Solo Sofistas

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LOS SOFISTAS

En el siglo V a.C. tuvieron lugar fenómenos sociales, económicos y culturales que al


mismo tiempo favorecieron el desarrollo de la sofística y, a su vez, fueron
favorecidos por ella.

Recordemos antes que nada la lenta pero inexorable crisis de la aristocracia, que
avanza al mismo ritmo que el poder del demos, del pueblo, cada vez mayor; la
afluencia cada vez más numerosa de metecos a las ciudades, sobre todo a Atenas;
el crecimiento del comercio que, superando los límites de cada ciudad por
separado, las ponían en contacto con un mundo más amplio; la difusión de las
experiencias y de los conocimientos de los viajeros, que provocaban el inevitable
enfrentamiento entre las costumbres, las leyes y los usos helénicos, y costumbres,
leyes y usos totalmente diferentes. Todos estos factores contribuyeron
notablemente al surgimiento de la problemática sofística.

La crisis de la aristocracia comportó asimismo la crisis de la antigua arete, de los


valores tradicionales, que eran precisamente los valores más preciados de la
aristocracia. La gradual consolidación del poder del demos y la ampliación a
círculos más vastos de la posibilidad de acceder al poder, provocaron el
resquebrajamiento de la convicción según la cual la arete estaba ligada al
nacimiento y la sangre (la virtud era algo innato y no algo adquirido), con lo cual
pasó a primer plano el problema de cómo se adquiere la virtud política, entonces
había algo que podía ser desarrollado: las dotes para pronunciar discursos
convincentes y oportunos.

Los sofistas supieron captar a la perfección estas demandas de la asendereada


época que les tocó vivir, las supieron explicitar y les supieron otorgar su propio
estilo y su propia voz. Esto explica por qué lograron tanto éxito, sobre todo entre
los jóvenes. Estaban respondiendo a las necesidades reales del momento: decían a
los jóvenes lo que éstos esperaban, cuando ya no les satisfacían los valores
tradicionales que les proponía la generación anterior, ni la forma en que se les
proponía.

Para los Sofistas, la facultad oratoria reside ante todo en la aptitud juiciosa de
pronunciar palabras decisivas y bien fundamentadas. En el estado democrático las
asambleas públicas y la libertad de palabra hicieron las dotes oratorias
indispensables y aun se convirtieron en verdadero timón en las manos del hombre
de estado. En este punto toda educación política de los caudillos debía fundarse en
la elocuencia. Se convirtió necesariamente en la formación del orador. Desde este
punto de vista se hace comprensible y adquiere sentido el hecho de que surgiera
una clase entera de educadores que ofrecieran públicamente enseñar la "virtud" —
en el sentido antes indicado— a cambio de dinero.

El aspecto intelectual del hombre se situaba, por primera vez, vigorosamente en


el centro. De ahí surgió la tarea educadora que trataron de resolver los sofistas.
Sólo así se explica el hecho de que creyeran poder enseñar la areté (elocuencia).

Todo esto permite comprender mejor ciertos aspectos de la sofística poco


apreciados en el pasado, o negativamente evaluados:

a) Es verdad que los sofistas, además de buscar el saber en cuanto tal,


atendieron a cuestiones prácticas y que para ellos resultaba esencial el conseguir
alumnos (a diferencia de los físicos). Sin embargo también es verdad que la
finalidad práctica de las doctrinas de los sofistas tiene un aspecto notablemente
positivo: gracias a ellos, el problema educativo y el afán pedagógico pasan a primer
plano y asumen un nuevo significado. En efecto, se transforman en divulgadores de
la idea según la cual la virtud (arete) no depende de la nobleza de la sangre y del
nacimiento, sino que se basa en el saber. Se comprende así por qué para los
sofistas la indagación de la verdad estaba necesariamente ligada con su difusión. La
noción occidental de educación, basada en la difusión del saber, debe mucho a los
solistas.
b) sin lugar a dudas los sofistas exigían una compensación a cambio de sus
enseñanzas. Esto escandalizaba enormemente a los antiguos, porque para ellos el
saber era consecuencia de una comunión espiritual desinteresada. En la medida
en que sólo accedían al saber los aristócratas y los ricos, que tenían previamente
resueltos los problemas prácticos de la vida y dedicaban al saber el tiempo libre de
necesidades. Los sofistas, empero, habían convertido el saber en oficio y, por
tanto, debían exigir una compensación para vivir y para poder difundirlo, viajando
de ciudad en ciudad.

El empeño de enseñar la areté política es la expresión inmediata del cambio


fundamental que se realiza en la esencia del estado. La racionalización de la
educación política no es más que un caso particular de la racionalización de la vida
entera, que se funda más que nunca en la acción y en el éxito. Esto no podía dejar
de tener un influjo en la estimación de las cualidades del hombre. Lo ético, que "se
comprende por sí mismo", cede involuntariamente el lugar a lo intelectual, que se
sitúa en primer término. La alta estimación del saber y de la inteligencia, que había
introducido y propugnado cincuenta años antes Jenófanes como un nuevo tipo de
humanidad, se hizo general, especialmente en la vida social y política. Es el tiempo
en que el ideal de la areté del hombre recoge en sí todos los valores de la ética. El
aspecto intelectual del hombre se situaba, por primera vez, vigorosamente en el
centro. De ahí surgió la tarea educadora que trataron de resolver los sofistas. Sólo
así se explica el hecho de que creyeran poder enseñar la areté.

El fin de la educación sofista, la formación del espíritu, encierra una extraordinaria


multiplicidad de procedimientos y métodos. Sin embargo, podemos tratar esta
diversidad desde el punto unitario de la formación del espíritu. Basta para ello
representarse el concepto de espíritu en la multiplicidad de sus posibles aspectos:

De una parte es el espíritu el órgano mediante el cual el hombre aprehende el


mundo de las cosas y se refiere a él. Pero si hacemos abstracción de todo
contenido objetivo (y éste es un nuevo aspecto del espíritu en aquel tiempo), no es
tampoco el espíritu algo vacío, sino que por primera vez revela su propia estructura
interna. Éste es el espíritu como principio formal.

De acuerdo con estos dos aspectos hallamos en los sofistas dos modalidades
distintas de educación del espíritu; la trasmisión de un saber enciclopédico y la
formación del espíritu en sus diversos campos. Se ve claro que el antagonismo
espiritual de ambos métodos de educación sólo puede hallar su unidad en el
concepto superior de educación espiritual. Ambas formas de enseñanza han
sobrevivido hasta los días presentes. Lo mismo ocurría en gran parte en la época
de los sofistas. Pero la unión de ambos métodos en la actividad de una misma
persona no debe engañarnos; se trata de dos modos fundamentalmente distintos
de educación del espíritu. Al lado de la formación puramente formal del
entendimiento se dio también en los sofistas una educación formal en el más alto
sentido de la palabra, que no consistía ya en una estructuración del entendimiento
y del lenguaje, sino que partía de la totalidad de las fuerzas espirituales. Se halla
representada por Protágoras. Al lado de la gramática, de la retórica y de la
dialéctica, consideraba ante todo a la poesía y a la música como fuerzas
formadoras del alma. Las raíces de esta tercera forma de educación sofística se
hallan en la política y en la ética. Se distingue de la formal y de la enciclopédica
porque no considera ya al hombre abstractamente, sino como miembro de la
sociedad. Mediante ello pone a la educación en sólida relación con el mundo de los
valores e inserta la formación espiritual en la totalidad de la areté humana.
También en esta forma es educación espiritual; sólo que el espíritu no es
considerado desde el punto de vista puramente intelectual, formal o de contenido,
sino en relación con sus condiciones sociales.

Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor formativo
del saber y elaboraron el concepto de cultura (παιδεία), que no es suma de
nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino formación del hombre
en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un ambiente social.

Los sofistas no constituyeron en absoluto un bloque compacto de pensadores. L.


Robín ha escrito con toda justicia que «la sofística del satisfacer idénticas
necesidades, apelando a medios análogos». Ya hemos visto cuáles eran estas
necesidades. Debemos examinar ahora estos afanes independientes y estos
medios análogos. Con objeto de orientarnos de una forma preliminar, es necesario
distinguir entre tres grupos de sofistas: 1) los grandes y célebres maestros de la
primera generación, que no carecían en absoluto de criterios morales y que el
mismo Platón considera dignos de un cierto respeto; 2) los que llevaron a un
exceso el aspecto formal del método, no se interesaron por los contenidos y
carecieron asimismo de la altura moral de los maestros; 3) por último, los sofistas
políticos, que utilizaron las ideas sofísticas en un sentido que hoy calificaríamos de
«ideológico», esto es con finalidades políticas, y que cayeron en diversos excesos,
llegando incluso a la teorización del inmoralismo.

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