Semblanza P. EDUARDO JORGE
Semblanza P. EDUARDO JORGE
Semblanza P. EDUARDO JORGE
EDUARDO JORGE
San Nicolás – 10 de mayo de 1943
Córdoba – 31 de octubre de 2020
LA FOTO DE TAPA es del domingo 4 de agosto de 2019. Eduardo, con 76 años, participó en la
maratón del San José, realizada en el Polideportivo Provincial de Rosario. No llegó primero. En
el trayecto mezcló algo parecido a un trote muy lento con un caminar más bien veloz. Pero
llegó. Ese era Eduardo.
Su nacimiento
Nació en San Nicolás (Provincia de Buenos Aires). Hijo de Eduardo Camilo Jorge y de Isolina
Biava, recibió el bautismo el mismo día en que nació.
Leamos al mismo Eduardo para saber algo de sus orígenes: Nací bajo el signo de Tauro – signo
de tierra- el lunes 10 de mayo de 1943, hacia las 4 de la mañana. Mi apellido Jorge significa
“cultivador de la gleba”, amigo de la tierra.
Amo a mi ciudad, San Nicolás, porque tiene la armoniosa calidez del Acuerdo, porque ofrece la
dulzura de sus frutales, porque brinda con su añejo vino nicoleño, porque posee la fortaleza y el
temple del acero, y porque bendice con las mercedes de María, la humilde Madre del Rosario.
Su padre
A mi papá lo consideré siempre como el mayor e inmejorable guía y referente. Su afecto nos
permitió crecer protegidos y saludables. ¡Cómo olvidar los paseos en la motoneta “Vespa” o en
el camión Fargo, o en la ruralita Unión! Recuerdo con la misma gratitud sus juegos con
nosotros, postergando su comodidad, así como los castigos con los que intentaba corregirnos.
Papá, por el lado de su madre tenía un tío obispo, en Bahía Blanca; por el lado de su padre, un
tío que era fraile franciscano. Así y todo, siempre se mantuvo en una postura crítica y por
momentos cerrada ante lo eclesiástico, en una actitud anticlerical típica de su época y de su
simpatía por el socialismo, con el que se identificaba.
Agradezco el privilegio de haber podido acompañarlo y ayudarlo en los dos últimos meses de
su vida, hasta su último suspiro el 12 de marzo de 1979. Como todo hijo, “yo quise ser mi
papá”, en él se encarnan y resplandecen lo mejor de mis ideales.
Su madre
De mi madre continúo recibiendo su cuidado, ternura y protección -a veces en demasía-. El
testimonio de su femenina finura y delicadeza, la apertura y generosidad de mente y corazón,
el aprecio y la valorización de lo bello. Conservamos como tesoros sus pinturas y bordados, y
escritos y mensajes redactados para nosotros, sus hijos. Con su hermana, nuestra tía Elsa, nos
entretenían haciéndonos representar obritas de teatro, pesebres vivientes, estimulando
nuestras capacidades. Hemos sabido por eso trasmitir a nuestros sobrinos el valor de estas
cosas dentro de un festejo y encuentro de familia.
Sin renunciar a sus convicciones morales y religiosas, acepta comprende y contiene otras
formas de ser y de vivir, extrañas a su historia y a su forma de ver la vida. El sufrimiento que
esto puede provocarle, es superado por su maternal cariño y comprensión. Como todo hijo, a
mi madre la adoro y tiene en mi alma un altar. También ella se conquista día a día trece altares
de sus hijos, y de unas cuantas decenas de nietos y bisnietos.
Sus hermanos
Del matrimonio de Eduardo e Isolina nacieron 13 hijos: Eduardo Francisco (1943) María del
Carmen (1944) Deolinda Beatriz (1945) Ricardo Amílcar (1946) María Julia (1948) Carlos
Alberto (1950) Ana María y Luis Enrique, mellizos (1951) María Cristina (1952) Daniel Oscar
(1957) Antonio José (1958) Ángel Marcelo (1960) Gustavo Adolfo (1961).
En una carta que les dirige a todos ellos en 2007, Eduardo les dice: Soy consciente que
habiéndome ausentado físicamente de casa desde muy temprana edad, nada fue lo que pude
colaborar en la realización y progreso de los bienes materiales de la familia. Entiendo que mi
ausencia no sólo me privó de dicha colaboración, sino también de la rica y no siempre fácil
tarea del compartir fraterno, mientras las cosas “se van haciendo”. Quizá por eso la cercanía
experimentada durante los 18 años que estuve en el Don Bosco de San Nicolás, fue para mí tan
grata y enriquecedora.
Eduardo, forzosamente lejos por su vocación, lo mismo desde lo afectivo no perdía de vista a
sus hermanos. Le gustaba estar al tanto de ellos, de sus logros y penas. De sus hijos y nietos, y
siempre custodió el valor del encuentro, del festejo en familia por uno u otro motivo. Con
gusto llevaba su propio álbum familiar de fotos, registrando meticulosamente fechas y
aniversarios.
Volvemos a leer a Eduardo: Corría marzo de 1949, estaba yo en primer grado inferior, y mi
maestro era el P. Domingo Ventura. En los demás grados tuve como maestros: en primero
superior al trienista Tarcisio Cevesatto, en segundo grado al trienista Elvio Brisaboa, en tercer
grado al P. Octavio Granero, en cuarto grado al laico Mariano Poli, el quinto grado al P. Luis
Ripula y en sexto grado al P. Roberto Terzaghi. Al P. Pablo Széliga le debo la insinuación para
ingresar al Aspirantado Salesiano de Vignaud.
Con los estudios de Filosofía, se recibió también de Maestro Normal Nacional en 1963. Esos
años vividos en Vignaud fueron, sin descartar lo positivo, años de mucha tensión para Eduardo.
El sufría mucho el desapego que en aquellos tiempos se exigía con respecto a la familia. Toda
visita debía ser muy esporádica y breve en cantidad de días. Su mismo padre tuvo más de un
intenso intercambio con los superiores al no poder comprender ese tipo de restricciones. Todo
esto marcó a Eduardo y mucho tuvo que ver en su salud marcada varias veces por problemas
gástricos.
Los años del Tirocinio - después de los estudios de Filosofía y antes de iniciar los de Teología-
los hizo en Paraná, Corrientes Centro y en Vignaud.
La ordenación sacerdotal
Otro aire, fraterno y más abierto, fue el que pudo respirar de 1967 a 1970 en el Instituto
Clemente Villada y Cabrera de Córdoba, (“el Villada”) Villada. Recuerda con inmenso cariño al
P. Pascual Somma, y algunos de sus profesores: Francisco Tesarollo, René Galoppo, Néstor
Gastaldi, Lelio Fernández, Antonio Malarczuk…
Entre sus compañeros de los años de Teología se encuentran Américo Aguirre, Cayetano
Castello, Rufino Celis, Juan Etulain, Joaquín López, Vicente Martínez, Orlando Nicoletti, Carlos
Rebinski ,Vicente Richetti. También José Luis Wenk, Guido Burchardt, Sergio Carvajal, Miguel
Ángel Nicolau, Roberto Albergucci …
Estudiar Teología e iniciar el ministerio sacerdotal entre los años 60 y 70 era algo tan
desafiante como un poco espinosos en cualquier vocación pastoral. Eran los años marcados
por todo lo que generó el Concilio Vaticano II, antes y después de su realización, que tuvo
lugar entre 1962 y 1965. A quienes miramos esos años desde el “aquí y ahora” nos puede
parecer algo lejano. No se estaba solamente ante una época de cambios. Sobrevenía todo un
cambio de época. Y eso no dejaba de influir también en la fe, la comunión, y la misión. Tiempo
de ver más claras algunas cosas y lograr avances, pero tiempo también de crisis e
incertidumbres.
Tareas y servicios
San Nicolás.
En 1980 estuvo de nuevo en San Nicolás a cargo de la Pastoral Juvenil y en 1993 lo nombraron
Director y Párroco de esa misma casa. Durante 18 años tuvo la oportunidad de estar de nuevo
en el colegio de su infancia y, por eso, en su ciudad natal.
Puso en juego toda su creatividad salesiana al servicio de esos chicos. Reconoce: Era el mismo
colegio de siempre, pero yo ya no era alumno. ¡Tenía 36 años! No era un compañero de esos
chicos. Era y tenía que ser como un padre. Fue un tiempo de entrega intensa, sin dejar de tener
en algunos momentos problemas más o menos complicados de salud.
Le quedó muy grabada una de tantas experiencias pastorales. La visita a los presos en la
Unidad Penitenciaria número 3. Compartiendo una vez sobre las experiencias que pudimos
tener tratando de imitar al buen samaritano, destaqué la presencia y los diálogos, con los
privados de libertad, la contención de jóvenes que sufrían mucho o vivían marcados por su
condición homosexual.
Corrientes.
Eduardo había conocido ya el suelo y la gente correntina en los años 70, estando a cargo de la
Pastoral en el colegio Pío XI. Luego de estar en San Nicolás, entre los años 1998 y 2006 fue
Director en Corrientes Centro. Por todos los años vividos en esa ciudad, es que cultivó un
afecto muy grande, y con orgullo mostraba su Pasaporte de la República de Corrientes. Lo cual
no evitó tener que vivir periodos realmente difíciles para la animación y gestión de la obra.
La provincia de Corrientes en 1999 atravesaba una tremenda crisis política con serias
consecuencias económicas. Pedro Braillard, Gobernador de la provincia, era exalumno de
Eduardo. A pedido del mandatario hubo una reunión para ver si desde algunos colegios se
podía frenar la legítima y creciente protesta de los docentes, particularmente la ya anunciada
toma del puente. Eduardo le habló con franqueza y claridad. Había sido su maestro. Las
circunstancias no permitieron ninguna mejora de la situación.
Para mí significó un esfuerzo redoblado, pues a raíz de una hepatitis B crónica -diagnosticada a
fines de 1998- tuve que enfrentar en ese mismo tiempo un muy duro tratamiento con
inyectables. Fueron seis meses con fiebre, malestar general y un gran debilitamiento.
Un exalumno, Mariano Gálvez, nos comenta: Para hacer la secundaria, pasábamos al Pío XI.
Donde el salesiano no estaba de forma directa, sino como Representante Legal. En ese rol
conocí ante todo al P. Eduardo. Se notaba enseguida de que se trataba de una persona que
trasmitía autoridad. Pero, integrando yo el CamReVoc, teníamos otra llegada con Edu. Creo
que éramos su talón de Aquiles. Tenía una predilección notoria por nosotros, sus
camrevoquistas, como con todos los chicos del MJS.
Nosotros obteníamos del Edu lo que los demás no le podían sacar. Alegre. Infaltable el chiste o
el poema para recitar. Muy entrador con nosotros. Fiel a la correntinidad, tenía espíritu de
chamigo, muy amiguero. Difícil que le gustara el encierro. Salía, iba al encuentro de los otros,
un asado, un festejo, como también como cuando el dolor golpeaba un hogar.
Recuerdo y valoro su frontalidad para decir las cosas. Era contundente y claro, y esto no
significaba falta de respeto. Era frontal y las cosas las decía con claridad. Recuerdo que, ante la
muerte del papá de un compañero, al que apodábamos “Flecha”, él se acercó, con mucha
calidez y firmeza, y luego de darle el pésame, con tono de advertencia paternal le soltó:
“Flecha, esto es la vida. Es así nomás”. Directo, como siempre. Con ánimo de absoluta
honestidad.
A la del P. Lavagna la tituló Carta desde el cielo. La de Di Bárbora lleva el nombre de Hombre
del Espíritu, hijo amado de María. Y la de Porporato, Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Resistencia.
En el año 2007 pasó a la Comunidad de Fontana (Chaco), donde entre otros servicios atendió la
pastoral de la Parroquia María Auxiliadora, en el colegio Don Bosco de Resistencia. Pero por
toda una coyuntura del momento, debió hacerse cargo de la animación salesiana del colegio y
ayudar a encaminar todo hacia una gestión laical. Fue muy desafiante todo eso, pero Eduardo
reconoce que le resultó muy gratificante también, en un grado en que él no lo esperaba.
Miembro de la comunidad de Fontana, una fractura de cadera lo obligó a operarse con todo lo
que supuso la posterior recuperación y rehabilitación, que en parte lo cumplió junto a su
familia en San Nicolás. Así se lo concedió el Inspector, P. Manuel Cayo, también para que le
ayude la proximidad a su anciana madre.
A comienzos de 2017 pasó a la Casa de Salud Don Zatti (Córdoba) de la que se sintió felizmente
egresado un año después. El P. Eduardo nunca regaló salud. Con humor repasaba la cantidad
de veces que había estado en un quirófano.
Rosario
La permanencia en Casa Zatti le había resultado muy beneficiosa para su salud. Pocos cambios
le deben haber alegrado tanto como cuando el Inspector le anuncia que para el 2018 pasará a
la Casa Salesiana San José. Este cambio era algo que no dejaba de considerar casi como una
paradoja del destino. Con la juventud y en la plenitud de las fuerzas, todos los salesianos
somos más audaces, “de avanzada”, deseosos de cambios más profundos. Eduardo era uno de
esos que llevó con más ardor ese instinto “revolucionario”. Y, como en todas las
Congregaciones, ciertas obras más antiguas y tradicionales son miradas con más prejuicio o
menos afecto que aquellas que avanzan hacia fronteras más informales o populares. Era el
caso del San José.
Por eso, Eduardo reconocía: Nunca me hubiera imaginado que iba a ser yo justamente
personal de esta casa. Y ahora que estoy aquí la valoro, la vuelvo a conocer, me siento feliz de
hacer mi aporte a los hermanos y ver lo precioso de todo el inmenso trabajo pastoral entre los
chicos del colegio. Me impresiona la laboriosidad de los casi 1500 adolescentes y sus
educadores. Me deleita la candidez de esos muchachones de diecisiete y dieciocho años que
me agradecen con sus caras felices los chipá, los caramelos y los chupetines y sobre todo las
mateadas que van unidas a animadas charlas, partidas de truco, sin que falten las reflexivas y
confidenciales conversaciones. Por algo será que, en los controles médicos, me van
encontrando cada vez mejor, más armonizado y saludable en mente, alma y cuerpo.
Nieves Prieto, portera del San José, recuerda: Desde su llegada recuerdo su alegría y su
humildad y su deseo de estar entre los jóvenes. Vino y me pidió el horario de los recreos y
pacientemente esperaba a que llegaran esos momentos, para estar con ellos y algunas veces
repartir o lanzar al aire un montón de chupetines. Así se ganaba su confianza. Y no faltaba con
muchos la palmada, la charla profunda, la confesión. Cada tanto nos sorprendía gratamente
con los chipacitos que muy temprano preparaba y repartía a los chicos y al personal, en las
oficinas y pasillo.
A la par de zambullirse generosa y creativamente en los patios y experiencias del San José,
estos años encontraron a Eduardo viviendo otras cosas en las que ponía el corazón y le
impulsaban a siempre mayor entrega. En octubre de 2018 falleció en Casa Zatti el P. Angel
Tettamanzi, a los 80 años de edad. A él, Eduardo le rinde homenaje escribiendo El Angel del
Porteñito, libro que recoge su biografía y especialmente su entrega de muchos años en Gral.
Güemes (Formosa). Dicho escrito fue fruto de extensas conversaciones entre ambos.
Los laicos
El P. Eduardo cultivó siempre un especial reconocimiento hacia los numerosos laicos que
forman parte de nuestras obras. Quizá esta particular predilección tuvo que ver para que la
entonces Inspectoría Nuestra Señora del Rosario, lo eligiera como Delegado al Capítulo General
XXIV de la Congregación. El mismo tuvo lugar en Roma, en 1996. Y Eduardo acompañó al
Inspector de Rosario, P. Juan Cantini. En aquella importante asamblea salesiana se abordó
justamente el tema de la presencia y el rol de los laicos, con quienes los salesianos
compartimos el espíritu y la misión. Entre 1997 y 2002 fue Consejero Inspectorial,
acompañando parte de la gestión de dos inspectores, primero del P. Juan Cantini y después del
P. Carlos Bosio.
Carlos Zanín, responsable por muchos años de la obra de Pío XI de Corrientes, a la hora de
describirlo a Eduardo, dice: Era un Don Bosco viviente. Marcó mi vida y la de muchos
correntinos. Un hombre jugado, coherente, compañero de ruta. ¡Y sigue presente!
Luis Arjol, muy cercano a él, nos comenta: Eduardo era simplemente diferente. Un cura
distinto que llegó a Corrientes en 1972, y fue dejando huellas imborrables en quienes lo
conocimos, durante su paso por las Instituciones de la Obra de Don Bosco de Corrientes y
Resistencia. Siempre manifestó su generosa disposición para “escuchar al otro”, como nos solía
decir: “… si lo querés ayudar, hacé silencio y escuchalo…”. Dueño de una oratoria
extremadamente rica en expresiones, pero a la vez, clara y concreta en conclusiones. Era el
“verdadero maestro” durante sus exposiciones y sermones, donde resultaba un deleite
escucharlo. Ni qué decir cuando teníamos la posibilidad de compartir una reunión informal,
donde disfrutábamos de escuchar las más elevadas opiniones, con una total y práctica
conexión a tierra, regalándonos valiosas herramientas para la vida diaria. Así de simple y así de
generoso, con su tiempo y con su sabiduría.
Pedimos también a Juan y Stella Cervetti que nos comenten qué es para ellos recordar al P.
Eduardo. Y nos dicen que es volver a ver su paso apurado, el mate, sus tonos, y esa mirada que
hablaba sin palabras para los que lo conocíamos. Gruñón, afectivo, sincero, presente,
cercano…con muchas denominaciones, para mí, según la ocasión: podía ser Padre Eduardo o
directamente Edu. En tres pequeñas anécdotas haremos una semblanza de su vida en nuestra
vida.
Era un día de calor muy correntino. Caminábamos por el patio del salesiano y obvio que el
adelante y yo detrás. Veníamos hablando o venía hablando yo (ahora lo pienso), y de repente
se detuvo giró sobre sus pies y firmemente como sabía hacerlo me dijo: “¿A quién le rendís
cuentas vos?, los hijos de Dios somos libres, una libertad que nace del amor y da felicidad”. …el
silencio se instaló entre nosotros, el siguió su camino y yo aprendí esa profunda lección para
todos los días de mi vida.
Pensaba hacer las promesas de salesiana cooperadora, en mi corazón daba vuelta eso y sentía
una gran responsabilidad. Así llegué a su oficina con esos chipacitos que le encantaban. Le
conté lo que me pasaba y siempre práctico, decidido y contundente como era, me dijo: “Desde
los 27 años elegís seguir a Don Bosco y ahora que él te quiere adoptar das tantas vueltas?”.
Claro que el día de mi promesa fue un día de fiesta.
El educador
Si con una misión Eduardo se sentía identificado era la de educar; abrazaba con pasión el
sistema preventivo heredado de Don Bosco. A sus 66 años se permitió escribir que no estaba
tan seguro de que volviendo a vivir eligiera de nuevo el sacerdocio. Le chocaba lo que para él
eran estrechos y anquilosados esquemas eclesiásticos. Pero de lo que sí estaba plenamente
seguro era de que volvería a ser educador.
Durante su servicio en San Nicolás, junto al Profesor y amigo Jorge Noro, escribieron dos libros
acerca de la educación: “¿Educar adolescentes?” y “Al ritmo de los adolescentes”.
En 2008, el CONSUDEC, le otorga la Distinción Divino Maestro. En esa ocasión, Jorge Noro,
puso por escrito las cuatro razones por las cuales consideraba que era muy justo otorgar ese
reconocimiento a Eduardo.
En primer lugar, porque has sido el Maestro de nuestra generación. Estuviste allí enseñando a
la antigua usanza educativa y salesiana. Estuviste. En el pleno sentido de la palabra:
presencia, vigilancia, prevención, consejo, advertencia, palabra, grito, enojo, castigo,
reconciliación, abrazo, cuidado.
En segundo lugar, porque creo que muchos de nosotros nos hemos apropiado de ideas,
convicciones, formas de intervención que son tuyas: generosamente has dejado que nos
sintamos los creadores de un estilo que en realidad te pertenece.
En tercer lugar, porque hay algo más profundo en tu modo de ser maestro. Son pocos los que
tienen la generosidad de convertir a sus discípulos en colegas, de romper la asimetría
“maestro-alumno”, para construir una asimetría enriquecedora, en la que los antiguos
alumnos se convierten en compañeros de ruta.
Y, en cuarto lugar, porque has tenido siempre la grandeza de dejarnos remontar vuelo propio.
Ese morir para que el otro viva. Ese gesto de educador que se sabe más realizado cuanto más
lejos llegan sus discípulos.
Delicadeza. El Eduardo de sus años mozo, era activo, pujante y temperamental. Extrovertido y
decidido. Pero al mismo tiempo sabía ser delicado y respetuoso con aquel a quien tenía
adelante. Sabía preocuparse por el ánimo y el bienestar del otro. Cuando ya llevábamos varios
meses de convivencia aquí en el San José, buscaba el momento oportuno, entraba a mi oficina
y me decía: Tenés muchas cosas entre manos, Angelito. Espero que estés bien. Contá conmigo,
¿eh? Yo rezo por vos.
Entrega. A pesar de que su salud no era tanta, animoso cada mañana recorría oficinas, salas de
pastoral y los patios. Gustaba de pasar entre los chicos, en salones y talleres. Y cuando
llegaban los viajes, como eran las idas con los chicos de Tercer Año al Valle de la Inmaculada,
yo me preocupaba mucho que por acompañarnos le terminara pasando algo. De estas
innecesarias cavilaciones me librara el pastoralista Germán Cuesta, diciéndome: ¡Pero
Chosqui! ¿qué es lo peor que le puede pasar a Eduardo? ¿morirse? … ¿Qué mejor que dejar
esta vida mientras está en medio de los chicos, gozando de lo que más le gusta? Fue en el
marco de una convivencia en el Valle de la Inmaculada que Lautaro G., ahora egresado, le dijo
espontáneamente a Eduardo: “te siento y quiero que seas el abuelo que no tuve”
Lo importante. Para Eduardo era una satisfacción dar los Buenos días a los chicos del
secundario, o las Buenas tardes a los del Bachillerato para Adultos o la gente que viene a los
cursos de capacitación. Sus mensajes eran siempre breves, claros y concisos. Ni una sola
palabra demás. Transcribo aquí uno de los que más me impactó y que sin duda reflejan su
propia vivencia interior: Chicos, chicas. Cuídense mucho de dos grandes impostores. Uno es el
éxito y otro el fracaso. No les crean. Engañan. Hay quien tiene éxito, pero no hizo nada por
lograrlo. Hay quien fracasa, pero lo mismo puso todo de su parte. Ojo con esos impostores. Lo
más importante es el esfuerzo. Eso es lo que Dios mira.
Eduardo amaba mucho a María, y a todos les insistía en el valor de esta devoción. Era muy
común verlo con el rosario en la mano en esos momentos de espera o inactividad. En octubre
de 2018 hizo una semana de Ejercicios Espirituales en Manucho. Me compartió algunas
resonancias personales a partir de algo que es central en nuestra vocación, aquello de ser
“contemplativo en la acción”. Eduardo, ante ese tema, escribía orando: Señor, quiero trabajar
orando y orar trabajando. Que aprenda a hacerlo todo transparentándote, entregado al Padre,
en el servicio a todos los que me envíes. Que aprenda a amarte y alabarte porque me permites
“completar la obra de tus manos”. ¡Que no la arruine con mis imperfecciones! Que pueda
entregarte el mundo un poco mejor de lo que lo recibí ….
Era una persona que trabajaba mucho sobre sí misma, sobre su vida interior. Por eso, en
épocas donde no era algo tan frecuente (ni comprendido…) al tratarse de sacerdotes, supo
recurrir a la terapia psicológica. La profesional era una mujer de Rosario, judía y atea. Eduardo
siempre se mostró agradecido de este vínculo terapéutico. Sonriendo reconocía que “ambas
partes salimos ganando: yo no perdí la fe, incluso la purifiqué; y ella valoró mucho lo que era
nuestra vida religiosa y el sistema preventivo”.
Pero al mismo tiempo, durante los años 2018 y 2019, Eduardo tuvo que superar momentos
muy críticos debido a accidentes cerebro vasculares que fueron minando su estado general.
Del primero de todos salió airoso, lúcido, más activo que nunca. Jamás mezquinó fuerzas
cuando se trataba de estar con los alumnos en el patio, acompañarlos al Valle de la
Inmaculada, o hacer con los más grandes el viaje a Patagonia.
Hacia fines de 2019, una nueva crisis fue más aguda. Y por eso el 16 de enero del 2020 dos de
sus hermanos lo llevaron a Casa Zatti para una mejor atención. Fue el año de la pandemia.
Recibió los cuidados necesarios, pero su estado general lo mismo fue declinando más y más.
En los momentos de lucidez recordaba y mantenía el entusiasmo por aquel doble festejo
largamente esperado.
Su mamá, Isolina, acompañada de algunos de sus hijos, en San Nicolás, también se iba
apagando. Y así el 13 de julio, dos meses antes de cumplir 100 años, falleció rodeada de cariño
y con mucha paz.
Buscando el momento y modo más oportuno, el P. Gabriel Romero, se llegó hasta la Casa Zatti
a trasmitir la triste noticia al P. Eduardo. La recibió con fe, con lágrimas, con aceptación.
El estado de fragilidad y la pérdida de conciencia fueron deteriorando más a Eduardo. Por eso
aquel domingo 20 de setiembre, en que cumplió sus Bodas de Oro Sacerdotales, muchos nos
unimos de corazón en oración por él. Y fue el sábado 31 de octubre que ya se apagó para
siempre.
San Nicolás quedaba chico para aquella fiesta tan importante y tan esperada. Isolina y el mayor
de sus 13 hijos ya se encontraron, en Dios. Y ahí, cara a cara, dieron gracias, por una vida tan
larga y por una vocación tan sentida.
Un agradecimiento
Como ya se dijo, de enero a octubre del 2020, el P. Eduardo estuvo en la casa de salud del Pío
X, en Córdoba. En nombre de la familia Jorge como de esta comunidad, agradecemos el cariño
y todos los cuidados ofrecidos por los salesianos y el personal de la Casa Zatti para bien del P.
Eduardo. Al Doctor Gustavo Vázquez y a todo su equipo, nuestro más sentido agradecimiento.
Sus restos mortales descansan en el panteón familiar, en San Nicolás. Antes del sepelio, el
domingo 1° de noviembre, Solemnidad de Todos los Santos, se ofreció una misa en el patio del
colegio Don Bosco. Las restricciones impuestas en plena pandemia no impidieron que muchos
testimoniaran el enorme afecto que sentían por el P. Eduardo. Presencialmente algunos, y
muchísimos a la distancia.
Salir al encuentro
Mientras termino de redactar estas páginas, y es febrero de este 2023, veo desde mi oficina
cómo empiezan a llegar los alumnos del San José a rendir materias pendientes. Estoy medio
paralizado sin saber cómo cerrar esta semblanza, y tengo una inspiración: me parece ver a
Eduardo que abre apenas mi puerta, se asoma y me dice feliz: ¡Volvieron los chicos, Angelito! Y
ahí me queda claro, ya sé cómo concluir este texto y homenajear a Eduardo: levantándome
pronto y yendo al encuentro de los alumnos.
Gracias, Padre, por regalarnos a Eduardo Jorge. Lo tienes ahora contigo y lo abrazas con tu
paz. A los que tantas veces le preguntamos: ¿Adónde vas ahora, Eduardo? … ya sabemos que
llegó.
P. Angel Amaya
Padre Director
Casa Salesiana San José
Falleció a los 77 años de edad, 59 de salesiano, y 50 de sacerdocio. Fue por 14 años Director.