La Reforma Monástica y La Reforma Papal
La Reforma Monástica y La Reforma Papal
La Reforma Monástica y La Reforma Papal
LA REFORMA CLUNIACENSE
La simonía (la compra y venta de cargos eclesiásticos) era por tanto uno de los
principales males que había que erradicar. El nombramiento de investidura de los obispos y
abades por los reyes y emperadores, con todo y no ser estrictamente simonía, se acercaba
a ella, y debía prohibirse, sobre todo en aquellos países cuyos soberanos no tenían
conciencia reformadora.
La obediencia, otro de los pilares del monaquismo, lo sería también de la reforma del
siglo XI. De igual modo que los monjes debían obediencia a sus superiores, toda la iglesia
(de hecho, toda la cristiandad) debía estar supeditada al papa, quien encabezaría una
gran renovación, como lo habían hecho dentro del ámbito monástico los abades de Cluny.
LA REFORMA CISTERCIENSE
En diversos lugares se renovó la vida eremítica, o por otros medios se intentó
acentuar el rigor de la Regla. Así, por ejemplo, Pedro Damiano no se contentaba con el
principio de “suficiencia” enunciado por San Benito para evitar la vida muelle, e insistía
en la penuria extremada. A este espíritu rigorista se sumaba cierto descontento con el
monaquismo cluniacense, que se había vuelto rico, y había elaborado sus rituales hasta tal
punto que el trabajo manual se descuidaba. Estos sentimientos dieron lugar a varios
nuevos movimientos monásticos, de los cuales el más importante fue el de los
cistercienses.
Pocos años después el número de monjes en Cîteaux era tal que Bernardo recibió
instrucciones de fundar una nueva comunidad en Claraval. Este nuevo monasterio pronto
se volvió uno de los principales centros hacia donde se dirigían las miradas de toda la
cristiandad occidental. Bernardo llegó a ser el más famoso predicador de toda Europa,
que le dio el sobrenombre de “Doctor Melifluo”, porque las palabras de devoción brotaban
de su boca como la miel de un panal. La fama de su santidad era tal que el movimiento
cisterciense se vio invadido por multitudes que deseaban seguir el mismo camino.
Mientras los monjes de Cluny se excusaban de ese trabajo porque no querían que las
vestimentas en las que adoraban a Dios se enlodaran, los cistercienses pensaban que todo
teñido de las vestiduras era un lujo superfluo, y por ello se les conoció como “los monjes
blancos”.
2) LA REFORMA PAPAL
LEÓN IX
El próximo papa sería Bruno de Tula, quien se dirigía a Roma, no como el nuevo
pontífice nombrado por el Emperador, sino como un peregrino descalzo que visitaba la
ciudad papal en un acto de humilde devoción. Tras entrar en Roma descalzo, y ser
aclamado por el pueblo y el clero, Bruno aceptó la tiara papal, y tomó el nombre de León
IX.
Tan pronto como se vio en posesión legítima de la cátedra de San Pedro, León
comenzó su obra reformadora. se rodeó de varios hombres, Además de Humberto e
Hildebrando, hizo venir a Pedro Damiano, monje austero que se había ganado el respeto
de cuantos en Europa se lamentaban de la situación en que se encontraba la iglesia. A
diferencia de Humberto, Pedro Damiano no se dejaba llevar por su celo reformador,
sino que buscaba una reforma que diese muestras del espíritu de caridad que reina
supremo en los Evangelios. Así, por ejemplo, compuso un tratado en el que, al mismo
tiempo que condenaba la simonía, declaraba que los sacramentos que los fieles recibían
de los simoníacos sí eran válidos. Más tarde, cuando León IX tomó las armas contra los
normandos, Pedro Damiano condenó la actitud guerrera del pontífice.
Luego de Víctor le sucede Gerhard de Borgoña quien tomo el nombre de Nicolás II.
Había necesidad de establecer un método para la elección del papa. Nicolás reunió el
segundo concilio Laterano en el año 1059. Donde se estableció por primera vez que los
futuros papas debían ser elegidos por los obispos cardenales. El decreto del segundo
concilio Laterano estableció el método de elección que con algunos cambios se sigue hasta
nuestros días. A la muerte de Nicolás los cardenales eligieron a Alejandro II.
GREGORIO VII
Segundo: nombrar legados papales que fueron por los diversos territorios de Europa
convocando sínodos y procurando estos se cumplieran.
En Francia el clero se negó a aceptar los decretos romanos. Los clérigos casados en
Francia se negaban a abandonar a sus esposas y familias solo porque el ideal monástico se
había adueñado del papado. Gregorio estaba convencido que el monaquismo era el patrón
que todos los clérigos debían imitar.
Gregorio afirma en un documento en el año 1075 que: “no solo la iglesia romana ha
sido fundada por el Señor, y que su obispo es el único que ha de recibir el tirulo de
“universal” sino también que el papa tiene autoridad para juzgar y deponer obispos; que el
imperio le pertenece de tal modo que es el quien tiene derecho a otorgar las insignias
imperiales. Así como a deponer al emperador, que la iglesia de roma nunca ha errado ni
puede errar, que el papa puede declarar nulos los juramentos de fidelidad hechos por
vasallos a sus señores; y que todo papa legitimo por el solo hecho de ocupar la cátedra de
san Pedro y en virtud de los méritos de ese apóstol es santo”.
En el año 1075, 1078, y el 1080 Gregorio prohibió a los clérigos y monjes recibir
obispados, iglesias o abadías de manos laicas con pena de excomunión.
En el año 1080 se añadía también que serían excomulgados los señores laicos que
invistieran a alguien en tales cargos.
República Bolivariana de Venezuela
Catedral de Cabimas
LA REFORMA MONÁSTICA
Y
LA REFORMA PAPAL
Realizado por: