunque espero que tengas tiempo para charlar
tranquilos.
—Sí, cojo un vuelto a las seis. ¿Qué tal todo?, ¿cómo está Mattia?
—Muy bien, gracias, muy recuperado. Se ha implantado un
desfibrilador automático y eso en teoría mantendrá a raya las taquicardias
malignas y el peligro de infartos.
—Guau, no sabía que eso existiera.
—Nosotros sí, pero él no quería ni oír hablar del tema hasta su último
síncope, y hasta que su chica lo convenció, claro.
—Me alegro de que esté bien, ¿va muy en serio con su chica?
—Se van a casar en marzo, pero no he venido para hablar de Mattia,
Bianca.
—Vale, muy bien, solo quería ser cortés, sé lo que tu hermano significa
para ti.
—Gracias, pero prefiero hablar de nosotros y de nuestro bebé, si no te
importa. Desde el sábado no puedo pensar en otra cosa.
—Lo sé, me lo imagino y no sabes cuánto siento haberte pillado a
traición, pero es que no tuve más alternativa. El viernes había estado en la
ginecóloga y ella había insistido muchísimo en el tema del RH y… bueno…
me empecé a volver loca y opté por llamarte. Lo siento.
—¿Si no hubiese sido por el RH me lo hubieses contado alguna vez? —
Entornó los ojos y ella se encogió de hombros.
—Sinceramente, no lo sé.
—¿No lo sabes?
—No.
—¿Por qué?
—¿Por qué?, porque tú eres un tío al que conocí en un avión y con el
que me estuve acostando de manera esporádica durante un año, nada más.
¿Cómo querías que estuviera segura de querer contarte que me habías
dejado embarazada?... además… a decir verdad, aún no tengo muy claro
que tú seas el padre.
Lo miró de frente, muy firme, y él sintió un jarro de agua fría cayéndole
encima, carraspeó y se sujetó al borde de la mesa.
—¿Disculpa?
—No soy ninguna santa, tú tampoco, tal vez por eso congeniábamos tan
bien.
—Ya, pero…
—Me acostaba con Tobías mientras me veía contigo, te dije que
estábamos intentando recuperar nuestro matrimonio, por eso rompí lo
nuestro.
—¿O sea que el bebé puede ser de tu ex, pero me llamas a mí y me
pones el mundo patas arriba así, sin ninguna seguridad?
—Hasta las quince o dieciséis semanas de gestación no puedo hacerme una
Amniocentesis y la consabida prueba de paternidad y hasta entonces…
pues… necesitaba conocer tu RH. Lo siento, pero me entró el pánico, no es
mi primer embarazo, ya tuve un aborto después de Tobby y…
—Madre mía.
No hagamos un drama de todo esto, por favor, Fabrizio.
—¿Un drama?
—Sé que te has tirado a medio Manhattan, a parte de Europa y a todo
Milán, cariño, imagino que esto no te pilla de nuevas, así que, por favor, un
poquito de tranquilidad.
Él parpadeó muy desconcertado y ella estiró la mano por encima de la
mesa y cogió la suya, se la acarició y le sonrió intentando parecer
conciliadora.
—Fabrizio…
—No me conoces en absoluto, Bianca. Es la primera vez que me pasa
algo así, ¿sabes?
—Ok, lo siento.
Le guiñó un ojo, pidió la comida y una botella de agua, y luego retomó
la charla cogiendo un Grisín de la mesa para mordisquearlo tan tranquila.
—Esto es muy inesperado, soy consciente, para mí también lo es,
imagínate, pero desde el minuto supe que quería tenerlo. Tengo treinta y
nueve años, tal vez esta es mi última oportunidad para volver a ser madre,
Fabri, ya no soy ninguna niña, así que no puedo estar más encantada.
—Muy bien, pero…
—Lo que necesito que tengas claro es que, si es tuyo, no tienes que
involucrarte en esto, ni pretender ejercer de padre amantísimo —lo
interrumpió—. Sé que eres un caballero, siempre lo has sido conmigo a
pesar de la naturaleza de nuestra relación, e intuyo que te estás sintiendo
obligado a intervenir y actuar con honor o como “corresponde”, pero pase
lo que pase NO tendrás que hacer nada de eso, al contrario, me harías un
favor si respetaras mi espacio y el de Tobías.
—No puedes pretender que mire para otro lado. Tampoco se trata de
caballerosidad ni de deber, se trata de que si voy a ser padre no podré dar la
espalda a algo así.
—Hasta hace tres días te repelía la idea de tener hijos. Lo sé, fue lo
primero que me dijiste cuando nos conocimos, ¿recuerdas? Había una
pareja con niños en Primera Clase y me confesaste que odiabas a la mayoría
de los niños, que apenas tolerabas a tus sobrinos y que pensabas promover
una ley que prohibiera realizar viajes transatlánticos con bebés o con niños
menores de doce años.
—Obviamente las circunstancias han cambiado.
—No, no han cambiado, tú sigues siendo la misma persona, lo único que
ha cambiado es que puede que hayas dejado embarazada a una de tus
conquistas y estás en estado de shock.
—Gracias por el análisis, pero resumiendo: ¿cuándo podemos hacer las
pruebas de paternidad?
—Te he dicho que a partir de las quince o dieciséis semanas.
—Ok, las haremos.
—Ya decidiré yo sobre eso, gracias.
—No digo lo contrario, pero no olvides que tú me has llamado para
compartir conmigo la buena nueva y meterme de cabeza en este proceso.
Llevo tres días sin pegar ojo y dándole vueltas al tema, vengo aquí y ahora
me dices que el padre puede ser tu ex, creo que tengo derecho a solicitar
una prueba de paternidad y cuanto antes mucho mejor.
—Tomo nota —Masculló concentrándose en su ensalada.
—¿Qué opina Tobías?
—No creo que sea asunto tuyo.
—Todo esto es realmente frustrante, Bianca, ¿no te has parado a pensar
ni por un segundo en qué situación me estás dejando?
—Es igual… —Levantó una mano para hacerlo callar—. Me caes genial
y me llegaste a gustar muchísimo, pero hay unos límites que no pienso
cruzar y esos son los referentes a mi intimidad y a mi vida personal. Siento
si te he puesto la vida patas arriba y si he removido tu perfecto universo con
mi “buena nueva”, pero necesité hacerlo, era una prioridad médica, espero
que lo entiendas. Aparte de eso no tengo ningún interés en intimar contigo o
contarte mis historias, no obstante, tienes razón, haremos las pruebas de
paternidad en cuando mi ginecóloga autorice la Amniocentesis. ¿Contento?
Terminó de comer y dejó los cubiertos con toda tranquilidad sobre el
plato, él pegó la espalda al respaldo de la silla y observó con desconcierto
cómo se ponía de pie recogiendo sus cosas.
—No he venido para pelearme contigo, Fabrizio, solo he venido para
dejar patente que no hay espacio para ti en mi vida ni en la de mi familia.
Espero que lo comprendas y no me compliques las cosas.
—Tú me metiste de lleno en esto, sea por el motivo que sea, tú me
llamaste y automáticamente me involucraste. Ahora no puedes pretender
que haga la vista gorda y siga con mi vida como si no pasara nada.
—Eso ya lo has dicho.
—Lo repito para que quede claro.
—Genial, me voy.
—Espera un momento, pago la cuenta y te llevo al aeropuerto.
—No hace falta, vienen a recogerme. Muchas gracias.
—Bianca…
—Adiós, guapísimo.
Le sonrió, le tiró un beso y giró hacia la puerta sin más, dejándolo allí
desorientado y hecho polvo, sin entender nada, porque no podía
comprender ni la actitud de ella, ni la de su marido, ni su papel como
invitado a la trama, ni qué diantres acababa de pasar, y aquello lo superaba
por todos los flancos.
2
 
—¡Valeria!
—¿Eh?
Apartó los ojos del ordenador y miró con el ceño fruncido a Darío, su
ayudante, que estaba moviendo los brazos como si se acabara de declarar un
incendio. Se sacó las gafas y lo observó atenta hasta que él bajó el tono, se
acercó a su mesa y le señaló el reloj con el dedo.
—La reunión con los jefazos, no quiero que llegues tarde.
—No llego tarde, tengo una alarma programada.
—Yo soy tu alarma programada, señorita Tarenzi, así que, si me haces el
favor, levántate, péinate un poco, tómate un café y luego te vas a la sala de
reuniones donde ya está llegando todo el mundo. Hoy nos ascienden.
—Ay, madre, qué emoción.
Cerró los dos ordenadores, se puso de pie y se observó en el reflejo de la
ventana. Iba con falda y tacones, que ya era bastante formalidad, y el pelo
recogido, se podía dar por satisfecha. Cogió uno de los ordenadores y miró
otra vez a Darío, que sí iba vestido de punta en blanco, como siempre.
—¿Qué?
—Estás muy guapa porque te viene de fábrica, querida, pero yo me
pasaría por el tocador para refrescarme un poco, maquillarme o ponerme
brillo en los labios. Estarán todos los jefazos y las jefazas presentes.
—Me trae sin cuidado, soy gestora de fondos, seguro que les importa un
pimiento mi outfit de oficina.
—Valeria…
—Vale, me voy a peinar un poco mejor, pero nada más.
—Muy bien, tienes cinco minutos.
—Qué pesado.
Masculló, saliendo al pasillo de la elegante sede de la Plataforma de
Inversión Milano S.A. Una gestora de fondos, tal vez la más solvente de
Italia, que ocupaba las dos últimas plantas de un señorial edificio en el
famoso barrio de Brera, en el corazón de Milán, donde llevaba trabajando
cinco años y dónde esa mañana, si todo salía según lo previsto, iba a
ganarse el primer ascenso realmente importante y trascendente de su
carrera.
Entró en el cuarto de baño e intentó arreglarse un poco, aunque ella se
veía bastante ordenada y aceptable con una blusa blanca y una falda negra,
sus tacones y sus diminutos, pero preciosos pendientes de brillantes. Esos
pendientes que eran lo único verdaderamente valioso que tenía porque
habían pertenecido a su madre.
Se lavó las manos, se sujetó mejor el moño en la nuca, se sacó las gafas
y por un segundo pensó en ponerse las lentillas, pero finalmente desechó la
idea y optó por sus gafas de pasta negra que combinaban muy bien con su
look y que solían darle mucha seguridad, ya que, aunque muy poca gente lo
supiera, en realidad era muy tímida y un poquito insegura, sobre todo si le
tocaba enfrentarse a una reunión conjunta entre los cargos medios y altos de
la empresa, entre los que se encontraba desde hacía un año.
Estudiante galardonada de la Bocconi University de Milán, se había
graduado en Economía y Finanzas a los veintidós años, tras lo cual su padre
la había presionado para que estudiara en Inglaterra. No quería, porque ya
había hecho un curso de Erasmus en Manchester y había tenido más que
suficiente, pero al final una beca y las presiones de los profesores y de su
propia familia la habían hecho claudicar y la habían empujado a sacarse un
Máster en Gestión de Fondos en la London Business School. Una escuela
de negocios inmejorable que le había regalado dos años de estudio
increíbles en Inglaterra y su primer trabajo como analista y gestora
financiera en un fondo de inversión privado, donde había aprendido
muchísimo y donde se había fogueado lo suficiente como para conseguir
volver a Italia cuatro años después con un buen puesto de trabajo en la
Plataforma de Inversión Milano S.A. Un sueño hecho realidad.
Era consciente de que muchos de sus compañeros la habían recibido con
bastante desconfianza al principio, nada más volver a Milán, sin embargo,
con el paso de los años (cinco ya), había logrado demostrar su valía, su
capacidad de trabajo y de liderazgo, y había ido escalando posiciones
poquito a poco hasta llegar a dirigir, hacía doce meses, un equipo propio
dentro del departamento de Equivalentes de Efectivo. Departamento que
esa mañana le iban a confiar en su totalidad gracias a la marcha de Piero
Lombardi, el actual director y su mentor, que había pedido una excedencia
indefinida para dar clases en la universidad.
Era la oportunidad que llevaba esperando mucho tiempo y todo
apuntaba a que el nombramiento estaba en su mano, no obstante, era
incapaz de creérselo porque nadie se lo había querido confirmar en privado,
por lo tanto, le iba a tocar enterarse del ascenso como los demás, en la sala
de reuniones, donde a esas horas ya estaba todo el mundo tomando café.
Salió del cuarto de baño, cogió el portátil, el móvil, su libreta y un
bolígrafo de manos de Darío, que la estaba esperando en la puerta, se
despidió de él y corrió hasta la segunda planta, la zona noble, para entrar en
la inmensa sala de reuniones donde los peces gordos estaban sentados en un
extremo de la mesa mientras ellos, los de medio pelo, se quedaban más
cerca de la puerta y sin abrir la boca.
Se desplomó en su sitio saludando a sus colegas, levantó la cabeza y se
le alegró el día de inmediato porque ahí estaba él, el maravilloso,
irrepetible, brillante y guapísimo Fabrizio Santoro, una de las estrellas de la
firma. Un senior de los grandes fondos de inversión que había regresado de
Nueva York hacía cuatro meses, tras cuatro años viviendo allí, y del que
llevaba enamorada platónicamente desde la primera vez que lo había visto.
Sin querer sonrió, porque era una delicia y un placer admirarlo, ahí tan
morenazo, y tan guapo con traje y corbata, el pelo perfectamente
“despeinado”, porque lo tenía rizado y un pelín largo, todo muy estudiado;
la barba de tres días y sus pestañas largas, y la altura, porque era muy alto y
con una percha estupenda. Alguna vez lo habían visto volver del gimnasio
en camiseta sin mangas o jugar al futbol sala con los compañeros, y se
habían quedado con la boca abierta, porque encima tenía cuerpazo y bíceps,
y vello moreno en el pecho y los antebrazos. Un Adonis, vamos.
En su departamento lo habían votado cinco años seguidos como el
ejecutivo más guapo de la empresa y del gremio, aunque a él no le habían
dicho nada porque tenía fama de serio y muy correcto en el trabajo, sin
embargo, Darío había diseñado un salvapantalla con fotos suyas para
conmemorar su título y alegrarles la vista. Una idea de la que el bellissimo
Fabrizio Santoro no sabía nada, claro, porque él no pisaba nunca la planta
baja y mucho menos visitaba un departamentito discreto y aburrido como el
suyo.
—Gracias a Dios que ha vuelto —Le susurró su compañera Gina en el oído
y ella dejo de mirar a Santoro y le sonrió.
—Ya te digo.
—Todo es mejor desde que podemos verlo y olerlo —susurró— ¿Has
olido su perfume nuevo?, es la leche. Astrid le preguntó el otro día en el
ascensor cómo se llamaba.
—¿Y qué le dijo?
—Que no lo recordaba, que lo compraba su hermano a granel.
—Nah, de eso nada, ¿a granel?, vamos, ni que fuera mi abuela. ¿Lo has
visto? —Hizo un gesto con la cabeza hacia él—. Ese se ocupa al milímetro
de todo lo referente a su aspecto. Tiene una genética envidiable, pero lo
demás es pura atención y disciplina.
—Estoy de acuerdo.
—Madre mía, es que es…
Lo escrutó una vez más suspirando, pensando en lo que pensaba
siempre, es decir, en quién sería la afortunada que ocupaba su corazón o se
lo llevaba a la cama, y se acordó de Mau, su hermano mellizo, que estaba
en Roma trabajando. Levantó discretamente el teléfono y le hizo una foto a
traición a Fabrizio Santoro, que en ese momento se había puesto de pie para
charlar con el director de operaciones. La mano en la cadera apartándose la
chaqueta, las piernas separadas, la intensidad de la mirada y esa forma de
gesticular tan milanesa que tenía y que lo hacía irresistible.
—Sinceramente, no sé qué le veis —dijo alguien a su lado y ella la miró
frunciendo el ceño—. Hay cien como ese ahora mismo cruzando la Plaza
del Duomo.
—¿En serio?, pues vamos a buscarlos —Soltó Gina abriendo su portátil.
—Donde esté un Alexander Skarsgård o un Charlie Hunamm, que se
aparte todo lo demás.
—Bueno, que a ti te vayan los rubios, Gigliola, no significa que el señor
Santoro no esté como un queso.
—No, si feo no es y tiene un polvazo, solo digo que no es para tanto.
Italia está repleta de Fabrizios Santoro.
—Ojalá…
—Además, agua que no has de beber déjala correr. Es un primera
división, no sabe ni que existís.
—No aspiramos a salir con él, solo lo admiramos como la obra de arte
que es.
—Estáis flipadas, compañeras.
—Ya lo puedes jurar.
Farfulló Gina. Valeria sonrió y no dijo nada, solo se limitó a enviar la
foto del bellissimo Fabrizio a su hermano para que se riera un poco y de
paso a Darío para que la incluyera en su salvapantallas.
—Buenos días, colegas.
Habló el gerente general y todo el mundo guardó silencio para prestarle
atención. Ella dejó su teléfono y observó cómo Santoro no miraba a nadie y
se concentraba en la mesa con la cabeza gacha y cara de preocupación. Se
preguntó si no habría pasado algo grave en la Bolsa que aún no les habían
informado y sin querer se movió un poco nerviosa en la silla.
—Bueno, antes de iniciar la reunión vamos a zanjar primero un asunto
pendiente, el del nombramiento del nuevo responsable del Departamento de
Equivalente de Efectivo en ausencia de Piero. Hemos estudiado todas las
opciones y tenido en cuenta sus propias recomendaciones, pero finalmente
hemos optado por un compañero de Roma que acaba de casarse con una
milanesa y que afortunadamente se viene a vivir a Milán: Raffaele Moroni.
Un aplauso para él.
Valeria oyó el discursito como de lejos y luego los aplausos, y sintió
como Gina soltaba una carcajada, pero no se movió, ni aplaudió, no por mal
educada, sino porque no fue capaz ni de reaccionar en condiciones. Levantó
la vista y observó a ese tío trajeado de unos cuarenta años que llegaba
directamente al puesto de sus sueños, por el que había trabajado tantísimo,
por la puerta grande, y tragó saliva con ganas de vomitar.
—Raffaele llevaba Propiedades en Roma, no conoce nuestro
departamento de Equivalentes de Efectivo, pero estoy seguro de que el
equipo de Piero, que tiene fama de concienzudo y experto, le facilitará el
trabajo y lo ayudará a adaptarse.
Concluyó el gerente y la gente volvió a aplaudir como si aquello fuera
un partido de fútbol, hasta que retomaron los puntos del día y continuaron
con dos horas de tediosa reunión que soportó estoicamente y como la
profesional que era, aunque se quería morir de la decepción, o mejor aún,
quería matar a alguien, empezando por esa panda de cretinos que no eran
capaces de valorar el esfuerzo y el trabajo de una mujer joven, aunque les
fuera la vida en ello.
3
 
—Más vale un mal acuerdo que un buen juicio.
Susurró Mattia sirviéndole una copa de vino en la cocina de su casa y él
lo miró frunciendo el ceño.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Básicamente, que no voy a demandar a Bianca Sanpaolo.
—¿Cómo qué no?
—No voy a permitir que contamines un futuro posible acuerdo con ella
por pura ansiedad, hermano.
—¿Ansioso yo?, solo quiero adelantarme a sus próximos pasos. Tú no le
viste la cara, yo sí y sé que si no espabilo me joderá vivo.
—No lo permitiré, no permitiré que te joda vivo y por eso vamos a
seguir un protocolo de prudencia e iremos paso a paso, viendo cómo respira
y cómo evoluciona todo este asunto. Tú tranquilo, confía en mí.
—Para ti es muy fácil decirlo, tienes a Clara y a tu futuro hijo ahí mismo
—le señaló el salón—. No me pidas que me quede tranquilo.
—Fabrizio…
Se le acercó, lo sujetó por los hombros y lo miró a los ojos con esa
tranquilidad tan suya; tranquilidad que encima se había multiplicado desde
que estaba con Clara, y que a veces a él sacaba bastante de quicio.
—Sé cómo funciona esto, si nos adelantamos podemos cagarla. Si decides
demandar a Bianca y empezar a pedir custodias y visitas y participación en
las ecografías, el parto, etc., solo emponzoñaremos el proceso y ella
empezará a defenderse. Lo mejor es ir paso a paso, ni siquiera sabemos si
realmente es tu hijo. Hay que esperar a las pruebas de paternidad.
—¿Y si no las hace?
—Te dijo que las haría.
—Puede dilatarlo o puede darme largas el resto de mi vida.
—¿No te fías de ella?
—No lo sé, la verdad es que apenas la conozco —Bufó moviendo la
cabeza.
—Vale, entonces esperaremos un tiempo prudencial y si no da señales
de vida la llamarás y la exhortarás amistosamente a hacerlas. Si llegara a
negarse las reclamaríamos legalmente.
—¿Y si resulta ser mi hijo?
—Intentaríamos llegar a un acuerdo con ella, uno privado y cordial
sobre la custodia, la manutención, las visitas, etc.
—Dudo mucho que acepte un “acuerdo cordial”, lo dejó muy claro: no
me quiere en la vida de ese niño.
—Llegado el caso y si sigue cerrándose en banda yo tomaré las riendas,
la llamaré como tu representante legal y le manifestaré tus intenciones
firmes y legítimas con respecto al bebé. Lucharemos en los tribunales, pero
antes de eso necesito que te quedes tranquilo y no la fastidies por
impacientarte ¿Lo entiendes?
—Fanculo! Toda la puta vida controlándolo todo y lo más importante
que me podía pasar escapa completamente de mí, de mis decisiones o de mi
criterio. Es una puta mierda, Mattia, una puta mierda y no me parece justo.
No puede ser que yo no pinte nada en la gestación, el nacimiento y la vida
de ese niño, es… es… ridículo.
—Ahora mismo ni siquiera sabemos si ese niño es tuyo.
—Debo ser el único capullo al que una exnovia embarazada quiere
borrar de la faz de la tierra —continuó, ignorando el comentario— ¿Lo
normal no es lo contrario?, ¿lo normal no es que te busquen para que te
hagas responsable?
—¿Tú en qué siglo vives? —Clara entró en la cocina y se los quedó
mirando muy seria—. Disculpa que me meta, pero es que me sorprende que
no sepas que hay muchas mujeres que optan por la maternidad en solitario,
es una opción bastante habitual. Yo tengo muchos pacientes que provienen
de familias monoparentales. Lo que hace tu ex no es algo raro o
extraordinario, o para joderte la vida, es una alternativa muy extendida y
válida.
—Es que no estamos hablando de una maternidad en solitario. Si la he
entendido bien, lo que ella pretende es criar a ese hijo con su exmarido, o
marido, o lo que sean ahora mismo, y dejarme a mí al margen.
—¿Entonces para que te ha involucrado a ti?
—Por el dichoso RH negativo, dice que le entró el pánico y que su
ginecóloga la presionó para que me lo preguntara.
—Eso es completamente absurdo. Me parece que la que vive en otro
siglo es ella. Lo siento mucho, Fabrizio —se acercó y le acarició el brazo
—. En todo caso, si has estado con esta chica un año es porque algo os unía,
seguro que consigues conectar con ella en ese punto exacto para llegar a un
acuerdo favorable para todos, especialmente para el bebé, si es hijo o hija
tuya, claro.
—A mí todo esto empieza a olerme un poco mal —comentó Mattia—.
Igual te ha involucrado única y exclusivamente para guardarse las espaldas,
no sería la primera vez.
—¿A qué te refieres?
—A que a lo mejor Bianca Sanpaolo es de esas personas prácticas que
nunca cierran puertas y siempre se guardan una bala en la recámara —lo
miró entornando los ojos—. Es decir, que si por casualidad le fallara el
marido siempre podrías estar tú.
—Eso suena un poco perverso, cariño —Susurró Clara.
—Como acabo de decir: no sería la primera vez.
—Me cuesta creer que Bianca, que es una tía independiente, liberal y
madura piense así, pero la verdad es que no puedo poner las manos al fuego
por nadie, menos por ella, a la que desgraciadamente conozco mucho
menos de lo que creía.
—Por si acaso no bajaremos la guardia. ¿De acuerdo?
—Si es que yo ni siquiera quiero ser padre —gruñó pasándose la mano
por el pelo—, nunca me he planteado tener hijos y ahora me cae esto
encima y tengo que asimilarlo y apartarme al mismo tiempo. Es una
puñetera locura. No me lo podéis negar.
—No, no te lo podemos negar, es una verdadera mierda —dijo su
hermano—. Es muy injusto, pero es lo que nos ha tocado y lo
gestionaremos con calma y buena letra. "Piano, piano, si va lontano"
—Qué remedio.
—Venga, prueba el vino, es un Rioja estupendo —Clara le señaló la
copa—. A mi padre le encantará conocer tu opinión.
—Está buenísimo, como todos los vinos que compra tu padre.
—Se lo diré.
—¿Sabéis lo que más me atormenta? —Respiró hondo mirando al
infinito.
—¿Qué?
—Que hace unos meses a punto estuve de intentar una relación estable
con Bianca, me lo pensé muy en serio. Igual si me lo hubiese pensado
menos y hubiese dado el paso definitivo ahora no estaríamos en esta
situación.
—Eso no lo sabemos.
—¿Y qué pasó?, ¿por qué no diste el paso? —Quiso saber Clara y él se
encogió de hombros.
—Primero Marco, en su infinita sabiduría, me aconsejó pasar del tema
porque, según él, tenía demasiadas dudas como para poder considerarlo
amor, así que lo dejé correr y luego, cuando me encontré con Bianca por
casualidad en Manhattan ella se adelantó y rompió conmigo porque, según
me dijo, quería volver con su exmarido.
—Vaya…
—¿Cuándo rompió contigo ya sabía que estaba embarazada? —
Preguntó Mattia.
—No, creo que no, ¿por qué?
—Por nada, solo recabo información. Venga, vamos a cenar, esto ya está
listo.
Clara le sonrió y le indicó el comedor mientras Mattia llevaba la fuente
de carne con verduritas que había preparado para la cena. Los siguió
dándose por jodido, porque estaba clarísimo que hiciera lo que hiciera
estaba en medio de un tsunami que escapaba completamente a su control, y
de pronto sintió cómo le vibraba el teléfono en el bolsillo de la camisa. Lo
miró y al ver que se trataba de su oficina respondió de inmediato.
—Dime.
—¿Señor Santoro?... mmm… ¿Fabrizio? —dijo alguien con vocecita de
niña y él frunció el ceño.
—Sí, ¿quién es?
—Siento molestarlo a estas horas. Me llamo Valeria, Valeria Tarenzi —
carraspeó—. De Equivalentes de Efectivo.
—Muy bien, ¿en qué puedo ayudarte, Valeria Tarenzi?
—Nos hemos enterado de una retirada irregular de fondos, una
extraordinaria, por parte de uno de sus clientes preferentes, Barberini
Braschi. Se lo lleva todo a Fidelity Investments, son veinte millones de
euros y pensé que le gustaría saberlo inmediatamente.
—¡¿Qué?!
—Ya han mandado las órdenes de transferencia.
—¿Cómo te has enterado?
—Mi compañero y yo estábamos trabajando online con Nueva York y…
bueno… allí ya era la comidilla. Investigamos un poco y un contacto en
Boston nos los ha confirmado. También asegura que Fidelity Investments
mandará mañana un comunicado oficial anunciándolo.
—¡Me cago en la puta madre que los parió a todos!, no pueden hacer
eso.
—Lo sé, pero…
—Ok, ok, gracias ¿Valeria?
—Sí, Valeria Tarenzi, señor.
—No me llames señor. Muchas gracias por el aviso y que esto no salga
de aquí hasta que pueda contener los daños. ¿De acuerdo, Valeria?
—Por supuesto.
—Buen trabajo, muchas gracias.
Colgó, queriendo matar a alguien, preferentemente a Gianluca Barberini
Braschi, que era el heredero universal de ese fondo y de todo el patrimonio
de su padre recientemente fallecido; y al que había advertido muy
seriamente que se quedara quieto, porque había leyes y normas bursátiles y
financieras que no se podía saltar a la torera para mover capitales por
capricho; y luego miró a Mattia y a Clara que estaban charlando bajito en la
mesa.
—Ragazzi, lo siento, no puedo quedarme. Zafarrancho de combate.
—¿Qué ha pasado?
—Me la están jugando por varios frentes, tengo que actuar en seguida para
intentar contenerlo.
—¿Te vas a la oficina?
—No, me voy al Lago Como, a la isla Comacina para hablar
personalmente con un cliente.
—¿A Como a estas horas?, debe ser importante.
—Muy importante.
—¿No nos puedes decir de quién se trata?
—No, solo es un capullo irresponsable, pero me toca respetar la
confidencialidad. Luego os llamo —Se acercó y le dio un beso a cada uno
en la cabeza—. Buon appetito.
4
 
—No, Valeria, no puedes hacer esto.
—Ya lo estoy haciendo.
Miró de reojo a su jefe, o exjefe, Piero Lombardi, movió la cabeza y
siguió guardando sus cosas en una caja de cartón.
—¿Vas a tirar la toalla después de cinco años en la empresa?
—Me he hartado de que nadie me valore.
—Yo te valoro, todos…
—Los jefazos pasan de mí y sin ti aquí para darme mi sitio, acabaré
haciendo fotocopias en minifalda, que parece que es lo que quieren.
—Madre mía, no exageres.
—No exagero, son machistas y misóginos, sino de qué darle mi puesto a un
romano que no sabe ni qué hacemos en el departamento de Equivalentes de
Efectivo. ¿Sabes que el tal Moroni ni siquiera se ha presentado a trabajar
después de una semana desde su nombramiento? Se ha pedido días de
mudanza y de luna de miel, y de no sé cuántas cosas más. No hace falta
imaginarse cómo será trabajar con él. Es un vago que nos cargará con todo
el trabajo y después se pondrá todas las medallitas.
—Déjame hablar con Rodolfo, voy a…
—Piero, por favor, no pierdas el tiempo —se acercó y le acarició el
brazo—. Esto que ha pasado ha sido una putada demasiado grande,
demasiado injusta, y no pienso suplicar ni negociar con ellos. En cuanto
recoja mis cosas presentaré la carta de dimisión y adiós muy buenas. Ni los
quince días de preaviso les pienso dar. Necesito salir de aquí cuanto antes.
—¿Vas a mandar tu brillante carrera a la basura por una idiotez?
—Para mí no es una idiotez. Llevo cinco años dejándome la piel, trabajando
sesenta horas semanales y cumpliendo mucho más allá de mis obligaciones.
El puesto de directora de Equivalentes de Efectivo era mío en tu ausencia y
me lo han robado por la cara, para favorecer a un tío que ni siquiera
conocemos y que a saber de dónde ha salido.
—Es el yerno de Antonio Messina, todo el mundo arriba lo sabe, aunque
a nosotros no nos hayan dicho nada —Intervino Darío cruzándose de brazos
y Piero lo miró entornando los ojos.
—¿Estás seguro?
—Me lo han confirmado cuatro personas muy solventes, las cuatro
secretarias de gerencia.
—No sabía que Antonio Messina tuviera hijas.
—Él no, pero su segunda mujer sí. Moroni se ha casado con una de sus
hijastras.
—Ok, dadme quince minutos. Voy a subir a ver qué está pasando y
luego hablamos ¿Valeria? —La agarró por la muñeca para que dejara de
guardar libros y lo mirara a los ojos—. Si es verdad todo esto y no consigo
arreglarlo, yo mismo llevaré tu carta de dimisión a Recursos Humanos. ¿De
acuerdo?
—De acuerdo.
—Vale, quietecita. Darío, no permitas que se marche hasta que yo
vuelva.
Se giró hacia la puerta para perderse por un pasillo y Valeria miró a su
ayudante y siguió empaquetando sus cosas convencida de que el pobre
Piero no arreglaría nada, porque por allí solo mandaban dos personas y una
de ellas era precisamente el suegro de Moroni, Antonio Messina.
—Me da mucho palo no dimitir contigo, Valeria, pero…
—No tienes que irte por mí, Darío, el problema lo tengo yo, no tú.
—Ya, pero somos un equipo y siempre te has portado tan bien que… me
da pena que te marches sola.
—Tranquilo, no pasa nada, estoy bien —se detuvo y le sonrió—. Como
dice mi abuela: cuando se cierra una puerta se abre una ventana y seguro
que esta puerta cerrada me abrirá muchas ventanas. Hasta me hace ilusión,
fíjate.
—Pero no podrás ver más al bellissimo Fabrizio —Bromeó—. Justo
ahora que se ha enterado de que existes.
—¿Tú crees que se ha enterado de que existo? Lo llamamos el viernes y
no ha vuelto a dar señales de vida, está claro que ya ni se acuerda de
nosotros.
—Era fin de semana y encima se habrá vuelto loco tratando de contener
la fuga de Barberini Braschi.
—Por cierto, ¿sabemos algo de eso?
—No, pero puedo averiguarlo.
—Sí, por favor. A estas horas ya debería ser oficial.
—Lo miro. También tengo los emails directos de dos senior de la
competencia, ¿les envío tu currículo?
—Vale, gracias, pero desde mi correo Gmail, por favor. Ya conoces la
contraseña.
—Eso está hecho.
Darío, que llevaba dos años trabajando mano a mano con ella, le sonrió
con un poco de tristeza y luego la dejó sola para que siguiera a lo suyo, es
decir, limpiando todo rastro de su presencia en esa oficina donde había
pasado los últimos cinco años de su vida. Cinco años, cincuenta y nueve
meses, doscientas cincuenta y seis semanas, en total, unas cuarenta y tres
mil ochocientas horas que no le iba a devolver nadie.
Según su padre, que era capataz en la FIAT y que llevaba desde los
dieciocho años trabajando en la misma fábrica, esas horas no se podían
considerar perdidas, porque las había invertido en aprender y avanzar como
profesional. Tal vez tuviera tenía razón, pero a ella el cabreo por el injusto
robo de su ascenso le impedía, de momento, ver lo positivo de su paso por
la Plataforma de Inversión Milano S.A., y solo quería salir de ahí antes de
empezar a quemar cosas.
Se había agarrado un berrinche del quince tras la reunión donde les
habían anunciado al nuevo jefe de Equivalentes de Efectivo. Primero había
blasfemado y pateado un papelero, pero luego le había dado un ataque de
llanto de pura impotencia en el baño y no había querido salir de ahí hasta la
hora de irse a casa, donde su abuela la estaba esperando con una tizana
doble para que pudiera dormir.
“Que todo lo malo sea esto” repetía ella mientras la veía lloriquear en la
cocina, y le había recordado que existían cosas mucho más importantes y
duras en la vida por las que llorar, y que no valía la pena angustiarse tanto
por un simple ascenso que ya le llegaría en otro momento. Su nonna nunca
había trabajado fuera de casa y no se podía imaginar lo que aquel palo
profesional significaba para alguien como ella, que se había roto los
cuernos por la empresa, pero al final le había dado la razón y se había
metido en la cama para llamar a Mau, su hermano, que la había consolado
primero y mandado a descansar después, para que recuperara energía y se
pudiera presentar el viernes a primera hora en el despacho del gran jefe para
manifestar oficialmente su disgusto.
Su padre, al que su abuela había llamado preocupada a Turín, también la
había animado a ejercer su derecho al pataleo y eso había hecho. A primera
hora había subido a la planta noble y había esperado hasta que Antonio
Messina se había dignado a recibirla, y le había explicado tranquilamente su
posición, su currículo y su trayectoria profesional (porque él la había
mirado como si no la hubiese visto en la vida), y por supuesto le había
manifestado su sorpresa por no haber conseguido el nombramiento para el
que su jefe directo, Piero Lombardi, la había recomendado y la había estado
preparando durante meses. Él, que no le había quitado la vista de encima, al
final había levantado una mano, asintiendo con condescendencia, y le había
asegurado que iban a estudiar con profundidad su caso y a reconsiderarlo,
que no tenía de qué preocuparse.
¿Qué no tenía de qué preocuparse? Al llegar el lunes a trabajar a Darío
le habían confirmado que el tal Raffaele Moroni era yerno de Antonio
Messina y que por lo tanto no iba a mover un solo dedo por resarcirla o por
estudiar su caso, que se fuera olvidando, y esa había sido la gota que había
colmado el vaso.
Había pasado un fin de semana malísimo por culpa de esa gentuza y el
broche de oro había sido confirmar que no solo la desconsideración y el
machismo habían afectado a su ascenso, sino que también el nepotismo, y
contra eso ya no podía luchar, por eso había decidido dimitir y marcharse
inmediatamente.
Dejó las cajas preparadas encima de un sofá, dándose cuenta de que
había guardado de todo durante los últimos años en el despacho, incluso
ropa, miró su ordenador y vio que Darío le había mandado una alerta
confirmándole que el tema Barberini Braschi, que habían descubierto por
casualidad el viernes por la noche, se había olvidado, o había quedado en
suspenso, porque de momento nadie hablaba de ello.
Sonrió, sintiendo un cosquilleo por todo el cuerpo, recordando la
llamada al responsable de esa gran cuenta, el bellissimo Fabrizio Santoro, y
soltó una risita tonta, porque casi se había caído de la silla de la emoción
cuando él había contestado al teléfono después de pensarse durante mucho
rato si debía llamarlo o no, directamente, para contarle lo que estaba
pasando.
Por supuesto, no se había equivocado llamándolo a su móvil, que habían
conseguido en la guía interna de la empresa, y le había encantado charlar
con él como camaradas, y comprobar que era muy cortés y educado.
Siempre le había parecido un señor, un caballero, al menos a la distancia y
por lo que decían sus compañeros de departamento, y ese viernes por la
noche había visto que en realidad era así, que era muy majo, aunque, para
ser sinceros, después de aquello, que había sido un gigantesco favor entre
colegas, no había vuelto a dar señales de vida y le estaba empezando a
parecer un poquito desconsiderado.
—¿Qué pasa aquí?, ¿estáis de mudanza?
La voz grave, preciosa, la sorprendió por la espalda y sin querer saltó y
tiró los papeles que tenía en la mano al suelo, se giró hacia la puerta y se
encontró con esa figura espigada y alta, muy elegante, que la estaba
observando con las manos en las caderas.
—¿Tú eres Valeria?
—Sí, soy yo —soltó, carraspeando, y Fabrizio Santoro le regaló su
preciosa sonrisa antes de dar un paso más hacia ella.
—¿Qué tal, Valeria?, encantado de conocerte. Soy Fabrizio Santoro,
hablamos el viernes y, bueno, quería venir personalmente a agradecerte
que… —Observó con el ceño fruncido sus cajas y la mesa vacía, y luego le
clavó los ojazos oscuros— ¿Te vas a alguna parte?
—Va a dimitir, quiere dejar la empresa —respondió muy rápido Darío
apareciendo a su lado y ofreciéndole la mano—. ¿Qué tal?, me llamo Darío
Cazzaro, soy el ayudante de Valeria y estaba con ella cuando descubrió lo
de Barberini Braschi.
—Encantado. Entonces muchas gracias a los dos, me habéis salvado la
vida.
—¿Se resolvió? —Preguntó Valeria a punto del desmayo porque nunca,
que recordara, lo había tenido tan cerca, y sin querer dio un paso atrás.
—Más o menos. De momento se ha contenido, porque estaban violando
varias leyes financieras y tuvimos que recordárselas, pero sigo en
negociaciones con el titular. Es un tema complicado, sin embargo, gracias a
tu llamada he podido intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Muchas
gracias otra vez.
—De nada, yo solo…
—¿Por qué vas a dimitir? —La interrumpió y ella se encogió de
hombros.
—Porque se la han saltado arbitrariamente y le han dado su ascenso a
otra persona, un tío que ni siquiera conoce el departamento, y la han dejado
colgada —Intervino otra vez Darío y ella lo miró con los ojos muy abiertos
—. No me mires así, es la verdad.
—¿En serio? —Fabrizio frunció el ceño y ella asintió— ¿Qué ascenso?,
¿qué departamento?
—Este departamento, Equivalentes de Efectivo. Mi jefe, Piero Lombardi,
ha pedido una excedencia y me iba a dejar a cargo, pero la gerencia ha
decidido otra cosa y a última hora le han dado mi puesto al yerno del señor
Messina, que acaba de llegar de Roma —Soltó sin más, importándole bien
poco hablar mal de los jefes delante de un ejecutivo, y él se apoyó en la
pared moviendo la cabeza.
—Madre mía, lo siento muchísimo, si yo puedo hacer algo por…
—No pasa nada, es inútil, pero gracias.
—¿Cuánto tiempo llevas en la empresa?
—Cinco años.
—Supongo que por eso no nos habíamos conocido antes, me he pasado
los últimos cuatro años en Nueva York.
—Lo sé —se sonrojó un poco por reconocer eso en voz alta y se agachó
para recoger los papeles.
—¿Empresariales en la Universidad de Milán? —Le preguntó como
intentando situarla y ella negó con la cabeza.
—Economía y Finanzas en la Bocconi.
—Gran centro y ¿la especialidad?
—Gestión de Fondos en la London Business School.
—Vaya, te quiero en mi equipo. No dimitas y vente conmigo.
La miró muy tranquilo y ella, que era gilipollas, en lugar de contestar,
soltó una risa infantil e idiota que la hizo morirse de la vergüenza, porque
era lo más poco profesional y pueril que había hecho nunca en el trabajo y
menos delante de un senior. Miró a Darío y vio que los estaba observando
indistintamente con la boca abierta.
—Hablo en serio, Valeria, una de mis ejecutivas se marcha a París y
estamos buscando un buen recambio.
—Bueno, muchas gracias, pero no sé… ¿a quién le mando el currículo o
con quién tendría que entrevistarme para…?
—Con nadie, ya estás hablando conmigo.
—Voy a dimitir porque el enchufismo y el nepotismo me han apartado
de mi ascenso, no sería muy coherente que ahora tirara de enchufe contigo.
—De acuerdo —La escrutó unos segundos con una media sonrisa y
luego se enderezó y se metió las manos en los bolsillos—. Me parece
perfecto, mándame el currículo y te llamaremos para una entrevista, pero,
de momento, no dimitas ni te vayas a la competencia. ¿Ok?
—Fabrizio Santoro, ¿qué haces aquí, hombre? ¿Podemos ayudarte en algo?
—Piero Lombardi entró en el despacho y le palmoteó la espalda.
—Hola, Piero, ¿qué tal? No necesito nada, gracias, solo he bajado para
agradecer a la señorita Tarenzi una gestión que hizo por mí el viernes.
—¿De verdad?, no me había dicho nada —La miró de reojo.
—Era un tema confidencial con un cliente y le pedí máxima discreción.
¿Cuándo nos dejas definitivamente?
—Esta semana, aunque aún estoy ajustando algunos flecos.
—Ojalá se resuelvan pronto.
—Yo también.
—Sea como sea, no dejes que se marche —La señaló con el dedo—. Si
no se queda en Equivalentes de Efectivo sería un gran activo para mi
equipo, ya se lo he dicho, pero lo repito para que tú lo sepas.
—¿Fabrizio?
Una voz muy parecida a la suya lo llamó desde la puerta y todos se
giraron para ver a su réplica exacta, su hermano gemelo, de pie en el pasillo
y acompañado por una de las secretarias.
—¿Mattia?, ¿va todo bien?
—Sí, tranquilo, solo necesitaba comentarte algo y Rosetta me ha dicho
que habías bajado a este departamento, así que… pero no te preocupes,
puedo esperarte en…
—No hace falta, ya me iba. Pasa, te presento a Piero, Valeria y Darío,
unos compañeros de Equivalentes de Efectivo —Lo hizo entrar para que los
conociera—. Este es mi hermano Mattia, obviamente.
Bromeó, abrazando a su encantador hermano por el cuello, y él, que iba
muy bien vestido, pero sin traje ni corbata, los saludó con un fuerte apretón
de manos.
—Encantado.
—Muy bien, ya os dejo tranquilos y muchas gracias otra vez por el
cable del otro día, Valeria —Le guiñó un ojo, provocando que se riera otra
vez como una niñata tonta, y luego desapareció con su hermano camino de
los ascensores.
—Santa Madonna! —masculló Darío por lo bajo observando cómo se
marchaban—. Y encima por duplicado.
5
 
—No voy a consentir que pongas en duda mi palabra.
—¿Por qué no?
—¿Nos está acusando de fraude? —Tobías Montague, el insufrible marido
británico de Bianca Sanpaolo, se dirigió a sus abogados y a la mediadora
judicial en inglés y señalándolo a él con el dedo— ¿Lo habéis oído?, ¿qué
se cree?, ¿que soy de la Mafia?
—Muy bonito —susurró Fabrizio buscando los ojos de Bianca, aunque
ella los tenía clavados en la mesa.
—No sé de dónde vienes o con qué clase de gente sueles estar
acostumbrado a tratar, Santoro, pero cuidadito conmigo.
—¿Me estás amenazando?
—Y ¿tú a mí?, porque a saber qué eres capaz de hacer si te atreves a
insinuar que te estamos engañando.
—No estoy insinuando nada, solo quiero…
—No pertenezco a la Camorra. Cree el ladrón que todos son de su
condición.
—¡Suficiente!
La mediadora judicial, que por fortuna hablaba perfectamente inglés y lo
había entendido todo, levantó una mano y lo hizo callar empezando a
cabrearse. Algo insólito, porque se suponía que se encontraba allí para
poner orden y establecer la paz. Fabrizio miró a Mattia, que seguía apoyado
en el respaldo de su butaca observando atentamente a Montague sin
intervenir, y le hizo un gesto con la mano para que dijera algo.
—Por favor, que el señor Montague se abstenga de emitir insinuaciones que
pueden constituir un delito de odio y si me apura de racismo —comentó al
fin tomando notas.
—Estoy de acuerdo, letrado.
Sentenció la mediadora y se dirigió a Montague y a sus abogados
indignada, muy firme, para llamarlos al orden mientras Bianca no movía ni
una sola pestaña, aunque era la única responsable de que se encontraran allí,
en un despacho de abogados de Roma, intentando llegar a un acuerdo con
respecto a la prueba de paternidad que le había mandado por fax y que él
simplemente había pedido repetir en el Instituto Anatómico Forense de
Roma. El organismo público y oficial donde se solían hacer esas pruebas si
se les quería dar una validez judicial incuestionable.
Respiró hondo y movió la cabeza impotente, como solía sentirse desde
hacía dos meses, desde que ella le había contado que estaba embarazada,
pero que no sabía si era realmente el padre, luego le había enviado un
mensajero con unos documentos de Renuncia Parental para que los firmara
sin hacer preguntas, y después, cuando se había negado a firmarlos, lo había
conminado a través de un burofax enviado a su abogado, es decir a Mattia,
a firmarlos inmediatamente si no quería enfrentarse a consecuencias
jurídicas que no especificaba, pero que pretendían asustarlo o al menos a
espantarlo un poco.
Ante semejante despropósito había optado por presentarse en Roma para
hablar con ella personalmente y recordarle que habían quedado en que se
haría la prueba de ADN a las quince semanas de gestación o en cuanto su
ginecóloga aconsejara la Amniocentesis. Después de eso, actuaría en
consecuencia, pero bajo ningún concepto iba a firmar ni a renunciar a nada
sin saber si el bebé era suyo. En cuyo caso, cómo le había advertido desde
el minuto uno, tampoco pensaba renunciar a él ni a la posibilidad de
participar en su vida, así que estaba perdiendo el tiempo con todo aquel
papeleo estúpido que no los iba a llevar a ninguna parte.
Ella, que lo había recibido en su casa casi a escondidas y haciéndose la
ofendida, lo había escuchado y luego le había explicado que había vuelto
con su ex, que él estaba a punto de instarse en Roma con ella, y que al saber
lo de su embarazo le había exigido su Renuncia Parental, porque no quería
dejar nada sin resolver antes de volver a vivir juntos.
—Es mi marido, el padre de mi hijo, lo amo y llevamos diez años juntos
—Le había dicho llorando sin lágrimas—. No voy a mandar al traste esta
oportunidad de volver a reunir a mi familia porque tú quieras jugar a ser
padre, Fabrizio.
—¿Disculpa?
—Tú no quieres tener hijos, o podrás tener una docena dentro de unos
años, cuando estés preparado. Déjame a mí ahora recomponer mi vida.
—¿Me estás pidiendo que, aunque el niño sea mío, me olvide del tema
porque yo sería un estorbo para tu reconciliación?
—Exacto.
—¿Qué clase de tío te crees que soy?
—Vamos, somos amigos, Fabri, o lo éramos y muy buenos, no me
putees por un impulso egoísta.
—¿Impulso egoísta?
—Desde que empezamos a salir fui honesta contigo y te dije que mi
futuro pasaba por intentar volver con Tobías. Nunca te engañé.
—Eso es relativo, porque no tenía ni idea de que nos estabas alternando
a los dos, al menos durante los últimos seis meses.
—No era asunto tuyo. Tú y yo solo éramos un par de solitarios que
follábamos juntos, íbamos por libre y estoy segura de que tú me
“alternabas” con otras veinte más, así que no te hagas el digno conmigo,
compórtate como un caballero y déjanos en paz.
—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?
—¿Y tú de lo que estoy haciendo por ti? Te estoy liberando de toda
responsabilidad futura, en el caso hipotético de que seas el padre de mi hijo.
Alégrate, firma los puñeteros papeles y todos felices. Eres Fabrizio Santoro,
macho, podrás casarte y tener hijos cuando quieras y con quien quieras.
—Esto es inútil, vamos a dejarlo. Lo dicho: tú has las pruebas de
paternidad que me habías prometido y cuando tengas los resultados me
llamas.
—Él no volverá con nosotros si no cierro este asunto de una vez y para
siempre, Fabrizio. Es la única condición que me ha puesto, que firmes la
Renuncia Parental, por favor, no me hagas suplicar.
—No tienes que suplicar, solo haz las pruebas. Tal vez todo esto quede
en nada cuando tengamos los resultados del ADN.
—Eres idiota.
—Vale, me largo.
—No conoces a Tobías, si le digo que sigues negándote a la renuncia irá
contra ti con toda la caballería. Está deseando ser padre otra vez y empezar
de nuevo conmigo, hará lo que haga falta para proteger a su familia.
—Y me parece perfecto, yo haría lo mismo, por eso no puedo renunciar
a un niño que puede ser mío. ¿No lo ves? Además, no seríais el primer
matrimonio que comparte hijos de otras parejas.
—Al final vamos a salir todos escaldados por tu culpa. Eres un puto niñato
egocéntrico, Fabrizio Santoro. Maldigo el día en que te conocí.
Le había soltado poniéndolo de patitas en la calle y lo siguiente que
había pasado es que una semana después de ese encuentro tan desagradable,
le había mandado al fax de Mattia el resultado de una prueba de paternidad
(negativa para él) hecha en un laboratorio privado de Londres.
Por supuesto, habían rechazado el procedimiento por sospechoso e
irregular, no porque dijera que el padre era al 99,9 % Tobías Montague, y su
hermano había presentado inmediatamente una demanda para exigir una
prueba de paternidad en Italia, concretamente en el Instituto Anatómico
Forense de Roma, que era la ciudad de residencia de la madre y el único
centro que les daba las garantías legales necesarias.
En ese momento, Tobías Montague había tomado las riendas de la
contienda, porque aquello ya parecía una guerra, y lo había empapelado con
demandas de todo tipo, empezando por acusarlo de acoso, abuso emocional,
intrusión en su intimidad o causar sufrimiento innecesario, hasta inventarse
el desacato a resolución judicial, porque según él, estaban desoyendo un
dictamen perfectamente legal, emitido por un laboratorio oficial y aprobado
por los tribunales de familia británicos.
En resumen: una serie de idioteces sin ningún fundamento que, según
Mattia, a veces provocaban risa, pero que sin embargo a él lo estaban
llevando por el camino de la amargura.
Un camino de la amargura que los había llevado esa mañana hasta allí,
hasta la sala de reuniones del lujoso bufete de abogados de los Montague en
Roma, donde los habían citado con una mediadora judicial delante para
resolver “sus desacuerdos”, aunque todos sabían que el desacuerdo era uno
solo y se podía resolver de forma muy sencilla: repitiendo la prueba de
paternidad en el Instituto Anatómico Forense de Roma.
—Solo se trata de contrastar el test de paternidad en un centro que
satisfaga a la otra parte interesada —estaba diciendo su hermano con mucha
calma y él volvió al presente y le prestó atención—. No entendemos las
reticencias de tu cliente, Giulio. Es absurdo dilatar un proceso sencillo que
se puede hacer sin afectar al bebé o a la madre, porque se pueden usar las
mismas muestras de ADN que ella dice haber presentado en Londres, solo
que esta vez junto a las de mi cliente, de las que, por cierto, se
prescindieron arbitrariamente en Inglaterra.
—Se cotejaron las del neonato con las de su marido y salieron positivas
para él sin género de duda, no perdamos más el tiempo, Mattia, por favor.
—Tenemos derecho a contrastarlas.
—Insiste en tratarnos de mentirosos, no lo voy a tolerar más —Intervino
Tobías Montague, pero Mattia lo ignoró descaradamente para dirigirse solo
al abogado.
—¿Cuál es el verdadero problema?, ¿la duda que siguen teniendo de que
el señor Santoro sea realmente el padre biológico?
—No voy a consentir que mi mujer pase por esto. Está embarazada, por
si no lo recordáis, y necesita tranquilidad y paz, no seguir inmersa en un
conflicto eterno con un individuo irresponsable e insensible como este.
Vamos, Bianca.
Espetó Montague levantándose muy teatralmente, y Fabrizio aprovechó
para calibrarlo con calma, porque era la primera vez que lo tenía cerca y
seguía sorprendido de lo enérgico que parecía, a pesar de ser un politicucho
de buena familia que no había dado un palo al agua en toda su vida.
—Un momento, cariño —susurró Bianca sin moverse de su sitio—.
Repetiremos las pruebas solo si este señor firma antes una Renuncia
Parental porque, aunque el bebé está claro que no es suyo, prefiero que
quede por escrito que jamás, nunca, en lo que le reste de vida, volverá a
buscarme o a incomodarme con sus ridículas demandas.
—Tú me buscaste a mí para decirme que iba a ser padre, Bianca —Le
dijo sin alzar la voz y ella lo miró furiosa.
—¡Por un puto tema médico, joder, necesitaba saber tu RH!, ¿sigues sin
entenderlo? Este es mi segundo embarazo y podía ser peligroso que tú
fueras RH positivo siendo yo negativo. No pretendía que criaras a mi hijo o
te metieras en mi familia.
Chilló indignada y de repente se hizo un silencio muy incómodo,
Fabrizio movió la cabeza bastante harto y Montagu la cogió por el brazo
para ponerla de pie y salir de allí a la carrera, no obstante, antes de llegar a
la puerta la mediadora se levantó y los señaló con el boli que llevaba en la
mano.
—Mi decisión está clara: todas las partes se presentarán en el Anatómico
Forense de Roma lo antes posible para dejar sus respectivas muestras de
sangre y ADN. Una vez tengamos los resultados nos reuniremos otra vez.
El matrimonio no contestó, ni se despidió, y abandonaron la sala sin
mirar a nadie. La mediadora se dirigió a los abogados de la pareja para
amonestarlos por el comportamiento de sus clientes, que no pensaba volver
a consentir en su presencia, aseguró, y luego se acercó a él para decirle que
ya podía presentarse en el Instituto Anatómico Forense para que le sacaran
sangre y que, si todo iba bien, en cuestión de un mes podrían tener los
resultados definitivos.
Le dio las gracias y salió a la recepción de ese sitio tan elegante para
tomar aire y despejarse un poco, mientras Mattia se quedaba repasando los
detalles del proceso, y se detuvo junto a los ascensores pensando en su
insólita situación, porque era increíble que estuviera metido en medio de
una trama que ni había buscado, ni había provocado, que no tenía nada que
ver con sus principios o su forma de manejarse en la vida, y que le estaba
costando la salud, y lamentablemente no solo la de él, sino también la de
sus padres, sus hermanos y la de toda la gente que lo quería.
—Ok, vámonos al Anatómico Forense, he llamado a Max y gracias a
Dios su hermana está de guardia y dice que puede recoger tus muestras
ahora mismo si llegamos antes de la una. ¿Fabrizio?
—Sí, sí, vamos.
—Respira hondo y tranquilízate, estas mediaciones, sobre todo la
primera, siempre son así, una puñetera selva, no hagas mucho caso a lo que
se ha dicho ahí dentro y alégrate porque hemos conseguido lo que veníamos
a buscar. ¿De acuerdo?
—Lo sé, gracias, tío —Le palmoteó la espalda y lo sujetó por el cuello
para entrar juntos en el ascensor.
—Menuda pieza el tal Montagu.
—Sigo flipando. Bianca es como otra persona con él al lado.
—Con todos mis respetos, yo creo que son tal para cual. En fin, ¿a qué
hora tienes el billete para Milán?, mi vuelo a Madrid sale a las cuatro, no
podré quedarme mucho tiempo más en Roma.
—No tengo billete, aún no lo he comprado, le pediré a Rosetta que me
busque uno ¿Qué tal va el padre de Clara?
—Bien, muy bien, le darán el alta mañana, pero pasaremos todo el fin
de semana con ellos.
—Genial, me alegro mucho.
Una hora después, ya había dejado las muestras de ADN y de sangre
registradas en el Instituto Anatómico Forense de Roma e iba camino del
aeropuerto con su hermano para comer algo allí y coger el primer vuelo
disponible para Milán, pero su ayudante lo llamó para decirle que no había
ningún vuelo disponible y sobre la marcha decidió regresar a Roma,
concretamente a la Estación de Termini, para coger desde allí un tren de alta
velocidad que lo llevara a casa.
Normalmente, no cogía trenes solo por un tema practico de tiempo,
porque en realidad le encantaba ir en tren. De pequeños los solían llevar en
tren al pueblo o de vacaciones al Lago Como o a la playa, y en su época
universitaria se había pasado semanas enteras montado en trenes
recorriendo Europa, y siempre, siempre, había disfrutado del vaivén y del
sonido de las vías, y de las vistas, y de esa sensación de estar cómo en otra
dimensión, cómo lejos del mundo real; que era precisamente lo que
necesitaba él en ese momento de su vida.
Llegó a Termini, compró su billete para el famoso Le Frecce, el tren de
alta velocidad que te llevaba en tres horas hasta la estación Milán Central,
no esperó ni diez minutos en el hall, bajó a los andenes entusiasmado y se
montó en su vagón con un café en la mano y decidido a desconectar el
teléfono para disfrutar de un viaje en silencio, sin hablar con nadie, sin
siquiera pensar, solo mirando por la ventana o, con algo de suerte,
durmiendo un poco, porque llevaba varias semanas durmiendo fatal.
Encontró su asiento, colocó su equipaje en el compartimento superior, se
desplomó en su cómoda butaca, estiró la piernas, miró al frente y entonces
la vio: una rubia preciosa y menudita que le recordó un poco a su cuñada
Celia, aunque la chica del tren parecía ser bastante más convencional, más
conservadora que la mujer de Marco, con su traje de chaqueta, sus sobrios
zapatos oscuros, sus gafitas de pasta y su pelo recogido en un moño muy
elegante.
Era guapísima y tenía unas piernas espectaculares que cruzaba de una
forma muy femenina, y por un segundo se le pasó por la cabeza levantarse e
ir a saludarla, acortar distancias, ya que ella iba muy cerca, justo en frente
un par de filas más adelante, en la dirección de la marcha, y sabía que si no
se acercaba y se presentaba se pasaría todo el viaje espiándola.
La escrutó de arriba abajo repasando la larga lista de chicas que había
conocido viajando, y con las que había tenido aventuras estupendas, y sin
querer se le vino a la cabeza Bianca Sanpaolo, a la que le había entrado en
el JFK de Nueva York de cabeza, porque había sido imposible sustraerse a
su belleza y a lo sexy y sensual que era. Cerró los ojos pensando en sus
explosivos y calientes encuentros sexuales, en lo bien que habían estado
juntos, y en lo que podrían haber llegado a ser si a ella no se le hubiese
ocurrido volver con el arrogante de su ex, y se le encogió el estómago,
porque pensar en ella era pensar en su posible hijo y aquello se le hacía
insoportable.
Sacudió la cabeza intentando espantar el mal rollo, buscó los cascos
para escuchar música y de repente cayó en que a la rubia del tren ya la
conocía, aunque no sabía de dónde. Levantó otra vez la cabeza y la observó
muy atentamente intentando situarla, hasta que ella apartó la vista de su
ordenador, lo miró de frente y le clavó los ojos azules.
—¡Madre mía, señorita Valeria Tarenzi, qué sorpresa más agradable!
Exclamó con una sonrisa y ella, que trabaja en Equivalentes de Efectivo
de su empresa y le había salvado la vida hacía un mes con el tema Barberini
Braschi, devolvió la sonrisa sacándose los auriculares y sonrojándose un
poco.
—Vaya, qué casualidad, señor Santoro. No sabía que eras de los que
viaja en tren a Milán.
—Normalmente no, pero no encontré vuelo y la verdad es que me flipa
viajar en tren —No se movió, para no invadir su espacio, pero le siguió
hablando desde su sitio—. Me alegro mucho de verte, ¿qué hacías en
Roma?, ¿alguna reunión?
—Una entrevista de trabajo en la Comisión Nacional del Mercado de
Valores.
—¿En serio?, ¿te vas a pasar al control institucional?
—Bueno, es trabajo y necesito trabajar.
—¿O sea que sigues decidida a dejar la Plataforma de Inversión Milano
S.A.?
—La dejé hace un mes. En realidad, al final, ellos me invitaron a
marcharme.
—¡¿Qué?!
—Tampoco es tan raro, no les gustan los disidentes y al conocer mis
quejas y mi intención de dimitir, pues…
—¿Por qué no me llamaste?
—¿Llamarte?
—Quedamos en que me llamarías para incorporarte a mi equipo.
—No, quedamos en que me ibais a llamar vosotros para hablarlo, pero
nadie me llamó.
—Joder, lo siento mucho, la verdad es que he tenido un mes de locos, no
te puedes hacer una idea y… seguramente se me pasó hablarlo con Rosetta.
Seguramente no, seguro que se me pasó. Lo siento muchísimo, Valeria.
—Es igual.
Le regaló una media sonrisa tensa y luego se puso otra vez los
auriculares y se concentró en su ordenador, dejando claro que daba el tema
por zanjado. Él, que no estaba acostumbrado a que se le olvidaran las cosas
y mucho menos en lo referente al trabajo, se sintió fatal, así que se puso de
pie, se le acercó y se le sentó delante rozándole las piernas.
—No es una excusa barata, es la pura verdad, he tenido un mes
espantoso por culpa de un tema personal y no te tenido la cabeza para nada
—Le dijo sincero, buscando esos impresionantes ojos azules que tenía y
ella asintió—. Sé que la gente se escaquea y luego se inventa excusas, pero
yo no soy así. Yo te quería en mi equipo y si se me fue gestionarlo es
porque estoy inmerso en un montón papeleo legal por culpa de una ex que
me está amargando la vida a base de bien. No soy de los que hace promesas
en falso y mucho menos de los que juega con el trabajo de los demás.
—¿Estás bien? —Fue lo que salió de su boca y él la miró un poco
sorprendido, porque se esperaba algún reproche, no interés por su bienestar,
y respiró hondo.
—Podría estar mejor, muchas gracias por preguntar, Valeria.
—Vale.
—Si quieres, y sigues disponible, el lunes nos podemos reunir en mi
despacho y te hago una oferta en firme, me sigue faltando una ejecutiva de
cuentas.
—No creo que pueda volver a la Plataforma de Inversión Milano S.A., pero
mil gracias.
—¿Por qué no?
—Porque me fui echando sapos y culebras por la boca y maldiciendo a
todo el mundo.
—Madre mía —se echó a reír y apoyó la espalda en el respaldo de la
butaca—, a mí no me importa, me gusta la gente con carácter.
—No creo que sea una buena idea.
—¿Y de verdad te quieres mudar a Roma a trabajar en la Comisión
Nacional del Mercado de Valores?
—Era una opción, pero la pura verdad es que en la práctica no puedo
hacerlo, tengo responsabilidades familiares en Milán. Solo quería tantear el
terreno y ver con qué opciones podría contar en el futuro.
—¿Responsabilidades familiares?, ¿tienes hijos?, pareces muy joven
para tener hijos.
—No soy tan joven, cumplo treinta y dos años el 30 de noviembre, pero
no es eso, se trata de mi abuela. He vuelto a vivir con ella y no queremos
dejarla sola. Es autónoma y está muy bien, pero…
—¿Has vuelto a vivir con ella?
—Mis padres son de Milán, pero por trabajo emigraron a Turín y yo
crecí allí, hasta que mi hermano y yo volvimos a Milán para estudiar en la
universidad y nos instalamos con los abuelos. Luego me fui a Londres y me
independicé, pero hace dos años falleció mi nonno y Maurizio y yo
decidimos turnarnos para cuidar de la abuela.
—¿Maurizio es tu hermano? —Preguntó fascinado por lo que le estaba
contando y ella asintió.
—Sí, Maurizio, Mau, mi hermano mellizo.
—¿Mellizos?, vaya.
—Sí, ya me entiendes. Estamos muy unidos.
—Te entiendo.
—Se casó hace ocho meses y lógicamente se mudó a vivir con su
marido, así que ahora estoy sola con la abuela, por lo tanto, lo de Roma es
imposible, aunque quería echar un ojo por ahí.
—¿Y tus padres siguen viviendo en Turín?
—Mi padre sí, mi madre murió hace diez años.
—Vaya, lo siento muchísimo.
—Yo también.
Una sombra de tristeza empañó sus ojos transparentes y los desvió hacia
la ventana, y él sintió el impulso de cogerle la mano y consolarla, pero
obviamente no se movió y continuó en silencio mirándola, pensando que
era maravilloso que una chica de su edad y con sus posibilidades viviera
con su abuela para cuidarla. Aquello lo conmovió muchísimo, porque para
él la familia era lo primero, y le tocó tragar saliva e intentar reconducir la
charla antes de acabar llorando como un crío.
—Por lo visto, necesitas seguir en Milán y yo necesito una profesional
de tu perfil, no sigamos perdiendo el tiempo y cerremos el trato.
—No, gracias, no pienso volver a esa cueva de neandertales.
—Muchas gracias.
—No va por ti, Fabrizio, pero en general es así.
—Nuestro gremio en general es así.
—Ya te digo, no lo dejo porque me apasiona mi trabajo, que, si no, hace
tiempo que hubiese tirado la toalla para dedicarme a otra cosa.
—Te prometo que con mi equipo será diferente.
—A ver —soltó cruzándose de brazos—, cambiando de tema: ¿Qué
hacías tú en Roma?, ¿una reunión?
—Una conciliación. Una ex me dijo que iba a ser padre, luego se
retractó, porque creía que el niño podía ser de su exmarido y me pidió una
descarga de responsabilidad, una Renuncia Parental se llama, y yo me he
negado a firmarla hasta que se hagan las pertinentes pruebas de paternidad.
Hoy teníamos una conciliación con nuestros abogados para intentar llegar a
un acuerdo. Llevo dos meses inmerso en este drama y el último mes ha sido
de locos, por eso he estado un poco disperso.
—¿Y cómo ha ido?
—Bien, al menos conseguimos que la mediadora judicial la conminara a
hacer las dichosas pruebas de paternidad en un organismo oficial. Acabo de
dejar una muestra de sangre en el Instituto Anatómico Forense de Roma.
—Y ¿estás bien? —Volvió a preguntar y él quiso saltar y abrazarla con
todas sus fuerzas.
—Estoy bien, gracias otra vez. No te preocupes por mí, soy más duro
que una piedra y mi hermano Mattia es un abogado cojonudo. Lo estamos
llevando por el buen camino.
—Me alegro mucho, aunque imagino que todo esto debe ser una
verdadera pesadilla.
—Lo es y no ha hecho más que empezar porque, si el bebé al final es
mío, tendremos que iniciar la segunda gran batalla, la de la custodia
compartida, las visitas y todo eso.
—Vaya por Dios, pero al menos tendrás un niño o una niña y seguro que
eso lo compensa todo.
—¿Dónde has estado toda mi vida, Valeria Tarenzi?
Le dijo sincero, sin ánimo de coquetear o de tontear con ella,
simplemente porque su comentario le había llegado al alma, porque resumía
exactamente lo que sentía, y ella, que era muy natural, preciosa y con una
sonrisa muy luminosa, se echó a reír a carcajadas y le tiró el paquete de
pañuelos desechables que tenía al lado.
—Qué zalamero, pero te lo voy a perdonar porque estás pasando por una
mala racha. ¿Tienes hambre?, tengo un bocadillo…
—Nada de bocadillos, te invito a comer a la cafetería, creo que tienen
ensaladas y algo de pasta.
Se levantó y le ofreció la mano. Valeria Tarenzi se lo quedó mirando con
sus ojos azules entornados mucho rato, tal vez demasiado, hasta que se
levantó sola, sin tocarlo, y le señaló la dirección de la cafetería con la
cabeza.
—Ok, comamos en la cafetería, pero, si no te importa, cada uno paga lo
suyo.
6
 
—¿Papá?
Preguntó viendo a su padre en el vestíbulo de Plataforma de Inversión
Milano S.A., algo que no esperaba para nada, se apartó del ascensor y
corrió para abrazarlo con una gran sonrisa.
—¿Qué haces aquí?
—He venido para hacer unas gestiones.
—No te esperaba hasta Nochebuena. Qué alegría —se le abrazó al pecho
muy fuerte y él la estrechó besándole la cabeza—. Madre mía, qué guapo
eres.
—Tú mucho más ¿Cómo estás, peque? —La apartó para escrutarla con
mucha atención y ella movió la cabeza.
—Muy bien, iba a subir a mi despacho. Venga, sube conmigo y así lo
conoces.
—Claro, pero luego te llevo a comer a Casa Borgia, he reservado para la
una y media. ¿Podrás salir a comer con tu padre?
—Por supuesto, ahora tengo más libertad de movimiento. Venga.
Lo agarró del brazo y se lo llevó a la segunda planta de la empresa, “la
planta noble”, donde, desde hacía tres semanas, trabajaba codo con codo
con el bellissimo Fabrizio, o más bien con Fabrizio a secas, porque desde
que eran amigos había empezado a mirarlo como lo que realmente era: un
hombre estupendo, inteligente, brillante, trabajador y muy profesional. Un
diez de persona que superaba con creces el hecho innegable de que fuera
tan guapo.
Su encuentro fortuito a bordo de Le Frecce, el famoso tren de alta
velocidad, lo había cambiado todo. Primero, habían conectado de una
manera increíble y se habían confesado como viejos amigos en tres horas de
viaje. Curiosamente, se parecían un montón, tenían muchas cosas en común
y ella se había acabado sintiendo muy a gusto a su lado, como en casa.
Al principio casi le había dado un ataque cuando lo había visto sentado
en su mismo vagón, sin embargo, después se había relajado y se había
dejado llevar, porque él provocaba esa sensación en las personas, la de
tranquilidad y cercanía, la de calidez, y había acabado entregándose a lo
inevitable, es decir, a caer rendida a sus pies, al menos profesionalmente
hablando, porque después de mil negativas, antes de llegar a Milán ya había
aceptado hacer una entrevista de trabajo para su equipo en la Plataforma de
Inversión Milano S.A, y al llegar a su casa (a la que la había acompañado
caballerosamente en taxi), ya había accedido a incorporarse a trabajar, en
periodo de pruebas, de manera inmediata.
Dos días después de su momento mágico, único e íntimo en el tren,
porque estar solos y lejos de todo lo demás había sido muy especial, se
había presentado en su antigua empresa para iniciar una nueva andadura
apoyada por la estrella de los grandes fondos de riesgo e inversión, el señor
Fabrizio Santoro, que la había recibido en la puerta personalmente y la
había acompañado casi de la mano hasta Recursos Humanos para que
firmara su contrato.
En realidad, nunca sabría qué hilos había movido o a quién se había
enfrentado para conseguir reincorporarla en la misma compañía que la
había invitado a marcharse un mes antes, pero lo había hecho y ahí estaba,
tres semanas después, trabajando como ejecutiva de Grandes Cuentas y, lo
más importante, aprendiendo muchísimo de fondos de riesgo, que era el
verdadero súper poder de su nuevo jefe.
—Guau, esto es muy bonito… y luminoso…
Comentó su padre al llegar a su nueva oficina, hizo un pequeño
recorrido observando sus cosas y sus ordenadores abiertos y conectados con
las Bolsas de todo el mundo, y Valeria lo siguió detectando por el rabillo del
ojo a Gina, su antigua compañera de la primera planta, que acababa de
entrar con su desparpajo habitual a la zona común de Grandes Cuentas,
como solía hacer a diario, y hasta varias veces al día, desde que la había
presionado para que le presentara a Fabrizio Santoro.
Su vuelta a la empresa, que la mayoría de sus antiguos colegas se había
tomado bastante bien, para Gina, por alguna razón que aún desconocía, no
había supuesto mucha alegría, salvo por el hecho de que la había utilizado
para llegar hasta el bellisssimo Fabrizio.
Descaradamente, nada más enterarse de su incorporación a Grandes
Cuentas, había empezado a subir a saludarla con café y pastas, sentándose
junto a su mesa para charlar como si fueran íntimas, hasta que había
provocado las consabidas presentaciones y desde entonces no había parado,
se había entregado en cuerpo y alma al “cortejo oficial” de Santoro, o al
acoso y derribo, como lo llamaba Darío con bastante acierto.
Muy a su pesar no había podido hacer nada por contenerla un poco,
aunque daba bastante vergüenza ajena, y cuando había intentado
amistosamente pedirle que se cortara y respetara su lugar de trabajo, ella la
había tachado de mojigata, la había acusado de celosa e infantil, y le había
aconsejado apartarse y dejarla en paz, porque estaba convencida de que
tenía muchas posibilidades con Fabrizio Santoro y no pensaba
desaprovecharlas.
—Llevo años intentando llegar a este tío —le había dicho señalándola
con el dedo—. Mucho antes de que tú aparecieras por aquí, así que lo
siento, querida, pero yo voy a saco a por él y tú no me lo vas a chafar.
—Una cosa era el cachondeo y otra muy distinta es…
—No seas infantil, Valeria.
—¿Infantil yo?
—Infantil y santurrona, pero da igual. Me gusta tu jefe y no lo pienso
dejar escapar. Tú puedes hacer lo mismo si quieres y a ver quién gana.
—¡¿Qué?!
—Aunque te advierto que yo ya lo tengo en el bote.
Tras esa charla de patio de colegio, la relación de compañerismo y
bromas y risas que habían mantenido en el pasado se había cortado de
inmediato. Por supuesto, no había podido prohibirle la entrada a su nuevo
departamento, pero se había alejado de ella y no la había recibido más en su
oficina. Había marcado una distancia concreta y evidente, mientras le
tocaba ver con estupor cómo ella se desvivía en atenciones con Fabrizio
Santoro, cómo coqueteaba con él o cómo procuraba tener dudas
trascendentales que consultarle.
—¿Estás cumpliendo con tu horario o sigues trabajando hasta el cierre de
Nueva York?
Le preguntó su padre y ella dejó de mirar a Gina, que se acababa de
colar en la oficina acristalada de su jefe, le dio la espalda y se acercó a su
escritorio.
—Hay un turno que entra por la tarde y se ocupa de las Bolsas del otro
hemisferio. Yo, de momento, estoy trabajando de nueve a cinco o a seis
como mucho.
—¿Otro turno?, esto es primera división.
—Sí, totalmente. ¿Has adelgazado?
—Estoy yendo al gimnasio. ¿No te lo había comentado?
—Creo que algo me había dicho, Mau. Estás estupendo.
—Gracias, peque. Tú termina lo que tengas que hacer, yo te espero
sentado y en silencio, y así nos vamos a comer tranquilos. ¿Te parece?
—No tengo mucho que hacer, ya había terminado y…
—¡¿Señor Tarenzi?! —Exclamó Gina entrando en su oficina sin ser
invitada y se acercó a su padre con los brazos abiertos—. Dichosos los ojos
que lo ven. Hace mucho que no venía a vernos.
—Bueno, he estado ocupado. ¿Cómo estás, Gina? —Le dio un par de
besos y Valeria, sin querer, frunció el ceño.
—Muy bien, aquí, trabajando como siempre. Lo veo genial.
—Muchas gracias, lo mismo digo.
—Muchas gracias, me siento genial. Vale… —se dirigió a ella saliendo
hacia el pasillo—. Fabrizio se viene a la fiesta prenavideña que he
organizado en el Volt Club, será mi acompañante y con él he cubierto el
aforo de mi reserva, pero puedes pasarte a última hora si quieres.
—No puedo, pero gracias.
—Mejor —le guiñó un ojo y se echó a reír antes de desparecer hacia los
ascensores—. Adiós, señor Tarenzi.
—¿Qué ha pasado?, ¿estáis enfadadas? —le preguntó su padre y ella le
quitó importancia.
—No, bueno, no sé, la verdad es que me da igual, ya no me cae tan bien.
¿Nos vamos?, le aviso a la secre que me marcho y…
Cogió la mochila y se acercó a la mesa de la secretaria para presentarle a
su padre y avisarle de que se iba a comer con él. Ella, que se llamaba
Rosetta y era simpatiquísima, los animó a tomarse su tiempo, a que
comieran sin prisas, y los entretuvo el tiempo suficiente como para que
apareciera Fabrizio Santoro en mangas de camisa y con la chaqueta en la
mano, dispuesto a irse también.
—Me marcho, Rosetta, pásame las llamadas al móvil, por favor. Hola,
Valeria, ¿va todo bien?
—Sí, me voy a comer con mi padre. Papá, este es Fabrizio Santoro, mi
jefe y el responsable de que esté otra vez aquí.
—Maurizio Tarenzi —se presentó su padre ofreciéndole la mano—.
Encantado de conocerlo, señor Santoro.
—Llámeme Fabrizio, por favor.
—Bueno, solo si nos tuteamos los dos.
—Eso está hecho. Encantado de conocerte. Tienes una hija brillante y muy
trabajadora.
—Lo sé, muchísimas gracias. Siempre hemos estado muy orgullosos de
ella.
—Y hacéis bien. ¿Bajamos juntos?
—¿Te puedo hacer una pregunta? —Le dijo su padre caminando hacia el
ascensor y Fabrizio asintió— ¿No serás pariente de Mattia Santoro?, ¿el
jugador del Milán que se retiró después de sufrir un síncope jugando con la
selección italiana?
—Sí, es mi hermano gemelo.
—Ya decía yo que el parecido era extraordinario.
—Eso dicen.
—Y ¿cómo está?, era un jugador espectacular. ¿Te acuerdas de él,
cariño? —Le preguntó a ella y ella se encogió de hombros.
—No mucho, la verdad.
—Está muy bien, después de dejar el fútbol profesional se hizo abogado
y se dedicó al derecho de familia, pero hace unos meses abandonó los
tribunales para fundar una empresa de representación de jugadores y
jugadoras de fútbol.
—Pues no sabes cuánto me alegro, fue terrible lo que le pasó. Un chico
con tanto talento…
—¿Tú eres del Milán, Maurizio?
—Hombre, eso ni se pregunta.
Respondió su padre muy orgulloso y Valeria se agarró a su brazo y
guardó silencio oyendo cómo se enzarzaban los dos en una charla muy
animada, hasta que llegaron a la calle y se separaron para seguir direcciones
opuestas. Fabrizio Santoro camino de la Piazza del Duomo para comer con
uno de sus hermanos, les contó, y ellos hacia Casa Borgia, uno de los
restaurantes favoritos de su madre y de los pocos aun que quedaban intactos
en Brera. El barrio donde estaba la sede de su empresa, pero también el
barrio donde se habían criado su bisabuelo, su abuela y su madre, y donde
seguían manteniendo la casa familiar. El enorme piso donde ella vivía con
su nonna.
—Mau y Mark han reservado un hotel maravilloso para pasar la
Nochevieja en Nueva York. ¿Has visto las fotos?
Le preguntó a su padre una hora después, cuando les estaban sirviendo
el postre, y él, que se había pasado un buen rato sin hablar durante la
comida, la miró y le sonrió de una manera un poco extraña.
—¿Estás bien, papá? ¿has estado muy callado?
—No pasa nada, tesoro. Antes de que se me olvide ¿Qué sabes de
Roberto? —Le clavó los ojos claros y ella dejó de comer.
—Que está muy bien, disfrutando de sus últimos meses de soltería, ¿por
qué?
—Porque me encontré con sus padres en un mercadillo navideño y me
han dicho que piensas ir a su boda.
—Claro, es uno de mis mejores amigos, nos ha invitado a Mau y a mí.
¿Qué hacías tú en un mercado navideño?
—Te habrá invitado, Valeria, pero igual, por prudencia, deberías
declinar la invitación. Creo que su novia no lleva muy bien tu presencia en
el evento.
—Eso no es verdad. ¿Te lo han dicho sus padres?
—Sí, me lo han dicho ellos y es bastante lógico teniendo en cuenta que
fuisteis novios durante más de seis años.
—Hace una década.
—Bueno, a la novia le parecerá raro y me gustaría que lo tuvieras en
cuenta.
—Roberto me ha pedido que sea una de sus testigos —pensó en su ex,
con el que había estado los dos últimos años de instituto y gran parte de la
universidad, y al consideraba casi un hermano, y asintió—. Lo hablaré con
él.
—Diga lo que diga él, sería mejor que no aparecieras en la boda por
consideración a esa chica y ya está. Es muy sencillo, cielo.
—Muy bien, no iré… Y ¿qué hacías tú en un mercadillo navideño? —
volvió a preguntar y él se puso serio—. Desde que mamá no está no…
—Tengo que decirte algo y no sé por dónde empezar —La interrumpió
y ella dejó la cuchara y apoyó la espalda en el respaldo de la silla—. No es
nada malo, peque, al contrario, es algo muy bueno, al menos para mí y
espero que a ti también te lo parezca.
—¿Qué pasa?
—He conocido a alguien.
—¿Cómo dices?
—Se llama Elena, Lenú. Llevamos seis meses saliendo juntos.
—¿Disculpa?
Fue igual que recibir un jarro de agua fría en la cabeza, parpadeó si
entender nada, pero respiró hondo y trató de mantener la compostura. Su
padre se inclinó y le cogió las dos manos.
—Es maestra, trabaja con tu tía Patty y, bueno, también está viuda,
aunque es más joven que yo y…
—¿Mau lo sabe?
—Lo sabe, se lo conté hace unos días por teléfono, pero le pedí que no
te dijera nada porque quería hablarlo contigo personalmente. ¿Te alegrarás
por mí?
—Por supuesto, papá, solo es que me has pillado por sorpresa.
—Me moriré queriendo a vuestra madre, ella lo era todo para mí, el
amor de mi vida, pero han pasado diez años… y… vosotros ya sois
mayores y yo, pues… ha surgido así, hija. No lo he buscado, simplemente
en un regalo que me ha traído la vida.
—Mamá querría que fueras feliz y nosotros también.
—Lo sé, tesoro.
—¿O sea que es amiga de la tía Patty?
—No íntimas, pero son compañeras de trabajo. Lenú enseña
matemáticas en su mismo instituto.
—¿Matemáticas?, vaya, es de las mías —bromeó para disimular el
desconcierto, y le sonrió—. ¿Qué edad tiene?
—Cincuenta años, es viuda desde hace cuatro y tiene una hija de veinte
años que estudia medicina en Turín.
—¿Cuándo nos la vas a presentar?
—Ahora que ya lo sabéis, lo antes posible. Sé que os va a gustar.
—Si te gusta a ti a nosotros también.
—Me tendrás que ayudar a decírselo a tu abuela.
—La nonna te adora y seguro que se alegrará por ti.
—Ya veremos.
—Mientras tanto, yo mataré a Mau por no decírmelo.
—Lo hice jurar que no lo haría y por una vez ha sabido ocultarte un secreto.
Tendrías que felicitarlo, no enfadarte con él.
7
 
Dieciséis de diciembre y los compromisos navideños de todo tipo de
multiplicaban, algo que había esquivado durante cuatro años en Manhattan,
ciudad en la que no tenía familia directa, ni tantos amigos, y donde había
podido escaquearse de cualquier fiesta, coctel o festejo sin dramas ni
remordimientos.
La pura verdad es que viviendo en Nueva York había echado muchísimo
de menos a su familia y a Milán, por supuesto, pero también había
aprendido a disfrutar del anonimato y la libertad, de la falta de obligaciones,
del pasotismo social absoluto, y a veces se seguía preguntando si después
de aquello podría adaptarse otra vez a su intensa y ocupada vida familiar en
Italia. Una agenda muy apretada que en navidades se triplicaba y que por
norma tenía que cumplir si no quería fallar a alguien, empezando por sus
padres y hermanos, esa familia nuclear que cada día crecía más y más
rápido.
Entró en ese hotel tan moderno, dónde la empresa de arquitectura de su
hermano Franco celebraba su tradicional recepción navideña, miró la hora y
de inmediato sintió el teléfono móvil vibrándole en el bolsillo de la
chaqueta, lo sacó y leyó el enésimo mensaje de esa chica del trabajo, Gina
Rinaldi. Movió la cabeza un poco harto, porque ya le había contestado a dos
mensajes esa tarde, ambos para rechazar sus invitaciones para tomar algo en
tal o cual local donde se suponía que iba estar esa noche, y decidió que
había llegado la hora de ser más claro y fulminante, porque ya no sabía
cómo decírselo amable y cortésmente: no le interesaba nada y nunca lo
haría.
Le dio a responder, pero antes de escribir el WhatsApp se acordó de
Valeria Tarenzi, de la que la famosa Gina era muy amiga, y se detuvo,
porque de repente no le apeteció ser borde con una amiga suya, y decidió
pasar. No respondió al mensaje, puso el teléfono en silencio y se olvidó.
Nunca comprendería a esas personas que ignoraban las señales, las
sutiles y la directas, e insistían en invadir tu espacio y tu tiempo con total
falta de vergüenza. A lo largo de su vida le había pasado un millón de
veces, por eso solía ser franco y honesto con todo el mundo, especialmente
con las mujeres. Nunca confundía a la gente, al menos eso creía, y jamás
creaba falsas expectativas. No le gustaba que lo hicieran con él, por eso no
lo hacía con los demás, y a sus treinta y siete años ese principio le
funcionaba de maravilla, no obstante, de vez en cuando aparecían personas
como Gina Rinaldi, que encima pululaba todos los días por su trabajo, y te
complicaba la vida, porque ese tipo de personas siempre terminaban
complicando las cosas y era muy incómodo, tanto, que iba a tomar medidas
drásticas con ella en cuanto pudiera hablarlo con Valeria.
—¡Fabrizio!
Lo llamó su cuñada Celia desde un pasillo y le hizo un gesto con la
mano para que la siguiera hacia una zona donde ya estaban Marco, Mattia y
Clara, charlando con su elegante hermano Franco, el anfitrión de la noche,
que les estaba explicando la nueva exposición sobre arquitectura que sus
socios y él acababan de inaugurar en la Galleria d'Arte Moderna di Milano.
—Señoras —Saludó formalmente a sus cuñadas, las dos embarazadas de
varios meses, y luego abrazó a sus hermanos— ¿Qué tal todo por aquí?,
¿papá y mamá?
—Al final han preferido quedarse en casa con Lucía, no les apetecía
venir al centro por la noche —comentó Marco abrazando a su mujer.
—Mejor, el tráfico es una locura. Parece que todo Milán ha decidido
echarse a la calle. ¿Dónde puedo pillar algo de beber?
—Ahora os mando un camarero —respondió Franco palmoteándole el
hombro—. Me voy a saludar a la gente, luego os veo.
—Adiós.
Respondieron todos y Mattia soltó la mano de Clara y le hizo un gesto
para que lo acompañara. Él lo siguió sin preguntar y cuando se encontraron
a solas lo miró a los ojos con curiosidad.
—¿Qué pasa?, ¿va todo bien?
—Te mandé un correo electrónico y dos mensajes hace dos horas, ¿no
los has visto?
—Está claro que no.
—El juzgado ha recibido de vuelta la última notificación que se le envió
a Bianca Sanpaolo para que se presentara en el Anatómico Forense de
Roma. Me ha avisado el procurador hace dos horas, era el segundo aviso
tras no presentarse voluntariamente y Giovanni cree que se ha marchado de
Italia. Mañana mandará a alguien a echar un vistazo a su domicilio, pero
todo apunta a que se ha largado, seguramente a Londres, para pasar de
nosotros como de la mierda.
—No me sorprende nada, ahí su marido tiene poder y contactos.
—La ley es la ley y la empapelaré con notificaciones en cuanto
encontremos su domicilio en el Reino Unido. Uno no puede escaquearse de
la justicia así como así, hay normas y tratados entre países y no pararemos
hasta que se someta a las pruebas de paternidad. Tú tranquilo.
—No sé por qué, pero estoy muy tranquilo.
—Pues yo no, porque si ese niño es mi sobrino no pienso permitir que se
crie solo bajo el amparo de ese par de gilipollas tramposos y prepotentes.
Ya han acabado por tocarme los cojones y al menos el test de ADN lo harán
o montaré tal pifostio en los tribunales que igual acaban saliendo en la
portada del Times, o mejor aún, del The Sun, que les pega más.
—Mattia.
—¿Y por qué estás tan tranquilo si puede saberse?
—No lo sé, supongo que estoy agotado.
—En ese caso yo me cabreo por los dos. A este par de impresentables
los pienso incordiar hasta que me supliquen que los deje en paz.
—No lo pongo en duda.
—Genial, tú sigue tranquilo, es mejor así. Ahora, busquemos algo de
comer, dice Clara que el bufé tiene una pinta increíble.
Lo abrazó por el cuello y se lo llevó a la zona del bufé donde había un
montón de gente mirando los manjares que servían unos camareros que
parecían modelos de alta costura, todos de raza negra, vestidos de negro
también. Observó el sushi junto a las tablas de queso y respiró hondo ya sin
hambre, porque la noticia sobre Bianca no lo había hecho explotar y
enfadarse, pero sí le había quitado el hambre de manera instantánea.
Jamás podría entender qué retorcida u oculta motivación la podía hacer
actuar de ese modo, tan jodidamente mal desde que había destapado ella
solita el asunto del embarazo, y una vez más pensó que tal vez no era ella la
que decidía actuar así, sino que su marido, que era el que de verdad movía
los hilos, el que la estaba empujando a cagarla cada día más.
Bianca siempre le había contado que el tal Tobías era implacable y
manipulador, que podía llegar a hacer cualquier cosa por conseguir lo que
quería, y desde luego en ese caso lo estaba demostrando. Lo que no sabía el
tal Tobías era que en esta ocasión se estaba enfrentando a un muro de piedra
infranqueable, porque desde luego él no se iba a rendir, ni le iba a permitir
salirse con la suya. No iba a hacerlo porque no podía hacerlo, no hasta que
le demostraran con pruebas fehacientes que ese bebé no era suyo.
—Perdonad, ¿cuál de vosotros es Fabrizio?
Les preguntó de repente un chico joven, rubio y de ojos claros, que iba
acompañado por otro más alto y mulato, y tanto Mattia como él se
apartaron del bufé y le prestaron atención.
—Soy yo —respondió al fin y el chico más bajito sonrió y le ofreció la
mano.
—Hola ¿qué tal?, me llamo Maurizio, soy el hermano de Valeria
Tarenzi.
—Hey!, ¿qué tal?, Valeria habla muchísimo de ti. Encantado de
conocerte.
—Igualmente. Este es mi marido, Mark.
—Mucho gusto, este es mi hermano Mattia. Mattia, este es el hermano
de la nueva incorporación de mi departamento, Valeria Tarenzi. Creo que te
he hablado de ella.
—No, no me has hablado de ella, pero encantado de conoceros —Mattia
los saludó tan amable como siempre y luego les señaló el bufé—. Si no os
importa, voy a coger algo de comer para mi novia, que lleva un rato
esperando.
—Claro, tú a lo tuyo —Lo animó y luego le prestó atención al hermano
mellizo de Valeria, que se parecía a ella, pero no demasiado— ¿Tenéis
alguna relación con el estudio de arquitectura de…?
—Sí, bueno, más o menos. Mark y yo somos ingenieros civiles y hemos
trabajado en algún proyecto puntual con Diseño y Estructuras Milano,
concretamente con Anette De Luca, aunque hoy nos hemos enterado de que
el CEO de la empresa, Franco Santoro, es hermano tuyo.
—Sí, mi hermano mayor.
—El mundo es un pañuelo.
—Bueno, Milán es pequeño y somos cinco hermanos, estamos por todas
partes —bromeó y Maurizio se echó a reír.
—Ya verás cuando se lo contemos a Valeria.
—¿Dónde está?, ¿no va a venir al coctel?
—No, pero la veremos después.
—Está por aquí cerca tomando algo con Agnese —Comentó Mark y sin
querer él dio un paso atrás.
—¿Agnese?, ¿su pareja?
—No, nuestra tía Agnese, la hermana pequeña de mi padre —respondió
Maurizio con una sonrisa—. Solo es diez años mayor que nosotros y son
íntimas, hoy tenían noche de chicas.
—¿Por qué no las llamas, le dices que vengan y se tomen algo con
nosotros?
—No creo que…
—Llámala —Apuntó Mark dándole un empujoncito con el hombro y
Maurizio asintió y se apartó sacando el teléfono—. Dudo mucho que
quieran venir, pero al menos hay que intentarlo.
—Sí, además, la comida parece estupenda. ¿Queréis probar algo?
—Sí, un poco de sushi antes de que acaben con todo.
Masculló Mark, que tenía un marcado acento estadounidense, y Fabrizio
lo acompañó a la mesa para buscar algo de comer, preferentemente pizza o
queso para él, que también había en el catering, aunque la gente no le hacía
demasiado caso.
—¿De dónde eres, Mark? —Le preguntó en inglés y él sonrió.
—San Diego, California.
—Guau, me encanta San Diego, he estado solo una vez, pero espero
volver pronto.
—Valeria dice que vivías en Nueva York.
—Sí, cuatro años por trabajo.
—Ya está.
Maurizio los interrumpió, asegurándoles que Agnese había convencido a
Valeria para que se pasaran por el coctel antes de ir a cenar, y él se alegró
un montón por la noticia, porque le caía genial Valeria y porque
normalmente no tenían ocasión de verse fuera del trabajo.
De repente la noche mejoró, empezó a sentirse más animado por el
derrotero que estaban tomando los acontecimientos, se olvidó de sus
problemas personales, se distrajo hablando muy a gusto con Mau y su
marido, que eran unos tipos realmente interesantes, y saludando de paso a
algunos colegas y amigos de Franco, hasta que vio aparecer a Valeria
Tarenzi en el hotel, guapísima con el pelo suelto y acompañada por una
mujer igual de guapa que los saludó con la mano antes de acercarse a ellos
con una sonrisa deslumbrante.
—¡Hola, chicos!
—¡Hola!. Agnese, este es Fabrizio Santoro —se apresuró a presentar
Maurizio después de darle un abrazo—. Fabrizio, esta es nuestra tía Agnese
Tarenzi.
—Encantado de conocerte. Hola, Valeria, qué bien que te hayas animado
a venir —Se dirigió a ella echando un vistazo disimulado a los pantalones
negros y muy ceñidos que llevaba y que le sentaban de maravilla, y ella le
sonrió palmoteándole el brazo.
—Gracias a ti por invitarnos, aunque solo nos podemos quedar unos
minutos. Vaya, esto es precioso —giró para admirar el salón tan elegante y
su tía Agnese asintió cogiendo dos copas de champagne de una bandeja—.
Creo que nunca había estado aquí.
—La empresa de Franco reformó el hotel hace poco, ha estado cerrado
muchos años. La decoración la ha hecho mi cuñada Celia, la mujer de
Marco.
—Es fantástica —Opinó Agnese.
—Ah, claro, es cierto. Era un hotel muy ochentero, pero cerró con la
crisis del 2008 ¿no? —Le preguntó Valeria.
—Exacto. ¿Queréis algo de picar?
—¿Sabes quién lo compró?
—Palatino Group Hotels.
—¿No son clientes nuestros? —Fabrizio asintió—. Claro, tienen una cartera
de inversión muy potente. Es una empresa con un activo circulante y un
retorno de inversión…
—¿Podemos no hablar de trabajo, cariño? —Mau se le acercó, la abrazó
por los hombros y le besó la cabeza—. Lo siento, la quiero con locura, pero
es que coge carrerilla y a nosotros nos parece que nos habla en chino,
Fabrizio.
—Mis hermanos se quejan de lo mismo.
—Entonces sois tal para cual —Soltó Mark y él pudo notar
perfectamente como Valeria se sonrojaba un poco antes de darle la espalda.
—Fratellino…
Sintió la voz de Franco y su mano en el cuello, dejó de mirar a Valeria y
le prestó atención. Su hermano, que andaba de arriba abajo atendiendo y
charlando con sus invitados, se acercó al grupo para saludarlos con una gran
sonrisa, pero de repente se quedó paralizado frente a Agnese, como
hipnotizado. Fabrizio pensó que se conocían, así que no intervino para
presentarlos, hasta que el silencio se hizo tan evidente que no le quedó más
remedio que intervenir y preguntar buscando sus ojos claros.
—¿Os conocéis?
—Creo que no —Respondió Agnese y Franco al fin dejó de mirarla y
les sonrió a todos.
—A Maurizio y a Mark ya los conoces, y ellas son Valeria y Agnese,
hermana y tía de Maurizio. Valeria trabaja conmigo. Chicas, este es mi
hermano Franco, el anfitrión de la fiesta.
—Encantadas.
—El gusto es mío. ¿Habéis comido algo?
—Todo está estupendo, Franco, muchísimas gracias —contestó
Maurizio.
—Me alegro. Bueno, os dejo ¿nos vemos después?
—¿Qué planes hay? —Preguntó él y su hermano se encogió de
hombros.
—Cena en el Carlo al Naviglio, lo ha reservado Marco.
—Tesoro… —Una chica alta y morena, Marina, recordó de pronto,
pensando que ya la había visto más de dos veces con Franco, se acercó a él
y lo agarró por el brazo— ¿Vienes?, los Ambrosoli quieren hablan contigo,
mi vida.
—Ya voy. Lo dicho —Franco se detuvo—. Nos vemos después ¿de
acuerdo?
Se marchó escoltado por su amiga Marina y Fabrizio miró la hora
oteando el horizonte, intentando localizar a su familia, que estaba charlando
justo en el lado opuesto del salón con varias personas del estudio de
arquitectura. Se les veía estupendamente, muy a gusto, recorrió con los ojos
al resto de los asistentes al evento, reconoció a dos chicas que le tiraron
besos desde la distancia, les sonrió y entonces oyó la voz de Valeria Tarenzi
dirigiéndose a su hermano.
—Mau, nosotras deberíamos irnos. ¿No vemos luego en el Pat Murphy?
—Esto está hecho.
—¿Os vais?, pero si acabáis de llegar —Preguntó un poco ansioso y fue
Agnese la que le respondió.
—Solo hemos pasado a saludar y porque estábamos cerca, pero tenemos
otros planes.
—No, vamos, busquemos un sitio para cenar juntos o veniros con nosotros
al Carlo al Naviglio.
—Uy, eso se sale kilómetros de mi presupuesto —bufó Valeria y él le
sonrió.
—No exageres, sé cuánto ganas, pero no importa yo te invito.
—Muchas gracias, pero no. Tenemos reserva en un japonés de aquí al
lado. Gracias por la copa, nos vemos el lunes en la oficina.
La observó despedirse de su hermano y de su cuñado con un beso en la
mejilla y sin venir a cuento le dio por detenerla y cruzarse en su camino.
Tenía mil planes posibles para esa noche, empezando por la cena con sus
hermanos y siguiendo por una copa en algún club de moda con cualquier
chica guapa del coctel, o de su larga agenda telefónica, sin embargo, una
fuerza irracional lo plantó delante de Valeria Tarenzi, que era compañera de
trabajo y encima subalterna, y no la dejó marcharse.  
—Vamos, Valeria, no me digas que no.
—No estoy de broma, tenemos una reserva y si no nos vamos ya la
vamos a perder.
—Llevamos un mes intentando cenar en ese sitio —la apoyó su tía.
—Ok, de acuerdo, quizá más tarde.
—Genial, vente a medianoche al Pat Murphy de Porta Garibaldi —soltó
Agnese y Valeria la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Un pub irlandés?
—Sí, es de una buena amiga nuestra y nos encanta. Ya sabes: música en
directo, dardos y mesas de billar. Igual es muy gamberro para ti, pero allí
estaremos. Hasta luego y muchas gracias por la copa. Vamos, Valeria.
—Vamos, adiós Fabrizio.
—¿Muy gamberro para mí?
Se echó a reír a carcajadas, porque estaba clarísimo que no lo conocían
para nada, y las dos movieron la cabeza, le dijeron adiós con la mano y
desaparecieron entre la gente cogidas del brazo. Fabrizio dio un paso atrás
sin dejar de sonreír, porque aquello era insólito, miró a Maurizio y a Mark,
y se giró para coger un trozo de pizza del bufé.
—Muy gamberro para mí, lo que hay que oír.
8
 
Treinta y uno de diciembre y ahí estaba, trabajando tan a gusto en su
despacho porque a esas horas ya no quedaba nadie en la oficina.
En Manhattan, concretamente en Wall Street, la Bolsa cerraba como
todos los días a su hora normal, y en otros muchos países de Centro y
Sudamérica también, así que, aunque en Milán ya eran las ocho de la noche,
al otro lado del charco eran las tres de la tarde, seguían trabajando y ella
con ellos, porque se había ofrecido para cambiar el turno con una
compañera de tarde que tenía niños y marido, y que sí celebrara la
nochevieja en familia.
Solía hacer eso, ofrecerse para trabajar en Año Nuevo, porque no
soportaba la fecha ni la algarabía, ni comer lentejas ni los fuegos
artificiales, ni nada que le recordara que ese día, hacía ya once años, su
madre había fallecido en el hospital mientras el resto del mundo, incluso el
personal médico que los rodeaba celebraba la nochevieja como si tal cosa.
Por supuesto, ellos no tenían culpa de la muerte de su madre, ni del
dolor de su familia, pero cada vez que recordaba aquello se le partía el alma
en dos. Había sido durísimo para todos, pero especialmente para sus
abuelos, que habían perdido a su única hija con solo cincuenta años
mientras oían la fiesta y los gritos y los petardos, y la ciudad entera
estallaba en celebraciones.
Desde aquella noche tan trágica, sus abuelos se habían negado a celebrar
la navidad, solo tras la muerte de su abuelo hacía dos años, su nonna había
accedido a celebrar la nochebuena en familia, pero seguía ignorando la
nochevieja y se acostaba a las nueve de la noche con tapones en los oídos y
una valeriana, y no volvía a aparecer hasta el día siguiente. A Mau y a ella
nunca los había obligado a hacer lo mismo, por supuesto, muy por el
contrario, los animaba a salir y a divertirse, a vivir la vida, decía, sin
embargo, Valeria seguía odiando la fecha, seguía sintiendo dolor y rabia por
la pérdida de su madre, seguía con el corazón roto y seguía sin ganas de
sumarse a ninguna fiesta.
Gracias a Dios, tenía su trabajo.
Se incorporó un poco y miró hacia la luz que brillaba al otro lado de la
zona común de Grandes Cuentas, la del despacho acristalado de Fabrizio
Santoro, que también estaba trabajando concentrado en su ordenador y con
el teléfono pegado a la oreja. A primeros de año solían desatarse
movimientos importantes a nivel bursátil, había mucho que hacer y los
fondos de riesgo se convertían en el centro de atención de los expertos, por
eso su jefe se había quedado más tiempo trabajando, aunque había
advertido a todo el mundo que, a las diez de la noche como muy tarde, se
tenía que marchar porque lo esperaban para tomar las lentejas de la suerte
en alguna parte.
Miró la hora, comprobó que aún faltaba mucho para las diez de la
noche, y decidió regresar a sus cosas, aunque antes sonrió recordando lo
mucho que había avanzado en su amistad con el bellissimo Fabrizio, que se
había revelado como un tío divertido y adorable, tanto, que a veces daban
ganas de abrazarlo y comérselo a besos.
El día del coctel de navidad de la empresa de su hermano Franco, había
sido el comienzo de una gran amistad. A medianoche, y contra todo
pronóstico, había aceptado la invitación de Agnese y se había presentado en
el Pat Murphy de Porta Garibaldi solo, sin amigos, ni hermanos, solo él y su
sonrisa, y se lo habían pasado en grande jugando al billar, bailando con la
música en directo y charlando, porque era un gran conversador.
Era casi un pecado, decía su cuñado Mark, ser tan guapo, tan listo, y tan
agradable. Algún defecto grave debía tener escondido, opinaba él, no
obstante, de momento, dos semanas y pico después de aquella noche
inolvidable, seguía sin encontrárselo y continuaba viendo a Fabrizio
Santoro como a un ser humano casi perfecto. Uno intocable, por supuesto,
porque era su jefe y porque, aunque en sus sueños podía imaginarse
enamoraba de él, en la realidad era consciente de sus diferencias y, sobre
todo, de su agitada y ocupada vida sentimental, porque las mujeres no
paraban de llamarlo, de ir a visitarlo por sorpresa o de intentar atraer su
atención.
Durante el mes largo que llevaba trabajando con él, había descubierto
que Gina Rinaldi no era la única que le iba detrás de forma descarada,
también había otras personas de la empresa, alguna ejecutiva
norteamericana de paso por Milán, gente de fuera que se pasaba a verlo y le
llevaba cafés o cruasanes, y las fieles del teléfono, porque según Rosetta
había chicas que lo llamaban de forma sistemática y constante, incansables,
aunque él nunca contestaba esas llamadas y les daba largas con una
elegancia alucinante.
—Hasta que no siente la cabeza esto no va a parar —aseguraba Rosetta—,
aunque, seguramente, aun casado y con hijos lo seguirán persiguiendo.
¿Has visto a sus hermanos?, a todos les pasa igual y ya son padres de
familia. La gente no respeta nada, a veces me da vergüenza ajena. Es una
pesadilla, Valeria, ya sé que desde fuera puede parecer muy divertido tener
tantas pretendientas, o eso dicen mis hijos, pero ya te digo yo que me
agobia hasta a mí…
—Estará más que acostumbrado.
—No sé yo, es muy frío y controlado y le lleva pasando esto toda la
vida, pero a veces creo que quisiera desaparecer. Se pasa el tiempo
esquivando insinuaciones, invitaciones y coqueteos varios, ¿no te has
fijado?
—No mucho.
—Seguro que desearía que lo trataran con más normalidad. Por eso creo
que tú le caes tan bien, Valeria, porque eres la única que no le pone ojitos.
Ya era hora de que encontrara a una colega, una amiga de verdad en el
trabajo.
Tras esa charla se había esforzado un poquito más en “no ponerle
ojitos”, a pesar de que a veces era difícil sustraerse a ese atractivo
demoledor que tenía y que provocaba que involuntariamente se pusiera un
poco tontorrona. Ya sabía que no era Brad Pitt y que a muchas chicas no les
gustaba para nada, pero para ella reunía todo aquello que le encantaba en un
hombre, y no solo por guapura y estilo, sino, sobre todo, le fascinaba su
temple, su personalidad y su inteligencia. Era brillante en su trabajo,
minucioso, perfeccionista y exigente, era incansable y tenía una visión
perfecta del negocio. Esa visión de conjunto que era tan importante en un
oficio como el suyo.
Todo ese coctel la mantenía en tensión, a veces con mariposas en el
estómago y delante de él se reía más de la cuenta, cosa absolutamente
insólita y que le daba una vergüenza tremenda, pero confiaba en que el paso
del tiempo iría calmando y atemperando el “efecto Santoro” y que, tal como
decía Rosetta, acabarían siendo colegas y amigos de verdad, y ojalá que
para siempre.
—È finito, signorina!
Exclamó dando un golpecito en la puerta abierta de su despacho y ella
saltó, dejó de mirar el ordenador y le clavó los ojos.
—Joder, qué susto.
—Vamos, apaga eso, nos vamos a casa. Son las diez de la noche.
—Ve tú, yo aún tengo cosas que hacer.
—Es nochevieja —se le acercó y le cerró el portátil con el dedo—.
Venga, es hora de irse de fiesta, no pienso dejarte aquí sola.
—Estoy bien. Tú tranquilo.
—No me voy tranquilo. ¿Dónde vas a celebrar las doce de la noche?, yo
te acerco en coche.
—Muchas gracias, pero no hace falta, vivo a dos calles de aquí.
—Lo sé, pero… Vamos, Valeria, esto no es negociable.
Se acercó a su silla, la movió y la hizo levantarse, la animó a coger su
abrigo y su mochila, y apagó la luz de la oficina indicándole la salida hacia
los ascensores. Ella obedeció para no tener que dar explicaciones, y porque
sabía que era peor oponer resistencia, y caminó hacia el rellano poniéndose
el abrigo y pensando en que al llegar a casa comería una pizza que había
hecho la noche anterior, se tomaría una valeriana como su abuela y se
metería en la cama hasta el 2 de enero.
—Mierda, es tardísimo —comentó Fabrizio mirando la hora.
—Baja por las escaleras, esto tarda mucho.
—No, ya viene.
—¿Adónde tienes que ir?
—En teoría a Brienno, en el Lago Como, mi hermano Marco ha reunido
a media familia allí.
—¿Brienno a estas horas?
—Sí, hoy y a estas horas, la carretera ya estará más despejada. Vamos,
adentro.
El ascensor llegó un poco racaneando, o eso le pareció a Valeria, que
siempre había pensado que esos ascensores eran tan viejos como el edificio
que los contenía, y entró observando la pintaza de Fabrizio Santoro vestido
de sport, con vaqueros, una camisa blanca y unas zapatillas de deporte muy
modernas. Se pegó en la pared metálica suspirando, porque encima olía de
maravilla gracias a ese perfume que era prácticamente un elixir de
masculinidad, e inmediatamente notó que algo iba mal, porque el ascensor
dio un respingo antes de iniciar el descenso, luego volvió a saltar y al final,
antes de llegar a su destino, se paró en seco entre la segunda y la primera
planta.
—Merda!
Exclamaron los dos, pero solo fue él el que apretó dos botones más y le
dio un golpe al panel de control. Valeria se le acercó por la espalda y pulsó
el botón de emergencia y el de la alarma, que sonaban de manera
independiente.
—No hay portero esta noche, Valeria.
—No, pero se supone que el botón de emergencia conecta con la central
de mantenimiento del ascensor. Ya nos ha pasado otras veces.
—¿A las diez y diez de la noche de una nochevieja?
—No, pero… —lo miró de reojo y vio que se estaba poniendo furioso—.
Tranqui, ya nos contestarán.
—Porca miseria! —Dio una patada a la puerta y ella buscó sus ojos sin
dejar de pulsar los botones de auxilio.
—¿No tendrás claustrofobia?
—No, pero me esperan en Brienno o en ciento veinte fiestas por toda la
ciudad para celebrar el puto año nuevo. Esto es una puta mierda. Fanculo!
Ella no respondió y siguió intentando que le contestara alguien sin
ningún éxito, los teléfonos tampoco se los respondía nadie y acabó rezando
para que aquello se moviera antes de que a su jefe le diera un ataque,
porque se le veía cada vez alterado y tenía pinta de que solo podía ir a peor.
Por un segundo se acordó de su cuñado Mark, al que pensaba llamar
más tarde para contarle que el primer defecto que desvelaba Fabrizio
Santoro era su impaciencia, su nulo nivel de tolerancia a la frustración y su
total incapacidad para disimularlo, y sonrió, porque sabía que le haría
mucha gracia.
—¡Me cagó en la puta madre que los parió!
Dio un puñetazo a una de las paredes metálicas, se sacó el abrigo y lo
tiró al suelo hecho una furia.
—¡¿Para qué coño sirven los teléfonos de emergencia si nadie los
contesta?!. Cuando salgamos de aquí me ocuparé personalmente de que
rescindan el contrato con esta compañía de mierda. Sin contar con todas las
denuncias públicas y privadas que les voy a meter. Figlios di puttana!
—Lo siento mucho, Fabrizio.
—No es tu culpa, Valeria —respiró hondo y se sentó en el suelo
indicándole que hiciera lo mismo—. Son estos cabrones los que me acaban
de joder la noche.
—Bueno, son las diez y veinte, aún…
—Te apuesto una cena a que no viene nadie a ayudarnos.
—Al menos no estamos muy alto, si al ascensor le da por desengancharse y
caer, el golpe no será muy serio —Se deslizó por la pared y se le sentó
enfrente.
—¿Qué?
—Solo es un dato objetivo.
—Madre mía —Bufó moviendo la cabeza—. Voy a avisar a mi madre
antes de que empiece a preocuparse —mandó varios mensajes y de repente
la miró por encima del teléfono— ¿Tú no avisas a nadie?, esto va para
largo.
—No necesito avisar a nadie.
—¿No?, ¿cómo qué no?
—Mau y Mark están en Nueva York, Agnese en Venecia, mi padre en
Turín a sus cosas, mi abuela durmiendo y mis amigos no me esperan en
ningún sitio porque saben que esta noche no salgo.
—¿Por qué no sales?
—Mi madre murió en nochevieja y desde entonces no la celebro.
Lo soltó así, sin pensar, por la situación en la que se encontraban,
porque normalmente no hablaba de esas cosas con nadie y si le preguntaban
buscaba excusas menos dramáticas para justificarlo. Él dejó el teléfono en
el suelo y apoyó la espalda en la pared.
—¿Por eso estabas trabajando y no te querías marchar a casa?
—Exactamente. Y si me hubieses dejado a mi aire, ya te habría sacado
del ascensor —Le sonrió y él tragó saliva.
—Lo siento muchísimo, Valeria, de verdad, perdona mi…
—No tenías por qué saberlo, nos conocemos desde hace muy poco
tiempo.
—¿Cómo falleció tu madre?
—No me gusta hablar de eso —Bajó la cabeza, abrió el móvil y mandó
otra alerta a la empresa de ascensores.
—Lo entiendo, disculpa otra vez.
—No es nada personal, Fabrizio, no lo hablo con nadie.
—¿Ni con Mau?
—Con él no hace falta hablarlo, sentimos y pensamos lo mismo.
—Entiendo. A Mattia y a mí nos pasa igual.
—¿Y cómo lo llevan tus otros hermanos?, ¿os lleváis bien con ellos?.
Siempre me he preguntado qué hubiese pasado si Mau y yo hubiésemos
tenido más hermanos.
—Bueno, Mattia y yo siempre hemos hecho piña y hemos sido como
uno solo, pero también nos hemos llevado fenomenal con los demás, sobre
todo desde que somos adultos. Cuando éramos niños o adolescentes nos
peleábamos como todos los hermanos, especialmente con Marco, que es un
poco mayor y se pasaba de estricto y mandón, pero a medida que fuimos
creciendo todo fue a mejor.
—¿Cuánto tiempo os lleváis?
—Con Marco cinco años, con Luca ocho y con Franco diez.
—¿Luca?, es el que me falta por conocer.
—Sí, ahora mismo está en Milán, pero normalmente vive en París con
su mujer y sus hijos.
—¿Se casó con una francesa?
—Dos veces. Con su primera mujer tuvo una hija, Chiara, que ya tiene
dieciséis años, y con la segunda, Chantal, tiene unos gemelos de casi tres
años, Luca y Leo.
—¿Gemelos?, qué suerte.
—La verdad es que sí, y de momento son los únicos de esta nueva
generación. Pronto serán nueve sobrinos y los únicos gemelos son Luca y
Leo, aunque en la familia de mi padre los nacimientos múltiples son
bastante habituales.
—Yo no sé si algún día tendré hijos, pero si los llego a tener, me
encantaría que fueran gemelos o mellizos, creo que no hay nada mejor.
—Pienso lo mismo, pero no sé, es nuestra experiencia, igual solo basta
con tener hermanos —De repente se puso serio y Valeria guardó silencio y
dejó de mirarlo—. Yo nunca he pensado en tener hijos, siempre he creído
que con mis sobrinos sería más que suficiente, sobre todo con los hijos que
fuera a tener Mattia, que los sentiría como míos, pero… bueno… ahora las
circunstancias han cambiado y… no sé…
—¿Has sabido algo de las pruebas de paternidad? —Se atrevió a
preguntar y él la miró y negó con la cabeza.
—Bianca, la madre, no se las ha hecho y ha desaparecido de la faz de la
tierra, aunque seguimos mandando requerimientos a su domicilio de Roma.
Estamos seguros de que está en Inglaterra, pero no damos con ella para
notificarla, así que…
—Vaya por Dios, qué impotencia.
—Supongo que no le interesa conocer la verdad.
—Y ¿tú cómo estás?
—Frustrado, cabreado y a veces muy preocupado. No me gusta
imaginar a un hijo mío, si este niño lo es, criándose solo con ella y con su
marido, sin que yo pueda participar en su vida.
—Por supuesto, yo me sentiría igual que tú.
—Es muy jodido, Valeria. Es la primera vez en mi vida que no tengo el
control sobre algo tan importante y con tanta trascendencia para mí. Es una
putada.
—Sí que lo es… —respiró hondo mirando la hora y él le dio un
golpecito en las botas con su pie— ¿Qué?
—Gracias por preguntarme siempre cómo estoy o cómo me siento con
respecto a todo esto.
—Es lo normal.
—No, lo normal es que la gente te aconseje y te diga lo que deberías
hacer.
—Ya, lo sé…
—Tu hermano me dijo que no tenías pareja —Le soltó sin venir a
cuento y ella se puso seria y entornó los ojos—. No es por cotillear, es por
cambiar de tema. ¿Cómo es posible que no tengas pareja?
—¿Tú tienes pareja?
—No.
—Pues yo tampoco.
—Y ¿eso por qué?, me consta que solo en la Plataforma de Inversión
Milano S.A. tienes docenas de admiradores.
—Lo mismo digo, también tienes docenas de admiradoras y por lo visto
tampoco sales con ninguna.
—Yo soy un caso perdido y además he preguntado primero: ¿por qué no
tienes pareja?
—Soy poco constante y me aburro en seguida. Me cuesta mantener el
interés.
—Me pasa exactamente lo mismo.
—Tuve un novio durante seis años, del instituto a la universidad, y hoy por
hoy seguimos siendo muy amigos, pero después de él ha sido imposible
encontrar a alguien que entienda mi vida, mi trabajo o mi relación con mi
hermano o con mi abuela. Me he cansado de oír por parte de “terceros” que
necesito trabajar menos o ser más independiente, o que debería
distanciarme de Mau o de mi nonna porque ya soy mayorcita y mi “novio”
me necesita.
—¿Qué clase de capullo dice esas cosas?
—Más de los que te imaginas.
—No sé para qué pregunto, en diferente sentido, pero también he oído
cosas similares.
—¿Con Bianca no iba en serio la relación?
—No, bueno, al final sí empecé a planteármelo porque me gustaba
mucho y ya llevábamos un año viéndonos, pero ella decidió romper y a mí
tampoco me supuso un drama. Supongo que de serio aquello tenía poco.
—¿No volverías con ella?
—Rotundamente no.
—Entiendo.
—¿Si salimos algún día de aquí tú saldrías conmigo?
—¿Cómo dices?
Se echó a reír a carcajadas, pero él solo sonrió y le dedicó una mirada
seductora que ella no supo ni traducir, ni mantener con algo de aplomo, así
que se puso de pie de un salto y se pegó a la pared.
—Joder, es tardísimo, van a dar las doce. ¿Llevamos dos horas aquí?
—Casi —Se levantó con calma y se sacudió los pantalones—. No te
estoy pidiendo matrimonio, Valeria, no te preocupes, solo te estoy invitando
a cenar.
—Eres mi jefe, trabajamos en la misma empresa.
—Eso no ha impedido que yo te guste.
—¿Eh? —casi se atraganta y él volvió a sonreír— ¿Quién te ha dicho
eso?
—Tu amiga Gina, y me ha dado muchos detalles, pero no pasa nada, tú
también me gustas mucho a mí. ¿Qué me dices?, ya que vamos a empezar
el año nuevo juntos, ¿me darás una oportunidad y te vendrás un día a cenar
conmigo?
Se sonrojó hasta las orejas, queriendo descuartizar a Gina Rinaldi por
desleal y mala pécora, y se atusó el pelo empezando a hiperventilar, porque
encima no tenía escapatoria ahí, dentro de un puñetero ascensor averiado y
con Fabrizio Santoro a dos pasos de distancia.
Se cruzó de brazos temblando de pura vergüenza y decidió que ante lo
inevitable solo le quedaba apechugar y ser sincera, que ya tenía treinta y
dos años y era una mujer hecha y derecha. Levantó la cabeza y lo miró sin
titubear.
—Ok, es verdad, me gustas mucho y por supuesto me encantaría salir a
cenar contigo.
—Genial.
Sonrió y le ofreció la mano para chocharla, ella devolvió el saludo, pero
él fue más rápido, la sujetó por la muñeca y se la pegó al cuerpo.
—Son las doce de la noche, ya es año nuevo y en América es tradición
besarse con la persona que tienes más cerca. Feliz año nuevo, Valeria
Tarenzi.
—Feliz año nuevo.
Susurró, sonriendo, percibiendo cómo se le acercaba y lo podía oler por
primera vez a esa distancia mientras todo su organismo reaccionaba y la
piel se le erizaba por el contacto. Cerró los ojos y sintió sus labios y luego
su lengua, y creyó que estaba soñando, así que lo miró y le acarició el pelo,
y volvió a besarlo y siguió besándolo mucho rato, una eternidad, tanta, que
cuando los bomberos aparecieron llamándolos a gritos desde el pasillo, no
recordaba ni dónde estaba, ni qué había pasado… ni cómo se llamaba.
10
 
—Ciao, Samuele ¿qué tal estás, primo?
—Acabo de recibir la caja de Brunello di Montalcino, Fabrizio, muchas
gracias, pero no tenías que…
—Es solo un detallito de agradecimiento, tómatelo como un regalo de la
Befana.
—Hace treinta años que ya no nos regalamos en la Befana, pero,
gracias. Helena está encantada, a los dos nos chifla el Brunello di
Montalcino.
—Lo sé, me lo comentó en la boda de Marco.
—Lo dicho, mil gracias. ¿Nos vemos pronto por el barrio?
—Sí, a ver si algún domingo de estos coincidimos y así también veo a
tus padres.
—Cuando quieras, primo, ya sabes que ellos están encantados de veros.
—Mándales un beso, y otro para Helena y los niños.
—En tu nombre. Arrivederci.
—Arrivederci.
Se despidió de su primo, que era bombero y los había rescatado a
Valeria y a él hacía doce días de un ascensor averiado y en plena
nochevieja, y se giró hacia la oficina para localizarla, porque desde aquella
noche tan rara, y tan increíble, apenas podía perderla de vista.
Se puso de pie sacándose la chaqueta y al fin la vio entrando en su
despacho, vestida con una faldita negra y una camisa blanca, el pelo
recogido con una coleta alta y concentrada en sus cosas, como siempre,
porque, aunque ella no lo supiera, llevaba espiándola desde que había
empezado a trabajar con él y le constaba que, de las ocho horas de la
jornada laboral, siete se las pasada inmersa en el trabajo. Algo que le
parecía muy sexy.
Hizo amago de ir a verla para darle un beso o al menos para rozarle la
piel, pero alguien lo interrumpió con los informes del día y no le quedó más
remedio que aparcar sus temas personales para más tarde y centrarse en lo
importante: el enorme volumen de trabajo que los invadía esos primeros
días del año.
Estaban a 12 de enero, había pasado la nochevieja y la Epifanía, la
noche en que la Befana (los Reyes Magos para sus cuñadas españolas) traía
los regalos, él había ido y regresado de un viaje de trabajo a Ámsterdam, y
seguía sin poder estar a solas con Valeria Tarenzi, a la que había besado por
primera vez la noche de año nuevo mientras estaban encerrados en un
ascensor, y a la que deseaba muchísimo, porque la pura verdad es que le
gustaba muchísimo.
Cuando la había conocido le había parecido una chica preciosa y muy
inteligente. Tenía esa mirada de las personas listas y despiertas, curiosas,
que brillaba de una forma especial y que a él cautivaba especialmente,
porque le encantaba la gente interesante y con algo que decir, más aún las
mujeres inteligentes y cultas. Para él no había nada más sexy que una chica
brillante, educada, trabajadora y profesional, eso lo seducía muchísimo más
que una cara bonita o un cuerpo de escándalo. De hecho, siempre había
huido de los pibones que al abrir la boca no sabían expresarse o no
mostraban el más mínimo interés por el mundo o por algo más allá de su
propio obligo, sin inquietudes o sin una vida interior atractiva e inquieta.
De adolescente, por supuesto que había estado con las chicas más
guapas del lugar y sucumbía como los demás a la belleza puramente física,
sin embargo, pronto había descubierto que eso no lo conducía a nada, que lo
aburría soberanamente, y había empezado a buscar algo más. Gracias a esa
decisión había estado toda su vida con mujeres deslumbrantes, en el sentido
más amplio de la palabra, como la propia Valeria Tarenzi, que era un
bellezón rubio de ojos azules que quitaba el hipo, pero que además lo tenía
fascinado por su forma de ser, de pensar y de comportarse.
Su amiga Gina Rinaldi, que ahora sabía que no era tan amiga suya, le
había estado hablado de Valeria Tarenzi mucho antes de la nochevieja en el
ascensor, y le había contado entre risas, a modo de confidencia, que Valeria,
que tenía fama de ser muy seria y correcta en el trabajo, bebía los vientos
por él, que lo llamaba bellissimo Fabrizio y que tenía una colección de fotos
suyas que había convertido en salvapantallas para todo su departamento.
Aquello en un principio le había parecido una chorrada infantil y no le
había hecho en menor caso, pero la curiosidad al final lo había empujado a
prestar más atención a la señorita Tarenzi.
A él ella le encantaba, claro, a quién no, y encima le había salvado la
vida una vez en el ya célebre caso Barberini Braschi, una fuga de capitales
que podría haberle costado su trabajo y su prestigio; con lo cual la tenía en
muy alta estima. Eso, sumado a un tiempo estupendo compartido con ella
en el tren de Roma a Milán, y su corto pero intenso periodo de trabajo
juntos, lo había hecho sentirse cada vez más atraído por ella y el 31 de
diciembre, cuando se habían quedado encerrados en el ascensor, ya tenía
decidido pedirle una cita. No sabía cuándo ni cómo, pero quería hacerlo, y
al final el destino se lo había puesto en bandeja.
Y esa noche al fin la había besado y había sido fantástico. Tal como él
había sospechado, la química había sido instantánea, muy natural, y se
habían besado muchísimo tiempo, y acariciado con bastante pasión, hasta
que su primo Samuele, alertado por su padre desde el Lago Como, había
aparecido en el edificio con su unidad de los Bomberos de Milán y los
había rescatado por el hueco del ascensor, porque nadie había podido mover
el aparato ni abrir sus dichosas puertas automáticas.
Un comienzo de año accidentado, pero genial, un instante de esos que se
recuerdan toda la vida y que esperaba alargar y aprovechar al máximo. No
pensaba en otra cosa desde entonces y solo soñaba con llevársela a la cama,
aunque aún no habían conseguido encontrar el momento adecuado para
estar solos y aquello empezaba a ser desesperante.
A su edad ya no estaba acostumbrado a alargar tanto los tiempos, al
contrario, a veces pecaba de directo y apresurado. Normalmente iba al
grano y solía funcionarle de maravilla; aunque había amigas que se
quejaban de lo franco y claro que era, la mayoría estaban en su misma
sintonía y no perdían el tiempo en cortejos o roneos absurdos; con lo cual,
eso de tener que besar a Valeria prácticamente a escondidas en algún rincón
de la oficina, con suerte en un ascensor vacío, o en el cuarto de baño, estaba
acabando con su paciencia y solo pensaba en secuestrarla y llevársela a su
casa, o a donde ella quisiera, le daba igual mientras acabaran desnudos y en
una cama.
—¿Todo en orden, jefe? —Preguntó Sofía, una de sus agentes, y él
asintió.
—Sí, todo ok, firmo y cerramos el día.
—Tú mandas, Fabrizio.
Firmó los informes de tráfico, se puso de pie y miró hacia el despacho
de Valeria Tarenzi. Ella seguía allí, así que se despidió de sus compañeros y
se fue directo a buscarla.
—Ciao, biondina —La saludó tocando la puerta y ella lo miró por encima
de las gafas.
—¿Biondina?, ¿me vas a llamar rubita en el trabajo?
—Es lo que eres.
—Muy gracioso. ¿Habéis cerrado Londres?
—Hemos cerrado todo, ¿por qué?
—Nada, cierro yo también.
—¿Qué planes tienes para hoy?, ¿te vienes a mi casa? He hecho la
compra y he pensado que podría preparar una cenita…
—Vale —respondió rápido, cortando de cuajo los interminables
argumentos que había elaborado para convencerla, y le sonrió—. Muchas
gracias, aunque antes tengo que pasar por la farmacia y luego por casa para
llevar a mi abuela sus medicinas.
—No hay problema, tú has tus recados y yo te espero en mi piso
cocinando ¿de acuerdo? Ahora te mando las señas.
—Me hace mucha ilusión, Fabrizio. Muchísimas gracias.
Susurró y él se quedó quieto, perdido en sus ojazos claros, luego se le
acercó y se apoyó en su mesa dando la espalda al resto de la oficina.
—Más ilusión me hace a mí, biondina. Me muero de ganas de…
—No deberías llamarme así, sigues siendo mi jefe.
—Un jefe bastante cachondo —Le guiñó un ojo y ella se echó a reír—. Dile
a la nonna de mi parte que esta noche no irás a dormir a casa ¿ok?
—Ok.
—Brava…
Masculló, controlándose para no saltar por encima de la mesa, cogerla,
echársela al hombro y llevársela a su casa como un vil cavernícola, que era
lo que de verdad le apetecía en ese momento, y le dio la espalda para pasar
por su despacho antes de pedir un taxi que lo llevara hasta el distrito
Stazione Centrale, que era donde vivía desde que había regresado de
Manhattan.
Recogió el abrigo y la mochila, se despidió de los compañeros de tarde
que estaban empezando su turno, le dijo adiós con la mano a Valeria,
señalándole el reloj para que no se retrasara demasiado, y se metió en el
ascensor llamando a su madre para pedirle la receta de la Burrida Ligure, su
sopa favorita, que era perfecta para una noche de invierno en Milán, sobre
todo si tenías invitados.
—Ciao, mamma.
—Ciao, tesoro ¿has hablado con Mattia?
—No, ¿por qué?, ¿pasa algo?
—No lo sé, estaba aquí tomando café tranquilamente, recibió una
llamada y salió volando camino de su despacho. Dijo que necesitaba enviar
unos papeles relacionados contigo a no sé dónde.
—¿Y qué hacía en San Siro?
—Tenía una reunión con el Inter de Milán en el estadio. ¿Estás bien?
—Perfectamente, ¿vosotros?
—Bien, ahora íbamos a cenar viendo la tele.
—Muy bien. Yo te llamo porque te quería pedir la receta de la Burrida
Ligure —Le dijo subiéndose a un taxi y ella suspiró.
—Te llevé un túper de medio litro la semana pasada, hijo, está en el
congelador. ¿Ni siquiera has mirado lo que te subimos tu padre y yo el
jueves pasado?
—He estado casi toda la semana en Ámsterdam, mamma, no me ha dado
tiempo. Lo siento mucho.
—Bueno, pues tienes tu Burrida Lingure, una lasaña de verdura, otra de
carne y seis milanesas.
—Eres la mejor, ¿lo sabes?
—Menos zalamerías y más comer bien, que te pasas la vida comiendo
en la calle, Fabrizio.
—Lo sé, pero hoy cenaré de cine. Te quiero.
—Yo también te quiero, mio piccolo tesoro. Hasta mañana, tu padre te
manda un beso.
—Un beso para los dos.
Llegó a su casa en diez minutos, subió corriendo al piso para sacar el
túper del congelador, preparar una ensalada y ver qué podía poner de postre,
y de paso se dedicó a llamar a Mattia sin ningún éxito, así que, cómo le
sobraba tiempo porque no iba a ser necesario ponerse a cocinar, se metió en
el cuarto de baño y se dio una ducha rápida pensando en Valeria, que en
realidad era lo único que le importaba esa noche.
—¿Qué pasa, capullín?, ¿Mattia?
Media hora después, mientras ponía la mesa, respondió a una llamada de
su hermano y él le habló con la voz entrecortada.
—Lo siento, estoy en un ascensor y no tengo buena cobertura. Me ha
llamado Gustav, el detective privado amigo de Étienne Clermont-Tonnerre,
al fin han localizado a Bianca Sanpaolo en el Reino Unido, concretamente
en una finca de Oxfordshire.
—Al fin ¿qué hacemos ahora?
—Acabo de hablar con el abogado de Étienne en Londres, “sir” Richard
Relish, le he mandado todos los papeles y ha aceptado hacerse cargo del
caso. Si es necesario, su equipo presentará la demanda en Londres, pero,
mientras tanto, le hará llegar a Bianca mañana mismo los requerimientos y
las notificaciones del juzgado de Roma. Nosotros haremos lo mismo desde
aquí y así meteremos presión por todos los frentes. Él cree que el
matrimonio Montague, al verse pillado y acorralado, se dejará de
gilipolleces y ella hará lo correcto. Con algo de suerte no será necesario ni
presentar la demanda allí.
—Ok… —Se pasó la mano por el pelo un poco descompuesto.
—De todas maneras, si siguiera escondiéndose y desoyendo los
requerimientos, podríamos esperar al nacimiento del bebé en marzo y
solicitar las pruebas de paternidad en Inglaterra. Relish me jura que ningún
juzgado inglés te las negaría.
—Menuda mierda todo esto, en serio, es de locos.
—Lo bueno es que la hemos cazado en plena campiña y se lo haremos
saber inmediatamente.
—¿Cuánto me costará todo esto?
—En principio nada. Étienne le ha dicho a Luca que tanto el detective
privado como el equipo de abogados trabajan para su familia a sueldo, que
están en plantilla y que no cobrarán una minuta independiente. Qué todo
está cubierto.
—No, vamos, eso ni en broma.
—Háblalo con Luca, a mi Étienne no me quiso ni escuchar. Me dijo que
Luca para él era más que un hermano y que por ende nosotros…
—De eso nada, mañana lo llamo y… —sintió el timbre del portal y miró
la hora—. Tengo que dejarte, capullín, mucha gracias por todo. Mañana
hablamos.
—¿Estás en casa y vas a recibir una visita?, qué interesante.
—Sí, mucho —pulsó el portero automático y abrió su puerta para
esperar a Valeria en el rellano— ¿Tú dónde estás?
—Entrando en mi casa. ¿Quién es tu invitada?
—Valeria.
—Mmm, pasas mucho tiempo con Valeria ¿no? Dice Samuele que es
una preciosidad rubia y de ojos azules. A ver cuándo me la presentas.
—Adiós.
—Ciao, capullo.
Le colgó y esperó con calma a que el ascensor llegara hasta su planta,
que era la última, aunque las noticias sobre Bianca y todo ese proceso que
ya duraba demasiado, le estaban empezando a arruinar la noche.
Respiró hondo para recuperar el tono y recordar que la chica que le
gustaba estaba subiendo para pasar la noche con él, levantó la cabeza y vio
aparecer a Valeria guapísima con un abrigo largo y una caja de pasteles en
la mano.
—Hola, ¿he tardado mucho?, es que había un tráfico horrible…
—No pasa nada, ven aquí.
Tiró de ella, la metió dentro del apartamento, cerró la puerta y la abrazó
muy fuerte. Hundió la cara en su pelo suelto y que olía a melocotón, buscó
su boca y la besó.
Inmediatamente se excitó y ella también. Le quitó los pasteles y la
mochila, los dejó encima de un sofá, y se lanzó a besarla como loco,
saboreando el calor y la dulzura de su saliva, de su boca, y fue
desnudándola sin mucho esfuerzo hasta conducirla directamente al
dormitorio, donde empezó a desnudarse también, sin dejar de mirarla a los
ojos.
—Te deseo muchísimo, Valeria, no sé ni como…
—Yo también —le dijo ella acariciándole el pelo—, para mí esto es
como un sueño.
Confesó con total inocencia y él sonrió, la sujetó por la nuca y volvió a
besarla. Le arrancó el sujetador con los dientes y le lamió los pechos y los
pezones erectos y sonrosados hasta hacerla gemir y temblar entera. Deslizó
las manos por su piel sedosa y caliente, se detuvo en su ombligo, en sus
caderas, en su vientre tenso y en sus muslos perfectos, y se los devoró a la
par que ella enredaba los dedos en su pelo y lo estrechaba con fuerza,
repitiendo su nombre, hasta que la tiró encima de la cama, palpó su
intimidad húmeda con los dedos, supo que al igual que él estaba al borde
del abismo… se le puso encima y la penetró mirándola a los ojos.
11
 
Conocer a Fabrizio Santoro había sido brutal, como en una comedia
romántica de Hollywood, y siempre recordaría ese día con una sonrisa.
Jamás podría olvidar la primera vez que lo había visto en el Aeropuerto
Kennedy de Nueva York, con su pinta espectacular, sus gafitas de pasta, su
chaqueta de tweed de primera calidad, sus botas de cuero marrón y su pelo
oscuro y ondulado peinado hacia atrás. Era guapísimo, un espectáculo de
hombre, de hecho, en ese momento pensó que nunca había visto a un tío tan
guapo, tan alto y con tanto estilo en una situación tan cotidiana como coger
un vuelo, y ya no pudo apartar los ojos de él.
Destilaba estilazo italiano por los cuatro costados. Era elegante y
varonil, morenazo y bien plantado, y cuando lo había oído hablar por
teléfono y había percibido su acento milanés fuerte y educado, había
sonreído, porque ella había estudiado en Milán y desde entonces la volvían
loca los hijos de la Lombardía. En resumen: en ese mismo instante había
decidido que ese bellezón no se le iba a escapar vivo y que iba a conocerlo,
y lo había mirado y mirado hasta que él la había descubierto a dos metros
de distancia y le había sonreído colgando el teléfono.
—Hola, ¿nos conocemos? —Había susurrado en inglés, acercándose
directamente a ella y ella se había encogido de hombros antes de responder
en italiano.
—Creo que no.
—¿Italiana?, ¿de dónde?
—Roma.
—Yo soy de Milán, me llamo Fabrizio ¿Qué hacías en Nueva York?
—Trabajar.
—¿Trabajas en Manhattan?, yo también.
—No, bueno, solo estaba de paso, trabajo en Roma.
—Me encanta Roma.
—Ya tenemos algo en común.
—Seguro que tenemos más cosas en común ¿Cómo te llamas?
—Bianca, Bianca Sanpaolo.
—Encantado de conocerte, Bianca Sanpaolo.
Esa charla amistosa en la sala de embarque del JFK se había prolongado
sin ninguna dificultad hasta subir al avión y hasta llegar a sus respectivas
plazas en Business Class y entonces él, con todo el desparpajo del mundo,
le había pedido a su compañera de viaje que le cambiara el asiento. De ese
modo, habían acabado juntos y charlando como si se conocieran de toda la
vida, superando las ocho horas y media de vuelo en un periquete, tonteando
todo el tiempo, incluso tocándose las manos y mirándose a los ojos, hasta
que al aterrizar en el Aeropuerto Leonardo Da Vinci la había sujetado por la
cintura y le había hablado con esa seguridad tan suya.
—Bueno, Bianca, ¿qué hago ahora? —Había preguntado acercándose a
su oído, envolviéndola con su aliento caliente y delicioso.
—¿A qué te refieres?
—¿Cojo mi conexión a Milán o me invitas a conocer tu casa?
—¿Tienes algo que hacer en Roma?
—Solo hacerte el amor hasta las nueve de la noche, luego puedo coger el
último vuelo a Milán.
—No tengo tanto tiempo, quiero llegar pronto a casa para cenar con mi
hijo.
—También podemos ir al hotel del aeropuerto.
Y en ese mismísimo instante había perdido completamente la voluntad,
los papeles y todo el sentido común del que había hecho gala siempre, se
había entregado completamente al impulso y la pasión, y se había ido como
hipnotizada con él a ese hotel frío y desangelado junto a la carretera para
hacer el amor como desesperados, sin hablar ni detenerse en romanticismos,
segura de que no lo volvería a ver en la vida, aunque, aún no lo sabía,
aquello no había hecho más que empezar.
—¿Mamá?
Dio un salto al escuchar la vocecita de Toby en la espalda y recordó que
estaba en la casa de su suegra en Didcot, al este de Oxfordshire, en la
cocina cargando el lavavajillas, muy lejos de Fabrizio Santoro. Se giró
hacia el pequeño y le sonrió.
—Dime, cielo.
—Voy a ver “Encanto”.
—Ah, perfecto, me gusta mucho “Encanto”. Venga, vamos a ponerla.
—¿Puedo verla en tu cama?
—Claro, pero ya sabes que yo me voy a quedar en el salón hablando con
la tía Cat.
—Lo sé.
—Genial, vamos.
Se lo llevó de la mano al dormitorio y lo acostó en su cama antes de
encender la tele. Era sábado por la noche y tocaba película, aunque ese
sábado ella iba a pasar de Disney para poder charlar tranquilamente con
Catherine, su cuñada, que también era su abogada.
Besó a Toby en la cabeza, le pasó el teléfono para que llamara a su
padre a Londres y le diera las buenas noches, ella también habló con
Tobías, omitiendo el hecho de que su hermana iba camino de Didcot para
revisar en persona todo el papeleo jurídico que le había empezado a llegar
de forma masiva desde Italia, y luego regresó a la cocina maldiciendo por lo
bajo al jodido Fabrizio Santoro.
Casi un año habían estado “juntos” y durante esos doce meses había
vivido un auténtico carrusel de emociones, de idas y venidas, sin ningún
compromiso, sin ninguna atadura, y la mayor parte del tiempo había sido
estupendo, porque él era un dios del sexo y la volvía completamente loca,
pero otras muchas veces se había sentido fatal, porque mientras cruzaban
océanos o carreteras para estar juntos en la cama solo unas horas, ella nunca
había dejado de hablar y de verse con su exmarido, el amor de su vida, al
que había intentado olvidar con Fabrizio sin ningún éxito.
Desde muy jovencita había tenido éxito con los chicos. Mil novios,
novietes y aventuras varias que la habían empoderado y la habían
convertido en una mujer independiente y decidida, autónoma, inalcanzable,
hasta que había conocido a Tobías Montague en Londres, en una fiesta
organizada por la Embajada de Italia, y se había enamorado perdidamente
de él.
Tobías, un hombre atractivo, interesante, diez años mayor que ella, sexy
a rabiar y dispuesto a poner el mundo a sus pies, le había vuelto la vida del
revés en un segundo. Incluso, a pesar de ser político y parlamentario, había
aceptado dejar su trabajo en Londres para instalarse con ella en Roma si se
casaba con él, y eso habían hecho, se habían casado solo seis meses después
de conocerse y habían sido muy felices. Habían tenido a Toby y habían
seguido intentando tener más hijos sin ningún éxito, pero habían seguido
siendo muy felices (demasiado felices opinaba su suegra) hasta que a él su
partido político lo había reclamado para un importante puesto en el
gobierno británico y entonces habían empezado los problemas.
Ella lo había intentado todo, pero no había podido adaptarse a eso de
ejercer de esposa de, de tener que aparcar su carrera, su país, su familia y su
forma de vida para instalarse en Inglaterra a no hacer nada salvo cuidar de
su casa, y donde además tenía una relación pésima con la familia de él y
con su exclusivo círculo de amistades, que eran una pandilla de esnobs
inútiles e insoportables.
Dios era testigo de que había hecho todo lo posible por adaptarse, lo
había hecho con ahínco por el amor que le profesaba a su marido, pero al
final había fracasado.
Nada más mudarse a su casa de South Kensington habían empezado las
tensiones, las malas caras y las discusiones, y a las pocas semanas habían
empezado a comportarse como una pareja distante e infeliz, tanto, que él
había optado por encerrarse en el trabajo y había empezado a tontear con
otras mujeres más jóvenes, mientras la mandaba a ella a Italia para que se
“distrajera” y lo dejara en paz. Una práctica recurrente que al final había
hecho estallar su matrimonio por los aires.
 Con el dolor de su corazón se habían separado y ella había regresado a
Roma con su hijo. Ocho meses después, había conocido a Fabrizio Santoro
en el Aeropuerto Kennedy de Nueva York.
Lógicamente, aún no estaba preparada para una aventura sin
fundamento cuando lo había conocido, pero, aún sabiéndolo, no había sido
capaz de alejarse de él, no había podido porque era un encanto y estaba
buenísimo, y se había dejado llevar demasiado tiempo mientras, por otra
parte, se dejaba reconquistar por Tobías.
Por supuesto, a Fabrizio nunca le había comentado que había “vuelto”
con su ex, que habían parado los trámites del divorcio y que salían como
novios a cenar, a la ópera o de escapada romántica, que habían empezado a
acostarse de forma habitual. Nunca había creído necesario hablarle de su
vida más privada, sin embargo, Tobías sí se había enterado de su aventura,
la aprobaba y disfrutaba con ella porque, según él, saberlo le provocaba
muchísimo morbo.
Con el beneplácito de su marido, por lo tanto, había jugado a dos bandas
mucho tiempo y no se sentía muy orgullosa de ello. Los últimos seis meses
de relación con Fabrizio se había comportado así, sin cabeza, hasta que su
hijo de seis años le había preguntado una noche si tenía novio, después de
oírla charlar por teléfono con él, y se le había caído el alma a los pies. En
ese mismo instante se le había iluminado el entendimiento, había
recuperado el sentido común y se había empezado a preguntar qué quería
hacer realmente con su vida. La respuesta había sido sencilla: volver con su
marido, reconstruir su vida y centrarse en su familia.
Por suerte, Tobías se encontraba en su misma sintonía en ese momento y
tras hablarlo seriamente habían decidido darse una segunda oportunidad de
verdad, iniciar una terapia de pareja y empezar de cero. Decisión que la
había llevado a quedar con Fabrizio Santoro para romper de forma tajante
con él tras contarle la verdad, es decir, después de decirle que llevaba
mucho tiempo viéndose regularmente con su ex, porque quería recuperar su
matrimonio.
Una ruptura sencilla y sin dramas, porque él ni se había inmutado, ni
había opuesto la más mínima resistencia, al fin y al cabo, no tenían ningún
compromiso, y que a ella no le habría dolido nada, ni le habría preocupado
lo más mínimo salvo por el hecho de que dos meses después de su último
encuentro en Nueva York, el de la despedida, había descubierto que estaba
embarazada y no podía jurar que el hijo no fuera suyo. Un desastre total.
—Ciao, cognata!
La saludó Cat en italiano, apareciendo en la cocina sin previo aviso, y
Bianca dio un respingo y se giró para mirarla a los ojos.
—Madre mía, qué susto.
—He entrado con mis llaves. ¿Toby ya está en la cama?
—Sí, viendo una película.
—Vale, luego lo voy a saludar. ¿Tienes algo de comer?, me muero de
hambre, también necesito una gran copa de vino.
—Claro —fue hacia la alacena para sacar una botella de vino tinto y la miró
de reojo—. En esa carpeta azul tienes los papeles.
—¿No viene mi hermano?
—No, tenía una reunión con el nuevo gabinete. La cosa está muy movida en
Downing Street.
—Todo apunta a que le darán un ministerio, por eso tenemos que
solucionar esta mierda ya ¿lo entiendes? —Le clavó los ojos muy seria,
agitando los requerimientos del juzgado italiano y las cartas de los
abogados de Fabrizio, y luego los tiró encima de la mesa—. No me puedo
creer que aún no hayas podido controlar a este capullo tocapelotas.
—Le advertí a Tobías que no iba a tirar la toalla porque yo me marchara
de Italia, pero él ni caso, insiste en que Fabrizio Santoro es demasiado
guapo e italiano como para tomárselo en serio.
—Eso suena un pelín racista.
—Ya sabes cómo es.
—El problema ahora es que él tío este se ha buscado un bufete inglés de
primera —puso un dedo encima de los papeles—, nada menos que el de sir
Richard Relish, y estos sí que me dan miedo porque no van a parar hasta
que les entregues las puñeteras muestras de ADN.
—Díselo a tu hermano, a mí me ha dicho que si las entrego me pide el
divorcio.
—Yo tengo otra propuesta.
—¿Cuál?
—Llama a Santoro y camélatelo, lo tuviste comiendo de la palma de la
mano durante un año, seguro que un par de palabras bonitas, unas lágrimas
de cocodrilo y consigues volverlo loco de amor otra vez.
—¡¿Qué?!
—Si no ha podido ser por las malas, que sea por las buenas.
—Estoy de siete meses… ¿crees que tengo ganas o capacidad para
camelarme a Fabrizio Santoro?
—No te estoy pidiendo que te acuestes con él ahora, te pido que lo
llames, renueves el vínculo, lo involucres en tu vida, lo seduzcas y lo
convenzas de que te deje en paz ya con tantos tribunales porque te está
haciendo mucho daño. A todos los hombres les gusta salvar damiselas en
apuros, me juego mi coche a que, si lo sabes llevar bien, al final se olvidará
de todo esto para que tú no sufras.
—No creo que funcione.
—Deberías intentarlo o nos enfrentaremos a una cascada de diligencias y
demandas que no solo pueden acabar con tu matrimonio o con la carrera
política de Tobías, sino también con tu economía, porque todos estos
procesos son carísimos y dudo mucho que mi hermano los quiera pagar.
—Los tendrá que pagar, porque por su genial idea de pedir primero la
Renuncia Parental y falsificar después una prueba de ADN estamos aquí.
—No falsificó nada, Bianca, solo…
—Solo se la hizo con el ADN de Toby… si eso no es falsificar una
prueba de paternidad, entonces es que no entiendo nada.
—En todo caso, no deberías culparlo a él, porque si estamos aquí es
porque TÚ cometiste el inconmensurable error de llamar a un examante
para decirle que creías estar embarazada de él.
—Fue por una prioridad médica.
—Si hubieses querido, podrías haberte inventado cualquier excusa para
conseguir su grupo sanguíneo y su RH, incluso podrías haber recurrido a su
entorno más cercano o a su secretaria para averiguarlo. Había mil opciones,
Bianca, lo que pasa es que no quisiste contemplarlas.
—Tal vez porque jamás se me pasó por la cabeza que se interesaría por
un embarazo no deseado. Nunca creí que alguien como él iba a reaccionar
así. Está claro que no lo conocía tan bien como pensaba.
—Moraleja: Unos polvos salvajes no sirven para conocer a las personas.
—Está bien, ¿podemos dejar de discutir sobre esto? Ya bastante lo he
discutido con tu hermano.
—Tú sabes que es suyo ¿no?, ¿sabes que es de Fabrizio Santoro? —Se
le acercó para escrutarla con los ojos entornados—. Dicen que las mujeres
siempre lo saben. Vamos, confiesa, no se lo diré a nadie.
—No tengo ni idea.
Se pasó la mano por el pelo un poco desesperada, porque Catherine no
estaba ayudando nada, más bien todo lo contrario, y se apoyó en la
encimera acariciándose la tripa y pensando en el carácter siempre
caballeroso de Fabrizio Santoro, levantó la cabeza y asintió.
—Ok, lo llamaré, trataré de acercar posiciones y ponerlo de mi parte, pero
advierte a sus abogados que hasta que no nazca mi hijo no pienso hacer la
jodida prueba de paternidad.
—¿O sea que la harás después?
—Por supuesto que no, solo lo digo para ganar tiempo.
12
 
Se despertó sobresaltada y miró la mesilla de noche donde el teléfono de
Fabrizio no paraba de encenderse y apagarse anunciado llamadas y
mensajes. Se incorporó un poco y leyó en la pantalla el nombre de la
persona que últimamente no dejaba de llamarlo: Bianca Sanpaolo.
Por supuesto, era ella otra vez.
Desde hacía casi un mes, desde el día en que había reaparecido en su
vida para contarle que estaba bien, que su embarazo marchaba muy bien,
pero que necesitaba tranquilad y paz hasta el momento del parto, es decir,
para pedirle subrepticiamente que la dejara respirar y detuviera los
requerimientos para que acudiera al Anatómico Forense de Roma a entregar
las muestras de ADN, lo llamaba a diario. Todos los días y a veces hasta
dos veces al día.
Desde su punto de vista (y desde el de todos sus hermanos) aquello era
un poco raro, sospechoso después de meses ninguneándolo
sistemáticamente, pero él no lo veía así, no quería pecar de desconfiado y
simplemente se limitaba a responder el teléfono y a charlar con ella, repetía
un poco ofendido por las dudas de los demás.
—La prefiero más como amiga que como enemiga —Les había
explicado una noche cenando con Mattia y Clara en un japonés del centro
—. No es mala chica, está pasando un momento delicado y necesita hablar,
nada más.
—Hasta ahora te ha puteado lo suficiente como para no creérmela —Había
sentenciado Mattia moviendo la cabeza—. No me fio de ella, tú harás lo
que quieras, pero yo no voy a aflojar la presión ni voy a tirar la toalla. No
voy a archivar el tema hasta que consigamos una prueba de paternidad
oficial y creíble.
Ese comentario, que desde fuera parecía muy sensato, había
desencadenado una tensa discusión entre los hermanos. Algo insólito,
porque nunca discutían, le había confesado el propio Fabrizio después, y
Valeria había entendido que ni siquiera a su gemelo le iba a permitir
inmiscuirse en la relación personal que él pretendía mantener con la posible
madre de su hijo, por lo tanto, había decidido respetar su postura y
mantenerse al margen. Ya no preguntaba ni opinaba, y se limitaba a
escuchar sus charlas en silencio cuando le tocaba estar delante, oyendo
como él le prometía a Bianca que siempre iba a estar de su parte.
Estiró la mano para acariciarle la espalda morena y caliente y él suspiró,
se movió un poco y se puso bocarriba apartando el edredón.
Llevaban cuatro semanas durmiendo juntos. Después de besarse en
nochevieja y de superar unos días de incertidumbre y de no saber por dónde
iba a seguir lo suyo, al fin habían podido quedar a solas en casa de Fabrizio
y todo había estallado sin poder controlarlo. Había bastado una chispa, una
caricia y un beso para encender un castillo de fuegos artificiales, o así le
había parecido a ella, porque sentirse deseada por él y poder tocarlo, besarlo
y disfrutar juntos del mejor sexo que había tenido nunca, había sido
increíble. Había sido un sueño cumplido y un mes después seguía sin poder
creérselo.
Miró la hora y se levantó sonriendo, como siempre, porque cada vez que
era consciente de que se estaba acostando con el mismísimo Fabrizio
Santoro, y que estaba conociéndolo y disfrutando de su intimidad como no
había imaginado ni en sus mejores fantasías, se sentía feliz y le daba por
reírse o por saltar y celebrarlo, porque aquello era un prodigio que esperaba
disfrutar al máximo durara lo que durara.
Se detuvo en la puerta del cuarto de baño y se giró para admirarlo en
todo su esplendor, desnudo y relajado sobre las sábanas blancas de su
moderna y funcional cama. Tenía el pelo revuelto sobre los ojos y su pecho
moreno y sexy, cubierto por un vello oscuro, se movía acompasadamente,
dejando claro que estaba relajado y a gusto, satisfecho, igual que se sentía
ella después de haber hecho el amor casi toda la noche.
Se restregó la cara con las dos manos para centrarse un poquito, entró en
el lavabo y se metió debajo de la ducha con el agua muy caliente. Se lavó el
pelo con su champú, usó su gel de baño, se secó con una de sus toallas y
finalmente se puso su desodorante, porque le encantaba oler como él, y
luego se vistió de prisa con la intención de correr a casa para ir a buscar a su
abuela.
—Fabrizio me voy, te veo en la oficina —Le susurró al oído, le dio un
beso e hizo amago de irse, pero él la detuvo sujetándola por la muñeca.
—No te vayas, es muy temprano.
—Tengo que llevar a mi abuela al médico, hoy le dan los resultados de
los análisis.
—Es cierto, vale, te veo luego. Coge un taxi.
—Arrivederci, bellissimo Fabrizio.
Le guiñó un ojo y él sonrió y le tiró uno de los cojines que tenía más
cerca, aunque no la alcanzó y ella le dijo adiós con la mano antes de salir
corriendo.
Lo de “bellissimo Fabrizio” se lo había contado Gina Rinaldi para
dejarla fatal y en ridículo delante de él, pero gracias a Dios, él no se lo
había tomado mal, no le había dado importancia, y desde que estaban juntos
ella lo llamaba así a la cara para tomarle el pelo. Era un juego privado que
solo entendían ellos y que los hacía reírse a carcajadas, aunque, para ser
sinceros, cuando se había enterado de lo que esa mala pécora le había dicho
sobre ella, y cómo se lo había dicho, con tanta mala intención, no le había
parecido nada divertido, al contrario, y a punto había estado de ir a buscarla
para cogerla por los pelos y arrastrarla por el suelo, metafóricamente
hablando, se entiende.
Agnese la había convencido para dejarlo correr, porque según ella no
había mayor desprecio que el no hacer aprecio. Fabrizio también le había
quitado hierro al asunto y le había pedido por favor que lo olvidara, pero a
ella no se le olvidaba la deslealtad y la mala uva de esa chica, y sabía que
tarde o temprano le cantaría las cuarenta, porque no era normal que una
mujer intentara ridiculizar y perjudicar a otra simplemente por tratar de
ganar puntos delante de un hombre. Aquello era mezquino e imperdonable
y merecía que alguien se lo dijera.
—¡Roberto!
Respondió el teléfono a su mejor amigo (su exnovio de seis años)
saliendo de la consulta del médico de su abuela, y él la saludó con la voz un
poco rara, así que detuvo el paso para prestarle atención.
—¿Estás bien?
—Así, así… ¿puedes hablar o ya estás trabajando?
—No, espera, dejo a mi abuela en la cafetería con sus amigas y
hablamos con calma. Me voy andando a la oficina.
—Claro, mándale un beso a tu abuela.
—Nonna, Roberto te manda un beso. Hola, señoras, os dejo a mi abuela,
pero después me la acompañáis a casa, ¿de acuerdo? —saludó a su grupito
habitual de vecinas y todas le dijeron que no se preocupara—. Le ha ido
estupendamente en el médico, así que a celebrarlo. Arrivederci, nonna.
—Arrivederci, tesoro. Salúdame a Robertino.
—En tu nombre, adiós. Ya está, ya puedo hablar —Le dijo a su amigo
saliendo de la cafetería y poniendo rumbo a su trabajo— ¿Qué te pasa?
—¿Cómo estás tú, desaparecida?. Mau dice que estás saliendo con
alguien, ¿va en serio?
—Las noticias vuelan. Sí, estoy saliendo con alguien del trabajo, pero
no es nada serio.
—¿Ah no?, ¿por qué no?
—A ti siempre te ha encantado Scarlett Johansson ¿no?
—Sí.
—Vale, pues es como si te hubiese tocado la lotería y pudieses salir con
ella, sabes que no vas a llegar a ningún sitio, pero de momento lo estás
disfrutando a tope porque es prácticamente un milagro.
—¡¿Estás saliendo con el bellissimo Fabrizio?!
—Qué bien me conoces, Rober.
—Vaya, Mau no especificó tanto. Me alegro mucho por ti, aunque no puedo
evitar preocuparme un poco.
—¿Por qué?
—Porque te quiero y solo quiero lo mejor para ti.
—No te preocupes, no durará demasiado.
—No digas eso, Valeria, por favor, eres una chica extraordinaria y
preciosa, cualquier tío mataría por pasar el resto de su vida a tu lado.
—Ohhhh qué lindo eres, por eso te quiero tanto.
—Hablo en serio.
—Muchas gracias. Ahora, dime ¿qué te está pasando a ti?
—Estoy pensando en suspender la boda.
—¡¿Qué?!, ¿por qué?
—Todos son tensiones y creo que Lila ha tenido una aventura o algo
parecido en su último viaje de trabajo.
—No, eso es imposible.
—No conoces a Lila.
—La conozco lo suficiente y no creo que…
Llegó a la puerta de la sede de la Plataforma de Inversión Milano S.A. y
se encontró de bruces con esa ejecutiva americana de la filial
estadounidense, Andrea Brown. Esa mujer tan guapa y bien vestida que era
muy amiga de Fabrizio Santoro, e hizo amago de saludarla, pero ella estaba
al teléfono y le dio la espalda subiéndose al ascensor. Valeria la siguió
aceptando que ni siquiera la había reconocido, y continuó oyendo las
explicaciones de Roberto sobre su prometida.
—No quería que vinieras a la boda y no vienes, no quería ver a ninguna
de mis ex del hospital y no vienen, no quería que mi hermana trajera a su
novia inglesa porque le cae fatal y no la trae… y así suma y sigue hasta
llevarme al bode de la exasperación. Todo son demandas y quejas, a veces
creo que no se quiere casar, se lo he dicho y me ha contestado que iba a
pensárselo.
—¿En serio?
—Creo que lo más digno es pararlo todo.
—¿Por qué crees que puede haberte sido infiel?
—Porque se encontró en París con un ex que la dejó tirada antes de
conocerme a mí, se fue a cenar con él y desconectó el teléfono hasta la
mañana siguiente. Ni siquiera se ha molestado en negarlo, solo me ha dicho
que estaba estresada y que no pensaba discutir conmigo lo que hacía o
dejaba de hacer en su tiempo libre.
—Madre mía…
Llegó a su planta viendo como la chica americana caminaba hacia el
despacho de Fabrizio, entraba y se sentaba en su silla sin mirar a nadie, ni
siquiera a Rosetta, y giró hacia el suyo un poco incómoda, y no
precisamente por culpa del drama que le estaba contando Roberto.
—Me gustaría hablarlo personalmente contigo, Valeria. Necesito una
pausa. ¿Podemos vernos en Milán?, he acabado un turno de doce horas,
paso por casa a dormir un poco y puedo estar allí para cenar juntos.
—Por supuesto, vente y charlamos tranquilamente.
—Genial, te recojo en la oficina, ¿a qué hora sales?
—Salgo a las seis, pero mejor vete directamente a casa y cenamos ahí, a
mi abuela le encantará verte.
—Y a mí a ella. Te veo esta noche, cielo.
—Arrivederci.
Le colgó, se sentó en su mesa y vio entrar a Fabrizio con el teléfono
pegado a una oreja y una carpeta en la mano. La saludó con una venia desde
lejos, ella le sonrió y lo siguió con los ojos hasta que lo vio entrar en su
despacho abriendo los brazos para saludar a su amiga Andrea. Ella se le
aferró al pecho como una lapa mucho tiempo y no lo soltó hasta que él
terminó la llamada, abandonó el teléfono en el escritorio y la pudo achuchar
con el mismo entusiasmo.
Por un segundo, un fuego desconocido y perturbador le atravesó el
cuerpo de arriba abajo paralizándola, y sintió algo que no había sentido en
sus treinta y dos años de vida: una puñalada feroz y egoísta que no
identificó de inmediato, pero que con el paso de las horas fue identificando
con claridad: estaba celosa y eso sí que no.
No, porque ella no era así, nunca había sido celosa y no pensaba
empezar a serlo a esas alturas de su vida, ni siquiera por un señor estupendo
como Fabrizio Santoro.
—¿Valeria?
—¡Hola!
Levantó la cabeza al oír la voz de Clara, la prometida de Mattia, que
además estaba embarazada de seis meses, y se puso de pie de un salto para
saludarla. Se habían visto varias veces durante el mes que llevaba saliendo
con Fabrizio y le caía genial, porque era una chica española encantadora y
muy simpática, muy inteligente, y bordeó la mesa para darle un par de
besos.
—¿Y esta sorpresa?, ¿qué haces aquí?
—Vengo para abrir la cuenta de accionista, ya he recibido el dinero del
que os hablé y quiero invertirlo antes de que me lo gaste en tonterías.
Fabrizio me ha dicho que me pasara hoy por para arreglarlo.
—Muy bien, está en su despacho.
—Pero ¿tiene visita? —Miró hacia la oficina acristalada de su cuñado,
donde él llevaba media mañana encerrado con Andrea Brown, y Valeria
asintió.
—Tiene visita, pero le aviso que estás aquí —cogió el teléfono interno
para llamarlo y Clara se sentó en un sofá—. Hola, Fabrizio, Clara está aquí.
—Sí, hay que abrir una cuenta de cliente preferente para ella. ¿Puedes
empezar tú con el trámite, por favor? —Le dijo en un tono un poco frío—,
en seguida voy a tu despacho.
—Por supuesto —Le colgó y miró a Clara—. Primero hay que abrir una
cuenta de inversión, empiezo yo con el protocolo hasta que venga Fabrizio,
¿te parece? ¿Quieres tomar algo?
—Me parece perfecto y no quiero nada. Mil gracias.
—¿Qué tal va lo de la boda?, te queda menos de un mes.
—Sí, el tiempo pasa volando y gracias a Dios mi madre ya lo tiene todo
bajo control.
—Me alegro mucho. ¿Me das los datos bancarios y tu documentación?
—No tenía ni idea de que mi abuela me había dejado tanto dinero —Le
pasó los documentos—, si lo hubiese sabido antes me habría ahorrado
muchas preocupaciones.
—¿Nunca te lo había comentado?
—Nunca, porque especificó que me lo dieran solo cuando me casara. Es
ridículo y hasta machista, pero es lo que hay y a caballo regalado… ya
sabes…
—Ya te digo.
—Celia me ha contado que vas a ir a conocer la casa de Brienno este fin
de semana.
—Sí, han sido muy amables en invitarme, creo que desde mi época
universitaria no subo al Lago Como.
—Te encantará, y me alegro mucho de que Fabrizio y tú…
—¡Eh cuñada!, qué alegría verte por aquí.
Fabrizio irrumpió en su oficina con su sonrisa de siempre y se acercó a
Clara seguido por su amiga Andrea, que lo llevaba sujeto por la presilla del
pantalón. Un gesto tan íntimo que Valeria tuvo que clavar los ojos en su
mesa para no marearse.
—Ya ves, estoy lista para empezar a invertir.
—Me parece muy bien ¿Te acuerdas de Andrea?, mi amiga de
Manhattan.
—Por supuesto. Hola, Andrea.
—¡Hola!, qué guapa estás embarazada, te sienta de maravilla.
—Muchas gracias, a ti también te veo muy bien.
—Siempre que vengo a Milán estoy fenomenal, y muchas gracias por
invitarme a vuestra boda. Me encantará ser la pareja de Fabrizio el 4 de
marzo en Madrid, es una fecha preciosa y el hotel me chifla, ahora mismo
hemos estado mirando imágenes de las habitaciones, del spa y de la
ubicación en su página web y hemos flipado, es muy romántico, lo
pasaremos genial.  
Valeria subió los ojos y se encontró con los oscuros e incrédulos de
Clara Ariza, que parecía no entender nada, igual que ella, que tampoco
sabía que Fabrizio tenía planeado ir a la boda de su hermano en España con
su “amiga de Manhattan”. Y no es que esperara que la invitara a ella, ni
mucho menos, ni se le había pasado por la imaginación, pero enterarse así,
de repente, la hizo aterrizar de golpe, sintiendo cómo la cruda realidad le
daba de lleno en la cara.
—Bueno, la cuenta ya está abierta.
Dijo levantándose muy tranquila y cerrando su ordenador. Los tres la
miraron y por primera vez Andrea Brown se dio cuenta de que estaba allí y
le sonrió muy amable.
—¿Valeria, no?, perdona, no te había visto.
—No te preocupes. Si me disculpáis, debería irme, me esperan en el
departamento jurídico. Aquí están los códigos de cliente —Le pasó el papel
impreso a Fabrizio y él lo sujetó dándole las gracias—. Me ha encantado
verte, Clara, manda recuerdos a Mattia. Adiós.
Se fue, dejándolos solos en su propio despacho, y caminó hacia los
ascensores sintiéndose idiota, y dolida, más bien avergonzada, porque
enterarse de los planes de Fabrizio delante de Clara, que sabía que llevaba
un mes saliendo con él o al menos acostándose con él, o al menos yendo a
cenar con él y con sus hermanos, había sido bochornoso.
Entró en el cuarto de baño, se encerró en uno de los cubículos y se sentó
para respirar hondo y llamar a Mau o a Agnese, porque de repente se sintió,
además de tonta, muy sola, pero se dio cuenta de que en medio del mal rato
se había olvidado el teléfono móvil en su escritorio y no le quedó más
remedio que tranquilizarse sin contar con ninguno de los dos.
Se puso de pie e hizo estiramientos convenciéndose de que no pasaba
nada, que no iba a consentir que semejante idiotez le amargara el día y que
debía dar gracias al cielo por abrir los ojos tan pronto, porque tarde o
temprano iba a pasar algo así y era mejor antes que después.
Esa misma mañana le había asegurado a Roberto que lo suyo con el
bellissimo Fabrizio no duraría demasiado, se lo había dicho con convicción,
porque lo creía de verdad y de corazón, así que no había de qué
preocuparse. Dolía un poco porque ella no era de piedra, pero era lo que
llevaba esperando desde el primer beso (cualquier imprevisto que le
recordara quién era Fabrizio), así que menos angustia y más sentido común,
se dijo al cabo de unos minutos.
Abandonó el servicio, se lavó la cara, se recogió el pelo y salió del
cuarto de baño de señoras mucho más tranquila, dio dos pasos por el
rellano, levantó la cabeza y se encontró de frente con Fabrizio Santoro.
—Tu teléfono… —masculló, entregándole el móvil—. Te lo iba a llevar
al departamento jurídico.
—Muchas gracias.
—Clara se ha marchado un poco disgustada, dice que pensaba que tú
irías a la boda conmigo —Soltó, no dejándola avanzar, y ella se apartó y se
encogió de hombros.
—No sé por qué, apenas te conozco.
—No digas eso.
—¿Qué quieres que te diga?
—Andrea es mi amiga desde hace años, desde que llegué a Nueva York,
aprecia mucho a Mattia y…
—A mí no tienes que darme explicaciones. Jamás imaginé ni contemplé
la idea de ir contigo a la boda de tu hermano, así que tranquilo. Tengo que
hacer una llamada —Le señaló el móvil e hizo amago de moverse, pero él
se lo impidió.
—Por malentendidos como este la he cagado otras veces con otras
personas, Valeria. No quiero hacerlo contigo, tú eres mi amiga, me importas
mucho y no me gustaría que…
—No voy a dejar de ser tu amiga por esto, Fabrizio.
—¿En serio? —sonrió con alivio, estiró la mano para tocarla, pero ella
lo esquivó y echó a andar—. Sabía que Clara estaba exagerando, porque yo
sabía que tú no le darías importancia, que lo entenderías y que nada de esto
supondría un problema para nosotros porque…
—Para evitar esos malentendidos de los que hablas…
Lo interrumpió, se detuvo con la serenidad que daba tener la mente
despejada y estar segura de lo que quería y debía hacer, se giró hacia él y se
le acercó para mirarlo a los ojos.
—Somos amigos y lo seguiremos siendo toda la vida. No es un secreto
que tú también me importas, Fabrizio, porque además te debo muchas
cosas, como darme trabajo, confiar en mí y valorar muchísimo mi
aportación a tu departamento, pero eso no significa que quiera seguir
viéndote fuera de la oficina. A partir de hoy cualquier relación personal se
acaba, porque yo soy abierta y muy libre en muchos aspectos de mi vida,
pero no tanto en lo referente a la pareja, o en este caso, en lo referente a la
persona con la que me acuesto.
—¿Disculpa? —Se acarició el mentón y luego se puso las manos en las
caderas.
—Por descontado, estás en todo tu derecho de ir a la boda de tu hermano
con quién quieras, faltaría más, como yo estoy en todo mi derecho a no
comulgar con eso de que te acuestes con otras personas. Por ahí sí que no
paso, no tengo por qué hacerlo —Miró hacia las escaleras—. Voy a bajar un
momento a la cafetería, vuelvo en seguida. Tenemos la reunión con los
Margheritti a las cuatro.
—Nunca hemos hablado de cerrar la pareja.
—¿Cerrar la pareja?, qué anglosajón suena eso, no es nada italiano —Se
rio y él se puso serio—. Nunca hablo con la gente de cerrar o abrir parejas o
relaciones, lo doy por hecho. Si me acuesto contigo es solo contigo y espero
reciprocidad, si no, pues nada, a otra cosa y tan amigos. ¿Puedo irme?
—No te entiendo, Valeria.
—Es muy fácil: acuéstate con quién quieras, pero yo me retiro. No
tenemos ningún compromiso, ni nada parecido, pero yo no puedo con eso.
¿O esperas que esta noche, después de que disfrutes de todo el día a tope
con tu novia americana, vaya a dormir a tu casa? Igual me incluís en
vuestros planes, hacemos un trío y así aprendo algo, o, mejor aún, ¿lo
probamos cuando volváis de vuestro fin de semana romántico en Madrid?
¿Es eso?, pues conmigo no contéis. Más claro, agua.
Miró al frente y vio a Rosetta junto al ascensor escuchándolo todo, le
hizo una venia y la secretaria levantó el pulgar como gesto de aprobación y
luego la aplaudió sin hacer ruido. Valeria de pronto se sintió genial, muy
fuerte y a la vez curiosamente aliviada, y giró hacia las escaleras viendo
cómo le entraba una llamada de su hermano.
—Ciao, Mau.
Respondió, bajando las escaleras deprisa, sin mirar ni despedirse de
Fabrizio Santoro, que se había quedado con cara de desconcierto, quieto en
el rellano de los ascensores sin ningún interés en replicarle, supuso, y llegó
al vestíbulo del edificio acordándose de que no llevaba el abrigo, pero no le
importó y salió a la calle aspirando el aire helado y fresco de Milán a
principios del mes de febrero.
—Ciao, peque ¿va todo bien?
—Va genial, Mau, no podía ir mejor.
13
 
Un mes después.
 
El destino era irónico, no dejaba de pensar en eso desde hacía unos días,
sobre todo durante la boda de Mattia y Clara en Madrid, cuando había
tenido mucho tiempo para reflexionar sobre sus cosas, especialmente sobre
su agitada vida personal de la que parecía haber perdido absolutamente el
control; porque era obvio que nada de lo que sucedía a su alrededor le
pertenecía o al menos le pertenecía lo suficiente como para poder
controlarlo.
Se había pasado toda la vida controlando su entorno y eso incluía a las
personas de su entorno, por ejemplo, a Mattia, que a priori era mucho más
frágil y vulnerable que él, aunque a la larga hubiese demostrado con creces
ser justamente lo contrario; o a sus amigos, compañeros de colegio, de la
universidad y colegas del trabajo. En resumen: era un gestor cojonudo
porque desde bien pequeño había aprendido a planificar y a organizar a todo
el mundo, le salía de forma natural y siempre se había sentido muy cómodo
con ese papel. Siempre hasta hacía seis meses.
Primero había llegado Bianca Sanpaolo con su embarazo y con todo lo
que aquel notición había acabado por desencadenar. Ya estaban en marzo, el
mes previsto para el nacimiento de su posible hijo, y seguían en tablas. Ella
negando que fuese el padre, mientras le suplicaba que la dejara en paz con
sus requerimientos para hacer una nueva prueba de paternidad. Él en
suspenso, porque había accedido a esperar y a dejarla respirar, y en medio
un montón de papeleo legal que no avanzaba y que le provocaba muchísima
frustración.
Nunca había querido tener hijos, se repetía a diario, sin embargo, no
pensaba renunciar a su derecho de ser padre, no se iba a rendir, y mientras
ella siguiera resistiéndose a hacer lo correcto a él no le iba a quedar más
remedio que seguir luchando, que seguir avanzando por un largo y arduo
camino judicial. Un camino repleto de malestar y frustraciones que no
podía solucionar, y aquello lo partía por la mitad.
A veces le daban ganas de dar la espalda al tema, olvidarse y seguir
adelante con su vida, pero no podía hacerlo porque eso iba en contra de toda
su educación, sus principios y su forma de ver la vida, por lo tanto, como
decía su hermano Luca: a aguantar y joderse. No había más opciones.
Se puso de pie y se estiró observando a través del cristal a su equipo de
Grandes Cuentas, que estaban trabajando concentrados en sus respectivos
escritorios, como siempre. Tenía un grupo selecto de brókers, lo mejorcito
de Milán, todos formados en buenas universidades y con posgrados en los
Estados Unidos o Inglaterra, y se sentía muy orgulloso de cada uno de ellos,
y de él mismo, claro, por haber conseguido ficharlos.
Saludó a algunos con la cabeza y luego se giró hacia el despacho de
Valeria Tarenzi, que había ejercido como su sustituta mientras él había
estado de boda en España.
Al final, tras sacar cuentas y revisar muchas alternativas, habían
decidido fletar un avión privado para viajar todos juntos hasta España.
Todos los Santoro, sus respectivas parejas, los abuelos, los niños, dos
primos, dos tíos y Max, el mejor amigo de Mattia, que eran los únicos
invitados italianos, habían ido y vuelto en un solo avión. En conjunto les
había salido más barato y por supuesto mucho más cómodo ir así, sobre
todo teniendo en cuenta que viajaban con niños pequeños y con Celia, la
mujer de Marco, embarazada de ocho meses. Había sido una buenísima
decisión, salvo por el hecho de que él se había tenido que plegar a la
mayoría y le había tocado quedarse cuatro días en Madrid.
En Milán ya había organizado y celebrado la despedida de soltero de su
hermano, y se había coordinado con la familia de Clara para solventar todos
los detalles de la boda que le concernían a él como padrino, con lo cual,
solo pensaba llegar directamente a Madrid para el enlace y volver al día
siguiente, sin embargo, la idea del jet privado lo había obligado a quedarse
más tiempo y solo había podido hacerlo, irónicamente, gracias a la
colaboración total de Valeria Tarenzi. Irónicamente, porque ese fin de
semana le había costado su relación con ella.
Respiró hondo y volvió a torturarse con la pregunta que lo perseguía
desde hacía un mes: ¿qué hubiese pasado si en lugar de invitar a Andrea
Brown a la boda hubiese invitado a Valeria?, ¿seguirían juntos?
Seguramente no, concluyó, porque la boda y todo aquello, en realidad,
carecía de importancia, solo había sido la primera señal, el primer aviso que
había evidenciado sus grandes diferencias, sus distintas formas de ver la
vida y las relaciones, y ella había tirado por la calle de en medio, es decir,
había decidido no seguir con él y no dar ninguna oportunidad a lo que
habían iniciado. Lo había zanjado de manera radical y él la respetaba por
eso.
Respetaba sus reglas y sobre todo la claridad con la que se las había
manifestado. Ni llantos, ni reproches, ni manipulación, ni segundas
intenciones. Había sido fiel a sus principios, los había expuesto y lo había
dejado destrozado, porque él estaba loco por ella, pero había sido de forma
limpia y muy adulta, y solo podía agradecérselo, porque era la primera vez
en su vida que lo trataban de forma tan honesta y limpia en el ámbito de las
relaciones personales, y eso no tenía precio.
Lo que no impedía que la echara muchísimo de menos.
La observó con atención, tan guapa y elegante, con su pelo recogido, sus
pantalones de vestir y su blusa celeste, hablando por teléfono con una
sonrisa en la cara, y sonrió también, porque le encantaba verla alegre y llena
de energía.
Ella era así, muy proactiva y entusiasta. No se quejaba nunca de la carga
de trabajo, la responsabilidad o las horas extras, era una chica brillante y
con un futuro esplendido en el mundo financiero porque adoraba su trabajo,
algo bastante raro en ese negocio, porque la mayoría de los profesionales
llegaban allí solo motivados por el dinero. Valeria no, Valeria adoraba los
números, las probabilidades, las estadísticas, el abismo y la adrenalina del
riesgo, exactamente igual que él, por eso se sentía tan cerca de ella.
Ambos se entendían de maravilla en esa parcela de su vida, y en otras
muchas más, por supuesto en el dormitorio, donde compartían una química
arrasadora y bestial, pero también en el de la amistad, porque la había
llegado a considerar una gran amiga, alguien con quién hablar y sentirse
apoyado y a salvo, nunca juzgado, porque era muy empática y sabía
escuchar. Desde el minuto uno se había sentido cómodo compartiéndole sus
historias y preocupaciones, su sin vivir por culpa de Bianca Sanpaolo, sus
dudas e incertidumbres con respecto a ese tema y ella lo había oído sin
escandalizarse.
Era la única persona de su entorno que no se había atrevido a decirle lo
que debía o no debía hacer con respecto a su posible hijo, por eso se había
convertido en alguien tan importante para él en un periodo tan corto de
tiempo, y por eso le dolía en el alma haberla perdido por una estupidez,
porque, obviamente, lo de Andrea había sido una soberana estupidez.
Desde luego, había sido muy imprudente consintiendo que se enterara
así del tema “Andrea/boda/Madrid”, incluso Clara se lo seguía reprochando
a la más mínima oportunidad, pero podía jurar que no había sido por mala
intención o por falta de respeto, simplemente, en medio del caos de vida
que llevaba, se le había pasado contárselo. Además, para él no tenía
ninguna importancia. Andrea era su amiga, pero también lo era de Mattia, la
había invitado antes de liarse con Valeria en nochevieja y no veía ningún
problema en ir juntos, como colegas, a una fiesta.
Esa era la verdad, pero el argumento no había servido para intentar
recuperarla, ni hace un mes, ni durante el mes, ni en el presente, no había
servido de nada porque a ella ya no le valían las explicaciones y tampoco
quería oírlas. “Eso es agua pasada”, repetía cada vez que él sacaba el tema y
entonces no lo dejaba explicarse y desviaba la charla hacia cualquier asunto
profesional, dejándolo fuera de juego y muy frustrado.
Tampoco le había podido contar que había disfrutado muchísimo menos
de lo que le hubiese gustado en la boda de su hermano, porque la había
echado terriblemente de menos; que se había pillado una docena de veces
con el teléfono en la mano queriendo llamarla, y que al final con Andrea,
que era la típica americana juerguista y graciosa, buena bebedora y el centro
de atención de cualquier fiesta, no había acabado muy bien.
Por desgracia, se había hartado muy pronto de su ritmo desatado de
parranda, principalmente porque había terminado incomodando a su familia
y había provocado más de un momento de tensión con Clara y Mattia, que
habían querido imprimir un ambiente tranquilo, recogido y familiar a su
enlace, justo lo contrario de lo que había pasado. Los dos seguían sin
perdonarle que la llevase.
En resumen: había elegido mal la compañía, el momento y la
oportunidad, había perdido a la chica que le gustaba y la había fastidiado
bien. Probablemente era el primer gran error de cálculo que cometía en su
vida, la primera vez que el control de los detalles se le escapaba de las
manos, y estaba seguro de que se arrepentiría el resto de su vida.
—¿Qué pasa con la Siderúrgica Piamonte?... ¿Fabrizio?... ¡Fabrizio!
Lo llamó Valeria desde la puerta y él saltó y se dio cuenta de que llevaba
mucho rato ensimismado en sus dramas, sin ver ni oír nada. La miró y ella
entró en el despacho con el teléfono en la mano.
—¿Qué pasa con la Siderúrgica Piamonte?, ¿tú diste orden de vender?,
porque decidimos pararlo hasta el lunes.
—Sí, claro ¿Qué pasa ahora?
—Piero va a vender, dice que tú…
—Yo no he dicho nada, joder —Le quitó el teléfono y bramó a su
compañero de Adquisiciones y Ventas que solía ser un acelerado de mucho
cuidado—. ¡Piero, coño, ¿qué haces, chaval?!
—No sé, tío, ¿por qué no me llamaste para…?
—¿No te llamó nadie de mi equipo? —Le clavó los ojos a Valeria y ella
asintió señalándose a sí misma.
—Sí, pero yo espero a tú ok, esto es muy serio, son valores por
veinticinco millones de euros y acordamos que…
—Ya sé lo que acordamos —volvió a interrumpirlo—. No vendas,
esperaremos hasta el lunes y en un futuro, si te llama alguien de mi equipo,
que sepas que es como si te llamara yo. Espero que esta descoordinación no
se vuelva a repetir.
Le colgó y miró a Valeria a los ojos, esos preciosos ojos azules que
solían brillar con mucha luz. Ella le arrebató su teléfono e hizo amago de
irse, pero él la detuvo en la puerta.
—¿Cómo te has enterado de que iba a vender?
—Porque a esta hora, todos los días, llamo para comprobar le tráfico
que hemos autorizado.
—Buen trabajo, nos podía haber costado veinticinco millones de euros.
—Afortunadamente no ha pasado. Hasta luego.
—¿Qué haces esta noche?, tengo entradas para La Scala, “Rigoletto”, me
parece —Se tiró a la piscina, pero ella negó con la cabeza.
—No puedo, pero gracias.
—Son regalo de un cliente, es para disfrutarlo con alguien del
departamento.
—Seguro que encuentras a otra persona del departamento que quiera ir
contigo.
Le sonrió y despareció por el pasillo a buen ritmo, respondiendo a otra
llamada de teléfono, y él se sintió como cuando tenía catorce años y las
chicas aún lo manejaban con el dedo meñique. Bufó indignado, cogió las
puñeteras entradas de la mesa y se las llevó a Rosetta para que las disfrutara
con su marido.
—Si no tienes plan para esta noche, Rosetta, llévate a Gianni a la ópera,
y si no puedes, regálaselas a quién quieras.
—¿En serio?, ¿te vas a perder un estreno en La Scala?
—No me apetece nada ir… espera… me llaman… Ciao, Enrico —
contestó a su antiguo camarada de la universidad regresando a su despacho
y se desplomó en la silla—. Tanto tiempo, ¿qué tal estás?
—Bien, ¿qué tal vosotros?, ¿qué tal la boda en España?
—Fue el finde pasado en Madrid, Mattia ya es un hombre casado. Fue
estupendo, aunque terminé harto de tanto brindis y tanta cena.
—¿O sea que oficialmente ya tenéis dos cuñadas españolas?
—Exacto ¿Tú qué tal?, ¿la niña?, ¿alguna novedad?
—Todo bien, la peque preciosa y el siguiente llega en verano.
—Genial, saluda a Paola de mi parte.
—Gracias, tío. Yo te llamo porque tengo delante la solicitud de trabajo de
una de tus colaboradoras y no sé… me ha llamado la atención porque la
conozco, nos la presentaste cuando coincidimos una noche en el Teatro Dal
Verme, ¿recuerdas? Paola y yo entendimos que era tu novia, por eso…
—¿Valeria Tarenzi?, seguro que se trata de una solicitud antigua. Estuvo un
tiempo buscando trabajo antes de volver a la Plataforma de Inversión
Milano S.A. y te habrá aparecido ahora en el sistema.
—No, macho, es de hace dos semanas y lo cierto es que me interesa
mucho porque, aunque aún no haya trabajado como investigadora
financiera, su perfil nos encaja perfectamente y sería un placer que se vinera
con nosotros. El único problema es que no pagamos tanto como vosotros.
—¿Cómo que de hace dos semanas? —se puso de pie empezando a
cabrearse.
—Dos semanas, del 24 de febrero, pregúntaselo.
—Claro que se lo voy a preguntar, no tenía ni idea de que se quería ir de
la empresa.
—Joder, pues, lo siento, yo pensé que…
—No pasa nada, Enrico, al contrario, muchas gracias por avisar. Lo
hablaré con ella.
—Si sigue interesada, dile que me llame y le haremos una entrevista y
una oferta en firme.
—Muy bien, gracias. Arrivederci.
Colgó y salió del despacho escopetado, cruzó la zona común, llegó a su
oficina y entró sin llamar, ella dejó lo que estaba haciendo y lo miró por
encima de las gafas.
—¿Ha pasado algo? —Preguntó y él se le puso delante con las manos en
las caderas.
—¿Piensas dejarme tirado también en el trabajo?
—¿Perdona?
—¿Después de lo que he hecho por ti y para ganar menos que aquí?, ¿eh?,
¿por qué lo haces?, ¿necesitas putearme un poco más?
Se puso seria de forma instantánea, se levantó, caminó hasta la puerta y
la cerró antes de volverse hacia él echando chispas por los ojos.
—Te agradeceré toda la vida que me hayas dado trabajo, de hecho, creo
que te lo he agradecido unas mil veces ya, pero mi periodo de prueba se
acaba en mayo y estoy en todo mi derecho a querer marcharme de aquí. No
te estoy puteando, no consiento que me hables así, menos en un ámbito
laboral, porque yo a ti no te he perjudicado nunca, así que te exijo, por
favor, un poco más de tratamiento jefe-empleada o si no puedes marcharte y
lo hablamos cuando estés más tranquilo.
—El periodo de prueba se lo reserva la empresa y tú lo exigiste, yo te
ofrecí un contrato fijo desde le minuto uno. Ahora no puedes dejarnos así,
no puedes obligarme a reorganizar otra vez el puñetero departamento.
—Tienes a mucha gente capacitada para ocupar mi puesto, no te estoy
haciendo nada que no puedas resolver en estos dos meses que me quedan.
—¿Te vas para ganar menos, para dejar de ser bróker y para trabajar
como investigadora financiera?, ¿es eso lo que quieres?, ¿en serio?
—¿Te lo ha soplado Enrico Pausini?, ¿ha roto la protección de datos y te
ha dicho que he solicitado un puesto en su empresa?. No me lo puedo creer,
podría demandarlos por eso, ¿sabes?
—Llamó solo porque le extrañó que mi novia, a la que le había presentado
una noche en el teatro…
—¿Tu novia? —lo interrumpió—, entonces seguro que se refería a otra
persona. Compruébalo antes de venir como un toro desbocado a gritarme a
mí.
—Muy graciosa, Valeria.
—No estoy bromeando.
Dio un paso atrás y la observó con mucha atención, intentando encontrar
detrás de esa mirada dura y desafiante a la chica con la que había pasado el
mejor mes de su vida, con la que había hecho el amor todos los días hasta la
madrugada, con la que había desayunado en la cama o ido al cine o a cenar
con sus hermanos como una pareja normal, y no la encontró, así que reculó
y decidió que no valía la pena sulfurarse o pelear por algo que también
escapaba de su control y que ya no tenía remedio.
—Está bien, tú has lo que quieras. Enrico dice que lo llames y te dará el
puesto. Enhorabuena.
—Fabrizio…
—Espero tu carta de aviso con mes y medio de antelación.
14
 
Leyó la carta de dimisión otra vez, renunciando a renovar su contrato de
prueba, le pareció correcta y le dio a imprimir, luego abrió el correo interno
y la adjuntó en un mensaje para su jefe directo, Fabrizio Santoro, con copia
para Melania Rampoldi, la jefa de Recursos Humanos.
Deslizó el cursor para darle a enviar, pero no pudo. Se quedó con el
ratón quieto, el brazo tenso y el estómago revuelto, y sin querer apartó la
silla y se puso de pie.
Cuatro días antes, es decir, justo antes del fin de semana, había discutido
con Fabrizio por culpa de Enrico Pausini, el ejecutivo de una de las
empresas a la que había mandado su currículo y que había tenido la
desfachatez de llamarlo para contarle sus intenciones. Era insólito, abusivo
y hasta ilegal, pero lo iba a tener que pasar por alto porque la culpa había
sito toda suya, al no comprobar quién hacía las contrataciones en esa
empresa de investigación financiera. No había hecho bien los deberes por
las prisas y no había visto que el director adjunto era Enrico Pausini, un
antiguo colega de Fabrizio Santoro desde la Facultad de Economía, al que
le había presentado solo unas semanas antes a la salida del teatro. Un
pequeño descuido que había desatado la tercera guerra mundial.
Para ser justos, no tenía por qué esconderse, porque estaba en todo su
derecho a no querer renovar después de los seis meses de prueba, pero
Fabrizio se lo había tomado fatal y le había sacado en cara lo que había
hecho por ella e incluso la había acusado de dejarlo tirado otra vez.
¿Tirado otra vez?, ¿a qué se refería?, ¿a que no había querido seguir
acostándose con él porque era evidente que él seguía acostándose con otras?
¿A eso llamaba dejar tirado?... Menuda desfachatez.
Un gran favor era lo que le estaba haciendo después de lo que había
pasado. Seguramente él ya ni se acordaba de todo aquello, ni de Andrea
Brown y su escapadita romántica a Madrid, pero ella sí se acordaba, claro
que se acordaba, y le parecía que lo mejor para todos era seguir con su
camino lejos de la empresa y muy lejos de él, porque cada día le costaba
más verlo y tenerlo cerca. Estaba convencida de que él también se alegraría
de perderla de vista.
Levantó la cabeza y lo vio dentro de su despacho reunido con su núcleo
duro, los brókeres de primer nivel con los que departía todos los días justo
después del cierre de la Bolsa de Milán. Era una reunión para unos pocos
elegidos a la que la había invitado en diversas ocasiones, sin embargo, esa
tarde no había tenido tanta suerte y le fastidió verlo allí en mangas de
camisa, prestando atención a lo que le estaban contando, con las gafas
puestas y las manos en los bolsillos. Tan seguro de sí mismo, tan feliz,
tan… bellissimo Fabrizio. El más inexpugnable de los mortales.
Gruñó un rosario de palabrotas, añorando los días en que no lo conocía
y se limitaba a disfrutar de su imagen impecable y atractiva a una distancia
segura y prudencial, y volvió a sentarse frente al ordenador, le dio al ratón e
hizo amago de enviar el mensaje con su carta de aviso y dimisión, pero no
pudo, fue imposible, así que cerró el correo y abrió todas las pantallas para
concentrarse en el trabajo.
No sabía si algún día podría superarlo, pero sí sabía que, si se marchaba
a trabajar muy lejos y volvía a centrarse solo en su carrera, lograría
olvidarse para siempre de Fabrizio Santoro. El hombre más increíblemente
guapo y sexy con el que había estado nunca, el más interesante, y el mejor
amante, porque en la cama le había descubierto un mundo de pasión y
locura desenfrenada que la había convertido en otra persona.
Apoyó la espalda en el respaldo de la silla, porque pensar en el sexo con
él solía desconcentrarla, volvió a buscarlo con los ojos y lo pilló con el
móvil en la oreja y saliendo de la oficina. Eran las seis de la tarde en punto
y se estaba escaqueando temprano, al menos temprano para lo que solían
hacer los dos, que normalmente eran los últimos del turno de mañana en
irse a casa.
Respiró hondo observando como Rosetta y los demás empezaban a
marcharse y sin venir a cuento pensó en el 12 de enero, la primera vez que
se habían acostado juntos tras pasarse muchos días besándose como
adolescentes en cualquier parte. Ese día al fin habían estado los dos libres y
él se había ofrecido para hacer una cena en su piso, y ella había accedido
como si aquello fuera lo más normal del mundo, aunque se moría de la
emoción.
Él nunca lo supo, porque ella nunca se lo contó, pero se había pasado a
comprar ropa interior nueva y carísima después de su invitación, y había ido
a casa a ducharse y a ponerse guapa antes de coger un taxi que la llevara
hasta el distrito Stazione Centrale, y había estado diez minutos en el portal
de su edificio intentando calmarse antes de tocar el timbre y entrar, y
conseguir llegar a su piso como una mujer de mundo.
Afortunadamente, no había habido preliminares, ni copas de vino ni
charlas antes de ir a la cama, porque aquello habría acabado con todo su
aplomo, y habían pasado directo al grano. Nada más pisar su casa enorme y
tan bonita, la había abrazado y besado, la había hecho perderse en su calor,
en su aroma, en su lengua y sus caricias, y lo siguiente que recordaba era
estar en su dormitorio medio desnuda, intentando desnudarlo a él, y
deseando con todas sus fuerzas sentirlo dentro, amarlo y devorarlo entero.
La química había sido brutal desde el minuto uno, porque había sido
rozarse y encenderse como si llevaran esperando ese momento toda la vida,
por lo menos para ella había sido así, y había perdido la vergüenza y el
pudor, y se había dejado llevar como nunca lo había hecho antes con
ninguna pareja. Se había entregado con cada célula de su cuerpo porque
estaba loca por él, porque lo deseaba y porque seguramente ya se había
enamorado de él… y así había seguido siendo hasta el final, hasta el mismo
día en que toda aquella magia, todo aquel espejismo precioso se había
disuelto delante de sus ojos.
Mierda de vida, Valeria, se dijo retomando el trabajo que aún le quedaba
pendiente. Mierda de vida encontrar al hombre de tus sueños, rozarlo con la
punta de los dedos, pero no poder tenerlo.
Eso le pasaba por ingenua y débil, por idiota, porque una persona
sensata no se pillaba por alguien como Fabrizio Santoro, ni esperaba en el
fondo de su corazón que un buen día él la quisiera o quisiera renunciar a su
vida de fiesta y mujeres para quedarse solo con ella. Eso solo pasaba en las
novelas románticas y en las películas, decía Agnese, y tenía toda la razón.
—Pronto!
Respondió al teléfono viendo que ya eran las siete y media de la tarde, y
se puso de pie oyendo la voz de Clara Ariza.
—Hola, Valeria, soy Clara, ¿te pillo muy mal?
—¡Hola, Clara! No me pillas mal, qué alegría saber de ti, ¿qué tal
estás?, ¿qué tal la luna de miel?
—Corta, ya estamos en Milán. Celia se ha puesto de parto hoy a las seis
de la mañana y el pequeñajo nació a las tres de la tarde, así que nos hemos
venido corriendo.
—Vaya, ¿qué tal están?
—Los dos perfectos, el bebé se ha adelantado veinte días, al contrario de su
hermana que se retrasó ocho. Es guapísimo, se parece mucho a Lucía.
Santoro por los cuatro costados. Celia está cansada, pero muy bien, ha sido
muy rápido, la verdad.
—Me alegro mucho. ¿Cómo se llama?
—Marco, por supuesto —se echó a reír—. La tradición manda.
—Claro, pues, mándales un beso de mi parte.
—Te paso el móvil de Celia, mándale un mensaje si quieres, ya sabes
que le caes muy bien y que no quería perder el contacto contigo.
—Muchas gracias, es muy maja teniendo en cuenta que la dejé colgada
el fin de semana que iba a ir a Brienno a conocer su casa, pero…
—No te preocupes, todos nos hicimos cargo. Fabrizio es Fabrizio.
—Vale… —respondió un poco sorprendida por el comentario y respiró
hondo.
—Ya sé que es tardísimo, pero me acabo de encontrar con Fabrizio en la
clínica y me ha dicho que seguramente tú seguías en la oficina y me podías
ayudar.
—Y aquí estoy, ¿qué necesitas?
—Mis padres han decidido comprarse un apartamento en Milán para
estar cerca de nosotros y quería utilizar algo del dinero de mi abuela para
ayudarlos al menos con la entrada ¿Tengo aún dinero sin invertir?, ya sé que
teníamos un calendario de inversiones, pero no estoy muy segura de si aún
tengo liquidez.
—Sí, tienes cien mil euros sin invertir —Le contestó mirando su ficha
de cliente—, y ya hay beneficios de algunas inversiones que ha hecho
Fabrizio. Creo que tendrás más que suficiente para una entrada, incluso para
comprar un pisito pequeño.
—Genial. No quiero tocar lo invertido, pero esos cien mil me vienen de
perlas. Resulta que Franco tiene un conocido que vende un apartamento
muy cerca del nuestro y si firmamos el contrato de arras antes del fin de
semana nos lo deja a un precio estupendo.
—Muy bien, pero tienes que pedirle a Fabrizio que autorice la retirada
de fondos, las cuentas de inversión no son muy laxas en cuanto a los
movimientos de dinero. Hay un protocolo a seguir y solo lo puede autorizar
él.
—Entiendo, muchas gracias. ¿Qué tal estás tú?
—Muy bien, trabajando. Pocas novedades —Cerró el ordenador, apagó
las luces y buscó su chaqueta para marcharse, porque había quedado con
Agnese para cenar en un indio nuevo de Puerta Garibaldi.
—Mil gracias por el buqué de rosas que me enviaste el día de la boda,
era precioso, aunque no tenías por qué mandarlo.
—¿Cómo qué no?, solo quería desearos suerte.
—No te lo he dicho antes, porque no quise meterme dónde no me
llamaban, Valeria, pero, tal como le manifesté a Fabrizio en su momento, a
mí me hubiese encantado que tú hubieses ido con él a Madrid. Sigo sin
entender qué hacía esa chica americana organizando concursos de beber en
mi boda y con mi familia, pero… bueno… mejor me callo. Solo quería
dejar claro lo que Mattia y yo pensamos al respecto.
—Mira, yo… —Llegó a la calle y se pasó la mano por la cara.
—Y lamento muchísimo todo lo que este episodio acabó
desencadenado, es una pena… bueno… ojalá podamos seguir en contacto,
de verdad que me gustaría.
—Lo mismo digo.
—Estupendo, ya te llamaré para vernos ¿ok?, y gracias por todo.
—Gracias a ti, Clara, en serio, muchas gracias.
Le colgó muy emocionada por sus palabras y bajó corriendo al metro
para ir hasta Puerta Garibaldi, donde Agnese seguramente ya la estaba
esperando.
Durante el trayecto en metro recibió el contacto de Celia y con las
mismas le mandó un mensaje para felicitarla por su nuevo bebé. Un varón
que seguramente iba a ser la nueva delicia de la pareja, que disfrutaba
muchísimo de su faceta como padres. Ambos estaban locos por su pequeña
Lucía, especialmente Marco, solía decir Fabrizio muerto de la risa porque,
según él, su hermano estaba embobado y era otro hombre desde que le
habían puesto a su hija en los brazos, y por un segundo se acordó de Bianca
Sanpaolo, la mujer que también podría cambiarle la vida a él si al final
resultaba que lo convertía en padre.
—Lo siento, guapis, lo siento mucho. Me han entretenido a última
hora…
Llegó corriendo a la mesa donde su tía ya estaba sentada y se acercó
para darle un beso en la mejilla. Ella la miró entornando los ojos y le indicó
su asiento.
—Siéntate y pidamos la comida, me muero de hambre.
—¿Qué tal se ha quedado la peque?
—Encantada con Bridget, la verdad es nos hemos sacado la lotería con
la nueva Au pair. ¿Qué te apetece comer?
—Lo que tú quieras. He cogido entradas para el Circo del Sol, me ha
costado porque la página web se caía todo el rato, pero…
—Buenas noches…
Les habló alguien acercándose a su mesa y las dos dejaron de mirar la
carta y le prestaron atención. Se trataba nada menos que de Franco, el
hermano mayor de los Santoro. Valeria pegó la espalda a la silla y entonces
vio aparecer a Fabrizio dos pasos por detrás de él.
—Hola ¿qué tal?
—Qué casualidad encontrarnos aquí —Franco miró a Agnese y ella le
sonrió—. Encantado de volver a veros.
—Igualmente.
—Hola, chicas —Fabrizio las saludó y miró a su hermano, que le indicó
la mesa con la cabeza—. Ya que nos hemos encontrado ¿queréis compartir
la mesa?, hay sitio de sobra.
—Claro.
Respondió Agnese antes de que ella pudiera quitárselos de encima con
alguna excusa, y le tocó observar cómo los dos ocupaban las sillas libres
sacándose la chaqueta y llamando al maître con la mano. Movió la cabeza y
miró a su tía con ojos de asesina, pero ella le guiñó un ojo sin hacerle el
menor caso.
—Acabamos de conocer a nuestro nuevo sobrino —apuntó Franco, que
era un hombre guapísimo, como todos los hermanos Santoro, salvo que a
diferencia de los demás tenía los ojos verdes—. Un chico fuerte y muy
sano, gracias a Dios.
—¡Enhorabuena! —exclamó Agnese— ¿Sois muchos de familia?
—Cinco hermanos y con el pequeño Marco ya suman ocho sobrinos, a
falta de que nazca el de Mattia, que nace dentro de dos meses.
—Qué bonito, me encantan las familias grandes, nosotros somos tres
hermanos y solo tenemos tres sobrinos, ojalá fuéramos más.
Comentó Agnese y Valeria miró a Fabrizio de reojo un poco
preocupada, porque se había puesto tenso y supuso que no le hacía ninguna
gracia hablar sobre ese tema en particular. Miró a tu tía para animarla a
cambiar de tema, pero Franco se le adelantó.
—¿Tú tienes hijos, Agnese?
—Sí, una niña de seis años que se llama Carolina —la señaló a ella con
una sonrisa—, es su ahijada. ¿Tú cuántos tienes?
—Tres: Franco de dieciséis, Anastasia de catorce y Michele de diez. Los
dos mayores están estudiando en los Estados Unidos y el pequeño lo
compartimos su madre y yo cada quince días.
—¿Divorciado?
—Exacto ¿y tú?
—Yo soy madre soltera, decidí tener a mi hija sola cuando cumplí los
treinta y cinco.
—Vaya, qué opción más interesante.
—Una opción cada vez más habitual.
Le contestó Agnese con una sonrisa y luego siguieron charlando como si
se conocieran de toda la vida, mientras Fabrizio y ella se limitaban a comer,
asentir y sonreír cuando hacía falta.
—Nuestra Valerina siempre ha sido muy responsable y estudiosa, nunca
ha dado un problema en ese sentido —soltó su tía a la hora de los postres y
Valeria suspiró—, aunque también ha tenido una personalidad tremenda
desde bien pequeña. Todo un carácter, mucho más que Maurizio, su
hermano mellizo, que es prácticamente un santo.
—Eso lo dirás tú —Le respondió ella y Agnese se echó a reír.
—Es verdad, cariño, y no lo digo en plan negativo, más bien todo lo
contrario.
—Las chicas mejor guerreras —Opinó Franco riéndose también—. Mi
hija Anastasia es igual, les da cuarenta vueltas a sus hermanos.
—Yo creo que todo el mundo, hombres y mujeres, viven mejor si tienen
una personalidad definida y mucho carácter, si saben lo que quieren, aunque
en mi caso Agnese exagera, en el fondo soy perro ladrador, pero poco
mordedor.
—¡Ja…! —soltó Fabrizio que llevaba un rato en silencio y ella lo miró
frunciendo el ceño.
—¿Disculpa?
—No, disculpad vosotros, tengo que contestar esta llamada —cogió el
móvil y se levantó de la mesa, ella dio por hecho que lo llamaba alguna de
sus novias y se le revolvió todo el cuerpo.
—Después podríamos tomar una copa en la terraza de invierno que hay
aquí al lado, si os apetece, claro —susurró Franco y Agnese se encogió de
hombros.
—Lo siento, ¿por dónde íbamos? —Fabrizio regresó y la miró a los ojos
antes de sentarse.
—Estaba invitando a las chicas a tomar una copa en la terraza de aquí al
lado —respondió su hermano.
—No, no era eso, estábamos con el perro ladrador, poco mordedor. Lo
siento, pero no creo que ese sea tu caso, Valeria.
—¿Te estás metiendo conmigo?
—Solo es una observación objetiva.
—Incierta, pero tú piensa lo que quieras, no me importa.
—Ya sé que no te importa, nada de lo que yo diga o haga te importa.
—Eso sigue siendo incierto, pero no voy a discutirlo precisamente
ahora. No creo que sea el momento.
—Igual no hay otro momento.
—Seguro que sí.
—No, si vas a largarte del trabajo dejándome el equipo descabalado.
—Tienes al menos a seis personas que pueden cubrir mi puesto.
—El puesto te lo di a ti, no a esas otras seis personas.
—Yo no te lo pedí.
—No, no, claro que no, pero eso no te exime del hecho, incomprensible,
de que quieras abandonar el barco de la noche a la mañana y por un tema
ajeno al ámbito profesional. Es lo más injusto y arbitrario que me han hecho
nunca.
—¿En serio?
—¿Te burlas de mí?
—No, pero creo que estás exagerando y no entiendo muy bien por qué.
Yo a ti no te he hecho nada.
—Yo a ti tampoco, salvo ir a la boda de mi hermano con otra persona.
Se hizo el silencio y Valeria parpadeó sin poder dar crédito a lo que
estaba pasando. Tiró la servilleta encima de la mesa y le sostuvo la mirada
hasta que Franco y Agnese carraspearon y se acordó de que no estaban
solos.
—¿Sabéis qué? —Dijo Franco cuando los dos le prestaron atención—.
Creo que tenéis muchísimas cosas pendientes que resolver y que necesitáis
hacerlo a solas. Agnese ¿te apetece tomar esa copa aquí al lado?
—Por favor.
Respondió ella y se levantó para seguirlo fuera del restaurante. Valeria
se restregó la cara con las dos manos y luego tomó un sorbo de agua
bastante avergonzada, porque ese tipo de escenitas no le gustaban nada y
mucho menos delante de personas que no se merecían presenciarlas.
Dejó el vaso en la mesa y respiró hondo antes de levantar la cabeza y
buscar sus enormes y profundos ojos negros. Fabrizio resopló e intentó
hablar, pero ella no se lo permitió.
—Si sigues creyendo que me alejé de ti y que quiero seguir alejándome
es porque no me invitaste a la boda de Mattia, es que no me he explicado
bien o que tú eres incapaz de entenderme.
—Valeria…
—Yo nunca esperé ni conté con ir contigo a la boda de tu hermano en
Madrid. Soy de todo menos superficial o caprichosa, tengo sentido común.
Rompí contigo porque me di cuenta de que seguías manteniendo relaciones
con otras chicas y yo no sirvo para eso. Lo de la Andrea y la boda solo dejó
en evidencia cómo tú te manejas en la vida y a mí no me gustó, ni me
gustará jamás. ¿Puedes entenderlo?
—Sí, lo entiendo, lo siento. Solo estoy cabreado y frustrado, todo esto
me ha desbordado y no estoy en mi mejor momento para… ya sabes cómo
es mi vida ahora…
—Vale, lo comprendo, pero deja de culparme a mí. Al final no hay
culpables, cada uno es dueño de hacer con su vida lo que quiera y tomar las
decisiones que le apetezcan.
—No quiero que dejes el trabajo, te necesito conmigo porque hemos
encontrado el equilibrio perfecto y si te marchas precisamente ahora me
partes en dos, Valeria.
—No puedo seguir trabajando para ti como si no hubiese pasado nada.
Traspasar la línea roja solo nos ha perjudicado, cabreado y frustrado. Mira
cómo hemos acabado hoy. Lo mejor es que me cambie de trabajo y… no
sé… dejar de vernos una temporada.
—La cuestión es que desde hace algún tiempo tú eres lo único estable que
tengo —la miró con ojos sinceros y ella percibió cómo se le disolvían los
huesos de todo el cuerpo—. Desde que te conozco ha sido así, no sé muy
bien por qué, pero no puedo aceptar que te marches así, no me rendiré tan
rápido.
—Bueno, yo…
—No puedo prescindir de ti, Valeria. Nada sería igual si me dejas ahora.
Viene el final del año fiscal, tenemos muchísimo trabajo y yo una agenda
plagada de viajes, sin contar con mis historias personales que no sé a dónde
me van a llevar y…
¿El final del año fiscal?, pensó, oyendo cómo soltaba un montón de
argumentos relacionados exclusivamente con el trabajo y se le cayó el alma
al suelo, porque por una milésima de segundo creyó, oh tonta de ella, que se
refería a algo más personal.
Se apartó de la mesa y buscó su mochila decidiendo que tenía que
alejarse de ese individuo inmediatamente, porque le gustaba mucho y estaba
enamorada de él, pero la pura verdad es que no era más que un encantador
de serpientes al que ella nunca, jamás, le interesaría de verdad.
—Voy a pedir la cuenta.
—Valeria, mírame —levantó la cabeza y lo miró a los ojos—. Dame
otra oportunidad, por favor, no me abandones tan rápido…
—¡Fabri! ¿no dijiste diez minutos? Llevo veinte esperándote en segunda
fila, ¡joder! ¿Quieres que me multen?, por mí bien, total es tu coche…
Bramó una chica morena y muy alta apareciendo de repente junto a la
mesa y Valeria saltó, observando lo guapísima que era y lo enfadada que
estaba. Fabrizio Santoro se puso de pie muy rápido y le acarició un brazo
intentando calmarla. El momento propicio para levantarse y largarse de ahí.
—Esto cubre mi parte y la de Agnese. Buenas noches —susurró, dejando
cien euros sobre el mantel.
—Valeria…
—Buenas noches.
Repitió sin mirarlo a la cara y salió a la calle buscando a su tía, pero no
la encontró en la famosa terraza de invierno, así que caminó por la acera
mandándole un mensaje para avisarle de que se marchaba a casa. Después
se detuvo, abrió su correo, localizó el mensaje con su carta de renuncia y lo
envió sin titubear.
15
 
—¿Qué tal el pequeño Mattia?
Le preguntó Rosetta saliendo a su encuentro y él le sonrió y la abrazó
por los hombros para que lo acompañara hasta su despacho.
—Muy bien, sanísimo y muy fuerte. A mí me parece un bebé como los
demás, pero mi madre y Clara aseguran que es clavado a su padre.
Sacó el móvil y le enseñó las fotografías que le había hecho a su nuevo
sobrino, el bebé de Clara y Mattia, que había nacido hacía veinticuatro
horas con puntualidad británica, porque había venido al mundo exactamente
el día previsto y sin mucha alaraca, ya que el parto había sido rápido y
buenísimo, o eso le habían asegurado a él después de pasarse toda la noche
en la clínica acompañando a su hermano.
—Sí, es igual que Mattia, por ende, es igual que tú —comentó Rosetta
repasando la fotos—. Enhorabuena ¿Qué tal está la mamá?
—Ella genial, creo que hoy le dan el alta. La verdad es que no sé
demasiado, había mucha gente en la clínica y anoche me fui a casa a
dormir, estaba agotado. No tengo la adrenalina disparada de mi hermano,
que no para desde hace no sé cuántas horas.
—Padre primerizo, después vendrá el cansancio y a ver qué hacen
cuando el enanito nos los deje descansar.
—Están los padres de Clara aquí y mis padres y un montón de gente
queriendo ayudar, seguro que cuando lleguen a casa podrán descansar.
¿Alguna novedad por aquí?
Dejó su mochila sobre el escritorio, levantó la cabeza y miró hacia el
antiguo despacho de Valeria Tarenzi, que los había abandonado sin
remordimientos hacía quince días, justo mes y medio después de haber
discutido sin ningún resultado y por última vez en aquel restaurante indio
de Porta Garibaldi.
Solo pensar en esa batalla perdida, y en lo frías que habían acabado las
cosas entre los dos, que apenas se habían dirigido la palabra tras esa noche,
le pusieron el vello de punta. Se desplomó en la silla intentando pensar en
otra cosa, porque lo cierto es que no pensaba amargarse también por ella, a
la que por alguna razón no podía olvidar, pero a la que tampoco podía
recuperar, por lo tanto, a la que más le valía relegar en el fondo de su mente
y para siempre, y Rosetta se puso delante de su escritorio.
—Acabo de enterarme en el ascensor que ha fallecido la abuela de
Valeria.
—¿Valeria?
—Sí, pobrecilla, estaban muy unidas. Darío, su antiguo compañero de
Equivalentes de Efectivo, venía del entierro que ha sido esta mañana,
aunque parece que falleció hace tres días. Estoy esperando a una hora más
prudencial para llamarla por teléfono.
Se quedó quieto, con el corazón encogido, pensando en lo que aquello
podía significar para ella, que adoraba a su nonna, y se puso de pie sacando
el teléfono móvil. Marcó su número, que dio señal, pero ella no respondió y
a él se le empezó a abrir un agujero enorme en el centro del pecho. Respiró
hondo y miró a Rosetta.  
—¿Estás segura que se refería a Valeria Tarenzi?, porque si se trata de
su abuela lo normal es que nos hubiese avisado también a nosotros ¿no?
—Darío es muy amigo suyo, desde hace muchos años, no tenía por qué
avisarnos a los demás.
—Hostia puta.
Masculló, cogiendo su chaqueta, se la puso y salió de la oficina sin
despedirse, bajó corriendo las escaleras y entró en el Departamento de
Equivalentes de Efectivo buscando a Darío para que le informara de lo que
estaba pasando, porque no se podía creer que fuera el último en enterarse de
algo tan grave.
—¿Fabrizio Santoro? —Preguntó el chaval con los ojos muy abiertos al
verlo acercarse tan decidido y él le hizo una venia antes de hablar.
—Rosetta dice que ha muerto la abuela de Valeria, ¿es cierto?
—Desgraciadamente sí, acabo de venir del entierro en el Cementerio
Monumental.
—Madonna Santa! —exclamó pasándose la mano por la cara—. ¿Qué
ha pasado?, ¿cómo murió?
—Un derrame cerebral. Por suerte Valeria estaba con ella y pudo
asistirla, se la llevaron en ambulancia al hospital y no sobrevivió, pero le
consuela haber estado con ella en todo momento. Dice que al menos se
pudieron despedir.
—Joder, ¿por qué no me ha llamado?
—No lo sé. Yo creo que estaba muy afectada para llamar a nadie.
—Pero te llamó a ti.
—Bueno, yo…
—Está bien, no te preocupes. Adiós.
Se despidió de Darío tocándole el hombro y dándole las gracias, y salió
de allí llamando a Rosetta para avisarle que se iba a casa de Valeria Tarenzi
para comprobar que estaba bien y darle el pésame.
Pisó la acera hecho polvo, pensando en lo mal que lo estaría pasando, y
antes de girar hacia su calle vio que le acababa de entrar un correo
electrónico de Bianca Sanpaolo. Una verdadera novedad, porque tras
pasarse muchas semanas hablando como viejos amigos por teléfono, ella
había desaparecido de la noche a la mañana hacía dos meses, y,
sinceramente, ya había perdido la esperanza de que se pusiera en contacto
voluntariamente con él.
Pinchó el email y leyó: “Fabrizio, te escribo por última vez para zanjar
este tema ya por fin. El 28 de febrero nació mi hija Cora, ella y yo estamos
muy bien. Le hemos puesto el nombre de su abuela paterna, porque es
idéntica a ella y a su padre. Tobías y yo estamos felices con nuestros dos
hijos y solo te rogamos que respetes nuestra intimidad, a nuestra familia y
retires los requerimientos judiciales y las demandas absurdas con las que tus
abogados me siguen persiguiendo o nos veremos en la obligación de
demandarte por acoso y hostigamiento. Un saludo. Bianca Montague.”
Sonrió, porque estaba loca si creía que iba a tirar la toalla a esas alturas
del partido, y le respondió eso mismo sin detenerse a pensar en la niña que
había nacido y por la que era incapaz de sentir algo parecido al afecto,
aunque se alegró de que estuviera bien. Reenvió el email a Mattia,
aceptando que en ese momento todo carecía de importancia para él salvo
Valeria y su bienestar, y en seguida llegó a su edificio. Se puso delante del
telefonillo cayendo en que no tenía ni idea de en qué piso vivía, decidió
llamar a todos los timbres, pero no hizo falta, porque una vecina mayor
abrió, lo miró de arriba abajo, le sonrió y lo dejó entrar en el portal sin
ningún problema.
—¿Dónde va, joven?
—Al piso de Valeria Tarenzi, su abuela falleció…
—Ah, claro, al piso de los D’Angelo, el 2B. Qué tragedia. Suba, suba,
caballero, están todos allí.
—Muchas gracias.
Llegó a la segunda planta de dos zancadas y tocó el timbre del 2B, el de
los D’Angelo, que era el apellido de la familia materna de Valeria, se movió
nervioso por el rellano sin que nadie respondiera, hasta que percibió un
poco de movimiento al otro lado de la puerta y optó por tocarla con los
nudillos.
—Hola, ¿qué desea? —le abrió al fin un tipo joven y moreno vestido
con traje oscuro, y él dio un paso atrás.
—Buenos días, me llamo Fabrizio Santoro, soy amigo de Valeria, acabo
de enterarme de lo que ha pasado y… bueno, venía a verla.
—Lo siento, pero ella no está para recibir visitas. Le diré que se ha
pasado. Hasta luego.
—No —se adelantó y sujetó la puerta—. Lo siento, pero necesito verla.
¿Puede decirle, por favor, que estoy aquí?
—Le acabo de decir que ella no…
—¿Qué pasa? —Gracias a Dios Mark, el marido de Maurizio, se asomó
con el ceño fruncido y al reconocerlo apartó al del traje y le ofreció la mano
hablándole en inglés—. Fabrizio, ¿qué haces aquí?
—Me gustaría hablar con Valeria y daros el pésame, no voy a quedarme
mucho tiempo, solo necesito saber si se encuentra bien.
—No se encuentra nada bien, lleva tres días sin dormir. ¿Cómo es que
no has ido al tanatorio o al cementerio?
—Nadie me avisó, acabo de enterarme.
—Joder, tío, me sabe fatal, pero no creo que sea buena idea que pases, al
fin hemos conseguido que se meta en la cama y… le diré que has venido y
que te llame ¿te parece?
—No, no me parece —Volvió a sujetar la puerta sin ninguna intención
de marcharse de allí sin verla y entonces fue otra persona la que apareció
por el pasillo con cara de pregunta.
—¿Qué está pasando aquí? —El padre de Valeria se aproximó para
mirarlo de cerca— ¿Fabrizio?
—Hola, Maurizio, ¿cómo estás?, solo he venido para daros el pésame y
ver a Valeria. Desgraciadamente, no he sabido nada hasta hoy y…
—Claro, hombre, pasa. ¿Cómo es que lo dejáis en el rellano? —Regañó
a los otros dos y lo hizo entrar por un pasillo muy largo hasta un salón
enorme dónde Mau y Agnese estaban tomando café— ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias, me marcho en seguida. Mau, lo siento mucho —se
acercó a él y se dieron un abrazo—. Os acompaño en el sentimiento, no sé
ni qué decir, no…
—Gracias —respondió Mau palmoteándole la espalda—. Gracias por
venir.
—Acabo de enterarme, si no, pues…
—No te preocupes, llamamos a muy poca gente, la nonna quería un
entierro discreto y así se ha hecho.
—¿Y Valeria?
—Está en la cama intentando dormir, lleva tres días sin pegar ojo —
insistió el del traje negro—. Ya te advertí de que no está para recibir visitas.
—Él es Roberto, un gran amigo de Turín —Presentó Mau y Fabrizio le
hizo una venia.
—Encantado. Y no era mi intención molestar, solo es que estoy muy
preocupado por ella.
—Acompáñame, Fabrizio.
Agnese se puso de pie, dejó su taza de café en la mesa, se le acercó y lo
agarró por la muñeca para conducirlo por el pasillo hasta el otro lado de la
casa. Él la siguió y cuando llegaron a una puerta cerrada y pintada de
blanco, se detuvo y lo miró a los ojos.
—Aprovecha esta oportunidad, Fabrizio Santoro, no sé si te la mereces,
pero yo creo en las señales y por algo estás aquí. Sé que a ella le vendrá
bien verte —abrió la puerta y le hizo un gesto con la cabeza—. Pasa y dale
un abrazo.
Asintió y entró en la habitación completamente a oscuras. Percibió
cómo Agnese cerraba la puerta a su espalda y no se movió hasta que ajustó
la vista y localizó la cama vacía, miró a su alrededor y no vio a nadie, dio
dos pasos haciendo crujir el parqué y entonces se abrió la puerta del cuarto
de baño y apareció Valeria descalza, con el pelo suelto y vestida con un
pijama de verano.
—No voy a tomarme una pastilla para dormir, dejad de darme la lata,
por favor…
Susurró, apartándose el pelo largo de la cara, subió la cabeza y al verlo
se lo quedó mirando con incredulidad, dio un paso atrás y volvió a mirarlo
con atención, hasta que de repente entendió que de verdad estaba ahí, se
puso una mano en la boca y se echó a llorar.
—Lo siento mucho, cielo. No sabes cuánto lo siento, cariño.
Se le acercó de un salto y la estrechó muy fuerte contra su pecho,
besándole la cabeza y acariciándole la espalda, mientras ella se le aferraba a
la camisa y sollozaba con tanta pena que él empezó a quebrarse también,
intentando buscar alguna palabra que pudiera servir de consuelo.
—Hueles tan bien… —Farfulló al cabo de unos minutos.
—¿Perdona? —Le preguntó, apartándola para mirarla a los ojos y ella le
acarició el pecho.
—Me encanta como hueles, te he reconocido antes por el perfume que
por otra cosa.
—Te regalaré un frasco.
—No, huele así de bien porque lo llevas tú —tragó saliva— ¿Qué haces
aquí?
—¿Cómo que qué hago aquí?, acabo de enterarme y solo quería verte.
Necesitaba saber cómo estabas.
—Bueno… ha sido… ya sabes… pero ella ya está descansando con su
marido y con su hija. Desde hacía once años le costaba seguir viviendo sin
mi madre, así que…
—Lo sé, lo sé —volvió a abrazarla con fuerza—. Me gustaría haber estado
contigo, Valeria, siento mucho no haber estado aquí.
Siguieron mucho rato así, con los ojos cerrados, abrazados y sin hablar,
en silencio mientras él le acariciaba la espalda y la cintura, y le besaba el
pelo y pensaba en que solo quería salvarla, consolarla y protegerla, porque
verla así de mal lo partía por la mitad, hasta que, de pronto, un rayo le
iluminó la cabeza y se dio cuenta de lo fundamental que era ella en su vida
desde hacía meses, prácticamente desde que la había conocido, y se le
paralizó el pulso. Abrió los ojos y vio meridianamente claro lo que llevaba
haciendo de forma inconsciente desde hacía mucho tiempo.
Llevaba meses confundiendo lo que sentía por ella, lo que la necesitaba
en su vida, con lo que la necesitaba en el trabajo, con la dependencia que
habían desarrollado ambos en el ámbito laboral, y saberlo o entenderlo así,
tan claramente, fue como un bofetón en plena cara. Un despertar brusco,
una epifanía, y sonrió sin saber qué hacer, porque obviamente ese no era ni
el momento ni el lugar para manifestarlo, pero ¡joder!, era portentoso.
—¿Cómo es el pequeño Mattia? —Le preguntó y él contestó con una
sonrisa en la cara.
—Moreno, sanote y muy tranquilo, ser parecerá a su padre. ¿Clara te
avisó que había nacido?
—Celia me escribió ayer, pero aún no he llamado a Clara.
—No pasa nada, ahora le diré que he estado contigo.
—Mau y Mark van a tener un bebé en California, han acudido a la
maternidad subrogada, aún no lo sabe nadie. La abuela no llegó a saberlo,
aunque seguro que le habría encantado ser bisabuela.
—Me alegro mucho por Mau y Mark ¿Tú no deberías intentar dormir?,
dicen que llevas tres días sin pegar ojo —cambió de tema y la apartó para
observarla con atención y acariciarle la cara.
—¿Te llamó Mau para que vinieras?
—No, Darío de lo dijo a Rosetta y ella a mí. He venido por mi cuenta y
sin llamar, igual tu familia me odia un poco, pero no podía quedarme quieto
en la oficina.
—No te odian tanto si te han dejado pasar a mi habitación —Forzó una
sonrisa y se acercó a la cama—. Al fin conoces mi dormitorio.
—Sí y me encanta. Venga, acuéstate, yo te acompaño.
Se sacó la chaqueta, se aflojó la corbata, se sacó los zapatos y buscó
unos cojines para acomodarse a su lado en la cama. Ella se recostó mirando
al techo, pero cuando él se le puso al lado, giró y lo abrazó con todo el
cuerpo.
—Voy a aprovecharme un poquito de ti, Fabrizio, siempre me dormía
rápido si te abrazaba.
—Lo mismo digo —la acurrucó besándole la frente.
—¿Qué tal el trabajo?
—Bien, pero te echamos de menos. Me siento huérfano desde que te
fuiste.
—Me ha llamado Antonio Messina para que me haga cargo de Equivalentes
de Efectivo, al parecer su yerno salió rana y quiere que le salve los muebles.
—¡¿Qué?! —buscó sus ojos y ella asintió—. No sabía nada. Dirás que sí
¿no?, ese puesto ha sido tuyo desde el principio.
—Sí, pero necesitaré una semana al menos para recomponer un poco mi
vida, lo de mi abuela ha sido tan inesperado que necesito un tiempo.
—Por supuesto.
—Al menos estuve con ella hasta el final ¿sabes? —susurró,
abrazándolo otra vez—. Cuando murió mi madre no pude despedirme de
ella, porque llegó tan mal al hospital que le indujeron un coma y ya no
despertó. Todos nos decían que le habláramos porque seguro que nos
escuchaba, pero ¿cómo nos iba a escuchar si ya estaba en muerte cerebral?
—Lo siento muchísimo.
—Fue un accidente de coche, murió porque un conductor borracho, un
30 de diciembre, salía de una fiesta de empresa y empotró su coche contra
el de mis padres. Veinticuatro horas después mi madre murió en la UCI.
Nunca nos recuperamos, por eso sé que mi abuela ahora descansa en paz,
porque solo quería ver a su hija otra vez, y a mi abuelo… ella creía que los
vería y espero que así sea.
—Seguro que sí.
—No te lo había contado antes porque no lo hablo con nadie, pero ahora
ya lo sabes.
—Y yo te agradezco la confianza.
—Al menos la nonna estuvo semiinconsciente unas horas y nos
pudimos despedir, se fue con una sonrisa.
Él guardó silencio sin saber qué decir y sin dejar de estrecharla contra su
pecho, hasta que, pasado un rato sin moverse, tocaron la puerta muy
suavemente y Mau entró sin hacer ruido, se puso delante de la cama y le
hizo un gesto para confirmarle que ya estaba profundamente dormida.
—Gracias, Fabrizio.
Le dijo ayudándolo a levantarse y juntos la rodearon de cojines y la
taparon bien antes de hacer amago de dejarla sola. Fabrizio se puso los
zapatos mirándola de reojo, sintiendo que le iba a estallar el pecho de tanto
amor, y antes de marcharse se le acercó y le besó la frente.
—Arrivederci, biondina, luego te llamo —le acarició el pelo y abandonó la
habitación detrás de Maurizio.
—Seguro que te ha mandado la nonna —comentó Mau acompañándolo
por el pasillo y él se detuvo y lo miró con el ceño fruncido—. Ella sabía que
el único consuelo para Valeria serías tú.
—¿Tú crees?
—Cuando murió nuestra madre algo murió también con Valeria, nunca
volvió a ser la misma persona, hasta que apareciste tú y de repente volvió a
iluminarse como antes. Todos nos dimos cuenta, la primera la abuela, que
era más lista que el hambre.
—Pues… ojalá me hubiese mandado antes y no con tres días de retraso.
—Has aparecido en el momento justo y todos te lo agradecemos, tío. Ven
aquí.
Se dieron un abrazo, se despidió de todo el mundo y bajó a la calle
bastante conmocionado, como si hubiese vivido un año entero de
emociones en una hora y media a solas con Valeria en su dormitorio, y se
preguntó si no sería verdad lo que pensaba Maurizio y la nonna, que
adoraba a su nieta, estaba jugando desde el cielo, o desde donde fuera, un
papel decisivo en ese reencuentro mágico y tan revelador que acababa de
cambiarle la vida.
Sacó el móvil sonriendo como un crío, marcó el número de Mattia y él
le contestó tan tranquilo.
—¿Qué tal, tío?
—Muy bien, ¿vosotros?
—Esperando el alta, nos vamos a casa.
—Genial, me alegro mucho. Mattia…
—¿Qué?
—Ha pasado.
—¿El qué?
—Estoy enamorado.
16
 
—¡¿Tú sabes quién es Étienne Clermont-Tonnerre?!, ¡¿lo sabes, Bianca?!
Gritó Tobías tirando con el brazo todo lo que había en el aparador del
salón y Bianca se puso de pie para parar el desastre, porque él era de esos
histéricos que empezaban a tirar cosas y no paraban nunca.
—¿Un chef francés? —preguntó, sujetando una figurita de porcelana y
Tobías se detuvo y se la quedó mirando con cara de furia.
—No es solo un chef francés, es un aristócrata francés forrado, coño, su
familia es de las más ricas de Francia, su padre es un conocido filántropo
residente en Londres y todo el mundo les rinde pleitesía y, lo peor de todo,
les presta atención.
—¿Y?
—¡¿Y?! —bufó con ojos de asesino—. Me lo acabo de encontrar en una
cena, se acercó a mí acompañado por un italiano alto al que me presentó
como a su “hermano”, pero resulta que en realidad no era su hermano, era
el hermano del puto Fabrizio Santoro.
—¡¿Qué?!
—Lo que oyes, un tal Luca Santoro, ¿lo conoces?
—Solo de nombre.
—El tal Luca y su amiguito del alma vinieron directos a mí, se presentaron
y a los cinco minutos me estaban preguntando por las pruebas de ADN que
no te has hecho en Roma. Clermont-Tonnerre insinuó que cómo no
respondas a los requerimientos de Fabrizio Santoro, al que considera parte
de su familia, no solo seguirán demandándote, sino que también se
encargaría personalmente de hacer público todo este asunto. ¡Me ha
amenazado!
—Y ¿a ti qué más te da?
—¡¿Cómo que qué más me da?!, ¿no te enteras? Ese tipo es alguien
importante en esta sociedad y en toda Europa, no es un simple cocinero, es
un tío poderoso y forrado, con millones de contactos y relaciones, y si le da
la gana, por apoyar a la familia de su “hermano”, no solo puede arruinar mi
reputación, sino también mi carrera política.
—Vale, vale, tranquilo.
—Tranquilo y una mierda.
—¿Qué quieres decir?
—Que se acabaron las chorradas, Bianca, mañana vas a coger un vuelo con
la niña, vas a ir al Anatómico Forense de Roma y vas a entregar las
muestras de ADN. No me importa dar mi apellido y criar a Cora como hija
mía, sea quien sea su padre biológico la seguiré considerando mi hija, pero
quiero zanjar este tema de una puta vez y olvidarme del jodido Santoro y de
toda su puñetera familia ¡¿queda claro?!
—Hay que pedir una cita, no puedo presentarme en Roma sin…
—Tú has lo que tengas que hacer, Bianca, pero procura que sea rápido.
—Y… ¿qué pasa si Cora al final es de Fabrizio? —se atrevió a
preguntar y Tobías dio un paso atrás y frunció el ceño.
—Si por desgracia ese tipejo es su padre biológico, le solicitaremos la
renuncia paternal porque la niña ya está inscrita en mi libro de familia y con
mis apellidos.
—Si ha llegado hasta aquí no renunciará a nada.
—Entonces iremos a los tribunales y tendré que gastarme una pasta para
que te den la custodia total o compartida. Reuben y los abogados dicen que
podemos lidiar años y años con tu amante, retrasar lo inevitable, pero no lo
haré, ¿me oyes?, si todo esto se desmadra porque al final Santoro resulta ser
el padre, acataremos lo que diga un juez —le dio la espalda para dejarla
sola—. Debiste advertirme de que tu amiguito no era tan gilipollas como
parecía. Menudo grano en el culo.
—Te lo dije desde un principio, te lo advertí. No todo esto es culpa mía,
tú lo has infravalorado siempre.
—¿No todo es culpa tuya?, qué valor, Bianca. Hemos llegado hasta aquí
porque te estuviste follando a dos tíos a la vez.
—No, hemos llegado hasta aquí porque TÚ decidiste que no hiciéramos
las pruebas de ADN. TÚ le mandaste un resultado falso, TÚ me hiciste
esconderme aquí de la justicia italiana y TÚ me obligaste a escribirle dos
meses después del nacimiento de Cora para decirle que nos dejara en paz
porque la niña era igual que tu madre.
—Qué cara tienes. En todo caso, sea como sea, estamos los dos hasta el
cuello y ha llegado el momento de claudicar y hacer las pruebas de
paternidad o esto acabará conmigo, y no es un eufemismo. No pienso
consentir que tus errores acaben con mi honor y mi prestigio.
—Está claro que Clermont-Tonnerre y Luca Santoro te han acojonado. Da
un poquito de vergüenza.
—No te pases un pelo, porque estoy a esto de dejarte caer y mandarte
sola de vuelta a Roma para que apechugues con todas tus mierdas.
—No hace falte que me mandes a ningún sitio, puedo volver a Italia y
retomarlo donde lo habíamos dejado.
—Claro, hasta puedes volver a tirarte a tu Fabrizio Santoro y formar una
familia con él, seguro que te recibe con los brazos abiertos.
—Eso seguro, es un caballero y jamás me dejaría en la estacada.
Bastaría con decirle que la hija es suya y tú pasarías a la historia para
siempre.
—Qué ilusa, Bianca. Vuelve a la realidad de una vez.
—Fabrizio Santoro es más noble y más hombre que tú de lejos, si me
presento en Milán con su hija me suplicará que me case con él. Es un tío de
principios y de familia, no tienes ni idea de lo que sería capaz de hacer por
mí, la madre de su pequeña.
—Primero tendrás que probarle que la niña es suya.
—Mi palabra le bastará, sobre todo cuando le explique que tú me has
obligado a hacer todo esto.
—¿Tú te escuchas cuando hablas?
—¿Y tú?. No puedes venir aquí y hablarme en ese tono, yo solo me
estoy defendiendo.
—Y yo, por eso, por el bien de todos, incluido el de Toby y Cora, te vas
a presentar en Roma para hacer las pruebas y luego actuaré en
consecuencia. Fin del problema.
—¿Estás pensando en abandonarme si no eres el padre?, ¿de verdad te
divorciarías de mí? —se le acercó bajando el tono y él la miró moviendo la
cabeza.
—No lo sé, Bianca, ahora estoy demasiado cabreado para pensar.
—Nos queremos, tenemos dos hijos preciosos, podemos con todo esto,
cariño, lo superaremos. Lo de volver con Fabrizio es una broma, me
enfadas y me haces decir cosas que no siento.
—Lo sé, ¿dónde vas a ir tú con un tío como ese?
—¿Qué insinúas?
—Qué podrá estar muy bueno y volverte loca en la cama, pero vive de un
sueldo, no tiene dinero ni posición, ni una casa como esta, y tú yo sabemos
que esto es lo único que te importa, ¿verdad?
Escupió, soltando una risita de lo más desagradable, y desapareció por el
pasillo de su enorme y elegante casa de South Kensington sin mirarla.
Bianca Sanpaolo lo siguió con los ojos y sintió un escalofrío por toda la
espalda porque era cierto, por venganza, por desesperación o por lujuria,
solo por eso podía volver a acostarse con Fabrizio Santoro, pero por nada
más, porque no pensaba renunciar a su lujosa vida en Londres, ni a esa
sociedad a la que al fin se había adaptado, ni a los fines de semana en la
campiña o al colegio privado y carísimo de su hijo. Antes muerta que
perder un centímetro de su posición por su culpa.
Miró el desastre de cosas que había dejado Tobías esparcidas sobre la
alfombra, decidió que lo dejaría tal cual para que lo limpiara la asistenta al
día siguiente, y pensó en subir a reconciliarse con él, a mostrarse como una
mujercita entregada y sumisa, que era lo que siempre le funcionaba, pero
antes pensó en lo que le solía repetir su madre: “Nunca te cierres puertas y
juega bien tus cartas, Bianca, guárdate siempre un As bajo la manga porque
un día lo puedes necesitar”.
Agarró el móvil y salió al patio trasero de la casa, marcó el número de
teléfono de Fabrizio y él no le respondió, pero sí saltó su contestador
automático, así que le dejó un mensaje.
—Ciao, mio amore. En cuánto me den cita voy a ir a Roma para las
pruebas de ADN y he pensado que podíamos vernos, seguro que te hace
ilusión conocer a Cora. Podemos quedar en Roma y pasar un par de días los
tres juntos en mi casa o puedo viajar con ella a Milán. Dime algo, cielo,
tengo muchas ganas de verte.
17
 
La nonna había pedido toda su vida un entierro discreto. Ella era de las
típicas abuelas italianas que hablaban mucho de la muerte, de su velatorio y
de esos detalles que sobrevenían cuando fallecía alguien. Lo hablaba con
normalidad, especialmente desde la muerte de su hija y su marido, por lo
tanto, ni Mau ni ella estaban improvisando, todo lo contrario, lo estaban
haciendo tal cual su abuela lo había previsto, empezando por un entierro
muy discreto en el Cementerio Monumental y siguiendo con una misa
funeral abierta a todos sus familiares, vecinos y amigos en Santa María
delle Grazie. La iglesia visitada cada año por millones de turistas que iban
buscando en su refectorio La última cena de Leonardo da Vinci, pero que
era donde doña Valeria Grazia D’Angelo había sido bautizada, tomado la
primera comunión, se había casado y había bautizado a su hija y a sus dos
nietos.
Valeria miró hacia el altar pensando en que la nonna estaría muy feliz
con la cantidad de gente que estaba llenando su iglesia tan solo una semana
después de su fallecimiento, y se sentó en su sitio, en primera fila junto a
Mau, Mark, su padre y Agnese, y otros familiares y vecinos que seguían
parloteando antes de que empezara la misa.
Su padre le cogió la mano para reconfortarla, aunque llevaba unos días
muy tranquila y serena, le sonrió y entonces recibió un mensaje de Fabrizio
Santoro, lo abrió y leyó con una sonrisa: “Estamos a mitad del pasillo. Me
he encontrado a mi madre en casa de Mattia y se ha empeñado en
acompañarme porque no se pierde un funeral, y porque quería conocerte y
darte el pésame. Ahora nos vemos”.
Se incorporó y se giró para localizarlo con los ojos, lo vio en seguida
entre la gente, tan alto y tan guapo vestido con traje y con su madre del
brazo, y los saludó a los dos con la mano, comprobando que la señora
Santoro era tal como se la había imaginado: una mujer morena guapísima y
muy elegante.
—Ya empieza, cariño.
Le susurró Mau poniéndose de pie y Valeria se volvió hacia el altar para
ver entrar al padre Giacomo, que era un viejo amigo de la familia y que le
había prometido no hacer una ceremonia muy larga, aunque dudaba mucho
que cumpliera con su palabra teniendo un público tan amplio y variado. Se
resignó a tirarse allí al menos una hora y respiró hondo para seguir el rito
con paciencia y de forma automática, como hacía siempre, porque seguía
siendo creyente, pero hacía siglos que no comulgaba con la iglesia católica.
Bajó la cabeza tocándose la pulsera de su abuela, que a su vez había sido
de su bisabuela, y cerró los ojos intentando pensar en cosas más agradables,
porque no quería volver a recrear el día en que su nonna se había
desplomado de repente en la cocina mientras se hacía una tizana, y el
mundo había dejado de girar para las dos.
Afortunadamente, no estaba trabajando, ni de viaje, ni de fiesta cuando
había pasado, y eso le había permitido correr a atenderla y llamar a la
ambulancia, y pedir ayuda a gritos mientras la abrazaba y trataba de
reconfortarla sobre el suelo de mármol.  Gracias a Dios, no había estado
sola, y gracias a Dios ella había podido estar allí hasta su último aliento,
porque de lo contrario no se lo hubiese podido perdonar en la vida. Llevaba
viviendo con su abuela más de dos años precisamente para acompañarla y
para que no se sintiera sola, y la consolaba saber que al menos había
cumplido con ese propósito, a pesar de no haber podido salvarle la vida.
Con ochenta y seis años un derrame cerebral tan severo había sido
irreversible, le habían jurado los médicos, y lo entendía y lo asumía, ahora
solo hacía falta acostumbrarse a su ausencia y seguir adelante como
siempre, porque tenían toda una vida por delante y la nonna querría que la
aprovecharan al máximo. Eso se repetían a diario Mau y ella y les estaba
funcionando, porque tan solo ocho días después de su muerte ya se sentían
mucho mejor.
Miró a su hermano y le acarició él brazo, él se acercó para besarle la
cabeza y se quedaron así, pegaditos oyendo las lecturas y el sermón del
padre Giacomo, con el calor empezando a sentirse claramente en Milán una
tarde del mes de mayo. Cerró los ojos y pensó en Fabrizio Santoro, que se
había desvelado esos últimos días como el más adorable y entregado de los
caballeros, como el más dulce de los amigos y el más cariñoso, y percibió
perfectamente como se le henchía el corazón de amor, porque estaba loca de
amor por él, ya no pensaba negarlo y le daba igual todo lo demás.
Que el hombre de tus sueños, al que llevabas esquivando mucho tiempo
y por el que incluso habías dejado el trabajo, se presentara corriendo para
darte un abrazo y ofrecerte su consuelo en medio de una situación tan
dolorosa, no tenía precio. Nunca podría agradecérselo lo suficiente, nunca,
aunque no paraba de darle las gracias, y solo por eso lo tendría para siempre
en su corazón. Por supuesto, era consciente de quién era y de las diferencias
que lo seguían separando. A pesar de la pena y sus circunstancias, no se
había olvidado de todo lo que había pasado entre ellos, de todo el mal rollo,
sus ligues y sus relaciones “abiertas”, de sus tensiones y sus últimas
discusiones, obviamente todo eso no se le había borrado de la cabeza de la
noche a la mañana, sin embargo, ya le importaban un pimiento.
Se había esforzado muchísimo por no quererlo, por tomarlo como un
regalo fugaz del universo, como una aventura sexual sin futuro, y en parte
lo había conseguido, no obstante, los sentimientos no se habían podido
reprimir tan fácilmente y se había enamorado de él, y seguramente seguiría
enamorada de él el resto de su vida.
La clave estaba en que después de la muerte de su abuela no le
importaba sentirse así, aunque no fuera correspondida, aquello era lo de
menos, porque quererlo era más que suficiente y pensaba dejarse llevar por
ese amor en privado, total, Fabrizio no tenía ni que enterarse de lo que le
estaba pasando, procuraría que no lo hiciera para que no se sintiera mal, y
así podrían seguir siendo amigos.
Se había pasado demasiado tiempo espiándolo a lo lejos, fantaseando
con él, consiguiendo al final ganarse su amistad, su aprecio y un mes entero
de sexo y alegrías varias en la intimidad, como para renunciar a mantenerlo
en su vida simplemente porque él no sintiera lo mismo que ella. No se podía
obligar a nadie a que se enamorara de ti, como tampoco podías obligarte a
amar a nadie, pero sí podías reciclar ese amor en amistad sincera, que era lo
que él siempre le había ofrecido. Amistad, confianza y compañerismo.
¿Qué más podía pedir que poder levantar el teléfono y llamarlo cuando
quisiera?, ¿qué más que poder contar con él?, ¿qué más que poder abrazarlo
y charlar con el corazón en la mano durante horas? Nada más, podía darse
por satisfecha solo con tener eso y no pensaba desaprovecharlo.
Lo quería demasiado como para no poder verlo y encima el destino se
empeñaba en ponérselo a tiro, porque ni dejando el trabajo había logrado
quitárselo del alma y la cabeza. Había sacrificado un montón de cosas por
alejarse de él, incluso había aprendido a ignorar sus llamadas o sus
mensajes, había dejado pasar su cumpleaños el 4 de abril a posta para no
parecer que vivía pendiente de él, y también había evitado contarle lo de la
repentina muerte de su abuela. Lo había hecho todo, aún así, no había
dejado de añorarlo y él no había dejado de comportarse como una persona
decente y estupenda, porque no había dudado ni un segundo en correr a su
lado cuando se había enterado de su tremenda pérdida.
—Tesoro, lo siento muchísimo… Fabrizio me ha contado lo unidas que
estabais tu abuela y tú…
Le dijo la señora Santoro después de la misa, cuando al fin pudo
apartarse de la gente y acercarse a saludarla, y se abrazaron con mucho
cariño, porque a Valeria le dio la sensación de que la conocía de toda la
vida.
—Muchísimas gracias, gracias por venir. Hola, Fabrizio —Lo miró y él
se acercó y le besó la mejilla.
—Ciao, biondina ¿Qué tal lo llevas?
—Bueno, al menos ya se han acabado los compromisos oficiales, a
partir de ahora estaremos más tranquilos ¿Qué tal Clara y el bebé?
—Uy, están estupendos —respondió la señora Santoro mirándola con
sus enormes ojos verdes, muy parecidos a los de su hijo Franco—. Clara
como si no hubiese parido hace cinco días y el peque precioso, come muy
bien. Es igual que Mattia, tranquilísimo.
—Me alegro muchísimo, yo…
—Cariño, perdona —Su padre se acercó para acariciarle la espalda y se
calló al ver quién la acompañaba—. Hola, Fabrizio, gracias por venir.
—Hola, Maurizio, te presentó a mi madre. Mamá, este es el padre de
Valeria.
—Encantado, muchas gracias a los dos por venir. ¿Qué planes tenéis?,
estábamos pensando en ir a tomar algo a la terraza de Pía, una buena amiga
de mi suegra. Si queréis venir, estáis invitados.
—Muchísimas gracias, pero yo debería ir yéndome a San Siro, mi
marido me espera para cenar. Llevo todo el día en casa de mi hijo Mattia y
ya es hora de que dé señales de vida, pero muchas gracias.
—Y yo debería llevarla —apuntó Fabrizio mirando a Valeria con cara de
disculpa—, pero cuando vuelva al centro podría acercarme si tú vas a estar
allí…
—Bueno…
—¿Por qué no acompañas a Fabrizio a San Siro, me dejáis en casa y
luego podéis cenar por ahí? —preguntó la señora Santoro.
—Esa es una gran idea, hija. Acompaña a Fabrizio y luego decidís si os
apetece volver a Brera a cenar o ir a otra parte. Te vendrá bien desconectar
un poco.
La animó su padre y diez minutos después estaba abandonando el
barrio, Santa María delle Grazie y a toda esa gente que insistía en besarla y
consolarla, y preguntarle los detalles más escabrosos sobre la muerte de la
nonna, en el coche de Fabrizio Santoro.
El trayecto en coche de Brera a San Siro duraba unos veinte minutos sin
tráfico, pero un jueves por la noche, con la gente regresando de sus trabajos
a casa, tardaron un poco más, una media hora que se le pasó volando y en la
que no hablaron de nada relacionado con muertes o cementerios, algo muy
de agradecer y que le cambió el humor de inmediato. Tanto, que se pilló
hasta riéndose con la señora Lucía Santoro, que emanaba el mismo encanto
arrollador de todos sus hijos, al menos el de los cuatro hijos que Valeria
conocía y que le caían tan bien.
—Valeria, te espero otro día a comer o a cenar con nosotros, a Franco le
encantará conocer a una amiga de Fabrizio —Le dijo en la puerta de su
edificio y luego le pegó un gran abrazo—. Descansa y mucho ánimo,
cariño.
—Muchísimas gracias y gracias por venir a la misa.
—No ha sido nada. Mio piccolo tesoro —se dirigió a su hijo, que se había
bajado del coche para despedirla—. Cuídala e invítala a cenar a un sitio
bonito. Mañana hablamos. Arrivederci.
—Arrivererci, mamma. Saludos a papá. Andiamo, signorina —Le abrió la
puerta del coche— ¿Dónde quieres ir a cenar?
—No sé, tampoco te hagas mucho lío, si tienes algo que hacer con que
me dejes cerca de mi barrio, yo…
—Se supone que me acompañabas hasta San Siro para luego ir a cenar
juntos —se puso al volante— ¿Qué tal si vamos a mi casa y te hago la
cena?
—Podríamos ir a la mía y concino yo, pero… —pensó en la cocina de
su abuela y sintió un frío por todo el cuerpo—. En realidad, llevo una
semana durmiendo en casa de Agnese y allí no puedo cocinar, pero muy
cerca hay un restaurante griego que está muy bien.
—Prefiero subir a casa, a esta hora no encontraremos mesa.
—Vale, como quieras —se relajó, observando cómo aceleraba de vuelta
al centro de Milán—. ¿Así que te criaste aquí, en San Siro?
—Sí, no es tan elegante como Brera, pero era la leche vivir aquí de
pequeños.
—Me lo imagino, recuerda que yo me crie en Turín, en un barrio normalito
donde la mayoría de los vecinos eran obreros de la Fiat.
—Lo sé —guardó silencio y ella lo observó con atención.
—¿Qué tal estás?, llevamos una semana solo hablando de mí.
—Tutto sta andando bene.
—¿Seguro?
—Bianca me mandó un email para contarme que su hija nació el 28 de
febrero —soltó mirándola de reojo y ella frunció el ceño.
—¿Hace dos meses y medio?
—Sí, y de paso me anunciaba que me iba a demandar por acoso y
hostigamiento si no me olvidaba de las pruebas de paternidad. Tres días
después, me dejó un mensaje para avisarme que vendría a Roma para hacer
las pruebas de ADN y que quería verme para hablar. Me propuso pasar unos
días con la niña en su casa.
—¿En serio? —se le contrajo el estómago y quiso matar a Bianca
Sanpaolo por inestable y manipuladora, pero obviamente no dijo nada y
tragó saliva— ¿O sea que vas a conocer al bebé?
—No.
—¿Ah no?, ¿por qué no?
—No quiero verla hasta que no tenga los resultados definitivos de la
prueba de paternidad. Puede sonar cruel o mezquino, pero por una vez estoy
siendo egoísta y protegiendo mi salud mental, no pienso volver a caer en
sus juegos ni en sus idas y venidas con un tema tan serio. Prefiero esperar y
actuar en consecuencia, la pequeña tampoco se merece que la vayan
utilizando como moneda de cambio.
—Tienes razón.
—Bianca cree que soy tan idiota que no me doy cuenta de sus
manipulaciones y tejemanejes. Es lamentable.
—Siento mucho que sea así, pero alegro de que lo tengas tan claro.
—Vendrá a Roma cuando le den una cita y me reuniré con ella, sin la
niña, para oír lo que me tenga que decir. ¿Qué opinas?
—Que se cazan más moscas con miel que con hiel. Es bueno que
habléis y tratéis de acercar posiciones por lo que pueda pasar en un futuro.
—Estoy totalmente de acuerdo, pero no me refería a eso —Entraron en
el garaje de su edificio, aparcó el coche, lo detuvo y la miró a los ojos—
¿Te vendrías conmigo a Roma?
—¿A Roma?, ¿no debería acompañarte Mattia?
—Mattia se ha pedido la baja paternal, aunque tampoco lo necesito allí,
sin embargo…
Ella abrió la puerta del coche y se bajó, lo que lo obligó a él a hacer lo
mismo. Pulsó el cierre automático y caminaron hacia el ascensor en
silencio, Valeria pensando en que, como amiga, y después de lo que
acababa de hacer por ella tras la muerte de su abuela, le correspondía
apoyarlo y acompañarlo hasta el fin del mundo si hacía falta. Entraron en el
ascensor, buscó sus ojos y le acarició el brazo.
—Cuenta conmigo para lo que necesites, por supuesto que iré contigo a
Roma y…
—¿Cómo te puedo explicar que estoy loco por ti, Valeria?
—¿Eh?
Preguntó, sintiendo cómo se le pegaba al cuerpo para presionar el botón
de su planta, y convencida de que no lo había oído bien, y él dio un paso
atrás y le sonrió.
—Soy consciente de que acabas de perder a tu abuela, que llevas ocho
días de locos y que te sientes agotada y vulnerable, que no estás para oír
esto, pero no puedo seguir simulando que solo soy tu colega del trabajo,
Valeria. Tú me importas de verdad… es más que eso… estoy… en fin… te
estoy pidiendo que vengas conmigo a Roma para pasar unos días juntos y
para allí, lejos de todo esto, pueda suplicarte de rodillas que me des otra
oportunidad.
Le sostuvo la mirada sin moverse, hasta que llegaron a su rellano,
salieron del aparato y él abrió la puerta del piso y la hizo pasar con una
pequeña reverencia. Valeria entró un poco confusa, porque nadie estaba
preparado para escuchar una declaración tan bonita y mucho menos del
hombre de tus sueños con algo de serenidad, y se detuvo en medio del salón
con el corazón galopándole en el pecho.
—Perdona por salir con esto justo ahora, pero en mi defensa he de decir
que… ¿Valeria?
Se volvió hacia él, lo observó con los ojos entornados, sintió como un
impulso la empujaba a dejarse de chorradas, a bajar de una maldita vez la
guardia y a hacer lo que de verdad sentía, dio dos zancadas y lo abrazó de
un salto.
—Te quiero, Fabrizio, no sabes cuánto te quiero y estoy harta de
callármelo, ¿podrás soportarlo? —Le susurró en el oído y él asintió—.
Entonces de acuerdo y esa segunda oportunidad también me la pido yo.
—Amore…
Le dijo con su voz tan grave y preciosa, buscó su boca y la besó. Valeria
sintió su lengua dulce y cálida y se deshizo entera, se le disolvieron todos
los huesos del cuerpo y ya no pudo separarse de él. Siguió besándolo y
acariciándolo mientras él se la llevaba al dormitorio en brazos, y cuando la
tiró literalmente sobre la cama, se echó a reír con lágrimas en los ojos,
porque no sabía si llorar o reír de la emoción que tenía encima.
—Fabrizio…
—Yo también te quiero, amore.
—Madre mía, creo que me va a estallar el corazón…
Le quitó la chaqueta y la camisa, le abrió los pantalones y lo empujó
sobre el edredón. Se le sentó encima gimiendo, y volvió a gemir al sentir
cómo la penetraba, y dejó que sus caderas se desbocaran a un ritmo loco y
delicioso que los empezó a llevar muy rápido al éxtasis absoluto, hasta que
Fabrizio la detuvo, respiró hondo, se incorporó y la obligó mirarlo a los
ojos.
—¿Tú y yo para siempre, Valeria Tarenzi?.
—Desde que te conozco he pensado en tú y yo para siempre, Fabrizio
Santoro.
—¿O sea que quieres ser mi novia? —Le guiñó un ojo y ella se echó a reír a
carcajadas.
—¿Una pareja cerrada?
—Por supuesto.
—Entonces, vale.
—Perfetto, signorina, porque no pienso dejarte escapar. Nunca más.
La besó con los ojos abiertos y luego los cerró sujetándola por el trasero,
pegándola más a su cuerpo, y ella volvió a recuperar el ritmo haciéndole el
amor como si se fuera a acabar el mundo, tan feliz y plena que
inconscientemente dio gracias a Dios, a su madre y a su abuela por ese
milagro.
18
 
—Identificación y tarjeta de crédito, por favor.
Le pidió la recepcionista del hotel y él asintió deslizando por el
mostrador su tarjeta y su carta de identitá, la chica lo miró y le indicó a
Valeria, que se había apartado para responder al teléfono, con el bolígrafo.
—También necesito el DNI de la señora, por favor.
—Claro… ¿amore? —La cogió por la cintura y ella le pasó su
identificación sin mirarlo—. Aquí la tiene ¿El servicio de habitaciones ya
está abierto?
—Por supuesto, señor Santoro.
Le sonrió y volvió a concentrarse en su ordenador. Fabrizio respiró
hondo, giró y se apoyó en el mostrador para admirar el lujoso vestíbulo del
Hassler Roma, ese elegante hotel ubicado en la cima de Escalinata de la
Trinità dei Monti, más conocida como la escalinata de la Plaza de España, y
que le había recomendado su hermano Franco cuando le había comentado
que se iba con Valeria a Roma y no quería llevarla a ningún hotel donde
hubiese estado antes con otras chicas.
Cuando te habías pasado toda la vida adulta ligando y saliendo y
entrando con chicas diversas, en diversas partes del mundo, ocurrían esas
cosas, es decir, que, de repente, cuando al fin querías pasar unos días únicos
e inolvidables con la mujer de tus sueños, no lo encontrabas porque habías
estado en la mayoría de los hoteles buenos y menos buenos, en este caso de
Roma, con otras personas y no te apetecía pisarlos con ella.
Para estar con Valeria se había propuesto encontrar un sitio especial y
único para los dos, un alojamiento que se convertiría en un recuerdo
imborrable de su primera escapada romántica juntos, y se había dejado las
pestañas buscándolo sin ningún resultado hasta que se le había ocurrido
comentarlo con Franco y entonces él, que conocía los mejores sitios de
Italia, le había recomendado el Hassler Roma. Una verdadera fortuna.
Movió la cabeza para mirar a su preciosa novia y la localizó junto a una
columna, concentrada en el teléfono. Llevaba semanas organizando el
papeleo y los trámites derivados de la repentina muerte de su abuela, y el
asunto de la casa de Brera le estaba dando algún que otro dolor de cabeza.
Por una parte, los herederos universales, que eran ella y su hermano, no
tenían ninguna intención de venderla, sin embargo, no paraban de recibir
ofertas y llamadas de personas presionándolos para que lo hicieran, y por
otra, estaba la negociación con Mau para intentar que él se instalara allí,
porque ella no quería quedarse en la casa y si los dos la dejaban sola al final
terminaría abandonada, y eso era inaceptable. No en vano, la propiedad
pertenecía a su familia materna desde el año 1912 y su deber era cuidarla y
protegerla.
Ambos estaban de acuerdo en eso, pero había detalles que resolver y no
paraban de hablarlo en persona y por teléfono mientras Valeria, un mes
después de la muerte de su nonna, seguía viviendo en casa de su tía Agnese,
al menos en teoría, porque en la práctica llevaba tres semanas, desde que se
habían sincerado y habían vuelto a estar juntos, medio viviendo con él.
Respiró hondo y deslizó los ojos por su pelo rubio y largo sujeto en una
coleta alta, su cuello delicado, sus hombros a la vista gracias a una blusa
blanca sin mangas; su espalda recta, sus vaqueros de talle bajo, su cintura
estrecha, sus caderas suaves y su trasero redondito y sublime, y sintió cómo
se excitaba de inmediato, porque le gustaba muchísimo, lo ponía a mil y
apenas podía reprimir el deseo salvaje que le provocaba, especialmente si se
imaginaba lamiendo con la boca abierta esa piel sedosa y caliente y…
—Lo siento, ya estoy.
Se le acercó con una sonrisa y le acarició el pecho, él devolvió la
sonrisa, le cogió la mano y se la besó.
—¿Qué pasa ahora?
—Pues… que quiere que firmemos un contrato privado antes de mudarse a
la casa.
—¿Qué clase de contrato?
—No lo sé, uno que especifique que estoy de acuerdo de que viva allí
con su familia y que no vamos a vender ni a partir el piso en un plazo
mínimo de diez años —Bufó—. Nosotros no necesitamos un contrato de
nada, no nos vamos a perjudicar nunca ¿Tú harías un contrato con Mattia?
—Lo he hecho, el piso donde vivo lo compramos a medias y cuando él
se compró otro con Clara hicimos un contrato y me cedió su parte, lo
pusimos a mi nombre, él dejó de pagar la hipoteca y ya está. Fue un trámite
amistoso y lo más conveniente para la tranquilidad de los dos, también a
nivel fiscal.
—Ya, pero…
Miró a la recepcionista, le dio las gracias, recuperó sus tarjetas, cogió su
equipaje y le indicó los ascensores. Fabrizio asintió y la abrazó por la
cintura para subir hasta la suite.
—También le preocupa Mark, ya le he explicado que es un bien
privativo y que Mark jamás podrá tocarlo, pero parece que no se fía y al
final me preocupa a mí, porque no sé si ya no le está yendo tan bien con su
marido y por eso…
—Mejor dejar las cosas claras, amore, no se trata de no fiarse, se trata
de ser previsores.
—Supongo que tenéis razón —Salieron del ascensor y caminaron
despacio hacia su suite—. También me ha dicho que quieren hacer una
especie de trueque y dejarme su apartamento a mí, pero, sinceramente, a mí
ese piso no me gusta mucho y le ha sentado un poco mal.
—A propósito de eso, yo te quería proponer…
—¡Guau!
Exclamó cuando llegaron a su habitación, abrieron la puerta y se
encontraron con una suite enorme, cálida y con mucha luz. Ella dejó de
prestarle atención y caminó hacia el ventanal más grande, que daba
directamente a la célebre Piazza di Spagna, y lo abrió con las dos manos
antes de volverse hacia él con una sonrisa radiante.
—Madre mía, qué vistas más bonitas, es precioso.
—¿Te gusta? —se le acercó y la abrazó por la espalda con todo el
cuerpo.
—Es perfecto.
—Tú sí que eres perfecta.
—Hay que llamar a Franco para agradecerle la recomendación.
—Después ¿vale?, después…
Deslizó las manos por debajo de su blusa y le atrapó los pechos
mordiéndole el cuello, tiró del sujetador y liberó sus pezones erectos y
sonrosados para pellizcarlos con un dedo. La hizo girar y le plantó un beso
que ella devolvió con la misma pasión, sin oponer la más mínima
resistencia, y lo siguió besando mientras le sacaba la camiseta y le
acariciaba el pecho, y lo miraba a los ojos con los suyos brillantes.
Sin pensárselo dos veces le arrancó los vaqueros, las braguitas blancas
de encaje, la levantó a pulso y la empotró contra la pared junto al ventanal
que daba a la Plaza de España, oyendo de fondo el murmullo de los turistas
y el trajín de Roma, y la penetró con ansiedad, meciéndose entre sus muslos
ciego de deseo, provocando que ella temblara y gimiera, y se entregara con
esa sensualidad tan dulce y pura que emanaba por cada poro de su piel,
hasta que no pudo más y eyaculó muy pronto, tal vez demasiado pronto
dentro de su cuerpo, ahogando un rugido de satisfacción contra su hombro,
y sonriendo de puro placer.
—Ti amo, mio amore —masculló ella sobre su boca y él se la mordió
jadeando un poco.
—Anch'io ti amo, biondina.
—Voy a darme una duchita antes de comer ¿te parece?
—Me apunto.
La posó con cuidado sobre la alfombra, se volvió hacia el cuarto de
baño y en ese mismo instante el teléfono móvil le empezó a vibrar
incansablemente en el suelo, donde habían quedado sus vaqueros. Se
inclinó para comprobar quién lo llamaba y al ver que se trataba de Bianca
Sanpaolo miró a Valeria con el ceño fruncido. Ella se encogió de hombros y
le hizo un gesto para que contestara.
—Pronto! —Respondió, observando como Valeria se alejaba de él, y Bianca
lo saludó feliz como unas castañuelas.
—Ciao, bello!, ¿ya estás en Roma?
—Sí.
—¿En qué hotel?
—¿Por qué?
—Para ir a verte y pasar un ratito juntos.
—Quedamos a las cuatro en el Café Pompeyo de la Piazza Navona. Sé
puntual, por favor.
—Guau, qué frío y antipático, ¿estás enfadado conmigo?, porque si te
pones así de borde no tengo ningún interés en verte.
—Tú me has hecho venir a Roma para hablar conmigo, tú sabrás. Por
cierto, ¿has presentado las muestras de sangre en el Anatómico Forense?
—Hace una hora. Pobre Cora, es la primera vez que…
—Luego te veo, Bianca. Adiós.
La interrumpió, porque no quería saber nada del proceso, y sobre todo
porque estaba decidido a no establecer el más mínimo vínculo emocional
con esa niña, no hasta que consiguiera determinar que era suya y no de
Tobías Montague, y entró en el cuarto de baño donde Valeria ya se estaba
duchando.
—¿Qué quería? —le preguntó, observando cómo se ponía debajo del
chorro de agua caliente con los ojos cerrados.
—Saber dónde estoy alojado. Me ha dicho que ya han dejado las
muestras de sangre.
—Esa es una gran noticia.
—Lo sé, pero ahora me pregunto: ¿qué necesidad tengo yo ya de ir a
reunirme con ella?
—No pierdes nada, Fabrizio.
—Nada salvo mi tranquilidad.
—Oye, que al fin has conseguido que venga a Roma y se presente en el
Anatómico Forense, es una gran victoria, alégrate un poco.
—Sí, si… en fin… es que ya ha pasado tanto tiempo y me ha hecho
tantas putadas que no me creo nada.
—¿No se puede comprobar?
—Supongo que sí, ahora llamo a Mattia y le pido que mueva sus hilos
para confirmar que todo está en orden y no me está engañando otra vez.
—Vale… mírame —Lo obligó a mirarla a los ojos—. Has luchado un
montón, has sido perseverante y firme, y has mantenido tus principios
intactos, eso es la leche y te mereces celebrarlo, que es justo lo que haremos
después de que veas a Bianca ¿de acuerdo?
—Gracias por estar aquí.
—Contigo al fin del mundo, bellissimo Fabrizio —bromeó, peinándolo
con los dedos—. Ánimo, que ya queda menos.
—Aún no hemos hablado de lo que pasará después, Valeria.
—¿A qué te refieres?
—A que, si al final esa niña es mía, procuraré que pase todo el tiempo
posible conmigo y tendré que iniciar la batalla por conseguir un régimen de
visitas y… ¿te quedarás conmigo o no podrás con todo eso?
—Pretendo quedarme contigo el resto de mi vida, mi amor, ¿qué
preguntas son esas? No me conoces en esa faceta, pero a mí se me dan
genial los niños.
Tres horas después abandonaban el hotel abrazados y descansados, y él
decidido a hablar con Bianca Sanpaolo lo justo y necesario para establecer
las bases ojalá pacíficas de lo que podría pasar en el futuro. Es decir, si las
pruebas de ADN lo señalaban finalmente como el padre biológico de Cora,
estaba decidido a no renunciar a su paternidad, por lo tanto, más les valía
ponerse de acuerdo y comportarse como adultos civilizados o la batalla en
los juzgados podría convertirse en cruenta.
Entraron en la Piazza Navona de la mano y pasearon un poco entre los
turistas hasta Valeria se detuvo delante de la Fontana dei Quattro Fiumi, lo
miró a los ojos y le alisó la camisa.
—Ok, dame un toque cuando acabes y te estaré esperando aquí. ¿De
acuerdo?
—¿No vienes conmigo?
—No.
—Y ¿qué vas a hacer mientras tanto?
—Estoy en el casco histórico de Roma, te aseguro que tengo muchas cosas
que hacer —le sonrió, se puso de puntillas y lo besó—. Ve tranquilo. Te
quiero muchísimo.
—Ok… pues, vale… no tardaré ni media hora. No te vayas muy lejos.
—No lo haré.
—Ti amo.
Se dieron otro beso y él se alejó de ella sin darle la espalda, sin dejar de
mirarla, haciéndola reír, hasta que la gente se interpuso entre los dos y no le
quedó más remedio que ponerse serio y buscar el dichoso Café Pompeyo,
que era un café italiano típico con terraza, donde ya había quedado con
Bianca en otras ocasiones. Esas otras ocasiones en las habían acabado
siempre en una cama de cualquier hotel de la zona.
—Ciao, amore ¿Quién es la rubita?
Lo saludó Bianca Sanpaolo apareciendo por su espalda, vestida como
una modelo de alta costura y tan guapa como siempre, y él se sintió
inmediatamente subyugado por esa personalidad arrolladora que tenía,
deslumbrante, sin embargo, esquivó su intento de besarlo y se apartó con
delicadeza señalándole una mesa libre.
—¿Qué tal estás, Bianca?
—¿No me das un beso?.
—No, ¿nos sentamos? ¿Qué quieres tomar?
—Lo de siempre, ¿quién es la rubia? Vengo siguiéndoos desde El
Panteón y he visto que no le puedes quitar las manos de encima. ¿De dónde
sale?
—Es mi novia. Dos expresos, por favor —Pidió al camarero y luego la
miró a los ojos.
—¿Estás seguro de que es mayor de edad?, porque creo que el vestidito
que lleva es de la sección infantil de Zara.
—¿Te han dicho cuándo estarán los resultados de las pruebas?. Según
Mattia no será antes de seis semanas, que dependemos de la carga de
trabajo siempre inmensa del Anatómico Forense.
—Han tardado un mes en darme una hora para tomarnos una simple
muestra de sangre, vete a saber lo que tardarán ahora con el resultado —lo
escrutó de arriba abajo y le guiñó un ojo— ¿De dónde es la rubita?,
¿sueca?, ¿holandesa?
—No voy a hablar contigo de mi novia, Bianca.
—¿Por qué no?, ante todo somos amigos. Y es la primera vez que te
oigo llamar “novia” a alguien, disculpa si siento un poco de curiosidad.
—Es italiana, de Milán y trabaja conmigo. Es una economista con
mucho talento, tiene treinta y dos años, creo que es una de las mejores
personas que he conocido en toda mi vida y la quiero. ¿Algo más?
—¿La quieres? ¡Santa madre de Dios!, a todo cerdo le llega su San
Martín ¿no? Fabrizio Santoro enamorado, esto sí que es un notición. ¿Lo
saben tus legiones de fans?
—¿Podemos hablar en serio?, me has hecho venir expresamente a Roma
y no me gustaría perder el tiempo. Me están esperando.
—¿Por qué no has invitado a tu novia a unirse a nuestra charla?
—No tiene ninguna necesidad de involucrarse en esto.
—¿Pero le has contado que probablemente eres padre de una niña
preciosa?
—Madonna mía! —apoyó la espalda en el respaldo de la silla y se echó
a reír— ¿Ahora soy probablemente el padre de una niña?, ¿no es que era
igual a tu suegra y a tu marido? ¿Cuál es tu intención mareando tanto la
perdiz, Bianca? ¿Te crees que soy gilipollas?
—Yo no creo que seas gilipollas, pero Tobías sí lo cree y lo cierto es que
me obligó a decirte eso, como me ha obligado a decirte todo lo demás.
—¿O sea que tú no eres más que una víctima?
—¿Acaso lo dudas? ¿Te haces una idea de lo que es vivir con un marido
inseguro mientras tú y tus abogados dabais por culo mes tras mes?
—Tú me metiste en esto y solo he intentado aclararlo, a ver si lo
entiendes de una puta vez.
—No tenías que llegar tan lejos, Fabrizio, solo digo eso.
—No hubiese llegado tan lejos si vosotros hubieseis hecho las cosas
bien desde un principio. Si no hubieses huido a Londres, ni mandado unas
pruebas de paternidad dudosas, ni me hubieses mareado con idas y venidas,
esto estaría zanjado hace tiempo.
—Repito: Tobías me obligó.
—Creo que tienes la personalidad y el carácter suficiente para no
doblegarte ante tu marido, Bianca. No engañas a nadie cargándole a él toda
la responsabilidad.
—Y encima tu hermano va y se atreve a amenazarlo…
Masculló afligida, intentando desviar el tema, y Fabrizio empezó a
sentir que estaba perdiendo el tiempo y que aquello no los iba a conducir a
ninguna parte, sin embargo, decidió defender a su hermano Luca antes de
levantarse y dejarla sola.
—¿Amenazas?, eso es mentira.
—Tu hermanito y Étienne Clermont-Tonnerre lo buscaron a posta en una
cena en Londres, lo acorralaron y lo amenazaron directamente.
—No lo amenazaron, solo aprovecharon, ya que lo tenían delante, para
preguntarle por vuestros tejemanejes. Tejemanejes que él, por supuesto, te
endosó a ti. Por lo visto, sois tal para cual.
—Pues… pues… no los denunció solo porque yo se lo supliqué de
rodillas, que si no…
—Oye, mira, da igual —se inclinó y buscó sus ojos perfectamente
maquillados—. No he venido para esto, no me voy a pasar la tarde
discutiendo contigo. He venido porque querías hablar conmigo ¿Qué me
querías decir tan importante que hiciera falta que viniera hasta Roma,
Bianca?
—Bueno… principalmente quería que conocieras a la niña.
—Eso no va a pasar.
—¿Por qué no?
—No sé qué mecanismo egoísta te empuja ahora a vincularme
emocionalmente con tu hija. No sé qué pretendes utilizándola de esta
manera.
—Yo no estoy utilizando a nadie, solo quiero darte la oportunidad…
—Venga, que nos conocemos, sé sincera y por una vez en tu vida
mírame a la cara y dime la verdad.
—¿Sabes qué pasará si al final Cora no es hija de Tobías? —Lo miró
con la barbilla tensa y él asintió—. Exacto, a lo mejor decide divorciarse de
mí y mandarme de vuelta a Italia con los niños. ¿Qué piensas hacer tú al
respecto?
—¿Yo?
—¿Cuáles serían tus intenciones con respecto a tu hija?
—Si Cora resulta ser hija mía iré a los tribunales para solicitar un
régimen de visitas y procuraré cumplir y disfrutar de todos mis derechos y
obligaciones como padre. Lo he dicho y reiterado en muchas ocasiones.
—¿Y conmigo?
—No te entiendo.
—Si Tobías me da la espalda necesito que me des tu palabra de honor de
que no me dejarás sola.
—¿Perdona? —entornó los ojos y ella cuadró los hombros.
—Si soy la madre de tu hija podremos formar una familia. Siempre has
estado loco por mí y podemos intentarlo, estoy dispuesta, incluso, a
mudarme a Milán.
—¿Tu marido sabe que has venido a decirme esto?
—No tiene porqué saberlo, es mi vida y no le concierne nada de lo que
hable en privado contigo.
—Madonna mia! —Exclamó incrédulo, porque aquello sí que no se lo
esperaba, y ella extendió la mano e intentó tocarlo.
—Nos merecemos una segunda oportunidad, Fabri, y Cora se merece
estar con su padre, sé que serás un gran padre. Si la vieras te volverías loco
por ella, es tan preciosa, tiene…
—A ver que lo entienda: ¿Si Cora es de Tobías no pasa nada, pero si es
mía te vienes conmigo a Milán?
—Es una opción. Estamos hechos el uno para el otro, mi vida, siempre
lo hemos sabido. Nos deseamos con locura y nos entendemos a las mil
maravillas, llegado el caso ¿por qué no luchar por la felicidad de nuestra
hija?
—Tú estás fatal, Bianca, en serio, no sé qué te hace creer que tienes algún
derecho divino para manipular a todo el mundo —Le apartó la mano y se
puso de pie—. Ahora hasta siento lástima por tu pobre marido.
—Me has pedido que fuera sincera, ahora no me juzgues.
—Imposible no hacerlo. Durante meses ten han importado una mierda
mis sentimientos o mis preocupaciones, las mías y las de mi familia, porque
eres demasiado egoísta para ver más allá de tus propios intereses, pero
esto… ¿esto?
—Cielo… —se levantó para acariciarle la cara, pero él dio un paso
atrás.
—Acabo de decirte que estoy enamorado, que tengo novia, ¿cómo te
atreves a…?
—Eso es pasajero, un calentón más, Fabrizio, lo sabemos. No seas
infantil.
—Mira —levantó una mano para hacerla callar—. Te lo voy a decir muy
claro para que no te quepa la menor duda: NO, no cuentes conmigo para
nada, eres la última persona que quiero en mi vida y si por suerte o por
desgracia resulta que soy el padre biológico de tu hija, me haré responsable
solo y exclusivamente de sus necesidades. Capisci? Perfecto, yo me largo.
—¡Fabrizio!
—Si buscabas un salvavidas, conmigo no cuentes. Búscate a otro.
Caminó hacia la plaza, pero de pronto fue consciente de lo que era capaz
de hacer esa mujer y no le quedó más remedio que volver sobre sus pasos
para mirarla a la cara.
—Y no te atrevas a intentar manipular los resultados del ADN para
engañar a Tobías y adjudicarle a la niña. Te estaremos vigilando, este no es
tu feudo. No te olvides de eso.
—Porca miseria, Santoro!
Le espetó, tocándose debajo de la barbilla con los dedos y deslizándolos
hacia delante en un gesto de lo más vulgar. Él movió la cabeza y le sonrió.
—Adiós.
Se alejó de la terraza sintiéndose bastante bien, en realidad, muy
afortunado de haber abierto al fin los ojos y haber podido ver en directo a la
verdadera Bianca Sanpaolo, y de paso haber podido decir todo lo que se
había guardado durante nueve meses enteros por cortesía y educación,
mientras soportaba que lo tratara como a un imbécil, y llegó al centro de la
Piazza Navona mucho más liviano y liberado. Mucho más sonriente.
No sabía lo que iba a pasar en el futuro o si iba a tener que llegar a
tolerarla el resto de su vida, no tenía ni idea, pero de momento le había
puesto los puntos sobre las íes y de ese modo había zanjado cualquier duda
o asunto pendiente, y se sentía increíblemente libre. Sacó el teléfono para
llamar a Mattia, pero se detuvo, porque en realidad lo único que quería era
contárselo a Valeria.
Caminó por los adoquines intentando localizarla entre la gente, entre el
mar de turistas, y la encontró donde la había dejado, frente a la Fontana dei
Quattro Fiumi, apoyada en un bolardo mientras observaba con atención el
gentío.
Se detuvo para recrearse en esa luz limpia que emanaba, en esa energía
preciosa que la envolvía, y se sintió muy afortunado de tenerla en su vida,
porque era un verdadero milagro. La siguió mirando embobado, sin
moverse, hasta que ella giró la cabeza, lo vio y se puso de pie sonriéndole.
Solo entonces avanzó con el corazón henchido de amor, la sujetó por la
nuca y la abrazó muy fuerte, acariciándole la espalda y el trasero, y
besándole el pelo hasta que ella lo apartó para mirarlo a los ojos.
—¿Qué tal ha ido?, ¿estás bien?
—Estoy mejor que nunca.
—¿En serio?, ¿qué ha pasado?
—Ha enseñado todas sus cartas y ha quedado fatal, pero eso me ha
permitido decirle lo que de verdad pienso.
—¿Cómo todas sus cartas?
—Solo quería verme para asegurarse un salvavidas. Estaba convencida
de que si la niña es mía me haría cargo de las dos. Parece que las cosas con
Tobías no marchan tan bien, porque le preocupa que si la hija no es suya le
pida el divorcio y la mande de vuelta a Italia. Si eso pasara yo entraría en la
ecuación.
—No me puedo creer que te dijera eso.
—Es una mujer práctica, solo intentaba cerrar su Plan B —bromeó,
sacándola de la plaza para buscar una zona más tranquila—. Ya le ha
quedado claro que conmigo no puede contar y que no le permitiré ni una
manipulación más.
—Madre mía, me cuesta creer que aún existan personas así.
—¿Tú estás bien?, ¿te han entrado muchos pretendientes caza turistas?
—Estamos en Roma, claro que sí.
—Capullos. Esos son los que nos dan mala fama a todos los italianos —Le
sonrió y se inclinó para darle un beso—. Zanjado el trámite la tarde en
nuestra, ¿has visto alguna vez el atardecer desde el Jardín de los Naranjos,
en la Colina del Aventino?
—No.
—Muy bien, vamos andando hacia allí, te encantará, luego podemos
cenar en…
—¿De verdad estás bien? —Lo detuvo para observarlo con atención—.
Te veo demasiado tranquilo. Si quieres hablar, podemos hacerlo, para eso
estoy aquí contigo.
—Me siento de maravilla, biondina, te juro por Dios que me he quitado
un gran peso de encima.
—Genial, entonces vamos… —le besó la mano y reanudó el paseo—.
Tengo varias sugerencias para cenar cerca del hotel. Franco, Mau y Agnese
me han mandado las señas de sus restaurantes favoritos. Y mañana por la
mañana me encantaría visitar la Galería Borghese, ya está en exposición el
último cuadro restaurado por Agnese ¿sabes?
—Me parece perfecto. Valeria…
—¿Qué?
—Quería proponerte una cosa, pero no quiero que salgas corriendo, solo
es una idea —Dejó de andar, sacó lo que llevaba guardado en el bolsillo, la
miró a los ojos y se lo puso entre las manos—. Son las llaves de mi casa,
sería maravilloso que te vinieras a vivir conmigo.
—¿Vivir juntos?, apenas nos conocemos.
—¿En serio crees que apenas nos conocemos?. Somos amigos desde
hace meses, me conoces mejor que la mayoría de la gente de mi alrededor,
estuvimos juntos un mes increíble, nos queremos desde el primer día y
ahora llevamos tres semanas perfectas… ¿Existe alguna ley que nos impida
empezar sin presiones, pero en la misma casa, a asentar nuestra relación?
—No, pero me parece muy precipitado.
—¿Por qué?. No tienes casa, no quieres la de Mau y en Milán ahora
mismo es casi imposible encontrar un apartamento decente en el centro.
—No sé, es que…
—Ok, lo entiendo, no tiene por qué ser definitivo, pero al menos, hasta
que encuentres tu propia casa, quédate conmigo. ¿O tampoco te gusta mi
piso?
—Me encanta tu piso, pero…
—¿Prefieres seguir durmiendo en el sofá de Agnese?
—No, pero… ¿estás seguro? —Frunció el ceño y él le acarició la mejilla
con un dedo.
—Nunca en mi vida he estado tan seguro de algo, si no, ni se me
ocurriría abrir la boca.
—Me parece muy rápido, pero… podría…
—Podríamos estar en la gloria —La abrazó y le plantó un beso largo y
apasionado—. No te estoy proponiendo matrimonio, no te asustes, solo te
estoy ofreciendo un alojamiento sexy.
—Mmm, eso mola.
—Hecho… —se echó a reír y la hizo coger las llaves—. No es nada
formal ni definitivo, no tenemos que hacerlo oficial, solo nos dejaremos
llevar e iremos viendo qué tal nos va pasito a paso, sin presiones ni planes
¿de acuerdo?
—De acuerdo, pero lo primero, en cuanto volvamos a Milán, será
empezar a buscar piso.
—Por supuesto.
—Vale, genial, muchas gracias.
—Ti amo, mio amore.
Volvió a besarla y la abrazó por el cuello para hacerla reanudar la
marcha, se le pegó al oído y le susurró.
—Tú y yo sabemos que esto es definitivo y para siempre, pero tranquila,
no se lo diremos a nadie.
EPÍLOGO
 
Dos meses después
 
—Tenemos un tráfico muy tranquilo, solo quedan estos dos bloques de
aquí para comprar Bonos del Tesoro, hacedlo esta misma mañana.  Salvo
eso, no creo que te den mucho la lata, pero ante cualquier duda me llamas,
tendré el teléfono operativo todo el tiempo.
Apartó la vista del ordenador y miró a Darío, que estaba prestándole
atención, pero con bastante cara de hastío. Se apartó del escritorio y se
cruzó de brazos.
—¿Te estoy aburriendo?
—No, Valeria, es que llevamos horas repasándolo y resulta que en la
práctica solo vas a estar fuera cuatro días. Confía en tu equipo, confía en
mí.
—Cinco días y por supuesto que confío en vosotros, solo estoy siendo
previsora.
—Como siempre.
—Vale, pues ya está todo claro.
—¿Puedo hablar contigo, Valeria?
Le preguntó una mujer desde la puerta de su despacho, subió los ojos y
se encontró con Gina Rinaldi, que la estaba observando con la barbilla
levantada y cara de pocos amigos.
—Tú dirás.
—Mejor en privado.
—Estamos en confianza.
—Vale, si total a mí me da igual —caminó hacia ella haciendo sonar sus
tacones y se le puso delante mirándola de arriba abajo— ¿Qué pasa?,
¿ahora tenemos los jueves informarles?
—Me marcho en seguida —se miró su vestido de verano y sus sandalias
de esparto y luego se calló, porque no tenía por qué darle ninguna
explicación— ¿Necesitas algo?
—Saber por qué me puteas.
—¿Disculpa?
—¿Por qué no has firmado mi carta de recomendación para que pueda
subir a trabajar a gerencia? ¿Ahora que al fin eres directora de Equivalentes
de Efectivo te has olvidado de las amigas?
—Eso no es putearte, simplemente no la firmé.
—¿Y eso por qué?, si puede saberse. Todo el mundo firma esas cosas,
somos compañeras y si no la firmas tú me haces quedar fatal.
—¿Te hago quedar fatal?, yo creo que no. No he dicho nada en tu
contra, simplemente no la he firmado.
—Por sororidad tienes que firmar —abrió la carpeta que traía entre las
manos y se la puso delante—. Firma, por favor.
—No, no lo haré.
—¿Por qué?
—Porque creo que ser administrativa de gerencia es un puesto que
requiere de una discreción, una lealtad y una reserva de las que tú careces.
—¡¿Qué?!, ¿será posible? —miró a Darío buscando su apoyo y él
entornó los ojos—. No sé por qué lo dices, la verdad.
—Por experiencia. Igual que le contarás a un ejecutivo senior como
Fabrizio Santoro temas personales míos, todo lo que tú y yo hablábamos en
broma y en la intimidad, lo exageraras e incluso le mintieras para dejarme
fatal, para ridiculizarme, me ha hecho pensar que no eres muy de fiar. Si
eres capaz de vender a una compañera por diversión, no sé qué serías capaz
de hacer por algo más importante.
—En el amor y en la guerra todo vale ¿no lo sabes?
—Es curioso que ahora vengas a hablarme de sororidad —susurró,
ignorando su último comentario—, pero, en fin, mejor vamos a dejarlo.
—No sabía que fueras tan rencorosa, no se te olvida nada, claro que de
una doña perfecta como tú no se podía esperar otra cosa.
—¿Algo más, Gina?, estamos trabajando —Le preguntó Darío y ella
cogió su carpeta y la miró muy digna.
—Las mujeres no deberíamos enfrentarnos por culpa de un tío, lo de
Santoro es agua pasada, fue una broma entre amigas y si no lo pillaste en su
día el problema es tuyo, no mío, Valeria.
—Si no necesitas nada más, por favor —Le indicó la puerta y ella no se
movió.
—Y encima ¿para qué?, si mientras tú estás aquí comiendo mierda él
lleva quince días de vacaciones, pasándoselo en grande. Nos cruzamos en
Portofino y lo vi muy en forma, ni se acordaba de ti ni de esta puñetera
oficina. Deberías revisar quienes son tus verdaderos amigos en la
Plataforma de Inversión Milano S.A, porque a ese le importas un carajo,
hazme caso.
—Adiós, Gina —masculló Darío.
—Por cierto, sé de buena tinta que hace una hora Fabrizio Santoro
estaba desayunando con una famosa española en un hotel de Menorca, muy
de su estilo, ya sabes, pibonazo con mucha pasta y buenos contactos, tal
como a él le gustan y según me han dicho…
—Amore!
La llamó Fabrizio, apareciendo a la carrera en la puerta, vestido con
bermudas y una camisa de lino abierta, y Gina Rinaldi dio un paso atrás
poniéndose roja como un tomate. Darío se echó a reír y Valeria lo miró
levantando un dedo.
—Un minuto, mi amor.
—No, no, nada de un minuto. Darío ¿tú te ocupas? —se acercó y la
cogió de la mano, recogiendo su mochila de la silla.
—Sí, yo me ocupo, llévatela. Toda tuya. Fabrizio.
—Perfecto, muchas gracias, colega. Arrivederci.
Salieron de la oficina muy deprisa y Valeria lo siguió sin abrir la boca,
se giró y vio a Gina Rinaldi abandonando su despacho ofendida y furiosa,
como si le hubiesen hecho algo, cuando ella solita se había retratado
mintiendo e intentando hasta el último minuto hacerle daño.
Era horroroso y a la vez muy triste, pero egoístamente no se detuvo a
pensar mucho en ella, porque se iba de escapada romántica con el amor de
su vida y nadie, nadie, le iba a ensombrecer los cinco días libres que tenían
por delante y que iban a pasar en un hotel de ensueño del Lago Como.
—Buongiorno, signorina.
La arrinconó en el ascensor, deslizando la mano por debajo de su
vestido, y Valeria se echó a reír acariciándole la cara con las dos manos.
—Buongiorno, amore. Has venido muy temprano.
—Te echaba de menos —Se inclinó y le dio un beso largo provocando
que se le disolvieran los huesos de todo el cuerpo—. Tengo tu equipaje en
el coche, así que directo a Brienno.
—Jo… qué bien, me muero de ganas.
—Yo también, biondina. Venga, vámonos.
Bajaron directamente al aparcamiento de la empresa y se subieron al
coche mirando la hora. Eran las diez de la mañana y con algo de suerte a las
doce llegarían a Brienno para empezar a disfrutar juntos de los únicos días
libres que ella iba a tener ese verano, porque su reincorporación al
Departamento de Equivalentes de Efectivo a finales del mes de mayo la
había dejado sin vacaciones.
—¿Qué quería Gina Rinaldi?
Le preguntó de repente, saliendo de la ciudad, metiéndose de lleno en la
carretera, y Valeria lo miró y se encogió de hombros.
—Quería saber por qué no había firmado su carta de recomendación.
—¿Y se lo has dicho?
—Sí, claro, y no le ha sentado muy bien, pero es igual… —Estiró la
mano y le acarició el pelo—. Nos dijo que había coincidido contigo en
Portofino.
—¿En qué año?
—No se lo he preguntado —Se echó a reír, porque ese verano desde
luego no había estado en Portofino y mucho menos en Menorca, y él le
guiñó un ojo—, igual en sus fantasías, pero no importa. ¿Cómo estás, mi
vida?
—Bien, muy bien, he llevado mi equipaje de la casa de Marco al hotel,
he venido a Milán sin apenas atasco, he subido a casa, revisado el correo y
cogido tu equipaje en diez minutos y luego, antes de ir a buscarte, he
pasado por el edificio de Marco para recoger un paquete de Amazon que le
habían dejado a su portero.
—Vaya, un montón de cosas.
—Sí, he tenido suerte, ha salido todo rodado.
—¿Y en Brienno todo bien?
—Un poco caos como siempre que nos juntamos todos, pero muy bien.
Franco ha llegado justo cuando me venía a la ciudad y traía a Michele.
—¿En serio?, me alegro muchísimo.
—Su madre finalmente accedió a que pasara en finde con nosotros para
que asistiera al bautizo de sus primos. Desde que tiene novio está mucho
más comprensiva.
—¡Fabrizio! —Lo regañó y él se echó a reír.
—Tú no la conoces.
Puso música y estiró la mano para posarla sobre su muslo, Valeria se la
acarició y entrecerró los ojos, porque estaba agotada y el aire acondicionado
del coche, más la certeza de que iba a estar cinco días descansando,
empezaron a hacer efecto y empezó a relajarse y a sentirse en la gloria.
Giró la cabeza y lo observó suspirando, se deleitó en su cuello tan
bonito, en su perfil, en sus pestañas tan largas, el pelo revuelto y en lo
morenazo que estaba, porque llevaba quince días disfrutando de las
vacaciones en el Lago Como con la familia, y no había parado de navegar y
de hacer deporte al aire libre con sus hermanos y sobrinos. 
Se veía muy descansado y se alegró muchísimo por él, porque había
tenido unos meses muy duros por culpa del tema Bianca Sanpaolo, más un
año de trabajo muy complicado, y las vacaciones habían llegado justo a
tiempo para obligarlo a desconectar.
Aún no sabían nada de los resultados del ADN de la hija de Bianca y
eso seguía sobrevolando toda su vida, pero al menos la última quincena
había estado distraído y arropado por su gente. Una decisión vacacional
muy acertada, porque tenerlo cerca había propiciado no solo que estuviera
tranquilo con sus padres y hermanos en Como, sino que, además, a ella le
había permitido subir a Brienno los viernes para pasar el fin de semana con
él.
En realidad, desde mediados de junio, desde su inolvidable viaje a
Roma, apenas se separaban y les iba de maravilla. 
Vivir juntos había sido la decisión más arriesgada e impulsiva que había
tomado nunca, la que menos se había pensado, sin embargo, era, y esperaba
que siguiera siendo, la mejor de toda su vida. Juntos eran felices, se querían
con locura, se deseaban, se amaban y se apoyaban, se reían mucho y se lo
pasaban en grande, y, contra todo pronóstico, también se entendían
estupendamente en la convivencia, en el día a día, y de momento no podía
ser más perfecto, más mágico, porque lo suyo, no se cansaba de decírselo a
todo el mundo, era pura magia.
—Biondina…
—¿Eh? —saltó y él le señaló la mochila.
—Tu móvil no para de vibrar.
—Madre mía, parece que me he dormido. Gracias, es mi padre. Ciao, papá
—se sentó mejor y se pasó la mano por el pelo— ¿Qué tal estás?
—Yo bien, peque ¿Dónde estás tú?
—En el coche con Fabrizio, ya vamos camino de Brienno.
—¿Tan pronto?
—Sí, Darío me ha cubierto y me he podido escapar antes.
—No sabes cuánto me alegro. Escucha, te llamo porque el próximo
viernes Lenú y yo iremos a Milán. Mau y Mark ya me han confirmado para
cenar con nosotros. ¿Tú estarás disponible?
—Sí, claro, por supuesto, tengo muchas ganas de veros. ¿Ya tenéis
reserva en algún sitio?
—Sí, un restaurante del centro, ¿crees que Fabrizio se apuntará?
—Ahora se lo pregunto.
—Che cosa? —le preguntó Fabrizio mirándola de reojo.
—Dice mi padre que si te apuntas a cenar con nosotros el próximo
viernes, viene con su novia.
—Eso no se pregunta. ¡Por supuesto, suegro! —Le gritó al teléfono y
ella sonrió viendo cómo ya estaban entrando en Brienno.
—Ya lo has oído, cuenta con nosotros.
—Muy bien, tesoro, nos vemos el viernes. Avísame cuándo lleguéis a
Brienno.
—Ya estamos aquí.
—Estupendo, disfrutad mucho. Vamos hablando, te quiero mucho, peque.
—Yo también te quiero, papá. Arrivederci.
—¿Te importa si pasamos primero por casa de Marco y Celia?, les tengo
que llevar el paquete de Amazon, parece que es importante.
—No, no me importa, así saludo a todo el mundo.
La casa de Celia y Marco Santoro era una maravilla junto al Lago
Como. Según le habían contado, Marco la había comprado casi en ruinas
mucho antes de conocer a su mujer y por muy poco dinero, y la había
reformado con sus propias manos, y con la ayuda de su padre que se
dedicaba a la construcción, y la de sus hermanos, que habían echado
muchas horas en la obra, y el resultado era espectacular.
La propiedad era enorme y preciosa, tenía jardín delantero y otro
trasero, unas vistas inmejorables, un montón de habitaciones, dos salones y
una cocina de ensueño, y Celia, que era decoradora profesional, la había
trasformado desde que estaba con Marco en un hogar digno de salir en una
revista, porque no había rincón, ni mueble, ni detalle que no fuera el
preciso, el perfecto, el exacto, y estar allí era como estar en un paraíso.
Eso sumado a la compañía, porque solían tener la casa llena de gente, la
hacía muy acogedora. De hecho, Marco, que era médico y se pasaba la vida
trabajando, decía que la había comprado justamente para eso, para estar con
toda su familia y con los amigos, para celebrar y divertirse, y también pasar
el tiempo sin prisas y en paz, y desde luego lo había conseguido porque
aquello era una verdadera maravilla. 
—¡Hola!
Los salió a recibir el dueño de casa con sus dos hijos en los brazos, el
bebé de cinco meses y la niña de dos añitos, y Valeria se le acercó para
darle dos besos y saludar a los peques con una caricia en los mofletes.
—Madre mía, si crecen por horas. ¿Cómo estás, Lucía?, llevas un
vestido muy bonito —Le dijo a la pequeña que no se separaba nunca de su
padre y ella la miró y se escondió en el cuello de Marco.
—Di hola a Valeria, hija, no seas mal educada.
—No es maleducada, es una mimosa.
Fabrizio se le acercó, le pasó el paquete que le traía, luego le arrebató a
la niña haciéndola reírse a carcajadas, y la levantó por los aires para hacerla
girar. Marco movió la cabeza con resignación y le hizo un gesto para que
entrara en la casa.
—Pasa, Valeria, están todos en la terraza. Hoy ya estamos casi todos, así
que no te asustes.
—No me susto, no te preocupes.
—Si queréis algo de beber o de comer es self service, hay mucha gente
para atenderlos a todos.
—¿Ya han venido los del catering?
—Sí, para preparar algunas cosas para mañana y también está Chantal,
nuestra cuñada que es chef repostera, haciendo la tarta y algunos pasteles en
la cocina con los niños. A Celia le va a dar algo…
Bromeó y le indicó la enorme terraza con vistas al lago donde estaban
los señores Santoro, a los que ya conocía de muchas cenas y comidas en su
casa, los padres de Clara y de Celia, que no hablaban apenas italiano; Luca,
al que era la primera vez que veía en persona y Franco, que caminó con los
brazos abiertos hacia ella para darle la bienvenida.
—¡Valeria!, qué alegría verte. ¿Ya los conoces a todos?
—A todos menos a Luca.
—Encantado, un placer conocerte al fin, Valeria —Le dijo Luca, que era
tan alto, tan guapo, tan morenazo y adorable como todos sus hermanos, y
ella le dio dos besos antes de seguir saludando a los demás.
—Encantada también ¿Puedo ayudar en algo, Marco?
—No, tú tranquila.
—¿O sea que ya estás de vacaciones, tesoro? —le preguntó la señora
Santoro después de abrazar a Fabrizio.
—Bueno, solo cinco días, pero sí, ya tenía muchas ganas.
—Han cogido un hotel precioso muy cerca de aquí —comenzó ella a
explicar a sus consuegros españoles—. Fabrizio y su novia, que trabajan
juntos en la misma empresa de gestión bursátil, con la Bolsa y esas cosas,
pero a ella la acaban de nombrar directora de un departamento y se ha
quedado sin vacaciones…
—Valeria, ¿podemos hablar un momentito a solas? —Franco le tocó el
brazo y le indicó el salón.
—Claro… Fabrizio… —Lo buscó con los ojos y lo vio en otro jardín
saludando a sus sobrinos más mayores, así que miró a Franco y lo
acompañó hacia el interior de la casa—. Vaya, sí que tienen jaleo hoy por
aquí.
—Eso pasa por celebrar dos bautizos el mismo día, pero en fin… Marco
y Mattia se llevan tan poco tiempo que lo más sensato era bautizarlos a la
vez. Menos mal que vosotros os habéis cogido un hotel.
—Sí, ya hemos estado otras veces en el mismo y nos encanta.
—Bueno, yo es que… te quería hacer una pregunta un poco personal,
Valeria, espero que no te importe.
—No, claro que no, tú dirás.
—Se trata de Agnese.
—¿Agnese?, ¿mi tía? —Franco, que tenía unos ojazos verdes enormes,
asintió y le sonrió— ¿Qué pasa con ella?
—Pasa que desde que la conozco no ha hecho más que darme largas y
me gustaría saber si tiene pareja o…
—¿Has intentado salir con Agnese? —frunció el ceño sin poder
creérselo, porque ella no le había contado nada, y Franco volvió a asentir.
—Así es, desde que nos vimos en ese restaurante indio de Puerta
Garibaldi. Esa noche me dio su número de teléfono, pero luego no ha
aceptado ni una sola de mis invitaciones.
—Primera noticia que tengo —sonrió y le acarició el brazo—. Lo siento,
es que estoy un poco sorprendida porque ella no me ha dicho nada y
solemos hablar de estas cosas, aunque claro, con la muerte de mi abuela,
Fabrizio, mi nuevo trabajo, las vacaciones, etc.… pues…
—¿Tiene pareja o…?
—No, no tiene pareja porque es bastante descreída con esto de las
relaciones, por eso decidió ser madre soltera y formar su propia familia
monoparental.
—Me lo imagino, pero, no sé, me dio la sensación de que habíamos
conectado muy bien y…
—Seguro que sí.
—No sé cómo tomármelo y lo cierto es que me encantaría conocerla
mejor.
—Agnese es maravillosa, yo la adoro y es mi mejor amiga, pero
reconozco que es una persona un poco escurridiza. Su prioridad es su hija y
es muy reacia a todo lo que la distraiga de su vida familiar y de su taller, ya
sabes que tiene mucho trabajo.
—Lo sé, me encanta su trabajo, es una restauradora fantástica.
—Lo es y le ha costado un montón hacerse un hueco. Seguro que
encajaríais muy bien —Lo calibró con mucho cariño, porque a ella le
encantaba Franco Santoro y le parecía perfecto para Agnese, y respiró
hondo—. Déjame hablarlo con ella y te digo algo.
—Bueno, tampoco se trata de mandarse notitas como en el colegio, no
somos unos críos, solo buscaba algo de orientación.
—Solo podré ayudarte si lo hablo con ella y puedo hacerlo sin
mencionarte a ti. Solo tantearé el terreno ¿te parece?
—En conjunto esto me parece un poco adolescente, pero vale, creo que
valdrá la pena.
—Valeria… —Fabrizio apareció agitado por su espalda y la cogió de la
mano—. Lo siento, Franco, necesito llevármela un momento.
No la dejó ni despedirse y se la llevó hacia el interior de la casa muy
rápido. Revisó todas las habitaciones y finalmente la metió dentro de un
cuarto de baño vacío y cerró la puerta con pestillo.
—¿Pasa algo?
—Tengo los resultados de la prueba de paternidad —Le enseñó el
teléfono móvil, blanco como un papel, y ella le sujetó las manos y lo miró a
los ojos.
—¿Qué dicen?
—No lo sé, no he podido abrirlos.
—¿Quieres que vaya a buscar a Mattia?
—No.
—Muy bien, ya los abro yo.
Le quitó el móvil, revisó su cuenta de correo y vio el mensaje del
Anatómico Forense de Roma que en el asunto ponía: “Resultados ADN.
Prueba de Paternidad Santoro-Sanpaolo” Lo pinchó muy tranquila, aunque
verlo a él tan descompuesto empezó a preocuparla, y pinchó el mensaje que
contenía un archivo adjunto.
—¿Estás preparado?
—Sí, amore, veámoslo juntos.
La giró y la abrazó por la espalda para leer a la vez el dichoso PDF que
tardó una barbaridad en abrirse. Finalmente se abrió del todo, ella repasó
los datos de rutina que aparecían en el encabezado, hasta que llegó al último
párrafo dónde se podía leer la conclusión que él llevaba esperando casi un
año:
“Coincidencia de ADN negativa, PATERNIDAD EXCLUIDA, exclusión del
100%. El señor Fabrizio Massimo Santoro NO es el padre biológico de la
menor Cora Louise Montague. Para que conste a las partes solicitantes del
informe y al tribunal correspondiente…”
No pudo seguir leyendo, porque se dio cuenta de que estaba llorando, no
sabía muy bien si de felicidad o de tristeza, pero de alivio seguro.
Se quedó quieta, sintiendo cómo Fabrizio la abrazaba cada vez más
fuerte, hasta que no pudo más, se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Él
también tenía los ojos llenos de lágrimas, pero estaba sonriendo y la cogió
en brazos para girar con ella por el cuarto de baño.
—Gracias a Dios, gracias a Dios, no sabes qué alivio siento ahora
mismo, amore, no lo sabes… —La dejó en el suelo y se apoyó en el
lavamanos, abrió el grifo de agua fría y se mojó la cara—. No podría haber
soportado que una hija mía tuviera una madre como Bianca Sanpaolo.
Ahora puedo decirlo en voz alta ¿no?
—Por supuesto, mucho has aguantado.
—Madonna mía —La cogió por el cuello y la estrechó contra su pecho
—. Gracias por estar aquí conmigo, mio amore, no sabes…
—¡Fabrizio!, ¡Valeria!
Oyeron la voz de Mattia, que los estaba llamando desde el pasillo,
abrieron la puerta y dejaron el cuarto de baño para salir a su encuentro. Él
los vio, dio un paso atrás y entornó los ojos.
—¿Dónde coño os habíais metido?
—En un sitio tranquilo para leer el informe del Anatómico Forense.
—¿O sea que ya lo habéis visto? —les enseñó su teléfono móvil y los
dos asintieron—. Bendito sea Dios, hoy es un día grande, chavales, no
sabéis el alivio que siento ahora mismo.
—Y yo, hermano, y yo…
Fabrizio de le acercó y se dieron un abrazo muy fuerte, Valeria se limpió
las lágrimas con la mano y vio aparecer por su espalda al resto de los
hermanos Santoro, seguidos por Clara y Celia, que parecían tan aliviadas y
emocionadas como los demás.
—Esto hay que celebrarlo por todo lo alto —anunció Franco cogiendo a
Fabrizio por el hombro después de los abrazos y las palmaditas en la
espalda—. Vamos a abrir unas botellas de champán y a decírselo a papá y
mamá. Ya era hora de que cerráramos este capítulo de una puñetera vez.
—Eso es, vamos a abrir una caja de Möet… —Alcanzó de decir Luca y
Fabrizio lo interrumpió.
—Un momento, ahora abrimos todas las cajas de champán que queráis,
pero antes quería daros las gracias a todos. Gracias por el apoyo y la ayuda,
gracias a Mattia por luchar por mí en los tribunales como un jabato, y
gracias a Valeria…  —la buscó con los ojos, se le acercó y la cogió de la
mano—, porque sin ella, sin mi preciosa biondina, esto hubiese sido
infinitamente peor.
—Brava! —gritaron los seis aplaudiendo y Valeria movió la cabeza
intentando no echarse a llorar otra vez.
—Y que sepáis que me voy a casar con ella, aunque ahora se espante y
quiera salir corriendo, es mejor que se vaya haciendo a la idea, porque, mio
amore —buscó sus ojos y le sonrió—. No pienso dejarte escapar.
—¡Así se habla!
Siguieron los abrazos y las felicitaciones, los aplausos, hasta que el
grupito se dispersó para salir a la terraza a dar algunos la buena noticia a sus
padres, mientras Luca y Celia se iban hacia la cocina para buscar las
botellas de champán.
Valeria se limpió las lágrimas e hizo el amago de seguirlos, pero
Fabrizio la detuvo, la acomodó contra la pared y la sujetó para mirarla a los
ojos.
—No estoy de broma, ni improvisando, solo estaba esperando conocer
el resultado del ADN para pedírtelo oficialmente, Valeria Tarenzi. No
quería involucrarte en mi vida sin saber cómo podía ser mi futuro, pero ya
que al fin lo sé: ¿te casarás algún día conmigo?
—Fabrizio…
—No tenemos que casarnos mañana, ni el mes que viene, ni siquiera el
año que viene, no es necesario, pero al menos dime, bellíssima biondina:
¿tú me quieres lo suficiente como para comprometerte conmigo y plantearte
pasar el resto de tu vida a mi lado?
—El resto de esta vida y de la siguiente —Le sonrió y él movió la
cabeza.
—¿En serio?
—¡Claro!
—Esa es mi chica —soltó y le pegó un beso de película que la hizo echarse
a reír a carcajadas—. Vamos a llamar a tu padre ahora mismo para hacerlo
oficial.
—No hace falta.
—¿Cómo que no?, en el fondo yo soy un clásico, signorina.
—Fabrizio…
—¿Qué? —La miró de reojo marcando el número de su padre.
—No te haces una idea de cuánto te quiero.
—No más que yo a ti, mio amore, eso lo puedes jurar.
 
 
 
 
 

INFORMACIÓN SOBRE LA AUTORA


 

Emma Madden es periodista, trabaja desde hace más de diez años en el


mundo de las celebritys y los famosos. Nació en Madrid, pero reside en
Londres con su marido, al que le debe su apellido.
Lleva muchos años escribiendo, pero debutó en 2019 con la Serie
DIVAS, que incluye CHLOE, GISELLE y PAISLEY, una serie romántica
dedicada a tres mujeres fuertes, ricas y famosas. Continuó con la Serie
SUEÑO AMERICANO, que incluye BRADLEY, CONRAD y TAYLOR,
dedicada a tres hombres de una misma familia, con profesiones muy
diversas, y que representan la quintaescencia del sueño americano. La
SERIE ESCOCESES, dedicada a cuatro escoceses del siglo XXI,
ANDREW, DUNCAN, EWAN y KYLE; la SERIE AUSTRALIA, que nos
cuenta la historia de tres hermanos que se conocen tras la inesperada muerte
de su padre, que incluye los libros WILLIAM, ALEX y OLIVER; la SERIE
PARÍS, dedicada a tres amigos de la infancia, ÉTIENNE, CHANTAL y
JEAN-JACQUES, chefs de profesión, que viven sus apasionantes e intensas
vidas en París, la ciudad del amor, y la Serie AMORE, ambientada en Italia
y que cuenta las idas y venidas de cuatro hermanos milaneses, MARCO,
MATTIA, FABRIZIO y FRANCO, y sus apasionantes y originales historias
de amor.
 

También podría gustarte