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Abstract. Like a trip chronicle, this essay analyzes the landscape of Mount
Etna, in Sicily, and some of the myths that were inspired and located in and
around the highest mountain in Italy and the largest active volcano in Europe.
Helped by mythology, literature, iconography and some tunes that collected and
disseminated myths of the Etna, about Polyphemus, Galatea, Acis and of the
characters of the gigantomaquia, the analysis proposed finds in music its
connecting, but not exclusive, theme. Polyphemus’s shepherd instrument, the
siringa or multiple tube flute, also called Bread Flute because of its
mythological origins, is the main but not unique sound of this essay, which has
its roots in the Odyssey and the bucolic Greeks, in the Latin poets, Hispanic
lyricals from the Cantigas of Alfonso X to Gongora and Quevedo, up to two
contemporary poets (or poetesses, as you prefer), Aurora Luque and Amalia
Bautista, still sensible to some of these symbols.
Llevaba yo los ojos bien abiertos: verde exuberante en los campos y pueblecitos
de abajo, gris-negro sucio cuando la lava solidificada fue apoderándose del
terreno, blanco y negro cuando la nieve comenzó, al principio muy tímidamente,
a subrayar quebradas y ribazos, blanco deslumbrador cuando al fin triunfó el
hielo y la luz… Pero también llevaba conmigo toda una serie de lecturas
recientes, preparatorias del viaje, ayudado con eficacia por el excelente ensayito
de Arcaz Pozo,1 que no me costó mucho complementar con escritores, pintores y
músicos barrocos, neoclásicos, románticos y aún más modernos. Soy, como ya
se ve, un viajero a la antigua, y mis travesías duran mucho más tiempo que el
viaje físico (iba a decir el viaje real, pero no lo escribo, porque para mí tan
reales son los preparativos y el viaje en sí como el saboreo a posteriori). Les
invito ahora a compartir éste conmigo.
Una de las más bellas y más antiguas entre las españolas, escrita en gallego-
portugués, es la de la Cantiga 307, “Como Santa Maria tolleu ũa gran
tempestade de fogo en terra de Çeçilla” (Cómo Santa María calmó una gran
tempestad de fuego en tierras de Sicilia), cuyo estribillo reza “Toller pod’ a
Madre de Nostro Sennor / toda tempestade, se ll’ en prazer for” (Calmar puede
la madre de nuestro Señor / toda tempestad, si le place), cantiga que comienza,
como nosotros ahora, describiendo el paisaje del milagro:
1 ARCAZ POZO, Juan Luis: «La imagen poética del Etna: De las fuentes clásicas a la lírica
española del siglo XVI», en Cuadernos de Filología Clásica. Estudios latinos, 6 (1994), pp. 195-
206. También repasé con el mismo placer de siempre a DE COSSÍO, José María: Fábulas
mitológicas en España (1952), que releo en la reedición de Istmo, Madrid, 1998, dos tomos.
Mongibel o Mongibelo es otro nombre del Etna, como es bien sabido, y parece
que etimológicamente significa tierra o monte de gigantes: luego veremos la
causa, y la aprovecharemos. Pero lo que ahora me interesa de esta cantiga es
otro asunto; como siempre, Santa María estaba muy bien dispuesta al milagro,
pero con una condición no habitual. Este es el relato: Tras cuarenta días de
fuegos volcánicos y truenos, la Virgen se apareció a un buen siciliano y le dijo
que si querían que les aliviara de este mal,
Ya tenemos el cuarto elemento que nos faltaba: junto al aire, la tierra, y el agua
helada, el fuego.4 Y uno más precioso aún para nosotros: el canto, la música.
Como luego veremos y oiremos, la música en estas laderas era algo usual, tenía
muy ilustres precedentes. Pero aún deben aparecer más “elementos”, pues,
además de un hecho geográfico, el Etna-Mongibelo es un hecho mítico, y estaba
habitado por seres mitológicos: monte de gigantes. Y algunos, con un solo ojo.
Hijos de Gea, la Tierra, los gigantes se rebelaron contra los dioses, y perdieron
2 Cantigas de Santa María (cantigas 21 a 427), III, edición de Walter Mettmann, Castalia
(Clásicos Castalia, 178), Madrid, 1989, pp. 110-112. Traduzco a vuela pluma sin ninguna
pretensión: “Sicilia es una isla en el mar / rica y deleitosa, como oí contar, … / / en esta tierra un
gran monte hay / que ven desde lejos los que van allá / que Mongibel llaman, y de fuegos da /
llamas a veces, donde tienen gran pavor. / Calmar puede la Madre de Dios…”
3 Id., id.: “Que me dediquen una cantiga / como a mí me conviene, bien hecha en loor mío. … //
Y siguiendo las palabras le compuso la música, / y después cantó con gran devoción; / y la
tempestad entonces se alejó / y la gente del lugar perdió el temor. / Calmar puede la Madre de
Dios…”
4 Vid. GUZMÁN ARIAS, Carmen: «Los fuegos del Etna», en Cuadernos de Filología Clásica.
Estudios latinos, 23/1 (2003), pp. 45-61. Estudia los textos romanos sobre la actividad volcánica
del Etna y sus consecuencias mitológicas: Lucrecio, VI, 639-702; el problemático poema Aetna;
Virgilio, Eneida, III, 570-587; Ovidio, Metamorfosis, XV, 340-355.
su lucha con los titanes: la gigantomaquia; como castigo, fueron arrojados a las
entrañas del volcán.
La sonora armonía
suspende atento al inmortal Senado;
i el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparava al canto consagrado.
Halagava el sonido
al alto i bravo mar i airado viento
su furor encogido,
i con divino aliento
las Musas consonavan a su intento.
Cantava la Vitoria
del cielo, i el horror y l’aspereza
que les dio mayor gloria,
temiendo la crueza
de la Titania estirpe i su bruteza..5
5HERRERA, Fernando de: Poesías. Edición de Victoriano Roncero López, Castalia (Biblioteca
Clásica Castalia, 5), Madrid, 2001, pp. 672-673.
…
Si, peña de nieve fiera,
aquella a mi amor rigores,
y ésta a mi rigor amores
rinde, Mongibel de cera,
que dé a la salada esfera
a ser de los peces cebo
quien me aborrece, no es nuevo,
ni agravios injustos hago
si a una lo que debo pago
y a otra lo que pago debo.8
Y ahora resume Quevedo –vuelvo al poema que citaba–, también con el Etna de
trasfondo:
parece que la nieve arde el invierno
o que nievan las llamas del infierno.9
Con mucha más efusión había jugado Quevedo con este concepto en dos de sus
sonetos amorosos. En el titulado “Compara con el Etna las propiedades de su
amor”, se sitúa ante el sepulcro de la amada y exclama en los tercetos,
comparándose a él mismo con el monte volcánico y con el gigante en él
sepultado:
Y en el menos fúnebre titulado “Admírase de que Flora, siendo toda fuego y luz,
sea toda yelo”, exclama, también en los tercetos, devolviendo la comparación a
una mujer:
8 PORRAS, Diego de: Rimas varias, Antequera, 1639, ff. 78-79. Ha perseguido esta idea con
tenaz y bella contumacia don Antonio Alatorre: «Un tema fecundo: Las ‘encontradas
correspondencias’», en NRFH, LI (2003), pp. 81-146. Se lee también con placer el trabajo de
LARA GARRIDO, José: “Amado y aborrecido: trayectoria de un dubbio poético”, en An. Mal., 3,
(1980/1), pp. 113-148, y 7 (1984/1), pp. 139-140.
9 QUEVEDO, Francisco de: Obra poética, edición de José Manuel Blecua, Castalia (Biblioteca
10 Id., id., poemas nº 293, pp. 487-488, y 328, pp. 507-508. Se lee con gran placer a JIMÉNEZ
CALVENTE, Teresa y GÓMEZ MORENO, Ángel: «Comentario al soneto quevedesco ‘Admírase
de que Flora, siendo toda fuego y luz, sea toda hielo’ (con una nota sobre la antigua Escitia) », en
La Perinola, 6 (2002), pp. 137-150.
11 GUERRERO CABRERA, Manuel: «Los sonetos sacros de Góngora: una aproximación», en
Epístolas VIII y X de la primera parte. También Quevedo, quien en su Soneto 145 «Contra Luis
de Góngora y su poesía” le había llamado “Este cíclope, no sicilïano”… Pero no adelantemos
cosas.
13 CORREA, Pedro: «Visión de la naturaleza y de la mitología en El príncipe viñador de L. Vélez
Tal vez el “Etna” teatral hispánico más ilustre es el del monólogo de Segismundo
de La vida es sueño, de Calderón, en el que el desdichado prisionero, tras
preguntarse qué delito cometió naciendo, y compararse en desventaja con el
ave, el bruto, el pez y el arrollo (inevitable la alusión cantarina: “cuando músico
celebra / de los cielos la piedad”), exclama en la séptima y última estrofa:
El volcán, este volcán para ser más precisos, llegó a ser sinónimo de uno de los
cuatro elementos, como puede detectarse en un precioso pasaje de La banda y
la flor, el monólogo de Enrique en el que resume así la cuestión: “porque
volcán, marinero, / capitán y cazador / en fuego, agua, tierra y viento / logre,
tenga, alcance y tome / mina, casa, triunfo y puerto.” Y no es un volcán
cualquiera: es “artificioso volcán, / inventado Mongibelo”.
Mientras la cultura clásica pervivió, la imagen del Etna siguió viva en las letras
españolas, y lo mismo en las otras europeas, que apenas hemos utilizado en este
trabajo: el Marqués de Sade, en La nueva Justina, por ejemplo, lo hace con
sorprendente y original erotismo; no menos erótico, aunque no tan explícito, es
La tarde de un fauno, de Mallarmé, en la que el protagonista evoca a la diosa
Venus entre las lavas ardientes del Etna y, tratando de reproducir sus
experiencias a través de la melodía de su flauta, las convierte en arte, 16 y ya se
encargaría de recordárnoslo Debussy con tanta precisión como belleza. En las
hispánicas, se refirió a nuestro volcán, símbolo esta vez de los terrores
medievales, Rubén Darío en “Santa Elena de Montenegro”: “Ladran con un
furioso celo / los canes del diablo hacia el cielo / por la boca del Mongibelo”. Y
no sólo se oyen estos ladridos, se escucha en la segunda estrofa hasta el
mismísimo Dies irae.17
Si hay un poeta que no necesitó aprender estas cosas es, sin duda, el siciliano
Salvatore Quasimodo, que lleva su isla –“Isola di Ulisse”, la llama en más de una
14 Cito por la edición de José M. Ruano de la Haza, Castalia (Biblioteca Clásica Castalia, 47),
Madrid, 2001, pp. 92-97.
15 Tragedias, I, Alianza Editorial, Madrid, 1967, pp. 337.
16 CORREA, Gustavo: «Mallarmé y Garcilaso en Cernuda. De Primeras poesías a Égloga,
completas, Fondo de Cultura Económica (Biblioteca Americana), Madrid, 1993, pp. 382-384.
O en “Di un altro Lazzaro” (De otro Lázaro), dibuja otra imagen telúrica del
volcán, ahora inequívocamente sonora:
Aunque en los últimos versos se adivina la funesta acción del más célebre
habitante de la isla (volveremos a ello más adelante), no quiero que falte en este
paisaje inventado una nueva y última pincelada española, la de la poetisa
almeriense Aurora Luque, tan “drogada” por la cultura griega (y ¿qué hay más
griego que Selinunte, Agrigento, Siracusa…?). En su poema “Del oráculo falso”,
puesto bajo el lema de una frase de la Yourcenar (“Había oído hablar de las
sorprendentes irisaciones de la aurora sobre el mar Jónico cuando se la
contempla desde la cima del Etna”), dice:
18 Ed è subito sera (Y de pronto anochece): “Islas en que he vivido / verdes sobre mares
inmóviles. // Abrasadas de algas, de fósiles marinos, / las playas donde corren encelados /
caballos de luna y de volcanes.” Cito por Poesía completa, traducción de Antonio Colinas,
Orense, Ediciones Linteo (Linteo Poesía, 6), 2004, pp. 494-495.
19 Giorno dopo giorno (Día tras día): “Desde inviernos remotos, sacude / su gong sulfúreo el
trueno sobre los valles / humeantes. Y, como en aquel tiempo, se modula / la voz de los bosques:
Ante lucem / a somno raptus, ex herba inter homines / surges. Y se precipita tu piedra / donde
la imagen del mundo titubea.” Cito por Id. id., pp. 542-543.
20 Problemas de doblaje (Ediciones Rialp, Madrid, 1990). Cito por Antonio Gallego, ed.: Aurora
Luque, Fundación Juan March (Poética y Poesía, 10), Madrid, 2006, p. 43.
21 AGUIRRE CASTRO, Mercedes: «Monstruos y mitos: Polifemo el cíclope», en Revista de
Arqueología, 214 (pp. 14-23), sólo para la iconografía antigua del Polifemo homérico.
22 Entre el centenar de óperas que desde Il ritorno d’Ulisse in patria de Claudio Monteverdi (G.
Badoaro; Venecia, 1640) hasta El viaje circular de Tomás Marco (Alicante, 2002) se ocupan de
la Odisea, apenas tres incorporan al título el nombre del cíclope: Giovanni Bononcini, Polifemo
(A. Ariosti; Berlín, T. de Litzenbourg, 1702); Nicola Porpora, Polifemo (P. Rolli; Londres,
Haymarket Th., 1735; Nápoles, c. 1742); y Francisco Corselli-Francisco Corradini-Juan Bautista
Mele, El Polifemo (P. Rolli; Madrid, Coliseo del Buen Retiro, 1748). Luego nos referiremos a un
par de asedios al cíclope tratando de estorbar los amores de Acis y Galatea, también en obras
teatrales de la primera mitad del XVIII. Son muy pocas en comparación con las que tienen a
Circe, a Telémaco o a Penélope como principal referencia.
23 He releído la escena en la edición preparada por José Luis Calvo, Editora Nacional, Madrid,
1976, pp. 174-187, y la he comparado con la versión de Carlos García Gual, Alianza Editorial,
Madrid, 2004, pp. 196-208.
Así que, cien años después de Filóxeno, el siciliano Teócrito narraba con toda
naturalidad estos amores en sus Idilios. Y en varias “versiones”. Nos interesa
ahora especialmente la del IX, “El cíclope”, en el que se intenta demostrar que,
frente a las penas amorosas, no queda más recurso que la música y el canto:
“Ninguna otra medicina, Nicias, hay contra el amor, ni ungüento, creo yo, ni
polvo alguno, sólo las Piérides”, es decir, las Musas. Y de ahí que Polifemo se
pase la vida cantando, pues ese era el único remedio a su mal de amores. Por
eso, además de ofrecer a Galatea las cosas habituales entre pastores, aunque con
más abundancia de lo normal, se precie de sus habilidades músicas, y le diga
cantando:
Teresa Molinos Tejada, Editorial Gredos (Biblioteca Clásica Gredos, 95), Madrid, 1986, pp. 125-
129.
Como sabemos, el enamoradizo Pan no le fue muy fiel a Siringe, y llegó a soplar
su flauta para otros fines amorosos, como nos cuenta el mismo Teócrito (o al
menos a él está atribuido) en uno de los escasos ejemplos helenísticos que nos
han llegado de lo que los griegos denominaron technopaígnia, los romanos
carmina figurata, o poema-figura sus editores españoles modernos: esos
caprichos líricos figurativos o juegos literarios de ingenio con los que ya se
entretenían los bucólicos helenísticos. Me refiero, claro es, al titulado La
siringa, 28 en el que el autor dibuja en sus versos dactílicos decrecientes la
forma de una flauta de Pan29:
26 Cito por la edición de Consuelo Álvarez y Rosa Mª Iglesias, Cátedra (Letras Universales, 228),
Madrid, 2004, pp. 227-228. La música como propiciadora del sueño, en este caso con resultado
trágico, tiene en el mito de Mercurio y Argos uno de sus más brillantes soportes, y en el cuadro
tardío de Velázquez, una de las cuatro fábulas que pintó para el Salón de los Espejos del Alcázar
de Madrid en 1659 (nº 1.175 del Museo del Prado), uno de sus más bellos resultados modernos.
Luego veremos un ejemplo de la colaboración de la música en un sueño mucho más reparador.
Vid. SOPEÑA IBÁÑEZ, Federico y GALLEGO GALLEGO, Antonio: La música en el Museo del
Prado, Dirección General de Bellas Artes / Patronato Nacional de Museos (Arte de España. 2),
Madrid, 1972, p. 1176.
27 VIRGILIO: Bucólicas. Geórgicas, edición de Bartolomé Ramos Segura, Alianza Editorial (El
Libro de bolsillo, 808), Madrid, 1981, pp. 27-29. Teócrito, en su Idilio VIII, “Los cantores
bucólicos”, hizo confesar a los dos pastores contendientes, Menalcas y Dafnis, que ambos poseen
una siringa de nueve notas, es decir, de nueve tubos (Bucólicos griegos, edición citada, pp. 111).
Debían ser las normales, entre siete y nueve cañas, muy lejanas en número a la enorme siringa
de Polifemo.
28 Rafael de CÓZAR: Poesía e Imagen. Formas difíciles de ingenio literario, Sevilla, Ediciones
La siringa
30 Entre los escritos en español, vid.: CARBONERO Y SOL, León María: Esfuerzos del ingenio
literario, Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1890; ZÁRATE, Armando: Antes de la
vanguardia: Historia y morfología de la experimentación visual De Teócrito a la Poesía
Concreta, Buenos Aires, Rodolfo Alonso, 1976; Id.: «Devenir y síntoma de la Poesía Concreta»,
en Revista Iberoamericana, 98-99 (Pittsbourg, 1977), pp. 117-147; d’ORS, Miguel: El caligrama,
de Simmias a Apollinaire (Historia y antología de una tradición clásica), Pamplona, Eunsa,
1977; BONET, José Manuel, «El caligrama y sus alrededores», en Poesía, 3 (1978), pp. 7-26; y
ZÁRATE, Armando: «Los textos visuales de la época alejandrina», en Dispositio, III, 9 (1978),
pp. 353-366. He estudiado un caligrama aún más moderno, y además reversible, el del poema
“Euclides” del zamorano Jesús Hilario Tundidor (Tetraedro, 1978), en «El tiempo y la materia:
Sobre un poema reversible de Pureza Canelo», en Boletín de la Real Academia de Extremadura
de las Letras y las Artes, Tomo XVI (2008), en prensa.
La siringa
Como era de rigor en este género ingenioso, la forma del poema, que dibuja la
flauta de múltiples tubos, la siringa, estaba relacionada con el instrumento que
el poeta siracusano ofrecía a Pan para que éste deleitara a su amada ninfa Eco.
De ahí que en la iconografía de Pan, y no sólo en el momento estelar de su
persecución a Siringe o a Eco, o en su contienda con Apolo (aerófonos contra
cordófonos, es decir, lo dionisíaco contra lo apolíneo), la flauta polykalamós sea
imprescindible ya desde antiguo. Pero también lo es en la iconografía del
Polifemo enamorado, tanto en la antigua como, especialmente, en la
renacentista, manierista, y barroca: Giulio Romano, en el Palacio de Té de
Mantua, Aníbal Carraci en los frescos del Palacio Farnese de Roma, Poussin en
el lienzo conservado en la Nacional Gallery de Dublín, etc., así lo demuestran
con flautas pánicas de generosas dimensiones que aluden a su condición de
pastor y de pastor enamorado.
Ovidio, que nos cuenta la historia por boca de su amada Galatea en las
Metamorfosis, nos habla de una flauta de cien cañas, nada menos: “sumptaque
harundinibus conpacta est fistula centum, / senserunt toti pastoria sibila
montes, / senserunt undae.” Es decir: “Y sonar hizo su instrumento / formado
por cien cañas; resonaron / los montes y los mares resonaron / con silbos
pastoriles.” 31 Bien es verdad que la canción amorosa del Polifemo de Ovidio, tan
deudora de Teócrito (“Más blanca, Galatea, que la alheña, / más florida que el
prado, más que aliso / alto eres alta, más que el cristal brillas, / espantadiza
31Utilizo el texto latino y la traducción de José Antonio Millán en el ensayo de WEST, David,
«La fuente ovidiana», en GÓNGORA, Luis de: Fábula de Polifemo y Galatea, edición de
Alexander A. Parker, Cátedra (Letras Hispánicas, 71), Madrid, 1983, pp. 166-167.
más que el cabritillo, / más suave que la concha que el mar pule”, etc.), ha sido
considerada como algo burlesco, paródico, y de ahí sus exageraciones retóricas.
Pero exagerado o no, el dato del centenar de cañas de la siringa quedó impreso
en la memoria de los clasicistas. Así, en poema tan distinto al de Ovidio como el
de Góngora (el cordobés sí se tomó en serio la fábula y apenas hizo bromas),
leemos en su octava XII, la última de las dedicadas a la descripción del cíclope:
cuerno, retorcido, que aumenta en anchura desde la voluta de abajo; cuerno que, cuando en
medio del mar recibe el aire, llena con su sonido los litorales que están bajo uno y otro Febo”, es
decir, de Oriente y de Occidente.
34 WILSON DE BORLAND, Margaret, «La música de Polifemo: Orfeo y lo pastoril en el poema
El poeta cordobés se fija en otro lugar de Sicilia al ubicar su fábula en los dos
primeros versos de la cuarta octava, pero inmediatamente alude al volcán, al
Etna, y a su principal lectura mitológica:
Es decir, que cerró sus ojos –dos soles– y se durmió al son de los pájaros,
quedando sólo el tercer sol, el que normalmente nos alumbra durante el día. Así
la sorprende en la octava siguiente Acis, y
Bebió, pues, un buen sorbo de agua de la fuente cantarina (el sonoro cristal),
mirando detenidamente, claro es, el cristal mudo de la bella nereida en su
espléndida desnudez, ofreciéndola algunos regalos para cuando despertara. Lo
que ocurre en la octava XXVIII, esta vez a causa del bullicio del agua:
35PARKER, Alexander A., op. cit., pp. 94 y 134: “Aunque Góngora elige el cabo Lilybaeum
(ahora Boeo), el promontorio más occidental de la isla, donde se encuentra Marsala, como sitio
para la caverna de Polifemo, su descripción del emplazamiento asocia el cabo con el volcán, a
pesar del hecho de que éste se encuentre al este de la isla.”
Quiere huir, no puede, se fija en las frutas, la leche, la miel, sabe que no son de
Polifemo, camina, encuentra a Acis que se hace el dormido, y compitiendo con
la cortesía de él, “el dulce estruendo / del lento arroyo enmudecer querría.”
(Octava XXXIV). Se acerca más, bebe el veneno amoroso, él despeja el fingido
sueño y comienza la escena de amor. Reclinados sobre una alfombra tejida por
la primavera, al arrullo de lascivas palomas “cuyos gemidos / (trompas de
amor) alteran sus oídos” (Octava XL), el joven se enardece “al ronco arrullo,
(…) al concento de las aves” y, tras pequeña resistencia, Galatea se abandona en
sus brazos: la alfombra es ya tálamo.
La ninfa, que los oye en brazos de Acis, queda “muerta de amor y de temor no
viva.” Y eso que aún no ha comenzado a cantar, lo que es descrito por el poeta
en la octava siguiente, previa ayuda de las Musas:
Y los ojos de Galatea, antes soles, ahora son estrellas. Pero la ninfa no le hace
mucho caso, dos octavas más adelante:
A comienzos del siglo XVIII, en 1708, un músico sajón que afilaba sus armas en
Italia compuso en Nápoles una cantata-serenata a 3 voces con instrumentos
para la Sermª Principessa Doña Laura. El músico se llamaba George Frideric
Händel, y la obra se titulaba Acis, Galatea e Polifemo. Como de costumbre, tras
quedarse en Inglaterra, Händel reelaboró y saqueó la obra en varias ocasiones:
en 1718 volvió a escucharse en Chandos convertida ya en masque y en inglés
con libreto de John Gay; hacia 1719-1720 la convirtió en una pastoral, Acis and
Galatea, y más tarde, en 1732, volvió a ser una serenata interpretada en el
King’s Theatre in the Hay-Market de Londres, revisada por el compositor y “con
muchas adiciones”; en 1742, por fin, el Drury Lane Theater la presentó como
una ópera inglesa, con nuevas reformas. Anoto todo esto para dejar constancia
36Estudia bien los antecedentes y consecuencias de este pasaje OSUNA, Rafael: Polifemo y el
tema de la abundancia natural en Lope de Vega y su tiempo, Edición Reichenberger, Bale,
1996.
del éxito de la fábula puesta en música, y para constatar que algunos de los
tópicos que nos han surgido en nuestro relato seguían vigentes. Así Polifemo, en
una de las versiones, exclama recitando: “Tráeme cien buenas cañas / para
hacer una buena flauta que sólo yo pueda tocar / y expresar así con dulces
sonidos / la belleza de la dulce Galatea, mi amor.” Y Galatea, en su aria final, se
dirige a Acis ya convertido en río: “Heart, the seat of soft delight” (Corazón,
fuente de dulces delicias, / sé ahora un límpido manantial, / que tu sangre no
sea ya púrpura, / deslízate como un arroyo cristalino. / Roca, abre tu seno. / ¡La
fuente parlotea, corre! / Se alegra de bajar a la llanura / murmurando sin
descanso su delicado amor”.
37GONZÁLEZ MARÍN, Luis Antonio: Acis y Galatea, zarzuela en dos jornadas, ICCMU,
Madrid, 2004, prólogo a la edición, con abundante bibliografía.
En la pintura que de este asunto hizo Filóstrato en sus Imágenes 11ª y 18ª, la
situación es también muy plácida: Polifemo, enamorado de Galatea, la
contempla desde la ladera del monte, y aunque su caramillo está ocioso bajo su
brazo, tiene una canción en los labios que pondera su blancura, timidez,
dulzura; le dirá que ha recogido oseznos y cervatillos para que jueguen con ella…
La ninfa juguetea en el mar en calma, conduciendo una cuadriga de delfines
bien amaestrados. Las hijas de Tritón, servidoras suyas, vigilan a los animales
para que no se desmanden. Sobre la cabeza de Galatea ondea un manto de
púrpura marina, que le da sombra y al tiempo sirve de vela a su carro… 39 ¡Qué
lejos de lo monstruoso, qué placidez, qué ternura!…
Seguiré mi camino
por las hoscas pendientes de esta isla;
canturreando en la orilla, y en la arena
a la cruel Galatea suplicando;
y a la dulce esperanza de lograrla
nunca renunciaré
salvo que, viejo ya, la muerte vea. 41
No son sólo ensoñaciones juveniles. Entre los poemas más políticos de Il falso e
vero verde (El falso y verdadero verde), en el dedicado a los siete campesinos
emilianos habla a los hermanos Cervi de su Sicilia natal con inusitada
emotividad:
41 No creo que a nadie le interese la fidelidad de mi versión, pero anoto por si acaso la edición de
la que partí: HESIODO: La Teogonía. El escudo de Heracles. Los trabajos y los días.- BIÓN:
Idilios. MOSCO: Idilios.- Himnos órficos. Traducción nueva del griego por Leconte de Lisle.
Versión española de Germán Gómez de Mata. Editorial Prometeo, Valencia, s. a., p. 117.
42 “Recuerdo todavía que al fondo de los cirros cavernosos / era la luna un antro de rubíes, /
una fragua encendida en la noche; / viendo la ola romper contra los Cíclopes // parecías el
Único. Y soñé con sirenas / a lo largo de tus escolleras, oh mar Jonio,” (…). Cito por Poesía
completa, edición ya mencionada, pp. 206-209.
43 “Ai fratelli Cervi, alla loro Italia” (A los hermanos Cervi, a su Italia): “Aquí llora Polifemo en la
noche dulcísimo / aún con su ojo reventado por el navegante / de una lejana isla. Y el ramo de
olivo arde siempre. Cito por Poesía completa, obra ya citada, pp. 616-617.
Los viejos datos mitológicos son ya, como vemos, parte del dolor interno del
poeta de Modica, el mejor guía para recorrer los viejos caminos sicilianos y sus
mitologías. Pero no es el único en apiadarse del viejo monstruo enamoradizo, ni
de sus víctimas. Esta nueva vertiente de la vieja fábula puede haber sido
expresada de manera más sutil por una mujer, una Galatea compasiva,
madrileña por más señas. Se trata de Amalia Bautista, quien remata su primer
libro de esta sorprendente manera:
Galatea
44“Si en la memoria arde el ancla de Ulises… / Si aquí, en la orilla del mar de Acis, entre barcas /
con el ojo negro en la proa contra la mala / suerte, yo pudiese de la nada del aire, / aquí, de la
nada que chirría de golpe y engancha / como el arpón del pez espada, // de la nada de las manos
que se transforman / como Acis, formar viva de la nada / una hormiga y empujarla al cono / de
arena de su laberinto (…). Es un poema de La terra impareggiabile (La tierra incomparable).
Cito por Poesía completa, obra mencionada, pp. 686-687.
Vieja historia, dirán algunos. ¿Vieja fábula? Si aún no conocen las laderas del
Etna, queridos lectores, no se preocupen: allí, y también en muchos libros,
músicas, pinturas, grabados y alguna que otra escultura, están esperándoles
mitos antiguos, los que apresaron para siempre algunas de las preguntas más
intensas de nuestro humano existir insinuando respuestas que, a algunos, aún
nos convencen y nos consuelan.
45BAUTISTA, Amalia, Cárcel de amor, Renacimiento, Sevilla, 1988, pp. 40-51. Cito también
por Tres deseos [Poesía reunida], Renacimiento (serie Antologías, 16), Sevilla, 2006, pp. 62-63.