Caminares Comunitarios y Academicos
Caminares Comunitarios y Academicos
Caminares Comunitarios y Academicos
Caminares comunitarios
y académicos: narrativas
de profesionistas
indígenas que
tensionan imaginarios
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.
BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO
Hecho en México.
Índice
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18 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
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Durante este periodo se constituyó una severa ruptura con el paradigma integracionista. Si antes se
consideraba que los pueblos indígenas estaban desligados de la economía y de la sociedad mexicana,
para ese momento histórico el análisis social y político mostró que, lejos de ello, las sociedades indígenas
siempre han estado “integradas”, sólo que bajo un esquema de colonialismo interno (Casanova, 1965).
La tendencia que surgía en términos educativos era la de propiciar políticas que orientaran procesos de
descolonización. En consecuencia, surgen la Dirección General de Educación Indígena, en 1978, y la Di-
rección General de Culturas Populares, un año después. Desde ese nuevo perfil institucional se apoyó la
formación de promotores culturales bilingües con el fin de que éstos actuaran dentro de un proyecto
cultural nacional, opuesto al del indigenismo de integración (Pérez y Argueta, 2015).
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uso del conocimiento académico y ocupa ese mismo espacio; es decir, el inte-
lectual indígena accede al conocimiento occidental y además se establece en
el lugar de producción y legitimación del conocimiento (la universidad).
Como apunta Cruz (2018): “Percibo que varios estudiantes indígenas buscan
no sólo dominar los conocimientos de los blancos sino también ocupar luga-
res estratégicos dentro de la academia como forma de romper las prácticas
tutelares” (p. 2). De esta manera, los profesionistas indígenas en México han
encontrado en la universidad una forma de poco a poco hacerse cargo de sus
propias instituciones y de sus propios asuntos. Aunque el avance aún es mí-
nimo, hacia allá apuntan los intereses por ocupar los espacios históricamen-
te impensados para ellos, como lo es la universidad misma. Así lo expresó en
una comunicación personal Fortino Domínguez, intelectual zoque:
Uno está en la academia, pero también está fuera, y yo creo que estamos tenien-
do una relación y una complicidad subversiva con la universidad: sabemos que
hay un elemento colonial y muchas cosas que no nos gustan, pero también es un
espacio para generar discusiones y traer nuestros pensamientos.
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Para una descripción más amplia de la categoría, confróntese Oehmichen (2005).
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4. Los autores
Referencias
Dicho ndé
1. Primeros años
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Siempre he tenido los papeles necesarios para poder cruzar a eua, pero casi
no fui en la adolescencia.
Soy el tercero de cuatro hermanos: Jorge Alberto, el mayor, nació en mayo
de 1979; Víctor Hugo, el siguiente, nació en 1983; a mí me tocó nacer en no-
viembre de 1985. El pequeño, Miguel Ángel, nació en 1996.
A mi hermano mayor le tocó primaria y secundaria ya establecidas, al
menos con aulas y los accesorios necesarios; no estudiaría más. A mi herma-
no Víctor Hugo y a mí nos tocó inaugurar primarias y secundarias. A mí me
habían sacado del kínder a las dos semanas y me metieron a la primaria
Teófilo Borunda; nos daban clases en las casas abandonadas de un fraccio
namiento. Para ir a la primaria teníamos que cruzar una zona de construc-
ción y un arroyo; nunca dejaría de ser camino del agua, a pesar de que lo
taparon con cemento para que los coches pudieran circular. Para el siguiente
ciclo escolar construyeron unas aulas con pallets de madera que desechaban
las maquiladoras; las paredes y el techo estaban cubiertos con cartón y papel
negro; así estuvimos la mitad del ciclo; el siguiente ya lo estudiamos en los
primeros salones de block, con techo y una cancha de cemento. En ese enton-
ces mi madre comenzó a trabajar en una maquiladora.
Luego, a mí y a Víctor nos cambiaron a otra primaria, que tenía salones y
dos turnos; nos pondrían en el turno vespertino. Aún no había terminado yo
primaria cuando mi hermano Víctor entró a la secundaria, que no tenía ins-
talaciones; así que tomó clases al aire libre por un año. Cuando terminé la
primaria, también fui a esa secundaria; para entonces ya había seis salones,
dos por grado; me tocaría estrenarlos. Hasta el tercer grado tuvimos una
cancha de cemento.
Terminé la secundaria: por falta de recursos no pude entrar a la prepara-
toria. Me quedé en casa, sin estudiar ni trabajar. A veces me quedaba con un
amigo, incluso durante varios días; se hizo tan común que terminé ausentán-
dome semanas del hogar. Nunca les di problemas a mis padres, había con-
fianza y no había sospechas. Después empecé a quedarme en un local
abandonado; me hice amigo de un viejo, el Anciano, con todo respeto. He
sido amigo de personas de todas las edades, pero siempre pude hablar con
los viejos, los ancianos, ellos, los que saben, tras tantos años de experiencia.
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“Mi mamá, mi papá”, variante ndé miizaa del idioma n’dee/n’nee/ndé.
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del hogar pasé frío, hambre, cansancio mental y físico, quería encontrarme,
la muerte me ayudó.
Regresé al hogar y me metí a trabajar a una maquiladora; tenía dieciséis
años. Junté dinero, mi madre me animó, me inscribió en la preparatoria
abierta y a la vez en una carrera técnica de programador analista.
Mientras estuve trabajando en la maquiladora, me compré una combi 69
y otra Volkswagen –no recuerdo de qué línea ni año–, a precios ridículos, las
cuales aprovecharía más tarde. La preparatoria abierta fue una gran expe-
riencia; me adentraba en temas de mi gusto, a los que estaba acostumbrado:
filosofía, pintura, literatura, matemáticas, física.
No terminé la preparatoria abierta; la carrera técnica sí, pero nunca fui
por mi certificado. Me salí de la preparatoria abierta para entrar a la escola-
rizada, que era más barata y al alcance, la Hermanos Escobar. Con la forma-
ción de la escuela abierta, la escolarizada fue fácil; vendrían las famosas
exposiciones, una actividad habitual, y hablar en público, algo que no se me
dificultó, pues, aunque ya no asistía, la iglesia me había preparado con eso.
Durante esa época fui líder de grupos de jóvenes, hablaba ante el público,
asistí a un seminario religioso, lo cual no solamente me serviría en la prepa-
ratoria, sino también me dio habilidades para socializar.
2. El comienzo
3. Hechos aislados
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Fiesta de reunión de una nación o intertribal.
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Yo me casé, tuve una hija. Antes de que ella naciera, shii’á (mi esposa) y
yo fuimos discriminados en un consultorio médico particular por nuestro
aspecto, nuestros rostros, nuestra vestimenta; creyeron que queríamos en-
trar a pedir dinero. Me sentí mal. Fue cuando me di cuenta de que me dis
criminaban; si bien sabía que era diferente, ese suceso causó en mí una
vergüenza respecto de mí mismo, la cual habría de superar con el tiempo, y
luego se apoderó de mí un orgullo de ser quien soy. La discriminación aquí
ejemplifica algo que ha ocurrido por siglos: la pérdida de identidad a causa
de la vergüenza que puede uno llegar a experimentar y el deseo de que nues-
tros hijos no pasen por ello; hay quienes han cedido ante esta circunstancia
y perdido la identidad, y algunos seguimos en resistencia y la mantenemos.
A partir del 2007 dejaron de venir a Juárez n’dee/n’nee/ndé de eua y yo ya
no fui para allá; las razones: la violencia, los asesinatos, la guerra del narco.
Me desconecté.
Aprendí historia de mi gente, las cosas que me habían enseñado los an-
cianos, the elders, la historia oral y tradicional. Yo investigué mi historia don-
de podía hacerlo, la de mi familia, la genealogía. Shii’máá, Celia Granados
Cortinas, miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días, y su trabajo genealógico, realizado por años, fueron la respuesta. Esta
iglesia tiene una creencia particular: el bautismo para los muertos, para lo
cual sus miembros hacen trabajo genealógico. Yo busqué nombres, lugares,
fechas, por qué no se hablaba de esto en la familia, que somos ndé. Lo que
me pasó, aquella primera experiencia de discriminación y su consecuencia,
les pasó a mis bisabuelos, pero yo me sobrepuse. Una parte de la historia que
contaré más adelante, a su vez, nos lo explicará.
En el 2009 también ocurría otra cosa: en un municipio de Coahuila,
miembros de la Lipan Apache Tribe of Texas hicieron acto de presencia en
un evento cultural; yo no supe de ello hasta una década después; Chihuahua
Apache A. C. tampoco supo de ello, y los que hicieron ese acto en Coahuila
no supieron lo del 2000. Aquéllos no me conocían, a pesar de que miembros
de esa Non Profit 503(c)(3) están relacionados en mi genealogía, así como lo
están miembros de la Lipan Apache Band of Texas. Conocí a miembros de esa
Non Profit 503(c)(3) en El Paso. Entre las personas de Ysleta del Sur Pueblo,
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Nuestra gente hizo guerras y paces con otros pueblos: estuvimos en guerra
con los nakaiyé cuando eran súbditos de las coronas de Castilla y Aragón,
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Nowhi, “nosotros”.
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En atención de que en una gran parte de los territorios que por el presente
Tratado van a quedar para lo futuro dentro de los límites de los Estados Uni-
dos, se haya actualmente ocupada por tribus salvajes que han de estar en
adelante bajo la exclusiva autoridad de los Estados Unidos, y cuyas incur
siones sobre los distritos mexicanos serían en extremo perjudiciales; está so-
lemnemente convenido que el mismo Gobierno contendrá las indicadas
incursiones por medio de la fuerza […].
A ningún habitante de los Estados Unidos será lícito, bajo ningún pretex-
to, comprar o adquirir cautivo alguno, mexicano o extranjero, residente en
México, apresado por los indios habitantes en territorios de cualquiera de
las dos Repúblicas.
En donde nos llamaron “tribus salvajes”, a nosotros, a mi gente, pues era con
los que tenían guerra declarada (Gobiernos de los Estados Unidos Mexicanos
y los Estados Unidos de América, 1848), y se deja bien claro: “indios habitan-
tes en territorios de cualquiera de las dos Repúblicas”, lo cual indica que mi
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Los anglosajones, ciudadanos de los Estados Unidos de América.
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gente quedó en medio de esa, para ellos, nueva frontera, porque para noso-
tros sigue siendo nuestra tierra.
En el Tratado de la Venta de La Mesilla (Gobiernos de los Estados Unidos
Mexicanos y de los Estados Unidos de América, 1853), los eua se zafaron de
ese compromiso, como bien se dice aquí:
Artículo II.- El gobierno de Méjico por este artículo exime al de los Estados-
Unidos de las obligaciones del artículo 11 del tratado de Guadalupe Hidalgo,
y dicho artículo, y el 33 del tratado de amistad, comercio y navegacion [sic]
entre los Estados-Unidos Mejicanos y los Estados-Unidos de América, y con-
cluido en Méjico el día 5 de Abril de 1831, quedan por este derogados.
En los eua se dio la política de encerrar en reservas a los “indios”, por lo cual
el proceso de 300 años con los nakaiyé –ya fueran españoles, novohispanos o
mexicanos– se acabó. Ahora entraban a una etapa, un proceso en el que se
estadounidenseamericanizarían, y poco a poco dejarían de hablar el español
que conocían, además de su idioma, y aprenderían el inglés; las generacio-
nes que vendrían olvidarían su pasado vinculado a lo español, novohispano
y mexicano; muchos olvidarían que partieron el territorio n’dee/n’nee/ndé y
que encerraron a sus habitantes en espacios reducidos.
La otra historia de esta bifurcación seguía un curso, un proceso continuo
que a la fecha suma poco más de 400 años: el contacto con lo español, lo no-
vohispano y lo mexicano, víctimas o partícipes de la política de mestizaje, de
eliminar la identidad propia. Se llevaron a cabo prácticas para exterminar-
nos a nosotros, los n’dee/n’nee/ndé. Se ofreció pago por dar muerte a nuestra
gente, sin importar edades ni sexos. Lo hizo Sonora; lo elevó a rango de ley
Chihuahua; Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Zacatecas y Durango
llevarían prácticas de intento de exterminio sin pagar a civiles o militares;
Coahuila pagaría pequeñas sumas a otras tribus, como los kikapoa.
Por más feo que fuese mantener a los que quedaron en eua reducidos en
reservas –luego naciones, enclavadas en un espacio tan pequeño–, de cierta
manera tal acción ayudó a que se preservara parte de la cultura. Sin embar-
go, la influencia estadounidense americana penetra tanto que las personas,
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por necesidades, salen de la Nación para trabajar, estudiar, vivir, y van per-
diendo la cultura a la vez que se asimilan a la cultura de los eua, cualquiera
que ésta sea. No es algo nuevo para los que quedamos en los Estados Unidos
Mexicanos.
Las continuas guerras y paces, y las adaptaciones y adopciones de las cul-
turas española, novohispana y mexicana, a lo largo de los siglos y reforzadas
por las prácticas y políticas de intento de exterminio, influyeron en nuestra
gente e hicieron que las personas escondieran su cultura; hoy en día son po-
quísimos quienes guardan la vestimenta tradicional, el idioma, la comida o la
medicina. Estamos contrastando un proceso interrumpido de 150 años de eua
con un proceso continuo de poco más de 400 años. Si allá en eua, durante su
proceso de 150 años, fue notoria la pérdida cultural; acá, en México, tras más
de 400 años, la pérdida ha sido aún más grave; las familias ni siquiera esta-
ban integradas, la gente escondía su identidad, no teníamos ya representa-
ción como nación. Por ello, cuando me di cuenta de todo esto, me puse a
trabajar de manera intensa para localizar a los n’dee/n’nee/ndé en los Estados
Unidos Mexicanos y luchar por nuestra gente.
Por eso hay dos historias: una en eua y otra acá, en Mehigu, y una sola, la
de un solo pueblo, la historia n’dee/n’nee/ndé.
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En el episteme occidental los grupos sociales pequeños se dividen en tribu, banda y clan. Para los
n’dee/n’nee/ndé, existen gonka’ y gotah.
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“indígena”, tenía que pedir que otros “indígenas” me reconocieran como tal,
cosa que me pareció absurda, dado que, tras más estudio y preparación, sa-
bía lo que dicta el artículo segundo de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos. Se los hice saber, pero no quisieron respetarlo; eso era un
acto de discriminación. Me fui y les dije que la próxima vez me la darían. Le
pedí una carta de reconocimiento como “indígena” a Edith Palma, una de las
gobernadoras rarámuri/ralámuli de Guachochi, quien nos acompañó en
nuestro encuentro en Arteaga, Coahuila; inmediatamente me la otorgó. Asi-
mismo, Iván Alexander de León Aguirre, como miembro y representante de
la Lipan Apache Band of Texas, en los Estados Unidos Mexicanos, me otorgó
otra carta, y la Dirigencia Estatal de los Pueblos Originarios del Estado de
Chihuahua, una más.
Mientras tanto, en la ciudad de Chihuahua nuestra gente participó en la
Expo de los Pueblos Indígenas que realizó la Comisión para el Desarrollo de
los Pueblos Indígenas (cdi); era la primera vez que nuestro pueblo participa-
ba. Se había buscado el acercamiento con esta institución para lograr el re-
conocimiento; dejamos unas cartas y mantuvimos comunicación con la
encargada en aquel momento. Ese año dejó de existir la cdi y se convirtió en
el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (inpi); todo el trabajo que ha-
bíamos realizado en el cdi, con el cambio a inpi, desapareció.
Volví a coepi y esta vez no me pudieron negar la Carta de Identidad Indí-
gena, un acto –después sabría– ilegal y discriminatorio. La obtuve con fecha
de 22 de agosto de 2018; era la primera vez que alguien la tenía; no quise que
fuera el único caso: les conté a otros n’dee/n’nee/ndé sobre el procedimiento
para obtenerla; en Juárez la recibió una familia y otras dos personas en Chi-
huahua. No obstante, después sucedió algo: coepi, en su oficina en Chihuahua,
negó la carta a otros n’dee/n’nee/ndé; la razón: no nos reconocían y no po-
dían darnos esas cartas.
Ese año yo empecé a reunirme con la Red de Pueblos Indígenas de Ciudad
Juárez (rpicj), una organización que, aunque pretende ser dirigida por los
representantes de las diversas comunidades de pueblos “indígenas”, en rea-
lidad solamente la lleva un grupo de coepi de Ciudad Juárez; ahí no se hace
nada si no se convoca a coepi. No obstante, por ser una plataforma de
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Apache Nation, San Carlos Apache Tribe, Chihene Nde Nation of New Mexi-
co, Lipan Apache Band of Texas, y de Chihuahua, Durango y Coahuila. Culmi-
namos nuestra reorganización con la creación de la Nación N’dee/N’nee/
Ndé; el acuerdo de un presidente, un vicepresidente, un secretario y un teso-
rero, y la elección de representantes de diferentes comunidades de Ascen-
sión, Juárez, Zaragoza, Chihuahua y Saltillo. Yo fui elegido vicepresidente y
el nant’an, “líder”, de la comunidad de Juárez. Para nombrarnos usamos las
tres variantes con el fin de incluirlos a todos, a nuestras diferentes tribus y
gonka’/gotah.
Comencé a crear contenido infográfico con base en lo que hacían el inpi y
el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (inali) para otros grupos étni-
cos, en los que por supuesto no estábamos incluidos. Tomaba el que saliera o
me encontrara y ponía el contenido en n’dee biyat’i’, en n’nee biyat’i’, en ndé
bizaa’ y ndé miizaa. También creamos una página en Facebook y un canal en
YouTube con el fin de empezar a difundir nuestra cultura, darnos a conocer,
ya que, como lo habíamos notado, mucha gente y algunas instituciones no
nos reconocen, otras tantas no saben de nosotros, en parte por la educación
que reciben.
En las reuniones en coepi Juárez con la rpicj empecé yo a dar a conocer los
derechos indígenas que poco se respetan y que son usados de manera folclo-
rista y paternal, por lo que me generé antipatías. Sin embargo, me alegro
cuando veo que hay gente que sigue en resistencia y cuando alguien alza la
mano y la voz para denunciar –como yo–, cuando se animan y se suman dos
manos, dos voces y a veces más.
Comenzó un proceso de reforma constitucional en el estado de Chi-
huahua en materia política y electoral, para el cual se tenía que consultar a
los pueblos indígenas u originarios. Históricamente se nos consultó en varias
sesiones y tuvimos que batallar con la ignorancia de los de la coepi respecto
de nuestras formas. Ellos recalcaban esa creencia de superioridad moral e
intelectual, así como ese paternalismo, que en su discurso no manifiestan,
pero que demuestran totalmente en sus acciones al querer acomodarnos
como desean y nombrarnos como creen que está bien. Esto yo no lo permití.
No obstante, debido a que las sesiones se realizaban en la ciudad de
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también la presencia en las redes sociales contribuyó a que poco a poco nos
diéramos a conocer.
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“Mi abuelo, el señor Jackson Velarde.”
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Queda mucho por hacer, hay que seguir trabajando, cooperar con otras
comunidades para que se organicen, pues hay más n’dee/n’nee/ndé en otros
municipios y estados que quieren consolidarse como comunidad, pero que
no saben cómo hacerlo. Buscamos apoyarlos y enseñarles, como lo hemos
hecho hasta el momento, a que se organicen.
Algunos antropólogos, historiadores e investigadores creen que ya no
hay “apaches” en los Estados Unidos Mexicanos (desconocen nuestro nom-
bre, n’dee/n’nee/ndé), y yo peleo mucho con ellos: parece que no han hecho
bien su trabajo, creen que sus grados académicos y sus ámbitos dictan la
verdad; se les olvida que sus conocimientos son algo construido, por eso hay
que deconstruirlos, desaferrarlos de sus propias creencias. Mi gente está
aquí y aquí seguiremos dando pelea.
Se me han presentado oportunidades de relacionarme políticamente con
la Non Profit 503 (c)(3) Lipan Apache Tribe of Texas, en específico ser el jefe
de su capítulo en el estado de Chihuahua; me invitó directamente el presi-
dente de la tribu. Después de tres años de la proposición, yo no he dado res-
puesta; creo firmemente que mi gente tiene su lucha en su territorio, esto no
quiere decir que rompamos con todos los que no estén en los Estados Unidos
Mexicanos, claro que no: parte de nuestra lucha es reconectarnos con nues-
tras familias y hermanos de las naciones enclavadas en los eua, pero tenemos
nuestra Nación, y así la mantendremos.
Recientemente también me ofrecieron participar en las elecciones de
2021 para regiduría municipal o diputación federal como candidato pertene-
ciente a un “pueblo indígena”, una acción que el Instituto Federal Electoral
(ife) no respetó por decenas de años. Mario Rascón Miranda, ndé, demandó
que se respetara esa posibilidad y logró que el Tribunal Estatal Electoral obli-
gara al Instituto Estatal Electoral (iee) a que hiciera efectivo que en munici-
pios del estado de Chihuahua con cierto porcentaje de personas “indígenas”,
sin importar a qué “pueblo indígena” perteneciera, “originario” o migrante,
se tuvieran candidaturas por cada uno de los partidos políticos contendien-
tes. Un ndé lo logró en el estado de Chihuahua, pero el Estado no nos recono-
ce, qué paradójico.
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Referencias
Sangre
NATALIA TOLEDO
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64 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Xuriya1
Introducción
El texto que presento es una pequeña aportación desde el sentir, vivir y pen-
sar de una mujer wixárika, la cual se ha permitido construir un espacio con
base en su propia concepción, y así es como ha dado entendimiento a sus
pensamientos y razón al ver las cosas. Aquí aporto, en primer lugar, algunas
vivencias de mi niñez: cuando jugaba en el monte, descalza, con mis herma-
nas; cómo disfrutaba los cuentos que nos contaban nuestros abuelos, cerca
del fuego, al atardecer, y cómo –lo más importante– nuestros padres nos en-
señaron a amar la Tierra y todo lo que emana de ella. Ellos nos decían que la
Tierra era parte de ellos y sin ellos no podíamos ser nada; es la casa donde
habitan nuestras deidades desde que se creó el mundo. Por ello los wixáriari
cuidamos y protegemos la Tierra. Todos estos saberes me han permitido
construirme como ser humano proveniente de una comunidad indígena: a
través de las enseñanzas de mis antepasados y mis ancestros he construido
mi propia identidad y he sabido quién soy ahora.
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Traducción al wixárika realizada por la autora del presente capítulo.
SOMOS GRANOS DE MAÍZ QUE VAMOS CONSTRUYENDO NUESTRA MAZORCA | 65
Agradecimientos
La cultura wixárika tiene un gran respeto por la Tierra, es por ello que su
cosmovisión va de la mano con la concepción de su espacio. La Tierra como
planeta, como suelo, la tierra como agua y la tierra como territorio forman
parte de la familia y de las deidades sagradas. La visión del mundo y de la
vida cotidiana de una persona wixárika en su entorno con la Tierra es Tatei
Yurienaka (nuestra madre Tierra).
La Tierra es un ser humano al que cuidamos y protegemos, pues es la que
nos da alimento, nos sostiene en esta vida. Ella conoce nuestras andanzas,
nuestras alegrías, nuestras tristezas; es la que nos cobijó desde el principio
de nuestra existencia y también será la que nos cobije cuando llegue el día de
nuestra partida, ya que sólo nos llevaremos ese puño de tierra que nos cobi-
jará para toda la eternidad.
Según la creencia wixárika, cuando una persona muere, en el entierro se
ofrenda un puño de tierra, gotas de agua y comida, con la intención de que
el difunto no tenga frío, ni hambre ni sed en el inframundo. Por ello tenemos
esa concepción de la Tierra.
Mesa del Tirador es una comunidad wixárika que se encuentra al oeste del
estado de Jalisco, en el municipio de Bolaños. También es conocida como
Xiupa, lugar de robles. Es una de las últimas localidades del estado, en la zona
donde se dividen los estados de Jalisco y Nayarit. La vida de Xiupa inicia
antes del amanecer; las pláticas y risas se empiezan a escuchar de una casa
a otra. El sonido de los golpes de los botes de aluminio, de los pasos, el chilli-
do de las carretillas se empiezan a escuchar por todos lados en dirección al
ojo de agua, que se encuentra a la orilla del pueblo.
Cuando la luz del día empieza aclarar más, se siente el frío de la mañana,
ese airecito que te despeina y te hace sentir que ya ha amanecido. Se puede
apreciar el humo que sale de las casas de adobe formando en el cielo
SOMOS GRANOS DE MAÍZ QUE VAMOS CONSTRUYENDO NUESTRA MAZORCA | 69
Desde lejos se puede apreciar la gama de colores que visten los varones en
sus atuendos de gala: están plasmados de una variedad de figuras que repre-
sentan la simbología procedente del mundo animal y vegetal, de objetos im-
portantes y sagrados para la cultura. También hay otro tipo de traje, el casual,
el que se usa en la vida cotidiana de hombres y mujeres.
Te has preguntado quién realiza esos atuendos, llenos de simbolismos y
color. Las mujeres wixáritari son las que bordan, cosen los trajes de sus pa-
rejas, de su familia y los de ellas mismas. Desde temprana edad, antes de que
llegues a la vida adulta, te van sumergiendo en funciones que debes conocer
como mujer wixárika; es un proceso de preparación para que puedas repli-
car los saberes con tus futuras generaciones. Cuando eres mujer, tu madre se
encargará de enseñarte lo que una mujer debe saber antes de que llegues a
la vida adulta y las obligaciones que asumirás cuando consolides una
familia.
Es importante mencionar que los accesorios que realizan son sólo para sí
mismas; por ello te enseñan a coser para que tú misma puedas producir los
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propios atuendos que utilizarás día a día, ya que es una necesidad. Una vez
que te enseñan a realizar tus propias prendas, también te van incorporando
en las funciones del hogar, como son tortear, ir por agua, lavar trastes, ba-
rrer y demás actividades.
Entonces de los nueve años en adelante, te enseñan a bordar, coser las
cosas básicas. Una de ellas es el patrón de las montañas, pues las montañas
representan tus altas y bajas, el camino que recorrerás en esta vida. Una vez
que aprendes a seguir los patrones de esa figura, puedes bordar las cosas que
tú quieras, pero estos conocimientos los vas adquiriendo conforme creces y
pones en práctica tus conocimientos.
Asimismo, te enseñan el panorama general que debe conocer una mujer
wixárika y las responsabilidades que adquirirás con tu cultura cuando lle-
gues a la edad adulta: conformarás tu propia familia, serás la que portará la
hikara sagrada, la que encienda la vela en las ceremonias para pedir por
la salud y el bienestar. Cuando los hijos no están presentes, están lejos, la
madre sigue realizando estos ritos en su memoria, para que encuentren paz
y tranquilidad.
6. Formación académica
expresarme de manera adecuada, por lo que cada día fue de esfuerzo y dedi-
cación para concluir mis estudios de manera satisfactoria. Mi padre me man-
dó a estudiar la preparatoria en la comunidad de Puente de Camotlán, en el
municipio de La Yesca. La intención era que yo aprendiera de la mejor ma-
nera el español, pues ahí ni los docentes ni mis compañeros eran hablantes
de ninguna lengua.
Mi padre quería que tuviera una educación en que las clases se impartie-
ran sólo en español; sin embargo, eso me causó muchos problemas, ya que
no era la misma educación que nos daban en la comunidad. Allá, en la comu-
nidad, todo lo hacíamos de manera manual, hablando y con apuntes en los
cuadernos. En la nueva escuela la enseñanza era diferente en algunos ru-
bros: sí se utilizaba el cuaderno, pero también llevábamos una materia de
computación, solamente una vez por semana.
Recuerdo mi primer día de clases de computación: el docente dijo: “Pren-
dan sus computadoras”, pero yo no sabía cómo encender esa máquina. Me
quedé viendo, esperando a que encendiera, y nada; mis compañeros me mi-
raban y se reían. Luego pasó el maestro y me dijo: “¿A poco usted no sabe
usar una computadora?”, y sólo moví mi cabeza para darle a entender que
no sabía. Me ayudó a encenderla y a abrir una hoja; después empezó a dictar
y todos empezaron a escribir, pero yo no sabía escribir en esas máquinas;
entonces empecé a teclear con un solo dedo y todos se volvieron a reír; dije-
ron que había llegado un pájaro a comer el maíz.
Al concluir mis estudios de preparatoria empecé a entender que existían
dos mundos distintos en una misma sociedad, muy cercanos, pero con otras
maneras de comprender, entender y visualizar las cosas. Estas experiencias
que les acabo de relatar me han hecho entender cuestiones que desconocía:
cómo iba a entender si mi mundo giraba en torno al contexto en que me
desenvolví en la primera etapa de mi vida; ahora entiendo que existen mu-
chos mundos, muchos lenguajes y muchas maneras de entender sin dejar de
ser lo que eres.
SOMOS GRANOS DE MAÍZ QUE VAMOS CONSTRUYENDO NUESTRA MAZORCA | 73
joven para tener hijos, pero, cuando iba a mi comunidad, me decían que ya
era mayor, que ya debería tenerlos. Entendía el contexto en que estaba pi-
sando, ya que en las comunidades no es mal visto que una persona de muy
corta edad tenga hijos; la mayoría de las personas han tenido sus hijos
muy jóvenes, yo soy producto de ello. A pesar de que entendía el contexto de
mi comunidad, empecé a tener un conflicto en mi cabeza: en la ciudad me de-
cían que era muy joven aún y en mi comunidad decían que ya era mayor.
Según el mundo donde te desenvuelvas, podrás ver las cosas de otra ma-
nera. Es bueno contrastarlo y tomar el que te haga sentir mejor como per
sona. En el mundo donde me desenvolvía, empecé a descubrir que no era
necesario seguir pensando en mi edad y cuándo tener hijos, sino, más bien,
yo podía decidirlo, y descubrí que soy dueña de mi cuerpo y sólo yo puedo
decidir sin sentirme juzgada.
8. Mi perspectiva en la universidad
y culturales por medio del trabajo colaborativo, proyectos y becas, con el fin
de que ejerzan sus derechos educativos y logren trazar sus propios caminos.
Es importante mencionar que la educación y los espacios educativos son
un derecho constitucional de los estudiantes de pueblos originarios, ellos
tienen el derecho de acceder a una educación intercultural; esto ya es ley,
está reconocido dentro de las instituciones, pero, a pesar de ello, la educa-
ción sigue siendo un espacio exclusivo, particularmente en el nivel superior.
Es menos probable que los estudiantes de pueblos originarios accedan a la
universidad o la concluyan; se les interponen muchas barreras, no sólo de
dotación cultural, sino también de dotación económica, aspecto que siempre
está involucrado en este proceso de exclusión.
Me ha tocado ser mediadora en diferentes áreas para alzar la voz por que
se visibilicen los derechos de los estudiantes indígenas y se lancen iniciativas
incluyentes, que favorezcan a este sector de la población, así como también
he sido un puente de comunicación con los estudiantes.
Cuando ven una figura familiar se identifican y se acercan a preguntar
sus dudas sobre algunas dificultades que han experimentado; yo trato de
orientarlos con mucha empatía; para mí, atender es un placer, lo hago con
mucho gusto. No quiero que se sientan excluidos y, cuando tienen dificulta-
des, los motivo con apoyo de recursos o instancias a las que pueden acudir;
la mayoría desconoce que puede recibir estas ayudas y evitar la deserción.
yo a ciencia cierta quién era y que existían tantas culturas, tantos mundos, y
que yo pertenecía a uno de ellos.
Después de reflexionar sobre las problemáticas a las que nos enfrenta-
mos muchos jóvenes que salimos de nuestras comunidades en busca de me-
tas, sueños o simplemente oportunidades para mejorar nuestra condición
social, entendí que en la ciudad también existen desigualdades, que no es
verdad cuando dicen que allá hay todo; es cierto que todo está cerca (escuela,
hospitales y universidad), pero no todos podemos ser poseedores de los ser-
vicios de salud, de educación. Pude ver que esa desigualdad existe en todos
lados y falta identidad.
Las ideologías, las costumbres, la vestimenta, las modas, la música, todo
ello también permeó en mí. En unas vacaciones, fui a mi comunidad; llevaba
ropa para mis tías, huaraches y otras cosas que hay aquí en la ciudad y que
no hay allá; pensaba que se alegrarían de recibir cosas nuevas, pero no fue
así: me comentaron que no se verían bien y que no aguantarían esos huara-
ches, que la tierra no era apta para ese calzado. También me preguntaron
por qué no usaba falda; les contesté que era más fácil caminar con pantalo-
nes, pero replicaron que no estaba bien que dejara de usar mi ropa. Ahí en-
tendí tantas cosas. Ese día me llevaron a los lugares sagrados, en ellos me
enseñaron a amar mi cultura. Durante la visita observé cómo se dirigían a
nuestras deidades y cómo salían de sus ojos lagrimitas de agradecimiento de
que yo las acompañara en ese momento, en ese viaje; me agradecieron que
estuviera ahí y me dijeron que pedirían por mí para que un día pudiera en-
tender a las deidades como ellas. Fue lo más bello que pude escuchar.
Después de ese día, ya no quería regresarme, pero me dijeron que llevara
mi voz y mi lengua a todas partes sin olvidar mis raíces y que también estaba
bien estudiar, porque entendería dos mundos y era mejor así.
Entendí que muchos jóvenes como yo se permean de otras culturas y se
olvidan de sus raíces; cuando llegan a la comunidad, quieren imponer la
cultura externa que han aprendido y dejan de darle valor a su propia vesti-
menta, a las tradiciones que dan origen a sus raíces. Entonces inicié trabajo
comunitario en mi propia población, para rescatar la identidad de nuestras
raíces como cultura wixárika.
84 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Conclusión
Referencias
Naciones Unidas (2008). Declaración de las Naciones Unidas sobre los dere-
chos de los pueblos indígenas. Nueva York: Naciones Unidas.
IV.
Soy Adrián Baxcajay Sánchez, hñähñú1 de la región del Valle del Mezquital,
en el estado de Hidalgo. Escribir este texto fue un reto. El proceso de mirar
hacia mi interior y desnaturalizar mi propia historia resultó en un encuen-
tro conmigo mismo. Espero que estas líneas abonen a la comprensión de
nuestros dilemas, nuestras luchas internas y los retos a los que aún nos en-
frentamos como miembros de comunidades originarias. La idea es que mis
experiencias no sean leídas como algo exótico o como el caso de éxito de un
indígena, sino que en ellas se puedan ver tanto nuestras trayectorias de vida
como la hostilidad con que nos hemos encontrado en el proceso de lograr
nuestras aspiraciones; esta hostilidad, no obstante, ha sido parteaguas para
1
En este texto he utilizado la variante ortográfica hñähñú, que corresponde al Valle del Mezquital.
87
88 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Quizá el objetivo de este texto sea dar cuenta de las dimensiones y entra-
mados en los que como miembros de una comunidad estamos inmersos. En-
tre esas cuestiones están la vida en la comunidad, la familia, la escuela
(universidad) –ésta representa el desarrollo profesional y uno de los cami-
nos aspiracionales– y los trabajos en los que nos desempeñamos. Sin embar-
go, es en la dimensión individual en donde nuestros conflictos se resuelven,
se median, se adaptan y aprendemos a navegar entre mundos paralelos. Es
en donde concretamos nuestras convicciones, damos el valor a las personas,
somos capaces de reconocernos en los otros o como parte de algo, asumimos
papeles y nuestras luchas, pero fundamentalmente definimos nuestro lugar
en el mundo.
Me parece importante reconocer que posicionarme políticamente frente
a los otros ha sido un proceso continuo de aprendizaje, de adaptación y de
reconocimiento de mí mismo. La definición de quién soy ahora es resultado
de mis vivencias; de las decisiones que tomé; de la continuidad que repre-
sento de mis padres y abuelos; de lo que heredé de mis ancestros, lo cual
fundamentalmente ha sido su capacidad de sobrevivencia, aun en condicio-
nes poco favorables; de la experiencia de ser miembro de una comunidad
hñähñú, con las obligaciones que eso implica; del proceso de reflexión sobre
mí mismo como persona, como hombre, y, por último, de la búsqueda de una
vida menos difícil.
Yo nací un viernes del mes de julio de 1991 en la comunidad del Botho, mu-
nicipio de Cardonal, en el Valle del Mezquital. Mi padre es Juan Baxcajay,
hñähñú, y mi madre Susana Sánchez, nahua del norte del estado de Hidalgo.
Soy el primero de cuatro hijos; tengo dos hermanas y un hermano con los
que he crecido; cada uno está haciendo la vida según como piensa que es lo
mejor para sí.
Mi mamá dice que poco antes de que yo naciera hubo un eclipse de sol y
se le decía que ella no debía ver el eclipse porque la luna podría comer
90 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
algunas de mis extremidades, alguna mano, un brazo o una oreja. Por eso,
ella tuvo que protegerse dentro de la casa. El caso es que, cuando nací, tenía
muy tierna la cabeza, es decir, además de la mollera, había una gran parte de
mi cabeza que estaba muy sensible, como cuando uno encuentra huevos
tiernos dentro de las gallinas que se cocinan en nuestras casas: el cascarón
no está duro y es como si estuviera cubierto sólo de una tela. Así estaba mi
cabeza. Mi bisabuela paterna decía que era por la luna; entonces me cubrió
la cabeza con cal,2 remedio que ayudaría a que ésta endureciera.
Lo cierto es que era un niño muy débil físicamente, demasiado flaco; de
hecho, siempre fui muy torpe para algunos trabajos que implicaban mucha
fuerza. Según mi abuela materna, la razón era que no se le había dado de
comer a la Tierra. Este ritual se hacía durante la cuarentena. Sin embargo, en
mi caso la ofrenda a la Tierra se realizó cuando ya tenía como ocho años,
igual y me componía. La idea misma de depender sólo de mi fuerza física fue
una de las razones que me empujaron a buscar otras posibilidades.
Para ser más exactos, pertenezco a la manzana del Baxcajay (baxkahai),3
una de las tres manzanas que conforman mi comunidad. Reconocerme de
este lugar ha sido relevante, porque ahí es donde crecí y viví mi infancia, al
igual que todos los chicos de mi edad; es mi lugar. Allí cursé la educación
básica, en la escuela bilingüe de mi comunidad, así como la educación secun-
daria, en la Escuela Telesecundaria 106. Posteriormente ingresé al Colegio de
Bachilleres de mi municipio.
En estas etapas, mi niñez y mi adolescencia, todos vivimos la cotidianidad
de nuestro pueblo, que implicaba ir a la escuela, ayudar en casa, ir a deshier-
bar o regar la milpa, cortar zacate, deshojar, desgranar, ayudar a cuidar a los
borregos, otros a pastorear chivos, muchos de mis vecinos desde tempranas
edades ya se dedicaban a ranchar la cal los lunes. Esos momentos, esas expe-
riencias son las que se impregnan, nos marcan, no necesariamente son cues-
tionadas, pero nos definen.
2
Una de las características de mi comunidad es que aún se hornea la piedra para producir cal viva, la
cual es utilizada para el nixtamal.
3
“Tierra árida”, en la legua hñähñú del Valle del Mezquital.
ENTRE MI HISTORIA Y LA DEFINICIÓN DE MI MIRADA | 91
estudiar no era el único camino; algunos jóvenes decidieron seguir los pasos
de nuestros paisanos y se fueron al norte. Después de la secundaria era co-
mún que los y las jóvenes de mi comunidad se fueran a los eua, ya que los
padres los alentaban o mandaban por ellos; hasta el día de hoy, muchos an-
helan su regreso.
Dada su experiencia migratoria, otros padres aconsejaban a sus hijos es-
tudiar, ya que el trayecto a los eua era muy extenuante y la vida lejos de la
familia les había resultado muy dura. En nuestro caso, por lo menos para
mis hermanas y para mí, no se nos pasó por la mente la posibilidad de mi-
grar; yo creo que a esa edad no teníamos idea de las decisiones que tomába-
mos; después de estudiar la secundaria nos seguimos al bachillerato, en la
cabecera de mi municipio.
En el bachillerato comenzamos a interactuar con jóvenes de otros pue-
blos, pero de la misma región. En este periodo, de igual forma, no cuestioná-
bamos la identidad; ser hñähñú no estaba en mis reflexiones, ni hubo por
parte de la escuela media superior esfuerzos por enseñar a partir de elemen-
tos de nuestras propias comunidades.
En mi caso, la idea de seguir estudiando era la única opción; las ganas de
aprender y de intentar lograr algunas metas aspiracionales resultaron los
móviles para aplicar a la universidad. Pero realmente nunca estuve seguro
de las implicaciones de poder acceder a la educación superior.
En lo personal, el apoyo de mis padres ha sido fundamental; reconozco
mi posición de privilegio frente a otros jóvenes que tenían la intención de
estudiar: yo pude estudiar algo que me gustaba y que posteriormente fue la
base para construir mi propio criterio. A decir verdad, desde niños teníamos
sueños y de ellos nos alimentamos. No todos logran cumplir esos objetivos;
muchos lo intentan y se quedan en el camino, por la falta de dinero, por falta
de apoyo de sus padres, por no tener orientación o algunas palabras que re-
conforten en el momento correcto.
ENTRE MI HISTORIA Y LA DEFINICIÓN DE MI MIRADA | 93
vidas. De hecho, a veces hay una suerte de enojo: nadie decide dónde nacer,
pero eso marca las oportunidades o las barreras para conseguir algo como
estudiar.
La idea de ayudar a sus padres, ganar dinero y ser capaz de adquirir lo
que deseara la llevó a trabajar en casas en Huejutla y más tarde en México.
Fue así como ella vino a trabajar a la ciudad, como muchas jóvenes de su
pueblo, más bien como muchas chicas del Hidalgo rural de ese tiempo. Las
últimas palabras de su padre fueron que se cuidara, que los hombres tienen
malas intenciones; esta advertencia respondía a la vida hostil que podría
llevar si fuera madre soltera. Ser madre soltera no era bien visto; en algunos
lugares aún se les llama mujeres fracasadas; hoy en día, en ocasiones, aún he
escuchado esas expresiones.
Una parte que en lo personal me conflictúa es que me reconozco como
hñähñú, aunque también desciendo de nahuas. Yo no crecí en esa tierra,
pero siempre me ha fascinado. Al final de todo, representa mi otra mitad y
una razón fundamental por la cual estoy acá. Creo que mi madre no sólo me
trajo al mundo, sino que también me regala esta raíz, la cual debo seguir
descubriendo. Sin embargo, en este lugar he observado frecuentemente cla-
sismo y racismo vestidos de buena educación. De mi familia nahua de Hidal-
go, algunas tías, primas y primos tienen una imagen de lo que supuestamente
es mejor, pero se trata de una vida cosmética que los ha desconectado de
nuestra raíz; incluso he sentido que a veces miran a sus contemporáneos con
desprecio. Y se repite la falsa idea de que por vivir en la ciudad o tener una
profesión son superiores; reproducen un esquema de vida diferente, hasta
en la forma como nos tratan, como si de verdad fuéramos muy distintos. Por
supuesto he observado prejuicios, aunque siempre nos encontremos en los
rostros del otro.
La educación en un contexto como el del Valle del Mezquital o el de la
Huasteca sin duda conlleva enormes sacrificios; no obstante, esa educación
que nos permite desempeñarnos en un trabajo y nos da para ir más allá en
el conocimiento también debería darnos una mirada más clara de lo que
pasa en nuestra realidad: un título universitario o un grado no debería dar-
nos licencia para mirar desde arriba del hombro.
ENTRE MI HISTORIA Y LA DEFINICIÓN DE MI MIRADA | 95
postulando. Aún recuerdo que me acompañó mi mamá, pues ella era quien
ya había vivido en esta ciudad, que en aquella época era otra. Me concentré
en realizar mi examen de admisión y agoté las horas de la prueba, pero al
final me quedé con la sensación de haberles hecho perder tiempo y dinero a
mis padres; no sé qué pensó mi madre, pero en el fondo yo estaba invadido
por mis inseguridades.
Esa sensación de no tener las capacidades y tener que esforzarme más
que mis compañeros ha sido una constante, así como la sensación de no es-
tar seguro de hacia dónde voy y si valían la pena todos los sacrificios que
hacíamos.
Finalmente, fui admitido en la licenciatura. Comencé mis estudios en Eco-
nomía en 2009, en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (fes-Acatlán),
de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). A decir verdad, in-
gresar a una casa de estudios como la unam nunca estuvo en el radar, pero la
idea de intentarlo fue una decisión que luego me permitió formarme. Lo
cierto es que siempre tuve muchas expectativas sobre la educación universi-
taria, las cuales, posteriormente, se desgajarían poco a poco. Finalizar una
licenciatura como mecanismo de movilidad aún es muy valorado en muchas
de nuestras comunidades. Es una oportunidad para conocer; uno se embar-
ca en estudiar para aprender y superarse. Es una aspiración por la que apos-
tamos nuestros sueños y los de nuestros padres.
Pero esto no es una regla general. Me encontré en una facultad en que los
chicos asumían la educación superior como mero trámite, a muchos de ellos
sus papás los obligaban a estudiar. Muchos ni deseaban estudiar esa licen-
ciatura, pero fueron admitidos en ella por sus bajas calificaciones en el Cole-
gio de Ciencias y Humanidades (cch) o porque perdieron varios años en la
prepa; entonces no estaban en el lugar que ellos deseaban. Es decir, había
una constante desvalorización del lugar que tenían. Por otro lado, la educa-
ción en este tipo de escuelas es impersonal la mayoría de las ocasiones.
Por ende, la posibilidad de coincidir en muchos aspectos con mis compa-
ñeros de clases en un primer momento fue casi nula. La idea de estudiar y el
conjunto de esfuerzos que yo hacía chocaban con la forma en que mis com-
pañeros desvalorizaban la educación que recibían en la fes-Acatlán.
98 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
6. Repensar mi comunidad
cómo se los nombraba. Leer sobre los hñähñu del Valle del Mezquital suele
ser duro; de manera simplista podría decir que en los textos los han descrito
como holgazanes que sólo toman pulque.
Lo cierto es que el Valle del Mezquital no es un lugar fácil; sigue siendo
un territorio que representa un reto para sus habitantes. Que los hñähñú
nos localicemos en ese espacio ha sido resultado de un proceso histórico. He
escuchado decir que los hñähñú se refugiaron en ese lugar tan hostil para
que nadie les disputara su tierra. Una lección que nos han heredado nues-
tros antepasados es esa capacidad de sobrevivencia en condiciones como la
del Valle del Mezquital y su adaptación frente a lo que se conoce como
modernidad.
¿Cómo es que uno toma conciencia de quién es y de dónde es? Si uno se
queda en su propia comunidad o en su misma región, eso no sucederá de
manera espontánea, aunque tampoco quiero decir que el solo hecho de salir
implica un refuerzo de la identidad. Dentro de nuestra misma comunidad,
no nos preguntamos si somos o no hñähñú, no hay un cuestionamiento so-
bre nuestra lengua, sobre algunas formas de hacer la comunidad o las for-
mas de pensar.
Mi comunidad, El Botho, Cardonal, es un espacio donde la adaptación de
los hñähñú ha salido al paso frente a los procesos de modernidad y migra-
ción de sus miembros en busca de mejores condiciones de vida. Los hñähñú
de mi comunidad se han visto obligados a vivir en una cultura diferente,
pero que ha sido clave para la reflexión de su identidad y de las prácticas
diarias, en las cuales las interacciones entre nosotros y el encuentro con lo
divino siguen dando sentido a nuestras vidas. Creo que la mejor manera de
aproximarme a mi propio pueblo es a partir de mirar los rostros de sus habi-
tantes, que en ocasiones parecen haberse quedado inmóviles. Rostros que-
mados por el sol, que defienden lo suyo, olvidados y perdidos en las redes de
la memoria, un pueblo inmerso en el Valle del Mezquital. Aun así, persisti-
mos, levantamos orgullosos la identidad que llevamos con nosotros.
Durante mucho tiempo traté de explicarme por qué mejor no simple-
mente nos vamos y nos olvidamos de nuestra comunidad. A veces, la nece-
sidad hace que muchos se vayan, pero no es una elección fácil. En algunos
ENTRE MI HISTORIA Y LA DEFINICIÓN DE MI MIRADA | 103
casos, hay personas que logran desprenderse, porque es más cómodo, por-
que eso implica menos responsabilidades o simplemente porque no quie-
ren participar. No necesariamente todos valoran del mismo modo esas
experiencias de vida, ya que, para muchos, nuestro lugar representa dolor
y carencia.
No sólo el territorio, la lengua, la propia cosmovisión, evitan que perda-
mos la conexión con nuestra comunidad, sino también el dar continuidad a
experiencias como la del alimento, el trabajo, la milpa, la ofrenda, la familia,
el recibir, así como la experiencia de la conexión con lo que no es tangible,
con nuestros antepasados y el reconocimiento como un miembro más de
nuestra comunidad, el reconocimiento que recibimos de los demás. Aunque
no son experiencias que se presenten de manera general en todas las comu-
nidades, son fundamentales para que muchos miembros de la comunidad en
que se presenten continúen produciendo vida en común. Ésta es la que da
significado a nuestro lugar y hace que regresemos una y otra vez, porque
para nosotros tiene valor e importa. Muchos quieren terminar sus últimos
días en esa tierra, aunque sea dura y a veces hostil.
Por otro lado, siempre busqué razonar sobre mi comunidad, y ése es el
problema: a veces nuestras propias comunidades responden a otras lógicas
y racionalidades; en ellas lo que importa y lo que tiene valor no necesaria-
mente es igual para quienes buscan un beneficio individual. Muchas veces,
con una mirada instrumental, estratégica, racional, se busca teorizar el com-
portamiento de las decisiones y las prácticas que realizamos.
Estoy convencido de que esas formas de vida comunitaria nos han permi-
tido persistir en conjunto con nuestros antepasados. Por ello tiene sentido lo
que se hace en comunidad, por el solo hecho de estar, de compartir, de cons-
truir en común. En este mismo sentido, también reconozco que aún hay
enormes retos y un conjunto de prácticas que oprimen al interior de nues-
tras comunidades. La experiencia de pertenecer no sólo corresponde a un
lugar. Muchas veces se cuestiona nuestra forma de producir comunidad,
pero, finalmente, es lo único que tenemos seguro y lo que nos queda como
herencia.
104 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Algo importante que me he cuestionado hasta el día hoy, y que ha sido uno
de los móviles para estudiar y formarme dentro de las ciencias sociales, es la
trampa del desarrollo. Es un aspecto que aparece muchas veces no sólo en
la retórica de los gobiernos, sino en el imaginario de los individuos y de
nuestras propias comunidades. Al respecto existe una emergencia de pro-
puestas alternativas de desarrollo y, de manera más radical, alternativas al
desarrollo, que no es lo mismo.
En el trayecto entendí que, para generar desarrollo local, el elemento más
importante es el capital o la inversión que genera utilidades. Por lo general,
nuestros lugares no son atractivos para estas inversiones, lo cual repercute
en los bajos niveles educativos. Asimismo, hay muchas acciones que el go-
bierno puede implementar para mejorar la calidad de vida, pero no las rea-
liza. Los gobiernos continúan usos y costumbres, y utilizan la infraestructura
básica como moneda de cambio en las elecciones.
Por otro lado, por las experiencias que hemos tenido, es claro que los
intereses que se dirigen a nuestras comunidades sólo giran en torno a la
extracción de los recursos naturales y la energía vital, es decir los bosques,
el agua, las materias primas, el trabajo precarizado y, últimamente, el cono-
cimiento; la calidad de vida de las personas no tiene cabida, muchas veces
el Estado está consciente de ello e incluso ha permitido que suceda de esa
manera. La búsqueda de la optimización de los espacios y de los territorios
nos ha colocado en una condición poco ventajosa frente a otros actores, que
acechan frecuentemente.
ENTRE MI HISTORIA Y LA DEFINICIÓN DE MI MIRADA | 105
Las zonas periféricas de las grandes ciudades del país siguen siendo luga-
res de llegada de muchos paisanos, quienes, a pesar de las condiciones, me-
joran su calidad de vida. Es necesario entender que las dinámicas de la
globalización también han permitido a muchos indígenas en México escapar
de la pobreza extrema, aunque a un alto costo, como no residir en su comu-
nidad y mantener un estatus de migrante indocumentado en un país como
los Estados Unidos. Al final, muchos indígenas siguen transitando en los
márgenes del capitalismo, ofrecen su fuerza de trabajo en precarias condi-
ciones para acceder a una mejor calidad de vida.
En términos conceptuales, podríamos decir que la salida fácil al tema del
desarrollo ha sido cambiar la noción del concepto. Antes, la medición de este
desarrollo estaba basada en los niveles de industrialización, crecimiento eco-
nómico y calidad de vida de sus habitantes. Hoy en día no ha cambiado mucho
la medición, pero sí la retórica. Se ha llegado a un consenso: este modo de
producción capitalista ha generado un conjunto de externalidades que han
impactado de manera irreversible en el planeta y puesto en riesgo la vida hu-
mana. Además, se ha generado un conjunto de objetivos de desarrollo sosteni-
ble como hoja de ruta para cambiar algunas realidades alrededor del mundo.
Es cierto que los procesos de desarrollo han sido resultado de procesos histó-
ricos y tienen entre sus ancestros la dominación colonialista. Es decir, se busca
que los países en vías de desarrollo ya no aspiren a los niveles de industriali-
zación de los países desarrollados, pero que repliquen formas sostenibles de
vida; no obstante, en realidad, lo que sigue imperando es el monopolio de lo
económico y lo político por los países desarrollados.
Algo similar ocurre con los modelos alternativos al desarrollo. Hubo una
emergencia y difusión de las ideas del buen vivir que tenía sus orígenes en
los pueblos indígenas de Sudamérica. Esta postura puede tener elementos
de doble filo: por un lado, se han tratado de generalizar todas las comunidades
indígenas con base en este modelo de vida; se sugiere que hay capacidades de
autosuficiencia, pero en los pueblos indígenas también hay una diversidad
de pensamiento, no se les puede homogeneizar. Y, por otro lado, las comu
nidades no están cerradas ni aisladas, sino que están en constantes interac-
ciones con el contexto global.
106 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
aportaciones tienen sus implicaciones, las cuales entran en conflicto con res-
pecto al valor que pueden tener para nuestras comunidades. Me parece ne-
cesario ser más conscientes de ello. Es decir, muchas de las investigaciones
que han realizado algunos académicos no generan interacciones con reci-
procidad, ética y compromiso con los sujetos de estudio. ¿Pero qué ocurre
con los posicionamientos de los académicos miembros de comunidades indí-
genas? Generar conocimiento es parte de nuestro trayecto académico, pero
realizar una investigación que además haga aportaciones y en la cual los
sujetos sean los mismos miembros de nuestras comunidades también tiene
implicaciones éticas.
Realizar investigación implica responsabilidad y no necesariamente tie-
ne un valor social dentro de nuestro lugar. Las aportaciones son visibilizar,
cuestionar lo que se ha escrito, reescribir nuestra propia historia y proponer
formas distintas de entender el mundo. También he observado la idea de la
excepcionalidad en los investigadores indígenas, los cuales muchas veces
buscan ese reconocimiento o una suerte de gratificación por haber escrito
sobre su propia comunidad, y lo cierto es que en la comunidad no importan
los títulos ni los grados. En este sentido, es necesario actuar de manera ética
y reconocer el rol instrumental que desempeñan nuestras investigaciones.
Un reto fundamental es generar nuestros propios conceptos desde nuestras
propias concepciones de vida, reivindicar el conocimiento colectivo y reco-
nocernos como sujetos de conocimiento.
9. Reflexión final
10. En la actualidad
Referencias
111
112 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
1
Se les llama guajos a ciertos gusanos peludos de colores muy llamativos.
114 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
2
Así se nombra a la gente que asiste a apoyar.
LOS PROCESOS FORMATIVOS: EL CAMINO DE UNA REFLEXIÓN HACIA LA CONSTRUCCIÓN | 115
3
Se puede consultar esta información en el sitio: http://mapalenguasindigenas.cultura.gob.mx/. Se
debe buscar a la familia oto-mangue, zapoteco, tizhà.
LOS PROCESOS FORMATIVOS: EL CAMINO DE UNA REFLEXIÓN HACIA LA CONSTRUCCIÓN | 117
era mi destino y dejé la escuela por un semestre, el cual bastó para darme
cuenta del conflicto que sentía. En ese tiempo me incorporé al trabajo que
hacía dicha organización en una colonia de la periferia de la ciudad, sentía
que hacía algo significativo. Me convertí en activista y trabajamos con niños,
jóvenes y colonos; organizábamos círculos de estudio, de lectura y realizá
bamos los trámites que se necesitaran. Seguí con la poesía, asistí a varios
concursos y me tocó preparar a jóvenes para que también participaran en
los concursos de poesía; sentía que hacía algo importante, que hacía la dife-
rencia, pero, al final, creo que nunca fue así.
Gracias a esta etapa conocí varios lugares de la República cuando iba a
las marchas, pero entre más lejos estaba, más valoraba mi tierra, mis cos-
tumbres, me acostumbré a responder la pregunta “¿de dónde eres?”: yo soy
de Oaxaca. Y “ser de allá” conlleva todo un bagaje: uno reconoce que no sólo
lo integra el lugar donde se nace, sino también lo que se retoma, identifica y
construye al momento de dar cuenta de uno mismo.
Finalmente tuve que despedirme de la organización por falta de convic-
ciones y porque para mí había más dudas que respuestas. No obstante, esa
estancia me dejó un gran aprendizaje; en ese entonces me identificaba con el
proletariado, la clase trabajadora y la revolución, muchos conceptos que tal
vez no entendía pero que me hacían cuestionarme mi papel en el mundo.
Aquí inicia la tercera etapa, la de compromiso y aterrizaje en la realidad.
Había dejado la escuela y no tenía a dónde ir; volvió a recatarme mi tía
Carmen, quien me ayudó a conseguir un trabajo. Mi tío Óscar consiguió que
me volviera a incorporar a la preparatoria, pero ahora sin beca, porque ya
no pertenecería a la casa de estudiantes. Mi último año de la preparatoria
trabajé y estudié; como todavía no era mayor de edad, me metieron a traba-
jar de contrabando a una maquila en un laboratorio de medicinas; sólo
aguanté un semestre, porque el desgaste era mucho, sobre todo por las dis-
tancias entre la casa, la escuela y el laboratorio. Después conseguí un trabajo
de cuatro horas por la tarde en una panadería y los estudios fueron más lle-
vaderos; tuve que comprometerme mucho para poder sacar adelante la pre-
paratoria y lo hice. A veces envidiaba a mis compañeros, pues estaban con su
familia y la mayoría de ellos no tenía que trabajar; al final, comprendí que
122 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
son procesos distintos y todo este camino me ayudó a formarme. Aposté por
la escuela por consejo de mi familia; ellos me echaban porras y me decían
que tendría un mejor futuro. Mi paso por la preparatoria me mostró un pa-
norama nacional de necesidades e injusticias, pero sobre todo de luchas in-
dividuales y colectivas.
lugar en este mundo. En ese tiempo subsistí con la beca Pronabes4 y traté de
sacar de la escuela todo el provecho que podía: tomé talleres, aprendí idio-
mas, usaba las computadoras de la escuela y, por cinco pesos, comía en el
generoso comedor de la universidad. He leído esta frase, atribuida a la enfer-
mera argentina Carla Chejolán (15 de noviembre de 2019): “La universidad
pública me levantó, me abrazó, me enseñó sueños colectivos y me cambió para
siempre”. Son unas bellas palabras que representan mi sentir con respecto a
mi paso por la escuela.
Estar en la universidad fue un sueño cumplido. Recuerdo que en alguno
de los trámites de ingreso me encontré con esta pregunta: “¿Perteneces a un
grupo indígena? ¿Cuál?”. Escribí que sí y puse “zapoteco”. Esto es importante
para mí; lo tengo presente porque nunca me habían preguntado por mi ads-
cripción indígena, y resultó que siempre lo tuve claro. Me conflictuaba (y me
sigue conflictuando) decir que era indígena por una razón: la lengua. Sobre
todo los estudiosos del tema, particularmente los antropólogos, relacionan la
pertenencia a un grupo indígena con la lengua y como yo no hablo zapoteco
entonces sería una farsante: ¿si no soy hablante no soy indígena? Pero en ese
momento lo asumí; aunque no supiera la lengua, yo me reconocí como parte
de un grupo: soy zapoteca. Para mí significaba hacer saber que los zapotecos
también forman parte de la universidad, tal vez de una manera poco signifi-
cativa e incipiente; soy la representación de mi pueblo aquí, en un papel, en
las estadísticas, pero aquí estamos.
Durante el proceso de mi formación universitaria empecé a hacer una
introspección de mi identidad. Ahora bien, es necesario aclarar que no fue
un proceso espontáneo ni lineal; requirió mucho tiempo de mi vida recono-
cer el valor de lo propio, culturalmente hablando. A lo largo de mi camino en
este mundo, como nos pasa a todos, me enfrenté a circunstancias que dieron
sentido a mis ideas, a mis sueños y a las identificaciones con que me asocié.
Hablo de esta resignificación desde mi paso por la universidad porque re-
cuerdo que fue aquí donde empecé a comprenderlo.
4
El Programa Nacional de Becas para la Educación Superior (Pronabes) otorgó apoyos a jóvenes de
bajos recursos que cursaran sus estudios de educación técnica superior o licenciatura, con el fin de lo-
grar reducir el rezago educativo y generar mejores oportunidades de desarrollo en ese sector.
124 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
5
El zapoteco al que hago referencia en mi escrito, el que se habla en mi comunidad, puede apreciarse
en la canción “¿Qué vamos a hacer abuelo?” del grupo Trova Serrana.
LOS PROCESOS FORMATIVOS: EL CAMINO DE UNA REFLEXIÓN HACIA LA CONSTRUCCIÓN | 127
guiría siendo mi madre por el solo hecho de que yo la reconozco; por el con-
trario, si yo la olvidara, su existencia no tendría sentido para mí, aun cuando
ella me reconociera como su hija. Así entiendo lo que pasa con mi tierra y mi
raíz zapotecas.
Esta exploración de uno mismo no es un proceso fácil; mi trayectoria se ha
caracterizado por esa búsqueda y esos cuestionamientos constantes; he teni-
do que irme muy lejos para valorar lo que tengo y dar sentido a lo que hago,
y aun así hay veces que todo parece carecer de significado. Mi paso por la
escuela ha sido un referente muy importante en mi vida y en las decisiones
que he tomado. Entiendo que la identidad no se define por completo; es un
concepto que, como un pretexto, nos ayuda a pensar sobre nosotros mismos,
nos permite desarrollarnos para comprendernos mejor.
He escuchado hablar sobre la pérdida de identidad, pero creo que la
identidad la traemos perdida desde que nacemos; entonces es necesario
construirla conforme crecemos a través de la relación con nuestro entorno
y con ayuda de nuestra comunidad; nos vamos tejiendo con acciones y en
esa interacción con el mundo. He aprendido que todo cambia, yo he cambia-
do y lo seguiré haciendo, mi pueblo también se ha transformado, nada es
estático. Abrazo las palabras que escribió el cantautor Julio Numhauser en la
versión interpretada por Mercedes Sosa:
Lo mismo pasa con las tradiciones; me hace ruido que haya que distinguir
entre quien está contaminado y quien es cien por ciento genuino, ¿cómo se
mide eso? Cada uno de nosotros aporta –aun sin querer– a las nuevas tradi-
LOS PROCESOS FORMATIVOS: EL CAMINO DE UNA REFLEXIÓN HACIA LA CONSTRUCCIÓN | 129
Y, al final, todos los que nos vamos de Jaltianguis algún día volvemos de una
u otra forma, algo que puede ser posible mientras habitemos en la memoria
de la familia. Cuando alguien muere, se escuchan las campanas,6 aunque el
difunto no viva en el pueblo; si la familia lo reconoce como parte de la comu-
nidad, se tocan las campanas de una manera especial, para avisar que al-
guien del pueblo falleció. Me gusta pensar que es un llamado a volver a la
tierra y es el último gran honor que nos da la comunidad: recordar a ese co-
6
El toque de las campanas proviene del catolicismo, es una tradición importada; sin embargo, conti-
núa vigente tanto en mi comunidad como en muchos otros lugares. Yo lo retomo desde una interpreta-
ción propia, para mí es el último reconocimiento que te hacen si consideran que fuiste parte de la
comunidad.
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nocido o desconocido, saber que fue de ahí y que ahora se ha ido. El ritual de
las campanas es adoptado de una tradición distinta, pero hoy forma parte
de nuestros días. Lo imagino como el último llamado a regresar; ese sonido
nos guía de vuelta al inicio donde empezó nuestra vida. En el pueblo se tiene
la idea de que antes de morir tenemos la oportunidad de volver para des
pedirnos de nuestros amigos y familiares; mi abuelita lo llamaba “recoger
sus pasos”. Un día iré a recoger mis pasos a Jaltianguis.
Me doy cuenta de que la intención de este texto fue ésa, ver en dónde he
estado y lo que he aprendido. Todavía falta un tramo de camino por recorrer
y al final de la vida, después de todo el andar, sé por dónde debo empezar a
recoger mis pasos.
Referencias
1
Comunero del Núcleo Rural Las Palmas, San Jerónimo Coatlán, Oaxaca. Estudiante de doctorado en
Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (cinvestav).
131
132 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Lo anterior tiene sentido si tomamos en cuenta que muchas veces “la comu-
nidad universitaria se asume como los ‘poseedores del saber’ y la comuni-
dad campesina como los ‘necesitados del saber’” (Vásquez, 2015, p. 150). Pero
los retos para lograr un verdadero diálogo de saberes siguen siendo enor-
mes, entre otras razones porque las producciones académicas de intelectua-
les indígenas “siguen el patrón convencional en cuanto a formato y
estructura de otros textos académicos. No se percibe una innovación, tal vez
a causa de las propias exigencias de programas de posgrado y agencias de
apoyo a la investigación” (Paladino, 2015, pp. 248-249).
De cualquier forma, en la actualidad existen propuestas como la etnogra-
fía compartida en Brasil o en México, la investigación en co-labor propuesta
por Leyva y Shannon (2008), la etnografía doblemente reflexiva de Dietz
(2011), o la coteorización intercultural que María Bertely, junto con su equipo
de trabajo, desarrolla con la Unión de Maestros de la Nueva Educación para
México (unem) en Chiapas (Sartorello, 2014). Incluso se han presentado pro-
puestas menos conocidas, pero igualmente valiosas, como la que desarrolla
un colectivo de profesores y estudiantes de las siguientes instituciones:
Facultad de Estudios Superiores Aragón (fes-Aragón) de la unam, la upn, la
140 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
en comunidades como Las Palmas se observa una actitud positiva hacia este
idioma, aunque sí se mofan de la forma en como hablan el español.
En el caso de Las Palmas también existe una especie de orgullo, sobre
todo entre jóvenes, por “hablar bien el español”; quienes así hablan conside-
ran que en otras comunidades también pertenecientes al msjc e incluso en la
misma cabecera municipal no lo hablan bien. De este modo, cuando alguien
de Las Palmas no pronuncia bien alguna palabra o frase también se le recri-
mina: “Habla bien, pareces de Río Piedra”.2 Lo mismo sucede en otras situa-
ciones, como cuando alguien usa tenis de basquetbol con jeans y camisa
vaquera; se les relaciona con personas del cerro.
Sin embargo, mencionaba que las actitudes con respecto a los idiomas
originarios son distintas. En el mes de febrero, en el marco de la fiesta patro-
nal de Las Palmas, se da en esta comunidad una serie de relaciones interét-
nicas; por ejemplo, en la fiesta de 2019, en el torneo de basquetbol se
inscribieron varios equipos tanto varoniles como femeniles conformados
por hablantes de chatino. Durante los partidos ellos se dan las indicaciones
en su idioma originario y lo usan todo el tiempo entre ellos; se regañan, se
gritan, se felicitan en ese idioma. Así, podría decirse que en Las Palmas con-
fluyen el chatino y el español en armonía, ya que durante todo el evento no
identifiqué ningún acto de discriminación o racismo hacia los de fuera por
hablar su idioma; al contrario, en uno de los partidos un joven de 14 años de
edad, originario de Las Palmas, comentó: “Cómo no aprendí yo a hablar cha-
tino”. En el mismo sentido, durante el torneo de toros hubo jinetes hablantes
de chatino, lo cual causó un comentario del narrador, quien señaló: “Vale la
pena comentar que estos amigos vienen de Yaite [Yaitepec], de la región cha-
tina, donde el 99% de su gente habla este bonito idioma”.
En la década de los noventa, cuando la producción de café estaba en su
máximo esplendor, las relaciones entre chatinos y zapotecos eran mucho
más intensas y cercanas, ya que aquéllos trabajaban por jornadas en las
plantaciones de café de éstos. Como producto de esas relaciones se dio un
2
Río Piedra es una pequeña localidad del msjc con cerca de 200 habitantes, ubicada a unos 10 km
de Las Palmas; se accede a ésta a través de una carretera de terracería. En muchas situaciones locales se
usa el nombre de esta comunidad como mofa.
REFLEXIONES SOBRE IDENTIDAD Y LENGUA EN EL MUNICIPIO DE SAN JERÓNIMO COATLÁN, OAXACA | 143
idioma?” Ninguno de nosotros lo supo; entonces la señora dijo: “Yo lat bith”
(Llano del Río Rana), y enseguida agregó: “Pero saquen sus cuadernos, apún-
tenle para que no se les olvide”. Los jóvenes, asombrados, siguieron las ins-
trucciones y comenzaron a tomar apuntes. Así, la señora nos compartió
varias palabras en di´zhke´, así como su traducción en español. Al volver a
nuestra comunidad, los jóvenes mostraron su interés por seguir aprendien-
do di´zhke´; sin embargo, en nuestro pueblo ya no quedan hablantes, por lo
que la tarea de revitalización se hace más complicada.
Estos ejemplos ayudan a comprender que efectivamente no existe un
desprecio por el zapoteco, sino que su desuso obedeció más bien a factores
locales relacionados con la reconfiguración de identidades a partir de proce-
sos fundacionales de nuevas comunidades. Actualmente los recordadores
del idioma ven de buena manera la posibilidad de revitalización, pues consi-
deran que “hoy hasta el mismo gobierno quiere que se vuelva a hablar el
idioma”. Como quiera que sea, se trata de un reto titánico, aunque los prime-
ros esfuerzos ya comienzan a gestarse.
Por otra parte, el silencio constituye una característica más de las comunida-
des de habla de este municipio. Como lo identifica Basso (1972, p. 71) entre
los apaches, en nuestras comunidades también “el factor crítico en la deci-
sión de hablar o guardar silencio parece ser la naturaleza de sus relaciones
con otras personas” (traducción propia). No me detendré en explicar cada
una de las situaciones en que las personas suelen guardar silencio; sólo lla-
mo la atención en que este silencio forma parte de los códigos de habla de la
comunidad y no se trata de rechazo hacia el interlocutor, aunque pertenezca
a otra comunidad de habla. Trataré de ilustrar esta situación en el siguiente
párrafo:
En diciembre de 2016 mis suegros –que son colombianos– visitaron mi
comunidad. Por las tardes salíamos a caminar y nos deteníamos en la calle a
ver el atardecer. Un señor de la comunidad solía ir a saludar a mis suegros,
REFLEXIONES SOBRE IDENTIDAD Y LENGUA EN EL MUNICIPIO DE SAN JERÓNIMO COATLÁN, OAXACA | 147
Yo le sonrío y digo:
–Va a ver si puede.
–Voy a ver si puedo –contesta Érica, comprendiendo la dinámica del habla.
Érica se acerca al metate e intenta hacer tortillas. Al intentar colocar la
primera tortilla en el comal se le rompe la masa y la tortilla se destruye. Todos
reímos a carcajadas. Después sigue intentando con la ayuda de mi tía Blanca,
mientras mi abuelita le da recomendaciones de cómo hacerlas (Diario de
campo, 07/08/2018).
3
Isaac es un personaje de Las Palmas, a quien lo relacionan con actividades poco prestigiosas, por lo
que decir “estás bien Isaac” es una forma de chanza.
REFLEXIONES SOBRE IDENTIDAD Y LENGUA EN EL MUNICIPIO DE SAN JERÓNIMO COATLÁN, OAXACA | 149
Referencias
1. La identidad distraída
153
154 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
futuro mejor para sus hijos. Mi madre se dedicó al trabajo del cuidado de la
familia y a gestionar junto con otras mujeres servicios como el agua potable,
la electricidad, el drenaje y por supuesto la educación, mientras mi padre
trabajaba con orgullo y esmero en su oficio: la albañilería.
Sin grandes problemas ni dificultades, logré cursar la primaria, en donde
descubrí para mi sorpresa y la de mis profesores que tenía habilidades para
la lectoescritura y las matemáticas. Nunca me esmeré por estar en el cuadro
de honor y a mis padres tampoco les entusiasmaba esa idea; para ellos era
suficiente saber que llevaba un promedio regular y no requería atención ex-
tra para realizar mis tareas (ya que ellos consideraban que no tenían la capa-
cidad de brindarme apoyo, porque sólo habían cursado hasta tercer grado de
primaria). En la secundaria decidí entrar al taller de corte y confección, pues
varias mujeres de la familia tanto materna como paterna confeccionaban de
manera empírica ropa para ellas y sus familias; me gustaba saberme con la
capacidad de crear. Mi madre estaba muy entusiasmada con mi elección,
pensaba que de esa manera podría tener un oficio que me permitiera traba-
jar desde casa y así estar a salvo de cualquiera de los peligros que se encuen-
tran en las calles, porque seguiría bajo su cuidado y vigilancia.
En 1988, al terminar la secundaria, decidí cursar el bachillerato en un
Centro de Estudios Tecnológicos Industriales y de Servicios (cetis), que era de
reciente creación. En ese momento las políticas educativas estaban impul-
sando el conocimiento y las habilidades técnicas entre la población joven, ya
que las proyecciones de aquellos años señalaban que se iba a requerir mano
de obra calificada en el país por el gran auge industrial que se aseguraba que
se tendría en los años por venir.1 Al ingresar a la carrera técnica de Supervi-
sión en la Industria del Vestido, lo único que sabía es que quería continuar
con mis estudios relacionados con corte y confección.
Hasta ese momento no había recibido ningún tipo de orientación voca-
cional y no tenía claro mi proyecto de vida; mis padres tampoco me habían
preguntado si continuaría con la universidad. En la familia no había
1
En aquella época se comenzaba a hablar del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Uni-
dos y Canadá.
CUANDO LA RAÍZ TE ENCUENTRA: ARTICULACIÓN Y RESIGNIFICACIÓN DEL QUEHACER PROFESIONAL | 155
Quien piense que viniendo a estudiar una profesión va a salir de pobre está
equivocado; si quieren salir de pobres, dedíquense al comercio, ahí sí hay
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dinero. Una carrera universitaria no hace rico a nadie, así que no pierdan su
tiempo y dejen el espacio a una persona que sí desee superarse, no en térmi-
nos económicos sino de desarrollo humano y profesional.
esta situación y una frase que encontré en una publicación, “el miedo se
vence atreviéndose”, me animaron a seguir adelante y a enfrentar mis
miedos.
En esos años (1991-1996), en la uam-Xochimilco se estaba reestructurando
la plantilla académica, por lo que ingresaron nuevos cuadros de profesores
que no lograban entender el sentido formativo y político del sistema modu-
lar (sobre todo el político). No obstante, también había profesores que lle
vaban años trabajando con esa estructura y estaban del todo convencidos
de que era la mejor manera de formar el pensamiento crítico propositivo, de
ir más allá de expedir títulos universitarios para obtener empleos bien re-
munerados y engrosar a la clase media. Tuve la fortuna de recibir la asesoría
de estos profesores que sembraron en mí otras miradas, otras lógicas,
otras maneras de aprendizaje e intervención profesional que me siguen
acompañando.
En el tronco divisional que se imparte en el segundo y tercer trimestres
se integra el grupo con alumnos del área de Diseño, compuesto por estudian-
tes de Arquitectura, Diseño Gráfico, Diseño Industrial y Diseño de Asenta-
mientos Humanos. El arquitecto Marín Reyes fue el coordinador de mi
grupo; estaba convencido del sistema modular y dejó en mí aprendizajes
significativos, los cuales comenzaron cuando nos cuestionó: ¿el diseño va a
resolver necesidades o a crear necesidades? Y se profundizaron con la tarea
de leer el periódico y ubicar problemas de diseño. Esto nos rompió el esque-
ma a todos, ya que no estábamos acostumbrados a analizar; de cierta forma
nos obligó a mirar las realidades y aprender a leer el contexto en una nota
de periódico, con el fin de reconocer los problemas y las necesidades.
Pronto comencé a poner en práctica esos nuevos aprendizajes. Un ejem-
plo de ello fue el siguiente: a causa de la imposición del neoliberalismo, se
impulsaron modelos de desarrollo urbano como el Proyecto Alameda,2 el
2
Era un proyecto de regeneración urbana que buscaba el “rescate” del Centro Histórico del Distrito
Federal. Después de los sismos de 1985, un número significativo de inmuebles quedó dañado, lo cual
sirvió como argumento para reubicar a infinidad de familias que vivían en régimen de renta congelada
y así facilitar la inversión de gran capital para el desarrollo turístico, comercial y bancario en el Centro
Histórico. Éste fue el antecedente de la gentrificación acelerada de la zona y de la apropiación de la fa-
milia Slim de numerosos inmuebles de gran valor histórico, artístico y comercial.
158 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
cual se vendía como solución para revitalizar la economía local; sin embar-
go, la realidad era que se estaba tratando de convertir aquel espacio en una
zona habitacional turística y de élite, en que la población de escasos recursos
no tenía cabida más que como mano de obra. A simple vista, parecía que se
trataba de un problema técnico de diseño urbano, pero en realidad había un
trasfondo político, ya que unos cuantos estaban decidiendo sobre el patrimo-
nio histórico de la ciudad, por lo cual los integrantes del equipo de trabajo a
cargo de la investigación participamos en el primer plebiscito ciudadano
para que el Distrito Federal contara con un jefe de gobierno por elección y no
un regente por designación; teníamos la convicción de que se podría avan-
zar en la democratización de la ciudad para que el poder ciudadano hiciera
contrapeso al poder político y económico dominante y pudiera ejercer su
derecho a la ciudad.
Sin comprender en ese momento del todo la forma y el fondo de este tipo
de ejercicios, para mí fue una primera aproximación a la complejidad de la
realidad y a la función que yo podía tener profesionalmente para la transfor-
mación social de mi país.
A partir del cuarto módulo, el grupo se integró sólo con alumnos de la
carrera de Diseño de Asentamientos Humanos. Comenzamos a trabajar teoría
económica, cartografía, estadística, redes de infraestructura, diseño urbano,
entre otras disciplinas. Los aprendizajes derivados se complementaron con los
aprendizajes que me brindaron mis pares. Es decir, mis compañeras y com-
pañeros de grupo se convirtieron en mi comunidad de aprendizaje y el pri-
mer espacio de politización en que participé a través del cine, la música y la
autogestión: entre todos buscábamos resolver necesidades de alimentación y
educación que tenían algunos compañeros provenientes de Guerrero, More-
los y Chiapas que no contaban con recursos económicos. También cuestioná-
bamos a los profesores y al sistema de la universidad; nunca antes me había
atrevido a desafiar a la autoridad, había aprendido una lógica de obediencia
y sumisión que supuestamente me mantenía alejada de problemas.
Por primera vez acudí a marchas y plantones, aprendí a hacer pronun
ciamientos y a expresar en voz alta mis ideas políticas; durante largas con-
versaciones discutíamos sobre las teorías económicas y sobre el zapatismo.
CUANDO LA RAÍZ TE ENCUENTRA: ARTICULACIÓN Y RESIGNIFICACIÓN DEL QUEHACER PROFESIONAL | 159
3
En la madrugada del 7 de julio de 1998, en la comunidad de El Charco, elementos del ejército mexi-
cano asesinaron a 11 personas indígenas e hirieron a otras cinco; se habían reunido alrededor de 22
personas para tratar asuntos relacionados con proyectos productivos. Hasta el momento no se han es-
clarecido los asesinatos.
CUANDO LA RAÍZ TE ENCUENTRA: ARTICULACIÓN Y RESIGNIFICACIÓN DEL QUEHACER PROFESIONAL | 161
Ayutla; no tenía claro qué podía hacer porque no tenía trabajo ni ingresos,
pero quería de alguna manera poner mis conocimientos al servicio de las
causas populares.
En esa época iba por temporadas al Distrito Federal para trabajar en un
taller familiar de maquila de ropa. Así pude ahorrar dinero para regresar a
Ayutla e inicié mi autosubsidio para seguir detrás de la utopía. Quería traba-
jar de manera independiente. Con ayuda de un líder local, entré en contacto
con grupos de pequeños productores con el fin de apoyarlos en elaborar pro-
yectos productivos y presentar solicitudes ante el programa del Fondo Nacio-
nal de Apoyo para las Empresas en Solidaridad (fonaes), el cual otorgaba
financiamientos para la producción y prestación de servicios. Me parecía
que con este esquema había, por un lado, un beneficio mutuo y, por otro, se
contribuía a mejorar las condiciones de vida de las personas.
No tardé en darme cuenta de que esos apoyos que otorgaban los progra-
mas gubernamentales no resolvían en lo más mínimo las causas estructura-
les de empobrecimiento de la población, y que la visión de la producción
campesina e indígena es muy diferente de la lógica capitalista, así que el
círculo de pobreza se mantenía intacto. En aquel entonces dudaba seriamen-
te de la utilidad de mis conocimientos adquiridos en la universidad; conside-
raba que eran insignificantes ante los grandes desafíos y necesidades que
observaba.
Hasta aquel momento había logrado vencer el miedo y me atrevía a equi-
vocarme y sobrevivir fuera de mi zona de confort; me reconocía con capaci-
dad para resolver y tomar decisiones y con la inquietud creciente de hacer
algo que le diera sentido a mi quehacer profesional, más allá de un estatus
socioeconómico.
sentía que mi tiempo en Ayutla había concluido, que era necesario cambiar
de horizontes, así que tuve que regresar a la ciudad.
En febrero del 2000 recibí la llamada de Eduardo, un compañero de la
universidad que estaba colaborando en una asociación civil. No entendí
la explicación que me dio sobre lo que era una asociación civil y las respon-
sabilidades que tenía; lo único que me importó es que el trabajo se desarro-
llaba en la Huasteca Potosina y que debía viajar de inmediato para relevarlo
en sus funciones. ¡Por fin podía irme fuera de la ciudad en donde sentía que
no podía florecer!
Tuve la fortuna de encontrarme con un maestro de vida llamado Gabriel
Tun Colli, un indígena maya peninsular, egresado de la carrera de Trabajo
Social de la unam. Gabriel era el coordinador del equipo. Me contagió su per-
sonalidad alegre, irreverente y atrevida y me animó a abrazar el mundo de
las ong, que hasta ese momento eran completamente desconocidas para mí;
nunca había escuchado de su trabajo, ni el lenguaje y los conceptos que uti-
lizaban. Resumí que las ong quieren salvar el mundo, y yo también. Como
dijo una de las fundadoras de la organización: “Somos una especie de sindi-
cato, hermandad y casi secta religiosa”. La posibilidad de estar en un espacio
en el que podía definir qué hacer, con quién trabajar, cómo hacerlo y seguir
aprendiendo me entusiasmó completamente.
En este espacio conocí a Paulo Freire y la educación popular como una
herramienta transformadora, lo cual me llevó a entender y valorar los
aprendizajes como un proceso permanente a lo largo de la vida individual y
colectiva; significó para mí el puente entre el conocimiento popular (de los
pueblos) y la transformación social –primero en la teoría y posteriormente
en la práctica– al acompañar procesos organizativos. Pude ver con claridad
cómo en el imaginario colectivo está presente la contradicción de, por un
lado, sobrevalorar el conocimiento académico y, por otro, la resistencia a
asumir como verdades absolutas las epistemologías occidentales.
Mi labor estaba encaminada a acompañar el proceso organizativo de un
grupo de productores tének de piloncillo. En un primer momento me sentí
con el compromiso de responder a las expectativas que tenían puestas en mí:
se sentaban alrededor de mí y me pedían que les dijera qué debían hacer
CUANDO LA RAÍZ TE ENCUENTRA: ARTICULACIÓN Y RESIGNIFICACIÓN DEL QUEHACER PROFESIONAL | 163
para resolver sus problemas o qué pasos debían dar para avanzar hacia su
sueño de tener una fábrica de piloncillo. Intenté darles respuestas; ellos pen-
saban que por el hecho de tener un título universitario yo sabía lo que se
debía hacer y no me iba a equivocar. Ésta era una carga muy pesada y al
poco tiempo entendí que debía romper con estas ideas y colocarme en hori-
zontalidad con los productores, ya que las decisiones que se tomaban eran
sobre sus vidas y debían ser ellos los que asumieran de manera consciente y
colectiva esta responsabilidad.
Sentí que los productores se desilusionaron un poco, pero al cabo enten-
dimos que mi papel era mucho más humilde en su proceso organizativo.
Retomé las prácticas de nuestros pueblos: la observación, la escucha, la con-
fianza en la experiencia de las personas más sabias del grupo; reconocí que
cada persona tiene un don que va a poner al servicio y una misión o respon-
sabilidad con el colectivo; aprendí que cada cosa sucede en su momento, así
como conocí otras formas de oralidad que me abrieron las puertas a partici-
par en la vida familiar y comunitaria de los productores. Comencé a asistir a
los rituales y, como una persona más de la comunidad, formé parte en las
danzas y la compartición del alcohol de caña que se hacía durante la rituali-
dad. A partir de estas experiencias entendí que cada comunidad es un sujeto
colectivo con espíritu, carácter, personalidad e imaginario colectivo propio.
Me reconocí como sujeta facilitadora de diálogos colectivos al romper
con la idea de ser la que sabe y la que va a salvar el mundo; aprendí que los
conocimientos adquiridos en la universidad pueden contribuir a potenciar
la resistencia que construye, pueden ser el puente, pero nunca van a susti-
tuir o desplazar las diversas cosmovisiones. Para que eso sucediera necesita-
ba desaprender esa lógica lineal, reduccionista, parcial e idealizadora, y
escuchar mi sentipensar, tener claridad de mis identidades y, a partir de ello,
definir mi rol y la forma como me relacionaba con el colectivo.
Me reconocí también como actora política que desde la ong adoctrinaba
en el discurso de los derechos humanos. En ese momento creía firmemente
que eran la herramienta política más potente y directa para acceder a una
vida digna y que, de acuerdo con las utopías detrás de las cuales yo caminaba,
podía moldear el espacio de trabajo de las ong, comprometido y congruente.
164 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
4. La licenciada
por lo que decidí dejar de nombrarme como licenciada en los espacios orga-
nizativos y comunitarios, y así romper dinámicas jerárquicas.
En algunas ocasiones debí presentarme como licenciada con funciona-
rios municipales, estatales o federales, para que me dieran cita, me respon-
dieran solicitudes y me reconocieran como interlocutora válida. Como
licenciada era “alguien” digna de atención; no obstante, en ocasiones llegué
a notar cierta incomodidad en algunos funcionarios al tratar con una mujer
que consideraban creída y orgullosa, pues yo contraargumentaba y no me
conformaba con sus negativas.
En espacios académicos, también he tenido que desempolvar el título
para que me consideren en investigaciones o en alguna publicación para la
que es requisito tener grado universitario. Parece ser que el título le asegu-
rará a la institución que lograré comprender el formato y los términos que
debo emplear para que mis aportes sean considerados objetivos y científicos.
He participado en algunas investigaciones colaborativas con académicas
feministas que cuestionan la hegemonía epistemológica, el patriarcado y,
en mi caso, el colonialismo en la academia. Desde estos espacios formativos
se generan interpretaciones de la realidad que sirven de insumos para la
elaboración de políticas públicas; por eso me ha interesado incursionar en
este campo.
4
Proyecto político que apostaba por el reconocimiento y fortalecimiento del municipio como la célula
de la democracia y la construcción del proyecto de nación, a través de reformas al marco legal y la trans-
ferencia de recursos y funciones.
166 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
gia de mi madre y mis abuelas, en el sabor del cacao, en las danzas y rituales
en la Huasteca Potosina, en esa sed de vida que quedó saciada cuando pude
nombrarme desde mis identidades.
Fui sembrada entre varillas y cemento, lo cual distrajo mi identidad an-
cestral, ya que aún persiste la idea de que la identidad ancestral sólo puede
sembrarse y florecer en contextos rurales, que el rasgo distintivo más fuerte
es la lengua indígena complementada con la vestimenta, y el aprendizaje y
desarrollo de conocimientos, habilidades y comportamientos propios de un
pueblo originario. En mi caso, se esperaba que para ser mujer indígena con-
tara con la habilidad de cocinar, hiciera el ejercicio de la maternidad y siem-
pre tuviera disposición de ayudar y servir a quien está a mi alrededor. En
distintas ocasiones me han aplicado el indigenómetro para valorar qué tan
indígena soy; estos cuestionamientos han sido dolorosos, pero al mismo
tiempo me han ayudado a profundizar en mis reflexiones sobre mi identi-
dad, mis identidades como mujer, como indígena y como profesionista.
Cuando la raíz me encontró, comprendí que necesitaba desaprender mu-
chísimas ideas, pensamientos, comportamientos y haceres. Para comenzar,
el hacer profesional: debía descolocarme del papel de la persona que sabe y
que dirá a otros qué y cómo hacer. De esta manera, reconocería la sabiduría
y el conocimiento que nuestros pueblos tienen con respecto a la tierra y que
en ocasiones es tan o más acertado que los conocimientos “científicos”. Por
ejemplo, recuerdo que en la comunidad de Pilateno, municipio de Xilitla, en
la Huasteca Potosina, en una ocasión me platicaban cómo estaban haciendo
el camino de la comunidad a la cabecera municipal: los pobladores les indi-
caron a los responsables del trabajo topográfico por dónde debía ir el trazo
de un tramo con una pendiente muy pronunciada, pero éstos no les hicieron
el menor caso; sólo hasta que hubo un segundo derrumbe sobre el camino,
los ingenieros reconocieron su error e hicieron el trazo tal como la gente les
había dicho desde el principio. Este ejemplo me recuerda la soberbia que
llega a dominarnos en las diferentes disciplinas con respecto a la sabiduría y
los conocimientos de las personas. Hemos olvidado la relación ancestral de
nuestros pueblos con el territorio; ellos, por su parte, lo han aprendido a es-
cuchar y observar, y eso es lo que les ha permitido la coexistencia.
CUANDO LA RAÍZ TE ENCUENTRA: ARTICULACIÓN Y RESIGNIFICACIÓN DEL QUEHACER PROFESIONAL | 169
Nací un domingo a las cinco de la mañana. Un día para los afortunados, se-
gún las creencias del pueblo; yo no lo creo. Pero con que haya nacido com-
pleto y sano es más que suficiente. De ese día sé poco, pero ahora de grande
puedo imaginar a mi madre recostada en un tlapechtle, un petate, una cama
con patas de palo y la base de otate, en el cual sólo dormían los grandes, por-
que a los niños les tocaba el suelo junto a otros hermanos. Por aquellos años
no había camas suaves como las de ahora, o si existían, tal vez eran para los
ricos de las ciudades, porque los ricos del pueblo sólo tenían terrenos, maíz,
frijol y animales, pero no dinero para comprarse una cama suave.
La casa donde nací está dividida en dos partes: una mitad hecha de adobe
y otra mitad de carrizo. El techo, igual: mitad tapado con teja y mitad con
cartones, los cuales, cuando los cambiaban, olían a petróleo y si los agarra-
bas, tardaba en quitarse el olor de las manos. Las tejas son bonitas por den-
tro y por fuera, pero, cuando el cielo se enoja y la lluvia no cesa durante dos
o tres días, las tejas absorben el agua y comienzan a gotear por dentro. Para
el calor son muy buenas porque calma su intensidad y debajo de ellas siem-
pre está fresco.
Las casas de por aquí acostumbraban tener un patio grande, donde había
de uno hasta cuatro árboles. Si sobraba terreno se sembraban flores, ajo o
171
172 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
quelites para comer y hacer trueque con los cirueleros. En la casa vivía la
abuela de todos, se llamaba Candelaria de China; era una mujer dura, traba-
jadora y muy buena gente. Le gustaba abrazarnos, pero, como éramos cuatro
hermanos, nos cargaba muy de vez en cuando; después llegábamos a los
siete; para entonces huía ya de sus brazos.
La recuerdo cada mañana enfrente de sus cuatro piedras, llamadas tema-
nesteros, donde prendía el fuego. Casi siempre cuando despertaba, ella esta-
ba ahí soplando a la lumbre. Luego escogía algunas brasas, las sacaba con los
dedos y las metía a un popochkontle, “sahumerio”; este artefacto comenzaba
a sacar humo y, cuando eso sucedía, la abuela salía al patio y se dirigía justo
al brotar del sol y le decía y le pedía quién sabe qué cosas, nadie lo supo, ni
siquiera mis hermanos más grandes, ni mi papá; sólo la veíamos hacer eso
todos los días. Creo que mi padre no lo aprendió, porque nunca lo he visto
hacer ese ritual. Ella a nadie le enseñó y nunca supimos el porqué del acto.
La abuela era muy conocida en el pueblo porque se dedicaba hacer ollas
de barro grandes y a curar bebés recién nacidos, también a los grandes. Di-
cen que les quitaba el comal; este comal era un dolor que se formaba en el
pecho y hacía gritar a los bebés. Ella gustaba de tratar con los niños, les ha-
blaba bonito; si llegaban llorando, se iban tranquilos o dormidos, ya sea por-
que los sobaba bien o los espantaba porque sobaba con sapos. Sí, ella tenía
sus sapos de todos los tamaños en una olla de barro, partida casi a la mitad y
enterrada en el suelo. La olla era muy grande, alguna vez la hizo con sus
propias manos.
Los sapos son animales de ojos grandes y feos, cuero arrugado y panza
blanca, pueden vivir cerca o lejos del agua, durante las lluvias cantan en
coro y a veces molestan. Se parecen mucho a las ranas, sólo que las ranas son
más piernudas y un poco más largas, viven dentro o a la orilla de los ríos y
en caldo saben muy rico. Mamá nos las preparaba con mucho epazote. Papá
y yo íbamos a atraparlas por las noches. Era muy malo con la resortera, pero
a él no le fallaba la puntería: yo sólo me dedicaba a alumbrarles los ojos con
la lámpara, ellas se quedaban quietas sobre las rocas y papá les aventaba
una piedra con la resortera. A mí me tocaba recogerlas dentro del agua con
el pantalón arremangado hasta arriba de las rodillas.
LA NIÑEZ Y LA ABUELA DE LOS SAPOS: EL CAMINO DE LAS IDENTIDADES VOLUNTARIAS | 173
Los sapos no se comen, pero tampoco son peligrosos, porque la abuela los
agarraba, les hablaba bonito y los metía dentro de su blusa para no dejarlos
escapar. Llegando a la casa los sacaba y los metía a esa olla. Conocí estos ani-
males desde pequeño. Al principio sí dan un poco de miedo, pero después de
verlos todos los días, el miedo se esfuma. Eso sí, cuando la abuela nos los po-
nía en la panza, uno lloraba porque era un animal muy feo y demasiado frío.
Cuando a un niño se le sobaba con sapo y no estaba muy enfermo, la pan-
za del animal quedaba igual de blanca, pero, cuando el niño llegaba muy
enfermo, la panza del sapo cambiaba de color y terminaba siendo morado.
Entonces la abuela le daba las gracias y lo iba a dejar entre la milpa o cerca
del barranco, a donde el animalito podía regresar a su vida verde.
Dicen mis papás que, cuando yo era pequeño, aún vivía mi abuelo,
Manuel Jacinto, esposo de mi abuela y padre mi papá. Dicen que sí lo conocí,
que era un poco flojo, borracho y le gustaba mucho participar en la política
del pueblo, pero murió cuando yo iba a cumplir tres años. La verdad, no lo
recuerdo; por más esfuerzo que hago, no llega a mi mente ninguna imagen
de él. El único recuerdo presente es su tumba y su cruz, que están en el pan-
teón viejo. Hasta después de los 10 años pude leer su nombre; cada año
acompañé a mi padre a la visita de nuestros muertitos, pero antes de esa
edad no sabía leer. Y sí, en su cruz dice que murió en 1986; para entonces yo
iba a cumplir mis tres años, pero mi cerebro no es tan bueno, porque no re-
gistró nada y no recuerdo al abuelo.
Otro acto memorable de mi niñez fue cuando el abuelo materno, don
Manuel Meza, por ser un hombre de ley, curandero y lector de cualquier
manuscrito, repartió la documentación a todos sus hijos. Mamá también re-
cibió su hoja amarilla del Registro Civil. La trajo a la casa cubierta con una
bolsa de plástico; guardó bien ese documento. Un día lo sacó para hacer un
trámite. Luego, por las prisas, olvidó ese papel encima de un bidón donde
guardaban maíz. La puerta a la calle estaba abierta, entró el viento maldito
y tiró la hoja grandota al suelo; yo andaba por ahí, la tomé entre mis manos y
comencé a hacerla pedacitos. La rompí en quién sabe cuántas partes. Ella no
se dio cuenta porque estaba apurada dando vueltas con el barro en su kua-
mexa para completar varias docenas de comales, pero la vecina de enfrente,
174 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
doña Santa, vio cómo salían algunos papelitos por la puerta; yo reía y los
seguía rompiendo en más pedazos.
Al mirar el acto le gritó a mi madre; ella salió y en la puerta estaba hecho
pedazos el documento en que se decía cuándo nació. Como era un bebé, no
me hizo nada, o al menos no recuerdo si me pegó o me regañó. A pesar de mi
maldad, mi madre sí sabía su fecha de nacimiento y recuerda muy bien que
tenía tres nombres, de los cuales sólo uno le gustaba: el de su abuela, de nom-
bre Susana. Los otros dos nombres, uno era por el día en que nació y el otro
por una virgen, pero no le gustaban. Así que tiempo después volvió a trami-
tar ese documento, sólo con un nombre. No sé si le hice un favor o una gro-
sería, pero Susana me gusta mucho, hasta Rulfo usó ese nombre en su novela,
sólo que mi madre no es de San Juan sino de Atzacoaloya.
Otro episodio de mi niñez es cuando volé por vez primera. No lo recuer-
do, pero mis papás y mis hermanos se saben ese chisme. Cuentan que un día
cualquiera, llegó a la casa una joven de la familia Texajle, “arena pedregosa”,
a comprar maíz, porque mis papás sacan todo lo que pueden de este grano y
lo venden para mantenernos a mí y a mis hermanos. Entonces cualquier
persona podía llegar a la casa a comprar maíz de media almud en adelante.
Ella llegó y, como yo era un bebé muy tierno, comenzó a hablarme y aca-
riciarme el rostro; yo estaba un poco inquieto y lloraba. Como mi madre es-
taba ocupada midiendo el maíz con un litro, la muchacha comenzó a jalar el
mecate de mi hamaca y poco a poco dejé de llorar. Luego, seguramente esta-
ba sintiendo bonito y reía cuando volaba de un lado a otro. La muchacha,
emocionada, jalaba recio el mecate, pero, en una de ésas, se reventó la hama-
ca y salí volando, caí dentro de una cubeta de fierro. La joven no supo qué
hacer, dejó el dinero en la silla y se fue corriendo con su maíz. A mi madre le
tocó consolarme y revisar mis huesitos y cabeza. Esa cubeta, por maldita o
bendita, aguantó muchos años y hasta hace poco aún estaba en la casa.
Y no es todo, porque seguía creciendo y las cosas no terminaban conmigo.
Cuenta mi madre que a la edad de tres años yo aún no caminaba y, como
cualquier madre, comenzaba a preocuparse por mí; pensaba que crecería
sólo arrastrándome por el suelo, sin jamás levantar los pies para caminar ni
correr. Para moverme a cualquier lugar lo hacía con las nalgas, me
LA NIÑEZ Y LA ABUELA DE LOS SAPOS: EL CAMINO DE LAS IDENTIDADES VOLUNTARIAS | 175
arrastraba sobre ellas todo el tiempo, así gasté muchos pañales hechos de
trapos viejos. Eso era algo anormal porque mis hermanos mayores comenza-
ron a pararse y a caminar desde los dos años. Cerca de los cuatro comencé a
intentar caminar y no tardé mucho en hacerlo, porque tenía las piernas de
niño grande. Mi madre y mi padre se dijeron una o varias veces que les había
caído la maldición porque iban a tener un niño uilax, “el que se arrastra con
las nalgas”; me quedan aún algunas imágenes de esos momentos, pero, por
el bien de todos, superé ese problema.
Cuando apenas cumplía seis años, lo recuerdo bien, descalzo me llevaron
por vez primera al campo. Ese día le encargaron a mi hermano Ángel que me
llevara a la milpa para que aprendiera a cuidar chivos. Sólo tardé tres o cua-
tro días detrás de él y luego me mandaron solo, aunque siempre les encarga-
ban a los primos chiveros que me ayudaran por si esos animales no me
obedecían o me dejaban en la carrera.
Aquí uno no decide si quiere cuidar o no, aquí uno tiene que obedecer y
listo; además me decían que si lo hacía bien, cuando se vendiera algún chivo-
toro o alguna chiva, me iban a comprar huaraches. Eso motivaba mucho,
aunque tampoco es que hubiera otra opción y cuidar chivos en realidad no
tiene nada de malo, sino más bien es un aprendizaje y uno se divierte jugan-
do con los demás niños. Mi hermano Ángel pasó por lo mismo, porque antes
todo el tiempo estaba jugando en la casa; después cambió con mi hermano
Pablo el cuidado de las cabras, pero una vez que crecieron un poco a ambos
les cambiaron el oficio, y comenzaron a sembrar y a limpiar la milpa.
Algo similar pasó conmigo: una vez terminado el oficio de cuidador de
chivos y después de cuidar a mi vaca pinta y sus crías, pude ayudar en la
siembra y la limpia de la milpa. El oficio se lo heredé a mi hermano Cli. A él
no le tocó cuidar chivos de forma solitaria por mucho tiempo; todas las veces
que lo hizo estuve presente. Después mi padre dio a medias algunos de estos
animales, luego los siete que quedaban los cambiamos por una vaca pinta,
que tuvo dos críos y completó la yunta. Papá estaba muy esperanzado en que
aquellas chivas que dio a medias con otro señor de Xicotlán tendrían mu-
chos críos e iban a regresarle muchos chivos, pero este señor los terminó
vendiendo todos y sólo regresó las chivas.
176 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Yo era el cuarto, pero, para no pasar por ese dolor de cabeza causado por
mis hermanos, a mí no me mandaron a la escuela. Decía mi papá que era
mejor que cuidara chivos en vez de estar perdiendo tiempo con los maestros.
Tenía un poco de razón en eso, porque había maestros muy flojos, como el
maestro Octavio, quien entraba a clase, cerraba la puerta, nos dejaba copiar
en el cuaderno dos lecturas o más, subía los pies al escritorio y se ponía a
dormir. Pero antes ya nos había pedido cooperación para que otros niños
fueran por su café y dos panes.
A mis ocho años comenzaba a pensar por cuenta propia. Un día le dije a
mi madre que quería ir a la primaria; ella se puso contenta y me fue a com-
prar un cuaderno Scribe y un lápiz de madera. Se lo comentó a mi padre, que
iba llegando con su burro de acarrear las calabazas; él contestó medio eno-
jado y dijo que sólo iría a perder tiempo. Por mi culpa los chivos iban a sufrir
porque comerían hasta después del mediodía. No estuvo de acuerdo, pero
tampoco me lo impidió.
Mi madre, al entregarme el cuaderno y el lápiz, me dijo que fuera solo
porque ella tenía que darle de comer a los peones. Me fui contento a la calle
con una bolsa de plástico en la que llevaba el cuaderno y el lápiz, pero, en el
camino, me puse a pensar a qué escuela debía inscribirme: a la primaria
Aquiles Serdán, donde los maestros sólo hablan y enseñan en español, o a la
bilingüe, Cuauhtémoc, donde enseñaban en náhuatl y español.
Decidí ir a la Aquiles Serdán, porque ahí aprendería a hablar el español.
En la bilingüe no, pues había escuchado que en la bilingüe uno no aprendía
bien el español porque todos los maestros te hablaban en náhuatl. Así fue mi
elección, sin saber que me iría mal en la escuela porque no les entendería
nada a los maestros. Aun así, comencé a aprender a escribir en español, pero
no a hablarlo.
En poco tiempo me hice amigo de Luis, uno de los escasos niños bilingües
y quien me traducía casi todo; muchas veces lo regañaron por culpa mía,
pero aun así no dejó de enseñarme. Eso sí, yo en cosas de matemáticas no
tenía ningún problema, porque sabía contar. En casa, contaba mis chivos
todos los días, luego ayudaba a mamá a contar sus comales por docena,
178 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
también contaba cuántos maíces se tienen que enterrar por cada mata o los
costales que se juntaban durante la pisca.
Pasé el primer año, el segundo y el tercero sin poder hablar el español,
pero sí aprendí a escribirlo; fue hasta el cuarto año que una maestra de nom-
bre Blanca me obligó a hablar y a leer en español. Era muy regañona pero
buena maestra. A veces me regalaba parte de su desayuno. Con ella probé el
chocolate con leche, pues en el pueblo no se acostumbraban esas cosas; creo
que por eso llegaba temprano a clases. Eso sí, cuando se enojaba, nos daba
nuestros buenos coscorrones; a mí me tocó sólo un par de veces escuchar
cómo tronaban mis cabellitos sobre la cabeza; a los demás sí les iba mal por-
que les tocaba cada dos o tres días.
Terminé la primaria sin poder hablar bien esta lengua, pero las ganas
seguían ahí. En quinto año formé parte de la escolta como retaguardia y
obligaron a mis papás a comprarme huaraches nuevos para que yo recibiera
la bandera. Benito y yo fuimos los únicos con huaraches negros; a los demás
les compraron zapatos y a nosotros huaraches negros para no desentonar
con los de adelante. Benito está ahora en el norte, lleva aproximadamente 20
años por allá. Estoy seguro: si lo encuentro un día en la calle, me será difícil
reconocerlo.
Por esos años, la vida de cualquier niño era similar a la mía: ir a la escue-
la, salir de clases, desatar los chivos e ir al campo a cuidarlos; no importaba
si llovía o no, los animales tenían que comer. Las tareas de la escuela eran
cosa de noche; muchos no las hacían, pues llegaban cansados del campo.
En la graduación de la primaria y con catorce años de edad, por vez pri-
mera mis pies pudieron sentir cómo es el asunto de caminar, correr y brin-
car con zapatos. Los cuidé tanto que me los acabé hasta la secundaria. Como
era chivero, mi padre me honró matando cinco chivos para los padrinos y los
tíos. Hasta ahí todo bien, porque después sólo habría reclamos y reclamos
por haber gastado tanto; me harté de escuchar eso y después no acepté nin-
guna graduación con tanta comida. Para entonces ya estaban en la primaria
mis otros tres hermanos menores.
Al terminar la primaria, durante las vacaciones, ayudé a mi padre en to-
das las labores del campo, o mejor dicho intensifiqué mi ayuda. Si mi padre
LA NIÑEZ Y LA ABUELA DE LOS SAPOS: EL CAMINO DE LAS IDENTIDADES VOLUNTARIAS | 179
ocasión la pala se me rebeló y volvió girando con toda su maldad hasta gol-
pear mi cabeza. Como podrán imaginarse, se me hizo una pequeña abertura
y se bañó mi rostro de sangre. Terminé en la clínica con unas buenas punta-
das. Ya era demasiado grande como para llorar y no lo hice, lo que sí no pude
evitar fue el parche blanco y feo pegado sobre mi cabeza durante varios días.
La escuela nunca fue mi única actividad; todos los días iba al campo a
ayudar a mi padre. Otras veces íbamos de noche a regar los sembradíos con
la bomba de agua o a esperar el turno de agua proveniente del canal. Fueron
incontables las noches que dormí debajo de un guamúchil, de un mango o de
un ahuehuete, para no recibir de forma directa el frío sereno de la madruga-
da. Papá siempre se mostró amable conmigo y me prestaba su gabán de Ma-
lina para aguantar las noches, también me enseñó las figuras formadas por
las estrellas, como el abanico, el arado, el tolcopete, la cruz de cuello cortado,
la serpiente de estrellas, entre otras.
Después de terminar la secundaria, volví a mi labor de convencimiento y,
como no fallé ni en la escuela ni en el trabajo del campo, mi padre se resistió
menos para dejarme estudiar la preparatoria en la ciudad de Chilapa, el úni-
co lugar donde existía una cerca de mi comunidad.
Para el 2000 la carretera que iba hacia la ciudad aún era de terracería y,
aunque la distancia no era muy larga, el microbús tardaba una hora en lle-
gar a la escuela. La ventaja en ese entonces era que los transportistas del
pueblo apoyaban a los estudiantes y sólo pagábamos 50% del costo del pasa-
je; a mí y a muchos nos beneficiaba ese apoyo, aunque aun así apenas nos
alcanzaba para ir.
Tres de los que egresamos de la secundaria nos fuimos a esa prepa; uno
de ellos era mi compañero Virginio, el más inteligente de la primaria, de la
secundaria y de la región; coincidimos de nuevo en el mismo salón y, bueno,
también fue el más inteligente de la clase y el tercer lugar de los nueve gru-
pos del primer año. Algunos profesores me conocieron gracias a Virginio,
porque éramos de la misma comunidad y los dos hablábamos náhuatl. Él fue
muy popular por su inteligencia y porque era un buen encestador en el
básquet.
LA NIÑEZ Y LA ABUELA DE LOS SAPOS: EL CAMINO DE LAS IDENTIDADES VOLUNTARIAS | 181
En conafe hice toda una vida en dos años. El primer año fui instructor comu-
nitario y el segundo capacitador tutor. Se puede decir que aquí perdí la ver-
güenza, porque tenía muchísimas ganas de aprender y seguir adelante. Aquí
descubrí que podía escribir, porque así fue: en este espacio existía un perió-
dico estatal para los instructores. A todos nos obligaban a leer, pero también
nos invitaban a escribir; muchos no lo hacían, pero a mí me encantaba ese
periódico.
182 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
conafe me abrió los ojos, me ayudó a repensar desde mis orígenes. Por
ejemplo, a mis 20 años descubrí que no sabía escribir mi propia lengua, a
pesar de sentirme competente en el habla. Entonces volví a mirarme, a ree-
ducarme de forma autodidacta en la escritura de mi propia lengua. En un
primer momento fue para poder enseñar la gramática básica a los niños de
la comunidad en donde me tocó dar mi servicio; en segundo lugar, para
aprender más sobre el náhuatl, conocer nuevos horizontes y nuevos signifi-
cados de las palabras.
En la pequeña escuela multigrado donde trabajé por un año, el primer
obstáculo que encontré fue a un maestro bilingüe náhuatl-español origina-
rio de esa comunidad. En la primera reunión con los padres de familia, me
prohibió por todos los medios hablar y enseñar la lengua náhuatl a los niños,
porque según él lo que se necesitaba era mejorar el español. En mi papel de
docente joven di respuesta a ello y terminé peleado con ese profesor; tam-
bién terminé convenciendo a todos los padres sobre la importancia de ha-
blar y escribir el náhuatl y el español. Al término de la reunión, el acuerdo,
por insistencia del profesor de la comunidad, fue que sólo podría hablarles y
enseñarles a escribir el náhuatl a los niños dentro del salón de clases; afuera
de ese espacio tenía prohibido hablar con ellos en este idioma. Pero yo gané
la confianza de la gente: después de un tiempo, todos los niños me hablaban
en náhuatl, con excepción de los hijos de ese profesor y uno de sus herma-
nos, quienes eran monolingües en español. En esta comunidad, de nombre
Tepetitlán, de tepetl itlan, “debajo del cerro”, conocí y me leí los primeros li-
bros sobre educación y medio ambiente. Tanta fue mi insistencia por termi-
nar de leer esa pequeña biblioteca que contagié a varios niños con la
lectura.
El segundo año, tuve la función de capacitador tutor. Me tocó capacitar a
los nuevos instructores comunitarios y después visitarlos en las comunida-
des a las que los habían asignado. Conocí y visité muchas comunidades na-
huas de la Montaña Baja de Guerrero. Ahí supe qué es la llamada pobreza
extrema. Algunas casas en las que me tocó quedarme están cercadas sólo
con palos y un techo de nailo, de plástico. En otra familia nos tocaba comer
dos huevos para seis personas; en otra más comer frijoles de olla de lunes a
184 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
ocupábamos una plancha de las dos que teníamos para calentar el agua en
un bote de chiles y así prepararlo. La otra la usábamos para planchar la
ropa. Así vivimos más de un mes hasta que conseguimos trabajo de medio
tiempo y comenzamos a comer un poco mejor; al menos ya nos alcanzaba
para ir al comedor universitario.
A la universidad llegué fuerte con el asunto de la identidad y jamás negué
ni mi origen ni mi lengua; otros compañeros, para no ser discriminados, sí lo
negaron, hasta que tiempo después se reconocieron como tales. En esto yo
tuve que ver, porque me hice amigo de todos ellos; a veces nos juntábamos
para platicar de nuestros pueblos y de cómo en colectivo podríamos hacer
muchas cosas.
En la carrera conocí amigos con diferentes perspectivas y de ellos apren-
dí a leer a muchos autores de filosofía, literatura e historia. Pasé gran parte
de mi tiempo en la biblioteca, leía a los autores más sonados. De hecho, para
ingresar a la carrera mentí en la entrevista: dije que me había leído todo
Rulfo, Pacheco, Cortázar, Borges, García Márquez y más, pero no fue así;
había leído sólo uno o dos cuentos de cada autor, con el maestro de la
preparatoria.
Pasé la prueba y escuché cómo algunos compañeros habían leído entre
novela, cuento y poesía, cerca de 60 libros. Ese asunto me traumó un poco y
me puse a leer todos los días para nivelarme, pero nada, eso era imposible;
sin embargo, gracias a la lectura conocí a más autores clásicos. A partir de
ahí, mis días caminaron con los libros. Cuando iba de visita a mi comunidad,
mis padres pensaban que me estaba volviendo loco, porque leía al despertar
y me dormía muy tarde por estar leyendo. Era alguien raro por andar todo el
tiempo con un libro en la mano y la verdad es que exageraba un poco, por-
que hasta cuando iba al campo a trabajar llevaba un libro en el morral y a la
hora del descanso leía un poco; mis hermanos se burlaban de mí y decían
que era un exagerado.
A pesar de haber manoseado varios libros, nunca me pasó por la cabeza
poder leer literatura contemporánea en lengua náhuatl; en realidad ni sabía
de su existencia porque, durante toda la carrera, de cinco años, jamás leímos
a un poeta o escritor nahua ni de otro idioma mexicano. Lo poco que
186 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Mi jefa era respetada y querida por sus conocimientos, pero era celosa
para enseñar y compartir esos saberes; siempre se negó a enseñarme todo lo
que le preguntaba relacionado con la gramática de la lengua náhuatl. Tan
celosa era de su conocimiento que sus dos hijos eran totalmente monolin-
gües en español, no podían pronunciar ni una palabra en lengua náhuatl.
Luego conocí a otra maestra de mi idioma, que hizo una gran antología de
cuentos nahuas. Emocionado por ese libro, la fui a buscar a la presentación
para pedirle algunos consejos acerca de la escritura en náhuatl. Me acerqué
a ella para saludarla y preguntarle sobre el proceso de escritura; sólo me
miró con ojos raros, me dio el avionazo y se fue.
Como de por sí nací con el coraje en la frente, lo tomé de nuevo, lo expri-
mí un poco y regresé a mi camino solitario con la lengua de mis padres. En-
tendí que la respuesta la iba encontrar en otro lugar. Así fue que conocí a un
maestro mixteco egresado del Centro de Investigaciones y Estudios Superio-
res en Antropología Social (ciesas). Me dijo que estaba abierta la convocatoria
para concursar e ingresar al posgrado. Como era la última semana, pedí las
vacaciones que aún me debían y me fui a México a hacer el examen para la
maestría en Lingüística Indoamericana y así especializarme en la escritura
en lengua náhuatl. Tiempo después me notificaron que había pasado las
pruebas. Entonces avisé en mi trabajo que iba a renunciar para seguir con
mi preparación académica e iba ser becado por el conacyt.
La maestría es quizá el proceso más difícil por el que he pasado, porque
la lingüística es muy pesada, o por lo menos a mí se me hizo muy difícil tra-
bajar los temas y analizar tanto el náhuatl como otras lenguas mexicanas.
Durante mi proceso de estudio estuve a punto de renunciar en un par de
ocasiones, pero la fuerza y el ánimo de mis compañeros fue más grande,
ellos me ayudaron de forma colectiva a seguir y terminar el posgrado. Aun
con su ayuda, terminé calvo por la desveladas y por el estrés de los trabajos
académicos.
Hasta aquí llegó mi proceso de formación académica y de ahí en adelante
renuncié a la lingüística; sólo me quedé con la gramática básica de la lengua
náhuatl y volví a la literatura. A mi regreso, me puse de nuevo a leer algo de
narrativa, pero mi pequeña biblioteca se terminó y se llenó de poesía, tanto
190 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
dos grandes mujeres cercanas al ezln: Claudia Molinari, madre, y Denise Ca-
racol, hija, quienes se encargaron de la edición, diseño, corrección de estilo
y el cuidado de todo el material. En esta propuesta compilé siete poemas de
siete mujeres poetas, de siete idiomas distintos. Las temáticas fueron la re-
beldía, la identidad, la propia definición de ser mujer, entre otros tópicos
que comparten las escritoras. Para el libro fue necesario hacerles una invita-
ción directa y formal vía correo electrónico; amablemente contestó cada una
de ellas. Este libro sólo es una pequeña muestra de la poesía actual escrita
por mujeres de pueblos originarios: si se hablase de todas ellas, se tendría
que incorporar a otras 30 o 40 poetas más.
La última muestra poética que compilé fue el primer volumen de In xo-
chitl in kuikatl: 24 poetas contemporáneos en lengua náhuatl (udlap, 2020),
publicado por la Universidad de las Américas Puebla. Asimismo, el catedrá-
tico Charles Maurice Piggot y yo nos organizamos para una abrir una nueva
vereda para las literaturas mexicanas contemporáneas e inauguramos la
colección Serie Bilingüe. Hasta ahora han salido tres títulos, que aparecie-
ron tanto en formato impreso como digital de descarga gratuita: Nasiá raca-
ladxé/Azul anhelo (udlap, 2020), de la poeta zapoteca Irma Pineda; In xochitl
in kuikatl, el cual yo coordiné, y Xlaktsuman papa’/Las hijas de Luno, de la
poeta totonaca Cruz Alejandra Lucas Juárezel. Por supuesto, vendrán más
títulos.
La pandemia de covid-19 no nos dejó presentar el libro físico de In xochitl in
kuikatl. En sus páginas se muestran sólo 24 poetas nahuas y no los 35 que fue-
ron invitados; sólo aparecen quienes contestaron el correo y decidieron par
ticipar en esta antología de escritores nahuas. El libro se dividió en tres
volúmenes porque en total se rebasaban las 400 páginas en su versión bilin-
güe. Aun así diré que es un número incompleto, porque además de los muchos
que no quisieron participar, no conseguí invitar a otros tantos. Como la pro-
puesta de la antología es hacer saber que los autores nahuas están escribien-
do, se incluye a casi todos los nahuas que ya han hecho un camino en la
literatura, con más de ocho o 10 libros, pero también están los poetas que
están comenzado a escribir; ellos seguramente seguirán en este caminar de
la palabra, otros dejarán de hacerlo.
194 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Referencias
Hay una leyenda p’urhépecha que me contaba mi abuela cuando era niña:
La Mintzita. Narra la creación del traje de las mujeres p’urhépecha. Recuer-
do la emoción que surgía en mí cuando la escuchaba; me la imaginaba te-
jiendo con tanto amor y esfuerzo los pliegues de sus naguas a la orilla del
lago. Como lo hizo Mintzita al hilar su traje, escribir e investigar es un acto
de amor hacia nuestra comunidad y nuestras ancestras, es revertir años de
acciones políticas encaminadas a destruir la palabra y la memoria de los
pueblos indígenas, es ir hilando poco a poco ser mujer y ser mujer indígena
con los saberes tradicionales y el conocimiento académico: investigar, escri-
bir, es un acto que lleva consigo un análisis introspectivo, que hace visibles
las distintas opresiones vividas en una academia patriarcal, machista, sexis-
ta, colonial y blanquecida.
197
198 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
posgrado. No pretendo proponer nada nuevo, sino externar todas esas du-
das, tristezas, tensiones que existen cuando una mujer color café se adentra
en la investigación de las ciencias sociales. Así que lo que quiero exponer,
como ya lo señaló Genner Llanes-Ortiz (2020), es la idea de reivindicar a la
academia como un territorio del quehacer indígena.
Yo, como muchas estudiantes indígenas, tuve que migrar junto con mi
papá, mi mamá, mi hermano y mi hermana a la ciudad, experimentar el
cambio de lo rural a lo urbano. No resultó sencillo vivir y observar cómo en
las escuelas urbanas prevalece una acentuada discriminación hacia las ni-
ñas y niños de comunidades indígenas.
Es verdad, yo ya vivía en la ciudad, pero al interior de mi hogar se seguía
viviendo una conexión con la comunidad y existía una educación desde una
perspectiva rural y colectiva. Fuera de casa, en las instituciones educativas era
señalada por cómo pensaba, cómo hablaba, cómo vestía, incluso por qué tan
largo era mi cabello; esta situación ocasionó que me adaptara a una enseñan-
za o academia construida desde occidente (androcéntrica y blanqueada).
El título de este trabajo lo tomé del texto de Karina Bidaseca, Mujeres
blancas buscando salvar a mujeres color café (2011), el cual nos muestra que
dentro de los feminismos ha existido una subalternalidad femenina relacio-
nada con el racismo y la colonialidad, que ha construido y determinado las
relaciones entre las mujeres. Nos encontramos ante un feminismo “blanco”,
en el cual se ha inscrito una “retórica salvacionista” hacia las mujeres color
café (mujeres indígenas). Algo similar sucede en la academia; también está
presente el problema de la blanquitud salvacionista, acompañada de una
narrativa colonial escrita desde la mirada occidental y blanquecida, inde-
pendientemente de si el investigador es mujer u hombre.
Las voces de las mujeres indígenas han sido representadas o traducidas
por otras voces ajenas a su realidad y sus contextos, con lo que se ha perpe-
tuado la opresión y la dominación de conocimientos y saberes1 a través de
trabajos de divulgación y de investigaciones en los que se ha visto a las
1
Pablo Alarcón (2015) nos dice que pese a que se ha intentado hacer una separación entre saberes
(pueblos indígenas) y conocimiento (método científico), tal es una división forzada, ya que saberes y
conocimiento deberían verse como un continuo.
200 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Han venido muchos investigadores y hacen pregunta, pues les digo mánda-
me por lo menos una hojita, mándeme algo, ustedes se están llevando ya este
conocimiento, de estas plantas, pero una sola persona me dio las gracias.
Pues, digo que hagan sus libros al fin que no se llevan lo que una sabe a hacer,
lo que una siente cada vez que ve un paciente.
2
En 2013 Leanne Betasamosake Simpson, una mujer indígena del pueblo de Mississauga Nishnaabeg,
Canadá, puso en escena el concepto de “extractivismo cognitivo”. Éste ha sido revalorizado por algunos
intelectuales con el nombre de “extractivismo epistémico”, especialmente por Ramón Grosfoguel (2016).
LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA DESDE LA VISIÓN DE UNA MUJER COLOR CAFÉ | 201
territorio, deben dejar de ser vistos como recursos libres de usarse al antojo
de la sociedad y de los académicos.
De ahí que investigar y escribir desde ser mujer indígena es comenzar a
vernos como actoras sociales que pensamos y producimos conocimiento vá-
lido para todos y todas. Es reconocer que estos saberes tradicionales son tan
importantes como los que arroja la academia y, al mismo tiempo, saber que
su divulgación conlleva una responsabilidad con la comunidad y sus miem-
bros de una manera recíproca. Es decir, se trata de un intercambio justo entre
lo que se investiga y cómo se divulga en relación con los portadores de los sa-
beres tradicionales. Es no apropiarse de esos conocimientos, sino devolverle
a la comunidad lo que se ha tomado de ella. Sí es un cambio radical en cómo
se estudian y se divulgan estos saberes; hacer que sus habitantes tengan una
participación activa conlleva replantearnos metodologías para evitar el ex-
tractivismo de conocimientos indígenas.
Es el encontrarnos frente a la creación de nuevas rutas de investigacio-
nes sensibles, sentidas, vividas, capaces de situarse del lado de las realidades
y contextos sociales en los que han habitado las mujeres indígenas. El fin es
articular la academia con la sociedad y dejar de lado la investigación de es-
critorio, que sólo permanece en la biblioteca del autor –por lo general, el
único beneficiado.
De ahí que la vivencia al realizar la labor de investigar, desde ser mujer
indígena, abre la puerta a la mirada hacia una misma. Es encontrarse a tra-
vés de las historias de las otras, esas mujeres indígenas que fueron silencia-
das a través del tiempo, pero que sus voces sobrevivieron escondidas en los
pequeños recovecos de la historia y que, al encontrarlas, yo me encontré.
En la realización de un trabajo de investigación para obtener un grado
académico –en mi caso en relación con la historia y el derecho– están siem-
pre presentes tensiones y constantes reflexiones en torno a las bases episte-
mológicas. Ejemplos de ello son investigaciones en cuyas metodologías se
considera a hombres y mujeres indígenas y sus conocimientos como sujetos
subordinados en una jerarquía de poder, se toma al indígena como el inves-
tigado y se le deja subordinado al experto académico, quien se posiciona en
la cima de la construcción y divulgación de los saberes o conocimientos. Me
202 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
subordinación a las que se han enfrentado las mujeres indígenas, lo que res-
pondería no sólo a la dominación de género y clase, sino también al racismo
y los efectos de la colonización. El fin sería conocer la otra perspectiva de los
saberes, y así desarrollar una epistemología que incluya la visión de las mu-
jeres indígenas y construir un elemento transformador, un paso decisivo
para su emancipación. En este espacio, sus experiencias y vivencias serían
valoradas en el curso del desarrollo de la humanidad, la cultura y la
sociedad.
indígenas son mujeres? Hay que hacer énfasis en que no son las mismas ex-
periencias y vivencias para la mujer, aunque ella comparta el mismo origen
étnico con los hombres.
Se vive una triple lucha de las mujeres indígenas en la academia. En pri-
mer lugar, la lucha contra la colonialidad de los saberes, es decir, esa estruc-
tura de dominación y explotación que se inicia con el colonialismo (Quijano,
2007). Ésta se extiende hasta la producción académica y científica, en que se
reafirma la idea de que sólo hay un conocimiento válido visto desde el euro-
centrismo (Lander, 2000), lo cual ha invisibilizado los saberes indígenas y los
ha elevado a conocimientos válidos sólo cuando pasan a través de la mirada
y las palabras de los llamados intelectuales académicos. Finalmente, está la
lucha contra la discriminación y el racismo en las instituciones educativas
donde se estudia o se labora, las cuales siguen perpetuando los estereotipos
de ser mujer indígena y las violencias de género, no sólo por parte de las
instituciones mismas, sino también por parte de compañeros indígenas que
ejercen conductas machistas y patriarcales contra sus compañeras investi-
gadoras; entre tales conductas están el acoso laboral y sexual o la desestima-
ción de sus trabajos.
Por eso es importante retomar la pregunta que se hace la investigadora
p’urhépecha Alicia Lemus (2021): “¿Quiénes son esas mujeres p’urhépecha
que han ingresado a la universidad y que han cursado un posgrado?” Ellas
han ido eliminando barreras estructurales y comunales para acceder a una
profesionalización. Es importante señalar que, aunque las mujeres indígenas
que hemos cursado algún posgrado vivimos historias y contextos distintos,
coincidimos en algunos puntos; entre éstos sobresalen las distintas problemá-
ticas que hemos tenido que enfrentar dentro del mundo académico.
En nuestras historias, un común denominador está en relación con el
tema migratorio, en el cual nos encontramos dos variantes. La primera de
ellas es la migración familiar, cuando la madre y el padre junto con sus hijos
e hijas migran a la ciudad en busca de mejores oportunidades laborales,
pero sin abandonar la identidad y pertenencia a su comunidad indígena,
pese a las discriminaciones que se afrontan en el ámbito urbano. La segunda
es la migración a la ciudad cuando se ingresa en la universidad, por lo que se
LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA DESDE LA VISIÓN DE UNA MUJER COLOR CAFÉ | 205
opera en el territorio (Piñacué, 2014). Otro reto consiste en tener cuidado con
la fuga de cerebros indígenas: indígenas universitarios que investigan estos
saberes colectivos, pero que no regresan a sus lugares de origen. Y un reto
más es cubrir la deuda con la comunidad que se pretende “estudiar”, a la que
hay que hacerle saber los resultados de la investigación y nombrarles.
Como indígenas dentro de la academia, tenemos la responsabilidad de des-
colonizar las ciencias sociales del monopolio que ejerce la epistemología occi-
dental y blanquecida sobre las construcciones indígenas y dejar de verlos
como objetos de estudio o intérpretes. Ningún conocimiento es más importante
que otro. Las ciencias sociales y naturales deben establecer diálogos igualita-
rios frente a los saberes indígenas y así replantear las metodologías al momen-
to de hacer investigación; deben tener claro que los pueblos indígenas no sólo
representan ciertos conocimientos, sino que construyen conocimiento.
Pareciera que las experiencias y vivencias que tuve cuando cursé mis estu-
dios universitarios y de posgrado arrojarían un texto fácil de escribir y que
sería narrado desde lo individual, pero no es así: ser una mujer p’urhépecha
que ha optado por la aventura de la academia se traduce en un sentir-pensar
colectivo, pues en el camino he encontrado a más mujeres con las que com-
parto historias que nos alimentan de fuerza para vivir y sobrevivir a toda
clase de violencias, que hemos experimentado por ser mujeres, indígenas y
migrantes. De ahí que cursar estudios superiores ha sido una triple lucha en
búsqueda de la reivindicación de nuestros cuerpos, saberes y conocimientos
en la academia o la investigación científica. En este espacio ahora reafirma-
mos nuestra identidad como indígenas en la construcción de una multiterri-
torialidad, con el fin de recuperar, visibilizar o divulgar desde los propios
actores o actoras. De ahí que detecté algunos retos, los cuales exploraré en
los siguientes párrafos.
Quién soy. Cuando realicé mi trabajo de investigación, tenía presente qué
quería investigar: historia, mujeres p’urhépecha y acceso a la justica. No
LA INVESTIGACIÓN ACADÉMICA DESDE LA VISIÓN DE UNA MUJER COLOR CAFÉ | 209
Referencias
Introducción
1
Soy originario de la comunidad de San Juan Quiotepec, Oaxaca; hablante de la lengua chinanteca de
la sierra; licenciado en Educación Indígena por la Universidad Pedagógica Nacional (upn). Estudié la
maestría en Lingüística en el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (cie-
sas) y recientemente terminé mi doctorado en la misma institución.
215
216 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
era un pago seguro. Mi padre jamás desobedeció ninguna orden suya, traba-
jaba mucho; desde que tengo memoria sólo lo veía en las noches, cansado y
fatigado, sin ganas de saludar o jugar conmigo y mis hermanos. Nunca tuvo
algo propio –me refiero a un terreno o una casa–, a pesar de que trabajó des-
de muy pequeño. Tampoco teníamos lo suficiente para comer, me dormía
muchas veces con hambre, soñaba con platillos ricos.
Imaginaba platos enormes con montañas de arroz, de donde se asoma-
ban trozos de carne que comía con mucho cuidado, porque no quería que se
acabaran pues sabía que pronto iba a volver a tener hambre. Los niños de mi
generación fuimos los últimos en padecer la hambruna y muchas otras ca-
rencias. Todos aprendimos a hablar el chinanteco directamente de nuestros
padres, el español nunca se hablaba en casa; era obvio, nadie lo sabía, sólo lo
escuchábamos en la escuela por los maestros que venían de otros lugares,
porque era la lengua de instrucción y se usaba a como diera lugar para la
educación.
Se preguntarán por qué empiezo mencionando todo esto o qué tiene que
ver con la lengua. No quiero ser tan directo, porque la intención de mi escri-
to es buscar reflexionar desde la realidad en que vivimos y en la que nos
encontramos hoy, para explicar por qué dejamos tempranamente nuestro
pueblo, a nuestros padres, hermanos y abuelos para seguir estudiando.
Errónea y equivocadamente llamaron a nuestra lengua indígena como aho-
ra la conocemos, y muchas veces somos nosotros los que llamamos a nuestra
lengua “dialecto”. Pero déjenme explicarles toda esta conjetura. En cuanto se
determinó el rumbo de la educación en México, de todas las lenguas que ha-
bía, sólo se contempló el español como verdadera lengua de poder, de domi-
nio y de prestigio. Todos los intelectuales, como José Vasconcelos, Moisés
Sáenz, Torres Quintero, Jaime Torres Bodet, los obispos, entre otros muchos
políticos y gente de buen pesar, como diríamos en nuestro pueblo, determina-
ron utilizar un término, sí, equivocado, pero consciente y certero dentro de
sus torpezas, porque buscaban desterrar por completo toda lengua indígena,
ya que políticamente era la causa del atraso económico y educativo que rei-
naba en el país: una manera de justificar la corrupción y la ineficacia de sus
dirigentes; la culpa siempre la tendría la gente “pobre” o indígena.
218 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Es así como estos intelectuales, por tener un trabajo dentro del gobierno
y ser respetados, tramaron con toda ventaja, a plena luz del día, este horri-
ble y vergonzoso crimen lingüístico, para hacer a un lado la cultura. Enton-
ces, en los años 30 del siglo pasado, todas las políticas educativas y los
programas de alfabetización para combatir el rezago educativo y llevar la
educación a toda la población indígena tenían el veneno de esta daga, el
cual fabricaron muchos hombres estudiosos en comunión con el gobierno y
la iglesia, pasiva.
Empezaron a mandar personas sin vocación de maestros a los lugares
más recónditos del país, con el fin de quitar la lengua e imponer el español,
mediante el castigo y el miedo. Se trabajó con lo que se llamó el método di-
recto (enseñar todas las asignaturas en español). ¿Cómo se atrevieron a uti-
lizar una lengua para asesinar otra lengua?, ¿acaso es un genocidio?, ¿o un
etnocidio? Aún no sé cómo llamar a este crimen. ¿Cómo enseñar español a
una población totalmente monolingüe en su hermosa lengua indígena, una
población que jamás había tenido contacto con otra lengua, sólo con la suya
o la de otros pueblos cercanos? ¿Cómo iban a entender los niños las lecciones
si nunca habían oído hablar otra lengua más que la de su madre o de sus
abuelos? Por lo tanto, por no conocer esa otra lengua y no enseñarles el valor
de ambas, inmediatamente se vieron humillados, despreciados, avergonza-
dos por hablar su propia lengua. Qué rápido fue el efecto que repercutió en
toda la población. Empezaron entonces a negar su propia lengua, o sea a
asesinar su misma cultura, a su misma sangre y a sí mismos, al negar y des-
preciar, muchas veces maldecir, haber nacido en un pueblo “pobre” y tener
unos padres que hablan un “dialecto”.
Al terminar mis estudios básicos no tenía más opción, así que tuve que salir
de mi comunidad para continuar. Soy uno de los muchos que dejaron su lu-
gar de origen para migrar a la ciudad.
Los grupos indígenas llegamos a los centros urbanos en busca de trabajo
o por el atractivo del ambiente citadino, que parece tenerlo todo sin ningún es
fuerzo. Dentro de las dificultades existe una en particular que causa desequi-
librio en el ámbito social, educativo y lingüístico: se trata de la situación
especialmente difícil a la que se enfrentan los niños y adolescentes migran-
tes cuando se ven en la necesidad de integrarse a la nueva sociedad a través
de un sistema educativo que no está programado para ellos, que los recibe con
recelo y en el que, con su incipiente bilingüismo, han de hacer un esfuerzo
más grande que el de sus compañeros; esto los deja expuestos a un mayor
riesgo de fracaso escolar.
Los migrantes indígenas somos vistos como más “débiles” por la sociedad
que nos recibe. Somos nosotros los que debemos adaptarnos a la nueva ciu-
dad, de modo que nos encontramos en una encrucijada frente a dos mundos.
El primero es el conjunto de valores de la sociedad de la que procedemos y
el segundo, el de la sociedad a la que debemos integrarnos y que muchas
veces tiende a excluirnos. Además de que somos culturalmente distintos, se
tiene la idea de que pertenecemos a los niveles más bajos de la sociedad y
que eso se refleja en nuestras capacidades personales, o bien se puede perci-
bir en los estereotipos que la sociedad mayoritaria ha creado sobre nuestros
pueblos.
222 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
¿Qué fue lo que me llevó a pasar varios años estudiando en las universidades?
Todo lo que había visto y oído de mi lengua durante mi formación, en mi
pueblo, más allá de las torturas, me causaba mucha duda. A veces pensaba
que en realidad el chinanteco era una lengua inferior, que limitaba la inteli-
gencia y de la que nadie podía enseñar su escritura. No sabía cómo represen-
tar muchas palabras que sonaban en mi cabeza, los sonidos que sólo existían
en mi lengua. Tampoco sabía sobre las demás lenguas indígenas.
Era nuevo en todo; no sabía por dónde empezar a estudiar. Antes de la
universidad, recorría distancias muy largas para llegar al trabajo y, en esas
mañanas, pensaba en mi lengua, sí, pensaba mucho en el chinanteco. Era
nuevo en la ciudad, no sabía de lugares ni de escuelas con estudios sobre
lenguas indígenas.
Por pura casualidad me topé de frente con la Universidad Pedagógica
Nacional (upn); revisé el programa de estudios y me emocioné mucho al ver
que tenían una licenciatura en Educación Indígena; lo primero que pensé es
que ahí iba a aprender a escribir el chinanteco. Dejé todo para empezar a
preparar mi ingreso y lo logré. Aún recuerdo mi primer día de clase: lo tomé
con tanta seriedad, con mucha disciplina y compromiso, cumplí con todas y
cada una de mis tareas, así como con las muchas lecturas que tenía que hacer.
Para ese momento obviamente ya había aprendido el español.
Todos los días me sentaba puntualmente en mi lugar; me sentía privile-
giado de estar ahí. La mayoría de mis compañeros hablaban otras lenguas y
se sentían orgullosos de sus orígenes. Por fin me encontraba en el lugar que
tanto había soñado. Si bien no aprendí a escribir mi lengua, sí pude llegar a
la reflexión sobre ella, suscitada por los maestros, en especial la doctora So-
ledad Pérez, quien me orientó y juntos vimos el enorme hueco en los estu-
dios sobre el chinanteco, especialmente sobre la lengua escrita.
Ni ella tenía idea de por dónde empezar. Sabíamos que teníamos que
hacer algo urgente, así que comenzamos a revisar algunos escritos sobre el
chinanteco en general. Este trabajo lo hacíamos por las tardes, después de
clases, en un espacio que encontrábamos en el pasillo de la escuela. Queríamos
LA LENGUA COMO INSTRUMENTO DE IDENTIDAD: EDUCACIÓN Y PROFESIONALIZACIÓN | 223
saber cómo representar el sonido de la lengua, pero primero había que di
señar un alfabeto del chinanteco, un proyecto muy arriesgado. La tarea de
asociar una serie de sonidos de mi lengua fue complicada. En términos téc-
nicos se les llama grafías o alfabetos; estos sonidos los escuchamos, por ejem-
plo, en una conversación, pero también los podemos ver representados en
un pedazo de papel; ese descubrimiento fue para mí muy interesante en aquel
momento de trabajo, de propuesta y de duda.
Las horas invertidas sirvieron mucho; en poco tiempo vimos materializa-
da una secuencia de grafías que corresponde al sonido de la lengua, obvia-
mente con muchos errores. En la upn no se contemplaba la enseñanza de la
lectoescritura de la lengua, no era el objetivo, de eso estábamos conscientes;
por eso trabajábamos en ello fuera de clase, casi de manera clandestina. Así
pude, por primera vez, escribir en mi lengua materna; me sentía potencial-
mente capaz de continuar y perfeccionar más su escritura.
Lo que habíamos logrado hasta ese momento me motivó para escribir en
mi lengua, y así lo hice. Empecé a escribir poesía, cuentos, es decir, a recupe-
rar la tradición oral de mi pueblo, las cosas que me decía mi madre cuando
yo era niño e íbamos caminando a otros pueblos para las fiestas patronales,
cuando íbamos a cortar leña y a la milpa: ella empezaba a contar historias
vividas en su niñez y lo que recordaba de su padre. Su forma de narrar era
tan perfecta que no costaba mucho imaginar lugares, animales, con todos
sus detalles.
Tenía muy presentes todas estas historias cuando empecé a escribir el
chinanteco. Cada palabra que escribía me recordaba a mi madre, a mi pue-
blo, a mis abuelos; no los conocí pero podía describirlos tal como eran, podía
imaginar su estatura, su voz y sus facciones físicas. La lengua alimentaba mi
imaginación y me daba certeza de un mundo que no había conocido. Así fue
por mucho tiempo. Lo digo sin ninguna presunción, tenía mucha imagina-
ción. Hasta ahora pude saber cómo había sido mi pueblo antes, cuando no
tenía luz ni carretera, cuando nadie hablaba español, cuando mi padre, de
niño, se encontraba a mitad de la milpa trabajando.
Así fueron saliendo muchos textos que venían de mi memoria, de la tra-
dición oral, de la voz de mi madre, todos en chinanteco. En esta etapa de mi
224 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Estos dos elementos centrales son el sol y la luna. El sol es el punto de par-
tida, es el movimiento, el aceleramiento de las cosas; por ejemplo, cuando el
sol se encuentra a la mitad del cielo, las personas se apuran para terminar
sus labores, tanto en la casa como en el campo; también es en esta ubicación
del sol cuando se tocan las campanas para convocar a la asamblea del pueblo
o la reunión para los consejos de ancianos, cuando eligen una autoridad mu-
nicipal o religiosa. El sol es el que marca el antes y el después, está en comunión
con cada hombre. Mientras que la luna es el astro protector, el consejero, el
que ordena la inteligencia.
Con toda esta reflexión aún faltaba perfeccionar la escritura de mi lengua
como la representación de muchos sonidos exclusivos del chinanteco. Había
muchas cosas que no sabía cómo escribir, era obvio que me faltaba explorar
otra disciplina. Así, me convertí en lingüista e ingresé al ciesas, dos años en la
maestría y cuatro años para terminar el doctorado.
Esta vez ingresé ya con un objetivo más claro sobre el análisis del chinan-
teco, un estudio que me llevó a conocer la parte más compleja de la lengua,
aprender la estructura interna del chinanteco, es decir, estudiar la fonología,
la morfología, la sintaxis, entre otras. Luego será posible llegar a conocer
cada sonido de mi lengua y desarrollar una propuesta para la escritura, es
decir la manera de representar cada sonido.
A pesar de que existen 11 o 14 formas de hablar el chinanteco, hay un
sonido en el chinanteco de Quiotepec que puede considerarse casi único en
las lenguas de México y del mundo; hasta cierto punto es “raro”, casi nadie
sabe de qué se trata. Su producción es simple: sólo se pronuncia al juntar los
dos labios; a este sonido se le denomina nasal silábico, y para su estudio den-
tro de la lingüística se representa como [m̩] y para la escritura se representa
como <m>. El español y otras lenguas del mundo tienen esta consonante na-
sal; sin embargo, la singularidad en el chinanteco de Quiotepec es que el
puro sonido nasal puede formar una palabra completa y sin el acompaña-
miento de ninguna vocal (Suárez, 1995); a esta forma se le llama núcleo de
sílaba. El chinanteco de Quiotepec tiene muchas palabras con este sonido,
además la nasal silábica tiene una duración similar a la que presentan las
vocales y, por tratarse de una lengua tonal, puede llevar tono, entre otras
226 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
m3 ‘grueso’
m2 ‘medicina’
mm21 ‘huarache’
m’3 ‘semilla’
mm’31 ‘pleito’
mm3 ‘excremento’
‘m’3 ‘ropa’
jm31 ‘agua’
LA LENGUA COMO INSTRUMENTO DE IDENTIDAD: EDUCACIÓN Y PROFESIONALIZACIÓN | 227
Como podemos ver, ninguna de las nasales está acompañada de una vocal.
La pura consonante forma una palabra completa; de ahí viene el nombre de
nasal silábica. Llegar a entender este fenómeno de mi lengua fue un gran
logro y me dio mucha tranquilidad, pues por fin pude comprender y saber el
nombre de un sonido que había sido estigmatizado y juzgado cruelmente
por no tener la estructura de un sonido común en una lengua ajena, como el
español. Y esta situación suele suscitar comparación, porque la lengua ajena
se toma como modelo para enseñar a leer y escribir; se trata de una lengua
que requiere de manera obligatoria una consonante más una vocal y otra
consonante al final de la frase para su representación ortográfica. Por ejem-
plo, “cal”, “pan”, “sol”. Las lenguas indígenas tienen una estructura diferen-
te, con sonidos exclusivos.
Recuerdo la primera vez que asistí a un congreso en el estado de Oaxaca.
Mi intervención fue la ponencia titulada “Las nasales silábicas del chinante-
co de Quiotepec”; fue asombroso e impresionante para quienes asistieron y
escucharon por primera vez una lengua que se habla sólo con los labios ce-
rrados; para mí fue una puerta que se abrió para dar paso a una lengua que
tenía siglos esperando en el traspatio, sufriendo discriminación y abandono.
Esta vez pude ver a mi lengua entrar en el salón principal de la vida y estar
junto a otras lenguas maravillosas que se hablan en Oaxaca y en otros esta-
dos. Fue un reto más y un compromiso con mi lengua, que me empujó a se-
guir preparándome, pues faltaba conocer los demás sonidos (consonánticos
y vocálicos) que tiene el chinanteco y la interacción con el tono por ser una
lengua con un nivel tonal muy complejo.
En varias partes he mencionado que mi lengua es tonal; pues bien, se re-
fiere a lo siguiente: una lengua tonal se define por la capacidad de distinguir
el significado de una palabra mediante el uso de la melodía de la voz, es decir,
en el cambio de agudo a grave en la pronunciación de una palabra (Chávez
y Hernández, 2021). En las lenguas tonales, como el chinanteco, es funda-
mental el contraste en los diferentes niveles de altura de la tonía en que se
expresan los tonos; estas distinciones en la lengua indican que cada palabra
tiene un significado en particular, como podemos ver en el siguiente ejem-
plo: los tonos se pueden marcar con número o con acento; para representar
228 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
esta lengua se optó por la primera manera, en la cual el número 1 indica que
el tono es bajo (voz grave) y el 4 es el tono más alto que registra la lengua (voz
aguda). Los ejemplos en (1) se han tomado de mi trabajo de tesis (Castellanos,
2021).
Como vemos, las cuatro palabras se escriben igual, pero lo que hace que sean
diferentes es el tono que se marca en el superíndice; por lo tanto, cada una
tiene un significado distinto.
De esta manera, podemos entender a qué nos referimos cuando habla-
mos de que el chinanteco es una lengua tonal; tiene que ver directamente
con la función del tono, el cual permite distinguir una gran cantidad de pala-
bras a nivel léxico, aunque también se puede realizar un análisis en otros
niveles, como el morfológico, el sintáctico y el pragmático. Y para llegar a
entender todo esto se requiere mucha dedicación y muchas horas de escu-
char palabras en la lengua, pues hay que ejercitar el oído, el órgano que
mejor han trabajado los hablantes de una lengua tonal y los lingüistas; ade-
más, por supuesto que la tarea exige mucha disciplina para llegar a distin-
guir y saber la función de cada tono. Esta parte difícil de la lengua se aprende
en la escuela o con otros hablantes con conocimientos especializados de
lingüística.
Como verán, la lengua me hizo lingüista, me llevó a la escuela, me permi-
tió conocer y tener muchos amigos y excelentes maestros, me llevó a otros
países y a otras universidades fuera de México, y no porque tuviera dinero,
sino por el simple hecho de hablar mi lengua chinanteca.
LA LENGUA COMO INSTRUMENTO DE IDENTIDAD: EDUCACIÓN Y PROFESIONALIZACIÓN | 229
Referencias
Nací en Juchitán de Zaragoza, para ser más precisa en Playa San Vicente. Un
día caluroso mi mamá caminaba del brazo de mi tía María; de pronto, los
dolores del parto llegaron. Así que, con el instinto de quien antes ya ha parido
ocho veces, corrió al mar, y yo nací un viernes 27, frente a la bendición del
armadillo, entre el rugir poderoso del mar. Nací en la tierra del viento, don-
de ondean con furia las enaguas de las mujeres nube, en la bravura del sur,
tierra de la resistencia, cobijada por los brazos de Clara, mujer árbol, lectora
de sueños, protegida por la curandera, dadora de vida, cubierta por la arma-
dura del armadillo, tonal que me haría enfrentarme muchas veces a la fuer-
za de la existencia.
Hija, además, de migrantes golondrinos, pajaritos a los que han llamado
jornaleros agrícolas. Mi padre tuvo una historia de movilidades a lo largo de
su vida, seguía la cosecha según la temporada y la familia viajaba con él.
231
232 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Juntos nos movimos a Valles Centrales. Al principio era sólo él quien se mo-
vía, nosotras, nosotros nos quedábamos a esperar su regreso.
La migración de mi familia siguió un orden tradicional, es decir, mostra-
ba como patrón el hecho de que sólo el jefe de familia se moviera. Sin embar-
go, mi padre, cansado de extender sus alas, decidió encontrar un trabajo más
estable. Así, un buen día, anunció que se había enlistado en las filas del ejér-
cito mexicano, nutridas en gran parte por hombres del sur que buscaban
una vida mejor. Primero se asentó en la base de Salina Cruz, luego siguió
viajando; iba y venía, de la ciudad al campo, de los edificios a las chozas de
la playa. Aprendió de forma autodidacta un oficio y, entonces, aquel hombre,
que había sido pescador y piscador, se había convertido en cocinero, cocine-
ro oficial de Los Pinos, cocinero que alimentó a un presidente. Años después,
recibió su cambio definitivo al Cuerpo de Guardias Presidenciales y con ello
la familia, que todavía esperaba que él regresara a Juchitán, tuvo que salir y
hacer una vida en la Ciudad de México.
Llegar a un espacio geográfico distinto, con una lengua distinta, con gente
distinta, me colocaba en la otredad, lo diferente, y en ese afán de asimilar,
me guardé en el “clóset racial”: no iba a permitir que a mí, como a otras com-
pañeras que llegaron al mismo tiempo que yo a habitar en el Campo Militar
número uno, me hicieran burla por mi color, por mi lengua, por mi incapa-
cidad de pronunciar correctamente el castellano; no iba a dejar que me vie-
ran llorar por extrañar correr descalza en las calles de la novena sección.
Entonces decidí que iba a asemejarme lo más posible al nuevo lugar al que
mi familia había llegado.
Fue un proceso sumamente difícil. Fui una niña solitaria, que no encon-
traba la forma de asimilar un nuevo sistema educativo y añoraba todo el
tiempo salir de las bardas del Campo Militar y volver a mi tierra. De esos días de
infancia, recuerdo a Merari, niña maya, que se rebeló contra el sistema y,
decidida a no abandonar su identidad, portó cada día, por encima del unifor-
me escolar, su huipil. Por supuesto, también recuerdo a Ulises, mi mejor ami-
go, que, entre bromas, me enseñó a pronunciar el español y me enseñó a
sobrevivir dentro de la unidad habitacional, donde él también vivía.
ZAPOTECA Y LESBIANA: NUEVOS CONCEPTOS DE IDENTIDAD | 233
las políticas públicas, que sólo entrega dádivas y se comporta con un tutelaje
tremendo sobre la autonomía. ¿Qué ganaba diciendo que era zapoteca si ya
había atestiguado que decirlo era motivo de burla, de apodos, de que nos
llamaran “paisanitos”, “atrasaditos”? Eso sólo había ocasionado que, ante la
resistencia de Merari, le rompieran su ropa: esas prendas no sólo nos dan
identidad, sino que, en sus bordados, se escribe la historia de más de 500
años de resistencia a la colonización. Entonces, ¿qué ganas cuando miras
que tu lengua es sinónimo de burla, que la minimizan, que eso con lo que
aprendiste a nombrar el mundo es para otros sólo un dialecto, un lenguaje
innecesario, al que se exige abandonar?
Dado que aquí en la ciudad no se habla como indios, no se piensa como
indios, dado que en la ciudad son civilizados, aquí no bajaron del cerro, en-
tonces la pregunta cotidiana era: ¿de qué me sirve expresar mi origen, mi
identidad, si para los demás yo represento eso que tanto dicen odiar? Sin
embargo, poder tener acceso a la educación me hizo darme cuenta de la im-
portancia de la representación, de ocupar los espacios que nos fueron nega-
dos; encontrar las huellas de mujeres indígenas en la historia me hizo sentir
que por supuesto nosotras no éramos para nada esos seres ignorantes nece-
sitados de un tutelaje constante ni del Estado ni de los varones de nuestra
familia o comunidad.
Así, durante mi época universitaria, comencé a darme cuenta del someti-
miento que habíamos vivido las comunidades indígenas, de las luchas por
los recursos naturales, por nuestro territorio, y también pude comprender
que territorio no solamente tenía que ver con el espacio geográfico donde se
asentaba la comunidad, sino con todo ese cúmulo de costumbres, rituales,
comida, olores, a los que la academia llama subjetividad.
Entonces, ataviada en huipil y enagua, crucé media ciudad, para desde
mi hogar en la periferia del Estado de México, plantarme fuerte en las aulas
de la universidad, en espacios de estudio, en el mercado, en el metro, y poder
decir: aquí habitan las mujeres nube, las mujeres viento; aquí, en medio del
concreto, del tráfico, vive una binnizá.1
1
Vocablo para designar a la etnia zapoteca.
ZAPOTECA Y LESBIANA: NUEVOS CONCEPTOS DE IDENTIDAD | 235
2. Nguiu2
2
Vocablo en zapoteco para referirse a las lesbianas; se traduce como “machorra”.
ZAPOTECA Y LESBIANA: NUEVOS CONCEPTOS DE IDENTIDAD | 237
menos visible o prefería callar para no ser el blanco de las críticas. Esa maes-
tra me acercó a la lectura, me ayudó a desarrollar mis habilidades para escri-
bir. Un día, por casualidad y coincidencia de caminos, al regresar a casa, la
vi esperando a su pareja: sí, la maestra de español tenía novia y, a mi pare-
cer, esa joven maestra, recién egresada de la Normal Superior, no era tampo-
co una pervertida; era una profesional comprometida con la enseñanza,
estricta pero dulce, amable, inteligente, con conocimientos vastos sobre lite-
ratura, con una respuesta cálida.
No veía en ella una amenaza: ¡cómo verla si se trataba de otra mujer que,
como yo, también sentía atracción por otras mujeres! En unas vacaciones de
verano viajé a Veracruz; a mis 14 años besé por primera vez a una mujer:
sentadas en la playa, ella y yo sabíamos que el mucho cariño que sentíamos
la una por la otra, desde la infancia, en nuestro natal Juchitán, no era sólo un
cariño de amigas, sino el primer amor lésbico. Sin embargo, un sistema que
impone la heterosexualidad, que la coloca como única opción viable y “nor-
mal”, me atrapó, y entonces por años me relacioné con varones.
Se ha considerado que Juchitán es la ciudad en que las mujeres mandan,
donde prevalece un matriarcado. Pero nada más lejano de la realidad: aun-
que las mujeres están más presentes en lo que se denomina la esfera de lo
público, ese imaginario social y cultural en que se nos coloca como amazo-
nas salvajes con potestad suficiente para derrocar un sistema tan bien plan-
tado como el patriarcado ha surgido de una visión externa, de quienes
afanosos van a las comunidades a intentar explicarlas, porque, tristemente,
al interior, se siguen perpetuando violencias que, como dijera Lorena Cab-
nal, mujer maya xinka, representante del feminismo comunitario, vienen
desde muy atrás y son conocidas como patriarcado ancestral.
El miedo de tener en mi familia un padre y tres hermanos en las filas de
la milicia, me obligó a callar mi gusto y deseo por otras mujeres, ¿qué haría
yo si mi papá decidía correrme de la casa o si mis hermanos reaccionaban de
forma violenta? Porque sí, ya los había visto reaccionar de formas violentas
en múltiples situaciones. Así que comencé a vivir dos vidas, por así decirlo.
En una de ellas podía explorar un mundo lésbico. Y, en el deseo y necesi-
dad de explorar mi ser lesbiana, hice lo que Norma Mogrovejo explicaría
238 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
verdad el feminismo era para mí, porque había aspectos que tenían que ver
directamente con mi identidad, mi percepción comunitaria. Hasta ese mo-
mento no había encontrado relación entre el feminismo y mi raíz indígena.
Pronto entendí que había un movimiento amplio de mujeres y que muchas
de ellas, indígenas, no se nombraban feministas, justamente porque encon-
traban racismo en sus postulados. Muchas hemos hablado de la necesidad de
descolonizar al feminismo, de dejar de verlo como un movimiento de muje-
res blancas con acceso a la educación; para ello es necesario hacer uso de la
interseccionalidad, con el objetivo de hablar de contextos muy particulares:
ser mujer, ser indígena y, en mi caso, ser lesbiana. Asimismo, hemos coinci-
dido en que es necesario respetar las posturas de otras compañeras indíge-
nas que han aportado y que deciden no adscribirse al feminismo. Ser
indígena y moverse desde otras trincheras no tendría por qué estar peleado
con el feminismo.
Lesbiana
3. La poesía
4. Indígena
Dicen que nada es peor que haber nacido indígena, pero mi enagua guarda
la historia del mundo, la fuerza de los vientos, el canto suave de las mujeres
nube, el olor a jazmín, la receta del guetabingui, el secreto de los sueños
de mi madre, los caminos recorridos desde que dejé la tierra del sol, el son de
cooperación, el color del adobe adornando mi rostro, el cántaro que le da forma
a mi cuerpo. Entonces me veo al espejo y me digo: aquí habitan todas las
mujeres que me han dado vida, aquí habita la resistencia.
ZAPOTECA Y LESBIANA: NUEVOS CONCEPTOS DE IDENTIDAD | 243
En 2017, tras haber salido de una relación violenta y de meses colapsada por
crisis de ansiedad, depresión y miedo, vio la luz Hierbas contra la tristeza, un
texto en que narro mi experiencia con la depresión y la ansiedad, pero en el
cual también recojo los conocimientos vivos de medicina herbolaria de las
mujeres de mi familia y de mi comunidad; asimismo, en esa obra hago énfa-
sis en la necesidad de crear espacios de sanación para mujeres, en la fuerza
que puede existir en esos espacios, en la importancia de los cuidados y del
autocuidado. Hierbas contra la tristeza no nació como un manual, sino para
compartir la experiencia con el uso de varias hierbas. En aquel 2017, la Feria
del Libro Feminista y Decolonial del Estado de Oaxaca, lanzó su convocatoria
para inscribir ponencias, conversatorios y presentaciones de libros bajo el
lema: “Cuerpo, rebeldía y sanación”. En ese espacio me pareció pertinente
presentar mi propuesta para hablar de mi experiencia.
Tras haber estado en tratamiento psiquiátrico sin mejoría aparente, tanto
a mis ojos como a los de mi familia, una noche llegó mi mamá con ruda, al-
bahaca, romero, alcohol y huevo: “Ahora sí, mijita, te voy a limpiar, ya estuvo
suave de verte así”. Sus palabras me dejaron marcada para siempre, pues en
primer lugar hacían referencia al enorme acto de amor de una madre que ve
a su hija muy lastimada y, en segundo, porque en casa no se acostumbraban
ese tipo de prácticas. Esa noche comenzó a revelarse una parte fundamental
de mi vida. Entre lágrimas mi mamá me narró el feminicidio de mi abuela,
su madre: su primo hermano la asesinó en los campos de Oaxaca; él la acu-
saba de bruja, de haber trabajado a su esposa para evitar que se embarazara.
La acechó por días, mientras ambas acudían a cuidar su siembra; armado
con una pistola, frente a mi mamá, que era una niña de 12 años, le arrebató
la vida a mi Nana Áurea. Tras este acto, se creó en la mente de mi mamá un
estigma en contra de las hierbas y de todos los conocimientos que en mi li
naje materno se habían preservado de generación en generación. A mi abue-
la la mataron por ser una mujer que poseía sabiduría ancestral, lo mismo
curaba de susto que leía la vela de sebo, sobaba y ayudaba a las mujeres a
parir. Mi mamá se quedó huérfana y su vida cambió, pues pronto mi abuelo
244 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
de confianza y amor. Encontré también otras jóvenes que desde esos espa-
cios se enuncian como feministas y están en la lucha por los derechos sexuales
y reproductivos, por la defensa de la vida de las mujeres indígenas, y, aun-
que muchas otras compañeras de lucha indígena no se definen como femi-
nistas y yo sí, hemos encontrado un espacio en común.
8. Cierre…
Referencias
Resumen
249
250 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Introducción
3. Categorías emergentes
superior. Estos temas se han originado por medio del ejercicio profundo de
reflexión durante el trabajo con mi autobiografía.
carrera por medio del puntaje en un examen de ingreso. Me tocó ver tales
experiencias cuando trabajé como maestro en la región serrana: algunos jó-
venes iban a las ciudades con mucha ilusión y en varios casos no quedaban
en la carrera que elegían.
Regresando a mi caso en el bachillerato, como joven indígena fue rele-
vante haber sentido que no pertenecía a ese ambiente educativo. Realmente
fui el único estudiante indígena en el plantel y tuve muchas dificultades para
adaptarme, lo cual se manifestó en mi bajo desempeño académico y propició
que por poco me expulsaran, ya que había acumulado materias reprobadas.
Sin embargo, hice mi mayor esfuerzo y logré regularizar mi situación.
De igual manera, durante el nivel superior tuve muchas dificultades, so-
bre todo económicas. Es importante destacar que inicié mis estudios de edu-
cación superior hace unos 25 años. En aquellos tiempos, en las instituciones
de educación superior no había muchos de los programas de apoyo y becas
para estudiantes indígenas que existen en la actualidad. A pesar de las cir-
cunstancias, empecé mis estudios en la uach, que siempre ha sido de las uni-
versidades públicas más caras del país. Por ejemplo, Figueroa reporta que en
2015 el costo de la colegiatura por semestre en la uach alcanzó hasta los siete
mil pesos por semestre, lo cual contrasta por mucho con los costos de otras
universidades del centro y sur del país. Al término de mi segundo semestre,
me vi en la necesidad de abandonar temporalmente mis estudios, porque no
tenía la manera de pagar la colegiatura; por lo tanto, decidí ingresar al cona-
fe como maestro comunitario por un año. Así, obtendría una beca por tres
años y podría retomar mis estudios.
A pesar de las dificultades, hubo otros elementos que me ayudaron a ter-
minar mis estudios universitarios con éxito. A continuación, desarrollo un
par de ellos:
comunidad rural y me hice acreedor a una beca por tres años. Ahí descu-
brí mi pasión por la enseñanza. Entonces mostré interés por inscribirme
en la Normal para formarme como docente. Coincidió que la licenciatura
que me interesaba (Educación Secundaria con especialidad en Biología)
era vespertina. Así que para cuando regresé de conafe, ya con una beca
mensual, retomé la carrera de Ingeniero Zootecnista, a la que asistía por
las mañanas, y en el turno vespertino comencé la carrera de docente en
la Normal del estado. Así que cursé dos licenciaturas al mismo tiempo. A
pesar de ello la situación en mi hogar seguía siendo difícil, porque mis
demás hermanos también cursaban sus estudios de bachillerato y de ni-
vel superior; dos de mis hermanas sí tuvieron la posibilidad de conseguir
un empleo para estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Respecto de mi experiencia como indígena en el nivel superior, re-
cuerdo que en una ocasión un profesor de Zootecnia platicó conmigo y
me comentó que era la primera persona indígena que él veía como estu-
diante universitario; me dijo que tenía una gran responsabilidad por mi
gente. En el caso de la Escuela Normal, no hubo ninguna experiencia re-
lacionada con pertenecer a un pueblo originario y de igual manera en los
cuatro años de carrera fui el único estudiante indígena.
Un suceso relevante en el nivel superior fue la muerte repentina de
mi padre, en un accidente, un año antes de que terminara mis estudios.
Me dolió mucho porque era mi ilusión que él me viera graduarme; ésa
fue la razón principal por la que él decidió que saliéramos de la sierra y
no pudo ver consumado ese sueño.
Cuando fui asignado maestro en Guadalupe y Calvo, uno de los muni-
cipios más remotos del estado de Chihuahua, viví otras experiencias que
muestran tenacidad y perseverancia. Por las noches estudiaba inglés de
forma autodidacta con unos materiales escritos y audiovisuales que con-
seguí. En aquellos tiempos no tenía internet, así que no podía tomar cla-
ses en línea, por lo que decidí aprender por mi cuenta. Fueron tres años
de estudiar solo casi todas las noches; gracias a ello más adelante pude
AUTOETNOGRAFÍA DE EXPERIENCIAS: FORMACIÓN, DESARROLLO DE LIDERAZGO Y CONSTRUCCIÓN | 263
así como un apoyo más cercano por parte de la universidad hacia las co-
munidades indígenas de Ciudad Juárez. Así surgió en 2014 el Comité de
Apoyo a Estudiantes Indígenas de la uacj. Hemos ido incorporando gra-
dualmente un número mayor de estudiantes indígenas a los diferentes
programas de estudio, al mismo tiempo que realizamos reuniones, talle-
res y encuentros para fortalecer la identidad indígena. De igual manera
los estudiantes indígenas tienen garantizada una beca que los exime del
pago de colegiaturas durante sus estudios.
Otro aspecto que me gustaría resaltar fue mi participación en la crea-
ción del Modelo Educativo Visión 2040 de la uacj, en el cual profesores
con amplio reconocimiento y desempeño nos encargamos de definir el
rumbo que debe tomar la universidad en los próximos 20 años. En mi
caso, representé al Instituto de Ciencias Sociales y Administración (icsa) y
promoví e hice énfasis en que la universidad fortalezca aún más los me-
canismos de incorporación y apoyo a estudiantes de grupos indígenas y
de otros grupos vulnerables.
Es importante destacar que en marzo de 2021 apareció en El Econo-
mista el ranking de universidades. En él la uacj se posiciona como la ter-
cer mejor universidad del noroeste de México y destaca precisamente en
los aspectos de Diversidad e Inclusión (Molina, 2021). Dos semanas antes
de que iniciara el confinamiento por el covid-19, en una plática con el
rector, le mencioné la necesidad de pasar del modelo de incorporar a es-
tudiantes indígenas a incorporar también a más profesores y académicos
indígenas y de grupos vulnerables. Él mostró interés en la propuesta,
pero entramos en confinamiento y ya no hemos podido dar seguimiento
a esa petición.
Con respecto a mi actividad como investigador, he enfocado mi traba-
jo en la educación indígena. Tengo varios artículos publicados y los últi-
mos en revistas internacionales con factor de alto impacto. Esto me ha
llevado a pertenecer al Sistema Nacional de Investigadores. También he
participado como ponente a nivel nacional e internacional y como inves-
tigador visitante en la Universidad de Nueva York.
268 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Conclusiones
Referencias
1
Traducido al español diría: “Ser persona, tener vida y tener pensamiento propio”.
2
Fundadora de Herstóricas, proyecto feminista de divulgación e investigación que reivindica la apor-
tación de las mujeres.
273
274 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
3
El conapred es un órgano de Estado, institución rectora que promueve políticas y medidas tendientes
a avanzar en la inclusión social y garantizar el derecho a la igualdad de todas las personas.
4
Las charlas tedx convocan y brindan plataformas a emprendedores, pensadores y figuras de todas
las áreas para compartir ideas que apasionen, que motiven, que inspiren y llamen a la acción por mun-
dos mejores.
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 275
5
“Ahora que realiza su ofrenda, que la tierra le colme de bienestar”, extracto de las palabras de ofre-
cimiento de un/una majä’äy (principal) en la apertura del Bachillerato Integral Comunitario Ayuujk Po-
livalente de Tlahuitoltepec.
6
Son las deidades que acorde con nuestra memoria, historia y presente nos dan la fortaleza para
afrontar los embates que las circunstancias nos presentan.
276 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
7
Guía y sanador que utiliza y lee el ciclo del tiempo para identificar afectaciones y para sanar.
8
Puede traducirse al español como “el lugar apacible”.
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 277
9
Jä´äxpë, uunk jä´äxpë, muu’kpë, wojpjë´kpë, yikwätspë son denominaciones que reciben las perso-
nas que nos sanan: sobadoras/es, parteras, chupadores, venteros/as y limpiadoras/es, respectivamente.
El nombre está determinado por el conocimiento y oficio de quien ejerce.
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 279
Dicen los que saben que los medios de comunicación comunitaria son un
refugio para las preocupaciones y un aliento para la participación, y lo con-
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 285
Veo en el piso un cartel y leo el mensaje: “Somos las hijas de las mujeres in-
dígenas que no pudiste esterilizar”, colocado al pie del emblemático Monu-
mento a la Revolución, que se encuentra en el centro de la Ciudad de México
(cdmx). Además del cartel hay flores y aromas de copal, elementos que acuer-
pan este encuentro de mujeres indígenas que ocupan y se hacen espacio
dentro de la marcha #8m de 2020. Tiempo emblemático, clave, de colarse por
las grietas; tiempo histórico para que las muchas veces negadas y oprimidas
alcen la voz y retumben en los corazones y memorias de quienes habitaron
y habitan esta gran ciudad, la cdmx. A la diversidad de mujeres nos hizo con-
fluir un alto a la violencia, pero las racializadas como indígenas y afromexi-
canas gritábamos “el feminismo será antirracista o no será”. Mucho hemos
aprendido del movimiento y muchas nos hemos fortalecido con sus princi-
pios, pero faltan también conversaciones para lograr hacerlo un movimien-
to verdaderamente interseccional, integral, incluyente y masivo.
Antes de narrar mi estancia en la cdmx, comparto acciones clave por el
avance de los derechos, llevadas a cabo previamente, en Oaxaca. Después de
mi trabajo en la radio local y en los cargos comunitarios, fui convocada a su-
marme al Encuentro Regional de Mujeres Mixes, en el cual intercambiamos
experiencias de trabajo, visiones y lecciones para avanzar en la participación
de las mujeres en lo público. Este encuentro avanzó hacia la conformación de
la Asamblea de Mujeres Mixes; en la primera etapa fui parte de la comisión
10
Mujer medicina, danzante de luna Teomalma, sacerdotisa guardiana de las tradiciones.
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 289
¿Recuerdas por qué viniste? Yo te conozco como una persona que toma ries-
gos, que le hace frente a la adversidad. Recuerdo cuando me contaste de la
salida de tu pueblo a la ciudad de Oaxaca para estudiar; te aventuraste a un
lugar donde no precisamente hablaban tu idioma, donde no vivían tu cultura,
donde no conocías a nadie, y lo hiciste. Ahora que cuentas con más herra-
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 291
También tuve que hablar con Ximena Andión, quien era mi jefa en ese mo-
mento, y le pregunté si no dudaban de la decisión de escogerme para un
puesto así, a lo que me contestó:
Como dice Gioconda Belli (2006), entendí que “crecer es descubrir capacida-
des que una creía no poseer”. Hoy estoy muy agradecida con las personas
que me han desafiado a asumir y ocupar nuevos espacios; al inicio dudé,
pero con su confianza me inspiraron a seguir, a aportar lo mejor para conso-
lidar nuestra causa: el reconocimiento de nuestros derechos como mujeres y
como pueblos. Hacemos nuestra labor a través de los medios de comunica-
ción, plataformas digitales, espacios públicos, institucionales y académicos,
para potenciar nuestra visión, dignificar nuestras historias y generar espe-
ranzas.
Me fortalecí en esta etapa profesional y personal gracias a diversas redes:
me articulé con asociaciones de migrantes, estudiantes jóvenes, trabajado-
ras del hogar, movimientos mixtos indígenas, redes de mujeres indígenas,
que me permitieron ampliar mis reflexiones y visiones sobre todas las pro-
blemáticas. Recuerdo que con las jóvenes reflexionamos que muchas nunca
cambiamos la dirección de nuestra ine, siempre se quedó con el registro del
territorio de origen, por lo que en tiempos de elecciones regresábamos a
votar a nuestro pueblo. Reconocimos que, aunque aportábamos mucho a la
cdmx, nunca nos asumimos sus ciudadanas, a pesar de los más de cuatro o
292 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
cinco años que llevábamos ahí, porque siempre quedaba el anhelo de regre-
sar a la comunidad.
Con las redes indígenas me di cuenta de que una línea del movimiento
identificaba en la ruta institucional una oportunidad de incidir y, por tanto,
peleaba por el derecho a la participación y representación en el poder ejecu-
tivo o legislativo, y que monitoreaba la asignación presupuestal del anexo 10
para pueblos indígenas, entre otros aspectos, pero fue en la articulación de
las mujeres indígenas donde encontré mi lugar.
Antes de mudarme a la Ciudad de México, identificaba dos articulaciones
de mujeres indígenas: la Alianza de Mujeres Indígenas de México y Centroa-
mérica y la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas. Cuando llegué a la
Ciudad de México, se estaba preparando el Foro Nacional de Mujeres Indíge-
nas, convocado por estas dos articulaciones, y el Programa de Mujeres Indí-
genas, encabezado en ese entonces por Martha Sánchez Néstor.11 El fin era
hacer un balance a 20 años del caminar de las mujeres indígenas organiza-
das, desde su aparición pública con la Ley Revolucionaria de las Mujeres
Zapatistas.
El hallazgo fue que, sin duda, muchas mujeres que habían estado en pri-
mera línea habían desertado de la causa, otras siguieron por la vía institucio-
nal y pocas eran las que le daban vitalidad al movimiento. La razón principal
fue que se esperanzaron en la ley cocopa;12 pensaron que ahora sí, con toda
la fuerza del movimiento indígena articulado en un sólo frente, como el ezln,
el gobierno les iba a hacer caso y con ello terminarían 500 años de violencia,
despojo y más.
La respuesta institucional no fue lo que esperaban, ante lo cual se des-
alentaron y regresaron a lo que anteriormente hacían. Algunas de las com-
pañeras que continúan en el movimiento trabajan con ímpetu, de manera
constante, y otras más participan en eventos coyunturales. Ellas considera-
ron valioso este tiempo, compartieron sus sueños y anhelos. Decían que,
11
Lideresa amuzga de Guerrero que ha promovido diversos espacios de formación, articulación y
participación de mujeres indígenas.
12
Nombre que se le dio a la propuesta de ley de cultura y derechos indígenas, elaborada por la Comi-
sión de Concordia y Pacificación. Se presentó al ejecutivo en 2001, la cual fue aprobada, pero con severas
modificaciones alejadas sustancialmente de la propuesta inicial.
ANDARES DESDE LA DIGNIDAD: IDENTIDAD, PROFESIONALIZACIÓN Y LUCHAS DE UNA MUJER AYUUJK | 293
machismo se filtra por todos lados, pocos son los espacios que fueron permi-
tidos para ellas. Hoy reconocen que desde el espacio de mujeres han fortale-
cido su identidad, han logrado mayor conexión con sus ancestras, construyen
un discurso propio con mirada de género y se fortalecen en espacios de con-
fianza desde ser mujer afromexicana.
Aprecio y valoro que aun con toda la adversidad intensificada en estos
tiempos puedo verlas, reconocerlas, acompañarlas en los nuevos espacios de
participación, diálogo y representación. Gracias, compañeras, por siempre
contagiar alegría, gozo y franqueza. Gracias por hacernos ver que a través
del arte podemos cambiar conciencias. Gracias por resistir, crear y
transformar.
Quiero honrar a las mujeres que han sido mis compañeras y jefas, porque
con su estilo de liderazgo me han inspirado y han afianzado mi convicción
de que he elegido el camino correcto. Gracias a todas las aliadas, compañeras de
camino, en cada charla, encuentro, dilema, contradicción y consenso. Me
han permitido dudar, contradecirme, sopesar entre las creencias de origen
y las adquiridas, afianzarme y clarificar mis convicciones.
Mi llamado es a despertar esa curiosidad genuina, para recuperar nues-
tra memoria; reconocernos, respetarnos y valorarnos. Invito a seguir en
alianza por un feminismo más interseccional y antirracista, vamos juntas
por un movimiento diverso que integre múltiples miradas y valore nuestros
aportes.
Busco, junto con las diversas colectividades, hacer pública nuestra contri-
bución como pueblos y mujeres indígenas, como parte de los grupos históri-
camente excluidos; buscamos poner en duda las creencias predeterminadas;
hacemos frente al racismo y el clasismo; queremos contar muchas historias.
Nunca más una sola historia oficial.
A todas las personas con las que he coincidido en este caminar, gracias
por fortalecerme; por acercar oportunidades para que hoy con más temple,
dignidad y sabiduría siga con la orientación, el acompañamiento y la partici-
pación en las diversas articulaciones y espacios. Mi compromiso sigue sien-
do por la dignidad de las mujeres y los pueblos, para que algún día la
diversidad no sea un motivo de exclusión, sino de reconocimiento.
296 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
13
Forma ayuujk para nombrar a las mujeres mixes.
298 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
responsabilidad para pedir por las personas que amamos, sobre el saludo a
todas las personas sin importar si son cercanas o no, sobre el respeto a nues-
tros sitios sagrados, a las plantas medicinales y a otros elementos. Gracias
por compartir la fuerza de la colectividad y el valor de la vida misma.
Agradezco el hecho de pertenecer a un pueblo, pues en él tengo la opor-
tunidad de vivir la escuela comunitaria, los procesos de enseñanza-aprendi-
zaje a través de las fiestas, la vida cotidiana y, sobre todo, los cargos
comunitarios y espacios de decisión. Gracias a sus conocimientos mantengo,
fortalezco y reafirmo mi identidad como mujer ayuujk.
La sabiduría que en mí ha generado esta combinación de diversas fuen-
tes de conocimientos, desde el caminar comunitario –en la sociedad civil, en
movimientos indígenas, de juventudes, de mujeres, indígenas y afromexica-
nas, en los movimientos feministas y de derechos humanos–, me sitúa y de-
manda mayor responsabilidad para hacer acompañamientos pertinentes,
con perspectiva interseccional y abordando elementos multidimensionales
para disminuir tensiones innecesarias. Como lo ha señalado Victoria Tauli
Corpuz (2006), para proteger los derechos de las mujeres indígenas es nece-
sario un cambio de paradigma que logre ese delicado equilibrio entre la pro-
tección de las mujeres indígenas y el respeto a la libre determinación y
autonomía de los pueblos. Entonces es fundamental nuestra participación
y consulta en espacios clave de decisión para salir fortalecidos en nuestra
permanencia como colectividad, como pueblos indígenas.
Referencias
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res Indígenas (cedaw 2018). Recuperado de: https://ilsb.org.mx/informe
-sombra-sobre-participacion-politica-de-las-mujeres-indigenas-cedaw-
2018/.
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social y desigualdad. Nexos. Recuperado de: https://economia.nexos.
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Rostros y Voces (2008). Ciudadanía y democracia. Sistematización de los apor-
tes e incidencia de las organizaciones civiles al desarrollo local. México:
Rostros y Voces, A. C.
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https://www.sepi.cdmx.gob.mx/censo2020-Lenguasindigenas-cdmx.
vv.aa. (2014). Aportes indígenas para el buen trato entre mujeres y hombres.
Hacia la construcción de modelos de atención a la violencia de género en
comunidades indígenas. Oaxaca: s. e.
XIV.
Introducción
301
302 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Durante los primeros años de mi vida en la comunidad pienso que crecí como
cualquier niña que aprende de su contexto. Crecí en un clima tropical, jugaba
a trepar árboles, ésa era una forma de diversión y de conocimiento del mun-
do que se explora a través de los sentidos; aprendí a reconocer qué árbol es
comestible, medicinal o puede generar algún malestar al cuerpo. Ir con los
familiares a cosechar frutos al campo implicaba un conocimiento del camino,
dónde pisar, dar los saltos, cortar por senderos para llegar al destino.
El conocimiento del medio es importante porque es parte de la seguridad
personal y de los que allí habitan, es decir, saber pisar implica no pasar por
un lugar donde podría haber víboras o que tu presencia asustara a algún
animal. Estar en el terreno, como se le suele nombrar en la comunidad, hacía
que uno aprendiera a guiarse por el sol para tomar descansos, comer o re-
gresar a casa, y no hacerlo en horas en que el calor es sofocante.
Recuerdo acompañar a mis abuelos a la milpa, me parecía divertido, fre-
cuentemente asistía toda la familia; me encantaba jugar con mis primos o tíos
a ver quién terminaba de poner abono a la milpa primero. Cabe mencionar
LA COMUNIDAD HABITADA. LA EXPERIENCIA AUTONARRATIVA DE LA EDUCACIÓN SENSORIAL | 305
que se siembra en forma de surcos; habría que decir que no eran terrenos
planos, tenían una pendiente bastante pronunciada; tocaba surfear las espi-
nas, los mosquitos, las ramas y los animales propios del lugar, pero llegar a la
cima era divertido y satisfactorio. Ahora, en mi vida adulta, creo que estos
aprendizajes me estaban preparando para las tormentas que habrían de
tocarme.
Otra de las experiencias que recuerdo con añoranza y nostalgia es la cor-
ta de café, una práctica que hoy pocas personas realizan en la comunidad. Mi
abuela Hortencia, mamá Tencha, como le decimos de cariño, me llevaba con
ella, nos acompañábamos mi tío, unas vecinas y a veces el abuelo José, Che;
siempre vi esta actividad como un juego, como diversión, aunque en reali-
dad ya estaba trabajando. Cuando mi abuela terminaba con todo el proceso
de molido, me daba mi porción para tomar en casa con mi mamá y mi her-
mano, como forma de pago por la corta del café. En esos momentos, jamás
sentí que estaba siendo explotada; esa mirada de “pobrecito” se exteriorizó
por una idea hegemónica de infancia.
Recuerdo que la abuela caminaba adelante. Ahora entiendo, ella tan sabia,
conocía el camino, me indicaba dónde pisar, cómo hacerlo, puesto que un
paso en falso era una caída a un barranco o algún arroyo o el río, ya que los
terrenos de café se ubican en zona montañosa. Pasábamos todo el día entre
los cafetales; recoger los frutos rojos y ponerlos en los contenedores me re-
sultaba divertido, escuchar al fondo el río, el sonido de los pájaros, las guaca-
mayas, tomar los alimentos sentados bajo las hojas secas respirando
tranquilidad. Tomar un descanso en el columpio que mi tío me hacía con las
ramas de los árboles me daba felicidad; colgarme de las pronunciadas ramas
al estilo Tarzán y dejarme caer al suelo o resbalar sobre las hojas era un jue-
go divertido.
Por otra parte, las formas de interacción y de relación con la naturaleza en
la comunidad forman parte de un modo de vida, de estar y habitar el mundo,
aunque, en la actualidad, hay una cierta tendencia a las prácticas espirituales
de conexión con la tierra desde un enfoque romántico y como un modismo.
Pero aprender de la tierra, también implica hallarse en un estado natural,
entendido como lo espontáneo, incluso como algo instintivo, animalesco. Y
306 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
agradecer. Durante los primeros años de mi vida jugaba a crear mis juguetes
con productos de la naturaleza: hacía paraguas, joyas, objetos, la imagina-
ción ilimitada y la naturaleza proveían de esos recursos para inventar el ju-
guete que queríamos.
A los seis o siete años, jugaba con una vecina debajo de los árboles de li-
mones, los trepábamos y simulábamos que eran nuestra casa; nos comu
nicábamos a través de teléfonos hechos de limones y ramas; cuando nos
encontrábamos en alguna casa, íbamos de compras para hacer comida, cor-
tábamos flores, hacíamos fogatas con las ramas y con el barro preparamos
las tortillas. El juego representaba una forma de imitación de las prácticas
comunitarias. A los 10-12 años, aprendí hacer tortillas; mi madre siempre
recalcó la importancia de que lo hiciera porque era una forma de ser autosu-
ficiente; me resistía a aprender porque quería estudiar la universidad, pero
ella insistía en que ese aprendizaje me daría una forma de generar un sus-
tento. Estas prácticas forman parte del sentido de pertenencia, ya que para
esa edad es un conocimiento que se debe tener en la comunidad. Creo que
como toda cultura, enseña, educa y forma a sus integrantes para generar con
diciones que les permitan desenvolverse en ese mundo.
En aquella misma época, a mi abuela materna la acompañaba a traer el
barro para elaborar ollas, jarros y comales para uso personal y uno que otro
producto para la venta. Dar forma a la cerámica me parecía un mundo des-
lumbrante: la postura de su cuerpo, sus manos, sus gestos, el silencio con el
que tocaba; decía que no podía trabajar cuando estaba enojada porque el ba-
rro siente y las ollas, al momento de la cremación, se romperían o podrían
dejar filtrar el agua.
La educación sensorial comunitaria es parte esencial del aprendizaje de
vida que dota de herramientas y habilidades que me han permitido desen-
volverme en distintos espacios fuera de mi lugar de nacimiento. Algunos ele-
mentos como el juego, la imitación, la exploración y las sensaciones a través
del cuerpo fueron importantes para aprender a vivir en colectividad, pero
también en la propia individualidad, ya que constantemente se hacen prác-
ticas rituales de fortalecimiento al espíritu para una vida sana y tranquila en
su paso por la Tierra.
308 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Soy la segunda de cuatro hermanos. Por razones de salud, dos de ellos murie-
ron. Entonces me tocó ser la mayor. Ahora, el hermano que me queda y yo
compartimos camino, esperanzas, sueños y un linaje. Mi padre fue un joven
soñador y trabajador; como todo ser humano, fue permeado por su sistema
de creencias y prácticas comunitarias, las cuales marcaron una diferencia
entre los hermanos según las condiciones de género. A pesar de ello, aprendí
de mi papá el valor de la palabra; un hombre que acotaba que lo que digas,
lo tienes que cumplir, que la palabra cuenta, te compromete, hay que hacer lo
que dijiste, porque habla el apellido por ti y la persona que eres. A la corta
edad de 28 años, después de su cumpleaños, fue asesinado. Le gustaba can-
tar y montar a caballo, amaba trabajar la tierra y el campo; de allí deviene
mi alegría por la vida, las ganas constantes de estar en relación con la madre
Tierra. Él era hablante de la lengua Cha’kñ’a, sus padres y abuelos también
lo son. Por otra parte, mi madre, una mujer ejemplar, trabajadora y tenaz en
la vida, tuvo que asumir a la misma edad la ardua tarea de educar sola a sus
hijos, aunque, de forma indirecta, con la colectividad del pueblo.
Soy la hija mujer que no esperaban. Desde un principio fui el cuerpo ne-
gado, me parece que como muchas mujeres de distintas geografías: por el
sistema patriarcal, se espera que el primogénito sea un hijo hombre, se infe-
rioriza el valor de la mujer en el seno familiar y también en la comunidad.
Esto sí ha ido cambiando tras luchas históricas de cada mujer en sus comu-
nidades y a lo largo del tiempo. La muerte de mi padre significó un cambio
en la forma en que habría de crecer, mi condición de orfandad ha marcado
mi vida como mujer y como ser humano.
Tanto en la historia familiar materna como en la paterna, soy la primera
mujer en terminar estudios universitarios; eso no significa un reconocimiento,
puesto que quizá las expectativas de algunos integrantes estaban en la repro-
ducción de la familia, en la función que rompí cuando decidí tomar los estudios
y no el matrimonio. Elegir un camino diferente dentro de la norma comunita-
ria según las reglas preestablecidas, como toda ruptura, implica cuestiona-
mientos, ser juzgada, señalada y desvalorizada por las elecciones de vida.
LA COMUNIDAD HABITADA. LA EXPERIENCIA AUTONARRATIVA DE LA EDUCACIÓN SENSORIAL | 309
instinto: si la distancia era larga y era preciso andar el camino por alguna
situación familiar, debía prender fuego o acompañarme de una lámpara en
los días en que el servicio eléctrico dejaba de funcionar –algo que no era
impedimento para continuar y transitar la oscuridad–. A veces tocaba cami-
nar en la noche; de eso saben mucho los campesinos que cuidan la milpa de
tlacuaches y animales que se comen el maíz. Algo así también pasaba cuan-
do todos en mi familia íbamos a pescar, solos, frente al río extenso, el cielo
inmenso y el silencio de testigo, unos con la red, otros recogiendo, con una
lámpara que apenas alcanzaba a dar luz para ver los peces que caían. Después
de un largo rato en el agua, el cuerpo empieza a sentir el temblor, los pies
bajo el agua son la guía: hay que aprender a confiar en el camino, en los pa-
sos que das, porque un paso en falso y te caes, pero allí aprendes que a veces,
aunque estés acompañado, nadie dará el paso por ti. Haber caminado por los
ríos, las veredas, las espinas, me enseñó a quitarlas o a construir nuevas vías
y seguir el camino; también que a veces el aprendizaje conlleva dolor, pero
hay que recorrer el sendero llamado vida.
Al cumplir los 18 años, junto con mi madre tomé la decisión de estudiar una
carrera universitaria. Desde niña tuve habilidades para el estudio y había
forjado una trayectoria de dedicación y constancia; mi mamá confiaba en
mis capacidades para lograr los estudios superiores. Por un momento dudé,
no de mí, sino de las condiciones económicas que no estaban a favor. Recuer-
do que en ese tiempo le dije a mi madre que, como muchos paisanos y mexi-
canos, quería irme de ilegal a Estados Unidos a trabajar y ahorrar para
estudiar. Con un rotundo “no”, ella me negó el permiso, el apoyo, pues des-
confiaba de las cosas que se decían o se veían en el pueblo en los casos de
algunas mujeres de mi edad, quienes en Estados Unidos habían terminado
por tragarse sus ilusiones y sus sueños para entregarse al trabajo, a crear
una familia, o bien al mundo de la diversión.
312 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
Mi ser errante en constante búsqueda para dar forma y voz a lo que para mí
es vivir, estar, relacionar y crear en el mundo, me ha permitido identificarme
LA COMUNIDAD HABITADA. LA EXPERIENCIA AUTONARRATIVA DE LA EDUCACIÓN SENSORIAL | 317
con una condición que acepto: la de viajera, viajar como una forma de apren-
der, de explorar, de descubrir de lo que es diferente y lo que es común. Haber
emigrado para estudiar fue una puerta de autoconocimiento que considero
como principio para los tejidos relacionales. La autoexploración nos permite
saber qué somos y desde dónde estamos enunciándonos. Llegué a la ciudad
y era la primera vez que me tocaba vivir fuera de mi pueblo natal. Fue un pa-
saje desafiante, pero me dio la oportunidad de cuestionarme, de re-pensarme,
de des-pertenecer y saber cómo quiero pertenecer.
En 2010 recibí una beca de la Secretaría de Educación Pública (sep) para
tomar un curso de verano del idioma inglés en Canadá; se otorgó el apoyo a
los mejores promedios de esa generación. Fue la primera vez que estuve en
el extranjero y que convivía con un idioma que me era ajeno. Uno de los
aprendizajes de esa experiencia que mejor recuerdo fue haber compartido
con una familia de pensionados de Filipinas y una chica coreana. Todos los
días en Canadá para mí había descubrimientos totales: observaba con ojos de
asombro, con una mirada abierta. Me parece que el viaje tiene la potencia
de develar y confrontar con las certezas que se suelen tener, con las creen-
cias, con las dudas, pero a la vez tiene la potencia de hacer confiar en los
procesos de autoexploración y autonocimiento frente a lo diferente.
El lente con que he querido enfocar las distintas realidades que veo y me
acontecen está orientado hacia los procesos de colectividad, de relaciones de
fraternidad y solidaridad. Mi estancia en esa casa me enseñó a valorar y cui-
dar el agua, por ejemplo, pues tienen todo un sistema de manejo de ese ele-
mento, así como tienen cuidado con el ahorro de la energía eléctrica. Creo
que, cuando estás abierto a aprender de los demás, todos somos aprendices
y maestros.
En 2019 estuve en Guatemala compartiendo y aprendiendo de la medici-
na maya con sabios y conocedores del tema. Una de las prácticas ancestrales
de ritualidad y espiritualidad en la que estuve presente fue la ceremonia con
el elemento fuego, espacio de puente y apertura entre el mundo terrenal y
cósmico. Los mayas se han caracterizado por ser grandes contadores del
tiempo, uno que no corresponde a un tiempo lineal, sino a una idea espiral.
Recuerdo aquella madrugada en que me despertaron para acompañar una
318 | CAMINARES COMUNITARIOS Y ACADÉMICOS
3. Corporalidad de lo común
Referencias
Gieco, León (1978). Sólo le pido a dios. Mercedes Sosa (Intérprete). Recupera-
do de: https://youtu.be/SIrot1Flczg.
Mateo, N. (2017). Hacer siendo común: Educación comunitaria en los chatinos
de Tataltepec de Valdés, Oaxaca (tesis de maestría). Universidad Pedagó-
gica Nacional, Unidad Ajusco, México. Recuperado de: http://200.23.113.
51/pdf/33445.pdf.
Rivas Flores, J. (2012). La investigación biográfica y narrativa: el sujeto en el
centro. Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, Materiales de
apoyo a la investigación educativa. Recuperado de: https://ebevidencia.
com/wp-content/uploads/2012/07/In-Biografica-Narrativa-RIVAS-FLO-
RES.pdf.
Reflexiones finales
YASMANI SANTANA COLIN
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