Copia de Los Valores
Copia de Los Valores
Copia de Los Valores
CAPÍTULO II
1
“El término valor fue primero utilizado por la economía política que estudia el valor de uso y de cambio
de las cosas. Antes de H. Lotze la filosofía habló de valores solo ocasionalmente; él hizo del valor un
contenido fundamental del filosofar”. W. Brugger. Diccionario de Filosofía, Ed. Herder, Barcelona,
2005, p.555.
-Para el filósofo alemán R.H. Lotze “los valores pertenecen a una región independiente, no son cosas, no
pertenecen a la realidad, sino a un mundo aparte y autónomo. (…), los valores no son, sino que valen”.
G. Escobar. Ética, 4ta. Edc., Ed. McGraw-Hil Interamericana, 2000, p. 75.
-La disciplina que estudia los valores es la axiología, término compuesto por las palabras griegas axios,
valor y logos, estudio o tratado. Cf. ibid., p. 74.
- Para Adolfo Sánchez, los rasgos esenciales en lo que sintetiza una definición de valor son cuatro:
1) “No existen valores en sí, como entes ideales o irreales, sino objetos reales (o bienes) que poseen
valor.
2) Puesto que los valores no constituyen un mundo de objetos que exista independientemente del
mundo de los objetos reales, sólo se dan en la realidad --natural y humana-- como propiedades
valiosas de los objetos de esta realidad.
3) Los valores requieren, por consiguiente --como condición necesaria--, la existencia de ciertas
propiedades reales --naturales o físicas-- que constituyen el soporte necesario de las propiedades
que consideramos valiosas.
4) Las propiedades reales que sustentan el valor, y sin las cuales no se daría éste, sólo son valiosas
potencialmente. Para actualizarse y convertirse en propiedades valiosas efectivas, es
indispensable que el objeto se encuentre en relación con el hombre social, con sus intereses o
necesidades. De este modo, lo que vale potencialmente, adquiere un valor efectivo. Así pues, el
valor no lo poseen los objetos de por sí, sino que éstos lo adquieren gracias a su relación con el
hombre como ser social. Pero los objetos, a su vez, solo pueden ser valiosos cuando están
dotados efectivamente de ciertas propiedades objetivas”. A. Sánchez. Ética, Ed. Grijalbo,
México, 2004, p. 118.
2
G. Remolina. La Formación en Valores. Bogotá, 2005, p. 2. Citado en
http://www3.ucn.cl/ofec/valores.pdf 09/10/2012.
Los valores, apunta Adela Cortina 3, “son un ingrediente indispensable de la vida
humana; inseparable de nuestro ser persona”4. Realmente, son inseparables los valores
de las personas, puesto que ellos forman parte de la propia vida, nos ayudan a
realizarnos y dan sentido a nuestra propia existencia. No podemos concebir una vida
humana sin valores, pues carecería de sentido y todo se volvería un absurdo. Los
valores son los que hacen que nuestra vida sea plena, puesto que ellos fundan la base
para nuestra relación y convivencia con los demás seres humanos. Dadas las
consideraciones anteriores, resulta oportuno el señalamiento que hace Joseph Gevaert al
afirmar:
Los valores no existen sin el hombre que con ellos está en disposición de dar un
significado a la propia existencia. El centro o el «lugar» de los valores es el hombre
concreto que existe con los demás en el mundo para realizar su propia existencia. Las
cosas adquieren valor en la medida en que se insertan en ese proceso de humanización
del hombre5.
Según se ha citado puede inferirse que hay una relación muy estrecha entre los valores
y el hombre. Esto así, pues la existencia de los valores está fundamentalmente unida a la
del hombre no como algo agregado, sino más bien como un dato objetivo que no se
puede rehusar y con el que tiene que realizar necesariamente su existencia. Por ello,
nuestro filósofo Dietrich von Hildebrand dirá en este mismo sentido que:
El dato del valor se presupone en toda parte. (…) Cuando elogiamos a un hombre como
justo o como digno de confianza; cuando intentamos persuadir a alguien de que la
3
Adela Cortina Orts. Filósofa española, nacida en Valencia. Tras cursar Filosofía y Letras en la
universidad de Valencia, ingresa en 1969 en el departamento de Metafísica, defiende su tesis doctoral
(1976) sobre Dios en la filosofía trascendental kantiana (publicada en 1981), y enseña durante un tiempo
en Institutos de Enseñanza Media. Una beca de investigación le permite frecuentar la universidad de
Munich, donde entra en contacto con el racionalismo crítico, el pragmatismo y la ética marxista y, más en
concreto, con la filosofía de J. Habermas y K. O. Apel. Al reintegrarse a la actividad académica en
España, orienta definitivamente sus intereses de investigación hacia la ética; en 1981 ingresa en el
departamento de filosofía práctica de la universidad de Valencia (Departamento de Ética y Sociología) y,
en 1988, obtiene la cátedra de Filosofía del Derecho, Moral y Política de la misma universidad. Los temas
prácticos de filosofía moral relativos a la economía, la empresa, la discriminación de la mujer, la guerra,
la ecología, la genética, etc., son ámbitos igualmente cultivados por la autora en obras, artículos o
conferencias que ha escrito y disertado internacionalmente. Ente su abundante producción, cabe citar
Ética mínima. Introducción a la filosofía práctica (1986), Alianza y contrato. Política, ética y religión
(2001) o Las raíces éticas de la democracia (2010). J. Cortés y A. Martínez. Diccionario de filosofía en
CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.
4
A. Cortina. La Educación y los Valores, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, p. 17.
5
J. Gevaert, op. cit, p. 189.
ciencia es importante; cuando al leer un poema descubrimos su belleza; cuando
celebramos la potencia y sublimidad de una sinfonía; cuando nos regocijamos en
primavera con el florecer de los árboles; cuando nos conmovemos por la generosidad
de otra persona; cuando procuramos la libertad; cuando nuestra conciencia nos prohíbe
medrar injuriando a otro. (…) Siempre que deliberemos sobre una acción desde el punto
de vista moral presuponemos el dato del valor, de algo importante en sí mismo 6.
Con esta descripción, Hildebrand nos adentra más hondamente en esa realidad del
valor, cualidad que está en todo nuestro actuar, en todo cuanto hacemos en nuestro
diario vivir. No podemos prescindir de este dato del valor que está tan ligado a nosotros,
ya que no es posible omitirlo aunque queramos. Es una cualidad que tiene importancia,
un concepto clave de la axiología de Hildebrand que más adelante veremos. Por esto,
nos mueve a actuar en consecuencia de ese algo importante, ya que si no lo fuera no
tendríamos por qué suponer el valor en todo lo que hacemos. Más aun, los valores se
imponen a nosotros por su grado de importancia, por el bien que nos producen. Adolfo
Sánchez, nos dice que “cuando hablamos de valores tenemos presente la utilidad, la
bondad, la belleza, la justicia, etc., así como los polos negativos correspondientes:
inutilidad, maldad, fealdad, injusticia”7.
Según Adela Cortina, “un valor no es un objeto, no es una cosa, no es una persona, sino
que están en la cosa (un hermoso paisaje), en la persona (una persona solidaria), en una
sociedad (una sociedad respetuosa), en un sistema (un sistema económico justo)…”8.
En esta indicación hecha por Cortina vemos claramente que el valor está en la cosa,
una cualidad que reviste de importancia a un objeto (cosa) que nosotros encontramos en
nuestro mundo circundante. Por consiguiente, Cortina volverá a reiterar que “los valores
son cualidades que califican a determinadas personas, acciones, situaciones, sistemas,
sociedades y cosas. Por eso, los expresamos las más de las veces mediante adjetivos
calificativos”9. Esta nueva aclaración que la autora española pone de manifiesto hace
ver de manera más precisa que los valores son cualidades, que están en una persona o
cosa. Ahora bien, en cuanto cualidades son también independientes de las cosas y de las
personas que lo posean, por su carácter absoluto.
6
D. von Hildebrand. Ética Cristiana, Ed. Herder, Barcelona, 1962, p. 103.
7
A. Sánchez, op. cit., p. 114.
8
A. Cortina, op. cit., p. 31.
9
Ibidem.
Muy afín es la visión del filósofo argentino Risieri Frondizi 10, con la que Adela
Cortina propone respecto a los valores como cualidades que califican a las cosas, quien
revela: “los valores no existen por sí mismos, sino que descansan en un depositario o sostén
que, por lo general, es de un orden corporal. Así, la belleza, por ejemplo, no existe por sí sola
flotando en el aire, sino que está incorporada a algún objeto físico: una tela, una piedra, un
cuerpo humano, etc.”11
Tal como se ha visto, los valores están expresamente en las cosas como realidades
concretas puesto que necesitan encarnarse en algo, en un depositario como bien dice
Frondizi, porque no pueden existir separados de las cosas, personas, acciones. Por el
contrario, si no existen entidades en quienes esos valores puedan hacerse presentes no
podríamos predicar nada acerca de ellos. De igual forma, dirá Joseph Gevaert: “los
valores están en las cosas en cierto modo como «etiqueta» o «indicaciones de uso», que
todos pueden fácilmente reconocer”12.
Los valores, en tanto cualidades independientes, no varían con la cosas. Así como el
color azul no se torna rojo cuando se pinta de rojo un objeto azul, tampoco los valores
resultan afectados por los cambios que puedan sufrir sus depositarios. La traición de mi
amigo, por ejemplo, no altera en nada el valor de la amistad. La independencia de los
10
Risieri Frondizi (1910-1983), filósofo argentino, profesor en las universidades de Tucumán y Buenos
Aires. Gran conocedor de la filosofía anglosajona, divulga con su obra los presupuestos del empirismo
inglés; el yo no es una sustancia, sino una «estructura funcional», y la tendencia a concebir los objetos
como estructuras y funciones le lleva a la consideración de los valores , con los que las cosas están
siempre en relación, como función de una situación concreta. De este historicismo surge, por lo demás, un
cierto relativismo ético. Sus obras más conocidas son El punto de partida del filosofar (1945), Sustancia y
función en el problema del yo (1952) y la conocidísima ¿Qué son los valores? (1958). J. Cortés. y A.
Martínez. Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial Herder S.A.,
Barcelona.
11
R. Frondizi. ¿Qué son los valores? Introducción a la Axiología, 3ra. Edc., Ed. Breviario del Fondo de
Cultura Económica, México, 1966, p. 10.
12
J. Gevaert, op. cit., p. 192.
valores implica su inmutabilidad; los valores no cambian. Son, además, absolutos; no
están condicionados por ningún hecho, (…) Solo nuestro conocimiento de los valores es
relativo; no los valores mismos13.
Frente al señalamiento que nos hace Scheler notamos que a pesar de estar los valores
ligados a las personas y a las cosas son también independientes de estas. Esto así, puesto
que los valores son absolutos; es decir, no sufren cambios, son siempre los mismos.
Para Max Scheler, como fenomenólogo, “los valores son cualidades auténticas y
verdaderas a priori14 independientes de los bienes en los que ellos se hallan presentes” 15.
El hecho de que un amigo me traicione, como ejemplifica el propio Scheler, no altera el
valor de la amistad, porque es independiente la amistad como valor en sí misma,
respecto a quien la posee. Vemos radicado aquí el carácter absoluto de los valores 16 por
el que simpatiza Scheler, declarando la autonomía del valor frente a cualquier mera
relativización que un sujeto cualquiera haga de este.
Lo que ambos autores quieren sacar en claro es que los valores forman un mundo
irreductible, pues tienen independencia, es decir, existen por sí mismos, tienen ser, son.
En igual forma, nos volverá a decir Adela Cortina que “los valores valen realmente, por
eso nos atraen y nos complacen, no son una pura creación subjetiva” 18. El hecho de su
13
R. Frondizi, op. cit., p. 77.
14
El término -a priori- fundamental en el pensamiento ético de Scheler, designa “aquellas unidades
significativas e ideales a la vez que las proposiciones que llegan a ser dadas por sí mismas, en virtud del
contenido de una intuición inmediata; al margen de la posición de quienes las piensen y de su real
configuración natural”. S. Vergés. El Hombre, su Valor en Max Scheler, Ed. Promociones y
Publicaciones Universitarias, Barcelona, 1993, p. 30.
15
Ibid., p. 29.
16
Los valores dentro del sistema scheleriano se asientan sobre dos columnas fundamentales: la
objetividad y el hombre susceptible de ser afectado por ellos. El hombre es el principal agente de los
valores; sin la presencia de éste, ellos carecen de sentido, al ser ignorados. El hombre es el artífice, no
porque vaya a proyectar desde su subjetividad los valores, sino porque tiene una capacidad receptiva de
los mismos. Los valores cobran relieve cuando son puestos al descubierto por el hombre. Cf. ibid., p. 34-
36.
17
D. von Hildebrand, op. cit., pp. 116-17.
18
A. Cortina, op. cit., p. 27.
carácter absoluto y trascendente nos indica que los valores valen siempre y en todas
partes, ya que expresan un orden humano que permanece sin variar a través de todos los
cambios de la historia19. Este carácter absoluto del que gozan los valores es lo que hace
de ellos cualidades “sui generis”; por tanto, los valores valen y son. Es aquí donde
encontramos su verdadera importancia, su esencia propia y de no ser así no tendría
sentido hablar de valores. Por eso, en su definición más precisa y clara de los valores
nos indicará Hildebrand que: “El valor encarna lo verdadero, lo válido, lo objetivamente
importante”20.
Tal como se observa, si los valores encarnan lo que es verdadero, válido e importante
no quedan reducidos a las relaciones que tienen con el sujeto que lo posea o que lo
encarne por la sencilla razón de su propio ser. Es evidente, que los valores se hallan en
relación con las personas y las cosas; es una condición que no podemos negar, pero su
propio ser está en su carácter objetivo e independiente, y sería un error afirmar que los
valores dependen de las persona que lo poseen, puesto que al hacerlo le quitamos su
carácter independiente, objetivo y verdadero.
La tesis subjetivista parte del hecho mismo de la valoración que da el hombre a las
cosas. Para un subjetivista si no hubiera ningún hombre que apreciara la pintura, como
citamos en el ejemplo de arriba, esta no tendría ningún valor. Pero la respuesta
objetivista sería que el hombre no puede valorar la pintura si esta no existe. Risieri
Frondizi dirá en este contexto polémico de ambas corriente de pensamiento que: “para
el subjetivismo (…) el valor no puede ser ajeno a la valoración. En cambio, para el
19
J. Gevaert, op. cit., p. 199.
20
D. von Hildebrand, op. cit., pp. 78-79.
21
Graciela Brunet Nació en Argentina, profesora adjunta en Universidad Nacional de Rosario. Profesora
Adjunta en Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Ha publicado y
ha escrito bastante sobre ética.
22
Cf. G. Brunet. Ética para Todos, Ed. Edere, Mexico, 2001, p. 137
objetivismo (…) es indispensable distinguir la valoración del valor. Y el valor es
anterior a la valoración. Porque si no hubiera valores, ¿qué habríamos de valorar?23
Los valores son creaciones humanas, tienen razón de ser solamente para un sujeto.
vemos aquí radicado nuevamente este carácter relacional que tienen los valores con los
seres humanos, pues su existencia se hace concreta en la medida en que el hombre los
encarna y los incorpora en su ambiente social, donde tiene que vivir su existencia, como
parte de un conglomerado. Por ende, ni el objetivismo 26 ni el subjetivismo logran
23
R. Frondizi, op. cit., p. 19.
24
Adolfo Sánchez nació en Algeciras (provincia de Cádiz), aunque desde niño vivió en Málaga. En su
juventud militó en las Juventudes Socialistas Unificadas. Tras estudiar Filosofía en la Universidad de
Madrid, emigró a México en 1939 junto a otros miles de intelectuales, científicos y artistas, tras la caída
de la Segunda República Española, durante la Guerra Civil. Obtuvo un doctorado en Filosofía por la
Universidad Nacional Autónoma de México, donde impartió clases como profesor emérito. Fue
presidente de la Asociación Filosófica de México y miembro del Consejo Consultivo de Ciencias de la
Presidencia de la República. Adoptó una versión abierta, renovadora, crítica y no dogmática del
marxismo. Con respecto a la ética, se opuso al normativismo. Murió el 8 de julio de 2011 en la Ciudad de
México.
25
A. Sanchez, op. cit., p. 123.
26
La tesis del subjetivismo, por tanto, traslada el valor del objeto al sujeto, y lo hace depender del modo
como soy afectado por la presencia del objeto. Esto es bello, por ejemplo, en cuanto que me afecta en
cierta forma, al suscitarse en mí una reacción placentera desinteresada. La tesis subjetivista tiene razón al
sostener que o hay objetos valiosos de por sí mismo, al margen de toda relación con un sujeto y, más
propiamente, con un sujeto valorizante. En cambio, tal es la tesis que rechaza el objetivismo axiológico
explicar, para Adolfo Sánchez esta parte fundamental y profunda de los valores, puesto
que ambas tendencias miran o enfatizan un aspecto e ignoran otros.
Precisando una vez más, lo que se puede sacar en claro de esta mirada intermedia que
matiza Frondizi es que el valor surge de esa relación entre un sujeto que valora las
propiedades que se hallan en un objeto. Dicho de otra de otra manera, tanto el
subjetivismo como el objetivismo tienen razón, en parte, en lo que postulan referente al
mundo de los valores. No pueden existir valores si no hay quienes puedan encarnarlos y
apropiárselos. Esta postura de Frondizi, en definitiva, busca el equilibrio entre ambas
corrientes de pensamiento, sin tener que llegar a extremismos desfavorables.
al afirmar: hay objetos valiosos en sí (es decir, al margen del sujeto). Para el objetivismo axiológico, lo
bello y lo bueno existen idealmente, como entidades supra-empíricas, intemporales, inmutables y
absolutas que existen en sí y por sí, independientemente de cómo se plasmen en las cosas empíricas,
temporales, mudadizas y relativas e independiente también de la relación que el hombre pueda mantener
con ellas conociéndolas o intuyéndolas.
Cf. ibid., pp. 119-120.
27
R. Frondizi, y J. Gracia. El hombre y los Valores en la Filosofía Latinoamericana del Siglo XX, Ed.
Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1975, p. 287.
28
Según Scheler, los valores se nos revelan en el percibir sentimental, el preferir, amar, odiar. Captamos
los valores por medio de las vivencias emocionales del percibir sentimental. Asimismo, para Scheler la
vida emocional -el percibir sentimental- es irreductible al intelecto o cualquier otra forma anímica y
tiene, al mismo tiempo, carácter intencional. El hecho de que la esencia de los valores se nos revele en la
intuición emocional y no en la intuición intelectual, pone de manifiesto un carácter fundamental que les
impide su reducción al mundo de los objetos ideales. Cf. R. Frondizi. ¿Qué son los valores?, op. cit., pp.
83-86.
De lo propuesto por Hildebrand, esclareceremos cómo se produce este conocimiento
de los valores desde su acepción fenomenológica. Siguiendo, como dijimos, a
Hildebrand los valores se nos dan en un aprehender cognoscitivo de índole intuitiva y es
en este aprehender cognoscitivo “en que se nos dan los valores objetivos portados por
las cosas, los estados de cosas y las personas, de modo análogo a como en el ver se nos
dan los colores, en el oír, sonidos…”29.
Tan distinto de un mero conocer o saber que algo es valioso, es el ver el valor como el
sentirlo. Podemos acceder al valor viéndolo, ya que puede dársenos en el ver el valor
mismo. Pero vivirlo realmente lo hacemos sólo con el sentir. Aquí, éste se presenta en
una relación directa con la persona completamente nueva31.
Un ejemplo abordado por Hildebrand explica esta clara distinción del ver y sentir el
valor. Comparemos la comprensión que tiene un santo de los valores morales y una
persona lúcida y abierta para los valores morales, pero no santa. En ambos casos se
presenta un claro captar el valor, tan claro que puede fundarse en él un conocimiento
evidente. Pero el sentir el valor del santo va en una dirección muy diferente que el de la
persona abierta a estos, puesto que el santo está familiarizado con ellos, los ha
encarnado y esto hace que su captación sea más profunda que la de la otra persona no
santa que solo ve el valor, pero no lo siente en toda su profundidad y comprensión32.
29
D. von Hildebrand. Moralidad y Conocimiento Ético de los Valores, Ed. Cristiandad, Madrid, 2005, p.
25.
30
Ibid., p. 27.
31
Ibid., p. 28.
32
Cf. ibid., pp. 30-31.
Por otra parte, Hildebrand, al igual que Scheler, señala que existe un orden jerárquico
entre los valores33. Dicho orden está dividido en dos “familias” o “dominios” de valores:
los ontológicos y los cualitativos. Además, los valores cualitativos se dividen a su vez
en diferentes “dominios de valor” como los morales, los intelectuales, los estéticos. Los
valores ontológicos como el valor de la persona, su dignidad son superiores a los
valores morales. Los valores morales como la justicia, la bondad son superiores a los
intelectuales; en cambio, los intelectuales como el entendimiento, la brillantez
intelectual son superiores a los estéticos que poseen el valor de lo bello como la
grandiosidad o majestuosidad de una obra arte. Cada uno de estos dominios de valores
posee su contenido básico propio, lo cual hace posible su comprensión jerárquica. Otra
nota importante que también señala es la polaridad, que se da especialmente en los
valores morales; es decir, que el valor moral de la justicia tiene como desvalor la
injusticia; la bondad, la maldad; el amor, el odio34.
Los valores ontológicos y los valores cualitativos, que antes mencionamos como los
dos grandes bloques en lo que Hildebrand divide el reino de los valores, constituyen
para nuestro autor una manera muy particular de clasificación de estos. A partir de esta
división Hildebrand, establece una gradación jerárquica que nos permite hablar de un
valor superior y de otro inferior; así también, de un bien superior e inferior de acuerdo a
33
La tabla de ordenación jerárquica de los valores que propone Scheler va de los valores más bajos a los
más altos y es la siguiente, según Graciela Brunet:
1. “Los valores de lo agradable y desagradable: el placer y el dolor sensibles.
2. Los valores vitales: lo noble y lo vulgar, el bienestar y el malestar, la salud y la enfermedad.
3. Los valores espirituales, que abarcan los siguientes órdenes:
Valores estéticos: lo bello y lo feo.
Valores jurídicos: lo justo e injusto
Valores teóricos: del puro conocimiento de la verdad: la verdad y la falsedad.
4. Valores religiosos: lo santo y lo profano.
Los criterios que permiten hacer dicha jerarquía axiológica son cinco:
a) Durabilidad: los valores inferiores son los más efímeros.
b) Divisibilidad: cuanto menos divisible, tanto más elevado es un valor.
c) Fundación: es más elevado el valor más fundante (el que es capaz de fundamentar a otro).
d) Profundidad en la satisfacción: un valor más elevado proporciona mayor satisfacción.
e) Relatividad: el valor más alto es el menos relativo”. G. Brunet, op. cit. pp. 142-143.
34
Cf. S. Sánchez, cp. cit., pp. 44-45.
Para ver más ampliamente estos 5 criterios que fundan la jerarquía axiológica scheleriana ver:
-M. Scheler. Ética. Nuevo Ensayo de Fundamentación de un Personalismo Ético, Ed. Caparrós, Madrid,
2001, pp. 155-164.
-H. Delfor. Max Scheler. Un Estudio Sobre el Concepto de “Espíritu” en el “Formalismus” de Max
Scheler, Ed. Itinerarium, Buenos Aires, pp. 173-177.
sus respectivos valores. Por lo tanto, los valores ontológicos, como valor de una
persona, son jerárquicamente superiores a todos los diferentes dominios o familias de
valores cualitativos que agrupa: los valores morales, los intelectuales y estéticos.
También, Hildebrand sostiene que los valores cualitativos difieren entre ellos por su
contenido e importancia, haciendo posible una nueva jerarquía entre estos. Por ello, se
verá en referencia a esta nueva clasificación que los valores morales son superiores a los
intelectuales, y éstos superiores a los estéticos35.
Ante la situación planteada, es importante las diferencias que distinguen a los valores
ontológicos (como el valor de un ser vivo, un ser humano) y los tipos de valores
cualitativos. Para examinar estas diferencias, Hildebrand toma los valores morales como
los típicos representantes de los cualitativos.
Hasta ahora estas dos primeras diferencias que hemos visto nos van introduciendo en
la comprensión propia de la axiología de Hildebrand, la cual se presenta muy inteligible
y lógica. Además, notamos en este contexto el carácter personalista que posee la ética
que desarrolla, por el importante papel que en ella representa la persona humana, como
el lugar y el centro de los valores38.
En tercer lugar, otra gran diferencia estriba en que el valor moral, por un lado, y el
valor ontológico, por otro, son un reflejo de Dios. Los valores morales manifiestan a
Dios de una manera específica y son un reflejo inmediato de su infinita bondad. Porque
Dios es la bondad, la verdad, la justicia, el amor y toda bondad moral de un ser humano
entraña algún elemento de esta similitudo Dei39. Sin embargo, “el valor ontológico de la
persona humana refleja a Dios no de un modo tan directo como en el caso de los
morales. En este sentido, el valor ontológico es imago Dei, lo cual quiere decir, que en
la medida en que el hombre se acerque más a Dios, mejor será el reflejo que irradie de
Dios”40.
En cuarto lugar, una persona no posee un valor ontológico en un grado superior a otra.
De la misma manera, es imposible afirmar que la dignidad de la naturaleza humana está
presente en un hombre más que otro. Dentro de un valor ontológico específico no puede
haber grados.
Cabe agregar, en este contexto, un ejemplo que ilustra el propio Hildebrand para
establecer dichas afirmaciones en cuanto a esta cuarta característica que se encuentra en
los valores ontológicos:
A veces decimos de una persona que encarna, por así decir, la idea de hombre en grado
más elevado que otra. Decimos de una gran personalidad, por ejemplo: «es
37
S. Sánchez, op. cit., p. 45.
38
Cf. ibid., p. 16.
39
Cf. D. von Hildebrand, op. cit., p. 160.
40
E. Mangione. Nacimiento y Respuesta al Valor. Enfoque Fenomenológico Axiológico de von
Hildebrand, Sapientia, Buenos Aires, 60 (217): 2005, p. 149, y D. von Hildebrand, op. cit., pp. 159-160.
verdaderamente un hombre»; parece encarnar de un modo extraordinario todas las
capacidades humanas fundamentales y eclipsar a todos los demás hombres. Y es
precisamente esto que tenemos en cuenta al distinguir una gran personalidad de todas
las demás. Pero al decir «personalidad» en vez de «persona» no nos referimos ya al
valor ontológico en cuanto tal, sino a todos los otros valores cualitativos a los que una
persona humana es llamada y que está destinada a poseer. El valor ontológico en cuanto
tal no puede ser poseído por una persona en grado superior a otra. Aun en el caso de un
idiota, no es posible decir que posee un valor ontológico en grado inferior. Sino que más
bien lo que le distingue de una persona normal es un factor que va más en una dirección
diferente, y es más semejante a la diferencia entre potencia y acto que a la diferencia
entre gradación de valores41.
Podemos argüir, de esta aclaración que no hay hombres superiores a otros en cuanto a
su naturaleza humana, ya que todos son iguales, tienen igual dignidad. Ahora -claro
está- en cuanto a la posesión de un valor cualitativo podemos hacer esta diferencia de
grados. Es cierto que puede haber personas que tengan una inteligencia o capacidad
intelectual superior a otras, pero esto no tiene que implicar que esas personas por haber
cultivado tales cualidades sean superiores a las demás. El valor ontológico no se
disminuye ni se altera; es algo absolutamente intrínseco, siempre es el mismo una vez
que se le ha conferido a la persona por el hecho de ser llamada a la existencia.
Después de haber visto los fundamentos propios que tienen los valores ontológicos y
algunas de sus diferencias con los valores morales, entremos ahora a ver la esencia
propia de los valores morales y sus diferencias con relación a los demás valores
cualitativos como los intelectuales y los estéticos. En los valores morales Dietrich von
Hildebrand encuentra cinco notas o características propias que los definen y a su vez,
41
D. von Hildebrand, op. cit., p. 162.
42
Los valores morales apunta Adolfo Sánchez “únicamente se dan en actos o productos humanos. Sólo lo
que tiene una significación humana puede ser valorado moralmente, pero, a su vez, sólo los actos o
productos que los hombres pueden reconocer como suyos, es decir, los realizados consciente y
libremente, y con respecto a los cuales se les puede atribuir una responsabilidad moral”. A. Sánchez, op.
cit., p. 125.
los distinguen del resto de los cualitativos. Los valores morales 43 son los de mayor
interés para la ética, puesto que estos residen en la conducta del hombre.
Es muy claro este hecho de que los valores morales son valores personales, solamente
las personas pueden portarlo, nunca un ser impersonal como bien aclara Hildebrand.
Esto nos lleva a comprender que el hombre es responsable de portar un valor moral.
Con ello entendemos que esa persona ha adquirido libremente dicho valor. Por
consiguiente, esta referencia a la responsabilidad es una característica fundamental de
los valores morales que los distingue de otros valores personales como los intelectuales.
Los valores intelectuales son propiamente valores personales, pero estos no presuponen
esta referencia específica de la responsabilidad, ya que no podemos juzgar a un hombre
por ser menos inteligente que otro o por tener pocas dotes intelectuales que otros. Pero
sí podemos juzgar a un hombre por ser avaricioso, impuro o injusto, mientras que no le
reprendemos por estar pobremente dotado. No obstante, cuando una persona obra con
mala intención se hace responsable, por el mal uso de su libertad. En este sentido, los
valores moralmente negativos siempre implican culpa, sin embargo, los valores
moralmente positivos siempre presuponen mérito. La libertad de la voluntad es un
presupuesto esencial de los valores morales, pues para Hildebrand la responsabilidad
esencialmente implica libertad. A un ser como un animal privado de libertad no se le
puede hacer responsable de nada; por igual, a un niño pequeño tampoco se le puede
43
En relación a los valores morales, Adela Cortina, también señala que “llevamos la moral en el cuerpo,
ya que no hay ningún ser humano que pueda situarse más allá del bien y el mal morales, sino que todos
somos inevitablemente morales. Sea actuando de acuerdo con unos cánones morales determinados, sea
obrando de forma inmoral o desmoralizados, lo cierto es que no podemos escapar a ese ámbito de la
moralidad que coincide con el de la humanidad. Toda persona humana es inevitablemente moral, es un
elemento constitutivo de nuestra realidad personal”. A. Cortina, op. cit., p. 18.
44
D. von Hildebrand, op. cit., pp. 193-194.
hacer responsable de sus actos, porque no es capaz de hacer uso de su libertad. Los
valores morales presuponen la libertad de la persona y solo por esta libertad es el
hombre capaz de valores morales45.
La segunda nota que distingue a los valores morales es que el reconocimiento de una
falta moral afecta a nuestra conciencia. Cuando hacemos algo que no está conforme con
el bien o con lo que moralmente se exige, sentimos el peso del mal que hemos hecho y
eso aturde a nuestra conciencia; destruye la paz de nuestra alma y nos agobia con un
peso incomparable. La conciencia es vista desde esta perspectiva como jueza del alma
es, pues, la conciencia como nuestro tribunal; ella es la que realmente nos dice que está
bien y que está mal. Ningún otro valor intelectual o estético posee esta referencia a la
conciencia. Es posible que un hombre se sienta irritado por su insuficiencia intelectual,
pero tales sentimientos de impotencia, no producen la misma gravedad o desarmonía
que tiene una acción moralmente mala o perniciosa47.
45
Cf. ibid., pp. 194-196.
46
D. von Hildebrand, op. cit., p. 255.
47
Cf. ibid., pp. 196-197.
Es una lástima que uno tenga escasa inteligencia o carezca de los encantos de la vida.
Pero es mucho más lastimoso que uno sea injusto, impuro, o infiel. Al ser moralmente
malo, se falla en su principal tarea; no cumple lo que estrictamente se le pide. Y
mientras una persona es moralmente buena no consideramos su falta de inteligencia o
talento artístico o de fantasía como un fallo en su vocación humana básica. Más los
valores morales son requeridos (…) cada hombre deberá poseer los valores morales.
(…) Todos los valores morales son indispensables para el hombre. Esto revela la íntima
conexión entre la moralidad y la vocación básica del hombre. Los valores morales
pertenecen al unum necessarium, a «la única cosa importante» (…) Ser moralmente
bueno pertenece esencialmente al fin de la existencia humana y al destino del hombre 48.
Vemos que los valores morales no están dispensados para nadie, pues todos estamos
obligados, por así decirlo, a encarnar estos valores por su carácter de importancia para el
desarrollo de nuestra vocación humana, que es ser moralmente bueno. Los otros valores
intelectuales y estéticos no aparecen con una exigencia universal en este sentido. No se
le pide a todos los hombres que tenga una gran inteligencia o un gran talento artístico;
en cambio, sí a todos se le reclama adquirir valores morales positivos, tales como
justicia, pureza, humildad, entre otros. Cabe agregar en opinión de Hildebrand que “los
valores morales positivos iluminan el mundo; mientras que los negativos son el mayor
mal, peor que el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, o la desintegración de una
cultura floreciente”49.
48
Ibid., pp. 197-198.
49
D. von Hildebrand y A. von Hildebrand. Actitudes Morales Fundamentales, Ed. Biblioteca Palabra,
Madrid, 2003, p. 17.
50
D. von Hildebrand. Ética Cristiana, op. cit., p. 198.
La nota última de los valores morales es que su posesión constituye para la persona un
bien mayor que más cualquier otro. Gracias a la contemplación de la esencia de los
valores morales, afirma Hildebrand, Sócrates supo reconocer, sin ayuda de la
revelación, que la bondad moral es más importante para el hombre que todo lo demás.
Por consiguiente, los valores morales manifiestan, en verdad, un elemento trascendente
como antes dijimos. Poseerlos es decisivo para el destino eterno del hombre, puesto que
apuntan a la eternidad y ponen de manifiesto que la existencia del hombre no se agota
en su vida terrena; más bien le premian con la recompensa que todo hombre de buena
voluntad merece, llegar al cielo51.
“la capacidad para percibir los valores morales, reafirmarlos, y responder a ellos, es el
fundamento de la realización de la persona” 52. Los valores morales, en relación a todo lo
anteriormente visto sobre ellos, son los más importantes del reino de los cualitativos.
Podemos decir que estos constituyen esa realidad «sine qua non» de la que nadie queda
dispensado de ellos. Cada hombre y mujer debe conquistarlos y aplicarlos a su vida.
Una persona que ciegamente desprecia los valores morales de otra personas, una
persona que no se da cuenta del valor positivo intrínseco a la verdad ni del valor
negativo propio del error, una persona que no comprenda el valor positivo inherente de
la vida humana ni el valor negativo ligado a una injusticia, esa persona será incapaz de
bondad moral: en tanto en cuanto está interesada solo en si algo es subjetivamente
satisfactorio, en si algo le resulta agradable, no puede ser moralmente buena. Toda
actitud moralmente buena consiste en la entrega a lo que es objetivamente importante,
en el interés hacia algo porque tiene valor53.
51
Ibid., pp. 199-202.
52
D. von Hildebrand y A. von Hildebrand. Actitudes Morales Fundamentales, op. cit., p. 21.
53
Ibid., p. 19.