Solo Sofistas
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Recordemos antes que nada la lenta pero inexorable crisis de la aristocracia, que
avanza al mismo ritmo que el poder del demos, del pueblo, cada vez mayor; la
afluencia cada vez más numerosa de metecos a las ciudades, sobre todo a Atenas;
el crecimiento del comercio que, superando los límites de cada ciudad por
separado, las ponían en contacto con un mundo más amplio; la difusión de las
experiencias y de los conocimientos de los viajeros, que provocaban el inevitable
enfrentamiento entre las costumbres, las leyes y los usos helénicos, y costumbres,
leyes y usos totalmente diferentes. Todos estos factores contribuyeron
notablemente al surgimiento de la problemática sofística.
Para los Sofistas, la facultad oratoria reside ante todo en la aptitud juiciosa de
pronunciar palabras decisivas y bien fundamentadas. En el estado democrático las
asambleas públicas y la libertad de palabra hicieron las dotes oratorias
indispensables y aun se convirtieron en verdadero timón en las manos del hombre
de estado. En este punto toda educación política de los caudillos debía fundarse en
la elocuencia. Se convirtió necesariamente en la formación del orador. Desde este
punto de vista se hace comprensible y adquiere sentido el hecho de que surgiera
una clase entera de educadores que ofrecieran públicamente enseñar la "virtud" —
en el sentido antes indicado— a cambio de dinero.
De acuerdo con estos dos aspectos hallamos en los sofistas dos modalidades
distintas de educación del espíritu; la trasmisión de un saber enciclopédico y la
formación del espíritu en sus diversos campos. Se ve claro que el antagonismo
espiritual de ambos métodos de educación sólo puede hallar su unidad en el
concepto superior de educación espiritual. Ambas formas de enseñanza han
sobrevivido hasta los días presentes. Lo mismo ocurría en gran parte en la época
de los sofistas. Pero la unión de ambos métodos en la actividad de una misma
persona no debe engañarnos; se trata de dos modos fundamentalmente distintos
de educación del espíritu. Al lado de la formación puramente formal del
entendimiento se dio también en los sofistas una educación formal en el más alto
sentido de la palabra, que no consistía ya en una estructuración del entendimiento
y del lenguaje, sino que partía de la totalidad de las fuerzas espirituales. Se halla
representada por Protágoras. Al lado de la gramática, de la retórica y de la
dialéctica, consideraba ante todo a la poesía y a la música como fuerzas
formadoras del alma. Las raíces de esta tercera forma de educación sofística se
hallan en la política y en la ética. Se distingue de la formal y de la enciclopédica
porque no considera ya al hombre abstractamente, sino como miembro de la
sociedad. Mediante ello pone a la educación en sólida relación con el mundo de los
valores e inserta la formación espiritual en la totalidad de la areté humana.
También en esta forma es educación espiritual; sólo que el espíritu no es
considerado desde el punto de vista puramente intelectual, formal o de contenido,
sino en relación con sus condiciones sociales.
Los sofistas fueron los primeros que reconocieron claramente el valor formativo
del saber y elaboraron el concepto de cultura (παιδεία), que no es suma de
nociones, ni tampoco el solo proceso de su adquisición, sino formación del hombre
en su ser concreto, como miembro de un pueblo o de un ambiente social.