Vida de Jesus E. Renan

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p.

VIDA

DE JESÚS

HISTORIA
DE LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO


LIBRO PRIMERO

p. iii
ERNESTO RENÁN
——

VIDA

DE JESÚS
NUEVA EDICION CON NOTAS

——

MADRID
LIBRERÍA DE ALFONSO DURÁN
CARRERA DE S. GERÓNIMO, 2

1869

MADRID, 1869.—Imp. de Rivadeneyra, Duque de Osuna, 3.

p. 1
AL ALMA PURA

DE MI HERMANA ENRIQUETA

MUERTA EN BIBLOS EL 24 DE SETIEMBRE DE 1861

¿Te acuerdas, desde el seno de Dios, donde reposas, de aquellos largos dias de Ghazir en que, solo
contigo, escribia yo estas páginas, inspiradas por los lugares que acabábamos de recorrer? Silenciosa á mi
lado, tú releias cada página y la copiabas apénas escrita, miéntras que á nuestros piés se extendian el mar,
las aldeas, los barrancos y las montañas. Cuando á la sofocante luz de la tarde sucedia el innumerable
ejército de estrellas, tus preguntas finas y delicadas y tus discretas dudas me hacian pensar en el objeto de
nuestras comunes investigaciones. Un dia me dijiste que tú amarias este libro, por haber sido escrito en tu
compañía, y porque te gustaba su espíritu. Y si algunas veces temias que le fuese contrario el juicio del
hombre frívolo, siempre estuvisp. 2te persuadida que al fin agradaria á las almas verdaderamente
religiosas. El ala de la muerte nos hirió á entrambos en medio de aquellas dulces meditaciones; á la misma
hora caimos en febril letargo... ¡Yo me desperté solo!... Tú duermes ahora en la tierra de Adónis, cerca de
la santa Biblos y de las aguas sagradas, donde iban á mezclar sus lágrimas las mujeres de los misterios
antiguos. Revélame ¡oh buen genio! á mí, á quien tanto amabas, esas verdades que dominan la muerte,
que impiden temerla y casi nos la hacen amar.
p. 3

INTRODUCCION
EN DONDE PRINCIPALMENTE SE TRATA DE LAS FUENTES DE ESTA HISTORIA

Una historia de los «Orígenes del cristianismo» deberá abarcar todo el período oscuro, subterráneo,
si se me permite la frase, que se extiende desde los primeros pasos de esta religion hasta el momento
en que su existencia vino á ser un hecho público, notorio, evidente á los ojos de todo el mundo. Esta
historia se compondrá de cuatro libros:—el primero, que hoy ofrezco al público, trata del hecho
mismo que sirvió al nuevo culto de punto de partida, y le llena completamente la persona sublime de
su fundador. El segundo tratará de los apóstoles y de sus discípulos inmediatos; mejor dicho, de las
revoluciones que sufrió el pensamiento religioso en las dos primeras generaciones cristianas. Le
cerraré hácia el año 100, época en que habian ya muerto los últimos amigos de Jesús y en que se
habian fijado todos los libros del Nuevo Testamento en la forma que tienen hoy dia. En el tercer
volúmen expondré el estado del cristianismo bajo los Antoninos: verásele en él desarrollarse
lentamente y sostener una guerra casi constante contra el imperio, el cual, habiendo llegado entónces
al apogeo de la perfeccion administrativa, y hallándose dirigido por filósofos, combate en la secta
nacientep. 4 una sociedad secreta y teocrática que le niega con obstinacion y le mina sin cesar. Este
libro contendrá todo el siglo segundo. En el tomo cuarto demostraré, por último, los progresos
decisivos que hace el cristianismo á partir de los emperadores sirios. En él se verá el hundimiento de
la sábia construccion de los Antoninos, la decadencia de la civilizacion antigua hacerse irrevocable, el
cristianismo aprovechándose de su ruina, la Siria conquistando todo el Occidente, y á Jesús, en
compañía de los dioses y de los sabios divinizados del Asia, tomar posesion de una sociedad á la cual
no bastaba ya la filosofía del Estado puramente civil. Entónces es cuando las ideas religiosas de las
razas agrupadas al rededor del Mediterráneo se modifican profundamente; cuando los cultos orientales
extienden por todas partes su dominio; cuando el cristianismo, olvidando por completo sus ensueños
miliarios, rompe los últimos lazos que le ligaban al judaismo y pasa entero al mundo greco-latino. Las
luchas y el trabajo literario del siglo tercero, que ya se presentan sin rebozo, no se expondrán sino á
rasgos generales. Más sumariamente referiré aún las persecuciones del principio del siglo cuarto,
último esfuerzo del imperio por reivindicar sus antiguos principios, aquellos que no concedian ningun
puesto en el Estado á la sociedad religiosa. Por último, me limitaré á presentir el cambio de política
que invirtió los papeles bajo el cetro de Constantino é hizo del más libre y espontáneo movimiento
religioso un culto oficial sujeto al Estado y perseguidor á su vez.
Ignoro si tendré vida y fuerzas suficientes para llenar un plan tan vasto. Me daria por satisfecho si,
despues de haber escrito la vida de Jesús, pudiese referir, segun yo la comprendo, la historia de los
apóstoles, el estado de la conciencia cristiana durante las semanas que siguieron á la muerte de Jesús,
la formacion del ciclo legendario de la resurreccion, los primeros actos de la iglesia de Jerusalen, la
vida de San Pablo, la crísis del tiempo de Neron, la aparicion del Apocalípsis, la ruina de Jerusalen, la
fundacion de las cristiandades hebráicas de la Batanea, la redaccion de los evangelios y el orígen de
las grandes escuelas del Asia Menor derivadas de Juan. Todo palidece junto á ese maravilloso primer
siglo. Y por una singularidad rara en la historia, vemos mucho más claramente lo que pasó en el
mundo cristiano desde el año 50 al 75 que desde el 100 al 150.
El plan que he adoptado en esta historia me ha impedido p. 5 introducir en el texto largas
disertaciones críticas sobre los puntos controvertidos. Un sistema contínuo de notas permite al lector
comprobar por sí mismo en las fuentes que se citan, las proposiciones de la obra [*]. En esas notas me
he limitado estrictamente á las citas de primera mano, esto es, á la indicacion de los pasajes originales,
sobre los cuales se apoya cada aserto ó cada conjetura. Comprendo que para las personas poco
iniciadas en esta clase de estudios, serían indispensables explicaciones mucho más extensas. Pero no
tengo costumbre de retocar lo que está hecho y bien hecho. Para no citar sino libros escritos en
frances, aquellos que deseen profundizar la materia pueden proporcionarse las obras siguientes:
[*] Para no fatigar la atencion del lector con repetidas llamadas bajo el texto, hemos creido oportuno trasladar las notas al fin
del volúmen.
Études critiques sur l’évangile de saint Matthieu, par M. Albert RÉVILLE, pasteur de l’Église
wallonne de Rotterdam.
Histoire de la théologie chrétienne au siècle apostolique, par M. REUSS, professeur à la Faculté de
théologie et au séminaire protestant de Strasbourg.
Des doctrines religieuses des Juifs pendant les deux siècles antérieurs à l’ère chrétienne, par M.
Michel NICOLAS, professeur à la Faculté de théologie protestante de Montauban.
Vie de Jésus, par le Dr. STRAUSS, traduite par M. LITTRÉ, membre de l’Institut.
Revue de théologie et de philosophie chrétienne, publiée sous la direction de M. COLANI, de 1850 à
1857.—Nouvelle Revue de théologie, faisant suite à la précedente, depuis 1858.
Les Évangiles, par M. Gustave D’EICHTHAL. Première partie: Examen critique et comparatif des
trois premiers évangiles.

Los que quieran tomarse el trabajo de consultar estos excelentes escritos, encontrarán en ellos la
explicacion de multitud de puntos sobre los cuales he tenido que ser muy conciso. En lo que
particularmente se refiere á los textos evangélicos, su crítica detallada ha sido hecha por Strauss de un
modo que deja muy poco que desear. Y aunque Strauss se haya engañado en su teoría sobre la
redaccion de los evangelios[1], y aunque su libro tenga, en mi opinion, el defecto de afirmarse en gran
manera sobre el terreno teológico y muy poco sobre el de la historia [2], preciso es, para apreciarp. 6 los
motivos que me han guiado en una infinidad de detalles, seguir la discusion, siempre juiciosa, aunque
algo sutil en ocasiones, de la obra que tan bien ha traducido mi sabio cofrade M. Littré.
En materia de testimonios antiguos creo no haber descuidado ninguna fuente de informaciones. Sin
contar un sinnúmero de datos esparcidos acá y allá, cinco grandes colecciones de escritos nos quedan
respecto á Jesús y al tiempo en que vivió:—1.ª los evangelios y en general los escritos del Nuevo
Testamento; 2.ª las composiciones llamadas apócrifas del «Antiguo Testamento»; 3.ª las obras de
Filon; 4.ª las de Josefo; 5.ª el Talmud. Los escritos de Filon tienen la inapreciable ventaja de
mostrarnos las ideas que, en tiempo de Jesús, fermentaban en las almas ocupadas en las grandes
cuestiones religiosas. Verdad es que Filon vivia en otra provincia del judaismo, diferente de la en que
habitaba Jesús; pero tambien lo es que su carácter, como el del fundador del cristianismo, estaba muy
por encima de las pequeñeces que reinaban en Jerusalen:—Filon es en este concepto el hermano
mayor de Jesús. Sesenta y dos años tenía cuando el profeta de Nazareth se hallaba en el apogeo de su
actividad, y le sobrevivió diez años, por lo ménos. ¡Lástima es que los azares de la vida no le llevasen
á Galilea! ¡Cuánto no nos habria enseñado!
El estilo de Josefo, que particularmente escribia para los paganos, no tiene la misma sinceridad. Sus
escasas noticias sobre Jesús, Juan Bautista y Júdas el Gaulonita, son áridas y sin color. Se conoce á
primera vista que trata de presentar aquellos movimientos, cuyo carácter era tan profundamente
judáico, bajo una forma inteligible para los griegos y romanos. Sin embargo, tengo por auténtico el
pasaje que se refiere á Jesús, porque se halla en perfecta armonía con la índole de Josefo; al mencionar
este historiador á Jesús no debió hacerlo de otro modo. No obstante, se conoce que una mano cristiana
ha retocado el pasaje añadiéndole algunas palabras, sin las cuales habria sido casi blasfematorio [3], y
suprimiéndole ó modificándole algunas expresiones [4]. Preciso es tener presente que Josefo debe su
fama literaria á los cristianos, quienes adoptaron sus escritos como documentos esenciales á su historia
sagrada. Probablemente se hizo de ellos en el siglo segundo una edicion corregida segun las ideas
cristianas[5]. De todos modos, lo que constituye el inmenso interes p. 7 de Josefo con relacion á nuestro
asunto, es la viva luz que arroja sobre los personajes de aquel tiempo. Gracias á él, Heródes, Herodías,
Antipas, Felipe, Anás, Caifás y Pilátos, son figuras históricas que aparecen de relieve á nuestra vista
con maravillosa exactitud.
Los apócrifos del Antiguo Testamento, y en particular la parte judía de los versos sibilinos y el
Libro de Henoch, tienen, unidos al Libro de Daniel, que tambien es un verdadero apócrifo, inmensa y
capital importancia para la historia del desarrollo de las teorías mesiánicas y para la inteligencia de las
concepciones de Jesús sobre el reino de Dios. El Libro de Henoch, muy conocido de las personas que
rodeaban á Jesús[6], nos da, sobre todo, la clave de la expresion de «Hijo del Hombre» y de las ideas
que á ella se refieren. Gracias á los trabajos de MM. Alexandre, Ewald, Dillmann y Reuss, la edad de
estos diferentes libros está ya fuera de duda. Todo el mundo conviene en que la redaccion del más
importante de entre ellos data de los siglos segundo y primero ántes de Jesucristo. La fecha del Libro
de Daniel es más incierta. El carácter de las lenguas en que está escrito, el uso de palabras griegas, el
anuncio claro, determinado, preciso de los acontecimientos que alcanzan hasta la época de Antíoco
Epifáneo, las falsas imágenes que en él se trazan de la antigua Babilonia, el colorido general del libro,
que en nada se parece á los escritos del cautiverio, y que, al contrario, se armoniza por una infinidad
de analogías con las creencias, las costumbres y los giros de imaginacion de la época de los
Seléucidas, el sabor apocalíptico de las visiones, el sitio del libro en el cánon hebreo fuera de la serie
de los profetas, la omision de Daniel en los panegíricos del capítulo XLIX del Eclesiástico, donde se
hallaba su rango como indicado, multitud de otras pruebas que han sido cien veces deducidas, todo, en
fin, induce á creer que el Libro de Daniel fué producto de la grande exaltacion que la persecucion de
Antíoco ocasionó entre los judíos. Así, pues, no debe clasificarse este libro entre la antigua literatura
profética, sino más bien al frente de la literatura apocalíptica, como primer modelo de un género de
composiciones entre las cuales debian figurar despues de él los diversos poemas sibilinos, el Libro de
Henoch, el Apocalípsis de Juan, la Ascension de Isaías y el cuarto libro de Esdras.
Mucho se ha descuidado hasta hoy el Talmud al tratarse p. 8 de la historia de los orígenes del
cristianismo. Pero yo creo, con M. Geiger, que la verdadera nocion de las circunstancias en que se
produjo su fundador, debe buscarse en esta rara compilacion, tan abundante de preciosas noticias, que
se mezclan y confunden con la más trivial escolástica. Habiendo seguido la teología cristiana y la
judáica dos caminos paralelos en el fondo, no puede comprenderse bien la historia de la una sin la de
la otra. Por otra parte, innumerables detalles materiales de los evangelios tienen su comentario en el
Talmud. Ya las compilaciones latinas de Lightfoot, de Schœttgen, de Buxtorf y de Otho contenian á
este respecto multitud de noticias. Por mi parte, me he impuesto el deber de comprobar en el original
cuantas citas he admitido, sin exceptuar una sola. Y la colaboracion que en esta parte de mi trabajo
debo á M. Neubauer, sabio israelita muy versado en la literatura talmúdica, me ha permitido ir más
léjos y aclarar las partes más delicadas de mi asunto con algunas nuevas comparaciones.
Extendiéndose la redaccion del Talmud desde el año 200 hasta el 500, próximamente, la distincion de
las épocas es aquí muy importante. Nosotros las hemos examinado con todo el discernimiento que
permite el estado actual de esta clase de estudios. Entre algunas personas acostumbradas á no
conceder valor á un documento sino por la época misma en que fué escrito, excitarán acaso algunos
temores tan recientes fechas. Pero semejantes escrúpulos estarian aquí fuera de lugar. La enseñanza de
los judíos desde la época asmonea hasta el siglo segundo fué oral principalmente, y no debe juzgarse
de aquella especie de estado intelectual por las costumbres de un tiempo en que tanto se escribe. Los
Vedas y las antiguas poesías árabes se conservaron en la memoria del pueblo durante siglos, y sin
embargo, esas composiciones presentan una forma decisiva y muy delicada. Por el contrario, la forma
no tiene en el Talmud ningun valor. Añadamos que ántes de la Mischna de Júdas el Santo, que hizo
olvidar todas las otras, hubo ensayos de redaccion cuyos principios se remontan acaso mucho más allá
de lo que comunmente se supone. El estilo del Talmud es el de los resúmenes compilativos:
probablemente los redactores no hicieron sino clasificar, bajo ciertos títulos, el enorme fárrago de
escrituras que por espacio de muchas generaciones se habian acumulado en las diferentes escuelas.
Réstanos hablar de los documentos que, presentándose como p. 9 biografías del fundador del
cristianismo, deben ocupar naturalmente el primer rango en una vida de Jesús. Un tratado completo
sobre la redaccion de los evangelios tendria que formar una obra aparte. Merced á los hermosos
trabajos de que ha sido objeto esta cuestion desde hace treinta años, el problema que otras veces
parecia inabordable, ha llegado á una solucion que, si bien deja todavía paso á muchas incertidumbres,
satisface al ménos plenamente las necesidades de la historia. Siendo la composicion de los evangelios
uno de los hechos más importantes para el porvenir del cristianismo, de cuantos en la postrera mitad
del primer siglo ocurrieron, ocasion tendrémos de volver á examinarla en nuestro segundo libro. Aquí
no tratarémos esta especie sino bajo el punto de vista indispensable á la solidez de nuestro relato. Sólo
buscarémos, dejando aparte cuanto pertenece al cuadro de los tiempos apostólicos, la medida en que
deben emplearse los datos que los evangelios nos ofrecen en una historia trazada con arreglo á
principios racionales[7].
Que los evangelios son en parte legendarios, es cosa evidente, puesto que en ellos abundan los
milagros y lo sobrenatural; pero hay leyenda y leyenda. Nadie pone en duda, por ejemplo, los rasgos
principales de la vida de Francisco de Asís, sin embargo de hallarse en ella lo sobrenatural muy
frecuentemente. Por el contrario, ninguno da crédito á la «Vida de Apolonio de Tiana.» ¿Por qué?—
Porque fué escrita mucho tiempo despues del héroe, y bajo las condiciones de pura novela. ¿En qué
época, por qué manos y en qué circunstancias fueron escritos los evangelios? Hé aquí la cuestion
capital de que depende el juicio que de su autenticidad debemos formarnos.
Sabido es que cada uno de los cuatro evangelios lleva al frente el nombre de un personaje conocido,
bien en la historia apostólica, bien en la misma historia evangélica. Pero esos cuatro personajes no se
nos han presentado rigurosamente como sus autores. Segun la más antigua opinion, las fórmulas
«segun Matheo», «segun Márcos», «segun Lúcas», «segun Juan», no implican que estos relatos fuesen
escritos de extremo á extremo por Juan, Lúcas, Márcos y Matheo [8]; esas fórmulas significan
únicamente que se apoyan en las tradiciones que provienen de cada uno de aquellos apóstoles y que se
escudan con su autoridad. Si esos títulos son exactos, claro es que los evangelios, sin que dejen de ser
legendarios enp. 10 parte, tienen sumo valor, puesto que nos llevan al medio siglo que siguió á la
muerte de Jesús, y en dos de ellos, hasta á los testigos oculares de sus acciones.
Por lo que á Lúcas respecta, la duda no es posible. El evangelio de Lúcas es una composicion
regular, fundada en documentos anteriores[9]; es la obra de un hombre que elige, entresaca y combina.
Indudablemente el autor de este evangelio es el mismo que el de los «Hechos de los Apóstoles» [10], el
cual fué un compañero de San Pablo[11], título que conviene perfectamente á Lúcas [12]. Sé que á este
razonamiento puede oponerse más de una objecion, pero al ménos una cosa está fuera de duda, y es,
que el autor del tercer evangelio y de los «Hechos» fué un hombre de la segunda generacion
apostólica, y esto basta á mi objeto. Por otra parte, la fecha de este evangelio puede determinarse con
mucha precision por medio de consideraciones sacadas del libro mismo. El capítulo XXI de Lúcas,
inseparable del resto de la obra, se escribió, á no dudarlo, despues del sitio de Jerusalen, pero poco
despues[13]. Aquí nos hallamos, pues, en un terreno sólido, porque se trata de una obra escrita de un
extremo á otro por la misma mano y en la cual resalta la más perfecta unidad.
Los evangelios de Matheo y Márcos no tienen, ni con mucho, el mismo sello individual.—Son
composiciones impersonales, en las cuales desaparece totalmente el autor. Un nombre propio escrito
al frente de este género de obras dice muy poco. Pero si el evangelio de Lúcas se halla fechado,
tambien lo están el de Matheo y el de Márcos, puesto que es indudable que el tercer evangelio es
posterior á los dos primeros, y que ofrece el carácter de una redaccion mucho más avanzada. Tenemos
sobre este punto, á mayor abundamiento, un testimonio capital que data de la primera mitad del siglo
segundo, cual es el de Papias, obispo de Hierápolis, hombre grave, de tradicion, que empleó toda su
vida en recoger con particular esmero cuantas noticias se referian á la persona de Jesús [14]. Papias,
despues de haber declarado que en semejantes materias prefiere la tradicion oral á los libros, menciona
dos escritos sobre los actos y las palabras de Cristo: 1.º, un escrito de Márcos, intérprete del apóstol
Pedro; escrito corto, incompleto, no clasificado por órden cronológico, el cual comprende relatos y
discursos (λεχθέντα ἢ πραχθέντα), y fué compuesto en vista de los recuerdos y noticias del apóstol
Pedro; 2.º, una compilacion de sentencias (λόγια) escrit p. 11a por Matheo en lengua hebrea[15], «y que
ha traducido cada uno como ha podido.» Es indudable que estas dos descripciones se armonizan
bastante bien con la fisonomía general de los dos libros llamados ahora «Evangelio segun Matheo» y
«Evangelio segun Márcos», los cuales se distinguen, uno por sus largos discursos, y otro por sus
anécdotas, en particular, por ser mucho más exacto que el primero en relatar los acontecimientos de
secundaria importancia, pobre en discursos, breve hasta la aridez y por estar bastante mal pergeñado.
Que sean estas dos obras, tales como nosotros las leemos, absolutamente parecidas á las que leia
Papias, no es sostenible en buena lógica; primero, porque el escrito de Matheo, segun Papias, se
componia tan sólo de discursos en hebreo, de los cuales circulaban traducciones bastante diferentes; y
segundo, porque la obra de Márcos y la de Matheo eran, para él, profundamente distintas, no tenian en
su redaccion ningun punto de contacto, y á lo que parece, estaban escritas en diferente idioma. Esto
supuesto, y ofreciendo el «Evangelio segun Márcos» y el «Evangelio segun Matheo», en el estado
actual de sus textos, larguísimos trozos paralelos perfectamente idénticos, preciso es suponer ó que el
redactor definitivo del primero tenía el segundo á la vista, ó que el del segundo consultaba el primero,
ó que ambos redactores copiaron el mismo prototipo. Lo más verosímil es, que ni respecto á Márcos ni
respecto á Matheo, tenemos las redacciones del todo originales, y que nuestros dos primeros
evangelios son arreglos, en los cuales se trató de llenar, con un texto, los vacíos del otro. Cada uno
quiso, en efecto, poseer un ejemplar completo: aquel que en el suyo no tenía sino discursos, deseó
tener relatos, y recíprocamente. Sólo así se explica que el «Evangelio segun Matheo» comprenda casi
todas las anécdotas de Márcos, y que el «Evangelio segun Márcos» encierre hoy un sinnúmero de
rasgos que emanan de las Logia de Matheo. Además, cada uno bebia abundantemente en el manantial
de la tradicion evangélica que continuaba manando en torno suyo. Y tan léjos estuvo aquella tradicion
de haber sido agotada por los evangelios, que los «Hechos de los Apóstoles» y los Padres más
antiguos citan várias palabras de Jesús que parecen auténticas y que no se hallan en los evangelios que
poseemos.
No cumple á nuestro objeto actual el delicado análisis de reconstruir, hasta cierto punto,
las Logia originales de Matheo, por una parte, y, por la otra, el relato primitivo tal p. 12 como salió de
la pluma de Márcos. Sin duda las Logia se nos representan como los grandes discursos de Jesús, que
llenan una parte considerable del primer evangelio. Y efectivamente, estos discursos forman, cuando
se separan del resto, un todo bastante completo. En cuanto á los relatos del primero y del segundo
evangelio, parece que tienen una base comun, cuyo texto se halla tan pronto en uno como en otro, y
del cual no es el segundo evangelio, tal cual le leemos hoy dia, sino una reproduccion poco
modificada. En otros términos, el sistema de la vida de Jesús reposa entre los sinópticos en dos
documentos originales: 1.º, los discursos de Jesús, recogidos por el apóstol Matheo; 2.º, la
compilacion de anécdotas y de noticias originales que Márcos escribió en vista de los recuerdos de
Pedro. Y todavía puede decirse que en los dos evangelios que, no sin razon, llevan el nombre de
«Evangelio segun Matheo» y de «Evangelio segun Márcos», tenemos esos documentos mezclados con
noticias de otra procedencia.
De todos modos, es indudable que los discursos de Jesús se escribieron en lengua aramea, así como
tambien sus acciones notables. Pero aquéllos no fueron los textos definitivos y dogmáticamente
fijados. Además de los evangelios que han llegado hasta nosotros, hay multitud de escritos que
pretenden representar la tradicion de testigos oculares [16]. Mas se les da poca importancia, y los
conservadores, como Papias, prefieren á ellos la tradicion oral [17]. Como quiera que todavía se creia
próximo el fin del mundo, eran muy pocos los que se tomaban el trabajo de componer libros para el
porvenir, y sólo se trataba de grabar en el corazon la imágen viva del que muy pronto habian de volver
á ver en las nubes. De ahí la poca autoridad de que gozaron los textos evangélicos durante ciento
cincuenta años. Nadie tenía escrúpulo en adicionarlos, combinarlos diversamente y completar unos
con otros. El pobre que no poseia más que un libro, deseaba que contuviese todo cuanto interesaba á
su corazon. Prestábanse aquellos libretos, y cada uno trascribia al márgen de su ejemplar las palabras
y las parábolas que encontraba en otra parte y que conmovian su ánimo [18]. Así es como la cosa más
bella del mundo salió de una elaboracion oscura y completamente popular. Ninguna redaccion tenía
valor absoluto. Justino, que recurrió con frecuencia á lo que él llama «Memorias de los apóstoles» [19],
tenía á la vista un estado dep. 13 los documentos evangélicos muy diferente del que nosotros
poseemos; de todos modos, no se tomó el trabajo de entresacarlos textualmente. El mismo carácter
presentan las citas en los escritos seudo-clementinos, de orígen ebionita. La letra no se tenía en nada,
el espíritu lo era todo. Los textos que llevan el nombre de los apóstoles no tuvieron autoridad decisiva
ni fuerza de ley, sino cuando la tradicion se debilitó en la postrera mitad del siglo segundo.
¿Quién no conoce el valor de documentos que así se compusieron de los tiernos recuerdos y de los
cándidos relatos de las dos primeras generaciones cristianas; de esos documentos llenos todavía de la
fuerte impresion que habia producido su ilustre fundador y que parece haberle sobrevivido largo
tiempo? Añadamos que los evangelios en cuestion provienen, á lo que parece, de aquella rama de la
familia cristiana que estuvo más en contacto con Jesús. El último trabajo de redaccion, al ménos del
texto que lleva el nombre de Matheo, parece haberse hecho en uno de los países situados al nordeste
de Palestina, tales como la Gaulonítida, el Hauran ó la Batanea, adonde se refugiaron muchos
cristianos en la época de la guerra con Roma, donde en el siglo segundo existian aún parientes de
Jesús[20], y en donde se conservó más tiempo que en ninguna otra parte la primera direccion galilea.
Hasta ahora no hemos hablado sino de los tres evangelios llamados sinópticos:—réstanos hablar del
cuarto, del que lleva el nombre de Juan. Las dudas son aquí mucho más fundadas, y la cuestion se
halla más léjos de resolverse. Papias, que procede de la escuela de Juan, y que si no fué su auditor,
como pretende Ireneo, frecuentó mucho á sus discípulos inmediatos, entre otros á Aristion y al que
llamaban Presbyteros Joannes; Papias, que compilaba con pasion los relatos orales de aquel Aristion y
de Presbyteros Joannes, no dice ni una sola palabra de una «Vida de Jesús» escrita por Juan. Si tal
mencion se hubiese encontrado en su obra, la habria, sin duda, notado Eusebio, el cual recoge todo
cuanto sirve á formar la historia literaria del siglo apostólico. No son ménos fuertes las dificultades
intrínsecas deducidas de la lectura del cuarto evangelio mismo. ¿Cómo se hallan, junto á las noticias
que tambien revelan al testigo ocular, esos discursos completamente diferentes de los de Matheo?
¿Cómo existen, junto á un plan de la vida de Jesús, que pare p. 14ce mucho más satisfactorio y
completo que el de los sinópticos, esos pasajes singulares en los cuales se nota un interes dogmático,
propio del redactor, esas ideas extrañas del todo á Jesús, y á veces esos indicios que nos previenen
contra la buena fe del narrador? ¿Cómo, en fin, se ven, junto á las tendencias más puras, más justas,
más verdaderamente evangélicas, esas manchas que parecen interpolaciones de un ardiente sectario?
¿Fué Juan, el hijo del Zebedeo, el hermano de Santiago (á quien ni una sola vez se menciona en el
cuarto evangelio), el que escribió en griego esas lecciones de metafísica abstracta, de la cual no
ofrecen ejemplo ni los sinópticos ni el Talmud? Todo esto es grave, y no seré yo quien se atreva á
asegurar que el cuarto evangelio fué escrito completamente por la pluma de un antiguo pescador
galileo. En suma, que el cuarto evangelio haya ó no salido hácia fines del primer siglo de la grande
escuela del Asia Menor, que se derivaba de Juan; lo que se halla demostrado por testimonios
exteriores y por el exámen del documento mismo es, que él nos representa una version de la vida del
maestro muy digna de tenerse en cuenta y de ser preferida frecuentemente.
Desde luégo nadie pone en duda que hácia el año 150 existia ya el cuarto evangelio y era atribuido
á Juan. Textos formales de San Justino [21], de Atenágoras[22], de Taziano[23], de Teófilo de
Antioquía[24], de Ireneo[25], señalan este evangelio, mezclado desde entónces á todas las controversias
y sirviendo de piedra angular al desarrollo del dogma. Ireneo es hombre grave, Ireneo procedia de la
escuela de Juan, y entre él y el apóstol no habia sino Policarpo. No es ménos decisivo el papel que
desempeña nuestro evangelio en el gnosticismo, en el sistema de Valentin [26] particularmente, en el
montanismo[27] y en la querella de los cuartodecimanos[28]. La escuela de Juan es aquella cuya
continuacion durante el siglo segundo se distingue mejor, y esa escuela no puede explicarse á ménos
de no colocar el cuarto evangelio en su misma cuna. Añadamos que la primera epístola atribuida á San
Juan es, á no dudarlo, del mismo autor que el cuarto evangelio [29], y que Policarpo[30], Papias[31] é
Ireneo[32] reconocen esa epístola como de Juan.
Pero lo que por su naturaleza causa más impresion es, sobre todo, la lectura de la obra. El autor
habla siempre como testigo ocular y se presenta como el apóstol Juan. Si esta obra no es
verdaderamente del apóstol, menester es admitirp. 15 una superchería que el autor se confesaba á sí
mismo. Pues bien, aunque las ideas de aquel tiempo en materia de buena fe literaria se diferenciasen
mucho de las nuestras, el mundo apostólico no ofrece ningun ejemplo de una falsedad de esa especie,
y el autor, no sólo pretende pasar por el apóstol Juan, sino que se ve claramente que escribe en el
interes de este apóstol. En cada página traspira la intencion de fortificar su autoridad, de poner de
manifiesto que fué el preferido de Jesús[33], y que en la Cena, en el Calvario, en el sepulcro, en todas
las circunstancias solemnes tuvo el primer rango entre los discípulos. Sus relaciones fraternales con
Pedro, si bien no exentas de cierta rivalidad [34], y su ódio contra Júdas[35], ódio tal vez anterior á la
traicion, parecen traslucirse de cuando en cuando. Casi está uno tentado por creer que habiendo Juan,
ya anciano, leido los relatos evangélicos que circulaban, y notado en ellos diferentes inexactitudes [36],
se resintió de ver el puesto secundario que se le concedia en la historia del Cristo, y que entónces, con
la intencion de manifestar que en muchos casos en que no se habla sino de Pedro, habia figurado con
él y ántes que él[37], empezó á dictar multitud de cosas que sabía mejor que los demás. Esos ligeros
sentimientos de celos entre los hijos del Zebedeo y los otros discípulos se habian manifestado ya en
vida de Jesús. Al morir su hermano Santiago, Juan quedó como único heredero de los recuerdos
íntimos de que estos dos apóstoles eran depositarios, segun la confesion de todos. De ahí su perpétuo y
especial cuidado en recordar que él es el último sobreviviente de los testigos oculares [38], y su placer
en referir circunstancias que sólo él podia conocer. De ahí tambien esa infinita minuciosidad de
pequeños detalles que parecen como escolios de un anotador: «Eran las seis», «era de noche»; «este
hombre se llamaba Malchus»; «habian encendido un brasero porque hacia frio»; «esta túnica no tenía
costura.» De ahí, en fin, el desórden de la redaccion, la irregularidad de la marcha, la falta de trabazon
en los primeros capítulos; defectos que son otros tantos rasgos inexplicables en la suposicion de que
nuestro evangelio no fuese sino una tésis teológica sin valor histórico, pero que, por el contrario, se
comprenden perfectamente si, conforme á la tradicion, se toman por los recuerdos del anciano, de
prodigiosa frescura algunas veces, otras desfigurados por extrañas alteraciones.
p. 16
En efecto, en el evangelio de Juan debe hacerse una distincion capital. Este evangelio presenta por
un lado una trama de la vida de Jesús que difiere esencialmente de la de los sinópticos. Por otro, pone
en boca de Jesús discursos cuyas doctrinas, tono, corte y estilo, no tienen nada de comun con
las Logia de los sinópticos. La diferencia es tal, bajo este segundo punto de vista, que no hay término
medio y es preciso elegir de una manera absoluta. Si Jesús hablaba como dice Matheo, no pudo hablar
como pretende Juan. Ningun crítico ha vacilado ni vacilará entre las dos autoridades. El evangelio de
Juan, á mil leguas del tono sencillo, desinteresado, impersonal de los sinópticos, manifiesta sin cesar
las preocupaciones del apologista, la segunda intencion del sectario, el propósito de probar una tésis y
de convencer á sus contradictores[39]. No fué, por cierto, con tiradas pretenciosas, pesadas, mal escritas
con lo que Jesús fundó su obra divina. Aunque Papias no nos dijese que Matheo escribió en su lengua
original las sentencias de Jesús, la naturalidad, la inefable verdad, el encanto sin igual de los discursos
sinópticos, el corte profundamente hebráico de esos discursos, las analogías que ofrecen con las
sentencias de los doctores judíos de la misma época, su perfecta armonía con la naturaleza de Galilea;
todos estos caractéres, comparados con la gnósis oscura y con la perfilada metafísica en que abundan
los discursos de Juan, hablarian muy alto en favor de esta creencia. No quiere decir esto que en los
discursos de Juan no haya admirables destellos y rasgos que verdaderamente emanan de Jesús [40]. Pero
el tono místico de esos discursos en nada corresponde al carácter de elocuencia del profeta nazareno,
tal como nos la figuramos al leer los sinópticos. Un nuevo espíritu se introduce, ya la gnósis ha
principiado, la era galilea del reino de Dios ha concluido, aléjase la esperanza de la próxima venida
del Cristo, y se entra ya en las arideces de la metafísica, en las tinieblas del dogma abstracto. El
espíritu de Jesús no está ya aquí, y si verdaderamente fué el hijo del Zebedeo el que trazó esas
páginas, ¡mucho habia olvidado, al escribirlas, el lago de Genesareth y las deliciosas pláticas que en
sus márgenes escuchara!
Hay además una circunstancia que prueba perfectamente que los discursos trasmitidos por el cuarto
evangelio no son piezas históricas, sino composiciones destinadas á escudar, con la autoridad de Jesús,
ciertas doctrinas á las cuales s p. 17e hallaba muy apegado el redactor; consiste esa circunstancia en la
perfecta armonía de los tales discursos con el estado intelectual del Asia Menor en el momento en que
fueron escritos. El Asia Menor era entónces el teatro de un extraño movimiento de filosofía sincrética,
y ya existian allí todos los gérmenes del gnosticismo. Juan, parece haber bebido en aquel manantial
extranjero. ¿Quién sabe si, despues de la crísis del año 68 (fecha del Apocalípsis) y del 70 (ruina de
Jerusalen), habiendo perdido el alma ardiente y móvil del viejo apóstol la esperanza de una próxima
aparicion en las nubes del Hijo del hombre, se inclinó hácia las ideas que surgian al rededor suyo,
algunas de las cuales se amalgamaban bastante bien con ciertas doctrinas cristianas? Al prestar
aquellas ideas á Jesús no hizo sino obedecer á una propension bien natural. Nuestros recuerdos se
trasforman como todo lo demás;—el ideal de una persona que hemos conocido, cambia con
nosotros[41]. Considerando Juan á Jesús como la encarnacion de la verdad, no podia ménos de
atribuirle cuanto él mismo habia llegado á tener por verdadero.
Si hemos de decirlo todo, añadirémos que probablemente Juan tuvo poquísima parte en ese cambio,
y que, más bien que por él, se operó en torno suyo. En ocasiones se inclina uno á creer que algunas
preciosas notas, procedentes del apóstol, fueron empleadas por sus discípulos en un sentido muy
diverso del primitivo espíritu evangélico. Y en efecto, ciertas partes del cuarto evangelio, tales como
todo el capítulo XXI[42], en el cual parece haberse propuesto el autor rendir homenaje al apóstol Pedro,
despues de su muerte, y responder á las objeciones que iban á deducirse ó que ya se deducian de la
muerte del mismo Juan, fueron añadidas más tarde. En otros varios sitios se distingue la huella de
raspaduras y correcciones[43].
Imposible es, á semejante distancia, encontrar la clave de todos esos problemas singulares, y si nos
fuera permitido penetrar los secretos de aquella misteriosa escuela de Éfeso que se complugo en
marchar por vias oscuras, muchas sorpresas habriamos de tener á no dudarlo. Pero puede hacerse una
experiencia capital, y es la siguiente. Cualquiera persona que se ponga á escribir la vida de Jesús sin
teoría determinada sobre el valor de los evangelios, y dejándose guiar únicamente por el sentimiento
del asunto, propenderá, en una porcion de casos, á preferir la narracion de Juan á la de los sinópticos p.
18. Los últimos meses de la vida de Jesús no se explican sino por Juan, y una infinidad de rasgos de la
pasion, ininteligibles en los sinópticos[44], adquieren verosimilitud y posibilidad en el relato del cuarto
evangelio. Por el contrario, desafío á cualquiera á que componga una vida de Jesús que tenga sentido
comun, basándola en los discursos que Juan atribuye al maestro. Esa manera de predicar de sí mismo
y de evidenciarse incesantemente, esa perpétua argumentacion, esa exornacion sin ninguna sencillez,
esos largos razonamientos con motivo de cada milagro, y esos discursos áridos y tortuosos, cuyo tono
es tan á menudo falso y desigual[45], no pueden aceptarse por ningun hombre de mediano gusto y
discernimiento, junto á las sentencias deliciosas de los sinópticos. Evidentemente son piezas
artificiales[46] que nos representan las predicaciones de Jesús como los diálogos de Platon nos
representan las pláticas de Sócrates: son en cierto modo las variaciones de un músico que improvisa
por su propia cuenta sobre un tema determinado. El tema podrá no carecer de alguna autenticidad,
pero en la ejecucion se desborda el capricho del artista. El proceder facticio, la retórica, el estudio, se
distinguen á la legua. Añádase á esto que, en los trozos de que hablamos, no aparece el vocabulario de
Jesús. La expresion de «reino de Dios», que tan familiar era al maestro [47], se encuentra en ellos una
vez solamente[48]. En cambio, el estilo de los discursos que el cuarto evangelio atribuye á Jesús, ofrece
completa semejanza con el de las epístolas de San Juan; échase de ver que el autor, al escribir los
discursos, no seguia el hilo de sus recuerdos, sino el movimiento bastante monótono de sus propias
ideas. Desplégase en ellos toda una lengua mística, de la que no tuvieron los sinópticos la menor
nocion («mundo», «verdad», «vida», «luz», «tinieblas», etc.). Si Jesús se hubiese expresado en ese
estilo, que nada tiene de hebreo, ni de judáico, ni de talmúdico, si así puede decirse, ¿cómo habria
guardado tan bien el secreto solo uno de sus oyentes?
La historia literaria ofrece, además, otro ejemplo que tiene grande analogía con el fenómeno
histórico que acabamos de exponer y que servirá para explicarle. Sócrates, de igual modo que Jesús,
nada escribió; lo que de él conocemos nos lo trasmitieron dos de sus discípulos, Xenofonte y Platon.
—El primero se asemeja á los sinópticos por su redaccion limpia, trasparente, impersonal; el segundo
recuerda,p. 19 por su vigorosa individualidad, al autor del cuarto evangelio. ¿Deben seguirse los
«Diálogos» de Platon ó las «Pláticas» de Xenofonte, para exponer la enseñanza socrática? La duda no
es posible en tal alternativa.—Todo el mundo se atiene á las «Pláticas» y no á los «Diálogos.» Pero,
¿nada nos enseña Platon respecto á Sócrates? Al escribir la biografía de este último, ¿sería juicioso, en
buena crítica, desdeñar los «Diálogos»? ¿Quién se atreveria á sostenerlo? Por otra parte, la semejanza
no es completa y la diferencia queda en favor del cuarto evangelio, cuyo autor es, en efecto, el mejor
biógrafo, de igual modo que Platon, no obstante atribuir á su maestro ficticios discursos, conocia
respecto á su vida muchas cosas capitales que Xenofonte ignoraba completamente.
Nosotros, sin pronunciarnos sobre la cuestion material de saber qué mano trazó el cuarto evangelio,
é inclinándonos á creer que los discursos, cuando ménos, no son del hijo del Zebedeo, admitimos que
ese escrito es el «Evangelio segun Juan» de igual manera y en el mismo sentido que el primero y
segundo son los evangelios «segun Matheo» y «segun Márcos.» La trama histórica del cuarto
evangelio es la vida de Jesús, tal como en la escuela de Juan se conocia; es el relato que Aristion
y Presbyteros Joannes hicieron á Papias sin decirle que se hallaba escrito, particularidad á la que tal
vez no daban ninguna importancia. Añadiré que, á mi juicio, aquella escuela sabía las circunstancias
exteriores de la vida del fundador, mejor que el grupo de cuyos recuerdos se formaron los evangelios
sinópticos. Ella tenía datos que los demás no poseyeron, sobre todo respecto á la permanencia de Jesús
en Jerusalen. Los afiliados de la escuela trataban á Márcos de mediano biógrafo y habian imaginado
un sistema para explicar las lagunas de sus escritos. Ciertos pasajes de Lúcas, en los cuales hay como
un eco de las tradiciones joánicas[49], prueban además que esas tradiciones no eran completamente
desconocidas del resto de la familia cristiana.
Paréceme que bastarán estas explicaciones para que el lector conozca, al seguir el relato, los
motivos que me hayan impulsado á dar la preferencia á tal ó cual cronista de los cuatro que tenemos
para la vida de Jesús. En resúmen, yo admito como auténticos los cuatro evangelios canónicos. En mi
opinion todos alcanzan al primer siglo y son, próximamente, de los autores á quienes se les atribuye;
pero su valor histórico es muy diverso. Matheo merece, en cuanto á los p. 20 discursos, que se le
conceda ilimitada confianza; ellos son las Logia, las notas tomadas bajo la impresion del recuerdo
claro y palpitante de la enseñanza de Jesús. Una especie de destello, dulce y terrible á la vez, y una
fuerza divina, si se me permite la frase, marcan esas palabras, y destacándolas del texto, permiten al
crítico reconocerlas fácilmente. Aquel que se haya tomado el trabajo de hacer una composicion
regular sobre la historia evangélica, posee, bajo este supuesto, una excelente piedra de toque. Las
verdaderas palabras de Jesús se manifiestan por sí mismas, y no bien se las toca, vibran en medio de
ese cáos de tradiciones de autenticidad desigual; ellas se traducen como espontáneamente y surgen del
relato, conservando en él extraordinario relieve. Las partes narrativas que en el primer evangelio se
agrupan al rededor de ese núcleo primitivo, no tienen la misma autoridad. Hállanse en ellas muchas
leyendas bastante mal redondeadas, producto de la piedad de la segunda generacion cristiana [50]. El
evangelio de Márcos es mucho más firme, más preciso, ménos sobrecargado de extemporáneos é
interesados detalles. De los tres sinópticos, él es el que ha conservado un sabor más antiguo, más
original, y el que ménos mezcla ofrece de elementos posteriores. En Márcos, los detalles materiales
son de una claridad que en vano se buscaria en los otros evangelistas. Gústale recordar ciertas palabras
de Jesús en siro-caldeo[51], y las observaciones minuciosas en que abunda, no pueden venir sino de un
testigo ocular. Nada se opone á que ese testigo ocular, que evidentemente siguió á Jesús, que le amó y
le vió de cerca, conservando de él viva imágen, fuese el apóstol Pedro, segun lo pretende Papias.
En cuanto á la obra de Lúcas, su valor histórico es mucho más débil:—esa obra es un documento de
segunda mano. La narracion tiene en ella mayor madurez, y las palabras de Jesús son más
redundantes, más concertadas. Algunas sentencias se llevan hasta el exceso y adolecen de falsedad [52].
Escribiendo fuera de Palestina y sin duda alguna despues del sitio de Jerusalen [53], el autor no indica
los lugares con la misma exactitud que los otros dos sinópticos; tiene una falsa idea del templo,
figurándosele como un oratorio adonde va cada uno á rezar sus devociones [54], trunca los detalles á fin
de establecer una concordancia entre los diferentes relatos, modera ciertos pasajes que habian llegado
á ser embarazosos bajo el punto de vista de una idea más exaltada de la p. 21 divinidad de Jesús[55],
exagera lo maravilloso[56], comete errores de cronología[57], omite las glosas hebráicas[58], no cita
ninguna palabra de Jesús en esta lengua, y nombra, en fin, todas las localidades por sus nombres
griegos. Adivínase fácilmente el escritor que compila, que no vió por sí mismo los testigos y que
trabaja sobre los textos, permitiéndose violentarlos á fin de ponerlos de acuerdo. Es muy probable que
Lúcas tuviese á la vista la compilacion biográfica de Márcos y las Logia de Matheo. Pero no tiene
escrúpulo en tratar esos escritos con entera libertad:—unas veces reune dos anécdotas ó dos parábolas
para formar de ellas una sola; otras, descompone una para hacer dos [59]. Lúcas interpreta los
documentos con arreglo á su particular juicio, y carece de la impasibilidad absoluta de Matheo y de
Márcos. Puede decirse que sus escritos reflejan algo de sus gustos y de sus tendencias particulares:—
Lúcas es un devoto sumamente exacto; muestra singular empeño en presentarnos á Jesús como
estricto observador de los ritos judáicos[60], es demócrata y ebionita exaltado, esto es, muy opuesto á la
propiedad, y se halla persuadido de que llegará el dia en que los pobres tengan su desquite [61]; es
aficionadísimo á las anécdotas, y se complace en poner de manifiesto la conversion de los pecadores y
la exaltacion de los humildes[62], modificando las antiguas tradiciones á fin de darles este giro [63]. En
sus primeras páginas admite sobre la infancia de Jesús leyendas que refiere con esas largas
exageraciones, esos cánticos y esos procedimientos de convencion que forman el carácter esencial de
los evangelios apócrifos. Por último, en el relato de los postreros años de Jesús hay algunas
circunstancias llenas de sentimiento y de ternura y algunas bellísimas palabras [64], atribuidas al
maestro, que no se encuentran en los relatos de mayor autenticidad, en las cuales se deja conocer el
trabajo de la leyenda. Probablemente Lúcas las tomaba de una compilacion más reciente, en la que se
trataba, con preferencia, de excitar los sentimientos piadosos.
Á la vista de un documento de semejante naturaleza, la razon aconseja hacer uso de él con la mayor
mesura. Desdeñarle completamente sería tan poco juicioso como emplearle sin discernimiento. Lúcas
tuvo á su disposicion originales que ya no existen, y más bien que un evangelista, es un biógrafo de
Jesús, un armonista, un corrector á la manera de Marcion y de Taziano. Pero tambien es un biógrafo
del prp. 22imer siglo, un artista divino que, además de las noticias que recogió en los más antiguos
manantiales, nos presenta el carácter del fundador con una exactitud de parecido, una inspiracion de
conjunto y un relieve que no se encuentran en los otros dos sinópticos. La lectura de su Evangelio es
la que nos ofrece mayor atractivo, porque á la incomparable belleza del fondo comun se une cierta
parte de artificio y de composicion que aumenta singularmente el efecto del retrato, sin perjudicar de
un modo grave á la verdad.
En resúmen, puede decirse que la redaccion sinóptica ha tenido tres gradaciones: 1.ª el estado
documentario original (λόγια de Matheo, λεχθέντα ἢ πραχθέντα de Márcos), redacciones primitivas
que ya no existen; 2.ª el estado de simple mezcla, en la que se hallan amalgamados los documentos
originales sin ningun esfuerzo de composicion y sin que se eche de ver ninguna mira personal de parte
de sus autores (evangelios actuales de Matheo y de Márcos); 3.ª el estado de combinacion ó de
redaccion intencional, discurrida, en que se deja conocer el esfuerzo que se ha hecho á fin de conciliar
las diferentes versiones (evangelio de Lúcas). En cuanto al evangelio de Juan, forma, segun hemos
dicho, una composicion de otro género y completamente distinta.
El lector notará que no hago uso ninguno de los evangelios apócrifos. Estas composiciones no
deben en manera alguna confundirse con los evangelios canónicos, puesto que no son sino triviales y
pueriles amplificaciones basadas en aquellos, y nada añaden que sea digno de aprecio. Por el
contrario, he puesto suma atencion en recoger los trozos que los Padres de la Iglesia nos han
conservado de los antiguos evangelios que otras veces existieron paralelamente á los canónicos, y
cuyo texto se ha perdido, tales como el Evangelio segun los hebreos, el Evangelio segun los egipcios,
y los Evangelios llamados de Justino, de Marcion, de Taziano. Los dos primeros son de mucha
importancia, por cuanto á que se hallaban redactados en lengua aramea como las Logia de Matheo,
constituian, segun parece, una variedad del evangelio de este apóstol, y fueron el evangelio de
los ebionim, esto es, de aquellas reducidas cristiandades de Batanea que conservaron el uso del siro-
caldeo, y que, hasta cierto punto, siguieron la línea trazada por Jesús. Pero menester es convenir en
que esos evangelios, en el estado en que han llegado hasta nosotros, son inferiores, por lo que hace á
la p. 23autoridad crítica, á la redaccion del evangelio que de Matheo poseemos.
Paréceme que ya se comprenderá el género de valor histórico que atribuyo á los evangelios. No
son, á mi entender, ni biografías como las de Suetonio, ni leyendas ficticias semejantes á las de
Filóstrato; son biografías legendarias. Yo las comparo á las leyendas de santos, á las Vidas de Plotino,
de Proclo, de Isidoro y á otros escritos del mismo género, en que se combinan en diferentes grados la
verdad histórica y la intencion de presentar modelos de virtud. En esos escritos se echa de ver la
inexactitud de que adolecen todas las composiciones populares. Supongamos que tres ó cuatro
veteranos del primer imperio se hubiesen puesto, hace diez ó doce años, á escribir cada uno en
particular una vida de Napoleon con arreglo á sus propios recuerdos. Puede apostarse á que sus relatos
ofrecerian infinitos errores y graves discordancias. Uno colocaria á Wagram ántes de Marengo; otro
no vacilaria en escribir que Napoleon arrojó de las Tullerías al gobierno de Robespierre; otro, en fin,
omitiria las expediciones de más importancia. Pero dos cosas claras, palmarias, llenas de verdad
saldrian de esos ingénuos relatos:—el carácter del héroe y la impresion que produjo en torno suyo.
Bajo este punto de vista, semejantes historias populares tendrian más valor que una historia solemne y
oficial. Otro tanto puede decirse de los evangelios. Los evangelistas, cuidándose únicamente de
ensalzar la excelencia del maestro, sus milagros, su enseñanza, se muestran indiferentes hácia todo lo
que no es el espíritu de Jesús. Las contradicciones sobre el tiempo, los sitios y las personas se miraban
como insignificantes; porque cuanto más alto era el grado de inspiracion que se prestaba á la palabra
de Jesús, tanto menor era el que se concedia á los redactores. Estos no se consideraban sino como
discípulos escribas, y á una sola cosa consagraban su atencion: á no omitir nada de cuanto sabian.
Es incuestionable que á esos recuerdos debió mezclarse una parte de ideas preconcebidas. Varios
trozos, en parte de Lúcas, fueron inventados para dar mayor realce á ciertos rasgos de la fisonomía de
Jesús. Áun esta misma fisonomía experimentaba á cada paso nuevas alteraciones. Jesús sería un
fenómeno único en la historia si, teniendo en cuenta el papel que desempeñó, no hubiese sido
transfigurado inmediatamente. La leyenda de Alejandro estaba ya terminada ántes que se extinguiese
la generacion de sus compañeros de armas p. 24; la de San Francisco de Asís principió en vida del
santo. De igual manera se operó durante los veinte ó treinta años que siguieron á la muerte de Jesús,
un rápido trabajo de metamórfosis que prestó á su biografía esos giros absolutos de leyenda ideal. La
muerte perfecciona áun al hombre más perfecto y le mejora á los ojos de los que le amaron. Por otra
parte, al mismo tiempo que se queria retratar al maestro, se queria tambien demostrarle. Muchas
anécdotas fueron concebidas para probar que las profecías consideradas como mesiánicas habian
tenido en él su cumplimiento. Pero este proceder, cuya importancia no debe negarse, no basta á
explicarlo todo. Ninguna obra judáica de la época nos ofrece una serie de profecías, exactamente
redactadas, que el Mesías debió cumplir. Várias de las alusiones mesiánicas contenidas en los
evangelios son tan sutiles, tan indirectas, que no puede suponerse que respondieran á una doctrina
admitida generalmente. Unas veces se razona de este modo:—«El Mesías debe hacer tal cosa; Jesús la
ha hecho; luego Jesús es el Mesías.» Otras se raciocina á la inversa:—«Tal cosa ha sucedido á Jesús;
esa misma cosa debia sucederle al Mesías; luego Jesús es el Mesías» [65]. Cuando se trata de analizar el
tejido de esas profundas creaciones del sentimiento popular que, por su riqueza y por su variedad
infinita, echan por tierra todos los sistemas, las explicaciones demasiado sencillas son siempre falsas.
Compréndese fácilmente que para no ofrecer, con el auxilio de tales documentos, sino aquello que
no admita contradiccion, es menester limitarse á las líneas generales. En casi todas las historias
antiguas, áun en aquellas que son ménos legendarias que los evangelios, los detalles dan lugar á
infinitas dudas. Áun poseyendo dos relatos sobre un mismo hecho, es cosa extremadamente rara que
los dos se hallen en perfecta armonía. Siendo esto así, ¿no hay motivo para dudar cuando no se tiene
sino uno solo, y en él se notan las mismas contradicciones? Puede asegurarse que entre los discursos,
las anécdotas y las palabras célebres referidas por los historiadores, no hay ni una siquiera de rigurosa
autenticidad. ¿Habia taquígrafos que fijaran aquellas rápidas palabras? ¿Se hallaba siempre presente
un analista que anotase los gestos, los ademanes y los movimientos de los actores? Que se intente
depurar lo que hay de verdadero en el modo como se realizó tal ó cual hecho contemporáne p. 25o, de
seguro no se conseguirá. Dos relatos de un mismo acontecimiento hechos por testigos oculares
difieren esencialmente. Mas ¿debe uno renunciar por eso al colorido de los relatos y limitarse á lo que
enuncia el conjunto? Esto sería suprimir la historia. De buena gana concedo que, á excepcion de
ciertos axiomas cortos y casi mnemónicos, ninguno de los discursos referidos por Matheo es textual;
pero ¿lo son acaso nuestros resúmenes estenográficos? Tambien admito que ese admirable relato de la
pasion contiene multitud de inexactitudes. Mas ¿podria escribirse la historia de Jesús haciendo caso
omiso de esas predicaciones que de tan viva manera nos pintan el carácter de sus discursos, y
limitándose á decir con Josefo y Tácito, «que fué condenado á muerte por Pilátos á instigacion de los
sacerdotes?» Semejante proceder sería, en mi opinion, un género de inexactitud peor que aquel á que
uno se expone admitiendo los detalles que los textos nos proporcionan. Esos detalles no son
verdaderos al pié de la letra, pero son de una verdad superior, más verídicos que la misma verdad
desnuda, por cuanto á que ellos constituyen la verdad expresiva y parlante, elevada á la altura de una
idea.
Ruego á las personas que me tachen de conceder exagerada confianza á relatos legendarios en gran
parte, que se dignen tener en cuenta la observacion que acabo de hacer. ¿Á qué se reduciria la vida de
Alejandro si nos limitásemos á lo que materialmente hay en ella de cierto? Hasta las tradiciones, en
parte erróneas, contienen una porcion de verdad que la historia no debe mirar con indiferencia. Nadie
ha echado en cara á M. Sprenger el haber tenido en cuenta los hadith ó tradiciones orales sobre el
profeta Mahoma, al escribir su vida, y atribuido frecuentemente á su héroe palabras, á veces textuales,
que no se conocen sino en el citado escrito. Y sin embargo, las tradiciones sobre Mahoma no tienen un
carácter histórico superior al de los discursos y relatos que componen los evangelios. Aquellas
tradiciones fueron escritas desde el año 50 al 140 de la hégira. Cuando se escriba la historia de las
escuelas judáicas pertenecientes á los siglos que precedieron y siguieron inmediatamente el
cristianismo, ningun escrúpulo se tendrá en atribuir á Hillel, á Schammai y á Gamaliel las máximas
que les atribuyen la Mischna y la Gemara, no obstante no haberse redactado estas grandes
compilaciones sino varios centenares de años despues de los doctores en cuestion.
p. 26
Respecto á las personas que, por el contrario, crean que la historia debe limitarse á reproducir sin
comentarios los textos que han llegado hasta nosotros, les haré observar que semejante sistema no es
lícito en el asunto de que se trata. Los cuatro principales documentos se hallan en flagrante
contradiccion unos con otros, y además Josefo los rectifica algunas veces. Forzoso es elegir. Pretender
que un acontecimiento no pudo efectuarse á la vez de dos maneras diversas ni de un modo imposible,
no es imponer á la historia una filosofía à priori. Porque existan várias versiones diferentes de un
mismo hecho, y porque á todas esas versiones haya mezclado la credulidad circunstancias fabulosas,
no debe el historiador rechazar el hecho como falso; lo que debe hacer es, obrar con prudencia,
discutir y proceder por induccion. Hay particularmente una clase de relatos respecto á los cuales se
hace precisa la aplicacion de ese principio; tales son los relatos sobrenaturales. Querer explicar esos
relatos ó reducirlos á leyendas no es mutilar los hechos en nombre de la teoría, sino partir de su misma
observacion. De cuantos milagros hormiguean en las antiguas historias, ninguno pasó bajo
condiciones científicas. Pruébase por una experiencia constante, jamás desmentida, que los milagros
no suceden sino en los tiempos y en los países que creen en ellos y ante personas dispuestas á darles
fe. No hay milagro que se haya producido ante una reunion de hombres capaces de comprobar el
carácter milagroso del hecho. En tal materia no son competentes ni las personas del pueblo ni las de
una clase más elevada: para ello se necesitan grandes precauciones y estar muy acostumbrado á las
investigaciones científicas. ¿No se han visto en nuestros dias á muchas personas inteligentes siendo
víctimas de groseros prestigios y pueriles ilusiones? Hechos maravillosos, que afirmaban ciudades
enteras, se convirtieron en hechos reprobados[66], gracias á una informacion más severa y minuciosa.
Pues bien, si se halla fuera de duda que ningun milagro contemporáneo puede resistir al exámen, ¿no
es mucho más verosímil que los milagros de la antigüedad, ocurridos todos en reuniones populares,
tuviesen tambien su parte de ilusion, la cual veriamos en ellos si nos fuese posible criticarlos
detalladamente?
Si nosotros desterramos de la historia los milagros, no es á nombre de tal ó cual filosofía, sino á
nombre de una constante experiencia. Nosotros no decimos: «Los milagros son p. 27 imposibles»;
afirmamos: «Que hasta hoy no ha habido un milagro comprobado.» Supongamos que se presentase
mañana un taumaturgo, ofreciendo garantías bastante formales para ser discutibles, y que anunciase,
por ejemplo, resucitar á un muerto; ¿qué se haria entónces? Se nombraria una comision compuesta de
fisiólogos, físicos, químicos, de personas acostumbradas á la crítica histórica. Esta comision elegiria el
cadáver, se aseguraria de que la muerte era real y verdadera, designaria el local en que debiera hacerse
la experiencia, y tomaria todas las precauciones necesarias á fin de no dejar pretexto á ninguna duda.
Si la resurreccion se operase en tales condiciones, se habria adquirido una probabilidad casi igual á la
certidumbre. Sin embargo, como quiera que un experimento debe ser siempre susceptible de repetirse;
que lo que se hace una vez puede hacerse dos ó veinte, y que en materia de milagros no puede ser
cuestion de fácil ó difícil, el taumaturgo sería invitado á reproducir, en otras circunstancias, sobre
otros cadáveres y en diferente medio, su acto maravilloso. Pues bien, si á cada nueva prueba se
repitiese el milagro, dos cosas quedarian fuera de duda:—Primera, que en el mundo suceden hechos
sobrenaturales; segunda, que la facultad de producirlos pertenece ó ha sido conferida á ciertas
personas. Pero ¿quién no conoce que los milagros no han sucedido nunca en tales condiciones; que
hasta hoy el taumaturgo ha elegido siempre el medio, el público y el asunto de sus milagros; que
frecuentemente es el pueblo mismo el que, por esa invencible necesidad de ver en los grandes
acontecimientos y en los grandes hombres algo de divino, crea, mucho despues, las leyendas
maravillosas? Miéntras no se nos pruebe lo contrario, nosotros mantendrémos estos principios de
crítica histórica:—que un relato sobrenatural no puede admitirse en tal concepto, porque implica
siempre credulidad ó impostura, y que el deber del historiador consiste en desmenuzarle y en separar
con esmero la parte verídica que en él se halle mezclada con el error.
Tales son las reglas que he seguido en la composicion de este escrito. Á la lectura de los textos he
podido añadir un gran manantial de luz, consistente en la vista de los lugares donde pasaron los
acontecimientos. Teniendo por objeto la mision científica que dirigí en 1860 y 1861 explorar la
antigua Fenicia, tuve que residir en las fronteras de Galilea y que viajar por ella frecuentemente.
Entónces atravesé ep. 28n todos sentidos la provincia evangélica, visité á Jerusalen, á Hebron y la
Samaria, y no escapó á mi exámen casi ninguna localidad importante de la historia de Jesús. Al
recorrerlas, toda esa historia, que á distancia parece flotar en las nubes de un mundo imaginario,
adquirió tal cuerpo y solidez, que no pudieron ménos de admirarme. La sorprendente concordancia de
los textos con los lugares, y la armonía maravillosa del ideal evangélico con el país que le sirve de
cuadro, fueron para mí como una revelacion. Un quinto evangelio, lacerado, pero todavía legible,
apareció á mis ojos, y vi, á traves de los relatos de Matheo y de Márcos, no ya un sér abstracto, cuya
existencia parece dudosa, sino una admirable figura humana llena de vida y de movimiento. Durante
el verano, habiéndome sido preciso, á fin de reposar un poco, subir hasta Ghazir, en el Líbano, tracé á
grandes rasgos la imágen que se me habia aparecido, y de aquel bosquejo resultó esta historia. Apénas
me faltaban algunas páginas cuando una prueba cruel vino á precipitar mi partida. De manera que el
libro fué compuesto por entero muy cerca de los mismos lugares en que nació y vivió Jesús. Despues
de mi regreso he trabajado incesantemente en verificar y comprobar, detalle por detalle, el embrion
que, sin más auxilio que cinco ó seis volúmenes, escribí de prisa bajo el techo de una cabaña maronita.
Quizás deploren algunos el giro biográfico de mi obra. Cuando por la primera vez concebí el
pensamiento de escribir una historia de los orígenes del cristianismo, confieso que, en efecto, trataba
de hacer una historia de doctrinas, en la cual no hubiesen tenido los hombres casi ningun lugar. Jesús
mismo habria sido apénas mencionado, consagrándome, como pensaba, á demostrar de qué modo
germinaron y cubrieron el mundo las ideas que se produjeron bajo su nombre. Pero despues
comprendí que la historia no es un simple juego de abstraccion y que los hombres entran en ella por
mucho más que las doctrinas. No fué por cierto la teoría sobre la justificacion y la redencion la que
operó la Reforma, sino Lutero y Calvino. El parsismo, el helenismo, el judaismo habrian podido
combinarse bajo todas las formas; las doctrinas de la resurreccion y del Verbo habrian podido
desarrollarse por espacio de siglos sin producir ese hecho fecundo, único, grandioso, que se llama
cristianismo. Ese hecho es la obra de Jesús, de San Pablo, de San Juan. Escribir la historia de Jesús, de
Sanp. 29 Pablo, de San Juan, es escribir la historia de los orígenes del cristianismo. En cuanto á los
movimientos anteriores, ellos pertenecen á nuestro asunto, por cuanto á que sirven para explicar la
existencia de aquellos hombres extraordinarios, los cuales tuvieron necesariamente su lazo de union
con las cosas que los habian precedido.
Al hacer semejante esfuerzo para reanimar las grandes almas del pasado, debe permitirse una parte
de adivinacion y de conjetura. Una gran vida es un todo orgánico que no puede representarse por la
simple aglomeracion de hechos pequeños. Es menester que un sentimiento profundo abarque el
conjunto y haga la unidad. En semejante asunto es un buen guía la razon del arte; el tacto exquisito de
un Gœthe encontraria en él motivo para ejercitarse. La condicion esencial de las creaciones del arte
estriba en formar un sistema viviente cuyas partes se armonicen unas con otras. La señal infalible de
que, en las historias del género de ésta, se ha llegado á poseer lo verdadero, consiste en haber
conseguido combinar los textos de manera que de su combinacion resulte un relato lógico, verosímil,
sin ninguna discordancia. Las leyes íntimas de la vida, de la marcha de los productos orgánicos, de la
gradacion de los matices, deben consultarse á cada paso; porque no se trata aquí de volver á encontrar
la circunstancia material cuya prueba no es posible, sino el alma misma de la historia; no es la
insignificante certidumbre de las bagatelas lo que se necesita buscar, sino la precision del sentimiento
general, la verdad del colorido. Cada rasgo que se aleje de las reglas de la narracion clásica debe ser
una advertencia de estar sobre aviso, porque el hecho que se trata de referir fué palpitante, natural,
armonioso. Si no se consigue presentarle de esa manera, es porque de seguro no se llegó á conocerle
bien. Supongamos que al restaurar la Minerva de Fidias con arreglo á los textos, se produjese un
conjunto seco, duro, artificial. ¿Qué deberia deducirse? Una sola cosa: que los textos necesitan la
interpretacion del buen gusto, siendo indispensable examinarlos y cotejarlos minuciosamente hasta
conseguir de ellos un conjunto cuyos datos se armonicen y confundan sin ningun esfuerzo. ¿Se tendria
entónces la seguridad de poseer, línea por línea, la estatua griega? No; pero, al ménos, no se poseeria
la caricatura: se tendria el espíritu general de la obra, uno de los modos como pudo existir.
Nosotros no hemos vacilado en adoptar por guía en el p. 30arreglo general del relato ese sentimiento
de un organismo viviente. La lectura de los evangelios basta para probar que sus redactores, sin
embargo de tener en la mente un plan exacto de la vida de Jesús, no se guiaron por datos cronológicos
bien rigurosos; Papias nos lo dice además expresamente. Las frases: «En aquel tiempo... despues de lo
cual... entónces... sucedió que...», etc., no son sino simples transiciones destinadas á enlazar entre sí
los diferentes relatos. Escribir la historia de Jesús dejando todas las noticias que nos suministran los
evangelios en el desórden en que la tradicion nos las presenta, sería lo mismo que escribir la historia
de un hombre célebre, ofreciendo en confusa mescolanza las cartas y las anécdotas de su juventud, de
su vejez y de su edad viril. En el Coran, que tambien nos presenta en el más completo desórden las
piezas de las diferentes épocas de la vida de Mahoma, una crítica ingeniosa ha concluido por hallar el
secreto de su confeccion; conócese ya de una manera casi cierta el órden cronológico en que fueron
compuestos aquellos escritos. Semejante sistema de reconstitucion es mucho más difícil respecto á los
evangelios, porque la vida pública de Jesús fué más corta y ménos sobrecargada de acontecimientos
que la del fundador del Islam. Esto no obstante, creo que no se calificará de sutileza gratuita la
tentativa de encontrar un hilo que sirva de guía en este dédalo. Suponer que un fundador religioso
empiece por adherirse á los aforismos morales que circulaban ya en su tiempo, y á las prácticas más
admitidas; que entrando despues en plena posesion de su idea se complazca en un género de
elocuencia tranquila, poética, ajena á toda controversia, suave y libre como el sentimiento puro; que
poco á poco se anime y exalte al hallar oposicion, y concluya por las polémicas y las fuertes
invectivas; suponer todo esto, no es ciertamente abusar de la hipótesis. Tales son los períodos que en
el Coran se distinguen de un modo claro. Una marcha análoga supone el órden que los sinópticos
adoptaron con tacto exquisito. Léase atentamente á Matheo, y se hallará en la distribucion de sus
discursos una gradacion muy semejante á la que acabamos de indicar. Por otra parte, se observará la
reserva de los giros de frase que empleamos cuando se trata de exponer el progreso de las ideas de
Jesús. En las divisiones adoptadas á este propósito puede no ver el lector, si así lo prefiere, sino los
córtes indispensables á la exposicion metódica de un pensamiento profundo y complicado.
p. 31
Si el amor á un asunto puede servir á facilitarnos su inteligencia, se me concederá que no me ha
faltado esta condicion. Para escribir la historia de una religion es indispensable, en primer lugar, haber
creido en ella (sin esto no podria comprenderse cómo ha podido subyugar y satisfacer la conciencia
humana); en segundo, no creer ya de una manera absoluta; porque la fe absoluta es incompatible con
la sinceridad de la historia. Pero el amor existe sin la fe. Puede uno muy bien no adherirse á ninguna
de las formas que cautivan la adoracion de los hombres, sin renunciar por eso á deleitarse con lo que
ellas contienen de bueno y de hermoso. Ninguna manifestacion pasajera agota el manantial divino;
Dios se habia revelado ántes de Jesús, Dios se revelará despues de él. Profundamente desiguales y
tanto más divinas cuanto más grandes y espontáneas, las manifestaciones del Dios oculto en el fondo
de la conciencia humana son todas del mismo órden. Jesús no pertenece únicamente á los que se dicen
sus discípulos: él es la honra comun de todo el que siente latir en su pecho un corazon de hombre. No
se le glorifica excluyéndole de la historia; ríndesele un culto más verdadero demostrando que sin él la
historia entera sería incomprensible.

p. 33
VIDA
DE JESÚS

CAPÍTULO PRIMERO
RANGO DE JESÚS EN LA HISTORIA DEL MUNDO
La revolucion por medio de la cual pasaron las más nobles porciones de la humanidad, de las
antiguas religiones comprendidas bajo el vago nombre de paganismo, á una religion fundada sobre la
unidad divina, la trinidad y la encarnacion del Hijo de Dios, es el acontecimiento capital de la historia
del mundo. Esta conversion necesitó para consumarse cerca de mil años. Lo ménos trescientos invirtió
la nueva religion sólo en formarse. Pero el orígen de la revolucion de que se trata es un hecho que tuvo
lugar bajo los reinados de Augusto y de Tiberio. Entónces vivió una persona que, por su audaz
iniciativa y por el amor que supo inspirar, creó el objeto y afirmó la base de la futura ley que debia
regir á la humanidad.
El hombre fué religioso desde el momento en que se distinguió del animal; esto es, en que vió en la
naturaleza algo más que la realidad, y sintió en sí mismo alguna cosa que no concluia en el sepulcro.
Durante millares de años, este sentimiento se extravió del modo más extraño;—en muchas razas, se
limitó á la creencia en los hechiceros bajo la grosera forma que la vemos todavía en algunas partes de
la Oceanía;p. 34 en otras, el sentimiento religioso conducia á vergonzosas y sangrientas escenas, tales
como las que formaron el carácter de la antigua religion de Méjico; en otras, y particularmente en
África, llegó á convertirse en puro fetichismo, esto es, á ceñirse á la adoracion de un objeto material,
al cual se atribuian poderes sobrenaturales. Así como el instinto del amor, que á veces eleva y
ennoblece al hombre más vulgar, suele cambiarse en perversion y ferocidad; de igual manera esta
facultad divina de la religion pudo trasformarse por largo tiempo en una especie de cáncer que era
preciso extirpar de la raza humana; en una causa de errores y de crímenes que los sabios debian tratar
de suprimir.
Las brillantes civilizaciones que desde remotísima antigüedad se desarrollaron en China, en
Babilonia y en Egipto, imprimieron á la religion cierto progreso. En China imperó desde muy
temprano una especie de mediano buen sentido que impidió á aquel pueblo caer en los grandes
extravíos de otras razas.—Allí no se conocieron ni las ventajas ni los abusos del genio religioso. Pero
por lo mismo no ejerció, bajo este aspecto, ninguna influencia sobre la direccion de la gran corriente
de la humanidad. Las religiones de Babilonia y de Siria conservaron siempre un fondo de extraño
sensualismo; hasta su extincion en los siglos cuarto y quinto de nuestra era, aquellas religiones fueron
escuelas de inmoralidad, de las cuales, por una especie de intuicion poética, salian á veces algunos
destellos del mundo divino. Á traves de un fetichismo aparente, Egipto poseyó quizás desde muy
temprano dogmas metafísicos y un simbolismo revelado. Pero sus interpretaciones de una teología
refinada no eran sin duda primitivas. Cuando el hombre posee una idea clara, no se entretiene jamás
en revestirla de símbolos; casi siempre que se buscan ideas bajo antiguas imágenes misteriosas, cuyo
significado se ha perdido, es á consecuencia de prolongadas reflexiones y á causa de la imposibilidad
en que se halla el espíritu humano de resignarse con lo absurdo. Sin embargo, no fué en Egipto donde
surgió la fe de la humanidad. Los elementos que á traves de mil trasformaciones pasaron de Siria y
Egipto á la religion cristiana, son formas exteriores de escasa trascendencia, ó bien escorias
semejantes á las que siempre existen en el fondo de los cultos más depurados. El gran defecto de las
religiones mencionadas era su carácter esencialmente supersticioso; si de algo llenaron el mundo fué
de millones de amuletp. 35os y de abraxas. Ninguna grande idea moral podia salir de razas abatidas
por un despotismo secular y acostumbradas á instituciones que hacian casi nulo el ejercicio de la
libertad en los individuos.
La poesía del alma, la fe, la libertad, la honradez y la abnegacion, aparecieron sobre la tierra con las
dos grandes razas que hasta cierto punto formaron la humanidad: con la raza indo-europea y la raza
semítica. Las primeras instituciones de la raza indo-europea fueron esencialmente naturalistas; pero
era un naturalismo profundo y moral, un enlace amoroso de la naturaleza y el hombre, una poesía
deliciosa llena del sentimiento de lo infinito; un principio, en fin, de lo que habia de constituir con el
trascurso de los siglos el genio céltico germánico, de lo que habian de expresar Gœthe y Shakspeare.
Aquello no era religion ni moral reflexionadas; sino melancolía, ternura, imaginacion, y sobre todo,
algo de grave y serio, cualidades indispensables á la moral y á la religion. Sin embargo, la fe de la
humanidad no podia venir de allí, porque aquellos antiguos cultos se desprendian trabajosamente del
politeismo encarnado en ellos, y porque no conducian á un símbolo bien claro. Si el bramanismo ha
llegado hasta nosotros, se debe sin duda al asombroso privilegio de conservacion que la India parece
poseer. El budismo fracasó en todas sus tentativas por extenderse hácia el Oeste. El druidismo
permaneció como forma exclusivamente nacional y sin tendencias universales. Las tentativas griegas
de reforma, el orfismo y los misterios no bastaron para dar á las almas un alimento sólido. Persia tan
sólo llegó á formarse una religion dogmática semi-monoteista y sábiamente organizada; pero es más
que posible que aquella misma organizacion no fuese sino una imitacion ó un plagio. De cualquier
modo, Persia se convirtió cuando en sus fronteras vió aparecer el lábaro de la unidad divina
proclamada por el Islam.
La gloria de haber formado la religion de la humanidad pertenece toda entera á la raza semítica [67].
Bajo su tienda, no contagiada por los desórdenes del mundo, ya corrompido, y mucho más allá de los
confines de la historia, el patriarca beduino preparaba la fe del género humano. Una invencible
antipatía hácia los cultos voluptuosos de Siria, una gran sencillez en el ritual, ausencia completa de
templos, y el ídolo reducido á insignificantes terafim, hé aquí su superioridad. Entre todas las tribus de
semitas nómadas, la de los Beni-Israe p. 36l estaba ya señalada para el cumplimiento de inmensos
destinos. Sus antiguas relaciones con Egipto, de las que acaso resultaron algunas imitaciones
puramente materiales, no hicieron sino aumentar su aversion por la idolatría. Una «ley» ó thora,
escrita desde muy antiguo sobre tablas de piedra, y cuyo orígen hacian remontar á su gran libertador
Moisés, era ya el código del monoteismo y contenia poderosos gérmenes de igualdad social y de
moralidad, comparada con las instituciones de Egipto y de Caldea. Un cofre ó arca provista de dos
anillos laterales para poder trasportarla por medio de una palanca atravesada, constituia todo el
material religioso.—En ella estaban reunidos los objetos sagrados de la nacion, sus reliquias, sus
recuerdos, el «libro», en fin, diario de la tribu siempre abierto, pero en el cual no se escribia sino muy
discretamente. Bien pronto la familia encargada del trasporte y custodia de aquellos archivos portátiles
adquirió grande importancia, hallándose cerca del libro y disponiendo de él. Sin embargo, la
institucion que decidió del porvenir de la humanidad no vino de allí; el sacerdote hebreo difiere muy
poco de los otros sacerdotes de la antigüedad. El carácter que esencialmente distingue á Israel de los
otros pueblos teocráticos consiste en que allí el sacerdocio estuvo siempre subordinado á la iniciativa
individual. Además de los sacerdotes, cada tribu nómada tenía su nabi ó profeta, especie de oráculo
viviente á quien se consultaba para la solucion de cuestiones oscuras que exigian un alto grado de
prevision. Los nabis de Israel, organizados en grupos ó escuelas, tuvieron gran superioridad.
Defensores del antiguo espíritu democrático, enemigos de los ricos y opuestos á toda organizacion
política y á cuanto pudiera encaminar á Israel por la via de las naciones, ellos fueron los verdaderos
instrumentos de la supremacía religiosa del pueblo judío. Desde muy temprano anunciaron esperanzas
ilimitadas; y cuando el pueblo, víctima hasta cierto punto de sus consejos impolíticos, fué subyugado
por el poder asirio, ellos proclamaron que le estaba reservado un reino sin límites; que Jerusalen sería
un dia la capital del mundo entero y que el género humano se haria judío. Jerusalen y su templo se les
aparecian como una ciudad colocada en la cumbre de una montaña, hácia la cual se dirigirian todos los
pueblos de la tierra; como un oráculo de donde debia salir la ley universal; como el centro de un reino
ideal en donde el género humano, paci p. 37ficado por Israel, volveria á encontrar los goces del
Eden[68].
Para exaltar el martirio y celebrar el poder del «hombre de dolor», déjanse ya oir acentos
desconocidos. Á propósito de alguno de aquellos sublimes pacientes que, á la manera de Jeremías,
regaban con su sangre las calles de Jerusalen, un inspirado compuso un cántico sobre los sufrimientos
y el triunfo del «servidor de Dios», cántico en el cual parece reconcentrarse toda la fuerza profética
del genio de Israel[69].
«Crecia como humilde planta y brotaba como una raíz en tierra árida; no tenía aspecto bello ni
esplendoroso. Despreciado y desechado de los hombres, nadie hacia caso de él. Cubierto de vergüenza
y afrentado, era una nada. Es verdad que él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias y cargó con
nuestras penalidades, pero se le reputaba como un leproso y como hombre herido de la mano de Dios
y humillado. Por causa de nuestras iniquidades fué él llagado y despedazado por nuestras maldades;
de su castigo debia nacer nuestra paz, y con sus cardenales fuimos nosotros curados. Como ovejas
descarriadas hemos sido todos nosotros; cada cual se desvió y á él sólo le ha cargado Jehová sobre las
espaldas la iniquidad de todos. Despreciado, humillado, no abrió su boca, fué conducido á la muerte,
como va la oveja al matadero; como un corderito que está mudo delante del que le esquila, no abrió la
boca. Su sepulcro será como el sepulcro de un malvado, su muerte como la muerte de un impío. Pero
despues de sufrida la opresion é inicua condena, verá levantarse una generacion numerosa y los
intereses de Jehová prosperarán entre sus manos.»
Al mismo tiempo se operaron en la Thora profundas modificaciones. Produjéronse nuevos textos,
como el Deuteronomio, que pretendian representar la verdadera ley de Moisés, y en realidad ellos
inauguraron un espíritu muy diferente del de los antiguos nómadas. El carácter dominante de aquel
espíritu fué un gran fanatismo. Creyentes furibundos provocaban contínuas violencias contra todo lo
que se separaba del culto de Jehová, y un código sanguinario, estableciendo la pena de muerte por
delitos religiosos, consigue abrirse camino. La piedad trae consigo casi siempre singulares contrastes
de vehemencia y de dulzura. Aquel celo religioso, que no conoció la grosera sencillez del tiempo de
los Jueces, inspira entonaciones de conmovedora predicacion y de uncion ternísima, tales como el
mundo no las habia escuchado hasta entónp. 38ces. Déjase ya sentir una poderosa tendencia hácia las
cuestiones sociales, y las utopias, los ensueños de una sociedad perfecta penetran en el seno del
código. El Pentateuco, mezcla de moral patriarcal y de ardiente devocion, de instituciones primitivas y
de refinamientos piadosos como los que llenaron el alma de un Ezequías, de un Josías ó de un
Jeremías, se fijó de esta manera en la forma en que le vemos, y por espacio de siglos llegó á ser la
regla absoluta del espíritu nacional.
Una vez creado aquel gran libro, la historia del pueblo judío se desarrolla con irresistible rapidez.
Los grandes imperios que se sucedieron en el Asia occidental, arrebatándole toda esperanza de un
reino terrestre, le obligan á que se eche, con una especie de sombría pasion, en brazos de los ensueños
religiosos. No cuidándose entónces de dinastía nacional ni de independencia política, acepta todos los
gobiernos, siempre que le dejen practicar libremente su culto y seguir sus costumbres. En adelante
Israel no tendrá otra direccion que la de sus entusiastas religiosos, otros enemigos que los de la unidad
divina, ni otra patria que su ley.
Y preciso es notarlo, aquella ley era toda ella social y moral; era la obra de hombres penetrados de
un elevado ideal de la vida presente, que habian creido encontrar los mejores medios de realizarle.
Todo el mundo se halla convencido de que la Thora bien observada no puede ménos de conducir á la
perfecta felicidad. En aquella Thora nada hay de comun con las «leyes» griegas ó romanas, las cuales,
no teniendo presente más que el derecho abstracto, penetran poco en las cuestiones de felicidad y
moralidad privadas. Conócese de antemano que los resultados que saldrán de ella serán de órden
social y no de órden político; que la obra en que trabaja aquel pueblo es un reino de Dios y no una
república civil; una institucion universal, más bien que una nacionalidad ó una patria.
Israel, en medio de numerosos desfallecimientos y flaquezas, sostiene admirablemente esta
vocacion. Una serie de hombres piadosos abrasados por el celo de la ley, tales como Esdras,
Nehemías, Onías y los Macabeos, se suceden en la defensa de las antiguas instituciones. La idea de
que Israel es un pueblo de santos, una tribu elegida por Dios y ligada hácia él por medio de un
contrato, echa hondas raíces, que se hacen cada dia más sólidas y profundas. Una inmensa esperanza
llena las almas. Toda la antigüedad indo-europea habia p. 39 colocado el paraíso en el orígen; todos sus
poetas habian llorado una edad de oro desvanecida:—Israel coloca la edad de oro en el porvenir. Los
Salmos, esa eternal poesía de las almas religiosas, brotan con su divina y melancólica armonía de este
pietismo exaltado. Miéntras que en torno suyo las religiones paganas se reducen más y más á un
charlatanismo oficial en Persia y Babilonia, á una grosera idolatría en Siria y Egipto, y á vanos
simulacros en el mundo griego y latino, Israel llega á ser verdaderamente y por excelencia el pueblo
de Dios. Lo que los mártires cristianos hicieron en los primeros siglos de nuestra era, lo que hasta
nuestros tiempos han hecho las víctimas de la ortodoxia perseguidora en el seno mismo del
cristianismo, eso fué lo que los judíos realizaron en los dos siglos que precedieron á la era cristiana.
Un movimiento extraordinario de ideas que iban á parar á los más opuestos resultados hacia de ellos
en aquella época el pueblo más chocante y original del mundo. Su dispersion por todo el litoral del
Mediterráneo, y el uso de la lengua griega que adoptaron fuera de Palestina prepararon el camino á
una propaganda de que las antiguas sociedades no habian ofrecido todavía ningun ejemplo, divididas
como se hallaban en pequeñas nacionalidades.
Á pesar de su persistencia en anunciar que un dia llegaria á ser la religion del género humano, el
judaismo conservó hasta el tiempo de los Macabeos el carácter de todos los otros cultos de la
antigüedad, ciñéndose á un culto de familia y de tribu. El israelita creia que su culto era el mejor, y
hablaba con desprecio de los dioses extranjeros:—creia más, creia que el culto del verdadero Dios no
se habia hecho sino para él solo. El que ingresaba en el seno de una familia judía, abrazaba el culto de
Jehová, y á esto se reducia todo. Por lo demás, ningun israelita pensaba en convertir al extranjero á un
culto que se creia patrimonio exclusivo de los hijos de Abraham. El desarrollo del espíritu pietista que
se produjo despues de Esdras y de Nehemías, trajo consigo una concepcion mucho más firme y más
lógica. Desde entónces, el judaismo llegó á ser de un modo absoluto la verdadera religion; concedíase
á todo el mundo el derecho de ingresar en él[70], y bien pronto fué una obra pía y meritoria conducir á
sus filas el mayor número posible [71]. Es indudable que aún no existia el delicado sentimiento que
elevó á Juan Bautista, á Jesús, á San Pablo, sobre las mezquinas ideas de raza, puesto que, p. 40 por una
extraña contradiccion, aquellos convertidos (prosélitos) eran mal vistos y tratados con desden [72]. Pero
la idea de una religion exclusiva, la idea de que en este mundo hay algo superior á la patria, á la
sangre, á las leyes; esa idea que habrá de producir los apóstoles y los mártires estaba ya cimentada. El
sentimiento de todo el pueblo judío se resume en adelante en una profunda piedad por los paganos,
cualquiera que sea el brillo de su fortuna mundana [73]. Los guías del pueblo tratan, sobre todo, de
inculcarle la idea de que la virtud consiste en una adhesion fanática á determinadas instituciones
religiosas, y para ello se valen de un ciclo de leyendas destinadas á presentar modelos de
inquebrantable firmeza, tales como Daniel y sus compañeros, la madre de los Macabeos y sus siete
hijos[74], y la novela del Hipódromo de Alejandría[75].
Las persecuciones de Antíoco Epifáneo convirtieron esta idea en pasion, casi en frenesí, viéndose
entónces algo de muy análogo á lo que doscientos treinta años más tarde pasó bajo el imperio de
Neron. La desesperacion y la rabia arrojan á los creyentes en el mundo de las visiones y de los
ensueños. Aparece el primer apocalípsis, el «Libro de Daniel», y con él renace el profetismo, pero
bajo una forma bien diferente de la antigua y un sentimiento mucho más ámplio de los destinos del
mundo. El libro de Daniel fué hasta cierto punto la última expresion de las esperanzas mesiánicas. El
Mesías no era ya un rey á la manera de David y Salomon, ni un Ciro teocrático y mosaista; sino un
«hijo del hombre» apareciendo en las nubes[76], un sér sobrenatural con apariencia humana, encargado
de juzgar al mundo y de presidir la edad de oro. Quizás proporcionó algunos rasgos á este nuevo ideal
el Sosiosch de Persia, el gran profeta del porvenir que debia preparar el reinado de Ormuzd [77]. De
todos modos, es indudable que el desconocido autor del Libro de Daniel ejerció una influencia
decisiva en el acontecimiento religioso que iba á trasformar el mundo:—él proporcionó el aparato y
los términos técnicos del nuevo mesianismo, y sin duda pueden aplicársele aquellas palabras de Jesús
respecto á Juan Bautista: «Hasta él, los profetas; despues de él, el reino de Dios.»
Sin embargo, no debe creerse que aquel movimiento, tan profundamente religioso y apasionado,
tuviera por móvil dogmas particulares, como ha sucedido en todas las luchas que han estallado en el
seno del cristianismo. Los judíos de ap. 41quella época eran poco teólogos y no especulaban sobre la
esencia de la divinidad; sus creencias respecto á los ángeles, á los fines del hombre, á las hipóstasis
divinas, cuyo primer gérmen se dejaba ya entrever, eran creencias libres, meditaciones á las cuales se
entregaba cada uno segun la índole de su espíritu, pero de las que no tenian ni la más remota idea
multitud de personas. Los más ortodoxos eran los que más se alejaban de esas imaginaciones
particulares, ateniéndose á la sencillez del mosaismo. Entónces no existia ningun poder dogmático
semejante al que defirió á la Iglesia el cristianismo ortodoxo. La fiebre de las definiciones, esa fiebre
que hace de la historia de la Iglesia la historia de una inmensa controversia, no empezó sino cuando, á
partir del siglo tercero, cayó el cristianismo en manos de razas ergotistas, sedientas de dialéctica y
metafísica. Tambien entre los judíos se disputaba:—ardientes escuelas combatian en buscar para todas
las cuestiones que entónces se agitaban opuestas soluciones; pero en aquellas luchas, de las cuales nos
ha trasmitido el Talmud los principales detalles, no habia ni una sola palabra de teología especulativa.
Observar y mantener la ley, porque la ley es justa y porque bien observada conduce á la felicidad, hé
ahí á lo que se reducia el mosaismo. Ningun Credo, ningun símbolo teórico. Moisés Maimonida, un
discípulo de la filosofía árabe más avanzada, llegó á ser oráculo de la sinagoga, porque era un
canonista muy ejercitado.
La exaltacion creció más todavía durante los reinados de los últimos Asmoneos y de Heródes, en
cuya época tuvo lugar una serie no interrumpida de movimientos religiosos. El pueblo judío, á medida
que el poder se secularizaba, pasando á manos incrédulas, vivia cada vez ménos para los intereses
terrenales y se absorbia más y más en el extraño trabajo que se operaba en su seno. Distraido el mundo
con otros espectáculos, no tiene ningun conocimiento de lo que pasa en aquel olvidado rincon de
Oriente. Sin embargo, las almas superiores y al corriente de la marcha de su siglo, ven con más
claridad. El tierno y previsor Virgilio parece responder, como un eco secreto, al segundo Isaías:—el
nacimiento de un niño le sumerge en ensueños de palingenesia universal [78]. Estos ensueños eran muy
comunes y formaban como un género de literatura designado con el nombre de Sibilas ó Sibilismo. La
formacion reciente del imperio exaltaba las imaginaciones: la grande era de paz que entónces
empezaba, y esa impresiop. 42n de melancólica sensibilidad que experimentan las almas despues de
largos períodos de revolucion, hacian surgir en todas partes esperanzas ilimitadas.
En Judea la espectativa habia llegado al último límite. Santas personas, entre las cuales figuran un
anciano Simeon, quien, segun la leyenda, tuvo á Jesús en sus brazos, y Ana, hija de Phanuel,
considerada como profetisa[79], pasaban su vida al rededor del templo, orando y ayunando, á fin de que
Dios les concediese bastante vida para ver el cumplimiento de las esperanzas de Israel. Siéntese por
donde quiera una poderosa incubacion y como la proximidad de algo extraordinario y desconocido.
Aquella amalgama confusa de presentimientos y de ensueños, aquella alternativa de decepciones y
de esperanzas, aquellas aspiraciones rechazadas incesantemente por la odiosa realidad, tuvieron, al fin,
su intérprete en el hombre incomparable á quien la conciencia universal ha concedido, con justicia, el
título de Hijo de Dios, puesto que él hizo dar á la religion un paso, al cual no puede y no podrá
probablemente compararse ningun otro.

CAPÍTULO II
INFANCIA Y JUVENTUD DE JESÚS — SUS PRIMERAS IMPRESIONES
Jesús nació en Nazareth[80], pequeña ciudad de Galilea, la cual no tuvo ántes de su nacimiento
ninguna celebridad[81]. Durante toda su vida se le designó con el nombre de «Nazareno» [82], y para
hacerle nacer en Bethlehem, como afirma su leyenda, ha sido indispensable recurrir á un rodeo
bastante embarazoso[83]. Luégo verémos[84] el motivo de esta suposicion y de qué modo fué
consecuencia obligada del mesiánico papel concedido á Jesús [85]. Ignórase la fecha precisa de su
nacimiento; pero se sabe que tuvo lugar bajo el p. 43 reinado de Augusto, hácia el año 750 de Roma, y
probablemente algunos ántes del primero de la era que todos los pueblos civilizados cuentan desde el
dia en que vino al mundo[86].
El nombre de Jesús, que le fué dado, es una alteracion de Josué, que entónces era muy comun;
pero, como es natural, buscáronse luégo en él significaciones misteriosas y una alusion á su papel de
Salvador[87]. Quizás el mismo Jesús, como todos los místicos, llegó á fortalecerse en esta creencia. Un
nombre dado sin intencion á un niño ha sido á veces causa de grandes vocaciones:—la historia nos
ofrece más de un ejemplo. Y es porque las naturalezas ardientes no pueden resignarse nunca á ver la
mano de la casualidad en todo aquello que les concierne. Para ellas todo ha sido dispuesto por Dios, y
hasta en las circunstancias más insignificantes de la vida ven un signo de la voluntad suprema.
La poblacion de Galilea, segun indica el nombre mismo del país [88], se hallaba muy mezclada. En
tiempo de Jesús, aquella provincia contaba entre sus habitantes muchos que no eran judíos (fenicios,
sirios, árabes y hasta griegos)[89]. Las conversiones al judaismo no escaseaban en aquella especie de
países mistos. Imposible sería establecer aquí ninguna cuestion de raza, y no ménos difícil determinar
la sangre que circulaba en las venas del que más poderosamente ha contribuido á borrar de la
humanidad las distinciones de sangre.
Jesús salió de las filas del pueblo[90]; su padre José y su madre María eran personas de mediana
condicion, artesanos que vivian de su trabajo [91], y cuyo estado social consistia en ese término medio,
tan comun en Oriente, que no es ni la comodidad ni la miseria. La extremada sencillez en semejantes
comarcas impide conocer la necesidad de lo confortable, hace casi inútil el privilegio del rico, y
convierte á todo el mundo en pobres voluntarios. Por otra parte, la falta total de gusto por las artes y
por todo lo que á la elegancia de la vida material contribuye, presta al interior del hogar doméstico,
áun de aquellos que viven en la abundancia, cierto aspecto de pobreza y desnudez. Á excepcion de lo
que el aislamiento lleva consigo por do quiera de sórdido y repugnante, la ciudad de Nazareth se
diferenciaba tal vez muy poco, en tiempo de Jesús, de lo que es hoy dia [92]. Las calles donde jugó
siendo niño las vemos todavía en aquellos senderos pedregosos ó en aquellas encrucijadas que
separanp. 44 los edificios. La casa de José era, sin duda, muy semejante á aquellas pobres tiendas,
alumbradas por la puerta, que sirven al mismo tiempo de establecimiento, de cocina, y de alcoba, y
que por todo mueblaje tienen una estera, algunos cojines sobre el suelo, uno ó dos vasos de arcilla y
un cofre pintado.
La familia, ya proviniese de un matrimonio ó de varios, era numerosa:—Jesús tenía hermanos y
hermanas[93], de los cuales parecia ser el primogénito[94]. Pero todos permanecieron oscuros, porque
los cuatro personajes que se citan como hermanos suyos, y uno de los cuales, Santiago, llegó á
adquirir gran importancia en los primeros años del cristianismo, eran, segun parece, primos carnales.
En efecto, María tenía una hermana, que tambien se llamaba María [95], la cual se casó con un tal Alfeo
ó Cleofás (estos dos nombres parecen designar una misma persona) [96], y tuvo varios hijos que
desempeñaron un papel considerable entre los primeros discípulos de Jesús. Miéntras que sus
verdaderos hermanos le hacian la oposicion [97], estos primos carnales se adhirieron al jóven maestro y
tomaron el título de «hermanos del Señor» [98]. Los verdaderos hermanos de Jesús, así como su madre,
no tuvieron importancia sino despues de la muerte del Salvador [99]. Y áun entónces mismo no
alcanzaron, á lo que parece, la misma consideracion que sus primos, cuya conversion habia sido más
espontánea, y en cuyo carácter hubo, sin duda, más originalidad. Tan conocidos eran sus nombres, que
cuando el evangelista pone en boca de la gente de Nazareth la enumeracion de los hermanos, segun la
naturaleza, son los hijos de Cleofás los primeros que se presentan á su memoria.
Sus hermanas se casaron en Nazareth [100], en cuyo punto pasó él los primeros años de su juventud.
Era Nazareth una pequeña ciudad situada en un repliegue del terreno que forma la ancha meseta del
grupo de montañas que limitan al norte la llanura de Esdrelon. Hoy dia la poblacion es de tres á cuatro
mil almas, y acaso no haya variado mucho desde entónces [101]. El frio es agudo en el invierno y muy
saludable el clima. Como todos los villorrios judíos de aquella época, la ciudad era un monton de
casas construidas sin estilo, y probablemente ofreceria ese aspecto árido y pobre que ofrecen las
aldeas de los países semíticos. Los edificios, segun es de inferir, tendrian gran semejanza con esos
cubos de piedra, sinp. 45 elegancia exterior ni interior, que aún se ven hoy en las comarcas más ricas
del Líbano, y que, mezclados con las viñas y las higueras, no dejan de ser agradables. Por otra parte,
los alrededores son deliciosos, y en ningun país del mundo se hallaria un lugar más á propósito para
alimentar y dar pábulo á los ensueños de absoluta ventura. Nazareth es todavía un sitio delicioso y
acaso el único punto de Palestina en que el alma se siente aliviada del opresivo afan que experimenta
en medio de aquella desolacion sin igual. Los naturales son agradables y risueños, frescos y llenos de
verdura los huertos y jardines. En el siglo sexto, Antonino Mártir hizo un cuadro encantador de la
fertilidad de sus alrededores, comparándolos con el paraíso. Algunos valles del lado del oeste
justifican plenamente su descripcion. La fuente donde otras veces se reconcentraba la vida y la alegría
de la pequeña ciudad está ya destruida; de sus caños desportillados no mana hoy sino un agua turbia.
Pero la belleza de las mujeres que allí se reunen durante la noche, aquella belleza notada ya en el siglo
sexto, y de la cual era una personificacion la Vírgen María, se ha conservado de un modo admirable:
—aquél es el tipo sirio en toda su gracia llena de languidez. Es indudable que María fué allí casi
diariamente, y que á menudo, con el cántaro sobre el hombro, formó entre la fila de sus ignoradas
compatriotas. Antonino Mártir hace notar que las mujeres judías, que en otras partes miraban con
desden á los cristianos, eran allí dulces y afables. Áun hoy dia los odios religiosos no son en Nazareth
tan exaltados como en otros puntos.
El horizonte de la ciudad es reducido; pero cuando se asciende un poco hasta llegar á la meseta que
domina los edificios más elevados, meseta que barren contínuas brisas, la perspectiva se agranda y se
hace espléndida. Al Oeste se extienden las hermosas líneas del Carmelo, terminadas por una punta
abrupta que parece sumergirse en el mar. En seguida se desarrollan, la doble cima que domina á
Mageddo, las montañas del país de Sichem con sus lugares santos de la edad patriarcal, el monte
Gelboé, el pequeño y pintoresco grupo al cual van unidos los recuerdos, risueños ó terribles, de Sulem
y de Endor, y el Tabor, con su bella forma esferoidal que los antiguos comparaban á un seno. Por una
depresion entre la montaña de Sulem y el Tabor, se entrevén el valle del Jordan y las elevadas llanuras
de la Perea, p. 46que forman hácia el Este una línea continuada. Al norte las montañas de Safed se
inclinan hácia el mar, ocultando á San Juan de Acre, pero dejan que la mirada se pierda en el golfo de
Khaifa. Tal fué el horizonte de Jesús. Aquel círculo encantado, cuna del reino de Dios, le representó el
mundo durante muchos años. Su vida entera salió muy poco de aquellos límites familiares á su
infancia. Porque más allá, por el lado del norte y casi entre los flancos del Hermon, se descubre
Cesárea de Filipo, su punto más avanzado hácia el mundo de los gentiles, y por la parte del sur, detrás
de aquellas montañas de Samaria ya ménos rientes, se adivina la triste Judea desecada por un viento
abrasador de abstraccion y de muerte.
Si teniendo mejor nocion de lo que constituye el respeto á los orígenes, el mundo permaneciese
cristiano y quisiese reemplazar los santuarios apócrifos y mezquinos, á que se adhirió la piedad de las
edades bárbaras, por auténticos lugares santos, en aquella altura de Nazareth es donde construiria su
templo. Allí, en el sitio donde apareció el cristianismo, en el centro de accion de su fundador, deberia
elevarse la grande iglesia en que todos los cristianos pudiesen orar. Allí tambien, en aquella tierra,
bajo la cual duermen el carpintero José y millares de olvidados nazarenos que no franquearon jamás el
horizonte de su valle nativo, se hallaria el filósofo mejor colocado que en ningun sitio del mundo para
contemplar el curso de las cosas humanas, consolarse de su contingencia y tranquilizarse respecto al
fin divino que el mundo prosigue á traves de infinitos desfallecimientos y no obstante la vanidad
universal.
CAPÍTULO III
EDUCACION DE JESÚS
Aquella naturaleza, á la vez risueña y grandiosa, constituyó toda la educacion de Jesús. Sin duda
aprendió á leer y á escribir[102] segun el método de Oriente, el cual consistia p. 47en colocar entre las
manos del niño un libro cuyo texto repetia cadenciosamente, en union de sus compañeros, hasta
concluir por aprenderle de memoria[103]. Sin embargo, es muy dudoso que comprendiera bien los
escritos hebreos en su lengua original. Sus biógrafos se los hacen citar como traducciones en lengua
aramea[104]: sus principios de exegésis, si hemos de juzgar por los de sus discípulos, se parecian
bastante á los que en aquella época se hallaban en boga, los cuales forman el espíritu de los Targums y
de los Midraschim[105].
En las pequeñas aldeas judías, el maestro de escuela era el hazzan ó lector de las sinagogas[106].
Jesús frecuentó poco las escuelas, más elevadas, de los escribas ó soferim (tal vez en Nazareth no
habia ninguna), y no poseyó ninguno de esos títulos que dan á los ojos del vulgo derecho á la
sabiduría[107]. Sin embargo, sería grave error imaginarse que Jesús era lo que nosotros llamamos un
ignorante. Bajo el punto de vista del valor personal, se hace en nuestros dias una distincion profunda
entre los que han recibido una educacion escolástica y los que de ella carecen. Pero en Oriente, y por
regla general en toda la buena época antigua, no sucedia lo mismo. El estado de rudeza en que
permanece entre nosotros, á consecuencia de nuestra vida aislada y puramente individual, aquel que
no ha frecuentado las escuelas, se desconoce en esas sociedades en que la cultura moral, y sobre todo,
el espíritu general del tiempo se trasmiten por el contacto contínuo de los hombres. Frecuentemente el
árabe que no ha tenido ningun maestro es sin embargo persona muy distinguida, y consiste en que su
tienda viene á ser una especie de escuela, siempre abierta, de donde, gracias al constante roce de gente
bien educada, nace un gran movimiento intelectual y hasta literario. La delicadeza de los modales y la
finura del espíritu no tienen en Oriente nada de comun con lo que nosotros llamamos educacion. Al
contrario, allí los hombres escolásticos son los que pasan por pedantes y mal educados. La ignorancia,
que entre nosotros condena al hombre á un rango inferior, es en aquel estado social la condicion de las
grandes cosas y de la grande originalidad.
Tampoco parece probable que supiese Jesús el griego. Á excepcion de las clases que participaban
del gobierno de las ciudades habitadas por los paganos, como Cesárea, esta lengua estaba poco
vulgarizada en Judea[108]. El idioma de Jesúsp. 48 era el dialecto sirio con mezcla de hebreo que
entónces se hablaba en Palestina[109]. Con mucha más razon debe suponerse que no tuvo ningun
conocimiento de la cultura griega. Aquella cultura se hallaba proscripta por los doctores palestinos, los
cuales envolvian en la misma maldicion «al que criaba puercos y al que enseñaba á su hijo la ciencia
helénica»[110]. De todos modos, aquella ciencia no habia penetrado hasta las pequeñas ciudades como
Nazareth, si bien es verdad que, no obstante el anatema de los doctores, algunos judíos habian
adoptado aquella cultura. Sin contar la escuela judía de Egipto, donde las tendencias para amalgamar
el helenismo y el judaismo se continuaban desde hacia cerca de doscientos años, un judío, Nicolás de
Damasco, llegó á ser por aquel tiempo uno de los hombres más notables, instruidos y considerados de
su época. Josefo debia ofrecer bien pronto otro ejemplo de judío completamente helenizado. Pero
Nicolás no tenía de judío sino la sangre, Josefo declara ser una excepcion entre sus
contemporáneos[111], y toda la escuela cismática de Egipto se separó de Jerusalen tan completamente,
que ni en el Talmud ni en la tradicion judía se encuentra el menor recuerdo. Lo que se halla fuera de
duda es que el griego se estudiaba muy poco en Jerusalen; que los estudios helénicos se consideraban
como peligrosos y hasta serviles, creyéndose buenos, á lo sumo, para servir de adorno á las
mujeres[112]. Sólo el estudio de la ley pasaba por liberal y digno de un hombre grave [113]. Un ilustrado
rabino, á quien preguntaron cuándo debia enseñarse á los niños la «sabiduría griega», respondió:
—«Cuando no sea ni de dia ni de noche, puesto que está escrito en la Ley: tú la estudiarás dia y
noche»[114].
Ningun elemento de cultura griega llegó, pues, á Jesús ni directa ni indirectamente. Nada conoció
fuera del judaismo, y su espíritu conservó esa cándida franqueza que una cultura extensa y variada
debilita siempre. Áun en el seno mismo del judaismo permaneció extraño á muchos esfuerzos
frecuentemente paralelos á los suyos. Fuéronle desconocidos el ascetismo de los Essenios ó
Terapeutas[115] y los hermosos ensayos de filosofía religiosa intentados por la escuela judáica de
Alejandría, de los cuales era ingenioso intérprete su contemporáneo Filon. Las semejanzas que se
encuentran á menudo entre él y Filon, esas excelentes máximas de amor de Dios, de caridad, de
confianza en el Eterno[116], que vienen á ser comp. 49o un eco entre el Evangelio y los escritos del
ilustre pensador alejandrino, proceden de las comunes tendencias que las necesidades del tiempo
inspiraban á todas las almas elevadas.
Por fortuna suya, no conoció tampoco la rara escolástica que se enseñaba en Jerusalen y que muy
pronto debia constituir el Talmud. Quizás algunos fariseos la habian llevado ya á Galilea, pero Jesús
no tuvo trato con ellos; y cuando vió de cerca aquella necia casuística, no le inspiró sino profunda
repugnancia. Sin embargo de lo dicho, debe suponerse que los principios de Hillel no le fueron
desconocidos. Hillel habia pronunciado, cincuenta años ántes que él, aforismos que tenian mucha
semejanza con los suyos. Si fuese permitido hablar de maestro cuando se trata de tan elevada
originalidad, podia decirse que Hillel, por su pobreza humildemente soportada, por la dulzura de
carácter y por la oposicion que hizo á los hipócritas y á los sacerdotes, fué el verdadero maestro de
Jesús[117].
Mayor impresion le produjo la lectura de los libros del Antiguo Testamento. De dos partes
principales se componia el Cánon de los libros santos: de la Ley, esto es, del Pentateuco, y de los
Profetas, tales como hasta nosotros han llegado. Aplicábase á todos esos libros una vasta exegésis, la
cual trataba de deducir de ellos lo que en realidad no existia, pero que se hallaba conforme con las
aspiraciones de la época. La Ley, que no representaba las antiguas leyes del país, sino más bien las
utopias, las leyes facticias y los fraudes piadosos del tiempo de los reyes pietistas, habia llegado á ser
un tema inagotable de sutiles interpretaciones, desde que la nacion dejó de gobernarse á sí misma. En
cuanto á los profetas y á los salmos, la persuasion general era que casi todos los rasgos un poco
misteriosos de aquellos libros se referian al Mesías, y de antemano se buscaba en ellos el tipo del que
habria de realizar las esperanzas de la nacion. Jesús participaba de la opinion general respecto á
aquellas interpretaciones alegóricas. Sin embargo, la verdadera poesía de la Biblia, que los pueriles
exegetas de Jerusalen no comprendian, se revelaba plenamente á su hermoso genio. La Ley no tuvo
para él mucho atractivo; sin duda tenía el convencimiento de poder realizar algo mejor que aquello.
Pero la poesía religiosa de los salmos se halló en maravillosa consonancia con su alma lírica; los
salmos son el alimento y el apoyo de toda su vida. Los profetas, particularmente Isaías y su
continuador del tiempop. 50 de la cautividad, fueron sus verdaderos maestros, con sus brillantes
ensueños del porvenir, su impetuosa elocuencia y sus invectivas mezcladas de cuadros encantadores.
Sin duda leyó tambien várias de las obras apócrifas, es decir, varios de aquellos escritos modernos,
cuyos autores se ocultaban tras el nombre de los profetas y de los patriarcas, á fin de darles una
importancia y autoridad que no se concedian sino á los escritos muy antiguos. Uno de aquellos libros
le llamó entre todos la atencion: tal fué el libro de Daniel. Escrito por un judío exaltado del tiempo de
Antíoco Epifáneo, y puesto bajo la egida de un antiguo sabio [118], aquel libro era el resúmen del
espíritu de las últimas épocas. Verdadero creador de la filosofía de la historia, su autor es quien por la
vez primera se atrevió á mirar en el movimiento del mundo y en la sucesion de los imperios una
funcion subordinada á los destinos del pueblo judío. Jesús llegó desde muy pronto á penetrarse de
aquellas elevadas esperanzas. Acaso leyó tambien los libros de Henoch, venerados entónces al igual
de los libros santos[119], y los demás escritos del mismo género que mantenian en contínuo y vivo
movimiento la imaginacion popular. El advenimiento del Mesías con sus glorias y sus terrores, las
naciones derrumbándose unas sobre otras, el cataclismo del cielo y de la tierra, tales fueron las ideas
que formaban el alimento ordinario de la imaginacion de Jesús; y como quiera que aquellas
revoluciones se anunciaban como próximas, y que muchas personas trataban de computar el tiempo en
que habrian de ocurrir, el órden sobrenatural á que nos trasportan semejantes visiones le pareció en un
principio la cosa más natural y sencilla.
De cada rasgo de sus más auténticos discursos resulta de un modo claro que no tuvo ningun
conocimiento del estado general del mundo. Imaginábase que la tierra se hallaba todavía dividida en
reinos que se hacian la guerra, y parece ignorar la «paz romana» y el nuevo estado social que
inauguraba su siglo. Tampoco tuvo ninguna idea precisa del poderío romano; la sola cosa que llega
hasta él es el nombre de «César.» Vió construir en Galilea y en sus inmediaciones á Tiberiade, á
Juliade, á Diocesárea, á Cesárea, obras pomposas de los Heródes, los cuales trataban de probar con
aquellas construcciones magníficas su admiracion por la cultura romana y su adhesion á los miembros
de la familia de Augusto, cuyos nombres, extravagantemente alterados, sirven ahora p. 51 por un
capricho de la suerte para designar miserables villorrios de beduinos. Es probable que tambien viese á
Sebaste, obra de Heródes el Grande, ciudad de aparato cuyas ruinas dan lugar á suponer que fué
trasportada allí pieza á pieza como una máquina ya concluida que debia montarse en lugar
determinado. Aquella arquitectura de ostentacion llevada á Judea por cargamentos, aquellos
centenares de columnas, todas del mismo diámetro, ornato de alguna insípida «calle de Rivoli [*]», hé
ahí lo que Jesús llamaba «los reinos del mundo y todas sus glorias.» Pero aquel lujo de encargo y
aquel arte administrativo y oficial le causaban repugnancia. Sus aldeas galileas, mezcla confusa de
cabañas, de eras y de prensas talladas en la roca, de pozos, de sepulcros, de higueras y de olivas, eso
era lo que él amaba. Jesús permaneció siempre cerca de la naturaleza. La córte de los reyes se le
representaba como un lugar en donde las personas llevan hermosos vestidos [120]. Las deliciosas
imposibilidades en que abundan sus parábolas siempre que pone en escena á los reyes y á los
poderosos[121] prueban que no concibió nunca la sociedad aristocrática sino como un jóven aldeano
que ve el mundo por el prisma de su candidez.
[*] Una de las más rectas, largas y uniformes que tiene París.
Ménos aún conoció la idea nueva creada por la ciencia griega, esa idea que sirve de base á toda
filosofía, que la ciencia moderna ha confirmado plenamente y que consiste en la exclusion de los
dioses caprichosos á quienes la sencilla credulidad de las antiguas edades atribuia el gobierno del
mundo. Cerca de un siglo ántes de él, Lucrecio habia expresado ya de una manera admirable la
inflexibilidad del régimen general de la naturaleza. En las grandes escuelas de todos los países que
habian recibido la ciencia griega, la negacion del milagro, deducida de la idea que en el mundo se
produce todo por leyes invariables, sin ninguna intervencion personal de seres superiores, era ya un
principio admitido. Quizás habia penetrado tambien en Babilonia y Persia. Jesús no tuvo noticia de
aquel progreso. No obstante haber nacido en una época en que el principio de la ciencia positiva era ya
proclamado, vivió en pleno sobrenatural. Tal vez nunca se hallaron los judíos tan sedientos como
entónces de lo maravilloso. Filon, sin embargo de vivir en un gran centro intelectual y de haber
recibido una educacion completísima, no poseia sino una p. 52ciencia quimérica y de mala ley. Bajo
este supuesto, Jesús no se diferenciaba en nada de sus compatriotas. Creia en el diablo, al cual
consideraba como una especie de genio del mal [122], y, como todo el mundo, se imaginaba que las
enfermedades nerviosas eran producidas por los demonios, que se apoderaban del paciente, agitándole
de contínuo. Para él no era lo maravilloso la excepcion, sino el estado normal. La nocion de lo
sobrenatural, con sus imposibilidades, no apareció sino con la ciencia experimental de la naturaleza.
El hombre ajeno á toda idea de física, que cree por medio de las preces se puede cambiar la marcha de
los astros, detener las enfermedades y hasta la muerte misma, no encuentra en lo milagroso nada de
extraordinario, puesto que el curso entero de las cosas es en su concepto el resultado de la voluntad
libre de la divinidad. Ese estado intelectual fué siempre el de Jesús, pero semejante creencia producia
en su grande alma efectos contrarios á los que ocasionaba en el vulgo. Entre las almas vulgares, la fe
en la accion particular de Dios conducia á una credulidad simple y á los engaños de los charlatanes.
En la suya se elevaba á una nocion profunda de las relaciones familiares entre el sér humano y Dios, y
á una creencia exagerada en el porvenir del hombre; bellos errores que fueron el principio de su
fuerza, porque, si bien ellos debian más tarde evidenciar sus preocupaciones á los ojos del físico y del
químico, le dieron sobre sus contemporáneos un poder de que no hay ejemplo ántes ni despues de él.
Su carácter extraordinario se reveló desde muy temprano. La leyenda se complace en mostrarle
desde su infancia en rebelion contra la autoridad paterna, y separándose de las vias comunes para
seguir su vocacion[123]. Lo que al ménos hay de seguro es, que tuvo en poca cosa las relaciones de
parentesco. Su familia no parece haberle amado [124], y en ocasiones se le nota cierta dureza para con
ella[125]. Como todos los hombres verdaderamente preocupados de una idea, Jesús llegó á tener en
poco los lazos de la sangre. El único que esa clase de naturalezas reconoce es el lazo de la idea: «Hé
ahí á mi madre y á mis hermanos—decia extendiendo las manos hácia sus discípulos;—aquel que
cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana.» Las gentes sencillas no lo
comprendian así, y un dia, dicen que una mujer que pasaba cerca de él exclamó: «¡Dichoso el vientre
que te concibió y los pechos que te alimentaron!»—«¡Dichoso más p. 53 bien—respondió[126]—aquel
que escucha la palabra de Dios y la practica!» Su atrevida rebelion contra la naturaleza debia llevarle
pronto mucho más léjos, y no tardarémos en verle menospreciando la sangre, el amor, la patria, cuanto
constituye al hombre, para no albergar en su alma y su corazon sino la idea que se le presentaba como
la forma absoluta del bien y de la verdad.

CAPÍTULO IV
ÓRDEN DE IDEAS EN CUYO SENO CRECIÓ JESÚS
Así como la tierra ya enfriada por haberse apagado el fuego que la penetraba no permite
comprender los fenómenos de la creacion primitiva, de igual modo las explicaciones discurridas dejan
siempre algo que desear cuando se trata de aplicar nuestros débiles medios de induccion á las
revoluciones de las épocas creadoras que decidieron la suerte del género humano. Jesús vivió en uno
de esos momentos en que la parte de la vida pública se juega con franqueza, en que se centuplica la
apuesta de la actividad humana. Todo gran destino conduce entónces á la muerte, porque tales
movimientos suponen una libertad y una ausencia de medidas preventivas que no pueden existir sin
terribles contrapesos. En nuestros dias, el hombre arriesga poco y gana poco:—en las épocas heróicas
de la actividad humana aventura el todo por el todo. Los buenos y los malos, ó al ménos los que se
creen y pasan por tales, forman dos ejércitos opuestos. Llégase á la apoteósis por el camino del
cadalso, y los caractéres tienen facciones pronunciadas que los graban como tipos eternales en la
memoria de los hombres. Ningun medio histórico, excepto el de la Revolucion francesa, fué tan á
propósito como aquel en que se formó Jesús para desarrollar esas fuerzas ocultas que la humanidad
tiene como en reserva y que no descubre sino en sus dias de fiebre y de peligro.
Si el gobierno del mundo fuese un problema especulativo,p. 54 y si el más gran filósofo fuese el
hombre más apto para enseñar á sus semejantes lo que deben creer, esas grandes reglas morales y
dogmáticas que se llaman religiones saldrian de la calma y de la reflexion. Pero no sucede así. Los
grandes fundadores religiosos, si se exceptúa Sakia-Muni, no fueron metafísicos. El budismo, que
salió de la idea pura, conquistó la mitad del Asia por motivos puramente políticos y morales. En
cuanto á las religiones semíticas, son tan poco filosóficas cuanto cabe en lo posible. Moisés y
Mahoma no fueron hombres especulativos: fueron hombres de accion, y proponiéndola á sus
compatriotas y á sus contemporáneos, consiguieron dominar la humanidad. De igual manera, Jesús no
fué ni un teólogo, ni un filósofo, ni tuvo un sistema más ó ménos bien combinado. Para ser discípulo
suyo no se necesitaba firmar ningun formulario ni pronunciar ninguna profesion de fe; bastaba una
sola cosa: adherirse á él, amarle. Jesús no disputó jamás sobre Dios, porque directamente le sentia en
sí mismo. El escollo de las sutilezas metafísicas, contra el cual tropezó el cristianismo á partir del siglo
tercero, no fué en manera alguna creado por el fundador. Jesús no tuvo ni dogma ni sistema, sino una
resolucion personal fija que, sobrepujando en intensidad á toda otra voluntad creada, dirige todavía en
este momento los destinos de la humanidad.
Desde el cautiverio de Babilonia hasta la edad media, el pueblo judío tuvo la ventaja de hallarse
constantemente en una situacion muy crítica. De ahí el que los depositarios del espíritu de la nacion
escribiesen durante aquel largo período como bajo el dominio de una fiebre intensa que los coloca,
unas veces fuera de los límites de la razon, otras demasiado dentro, casi nunca en el justo medio.
Hasta entónces, nunca el hombre se habia apoderado del problema del porvenir y de su destino con un
valor más desesperado, más resuelto á atropellar por todo á fin de resolverle. Asimilando la suerte de
la humanidad con la de su pequeña raza, los pensadores judíos son los primeros que se cuidan de una
teoría general de la marcha de nuestra especie. La Grecia, encerrada siempre en sí misma y atenta sólo
á sus querellas locales, tuvo admirables historiadores; pero en vano se buscaria en ella ántes de la
época romana un sistema general de filosofía de la historia que abrace la humanidad entera. Por el
contrario, el judío hizo entrar la historia en la religion, merced á una especie de sentido profético que á
veces presta al semita maravip. 55llosa aptitud para entrever las grandes líneas del porvenir. Quizás
debe á la Persia una parte de ese espíritu. La Persia, desde una época muy remota, concibió la historia
del mundo como una serie de revoluciones á cada una de las cuales preside un profeta. Cada profeta
tiene su hazar ó reinado de mil años (quiliasma), y de esas edades sucesivas, análogas á los millones
de siglos pertenecientes á cada buda de la India, se compone la trama de los acontecimientos que
preparan el reino de Ormuzd. Al fin de los tiempos, cuando el círculo de los quiliasmas se haya
agotado, empezará el paraíso definitivo. Entónces los hombres vivirán dichosos, la tierra será como
una llanura, y no habrá sino una lengua, una ley y un gobierno para todo el mundo. Pero terribles
calamidades precederán á este acontecimiento. Dahak (el Satanás de Persia) romperá los hierros que le
encadenan y se abatirá sobre la tierra. Dos profetas vendrán á consolar á los hombres y á preparar el
gran acontecimiento[127]. Estas ideas recorrian entónces el mundo y penetraban hasta en Roma, donde
inspiraron un ciclo de poemas proféticos, cuyas ideas fundamentales eran la division de la historia de
la humanidad en períodos, la sucesion de dioses correspondientes á esos períodos, una renovacion
completa del mundo y el acontecimiento final de una edad de oro [128]. El libro de Daniel, el de Henoch
y algunos de los libros sibilinos[129] son expresiones judáicas de la misma teoría. Menester era que esas
ideas fuesen las de todos. En un principio no las abrazaron sino algunas personas de imaginacion viva
y aficionadas á las doctrinas extranjeras. El árido y mezquino autor del libro de Ester no pensó nunca
en el resto del mundo, y si pensó, fué para menospreciarle y zaherirle [130]. El epicúreo desengañado
que escribió el Eclesiastés, se cuida tan poco del porvenir, que hasta cree inútil trabajar para sus hijos:
á los ojos de aquel célebre egoista, la esencia de la sabiduría consiste en no tener cuenta sino de sí
mismo[131]. Pero en todos los pueblos, la minoría es la que hace las grandes cosas. Y á pesar de sus
enormes defectos, á pesar de ser duro, burlon, mezquino en sus miras, cruel, sofista y lleno de
sutilezas, el pueblo judío es el autor del más hermoso movimiento de entusiasmo desinteresado que
menciona la historia. La oposicion ocasiona siempre la gloria de un país:—los más grandes hombres
de una nacion son los que ella condena á muerte. Sócrates fué la gloria de Aténas, y Aténas le dió á
beber la cicuta. Spinosa es el más grandp. 56e de los judíos modernos, y la sinagoga le ha excluido de
su seno ignominiosamente. Jesús fué la gloria de Israel, y murió crucificado.
El pueblo judáico perseguia desde hacia siglos un gigantesco desvarío que le rejuvenecia á cada
paso en su decrepitud. Ajena á la teoría de las recompensas individuales, propagada por la Grecia bajo
el nombre de inmortalidad del alma, la Judea habia reconcentrado toda su potencia de amor y deseo en
su porvenir nacional. Creyéndose posesora de las promesas divinas de un porvenir sin límites, y
siendo rechazada en sus aspiraciones por la amarga realidad que á partir del siglo nono ántes de
nuestra era sometia más y más el destino del mundo al imperio de la fuerza bruta, se arrojó en la via
de absurdas amalgamas ideales y ensayó las más extrañas contradicciones. Ántes del cautiverio,
cuando todo el porvenir terrestre se desvaneció al separarse las tribus del Norte, la restauracion de la
casa de David, la reconciliacion de las dos fracciones del pueblo y el triunfo de la teocracia y del culto
de Jehová sobre los cultos idólatras, sirvieron de alimento al delirio comun. En la época del cautiverio,
un poeta lleno de armonía entrevió el esplendor de una Jerusalen futura, de la cual eran tributarios los
pueblos y las islas lejanas; y la entrevé por un prisma de tan dulces y suaves colores, que hubiérase
dicho que un rayo de la mirada de Jesús penetraba en su imaginacion á una distancia de seis siglos [132].
La victoria de Ciro pareció realizar por algun tiempo todas aquellas esperanzas. Los graves discípulos
del Avesta y los adoradores de Jehová se creyeron hermanos. Al desterrar los devas múltiples y al
trasformarlos en demonios, la Persia habia conseguido extraer de las antiguas imaginaciones arianas,
esencialmente naturalistas, una especie de monoteismo. El tono profético de algunas enseñanzas de
Iran tenía mucha analogía con ciertas composiciones de Oseas y de Isaías. Israel toma aliento bajo los
Acheménidas[133], y durante la dominacion de Jérjes (Asuero) se hace temer de los mismos Iranios.
Pero la entrada triunfante y á menudo brutal de la civilizacion griega y romana en Asia, le arroja de
nuevo en sus delirios. Entónces más que nunca invoca al Mesías como al Juez vengador de los
pueblos. Para satisfacer la sed de venganza que le inspiraban el sentimiento de su superioridad y el
espectáculo de sus humillaciones, hacíale falta una renovacion completa, una revolucion que abarcase
ep. 57l mundo y le conmoviera hasta en sus cimientos[134].
Si Israel hubiese poseido la doctrina llamada espiritualista, esa doctrina que divide al hombre en
dos partes, cuerpo y alma, y que encuentra la cosa más natural que el alma sobreviva miéntras el
cuerpo se corrompe, aquel acceso de rabia y de enérgica protesta no habria tenido su razon de ser.
Pero semejante doctrina, producto de la filosofía griega, no se hallaba en las tradiciones del espíritu
judáico. Ninguna huella de remuneraciones ó de penas futuras contienen los antiguos escritos hebreos.
Miéntras existió la idea de la solidaridad de la tribu, natural era que no se pensase en una estricta
retribucion segun los méritos de cada uno. Si un hombre piadoso tenía la desgracia de venir al mundo
en una época de impiedad y participaba de las calamidades públicas originadas por la iniquidad
comun, tanto peor para él. Esta doctrina, trasmitida por los sabios de la época patriarcal, conducia
paso á paso á insostenibles contradicciones. Ya en tiempo de Job habia recibido fuertes ataques; los
ancianos de Theman que la profesaban eran hombres atrasados, y el jóven Elihu, que fué á disputar
con ellos, se atrevió á emitir desde sus primeras palabras este axioma revolucionario: ¡que la sabiduría
no era ya patrimonio de los ancianos! [135]. Con las complicaciones ocurridas en el mundo despues de
Alejandro, el antiguo principio themanita y mosaista se hizo todavía más intolerable [136]. Nunca Israel
habia sido más fiel observador de la Ley, y sin embargo sufrió la atroz persecucion de Antíoco. Sólo
un retórico pedante y acostumbrado á repetir vetustas frases vacías de sentido podia atreverse á
sostener que aquellas desgracias eran hijas de las infidelidades del pueblo [137]. ¡Cómo! ¿esas víctimas
que mueren por la fe, esa madre con sus siete hijos, esos heróicos Macabeos serán olvidados
eternamente por Jehová y abandonados á la podredumbre de la fosa? [138]. Un saduceo incrédulo y
mundano podia muy bien admitir semejante consecuencia; un sabio consumado, como Antígono de
Soco[139], podia sostener que no debe practicarse la virtud como el esclavo que aspira á una
recompensa, sino desinteresadamente y sin esperanza de premio. Pero la gran masa de la nacion no se
contentaba con eso. Unos se adherian al principio de la inmortalidad filosófica y se figuraban á los
justos viviendo en la memoria de Dios, glorificados en el recuerdo de los hombres, juzgando al impío
que los persiguiera[140]. «Viven á los ojos de Dip. 58os;... Dios los reconoce»[141], hé ahí su
recompensa. Otros, y en particular los fariseos, recurrian al dogma de la resurreccion [142]. Los justos
resucitarán para ser partícipes del reinado mesiánico. Resucitarán con los mismos cuerpos que
tuvieron para vivir en el mundo del cual serán reyes y jueces, y asistirán al triunfo de sus ideas y á la
humillacion de sus enemigos.
En el antiguo pueblo de Israel no se encuentran sino huellas muy indecisas de este dogma
fundamental. En realidad, el incrédulo saduceo, al rechazarle, permanecia fiel á la antigua doctrina
judáica, y el verdadero innovador era el fariseo partidario de la resurreccion. Pero en materia religiosa,
el partido más exaltado es siempre el que innova, el que avanza, el que deduce las consecuencias. Por
otra parte, la resurreccion, idea totalmente distinta de la inmortalidad del alma, se desprendia sin
esfuerzo de las doctrinas anteriores y de la situacion del pueblo. Quizás la misma Persia proporcionó
algunos principios elementales[143]. De todos modos, formó, á no dudarlo, combinándose con la
creencia en el Mesías y con la doctrina de una próxima renovacion del mundo, esas teorías
apocalípticas que, sin ser artículos de fe (el sanhedrin ortodoxo de Jerusalen no parece haberlas
adoptado), llenaban todas las imaginaciones y producian de un extremo á otro del mundo judío
extraordinaria fermentacion. La carencia total de rigor dogmático permitia que nociones del todo
contradictorias pudiesen admitirse al mismo tiempo, áun tratándose de un punto tan capital. Unas
veces el justo debia esperar la resurreccion[144]; otras, era recibido en el seno de Abraham desde el
momento de su muerte[145]. Ya la resurreccion era general[146], ya estaba reservada únicamente para los
fieles[147]. Aquí suponia un mundo renovado y una nueva Jerusalen; allá implicaba el aniquilamiento
prévio del universo.
Desde que Jesús tuvo uso de razon, entró en la ardiente atmósfera que formaban en Palestina las
ideas que acabamos de exponer. Aquellas ideas no se enseñaban en ninguna escuela; pero flotaban en
el aire y penetraron en su alma desde muy temprano, en su alma tranquila, que no conoció nunca
nuestra incertidumbre ni nuestras vacilaciones. En la cima de la montaña de Nazareth, en aquella cima
donde ningun hombre moderno pone la planta sin experimentar cierta inquietud sobre su destino,
Jesús se sentó veinte veces sin que su corazon fuese combatido por la sombra de una duda. Ajeno al p.
59 egoismo, á ese manantial de nuestras tristezas, que rudamente nos obliga á buscar por móvil de la
virtud un interes de ultratumba, no pensó sino en su obra, en su raza, en el bien de la humanidad.
Aquellas montañas, aquel mar, aquellas elevadas llanuras que se extienden al horizonte, no fueron
para él la vision melancólica de un alma que interroga la naturaleza sobre su destino; fueron el
símbolo cierto, la sombra trasparente de un mundo invisible y de un nuevo cielo.
Jesús no dió nunca mucha importancia á los acontecimientos políticos de su tiempo, los cuales no
conocia probablemente muy á fondo. La dinastía de los Heródes vivia en un mundo tan distinto del
suyo, que sin duda no la conoció más que de nombre. El gran Heródes murió en la época misma en
que él vino al mundo, dejando recuerdos imperecederos, monumentos que debian obligar áun á la
posteridad más prevenida en contra suya á asociar su nombre al de Salomon; pero su obra quedó
inacabada, imposible de continuar. Aquel Idumeo astuto, profano ambicioso extraviado en un dédalo
de luchas religiosas, tuvo en su favor la ventaja que dan la sangre fria y la razon, exentas de
moralidad, en medio de fanáticos apasionados. Pero aunque su idea de un reino profano de Israel no
hubiese sido un anacronismo en el estado en que se hallaba el mundo cuando él la concibió, habria
fracasado contra las dificultades nacidas del carácter mismo del pueblo, como fracasó el proyecto,
muy parecido al suyo, concebido por Salomon. Los tres hijos de Heródes no fueron sino lugartenientes
de los romanos, semejantes á los radjas de la India bajo la dominacion inglesa. Antíper ó Antipas,
tetrarca de Galilea y Perea, del cual fué súbdito Jesús durante toda su vida, era un príncipe nulo y
perezoso[148], favorito y adulador de Tiberio[149], sometido casi siempre á la fatal influencia de su
segunda mujer Herodías[150]. Felipe, tetrarca de Gaulonítida y de Batanea, á cuyos territorios hizo
Jesús frecuentes viajes, era mucho mejor soberano [151]. En cuanto á Arquelao, etnarca de Jerusalen,
Jesús no pudo conocerle, porque hacia cerca de diez años que aquel hombre débil, sin carácter y
violento en ocasiones, habia sido depuesto por Augusto[152]. Así perdió Jerusalen hasta el último resto
de autonomía. Reunido desde entónces el territorio judáico al de Samaria y al de Idumea, formó una
especie de anexo de la provincia de Siria, de donde era legado imperial el senador Publio Sulpicio
Quirino, personaje consular de p. 60gran nombradía[153]. Una serie de procuradores romanos,
sometidos en las grandes cuestiones al legado imperial de Siria, tales como Coponius, Marcus
Ambivius, Annius Rufus, Valerius Gratus y Pontius Pilatus (año 26 de nuestra era) se suceden allí [154],
ocupándose incesantemente en apagar el volcan de la insurreccion que ardia bajo sus piés.
En efecto, durante toda aquella época, agitan á Jerusalen contínuas sediciones provocadas por los
celosos partidarios del mosaismo[155]. Los sediciosos hallaban una muerte segura; pero cuando se
trataba de la integridad de la Ley, la muerte se buscaba con avidez. Derrocar las águilas, destruir las
obras de arte levantadas por los Heródes, en las cuales no siempre se habian respetado los reglamentos
mosaistas[156], rebelarse contra los escudos votivos que elevaban los procuradores, y cuyas
inscripciones parecian contaminadas de idolatría [157], eran tentaciones permanentes para hombres
fanáticos que habian llegado á ese grado de exaltacion en que se desprecia la vida. Júdas, hijo de
Sarifeo, y Matías, hijo de Margaloth, célebres doctores de la Ley ambos á dos, formaron un partido de
audaz agresion contra el órden existente, partido que se continuó despues de su suplicio [158]. Un
movimiento análogo agitaba á los samaritanos[159]. Diríase que la Ley no tuvo jamás sectarios tan
apasionados como en el momento en que vivia ya aquel que habia de abrogarla con la grandeza de su
alma y con el poder de su genio. Los «Zelotas» (Kenaim) ó «Sicarios», asesinos piadosos que se
imponian por deber matar á cualquiera que delante de ellos quebrantase la Ley, asomaban al
horizonte[160]. Á consecuencia de la necesidad imperiosa de lo sobrenatural y extraordinario que
experimentaba el siglo, algunos taumaturgos y representantes de otras ideas eran considerados como
personas de especie divina[161] y alcanzaban crédito entre la credulidad pública.
Mayor influencia ejerció en el ánimo de Jesús el movimiento provocado por Júdas el Gaulonita ó el
Galileo. Entre todos los vejámenes que Roma imponia á los países nuevamente conquistados, ninguno
era tan impopular como el censo[162]. Esta medida, que siempre extrañan los pueblos no
acostumbrados á las cargas de las grandes administraciones centrales, era particularmente odiosa á los
ojos de los judíos. Un empadronamiento habia ya provocado en tiempo de David violentas
recriminaciones y las amenazas de los profetas [163].p. 61 En efecto, el censo era la base del impuesto, y
éste, con arreglo á las ideas de la teocracia pura, casi una impiedad. Siendo Dios el único dueño que el
hombre debe reconocer, pagar el diezmo al soberano terrenal es deificarle hasta cierto punto. La
teocracia judía, completamente extraña á la idea de estado, no hacia en esto sino deducir su última
consecuencia, es decir, la negacion de toda sociedad civil y de todo gobierno. El dinero de las arcas
públicas se miraba como dinero robado[164]. El empadronamiento que ordenó Quirino (año 6 de
nuestra era) despertó vigorosamente esas ideas y produjo inmensa fermentacion, haciendo al fin
estallar un movimiento en las provincias del Norte. Un tal Júdas, natural de la ciudad de Gamala,
sobre la orilla oriental del lago de Tiberiade, y un fariseo llamado Sadok, se atrajeron, negando el
impuesto, numerosos partidarios que bien pronto se declararon en abierta rebelion [165]. Las máximas
fundamentales de aquel partido consistian en que, siendo Dios el único «dueño», no debia darse á
nadie este título, y en que la libertad es preferible á la vida. Probablemente Júdas profesaba otros
muchos principios, que Josefo, siempre cuidadoso de no comprometer á sus correligionarios, omite
con marcada intencion; porque, á la verdad, no se comprende que por una idea tan sencilla le
concediese el historiador judío un rango elevado entre los filósofos de su nacion, y le mirase como el
fundador de una cuarta escuela paralela á las de los Fariseos, Saduceos y Esenios. Júdas fué, á no
dudarlo, el jefe de una secta galilea, preocupada por el mesianismo, que acabó por llegar á un
movimiento político. El procurador Coponius domó la sedicion del Gaulonita; pero la escuela
subsistió y conservó sus jefes, como lo prueba el encontrarla de nuevo, sumamente activa, tomando
parte en las últimas luchas de los judíos contra los romanos [166], capitaneada por Manahem, hijo del
fundador, y por un tal Eleazar, pariente del primero. Quizás Jesús conoció á aquel Júdas que de tan
diferente modo que él concibió la revolucion judáica; por lo ménos conoció su escuela, y
probablemente el error del Gaulonita le inspiró el axioma de «dad al César lo que es del César», etc.
Léjos de toda sedicion, el prudente Jesús se aprovechó de la falta de su predecesor, y soñó con otro
reino y con otro rescate.
La Galilea era, pues, una vasta hornaza donde se hallaban en ebullicion los más opuestos
elementos[167]. La consecuencia de aquellas agitaciones fué un extraordinario desprecio p. 62 de la vida,
ó mejor dicho, una especie de afan por salir al encuentro de la muerte [168]. En los grandes movimientos
de fanatismo, las lecciones de la experiencia sirven de poco ó nada. En Argelia, durante los primeros
años de la ocupacion francesa, inspirados que se decian invulnerables y enviados por Dios para arrojar
á los infieles, aparecian cada primavera: su muerte se olvidaba apénas ocurrida, y el pueblo concedia
la misma fe á los nuevos fanáticos que se levantaban al año siguiente. La dominacion romana, si bien
rudísima bajo cierto aspecto, no era todavía muy quisquillosa, y dejaba ancho campo á la libertad.
Aquellas grandes dominaciones brutales, terribles en la represion, estaban léjos de ser tan recelosas
como las potencias que tienen un dogma que guardar, y abrian la mano hasta el momento en que
creian oportuno emplear el rigor. En su carrera vagabunda, Jesús no fué ni una sola vez molestado por
la policía. Aquella libertad, y sobre todo la ventaja que tenía Galilea de hallarse mucho ménos ligada
que el resto de la Judea por los lazos del pedantismo farisáico, daban á aquella comarca gran
superioridad sobre Jerusalen. La revolucion, ó mejor dicho el mesianismo, agitaba allí todos los
corazones:—creíanse en vísperas de la gran renovacion, y los textos de la Escritura, torturados en
diferentes sentidos, servian de pábulo á las más colosales esperanzas. En cada línea de los sencillos
escritos del Antiguo Testamento imaginaban hallar la seguridad, y hasta cierto punto, el programa del
reino futuro que debia traer la paz á los justos y poner eterno sello á la obra de Dios.
Bajo el punto de vista del órden moral, aquella division en dos partes opuestas, en interes y en
espíritu, habia sido siempre un principio fecundo para la nacion hebrea. Todo pueblo susceptible de
grandes destinos debe ser un mundo en miniatura, pero completo, encerrando en su seno polos
opuestos. Grecia tenía á algunas leguas de distancia á Esparta y á Aténas, dos antípodas á los ojos del
observador superficial, pero en realidad hermanas rivales indispensables la una á la otra. Lo mismo
sucedia en Judea. El desarrollo del Norte, ménos brillante bajo cierto aspecto que el de Jerusalen, fué
mucho más fecundo; las obras más notables del pueblo judío procedieron siempre de allí. La ausencia
completa del sentimiento de la naturaleza, que conduce á la sequedad, al desabrimiento, á la barbarie,
marcó todas la obras puramente hierosolimitanas con un sello grandioso, pero árido, p. 63 triste,
repugnante. Jerusalen, con sus doctores solemnes, sus insípidos canonistas y sus devotos hipócritas y
atrabiliarios, no habria conquistado la humanidad. El Norte dió al mundo la cándida Sulamita, la
humilde Cananea, la apasionada Magdalena, el buen padre adoptivo José, la Vírgen María. Sólo el
Norte formó el cristianismo: Jerusalen es, por el contrario, la verdadera patria del judaismo obstinado
que fundaron los fariseos, que el Talmud consagró y que, atravesando la Edad Media, ha llegado hasta
nosotros.
Á formar aquel espíritu ménos austero, ménos ásperamente monoteista, por decirlo así, contribuia
el aspecto de una naturaleza riente y deliciosa que imprimia á todos los sueños de Galilea un giro
idílico y encantador. En el mundo no hay quizás país más árido y triste que los alrededores de
Jerusalen. Por el contrario, la Galilea era una comarca fértil, cubierta de verdura, umbrosa, risueña, el
verdadero país del Cántico de los cánticos y de las canciones del muy amado [169]. Durante los meses
de Marzo y Abril, la campiña se cubre de una alfombra de flores de matices vivísimos y de
incomparable hermosura. Los animales son pequeños, pero sumamente mansos. Tórtolas esbeltas y
vivarachas, mirlos azules, de tan extremada ligereza, que se posan sobre los tallos herbáceos sin
hacerlos inclinar, empenachadas alondras deslizándose casi entre los piés del viajero, galápagos de
ojillos vivos y cariñosos, y cigüeñas de aire púdico y grave se agitan aquí y allá, deponiendo toda
timidez y aproximándose tan cerca del hombre que parecen llamarle. En ningun país del mundo
ofrecen las montañas líneas más armónicas ni inspiran tan elevados pensamientos. Jesús parece
haberlas amado particularmente. Los actos más importantes de su carrera divina tienen lugar sobre las
montañas; allí tenía mayor inspiracion[170]; allí conversaba muda y misteriosamente con los antiguos
profetas, y allí se manifestaba ya transfigurado á los ojos de sus discípulos [171]. Aquel hermoso país,
hoy tan triste y melancólico, á consecuencia del empobrecimiento que el islamismo ocasiona en la
vida humana, pero que todavía respira en todo aquello que el hombre no ha podido destruir, deliciosa
ternura y apacible encanto, rebosaba en tiempo de Jesús de bienestar y de alegría. Los galileos
pasaban por enérgicos, valientes y laboriosos [172]. Á excepcion de Tiberiade, ciudad de estilo
romano[173], construida por Antipas en honor de Tiberio (hácia el año 15), Galilea no ten p. 64ía
grandes poblaciones. Sin embargo, el país estaba muy poblado; cubríanle pequeñas ciudades y grandes
aldeas, y todas sus comarcas se cultivaban con esmero. La campiña debia ser deliciosa; abundaban en
ella los manantiales y era rica en toda especie de frutos; las viñas, las higueras, los naranjos, los
granados y los limoneros sombreaban las granjas y formaban con sus ramas siempre verdes las
aromáticas bóvedas de espaciosas huertas [174]. Si se juzgase por el que los judíos cosechan todavía en
Safed, el vino era excelente y se hacia de él no pequeño consumo [175]. Aquella vida sin cuidados y
fácilmente satisfecha no conducia al grosero materialismo de nuestros campesinos, á la rústica
satisfaccion de un normando, á la tosca alegría de un flamenco:—espiritualizábase en ensueños
etéreos, en una especie de poético misticismo que confundia el cielo con la tierra. ¡Dejad que el
austero Juan Bautista predique la penitencia en su desierto de Judea, truene incesantemente, y se
alimente de langostas en compañía de los chacales! ¿Por qué razon ayunarian los compañeros del
esposo miéntras el esposo está con ellos? ¿No formará la alegría parte del reino de Dios? ¿No es ella
la hija de los humildes de corazon, de los hombres de buena voluntad?
Toda la historia del cristianismo naciente llega á ser de ese modo una pastoral deliciosa. Un Mesías
en una comida de bodas, la cortesana y el buen Zacheo convidados á sus festines, los fundadores del
reino del cielo como una comitiva de paraninfos: hé ahí á lo que se atrevió Galilea, lo que legó al
mundo haciéndoselo aceptar. La Grecia, por medio de la escultura y de la poesía, trazó hermosos
cuadros de la vida humana; pero sin fondos fugaces, sin horizontes lejanos. Aquí faltan el mármol, los
obreros excelentes, el idioma exquisito y refinado. Pero Galilea, con el solo auxilio de la imaginacion
popular, creó el ideal más sublime; porque detrás de su idilio se agita el destino de la humanidad;
porque la luz que ilumina su cuadro es el sol del reino de Dios.
Jesús vivia y crecia en aquel medio embriagador. Desde su infancia hizo casi anualmente el viaje á
Jerusalen por la época de las fiestas [176]. Para los judíos provincianos aquella peregrinacion era una
solemnidad llena de atractivo. Series enteras de salmos estaban consagradas á cantar las dulzuras de
caminar en familia[177] durante algunos de los primeros dias primaverales, á traves de los valles y de
las cp. 65olinas, teniendo en perspectiva los esplendores de Jerusalen, los terrores del sagrado pórtico,
y el gozo de vivir juntos por algun tiempo [178]. El camino que ordinariamente seguia Jesús en aquellos
viajes era el mismo que hoy se sigue por Ginæa y Sichem [179]. Desde este último punto á Jerusalen la
via es agreste en extremo. Pero las inmediaciones de los antiguos santuarios de Silo y de Bethel, cerca
de los cuales se pasa, sorprenden el ánimo agradablemente. Ain-el-Haramie, la última etapa[180], es un
lugar melancólico y encantador: pocas impresiones igualan á la que se experimenta cuando allí se
pernocta. El valle es estrecho y sombrío;—de entre las rocas, perforadas por los sepulcros, mana un
agua negruzca. Si no me engaño, aquél es el «Valle de las lágrimas» ó de las aguas rezumantes,
cantado como una de las estaciones del camino en el delicioso salmo LXXXIV; valle que el dulce y
triste misticismo de la Edad Media convirtió en el emblema de la vida. Llégase al dia siguiente á
Jerusalen, y áun hoy dia la esperanza de arribar á sus muros, sostiene á la caravana, acorta la noche de
la víspera y hace ligero el sueño.
Aquellos viajes, durante los cuales la nacion reunida se comunicaba sus ideas, viajes que eran casi
siempre focos de grande agitacion, ponian á Jesús en contacto con el alma de su pueblo, y sin duda le
inspiraban ya viva antipatía por los defectos de los representantes del judaismo. Preténdese que el
desierto fué para él desde muy temprano otra escuela donde se formó su alma, y que permaneció allí
largas temporadas[181]. Pero el Dios que allí encontraba no era el suyo:—era cuando más el Dios de
Job, severo y terrible, sin piedad ni misericordia. Otras veces era Satanás el que iba á tentarle.
Entónces regresaba á su querida Galilea y volvia á encontrar á su Padre celestial en medio de las
verdes colinas y de los arroyos trasparentes, en medio de aquellos grupos de mujeres y niños que
esperaban la salud de Israel, con la alegría en el alma y el cántico de los ángeles en el corazon.

p. 66

CAPÍTULO V
PRIMEROS AFORISMOS DE JESÚS — SUS IDEAS DE UN DIOS PADRE Y DE UNA RELIGION PURA —
PRIMEROS DISCÍPULOS
José murió ántes que su hijo entrase en la vida pública. Desde entónces María quedó como jefe de
la familia, y esta razon explica el por qué llamaban á Jesús «hijo de María» [182] cuando querian
distinguirle de sus numerosos homónimos. Despues de la muerte de su marido, viniendo á ser como
forastera en Nazareth, se retiró á Caná[183], segun parece, de cuyo punto era tal vez originaria.
Caná[184] era una pequeña ciudad situada en la falda de las montañas que limitan al norte la llanura de
Asochis[185], y á dos horas ó dos horas y media de Nazareth. La vista, ménos grandiosa que en este
punto, se extiende por toda la llanura, terminándola al norte, del modo más pintoresco, las montañas
de Nazareth y las colinas de Seforis. Jesús parece haber fijado por algun tiempo su residencia en aquel
sitio, y probablemente allí pasó una parte de su juventud y tuvieron lugar sus primeros destellos[186].
Jesús ejercia, como su padre, el oficio de carpintero [187], circunstancia que nada tenía de
extraordinario ni de humillante, en razon á que, segun la costumbre judáica, todos los hombres
consagrados á los trabajos intelectuales ejercian una ocupacion material. Los más célebres doctores
tenian un oficio[188]; el mismo San Pablo, cuya educacion habia sido tan esmerada, era fabricante de
tiendas[189]. Jesús no se casó: todo su amor se reconcentró en lo que él consideraba como su vocacion
celestial. El sentimiento de extremada delicadeza que en él se nota respecto á las mujeres [190] se
confundió siempre con la decision exclusiva que á su idea consagraba. De igual modo que Francisco
de Asís y Francisco de Sáles, trató como á hermanas á las mujeres que se prendaban de su misma
obra. Como aquéllos tuvo tambien sus santas Claras y sus Franciscas de Chantal; sólo que las de
Jesús p. 67probablemente amaban más al maestro que la doctrina que enseñaba; de todos modos, es
indudable que amó mucho ménos que fué amado. La ternura de corazon se trasformaba en él, como en
todas las naturalezas elevadas, en infinita dulzura, en vaga poesía, en atractivo universal. Sus
relaciones íntimas y libres, pero de un órden completamente moral, con mujeres de conducta
equívoca, se explican de igual manera por la pasion que consagraba á la gloria de su Padre; pasion que
le inspiraba una especie de celos por todas las bellas criaturas que podian servirle para aumentarla [191].
¿Cuál fué la marcha del pensamiento de Jesús durante aquel oscuro período de su vida? Nada se
sabe, por haber llegado su historia hasta nosotros en forma de relatos dispersos y sin cronología
exacta. Pero siendo el desarrollo de los productos humanos el mismo en todas partes, de suponer es
que el crecimiento de una personalidad como la de Jesús obedeciese á leyes rigurosas. Una elevada
nocion de la divinidad, nocion que no debió al judaismo, sino más bien á las inspiraciones y á la
grandeza de su alma, fué en cierto modo el principio de su fuerza. Menester es, tratándose de este
punto, renunciar á las ideas que nos son familiares y á esas discusiones en que se extravian los
espíritus mezquinos. Para comprender bien la piedad de Jesús, es indispensable hacer abstraccion de
cuanto ha venido á colocarse entre el Evangelio y nosotros. Deismo y panteismo han llegado á ser los
dos polos de la teología. Las raquíticas discusiones de la escolástica, la aridez de espíritu de Descártes,
y la profunda irreligion del siglo décimo octavo han ahogado en el seno del moderno racionalismo
todo sentimiento fecundo de la divinidad, al empequeñecer á Dios y al limitarle hasta cierto punto con
la exclusion de todo cuanto no es Dios mismo. En efecto, si Dios es un sér determinado que existe
fuera de nosotros, la persona que cree tener relaciones particulares con Dios es un «visionario»; y
como las ciencias físicas y fisiológicas nos enseñan que toda vision sobrenatural es una ilusion, el
deista un poco consecuente se halla en la imposibilidad de comprender las grandes creencias del
pasado. El panteismo, suprimiendo por su parte la personalidad divina, se aleja cuanto es posible del
Dios vivo de las antiguas religiones. ¿En qué momentos de su agitada vida fueron deistas ó panteistas
los hombres que más elevadamente comprendieron á Dios, tales como Sakia-Muni, Platon, San Pablo,
San Francisco de Asís y Sanp. 68 Agustin? Semejante cuestion no tiene sentido. Las pruebas físicas y
metafísicas de la existencia de Dios hubieran sido para ellos del todo indiferentes, sintiendo como
sentian al ser divino en sí mismos.—Pues bien, Jesús debe colocarse en el primer rango de esa gran
familia de verdaderos hijos de Dios. Jesús no tiene visiones, Dios no le habla como si estuviese fuera
de él; Dios está en él, siéntele dentro de sí, y cuanto dice de su Padre brota de su corazon. Vive en el
seno de Dios y se halla con él en comunicacion constante; no le ve, pero le oye, sin que para ello
necesite de truenos ni de zarza ardiente, como Moisés, ni de tempestad reveladora, como Job, ni de
oráculo, como los antiguos sabios griegos, ni de genio familiar, como Sócrates, ni de ángel Gabriel,
como Mahoma. La imaginacion y alucinacion de una Santa Teresa, por ejemplo, no tienen nada que
hacer aquí, ni tampoco la embriaguez del sofí que se proclama idéntico á Dios. Jesús no enuncia ni por
un solo instante la idea sacrílega de que él sea Dios.—Créese en relacion directa con Dios, hijo de
Dios. El más elevado sentimiento de Dios que haya existido en el seno de la humanidad fué sin duda
el de Jesús.
Por otra parte, se comprende que, partiendo de semejante disposicion de ánimo, no fuese Jesús un
filósofo especulativo como Sakia-Muni. Nada hay tan léjos de la teología escolástica como el
Evangelio[192]. Las especulaciones de los Padres griegos proceden de otro espíritu. Dios concebido
inmediatamente como Padre; á esto se reduce toda la teología de Jesús. Y esto no era en él un
principio teórico, una doctrina más ó ménos probada que pretendia inculcar á los demás; léjos de eso,
Jesús no hacia ningun razonamiento á sus discípulos [193], no exigia de ellos ningun esfuerzo de
atencion; no predicaba sus opiniones, sino su sentimiento. Las almas grandes y desinteresadas
presentan frecuentemente, sin perjuicio de su mucha elevacion, ese carácter de perpétua atencion de sí
mismas y esa extremada susceptibilidad personal que de ordinario son patrimonio de las mujeres [194].
Su persuasion de que Dios está en ellas, de que las atiende constantemente, es tan poderosa, que no
vacilan en imponérsela á los demás: tales almas no conocen nuestra reserva ni nuestro respeto por la
opinion ajena, lazos que en parte contribuyen á nuestra impotencia. Y sin embargo, esa personalidad
exaltada no es el egoismo, porque semejantes hombres, una vez poseidos de su idea, no vacilan en
sacrificarle su misma vida ni en sellar su obra con p. 69 su sangre; es la identificacion del yo con el
objeto que él abraza; identificacion llevada al último límite. Es el orgullo para los que no ven en la
aparicion nueva sino la idea personal del fundador; es el dedo de Dios para los que observan sus
resultados. En este terreno, muchas veces se confunde el loco con el hombre inspirado; pero el loco no
deja en pos de sí nada estable. El extravío de la razon no ha tenido hasta hoy ninguna influencia en la
marcha del género humano.
De suponer es que Jesús no llegase desde un principio á esa elevada afirmacion de sí propio; mas
tambien es probable que desde sus primeros pasos se considerase respecto á Dios en la relacion de un
hijo respecto á su padre. En esto consiste su grande acto de originalidad, y en esto es en lo que nada se
parece á los individuos de su raza[195]. Ni el judío ni el musulman comprendieron jamás esa deliciosa
teología de amor. El Dios de Jesús no es ese dueño fatal que mata, condena ó salva, segun mejor le
acomoda; no, el Dios de Jesús es nuestro Padre, y cada uno le siente al escuchar una voz misteriosa
que grita en nosotros esta dulcísima palabra: «Padre» [196]. El Dios de Jesús no es el déspota parcial que
eligió á Israel por su pueblo, protegiéndole contra todos los otros; es el Dios de la humanidad. Jesús
no será un patriota, como los Macabeos, ni un teócrata, como Júdas el Gaulonita; pero, elevándose
audazmente sobre las preocupaciones de su nacion, fundará la universal paternidad de Dios. El
Gaulonita sostenia que se debe morir ántes que dar á otro que no sea Dios el título de «amo»; Jesús
prescinde de ese título y reserva para Dios otro mucho más dulce. Concediendo á los poderosos de la
tierra, que son á sus ojos los representantes de la fuerza, un respeto lleno de ironía, funda el supremo
consuelo, el recurso al Padre celestial, el verdadero reino de Dios que cada uno lleva en su corazon.
Ese nombre de «reino de Dios» ó de «reino del cielo» [197] fué el término favorito de que se valia
Jesús para expresar la revolucion que su doctrina iba á operar en el mundo [198], y como casi todos los
términos mesiánicos, procedia del Libro de Daniel. Segun el autor de este libro extraordinario, un
quinto imperio, que sería el de los Santos y duraria eternamente [199], sucederia á los cuatro imperios
profanos destinados á derrumbarse. Como es de suponer, ese reino de Dios sobre la tierra se prestaba á
infinitas interpretaciones. Para la teología judáica, el «reino de Dios» no es sino el mismo p.
70 judaismo, la verdadera religion, el culto monoteista, la piedad [200]. Jesús creyó en los últimos años
de su vida que aquel reino iba á realizarse materialmente por una brusca renovacion del mundo; pero
sin duda no fué ése su primer pensamiento [201]. La admirable moral que deduce de la nocion de Dios
Padre no es por cierto la de los ilusos que, creyendo próximo el fin del mundo, se preparan por el
ascetismo á una catástrofe quimérica; es la de un mundo que vive y vivirá mucho tiempo. «El reino de
Dios está en vosotros»,—decia á los que buscaban con sutileza signos exteriores [202].—La concepcion
realista del acontecimiento divino fué una sombra, un error pasajero, que la muerte hizo olvidar. El
Jesús que fundó el verdadero reino de Dios, el reino de los mansos y de los humildes, ése fué el Jesús
de los primeros dias[203], dias castos y serenos en que la voz de su Padre celestial resonaba en su
corazon con timbre más puro. Hubo entónces algunos meses, tal vez un año, durante los cuales habitó
Dios verdaderamente sobre la tierra. La voz del jóven carpintero adquirió de pronto extraordinaria
dulzura, un atractivo infinito se exhalaba de su persona, y los que ántes le habian visto ya no le
reconocian[204]. En aquella época aún no tenía discípulos; el grupo que le rodeaba no era ni una secta
ni una escuela; pero animábale ya un espíritu comun y un no sé qué de dulce y penetrante. El carácter
amable de Jesús, y sin duda una de esas caras maravillosas [205] que frecuentemente se ven en la raza
judía, formaban al rededor de él como un círculo de fascinacion, al cual no podian sustraerse aquellas
poblaciones benévolas y sencillas.
Si las ideas del jóven maestro no hubiesen traspasado mucho ese nivel de mediana bondad, más
arriba del cual no ha podido elevarse hasta hoy la especie humana, el paraíso habria sido en efecto
trasportado á la tierra. La fraternidad de los hombres, hijos de Dios, y las consecuencias morales que
de ella resultan, se deducian con exquisito sentimiento. Jesús, como todos los rabinos de su época, era
poco aficionado á los razonamientos encadenados y encerraba su doctrina en aforismos concisos y de
una forma expresiva, á veces rara y enigmática[206]. Algunas de aquellas máximas procedian de los
libros del Antiguo Testamento; otras eran pensamientos de sabios más modernos, particularmente de
Antígono de Soco, de Jesús, hijo de Sirach, y de Hillel; máximas que habian llegado hasta él, no á
consecuencia de sabios estudios, sinp. 71o como proverbios que circulaban entre el pueblo. La
sinagoga era rica en máximas de muy feliz expresion, las cuales formaban una especie de literatura
proverbial bastante conocida[207]. Jesús adoptó casi toda aquella enseñanza oral, pero animándola de
un espíritu superior[208]. Encarecia de ordinario los deberes trazados por la Ley y por los antiguos, pero
aspirando á perfeccionarlos. Todas las virtudes de humildad, de perdon, de caridad, de abnegacion, de
rigidez para consigo mismo, virtudes que se han llamado con razon cristianas, si por ello se entiende
que fueron predicadas por Cristo, se hallaban en gérmen en aquella enseñanza. Respecto á la justicia,
Jesús se contentaba con repetir la máxima ya conocida: «Haced vosotros con los demás hombres todo
lo que deseais que hagan ellos con vosotros» [209]. Pero esta máxima, todavía bastante egoista, no le
bastaba. Pronto debia llegar hasta el exceso:
«Si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuélvele tambien la otra. Y al que quiera armarte pleito
para quitarte la túnica, alárgale tambien la capa[210].
»Si tu ojo derecho es para tí una ocasion de pecar, sácale y arrójale fuera de tí[211].
»Amad á vuestros enemigos, haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y
calumnian[212].
»No juzgueis á los demás, si quereis no ser juzgados [213]. Perdonad, y seréis perdonados[214]. Sed
pues misericordiosos, así como tambien vuestro Padre es misericordioso [215]. Mucho mayor dicha es el
dar que el recibir[216].
»Quien se ensalzáre será humillado, y quien se humilláre será ensalzado»[217].
Respecto á la limosna, á la piedad, á las buenas obras, al amor de la paz y al completo desinteres
del corazon, habia poco que añadir á la doctrina de la sinagoga [218]. Pero su acento, lleno de uncion,
hacia nuevos, por decirlo así, los aforismos conocidos de muy antiguo. La moral no se compone de
principios más ó ménos bien expresados. La poesía del precepto es lo que hace amarle, y entra por
más que el precepto mismo considerado como verdad abstracta. Es innegable que aquellas máximas
que Jesús tomaba de sus predecesores producen en el Evangelio distinto efecto que en la antigua Ley,
en el Pirké Aboth ó en el Talmud. Ni el Talmud ni la antigua Ley han conquistado el mundo ni
cambiado su faz. La moral evangélica, poco original por sí misma, si por ello se entiende que p.
72 podria recomponerse toda entera con máximas mucho más antiguas, no deja de ser por eso la más
elevada creacion que haya salido de la conciencia humana, el más hermoso código de la vida perfecta
que haya trazado ningun moralista.
Jesús no hablaba contra la Ley mosáica, pero claramente se conoce que la encontraba insuficiente,
y á cada paso dejaba traslucir su pensamiento. Repetia sin cesar que era preciso hacer más de lo que
habian dicho los antiguos sabios[219]; prohibia la menor palabra áspera ó desabrida [220], así como el
divorcio[221] y el juramento[222]; condenaba la pena del talion[223]; vituperaba la usura[224]; conceptuaba
el deseo voluptuoso tan criminal como el adulterio [225], y recomendaba, en fin, el perdon universal de
las injurias[226]. El motivo en que apoyaba estas máximas de elevada caridad, era siempre el mismo:
«Para que seais hijos de vuestro Padre celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos.
Que si no amais sino á los que os aman, ¿qué premio habeis de tener? ¿no lo hacen así áun los
publicanos? Y si no saludais á otros que á vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particular? ¿por
ventura no hacen esto tambien los paganos? Sed pues vosotros perfectos, así como vuestro Padre
celestial es perfecto»[227].
Un culto puro, una religion sin sacerdotes y sin prácticas exteriores, basándose toda ella en los
sentimientos del corazon, en la imitacion de Dios [228] y en la comunicacion inmediata de la conciencia
con el Padre celestial: tales eran las consecuencias de estos principios. Jesús no retrocedió nunca ante
esas atrevidas deducciones que hacian de él un revolucionario de primer órden en el seno del
judaismo. ¿Á qué fin establecer intermediarios entre el hombre y su Padre? ¿Á qué fin aquellas
purificaciones, aquellas prácticas externas y del todo corporales [229]; siendo así que Dios no ve sino el
corazon? La tradicion misma, tan respetable y santa para los judíos, es poca cosa comparada con el
sentimiento puro[230]. La hipocresía de los fariseos, que al orar volvian la cabeza para ver si álguien los
observaba, que daban sus limosnas ostensiblemente y que ponian en sus vestidos señales para que por
ellas los reconociesen como personas piadosas, toda esa mojigatería de la falsa devocion indignaban á
Jesús. «En verdad os digo que ya recibieron su recompensa,—decia;—mas tú, cuando des limosna,
haz que tu mano izquierda no perciba lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede p. 73 oculta, y
tu Padre, que ve lo oculto, te recompensará[231].
»Asimismo cuando orais no habeis de ser como los hipócritas que de propósito se ponen á orar de
pié en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres: en verdad os digo
que ya recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando hubieres de orar, entra en tu aposento y,
cerrada la puerta, ora en secreto á tu Padre, y tu Padre, que ve lo secreto, te premiará. En la oracion no
afecteis hablar mucho, como hacen los gentiles, que se imaginan haber de ser oidos á fuerza de
palabras; que bien sabe vuestro Padre lo que habeis menester, ántes de pedírselo»[232].
Jesús no afectaba ningun signo exterior de ascetismo, contentándose con orar, ó mejor dicho, con
meditar en las montañas, ó en los lugares solitarios, en esos sitios adonde siempre ha ido el hombre á
buscar á Dios[233]. Esa elevada nocion de la comunicacion entre el hombre y el Sér divino, de la cual
muy pocas almas han sido capaces, áun despues de él, se resumia en la oracion que desde entónces
enseñaba á sus discípulos[234]: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre;
venga el tu reino. Hágase tu voluntad como en el cielo así tambien en la tierra. El pan nuestro de cada
dia dánosle hoy. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos á nuestros deudores.
Libranos del mal.» Insistia particularmente sobre el pensamiento de que el Padre celestial sabe mejor
que nosotros lo que nos conviene, y de que es casi hacerle una ofensa el pedirle tal ó cual cosa
determinada[235].
En esto no hacia Jesús sino deducir las consecuencias de los grandes principios que el judaismo
habia poseido y que las clases oficiales de la nacion tendian á desconocer más y más. Las plegarias de
los griegos y de los romanos fueron casi siempre una palabrería llena de egoismo. Un alma pagana
jamás habria dicho al creyente:
«Si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja
contra tí; deja allí mismo tu ofrenda delante del altar y vé primero á reconciliarte con tu hermano, y
despues volverás á presentar tu ofrenda»[236].
En la antigüedad, únicamente los profetas judíos, y en particular Isaías, por su antipatía contra el
sacerdocio, entrevieron la verdadera naturaleza del culto que el hombre debe á Dios.
p. 74
«¿De qué me sirve á mí la muchedumbre de vuestras víctimas? Ya me tienen fastidiado. Yo no
gusto de los holocaustos de carneros, ni de la gordura de los pingües ni de la sangre de los becerros;
abomino el incienso, porque vuestras manos tienen sangre. Lavaos, pues, purificaos, aprended á hacer
bien, buscad lo que es justo, y entónces venid»[237].
En los últimos tiempos, algunos doctores, tales como Simeon el Justo [238], Jesús, hijo de Sirak[239], é
Hillel[240], llegaron casi á la misma doctrina, declarando que la Ley debia compendiarse. En el mundo
judeo-egipcio, Filon sustentaba al mismo tiempo que Jesús doctrinas de elevada moral, cuya
consecuencia era el abandono de las prácticas legales [241]. Schemaia y Abtalion se mostraron asimismo
en más de una ocasion libérrimos casuistas [242]. Rabbi Iohanan iba pronto á elevar las obras de
misericordia sobre el estudio de la Ley [243]. Pero sólo Jesús pronunció esas humanitarias máximas de
una manera eficaz. Ninguno ha sido tan poco aficionado como Jesús al sacerdocio ni más enemigo de
las formas que ahogan la religion so pretexto de protegerla. Bajo el punto de vista de la sencillez de su
doctrina, todos somos sus discípulos y continuadores; con ella puso la piedra fundamental de la
religion verdadera, y, si la religion es la cosa más esencial de la humanidad, por ella mereció el rango
divino que se le ha concedido. La idea de un culto fundado en la pureza del corazon y en la fraternidad
humana, idea que Jesús trajo al mundo, era tan absolutamente nueva y de tal modo elevada, que la
iglesia cristiana debia sobre este punto desconocer por completo sus intenciones: áun en nuestros dias,
sólo algunas almas son capaces de adherirse á ella.
Un sentimiento exquisito de la naturaleza proporcionaba á Jesús á cada instante imágenes
expresivas. Sus aforismos revelaban á veces notable finura y hasta eso que nosotros llamamos ingenio;
otras, su forma viva se prestaba al oportuno empleo de proverbios populares. «¿Cómo dices á tu
hermano: deja que te quite esa pajita del ojo, siendo así que tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!
quita primero la viga de tu ojo, y entónces podrás sacar la mota del de tu hermano»[244].
Estas lecciones, contenidas largo tiempo en el corazon del jóven maestro, atraian ya á algunos
iniciados. El espíritu del tiempo tendia marcadamente á la formacion de pequeñas iglesias: aquélla fué
la época de los Esenios ó Terapeutas. Porp. 75 todas partes aparecian rabinos, cada cual con diferente
enseñanza, como Schemaia, Abtalion, Hillel, Schammai, Júdas el Gaulonita, Gamaliel y otros muchos
cuyas máximas formaron el Talmud. Pero entónces se escribia poco; los doctores judíos de aquel
tiempo no componian libros; todo se reducia á pláticas ó lecciones públicas, á las cuales se daba un
giro sencillo á fin de que pudieran retenerse fácilmente en la memoria [245]. El dia en que el jóven
carpintero de Nazareth principió á predicar aquellas máximas—conocidas ya en su mayor parte, pero
que sin embargo debian regenerar el mundo—nadie lo tuvo por un acontecimiento. Fué un rabino de
más dedicado á la enseñanza (pero ciertamente el más embelesador de todos), al rededor del cual se
agrupaban algunos jóvenes deseosos de oirle y amantes de la novedad. La atencion de los hombres
necesita para ser cautivada el auxilio del tiempo. Allí no habia todavía cristianos; sin embargo, el
cristianismo estaba ya fundado y nunca fué tan perfecto como en aquel primer instante. Jesús no le
añadirá ya nada que sea permanente. Al contrario, le comprometerá hasta cierto punto, porque toda
idea llamada á tener éxito necesita de sacrificios; porque jamás se sale inmaculado de la lucha de la
vida.
En efecto, no basta concebir el bien, es preciso popularizarlo, hacérselo admitir á los hombres, y
para ello hay que poner la planta en vias ménos puras. Seguramente que el Evangelio sería más
perfecto si se limitara á algunos capítulos de Matheo y de Lúcas, y se prestaria ménos á tantas
objeciones; pero ¿habria, sin los milagros, conquistado el mundo? Si Jesús hubiera muerto en aquel
momento de su carrera, no habria en la historia de su vida ciertas páginas que nos disgustan; pero,
aunque más grande á los ojos de Dios, habria permanecido ignorado de los hombres:—su nombre se
habria perdido entre la multitud de grandes almas desconocidas, que son casi siempre las mejores de
todas; la verdad no habria sido promulgada, y el mundo no se habria aprovechado de la inmensa
superioridad moral que su Padre le habia concedido. Jesús, hijo de Sirak, é Hillel, emitieron aforismos
casi tan elevados como los de Jesús. Y sin embargo, Hillel no pasará jamás por ser el verdadero
fundador del cristianismo. En la moral, así como en el arte, el hablar no conduce á nada; el obrar
conduce á todo. La idea que se oculta bajo un cuadro de Rafael significa muy poco; el valor está p.
76 en el cuadro. Lo mismo sucede en la moral; la verdad no tiene realce hasta que no pasa al estado de
sentimiento y no adquiere todo su brillo sino cuando se realiza en el mundo como hecho. Hombres de
mediana moralidad han escrito hermosas máximas; de igual manera ha habido hombres muy virtuosos
que no han hecho nada por continuar en el mundo la tradicion de la virtud. El lauro pertenece, pues, al
que ha sido poderoso en palabras y obras, al que, sintiendo el bien, le hizo triunfar sellándole con su
sangre. Jesús no tiene rival bajo este doble punto de vista; su gloria permanece entera y será renovada
constantemente.

CAPÍTULO VI
JUAN BAUTISTA — VIAJE DE JESÚS HÁCIA JUAN Y SU PERMANENCIA EN EL DESIERTO DE JUDEA —
ADOPTA EL BAUTISMO DE JUAN
Por aquel tiempo apareció y se halló en relacion con Jesús un hombre extraordinario, cuya vida, á
causa de la escasez de documentos, es para nosotros enigmática hasta cierto punto. Aquellas
relaciones tendieron en un principio á separar al jóven profeta de Nazareth del camino que habia
adoptado; pero tambien le sugirieron la idea de varios accesorios importantes de su institucion
religiosa, y proporcionaron á sus discípulos gran autoridad para recomendar á su maestro á los ojos de
cierta clase de judíos.
Hácia el año 28 de nuestra era (décimoquinto del reinado de Tiberio) se extendió por toda Palestina
la reputacion de un tal Iohanan ó Juan, jóven asceta impetuoso y apasionado. Juan era de raza
sacerdotal[246], y á lo que parece habia nacido en Jutta, cerca de Hebron, ó acaso en Hebron mismo [247].
Situada en las inmediaciones del desierto de Judea y á algunas horas del gran desierto de Arabia,
Hebron era entóncesp. 77 la ciudad patriarcal por excelencia, y como hoy, uno de los baluartes del
espíritu semítico en su más austera forma. Juan fué nazir desde su infancia, esto es, que habia hecho
voto de someterse á ciertas abstinencias [248]. Desde muy temprano, el desierto, de que en cierto modo
se hallaba rodeado, ejerció sobre él poderosa atraccion[249]. Vestido de pieles ó de telas groseras tejidas
con pelos de camello, hacia allí la vida de un yogui de la India, alimentándose de langostas y de miel
silvestre[250]. Cierto número de discípulos, agrupados en torno suyo, participaban de su género de vida
y meditaban sus máximas severas. Si algunos rasgos particulares no hubiesen denunciado en aquel
solitario al último descendiente de los grandes profetas de Israel, se habria uno creido trasportado á las
orillas del Gánges.
Desde que la nacion judáica se puso á reflexionar con desesperado empeño sobre su futuro destino,
la imaginacion del pueblo se complacia en evocar las figuras de los antiguos profetas. De todos los
personajes del pasado, cuyo recuerdo venía, como las visiones de una noche agitada, á despertar y
conmover al pueblo, el más grande era el profeta Elías. Aquel gigante de los profetas, que vivió entre
las asperezas del monte Carmelo, teniendo por toda compañía la vecindad de las bestias feroces y
habitando en las concavidades de las rocas, de donde salia como el rayo para hundir y levantar reyes,
se habia convertido por una serie de trasformaciones sucesivas en una especie de sér sobrehumano,
unas veces visible, otras invisible, á quien la muerte respetaba. Creíase generalmente que Elías iba á
venir de nuevo á fin de restaurar á Israel [251]. La vida austera que habia hecho en el desierto, los
recuerdos terribles que habia dejado, recuerdos, bajo cuya impresion vive todavía el Oriente [252];
aquella sombría imágen que áun en nuestros tiempos atemoriza; toda esa mitología, llena de venganza
y de terrores, influia vivamente en los ánimos y marcaba con su sello todas las concepciones
populares. Cualquiera que aspiraba á ejercer grande influencia sobre el pueblo debia imitar á Elías; y
como la vida solitaria habia sido el rasgo característico de aquel profeta, habíase adquirido la
costumbre de no considerar al «hombre de Dios» sino como un eremita. Creíase que todos los santos
personajes habian tenido sus dias de penitencia, de vida agreste, de ásperas austeridades [253]. La
permanencia en el desierto llegó á ser de este m p. 78odo la condicion indispensable y el preludio de
altos destinos.
Es indudable que esta idea de imitacion influyó muchísimo en Juan [254]. La vida anacorética, tan
opuesta al antiguo espíritu judáico y con la cual nada tenian que ver los votos semejantes á los de
los nazires y rechabitas, alcanzaba gran boga en Judea. Los Esenios ó Terapeutas se hallaban
agrupados cerca del país de Juan, sobre las márgenes orientales del mar Muerto [255]. Imaginábase todo
el mundo que los jefes de secta debian ser eremitas ó solitarios y tener sus reglas é institutos propios
como los fundadores de órdenes religiosas. Los maestros de la juventud eran tambien en ocasiones
una especie de anacoretas[256] bastante parecidos á los gurus del brahmanismo. ¿Se dejaba quizás
sentir en esto la influencia más ó ménos remota de los munis de la India? ¿Habian llegado hasta Judea,
como llegaron indudablemente á Siria ó Babilonia, algunos de aquellos vagabundos frailes budistas
que recorrian la tierra en todas direcciones predicando con su exterior edificante y convirtiendo á
personas que ni siquiera sabian su lengua, así como la recorrieron despues los primeros franciscanos?
Se ignora por completo. Desde hacia algun tiempo, Babilonia habia llegado á ser un verdadero foco de
budismo; Budasp (Bodhisattva) tenía reputacion de ser un sabio caldeo y se le consideraba como el
fundador del sabismo. Y ¿qué era el sabismo en sí? Lo que indica su etimología [257]; el baptismo, es
decir, la religion de los bautismos multiplicados, el orígen de la secta que todavía existe con el nombre
de «cristianos de San Juan» ó mendaistas, y á los cuales llaman los árabes el-mogtasila, esto es, «los
baptistas»[258]. No es empresa fácil desembrollar estas vagas analogías. Las sectas que en los primeros
siglos de nuestra era[259] flotaban, allende el Jordan, entre el judaismo, el sabismo y el cristianismo,
ofrecen á la crítica, á causa de la confusion de las noticias, el más singular é inextricable problema. De
todos modos, puede admitirse que várias de las prácticas exteriores de Juan, de los Esenios [260], y de
los preceptores espirituales judíos de aquella época, procedian de una influencia reciente del alto
Oriente. La práctica fundamental que caracterizaba la secta de Juan, y que sin duda motivó su nombre,
tuvo siempre su centro en la baja Caldea, constituyendo una religion que se ha perpetuado hasta
nuestros dias.
Aquella práctica era el bautismo ó la inmersion total. Las abluciones estaban ya en uso entre los
judíos como en todap. 79s las religiones de Oriente[261]. Los Esenios le habian dado una extension
particular. El bautismo habia llegado á ser una ceremonia ordinaria al ingresar los prosélitos en el seno
de la religion judía; una especie de iniciacion [262]. Sin embargo, ántes de nuestro Bautista no se habia
dado á la inmersion aquella importancia ni aquella forma. Juan habia fijado el centro de su actividad
en la parte del desierto de Judea próxima al mar Muerto [263]. En las épocas en que administraba el
bautismo, se trasladaba á las márgenes del Jordan[264], cerca de Bethania ó Bethabara[265], sobre la
orilla oriental (probablemente frente á Jericó), ó bien al sitio llamado Ænon ó «las Fuentes» [266], no
léjos de Salim, donde el agua era mucho más abundante [267]. Considerable muchedumbre, en particular
de la tribu de Judá, corria hácia aquel paraje para recibir el bautismo [268] de manos del anacoreta. Y
tanto creció su fama, que en pocos meses llegó á ser uno de los hombres más influyentes de la Judea.
El pueblo le consideraba como un profeta[269], y várias personas se imaginaban que era Elías
resucitado[270]. La creencia en tales resurrecciones era muy general[271]: creíase que Dios haria salir de
sus sepulcros á varios de los antiguos profetas para que sirvieran de guía al pueblo de Israel y le
condujeran hácia su destino. Otros tomaban á Juan por el Mesías mismo, sin embargo de que él no
manifestó nunca semejante pretension[272]. Los sacerdotes y los escribas, opuestos á aquel
renacimiento de profetismo, y siempre enemigos de las almas entusiastas, despreciaban al rígido
eremita. Pero la popularidad del Bautista les imponia respeto y no se atrevian á hablar en contra de
él[273], lo cual era una victoria que el sentimiento de la muchedumbre alcanzaba sobre la aristocracia
sacerdotal. Cuando se obligaba á los jefes de los sacerdotes á que se explicáran claramente sobre este
punto, no sabian cómo hacerlo[274].
Pero el bautismo no era para Juan sino un signo destinado á causar impresion y á preparar los
ánimos á algun gran movimiento. Es indudable que abrigaba en alto grado las esperanzas mesiánicas y
que su accion principal se dirigia en este sentido. «Haced penitencia, exclamaba, porque se aproxima
el reino de Dios»[275]. Anunciaba tambien una «cólera suprema», esto es, terribles catástrofes que
habrian de realizarse[276], y declaraba que el hacha amenazaba ya la raíz del árbol, el cual no tardaria
en ser arrojado al fp. 80uego. Juan representaba á su Mesías con una criba en la mano recogiendo el
buen grano y arrojando la paja á las llamas. Para el Bautista, la penitencia, cuya forma consistia en el
bautismo, la limosna y la enmienda de las costumbres [277], eran los grandes medios de prepararse á los
acontecimientos que se hallaban próximos. No se sabe exactamente de qué manera comprendia él esos
acontecimientos; pero está fuera de duda que predicaba con grande energía contra los mismos
adversarios de Jesús, tales como los fariseos, los sacerdotes ricos, los doctores, en una palabra, contra
el judaismo oficial; y que, así como á Jesús, le acogian favorablemente las clases menospreciadas [278].
El anacoreta de Judea daba poquísima importancia al título de hijo de Abraham, y decia que Dios
podia convertir en hijos de Abraham los guijarros del camino [279]. La grande idea de una religion pura,
idea que fué el triunfo de Jesús, no parece haberla poseido ni áun en gérmen; pero sustituyendo el rito
privado á las ceremonias legales rodeadas de sacerdotes, sirvió de poderoso auxiliar á aquella idea, así
como los Flagelantes de la edad media, arrebatando el monopolio de los sacramentos y de la
absolucion al clero oficial, sirvieron de precursores á la Reforma. El tono general de los sermones del
Bautista era severo y áspero. Las expresiones que usaba contra sus adversarios tenian, á lo que parece,
el sello de extremada violencia[280]. Sus discursos eran una ruda y contínua invectiva. Probablemente
no permaneció ajeno á la política; Josefo, que sin duda tuvo de él ámplias noticias por medio de su
maestro Banú, lo deja traslucir á medias palabras [281], y así lo hace tambien suponer la catástrofe que
puso fin á sus dias. Sus discípulos hacian una vida muy austera [282], ayunaban frecuentemente y
afectaban un aire triste y receloso. Vése por momentos asomar en aquel grupo la idea de la comunidad
de bienes y la de que el rico debe repartir lo que posee [283]. El pobre aparece ya figurando en primera
línea entre los que el reino de Dios debe colmar de beneficios.
Aunque la Judea era el centro de accion de Juan, la fama de su nombre llegó pronto á oidos de
Jesús, el cual habia ya formado en torno suyo un pequeño círculo de oyentes, atraidos por sus
primeros discursos. Jesús, no gozando todavía de mucha autoridad, y aguijado, sin duda, por el deseo
de ver á un maestro cuya enseñanza tenía tantos puntos de contacto con sus propias ideas, salió de
Galilea con sp. 81u reducida escuela y se dirigió hácia Juan [284]. Los recien llegados se hicieron
bautizar, como todo el mundo. Juan acogió bastante bien á aquel enjambre de discípulos galileos y no
le pesó que formasen en distintas filas que los suyos. Los dos maestros eran jóvenes, y entre ellos
habia muchas ideas comunes; así es que no tardaron en amarse, dándose públicamente repetidas
muestras de deferencia y aprecio recíprocos. Semejante hecho sorprende á primera vista, y casi está
uno por negarle, si se tiene en cuenta el carácter de Juan. La humildad no fué nunca en el pueblo judío
el rasgo característico de las almas fuertes, y parece más probable que aquella voluntad de bronce,
aquella especie de Lamennais siempre irritado, fuese en extremo colérico, y no sufriese ni rivalidad ni
semi-adhesion. Pero esta manera de concebir las cosas estriba en la falsa idea que se tiene respecto á
Juan. Ordinariamente nos le representamos como un anciano, cuando, por el contrario, era de la
misma edad de Jesús[285] y muy jóven, segun las ideas de la época. En el órden espiritual, no fué el
padre de Jesús, sino más bien su hermano. Esto supuesto, ¿qué tiene de particular que siendo los dos
jóvenes entusiastas, y abrigando las mismas esperanzas, hicieran causa comun y se apoyaran
recíprocamente? Un maestro encanecido en la enseñanza de su doctrina se habria indudablemente
indignado al ver que un jóven sin celebridad se llegaba á él con pretensiones de independencia: no hay
ejemplo de que un jefe de escuela acoja con oficiosidad y cariño al que ha de sucederle. Pero la
juventud es capaz de todas las abnegaciones, y se comprende que Juan, reconociendo en Jesús un
espíritu semejante al suyo, le acogiera sin ninguna prevencion. Aquellas buenas relaciones sirvieron
despues á los evangelistas de punto de partida para desarrollar todo un sistema que consistió en dar
por primera base á la mision divina de Jesús el testimonio de Juan. Tal era el grado de autoridad que
supo conquistar el Bautista, que ninguna garantía pareció tan eficaz y á propósito como la suya. Pero
el anacoreta de Judea estuvo muy léjos de abdicar ante Jesús; por el contrario, miéntras permaneció
junto á él, Jesús le reconoció como superior y no desarrolló su propio genio sino muy tímidamente.
En efecto, no obstante su profunda originalidad, Jesús parece haber sido el imitador de Juan, al
ménos durante algunas semanas. Su vida era todavía oscura en comparacion de la p. 82 del Bautista.
Además, en el curso de su carrera, Jesús no dejó de plegarse muchas veces á la corriente de la opinion,
admitiendo algunas cosas que no entraban en sus proyectos, sólo porque eran populares; pero esos
accesorios no perjudicaron nunca á su idea principal, y estuvieron siempre subordinados á ella.
Gracias á Juan, el bautismo habia llegado á obtener gran boga; Jesús se creyó obligado á adoptarle; él
y sus discípulos bautizaron tambien desde entónces[286], y sin duda acompañaban el bautismo de
predicaciones parecidas á las de Juan. Así es que las orillas del Jordan se cubrieron por doquiera de
Baptistas, cuyos discursos alcanzaban más ó ménos éxito. No tardó el discípulo en igualar al maestro,
siendo muy solicitado su bautismo. Un sentimiento de rivalidad ó de celos se despertó entónces entre
los partidarios del anacoreta de Judea y del profeta de Nazareth [287]; los discípulos de Juan se le
quejaron del éxito creciente del jóven galileo, cuyo bautismo iba muy pronto, segun decian, á
oscurecer el suyo; pero semejantes pequeñeces no ejercieron ninguna influencia en el ánimo de los dos
maestros. Por otra parte, la superioridad de Juan era demasiado incontestable á los ojos de Jesús,
apénas conocido, para que tratase de combatirla. Deseaba únicamente crecer á su sombra, y á fin de
ganar terreno entre la muchedumbre, se creia obligado á emplear los medios exteriores que dieron á
Juan tan asombrosa fama. Cuando, despues de la prision del Baptista, volvió Jesús á reanudar sus
predicaciones, las primeras palabras que se le atribuyen no son sino la repeticion de una de las frases
que tan familiares eran á aquél[288]. Otras muchas expresiones de Juan se encuentran textualmente en
sus discursos[289]. Á lo que parece, las dos escuelas vivieron en buena inteligencia durante mucho
tiempo[290], y al ocurrir la muerte de Juan, Jesús, como hermano confidente, fué uno de los primeros á
quienes se notició aquel acontecimiento[291].
Juan fué bien pronto detenido en su carrera profética. De igual modo que los antiguos profetas
judíos, dirigió frecuentemente filípicas terribles contra los poderes establecidos [292]. La vivacidad y
acritud de sus palabras á este respecto, no podia ménos de ocasionarle graves inconvenientes. En
Judea, Juan no parece haber sido molestado por el procurador Pilato; pero la Perea, al otro lado del
Jordan, confinaba con el territorio de Antipas, y el gérmen político que ocultaban las predicaciones de
Juan inquietó á aquel tip. 83rano. Las grandes reuniones de hombres que el entusiasmo religioso y
patriótico formaba al rededor del Bautista tenian algo de sospechoso. Un agravio personal vino á
añadirse á aquellas razones de estado, haciendo inevitable la pérdida del austero censor.
Entre los caractéres más fuertemente acentuados de aquella trágica familia de los Heródes, uno de
ellos era Herodías, nieta de Heródes el Grande. Violenta, ambiciosa y apasionada, Herodías aborrecia
el judaismo y despreciaba sus leyes. Habíase casado, probablemente contra su voluntad, con su tio
Heródes, hijo de Mariamno[293], á quien Heródes el Grande habia desheredado [294] y el cual no
desempeñó nunca ningun papel público. La posicion humilde de su marido, respecto á los otros
miembros de la familia, era para ella motivo de profundo disgusto; Herodías queria ser soberana á
todo trance[295], é hizo de Antipas el instrumento de su ambicion. Hallándose perdidamente enamorado
de ella, aquel hombre débil y sin carácter la prometió tomarla por esposa, despues de repudiar á su
primera mujer, la hija de Hareth, rey de Petra y emir de las tribus fronterizas de la Perea. La princesa
árabe llegó á tener noticia del proyecto y determinó huir: disimulando su designio, fingió un viaje á
Machero, punto situado en las tierras de su padre, y se hizo acompañar por los oficiales de
Antipas[296].
Makor ó Machero era una fortaleza colosal, construida por Alejandro Janeo, y restaurada despues
por Heródes, la cual se alzaba en uno de los sitios más escarpados de cuantos existen en la parte
oriental del mar Muerto[297]. Era aquél un país áspero, salvaje, poblado de extravagantes leyendas y,
segun la creencia general, frecuentado por los demonios [298]. La fortaleza estaba justamente en el
límite de los estados de Hareth y de Antipas, y en aquel momento se hallaba en posesion del
primero[299]. Advertido Hareth, habia preparado cuanto era indispensable á la fuga de su hija, la cual
fué, de tribu en tribu, conducida hasta Petra.
Entónces tuvo lugar la union, casi incestuosa, de Antipas y de Herodías [300]. Entre los judíos
severos y la irreligiosa familia de los Heródes, las leyes judáicas sobre el matrimonio eran
incesantemente una piedra de escándalo[301]. Hallándose los miembros de aquella numerosa, pero
aislada, dinastía reducidos á casarse entre ellos, resultaban de aquí frecuentes violaciones de los
impedimentos que la leyp. 84 establecia. Juan se hizo el eco del sentimiento general y censuró
enérgicamente la conducta de Antipas [302]. No se necesitaba tanto para atizar el ódio de aquél y
decidirle á tomar medidas violentas: mandó prender al Bautista y ordenó que se le encerrase en la
fortaleza de Machero, de la cual se habia, sin duda, apoderado despues de la fuga de la hija de
Hareth[303].
Antipas, más débil y cobarde que cruel, no deseaba la muerte de Juan, porque, segun algunos, temia
que produjese una sedicion popular[304]. Otros aseguran[305] que habia llegado á escuchar con placer las
doctrinas del prisionero, y que las palabras de éste habian sido para él motivos de grandes
perplejidades. Sea como fuere, lo cierto es que el cautiverio de Juan se prolongó, y que áun desde el
fondo de su encierro traspiraba su influjo al exterior. No sólo se hallaba en correspondencia con sus
discípulos, sino que volverémos á encontrarle en relacion con el mismo Jesús. Afirmóse más y más su
fe en la próxima venida del Mesías, y desde su calabozo seguia atentamente los movimientos
exteriores, tratando de descubrir en ellos los signos favorables al cumplimiento de las esperanzas que
alimentaba.
CAPÍTULO VII
DESARROLLO DE LAS IDEAS DE JESÚS SOBRE EL REINO DE DIOS
Hasta el arresto de Juan, que aproximadamente le hacemos constar en el verano del año 29, Jesús
no se separó de las cercanías del mar Muerto y del Jordan. La permanencia en el desierto de Judea era
generalmente considerada como el preparativo de grandes acontecimientos, como una especie de
«retiro» que precedia á los actos públicos. Jesús, á ejemplo de los demás, se sometió á él, pasando
cuarenta dias sin otra compañía que la de las fieras y ayunando rigurosamente. La imaginacion p. 85de
los discípulos se ejercitó muchísimo respecto á aquel retiro.
El desierto, segun las creencias vulgares, era considerado como la residencia de los diablos [306].
Pocos sitios existen en el mundo más desiertos, más abandonados de Dios, más inaccesibles á la
vida que la cascajosa falda que forma la orilla occidental del mar Muerto. Así pues, créese, que
durante el tiempo que Jesús permaneció en aquel horroroso país sufrió terribles pruebas; que Satanás
le aterrorizó con su falsa apariencia ó que le acarició con embriagadoras promesas, y que despues los
ángeles, para premiarle por su triunfo, habian venido en su ayuda[307].
Probablemente al abandonar el desierto fué cuando Jesús supo el arresto de Juan Bautista.
No existian ya motivos para prolongar su permanencia en un país que le era casi extraño. Quizás
temia tambien verse envuelto en las sospechas que se desplegaban acerca de Juan, y no queria
exponerse en un tiempo en que su muerte no hubiera podido servir de nada al progreso de sus ideas,
en vista de la poca celebridad que gozaba. Volvió á Galilea [308], su verdadera patria, fortalecido por
una importante experiencia y habiendo adquirido con el contacto de un gran hombre, muy diferente á
él, el sentimiento de su propia originalidad.
En suma, la influencia de Juan más bien habia sido desagradable que útil á Jesús. Fué un dique para
su desarrollo: todo conduce á creer que tenía, cuando descendió al Jordan, ideas superiores á las de
Juan, y que por una especie de concesion se inclinó por un momento hácia el bautismo.
Quizás si el Bautista, á cuya autoridad le hubiera sido difícil sustraerse, hubiese permanecido libre,
no rechazara el yugo de los ritos y de las prácticas exteriores, y entónces sin duda hubiera
permanecido un oscuro sectario judío, porque el mundo no hubiera abandonado sus prácticas por otras
nuevas.
El cristianismo sedujo las almas elevadas por el atractivo de una religion exenta de toda forma
exterior. Una vez preso el Bautista, su escuela disminuyó bastante, y Jesús cedió á su propio
movimiento. Lo único que debió á Juan fué, en parte, algunas lecciones de predicacion y de accion
popular. En efecto, desde este momento predica con más ardor, imponiéndose á la muchedumbre con
autoridad[309].
Tambien parece que su permanencia al lado de Juan, no tanto por la accion del Bautista como por la
marcha natural de sus propios pensamientos, corroboró mucho sus ideas s p. 86obre «el reino del
cielo.» Su palabra favorita desde entónces es la «buena nueva», el anuncio que el reino de Dios está
cercano[310]. Jesús no será solamente un moralista ingenioso, aspirando á encerrar en algunos
aforismos cortos y conmovedores lecciones sublimes; es el revolucionario trascendental, que ensaya
regenerar el mundo por sus mismas bases y poner en práctica sobre la tierra el ideal que ha concebido.
«Esperar el reino de Dios» será sinónimo de ser discípulo de Jesús [311]. Esta frase de «reino de Dios» ó
«reino del cielo», como ya lo hemos dicho, era familiar á los judíos hacia mucho tiempo. Pero Jesús la
dió un sentido moral, una importancia social que el mismo autor del Libro de Daniel no se atrevió á
entrever en su entusiasmo apocalíptico.
En el mundo, tal como es, el mal impera. Satanás es «el rey de este mundo» [312], y todo le obedece.
Los reyes matan á los profetas. Los sacerdotes y los doctores no ejecutan siempre lo que mandan
hacer á los otros. Los justos son perseguidos, y el único patrimonio de los buenos es llorar. El
«mundo» es así el enemigo de Dios y de sus santos [313]; pero Dios se despertará y vengará á los suyos.
El dia se acerca, porque la abominacion llega á su término. Al reino del bien le tocará su vez.
El advenimiento de ese reino del bien será una grande y súbita revolucion. El mundo parecerá
trasformado: siendo malo el estado actual, para representarse el porvenir, basta sólo con idear, poco
más ó ménos, lo contrario de lo que existe. Los primeros serán los últimos [314]. Un nuevo órden regirá
á la humanidad. Al presente el bien y el mal están mezclados como la miés y la cizaña en un campo.
Su dueño los deja crecer á la vez; pero la hora de la separacion violenta llegará [315]. El reino de Dios
será como una gran redada, que juntos trae el pescado bueno y malo: el bueno se deposita en los
cestos, desembarazándose del resto[316].
El gérmen de esa gran revolucion será desde luégo desconocido. Será como la simiente de la
mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que una vez arrojada en tierra, se convierte en árbol, á
la sombra de cuyas hojas vienen los pájaros á descansar [317]; ó bien como la levadura, que unida á la
masa, hace que toda fermente[318]. Una serie de parábolas, muchas veces oscuras, estaba destinada á
manifestar la sorpresa de ese súbito advenimiento, sus injusticias aparentes, su carácter inevitable y
definitivo[319].
p. 87
¿Quién será el que establezca ese reino de Dios? Recordemos que la primera idea de Jesús, idea tan
profunda en él, que probablemente no reconoció ningun orígen, fué que él era el hijo de Dios, el
íntimo de su padre, el ejecutor de su voluntad. La respuesta de Jesús á tal cuestion no podia ser
dudosa. La persuasion de que él haria reinar á Dios se apoderó de su espíritu; se consideró como el
reformador universal de una manera absoluta. El cielo, la tierra, la naturaleza en todas sus partes, la
locura, la enfermedad y la muerte sólo son instrumentos para él. En su heróico acceso de voluntad, se
cree todopoderoso. Si el mundo no se aviene á esta suprema transformacion, el mundo será
pulverizado, purificado por la llama y el aliento de Dios. Se creará un nuevo cielo, y el mundo entero
será poblado de ángeles del Señor[320].
Una revolucion radical[321], abarcando hasta la misma naturaleza, tal fué, pues, el pensamiento
fundamental de Jesús. Desde entónces, sin duda, habia renunciado á la política; el ejemplo de Júdas el
Gaulonita le habia demostrado la inutilidad de las sediciones populares. Jamás pensó en sublevarse
contra los romanos y los tetrarcas. El principio anárquico y desenfrenado del Gaulonita no era el suyo.
Su respeto á los poderes establecidos, sarcástico en el fondo, era completo en la forma. Pagaba el
tributo al César por no llamar la atencion. La libertad y el derecho no son de este mundo: ¿por qué,
pues, turbar su vida por vanas susceptibilidades?
Despreciando el mundo y convencido de que el presente no merece que se tenga zozobra por él, se
refugió en su reino ideal: fundó esa gran doctrina del desprecio trascendente [322], verdadera doctrina de
la libertad de las almas, que es la sola que proporciona la paz. Pero aún no habia dicho: «Mi reino no
es de este mundo.» Numerosas tinieblas se presentaban á sus más rectas miras. Algunas veces extrañas
tentaciones cruzaban por su mente. En el desierto de Judea, Satanás le habia brindado con el reino de
la tierra. No conociendo el poder del imperio romano, podia, con el fondo de entusiasmo que existia
en Judea y que poco tiempo despues vino á convertirse en una terrible resistencia militar; podia,
deciamos, abrigar la esperanza de fundar un reino por la audacia y el número de sus partidarios.
Muchas veces, quizás, asaltó su imaginacion la cuestion suprema: ¿El reino de Dios se realizará por la
fuerza ó por la dulzura, por la rebelion ó por la paciencia? Cuentan que un dia las sencill p. 88as gentes
de Galilea quisieron levantarle y hacerle rey[323].
Jesús huyó á la montaña, donde permaneció algun tiempo solo. Su privilegiada naturaleza le
preservó del error que hubiera hecho de él un perturbador ó un jefe de rebeldes, un Theudas ó un
Barkokebas.
La revolucion que quiso hacer fué siempre una revolucion moral; pero para ello, no era llegado el
caso de emplear en su ejecucion los ángeles y la trompeta final. Queria proceder sobre los hombres y
por los mismos hombres. Un visionario que no hubiera tenido otra idea que la proximidad del juicio
final, no se habria cuidado de mejorar al hombre y no habria podido fundar la mejor enseñanza moral
que la humanidad ha recibido. Por su pensamiento cruzaba bastante de vago, y un sentimiento noble,
más bien que un designio determinado, le guiaba en la obra sublime realizada á causa de él, aunque de
otra manera bien diferente á la que él se imaginaba.
Ciertamente que era el reino de Dios, quiero decir el reino del espíritu, el que fundaba en efecto; y
si Jesús, desde el seno de su Padre, ve fructificar su obra en la historia, puede decir en verdad: Hé ahí
lo que yo he querido. Lo que Jesús fundó, lo que eternamente quedará de él, salvo las imperfecciones
que lleva consigo toda cosa realizada por la humanidad, es la doctrina de la libertad de las almas. Ya
la Grecia habia tenido acerca de esto magníficos pensamientos [324]. Diferentes estóicos habian hallado
el medio de ser libres bajo la dominacion de un tirano. Pero, en general, el mundo antiguo se habia
figurado la libertad como sujeta á ciertas formas políticas: los más libres se llamaban Harmodio y
Aristógiton, Bruto y Casio. El verdadero cristiano está más libre de toda traba: aquí abajo es un
desterrado: ¿qué le importa el dueño pasajero de esta tierra, que no es su patria? La libertad para él es
la verdad[325]. Jesús no conocia bastante la historia para comprender cuán á tiempo llegaba semejante
doctrina, en un momento en que la libertad republicana espiraba y en que las pequeñas constituciones
municipales de la antigüedad fallecian bajo la unidad del imperio romano. Pero su admirable buen
sentido y el instinto verdaderamente profético que tenía de su mision, le guiaron en esto con admirable
seguridad. Por esta frase: «Dad al César lo que es del César y á Dios lo que es de Dios», creó una cosa
extraña á la política, un refugio para las almas en medio del imperio de la fuerza bruta. Seguramente
que tal doctrina tenía sus peligros. Establecer en p. 89 principio que la señal para reconocer el poder
legítimo es mirar la moneda, proclamar que el hombre perfecto paga el impuesto por desprecio y sin
discutir, era destruir la república á la manera antigua y favorecer todas las tiranías. El cristianismo, en
este sentido, ha contribuido no poco á debilitar el sentimiento de los deberes del ciudadano y á
exponer al mundo al poder absoluto de los hechos consumados. Pero al constituir una numerosa
asociacion libre, que durante trescientos años supo vivir sin política, el cristianismo compensó
ámpliamente el perjuicio que ocasionara á las virtudes cívicas. El poder del Estado quedó reducido á
las cosas de la tierra; libertó el espíritu, ó al ménos la terrible segur de la omnipotencia romana quedó
rota para siempre.
Sobre todo, el hombre que se halla preocupado con los deberes de la vida pública, no dispensa á los
otros que pongan de su parte algo por cima de las querellas de partido. Condena sobremanera á los que
subordinan á las cuestiones sociales las políticas, y siente por éstas una especie de indiferencia; y en
un sentido tiene razon, porque toda direccion exclusiva es perjudicial al buen gobierno de las cosas
humanas. Pero los partidos, ¿qué progreso han hecho experimentar á la moralidad general de nuestra
especie? Si Jesús, en lugar de fundar su reino celeste, hubiera ido á Roma á conspirar contra Tiberio, ó
á echar de ménos á Germánico, ¿en qué hubiera venido á parar el mundo? Republicano austero,
patriota celoso, no hubiera detenido el gran curso de los negocios de su siglo, miéntras que,
declarando insignificante la política, reveló al mundo esta verdad: que la patria no es el todo, y que el
hombre es anterior y superior al ciudadano.
Nuestros principios de la ciencia positiva se dan por agraviados de la parte de ensueños que
encerraba el programa de Jesús. Nosotros conocemos la historia del globo; las revoluciones cósmicas
como la que esperaba Jesús no se producen sino por causas geológicas ó astronómicas, de las que no
se ha podido jamás probar el vínculo con las cosas morales. Pero para ser justo con los grandes seres,
no es preciso examinar minuciosamente las preocupaciones de que han podido participar. Colon
descubrió la América partiendo de ideas sumamente erróneas; Newton creia su loca explicacion del
Apocalípsis tan cierta como su sistema acerca del mundo. ¿Podrán colocar una mediana capacidad por
cima de un Francisco de Asís, de un San Bernardo, de una Juana de Arco, de un Lu p. 90tero, por
hallarse exenta de los errores que éstos profesaron? ¿Se querrá medir á los hombres por la rectitud de
sus ideas en física y por el conocimiento más ó ménos exacto que poseen del verdadero sistema del
mundo? Comprendamos mejor la posicion de Jesús y lo que fué causa de su poder. El deismo del siglo
diez y ocho y un cierto protestantismo, nos han acostumbrado á considerar al fundador de la fe
cristiana como un gran moralista, un bienhechor de la humanidad. No vemos en el evangelio sino
buenas máximas, y corremos un prudente velo sobre el extraño estado intelectual donde tuvo orígen.
Tambien hay personas que sienten que la revolucion francesa se separase más de una vez de los
principios y que no fuese realizada por hombres sabios y prudentes. No impongamos nuestros
pequeños programas de hombres comunes y sensatos á esos extraordinarios movimientos tan elevados
que están muy por cima de nuestra talla. Continuemos admirando «la moral del evangelio»;
suprimamos en nuestras enseñanzas religiosas la quimera que le dió el sér; pero no creamos que con
las simples ideas de dicha y de moralidad individual se conmueve el mundo. La idea de Jesús fué más
profunda; fué la idea más revolucionaria que jamás pudo concebir cerebro humano; debe considerarse
en general, y no con esas débiles supresiones que justamente aminoran lo que la ha hecho eficaz para
la regeneracion de la humanidad.
En el fondo, lo ideal es siempre una utopia. Cuando pretendemos hoy dia representar el Cristo de la
nueva conciencia, el consolador, el juez de los tiempos modernos, ¿qué es lo que hacemos? Lo mismo
que hizo Jesús hace mil ochocientos treinta años. Suponemos las condiciones del mundo real muy
diferentes de las que son; representamos un libertador moral rompiendo sin armas las cadenas del
esclavo, aliviando la condicion del proletario, librando las naciones oprimidas. No olvidemos que esto
es suponer el mundo trocado, modificados los climas de la Virginia y el Congo, cambiada la sangre y
la raza de millones de hombres, nuestras complicaciones sociales llevadas á una sencillez quimérica,
las estratificaciones políticas de la Europa separadas del órden natural. La «reforma de todas las
cosas»[326] que Jesús queria no era más difícil. Ese mundo nuevo, ese cielo nuevo, esa Jerusalen nueva
que baja del cielo; este grito: «¡Hé aquí que renuevo todas las cosas!» [327] son rasgos comunes á todos
los reformadores. Siempre el contraste que resulta de lo ideal con la p. 91 triste realidad producirá en la
humanidad esas resistencias contra la fria razon que las inteligencias limitadas tratan de locura, hasta
el dia en que triunfan y en que los mismos que las han combatido son los primeros en reconocer su
poderosa razon de ser.
No se tratará de negar que existió una contradiccion entre la creencia de un próximo fin del mundo
y la moral habitual de Jesús, concebida en vista de un estado sólido de la humanidad, bastante análogo
al que en efecto existe[328]. Esa contradiccion fué justamente la que consolidó la fortuna de su obra. El
milenario sólo no hubiera hecho nada durable; el moralista aislado no hubiera hecho nada robusto. El
milenarismo dió el impulso; la moral aseguró el porvenir. Así, pues, el cristianismo reunió las dos
condiciones de éxito completo en este mundo, un punto de partida revolucionario y la posibilidad de
existir. Todo lo que se hace para lograr un éxito seguro debe corresponder á esas dos necesidades;
porque el mundo quiere á la vez variar y durar. Jesús, al mismo tiempo que anunciaba un trastorno sin
igual en las cosas humanas, proclamaba los principios, sobre los cuales reposa la sociedad hace mil
ochocientos años.
Lo que en efecto distingue á Jesús de los agitadores, no sólo de su tiempo, sino de los de todos los
siglos, es su perfecto idealismo. Jesús, hasta cierto punto, es un anarquista, porque no tiene idea
alguna del gobierno civil. Este gobierno le parece pura y sencillamente un abuso. Habla de él en
términos vagos y como una persona del pueblo que no tiene ninguna nocion de la política. Todo
magistrado le parece un enemigo de los hombres de Dios; anuncia á sus discípulos que tendrán
altercados con los agentes de la fuerza pública, sin pensar ni por asomo que por ello habria por qué
abochornarse[329]. Pero nunca la idea de sustituirse á los fuertes y ricos se apodera de él. Quiere
confundir la riqueza y el poder, pero no apoderarse de ellos. Predice á sus discípulos persecuciones y
suplicios[330]; pero ni una vez siquiera deja entrever el pensamiento de una resistencia violenta. La idea
de ser todopoderoso por el sufrimiento, y de que se triunfa de la fuerza por la pureza del corazon, es
ciertamente una idea propia de Jesús. Jesús no es un espiritualista, porque todo conduce en él á una
palpable realidad; no tiene ni la más ligera nocion de un alma separada del cuerpo. Pero es un
completo idealista; la materia sólo es para él la s p. 92eñal de la idea, y lo real la expresion cierta de
aquello que no se ve.
¿Á quién dirigirse, con quién poder contar para fundar el reino de Dios? El pensamiento de Jesús
no vaciló en esto jamás. Lo que para los hombres es elevado, es abominable á los ojos de Dios [331].
Los fundadores del reino de Dios serán los cándidos. No los ricos, ni los doctores, ni los sacerdotes; sí
las mujeres, los hombres del pueblo, los humildes, los niños[332]. La gran señal del Mesías es «la buena
nueva» anunciada á los pobres[333]. La naturaleza idílica y dulce de Jesús se prestaba á ello
maravillosamente. Su ensueño consistia en una revolucion social en que los rangos serán invertidos,
quedando humillado cuanto en este mundo es oficial y grande. El mundo no le creerá; el mundo le
condenará á muerte. Pero sus discípulos no pertenecerán al mundo [334]; ellos formarán un pequeño
rebaño de humildes y sencillos; rebaño que por su mansedumbre llegará á conseguir el triunfo. El
sentimiento que ha hecho del «mundano» la antítesis del «cristiano» tiene en las ideas del maestro
plena justificacion[335].

CAPÍTULO VIII
JESÚS EN CAPHARNAHUM
Poseido de una idea cada vez más imperiosa y exclusiva, Jesús marchará en adelante con una
especie de impasibilidad fatal por la senda que su admirable genio y las circunstancias extraordinarias
en que vivia le trazaran. Hasta entónces no habia hecho sino comunicar sus pensamientos al escaso
número de personas atraidas secretamente hácia él; su enseñanza será en lo sucesivo pública y
continuada. Jesús contaba entónces treinta años, poco más ó ménos [336]. Sin duda el pequeño grupo de
oyentes que le acompañaron cerca de Juan se habia ya aumentado, y tal vez se le habian unido algunos
discípulos del Bautista[337]. Contando con este primer núcleo de iglesia, anuncia resueltamente la
«buena nuep. 93va del reino de Dios», tan pronto como regresa á Galilea. Ese reino iba á venir, y era
él, Jesús, aquel «Hijo del hombre» que Daniel apercibió en su vision como el ministro divino de la
última y suprema revelacion.
Es menester recordar aquí que las ideas judáicas, opuestas al arte y á la mitología, consideraban la
simple forma del hombre como superior á la de los cherubes y de los animales fantásticos que la
imaginacion del pueblo, á causa de la influencia asiria, suponia en torno de la divina majestad. En
Ezequiel[338], el gran revelador de las visiones proféticas, el sér que se halla sentado en el trono
supremo, dominando los monstruos del carro misterioso, tiene ya la figura de un hombre. En el Libro
de Daniel, en medio de la vision de los imperios representados por animales, y cuando principia el
gran juicio y los libros se hallan abiertos, un sér «parecido á un hijo del hombre» se adelanta hácia el
Antiquior de los dias, quien le confiere el poder de juzgar el mundo y de gobernarle eternamente [339].
En las lenguas semíticas, y en particular en los dialectos arameos, hijo del hombre no es sino un
simple sinónimo de hombre. Pero aquel pasaje capital de Daniel ejerció gran influencia en los ánimos;
la palabra hijo del hombre llegó á ser, al ménos para ciertas escuelas[340], uno de los títulos del Mesías,
considerado como juez del mundo y como rey de la nueva era que iba á comenzar [341]. Al aplicársele
Jesús á sí mismo no hacia sino proclamar su mesiazgo y afirmar la próxima catástrofe en que debia
figurar como juez investido de los plenos poderes delegados por el Antiquior de los dias[342].
El éxito de la palabra del nuevo profeta fué entónces decisivo. Un grupo de hombres y mujeres, con
el alma llena de candor juvenil y de ingenua inocencia, se adhieren á él y le dicen: «Tú eres el
Mesías.» Y como el Mesías debia ser hijo de David, le concedieron naturalmente ese segundo título,
que en rigor no era sino sinónimo del primero. Jesús le aceptó con gusto, aunque, á decir verdad, érale
algo embarazoso á causa de lo humilde de su nacimiento. Pero el título que él preferia era el de «Hijo
del hombre», título modesto en apariencia, aunque muy importante en el fondo, puesto que se
relacionaba con las esperanzas mesiánicas. Servíale esta palabra para designarse á sí mismo [343], y
tanto le servia, que, en su lenguaje, «el Hijo del hombre» era equivalente al pronombre «yo», del cual
evitaba hacer uso. Pero nuncap. 94 le apostrofaban de esa manera, porque, sin duda, el nombre de que
se trata no deberia convenirle plenamente sino el dia de su futura aparicion.
En aquella época de su vida, el centro de accion de Jesús fué la pequeña ciudad de Capharnahum,
situada á la orilla del lago de Genesareth. El nombre de Capharnahum, en el cual entra la
palabra caphar, que quiere decir aldea, parece designar un burgo del antiguo sistema, en oposicion á
las grandes ciudades, como Tiberiade [344], construidas al estilo romano. De todos modos, este nombre
tenía entónces tan poca importancia, que Josefo, en un pasaje de sus escritos, le toma por el de una
fuente cuya celebridad era sin duda mayor que la del pueblo situado cerca de ella. Capharnahum, así
como Nazareth, carecia de renombre y no participó en nada del movimiento profano que los Heródes
habian favorecido. Jesús tomó cariño á aquella poblacion, llegando á considerarla como una segunda
patria[345]. Al poco tiempo de su regreso, dirigió sobre Nazareth una tentativa que no tuvo éxito
ninguno[346]. Como dice con admirable candor uno de sus biógrafos, no pudo hacer allí ningun
milagro[347]. Indudablemente perjudicaba á su autoridad el conocimiento que se tenía de su familia, la
cual no era muy considerada. ¿Cómo habian de tomar por hijo de David á aquel cuyos hermanos,
hermanas y cuñados veian todos los dias? Además, debe notarse que su familia se le opuso vivamente,
rehusando creer en su mision [348]. Los nazarenos se le mostraron todavía más agresivos, puesto que,
segun dicen, quisieron matarle, precipitándole de una cima escarpada [349]. Jesús hizo notar con mucho
ingenio que aquella aventura era propia de todos los grandes hombres, y se aplicó el proverbio de «no
hay profeta sin honra, sino en su patria y en su propia casa.»
Pero no le desanimó aquel contratiempo; volvió á Capharnahum [350], en cuyo punto encontraba
disposiciones mucho más benévolas, y desde allí organizó una serie de misiones hácia las aldeas
circunvecinas. Los habitantes de aquel hermoso y fértil país no se reunian sino el sábado, cuyo dia
eligió Jesús para su enseñanza. Cada ciudad tenía entónces su sinagoga ó lugar de reuniones, el cual
era una sala rectangular, no muy espaciosa, precedida de un pórtico, decorado segun el gusto griego.
Careciendo los judíos de arquitectura propia, no trataron nunca de construir aquellos p. 95 edificios con
arreglo á un estilo original. Todavía existen en Galilea los restos de algunas antiguas sinagogas [351]:
todas ellas están construidas con buenos y sólidos materiales; pero su estilo es bastante mezquino, á
causa de esa profusion de ornamentos vegetales, de follajes, de espirales, que caracteriza los
monumentos judáicos[352]. Los accesorios del interior consistian en algunos bancos, en una tribuna ó
púlpito para las lecturas públicas y en un armario destinado á encerrar los sagrados rollos [353]. En
aquellos edificios, que nada tenian de templo, se reconcentraba toda la vida judía. En el dia del sábado
se reunia allí todo el mundo para hacer oracion y escuchar la lectura de la Ley y de los profetas. Como
quiera que en el judaismo, á excepcion de Jerusalen, no habia clero propiamente dicho, las lecturas del
dia (parascha y haphtara) se desempeñaban en las sinagogas por el primero que deseaba hacerlas,
quien añadia un midrasch ó comentario de cosecha propia, en el cual exponia el lector sus ideas
particulares[354]. Aquél fué el orígen de la «homilía», cuyo cumplido modelo encontramos en los
trataditos de Filon. El pueblo tenía derecho de oponer objeciones á los argumentos del lector, y por
consiguiente, la reunion degeneraba en una especie de asamblea popular. En ella habia un presidente,
«antiquiores», un hazzan, lector ó ministro titular, «agentes» ó secretarios mensajeros encargados de
mantener la correspondencia entre dos ó más sinagogas, y por último, un schmmasch ó sacristan[355].
Las sinagogas venian á ser de este modo pequeñas repúblicas independientes, cuya jurisdiccion era
muy extensa. Y á la manera de las corporaciones municipales, que funcionaron hasta una época muy
avanzada del imperio romano, promulgaban decretos honoríficos, votaban resoluciones, que tenian
fuerza de ley para la comunidad, y pronunciaban penas corporales, cuyo ejecutor era
el hazzan ordinariamente[356].
Á pesar de los rigores arbitrarios que entrañaba, semejante institucion no podia ménos de dar lugar
á discusiones animadísimas, máxime si se tiene en cuenta la extremada actividad de espíritu que
siempre caracterizó al pueblo judío. Gracias á las sinagogas, el judaismo pudo atravesar intacto diez y
ocho siglos de persecucion. Ellas eran otros tantos mundos en pequeño, donde se conservaba el
espíritu nacional y donde las luchas intestinas hallaban un terreno perfectamente preparado. Las
discusiones eran allí muy apasionadas,p. 96 y no ménos vivas las disputas de preeminencia. El premio
de una elevada piedad, ó el privilegio que más se codiciaba á la riqueza, consistia en tener un puesto
de honor en primera fila[357]. Por otra parte, la libertad de poder constituirse en lector y comentador del
texto sagrado facilitaba maravillosamente la propagacion de nuevas doctrinas. Ella fué una de las
palancas más poderosas de Jesús y el medio habitual de que se valió para fundar su enseñanza [358]. El
profeta de Nazareth entraba en la sinagoga y subia á la cátedra, el hazzan le daba el libro,
desarrollábale, y despues de leer la parascha ó la haptara del dia, pasaba á deducir de aquella lectura
ciertos principios conformes con sus ideas [359]. Como en Galilea habia muy pocos fariseos, las réplicas
que se le daban no tenian ese grado de pasion ni ese tono de acritud que en otras partes, en Jerusalen,
por ejemplo, le habrian detenido desde sus primeros pasos. Aquellos buenos galileos no habian oido
jamás una palabra tan en armonía con su risueña imaginacion [360]; admiraban al jóven profeta,
creíanle, parecíales elocuente y encontraban sus razonamientos dignos de fe. Jesús resolvia sin
desconcertarse las objeciones más difíciles, y el atractivo de su palabra y de su persona cautivaba á
aquellos pueblos sencillos, no contaminados por el pedantismo de los doctores.
La autoridad del jóven maestro crecia de dia en dia, y como es natural, á medida que aumentaba su
crédito para con los otros, más confianza tenía en sí mismo. El círculo de su accion era entónces muy
limitado:—reducíase á los alrededores del lago de Tiberiade, y áun en aquella comarca habia una
region que preferia á las demás. El lago tiene cinco ó seis leguas de longitud por tres ó cuatro de
anchura, y aunque ofrece la apariencia de un óvalo bastante perfecto, forma desde Tiberiade hasta la
entrada del Jordan una especie de golfo cuya curva mide cerca de tres leguas. Tal fué el campo donde
la semilla arrojada por Jesús halló una tierra propicia á un rápido crecimiento. Recorrámosle paso á
paso, y tratemos de rasgar el sudario de aridez y de luto en que le ha envuelto el demonio del
islamismo.
Al salir de Tiberiade, lo primero que se ofrece á la vista son rocas escarpadas, una montaña que
parece derrumbarse en el mar:—luégo, las montañas se separan y se abre una llanura (El-Ghueir) casi
al nivel del lago; es un bosque delicioso de elevados arbustos que fecundan y atraviesan en tod p. 97os
sentidos las abundantes aguas que salen de un gran estanque circular de construccion antigua (Ain-
Medawara). Á la entrada de la llanura, ó sea del país de Genesareth propiamente dicho, se encuentra
la miserable aldea de Medjdel. Al otro extremo (siguiendo siempre la orilla del mar) se hallan el sitio
de una poblacion (Khan-Minyeh), hermosas aguas y un buen camino estrecho y profundo, tallado en la
roca viva, camino que indudablemente recorrió Jesús muy á menudo y que sirve de paso entre la
llanura de Genesareth y la escarpa septentrional del lago. Á cosa de un cuarto de legua se atraviesa un
arroyo de agua salada (Ain-Tabiga) que no léjos del lago mana de la tierra por anchas aberturas y que
va á perderse en medio de espesos matorrales. Por último, á cuarenta minutos más allá, sobre la árida
cuesta que se extiende desde Ain-Tabiga á la desembocadura del Jordan, se ven algunas cabañas y un
conjunto de ruinas bastante monumentales llamadas Tell-Hum.
Cinco pequeñas ciudades, cuyos nombres permanecerán en la memoria del género humano tal vez
más tiempo que los de Roma y Aténas, se hallaban en tiempo de Jesús diseminadas por el territorio
comprendido entre la aldea de Medjdel y Tell-Hum. De aquellas cinco ciudades—Magdala,
Dalmanutha, Capharnahum, Bethsaide y Chorazin[361]—solamente la primera se encuentra hoy dia de
un modo positivo: es indudable que el nombre y el sitio de la repugnante aldea de Medjdel
corresponden al burgo donde nació la más fiel amiga de Jesús [362]. Dalmanutha se hallaba
probablemente cerca de allí[363], y no es imposible que se alzase Chorazin en el mismo territorio hácia
la parte del norte[364]. En cuanto á Bethsaide y á Capharnahum, difícil es averiguar si estuvieron en
Tell-Hum, Am-et-Tin, Khan-Minyeh ó en Ain-Medawara[365], y cuanto respecto á ello se asegure es
aventurado. No parece sino que, así en geografía como en historia, un designio misterioso se
complugo en borrar los vestigios del gran fundador. Creo que en aquel suelo, profundamente
devastado, nunca podrá conseguirse el fijar con exactitud los sitios en que la humanidad desearia besar
la huella que dejaron sus piés.
Todo lo que hoy nos resta de la reducida comarca de tres ó cuatro leguas en que Jesús fundó su
obra divina, se reduce al lago, al horizonte, á los arbustos y á algunas pobres flores, resto de la antigua
fertilidad. Los árboles han dep. 98saparecido completamente. Y en aquel país cuya vegetacion era tan
rica otras veces, que á Josefo le parecia casi milagrosa; en aquel país donde la naturaleza, segun el
historiador citado, habia reunido las plantas de los climas frios, las producciones de las zonas ardientes
y los árboles de las latitudes templadas, cargados todo el año de flores y de frutos; en aquel país que
ántes parecia un eden, ahora se calcula con veinticuatro horas de anticipacion el sitio donde podrá
encontrar el viajero un asiento de césped y un árbol cuya sombra proteja su desayuno. El lago se ha
convertido en un desierto. Una sola barca, medio desvencijada, surca hoy aquellas linfas silenciosas,
tan llenas de vida y de alegría en otro tiempo. Sólo las aguas son todavía puras y trasparentes. Las
riberas, formadas de rocas ó de menudos guijarros, se parecen más bien á las de un mar en miniatura
que á las de un lago como el de Huleh: son limpias, nada fangosas, y el cadencioso y ligero
movimiento de las olas las bate siempre en el mismo sitio. Vense acá y allá pequeños promontorios
cubiertos de laureles de Alejandría, de tamariscos y de espinosos alcaparros: próximos á la salida del
Jordan, junto á Tiberiade y en la orilla formada por la llanura de Genesareth, hay dos sitios poblados
de embriagadores jardines, contra cuya alfombra de yerbas y de flores va á espirar el apacible oleaje
de las aguas. El arroyo de Ain-Tabiga forma un pequeño estuario lleno de lindísimas conchas. Nubes
de pájaros nadadores cubren el lago. El horizonte ofusca la vista á fuerza de ser luminoso. Las aguas,
profundamente encajonadas entre rocas abrasadoras, son de un hermoso color azul celeste, y cuando
se las observa desde la cumbre de las montañas de Safed, diríase que ocupan el fondo de una copa de
oro. Al norte los barrancos nevosos del Hermon destacan sus líneas blancas sobre el cielo; al oeste, las
elevadas y undosas mesetas de la Gaulonítida y de la Perea, siempre áridas y envueltas en una
atmósfera de fuego, forman una montaña compacta, ó por mejor decir, un inmenso y altísimo terraplen
que á partir de Cesárea de Filipo se prolonga indefinidamente hácia el sur.
El calor es ahora muy sofocante en las orillas del lago, el cual ocupa una depresion de doscientos
metros bajo el nivel del Mediterráneo, y por consiguiente participa de las condiciones tórridas del mar
Muerto[366]. Aquel ardor excesivo se hallaba otras veces templado por una vegetacion abundante: la
cuenca del lago se hace inhabitable apénas concluye p. 99el mes de Mayo, y difícilmente se
comprende hoy cómo pudo semejante hornaza ser el teatro de tan prodigiosa actividad. Josefo
encontraba el país muy templado. Sin duda allí, como en la campiña de Roma, hubo algun cambio de
clima debido á causas históricas. El islamismo, y sobre todo, la reaccion musulmana contra las
cruzadas, fueron los que asolaron como un viento de muerte la comarca favorita de Jesús. Aquella
hermosa tierra de Genesareth estaba muy léjos de sospechar que su futuro destino habia de salir del
cerebro del que tan pacíficamente la paseaba. Peligroso compatriota, Jesús ha sido un personaje fatal
para el país que tuvo el formidable honor de producirle. Codiciada la Galilea por dos fanatismos
rivales, y habiendo llegado á ser para todos un objeto de amor ó de ódio, debia alcanzar por premio de
su gloria el triste privilegio de ser trasformada en un desierto. Pero ¿habria sido Jesús más dichoso si
hubiese vivido tranquilo y oscuro en el fondo de su aldea? Y ¿quién se acordaria hoy de aquellos
ingratos nazarenos si, á riesgo de comprometer el porvenir de su modesto villorrio, no hubiese uno de
los suyos reconocido á su Padre y no se hubiese proclamado hijo de Dios?
En la época á que hemos llegado de la vida de Jesús, todo su mundo se reducia á cuatro ó cinco
burgos de grande extension. No parece probable que hubiese estado en Tiberiade, ciudad del todo
profana, que los paganos habitaban casi por completo y de la cual habia hecho Antipas su residencia
habitual. Sin embargo, algunas veces se alejaba de su region favorita é iba embarcado á Gergesa [367],
poblacion de la ribera oriental. Otras iba hácia el norte, y se le ve en Paneas ó Cesárea de Filipo [368], en
la falda del Hermon. Por último, una vez dirige sus pasos por la parte de Tiro y de Sidon [369], país que
entónces debia estar floreciente en sumo grado. En todas aquellas comarcas se hallaba Jesús en pleno
paganismo. En Cesárea vió la célebre gruta del Panium, sitio donde se colocaban las fuentes del
Jordan, y sobre el cual referia la credulidad del pueblo extravagantes leyendas [370]; cerca de allí pudo
admirar el templo de mármol que Heródes levantó en honor de Augusto [371], y probablemente vió
tambien las numerosas estatuas votivas á Pan, á las Ninfas y al Eco de la gruta que la piedad
amontonaba ya en aquel hermoso sitio. Un judío evemerista, acostumbrado á no mirar en los dioses
extranjeros sino hombres divinizados ó demonios, debia considerar todas aquellas representaciones
figurap. 100das como otros tantos ídolos. Las seducciones de los cultos naturalistas, que embriagan á
las razas más sensitivas, le hicieron poca impresion. Sin duda no tuvo ningun conocimiento de lo que
el antiguo santuario de Melkarth, en Tiro, podia encerrar aún de un culto primitivo más ó ménos
análogo al judáico[372]. El paganismo, que en Fenicia habia elevado sobre cada colina un templo y un
bosque sagrado, toda aquella apariencia de grandeza industrial y de riqueza profana [373] debió sonreirle
muy poco. El monoteismo priva al hombre de toda aptitud para comprender las religiones paganas; un
musulman trasladado á los países politeistas mira sin ver lo que hay en torno suyo. Jesús no aprendió
nada en aquellos viajes, y de ellos regresaba impaciente á su querida ribera de Genesareth: allí estaba
el centro de sus pensamientos; allí encontraba fe y amor.

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