Masculinidad Como Dispositivo de Poder

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1CLASE

MASCU
LINI CURSO
VIRTUAL

DADES
CLASE 1 | INTRODUCCIÓN

LA MASCULINIDAD
COMO DISPOSITIVO DE PODER
La presente clase tiene como propósito talan como una dinámica social dominante,
abordar aquellos contenidos que nos ayu- no a través de la imposición, sino desde el
dan a comprender cómo nuestra sociedad, consenso y la naturalización de un deber
sus instituciones y sistemas de valores, ser. En este sentido, la noción de masculi-
construyen y legitiman determinados mo- nidad hegemónica permite hacer visible las
delos masculinos. Los mecanismos sociales diferentes maneras en que la inequidad de
implícitos, que hacen de la masculinidad género se instala como una práctica social
una forma específica de hegemonía, se ins- cotidiana y difícil de detectar.

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Cuando hablamos de género, nos referimos a los comportamientos
y atributos que la sociedad considera deseables y esperables según
el sexo asignado al nacer. A partir de esta definición se atribuyen
roles y características que influyen en casi todos los aspectos de
nuestra vida, y es por esto que cuando decimos “género” no nos
estamos refiriendo a la diferenciación entre masculino o femenino,
varón o mujer, sino que hablamos de un “sistema de organización
social de los cuerpos” que, además de ordenar, facilita o dificulta
tipos de experiencias para cada cuerpo. Que el género sea un siste-
ma significa que atraviesa procesos culturales, históricos, sociales y
CONCEPTO DE GÉNERO

políticos, en los que puede reproducirse o transformarse.

Esta definición evidencia la importancia de la construcción social


y cultural que, a partir de los diferentes procesos de socialización,
define las características emocionales, afectivas, intelectuales, así
LA IMPORTANCIA DEL

como los comportamientos y conductas que cada sociedad asigna


como “propias” y “naturales” a los géneros, según los criterios y va-
lores de los distintos grupos humanos.

El género como categoría analítica es una herramienta teórica


que nos permite comprender cómo se definen los estilos de vida,
y nuestras maneras de existir y de habitar el mundo. Por eso es
importante pensar en los procesos que intervienen en la cons-
trucción subjetiva de la masculinidad desde lo cotidiano, lo micro,
los cuerpos, las formas de establecer vínculos y las formas de ser
padres, hijos, hermanos, amigos, compañeros, etc.

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La perspectiva de género es una forma de ver el mundo que con-
templa y da cuenta de las relaciones de desigualdad que existen
entre los géneros en los distintos ámbitos del orden social y de
la vida de las personas. Ese tipo específico de mirada nos permi-
te identificar panoramas y problemas generales en el ámbito de
la educación, y funciona como herramienta para pensar qué co-
nocemos de la realidad (problemas teóricos) cómo la conocemos
(problemas epistemológicos) qué relaciones de poder existen en
el desarrollo de esos conocimientos (problemas políticos) y qué
acciones desarrollamos para conocer (problemas metodológicos).

De este modo, podemos diferenciar lo biológico o anatómico (el


sexo), del consenso social que relaciona a los cuerpos con pene
con la masculinidad, convirtiendo a esos sujetos en varones, y a
los cuerpos con vulva con la feminidad, configurando a esas suje-
tas como mujeres.

“Cuando se introduce la perspectiva de género, suele afirmarse que


nacemos con un sexo y, en base al mismo, se nos asigna un gé-
nero (...) pero existe una forma alternativa de explicarlo: los seres
humanos nacemos con diferentes características corporales, como
resultado de procesos que sí son biológicos. Sin embargo, es la cul-
tura en que nacemos la que hace de las diferencias genitales LA
DIFERENCIA que nos clasifica y divide entre machos y hembras.
Esta clasificación entre machos y hembras, entonces, no es un mero
hecho biológico, sino una interpretación cultural que hace que toda
la variedad de cuerpos sea reducida a dos únicos sexos” Chiodi, A.,
Fabbri, L. y Sánchez, A. (2019) Varones y Masculinidad(es).

En esa interpretación opera el género como dispositivo de poder,


como estructurador de los cuerpos y subjetividades, trama que de-
fine lo que debemos y podemos sentir, desear y hacer en el marco

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de una estructura binaria. Repensar esa categoría, darle visibilidad
como marca, y poner en evidencia la conformación de sus guiones y
jerarquías es lo que se llama tener una mirada de género y nos per-
mite interrogarnos acerca de cómo, por qué y en qué términos se
establecen relaciones de poder asimétricas entre mujeres, varones,
identidades trans, gays, lesbianas, queer, intersex, y toda forma de
existir que no represente la afirmación de la norma.

Las diferentes maneras de habitar nuestros cuerpos lejos está de


ser una cuestión natural; nuestra existencia, la mayoría de las ve-
ces, se inscribe en las exigencias y mandatos que se deben cumplir
cuando se asigna el género de las personas. En esta posibilidad
radica la potencia del concepto dejando en claro que las relaciones
sociales entre varones, mujeres, y otras identidades de género y
orientaciones sexuales de nuestra sociedad, son relaciones des-
iguales y jerárquicas.

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“La masculinidad en singular (cisgénero y heterosexual) es un dis-
positivo de poder que opera mediante mandatos, es decir, con-
juntos de normas, prácticas y discursos, que de ser asumidos de
forma más o menos “exitosa”, asignan a los varones una posición
social privilegiada respecto de otras identidades de género” Chio-
di, A., Fabbri, L. y Sánchez, A. (2019) Varones y Masculinidad(es).

Este tipo de masculinidad se define como normativa e implica la ma-


nera en que se les enseña a los hombres cómo deben comportarse,
qué tienen que pensar y cómo tienen que manejar los sentimientos.
Son mensajes, mandatos y roles, que se incorporan (in-corpore, es de-
cir, portan en sus cuerpos) desde que nacen y durante todos los días
COMO DISPOSITIVO DE PODER

de sus vidas, a través de los distintos procesos de socialización, y que


buscan mantener el dominio y los privilegios masculinos.

Estos mandatos son posibles, y habilitados, porque se enmarcan


MASCULINIDAD

en la configuración social en la cual estamos inmersos: la sociedad


cisheteropatriarcal.

La masculinidad es un concepto moderno, que no ha existido des-


de siempre, ni en todas las culturas. La masculinidad no es estáti-
ca, ni atemporal, es histórica. “Si se puede definir brevemente, es
al mismo tiempo la posición en las relaciones de género, las prác-
ticas por las cuales los hombres y mujeres se comprometen con
esa posición de género, y los efectos de estas prácticas en la expe-
riencia corporal, en la personalidad y en la cultura” (R. W. Connel:
1995). En ese sentido, es imprescindible que problematicemos la

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masculinidad en singular como un dispositivo que produce y re-
produce relaciones desiguales de poder.

Las masculinidades en plural, en cambio, dan cuenta de que pue-


den existir diversas formas de ser varones, e incluso, diversas iden-
tidades masculinas, como ya mencionamos: personas no binarias,
lesbianas o mujeres que se identifican y expresan desde una apro-
piación singular de la masculinidad. Es decir, hablar de masculinida-
des en plural supone habilitar distintas expresiones de género que
performan identidades que se autoperciben como masculinidades,
más allá de su genitalidad.

La perspectiva de género nos propone problematizar la mascu-


linidad en singular para desarmar los mandatos, roles de género
y pactos de complicidad machista sobre los que se reproduce la
desigualdad estructural del patriarcado.

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El sentido de la hegemonía radica en la eficiencia de un dispositivo
que construye símbolos y un conjunto de prácticas que se constitu-
yen en cualidades aceptadas y legitimadas por el resto de los colecti-
vos. La masculinidad hegemónica se impone, privilegiando a algunos
varones, asociándose con ciertas formas de poder, determinando
modelos “exitosos” de “ser hombre” y, simultáneamente, marcando
MASCULINIDAD HEGEMÓNICA

otros estilos masculinos como inadecuados o inferiores. Este modelo


ideal otorga los fundamentos y razones a los procesos de socializa-
ción que están presentes en nuestra sociedad.

“El término masculinidad puede resultar huidizo y complejo. Muta,


se desplaza y reconfigura sus límites constantemente. Aún así, se
puede identificar cierta versión que se erige como norma y produce
socialmente las fronteras de lo que se espera de los sujetos na-
cidos con pene. Toda versión de masculinidad que no se corres-
ponda con la dominante sería equivalente a intentos más o menos
frustrados de ser varón. El modelo hegemónico produce una sub-
jetividad masculina normal vinculada con la fuerza, la potencia, lo
activo y, fundamentalmente, encarnada en un cuerpo considerado,
EL MODELO DE

desde el punto de vista biológico, masculino (portador de un pene).


A pesar de que ese modelo delimita, en gran medida, los espacios
dentro de los que se puede mover un varón, sus fronteras no son
estables y necesitan rehacerse constantemente” (Sánchez, 2015).

Es importante resaltar dos elementos del funcionamiento de la


hegemonía: el primero es el hecho de que ésta se realiza más como
consenso social que como imposición; y el segundo elemento es

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que, para fortalecer su capacidad, el poder hegemónico incorpo-
ra constantemente elementos de las subalternidades que puedan
resultarles problemáticos para la reproducción de su autoridad. De
ahí que la masculinidad hegemónica adquiera distintas caracte-
rísticas en distintos momentos históricos. Tal vez, el modelo de la
masculinidad hegemónica actual no tiene que ver con un “macho
tradicional” que espera tener la comida servida en la mesa cuando
vuelve del trabajo, no besa a sus hijas e hijos y acosa mujeres por
la calle. Como ejemplo podemos mencionar que hoy encontramos
masculinidades más comprometidas con el cuidado y la estética
de su cuerpo (cosas que en otro momento eran consideradas de
mujeres o LGTBI+). Ahora bien, esto no quiere decir que la mas-
culinidad como dispositivo de poder deje de operar subordinando
y estableciendo desigualdades en nuestra sociedad. La importan-
cia del concepto de masculinidad hegemónica es que nos acerca
siempre la pregunta por el poder: ¿Quién lo detenta, como se con-
solida, sostiene y reproduce?

Los guiones y tramas normativas de la cultura exaltan un tipo de


masculinidad sobre muchas otras posibles. Toda versión que no se
corresponda con esa norma o guión hegemónico, será colocada en
un lugar de inferioridad. La premisa inicial para ser reconocidos y va-
lorados socialmente como sujetos posibles de ejecutar y habitar una
masculinidad deseable, es que hayan nacido con pene y testículos,
hayan sido asignados como varones al nacer, y se identifiquen de
este modo. Pero, además, se espera de ellos que sean heterosexua-
les, es decir, que orienten su deseo sexual hacia mujeres cisgénero
nacidas con vagina y vulva. A partir de allí comienzan a desplegarse
una serie de guiones, jerarquías y mandatos, que no dejan de buscar
articular constantemente una supuesta ligazón “natural” entre esa
asignación inicial, el deseo heterosexual y ciertos comportamientos,
afecciones y actividades que se naturalizan en esta tríada.

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Invisibles

Una de las características fundamentales de la


masculinidad es su invisibilidad. Lograr que los
varones puedan pensarse como sujetos que encarnan
el conjunto de normas, valores, expresiones, roles y
funciones, que definen lo que debe o no ser un varón
en nuestra sociedad, debe ser nuestra tarea principal
al momento de pensar en la incorporación de la mirada
sobre masculinidad en nuestros abordajes de género.

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Lo que conocemos como feminidad y/o masculinidad, entonces, son
construcciones sociales realizadas sobre la base de estereotipos de
género elaborados a partir de una interpretación dicotómica de las
personas según el sexo asignado al nacer.
GUIONES Y NORMAS DE GÉNERO

Los estereotipos de género son imágenes construidas social e histó-


ricamente, que establecen aquello que se espera de la mujer y el va-
rón. Los estereotipos no solo se piensan en términos binarios sino que
sirven para invisibilizar, negar y sancionar, todas aquellas acciones,
personas, roles y funciones, que no se ajusten al modelo normativo
vigente en determinada sociedad. En este sentido, es que han sido
elaborados en base a prejuicios, actitudes y creencias aplicadas a to-
das las mujeres y varones, e intervienen en la construcción social de la
identidad de las personas. Los estereotipos se tornan sumamente ne-
gativos cuando su aplicación funciona como un encorsetamiento que
impide el desarrollo de las personas, y establece jerarquías de subordi-
nación de las mujeres respecto de los varones (y de los varones entre
sí), que niegan a las personas el ejercicio pleno de sus derechos.
ESTEREOTIPOS:

Desde que nacemos, la cultura, el lenguaje y la vida afectiva, in-


culcan en todas las personas ciertas normas y valores profunda-
mente arraigados en la sociedad, dados como naturales, y que por
lo tanto, no se cuestionan. De un modo no consciente, por medio
de la educación formal e informal, vamos aprendiendo y reprodu-
ciendo en nuestro andar cotidiano estas representaciones, que se
incorporan a nuestras vidas, se adecuan a nuestros cuerpos y se
transmiten a la mayoría de los sujetos que integran la sociedad.

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Para entender mejor este proceso debemos definir lo que es el
patriarcado y sus implicancias. El patriarcado es un sistema de
dominio institucionalizado, que mantiene la subordinación e in-
visibilización de las mujeres, y todo aquello considerado como
“femenino” respecto a los varones y lo “masculino”, creando así
una situación de desigualdad estructural. Las estructuras socia-
les, inmersas en un sistema patriarcal, donde se considera que los
hombres deben tener el poder, son las encargadas de construir
un modelo de femineidad distinto al de masculinidad, donde las
mismas actitudes son calificadas/valoradas de manera diferente
cuando las realiza un varón o una mujer. Esto quiere decir que
los aspectos identificados con la masculinidad se encuentran so-
brevalorados socialmente en relación con aquellos asociados a la
feminidad, estableciendo jerarquías y relaciones.

En esta construcción, han sido identificados con la masculinidad,


aspectos y actitudes relacionadas con lo racional, lo activo, la par-
ticipación pública y el ejercicio del poder. Mientras que las mujeres
resultaron proyectadas hacia el otro lado, identificadas con lo irra-
cional, lo pasivo, la emotivo, la naturaleza o la sensibilidad.

Todas las personas, en mayor o menor grado, somos reproductoras


de estos estereotipos. Se trata de valores sociales propios de la cul-
tura en la que nos han criado y educado, cuya base de aceptación
social se encuentra en la promoción y reproducción de ciertas ideas
generalizadas de cómo deben (o deberían) habitar los cuerpos, tanto
los varones como las mujeres.

Resulta fundamental, en primer lugar, visibilizar cómo y en qué


situaciones los varones cis heterosexuales construyen, alteran o
reproducen estos estereotipos: ámbito familiar, trabajo, pareja,
amigas, amigos, ámbitos de recreación, etc.

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Para ser reconocidos en una sociedad que valora los atributos
masculinos, los varones deben demostrar, en todos los ámbitos,
que son capaces de encarar la vida con una actitud autónoma,
segura, agresiva, valiente y fuerte. La masculinidad hegemónica
se construye cuando los varones se asumen, voluntariamente,
como seres capaces de responder fielmente a estas demandas del
patriarcado. La desobediencia de estos mandatos representa un
costo para los varones que no cumplen con la representación de la
expectativa puesta sobre ellos.

El sistema patriarcal se apoya en las estructuras sociales para ga-


rantizar la transmisión de este sistema de valores de generación
en generación, a través de usos, costumbres, tradiciones, normas
familiares, prejuicios y hábitos sociales, que aprendemos a través
de un sutil pero eficaz proceso de socialización. Como ya mencio-
namos, el “ser masculino” o “el ser femenino”, es una construcción
social que involucra al individuo socialmente, indicando cómo re-
lacionarse, sentirse, expresarse e identificarse, por lo que, induda-
blemente, actuar conforme al rol de género afecta nuestro ser co-
tidiano íntimamente. Esta idea supone pensar en profundidad las
implicancias de ser o no ser varón, o mujer, en nuestra sociedad,
en términos que involucren la distribución de responsabilidades,
obligaciones, privilegios, derechos, etc.

Para que el cambio de las relaciones de género sea posible debe


implicar una verdadera reconstrucción de lo masculino, y que no
quede en una promesa que no contribuye a modificar las des-
igualdades estructurales. Pensar críticamente cómo se construye
la figura del varón, y el lugar que tiene, es una manera de promo-
ver una ruptura con el cerco patriarcal que determina el ejercicio
de la masculinidad como una posición de poder.

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Los mandatos representan una orden expresa y explícita que otor-
ga sentido a una manera de existir. La masculinidad hegemónica
se encarga de elaborar estos sentidos a partir de lo que nuestra
sociedad define como normativo, bueno, ordenado y recomenda-
LOS MANDATOS DE LA MASCULINIDAD
HEGEMÓNICA COMO REGLAS MATRICES

ble para los varones; pero también engloba lo que en ellos se con-
sidera inadecuado, desordenado o desechable. De este modo, el
ideal de masculinidad es un referente construido y condicionado
por los mandatos.

El varón como proveedor:


En nuestra sociedad sigue vigente la exigencia de ser proveedo-
res, mandato que “obliga” a los varones a ser el “jefe de familia”,
el que “lleva el sustento a la casa”, el que “mantiene a la familia”.
El varón tiene la responsabilidad de garantizar el bienestar eco-
nómico propio y de aquellas y aquellos que “están a su cargo”.
Los hombres se deben al trabajo, y su capacidad de constituir una
familia y hacerse responsable se deriva de la posibilidad de ser
proveedor del núcleo familiar.

Esta situación le permite al varón gozar de ciertos privilegios


como: ocupar los espacios públicos, no responsabilizarse de las
tareas de cuidado y crianza, administrar los recursos económicos,
y gozar de prestigio y reconocimiento.

Por otro lado, de esta forma se constituyen jerarquías ordenadas a


partir de la manera en que el varón cumple con este mandato. Pero

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a una importante proporción de varones, su trabajo remunerado, en
las condiciones actuales, no les permite cumplir como proveedores,
lo que supone faltar a una de sus principales obligaciones.

El deber de proteger:
Es un mandato que le impone al varón cis la responsabilidad de
proteger a las personas vulnerables: niñas, niños, etc., pero en es-
pecial a las mujeres. Los cuerpos de los varones son fuertes, los
que defienden o protegen de la agresión, pero esos mismos cuer-
pos pueden agredir a aquellas o aquellos que están a su cuidado.
Este mandato permite a los varones cis gozar de libertades como:
habitar sin restricciones los espacios públicos, la autonomía, el de-
recho al control y el poder de decidir sobre aquellas y aquellos que
se suponen más vulnerables.

Aquellos varones cis que no pueden cumplir con esta función su-
fren el desplazamiento, la marginación y el no reconocimiento
como pares.

Las obligaciones en la sexualidad activa:


La genitalidad tiene un rol central porque es sinónimo de virilidad.
Se habilita al varón cis a vivir su sexualidad libremente, ponien-
do en juego la potencia viril ante la mirada de las demás perso-
nas. La mirada heterosexista es una de las formas de entender el
mundo más arraigadas en nuestras identidades. Esa masculinidad
dominante se caracteriza por la centralidad de la heterosexua-
lidad como mandato, conjuntamente con una activa sexualidad
que se corresponda con el ejercicio viril de ese modelo masculino.
La hombría puede probarse en la práctica sexual con las mujeres
como un registro de importancia vital para demostrar atributos.

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Elizabeth Badinter (1994) afirma que la característica distintiva de
una verdadera masculinidad contemporánea es la heterosexuali-
dad, convirtiéndola en un fenómeno que aparece como “natural”.
Es decir, la sexualidad es una prueba central de la identidad mas-
culina, de cómo y con quién se tiene sexo.

Quien no cumpla con el precepto quedará excluido de la grupalidad


masculina, lo que genera presiones y obligaciones para ser y perte-
necer. En este sentido, el deseo es regulado y construido para seguir
sosteniendo la supuesta complementariedad del par varón-mujer,
no habiendo lugar para las prácticas no heterosexuales.

El privilegio que otorga este mandato se centra en la posibilidad


que tiene el varón de vivir sin restricciones su sexualidad lo que
también representa, en ocasiones, un riesgo para su propia salud.

La autosuficiencia:
Se espera que el varón resuelva cuestiones relativas a su perso-
na y a las del resto, esta suficiencia se basa en la suposición de
que es poseedor de las cualidades de racionalidad y autodeter-
minación. Esta situación condiciona la manera en que los varones
construyen sus vínculos, generando la imposibilidad de construir
una intimidad donde se muestren vulnerables, necesitando de las
demás personas. Esto complica la capacidad para pedir ayuda, y
puede fomentar un sentimiento de soledad. Las ventajas de este
mandato se ven, claramente, en los ámbitos laborales, donde se
les otorga mayor valor que, por ejemplo, a las mujeres, ya que se
valora esta cualidad como un elemento necesario para el liderazgo
y el trabajo productivo.

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Es muy importante poner en evidencia que gran parte de los reco-
rridos biográficos de los varones están atravesados por narrativas
de género y por los mandatos de masculinidad. En segundo lugar,
A MODO DE CIERRE

pero no menos importante y relacionado con este elemento, está


la idea de que, como son productos de esas narrativas, los varones
también son víctimas del modelo de género normalizante. No hay
dudas que esto es así, y que el ejercicio de esa masculinidad nor-
mativa, produce costos y efectos negativos sobre la subjetividad y
los cuerpos de los propios varones que ejercen esos mandatos; sin
embargo, no hay que pensar los efectos en términos aislados, sino
en relación a los privilegios y sobre todo en términos relacionales.
Sin duda, podemos ser víctimas de esos mandatos, pero debemos
pensar que ser “víctimas” por ocupar posiciones de privilegio no
funciona del mismo modo que quien ocupa lugares de exclusión.

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Dirección de Promoción de Masculinidades
para la Igualdad de Género

Director Ariel Sanchez


Nicolás Pontaquarto
Vicente Garay
Martín Alessandro
Federico Vallejos

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