Perdóname Padre Porque He Pecado
Perdóname Padre Porque He Pecado
Perdóname Padre Porque He Pecado
Por las noches mi corazón late inquieto y me tiemblan las manos. Ahínco
mis rodillas en el suelo de piedra y rezo.
Me acerqué a ella un día. Era una joven de ojos vacíos y piel tan oscura
como mi sotana. No sonreía padre, no parecía feliz como estaba.
Por eso supe en el exacto momento que la vi, aquella pobre criatura
necesitaba ser consolada.
Entonces ella me miró, su expresión tan negra como el iris de sus ojos.
Sé lo que es un abismo cuando veo uno padre, y ella estaba a punto de
hundirse gustosamente en el suyo propio. Como si fuese la salvación
idónea.
Ella me observó por segunda vez entonces, su mano todavía en la mía, los
ojos en busca del significado de mis palabras. Intentando ver allí la excusa
perfecta para caer en el abismo de su interior.
Recé por ella cada noche de la misma forma que hacía por los demás. Recé
para que volviese a la iglesia.
Por eso me arrodillo ante ti una vez más. Porque no puedo hacer más que
esto.
Rezar.
Y rezar.
Y rezar.
Hasta que ella desvanezca de mi cabeza, y mi corazón busque tu sabiduría
antes que a ella.
Pero padre... Me duele. La herida en mi interior ahora tiene nombre.
Se llama Marissa.
Capítulo 8
Padre,
Y ella me sonrió. Después de dos años enteros sin verla fue lo primero que
hizo tras encontrarme en el centro de la iglesia.
Pero algo fallaba en aquella sonrisa. Lo noté una vez ella se detuvo delante
de mí, con los brazos cruzados.
Aquellos ojos negros seguían ocultando el abismo que vi allí hace dos
primaveras, incrustado en sus pupilas.
—Mi hermana se va casar.— Ella empezó con la sonrisa aún en los labios.
—Yo la estoy ayudando a organizarlo todo.— Fue lo que me explicó aquel
día.
Cada palabra que salía de sus labios era una plegaria en contra de su
voluntad. Me preguntaba con alegría las fechas disponibles en la Iglesia
para realizar la boda.
Mas padre, la alegría era tan fingida como la sonrisa que se empeñaba tanto
en mostrar al mundo y enseñármela a mí. Luego a mí padre. Que había
visto infinitas sonrisas y presenciado mares de lágrimas.
Quizá quisiera que la salvara de alguna forma, pero Padre, yo no tenía ese
poder.
Mis manos no estaban hechas para abrazarla, ni mis labios para adorarla.
Mi boca solo profesaba palabras de la Biblia para apaciguar sus desdichas.
Y sin embargo, no eran las palabras que Marissa tanto necesitaba escuchar.
No adrede al menos.
Había más almas que consolar aparte de ella, y mi deber como sacerdote era
velar a todas por igual.
Favoritismo nunca había sido una opción. Porque si lo fuera…. Mi tiempo
pertenecería entero a ella.
Y solo a ella Padre.
Capítulo 13
Padre,
Yo lo noté.
—¿A qué hacen buena pareja Padre?— Me comentaba con la sonrisa más
triste que tuve la casualidad de ver. Ella no se daba cuenta de ello, pero sus
labios temblaban al hacerlo.
Y yo me vi incapaz de confesar este hecho a ella.
No cuando se esforzaba tanto en parecer feliz delante de mí. Y delante de ti
también Padre.
Pero, mi deber como sacerdote era escuchar y hacerla entender tus palabras.
No preguntarla a dónde duele para buscar formas con las que curarla.
Era más que evidente para mí que ella no creía en lo que yo profesaba.
Mis sermones la hacían bostezar cada vez que los oía. Nunca traía una
Biblia consigo u compartía alguna con los feligreses. Ella ni siquiera se
molestaba en prestar atención a mis palabras.
Creyendo, inocente de mí, que yo lo hacía por vocación. Velar por ella con
la mirada, prestar atención hasta a los mínimos detalles.
Observar sus movimientos, y ofrecer mi mano cada vez que necesitara
ayuda para levantarse cuando no podía hacerlo por si sola.
Ella me hizo infinidad de preguntas aquel día. ¿Qué por qué yo era un cura?
¿Qué sentido tenía la vida? ¿Qué por qué muchas personas eran felices y
otras tantas sufrían?
¿Qué si Dios tenía la respuesta para todas las preguntas? y ¿Perdonaba a los
hechos más inconfesables?
¿Por qué?
¿El celibato era obligatorio?
¿Vestir el traje de sacerdote no era incómodo?
Y tantas preguntas más que no alcanzo a recordar señor. Pero escuché a
todas ellas con paciencia. Sin embargo, no tuve la ocasión de responder a
ninguna.
Marissa no esperaba una respuesta de todas formas, los dos lo sabíamos
muy bien. Ella apenas buscaba una forma de evadirse, y yo terminé siendo
la distracción perfecta.
El amigo que ella necesitaba en aquel entonces.
Y Marissa para mí fue, la ayuda necesaria con los críos del orfanato.
Capítulo 16
Padre,
Sin embargo, los niños no fueron amables con ella de la forma que era yo.
Muchos la miraban con asombro y tantos otros se reían por lo bajo. Los más
descarados decían lo gorda que era sin tapujos, pero Marissa no pareció
afectada.
Disciplina era una de las cosas más importantes que yo, como siervo de
Dios, debería de enseñarles.
Amabilidad y consideración también.
Y era, por desgracia, algo que a los críos les faltaban.
Algo que yo como sacerdote fallé en enseñarlos.
Era el precio justo por mi error, por eso seguí arrodillado de aquella forma
el resto del día.
Lo segundo que olí luego del fuerte olor a incienso fue el aroma a lavanda.
La esencia impresa en mi olfato cada vez que ella se acercaba.
Su marca registrada después de la ropa negra y los ojos abismales.
—Buenos días, Padre John.— Marissa me saludó con ímpetu tras haberse
aprendido mi nombre de memoria.
Por primera vez ella escuchó mi sermón hasta el final. Su mirada fija en la
mía y en nadie más.
Y por desgracia padre, resultó ser también la primera que yo deseara que
ella mirase a otra parte.
El abismo de sus ojos amenazaba con entrar en los míos. Y peor aún Padre,
me asustaba encontrar razones para seguir hundiéndome más en él.
Capítulo 20
Padre,
Ella me comentó un día que mi voz era bonita. Y que no hacía falta decirla
nada a cambio, que simplemente aceptase el cumplido y punto.
No fue una pregunta sino más bien una afirmación, y noté por cómo me
miraba que ella vendría también.
¿Cómo alguien de ojos abismales era capaz de iluminar a los demás con
tanta intensidad?
Mis ojos no ven más que una sombra padre, y no es la reflejada por tu
imagen.
Mis motivaciones cambian cada vez que me arrodillo ante ti.
Sin embargo, más la sorprendería saber lo mucho que yo había soñado con
sus manos acariciando mi mejilla anoche. Y que por ello me veía obligado
a actuar de aquella forma.
Yo sí.
No podía hacerlo.
No sin titubear de paso.
Capítulo 24
Padre,
Ella entonces me preguntó si había hecho algo mal. Si había sido molesta
en alguna ocasión. Y que si fuera este el caso, no había sido su intención.
Mi voz sonó rígida y cruda tras explicarla que no, no era una molestia para
mí. Y con la misma frialdad comenté que el libro que tenía delante era de
las fechas disponibles para la boda de su hermana.
Habría sido menos doloroso si ella hubiese llorado como todos los demás.
Pero no fue así. Con Marissa nada era fácil.
El confesionario nunca me pareció tan desolador como en aquel momento.
Un lugar arrebatado de su calidez habitual.
Claustrofóbico.
Y sin embargo lo más triste Padre, es que mucho me temía yo que ella se
desmoronaría en casa. Cuando estuviera sola.
Sin nadie que ampararla más que su propio abismo interior. El que ya no
habitaba en sus ojos, y que muy probablemente tomó por rehén su corazón.
Capítulo 28
Padre,
Había muchas formas de llorar, pero, era la primera vez que yo veía de
fuera hacía dentro.
Porque ella estaba sufriendo.
La rejilla del confesionario nos separaba, y las lágrimas que ella se negaba
en derramar fueron desgarradoras para mí.
Entonces fue cuando comprendí.
¿Cómo pude haber sido tan ciego Padre?
Ella no confiaba en mí.
Y sin embargo, aunque bajo, la oí sollozar.
Sería un sacrilegio abrazarla, por eso me hundí más en mi sitio recostando
la cabeza en la pared.
No hay forma tan cruda como explicar algo que te duele como si esto no
significara nada.
Y Marissa lo estaba haciendo.
Quitar importancia al dolor que sentía para que con suerte, doliera menos.
No funcionó.
Su voz sonó forzosa tras decirme un débil "Hola Padre John" mientras se
quitaba los cascos.
— Buenas tardes hija mía. — Fue mi respuesta. Después de tres semanas
sin oírla, ya casi me había olvidado el sonido de su voz. — Me alegra ver
que te encuentras bien.
— S-sí. Muy bien. — Asintió con la cabeza y la boca pequeña antes volver
a mirarme a los ojos.
Y cuando lo hizo, contrasté lo oscuro que eran reflejados al sol.
Ojos color medianoche. Tan negros como su propia piel.
— ¿Tu hermana dijo algo sobre las fechas para la boda?— Pregunté
entonces intentando mirar a otra parte más que aquellos ojos Padre. Pero
fue difícil.
Marissa no respondió. Solo me observó, como hipnotizada por algo que yo
no supe ver.
Este miércoles ella apareció. De negro, como siempre, pero con flores
blancas en la manga de la blusa.
Me gustó el toque de color en aquella oscuridad.
Ella también me observó con el mismo escrutinio.
Y por un momento, me olvidé que necesitaba respirar.
Capítulo 37
Padre,
Oh señor, ¿Por qué me habías impuesto una prueba tan difícil de realizar?
Capítulo 38
Padre,
Era una noche cálida. Las estrellas brillaban en el cielo cuando ella
apareció. Y tú casa señor, nunca estaba cerrada por muy tarde de la noche
que fuera.
Y señor, por primera vez desde que la conocí deseé no estar allí.
Por primera vez ansié con todas mis fuerzas ser otro.
Y sin embargo, seguía siendo yo.
Capítulo 39
Padre,
No quería hacer la pregunta que rondaba mi mente porque muy bien sabía
yo la respuesta.
Pero Padre, ojalá yo hubiera sabido entonces que ella en verdad... No había
hecho nada malo más que en su propia cabeza.
Que sus más oscuros secretos estarían por siempre en el limbo de mi cabeza
y la de ella.
Como si el peso de su conciencia ya no la sobrecargara tanto de alguna
forma.
No.
Y sin embargo, mi parte más egoísta prefiere creer que sí. Que la serenidad
que hay en ella se debía enteramente a mí.
Lo sé Padre.
Y volvió a preguntarme sobre mis viejos amoríos, si los tuve siquiera, antes
de ser el Sacerdote que soy ahora.
Años.
Capítulo 44
Padre,
Muchas mujeres dijeron ser una lástima que yo fuese un cura. Quizá,
porque ellas no viesen más allá de la apariencia. Solo piel y huesos.
Pero en aquel momento señor, en tu sagrado hogar, delante del altar lleno de
velas yo deseaba algo más.
Nunca en mi vida deseé tanto realizar una boda como en aquellos instantes.
He soñado otra vez con el pasado. Hacía años que no lo hacía. En él, mi
boca sabía a agua salada, y en mi piel reflejaban los rayos de Sol.
Las olas del mar eran monstruosas bajo mi plancha de surf, y el pelo se me
había convertido en un desastre de nudos.
Me sentía vivo.
Exime a este pobre desgraciado que se extravió del camino correcto por un
momento para soñar.
Capítulo 47
Padre,
Ella llegó antes siquiera que el más fiel de tus seguidores el lunes por la
mañana en la iglesia.
No parecía haber dormido en absoluto.
— Buenos días Padre John. — Me saludó. Su voz era incluso más dulce
que la de mis sueños.
Menudo chiste.
La gracia residía en que Marissa se equivocaba al pensar que mi voz era
bonita. Siendo la de ella encantadora.
No puedo asegurar con seguridad cuál era el tono de mis mejillas en aquel
instante, pero supongo que el rojo habría estado allí.
Había pasado años desde que yo dejé de tener a uno a mí lado señor .
Como también olvidé lo que era el coqueteo.
Cosa que yo también estaba haciendo, mismo sin querer.
Capítulo 50
Padre,
Nunca la dije que su olor a lavanda la delataba. Con miedo quizá que ella lo
cambiase adrede.
— No hay nada que agradecer hija mía. — Dije lo último por costumbre,
aunque no me pareciera bien llamarla hija.
— Que tengas un buen día.— Repliqué sin poder acrecentar mucho más.
Marissa no me permitió hacerlo.
“Siempre estaré aquí para escuchar tus desdichas Hija mía…Y tu alimentar
las mías.”
Capítulo 51
Padre,
La oí tararear una canción cuando tenía los cascos puestos y pensaba que
nadie la veía. Por desgracia, Marissa no había sido bendecida con el don del
canto.
Incluso, se me escapó una risa traicionera mientras me apoyaba en la
esquina de la plaza en uno de mis paseos matutinos.
La casualidad me hizo encontrarla. O fue eso lo que me obligué a creer.
Porque en mi interior lo sabía Padre...Que aquello solo fue una excusa.
Yo sabía que ella estaría allí.
No había sido la primera vez que la encontraba en aquel mismo sitio.
El mismo banco de madera.
Sola.
Distraída.
Por eso me detuve en seco y esperé hasta que ella terminase de cantar la
canción.
No quería romper la magia de aquella escena.
Padre, ¿Cómo pude haber sido tan ciego?
No era apropiado mirarla.
No de aquella forma.
No de lejos.
Aún más cuando me entraron ganas de sentarme a su lado y escucharla
cantar más de cerca, y que su brazo derecho rozara en el mío sin querer.
Padre, no me importaría ayudarla a levantarse ciento de veces con tal de
tocarla otra vez.
Y eso no estaba bien.
Algo malo me estaba ocurriendo, y empezaba a darme cuenta de ello.
Por eso di media vuelta sin mirar atrás.
Capítulo 52
Padre,
Ella llegó un cuarto de hora antes de yo empezar el sermón.
Escogió el lugar más lejano donde sentarse, y aun así, yo la vi igual.
¿Qué sentido tenía ella de esconderse ahora? Marissa hacía parte de todos
los rincones de aquella iglesia.
Grabados en mi cabeza.
Sus pasos, olor y esencia. Toda ella daba vida a aquel recinto, y me distraía.
Señor, ¿Cuándo fue que empecé a verla como algo celestial?
Capítulo 53
Padre,
Me senté a su lado una vez la multitud se dispersó luego de la lectura.
Siempre terminaba de la misma forma. Conmigo sentado a su lado.
¿Cuándo se convirtió esto en costumbre?
No alcanzo a entenderlo Padre.
Es todo tan confuso.
— Me gustó el sermón de hoy. — Marissa empezó. Era la primera vez que
me lo decía.
— Así que has prestado atención. Ya veo. — Comenté con falsa seriedad.
— ¡No seas así! Si yo siempre te escucho Padre John. — Se enfurruñó
cruzando los brazos.
— Oh, perdóname entonces.— Dije.— Es solo que todas las veces que mi
vista recaía en tu dirección te encontraba muy atareada observando a todo
lo demás antes que la biblia.— Puntué.— Y por cierto, todavía no tuve la
casualidad de verte con una. Qué raro ¿Verdad que sí joven?
Y eso fue suficiente para avergonzarla.
No había sido mi intención reprenderla Padre, pero me gustó demasiado la
expresión de su cara.
Parecía frágil.
Pero no la fragilidad trágica que reflejaban sus ojos a menudo.
Era algo delicado y femenino.
El tipo de fragilidad que sacaría el lado más protector de un hombre.
Por eso Padre, de forma inconsciente alcé la mano izquierda y la apoyé
sobre la cabeza de Marissa. Sentí las trencitas de su pelo hacer cosquillas en
la palma de mi mano.
— No es una bronca. — La animé acariciándola la frente como haría a los
niños del orfanato. — Es una broma. — Sonreí conciliador.
— M-me esta acariciado e-el pelo. — Ella balbuceó sorprendida.
Yo también me sorprendí de mis propios actos indecorosos. Pero apartar la
mano de golpe solo traería más incomodidad. Por eso no lo hice Padre.
— Eres una buena persona también Marissa. Yo solo quise recordártelo. —
Me excusé mientras alejaba la mano de ella.
Y Padre, casi podía jurar haberla visto sonrojarse. Aunque no estaba del
todo seguro de ello.
Perdóname una vez más por mi impertinencia.
No debería haberla tocado jamás.
Capítulo 54
Padre,
Un joven de tez morena y cabeza afeitada vino a verme un día. No, no a
verme. Sino a buscarla. Le reconocí de inmediato. Marissa me había
enseñado una foto suya hace algún tiempo.
Era el novio de su hermana.
Él hombre que ella besó, y luego vino a mis pies pidiendo perdón de
haberlo hecho.
De forma inevitable sentí un amargo sabor en la boca tras recordarlo. Con
solo mirarlo yo...Padre...No puedo decirlo sin castigarme por ello.
Porque es pecado.
Odiar al prójimo sin apenas conocerlo es abominable. Y alguien
abominable no tiene hogar en tu santa casa Padre.
Perdóname.
Además, yo tampoco entendí el porqué de él llevar la cabeza afeitada, ya
que en las fotos que me enseñó Marissa él tenía el pelo largo.
Tan largo como el mío padre. Y Rizado, muy rizado.
— Buenas tardes Padre. Perdona molestar. — Fue su forma de presentarse
ante mí. El tono de su voz me pareció malsonante y soporífera. —
¿Conoces a una mujer llamada Marissa? Su madre me comentó que suele
venir a menudo en esta iglesia y...
— Buenas tardes a ti también hijo mío.— Lo interrumpí sin poder evitarlo.
— Antes que nada, me gustaría felicitarte.— Ubiqué la biblia sobre el
banco de madera antes de acercarme al individuo.
— ¿Felicitarme? No sé lo que me quieres decir, pero gracias creo.
— Marissa me comentó sobre la boda. Estuvimos hablando sobre las
posibles fechas. — Ladeé la cabeza a un lado intentando ser todo lo cortés
que pude.
Intentando no hablar demasiado sobre Marissa con él. Como si con apenas
mencionarla fuese una forma de perderla. Regalarla con mi voz de la misma
forma que regalo tus palabras en mis sermones padre. Y por una vez, yo no
estaba dispuesto a compartir.
Pero más confuso me quedé yo tras oírle decir con la voz embargada por la
tristeza que:
"No puede haber una boda estando la novia muerta Padre."
Capítulo 55
Padre,
No tengo nada que confesar sobre lo ocurrido después.
Solo vacío.
Confusión.
Desdicha.
En mi cabeza rondaban dudas existenciales y dolor, mucho dolor.
Al comienzo yo no creí las palabras de aquél hombre. ¿Pero qué sentido
tenía él de mentirme a mí?
¿Qué sentido tenía Marissa de mentirme también sobre el bienestar de su
hermana más querida?
No lo sé señor.
Y ansiaba como un tonto saberlo todo.
¿Recuerdas antes, cuando dije en alguna ocasión que lo mejor sería
alejarme sin saber la historia completa de Marissa?
Entonces. Aquél debería haber sido el momento clave para dejarla ir.
Y sin embargo, solo la agarré más fuerte dentro de mí Padre.
Capítulo 56
Padre,
Alguien como ella era sensible a los tonos. Y él mío fue crudo. Las víctimas
de bullying notaban los matices mejor que nadie.
— Tu querida hermana, ¿Dónde está? ¿Por qué nunca vino a realizar los
preparativos de su propia boda?— La acerqué más a mí de forma
involuntaria. Marissa tembló tras la inesperada cercanía. Y Padre
perdóname, yo temblé también.
Ella me miró entonces, con los ojos bien abiertos y la boca en forma de O.
Finalmente dándose cuenta de algo que yo no.
Ni una herida caería sobre ella en mi presencia. Sin importar lo mucho que
deseara no haberla conocido en aquel momento.
Muy pocas cosas me dolían tanto como la mentira Padre. Y aun así, con
ella….No me dolió tanto.
Capítulo 57
Padre,
Lo hizo después de un tiempo. Con los ojos hinchados y los labios más
oscuros de lo normal. Como si lo hubiese mordido incontables veces.
Tampoco vacío. Aquellas iris brillaban tanto como las estrellas que habían
en el santo firmamento.
— Has dicho mi nombre. Creí por un momento que lo habías olvidado ya.
— Comentó con una sonrisa genuina antes de abrazarme fuerte. Fue
repentino, extraño, y cálido. Sentí sus brazos rodearme la cintura, el olor a
lavanda impregnarse en mi ropa, y sus trenzas chocar en mi hombro.
Como una niña pequeña en busca de cariño y afecto.
Una niña incomprendida que finalmente había encontrado lo que tanto
buscaba.
Por un momento incluso pensé que aquello era un sueño. Sin embargo, ni
en mis sueños más salvajes se sentía tan real como en aquél instante.
— Hueles…a hogar.— Ella soltó una débil risita contra mi pecho, su nariz
haciéndome cosquillas.— Gracias por escucharme. Has sido…el mejor
amigo que tuve alguna vez.— Tomó distancia para mirarme a los ojos,
esperando verme sonreír a igual ella, y sin embargo señor, lo que ella vio
allí no pareció gustarle demasiado.— ¿Padre John? ¿Hice algo malo?—
preguntó confusa antes de verse a sí misma y alejarse de golpe.— ¡P-
Perdona! Y-yo no pensé en mis actos. ¡Dios! Ni siquiera pedí permiso antes
de acercarme.— Se excusó profusamente y yo no la detuve.
— ¿Yo solo qué? ¿Y por qué no? ¿Es que acaso los curas no pueden tener
amigos? Yo nunca tuve a uno, y es la primera vez en toda mi vida que me
siento...A gusto. Así que dime Padre John. ¿Por qué no puedes ser mi
amigo?
Porque yo no sería uno bueno.
Porque estar cerca de ti hacía sentirme extraño.
Porque la palabra "amiga" me dolía por dentro.
Porque...Porque...
— Porque tener a un amigo me distraería de las cosas que verdaderamente
importan.
— Y yo te prometo que no sería una molestia Padre. Si hasta podré
ayudarte, como en un servicio comunitario. Yo..
— No sigas Marissa. Yo ya ni siquiera me acuerdo de cómo es tener un
amigo...
— Y yo nunca tuve a uno. ¡Podríamos aprender los dos!— Caminó hasta
pararse delante de mí, un deje de esperanza en sus ojos tan negros.— Por
favor. Y además, sé que lo pasas bien conmigo.— Alzó la mano, y de esa
vez yo no di dos pasos hacia atrás. Sus dedos acariciaron mi frente con
delicadeza al tocar la herida que tenía en la frente. Por un momento sentí el
escozor y apreté los dientes, Marissa lo notó.— Podré incluso curarte las
heridas que tengas. Los amigos hacen esto.
No las que yo llevo dentro del pecho. Esas heridas no las podrás curar.
Quise decirla, pero las palabras siguieron en mi interior.
A cambio, dije las que no quería hablar.
— No Marissa, no es tan fácil así.— Alejé su mano de mi frente con
delicadeza.— No puedo darte la atención de un amigo. Porque si lo
hago...Sí realmente lo hago, no podré ayudar a los demás de la forma
correcta.— Apunté al confesionario de ejemplo.— A igual que usted, existe
mucha más gente que necesita un hombro donde llorar y alguien con quien
desahogarse.— La miré profundamente a los ojos.— Mi deber como
sacerdote es escuchar y amar a todos por igual. Y si soy tu amigo
Marissa...aunque solo a ratos...estaré dejando de lado a todos los demás. A
los críos del orfanato...a todos los feligreses que vienen a esta Iglesia. Y
también a ti, por no darte lo que esperabas.— Di un largo suspiro antes de
seguir. También noté como los ojos de Marissa empezaban a brillar. Como
si estuviese conteniendo las lágrimas. Lágrimas que me negué fieramente a
limpiar con mis dedos. No podía hacerlo. Y no lo haría. — En mi corazón
solo hay espacio para Dios, y todo lo demás.
Fue mi respuesta final.
Y me pareció que el mundo acababa delante de mis ojos.
Padre...aunque me duela confesártelo, deseé locamente abrazarla en aquél
momento y permitir que llorara en mis brazos.
Capítulo 63
Padre,
Entonces ella me miró con ímpetu. Conteniendo las lágrimas que se negaba
en derramar delante de mí. Así de obstinada la vi.
—Marissa...
— La dejo en buenas manos. Que por cierto, las tuyas son preciosas.
Deberías trabajar en anuncios de cremas para manos Padre John.— Me
guiñó el ojo derecho. — Hasta luego...
— Que tengas una buena tarde, hija mía...— No pude decir nada más.
Y lo más extraño Padre, fue que independiente de todo, verla alzarse por sí
misma de aquella forma trajo una sonrisa a mis labios.
Aunque por razones distintas, puede que una de ellas sea por la falta de
ingresos. Yo lo hice por tener demasiado de ello en este caso.
— Lo harás bien Marissa. — Dije lo único decente sin desilusionarla de
paso. No era mi acometido dar lecciones de moral, aunque una parte mía, la
más oscura, deseaba irse con ella. O peor, obligarla a quedarse.
— Gracias.
—¿Cuándo...?
—OH, cierto. Cuando me iré. —Marissa se levantó del tronco con
dificultad. Yo no la ayudé esta vez. — Este fin de semana, el domingo.
— ¿Tan pronto? — Indagué en ascuas.
— Será lo mejor. Mientras más tarde, más encontraré excusas para no irme
como en un bucle interminable.
— Entiendo.
No, no lo entendía.
Pero verla sonreír ha sido suficiente para mantenerme callado.
— Hasta luego Padre John... — Marissa se encaminó sola a la salida del
orfanato. Hoy no se quedaría hasta la tarde conmigo.
Necesitaba decirla algo.
Lo que sea.
— ¡Marissa! — Me obligué a llamarla. Necesitaba hacerlo.
—¿Sí? — Ella ladeó la cabeza a un lado.
— Si en algún momento te cansas del piso de mala muerte y no quieras
volver a casa, o necesites un trabajo, lo que sea, búscame. — La miré de
lejos, ella también me miró a mí, sorprendida.
— No es por ser malagradecida Padre, pero convertirme en monja no va
conmigo. — Bromeó, y aquello me sacó una sonrisa.
— Jamás te obligaría a tamaño castigo. — Repliqué, y de esa vez quién se
rió fue ella. — Hay una empresa que conozco que siempre acepta a nuevos
trabajadores. Estarán encantados de tenerte.
— ¿Y cómo puedes estar tan seguro Padre John? — Marissa indagó sin
dejar de sonreír.— ¡Si ni siquiera sabes lo que hago! — añadió en un tono
dramático.
Porque es la empresa de mis padres.
— Es solo un presentimiento mío. — Respondí a cambio.
Marissa no dijo nada más.
Yo tampoco lo hice.
Después de ese día, no la volví a ver en un largo tiempo.
Y por extraño que parezca, no olvidé un solo día las facciones de su rostro.
La imagen de Marissa tan viva en mi pecho como en mí corazón.
Supe entonces que quizá, y solo quizá la amaba.
Capítulo 76
Padre,
Una vez abrí el cajón que había en mi alcoba, encontré la Biblia de Marissa
en el rincón bajo papeles que hice de apunte en su día.
No me acordaba que tenía la Biblia guardada allí.
"El regalo para el cura con las pecas más adorables de todo el universo.
Gracias por hacerme ver más allá de mis fallos Padre John. Y gracias por
enseñarme que vivir no tiene por qué ser sinónimo de sufrir.
P.D: Perdona la mentirijilla, pero si te dijera que la Biblia en verdad era
un regalo, mucho me temía yo que no lo aceptarías."
No podía serlo.
Y lo que más me hizo añicos por dentro fue que mi mirada, sí, mi maldita
mirada pareció dolerla más que cualquier herida que podría tener, y tenía en
la piel.
La compasión solo es bonita cuando lo sientes hacía los demás.
No cuando los demás sienten hacía ti.
— Gracias por venir Padre John. — Una voz quebradiza resonó tras
aquellas paredes. Me costó reconocer que pertenecían a Marissa. — No me
mires así padre, no es como si me hubiese atropellado un camión. — Ella
bromeó, pero sin sonreír.
Yo tampoco lo hice.
— Marissa, por todo lo sagrado que hay en esta tierra.. — Empecé
acercándome a su cama y cogiéndola de la mano. — Dime que te ha pasado
hija mía. — La miré con profunda pena. Los brazos de aquella pobre mujer
tenían moratones tan grandes como la palma de mi mano, y lo más
aterrador padre, era que yo podía distinguir perfectamente el morado del
tono de su piel. También había costras a medio curarse en cada rincón de
piel visible, y sus labios, sus delicados labios tenían marcas de sutura.
— Bueno... — Ella indagó intentando sonar despreocupada. — Después de
todo era un piso de mala muerte. — Una risa cruda escapó de sus labios y
sus ojos se encontraron con los míos. — Han entrado a robarme, y yo
intenté defenderme. Pero como ves, acabó así. — Alejó la mano de mi
toque con incomodidad y yo la permití. — Me han dado una buena paliza.
— se quedó callada un rato y yo esperé pacientemente a que siguiera. —
Nunca había visto tanta sangre en toda mi vida Padre. Y era mía. — Miró al
techo. — ¿Y sabes de una cosa? Nunca me aferré tanto a la vida como en
aquellos instantes. Fue casi poético. — finalizó con desinterés antes de
volver a mirarme. — Por desgracia, mi jefa no tomó demasiado bien mis
largas vacaciones en el hospital, así que perdí el trabajo. Y antes que me
preguntes, no. No sé lo dije a mi madre. — resopló. — No quiero
preocuparla por tonterías.
¿Tonterías?
¿De verdad me estaba ella diciendo aquello padre?
Marissa no estaba viendo lo que veía yo.
En absoluto.
— ¿Te duele algo?— Fue lo único decente que me vi capaz de hablar.
— Solo todo el cuerpo, por lo demás genial. — Sonó amarga tanto por fuera
como por dentro antes de poder contenerse. — Perdona Padre,— realmente
parecía avergonzada— es solo que la suerte no parece estar de mi lado.
Siento pagarlo contigo.
— No te disculpes por hablar lo que de verdad sientes. — Quise cogerla de
la mano otra vez pero me detuve a tiempo. — Recuerda, yo siempre estaré
aquí para escucharte.
Eso pareció tranquilizarla un poco. Noté como profirió un débil gracias
antes de observar mi rostro con curiosidad.
— Sigues exactamente igual Padre John.— Apuntó a mis mejillas.— Pecas
adorables, como siempre. De verdad me das envidia.— Comentó un poco
dolida.— Tan guapo como hace dos años, y yo...Mírame, todo un desastre.
— sonrió por fin.— Pero no me arrepiento, bueno, puede que un poco.
— ¿Si?— La insté a que siguiera. Me vi incapaz de sentarme, de pie era lo
mejor.
— Sí. Independiente de lo que me trajo aquí, he pensado bastante y he
seguido adelante por mis propios pies— explicó— Dios, si hasta parezco
que estoy en un confesionario ahora mismo Padre.— Movió el brazo
izquierdo con molestia.— Pero no lo estoy, y como tu bien dijo una vez...—
Tomó un largo suspiro antes de continuar.— No eres mi amigo ¿Cierto? Así
que ahorraré contarte mi vida durante estos dos últimos años. Supongo no te
importará de todas formas.— Marissa intentó dar de hombros, pero la dolía
demasiado como para hacerlo por si sola.
Aquellas palabras fueron tan duras como un puñal en el pecho. Y lo peor
Padre, es que yo no podía refutarlas.
Lo había hecho por mi propia cuenta.
— Entiendo que quieras desahogarte. — Musité.
La mujer que tenía delante no se parecía en nada a la que conocí hace dos
primaveras pasadas.
Después de todo, la vida la había endurecido de la peor forma posible.
Mediante el dolor.
Como si Marissa ya no hubiese vivido sufrido suficiente Padre.
— No Padre John, no desahogarme. — me corrigió. — Solo quiero un
trabajo. Supongo que ahora yo soy un caso de caridad, como los críos del
orfanato.
No, jamás.
— Trabajo...— pensé en voz alta y ella asintió con la cabeza.
— Haré lo que sea por uno. — Se esforzó en parecer profesional delante de
mi.— Puede que las heridas me ralenticen un poco, pero eso solo será por
un tiempo y...
— ¿Volverás a tu piso?— Pregunté mirándola directamente a los ojos.
— B-bueno, es el único que tengo— explicó como si fuese algo obvio.— Y
por suerte lo tengo pagado tres meses adelantado, así que sí.
— Tienes a tu madre.— No dejé de mirarla, pero ella se distrajo observando
al techo.
— No quiero preocuparla por...
— ¡QUE NO ES UNA TONTERIA!— Vociferé de tal forma que la asusté.
— Perdóname. — Me excusé con la misma rapidez. — Solo por favor, no
vuelvas a repetir lo que ibas a decir. No es cierto, y lo sabes. — Apunté a
sus hombros.— Ni tan siquiera puedes moverlo por ti misma.
— Lo siento. — Marissa agachó la cabeza de inmediato. Avergonzada.
— ¿Cuándo te darán el alta?
— De aquí a tres días creo. Mi médica parecía escéptica cuando lo dijo, hay
que decirlo.— Me explicó.
— Bien.— Asentí conmigo mismo.— Entraré en contacto con el Obispo
Mateu de que estaré una temporada fuera y...
— ¿Qué? ¿Pero por qué?— Marissa me observó sorprendida.— ¿Qué
piensas...?
— Cuidarte, eso es lo que haré.— Respondí rascándome el pelo con
seriedad. — No puedo dejarte sola.
— Pero los feligreses, y los críos...y todo lo demás Padre John.— Marissa
estaba perpleja ante toda aquella situación. Yo también lo estaba padre.
Y siendo honesto conmigo mismo, lo que dije a continuación me dolió en el
alma, pero era lo que Marissa necesitaba oír.
— Echar una mano cuando uno necesita es lo que hacen los amigos
Marissa.
Y noté con el peso en la conciencia como ella sonreía débilmente tras mi
respuesta.
Capítulo 79
Padre,
Contactarme con él no ha resultado ser tarea fácil. Intermediarios de por
medio, secretarias, acreditación de quien soy y si tengo cita.
Se me había olvidado por completo lo inalcanzable que él era de todo,
incluso, de su propia familia.
— ¿Sí? — La voz que alcancé a escuchar me pareció irreconocible.
— Hola papá.
— John. — Un leve carraspeo se oyó través de la línea.
— Ha pasado un tiempo. ¿Qué tal estas? — Indagué.
— Sabes cómo estoy. — Respondió en un tono serio. En toda mi vida
nunca lo vi sonreír siquiera. — ¿Todavía sigues jugando a ser cura?
Siempre empezaba de la misma forma.
Y yo siempre respondía igual.
— No es un juego papá, es mi fe.
— Si tu fe te impide cumplir con tus responsabilidades, no es una buena fe.
— Replicó. Siempre lo hacía exactamente igual.
— No sigamos por ahí. Ya sabes como siempre acaba Papá. — Suspiré. —
Te quiero, ¿No es eso suficiente?
— Si de verdad lo hiciera, no habrías abandonado la empresa para empezar.
— El tono de su voz aún más serio que antes.
— Harry es mucho más capaz que yo. — Razoné. — Es listo, y siempre
quiso tener el mando de la empresa. Ya hemos hablado de ello.
— Harry no eres tú, y lo sabes John. La empresa no aguantaría un año con
él antes de ir a quiebra — explicó como si fuese algo obvio, pero no para
mí.
— Harry ha madurado de muchas formas papá. Más de las que te imaginas.
— Dije con delicadeza. — Es mejor persona de lo que yo seré jamás.
— Siempre lo proteges John. Siempre. — Papá suspiró resignado al otro
lado de la línea. — Pero no me has llamado para hablar de la empresa o
preguntar por mi bienestar ¿verdad?
— N-no. — Respondí un poco avergonzado. — No lo hice por eso.
— ¿Y qué es entonces?
— Para pedirte dos favores.
Pero él solo me los concedería a cambio de algo. Papá siempre ha sido un
hombre de negocios.
El Obispo Mateu no era nada en comparación a él.
Y yo, no podía hacer más que aceptar sus condiciones.
Siempre ha sido así desde que yo era pequeño. Nada nunca era gratis con él.
Por eso te pido perdón Padre, por haber aceptado la propuesta.
"Es por una buena causa", me aferré firmemente a este pensamiento.
El único que me quedaba de todas formas.
Capítulo 80
Padre,
Marissa fue dada de alta dos días después de yo haberla visitado.
Por suerte, el Obispo Mateu encontró a un reemplazo idóneo para mi puesto
en la parroquia de última hora.
Y por extraño que parezca, él no me interrogó el porqué de haber pedido
vacaciones de forma tan inoportuna.
Has llegado tarde Padre John, muy tarde. Una voz maliciosa repetía una y
otra vez en mi cabeza a cada paso que yo daba.
Es cierto, concluí.
Demasiado cierto.
Y ahora, solo me quedaba intentar arreglar los destrozos. Rezando, para que
con suerte tuvieran arreglo.
Capítulo 83
Padre,
Con papeles en mano y todo zanjado, me despedí de la doctora antes de
pasar a recoger a Marissa en la sala de espera.
Una vez allí, ella seguía estando callada, incluso luego de yo haberla guiado
en la silla de ruedas hasta la salida del hospital.
El silencio fue incómodo por un rato hasta que ella finalmente habló.
— ¿Iremos a mi casa Padre? — preguntó bajito.
— Sí, pasaremos allí a recogerte ropa y todo lo que necesites, pero no para
quedarte.— Expliqué mirando al frente, Gerardo estaba fuera, a mi espera.
— No pienso volver al pueblo. — Marissa empezó con nerviosismo. — No
me lleves allí.
— No lo haré. — Respondí mientras alzaba el brazo para llamar la atención
del chófer. — ¡Gerardo! ¿Me puedes ayudar a acomodarla en el coche? —
El Joven vino de inmediato.
— Y-yo puedo levantarme s-sola. — Marissa rápidamente intentó moverse,
pero una larga mueca de dolor se le asomó a la cara. Era más que evidente
que ella no podría hacerlo sola.
— ¿Me permites? — Acerqué mis dedos sobre su mano y ella finalmente
me miró. Parecía derrotada, incapaz de hacer nada sola. Y yo casi pude ver
un destello de culpa en aquella iris tan negra.
— Gracias — habló finalmente permitiendo que mi manos se entrelazaran
con las de ella. Estaban frías.
— Tendré cuidado. — Aclaré con delicadeza antes de mirar a Gerardo. —
Okay, yo la levanto y tu aparta la silla de ruedas ¿está bien?
— Si señor John. — El joven asintió.
— A la de una, dos, ¡Y tres! — Con destreza la cogí de las piernas y
cintura, no me ha resultado muy complicado. Por suerte yo me había
acostumbrado a llevar a los críos en brazos muy a menudo, sostener a
Marissa no ha sido una gran dificultad. — Ábreme la puerta. — Indiqué al
chico y el hizo caso.
Mientras yo la sostenía todo lo cuidadosamente posible alcancé a oír un
segundo gracias cerca de mi oído.
Y por mi propio bien, resolví no hacerla caso. O de lo bien que se sentía
ella en mis brazos, sin importar el peso o las circunstancias.
Podría acostumbrarme a llevarla siempre así.
No me importaría en absoluto.
Y sin embargo, de repente, Gerardo me llama, y me avisa que ya puedo
ubicarla dentro.
Entonces dejo de pensar y actúo.
Capítulo 84
Padre,
El viaje en coche no ha sido incómodo como yo creía que sería.
Silencioso más bien, pero no menos armonioso.
Marissa observaba el vehículo a su alrededor con asombro antes de decirle
a Gerardo la dirección de su piso.
De vez en cuando ella hacía como que miraba la ventanilla, pero yo sentía
su mirada en mí. Observando mí reflejo en el vidrio tintado del coche.
Aquello me sacó una sonrisa. Claro que ella estaría curiosa, era normal.
Verme en otra cosa que no una sotana o casulla la parecería extraño.
— Me pedí vacaciones. — Comenté de repente, haciendo que ella diese un
pequeño vuelco, sorprendida.
— ¿Los curas tienen vacaciones? — Marissa preguntó intentando
recomponerse.
— Aunque muy pocos la piden, sí, tenemos. — Expliqué. — Es la
primera vez que lo hago a decir la verdad.
— ¿Nunca pediste vacaciones antes? — Marissa me observó interesada.
— Nunca hubo una ocasión que yo necesitara ausentarme tanto tiempo. Así
que no. — Tras decir lo último Marissa miró hacía sus manos avergonzada.
Como si ella hubiese hecho algo malo.
— Padre John, yo...Sé que antes te dije que soy un caso de ayuda pero...
— Yo lo haría por cualquiera, no te sientas responsable por una decisión
que tomé. — Aclaré. — Si los críos del orfanato necesitasen más de mi
tiempo yo lo haría igualmente.
Marissa volvió a mirarme con algo menos de culpa, aunque no del todo. Me
alegró ver que aun después de dos años enteros la quedaba algo de
inocencia en la mirada.
Por muy poca que sea.
— De verdad eres un buen hombre Padre John. — Ella habló de repente,
como dándose cuenta de algo que no lo había hecho antes. Me miró los
ojos. — De todas las personas que conozco, eres la primera que me hizo
ver más allá de lo establecido. — Sonrió finalmente. — Sé que ya te lo dije
muchas veces antes, pero, gracias. — Me tocó el brazo. — De todo lo malo
que me ha pasado, tu eres lo bueno que me saco. — Confesó con una débil
sonrisa en el rostro, haciéndome sonrojar hasta a mí Padre.
— Yo no... — Intenté excusarme.
— Por favor, no menosprecies tu amabilidad. — Fue ella quien me cortó
esta vez. — Es igual de hermosa como todo tu ser. Te quiero Padre John.
Escucharla decir algo simple como un "te quiero" me descuadró de forma
tan evidente que Marissa me preguntó si estaba bien.
Ella no sabía lo mucho que aquello me afectaba.
— Yo también te quiero hija mía. — Me obligué a hablar, aunque, me vi
incapaz de decir su nombre mientras lo hacía. Era demasiado para mí.
Capítulo 85
Padre,
En alguna parte del camino me atreví a preguntar— Marissa, ¿No te
preocupa saber a dónde te llevaré luego?
Ella dejó de observar la ventanilla entonces, porque de esa vez si la estaba
mirando, antes de volcarse a mí con plena serenidad.
— No. — Respondió.
— ¿Por qué? — La cuestioné.
— Porque sé que estaré a salvo mientras este contigo, sin importar a donde
vayamos. Incluso bajo el puente padre. — Ella me sonrió antes de volver a
mirar a través de la ventanilla. Como si mí pregunta haya sido una
estupidez.
Marissa confiaba plenamente en mí, me di cuenta.
Y me costaba sobrellevar este hecho.
— Nunca te dejaría bajo un puente. — Aclaré entonces. A lo que Marissa
estuvo de acuerdo, aun cuando no giró la cabeza en mi dirección, aunque si
me observó en el reflejo del cristal.
— Yo tampoco. — Ella replicó conteniendo la risa, como si aquello fuese
un chiste, y yo, miré a mis manos en un intento de ahogar mi propia risa
que empezaba aflorar luego de oír la suya.
Gerardo de vez en cuando nos miraba por el espejo retrovisor panorámico
con curiosidad. Como intentando descifrar mi interacción con Marissa. Y
muy probablemente haya sacado conclusiones equivocadas.
En mi cabeza, en aquél momento, parecía como si los dos años que pasé sin
ella no llegaron a existir siquiera.
Marissa estaba allí, como si nunca hubiera ido jamás.
Y Padre, perdóname, pero el júbilo latente en mi pecho era mucho más
gratificante que recitar tus enseñanzas inscritas en el sagrado testamento.
Capítulo 86
Padre,
Llegamos a su bloque de pisos.
Por suerte había ascensor y pude acomodarla bien en la silla de ruedas antes
de guiarla hasta allí. En un principio, Marissa pareció reacia a que yo la
acompañara.
— No tuve tiempo de limpiar el desastre.— Se había excusado con el rostro
avergonzado.
— Lo importante es que tú estés aquí.— Fue mi respuesta, y la pareció
convincente. Al menos para acompañarla hasta la puerta de entrada, allí ella
me obligó a esperar fuera.
— N-no quiero que lo veas padre.— Marissa habló realmente apenada.— Si
todavía me cuesta acostumbrarme a que me veas así...— Se señaló a si
misma con desdén antes de volver a mirarme a los ojos.— ¿Me perdonas?
— Por supuesto.— Asentí entonces. Me entraron ganas de corroborar lo
que ella acababa de decirme, pero me detuve a tiempo. Yo la veía hermosa
igual. Pero eso, ella no necesitaba saberlo aún.
Capítulo 87
Padre,
Esperé un largo rato hasta que ella volvió a salir por la puerta, llevaba una
mochila apoyada en el regazo y un libro descubierto por encima de todo con
tapa blanda.
— Es un libro de poesía.— Ella explicó al ver mi mirada desviarse hacia
allí.— No preguntes.
— Está bien. No preguntaré.— Me eché a un lado antes de ponerme detrás
suya para empujar la silla de ruedas. Me di cuenta de que la temblaban las
manos, estarían doloridas aún por los moratones, además Marissa las estaba
forzando mientras movía las ruedas de la silla por si sola.— ¿Y qué tipo de
poesía es?— Indagué con tono burlón.
— ¡Te he dicho que no preguntes!— Ella movió la cabeza a un lado
mostrándome la lengua.
— Señorita, no me obligues a castigarte como a los niños del orfanato.—
Insté.
— Oh por favor, — Marissa hizo una pose dramática antes de reírse.— No
haces daño a una mosca Padre John.
— Te sorprenderías.— Dejé escapar y eso captó la atención de ella al
instante.
— ¿Así? Dime qué entonces.— Me interrogó antes de apretar el botón para
abrir las puertas del ascensor aún si salir del papel dramático. Se estaba
comportando como una completa niña pequeña.
Y no me desagradaba en absoluto.
— Me alegro de que estés contenta.— Dije a cambio, y eso pareció
desarmar a Marissa por completo. Quizá la seriedad en mi voz la
sorprendió.
Noté también como ella se movió un poco en la silla mientras esperábamos
a que ascensor llegase.
— ¿Sabes?— Su voz sonó baja, casi como en un susurro.— Cuando te vi
entrar por la puerta del hospital aquella vez, el tiempo se detuvo para mí —
explicó— Sentí como si yo nunca me hubiese ido, y que era miércoles otra
vez. — Ladeó la cabeza a un lado.— Entonces me dio un vuelco al corazón,
pero del bueno. Como si todo lo que una vez perdí estuviese volviendo a
mí.— Se detuvo un segundo para mirar la mochila sobre su regazo.— Padre
John, yo...— Entonces vino el ascensor y Marissa no tuvo las agallas de
seguir.— Vaya, ¡El ascensor finalmente llegó!
— S-sí. — Fue mi respuesta.
— Sí. — También fue la de ella.
Capítulo 88
Padre,
Quizá mis confesiones suenen demasiado poéticas o dramáticas. Quizá la
memoria me falla y las hice hermosas aún sin querer. Quizá yo sea un
completo don nadie una vez abra los ojos. Quizá mienta para vivir más de
lo que me toca por derecho.
Quizá yo sea un completo fraude.
Pero Padre, tú me conoces mejor que nadie.
Yo no te mentiría ni aunque me torturasen. Por eso, abriré mi pecho en
canal por última vez, para que veas lo bueno y lo malo que habita en mi
interior Padre.
Ya no pediré perdón, porque no está en mí hacerlo.
La primera semana con Marissa fue la más serena que tuve la casualidad de
tener en un largo tiempo.
Y si aquello fuese igual de plácido que el mismísimo cielo, por favor padre,
una vez mi alma abandone mi cuerpo cansado, me gustaría vivir por
siempre en estos recuerdos.
— Oh Entiendo.
— No, no. No lo haces en absoluto. — Alcé las manos para que ella se
detuviera. — ¿Te apetece charlar un rato? Ya he leído suficiente por hoy. —
Aclaré al ver duda en sus ojos tan negros.
— ¿Marissa?
Debería haberme dado cuenta en aquél instante que algo iba mal Padre.
Pero pasé por alto su reacción.
Capítulo 94
Padre,
Quedamos fuera ella y yo, observando el gigantesco paisaje forestal.
Me puse un poco melancólico de forma inevitable. Me olvidé con el pasar
de los años lo mucho que amaba aquellas vistas.
“¿Llegaría Marissa a amarlas de la misma forma que hago yo?” Pensé sin
poder evitarlo, mas, con la misma rapidez descarté dicho pensamiento.
Marissa no estaría allí tiempo suficiente.
Aunque, el amor no tenía por qué ir despacio. A veces, con solo una mirada
bastaba.
Sin embargo, no hice más que apartar la vista y ponerme detrás de la silla
de ruedas para guiarla a otra parte.
Capítulo 95
Padre,
Flores.
Olía a flores, estaba seguro de ello.
— ¿Te puedo hacer una pregunta hija mía? — La vieja costumbre me hizo
llamarla así. Aunque ya me hubiese acostumbrado hace mucho a decir su
nombre sin sentirme fuera de lugar.
— Bueno...Creo que fue una vez que salí del pueblo— explicó mirándose a
sí misma distraída. — Aunque no sé muy bien porqué. Solo pensé que...Ya
no me apetecía tanto seguir vistiendo negro. Además, el calor no ayuda. —
Levantó la cabeza y me observó con una sonrisa cómplice. — ¿Verdad que
si Padre? Tú deberías de saberlo tan bien como yo.
— Mmm-hmm. — Asentí.
Y algo parecido no tiene por qué ser lo mismo. Con los años uno aprende la
diferencia.
— Vaya.
— ¿Qué pasa?
— Echaba de menos tus indirectas muy directas. — Aquello nos dio risa a
los dos.
También tu voz.
Tú presencia.
Tu dolor.
Tus inseguridades.
Tus ojos abismales.
Toda. Entera.
Pero no lo entenderías.
Ni siquiera yo lo entiendo aún.
Supongo que ha pasado demasiado tiempo. Y aun así, gran parte de ello lo
pasé lejos de ella.
Oh Marissa.
Perdona si te hice sentir invisible por un momento.
Pero a veces hasta yo me canso de tenerte presente en mi mente.
¿Verdad que sí Padre?
A ti no te puedo mentir de todas formas.
— ¿Me decías algo?
Era una madrugada agradable, fuera llovía despacio, muy despacio, y por
una vez desde que llegué en la villa, no tenía sueño.
Así que no dormí.
Marissa.
La biblia se me escapó de las manos tan rápido que creo que terminó en el
de parquet.
— ¿Marissa? — Dije en voz alta una vez llegué al pasillo y toqué la puerta.
Ella no me respondió. Así que estaría en el lavabo que hay que la
habitación. — ¿Marissa me oyes? Voy a entrar. — Alerté, y al ver que no
había respuesta finalmente abrí la puerta. Marissa no estaba allí, y la puerta
del lavabo estaba cerrada. Mi corazón dio un vuelco. — ¡Marissa! —
Alcancé la maneta de la puerta pero no la moví. — ¿Marissa me oyes?
— ¿Te puedes tapar con una toalla? Prometo que solo quiero comprobar
que estés bien. — Y era verdad Padre. Quizá en otras circunstancias eso
me habría ahuyentado, pero no en aquel instante. No cuando oí el estruendo
de un cuerpo chocando contra el suelo antes.
No podía alejarme.
Era mi deber cuidarla por encima de todas las cosas.
— Sí, c-creo que puedo hacerlo. — Ella alcanzó a decir y se hizo un largo
silencio. Aquello me alarmó un momento, pero entonces, Marissa volvió a
hablarme. — P-puedes entrar.
Y lo hice.
Fue tan rápido que apenas capté la escena delante de mí con claridad.
Marissa estaba en el suelo, sentada, desnuda y con una toalla tapando su
parte frontal. Lo primero que pude ver con claridad ha sido su espalda. Al
descubierto, una larga herida se veía en toda su espina dorsal, y moratones.
Demasiado moratones como para contarlos todos.
Yo no les daría mi perdón. Yo les daría todo el dolor que le dieron a ella.
Y no lo hice.
Marissa volvió a temblar otra vez Padre, y yo, sin saber una forma mejor de
consolarla, la cogí de la mano derecha luego de dejar el recipiente de la
pomada a un lado. Eso la sorprendió, pero yo no la solté, ni ella me rechazó.
Íntimo.
Imborrable en mi memoria.
— ¿Padre John? — Ella empezó luego de estar callada por tanto rato.
— Dime. — Terminé con la pomada, aunque no me atreviese a alejarme la
mano de la de ella.
Que cuando te vi por primera vez tus ojos se grabaron en mis retinas.
Que nunca pensé que llegaría el día en que me gustarían mis pecas, hasta
que me hiciste ver lo hermosas que eran. No has sido la primera en
hacerme verlo, y sin embargo eres la que cuenta ahora.
Que mi nombre en tu boca también suena hermoso y no me importaría
escucharlo por el resto de mi vida.
Que el olor a lavanda ahora es mi obsesión.
Que verte avergonzada me afecta de maneras insospechadas.
Que aún después de dos años enteros, sigues siendo mi favorita.
Que cada vez me cuesta acercarme más a ti sin querer besarte de paso.
Que quiero que me leas aquel libro de poesías que trajiste contigo.
Que me digas a donde duele porque esta vez sí tengo curitas para sanarte.
Que me hagas renunciar a la fe que tanto amo, porque por dentro estoy
cambiando de una forma que asusta.
Que la biblia ya no me consuela por las noches.
Que el frío en mis huesos a veces se hace insoportable.
Que algún día llevaré a los críos del orfanato a Disney Land, y adoptaré a
cada uno de ellos.
Que tengo miedo que después de este mes no vuelva a verte. Y de esa vez
enserio.
Que conocerte ha sido lo más extraño que me ha ocurrido y también lo más
agradable.
Que soy demasiado viejo para seguir mirándote de la forma que hago.
Que tú empiezas a notarlo.
Que probablemente yo jamás te lo diga.
Que te quiero.
— ¿Hacer qué?
—Bueno, eso, lo que hacen todos los demás. — Marissa hizo gestos raros
con los brazos antes de darse por vencida. — El celibato padre. Antes de
ello ¿Lo has hecho?
Vaya, aquella pregunta sí fue inesperada. No pude evitar toser unas cuantas
veces.
¿Por qué la interesaba saber aquello Padre? No tenía la menor idea, pero
me hizo gracia la forma en que lo dijo.
— Siento decepcionarte Joven. — Me acomodé más en el sofá. — Pero la
castidad la perdí hace mucho, mucho tiempo — Expliqué. — ¿A qué se
debe esta pregunta?
Si esto hubiera ocurrido hace diez años, seguramente me habría reído antes
de invitarla a mi habitación a que lo descubriera por sí misma. Pero claro,
eran otros tiempos. Y por suerte, no la conocí en ese entonces.
— ¿Qué pasa?
Nunca me moví tan incómodo como en aquél instante. ¿De verdad teníamos
que hablar de ello?
— Marissa...
Me acuerdo de todo Padre, cada detalle, cada suspiro. Aquella noche llovía
como ninguna otra y yo tenía las manos pringosas de pomada tras haber
aplicado en cantidad a la espalda de Marissa.
Ella no volvió a hacerme preguntas incómodas quizá porque sabía que yo
no las respondería.
Y llevaba razón.
Aunque, pude notar, ella no se acostumbró a sentir el tacto de mis dedos en
su piel de la misma forma que me acostumbré yo a tocarla.
En nuestras "sesiones nocturnas" me di cuenta, apenas hablábamos. Luego
ella Padre, que siempre se cuestionaba todo.
Hasta mi fe.
Como sí estando callada la hiciera ver invisible y menos Marissa.
Sin comprender que aún en silencio era tan única como ella misma.
Después de un rato tomé distancia, como cada noche. La pregunté si
necesitaba algo más, y como todas las veces anteriores ella respondió que
no.
Era hora de marcharme y lo hice.
Fuera seguía lloviendo como si no hubiera un mañana, y estaba bien. Me
gustaba la lluvia.
"Lágrimas del cielo," me dijo una vez los críos del orfanato y desde
entonces yo también lo creo.
¿Estabas llorando debido a mi eminente pecado Padre?
¿Sabías lo que ocurriría y por eso me enseñaste tan desgarradora tormenta?
Puede que solo esté delirando.
Pero lo que ocurrió después no fue un delirio.
Capítulo 100
Padre,
Ocurrió como aquella vez en mis sueños. Estaba todo tan oscuro señor, y
la lluvia no dejaba de caer fuera.
Y ella era tan cálida...
"”Padre John, ¿Estás dormido?"” Marissa susurró en mi oído izquierdo.
Sentí cosquilleo en todo el cuerpo.
Déjà vu.
Tal cuál mi sueño.
La misma voz.
La misma oscuridad.
¿Así que sería el mismo no? ¿Por qué no dejarme llevar por una vez
entonces?
No es pecado sino es real.
Pero en el sueño no llovía Padre. Debería haberme dado cuenta de este
detalle una vez me volqué hacía ella.
Entre las sombras vislumbré su silueta, tan negra como todo lo demás.
Deseaba verla el rostro, pero mi vista siguió viendo oscuridad.
— Acércate. — Me senté en la cama, pero no era la misma de mi alcoba.
Algo fallaba, pero mi mente siguió su curso.
La silueta de Marissa lo hizo, sin embargo ella no me tocó como en sueños.
"Padre John no hay..." Antes que ella siguiera susurrando, mis manos
finalmente encontraron el camino a sus mejillas. Estaba caliente.
Al verme tan callado, Marissa me sacó de la miseria con su voz. Por eso, en
aquel instante comprendí, que ella siempre sería mi favorita.
¿Por qué Padre? Por su descarada osadía de ser como mejor es.
Ella misma.
— Pero...
— Si te pido que me escuches, ¿Lo harás? — Pregunté permitiendo mi
pulgar derecho hacer círculos en la mejilla de ella. Sentí como su cabeza
movía de arriba abajo, estando de acuerdo. Pero yo necesitaba que me lo
dijera con palabras. — ¿Oirás la confesión de este viejo y aburrido
Sacerdote? — Ella volvió a mover la cabeza. — Háblame Marissa. Necesito
oír tu voz.
— S-si Padre. — Ella respondió con la voz bien bajita, como una cría
asustada.
— Solo John Marissa. — Casi la besé otra vez. Casi.
Por primera vez, fui yo quien me abrí en canal a ella. Estábamos a oscuras,
ella, la tormenta y yo.
Me detuve un rato para mirarla. Solo veía su silueta, aun cuando mis ojos se
habían acostumbrado finalmente a la oscuridad.
— No...John yo jamás...
— Debería haberte detenido hace dos años. — Confesé. — Deseé con todas
mis fuerzas que te quedarás allí, conmigo y con los críos. El mundo no es
bueno con la gente como tú. — Sonó crudo, pero era lo que yo realmente
pensaba. — Siento no habértelo dicho entonces Marissa. — Intuí lo que
ella me diría a continuación, por eso seguí hablando. — Santo cielo, te dije
que te decepcionaría como un amigo ¿No? Ni siquiera soy un buen cristiano
después de tantos años...Y por favor, no intentes consolarme. Sé que estás a
punto de hacerlo. — Sin poder contenerme, alcancé su mano y la sostuve
entre las mías. —Eres una buena persona Marissa. Solo te pido que lo
escuches hasta el final ¿Vale?
— Vale.
Fue la primera vez en que oí su voz tan rígida como en aquel momento.
Me sentí un niño delante de ella, y no al revés.
Hacía años que no me sentía tan indefenso a los ojos de nadie a parte de ti
Padre.
Y mucho me temía, que una vez acabara mi historia, la querría incluso más
que aquella noche.
La querría para el resto de mi vida.
Capítulo 103
Padre,
Se sentía bien poder sacarlo todo de dentro el pecho.
Podía respirar otra vez. Como si por un largo tiempo el oxígeno no entrase
en mi sistema y los olores no fuesen igual de potentes cada vez que me
tomaba una bocanada de aire.
Estaba en paz.
Marissa me hacía sentir en paz.
— Mi mujer se había enganchado demasiado a las substancias químicas
después de un tiempo. Y yo, al igual que de ella, me aburrí luego de una
temporada — expliqué. — Cuando uno puede tener el mundo, cualquier
cosa sabe a poco. Hasta el amor — sentí la mano de Marissa sostener
firme la mía. Dándome fuerzas quizá. — No sé cuándo fue, o en qué
momento empezó, pero, cada vez que salía con mis amigos me acostaba
con una mujer distinta. Y mi esposa, bueno, ella estaba demasiado
colocada como para importarse. — El recuerdo me amargó la boca. Como
si pudiera saborearlo en la lengua y envenenara mi saliva. — Cuanto más
la miraba, menos atractiva me parecía con el pasar de los tiempos. Y no me
importó lo más mínimo. Ni siquiera me culpaba por ello. Si ella estaba de
aquella forma, era culpa suya, es lo que yo pensaba. — Una risa amarga
escapó de mis labios. — Pero yo la guie por este camino. Mi dinero compró
la droga que ella utilizaba día sí y día también. Supongo que ella estaba
dolida de alguna forma, aunque, nunca llegué a cuestionarla por qué. Estaba
demasiado ocupado follando a mujeres en hoteles de lujo que no valían ni la
mitad de lo que valdría mi esposa. — Alejé mis manos de las de Marissa al
sentir como ella se ponía rígida debido a mi tono de voz. Yo nunca había
hablado de forma soez delante de ella. También hacía años que no hablaba
contigo de esta misma forma Padre. — Las drogas la proporcionaron más
amor de lo que yo estaba dispuesto a dar. ¿O quién sabe? Puede que nos
hayamos aburrido los dos, y el dinero fuese la única cosa que nos mantenía
unidos. Aunque lo dudo — reflexioné. — Cuando ella descubrió que yo la
engañaba, lloró toda la noche y me tiró cosas. La pedí el divorcio al día
siguiente. Ella se negó en aceptarlo al darse cuenta de que no recibiría nada
de mi parte — expliqué. — Yo podría ser joven entonces, pero no era tonto.
Si algo aprendí de mi padre fue a adelantarme a los hechos para utilizarlos a
mi favor. Por eso, cuando me casé con ella lo hice con separación de
bienes. Contraté a buenos abogados. Ni siquiera me molesté en hacerla la
vida imposible. Lo hicieron ellos por mí.
Marissa se mantuvo callada, atenta a cada cosa que salía de mi boca.
Obedientemente.
Era bueno ser escuchado por alguien más Padre.
— John yo...
Y puede que con suerte, quizá, algún día hable de esto con Marissa. Puede
también, que ella me cuente incluso muchas de sus vivencias para comparar
con las mías.
— ¿Cuándo has aprendido a ser tan sabia siendo tan joven? — Repliqué
con ironía.
— ¿Acabar? — Sopesé mi respuesta. — ¿Se supone que para amar hay que
tener fecha de caducidad? No Marissa. No acabó — expliqué. — Ni
siquiera hubo la oportunidad de empezar.
— ¡No hasta que me digas por qué! — La cogí de las dos mejillas, con
miedo de tocar sin querer una de sus heridas en los brazos. No quería
lastimarla aun cuando claramente ella me estaba lastimando a mí.
Y Dios, yo ya era demasiado viejo para recibir un rechazo sin antes
preguntar por qué.
— D-dijiste una vez que en tu corazón solo hay espacio para Dios, y todo lo
demás.— Ella recitó las palabras que en su día dije al rechazar su amistad.
— Padre John, lo siento tanto. Soy terrible. ¡Perdóname!
— No Marissa, no eres terrible. — Intenté consolarla. — No lo eres cariño,
por favor, no llores. — Aparté las lágrimas de sus ojos con el pulgar.
Aun cuando lloraba mares de lágrimas y tenía los ojos firmemente cerrados.
Aun cuando sus manos seguían empujándome, su rostro no dejaba de
avanzar hacia mí.
Mis manos casi alcanzaron su espalda hasta que alguien tocó la puerta.
Un chirrido fue suficiente para separarnos del todo.
Pero ahora que pienso con claridad Padre ¿Algo nos unía para empezar?
Capítulo 105
Padre,
Carla preguntó si estábamos bien. Marissa rápidamente respondió que sí
antes de dar media vuelta y escapar de aquella situación tan incómoda.
Lejos de mí.
Rechazo.
Dolor.
Sus caricias.
La forma en la que se sorprendió tras ser besada por mí, como si no
hubiese tenido la ocasión de ser besada de aquella manera por nadie más.
Sus lágrimas.
Temblores.
Gemidos.
— Hmm...— Gruñí con apenas recordar. Gemidos débiles, pero constantes.
Producidos por mi toque.
Quería oírlos otra vez.
Necesitaba oírlos otra vez.
Así que con rapidez me deshice de los cordones del chándal y lo bajé hasta
la rodilla. La cama hizo uno que otro chirrido antes de yo amoldarme del
todo a ella.
Sentí con algo de desconcierto como mi miembro chocó en el estómago una
vez lo dejé al aire libre.
Un pequeño gemido escapó de mis labios cuando toqué la punta con
cuidado.
De forma inmediata cerré los ojos y me vino en mente Marissa.
— Oh-ooh... — Mi mano derecha cerró en puño alrededor de mi pene
mientras lentamente la subía y bajaba. Estaba tan rígido que de forma
inconsciente arqueé la espalda más en la cama. Pensé en Marissa sobre mí
entonces. Con su sexo rozando el mío y gemidos, infinidad de ellos. Yo
movería mi cadera en círculos alrededor de su vagina, con ella gritando una
y otra vez incoherencias. La daría su primer orgasmo masturbándola.
Acostumbrándose a mí. — Ohhh s-sí.. — Moví la mano más rápido y me
obligué a ahogar un sonoro gemido apretando la mandíbula con fuerza.
Imaginé mis dedos adentrándose en la vagina de Marissa poco a poco. La
imagen mental fue tan efectiva que hice mi brazo de mordaza para evitar
gruñir alto.
Dios santo. ¿Tan malo era desear que todo aquel líquido estuviese dentro
de Marissa?
Demasiado.
Por curiosidad, seguí el recogido que hizo su mirada antes de alejarla a otra
parte. Marissa empezó por mi clavícula, no mi rostro. Entonces bajó
lentamente a mi pecho, deteniéndose un segundo en mis brazos, aunque no
notó nada fuera de lo normal, ya que por suerte, yo siempre llevaba camisas
de manga larga.
Marissa siempre tan valiente, por una vez, no ha tenido agallas de mirarme
a la cara.
Yo también la afectaba de la misma forma que ella a mí. Y puede que quizá,
y solo quizá, mis sentimientos hayan llegado a Marissa después de todo este
tiempo.
Pero lo hice por ella. Después de todo, Marissa siempre sería mi favorita.
Me acerqué a la silla de ruedas, ella miró a otra parte, aunque por extraño
que parezca, no se alejó. Parecía preparada para recibir una reprimenda o
desagrado.
Como si estuviese acostumbrada a ser lastimada.
Yo no añadiría una cicatriz más a su corazón, por mucho que ella estuviese
rompiendo el mío.
Jamás.
— Gracias por ser honesta conmigo hija mía. — Hablé con serenidad una
vez me arrodillé delante de la silla de ruedas. Si ella no me quería como un
hombre, sería un sacerdote entonces. — Decir la verdad es una virtud, y tú
lo has hecho. No deberías sentirte culpable por ello. — La consolé, aunque
sin tocarla. — Después de todo Marissa, la verdad te hará libre. — Ella
entonces me miró, tal como yo quería que lo hiciese. Por eso, lentamente
me levanté del suelo mientras ella seguía mis movimientos. — ¿Me
permites? — Apunté a su frente, y ella, dándose cuenta de lo que quería
hacer, asintió débilmente la cabeza.
Con lentitud acerqué mis labios a su frente y lo dejé allí por unos instantes
más de la cuenta. Un acto egoísta de mi parte, lo sé. Pero lo necesitaba
Padre.
Fue difícil controlarme después de haberla besado de la forma que hice
ayer, pero Marissa no quería al John de ayer.
Fue lento, muy lento. La forma correcta de haberla besado debería haber
sido está desde el principio. Con mis manos en sus dos mejillas, ambos ojos
cerrados, y mi nariz tocando con delicadeza el de ella.
Mi boca sobre la suya aún cerrada, como pidiendo permiso antes de entrar.
El nerviosismo previo. La excitación creciendo a fuego lento.
Los pelos de punta, y la incomodidad de equivocarse en algo.
Marissa se merecía aquel momento padre, y confieso que yo también.
Entonces, mi lengua encontró el camino al cielo de su boca y Marissa
contuvo una risita.
Bien.
Me gustaba oírla sonreír. Por eso lo hice una segunda vez, mover la punta
de mi lengua en el cielo de su boca, de forma que la obligué a alejarse de mí
con los ojos abiertos como platos.
— ¡Me hace cosquillas! — Marissa me miró impresionada. — No me has
besado así antes. — Replicó sin realmente pensar en lo que estaba diciendo.
— ¿Quieres que te besé cómo ayer entonces? — Pregunté con una sonrisa
maliciosa que no pude deshacer a tiempo. Me salió sin querer Padre.
Marissa rápidamente miró al suelo.
¿Se habrá acordado de mis manos en su piel y de cómo la hice sentir?
Porque yo me acordaba perfectamente de sus manos en mi pecho.
— Hey. — La acaricié las dos mejillas con delicadeza. No dejé de
acariciarlas hasta que ella finalmente me encaró. — Tenemos todo el tiempo
del mundo Marissa. Podemos ir despacio. — Mi respuesta la hizo sonreír.
Como si todo aquello la hiciera una gracia tremenda.
— Tengo veintisiete años Padre, — Ella habló en medio a risas. — ¡Si me
espero más creo que me volveré majareta! — Rió con algo de amargura. —
¡O una monja!
En algún momento se me escapó la risa también.
La espontaneidad de Marissa era contagiosa.
— No me tientes señorita. — Repliqué unos instantes más tarde.
— ¡Dios! ¿Yo puedo tentar a alguien? Eso sí es nuevo. — Ella comentó
sorprendida. — ¿De verdad?
— ¿Quieres realmente que te responda a esto? — Mi mirada pareció
comerla de tal forma que Marissa apartó la vista.
— V-vale...lo pillo.
— ¿Te tiento yo a ti? — Pregunté con curiosidad.
Aún seguíamos cerca, nuestras narices a poca distancia la una de la otra, la
tensión constante, y sin embargo estaba satisfecho.
Y Marissa también.
— Bueno... — Ella toqueteó distraídamente él apoyabrazos de la silla de
ruedas. — Te veías súper adorable con la sotana y...
— ¿Y? — Inquirí.
— Bueno... — Su mirada se detuvo en mi hombro. — ¡Que conste que yo
no soy la única que piensa esto! — Soltó. — He escuchado a los feligreses
y bueno, dicen que eres demasiado sexy para ser un cura. Mucha tentación
para un lugar tan sagrado como es la iglesia — explicó — ¡Y Dios! Por
culpa de ellas tuve sueños raros.
— ¿He hecho algo malo? — Ella preguntó con los labios hinchados y la
mirada perdida.
Por eso dejé de preocuparme con el tiempo. De todas formas, era una
batalla que ya no ganaría.
Mi corazón gobernaba todo mi ser. Y él, traidor, se convirtió en vasallo fiel
de Marissa.
Las semanas que siguieron han pasado con una rapidez alarmante, pero en
el buen sentido.
Nuestros besos también habían profundizado más. Incluso, hubo una tarde
en la que me vi obligado a alejarme, caso contrario, la habría llevado
conmigo a la cama para que siguiéramos con la sesión de una forma más
"placentera" para los dos.
Esta mujer no sabe de lo que soy capaz cuando estoy cachondo padre.
Debería avisarla, y aun así no hice más que asentir.
— Me gusta eso.
— ¿Sí?
— Te quiero.
¿Por qué luego en aquél momento padre? No estando tan cerca. Ella me
estaba tentando demasiado.
Marissa gimió.
Besar nunca se sintió tan bien. Cada temblor me excitaba más y más. Y
peor, Marissa no opuso resistencia.
Fue espontáneo.
— ¿Por qué lo estás haciendo?— Intenté sonar lo más racional posible, pero
me costaba estando tan excitado, además de seguir teniendo a la causante de
ello en mis brazos.
Entonces me di cuenta.
Marissa aún seguía siendo demasiado joven. No era tan fácil amar a
alguien. Tampoco tan rápido.
Pero en parte la comprendía señor. Marissa seguía siendo una mujer que no
había tenido experiencia real antes que conmigo. La única referencia de
parejas que ella habría tenido a parte de la de su fallecida hermana, eran de
novelas eróticas y videos subidos de tono en páginas web.
— No es la respuesta que quiero oír de ti.— Porque sabía que no era cierto.
No hace mucho ella pidió tiempo para adaptarse a mí, diciendo que estaba
asustada. Y ahora me quería después de unos cuantos besos.
No.
Algo más estaba ocurriendo.
El amor aparece tan rápido.
Lo sabía.
Vaya sí duele señor.
No importa.
Por mucho que me doliese, de esa vez yo la enseñaría una valiosa lección.
Que uno nunca debe entregarse de tal forma apenas por un acto de
amabilidad. Que no todos serían igual de comprensivos que yo. Y que en el
mundo hay gente tan cruel como los tipos que la han lastimado, y que por
desgracia, habría más.
Mucho más.
Me obligué a recordar que aquello era una lección. Que tarde o temprano
Marissa diría basta, como también que había ropa de por medio. Aunque, el
pijama de Marissa era de una capa muy fina, y mi pantalón era de tela.
Mis manos aún seguían agarradas a sus piernas, así que Marissa intentó
alcanzarlas con las suyas, haciendo así que su trasero hiciera más presión a
mi entrepierna. El gruñido que escapó de mi boca fue gutural.
Yo no la condicionaría a amarme.
Nunca.
No cuando mi propio padre me condicionó hace años a amar solamente al
dinero y olvidarme de hacerlo con los demás.
Ahora lo comprendo Padre. Alguien que pasa toda la infancia falta de vida
y deseosa de muerte, no puede cambiar de forma tan rápida.
Marissa había pasado toda su vida sin quererse a sí misma. Y ahora que
comprendía que otro lo hacía por ella, me convirtió en un ídolo por realizar
la hazaña que ella no fue capaz hacer por si sola: amarse de verdad.
— Te quiero pequeña.
Me costó cerrar la puerta detrás de mí, pero más me costó dejarla sola sin
explicar por qué.
Ella seguramente se estaría preguntando que hizo mal padre. Pero yo no era
la persona adecuada para consolarla en aquel momento.
Abrí los ojos de inmediato. Estaba oscuro, pero supe quién era. El rechinar
de la silla de ruedas la delató.
— Marissa, ¿Qué haces?— Tome distancia, y aun estando tan oscuro casi
pude sentir agobio en ella. — ¿Por qué estás aquí?
No.
No es este el caso.
— Porque te quiero, por eso lo hice.— Ella se justificó sin titubear ni una
sola vez.
— No lo haces.— Respondí.
— Estas enfadado.
— No.—dije— Estoy herido.
— No quiero este tipo de amor venido de ti.— Mi parte más egoísta salió a
flote.— No un amor basado en idolatría y a cambio de algo. Mi amabilidad
no tiene un precio.— La hice entender lo mejor que he sido capaz.— Te la
doy gratis.
— ¿Me estas rechazando Padre?— Fue una pregunta, pero Marissa lo tomó
como una afirmación. Como si supiera que sería desechada mucho antes de
cuestionarme siquiera. — ¿Es eso lo que me estás diciendo?
— ¿Es eso una forma bonita de rechazarme? Los críos del instituto que me
hacían la vida imposible eran más creativos. Hazlo mejor.— La amargura
sonó peligrosamente en su voz.
Aquello me sorprendió.
— Marissa…
— ¿Ha sido algo que dije? ¿No soy lo suficiente atractiva? ¿O será porque
no soy un hombre?— Ella numeró las posibilidades.— ¡Oh! Ya sé, es que
porque soy un caso de caridad y John, el santísimo sacerdote se aburrió de
mí.
— ¡Marissa!— Me sentí ultrajado de tal forma que aún en la oscuridad
conseguí alcanzarla del brazo y la acerqué a mí.— ¡Yo jamás!
— ¿¡Y QUÉ SI LO ES?! ¿¡Y qué si sentía que debería darte algo de mí a
cambio?! — Ella explotó.— ¡ES MI CUERPO!— Intentó alejarse de mí,
pero mi mano era firme.— ¡PUEDO DARSELO A QUIEN QUIERA!—
Sentí un dedo chocar en mi pecho.— ¡Y te lo estaba ofreciendo a ti!
— MARISSA— Soné tan alterado que sentí como ella estremecía debido a
mi voz. — Escúchame bien, porque solo lo diré esta vez.
Sentí su boca tocar la mía y fue mágico. Ella había mejorado bastante en el
arte de besar, encontrando de paso el camino al cielo de mi boca.
— Maldita sea.— dejé escapar cuando Marissa tomó algo de distancia para
respirar. Sus manos en mi pelo. Me entró la piel de gallina. La quería, y la
quería en aquél instante.
— ¿Lo hice bien?— Ella preguntó aprehensiva, como si ser agresiva de por
si no estuviese en su naturaleza.
— Donde te apetezca, pero tócame. — No pude aguantar más señor, así que
la besé a mi manera.
— Ahh...— Ella gimió bien bajito, pero ha sido suficiente para despertarme
del todo. Mis manos fueron a su cintura, y con una destreza que no me
acordaba tener, la levanté rápidamente antes de acomodarla a horcajadas
sobre mis piernas. Mi acto la sorprendió de tal forma que ella ladeó la
cabeza a un lado, confusa. Y yo, disgustado que ella hubiese interrumpido
el beso, me hundí en su cuello. Si no podía tener sus labios, me contentaría
con su piel.
— Oh Dios mío.— Marissa gimió más fuerte sin poder contenerse. Antes
que ella fuese capaz de tapar la boca con las manos, las mías la detuvieron.
La acerqué más para tomar su boca en la mía otra vez. Su gemido resonó en
mi garganta.
Nuestros pechos se chocaron y ambos gemimos al unísono. Y de mientras,
la yema de mis dedos recogía todo el camino de la espalda de Marissa hasta
llegar a su trasero.
No era pequeño, o respingón. Era amplio y robusto, y que bien se sentía al
tacto Padre.
Y con ello volví a besarla, mis manos aún pegadas en ella. Moviéndola en
mi eje.
Suspiros.
Gemidos.
Manos, temblores.
— Oh Diosss….
Fricción.
Besos húmedos.
Calor. Manos en mi espalda, utilizándome de ancla para no desplomarse.
Mi boca en su clavícula.
— ¡Ahhhhh Joder!— Maldije sin poder evitarlo. Hacíamos demasiado ruido, así que la besé para
callarnos.
Calor.
Piel con piel.
Temblores y espasmos.
Entonces paz.
La sostuve entre mis brazos antes que la magia se hiciera merma. Antes que
la vergüenza la embargara por completo y nos alejáramos.
—Quédate conmigo hoy. — No era una petición, aunque sonase como tal.
Y al parecer, fue la respuesta que Marissa esperaba. Sentí como ella movía
la cabeza apoyada en mi hombro. Un acuerdo silencioso. Era raro verla tan
callada. Mucho más después de haberla oído gemir mi nombre tras un
sonoro orgasmo.
— Buenos días Carla, ¿Pasa algo? — Intenté sonar sereno mientras echaba
un vistazo a Marissa. Ella parecía mucho más atareada en avergonzarse qué
no decir algo. Como los buenos días, por ejemplo.
— De nada Johnie.
Una vez la puerta volvió a cerrarse, el silencio que siguió pareció eterno.
Marissa estando tan callada como la primera vez que la conocí. Los
silencios no solían ser buenos, mucho menos con ella.
Por eso me acerqué a su rostro y sin pensar demasiado la besé en los labios.
Mi acción la sorprendió y sin embargo ella no se alejó.
— N-no.
Por supuesto.
Los sonidos.
El movimiento descompasado.
Las ganas irrefrenables.
El deseo de más.
Así que, una vez me acerqué a la cocina encontré a Carla colgada del
teléfono fijo, sola. Marissa aún no había salido de la habitación.
Por un momento, mi lado más pesimista salió a flote. Dejé de fantasear con
lo mucho que la deseaba e imaginé de si ella, quien sabe, se hubiese caído
una vez más con la silla de ruedas en el lavabo.
“Hey Bro! How you doing?” Sonó del otro lado. Yo reconocería aquella voz
siempre. Harry.
— ¿Qué tal hermano?
“No speaking english anymore Bro? Already forgot our mother tongue?” Él
indagó con la voz animada.
— Sí.— Respondí.
— Harry…
— Ella es especial.
— ¡Harry!
— Okay, vale. Pero fuera coña, ¿Lo has hecho?— Sonó morboso al otro
lado de la línea.
— Harry yo…
“You already are. Hear you voice is good enough to me lil’brother.” Fue mi
respuesta.
“Loud and clear.” Repliqué antes de colgar el fijo más a gusto conmigo
mismo.
Por eso, con pereza eché una mirada a mí alrededor antes de encontrarme
con los ojos de Marissa.
Y ella a mí.
Capítulo 127
Padre,
Aunque, los bancos de madera en el estudio no eran del todo cómodos para
ella, por eso, la senté en mi regazo con tranquilidad, de la misma forma que
haría con los críos del orfanato.
Yo no la hice caso.
Quería tocarla.
Quería saber que todo aquello seguía siendo real.
Tras oír lo último ella miró hacia el suelo antes de asentir lentamente. Como
si no estuviese acostumbrada a ello.
Como si ser deseada fuese algo completamente nuevo para ella.
— John yo...— Marissa parecía dispuesta a decir algo antes de negar con la
cabeza y envolver sus brazos alrededor de mi cintura. Abrazándome como
respuesta. — Ahora eres alguien distinto.— restregó su nariz en mi cuello
haciéndome cosquillas.
La quería.
— M-Marissa...
No, no lo haces.
— Marissa cariño mío...— Acaricié sus mejillas.— Que tengas pelo ahí
abajo es lo que menos me preocupa ahora. — La hice entender.— Estás
lastimada, y tienes poca experiencia en el acto sexual. Me da mucho más
miedo lastimarte que no ver algo natural de tu cuerpo como puede ser el
pelo.— La miré detenidamente a los ojos. — Marissa, te deseo. — La
acerqué más a mí y la besé. Ella me besó también. Quedamos así unos
minutos antes de alejarme. — Pero no podemos hacerlo...
— ¿Por qué no?— Ella sonó desdichada.— ¿Es por el pelo verdad? Si me
das un rato me deshago de él y...
— ¡Yo no pienso hacer estas cosas tan vergonzosas con alguien más!— Me
observó boquiabierta. Yo acababa de decir una estupidez, y sentí ganas de
pegarme un puñetazo bien fuerte, pero cambio, para remendar mis fallos, la
besé. Ella pareció reacia al comienzo, pero me aceptó al final. El beso no
tardó demasiado en ganar más fervor.
— He escuchado... que hay una píldora del día después...— Ella comentó
entre suspiros, y aquello fue... La gota que colmó el vaso. Mi cuerpo la
quería, y la razón dejaba de tener control sobre mí. El único vestigio de ella
se fue cuando comprobé que la puerta del estudio estaba cerrada.
— Yo nunca creí siquiera que tendría una primera vez...— Marissa sonrió,
como si todo aquello fuese demasiado surreal para ella.— ¿De verdad crees
que me importa el lugar Padre?— Y de nuevo ella profirió la palabra
prohibida. Pero de esa vez, eso solo me excitó más.
Y yo la amaría Padre.
Aunque a mi manera.
Capítulo 130
Padre,
¿Hace falta que te lo explique con detalle? ¿De cómo la desvestí poco a
poco y mis manos sintieron las curvas que formaban su cintura?
¿Qué de todos los colores el negro ahora sería uno de mis favoritos?
¿Qué deseé adentrarme en ella de tal forma que a punto estuve de tener un
orgasmo con solo mirarla?
¿Qué no hicimos el amor, sexo o lo que sea que nombren los demás?
Que las ganas eran tantas que terminamos sobre la mesa del estudio. Que
después de la primera vez terminamos agotados, y que ella más que nadie
necesitaba descansar. Que la segunda vez, más dispuestos, fuimos
enérgicos. Y que la tercera habíamos perdido la vergüenza por completo.
Que la besé en todas partes, al menos, en las que ella me permitió hacerlo.
Marissa quiso besarme también.
No me importó ser adorado por ella.
Me avergoncé incluso.
Que cuando acabamos, y aun tras ella tener todas aquellas cicatrices y
moratones a medio curar, se levantó, recogió la ropa del suelo y me
ofreció ayuda para vestirme.
Padre…yo…estaba llorando.
Finalmente.
Marissa era más importante para mí que mi fe. Y de cierta forma, dolió
decirte adiós señor.
No creo que sea necesario que repita mis motivos, ya que Padre, lo sabes de
sobra.
Renuncio a mis votos como Sacerdote por algo más poderoso que mi fe.
Algo que me hace levantarme cada día.
Por eso, soy indigno de seguir estando bajo tu techo Padre. Porque la amo
más que tus mandamientos.
Puede que algún día se amenice y cada vez que la mire solo quede una
ínfima parte de lo que siento ahora.
Sin embargo aun así, la encontraré mucho más estimulante que leerme tus
palabras señor.
Siento la impertinencia Padre. Pero juré decirte la verdad siempre, y está es
la única que me queda por darte.
Y eso haré.
Solo te pido señor que Marissa siga estando a mi lado cuando esto ocurra.
Mi creador, el creador del suelo por el que camino, del agua que bebo y
con la que me baño, del sol que me calienta y de la luna que me cobija.
Dios mi creador creo en ti, creo en ti todos los días, a cada hora, cada
segundo, te amo y eres mi guía en cada momento. Sin duda alguna creo en
ti.”
Epílogo
Fue en un cálido Agosto cuando los feligreses escucharon la triste noticia
de que John O’Brien dejaría de ser el Sacerdote de la parroquia, y que
como era de esperar, otro tomaría su puesto indefinidamente.
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En algún momento del camino la niña dejó de querer tener el pelo tan rubio
como el de John, y aprendió a amar el suyo propio. Muchos la apellidaron
Ana de las tejas verdes, y a Giovanna no la importó en los más mínimo.
Incluso, la señorita Marissa la había felicitado por el pelo tan bonito que
tiene.
— ¿De verdad?
— Y Marissa lo sabe…
— Vaya señora de los Santos, ¿De verdad piensas algo así de John?
— No creo que el señorito John sea así, pero, me abstengo de decir nada
más.
— Sí señora.
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— ¡Santo cielo! ¿¡Es que tengo que hacer todo yo sola en esta casa o que
pasa?!— Carla caminó de un lado a otro con desespero. No hace mucho que
habían contratado a más cocineros y personal de limpieza, aunque, ninguno
de ellos se había acostumbrado del todo al entorno. — Roberta, ¡Las
habitaciones! Josep, ¡Prepara el jardín!— señaló las ubicaciones estresada.
— ¡Y casi se me olvida! Tendremos que hacer bocadillos para los críos, y
preparar más habitaciones para la llegada de Harry también. ¡Tantas cosas
por hacer! ¡Tantas cosas por hacer!
— Tranquilícese señora. — Una de las chicas de la limpieza se le acercó.
— Estoy tranquila, estoy tranquila. — Carla repitió una y otra vez luego de
respirar fondo. — ¿Johnie aún no ha llegado con Marissa de la playa?
— No señora.
— Perfecto. — Asintió. — Así que tendremos tiempo. — Miró de reojo a
la chica. — ¿Qué esperas? ¡A trabajar!
— ¡Sí señora!
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