Chance, Karen - Cassandra Palmer 08 - Ride The Storm

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Capítulo 1 Capítulo 23 Capítulo 45
Capítulo 2 Capítulo 24 Capítulo 46
Capítulo 3 Capítulo 25 Capítulo 47
Capítulo 4 Capítulo 26 Capítulo 48
Capítulo 5 Capítulo 27 Capítulo 49
Capítulo 6 Capítulo 28 Capítulo 50
Capítulo 7 Capítulo 29 Capítulo 51
Capítulo 8 Capítulo 30 Capítulo 52
Capítulo 9 Capítulo 31 Capítulo 53
Capítulo 10 Capítulo 32 Capítulo 54
3 Capítulo 11 Capítulo 33 Capítulo 55
Capítulo 12 Capítulo 34 Capítulo 56
Capítulo 13 Capítulo 35 Capítulo 57
Capítulo 14 Capítulo 36 Capítulo 58
Capítulo 15 Capítulo 37 Capítulo 59
Capítulo 16 Capítulo 38 Capítulo 60
Capítulo 17 Capítulo 39 Capítulo 61
Capítulo 18 Capítulo 40 Coclusión
Capítulo 19 Capítulo 41 Próximo libro
Capítulo 20 Capítulo 42 Sobre la
autora
Capítulo 21 Capítulo 43
Créditos
Capítulo 22 Capítulo 44
Desde que fue nombrada la vidente principal del mundo
sobrenatural, Cassie Palmer ha estado jugando a ponerse al día. Ponerse
al día en el entrenamiento que le faltó al ser criada por un vampiro
psicótico en lugar de en la Corte Pitia. Ponerse al día en el mundo
peligroso de la política sobrenatural. Ponerse al día con las poderosas, y a
veces seductoras, fuerzas que intentan moldearla a su voluntad. Ha sido
una prueba de fuego que la ha dejado quemada.
Pero ahora se da cuenta que todo eso ha sido solo el calentamiento.
Las fuerzas antiguas que una vez aterrorizaron al mundo quieren
regresar, y Cassie es la única que puede detenerlas.

4
Cassandra Palmer #8
L
as cerezas estaban bailando.
Rebotaban alegremente frente a mi visión mientras
nadaba hacia la conciencia, regordetas y de un rojo
brillante, enmarcadas por ricas hojas verdes. Cubrían casi
todo en la antigua habitación, desde la lámpara en una
mesa cercana, hasta las cortinas en una estrecha ventana alta, hasta el
cuenco del lavabo y la jarra en otra mesa frente a la cama. Toda la
habitación estaba inundada de un mar rojo.
De cerca, las piezas individuales eran algo lindas. Todo junto, y con
mi visión borrosa actual, parecía que hubiera tenido lugar una masacre.
Observé las cosas horriblemente alegres por un momento, intentando
recordar por qué la vista me estaba dando urticaria. Y entonces, gruñí y
5 arrastré una almohada sobre mi cabeza.
Mi nombre es Cassie Palmer y, francamente, este no era el peor
lugar en el que hubiera despertado. Desde que me convertí en Pitia, la
vidente en jefe del mundo sobrenatural y su saco de boxeo favorito, he
abierto los ojos en una fortaleza de vampiros en Las Vegas, un castillo
lleno de torturas en Francia, una mazmorra húmeda en Faerie y un sofá
en el infierno. Y, más recientemente, en la raíz contorsionada de un árbol
en Gales del siglo VI de la que aún no me había recuperado.
Así que, podría ser peor, me dije sombríamente.
—¿Estás planeando quedarte allí toda la noche? —exigió una voz
enojada.
Oh, mira. Era peor.
Asomé un ojo de debajo de la almohada y vi lo que esperaba: cabello
rubio grasiento, ojos verdes entrecerrados, una nariz hecha para mirar a
las personas con desdén y una expresión que combinaba con la voz.
Y un atuendo que no lo hacía.
Como señor de los íncubos, la raza demoníaca más conocida por su
seducción sutil, Rosier debería haber lucido un batín y pantalones de seda
al estilo Hugh Hefner. En cambio, llevaba una túnica hecha a mano con
manchas de barro y tenía las rodillas sucias. Pero por otro lado, no debería
haber estado aquí en absoluto, donde sea que estuviéramos, aunque tenía
una muy buena idea.
Y eso fue antes de que intentara mover mi brazo derecho.
Esposas.
Estaba esposada a una cama.
Una cama cubierta de cerezas.
—¿Qué pasó? —gruñí, porque mi voz no funcionaba mejor que mis
ojos.
—Nada —respondió Rosier, mirando despectivamente a su
alrededor—. Lo creas o no, esto es perfectamente normal para la época
victoriana.
—No. —Me senté y me arrepentí inmediatamente cuando las cerezas
comenzaron a bailar mucho más rápido. Me recosté y vi el papel tapiz
cubierto de frutas bailando el bugalú—. No, quiero decir ¿qué pasó?
—Viniste a rescatarme. —El sarcasmo fue palpable.
6
Decidí mirar el techo por un rato en su lugar. Era blanco y liso, y dio
un descanso a mis ojos. Y, lentamente, las cosas comenzaron a volver a
mí.
Rosier y yo habíamos estado en una misión aparentemente
interminable para salvar a su hijo y a mi compañero habitual en el crimen,
John Pritkin, de una maldición demoníaca. No sabía cómo se llamaba la
cosa, pero era básicamente el Benjamin Button de un sádico: el alma de
Pritkin había sido enviada de vuelta a través de los años de su vida, y
cuando llegara al final… puf. No más Pritkin. Lo borraría de la existencia
literalmente.
Parecía una forma jodidamente complicada de matar a alguien, pero
bueno, el consejo de demonios, los bastardos que lo habían hecho, me
conocían. O, mejor dicho, sabían lo que podía hacer. Ser Pitia tiene
muchas desventajas, pero viene con un cierto conjunto de habilidades,
parte de las cuales es la capacidad de viajar en el tiempo. De modo que, el
consejo tenía que volverse inventivo si querían que Pritkin permaneciera
muerto.
Y lo hicieron.
Se habían asegurado que no pudiera simplemente volver al momento
en que fue maldito y salvarlo, porque su cuerpo podría estar allí, pero su
alma no. Estaba en un viaje épico hacia el pasado, montando un flujo de
tiempo inverso y errático que no podía cambiar o influenciar a menos que
lo alcance. O me adelante, para que así Rosier pudiera colocar la contra
maldición tan pronto como apareciera. Solo que eso tampoco había ido tan
bien.
Hasta ahora, habíamos fallado por completo.
Solo que no, me corregí sombríamente, no habíamos fallado. Nos lo
habían impedido. Lo que también explica nuestra situación actual.
—¿Estamos en la Corte Pitia?
—Sí.
—¿Bajo arresto?
—Oh, sí.
—¿Y me siento así porque…?
—Drogas. Para evitar que muevas la nariz, o lo que sea que hagas, y
nos saques de esto. Te dispararon con un dardo tan pronto como
apareciste. ¿No lo recuerdas?
7
—No.
Puse la almohada sobre mi cara una vez más.
Como si el problema con la maldición no fuera lo suficientemente
malo, hubo una complicación adicional. Es decir, que no era la única Pitia.
Cada época tenía una, encargada de preservar su pequeño rincón en la
línea del tiempo de los magos oscuros, los devotos enloquecidos y
cualquier otra persona con la locura y el poder de arriesgarse a un hechizo
de tiempo.
La mayoría de nosotras nos ignorábamos por cortesía profesional,
cada vez que el deber requería un viaje en el tiempo. Pero Gertie, mi
contraparte del siglo XIX había decidido hacer una excepción por mí.
Y por el habitante del infierno que estaba arrastrando a través del
tiempo junto conmigo.
Suponía que las pequeñas Pitias no se juntaban con poderosos
señores demonio.
No es que Rosier fuera poderoso en este momento. Por eso solo
estaba sentado allí, frustrado, furioso y, sí, medio loco, porque el consejo
de demonios que había maldecido a su hijo también había bloqueado su
poder.
Lo que significa que, aparte de murmurar la contra maldición, era
completamente inútil.
Lo cual era un problema ya que, ahora mismo, yo también.
—Al menos no te desnudaron —dijo Rosier, después de un minuto—.
No fue suficiente con que me llevaran a través del medio del campo,
¡también tuvieron que tomar mi ropa! Allí estaba yo, apenas logrando
esconderme de la maldita hada, cuando dos de esas acólitas malditas me
atacaron.
Estaba hablando de las Pitias de túnica blanca aún en
entrenamiento en todas las Cortes, pero la mía parecía tener muchas.
Recibían una pequeña cantidad del poder de las Pitias, lo suficiente para
permitirles aprender el meollo del trabajo y optar por el primer lugar algún
día. Y mientras tanto, ayudaban al jefe a fastidiar a cualquiera que
comenzara a cabalgar a través de los siglos en mala compañía.
—Pensé que estaba haciendo un buen trabajo haciéndome pasar por
8 un celta típico —agregó—, cuando ¡bam! ¡Sin capa! Y un momento después
de eso ¡sin pantalones! ¡Y sin ropa interior! Usaron algún hechizo para
desnudarme, en medio de la maldita carretera, en busca de armas que ni
siquiera tenía por tu constante parloteo fastidioso por la línea del tiempo.
¡Incluso se llevaron mis últimos zapatos!
—Esas perras.
—¡Sí! ¡Y después tuvieron la temeridad de actuar conmocionadas,
como si nunca antes hubieran visto a un hombre desnudo! Pensé que eran
acólitas Pitias, no vírgenes vestales. Por supuesto, dado el atuendo,
supongo que debí haber sabido…
—Estoy trabajando en el atuendo.
—No vas a hacer nada si no salimos de aquí —me dijo, tirando de la
almohada. Y observándome, como si intentara decidir si ya me había
recuperado.
—No —dije, y luché en respuesta.
Pero más cosas comenzaban a emerger de la niebla. Cosas como una
campiña galesa en llamas, una jodida tonelada de Luz Fey; porque, por
supuesto, Pritkin había estado en medio de una crisis cuando llegamos;
por supuesto que sí. Y una Pitia insoportable que ya nos había seguido dos
veces en el tiempo y aparentemente estaba harta de eso, porque esta vez
había traído refuerzo.
Rosier y yo habíamos terminado esquivando a toda una tropa de las
chicas vestidas de blanco mientras al mismo tiempo esquivábamos el
fuego, los Fey y los otros Fey que habían aparecido para intentar matar al
primer grupo y… no había salido bien.
En el alboroto, Pritkin había escapado, desvaneciéndose en la
oscuridad como el espejismo que en realidad comenzaba a creer que era.
Por supuesto, yo también ¡pero no pude hacer el contra hechizo y Gertie
atrapó a Rosier! Y luego ella y algunas otras Pitias que había reclutado
para una maldita cuadrilla también habían intentado atraparme. Y cuando
eso falló, me enviaron de vuelta a mi propio tiempo a través de algún tipo
de portal y Gertie había arrastrado a Rosier de regreso aquí y…
Y luego supongo que fui tras él ¿no?
No era como si hubiera tenido muchas opciones.
Y ahora nos tenía a los dos.
¡Maldita sea!
9
Me incorporé bruscamente, a la mierda con el dolor cabeza, y Rosier
me entregó un vaso de agua. Lo cual tuvo que estirarse para hacerlo, ya
que estaba esposado a los pies de la cama.
—Mojigatería victoriana —dijo secamente—. Para evitar que te viole
mientras duermes.
—Entonces ¿por qué no te pusieron en otra habitación? De hecho
¿por qué estás aquí? Eres un señor demonio…
—Y tú eres una hechicera poderosa que me puso bajo su control, y
ha estado minando mi poder para alimentar tus excursiones a través del
tiempo. —Me detuve a mitad de un trago para mirarlo—. Dejándome
actualmente agotado e incapaz de representar una amenaza para nadie. —
Vio mi expresión—. Bueno, tenía que decirles algo.
—¡No! ¡No, no lo hiciste!
—¡Niña, piénsalo! Si no lo hubiera hecho, podrían haberme devuelto
a los malditos magos de guerra —dijo, refiriéndose a lo más cercano que la
comunidad mágica tenía a una fuerza policial—. ¿Has olvidado lo que pasó
la última vez?
Lo dudo. No después de todo lo que tuve que hacer para recuperarlo
antes de que los magos lo mataran, o que los guardias del consejo de
demonios aparecieran para hacerlo por ellos. Es por eso que revisé el
cuartel general de los magos de guerra locales antes de venir aquí; asumí
que tendría que sacarlo de nuevo.
Pero no.
Gertie se estaba encargando esta vez de las cosas.
Gertie se estaba volviendo ruda.
—Cuanto más retrocedamos, más preocupaciones tendremos —dijo
Rosier, confirmando mis pensamientos—. Los escuché hablar cuando salía
de ese tiempo congelado con el que me abofetearon. Solo fragmentos de la
conversación, pero lo suficiente como para saber que nos han elevado de
un misterio molesto a una amenaza seria…
—¿Y ya no éramos eso? —Podría haberme engañado.
—No. Cuando estuvimos en Ámsterdam, existía la posibilidad de que
solo fueras una acólita que se había deslizado de la correa Pitia. ¡Pero las
acólitas aburridas no tienen el poder de regresar mil quinientos años!
Cuando llegamos a Gales, estaban apostando por uno de esos… ¿cómo se
llaman? —Él agitó una mano—. ¿Esos lunáticos que andan intentando
10 cambiar el tiempo, y usualmente terminan explotando por sus problemas?
—El Gremio. —Tragué con fuerza, recordando cuánto los había
amado mi predecesora.
Pero Rosier solo asintió.
—Eso es. El Gremio de algo o lo que sea… lo olvidé. Pero el punto es
que, ahora piensan que eres peligrosa…
—¡Sí, gracias a ti!
—Ese monstruo cubierto de cerezas ya estaba decidida a atraparte
—señaló—. Simplemente me aseguré de que pensara que me necesitabas,
y volverías a buscarme…
—¡Lo que habría sido genial, excepto que sí te necesito y tuve que
volver!
—… y ahora, gracias a mi previsión, estamos juntos y podemos
trabajar para salir de aquí —finalizó, ignorando el hecho de que
básicamente me había tendido una trampa—. Hablando de eso ¿cuánto
tiempo falta hasta que puedas desplazarte?
Tomé el vaso y lo drené, esperando que ayudara con el latido en mi
cráneo.
No.
—¿Y bien? —insistió.
Me limpié los labios en el dorso de la mano.
—Mucho.
—¿Y eso significa?
—Significa mucho tiempo. Necesitamos otras opciones.
Rosier frunció el ceño.
—Y tenemos una. ¿Verdad?
Nada.
Qué sorpresa.
Pero entonces me sorprendió, inclinándose sobre la cama, lo
suficientemente cerca para articular: Dos.
Parpadeé, mi cerebro todavía nublado, y seguí su mirada hacia la
puerta.
11 Todo lo que me mostró fue una rubia despeinada en un espejo
ovalado, con círculos oscuros bajo sus ojos azules aturdidos, llevando un
camisón blanco de cuello alto. Supuse que los pantalones cortos y la
camiseta con la que había aparecido habían ofendido las susceptibilidades
locales. Mi nuevo atuendo ofendía al mío, haciéndome parecer de unos
doce años. Eso tampoco me dio ninguna respuesta.
Mis ojos encontraron los de Rosier una vez más confundidos.
Él suspiró. Guardias, al otro lado de la puerta.
¿Sí?
Tienen la llave. Levantó su muñeca encadenada.
Miré desde allí a las flacuchas piernas peludas asomando por debajo
de su túnica. Y los brazos que de ninguna manera se parecían a los de su
hijo. Y su estómago demasiado blando. Rosier parecía que nunca hubiera
levantado algo más pesado que una copa de champán en su vida.
Lo que podría explicar por qué seguía siendo apaleado… por niñitas.
¿Sí?
Se tumbó sobre la cama para fulminarme con la mirada. Y para
susurrar:
—Soy un amante, no un luchador, pero soy jodidamente bueno con
los juegos de manos. ¡Solo ayúdame a traerlas aquí!
Bien.
—No tiene que ser por mucho tiempo —dije, yendo de todos modos
con la discusión que había planeado tener. Porque no era la única que
podía desplazarse. Por supuesto, Rosier no podía viajar en el tiempo, y sus
desplazamientos espaciales solo iban a un lugar. Pero justo ahora lo
aceptaría—. Un corto viaje al infierno…
—No.
—Realmente corto. Como un par de minutos…
—Ni un par de segundos.
—… solo el tiempo suficiente para que podamos movernos a una o
dos cuadras y pasar cualquier protección que tengan en este lugar…
—Entrando en un campo minado para evitar una cerca. Sí, eso
suena seguro.
—¿Sabes lo que no es seguro? —pregunté, de hecho cabreada—.
12 Pritkin atascado en el maldito Gales a punto de morir, eso no es seguro.
—Y si pudiera hacer algo al respecto ¿no crees que lo haría?
—No si eso significa arriesgar tu precioso cuello. Dejarías morir a tu
propio hijo aún si hubiera un pequeño riesgo…
—¿Pequeño? ¿Pequeño? —Rosier estaba empezando a verse un poco
sonrojado—. Pongo tan solo como un pie en el infierno, cualquier infierno,
y bien podría tener un letrero de neón sobre mi cabeza diciendo ¡BUFFET
GRATIS! No duraría ni dos minutos… dudo que dure uno. ¡Y en caso de
que lo hayas olvidado, esta misión nos requiere a los dos, o no estaría aquí
hablando contigo!
—¡Lo mismo digo! Si pudiera hacer esto sola, créeme…
—¿Sola? No puedes ni cruzar una habitación sola…
—Lo hice bastante bien cuando me abandonaste en el maldito Gales
medieval…
—… ¡sin comenzar una guerra!
—¡No la empecé! ¡No tuve nada que ver con eso!
—Y sin embargo ahí estabas. Ahí siempre estás…
—¡Esto no se trata de mí! —grité—. Tienes que ser el hombre más
egoísta, indiferente e irritante desde…
—¿Emrys?
—¡Pritkin! ¡Es Pritkin, cabrón! ¡Y no se parece en nada a ti!
—Es exactamente como yo —dijo Rosier, cruzando la cama para
meterse en mi cara—. No quiere admitirlo; nunca quiso hacerlo. Pero lo
viste, suspirando por esos malditos Fey. Ooooh, mira, ¡un Señor del Cielo!
Cuando no son más que bastardos asesinos lunáticos, todos y cada uno…
—No te discuto eso.
—… viviendo en un miserable mundo intensamente espeluznante…
—Lo dice el hombre del infierno.
—… cuando él podría tener miles. Y el conocimiento de milenios, de
hace mucho tiempo. ¡Pero siempre, siempre ese chico perverso se sintió
atraído por cada maldita cosa que no fuera su propio derecho de
nacimiento!
—Los Fey también son su derecho de nacimiento. Tú mismo lo
13 viste…
—¡Un hecho que me he lamentado todos los días desde entonces!
—… y, de hecho, casi todos los problemas que tiene Pritkin se
pueden rastrear hasta ti ¿no? —pregunté—. Desde dejarlo crecer sin guía
alguna, hasta sacarlo de la tierra antes de que estuviera listo, y ponerlo en
una situación terrible como tú heredero…
—¡No entiendes nada!
—… para poner esa maldita prohibición sobre él…
—Para salvar su vida, bruja miserable…
—… para arrastrarlo de vuelta al infierno otra vez, cuando sabías
jodidamente bien…
—¡Eso fue culpa de tu madre! —Rosier se movió como un rayo,
envolviendo su mano libre alrededor de mi cuello—. ¡Se llevó a mi padre,
mucho antes de que estuviera listo para llenar sus zapatos! Nos dejó a mí
y a mi gente vulnerables. Me obligó a tener que encontrar una manera de
aumentar mi poder ¡y ahora su hija está intentando llevárselo! ¡Te odio!
¡Odio a toda tu maldita familia!
La puerta se abrió de golpe, un hecho por el que estuve agradecida,
ya que no estaba completamente segura que Rosier recordara que
estábamos actuando. Dos magos de guerra estaban parados allí, con sus
largos abrigos de cuero y botas rudas y expresiones molestas que no se
veían para nada diferentes a pesar de la época. Pero no se acercaron más.
Tal vez porque uno de ellos tenía una cerbatana.
—Bueno, mierda —dijo Rosier cuando un dardo lo alcanzó en el
cuello. Cayó de cara en la cama. La puerta se cerró de golpe.
Lo miré por un momento, después a mi compañero desmayado. Y
luego suspiré y puse la almohada sobre mi cabeza.

14
—S
iempre está la opción dos —dijo Rosier, algún
tiempo después.
Al menos, eso fue lo que pensé que dijo.
Pero cualquier droga nociva que le hubieran
dado le estaba haciendo enredar la lengua, y
era un poco difícil entenderlo. Alcé la vista, pero él simplemente se quedó
allí acostado y babeando hacia mí. Esperé un minuto, luego volví a
juguetear con el metal alrededor de mi muñeca.
No era parte de las esposas.
Había renunciado a eso. Eran de acero sólido y probablemente con
hechizos superpuestos para hacerlas más difíciles de abrir, dada mi
experiencia. No es que importara; no era Houdini.
15
Por supuesto, tampoco era un mago oscuro, pero no tenía mucho
con qué trabajar aquí.
Pequeñas dagas plateadas, como acoplamientos en una cadena
especialmente mortal, se deslizaban bajo mis dedos. Asumí que Gertie me
había relevado de mi única arma cuando llegué aquí, pero no importaba.
Intenté deshacerme del pequeño brazalete cien veces por mí misma,
después de descubrir que una vez perteneció a un mago oscuro.
Pero cada vez que me lo quitaba, volvía a estar en su lugar
momentos después, brillante y reluciente, hasta el punto de que podía
jurar que me estaba sonriendo.
Así parecía ahora, guiñando un ojo con aire de suficiencia a la luz de
una lámpara cercana, como si supiera lo que estaba pensando. Por el lado
positivo, podría arrojar pequeños cuchillos fantasmales que parecían tan
sustanciales como la niebla pero que cortan como acero bien pulido. Por el
lado negativo, no siempre controlaba lo que cortan.
O a quién.
—¿Me escuchaste? —exigió Rosier.
Alcé la vista una vez más. Lo hice rodar sobre su espalda y acomodé
la colcha demasiado alegre a su alrededor, porque su túnica seguía
subiendo y había tenido suficiente trauma por un día. Como resultado,
ahora se parecía a un bebé estreñido con mechones de cabello rubio
sobresaliendo por todas partes.
Huh. Supongo que parte de eso era genético, pensé, y le di una
palmadita.
—Te oí.
—¿Y bien?
—¿Bien qué? Tú eres quien dijo que no.
—¿Qué? —La mirada estreñida se intensificó—. ¿Cuándo dije eso?
Le fruncí el ceño.
—Hace unos minutos. Dijiste que nada de desplazamientos.
—Desplazarse no era la opción dos…
—Por supuesto que sí. Asaltar a los guardias, opción uno.
Desplazarse a los infiernos, opción dos…
—¡Esa era tu opción dos! Yo nunca…
16
—Esa era mi opción uno —corregí—. Esta es la opción dos.
Levanté la muñeca y sus ojos se centraron en ella. O lo intentó.
Aunque supongo que se las arregló, porque sus ojos se abrieron de manera
alarmada.
—¡Eso es magia oscura! —dijo el señor demonio.
—Magia oscura que podría sacarnos de aquí.
—La magia oscura no saca a la gente de problemas —dijo, luchando
con la manta—. ¡Las mete en ellos!
—Los magos que la usan parecen estar bien.
—Sí, hasta que se vuelvan adictos a la magia que les roban a todos a
quienes puedan tener acceso, ¡y terminan un poco mejor que los
drogadictos! Y comienzan a hacer cosas cada vez más locas para conseguir
más…
—No estoy hablando de inyectarme la cosa —dije, para mí, porque
Rosier no estaba escuchando.
—… invocando a mi gente, intentando atraparlos… piénsalo —dijo,
con los ojos verdes ardiendo—, seres de miles de años esclavizados a un
grupo de idiotas ¡tan dopados por su última dosis que no pueden ver con
claridad! ¡Hasta que encontramos un camino libre y nos comemos sus
caras!
—Está bien, entiendo que no te gusta.
—¡La detesto! Todos los demonios lo hacen. ¡Si eres inteligente, tú
también lo harás! —agregó, jadeando un poco porque la manta estaba
siendo terca. Pero al final logró liberar el brazo que no estaba encadenado
a la cama y lo agitó.
Retrocedí para que así no me golpeara accidentalmente.
—Entonces ¿supongo que tienes una idea mejor?
—¡Por supuesto! —dijo inútilmente, y el brazo agitándose en el aire
se agitó un poco más. Hasta que aterrizó en mi pierna. Y luego solo se
quedó allí, su mano apretando.
Me tomó un momento, porque la otra mano también estaba apretada
en el borde de la cama, probablemente de modo que no se caiga. Y porque
todavía estaba envuelto principalmente en la manta, como un burrito
cubierto de cerezas. Y porque estaba desaliñado, maloliente y como un
17 lunático…
Y manoseando mi muslo.
—¡Eww! —Salté hacia atrás, todo el camino hacia la cabecera.
—Es la única forma —insistió.
—¡A la mierda que es la única forma!
—Soy un íncubo. Puedo prestarte esa energía… —dijo, alrededor del
pie que le había estampado en la cara.
—¡Tengo energía!
—Tienes el poder de las Pitias pero no puedes acceder a él. Puedo
ayudar…
—¡Deja de tocarme!
—… al aumentar tu fuerza personal…
—¡Te estoy advirtiendo!
—… para que así puedas sacarnos de aquí. ¡Maldita sea, niña! —
Rosier me fulminó a través de un espacio entre los dedos de mis pies—.
¡Esto tampoco es muy divertido para mí!
—¡Entonces basta!
—¡No voy… a morir… gracias a ti! Ahora ayúdame…
—Oh, te ayudaré —gruñí, y lo pateé.
Él retrocedió, tapándose la nariz y luciendo indignado.
—¡Perra! —gritó—. ¡Perra cruel!
Y entonces me agarró.
Pero todavía estaba esposado a la cama, lo que limitó su alcance, y
envuelto en la manta, lo que limitó su movimiento, y aparentemente, su
hijo no lo había entrenado en el combate cuerpo a cuerpo.
Yo sí.
—¿Cruel? ¿Cruel? —Lo inmovilicé con una llave a la cabeza—. Eres
el hijo de puta más cruel, instigador y malvado que he conocido…
—¡Quítate de encima de mí!
—… alguna vez en toda mi vida…
18 —Si me matas, ¿quién va a ayudarte a recuperar a Emrys? —jadeó.
—¡No voy a matarte! ¡Voy a hacerte desear estar muerto!
—Créeme. ¡Ya lo hago, trabajando contigo!
La puerta se abrió de golpe. Ambos alzamos la vista. Esperaba más
magos gruñones, probablemente cabreados de que estuviéramos haciendo
tanto ruido.
No fue a quien vi.
—¡Oh, mierda! —chilló Rosier, y desapareció, justo cuando una
cuadrilla de la guardia personal del consejo de demonios inundó la
habitación.
Y como todavía estaba esposado a la cama, se fue con él.
Pero yo no.
Golpeé el suelo de cara, lo suficientemente fuerte como para ver
estrellas, sin entender cómo es que me había quedado atrás. Hasta que vi
la cadena cortada colgando de mi muñeca. Y los cuchillos fantasmales
volando alegremente a toda velocidad por la habitación, apuñalando todo a
la vista. Y los cristales rotos, y los magos protegiéndose, y los guardias del
consejo atrincherándose en sus armaduras…
Y entonces, se apagaron las luces.
Me llevó un segundo darme cuenta que Rosier había vuelto. Y que
era una suerte que aún me encontrara tendida en el suelo, porque la cama
también volvió. De todos modos terminé golpeándome la cabeza con la
parte inferior, que estaba sobre rueditas, por lo que era lo suficientemente
alta como para acomodar a una Pitia cabreada. Y luego alguien gritaba:
—¡Olvídate del demonio! ¡Atrapa a la chica!
Pero los guardias del consejo no recibían órdenes de nadie, excepto
del consejo. Y un segundo después, mi barbilla golpeó el suelo
nuevamente, cuando media docena de soldados sobrenaturales saltaron
sobre la cama encima de mí. Y entonces, salió volando, porque los magos
de guerra, de hecho, siguen las órdenes de las Pitias.
Bueno, ya sabes, la mayoría de las Pitias.
Y luego se desató el infierno.
De repente había cuerpos volando y golpeando el suelo y sacudiendo
la cama, y termino golpeándome la barbilla nuevamente. Y en lugar de
estrellas, comencé a ver más como galaxias enteras. Pero no tanto como
19 para no notar la maniática mano frenética agitándose al final de la cama.
La agarré, y me sacó de un tirón. Tuve una fracción de segundo para
ver a Gertie mezclándose con el papel tapiz, un grupo de magos de guerra
luchando contra algunos guardias demoníacos sin rostro, y una versión
confundida y muy joven de mi predecesora, Agnes. Oh, mira, pensé
confusamente.
Y entonces estaba mirando hacia algo más. Algo que se parecía
mucho a Shadowland, un reino demoníaco menor con calles oscuras y
edificios cerrados y absolutamente nada que lo recomiende, excepto que
resultaba estar cerca de la tierra. Pero no estaba segura porque no tuve
mucho más que un pequeño vistazo. Porque la cama había comenzado a
rodar en esa dirección.
—¡Levántate! ¡Levántate! ¡Levántate! ¡Levántate! —Rosier estaba
gritando y tirando, y yo estaba tropezando y luchando, y él estaba lo
suficientemente agitado como para pensar que mi brazo se rompería.
En cambio, terminé encima de la cama, después de haber sido
arrastrada sobre el estribo de metal menos que ceremoniosamente. Pero
eso, sin embargo, habría sido una mejora, excepto que la cama seguía
rodando. Rosier, maldito sea ese bastardo, nos había llevado a la cima de
una pendiente.
Una grande.
—¡Ayúdenme a detenerla! —grité cuando nuestro transporte cobró
velocidad, bajando la colina sobre sus pequeñas rueditas lo
suficientemente rápido como para echar chispas en el pavimento.
O tal vez eran de otra cosa.
—No importa —dije, y me aplasté en el colchón.
—¿Qué? —Rosier miró alrededor—. ¿Por qué?
Lo empujé hacia abajo conmigo, justo cuando apareció una espada
curva, vibrando al clavarse contra el estribo entre nosotros.
—Por eso —respondí.
Parecía que algunos de los muchachos nos habían acompañado.
Empezando por el tipo, que debe haberse aferrado a la cama cuando
salió disparada, y ahora estaba corriendo y luego arrastrándose detrás de
nosotros mientras traqueteábamos calle abajo.
Rápido.
20 Pero no lo suficientemente rápido como para que se suelte.
Porque los guardias del consejo no se cansan, ni sienten dolor. No
pueden. Son espíritus atrapados dentro de cuerpos similares a gólem, solo
que en lugar de arcilla, están hechos de un metal casi impermeable capaz
de recibir una paliza y seguir matando. Como este demostró al lanzarse a
una posición boca abajo sobre la cama…
Y luego perdió la cabeza, cuando una espada destelló y la arrancó de
un golpe limpio.
Cruzó la calle rebotando y miré hacia arriba para ver a Rosier
sosteniendo la espada que había arrancado del estribo. Y entonces está
gritando, pensé dejando escapar el exceso de emoción. Pero me di cuenta
que podría haber otra razón cuando, en lugar de colapsar, el cuerpo sin
cabeza comenzó a atacarlo.
No estaba haciendo un gran trabajo, sin poder ver, pero era una
cama pequeña. Y Rosier tampoco estaba haciendo un gran trabajo
evadiéndolo. Tal vez porque todavía estaba esposado al lugar.
—¡Haz algo! —chilló, y estaba intentando, pero tirar no funcionó y
empujar no funcionó, y cuando agarré la espada que le habían arrancado
de la mano, un puño de metal se cerró primero sobre ella. Y al segundo
siguiente, Rosier estaba esquivando los rápidos golpes de la espada que
estaban lloviendo sobre el estribo, enviando chispas por todas partes y casi
cortando en algunos lugares.
Cortar.
—¡Las esposas! —le grité a Rosier.
—¿Qué?
—¡Extiende tus esposas!
Parecía que no sabía lo que estaba diciendo, pero entonces extendí
mis brazos y comprendió.
—¿Estás loca?
Entonces de todos modos no importó, porque el cuerpo de metal
salió volando en una nube de llamas, navegando hacia un edificio cercano
como un Tony Stark sin cabeza. Miré detrás de nosotros para ver media
docena de magos de guerra bajando por la colina con mayor velocidad que
nosotros, con abrigos de cuero sacudiéndose detrás de ellos como estrellas
de cine de acción. Y una gran sonrisa de alivio se extendió por mi cara.
21 La cual todavía estaba allí cuando arrojaron la segunda bola de
fuego.
Una masa de llamas pasó hirviendo en el aire, lo cual es
exactamente tan aterrador como suena cuando va directamente hacia ti.
Grité, Rosier gritó, y la cama de repente saltó de la calle y viajó unos dos
metros por el aire antes de golpear el suelo nuevamente. Porque
acabábamos de darle velocidad turbo.
Y luego estallaron más llamas.
—¿Qué están haciendo? —grité.
—¡Nos impiden escapar!
Excelente.
Sobre todo porque ahora no estábamos escapando, no encima de
una cama ardiendo alegremente. Y estas no eran llamas normales, y el
camino se estaba acabando sumamente rápido. Y Rosier seguía
encadenado al lugar y los magos seguían ganando y seguíamos volando
cuesta abajo, hasta que de repente no lo estábamos. Estábamos volando a
través de un mercado al aire libre.
Un mercado al aire libre en la tierra.
Una hilera de edificios de aspecto victoriano apareció a ambos lados,
con mesas dispuestas al frente repletas de productos, y personas
agachándose para protegerse. Al menos la mayoría de las personas. Un
vendedor bailó ágilmente para apartarse, pero su carrito no. Y no había
forma de evitarlo sin un volante, y sin frenos. Y después no importó
cuando lo golpeamos de frente y nos cayó una ola de agua caliente llena
de… ¿patas de cerdo?
Lo que tenía que ser un par de docenas de patas de cerdo hervidas
nos abofetearon en la cara a medida que atravesábamos el gran caldero de
metal del hombre y seguimos adelante. Justo hacia un grupo de niños que
habían estado jugando en la calle, pero que ahora estaban solo parados
allí, con la boca abierta. Probablemente porque nunca antes habían visto
una cama ardiente y veloz.
Agarré a Rosier, quien estaba intentando liberarse al tirar del
estribo, donde había quedado abollado aún más profundamente.
—¡Desplaza! ¡Desplaza!
—¿Me darías un minuto?

22 —¡No! ¡Hazlo ahora!


—¡No podemos hacerlo ahora! ¡Aún no estamos despejados!
No pregunté despejarnos de qué, ya que no había tiempo. Agarré su
cabeza y la levanté a la fuerza, señalando a los niños.
—¡Ahora!
Los ojos de Rosier se abrieron por completo, tal vez porque
estábamos lo suficientemente cerca como para ver el blanco de los suyos, y
lanzó un pequeño chillido.
Y al siguiente segundo, estábamos de vuelta en Shadowland.
Di un suspiro de alivio.
Nunca antes había estado tan feliz de estar en el infierno.
Hasta que una lluvia virtual de espadas resonó desde el frente de la
cama, lo suficientemente fuerte como para abollarla. Y un montón de bolas
de fuego iluminaron el cielo desde atrás. Y la única pregunta era ¿qué
grupo nos mataría primero?
La respuesta fue ninguno de los dos, porque volvimos a la tierra
abruptamente otra vez, Rosier chillando y la cama ardiendo y ahora
acribillada a espadas, y acelerando más que nunca porque acababa de
recobrar vida de su breve período en la colina del infierno.
Mucha vida.
Como una cantidad de vida Mach 2, o tal vez esa solo era la
impresión transmitida por todos los chillidos. Y el clac, clac, clac de los
adoquines. Y los relinchos.
¿Relinchos?
Salimos abruptamente de la calle peatonal, la cual creo que había
estado cerrada por el mercado, en una llena de caballos, carruajes,
vehículos y…
Y entonces nuestra suerte se acabó. O tal vez fue la suerte del
caballo. No lo sé. Solo sé que vi fugazmente el vientre de un caballo
encabritado, unas pezuñas agitándose en el aire y el rostro blanco de un
taxista gritando. Y luego nos estábamos desviando del rumbo y avanzamos
directamente a…
Bueno, mierda, pensé, cuando el hedor fétido del Támesis me golpeó
la nariz, justo antes de que atravesáramos una barrera y diéramos un
23 salto…
De vuelta al infierno.
La cama cayó desde casi dos metros, lo suficientemente fuerte como
para hacerme rebotar hasta el punto donde habíamos aparecido, antes de
aterrizar encima de Rosier.
Quien me arrojó al costado de la calle con un gruñido sin aliento.
Solo me senté allí por un minuto, aferrada a la cama ahora
estacionaria. Habíamos corrido colina abajo y casi llegamos a la cima de
otra, y el ángulo más el rebote pareció haber absorbido nuestro impulso.
No estábamos moviéndonos.
¡No estábamos moviéndonos!
Miré alrededor, medio incrédula. Estaba tan mareada que la calle
todavía parecía ondularse debajo de mí. Pero no era así, y eso era bueno. Y
la falta de espadas, fuego y caos era aún mejor.
Parecía que los lunáticos se habían dispersado mientras estuvimos
fuera, ya sea siguiéndonos a la tierra o dispersándose por el área. Porque
todo lo que vi fueron edificios oscuros, vagamente modernos, como un
callejón en una ciudad normal. Porque Shadowland sacaba imágenes de tu
propia mente para ocultar lo que sea que en realidad parezca.
Pero la ilusión solo llegaba a cierto punto, porque un lamento muy
sobrenatural rompió el aire de repente.
Mi cabeza giró bruscamente.
—¿Qué fue eso?
Rosier no respondió.
Levanté la vista para verlo congelado en su lugar, con las rodillas
sucias en la cama y la espada que había sacado del estribo sujetada con
ambas manos. Y mirando con aparente horror estupefacto a algo calle
abajo. Volví a mirar alrededor, pero no había nada allí.
Excepto por otro aullido inquietante y perturbador que me hizo
subirme a la cama muy rápido.
Sonó una vez más, y nuestras cabezas se giraron al unísono, sin ver
nada más, porque la cima de la colina estaba al frente. Y luego el sonido
vino de la izquierda. O tal vez la derecha. O tal vez… no podía decirlo. Los
edificios estaban bastante pegados entre sí y lo suficientemente altos como
para actuar como una cámara de eco.
24 Lo que no era divertido cuando los ecos sonaban así. El horrible
sonido llegó nuevamente, más cerca ahora, y sentí toda mi piel erizándose,
preparándome para arrastrar mi cuerpo e ir a buscar un lugar para
esconderme.
Secundé la moción y agarré a Rosier.
—¿Qué es eso?
—Sabuesos del infierno.
—¿Y esos son?
—Bueno ¿cómo suena? —gruñó, y finalmente, finalmente, regresó a
mí. Blanco y tembloroso, pero regresó. Enojado y con el ceño fruncido,
pero regresó. Encadenado a la cama, pero regresó.
De todos modos lo sacudí un poco más.
—¡Entonces llévanos a otro lugar!
—¿Como dónde?
—¡Como a cualquier lugar!
—¡No soy tú! Sin un portal, solo puedo llevarnos de vuelta a la
tierra…
—¡Bien!
—… y estoy encadenado a una cama, en caso de que no lo hayas
notado. Una cama de hierro…
—¿Y?
—… ¡y nos dirigíamos a un río! Me ahogaré.
¡Maldición!
—¡Entonces dame la espada! —Intenté agarrarla, pero él la apartó.
—Es nuestra única arma…
—Lo sé, solo quiero quitarte las esposas. ¿Vas a escucharme?
Pero Rosier no estaba escuchando. Rosier estaba volviéndose loco
otra vez. Tal vez porque esos sonidos estaban mucho más cerca de
repente, y había más de uno, y ahora venían más rápido, una manada
rugiente de algo que había captado un olor como si…
—¡Dame la maldita espada! —grité.
—¡Consíguete una!
25
Y entonces un aullido aterrador casi encima de nosotros hizo que la
soltara.
Ambos fuimos a por ella, pero él la agarró primero, y yo agarré…
Dios, pensé, cuando sentí la pata de cerdo gelatinosa rezumando
entre mis dedos.
Y luego fue demasiado tarde.
Una cabeza gigante apareció sobre la colina. Y por un segundo,
pensé que era la colina. Porque surgió de la nada, como si toda la
oscuridad del mundo hubiera decidido congelarse en un solo lugar. Un
gran lugar babeante monstruosamente enorme. Había visto casas más
pequeñas que eso, solo que las casas no tenían diabólicos ojos amarillos y
enormes fauces babeantes y no saltaban por nosotros…
Y entonces paró, a mitad del movimiento. Y masticó y tragó. Porque
había arrojado por reflejo la pata de cerdo había estado sosteniendo, como
si eso fuera ayudar de alguna manera.
Solo que lo había hecho.
El sabueso se había detenido y solo estaba allí de pie, humeante y
negro, y bloqueando la vista de todo con su enorme rostro.
Que de repente estaba justo frente al mío.
Su aliento podría haber detenido el tráfico en un tramo de cien
kilómetros. La baba goteaba, goteaba y goteaba sobre las sábanas de la
cama en hilos viscosos. Sus ojos más grandes que mi cabeza reflejando el
fuego aun ardiendo, junto con una visión de mi cuerpo a medida que muy
lentamente, muy despacio, poco a poco me inclinaba y recogía otra pata.
Y la tendí…
Y sentí la oleada de su aliento caliente sobre mi brazo, que de alguna
manera me estaba poniendo la piel de gallina de todos modos, tal vez
porque mi pellejo todavía estaba intentando escapar de allí. Y luego una
lengua, grande y pesada como una alfombra, se envolvió alrededor de mi
carne. Y se retiró, junto con la minúscula ofrenda diminuta, pero no con
mi brazo en sí, porque supongo que no me comparaba con la buena carne
de cerdo.
Y en realidad ¿qué lo hace? Pensé histéricamente. Si tuviera tocino,
probablemente podría hacerlo ir a buscarlo…
Rosier me agarró del brazo, sus dedos clavándose como una prensa.
26 —Sube. A. La. Cama.
—Yo… estoy en la cama. —Bueno, estaba bastante segura.
—Oh.
Sacó una pierna por el costado y dio un pequeño empujón. Sentí que
el viento infernal empezó a revolverme el cabello a medida que
comenzábamos a rodar por el camino infernal con el sabueso del infierno
estremeciendo la calle detrás de nosotros, mientras lanzaba pata de cerdo
tras pata de cerdo hacia sus fauces abiertas. No falló ninguna.
Hasta que la oscuridad de arriba se congeló repentinamente ante un
segundo sabueso, incluso más grande que el primero, que fue a por su
garganta. Y luego otro abarrotó la calle, que era casi demasiado pequeña
para contenerlos a pesar de ser lo suficientemente grande como para que
un par de autobuses de la ciudad se crucen con espacio de sobra. Pero los
sabuesos del infierno no son autobuses y no había suficiente espacio, y
eso fue antes de que los guardias del consejo decidieran regresar,
corriendo colina arriba hacia nosotros.
Y giraran y corrieran abruptamente hacia el otro lado cuando
comenzamos a acelerar, la noche hirviendo detrás de nosotros, con todo su
humo negro y elegante pelaje cambiante y ojos iluminados por el fuego.
Y patas de cerdo volando, porque ahora las estaba arrojando con las
dos manos.
—¡Extiende tus manos! —dije a Rosier frenéticamente.
—No.
—¿Qué quieres decir con no?
—Quiero decir que no —dijo, gruñendo y esforzándose, intentando
romper la maldita herrería victoriana, que debe haber sido forjada en la
misma fábrica donde fabricaban tanques si es que tenían tanques. No lo
sabía. Mierda, solo sabía que no estaba cediendo.
—¡Eso no está funcionando! —grité lo obvio.
—¿¡No puedes tirar esas cosas y quitarme estas malditas esposas al
mismo tiempo!?
—¿Y cuándo se acaben? ¿Entonces qué?
—No se van a acabar. ¡Tan pronto como lleguemos lo
suficientemente lejos como para despejar al río, voy a hacernos desplazar
de vuelta!
27
Parpadeé.
—Bien.
—¿Bien?
—¡Bien! Suena como un plan.
Un poco de color volvió a su rostro.
—Sí, está bien. —Me sonrió de pronto, amplia y aliviada, y
sorprendentemente como la versión más joven de su hijo por un segundo—
. ¡Bien! ¡Haremos eso!
Asentí.
Y entonces la calle estalló en fuego.
—Era un buen plan —dijo Rosier.
—Lo era. —Comí mi carne de cerdo.
—Los victorianos no eran muy higiénicos —dijo, viendo mi último
trozo.
—Lo hirvieron.
—Y lo llevamos a través del infierno.
—Estaba sobre una cama —señalé—. No tiene nada encima. —
Excepto por algunas pelusas.
Quité una y seguí comiendo.
—No sé cómo puedes comer con ese hedor allí abajo —dijo, mirando
28 por encima de la cornisa en la que estábamos sentados, y fulminando al
Támesis malévolamente.
Brillaba bajo la luna llena, que resplandecía a su vez en el agua. Y
fuera de las calles, porque debe haber llovido mientras estuvimos fuera. El
tiempo funcionaba de manera diferente en los infiernos, de modo que
podría haber sido desde un par de horas hasta un par de días. Pero fuera
lo que fuese, había dejado al Londres victoriano casi bonito, con nubes
grises pasajeras, calles relucientes y aire fresco porque la lluvia había
arrastrado el polvo del carbón.
Estábamos sentados en la cornisa de lo que llamé el Big Ben y
Rosier llamó la Torre del Reloj, con vistas a la ciudad. No era por elección;
me sentía un poco más lúcida, pero aún no lo suficiente como para
retroceder, por lo cual estaba comiendo. Parecía ayudar.
—No sé cómo puedes oler algo sin nariz —dije.
—Tengo nariz.
—Ni siquiera tienes cuerpo.
Era cierto. Los magos habían aparecido, sin ser vistos por nosotros,
y lanzaron un hechizo colectivamente que no habíamos notado hasta que
sacudió el aire a nuestro alrededor. Rosier se había arrojado sobre mí y
nos desplazó a la tierra nuevamente, todo al mismo tiempo, y al hacerlo
me había salvado la vida.
Y perdió la suya.
Bueno, en cualquier caso, su cuerpo. Afortunadamente, el espíritu
de un señor demonio es un poco más fuerte a lo normal, lo que significaba
que podía generar uno nuevo… con el tiempo. Mientras tanto, estaba
acostumbrada a pasar el rato con fantasmas, así que el hecho de que
pudiera ver la ciudad a través del velo resplandeciente de la silueta de mi
compañero no me impresionaba demasiado.
A diferencia de su sacrificio.
Sabía que solo lo había hecho porque me necesitaba, pero aun así.
No podía entender a Rosier, y eso me molestaba. La mitad del tiempo, él
era tan fácil de odiar, un asqueroso imbécil narcisista, egocéntrico que
podría haber empujado alegremente de la cornisa si hubiera servido de
algo. Pero el resto…
El resto del tiempo simplemente no sabía.
Pero al menos su forma actual era demasiado tenue para que Gertie
29 la sienta, así que estábamos disfrutando de la vista sin molestias, si no
fuera por el ruido. El enorme mecanismo seguía marcando la hora con su
tic, tac, tic, tac, casi en sincronía con mi corazón. Así tan cerca, era
incómodamente ruidoso, como si estuviera gritando deprisa, deprisa,
deprisa.
—¿Cuánto tiempo crees que tenemos para salvar a Pritkin? —
pregunté a Rosier, después de un minuto.
—Un día. Quizás dos. No más. —No dije nada, pero él me lanzó una
mirada—. Hay tiempo.
Me reí de repente, y dolió, porque me dolía la garganta por los gritos.
Uno de estos días, solo una vez, me gustaría ser el tipo de figura de acción
relajada, como en todas esas películas. Aquella que se aleja casualmente
cuando un edificio explota justo detrás de ella, en lugar de chillar y
agacharse para cubrirse y posiblemente mojar sus pantalones.
Por supuesto, siempre me pregunté cuántas de las personas que
hacían esas películas habían estado en una explosión. Habiendo sentido el
calor, olido el humo y pensado por un segundo que sus tímpanos iban a
romperse por el ruido. Y haber estado seguras que estaban a punto de ser
quemados vivos en cualquier momento.
Como le había pasado a Rosier.
Por mí.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, “sentado” en la cornisa. Lo que
significaba que su trasero estaba flotando a un par de centímetros por
encima.
Lo miré.
—La hora. Se supone que la domino, pero nunca parece ser
suficiente.
—Extraño. Usualmente siento lo contrario. Pero bueno, nunca he
sido humano.
—Intenta ser Pitia. Se espera que sepa… mucho. Solo, mucho. A
veces… es abrumador.
Inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Como qué?
Dudé, porque no había esperado que pregunte. Pero no era como si
fuera un secreto. De todos modos, no era como si toda la maldita
comunidad sobrenatural no lo supiera.
30
—Como todo. Como en, cómo usar el poder de las Pitias sin nadie
que me enseñe. ¿Las cosas que has visto hacer a Gertie? No puedo hacer
ni la mitad de eso…
—Y aun así ¿en dónde estás y dónde está ella?
Sacudí mi cabeza.
—E incluso si pudiera, incluso si alguna vez domino esto, no raya la
superficie. Se supone que debo conocer un par de miles de años de política
sobrenatural cuando aún no sé ni el nombre de todos. Y compensar toda
una vida de entrenamiento mágico cuando ni siquiera puedo hacer un
hechizo de protección adecuado. ¡Y entender todo sobre el mundo
vampírico, incluyendo cómo lidiar con el Senado, cuando crecí en la Corte
de la versión vampírica de Tony Soprano! ¡No hay tiempo!
—Lo sé —dijo Rosier con calma.
—¿Lo sabes? —Ajusté mi posición de modo que pudiera ver su
rostro—. ¿Cómo lo sabes?
Una ceja fantasmal se elevó en un elegante arco.
—¿Cómo crees que fue para mí? Pasé de ser un despreocupado
príncipe soltero a un maldito gobernante asediado de la noche a la
mañana con muy poco entrenamiento. Creo que mi padre pensó que
tendría otro hijo eventualmente, o una hija. Es lo mismo con nosotros.
Alguien, en cualquier caso, que sería más como él. Nunca fui como él.
Siempre me parecí más a mi madre, decía él, pero no con cariño.
—¿No se llevaban bien?
Sonrió levemente.
—Se llevaron fabuloso, por el tiempo que duró; nuestra especie rara
vez forma vínculos permanentes. Su espíritu, su alegría por la vida, su
vivacidad, todos eran activos en una consorte. Pero, como los padres desde
el principio de los tiempos, asumió que su hijo seguiría sus pasos. Siendo
fuerte, estadista, astuto. Cuando resulté ser… menos que eso… no se
molestó en ocultar su decepción. Tampoco me brindó el entrenamiento que
supuestamente nunca iba a necesitar.
—Y cuando lo necesitaste…
—¿Crees que estás perdida? Intenta despertarte un día para
descubrir que tu padre ha sido asesinado, tu Corte está completamente en
pánico, y tus enemigos están aprovechando la oportunidad para invadir. Y
31 que se espera que tú, con tu entrenamiento completamente inadecuado y
un poder que has estado utilizando principalmente para seducir a las
dulces jovencitas, salves el día. Ese día. En ese preciso momento.
Hubo un silencio incómodo. O tal vez fue simplemente incómodo de
mi parte. Porque mi madre era la razón por la que él había estado en ese
lío.
Por más difícil que sea de creer, solo viéndome, ella había sido una
de las criaturas que los humanos una vez llamaron dioses. No por su
moralidad, que en su mayoría parecieron encontrar un concepto extraño, o
su justicia, misericordia y sabiduría, que tampoco tenían. Sino porque
¿cómo más podías llamar a unos seres tan poderosos que simplemente
sesgaban todo a su paso?
Incluyendo al padre de Rosier, aunque hubiera sido un poderoso
señor demonio, porque incluso un dios mediocre estaba en un nivel
completamente diferente.
Y aunque mi madre había sido muchas cosas, mediocre nunca había
sido una de ellas.
Había sido la diosa con mil nombres, que aparecía de una forma u
otra en prácticamente todas las culturas de la tierra. Pero aquella que el
mundo recordaba mejor era Artemisa, la Gran Cazadora. ¿Y adivina qué le
gustaba más cazar?
Y no era la única. La descabellada totalidad del panteón se había
emocionado cuando descubrieron la tierra, mientras exploraban una grieta
entre nuestro universo y el de ellos. No por los humanos, de los cuales
pensaban que solo eran aptos como esclavos. Sino porque la tierra ofrecía
acceso a su verdadera presa: los demonios.
Como descubrí en mi búsqueda de Pritkin, los infiernos estaban
compuestos por una gran variedad de mundos poblados por una amplia
gama de criaturas, desde los íncubos en su mayoría inocuos, hasta seres
que incluso los otros demonios llamaron “terrores ancestrales” e hicieron
lo mejor que pudieron por encerrarlos. Pero todos tenían una cosa en
común: se alimentaban de otras especies: humanos, otros demonios,
incluso Fey si podían atraparlos. Y almacenaron gran parte de ese poder
para más tarde.
O, al menos, lo hicieron hasta que aparecieron los dioses, para dar
vuelta al asunto y cazarlos en su lugar.
La mayoría de los dioses se habían quedado en su terreno, la tierra,
32 y esperaron a que los demonios fueran a ellos. Pero mi madre no se había
contentado con esperar. Ella misma había ido a los infiernos, buscando la
presa más jugosa y gorda, aquellas que tuvieran suficiente energía
almacenada para no tener que cazar en la tierra. Aquellas que al final la
habían hecho más poderosa que cualquiera de su especie. Aquellas que le
habían permitido lanzar un hechizo marginando a los otros dioses de su
nueva adquisición y cerrando la puerta detrás de ellos.
Dejándolo todo para ella.
Habría sido perfecto, si sus compañeros dioses no hubieran luchado.
Pero algunos lo hicieron, y la batalla la agotó aún más de lo que esperaba.
Hasta el punto en que se vio obligada a esconderse entre la población
humana, para evitar represalias de las hordas de demonios que ahora la
estaban cazando. Se había vuelto cada vez más débil con el tiempo,
incapaz de cazar, alimentarse, al menos lo suficiente como para marcar la
diferencia, por temor a delatar su paradero a aquellos con memorias tan
extensas como la suya.
La mayoría del mundo no tenía esa ventaja, y se olvidaron en gran
medida de la gran Artemisa y su caza.
Pero los demonios nunca lo hicieron. Especialmente Rosier, cuyo
padre había sido una de las últimas víctimas de mi madre. Lo que hacía
que fuera tanto incómodo como realmente irónico que tuviéramos que
trabajar juntos ahora.
Pero aunque podría no agradarle a los demonios, entendían una
cosa.
Ahora todos estábamos del mismo lado.
Era por eso que el consejo de demonios de mi época, que quería a la
espina en su costado llamado John Pritkin muy, muy muerto, había
cedido de todas formas y me dio el contra hechizo. No porque quisieran
ayudar a la hija de su mayor enemigo, sino porque su paranoia solo había
quedado eclipsada por su pragmatismo. Y sabían que había algo peor allá
afuera.
Concretamente, los seres antiguos a los que mi madre había
arrojado de una patada en sus culos divinos, y quienes estaban
actualmente golpeando a la puerta, intentando volver a entrar. Y ahora
estaba muerta y el hechizo que había lanzado todos esos siglos atrás para
bloquear el camino, comenzaba a sentirse un poco raído. Y si caía, iba a
ser una temporada abierta para todos nosotros, ya seas débil,
insignificante, viejo o poderoso, porque para los dioses, todos parecíamos
33 iguales.
Y moríamos igual de fáciles.
Eché un vistazo a Rosier, para encontrarlo mirando hacia la ciudad
inundada por la luna, perdido en sus propios pensamientos.
—¿Cómo lo hiciste? —pregunté, porque realmente quería saber.
—¿Cómo hice qué?
—Sobrevivir.
Se encogió de hombros.
—La única forma en que sabía cómo. Comencé a gritar órdenes en
mi mejor imitación de padre, actué como si supiera lo que estaba
haciendo, arrinconé a algunos de sus antiguos asesores y los pegué a mi
lado como lapas, y… los hice hacerlo. Principalmente por la excelente
preparación de mi padre, pero de todos modos, la gente me dio el crédito. Y
después, simplemente seguí adelante. Escuchando a veces mi propio
juicio, que descubrí que no era tan malo, después de todo; recibir consejos
de personas que en realidad podrían saber de lo que estaban hablando
cuando pudiera; y esperando tener suerte cuando nada más funcionó.
Fruncí el ceño. Excelente.
Él vio mi expresión, y esta vez, fue quien rio.
—¿Creías que había un truco? Cassie, ¿crees que alguien está
preparado para un trabajo como el tuyo? ¿Crees que si te hubieras criado
en la Corte Pitia, entrenada por la sagrada Agnes en persona, te hubieran
dado instrucciones políticas hasta que te salieran solas por los oídos? ¿En
serio crees que importaría?
—¡No dolería!
—Y no ayudaría. No tanto como pareces pensar. —Sacudió la
cabeza—. Terminé alegrándome no saber lo que no podía hacer. Que era
demasiado ingenuo para ver las señales, para darme cuenta de lo poco
probable que alguno de nosotros en realidad fuera a sobrevivir. Recuerdo
haber golpeado la mesa en una sala de guerra, una cueva con goteras en
algún mundo ilegitimo en algún lugar, con tres ejércitos afuera y ninguno
de ellos nuestro, con la mitad de mis fuerzas pensando en cambiar de
bando y la otra mitad tan desmoralizada que no podían importarles
menos, y aun así seguí haciendo estrategias. Demasiado estúpido para
saber que ya habíamos perdido.
—Y… ¿perdiste? —pregunté, porque últimamente también me había
34 sentido así en cierto modo. Como si ya hubiera perdido y aún no lo
hubiera enfrentado. Porque, ¿cómo luchabas contra un dios?
No era una pregunta que nadie pudiera responder, ya que nadie lo
había hecho nunca. Excepto por mí y el chico al que estaba persiguiendo
actualmente a través del tiempo, pero había habido algunas advertencias
pesadas allí. Así como el hecho de que Apolo, el dios en cuestión, ya había
estado bien frito gracias al hechizo de protección de mamá, y por lo tanto
estaba casi muerto cuando llegó aquí. E incluso entonces no habíamos
luchado contra él, porque ¿cómo demonios se suponía que debíamos
luchar contra él? En cambio, lo llevamos a una trampa donde algunos
demonios hambrientos y un vórtice sobrenatural lo habían acabado.
Lo único en lo que contribuimos fue huir.
Rápido.
Lo que francamente todavía sonaba como un plan, porque en su
mayoría me parecía a mi padre muy humano, y la idea de enfrentar al dios
de la guerra me hacía sentir incontinente nuevamente.
Pero esta vez no podía huir.
No con un grupo de dioses enojados golpeando a la puerta, con una
comunidad sobrenatural fracturada que de alguna manera era mi trabajo
reunir, y con un enfrentamiento que no tenía ni idea, ni idea, de cómo
ganar.
La única pista que había logrado encontrar había sido en la
búsqueda de Pritkin, mil quinientos años en el pasado, y ni siquiera
estaba segura de tener razón sobre eso. Actualmente estaba sentada en
una cornisa con vista a una gran extensión abierta, pero no se sentía así.
También me sentía atrapada en una cueva, una con las paredes
cerrándose y el techo a punto de caer sobre mi cabeza. Y yo, incapaz de
evitar el desastre que vi venir porque los pocos menos de cuatro meses
entre una vida leyendo las cartas del tarot en un bar y una vida
supuestamente dirigiendo a la comunidad sobrenatural no era suficiente,
no era para nada suficiente. Se sentía como si hubiera sido configurado
para fallar, y aquí estaba, orquestando justo en el momento preciso, y no
podía, solo… no… ¡Maldita sea!
Me pasé un brazo por los ojos y levanté la vista para encontrar a
Rosier observándome. Algo pasó por su rostro por un segundo, algo que no
pude interpretar. Y luego desapareció otra vez, y estaba haciendo otro de
esos gestos elegantes que tanto le gustaban.

35 —Bueno, obviamente no —dijo, respondiendo a mi pregunta


anterior—. Estoy aquí sentado ¿no? En esta cosa horrible. —Miró hacia su
túnica fantasmal con disgusto.
Me pregunté por qué no se había cambiado. Los fantasmas no
podían, pero Rosier no era uno. Pero bueno, tal vez también estaba
cansado.
Apoyé mi cabeza contra la pared.
—Entonces, ¿cómo saliste de eso?
Se encogió de hombros.
—Seduje al líder de una de las fuerzas opuestas, quien luego cambió
de bando a mitad de la batalla. Él estaba detrás de nuestros enemigos y
nosotros estábamos al frente, y después de un tiempo estando atrapados
entre nosotros dos, se rompieron y huyeron. Y nunca vivieron la ignominia
de ser vencidos por un grupo de íncubos. Me aseguré jodidamente bien
que no lo hicieran.
—Eso fue inteligente —señalé—. ¿Y qué fue eso? Fuerte, estadista…
—Y astuto. Y no, no lo fue. Fue desesperación, pero funcionó. Y
cuando las apuestas desesperadas funcionan, las llaman brillantez. Hazlo
lo suficiente, y la gente comienza a creer que siempre puedes, que siempre
lo harás. Siguen a personas así. Escriben leyendas sobre personas así.
—Pero… tú aún sabrás la verdad. Sabrás que estás fingiendo.
—Sí, pero con el tiempo te das cuenta de algo: el otro lado también lo
hace. Al menos muy a menudo. Aprende lo que puedas; haz lo que puedas;
haz que otros hagan por ti lo que no puedes. Y mientras tanto finge todo lo
que puedes. —Me lanzó una mirada—. En otras palabras, exactamente lo
que has estado haciendo.
Parpadeé ante eso. No era exactamente un cumplido, pero estaba
cerca. Básicamente, alguien me estaba diciendo que no estaba arruinando
las cosas tan mal como podría estarlo.
Demonios, lo aceptaría.
Rosier volvió a sacudir la cabeza.
—¿Has terminado con esa cosa asquerosa? —preguntó, mirando con
disgusto hacia la pata ahora sin carne.
—No sabes lo que te perdiste —le dije, mostrándole una sonrisa
36 grasienta.
—Vamos —dijo, extendiendo una mano fantasmal—. Vamos a fingir
un poco más.
M
edia hora más tarde, Rosier estaba de vuelta en el infierno,
haciendo lo que fuera para recuperarse de estas cosas, y yo
estaba de vuelta en el casino que llamo casa, intentando
seguir su consejo. Es decir, conseguir algunos consejos, y de alguien que
pudiera saber de qué estaba hablando. Asumiendo que pudiera llamar su
atención, claro está. Pero ella estaba detrás de una caja registradora, en
una tienda al otro lado de la calle principal del casino, y yo… no.
Y no iba a acercarme más.
—¡Mami, mami, mira! ¡Es el cadáver de la novia!
Miré hacia abajo para encontrar a una chiquitita en tutú tirando de
mis faldas. Mis faldas chamuscadas, sucias y anticuadas, que
complementaban mi cuerpo cubierto de cenizas. Y cara. Y cabello. Una
37 rápida mirada en el escaparate frente a mí mostró que, de hecho, me
hacían ver como el cadáver de la novia.
Suspiré.
—De hecho, no lo soy —le dije a la niña, todavía concentrándome en
la belleza de cabello oscuro detrás del mostrador.
Se llamaba Françoise y, normalmente, solo habría entrado y
saludado. Habíamos sido amigas por un tiempo, incluso antes de que
consiguiera su trabajo actual, embelleciendo el salón del diseñador de
moda más famoso del mundo mágico, según él, por supuesto. Pero ahora
mismo no era un buen momento para interrumpir.
Este momento sería un buen momento para perderse, solo que no
tenía mucho tiempo. Así que estaba merodeando, intentando llamar su
atención a través de los hilos florales colgando sirviendo como telón de
fondo para un montón de diosas cotorreando.
Un montón de diosas con cabello rizado y rubio, noté, frunciendo el
ceño.
Y entonces, fruncí el ceño un poco más cuando volvieron a tirar de
mi falda.
—¡Quiero una foto! ¡Quiero una foto! —exigió el duendecillo mientras
intentaba manosearme para una pose apropiada, lo que sea que fuera,
para un cadáver.
La habría manoseado a su vez, pero mis manos estaban llenas. Y
Françoise aprovechó ese momento para notarme. Y abrir sus ojos oscuros
de par en par y sacudir la cabeza, señalando la perturbación que ya había
visto, porque ¿cómo no hacerlo?
Lo sé, articulé. Pero necesito hablar contigo.
Más sacudidas de cabeza, junto con un intento de decir algo, solo
que no podría decir qué porque la mano en mis faldas se había convertido
en un puño insistente, y me estaban arrastrando a la fuerza por la
ventana.
—Querida, creo que está en su hora del almuerzo —dijo una mujer,
acercándose.
Parecía un poco extraña, como si tal vez las aerolíneas hubieran
perdido su equipaje y hubiera tenido que armar un atuendo con lo que
fuera que tuviera en su equipaje de mano. Tenía un aire mezclado entre
38 una persona elegante y una de la calle: cabello castaño rizado que parecía
que no hubiera visto un cepillo en mucho tiempo, pero que
complementaba los afilados ojos castaños detrás de unas lentes caras.
Llevaba un traje azul elegante que le habría costado dinero, pero que
estaba tristemente arrugado. Y que usaba sobre una camiseta en lugar de
una blusa, una que proclamaba: “Hace un tiempo, fui dulce e inocente, y
luego pasó esta mierda”.
Necesito una de esas, pensé con envidia.
—No estoy en un descanso —dije, lo que atrajo una mirada
escéptica, probablemente por el granizado y las dos bolsas de comida con
las que estaba haciendo malabares—. Quiero decir, no trabajo aquí —
aclaré; aparentemente… en absoluto.
Tal vez porque el granizado era azul y había teñido mis labios de un
tono mortal. Y estaba en un vaso con forma de ataúd que me salió gratis
con la compra porque costaba unos diez centavos cuando se compraba a
granel desde el otro lado de la frontera. Pero lo más sorprendente era
donde estábamos.
El hotel y casino de Dante era una reliquia de los días en que las
temáticas estaban de moda en la Strip de Las Vegas. Eso siendo después
de la era de la mafia, pero antes del experimento familiar y amistoso que
duró muy poco, y definitivamente antes de la última encarnación de la
ciudad como una elegante zona de juegos para adultos, específicamente
para los adinerados. Ahora las temáticas se habían acabado, a menos que
la temática fuera el dinero, el cual nunca faltaba en Las Vegas, pero a
Dante no le importaba porque su temática tenía un propósito. Como, por
ejemplo, esconder a un montón de seres sobrenaturales reales a la vista, al
publicitar actores disfrazados merodeando por las calles.
—Lo siento —dijo la mujer con firmeza, empujando una masa de
rizos fuera de su cara—. Pero eres su personaje favorito. Una foto…
La oración permaneció sin terminar, pero la idea era clara: mi
almuerzo y yo, sin mencionar mi misión, seríamos rehenes de esa foto.
O no, pensé, cuando un genio indignado apareció ante mi cara de
repente.
—Tú.
Me dirigí hacia la puerta con mi montón de cosas, ya que, ya no
importaba.
—No es mi culpa —le dije, asintiendo hacia la perturbación.
39 —¿No es tu culpa? —Augustine bloqueó el camino a su
establecimiento con un larguirucho brazo flacucho. Siempre me recordaba
a una mantis religiosa rubia: puro brazos y piernas en un cuerpo de
aspecto esbelto, un hecho intensificado hoy por el mono en su verde más
iridiscente favorito—. ¡Las trajiste hasta aquí!
—Las llevé al hotel —dije, intentando pasar por debajo de la
obstrucción sin derramar nada como si bailara el limbo—. No decido a
dónde van…
—¡Sácalas! —dijo, empujando una rodilla en mi camino.
—¿De aquí?
—¡Sí, de aquí! Tú te vas, ¡y ellas también!
—Diles eso —dije, mirando más allá de él. Hacia donde vagaban tres
montículos cubiertos de tela, examinando los artículos expuestos.
Al menos, suponía que eso era lo que estaban haciendo, pero ¿quién
podría decirlo? Parecían montañas de ropas animatrónicas, hasta el punto
de que solo sabía quiénes eran por las nudosas uñas amarillentas
sobresaliendo como garras por debajo de las sedas, tafetas y encajes.
Muchas sedas, tafetas y encajes.
Como en media tienda.
Podía entender por qué Augustine estaba molesto: su inventario
estaba siendo arrasado; pero era su propia culpa. Fue quien decidió poner
un hechizo antihurto en sus productos, haciendo que cualquier cliente con
dedos pegajosos termine literalmente pegajoso. Hasta el punto en que todo
lo que tocaban terminaba adherido a ellos como súper pegamento.
Había provocado que hombres adultos, lloriqueando en sumisión y
perdiendo algo de piel, regresaran después de un viaje salvaje en el
exterior del taxi al que se hubieran quedado pegados. Pero no parecía estar
molestando al grupo actual, a juzgar por la mano sucia que acababa de
salir de una de las pilas para tocar un suéter de cachemira. Y sacarlo
casualmente de su percha y arrojarlo al montón creciente sobre su hombro
izquierdo.
No se pegó a su mano.
No había esperado que lo hiciera.
Los hechizos de niveles menores no fueron diseñados para atrapar a
seres mágicos antiguos, quienes parecían ver esto como una alternativa
útil en lugar de una cesta para la compra.

40 —¡Tú diles eso! —dijo Augustine furiosamente—. ¡Las trajiste hasta


aquí!
—Oh, por favor —dije, mirándolo con molestia, y no a medias,
porque todavía estaba atrapada entre la puerta y él—. ¡Eso fue hace casi
cuatro meses!
Había sido en los primeros días de este trabajo, cuando liberé a las
chicas accidentalmente de la trampa sobrenatural en la que estuvieron
atrapadas. Atrapadas por ninguna buena razón que pudiera ver, ya que
las tres ancianas conocidas por la mitología como las Gorgonas eran por lo
general bastante inofensivas. Por supuesto, no tenía la costumbre de
cabrearlas.
A diferencia de Augustine, quien se olvidó de mí cuando uno de los
montículos se inclinó para ver mejor un estante más bajo y chocó con una
elegante exhibición de sombreros. El cual salió volando cuando la mesa se
cayó, incluyendo un alegre numerito púrpura que aterrizó en un ángulo
desgarbado en sus largos rizos grises. Y transformó inmediatamente la
cara arrugada debajo de ellos.
Las Gorgonas generalmente parecían muñecas de manzana asadas,
con los pliegues de un Shar-pei por cara y poco más. Eso todavía era
cierto. Solo que ahora el rostro arrugado asomando de la pila de ropa
también lucía todo un trabajo de maquillaje, incluyendo lápiz labial
escarlata, mejillas sonrosadas y pestañas postizas, incluso aunque esto
último no tenía nada a lo que adherirse, ya que actualmente no estaba en
posesión del único ojo que compartía el trío.
Las pestañas revolotearon de todos modos cuando volvió la cabeza
de un lado a otro, y luego hacia arriba, intentando descubrir lo que
acababa de pasar. Y al final, se dio cuenta que algo estaba pegado a su
cara. Con lo cual ella lidió al palpar con una mano en garras hasta que
localizó el problema y lo solucionó.
Se lo comió.
—¿Qué… ella… solo… cómo… por qué? —preguntó la madre de la
niña cuando Françoise casi voló hasta nosotros.
—Hologramas —respondió a la mujer con firmeza.
—¿Hologramas?
Pero Françoise ya me había llevado adentro y me estaba empujando.
—¿Hologramas? —susurré.
—Es la respuesta estándar. La mayoría de los humanos no pueden
41 ver los hechizos que Augustine pone en sus ropas. Pero algunos de ellos
tienen un poco de magia en sus sangres, y para ellos —se encogió de
hombros—, son hologramas.
—¿Cuándo en realidad…?
Me entregó una señal que se había caído de la exhibición.
¿APURADO? NO LO DUDES MÁS Y VE CON AUGUSTINE.
TU MAQUILLAJE Y PEINADO HECHO EN UN INSTANTE.
Parpadeé ante eso. Sabes, considerando mi horario, en realidad
podría venirme bien…
—¿Puedes llevártelas a otra parte? —preguntó Françoise, señalando
al trío—. Solo se va a poner peor mientras más tiempo estén aquí.
Supuse que se refería a Augustine, quien ahora estaba golpeando a
las Gorgonas con uno de los sombreros caídos.
—Estoy demasiado reventada ahora mismo —admití—. Como
mínimo; y menos para llevar a nadie más.
De hecho, ni siquiera estaba segura de poder llevarme. Los
desplazamientos espaciales eran mucho más fáciles que la variedad en el
tiempo, pero aun así requerían energía. Por eso había planeado usar el
elevador hasta mi suite, descansar y comer algo más sustancial que unas
pocas patas de cerdo.
Pero primero tenía una pregunta.
—Tengo una pregunta —le dije a Françoise, quien intentaba reunir
los sombreros.
Levantó la vista, y el vestido griego que llevaba se deslizó de un
hombro. Era la versión gogó, con una falda demasiado corta y un escote
profundo, porque Augustine sabía cómo atraer a los clientes masculinos a
una tienda de ropa femenina, sí, lo sabía. Pero se veía bien en ella, como el
peinado elaborado en el que su largo cabello oscuro había sido tejido,
sostenido en su lugar por finas bandas de plata.
Combinaba con la tienda, que había visto decorada por última vez
como una carpa de circo. Ahora tenía suelos de mármol y columnas
iónicas, con trapos de gasa diáfana envueltos aquí y allá, y murales
pastorales cubriendo las paredes. Augustine en serio estaba sacándole
todo el provecho a esta cosa de las diosas, ¿no?

42 —¿Sobre los sombreros? —preguntó Françoise.


—No, sobre los Fey —dije, volviendo mi atención hacia ella—. Viviste
con ellos por un tiempo, ¿no?
—Demasiado tiempo —respondió sombríamente, probablemente
porque no había sido voluntario.
—Pero los conoces bastante bien ¿verdad? ¿Mejor que la mayoría?
En realidad lo esperaba, ya que mis opciones eran un poco
limitadas. No había muchos expertos en los Fey, especialmente la variedad
de luz. Su mundo tenía la costumbre de consumir cualquier visitante
indeseado y escupir los huesos. No es que Françoise hubiera sido
indeseada. Era el tipo de inmigrante que los Fey recibían con los brazos
abiertos.
Literalmente.
—Me secuestraron —dijo con amargura—. Era una esclava. ¿Qué
sabe un esclavo?
—Más que yo. Y necesito hacerlo. —Y supongo que algo en mi tono le
llegó, porque me miró desde debajo de un estante, donde estaba
intentando alcanzar un sombrero rebelde.
—¿Qué está pasando?
Volví a mirar alrededor, pero las únicas personas cercanas eran la
madre y la niña, y estaban ocupadas viendo el drama con la boca abierta.
Me puse en cuclillas junto a ella y bajé la voz.
—No tengo mucho tiempo —dije en voz baja—. Pero necesito saber
todo lo que puedas decirme sobre sus armas.
—¿Sus armas?
—No las cosas cotidianas. Las especiales.
Frunció el ceño.
—¿Cuáles especiales?
Miré alrededor una vez más.
—Es solo una teoría, pero vi un arma, un bastón, que… mira, los
dioses pelearon todo tipo de guerras cuando estuvieron aquí, ¿verdad? Los
unos con los otros, con los monstruos demoníacos, e incluso con los seres
humanos. Todas las leyendas lo dicen.
Su frente se arrugó.
43 —¿Oui?
—Bueno, si tienes una guerra, tienes armas. Y si lees las viejas
historias, verás que se mencionan con bastante frecuencia: el arco de
Artemisa, el martillo de Thor, el rayo de Zeus…
—Pero eran dioses, se han ido ahora. —Miró a las Gorgonas, quienes
acababan de lidiar con Augustine de la misma manera que lo hicieron con
su ropa: pegándolo a una de sus espaldas. Eso dejó sus largas piernas
flacuchas agitándose en el aire y su boca gritando obscenidades que,
afortunadamente, no fueron en inglés. Ella suspiró—. La mayoría.
—Sí, se han ido. Pero sus armas podrían no haberlo hecho.
—No entiendo.
Cambié el granizado a una mano diferente, para poder hacer un
gesto.
—Cuando los dioses fueron expulsados de la tierra, sucedió muy
rápido. Como en, realmente rápido. Si no hubiera sido así, habrían podido
deshacerse del hechizo desterrándolos o matar al que lo había lanzado.
¿Cierto?
Françoise asintió. Sabía tanto sobre lo que mi madre había hecho
como yo, ya que había estado allí cuando me enteré.
—Oui, c'est ça, mais…1
—Françoise, fueron desterrados casi de inmediato.
—¿Oui?
—Así que, quizás no tuvieron tiempo de empacar.
Parpadeó hacia mí, olvidando los sombreros de repente.
—Las armas… ¿crees que podrían haber dejado las armas atrás?
—Creo que podrían haberlas dejado en Faerie —corregí—. Era un
lord Fey a quien vi corriendo con una. Y como nos enfrentamos al regreso
de un dios…
—Sería bueno tener una de sus armas para luchar contra él.
Asentí.
—Mira, sé que fue hace mucho tiempo. Pero el tiempo corre de
manera diferente allí, y los Fey viven mucho más tiempo que nosotros. Y si
algo fue dejado atrás… bueno, ellos lo guardarían ¿no? ¿Incluso, lo
apreciarían? Siempre parecen estar peleando…
44 —Siempre están luchando contra los Fey Oscuros —corrigió—. Y no
necesitan armas divinas para eso. Aunque…
—¿Aunque…?
Su frente se arrugó un poco más.
—No sabía mucho de su idioma cuando llegué, y solo era una
esclava. Y no les cuentan muchas historias a los esclavos. Pero al hombre
que me compró, le gustaba decir que era descendiente de los dioses.
—¿Le creíste? —Porque no lo parecía.
Frunció el ceño.
—Non, no lo creo. No pienso que fuera descendiente de ningún dios,
a no ser que fuera del cochon de Zeus.
—¿Cochon?
—Su cerdo.
Me tomó un segundo.
—¿Su cerdo?

1 Oui c’est ça, mais: del francés al español “Sí, eso es, pero…”
—Oui. —Françoise asintió con decisión—. Como digo, cerdo.
Sonreí.
—¿Y qué te dijo el cerdo de Zeus?
—No es lo que dijo, sino lo que tenía. Un estandarte que su padre
llevó a la batalla. Una gran batalla, cuando dicen los Fey, que los dioses
lucharon junto a ellos. Pero los dioses, ya se habían ido para entonces…
—Pero tal vez parte de su poder no.
Ella asintió.
—¿Escuchaste hablar de armas inusuales mientras estuviste allí,
incluso rumores? Necesito saber si aún existen, y si es así, dónde están
ahora. Y quién las tiene.
Sacudió su cabeza.
—No buscaba una forma de pelear, sino huir. Pero podría
preguntarle a un Fey Oscuro.
—¿Los que están aquí en el hotel?
45 —Oui. No les gusta hablar sobre el pasado, pero si les digo que es
por ti…
—¿Eso ayudaría?
Pareció sorprendida.
—Los trataste con respeto. Y los ayudaste… ellos no olvidan eso.
Pocos se han molestado alguna vez.
—Entonces pregúntales sobre la batalla y el bastón. Fue llamado el
Bastón de los Vientos. Durante un tiempo, fue el arma personal del rey
Blarestri.
—Los Señores del Cielo —dijo Françoise, con los ojos completamente
abiertos, como todos parecían hacer cuando hablaban del grupo líder de
los Fey de Luz.
—Eso fue lo que me dijeron. No estoy segura si el bastón fue un
arma divina que quedó atrás, pero si no fuera así, debería haberlo sido. Y
donde hay una, podría haber más. Necesito saber si han escuchado…
—Quiero una foto —interrumpió una voz infantil, y levanté la vista
para ver que la pequeña bailarina había reaparecido a mi lado.
—Ahora no, cariño.
—No. ¡Ahora!
Suspiré.
—Ya te lo dije, no trabajo aquí.
—Pero eres el cadáver de la novia —insistió—, y quiero…
—No soy…
—¡Eres el cadáver de la novia y quiero una foto! ¡Mami, haz que me
dé una foto!
—Es, es solo una foto —dijo la madre, acercándose mientras seguía
mirando la conmoción. Había empeorado, con las Gorgonas apilando sus
ropas recién robadas encima de Augustine. No estaba segura si eso era
porque se estaban quedando sin espacio, o para callarlo, pero si era esto
último, no estaba funcionando.
—Mire, señora…
—Solo posa para una foto ¿quieres?
—No —respondí, cabreada de repente—. No lo haré.
46 —¿Por qué? Solo tomaría un minuto.
—Lo mismo que decirle a tu hija que no.
Y, bueno, finalmente había sido lo suficientemente irritante como
para llamar su plena atención. Se dio la vuelta.
—¿Qué significa eso?
—Significa que tal vez darle a tu hija todo lo que quiere…
—No me digas cómo criar a mi hija.
—… no es la mejor táctica para criar a un niño equilibrado…
—¿Equilibrado? —Sus ojos se clavaron en mi cuerpo polvoriento, de
labios azules y sin zapatos—. ¿Qué sabrías sobre ser equilibrado?
—¡Más que tú!
—¡Solo posa para la foto!
—¡No! ¡No soy el maldito cadáver de la novia! Mi nombre es Cassie
Palmer y no…
Pero no tuve la oportunidad de decir lo que no iba a hacer. Porque
una voz retumbante estalló de repente, lo suficientemente fuerte como
para sacudir las paredes.
—CASSIE PALMER. CASSIE PALMER. CASSIE PALMER ESTÁ EN
AUGUSTINE.
¿Qué demonios?

47
—¿Q ué? —La cabeza perfectamente peinada de
Augustine sobresalía de un montón de ropa—.
¿Qué es eso?
—¡No! —La madre furiosa miró a su alrededor, y se volvió
abruptamente mucho más furiosa—. ¡Maldita sea, no!
Corrió hacia el mostrador con la caja registradora, que también
contenía la estación de papel de regalo. Y comenzó a arrojar tarjetas
elegantes, carretes de cinta y papel de regalo lujoso, buscando algo que
supongo que no encontró, porque siguió haciéndolo. Y aunque eso no
habría sido una gran idea en ningún lado, era especialmente terrible aquí,
porque Augustine no usaba papel normal.
Augustine no usaba nada normal.
48
Como se demostró cuando un rollo de papel brillante azul y plateado
rodó por la encimera y cayó del borde.
—¡Pon eso de vuelta ahí! —exigió Augustine—. ¡Pon eso de vuelta
ahora mismo!
Pero era demasiado tarde. El papel cayó al suelo, e inmediatamente
comenzó a desplegarse en una larga cadena de animales de origami. Que
se despegaron del rollo y comenzaron a correr a través del laberinto de
estantes elegantes y mesas ordenadas. Las cuales de repente ya no
estaban tan ordenadas, con tigres de papel saltando sobre ellas, y
elefantes de papel embistiéndolas, y monos de papel subiéndolas.
Y arrojándose alegremente las mercancías perfectamente dobladas
entre sí. Y a nosotros. Y al piso.
Parecía que todavía estaban atrapados en la temática del circo de la
temporada pasada, cosa que en realidad era como estaba empezando a
parecerse la antigua tienda elegante.
Y entonces, un enjambre de algo voló por las puertas abiertas.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER ESTÁ EN AUGUSTINE.
El hechizo localizador resonó como una sirena de niebla, gritando mi
nombre y confundiendo mi cerebro. El cual ya estaba bastante confundido
al ver lo que parecían un par de docenas de murciélagos entrar en picado y
comenzar a rodear la habitación. Me quedé mirándolos, sintiendo que
había quedado atrapada en un absurdo juego de Jumanji, mientras
Augustine maldecía y Françoise agarraba a la mujer lunática que todavía
intentaba destruir la estación de envoltura de regalos.
Solo para que saque algo de su bolso.
—¿Dónde está tu escudo? —chilló la morena, blandiendo lo que
parecía sospechosamente una varita.
—¡Quita eso de mi cara! —le advirtió Françoise.
—¿Dónde está? ¡Tienes que tener uno!
—Sal de aquí ahora mismo, o te juro…
—No, yo te juro…
Françoise le quitó la varita y la partió en dos.
49
—¿Qué… cómo…? ¡Bruja!
—De hecho, bruja.
—¡Yo también!
—Pero no una muy buena —dijo Françoise con aire de suficiencia.
Y luego la nube rodando se zambulló, en una negra masa chirriante
y veloz.
Me agaché, con las manos sobre mi cabeza, pero no ayudó. Al
segundo siguiente, estaba rodeada por una multitud de cosas revoloteando
que no eran murciélagos, no eran pájaros, no eran nada que hubiera visto
antes, pero de repente estaban en todas partes, incluso justo en mi cara. Y
chirriando algo que no podía entender porque todos estaban hablando a la
vez.
—¡No les contestes! —gritaba la mujer… la bruja—. Estaba aquí
primero. ¡Estaba aquí primero!
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER ESTÁ EN AUGUSTINE.
—¡Cassie! ¡Sal de ahí! —gritó Françoise, y me arrojé detrás del
mostrador. Los no murciélagos me siguieron como una masa fluyente, solo
para incendiarse cuando Françoise, que es una muy, muy buena bruja, les
arrojó una bola de fuego.
Por supuesto, una masa de cosas aleteando, chillando y en llamas
no es exactamente una mejora. Pero no parecían ser mucho más
sustanciales que el origami de Augustine. Porque se desintegraron cuando
me escabullí al otro lado del mostrador, en bocanadas de cenizas que
explotaron en el aire a mi alrededor.
Al menos el atuendo no podría empeorar mucho, pensé, mirando
alrededor.
Y luego, retrocediendo bruscamente cuando me encontré frente a
uno que había sido lo suficientemente inteligente como para ir por el otro
lado.
De cerca, parecía menos un murciélago y más una mariposa
demasiado grande, ya que no tenía cuerpo del que hablar. O incluso una
cabeza. Solo una hendidura vertical con una boca encajada entre dos alas
batiéndose rápidamente y gritando algo.
50
Hasta que fue arrancado del aire y comido por Deino, la más dulce
de las Gorgonas, quien no era exigente con su elección de merienda.
Pero este no cayó tan fácilmente. De hecho, este no cayó en
absoluto. Se quedó en su boca, revolviéndose y haciéndola parecer que
estaba masticando un montón de chicle negro. O hablando de una manera
realmente exagerada, porque su mandíbula siguió subiendo y bajando,
arriba y abajo, con palabras desbordándose, solo que Deino no hablaba
inglés.
Pero alguien lo hacía.
Y ahora que solo quedaban unas pocas cosas negras, podía entender
lo que decían.
—Aquí Crystal Gazing —dijo una voz femenina, desde algún lugar
sobre mi cabeza—. Lady Cassandra, ¿puede comentar sobre el estado de
su relación con el senador vampiro Lord Mircea? Se rumora que son
amantes…
—Aquí El Oráculo —interrumpió una voz británica retumbante,
saliendo de la boca de Deino—. A nuestros lectores les gustaría saber cuál
era exactamente la naturaleza de la criatura con la que luchó y mató en su
coronación hace dos semanas…
—¿Y por qué estaba desnuda? —añadió Crystal Gazing con
entusiasmo—. ¿Era un ritual?
—… también agradeceríamos la confirmación de la identidad de las
criaturas con las que luchó en el vestíbulo de este hotel la semana pasada
—continuó el Oráculo, hablando un poco más fuerte—. Se ha especulado…
—¿O tal vez algún tipo de magia sexual? ¡Nuestros lectores hicieron
una encuesta…
—… que eran los guardias personales del consejo supremo de los
demonios…
—… y fue votada la Pitia más sexy por un margen de casi tres a uno!
—Pero… pero soy la única Pitia —dije mientras la bruja morena me
arrastraba hacia atrás.
—Aquí el Witch's Companion —sonó una pequeña voz, desde algún
lugar detrás de mí—. ¿Nos preguntábamos si podría compartir una receta
favorita? ¿Quizás una buena sopa de otoño?
—Se ha notado —tronó el Oráculo—, que coinciden con la
51 descripción de criaturas similares vislumbradas ocasionalmente a través
del tiempo, y descritas por algunos de nuestros eruditos más ilustres…
—¡Cuelguen a sus ilustres eruditos! —gruñó la bruja morena,
interponiéndose entre lo que, supongo, eran un montón de micrófonos
mágicos y yo—. ¡Se los dije, estaba aquí primero!
—Primero en encontrarla, no primero en presionar —dijo el avatar de
Crystal Gazing con condescendencia.
—La primera entrevista de la Pitia no puede ser para un
periodicucho como Graphology —coincidió el Oráculo, aunque Deino
estaba intentando erradicarlo con la lengua.
—¿Qué? —preguntó la morena erizada—. ¿Cómo acabas de
llamar…?
—Periodicucho —repitió Crystal Gazing amablemente—. Él llamó a
tu periódico un periodicucho, querida.
—¿O… o algunos consejos de decoración? —preguntó Witch's
Companion, revoloteando esperanzada—. Estamos cubriendo la temporada
de otoño con colchas…
—No más de lo que puede el Crystal Gazing —continuó el Oráculo
pomposamente—. Que no tiene mejor calidad de integridad periodística
que…
—¿Perdona? —Su compañero ya no sonaba tan divertido.
—… la mayoría de los tal llamados periódicos estadounidenses…
—¿Qué estás insinuando?
—Está llamando a tu periódico un periodicucho, querida —dijo la
morena con acidez.
Crystal Gazing se erizó.
—¿Puedo recordarte que mi periódico ha estado en prensa por más
tiempo que cualquiera de…?
—La basura siempre vende. Eso no lo hace menos basura.
—¿Bruja, dijo qué? —exigió Crystal Gazing. Y entonces, entró en
llamas cuando la morena sostuvo un encendedor debajo.
—Hay más de una forma de encender un fuego —le dijo a Françoise.
52 —CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER ESTÁ EN…
—¿Eres periodista? —pregunté a la morena, innecesariamente a
estas alturas.
—¿Qué? —El perfil de Augustine apareció por encima del hombro de
Enyo. La más alta y aterradora de las hermanas lo había pegado a su
espalda mirando hacia otro lado para que así no pudiera vernos
directamente. Pero eso no le impidió intentarlo—. ¿Estás aquí para cubrir
la línea de otoño?
Todos lo ignoraron.
—No soy periodista —respondió la morena rápidamente—. Carla
Torres, llámame Carla…
—Tengo algunas otras sugerencias —murmuró Crystal Gazing,
desde un montón quemado en el suelo.
—… editora en jefe de Graphology —dijo Carla, sonriéndome con
determinación. Y moliendo los restos de la competencia en polvo debajo de
un elegante tacón negro—. Una opción considerablemente mejor para ti
que ese ridículo tabloide Crystal Gazing, o ese pomposo británico
lameculos del Círculo…
—Si te refieres al Oráculo —comentó el cautivo de Deino—, al menos
podrías tener el coraje de decirlo.
—¡Pensé que lo acababa de hacer!
—¿Y la niña? —pregunté.
—Mi hija. —Se quitó el cabello ahora aún más rizado de la cara—. Se
rumorea que te gustan los niños. Pensé que podrías encontrar a un niño
encantador…
—¿Esa niña? —preguntó Françoise, solo para que la madre la
fulminara con la mirada.
—¿No podrías simplemente haber venido y presentarte? —pregunté.
—¡Oh, sí! —Carla arrojó las manos al aire—. ¡Sí! ¿Por qué no pensé
en eso?
—Con todo respeto ¿qué crees que hemos intentado hacer durante
semanas? —preguntó el Oráculo, un poco inaudible, ya que Deino había
53 logrado empujarlo en una de sus mejillas.
—Pero nunca estás aquí —dijo Carla—. ¡O nunca estás despierta! O
esos malditos vampiros con los que vives encuentran alguna otra razón
que nos niega el acceso…
—Y nos informaron que aún no tienes una secretaria de citas —
agregó el Oráculo, con desaprobación.
—… así cuando te vi con ese disfraz ridículo…
—No es un disfraz —dije.
—… que podría haber engañado a los demás, no lo sé ¡pero he
estado haciendo poco excepto mirar una foto de tu cara durante semanas!
Te reconocería en cualquier lugar, y he estado acampando en este maldito
hotel por días. Apenas duermo, rara vez veo a mi familia y sospecho
fuertemente que apesto…
—No iba a mencionarlo —murmuró Françoise.
—… ¡pero maldita sea! ¡Tendré esa entrevista!
—¿O tal vez un pastel? —balbuceó Witch's Companion—. Tenemos
nuestro especial anual de horneado próximamente, y nos encantaría
presentar una entrada para…
—¡Cállate! —le dijeron todos.
Y se calló.
—Bueno ¿qué tal esto? —dijo Carla, respirando con dificultad—. No
puedes evitarnos para siempre. Y, francamente, conozco a algunos de mis
colegas. Si no cuentas tu parte de la historia, la contarán por ti. ¡Y
después de la feliz persecución a la que nos has guiado, créeme, no será
una versión que te gustará!
—Eso suena mucho a chantaje —señalé.
—No lo es —dijo el Oráculo—. Es, no me gusta admitirlo,
simplemente un comentario convincente sobre el estado de nuestra una
vez gran profesión. ¿Dónde encontrarás un Thomas Bowlby en estos días?
¿O un sir Henry Stanley? “Doctor Livingstone, supongo” ha sido
reemplazado por chismes de celebridades y adulaciones serviles, y me
estremezco al pensar en lo que depara el futuro para…
—Un “ella tiene razón” habría sido suficiente —dijo Carla secamente.
—Mi querida mujer, simplemente estaba intentando de…
54 —¿Probar que es imposible para ustedes los británicos decir algo en
una sola oración? A menudo me he preguntado si en realidad les duele.
—No tanto como trabajar con personas como…
—Créeme, nunca trabajarás con…
—¿Quiénes son todas estas personas? —preguntó de repente Witch's
Companion.
—¿Qué? —preguntó el Oráculo enojado—. ¿Qué personas? Mi niña,
estamos intentando discutir asuntos importantes…
—Estas personas en la explanada. Están en todas partes, y aún no
son las diez en punto.
—¿La explanada? ¿Dónde estás…? ¡Dios mío, ahí está! —le dijo a
alguien, sonando indignado—. ¡La pequeña furcia se coló mientras
estábamos distraídos y está intentando aventajarnos!
—¡No soy una furcia! —dijo Witch's Companion, su voz sonando
claramente, pero al mismo tiempo con hipo, como si la dueña estuviera
siendo maltratada—. Al menos no lo creo; no sé qué es eso. Y no estoy
intentando aventajar nada. Solo quiero mostrarle a la Pitia nuestro último
número, pero estos hombres no me dejan…
—Son los malditos paparazzi —gruñó Carla, mirando hacia la puerta
de la tienda—. Nos sentamos aquí por semanas y luego alguien les avisa…
—Oh, eso es ridículo, viniendo de ti —dijo el Oráculo—. Todo el
mundo sabe que consigues la mitad de tus historias a través del soborno,
el engaño y las artimañas…
—¡Al menos conseguimos historias que no tienen más de un mes!
¿Cuándo fue la última vez que tuviste una primicia?
—¡Oye! —dijo Witch's Companion—. ¡Oye! ¡Suéltame! No quiero…
—No nos preocupan las “primicias” —dijo con orgullo el Oráculo—.
Nos preocupa el informe apropiado de los hechos, bien investigados, bien
respaldados…
—¿Puedo bostezar ahora? —preguntó Carla.
—Oh. Oh no —dijo Witch's Companion suavemente—. No eres para
nada un paparazzi ¿verdad? Eres…
La voz se cortó abruptamente, y su pequeña cosa negra aun
agitándose de repente dejó de moverse y cayó flotando suavemente hacia el
55 piso, como si estuviera hecha de papel de seda.
Me agaché y la recogí.
Y mi brazalete comenzó a martillar sobre mi pulso lo suficientemente
fuerte como para magullar.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER ESTÁ EN AUGUST...
Mi cabeza se levantó bruscamente, pero no vi nada. La tienda estaba
diseñada para mantener la atención de las personas en las mercancías
caras en su interior, no en lo que sea que estaba sucediendo en la
explanada, y funcionaba bastante bien. Todo lo que pude ver fueron
vislumbres de la multitud habitual de la mañana, pasando por la calle en
camisetas coloridas y mallas desafortunadas.
Me puse de pie y comencé a caminar con precaución hacia el frente.
—Esto es tan típico —dijo Augustine amargamente, detrás de mí—.
Ha sido la Pitia oficial por semanas, pero ¿ha realizado una conferencia de
prensa? ¿Ha dado una entrevista? ¿Ha hecho una sola declaración a
alguien? Me paso todo el tiempo intentando conseguir prensa ¡y ella se
pasa evitando la suya! No es de extrañar que nos inunden a diario con
noticias cotillas, merodeando, esperando una…
—¿Cassie? —dijo Françoise, viniendo detrás de mí.
—… historia de verdad, lo que no sería tan malo si planearan
mencionar la tienda o la marca…
—¿Cassie? —dijo Françoise de nuevo, y luego se congeló, con su
mano en mi brazo, mientras retiraba un par de hebras florales colgantes
en la ventana.
Y no, pensé sin comprender, esos no eran paparazzi.
—… pero no. ¿Soy el modisto de la Pitia y califico siquiera para una
mención? —preguntó Augustine, mientras en la explanada frente a la
tienda, se estaba reuniendo un ejército. Parecían turistas, pero no lo eran.
Y no necesitaba el brazalete casi vibrando fuera de mi muñeca para
decirme eso.
—Mon Dieu —susurró Françoise cuando una oleada de poder se
apoderó de nosotros como una brisa caliente, haciendo que se me
pusieran los vellos de punta. Y las camisetas pegajosas, los pantalones
56 cortos demasiado ajustados y las barrigas cerveceras de la multitud,
ondularon y cambiaron. Y se fundieron en lo que habría parecido un
equipo tipo comando negro, si no fuera por los abrigos largos con los que
los comandos no se molestan, porque no llevan armas que les importe que
todos vean.
Los magos de guerra sí.
Solo que no pensaba que estos fueran los nuestros.
Parecía que nadie más lo hacía, porque Françoise de repente se
volvió y corrió hacia el mostrador, y las Gorgonas soltaron a Augustine,
quien golpeó el piso junto con la mitad de su mercancía.
Algo se estrelló frente a la tienda un segundo después, un campo
casi transparente oscilando justo más allá de las bonitas ventanas de
proa, que se habrían visto más apropiadas en una Calle de Algo en París
en lugar del Salvaje, Salvaje Oeste, porque a Augustine le importaba una
mierda la temática del Dante.
Obviamente, sentía lo mismo por sus guardas, porque eso ahí afuera
era un escudo parpadeando, no es que importara.
No aguantaría contra ese tipo de armamento.
No había mucho que lo hiciera.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER ESTÁ EN…
Busqué mi teléfono, antes de recordar que no lo llevaba conmigo. Y
Françoise ya estaba oculta detrás del mostrador, presumiblemente
llamando a seguridad. Pero los chicos del casino estaban acostumbrados a
lidiar con borrachos, ladrones de tiendas y personas que, casualmente,
ganaban un poco demasiado regularmente.
No podrían manejar esto.
Mis muchachos sí podrían.
—Toma. —Alcé la vista para encontrar a Carla sosteniendo un
teléfono. Lo tomé y marqué el número que mejor conocía mientras la niña
bailaba en el azulejo, con su tutú rosado girando a su alrededor. Lo miré e
intenté ordenar mis pensamientos.
No parecía ir muy bien.
Mi cerebro seguía insistiendo en que esto no debería estar pasando.
57 Esto pasaba en otros lugares, y luego volvía aquí para comer, dormir y
bromear con mis guardaespaldas a salvo. A menos que me tropezara con
uno de los catres que actualmente estaban esparcidos por mi suite, claro
está, porque la Corte con la que terminé recientemente necesitaba un
lugar para dormir.
Y, oh, Dios.
Mi Corte.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CAS…
Contesta, contesta, contesta, pensé a medida que el teléfono sonaba y
sonaba. Estábamos a media mañana, no era la hora del día favorita para
los vampiros, pero normalmente mis guardaespaldas trabajaban las
veinticuatro horas. Pero ayer no había sido exactamente normal.
No es que aún estuviera segura de lo que era eso. Pero estaba
bastante segura que no incluía a un maestro vampiro casi muerto, quien
resultaba ser la fuente de energía para el pariente lejano que dirigía este
hotel. Incluyendo al grupo de maestros de nivel superior que conformaba
mis guardaespaldas, y que normalmente era un ejército en miniatura. Pero
que habían quedado inertes como muñecas de trapo después de que él se
viera obligado a drenarlos casi totalmente para permanecer con vida.
Lo que podría explicar por qué este ataque estaba sucediendo ahora.
Y por qué nadie contestaba el maldito teléfono.
—CASSIE PALMER.
—CASSIE PALMER.
—CA…
—¡Retrocede! Retro… —le grité a la periodista, quien no lo necesitaba
porque había sentido la misma oleada de energía masiva que yo. Agarró a
su hija y se arrojó a un lado, justo cuando la explosión golpeó.
Y destruyó todo el frente de la tienda, el pabellón y todo, astillando
las ventanas, arrojando una lluvia de cristales relucientes y madera
quemada por el aire.
Directo hacia mí.
58 Y sobre Augustine, a quien no había notado detrás de mí hasta que
los dos salimos volando hacia atrás. Y a través de varios estantes de lo que
había sido ropa cara y que ahora estaba ardiendo en jirones. Y contra una
columna decorativa.
En la cual rebotamos y golpeamos el suelo, de cara, en el momento
en que el escudo que él puso a nuestro alrededor falló.
Levanté la vista a través de una bruma de sangre y lo vi alzando una
cara igualmente desastrosa con un gruñido. El diseñador medio Fey
siempre me había parecido un poco femenino. El cabello perfecto, la piel
demasiado pálida, la ropa extravagante nunca me habían dado la
impresión de peligro.
Estaba revisando mi opinión.
Hasta que de repente giró el rabo y corrió hacia la parte posterior,
desapareciendo a través de una cortina.
Y, está bien, pensé. Quizás tenía razón la primera vez. Pero no tuve
tiempo de preocuparme por eso. Porque alguien más estaba llamando mi
nombre.
Y esta vez no era un hechizo.
—¿C assie Palmer? —La nueva voz no tenía los tonos
ásperos, casi metálicos del hechizo localizador. En
cambio, era tranquila, calmada, divertida—. ¿En
serio eres tú?
Me puse de pie, alejando los cristales rotos de mis pies descalzos. Y
me abrí paso a través de un campo minado hasta el agujero en llamas que
una vez había sido el frente de la tienda. Y me asomé.
Y vi a un hombre con equipo de mago de guerra parado al otro lado
de la explanada, sosteniendo un cuchillo en la garganta de la niña
aterrorizada que había colocado frente a él.
No era la desafortunada reportera de Witch's Companion.

59 Lo sabía porque la conocía.


Era mi acólita, Rhea.
Me miró y yo le devolví la mirada. Su largo vestido blanco lucía
impecable y recién planchado, y su cabello oscuro hasta la cintura estaba
un poco despeinado. Se veía como si estuviera lista para asistir a una
fiesta de jardinería de la época victoriana, no para estar rígidamente de pie
y un poco fuera de equilibrio porque estaba teniendo que apartarse
cautelosa del cuchillo para evitar que se le clave en la garganta.
Recientemente había estado en esa misma posición. Solo que, a
diferencia de Rhea, había estado bastante segura que el tipo en cuestión
no iba a matarme. Aun así, igualmente había sido aterrador.
Rhea parecía que estaba a punto de vomitar.
El mago de guerra sonrió.
La sonrisa debería haber sido atractiva. Él lo era, con ojos azules lo
suficientemente brillantes como para poder verlos desde aquí, y cabello
castaño oscuro llevado largo con mucho estilo, solo lo suficiente como para
tocar el cuello de una camisa de vestir moderna. Parecía un poco extraño
debajo de todo el equipamiento.
Como la sonrisa, que habría parecido espeluznante en un cadáver.
—¿Puedo decir que —dijo, también evaluándome—, no eres
exactamente lo que esperaba?
—Me lo dicen a menudo.
—Me disculpo por la grosería de nuestra entrada, pero algunos de
mis asociados están un poco… ansiosos. Pensamos que tendríamos una
gran pelea para llegar hasta ti, pero en su lugar… —Agitó su mano libre en
el aire, para indicar el resto faltante en su oración.
—Debe ser tu día de suerte.
Él sonrió un poco más.
Volví la mirada hacia Rhea, quien se veía verde, pero también como
si estuviera empezando a recomponerse. Y podría ser, porque me
sorprendía con frecuencia. Como miembro de la antigua Corte de Agnes,
Rhea había sido la única, además de los niños, que no había mordido el
anzuelo que los dioses estuvieron ofreciendo y no enloqueció por el poder.
De hecho, había arriesgado su vida para venir aquí y advertirme
sobre el regreso inminente de Ares, y el placer de entregar a cinco de sus
colegas. Luego, en rápida sucesión, una máquina de café la asustó, le gritó
60 a un vampiro de nivel alto, intimidó a otro para que la llevara a comprar
cosas a las jóvenes que formaban el resto de mi Corte, y las alimentó,
consoló y defendió ferozmente hasta que volví. Y después entró en pánico y
lloró cuando pensó que iba a echarla por ser inútil.
Y todo eso había sido en los primeros días. Desde entonces, continuó
mostrando destellos de timidez y valentía excesiva, y nunca sabía con qué
iba a salir. Pensé que lo primero podría ser el frente falso, adquirido
durante toda una vida de ser ignorada y desechada en la Corte que su
madre había presidido, porque una querida niña Pitia no lo tiene fácil en el
mundo.
Pero, francamente, un poco de timidez la ayudaría en este momento.
A pesar de ser una bruja bastante formidable, no iba a superar estas
probabilidades. El exceso de valentía en este momento la iba a matar.
—No te veas tan preocupada —dijo el mago oscuro, observándome—.
Te aseguro que no quiero hacer ningún daño a la señorita Silvanus aquí.
De hecho, tengo la intención de devolvértela.
—¿A cambio de qué?
—Tienes algo de nuestra propiedad —dijo suavemente—. Nos
gustaría que volviera.
—Lizzie.
Él inclinó la cabeza.
Estábamos hablando de Elizabeth Warrender, una de las viejas
acólitas de Agnes y mis renegadas actuales. De las cinco originales, tres
estaban muertas, una, Jo Zirimis, estaba desaparecida, y luego estaba
Lizzie.
Quien se había vuelto oscura y comenzó a jugar para el otro equipo
aparentemente sin darse cuenta que su equipo la consideraba
prescindible.
Las otras renegadas la habían enviado aquí ayer para sacarme de
servicio mientras atacaban una fortaleza vampírica en Nueva York. Una
que contenía una poción capaz de aumentar el poder de un acólito lo
suficiente como para rivalizar con el mío. Y posiblemente lo suficiente
como para desplazar a Ares más allá de la barrera del hechizo de mi
madre.
Lizzie había tenido éxito… más o menos. Aún no entendía cómo supo
cuándo regresaría, saliendo de la nada casi al segundo en que regresé,
61 golpeada y sangrando, de Gales. Pero lo hizo, y, como Gertie hoy, había
clavado una aguja en mi pierna antes de que pudiera detenerla.
Si hubiera contenido veneno, no estaría aquí ahora. Pero no lo tenía,
porque Lizzie era un poco lenta, y bastante obsesionada en convertirse en
Pitia, mientras que sus rivales más conocedores habrían sabido la verdad:
una vez Ares regresara, no habría lo de ser Pitia. No habría ningún ser
poseedor de magia, ya que él planeaba matarnos a todos.
Supongo que era una forma de asegurarse que nadie lo desafiara
nuevamente.
Pero ellos no dejaron que Lizzie supiera eso, y ella misma no lo había
descubierto. Lo que significaba que tuvo la impresión de que no podía
matarme, ya que nadie que mata a una Pitia puede serlo después. Así que
me drogó y fue capturada en el proceso. Y me había despertado a tiempo
para evitar el plan de las acólitas en Nueva York, principalmente porque se
habían vuelto las unas contra las otras mientras yo estaba fuera, cada una
queriendo terminar como la campeona de Ares.
Y para convertirse en la diosa que él había prometido al vencedor.
Casi siento pena por Lizzie. Todas las demás habían estado
persiguiendo la divinidad, y ella solo quería ser Pitia Y aun así lo hacía,
supuse, ya que la había dejado viva y drogada arriba, con la intención de
lidiar con ella más tarde.
Solo que parecía que alguien más había decidido hacer lo mismo.
—¿Y si me niego? —pregunté. El mago oscuro hizo una pequeña
mueca de decepción—. Matar a Rhea no te hará ningún bien. Todavía
tendrás que abrirte camino a través de las guardas de los pisos superiores
para llegar a Lizzie, y fueron creadas por algunos de los mejores herreros
que tiene el Círculo de Plata —le dije, hablando de la organización mágica
líder mundial y organismo principal del Cuerpo de los Magos de Guerra—.
Dudo que las encuentres tan fáciles de engañar como estas.
—Oh no —reflexionó—. No debería pensar eso.
—E incluso si sobreviven, los dos o los tres de ustedes, tendrán que
lidiar con mis guardaespaldas…
—A quienes escuché que no se sienten bien hoy.
—… ¡y quienes siguen siendo vampiros maestros del linaje familiar
de Mircea! Te drenarán antes de que entres por la puerta.
62 —Hmm. —El mago asintió lentamente—. Puede que tengas un
punto.
—Y los hombres del Círculo pronto estarán aquí, en vigor, y todo
esto está a punto de explotar en tu cara. Pero si me das ahora a Rhea…
—Oh, no puedo hacer eso.
—¿Por qué no? —pregunté, intentando mantener mi voz firme—. Si
no voy a cambiarme por ella, no te servirá de nada. Pero si me la das
ahora, ilesa, te prometo…
—¿No me sirve de nada? —interrumpió el mago, esos ojos azules
abriéndose de par en par—. ¿No me sirve de nada una acólita Pitia?
Yyyyyy el disco paró en seco.
El tiempo pareció ralentizarse a medida que miraba a Rhea, quien
me devolvió la mirada, llorosa, arrepentida, aterrada.
Porque ella debe haber dicho algo que les permitió saber o adivinar
su nuevo estatus. Había elevado su rango como recompensa por su
advertencia, y porque nunca parecía haber suficiente de mí alrededor. En
realidad, me habría venido bien una acólita.
Simplemente no lo había pensado… así como nadie más.
—Si no nos das a Elizabeth, tendremos que ver si esta puede ser…
persuadida… para ayudarnos —dijo el mago, pasando su mano libre por
su largo cabello oscuro—. Puede llevar algo de tiempo, pero hay formas. Y
es muy joven. Al final, creo que hará lo que le pidamos.
Al mirarla a la cara, también pensé que Rhea lo haría.
Porque se había vuelto blanca como una sábana.
Mis dedos querían curvarse, apretarse, clavarse en mi muslo. Tomó
un esfuerzo concentrado de voluntad dejarlos flácidos, hacer que mi
expresión parezca desinteresada. Para evitar usar lo que quedaba de mi
poder para desvanecer su sonrisa en polvo.
Solía tener un mejor control que este.
Por supuesto, también solía tener menos personas que me
importaran.
—Estaba mintiendo —dije rotundamente—. Apenas la conozco. ¿Por
qué le daría ese tipo de poder?
—Alguien está mintiendo —concordó, con esa misma pequeña
63 sonrisa.
Me encogí de hombros.
—No tienes que creerme. Ya tienes la evidencia. Si fuera una acólita,
podría desplazarse para alejarse de ti. —Mi mirada se deslizó hacia la de
Rhea—. ¿En serio crees que podrías retener a alguien con el poder de las
Pitias si no quisiera ser retenida?
Rhea me miró con los ojos completamente abiertos. Capta la pista,
pensé desesperadamente. Porque ella podía hacer eso. No luchar para
escapar, no, sino desplazarse… todas las acólitas podían hacer eso,
incluso sin entrenamiento. Lo había logrado por primera vez con menos
conocimiento que ella ahora… mucho menos. Es cierto que la sangre de mi
madre probablemente había ayudado, pero aun así. Ella podía hacerlo.
Pero parecía que Rhea no lo creía así. Tal vez se había saltado esas
lecciones, o nunca las tuvo para empezar, ya que había sido una iniciada
hasta hace un par de días. Porque solo me miró.
—Creo que si tuviera ese tipo de habilidad —dijo su captor a la
ligera—, ya la habría usado.
—Entonces no puede ayudarte ¿verdad? —señalé rápidamente—.
Ella no puede desplazar a Ares hasta aquí por ti. Pero si aceptas mi
oferta…
—También creo —dijo, alzando la voz bruscamente—, que estás
mintiendo…
—¿Sobre qué? No…
—… y haciendo tiempo…
—Escúchame…
—… y que deberías darme lo que quiero…
—Estoy dispuesta a discutir…
—… antes de que me impaciente —gritó, presionando el cuchillo lo
suficiente como para abollar la garganta de su cautiva—, ¡y destroce todo
este maldito hotel!
Dejé de hablar. Los del Círculo Negro definitivamente no eran los
llamados magos oscuros con los que había crecido, quienes habían sido
tipos medio normales que se metían en problemas y ya no podían
conseguir un trabajo legítimo. Los del Círculo Negro eran adictos a la
magia y hombres locos, y discutir con locos no funciona.
No cuando el loco está desesperado.
64
Y lo estaban. Porque Jo, la única acólita que queda viva además de
Lizzie, no había apostado por la poción.
En su lugar, estaba persiguiendo la misma arma que yo. Y dirigiendo
su propio juego, sin ellos, porque si la encontraba, no necesitaría ninguna
ayuda. Supuestamente, era lo suficientemente fuerte como para atravesar
el hechizo de mamá por sí misma.
Y supuse que Ares no tendría mucho uso para tipos que se pasaban
el tiempo sin hacer nada mientras una chica lo traía de vuelta, ¿no?
Así que sí, necesitaban a Lizzie, y la necesitaban mucho.
—Tengo que discutir esto con mis socios —le dije.
—¡No, hacemos esto ahora!
—No. —De alguna manera mantuve mi voz tranquila—. Si quieres a
la chica, necesito un minuto. Y me lo darás.
—No me des órdenes, Pitia. ¡Quizás lo que te dé es un cadáver!
—Entonces, mátala —dije, mi voz brusca—. Y subiré las escaleras y
mataré a Lizzie antes de que puedas parpadear. Y no tendrás nada.
Solo nos miramos entre sí, tal vez menos de la mitad del tiempo que
había pedido. No sabía lo que estaba pensando, pero me estaba
preguntando cómo había pensado alguna vez que esos ojos eran
atractivos. Eran demasiado brillantes, demasiado amplios, demasiado
salvajes. Como si no hubiera tenido su dosis recientemente.
O como si tal vez hubiera usado demasiado.
Toda la multitud detrás de él se veía de la misma manera, drogados
con magia y casi desesperados por tener la oportunidad de usarla. Se
cernía sobre ellos como una niebla, saltaba de hombre a hombre como
electricidad estática, brotaba como una presa lista para estallar. No podía
negociar con hombres como estos. Ellos querían una pelea.
Solo tenía que esperar que quisieran algo más.
—Entonces, un minuto —dijo finalmente—. No más.
Me di la vuelta y volví a cruzar la tienda.
Era principalmente un desastre chamuscado y carbonizado, con un
montón de elegantes ropas arruinadas por las que tuve que abrirme paso.
Pero al menos los incendios estaban apagados. Y la gente parecía estar
65 bien, acurrucada detrás del mostrador, lo que debe haber proporcionado
algo de protección. Porque todo lo que había detrás parecía bastante
normal.
Excepto por los cadáveres dispersos en el suelo, todos los cuales se
parecían a mí.
Me tomó un segundo darme cuenta que eran los maniquíes del
escaparate, y que Augustine les había abierto la espalda como un niño
perturbado con Barbies de tamaño natural, y estaba metiendo algo dentro.
Algo letal, por lo que parece.
—¿Notoquesesoestásloca? —espetó el genio exaltado a Carla, quien
estaba agachada en el suelo ayudándolo. Y a quien le arrebató algo de la
mano abruptamente.
—Lo siento, pero dijiste…
—¡Verde limón! ¿Eso te parece verde limón? —Señaló un vial en un
soporte con un par de docenas más. Todos eran verdes.
Carla parpadeó hacia ellos.
—¿Sí?
—¡Eso es verde manzana!
Carla alcanzó otro vial.
—¡Eso es pera! ¡Eso es pera!
—¿No podrías haberlos hecho de colores diferentes?
—¡Son de colores diferentes!
—¡Oh, por Dios, mierda! —dijo ella, apartándose el cabello de la
cara—. ¡Solo apunta!
—Lo haré yo mismo —le dijo, y extendió la mano para agarrar el
soporte.
Y terminé agarrando su muñeca en su lugar.
—¿Qué estás haciendo? —exigí a medida que Françoise se
apresuraba desde la parte de atrás, llevando otra tanda de viales.
Sus ojos azules furiosos me miraron.
—Sacando estos de aquí ¿qué te parece?
66 —No estoy segura de qué me parece.
—He estado jugando con un hechizo, para evitar las tarifas ridículas
que cobran los modelos solo por caminar en una pasarela. Todavía no lo
he perfeccionado, pero es lo suficientemente bueno para nuestros
propósitos…
—¿Qué son…?
—Considéralos granadas atractivas —dijo, mirando en dirección al
vial.
—¿Granadas? Pero las granadas son armas…
—Qué observación tan brillante.
—¿Qué tipo de armas?
—¿Qué quieres decir con qué tipo? ¡Del tipo letal!
Tiró de su brazo, pero no lo solté.
—¿Como en las que has estado trabajando para el Círculo?
Me miró exasperado.
—¿De qué otra forma crees que podría manejar algo como esto?
—¿Manejarlo cómo?
—¿Vas a soltarme?
—¿Manejarlo cómo? —repetí, porque había visto lo que una de esas
armas podían hacer.
La única forma de terminar la guerra era invadir a Faerie, donde se
habían escondido los líderes del grupo intentando recuperar a los dioses.
Pero a pesar de todas sus habilidades, el Círculo de Plata rechazó la idea
de librar una guerra en otro mundo, en parte porque no sabían lo
suficiente, pero principalmente porque su magia no funcionaba allí. La de
Augustine sí.
Siendo en parte Fey y famoso por su creatividad lo había puesto en
la lista para hacer algunas de las armas necesarias para luchar en una
guerra de los mundos literal, y lo había logrado. Lo sabía porque uno de
mis guardaespaldas había tropezado recientemente con un hechizo que no
había llegado a la etapa final. Sin embargo, aun así había sido casi
suficiente para matar a un maestro vampiro.
Y si podía matar a uno de esos, podía matar cualquier cosa.
67 —Estamos en un hotel lleno de gente —le recordé.
—La seguridad probablemente los ha evacuado ahora…
—¿En un par de minutos?
—La carretera está despejada —dijo el tipo del Oráculo, desde un
montón negro masticado en el piso, donde supuse que Deino lo había
escupido—. Los empleados del hotel se dispersaron como ratas en un
barco hundiéndose una vez que se dieron cuenta de lo que estaba
sucediendo…
—Han tenido mucha práctica en eso —murmuró Augustine.
—… y los de seguridad arrastraron a los pocos turistas que se
levantaron tan temprano hoy. Creemos que funcionará, mi señora.
—¿Y si algo de eso entra en el sistema de aire acondicionado? —Miré
a Augustine, quien no miró de vuelta—. ¿Me puedes garantizar
absolutamente que no matará a todos en el hotel?
—¡Ellos van a matar a todos en el hotel! —gruñó, señalando al
ejército afuera—. ¿O no te habías dado cuenta?
—El Círculo llegará pronto —dijo Carla, mordiéndose el labio. Y
mirando a su hija, quien estaba agachada a su lado, observando todo con
grandes ojos brillantes. Habría esperado que la niña estuviera llorando de
miedo, pero parecía que tenía la capacidad de recuperación de su madre.
Lo cual era irónico, considerando que su madre parecía haber
perdido la cabeza.
Carla me miró.
—Estarán aquí —dijo de nuevo, como si esperara que yo lo
confirmara. Que le dijera que nos vi a todos saliendo de esto, ella y la niña
a quien de repente aferró a su costado—. ¡Lo harán!
—Tal vez, pero no en unos minutos —dijo Augustine—. Veinte, y eso
si tenemos suerte…
—¿Veinte?
—Eso le dijeron a Françoise. Tienen que cruzar la ciudad, y primero
tienen que reunir un equipo —dijo, levantando la vista. Y notando el
agarre desesperado que tenía sobre la niña—. Aunque… aunque tal vez
puedan saltarse algunos minutos de eso —finalizó débilmente.
—¡Pero la Pitia está aquí! La mitad del Senado está aquí…
68 —No ahora mismo. Están en Nueva York —le dije, intentando
pensar.
—¡Pero se supone que deberían estar aquí! ¿Por qué no hay
seguridad?
—Hay mucha seguridad para un hotel —dijo Augustine—. ¡Qué es lo
que se supone que es esto!
Tenía razón, y en este momento estaba empezando a parecer una
locura que la sede en la Costa Oeste del Senado vampiro estuviera situada
en un hotel de Las Vegas. Pero después de que su antiguo cuartel general
fuera destruido en la guerra, habían necesitado una medida provisional. Y
este lugar había sido lo suficientemente grande, y el tipo que lo construyó
había sido un lunático paranoico que usaba guardas mejores que las
promedio, y recientemente había heredado por uno de los suyos…
Ninguna de las cuales sonaba como grandes razones en este
momento.
—¿Y a nadie se le ocurrió mejorar las guardas? —exigió Carla.
—Lo hicieron, en los pisos superiores —le dije—. Los más bajos no
podían tener las mejores guardas porque son demasiado sensibles: algún
turista loco podría haberlas hecho estallar.
—¿Por qué estamos hablando de guardas? —exigió Augustine en un
susurro agudo—. Todo lo que necesitamos saber es que están caídas. Y sin
ellas, somos blancos fáciles. ¿Tienen alguna idea de lo que esas personas
ahí afuera pueden hacer en veinte minutos?
—Pero tenemos a la Pitia —repitió la reportera, mirándonos a los
dos.
Augustine y yo intercambiamos miradas.
—¿Asumo que no puedes retroceder una hora o dos y advertirnos?
—preguntó, como si ya supiera la respuesta.
—Si pudiera, ya lo habría hecho.
—Entonces ¿puedes desplazarnos de aquí?
—No.
—Entonces es como dije antes: tenemos que salir de esto nosotros
mismos.
—Sí, pero no de esta manera.
69 —Entonces espero que tengas una idea jodidamente buena —
espetó—. ¡Porque no me quedan!
Observé los cuerpos rotos de los maniquíes. Y en mi bocadillo de
puerco desmenuzado pisoteado en los escombros. Y en Deino, poniéndose
una bufanda que todavía estaba pegada a ella, al estilo estático.
—Sí —dije—. Tengo una idea.
—¡P itia! —La voz amplificada mágicamente del mago
retumbó en la explanada—. ¡Deja de hacer tiempo!
¿Entregarás a la chica o no?
—Lo haré. —Reaparecí en el agujero quemado de la puerta
principal—. ¿Cómo hacemos esto?
—¡No! —gritó Rhea—. Lady, por favor.
Se interrumpió cuando el cuchillo en su garganta se apretó
abruptamente.
—Haz que tu gente envíe a Lizzie hasta aquí —me dijo el mago,
asintiendo hacia el banco de ascensores frente a Augustine, cerca del
vestíbulo—. Cuando esté en nuestras manos, recuperarás a tu acólita.
70 —Sí ¡en pedazos!
—¿No confías en mí? —Pareció afligido—. Y pensé que estábamos
teniendo una conversación tan agradable.
El breve descanso pareció haber mejorado su temperamento. Estaba
de regreso a la falsa actitud relajada que era de alguna manera más
exasperante que el breve vistazo a su locura. También estaba sonriendo
nuevamente, y solo ver eso fue suficiente para hacer que mi sangre se
hiele.
—Nos encontraremos en el medio —dije, intentando mantener la
repulsión fuera de mi tono.
—No lo haremos. ¿Me crees tan tonto como para dejarte tocarla? La
desplazarás y, como dijiste, no tendré nada.
—No voy a desplazarla, porque no estaré allí. Algunos de mis socios
se reunirán contigo, y velarán por su seguridad. Cuando ella esté en sus
manos…
—¡No! —gritó Rhea otra vez, pasando de repente de la pasividad
silenciosa a la furia rugiente—. ¡No, no lo hagas! No les des…
—Rhea…
—No puedes —suplicó—. ¡Sabes lo que ella hará!
—¡Rhea!
—¡No puedes dejar que él regrese! Por favor…
—¿Quién diría que tu acólita era tan feroz? —preguntó el mago,
agarrando a la chica que luchaba con dificultad—. Sabes, casi me
arrepentiré de devolvértela.
—¡Solo tráela aquí! —espeté—. Mi gente te encontrará a mitad de
camino.
—Manda el ascensor y empiezo a caminar.
Giré la cabeza y asentí a Augustine, quien estaba de pie detrás del
mostrador con el teléfono en la oreja. El ascensor comenzó a moverse un
momento después. Y luego también lo hizo el mago, arrastrando a Rhea,
todavía luchando en sus brazos, en nuestra dirección. Al mismo tiempo,
Françoise salió de la tienda con una Carla recién recompuesta a su lado,
con un abrigo abotonado ocultando su camiseta irreverente, su maquillaje
y peinado recién hechos, y una elegante boina azul en su cabeza.
71 Y siguiendo al dúo salieron las tres restantes considerablemente
menos recompuestas, cubiertas por montones de alta costura polvorienta.
—No ellas —dijo el mago de repente.
—Son inofensivas.
—No me jodas. Sé lo que son, y sé a quién son leales. Se mantienen
alejadas o no hay trato.
Lo miré fijamente por un segundo, pero el ascensor ya estaba en
camino y no había tiempo para discutir. Asentí a las dos mujeres a la
cabeza, quienes se habían detenido a mirar hacia atrás en mí. Y quienes
agarraron a las tres montañas pesadas al pasar, desplegándolas en una
fila detrás de ellas: una a la izquierda, una en el centro y otra a la derecha
de la tienda.
Dejando nuestro lado tan listo como lo estaríamos cuando el
ascensor alcanzó la mitad del camino.
—No —susurró Rhea, mirando todo—. No.
—Cuando llegue, asegúrense que sea ella —instruyó el mago a su
gente—. Sin glamour.
—Esto es mi culpa —dijo Rhea, su voz elevándose en pánico—. Lo vi
regresar, y ahora estoy ayudando…
—Todo está bien —le dije.
Pero ella sacudió la cabeza, tan violentamente que una delgada línea
roja floreció contra la palidez de su garganta.
—Nada está bien. Es mi culpa, y cuando regrese…
—Rhea…
—… ¡nos matará a todos! A ti, a mí. —Alzó la vista, hacia la torre
donde estaba mi suite, y su voz se convirtió en un susurro—. Las niñas.
—¡Rhea! —grité hacia ella, de repente asustada, pero el mago la echó
hacia atrás.
—Apégate al trato, Pitia.
—No entiendes…
—¡Apégate al trato!
—Lo siento —susurró Rhea, sus ojos encontrando los míos. Y en
72 ellos vi todo lo que necesitaba saber, y nada de lo que quería. Porque había
visto esos ojos antes.
Los había visto en su madre, justo antes…
—¡Rhea! —grité, haciendo que el mago salte y apriete aún más el
cuchillo, porque no entendía. Ella no estaba intentando escapar. Estaba
intentando…
—¡No! —grité cuando una gota de sangre cayó sobre el algodón
blanco prístino.
El mago apartó el cuchillo bruscamente, pero demasiado tarde. De
repente, la sangre estaba brotando por todas partes, el mago estaba
maldiciendo, y las dos mujeres que casi lo habían alcanzado me miraban
con sorpresa y horror en sus rostros. Y luego el ascensor llegó al vestíbulo,
y nos quedamos sin tiempo.
—¡Ahora! —grité, y no fue necesario que se lo dijera dos veces.
Françoise giró y maldijo al mago, quien había soltado a Rhea para
mirar su camisa ensangrentada con incredulidad. Lo golpearon sobre su
espalda y lo arrastraron por el piso altamente pulido mientras la voz
amplificada de Carla retumbó:
—¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora! —Y alguien cortó las luces. Dejando solo
ráfagas desdibujadas de neón tiñendo la oscuridad a medida que corría
por mi acólita.
Y entonces, los tres montículos cubiertos de tela comenzaron a
abalanzarse hacia los magos, con el asombroso paso desigual de un trío de
zombis vestidos de alta costura.
Lo que de alguna manera hizo que se vieran peor.
Lo que de alguna manera hizo que se vieran terroríficas.
Y luego el ascensor sonó, y las puertas se abrieron. Y lo que tenía
que ser mil pesadillas negras, chirriantes, aleteando, se derramaron por
todo el lugar como cada murciélago de cada infierno. Los micrófonos
mágicos volaron directamente hacia la multitud de magos ya confundidos,
quienes probaron que después de todo, el Círculo Negro tenía algo en
común con su contraparte de Plata.
Porque inmediatamente comenzaron a maldecir todo a la vista.
Eso incluyendo las montañas de tela acercándose a ellos, quienes
fueron golpeadas por lo que tenía que ser una docena de hechizos cada
73 una. No se defendieron. Ni siquiera parecieron notarlo. Solo continuaron
avanzando, tambaleándose hacia el grupo de hombres repentinamente
aterrorizados, que sin embargo resistieron y lanzaron una serie de
hechizos combinados desde todas las direcciones.
Y, finalmente, eso obtuvo una respuesta.
Había llegado a Françoise, quien estaba aferrando a la chica
acurrucada con la expresión de una mujer que pensaba que
probablemente era inútil a estas alturas. Y así parecía. Dios, había tanta
sangre. Me puse en cuclillas junto a Rhea, con el corazón en la garganta…
Y me apalearon en el trasero con tres explosiones, casi al mismo
tiempo, que destrozaron todas las ventanas cercanas.
Miré hacia arriba para ver una avalancha de vidrio cayendo por el
frente de las tiendas del Viejo Oeste, rebotando en las aceras de madera y
volando en el aire. Parecía lluvia plateada, como pequeños fuegos
artificiales reflejando el neón y resplandeciendo contra la oscuridad, como
un millón de años de mala suerte que no necesitaba, ya que la mayoría de
las ventanas tenían espejos. Y fue muy escandaloso, una cacofonía
desastrosa que me desorientó y me hizo sentarme.
No es de extrañar que, por un minuto, nadie se diera cuenta de la
delgada sustancia acuosa rociándose sobre la multitud, como si el sistema
de rociadores se hubiera activado de repente.
Salpicando sobre todos junto con trozos de telas costosas, algunas
partes corporales plásticas y la mitad de una peluca rubia. Porque en
lugar de las diosas antiguas, los montículos que acababan de explotar
habían sido los maniquíes móviles de Augustine. Que habían sido llenados
con la poción que ahora cubría a la multitud, la mayoría de los cuales no
habían levantado los escudos a tiempo porque estaban ocupados matando
micrófonos voladores inofensivos.
La sustancia no les hizo daño.
Sin embargo, los confundió muchísimo.
Incluyendo a su líder, quien luchó para ponerse de pie, a una
docena de metros de distancia, para mirar alrededor confundido. Y luego
hacia abajo en su mano, donde la fina niebla se estaba coagulando en un
lío pegajoso y grumoso.
Y después hacia mí.
74 —¿Ésta es tu idea de una pelea? —exigió.
—No —respondí con voz áspera, y la sangre de mi acólita en mis
manos—. Es ésta.
Y de repente, ya no podía ver su cara de odio, porque estaba
mirando algo más: una calle oscura, un casco oscuro, una pizca de
reconocimiento en los ojos iluminados por su fuego interno. Y una pérdida
de poder desgarradora que, aunque no era tan mala como un
desplazamiento en el tiempo, me hizo gritar de dolor.
Solo que nadie lo notó.
Porque algo grande, negro y enorme (y Dios, había olvidado cuán
grande) acababa de unirse a la fiesta.
Todo se detuvo por un segundo, toda la explanada mirando
fijamente a un sabueso del infierno del tamaño de una casa de pie y
humeante en medio del lugar. Y si había sido terriblemente horrible en su
propio entorno, era absolutamente horrible aquí: garras que tenían que
tener unos noventa centímetros de largo, enormes colmillos que goteaban
cascadas de saliva caliente, piel nudosa y accidentada con parches de
pelaje repugnante que podía oler desde el otro lado del sitio. Y
entrecruzado por las cicatrices de miles de batallas con cosas peores a las
que hubiera visto el Círculo Negro alguna vez.
Y entonces, se demostró que Rosier tenía razón.
A los demonios en serio no les gusta la magia negra.
O sus usuarios.
El sabueso lanzó un aullido metálico que hizo que varios magos se
agacharan y se cubrieran las orejas de dolor. Y luego permaneciendo de
esa forma, con las manos pegadas a la cabeza, medio agachados, sus
armas inútiles a menos que ya hubieran estado en sus manos. Porque el
hechizo de Augustine había comenzado a solidificarse.
Y, como podrían atestiguar varios ladrones de tiendas, no era fácil de
quitárselo.
No es que los magos tuvieran la oportunidad de intentarlo.
El sabueso del infierno dio un salto que cubrió la mitad de la calle
en la explanada, y arrancó a correr hacia ellos, y yo me volví a mirar a
Rhea, sin saber qué hacer. La idea había sido distraer a los magos,
agarrarla y salir corriendo jodidamente rápido.
A lo largo de la explanada, a través de la salida de emergencia al
75 final, y subiendo la escalera trasera, lo que alejaría la batalla de las
secciones pobladas del hotel. Y nos daría la ayuda de las guardas mucho
más letales en las secciones superiores del Dante.
Por supuesto, esta cantidad de magos oscuros también podría
abrumarlas, pero les tomaría tiempo.
Y tendrían un nuevo set en cada nivel más o menos a medida que
subiéramos. Y tendrían que desterrar al sabueso antes de que pudieran
incluso comenzar. Y para entonces, con suerte el Círculo habría llegado
para acabar con ellos.
Había sido un buen plan.
Había estado orgullosa de ese plan.
No iba a funcionar.
Porque los magos más alejados de la explanada no estaban
corriendo para apoyar a sus colegas, como había esperado.
Tampoco estaban corriendo hacia nosotros, porque no se les había
ordenado hacerlo, o porque podrían pensar que tenía otro sabueso bajo la
manga. No estaban haciendo nada, excepto pararse allí, con los ojos muy
abiertos, observando a la bestia.
Y bloqueando nuestro camino hacia las escaleras traseras.
Me les quedé mirando sin comprender, sabiendo que necesitaba un
nuevo plan. Necesitaba uno ahora. Pero era un poco difícil de pensar con
mi cabeza tambaleándose por la pérdida de poder, y sin nada con lo que
trabajar: sin armas que nos atreviéramos a usar, sin poder y sin tiempo.
Y con Rhea de rodillas, aferrándose su garganta, ahogándose con su
propia sangre.
Debí haber intentado desplazarla, pensé vertiginosamente. Pero
desplazar a dos era exponencialmente más difícil que uno, a cualquiera, y
estaba bastante segura que no podía hacerlo. Y desplazar solo a una de las
dos habría dejado a un usuario de la magia Pitia en manos del Círculo
Negro, y por lo tanto era inútil.
Pero bueno, esto también lo era.
Carla estaba arrodillada al otro lado, una mano en la cabeza de
Rhea, la otra en su garganta sangrienta, la sangre aun brotando entre sus
dedos. Y sus labios murmuraban algo que en realidad esperaba que fuera
un hechizo curativo. Pero sea lo que sea que estaba haciendo, no parecía
76 que estuviera funcionando.
—Rhea… —dije suplicante.
Y luego el sabueso lanzó otro bramido, como cada pieza de metal
rasgándose en todo el mundo, como un cuchillo en el cerebro, como un
dolor físico. Giré mi cabeza bruscamente hacia arriba para ver a la criatura
tambaleándose, deslizándose sobre la superficie resbaladiza de la
explanada. Me tomó un segundo darme cuenta que los magos que había
aplastado debajo de sus garras se habían pegado allí, formando
almohadillas que gritaban y sangraban, y que se habían amontonado
debajo de sus patas, haciendo que se resbale cada vez que intentaba
moverse.
Y en serio, obstaculizándolo.
Como los hechizos que comenzaban a lanzar los magos periféricos,
que chisporroteaban contra su piel nudosa como los golpes de un latigazo.
O la bomba de poción que arrojó uno, la cual logró volar un trozo de su
hombro. O el mago que se había quedado pegado a sus fauces babeantes,
atrapado allí como con pegamento y bloqueando su arma principal.
Hasta que masticó al hombre que luchaba en dos.
Y supuse que después de todo, la poción de Augustine no había
llegado a todas partes. Porque se las arregló para tragarse una mitad sin
problemas. Y bramar al lugar con su boca llena de trofeos, haciendo que
incluso algunos de los magos oscuros más rudos se detengan y miren.
Lo que todavía estaban haciendo cuando aplastó a sus compañeros
bajo sus patas, machacándolos contra el suelo ya sangriento,
consiguiendo algo de tracción. Y luego saltando hacia el grupo principal,
que aún mantenía la formación, arrojando su cuerpo masivo justo al
medio. Y enviando una amplia franja de hombres chocando contra la
pared del fondo de la calle en la explanada, como si un tren de carga
acabara de descarrilar y rodar sobre ellos.
Posteriormente, tuve una vaga impresión de gritos, magos
aterrorizados, algunos fusionados con el pelaje de la cosa, otros aplastados
contra la pared, incluyendo algunos que se quedaron allí atrapados como
obras de arte macabras, retorciéndose en el lugar o deslizándose
lentamente hacia la masa de cuerpos en la parte inferior.
Pero no me quedé mirando.
Porque el líder había agarrado al primero de un grupo de hombres
huyendo y comenzó a arrojarlos a otro grupo cercano.

77 —¡Fórmense! ¡Fórmense!
—¡No podemos atrapar a esa cosa! —dijo uno de los hombres—.
¡Nuestros mejores hechizos apenas lo tocan!
—¡No tienes que atraparlo! ¡Atrápenla a ella! —Balanceó un brazo en
mi dirección—. ¿Quién crees que lo está controlando?
Y de repente, nuestro pequeño grupo se estaba enfrentando a un
hechizo combinado como el que casi había destruido a Augustine’s, y que
debería habernos incinerado en el acto.
Excepto por una pequeña cosa.
O quizás tres pequeñas cosas.
Porque las verdaderas Gorgonas acababan de unirse a la fiesta.
Resonó un fuerte grito ululante, y la hermana llamada Enyo dio un
salto mortal sobre nuestro grupo, transformándose en el proceso en una
Amazona de casi cuatro metros con garras de diez centímetros, una masa
de cabello gris cayendo en cascada y unos ojos amarillos entrecerrados. Y
un garrote, que usó como un bate de béisbol para enviar el ardiente
hechizo volando directamente a los magos. Quienes se arrojaron a un lado,
dispersándose como pinos en una bolera, intentando salir del camino.
Algunos incluso lo lograron.
Me quedé mirando por un segundo, ante la visión surrealista de un
sabueso enorme, su pelaje ahora cubierto por una alfombra de magos
retorciéndose, arrasando de un lado a otro a lo largo de la explanada. De
Enyo entrando en la pelea con su garrote, enviando a más magos volando
literalmente por todos lados. De una masa de micrófonos mágicos
revoloteando por encima, gritando insultos.
Y de Rhea mirando al techo, todo el frente de su vestido manchado
de rojo brillante, sus ojos vidriosos.
—No puedo curar esto —me dijo Carla, sus manos rojas, su voz en
pánico—. Es muy severo. Lo mejor que puedo hacer es ralentizarlo, pero
no va a hacer ninguna diferencia en un minuto. Tenemos que buscar a un
sanador…
Se interrumpió, porque sí.
No veía a ningún médico por aquí.
—¿Puedes desplazarla? —rogó prácticamente, por la vida de una
chica que acababa de conocer. Pero probablemente no se sentía así.
La batalla te hace eso.
78
—No —dije, mi voz apenas reconocible—. No podré desplazarme
nuevamente por… mucho tiempo.
—¡Pero debe haber algo que puedas hacer! —insistió, mirándome
con una fe inocente. Que se vio un poco extraño en esas facciones
endurecidas—. Eres la Pitia.
Le devolví la mirada sin nada que decir. Se suponía que una Pitia
era capaz de hacer algo. Se suponía que una Pitia era capaz de hacer
cualquier cosa. Pero nunca me había parecido así.
Miré hacia Rhea, tendida en el suelo frente a mí, pero no la estaba
viendo. Estaba viendo a un hombre, viejo y marchito, con el cabello medio
canoso más que nada gris, sosteniendo una mano manchada por los años
sobre una terrible herida en su estómago. La otra había aferrado la mía
mientras intentaba decirme algo antes de desangrarse, a medida que yo
trabajaba desesperadamente para salvarlo.
Pero había fallado.
Porque poder hacer a alguien más joven o mayor no significa que
puedas curar sus heridas. Como descubrí por las malas, al aplicarle poder
simplemente conseguí un cadáver más joven.
Solo había logrado ayudar a una persona, más o menos, porque la
suya era una enfermedad metafísica, una maldición, y hacerlo más joven
lo había cambiado lo suficiente como para que la maldición ya no lo
reconociera.
E incluso allí había tenido ayuda, ayuda que no tenía ahora.
—Pero ese hombre no te pertenecía —susurró una voz en mi oído,
haciéndome saltar y mirar alrededor.
Lo único que vi fue a Augustine, a la pequeña niña de la periodista
aferrada contra su pecho, mirándome desde detrás del mostrador distante.
Y la tienda carbonizada y arruinada. Y mi propio reflejo desaliñado en un
vidrio empañado de humo.
Y un susurro en mi otro oído.
—Mientras que esta chica es tuya, parte de tu aquelarre.
Volví la cabeza bruscamente hacia el otro lado, y miré a la
periodista, quien me devolvió la mirada, con sus ojos enormes.
—¿Qué pasa? —preguntó con miedo—. ¿Qué va mal?
79 Tú escoge, no dije, porque ya estaba lo suficientemente asustada.
Y bueno, yo también, cuando todo se oscureció abruptamente.
E
ntré en pánico, pensando que había sido golpeada con algún
tipo de hechizo. No había dolido, pero había sido tan rápido,
tan debilitante. Como si alguien hubiera accionado un
interruptor, solo que no hubo imágenes posteriores. No había nada, solo
oscuridad, profunda, aterciopelada y absoluta, excepto un pequeño punto
de luz desde algún lugar más adelante.
Enmarcando el cuerpo del vampiro caminando hacia mí.
Llevaba solo unos pantalones de pijama hecho de una tela sedosa
azul medianoche que colgaba bajo en sus caderas. Su pecho y pies
estaban desnudos y su cabello oscuro, que le llegaba hasta los hombros,
generalmente recogido en un clip, estaba suelto sobre sus hombros.
Parecía que acababa de levantarse, pero sus ojos whisky oscuro lucían tan
80 agudos como siempre.
—Pero la chica es tuya —repitió Mircea suavemente, arrodillándose
frente a mí—. Y tú… eres mía.
Y la escena cambió, abruptamente, dándome la visión dividida más
extraña que haya tenido alguna vez. La mitad de la habitación permaneció
oscura, con la luz apenas bordeando la cabeza y hombros de Mircea. Pero
todo detrás de mí estallaba en un brillo comparativo, y sonido y sensación:
los colores neón, el rugido sobrenatural del sabueso, el olor a pólvora…
—¿Cuál es real? —susurré, confundida, y extendí una mano hacia
donde la línea divisoria entre las dos habitaciones hervía como vapor. Pero
cuando intenté agarrarlo, no sentí nada, aunque la oscuridad retrocedió
más rápido ahora, como si se cerraran las cortinas…
Hasta que una mano agarró mi muñeca.
—Ambos lo son —dijo Mircea, y la noche floreció a nuestro
alrededor.
Parecía estar controlando la división entre nuestros dos espacios,
trabajando para reducir las distracciones a algo que pudiera manejar. Pero
no ayudó mucho. Porque este lugar tenía un montón de distracción por sí
solo.
Supuse que estaba viendo su Corte en el estado de Washington, ya
que allí era donde lo había dejado. Había sido herido ayer en un ataque, y
debe haber sido algo grande para derribar a un hombre que, aunque
podría parecer un bribón de treinta años, no había visto dos dígitos en
cinco siglos. Y quién había estado acumulando poder suficiente por cada
uno de ellos.
Afortunadamente, Lizzie había soltado la sopa sobre los planes de su
bando para terminar el trabajo, y lo había contactado antes que ellos.
Había pensado en traerlo aquí, pero no sabía nada sobre el tratamiento de
los vampiros heridos, y dudaba que mi pequeño personal humano lo
supiera. Y de todos modos, ya tenían suficientes de los qué preocuparse.
Así que lo había llevado a su casa, donde supuse que todavía estaba.
Aunque era difícil saberlo, cuando todo a su alrededor parecía que
estaba intentando verlo a través de los lentes de otra persona. El cálido
suelo de madera era solo una mancha marrón, excepto por un pequeño
parche justo alrededor de sus rodillas. Las ventanas altas, fuertemente
cubiertas contra el día, eran solo manchas oscuras. Y los diseños tallados
intrincadamente en el armario y las alfombras caras se desdibujaban entre
81 sí.
Me concentré en una pintura modernista en la pared opuesta, y
entró en foco lentamente. Se debería haber visto fuera de lugar, un toque
de color brillante en una sala del viejo mundo, como debería haberse
sentido extraño tener una mano sujetando la mía a través de todo un
continente. Pero no era así.
Sostenía mi mano con firmeza pero gentilmente, cuidando no dejar
que la fuerza vampira magulle mi carne humana. La empujó hacia
adelante y la luz lo acompañó, como el amanecer cayendo sobre un
paisaje. Dejando el lugar dividido entre neón brillante y oscuridad, como el
cuerpo de la chica tendida en el suelo entre nosotros.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté nerviosamente, porque no
sabía cómo curar a alguien.
—Ya lo estás haciendo —murmuró Mircea, sus ojos oscuros se
cerraron.
—No estoy haciendo nada —dije, intentando calmar el pánico
obstruyendo mi garganta—. ¡No tengo el poder de hacer nada!
—Tampoco un puente, pero sirve.
Esperé, pero no dijo más nada. Sabía que solo debía callarme y dejar
que él se concentrara.
La sanación era uno de los dones de Mircea, y funcionaba igual de
bien en humanos que en vampiros.
Pero funcionaba en humanos que estuvieran frente a él. No sabía
qué tan bien funcionaría a miles de kilómetros de distancia, pero tenía que
ser más difícil. Y que para empezar, estaba asumiendo que él podía
hacerlo, así que cállate, cállate, cállate, y dale un poco de tiempo.
Pero no parecía ser capaz de hacerlo. Porque Rhea no tenía tiempo.
Y solo sentarme allí mientras ella se desangraba era…
No parecía ser capaz de hacerlo.
—No entiendo —espeté, y luego me mordí el labio, prácticamente
vibrando con la necesidad de hacer algo, pero sin muchas opciones
disponibles.
—Tienes un vínculo metafísico con tu acólita —murmuró Mircea, la
luz de neón de mi parte del mundo parpadeando imposiblemente sobre sus
rasgos—. Y yo tengo uno contigo. Estoy intentando utilizarte como un
82 conducto para enviarle energía, como lo haría con uno de mis maestros si
necesitara ayuda.
—Pero no soy uno de tus maestros —dije, porque no me sentía como
un conducto. No sentía nada, excepto por mis dedos, con sangre
resbaladiza y desesperada, agarrando los suyos.
Probablemente era incómodo. Si él fuera un humano, podría
haberme roto un hueso para ahora. Pero no lo era, y no lo solté.
—No —dijo en voz baja—. Por eso no sé si esto funcionará. Y ella
está muy débil.
Lo agarré más fuerte.
—Pero puedes intentar…
—Alguien ya lo intentó. Siento el hechizo… aletargado, lento,
impidiendo el flujo de sangre.
—Una bruja. No es sanadora, pero quería ayudar…
—Tuvo éxito. Tu acólita ya se habría desvanecido, de lo contrario. —
Pero su expresión no parecía feliz—. ¿Cuál es su nombre?
—Rhea.
—Rhea. —Rodó a través de su lengua. Sonó diferente en la voz de
Mircea, más oscuro, más dulce, más exótico. Y envió un escalofrío por mi
espalda solo por el poder detrás de él.
Sin embargo, no tuvo un efecto obvio.
—Rhea. —El segundo llamado fue más fuerte, más apremiante, pero
aún dulce. No una orden, sino un murmullo tentador digno de una sirena.
Me habría tenido corriendo hacia él, luchando por él, batallando a través
de un ejército para alcanzarlo.
El cuerpo entre nosotros ni siquiera pareció notarlo.
Tragué con fuerza, porque Mircea no era solo un vampiro: era un
maestro de primer nivel, uno de los pocos cientos que existen. Gobernaban
el mundo de los vampiros a través de los seis Senados, los cuerpos
regentes de inmenso poder. Y Mircea no era solo un senador antiguo; era
el segundo al mando del cónsul norteamericano y, por lo tanto, uno de los
vampiros más fuertes de la tierra.
Y sentí todo ese poder cuando lo intentó nuevamente.
—¡Rhea!
83
Ahora no era una solicitud; era una orden, feroz y exigente. La sentí
como un trueno en el aire alrededor de mí, como un terremoto en el piso
debajo de mí, como una descarga eléctrica irradiando a través de mi
cuerpo, haciéndome jadear. Y apretar mi agarre lo suficiente como para
pensar que podría romper mis propios dedos.
Esa maldita llamada me habría sacado de la tumba.
No parecía estar haciendo nada por ella.
Y nos estábamos quedando sin tiempo… incluso yo podía ver eso. La
piel usualmente pálida de Rhea parecía de alabastro, sus pestañas
oscuras cerradas, su pecho apenas levantándose. Solo su sangre se movía,
lenta pero decidida, escurriendo de la terrible herida mancillando su
cuello, como los dedos de alguien ya le habían hecho en la mejilla.
Parecía un cadáver hermoso.
—Tal vez… tal vez tengamos que intentarlo de otra manera —dije
desesperadamente.
Mircea no abrió los ojos.
—¿De qué otra manera?
—Seidr. —Era un hechizo que mi madre me había lanzado durante
un viaje en el tiempo, y que sin querer le había pasado a él. No lo entendía
completamente, por eso no había podido eliminarlo. Y no había parecido
una prioridad, ya que era solo un hechizo de comunicación.
Pero era uno poderoso.
Más poderoso que esto, pensé, mirando la nebulosa línea divisoria
que todavía estaba hirviendo entre nosotros.
Pero Mircea negó con la cabeza.
—Cassie, esto es Seidr. Intenté llegar a ti de otra manera, de la
manera vampiro…
—¡Lo siento! No escuché…
—Tampoco deberías haberlo hecho. No eres vampiro. Fue una
reacción instintiva cuando tu angustia me despertó. Pero no funcionó,
dejándome sin otra opción que intentar acceder a ti a través del enlace
Seidr.
—Pero… —Miré a mi alrededor otra vez—. Así no fue antes.
84 Seidr no era como nada de lo que hubiera experimentado alguna vez,
aparte de estar en algún lugar en carne y hueso. De hecho, era casi
imposible decir que no lo estabas, excepto que las personas que no
estaban en el enlace no podían verte. Era claro y perfecto, no como una
visión en absoluto, mientras que la habitación detrás de Mircea se había
vuelto aún menos clara que antes, como si pudiera disolverse en cualquier
segundo.
—Tal vez —dijo Mircea sombríamente, captando mi pensamiento—.
Seidr es un hechizo costoso, poderosamente…
—Pero tienes el poder —interrumpí—. Puedo sentirlo, incluso
sentada aquí…
Y entonces, abrió los ojos y yo también lo vi. Eran de color ámbar
brillante, asombrosamente vívidos contra la sala de lavado a su alrededor e
inundados de poder.
—Pero tú no —dijo—, y tú controlas el hechizo.
—Pero te lo dije, ¡no estoy haciendo nada!
—Pero el hechizo aun así se origina contigo, Cassie. Mi gente no
sabe cómo hacer un hechizo Seidr. ¿Y recuerdas lo que nos dijeron? Fue
diseñado por los dioses para hablar entre mundos. Pero no somos dioses.
Ni siquiera tú lo eres, aunque albergas el poder de uno.
—Poder al que no puedo acceder ahora mismo —dije, mis labios
enfriándose cuando finalmente entendí. El poder de Pitia era
prácticamente inagotable, pero yo no. Y cuando estaba demasiado
cansada, no podía canalizarlo adecuadamente… si es que lo hacía.
La cabeza oscura de Mircea se inclinó.
—Sin una buena conexión, no puedo darle a Rhea la fuerza que
necesita. La tengo, pero no tengo forma de llevársela.
—¡Entonces envíamela! Y yo…
—Eso todavía requiere una mejor conexión de la que tenemos —dijo,
paciente con mi pánico—. Ya sea que tú o ella sea el destinatario previsto,
debo tener un enlace más fuerte. De lo contrario, puedo hacer poco más de
lo que la bruja ya hizo, y retrasar el proceso. Pero si no puedes fortalecer el
hechizo…
—Morirá de todos modos.
85 —Sí.
No lo calificó, como podría haberlo hecho un humano, no me dijo
que estaría bien cuando ambos sabíamos que no. No dijo nada más, por lo
que estuve agradecida. Simplemente me agarró con más fuerza, aunque ya
era difícil sentir sus dedos, como si estuvieran disolviéndose debajo de los
míos.
Y probablemente así era, porque me estaba acercando al
agotamiento total. Había dado todo lo que me quedaba para ese último
desplazamiento, sacando una criatura de otro mundo, algo que solo muy
recientemente había aprendido que podía hacer para empezar. Y ahora
estaba alimentando el enlace Seidr, o intentando hacerlo, pero no era lo
suficientemente fuerte.
Nunca lo había sido.
—Has hecho todo lo posible —dijo Mircea suavemente—. Necesitas la
fuerza que te queda.
Tenía razón; sabía que tenía razón. Pero no servía de nada. Seguí
perdiendo a las personas; siempre perdía a las personas. Esa había sido la
única constante en toda mi vida, la única maldita cosa de la que podía
depender, y no podía… no otra vez.
Sentí el fantasma de un toque en mi mejilla, porque debe haberse
escapado de mi agarre sin que yo lo supiera.
—Tienes que dejar ir, Cassie.
Sí, eso también me lo habían estado diciendo las personas toda mi
vida. Hasta el punto en que comencé a decirme a mí misma: no te
preocupes, no ames, deja que todos y todo lo que importa siga adelante.
Deje que la vida se los lleve, que los tenga, porque de todos modos lo hará,
porque eso es todo lo que hace: tomar, consumir y destruir. Te hace sentir
feliz para que el dolor duela más, te permite tener esperanza para poder
aplastarlas, te permite amar para poder arrancártelo. Puedes luchar
contra eso, pero es una trampa, toda la maldita cosa.
Mejor acostumbrarse a eso.
Pero no estaba acostumbrada. Nunca me había acostumbrado.
Estaba cansada de eso, jodidamente harta, y furiosa, tan furiosa que
apenas podía ver.
Me incliné sobre Rhea, mis lágrimas cayendo sobre su rostro, mis
labios casi tan fríos como su mejilla. Pero de alguna manera no le estaba
86 dando el beso de despedida. De alguna manera estaba agarrando sus
hombros, sacudiéndola, y luego gritándole como una loca. O tal vez era al
universo a quien estaba gritando… no lo sabía; no podía pensar.
Simplemente lo sentí, algo caliente, duro y furioso brotando dentro de mí,
algo que no podía controlar porque era ¡suficiente! No puedes quedarte con
esta, no puedes llevártela…
—¡Cassie! —Mircea me había agarrado, sus dedos clavándose en mi
carne, pero no me importó.
—¡No, esta es mía! ¡He pagado suficiente, he perdido suficiente!
—¡Cassie!
—¡No! ¡Esta es mía y no puedes quedártela!
Y luego me hicieron a un lado, lo suficientemente fuerte como para
lastimarme, y por un segundo no entendí lo que estaba sucediendo. Y aún
no lo hacía, cuando vi a Mircea, claro, brillante y allí, tan sólido como si
estuviera justo a mi lado. Así como la habitación a su alrededor, que de
repente lucía vívida con color y bordes afilados, como Rhea debajo de él
cuando la dejó en el suelo, subiendo a horcajadas sobre ella con ambas
manos alrededor de su cuello, luciendo para cualquier que no supiera
como si estuviera intentando estrangularla a muerte.
Pero en lugar de matarla, estaba haciendo algo que le devolvió un
color tenue a las mejillas, que provocó un pequeño movimiento en su
pecho, que agitó sus pestañas e hizo que sus dedos (porque en algún
momento debo haberle agarrado la mano) se muevan…
—Qué… —comencé, porque incluso ahora no podía mantener la
boca cerrada. Parecía estar en un circuito separado del resto de mi
cerebro, que todavía gritaba en negación incluso aunque veía como la vida
volvía a Rhea.
—Debí haberme dado cuenta —dijo Mircea, mirándome
salvajemente, a través de mechones de cabello oscuro y sudoroso.
—¿Cuenta de qué? Mircea, cómo…
—Es tuya, ¡lo dijiste tú misma!
—Pero, cómo…
De repente echó la cabeza hacia atrás, riéndose como un niño. Y solo
me quedé mirando, preguntándome si en realidad me estaba volviendo
loca. O si él lo estaba.
87 —¡Mircea!
—Tu aquelarre debe funcionar de manera similar a nuestras casas
—dijo, con los ojos brillantes—. Y, como viste ayer, cuando casi dreno a la
familia, el intercambio de energía funciona en ambos sentidos. Puedo
enviar poder a mis subordinados, pero ellos también lo pueden enviar
hacia mí.
Parpadeé, recordando de repente las pequeñas dosis de poder que
había recibido de mi aquelarre en un par de ocasiones. No lo había
pensado porque no estaba acostumbrada a tener un aquelarre, cosa que
de hecho era la Corte Pitia. Y porque las dosis siempre habían parecido tan
pequeñas.
Pero entonces, tal vez no había necesitado tanto antes.
Miré a Rhea, quien todavía estaba inconsciente, pero también muy
viva.
—Está alimentando la conexión.
—Lo hace el enlace entre ustedes dos —corrigió Mircea—. Y
probablemente todo tu aquelarre por lo que sé.
Me sonrió, el distinguido vampiro maestro de repente mareado por la
pérdida de poder, por arrastrar a alguien casi literalmente de la muerte y
por la misma euforia que finalmente me estaba golpeando.
Y entonces, difuminándose como una mala señal de radio cuando
alguien más me llamó.
—¡Cassie!
Una avalancha de sonido estalló sobre mí, un ruido estridente y
desafinado que me hizo saltar; y me di cuenta que la cuña de neón detrás
de mí se había ensanchado e iluminado. Y esas manos estaban intentando
alcanzarme, sacudiéndome y tirando de mí. Alejándome de él.
—La ayuda ya viene —dijo Mircea, agarrando mi mano, su voz
extrañamente distorsionada—. Cassie… ¿entiendes? ¡La ayuda ya viene!
Aguanta.
—¡Lo estoy intentando! —dije, aferrando su mano a medida que me
siento como una masa de caramelo estirándose en dos direcciones
diferentes.
Y luego mis dedos se deslizaron fuera de los suyos, y como una
88 puerta que se cerró de golpe, de repente estaba en otro lugar.
De repente me encontraba en un lugar horrible.
E
l silencio en el retiro montañoso de Mircea se hizo añicos,
reemplazado por una mezcla de alaridos, explosiones y gritos.
Y un extraño retumbar sordo drub, drub, drub que sonaba
como música electrónica y me hizo querer taparme las orejas, solo que mis
brazos no parecían funcionar. O mis ojos, pensé, mirando alrededor de mí
ante un mundo rojo.
Parpadeé, pero la vista no cambió, excepto que Carla apareció de
repente en mi cara.
—¡Tenemos que salir de aquí! —estaba gritando a quemarropa, pero
apenas la escuchaba. Porque ese sonido extraño se hacía cada vez más
fuerte.
Finalmente me di cuenta que no era un tambor o una loca música
89 de baile. Era una serie de hechizos poderosos, la fuente del resplandor
rojo, explotando contra algo que atravesaba la resistencia a una docena de
metros de distancia.
Algo ondulado e indistinto, una barrera tan frágil que parecía que
alguien había extendido una pieza de plástico dorado por la habitación.
—Pensé que las guardas estaban caídas —dije espesamente,
intentando enfocar mis ojos que todavía estaban intentando ver dos
lugares a la vez.
—Lo estaban —dijo una voz diferente, sonando satisfecha. Me tomó
un segundo darme cuenta que estaba gritando por la pequeña cosa negra
escurriéndose por el piso como una araña, porque ya no podía volar.
—Grafton, el tipo del Oráculo —jadeó Carla, intentando levantarme—
. Solía ser un mago de guerra, como hace mil años.
—Escuché eso.
—Tú… ¿hiciste que los escudos vuelvan? —pregunté, tratando de
ayudar a Carla, pero empeorando las cosas.
Mis extremidades se sentían extrañas, mezcladas, y nada parecía
funcionar bien.
—Bueno, a decir verdad no tenían nada de malo —dijo Grafton.
—Nada…
—Aparte del anulador que el Círculo Negro tenía a cargo en los
controles —agregó, hablando de un mago capaz de absorber toda la magia
dentro de un cierto radio—. Lo noqueamos, lo arrastramos a otra
habitación y…
—¿Por qué habla en plural?
—Un grupo de nosotros: reporteros, fotógrafos, corredores de
recados, algo así como cuarenta personas en total. Hemos estado
acampados aquí toda la semana.
—De hecho, los segundos pisos de estas fachadas del Salvaje Oeste
albergaban sus habitaciones —dijo Crystal Gazing, quien debe haber
conseguido un nuevo avatar, porque estaba revoloteando en mi otro lado—
. Pero nadie las usó… hasta que nos dimos cuenta que ofrecían un punto
de vista perfecto.
—Se ha convertido en algo así como un barrio pobre —dijo Grafton—
. Con reporteros de todos los periódicos importantes y la mayoría de los
90 menores trayendo sábanas y cosas así, negándose a irse después de tu
última escapada. Asumimos que algo más podría pasar, y queríamos estar
presentes…
—Ten cuidado con lo que deseas —murmuró Carla.
—… y afortunadamente —agregó—, algunos de nosotros sabemos
una o dos cosas sobre las guardas.
—Sí, ahora solo tenemos que esperar que las malditas cosas
aguanten hasta que llegue el Círculo —jadeó Carla—. Lo que, en caso de
que no lo hayas notado, ¡no va tan bien!
—Ese es el problema de escudar las áreas comunes —coincidió
Grafton—. No puedes usar las guardas más fuertes, para que no
confundan a un huésped con una amenaza. Pero la variedad cotidiana,
incluso las caras como estas, solo pueden resistir cierto tiempo contra este
tipo de…
—¿Quieres callarte? —exigió ella—. ¡Tenemos que movernos!
Tenía razón; una mirada a la guarda me dijo eso. Estaba empezando
a parecerse a una manta raída, con huecos obvios en el tejido dorado. Pero
aún no podía hacer que mis extremidades funcionen.
Y entonces Carla maldijo y se echó el bolso encima. Y me agarró por
debajo de los brazos. Y comenzó a arrastrarme hacia Augustine’s, como
Françoise ya estaba haciendo con Rhea.
—Augustine cree que puede hacer que sus guardas vuelvan a
funcionar —explicó Grafton, avanzando como una araña a nuestro lado—.
Vamos a regresar a la tienda por una línea de defensa adicional.
—Buena idea —dije débilmente, mirando aturdida varias docenas de
hechizos que explotaron contra la barrera y se extendieron hacia afuera,
como ácido salpicado en agua.
Y en las monstruosidades de tipo pterodáctilo, las guardas físicas del
vestíbulo, que se precipitaban y comenzaban a recoger magos al azar, solo
para arrojar sus cuerpos destrozados contra la pared. Y en el carrito de
tacos y su burro falso cubierto de flores, que estaba ardiendo como si
hubiera sido rociado con gasolina. Y en las Gorgonas, al otro lado de la
barrera cerca del vestíbulo, quien parecía estar acorralando a los magos,
manteniéndolos en la calle como si esperaran que la cosa aterradora
adentro los masacrara a todos.
Lo que habría sido estupendo, excepto que la cosa aterradora
91 parecía haber dejado el edificio.
Miré alrededor… por qué, no lo sabía; no era como si pudiera
haberlo pasado por alto. Pero no vi a ningún sabueso gigante en ninguna
parte. Algunos de los magos deben haber recobrado la compostura y lo
desterraron. Y sin eso, no quedaba mucho para distraerlos.
Como quedó demostrado cuando un mago tomado por una de las
guardas pterodáctilo logró un hechizo que prendió fuego a la cosa… y cayó
lo que tenían que ser cuatro pisos cuando lo soltó. La guarda moribunda
luego cayó como una bomba contra el grupo atacando el escudo,
explotando en trozos ardiendo contra su armamento. Pero si hizo algún
daño, no podría decirlo.
Había tantos.
—¿Cómo hay tantos? —pregunté, mirando lo que todavía parecía un
par de cientos de magos oscuros, tal vez más, recortados contra el brillante
brillo dorado de la guarda.
—Esa cosa que conjuraste se comió a diez o menos —resopló Carla—
. Y aplastó a otros treinta o cuarenta, no lo sé. ¡Fue exorcizado con al
menos quince aún pegados a su maldito pelaje! Y esas ancianas… y qué
demonios son esas ancianas…
—Las Gorgonas.
—… mataron tal vez cincuenta más, antes de que terminaran
aislados por las escaleras…
—Entonces, ¿por qué todavía hay tantos?
—¡Porque antes no estaban todos aquí! Deben haber temido que
congelaras el tiempo o algo así, y tenían un respaldo desplegado por todo
el hotel que vino corriendo cuando…
Una explosión masiva la interrumpió, y la magia hormigueó sobre
mis brazos, tan fuerte que fue casi dolorosa. El piso vibró debajo de
nosotras, lo suficiente como para hacer tropezar a Carla y enviarla al piso
a mi lado. Y un destello explotó en mi visión, tan brillante que toda la
habitación quedó en blanco.
Por un segundo, un maravilloso segundo conmovedor, pensé que la
caballería había llegado.
Entonces comprendí la verdad.
—¡Retrocede! ¡Retrocede! —gritó alguien.
92 Pero no había tiempo para retroceder. Hubo una ráfaga de viento y
un estruendo como un trueno, y levanté la vista para ver el centro de la
guarda ondeando como una cortina hecha jirones, dejando un espacio lo
suficientemente grande como para que pase un camión. Pero un camión
no era lo que estaba pasando.
Un ejército de magos oscuros sí.
Y el Armagedón llegó en un instante.
Un hechizo golpeó el piso junto a mí, forjando un trozo de concreto
del tamaño de una carretilla y enviándome rodando a un lado. Otro
explotó justo detrás de mí, haciendo que Carla grite y golpee el piso
nuevamente. Más hechizos azotaron a través del aire por encima de
nosotros, labrando surcos en el suelo y rebotando en el edificio detrás de
nosotros, golpeando un poste de luz decorativo y mandándolo a volar a
través de la grieta en la guarda.
Y contra la masa de magos inundando el agujero, justo detrás de la
barrera.
Algunos tropezaron con el poste. Más fueron azotados por las
ondulaciones de la guarda rota.
Pero no lo suficiente, no lo suficientemente cerca. Debido a que
Françoise estaba intentando mantener el escudo y arrastrar a Rhea, y
Carla estaba mirando con aturdido horror, y yo estaba de rodillas,
intentando lanzar un hechizo para el que no tenía el poder y solo
vomitando y viendo cómo el mundo giraba a mi alrededor.
Y luego arrojaron otro hechizo, este demasiado cerca y demasiado
rápido para esquivarlo, incluso si hubiera podido ver bien. Solo que no
pude. No pude hacer nada más que tumbarme allí, ver cómo la brillante
maldición naranja hervía en mi dirección, sabiendo que no tenía forma de
detenerlo…
Pero alguien más lo hizo.
Un hechizo violeta salió de la nada violentamente, grande como una
pelota de playa, y chocó contra el otro más pequeño, enviándolo fuera de
curso y estrellándose contra el techo. Todavía lo miraba fijamente, y el
brillante rastro de efectos secundarios, cuando una docena de hechizos
más iluminaron el aire. Ofensivos rojo, naranja y amarillo; defensivos
verde, blanco y azul; y más de esos extraños morados nublando mi visión
de repente.
93 Pero eso no era lo extraño.
Lo extraño es que iban hacia el otro lado.
Al menos la mitad de los hechizos se estaban disparando
repentinamente hacia nuestros enemigos, explotando contra la invasión
avanzando por el agujero, o capturando los hechizos y sacándolos fuera de
curso. Algunos de los magos de guerra terminaron caídos, porque no
parecía que esperaran una gran defensa. Pero estaban consiguiendo una.
Me las arreglé para girar la cabeza, lo suficiente como para ver a un
viejo alto, distinguido, con una gran barriga y un traje de tres piezas de pie
frente al Dante, pareciendo en realidad a un banquero. Y detrás de él
había una multitud de personas que no se veían como magos de guerra,
no se veían como un escuadrón de rescate, no se parecían a nada excepto
a una muestra aleatoria sacada directamente de la calle. Había
estudiantes con piercings, hombres y mujeres mayores en trajes, y una
chica motera con cabello rosado.
Y una anciana con un vestido cubierto de rosas romanas, su cabello
plateado cayendo alrededor de su cara y sus dientes desplegados en odio.
—Eso es por Celia —dijo ahogadamente, y envió un hechizo
rasgando el aire sobre mi cabeza, tan caliente que pensé que mi cabello
estaba en llamas.
Y finalmente todo encajó en su lugar.
Los periodistas, bajando de su pedestal para una última batalla.
Pero a pesar de su coraje, y a pesar del hecho de que acababan de
detener la invasión de los magos oscuros, estaba a punto de ser la última.
Porque podrían conocer algunos hechizos malévolos, pero el objetivo
de los magos de guerra no era solo lo que sabían, sino lo que eran:
monstruos mágicos cuyos cuerpos producían mucha más magia que un
humano normal. Así que, sí, tres o cuatro docenas de tipos corrientes
podrían aguantar un paso estrecho durante un minuto o dos. Pero el paso
estaba a punto de hacerse mucho más ancho, y estaban a punto de
debilitarse mucho más, y esto no iba a funcionar.
—¿Dónde están? —gritó Carla—. ¿Dónde está el maldito Círculo…?
—Solo han pasado diez minutos —dijo Françoise, mirándome.
—Diez. —La bruja la miró boquiabierta como si estuviera hablando
otro idioma—. ¿Qué quieres decir, diez?
—He estado cronometrando todo.
94 —No. No, eso está mal. ¡Eso es imposible!
Pero no era imposible. Había pasado dos o tres minutos hablando
con el mago, otro minuto más o menos en Augustine’s, y tal vez un par de
minutos más para que el sabueso se volviera loco. Y luego Rhea…
No, no era imposible en absoluto.
Empecé a hurgar en mi camisa.
Después de eso, las cosas se pusieron más rápidas y más lentas,
como si alguien estuviera jugando con el tiempo. Pero no pensé que era yo,
ya que ni siquiera podía abrir el cuello alto del camisón.
Quizás por las esquirlas de esa primera explosión.
Pedazos de eso sobresalían de mis manos que había alzado para
protegerme; fuera de mi costado, que estaba empapado de sangre; fuera de
una de mis rodillas. Y luego otro hechizo golpeó cerca y me rendí e intenté
gatear. El dolor fue insoportable, porque creo que estaba gateando justo
sobre las esquirlas, pero de todos modos lo hice. Porque era eso o morir,
llegar a la tienda o morir, hacerlo pronto o morir, haciendo que un
retumbar vibre en mi cabeza, en mi corazón, en la sangre en mis oídos.
Pero no tanto como para que no notara otras cosas.
Como el hechizo violeta, arrojado por la chica con el cabello rosado,
que envolvió una cruel maldición roja en mi dirección y la detuvo en seco,
enterrándolos a ambos en el piso. O como el hechizo de red que envolvió a
dos magos corriendo hacia mí, y luego se contrajo a su alrededor,
derribándolos. O como el lazo que hizo tropezar a media docena más,
porque no habían visto la delgada línea deslizándose por el suelo hasta la
altura del tobillo hasta que fue demasiado tarde.
Y nada de eso importaba.
Porque los hombres detrás de los caídos solo estaban pisando a sus
hermanos en su afán de alcanzarnos. Y los hechizos defensivos de nuestro
lado ya estaban quedando abrumados, teniendo que intentar atrapar dos
maldiciones a la vez, lo que no siempre funcionaba. Y el uso de magia
ofensiva contra magos oscuros altamente protegidos era casi un
desperdicio de energía, la mayor parte de ellos simplemente miraban como
explotaban inofensivamente contra el suelo. Solo teníamos media docena
de metros hasta la tienda, pero no íbamos a llegar, ¿verdad? Estábamos a
punto de ser sobrepasados…
Y luego lo fuimos, cuando una estampida de imposibles criaturas
95 azules y plateadas salió de la tienda rugiendo, trompeteando y gruñendo al
pasar. Y una vez más, despejándonos el camino con la gracia de tigres
saltando. Me di cuenta que eso eran algunos de ellos, parpadeando ante la
manada de los pequeños animales de origami de Augustine navegando por
encima de mí. Aunque ya no eran tan pequeños, de tamaño natural y
aspecto salvaje… ¡y completamente inofensivos, porque todavía estaban
hechos de papel de regalo!
Pero los magos, que acababan de ser diezmados por el sabueso del
infierno, no lo sabían. Cambiaron su objetivo abruptamente de nosotros a
la horda, la cual explotó en ráfagas de confeti azul y plateado… también
inofensivo. Pero había un montón de esa basura y estaba en todas partes,
y era totalmente inesperado. Y el papel reflectante adquirió los colores de
los hechizos ofensivos lanzándose alrededor y… teníamos un par de
segundos ¿no? Me di cuenta.
—¡Retrocedan! —grité, intentando gatear y rasgar mi cuello al mismo
tiempo—. ¡Retrocedan!
No sabía si alguien había escuchado. El pánico se había instalado, y
la gente corría por todas partes, y lloviznaba yeso y vidrio en el sitio, y el
sistema de rociadores se encendió y confundió aún más el problema.
Junto con lo que sea que Mircea estaba haciendo, porque estaba haciendo
algo. Todavía podía ver partes de esa otra habitación, junto con un atisbo
de unos brillantes ojos color ámbar…
Porque él estaba intentando ver a través de los míos, me di cuenta. Y
tal vez podía, pero yo no. Como apenas podía moverme porque dos mentes
no pueden controlar un cuerpo.
—¡Corta la conexión! —grité, ahogándome con agua y polvo de
yeso—. Corta la conexión. ¡No puedo ver!
Y supongo que lo hizo, porque la habitación volvió a enfocarse de
repente y el control de mi cuerpo vino con ello. Miré alrededor, todavía
medio ciega debido a la máscara de yeso mezclándose en mi cara, mis
manos rasgando el maldito collar. Y finalmente sacando el collar feo de
adentro justo cuando un borrón azul pasó corriendo.
Era Carla, enloqueciendo como todos los demás, pero quien se
detuvo cuando la agarré del brazo.
—¿Tienes algún micrófono?
—¿Qué?
96 Me resbalé en el aguanieve del suelo a medida que me ponía de pie
tambaleándome, solo su mano en mi brazo manteniéndome de pie.
—¡Las cosas voladoras… los micrófonos! ¿Tienes más?
—¿Qué? Sí… yo… sí. —Me miró como si estuviera loca—. ¿Por qué?
—Envía uno a las Gorgonas. Diles que se retiren para defender la
tienda…
—Pero los turistas…
—Los magos no están interesados en los turistas… están interesados
en mí. —No era una suposición; la mitad de esos hechizos me habían
estado apuntado. Parecía que el sabueso había causado una buena
impresión—. Manténganlos allá. Solo necesitamos diez minutos…
—Pero, Lizzie, tu Corte…
—¡No pueden alcanzar a Lizzie si están ocupados intentando
matarme! Haz que todos retrocedan detrás de las guardas de Augustine’s,
haz que las Gorgonas los defiendan si se rompen y asegúrate de mantener
mi cuerpo a la vista…
—¿Tu cuerpo?
—… y trata de encontrar una salida a través del piso, por atrás, lo
que sea. Pero no me saques hasta que sea absolutamente necesario. Me
tienen que ver. Ellos tienen que permanecer enfocados en mí…
Pero ella no estaba enfocada, y ¿quién podría culparla?
—¿Qué quieres decir con tu cuerpo? —preguntó, agarrándome
ferozmente—. ¿Te golpearon?
—¡Estoy bien! —dije, al mismo tiempo que un vaquero fantasmal
finalmente decidió unirse a la fiesta—. Es hora del espectáculo —le dije.
Billy Joe, mi compañero fantasmal durante años, bostezó.
—Sabes, en serio odio cuando… ¡Santa mierda!
La periodista estaba palpando mi ropa, buscando alguna herida
terrible que no tenía en lugar de escuchar. Pero vi a Françoise mirándonos
desde la abertura de la tienda, donde había logrado arrastrar a Rhea.
—¿Escuchaste todo?
Ella asintió, entregó a Rhea a un joven y envió una enorme bola de
fuego a un par de magos que acababan de ponerse de pie. Los hizo
97 retroceder, casi hasta el agujero en la guarda, donde se estrellaron contra
algunos de sus amigos entrando. Las llamas golpearon múltiples
conjuntos de escudos a la vez enviando destellos rojos masivos sobre la
multitud.
Y finalmente sacó a la periodista de su pánico.
Se quitó el bolso de la espalda y comenzó a arrojar cosas, y miré a
Billy.
—Estás encargado de cuidar a los niños.
—¿Qué? —Él había estado mirando alrededor, con la boca abierta, la
mano agarrada al sombrero de vaquero que había estado usando durante
el último siglo y medio. Pero ante eso su cabeza giró hacia mí—. ¡Espera!
Pero no había tiempo para esperar.
—Haz que todos vuelvan a la tienda y levanten esa guarda —dije a la
reportero mientras nuestra desesperada llamada de auxilio despegaba.
—¿Y qué vas a hacer tú?
—Conseguirnos diez minutos —respondí, y cerré los ojos.
D
e repente, todo fue más fácil.
Di un suspiro de puro alivio cuando el dolor de una
docena de heridas se desvaneció, igual que mi cuerpo.
Hasta que Billy lo atrapó a medio camino del suelo.
Lo sentí entrar en mi piel cuando me liberé, una presencia cálida y
reconfortante que tal vez no supiera lo que estaba pasando, pero que
conocía la rutina.
Porque ya habíamos hecho esto antes.
Cuando empecé a desplazarme no sabía lo que estaba haciendo,
pero sabía que cuerpo menos alma es igual a cadáver. Así que, cuando
descubrí que las Pitias a menudo se desplazaban en forma de espíritu, lo
98 que resultaba más fácil y nos evitaba atrapar alguna desagradable plaga,
tuve algunos problemas con eso. Como poseer a alguien en otro tiempo, lo
que nunca había aprendido a disfrutar, y regresar a un cadáver después.
Con el tiempo, me di cuenta de que las demás Pitias lo lograban
usando viajes en el tiempo para regresar a sus cuerpos casi en el mismo
momento en que se iban, haciendo que el intervalo fuera demasiado corto
para hacer daño. Pero al principio no lo sabía. Así que lo manejé de la
única manera que pude: dejando otra alma en mi lugar.
Y dado que la única alma en la que confiaba, más o menos, era Billy
Joe, recibió el visto bueno.
Y, para ser justos, el único daño que mi cuerpo había sufrido fue
una resaca porque Billy recibió su paga en cerveza. Ahora viajaba
principalmente en persona, pero esas primeras lecciones no habían sido en
vano. Aprendí una o dos cosas sobre la posesión.
Como, por ejemplo, que no tenía que ser voluntaria.
Y en este momento, tomar el control del líder de los magos oscuros,
incluso por unos minutos, era la única forma en que nos veía
sobreviviendo a esto. Pero eso requería encontrarlo. Y después del asalto
inicial de Enyo, había retrocedido con sus hombres y no lo había visto
desde entonces.
Y me di cuenta que no iba en la dirección correcta.
Los abrigos de los magos de guerra se alzaron a mi alrededor a
medida que avanzaba por la guarda, gruesos, negros y sofocantes. Peor
aún, tenían hechizos tejidos a través de ellos para proporcionar una capa
adicional de protección. Y todos esos hechizos juntos me dejaron
sintiéndome como si estuviera hundiéndome en un pantano de magia
oscura, uno que me tenía ahogada y ciega, con cero posibilidades de
encontrar a alguien.
Y no tenía mucho tiempo.
Tarde o temprano, alguien se daría cuenta de lo obvio: que todo lo
que tenían que hacer para vencernos era organizarse nuevamente en una
unidad. Y dejar de intentar pasar por la estrecha abertura que restringía
sus números y nos permitía defender un área pequeña. Y solo sacar el
resto de la guarda…
Y entonces alguien lo hizo.
Todavía estaba intentando ver a través de la multitud cuando, de
repente, no fue necesario. El líder se subió a un barril frente a las tiendas
99 al otro lado de la calle, posicionando la cabeza y hombros por encima de
todos los demás. Y se agarró un poste colgando a un lado, gritando y
agitando un brazo.
—¡Fórmense! ¡Fórmense! ¡Maldita sea… fórmense!
Mierda.
Intenté avanzar, pero nada funcionó. Había tantos cuerpos y tanta
magia alrededor, que apenas podía decir dónde estaba el frente. Y luego
empeoró, cuando los que se agrupaban alrededor de la “puerta”
comenzaron a volver a la formación. Terminé en el suelo, pisoteada por
botas que me aplastaron, abrigos que me golpearon en el rostro como
bofetadas, y la magia oscura que me abrumaba como una manta pesada…
Hasta el momento surrealista cuando me empujé fuera del suelo,
simplemente desesperada por escapar, para levantarme…
Y lo hice.
Muy alto.
De repente, sentí que era un globo de helio que un niño había
soltado, y estaba fuera de control, subiendo y bajando sobre la multitud y
apresurándome hacia el techo. Y luego, a través de él, hacia la sala de
conferencias de arriba, cuando me asusté y agité porque no estaba segura
de cómo volver a bajar. Porque no había hecho esto antes. Salía de mi
cuerpo y me metía en el de otra persona; ¡no iba flotando por ahí como
una versión femenina de Billy Joe!
Pero por el momento, eso era lo que hacía. Y descubrí que mis
brazadas tenían efecto. Me detuve justo antes del techo, me incliné y volví
a dar vueltas, como empujándome al costado de una piscina cuando
nadaba. Excepto que el agua era aire y el aire estaba en la habitación
equivocada y necesitaba volver allí abajo, volver allí abajo rápido…
De acuerdo, un poco demasiado rápido, pensé, porque el techo pasó
volando en un instante, y luego la multitud se disparó hacia mí, y me
detuve casi en seco, volando sobre sus cabezas, inclinándome y
buscando…
Y encontrando.
El líder todavía estaba en su barril, y un segundo después, yo
también. Y casi me caigo del otro lado, porque todavía no sabía cómo
detenerme correctamente. Pero no necesitaba hacerlo. Todo lo que
necesitaba ahora… era entrar.

100 Había invadido el cuerpo de otro mago oscuro una vez, uno que se
había protegido con madera. O lo que parecía madera, porque estamos
hablando de magia. Pero cualquier elemento funcionará mientras tenga
significado para ti, ya que es solo una forma de enfocar tu poder.
En su caso, había elegido visualizar lo que parecía una pared de
madera alrededor de su cuerpo. Lo cual había sido una suerte para mí, ya
que protejo con fuego. Mi fuego había quemado su madera, dejándome
entrar y poniéndome momentáneamente a cargo. Hasta que descubrió lo
que estaba sucediendo y echó mi trasero insustancial de una patada,
porque el dueño de un cuerpo siempre tiene la ventaja.
Esperaba algo similar esta vez.
No lo entendía.
No había una pared perceptible de madera, o cualquier otra cosa, en
mi camino, lo que debería haberme preocupado. Pero no fue así. No hasta
que una horrible sensación de estremecimiento que no recordaba de antes
golpeó cuando violé la piel. Como si no recordara el rostro que
abruptamente se volvió hacia el mío.
Estaba hecho de fuego… No, no era bueno, porque solo sabía cómo
protegerme con un elemento. ¿Y cómo se suponía que iba a quemar el
fuego con más fuego? Pero no tuve tiempo de preocuparme por eso.
Porque, al segundo siguiente, los ojos se levantaron y se encontraron
con los míos, y me di cuenta que tenía un problema mucho mayor.
Porque no eran ojos.
No eran nada que hubiera visto antes o que quisiera volver a ver.
Solo oscuridad, pero no del tipo normal. Esto era la oscuridad ilimitada e
interminable de un cielo sin estrellas. El vacío que ve un astronauta
cuando su atadura acaba de ser cortada y su único camino a casa
destruido. Un vacío, horrible, profundo y desbastador.
Y que tiraba de mí en su interior.
Grité, y el rostro ardiente se echó a reír, se echó a reír cuando fui
arrastrada, cuando sentí que algunas partes de mi comenzaban a
desaparecer en esa oscuridad, cuando mi alma se estiró, se partió y
comenzó a rasgarse…
Grité nuevamente, sin pensar, porque en ese momento no tenía
mente. En ese momento apenas tenía nada. Había sido así de rápido,
desde la conmoción hasta el terror, hasta la terrible pérdida de mi mente
que me hizo temblar, sin tener ni una sola cuerda a la vista ya que la
101 oscuridad hervía por encima, a medida que me quitaba la vista, a medida
que caía por mi garganta y sentía que el mundo se deslizaba de mis
manos. Y como ese astronauta, comenzó a girar en parábolas
interminables, todavía gritando…
Hasta que alguien agarró mis dedos.
No fue un apretón. Apenas fue un toque. Pero en la absoluta
oscuridad de la nada, se sintió como un todo. Lo agarré como una niña
asustada atrapada en una pesadilla, lo abracé contra mí, intenté
envolverme a su alrededor, gimiendo y sollozando, completamente
aterrorizada.
Y eso fue antes de que algo me enganchara al otro lado, como una
púa clavada a mi costado. Algo que no quería perder su premio, algo que
intentaba arrastrarme a la nada, algo que era enorme, fuerte y poderoso,
como ningún mago podría ser. Algo…
Que no esperaba que tuviera ayuda.
—¿Vas a desafiarme por ella, vampiro? —Retumbó una voz divertida
a través de la nada, mientras el rostro ardiente miraba hacia arriba.
Y entonces alrededor, como si no pudiera encontrar a su rival.
—¿Estás buscándome? —La voz de Mircea sonó como un susurro,
un eco que parecía venir de todas partes y de ninguna a la vez. Me
aferraba a sus dedos, pero no podía decir con certeza dónde estaba. Y no
parecía que mi captor tuviera mejor suerte.
—¿Te atreves a jugar conmigo? —Casi sonó más sorprendido que
enojado.
—Te sorprenderías de lo que me atrevo —siseó Mircea. Y esta vez,
estaba segura que la voz venía de la izquierda.
Igual que el rostro, el cual se volvió en esa dirección abruptamente.
Y mientras lo hacía, una pequeña parte de su control sobre mí se
aflojó.
—No, no. Como dicen los humanos, frío frío2 —dijo Mircea, y esta
vez, hubo una pizca de burla en su tono.
Hizo que el rostro se encendiera mucho más, tan caliente que podría
jurar que me quemó. Y giró a la derecha, de donde había venido la voz esa
vez. Pero Mircea tampoco estaba allí.
102 Porque un momento más tarde, estaba susurrando por arriba:
—Seguramente, ¿puedes hacerlo mejor que eso? —Y luego desde la
izquierda otra vez—. Verás, estuve aquí todo el tiempo. —Y después desde
todas partes a la vez, formando una cámara de eco que no tenía sentido,
porque no había nada en lo que su voz pudiera hacer eco… Solo existía.
De repente, pude verlo, una visión nebulosa de la batalla en la calle.
No muy claro, ni siquiera cerca. Pero como si lo estuviera viendo a través
de algún tipo de barrera, gruesa pero transparente, y vagamente teñida.
Algo como…
La piel de alguien.
Porque estaba fuera, ¡estaba casi afuera!
El poder que me sujetaba había estado tan concentrado en
encontrar a Mircea que me había escabullido poco a poco. Pero se dio
cuenta casi al mismo tiempo que yo, y el fuego que había estado ardiendo
de ira, de repente estaba ardiendo en todas partes. Lo vi como un muro
impenetrable, ardiendo a mi alrededor. Lo sentí como ácido, chamuscando
mi alma. Lo escuché en mi voz mientras gritaba, gritaba y gritaba…

2 Frio frío: haciendo referencia a lo que se diría en los juegos de buscar, “frío frío” o
“caliente caliente” según la proximidad al objeto buscado.
Y caí, tan pesadamente como si tuviera un cuerpo otra vez,
chocando contra algo que reconocí vagamente como el suelo.
Simplemente me quedé allí por un momento, aturdida y sollozando,
apenas consciente.
—¿Mircea? —susurré, después de un largo momento.
Pero ya no podía escucharlo. No más de lo que podía esa otra voz, o
sentir sus garras. No podía sentir mucho de nada, excepto por la dolorosa
pérdida, el recuerdo del terror y la abrumadora confusión.
No tuve fuerza para enfrentar ninguno de ellos.
Así que solo me quedé allí, sintiendo las baldosas húmedas contra
mi rostro, porque los aspersores todavía estaban encendidos. Al final, me
di cuenta que el agua también caía sobre el resto de mí, pequeñas gotas
golpeando mi cuerpo y rostro, rodando por mi mejilla. Me quedé allí un
poco más.
No tenía mejilla.
Tampoco tenía una mano, aunque había una en el suelo frente a mí.
103 También se estaba mojando.
Tragué con fuerza, intentando enfocarme, intentando pensar. Pero
eso fue un error, ya que lo único en lo que mi mente podía concentrarse
era en aquella cosa con la que acababa de pelear. En la horrible sensación
cuando se estaba comiendo mi alma, rasgándola en grandes pedazos, la
oscuridad devorándola. ¿La recuperabas? Me pregunté. ¿La reconstruías
como cuando perdías sangre o te arrancaban piel? O era parte de ti, una
parte preciosa e irrecuperable, que simplemente se había ido, esfumado
para siempre, perdida para alimentar a la criatura que te había
destrozado, que había violado tu alma, que había…
¡Para! ¡Solo para!
Después de un momento, lo hice.
Está bien.
Está bien.
Está bien.
Comienza con lo que sabes.
Estaba en el suelo.
Un piso con botas. Y barro. Y hombres caminando sobre mí como si
no estuviera allí, lo cual tenía sentido.
Solo que, si no estaba allí, ¿por qué me estaban esquivando? ¿Por
qué no me estaban atravesando, como lo habían hecho antes? ¿Y por qué
uno me pateó?
Y otro estaba gritando:
—¡Saquen a este bastardo del camino!
No vi quién habló, pero un segundo después, alguien estaba
arrastrando mis piernas hacia un lado y maldiciendo. Y luego pateándome
nuevamente cuando me dejó caer bruscamente con un ruido sordo. Pero
no dolió. No me dolió.
Por supuesto que no, eres un espíritu, dijo una parte todavía
ligeramente racional de mi mente.
Pero si era un espíritu, ¿cómo habían podido moverme?
¿Y por qué mi mano estaba tan ensangrentada?
Mis ojos se habían ajustado ligeramente, permitiéndome ver mejor.
104 O, más bien, examinarla, porque no era mi mano. Era demasiado grande,
demasiado bronceada, demasiado cubierta de vellos oscuros en los
nudillos, cuando yo no tenía nada allí.
La miré un poco más. Y luego al brazo conectado a ella. Y después al
agujero en el torso junto al brazo, que era grande, irregular, y lo
atravesaba más allá, cortando carne roja y costillas ennegrecidas y…
Y parecía que alguien me había lanzado una pelota de baloncesto
ardiente.
No, me di cuenta. No una pelota de baloncesto. Un hechizo.
Y no a través de mí.
A través del cuerpo, el mismo cuerpo muerto que estaba habitando
actualmente.
Por un momento no lo creí. Observé que la mano se movió y flexionó
bajo mi mando, y aún no lo creía. Seguí intentando escuchar algún latido
que no tenía, respiraciones que no estaba tomando, cualquier señal de un
cuerpo vivo que no estaban allí, porque no había acabado en uno de esos;
no, no, terminé dentro de un cadáver.
Entonces, ¿por qué se estaba moviendo?
Porque lo hacía. Lentamente, muy despacio, arrastré mi mejilla sin
afeitar en las ásperas tablas de madera de la acera, lo que debería haber
dolido, excepto que estaba muerto, yo estaba muerta, así que no podía
estar moviéndome porque eso requiere presión arterial, ¿verdad? Y… y aire
y… cosas. No sabía mucho sobre la magia, pero sabía eso, lo sabía. Las
únicas criaturas que podían moverse sin ese tipo de cosas eran los
fantasmas, los vampiros y… zombis.
Miré la mano fijamente, y está bien, sí, se veía un poco zombificada
ahora mismo. Sin riego sanguíneo, sucia y manchada de sangre, y si lo
viera en una película, sería como… Sí, zombi. Pero no era en una película,
ni siquiera en la televisión. Era al final de mi brazo, y estaba en un cuerpo,
de otra persona muerta, repugnante, aun así, era ligeramente un cuerpo
y…
—¡Augghh!
Y, bueno, definitivamente me estaba moviendo ahora.
—¡Augghh! ¡Augghh!
Y la gente estaba notándolo, y girando y mirando un poco asustados,
105 tal vez porque estaba gritando y dando tumbos espasmódicos, o tal vez por
el gran agujero en mi pecho, o tal vez por el arma en mi otra mano.
Porque había una.
Una grande.
Y el líder estaba justo frente a mí, su barril justo al borde de la acera
en la que estaba arrastrándome, y estaba girando junto con todos los
demás al alcance del oído, con los ojos muy abiertos, la boca abierta,
probablemente para decirle a alguien que disparara de una vez al maldito
zombi…
Demasiado tarde.
Ya estaba muerta.
Y al siguiente segundo, él también, porque no se había molestado
con escudos tan lejos detrás de las líneas ofensivas.
Cayó del barril, volando hacia atrás por la fuerza de los cañones
dobles apuntados contra su pecho a casi quemarropa, y aterrizó en medio
de la calle, todavía retorciéndose. Lo miré, todos los demás lo miraron, y
luego todos me miraron.
Y entonces, estaba trastabillando hacia atrás, acribillada por balas,
hechizos y…
Y saliendo del cuerpo ahora inútil, escaneando la multitud.
Por el siguiente.
Porque, sí, de acuerdo. Esto era algo que estaba pasando. Gracias a
mi querido papi, de quien no sabía nada porque lo que sabía no tenía
sentido. Pero una cosa en la que casi todos estaban de acuerdo era que,
antes de acostarse con una diosa a la fuga, había sido un nigromante…
poderoso. Y raro, porque no había lidiado con cuerpos… había lidiado con
fantasmas.
Sospechaba que ese era el motivo por el que había sido un imán
para los fantasmas toda mi vida. Simplemente caminaba por la calle y los
fantasmas se acercaban para saludarme y contarme la historia de su vida,
tanto si quería escucharla como si no. Recogí un collar en una tienda de
baratijas y descubrí a un vaquero del siglo XIX. Iba a cualquier parte,
hacía cualquier cosa, y si había un fantasma alrededor, probablemente
vendría corriendo.
Es por eso que toda la parte del trabajo de la Pitia desplazándose
fuera de su cuerpo no me había extrañado demasiado. Había lidiado con
fantasmas toda mi vida, ser uno casi se había sentido familiar. Los zombis,
106 por otro lado…
Los zombis eran nuevos.
Lo más cerca que había estado fue poseyendo un gólem, una de las
criaturas de arcilla que los rabinos solían hacer y los magos de guerra
todavía hacían, solo que no había ido muy bien. No había ido para nada
bien hasta que descubrí que el collar de Billy Joe, que contenía una piedra
central que servía como talismán, también funcionaba como una gema de
control. Incrustada en su exterior de arcilla, me había permitido andar en
uno como si fuera un automóvil, un enorme auto de arcilla, parecido a un
robot, y causar algunos daños. Pero definitivamente hubo una curva de
aprendizaje ahí.
Aquí no la había.
Porque a diferencia de las personas gigantes de arcilla, los cuerpos
humanos fueron diseñados para contener un alma. Ese no era un estado
extraño para ellos, era el valor predeterminado, y los nigromantes
engañosos solían controlarlos. Colocaban una pequeña cantidad de su
alma en un cuerpo muerto, utilizándolo como la gema de control para los
gólem. Y así permitir que su magia lo anime.
Y parecía que un alma entera funcionaba aún mejor. Ahora solo
necesitaba un cuerpo. Y, gracias al alboroto que armó el sabueso del
infierno, había mucho para elegir.
Por supuesto, también gracias al sabueso, no todos estaban en
buena forma, ni siquiera de una pieza, pero los mendigos no eligen. Los
mendigos tienen que aceptar lo que venga, incluso si eso significa tomar
un torso cercenado, que, aun así, todavía estaba aferrando una
ametralladora. Una ametralladora que pronto estaba rociando balas en
todas las direcciones, aunque no golpeando a muchos, ya que este cuerpo
carecía seriamente de un control motor.
Pero funcionó.
Un grupo de magos oscuros se había encaminado hacia este lado, ya
con aspecto de pánico por alguna razón, un hecho que no fue ayudado por
una lluvia de balas. Los que estaban delante giraron contra el resto de la
estampida, causando un embudo enredado que hizo que varios de los más
nerviosos comenzaran a atacarse entre sí en un intento de escapar. Y
luego corriendo sobre mí, pisoteando mi torso ensangrentado en el suelo.
Pero bueno, había más de dónde vino este, pensé, sintiéndome un
107 poco vertiginosa cuando volví a alzarme en el aire. O un poco enloquecida,
porque el siguiente hombre muerto se estaba riendo a carcajadas mientras
rociaba balas y arrojaba bombas de pociones a sus antiguos colegas. Y
luego incluso un poco más cuando fui apuñalada por un tipo que se había
protegido a tiempo, con un brutal golpe ascendente que rompió algunas
costillas antes de que atravesara el corazón…
Y no me dolió en absoluto.
Porque estoy muerta, hijo de puta, pensé, todavía riendo sin poder
evitarlo a medida que buscaba en el cinturón de pociones de mi nuevo
cuerpo algo que pudiera atravesar los escudos de un mago de guerra.
Siguió apuñalando y apuñalando, y maldiciendo y maldiciendo, y yo seguí
caminando y caminando, porque estaba cayendo de espaldas y no quería
perderlo.
Y entonces encontré algo, una cosa babosa verde bilioso que había
visto una vez en el estante de pociones de Pritkin, pero que no sabía lo que
hacía.
Lo descubrí ahora.
El mago se encendió en llamas verdes fosforescentes, y luego perdió
el control cuando sus escudos se doblaron y fallaron. Y después corrió a
través de una gruesa sección de magos, también prendiendo en fuego a
algunos de ellos. Y esta vez, no había ningún líder para volver a formarlos
en una unidad controlada. Entraron en pánico y corrieron hacia otro
grupo, que comenzó a dispararles para mantenerlos alejados de sus
escudos. Por un momento, tuve la satisfacción de ver a dos grupos de
magos oscuros haciendo todo lo posible para matarse entre ellos, antes de
salir de mi último, casi molido, cuerpo.
Y sentí que la habitación giraba a mi alrededor.

108
N
o sabía que podías tambalearte como un fantasma, pero lo
hice. Miré hacia mi torso, confundida y con el cerebro
embotado, y me di cuenta que apenas podía verlo. Hace unos
minutos, mi espíritu había sido tranquilizadoramente sólido, casi como un
cuerpo, excepto por todo el asunto de volar por toda la habitación. Ahora
era prácticamente transparente, como el de Billy Joe cuando necesitaba
urgentemente un aporte de energía.
Porque los espíritus no generan su propia energía, ¿verdad? Solo los
cuerpos hacen eso. Cuerpos vivos en los que no había estado. Era por eso
que incluso los fantasmas regulares necesitaban un talismán para
alimentarlos como el de Billy, o un donante como yo para dárselo, o un
cementerio para perseguir los restos de energía viva que dejan los
visitantes humanos.
109 Porque, de lo contrario, se desvanecerían en la nada cuando se
quedaran sin poder.
Como estaba a punto de pasar.
Miré alrededor, intentando encontrar algunas opciones, pero no
podía ver más allá de la multitud. Así que me levanté del suelo, más fácil
esta vez, demasiado fácil, como si pesara casi lo mismo que una nube de
humo. Y comprendí la verdad rápidamente.
No había afectado mucho la pelea.
Ahora estaba más desorganizada, ya que el líder se había ido, pero
también había desaparecido algo más. Los últimos hilos relucientes de la
gran guarda se habían disuelto, dejando el escudo empedrado de
Augustine como la única barrera que tenía nuestro lado. El cual parecía
que iba a durar todo otro segundo.
No, pensé sin comprender.
¡No!
Pero no había forma de negarlo. Después de todo lo que habíamos
hecho, después de resistir tanto tiempo, después de poner una defensa
que nadie podría haber esperado, no importaba. No iba a ser suficiente.
—¡Cass! ¡Cass! —Giré mi cabeza hacia abajo, para ver la brillante
camisa roja de Billy esquivando el mar negro.
—¡Aquí arriba! —grité, aunque sonó más como un susurro. Pero
Billy escuchó. Y un segundo después, estaba en mi rostro.
—¿Qué estás…? —comenzó, luego me miró y se detuvo—. Cass…
¡tienes que volver a tu cuerpo!
—En un minuto. Estoy intentado…
—¡No tienes un minuto! Y ellos tampoco. —Hizo un gesto hacia la
tienda, que tenía tantos magos frente a ella ahora que casi no podía
verla—. ¡Todos ahí están a punto de morir… y tu cuerpo junto a ellos!
—¿Por qué no se han ido? —pregunté, intentando aclarar mi cerebro
confuso—. Pensé que todos iban a…
—Lo intentaron. ¡Pero Augustine, maldito idiota, estaba tan
preocupado por los robos que se encerró! No hay dónde ir.
—¿Qué quieres decir con que no hay dónde ir? Hay un montón de…
Pero Billy sacudía la cabeza.
110
—Una placa de apoyo para el estacionamiento está directamente ahí
abajo, y no tenemos la potencia de fuego para atravesarla. ¡E incluso si lo
hiciéramos, es una placa estructural!
—Entonces, detrás de ella…
—Cass, la bóveda principal del casino está detrás de eso. Es sólido y
está hechizada. ¡Nadie va atravesar esa cosa! Y moverse de lado a lado no
ayudará cuando las otras tiendas no están en mejor forma, ¡y la mayoría
ni siquiera tiene escudos! Tienes que desplazarlos…
—Si pudiera desplazar, ¿crees que estaría aquí? —pregunté,
deseando poder pensar. Pero la fatiga o el pánico o Dios sabía qué, estaba
nublando mi cabeza, haciendo imposible hacer otra cosa que mirar hacia
la batalla.
Y al escudo, que estaba recibiendo una gran paliza.
También me sentía así, como si pudiera sentir cada explosión por mí
misma. Y si Billy tenía razón, estaba a punto de hacerlo. Pero no me
quedaba nada. No me quedaba nada.
—Cass, escúchame —dijo Billy, su voz tensa—. Las Gorgonas están
apoyando el escudo, alimentando su poder, pero se ven jodidamente
cansadas. Y sin ellas, resistirá tal vez un segundo con ese tipo de
bombardeo. Si vas a hacer algo, tiene que ser ahora.
Y sí, lo haría, pensé, mi sangre bombeando de alguna parte latiendo
en mis oídos. O tal vez eran los hechizos golpeando una y otra y otra vez
contra el escudo, como las manecillas de ese maldito reloj en Londres.
Marcando los segundos que nos quedaban.
Londres, pensé, mientras algún pensamiento al azar corría por mi
cabeza, demasiado rápido para que lo atrape.
—¿Cass? Sé que esto no es lo que quieres escuchar, pero hay una
salida.
Levanté la vista para encontrarme con los preocupados ojos color
avellana de Billy.
—Voy a ayudarte, ¿de acuerdo?
—¿Cómo? ¿Cómo puedes ayudarnos?
—No a ellos. A ti. Mira, hice un recorrido antes de irme. En realidad,
no podías permitírtelo, pero lo necesitaba para ayudarte a atravesar los
111 escudos de estos tipos…
—¿Qué?
—… y una vez que encuentre a uno, una vez que estemos a cargo,
nos abriremos paso al frente de la línea cuando tomen la tienda…
—¿Qué? Billy, ¿qué estás…?
—Escúchame, ¿de acuerdo? Tú y yo, sacaremos tu cuerpo de allí. No
estoy en él ahora mismo, así que parece que ya estás muerta. Decimos que
queremos el cadáver como recuerdo o… o que tenemos órdenes de llevarlo
a uno de sus líderes, o…
—¡No!
—… o algo, cualquier cosa, para sacarte de este edificio…
—¡No voy a dejarlos!
—¡Entonces vas a morir con ellos! —Me agarró—. ¡Mírate! ¡Va a ser
difícil que no desaparezcas así! Y no hay nada más que pueda hacer por ti,
¿de acuerdo? Esto no es Londres…
—¿Londres?
—… ¡no me quedan más trucos bajo la manga! Tenemos que
movernos, y movernos ahora…
—¿Y qué hay de Londres?
—Cassie…
—¡Billy! ¿Qué hay de Londres?
—¡Maldita sea! —Me miró, exasperado—. Solo quería decir que has
ganado contra algunas probabilidades locas, como cuando estuvimos en la
antigua Corte de Agnes hace un par de días. Pensé que estábamos
acabados, pero eliminé a esos dos magos, y luego hiciste ese truco con el
gólem…
—Gólem. —Lo miré fijamente.
—… pero eso no va a ayudarnos ahora. Incluso si posees uno, es un
chico…
Se interrumpió, probablemente porque lo estaba sacudiendo.
—¿Has visto uno? Billy… ¿tienen uno aquí?
112 —Tienen tres, pero ¿qué diferencia hay? Te dije… ¡Oh, mierda!
Eso último fue en respuesta a mi despegue a toda prisa, cerca de la
parte superior del techo. Y buscando desesperadamente en la multitud. Y
viendo no uno, no dos, sino tres de las criaturas, tal como Billy había
dicho, su brillante arcilla naranja destacando incluso en la penumbra.
Y aún mejor, estaban todos juntos, agrupados en una tropa al borde
de la batalla, junto con sus dueños.
Fui tras ellos, con Billy pisándome los talones.
Un segundo después, estaba flotando frente a un coloso de dos
metros. Quién debería poder verme, porque también era un espíritu. Uno
de esa clase de demonios incorpóreos de los que Rosier había hablado, que
había sido engañado y atrapado por un mago.
Y parecía que tenía razón. Porque apenas hube aterrizado, la enorme
cabeza se inclinó ligeramente, y los ojos de arcilla parecieron enfocarse en
los míos. Tragué con fuerza, realmente esperando tener razón en esto.
—Billy —dije en voz baja—, posee a un mago.
—¿Cuál?
—Cualquiera.
—¡Ya era hora! ¡No pensé que fueras a volver en tus sentidos!
Se alejó y yo miré al gólem.
—Hola —dije nerviosamente, y sonreí. No sé por qué.
No me devolvió la sonrisa.
Por supuesto, no estaba segura que pudiera; de hecho, nunca había
visto moverse una de esos rostros.
—Uh, mira. Yo… tengo un pequeño problemita aquí —dije,
intentando no sonar tan desesperada como me sentía.
—Y me preguntaba: eres un demonio, ¿verdad? ¿Uno poderoso? Me
dijeron que ese es el único tipo con los que los magos se molestan, eh,
atrapar una de estas cosas, y…
Solo me miró.
Pero no había mirado hacia otro lado, así que me puse a flotar.
—Mira, tengo una especie de alianza con… —Me detuve de repente,
porque se me ocurrió que tal vez mencionar el alto al consejo de demonios
113 no era una gran idea. A algunos demonios no parecía gustarles mucho, ¿y
si este era uno de esos? No es que pudiera saberlo—. Solo quise decir que,
uh, respeto mucho a los de tu especie, y me preguntaba si tal vez, si te
libero…
Nada. Ni siquiera un guiño. Empecé a preguntarme si hablaba
inglés.
—Mira, si te libero, ¿me ayudarás? —pregunté rápidamente—. Estas
personas están en problemas por mi culpa, pero yo, no puedo ayudarlos
en este momento, y… —Y eso probablemente también fue un error, porque
los demonios admiran la fuerza, y acababa de admitir que no tenía
ninguna. Pero pensé que era bastante obvio de todos modos, y… ¿y que
había estado diciendo?
Lo miré, desesperada y exasperada, e intenté pensar en un
argumento que pudiera funcionar. Pero cualquier conexión que tuviera con
mi cerebro no estaba funcionando demasiado bien, o tal vez era mi cerebro
el que no. Porque mi cuerpo actualmente no tenía alma en su interior, de
modo que estaba en un estado que llamamos muerto, y…
Y…
Y…
—¡Cass! —La voz de un extraño me sorprendió tanto que salté y me
giré. Y vi a un mago oscuro parado detrás de mí, sonriendo—. ¡Tengo uno!
Me tomó un segundo, pero la sonrisa era la misma.
Billy, pensé. Pistola, pensé, porque tenía una en la mano.
—Dispara —dije, porque esa idea todavía era clara, clara como el
cristal.
Billy frunció el ceño.
—¿A qué disparo?
—¡Él! —Me aparté del camino, señalando no al gólem, sino al tipo
que estaba junto a él.
—¿Ese tipo? —preguntó Billy.
—¡Sí!
—¿Ese tipo justo allí? —repitió, ahora apuntando con su arma… al
rostro de un mago sobresaltado, que, sin embargo, puso una mano en su
arma…
114 —¡Sí! Dispárale. ¡Dispárale!
Y Billy lo hizo.
La explosión retumbó en mis oídos, el mago cayó, todavía con una
expresión de sorpresa en sus rasgos, y el hombre a su lado disparó a
Billy… o, más bien, al cuerpo robado de Billy.
—Bueno, mierda —dijo Billy, mirando su pecho.
No dije nada. Porque estaba demasiado ocupada mirando al gólem. Y
el pequeño cristal de energía en su frente, que acababa de agrietarse, se
volvió gris y comenzó a echar humo.
El gólem lo sacó y lo miró por un momento. Y luego lo dejó caer al
suelo, aplastándolo bajo un gran talón naranja. Y volvió esos ojos
inexpresivos hacia mí.
—¿Eres Cassandra Palmer? —preguntó una voz grave y profunda.
—Sí.
—¿La que mató a Apolo?
Tragué con fuerza, intentando decidir si esa era una pregunta
capciosa, pero mi cerebro no estaba a la altura. Solo podía esperar que la
verdad fuera algo que él quisiera escuchar.
—¿Sí?
La escopeta colgándole a la espalda estuvo de repente en su mano, y
cargando.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Lo miré, tan aliviada que apenas pude hablar.
—¿Joderlos un rato?
Me miró en silencio por un segundo, y luego se volvió y disparó a los
dos magos más cercanos a él, que todavía estaban disparando a Billy. Y
quienes supuse eran los dueños de los otros gólem. Porque sus cristales de
control se hicieron añicos y ardieron tan pronto como los hombres tocaron
el suelo.
—Un momento —les dijo el primer gólem cuando sus ojos
comenzaron a brillar—. Tenemos un pequeño trabajo que hacer primero.
115 —Oh, sí. Oh, sí, así es —susurró una voz sibilante, desde el interior
del más cercano.
El otro solo asintió.
El primer gólem me miró.
—Considéralos jodidos.
Su cuerpo comenzó a vibrar, y trozos de arcilla comenzaron a
resquebrajarse y caerse. Pero no tan rápido como el segundo tipo, el de la
voz espeluznante. Quien surgió de su caparazón en un nimbo de poder
resplandeciente y luego se extendió por el espacio sobre nosotros, como
una medusa masiva e iridiscente.
Lo miré, hipnotizada. Era hermoso. Las hebras blancas plateadas
relumbraban, atravesando todos los colores del arco iris, cabalgando sobre
corrientes que solo él podía ver…
Era hermoso.
—Maldición —susurró Billy, de vuelta en forma fantasmal a mi lado.
—Vuelve a tu cuerpo, pequeña —me dijo el primer gólem, todavía en
su forma de arcilla—. Y aleja a tus amigos de este lugar. O la limpieza
también podría afectarlos.
—¿Qué? ¡No! ¡Ellos no! —dijo Billy, porque todavía estaba mirando
estúpidamente hacia arriba—. ¡Y tampoco el hotel! ¡Solo los malos!
—Lo contendremos tan bien como sea posible —le dijo el gólem—.
Pero este espacio al que llamas explanada no es seguro. Sácalos de aquí.
—Pero no podemos sacarlos —dijo Billy furiosamente—. ¡No lo
entiendes! Necesitamos…
Pero no tuvimos la oportunidad de decir lo que necesitábamos.
Porque uno de los tentáculos de medusa se extendió y nos rozó…
Y al siguiente segundo, estábamos volando.
Billy me atrapó, sentí su brazo rodearme en un abrazo cálido, sentí
que me acercó, sentí su enojo cuando dijo:
—¡Demonios! En serio espero que sepas lo que estás haciendo, Cass.
¡Acabas de hacer un trato con el diablo!
Tres de ellos, pensé, mirando la resistencia en la explanada a
medida que se desdibujaba debajo de nosotros: negro y neón brillante,
hechizos volando, fuegos ardiendo, lluvia artificial cayendo sobre el
116 semicírculo cubierto de negro alzándose en la pequeña tienda de
Augustine’s. También era extrañamente hermoso.
Cerré los ojos, solo por un momento, tan cansada…
—¡Cass! ¡No me hagas esto! ¡Mierda, no hagas esto!
Escuché la voz de Billy, pero estaba muy lejos, tan lejos. Y esta
oscuridad no era como la otra. Era cálida, acogedora y tranquila…
—¡Maldita sea, dije que no! —dijo Billy, y al momento siguiente, lo
sentí en todas partes, a mi alrededor, a través de mí. Envolvió los hilos
disipándose rápidamente en cualquier parte que quedara de mí,
fusionándolo con el brillo más sólido de su propio espíritu.
Y luego nos movimos, como si nos hubieran disparado desde un
cañón. Volviendo a toda velocidad hacia el nivel del suelo, pasando a toda
marcha y luego atravesando los cuerpos de los hombres empujándose y
esforzándose, chisporroteando junto con la guarda sobrecargada, mientras
explosión tras explosión de hechizos poderosos nos azotaban, lo
suficientemente fuerte colectivamente como para sentirse incluso en el
mundo de los espíritus. Y entonces, lo atravesamos, irrumpiendo en medio
de la pequeña tienda en ruinas…
Y al segundo siguiente, me estaba ahogando al morir en el
desastroso, sangriento y sucio piso de Augustine’s.
Todo se estrelló contra mí a la vez: dolor, Dios, tanto dolor,
agotamiento casi indescriptible, conmoción y la confusión de chocar contra
otro cuerpo, y el hecho de que era mío no pareció hacer la diferencia al
darme cuenta que no podía respirar.
Después de un segundo, caí en cuenta que el sistema de rociadores
todavía estaba activado, lo que creó charcos de agua estancada en todas
partes: incluyendo en el que estaba bocabajo. Parecía que me habían
apoyado contra la pared trasera de la tienda, pero había caído,
probablemente cuando Billy se fue. Y, por supuesto, había caído bocabajo.
Me giré, jadeando y ahogándome, y finalmente escupiendo un
montón de agua con sabor desagradable mientras intentaba rodar sobre
mis manos y rodillas…
Y terminé vomitando y casi desmayándome en su lugar.
Me quedé allí, pálida, fría y temblando, respirando agitadamente a
medida que la habitación a mi alrededor temblaba como si un terremoto la
hubiera golpeado. Gotas de polvo y yeso estaban lloviendo ahora, junto con
lo que parecía la mitad del techo, la gente corría por todos lados. No sabía
por qué, porque no había dónde ir. Y todos gritaban, a pesar de que no
117 podía escucharlos ya que mis oídos acababan de estallar.
Porque el aluvión fue ensordecedor.
Y entonces los gritos se volvieron más fuertes de repente, tan fuertes
que pude escucharlos. Y la guarda comenzó a temblar, como si estuviera
atrapada por un fuerte viento. Y la última ráfaga de hechizos no se detuvo
en la superficie, sino que alcanzó dentro, nubes formándose mientras el
poder se acumulaba detrás de ellas, pareciendo completamente similar a
las gotas alargadas de las viejas lámparas de lava.
Hasta que se abrieron paso, la guarda evaporándose en un instante,
con hechizos explotando, personas gritando y zambulléndose en el suelo, y
el resto del techo cediendo.
Un mago de guerra saltó hacia mí, su capa ondeando como un
pedazo de la noche, lanzando una especie de hechizo que no conocía. Pero
fue bastante extraño, porque de repente, había dos. El original y un
segundo como una sombra…
Una sombra roja.
Observé al doppelganger del hombre mientras colgaba en el aire por
un instante, a solo unos metros de mí, preguntándome qué era este nuevo
infierno, pero incapaz de correr o incluso moverme…
Y luego se desplomó, golpeando el suelo y salpicando por todas
partes, como un balde de pintura roja cálida. O un cubo de sangre, pensé,
parpadeando de repente con las pestañas pegajosas. Porque eso es lo que
era: toda la sangre en el cuerpo del hombre, que había estallado en una
fracción de un segundo atrás, dejó su cadáver desangrado cayendo sin
vida al suelo.
Y el torrente de sangre salpicándome.
Todavía estaba completamente inmóvil, pero no necesitaba girarme.
No necesitaba ver al siguiente grupo de magos, quienes se habían dirigido
a la tienda corriendo, de repente también precedidos por sombras saltando
al acecho. No necesitaba verlos cayendo al suelo a medida que sus amigos
tropezaban con ellos y sobre ellos, tanto vivos como muertos golpeando o
deslizándose sobre un mar rojo.
No necesitaba nada de eso.
Porque solo había una cosa en la tierra que podía hacer algo así.
—¡Escudos! —gritó uno de los magos—. ¡Escudos, idiotas! Ellos
tienen…
118 —Vampiros —susurré junto con él, finalmente girando la cabeza.
Y vi a un mago de guerra saltar contra el armatoste de casi dos
metros de mi guardaespaldas principal, Marco. Aún no había terminado de
atravesar la pared del fondo, un hecho que no le impidió sacar al tipo del
aire a mitad del movimiento y partirlo en dos. Y luego arrojando las
mitades a un lado con un rugido, todo en un movimiento fluido tan rápido
que apenas pude seguirlo con mis ojos.
Y después la atravesó, estallando la pared que contenía la principal
caja fuerte imposible de abrir del casino.
Supongo que no había sido tan imposible después de todo, porque
no estaba solo.
Ahí estaba el encantador sureño pelirrojo, Roy, quien no parecía tan
encantador cuando saltó por el agujero y chocó contra un grupo de magos,
quienes tontamente pensaron que sus escudos los salvarían. Y lo
hicieron… por un par de segundos. Pero estos muchachos habían estado
al frente de la batalla, y sus escudos estaban destrozados.
Y un segundo después, también ellos.
Vi al corpulento Fred, quien solía ser contador y todavía lo parecía,
al menos hasta que extendió sus manos hacia la última ola de magos. Y
entonces separó los puños en un movimiento salvaje, como si alguien
tirara de ambos extremos de una cuerda. No desangró a los hombres, que
también estaban protegidos por escudos. Pero sí provocó que toda la
sangre en sus cuerpos se trasladara repentinamente a un lado u otro.
Y supongo que eso no era saludable. Porque me quedé mirando a un
grupo de unos diez tipos, una mitad de ellos con sus oscuros rostros
enrojecidos en el lado derecho (con los capilares reventados, y los ojos
enrojecidos) y la otra mitad con lo mismo a la izquierda. Y la siguiente vez
que parpadeé, el grupo se partió por la mitad, cayendo a ambos lados
como si Moisés acabara de aparecer listo para la fiesta.
Y luego alguien me estaba agarrando y levantando del suelo hacia
un rostro furioso y ensangrentado.
—¿Por qué demonios no me llamaste?
La sangre también cubría mi rostro, y mis ojos, y goteaba en mi boca
cuando intenté hablar. Y, sin embargo, sentí mis labios estirarse en una
sonrisa. La última vez que vi a Marco, había sido drenado casi por
completo, ese cuerpo masivo demasiado silencioso, demasiado inmóvil, tan
tranquilo que me pregunté si alguna vez volvería a verlo moverse.
119
Supongo que sí, pensé, con la cabeza embotada.
—Cassie, lo juro, si no me contestas ahora mismo…
—Lo intenté —dije indistintamente—. No tenía mi teléfono. Tuve que
usar el de otra persona.
—¿El de quién?
—De ella —dije, mirando a Carla, quien estaba tan empapada de
sangre como yo, pero parecía estar bien de otra manera, excepto que
estaba gritando, gritando y…
—¿Quién demonios es? —preguntó Marco.
—Una reportera…
—¡Maldita sea, Cassie! ¡Bloqueamos todos sus números hace
semanas!
Solo lo miré por un segundo, y luego comencé a reírme… por qué, no
lo sabía. Pero se sintió bien, se sintió correcto, como el enorme cuerpo de
Marco bajo mis manos. Como la vista de Rico, el italiano gentil, recogiendo
suavemente el cuerpo inconsciente de Rhea de detrás del mostrador. Como
ver a más personas atravesar el muro mutilado, esta vez mujeres con
varitas en sus manos que no conocía, pero que Marco debe haber reunido
en alguna parte.
Y quienes, junto con los vampiros, estaban limpiando la tienda
rápidamente. Y en algunos casos, yendo más allá.
Y no, no, no.
—Retíralos —gruñí.
—¿Qué?
—¡Haz que retrocedan! ¡Haz que retrocedan!
Y para crédito de Marco, no perdió el tiempo discutiendo.
—¡Todos aquí! —gritó, el grito profundo sin necesitar amplificarlo de
ningún modo.
Y fueron a él, los vampiros salpicados de sangre, las gotas ya
derritiéndose en su piel; la señora mayor del vestido floral, con el rostro
pálido y preocupado, acunando un brazo obviamente roto; Augustine,
ensangrentado y tembloroso, pero también enfurecido silenciosamente,
sus largas manos blancas abriéndose y cerrándose a medida que miraba a
120 los magos; la chica con el cabello rosado, de ojos locos y sonriente, una
varita en cada puño ensangrentado, y el resto del grupo de personas
sollozantes, sucias y traumatizadas.
Todos menos uno.
—¿Dónde está Grafton? —Miré a mi alrededor, pero no lo vi.
La gente atravesaba la pared, corriendo sobre manos y rodillas a
través de un túnel de yeso, madera y acero deformado. Pero no lo vi en la
fila. Tampoco lo vi fuera, donde estaba sucediendo algo, algo que sonaba
como un huracán y también se parecía a uno, con sillas de uno de los
cafés cercanos navegando por las ventanas faltantes, junto con trozos de
papel y escombros. Y magos oscuros, corriendo con sus abrigos ondeando
detrás de ellos, y luego volando ellos mismos cuando fueron arrancados de
repente del suelo.
Carla, que ya no gritaba, pero estaba empapada de sangre y pálida,
con la cabeza de su hija enterrada en su cuello, tiró de mí.
—Señora… tenemos que irnos.
—¿Dónde está Grafton? —pregunté.
No dijo nada.
—Ese es su nombre, ¿no? El hombre mayor…
—Ese era su nombre —respondió en voz baja, y me entregó algo.
Era pequeño y negro, y estaba aplastado y destrozado. Y ahora
también mojado y ensangrentado. La miré de nuevo.
—Murió comprándonos el tiempo para volver aquí —me dijo la chica
motera desde la fila—. ¡Salió como un maldito mago de guerra!
Carla no dijo nada. Solo abrazó a su hija más cerca, mirándome con
ojos atormentados. Y luego entregó a la niña a una de las brujas para el
viaje a través de la pared, antes de atravesarla.
—¡Tu turno! —dijo Marco, llevándonos hacia la pared en ruinas.
Volví a mirar a la explanada, a lo que ahora definitivamente parecía
un huracán, el cristal, la madera y las costosas ropas ensangrentadas y
quemadas que comenzaban a salir disparadas de la tienda. Y mi puño se
cerró sobre el pequeño objeto en mi palma. Y luego, con la tienda
comenzando a desintegrarse a nuestro alrededor, puse mi cabeza sobre el
hombro de Marco.
121 Y nos fuimos.
D
esperté. Eso era en cierto modo una sorpresa, ya que no
recordaba haberme quedado dormida. O ir a la cama,
aunque estaba en la mía. Y limpia, vendada y con una
camiseta inmensa, aunque solo lo supe por la sensación, ya que la
habitación estaba oscura.
Muy oscura.
Me senté con el corazón martillando, aunque no sabía por qué. Y
luego recordé por qué y me asusté un poco más, aunque estaba a salvo;
estaba en casa. Sabía que lo estaba.
Pero algo estaba mal.
Aferré el collar de Billy en medio de un pánico confuso. La tenue luz
122 que emitía generalmente era demasiado ligera para ver, pero la oscuridad
era tan profunda que resplandecía como un faro, iluminando mi palma y
brillando entre mis dedos. Él estaba allí, podía sentirlo, aunque no estaba
saliendo. Probablemente demasiado exhausto. Los fantasmas no se
recargan al dormir; necesitan energía vital, y él había usado la mayor parte
de la suya al salvarme.
Apreté el collar con más fuerza, hasta que el arreglo llamativo se
clavó en mi palma, recordándome lo cerca que habíamos llegado. Muy,
muy cerca. Pero él estaba allí. Estaba a salvo. Y también yo, aunque
todavía no lo sentía.
Algo estaba mal.
No era un sonido; todo lo que podía escuchar era el silbido del aire
acondicionado y mi propia respiración demasiado fuerte. No era un olor; el
único aroma era el suavizante de telas que usaba el hotel y un toque
antiséptico de las vendas. Y ciertamente no era una imagen, ya que apenas
podía ver mi propia mano frente a mi rostro. Parecía que había dormido
todo el día, porque podía ver algunas estrellas débiles iluminando a través
de una grieta en las cortinas…
Podía ver estrellas.
Aparté las sábanas y me levanté de la cama, y me arrepentí
inmediatamente. Todo dolió, miles de pequeños y no tan pequeños dolores,
todos repentinamente compitiendo por mi atención. Solo me quedé allí por
un momento, balanceándome ligeramente sobre mis pies, preguntándome
si esto era lo que se siente al envejecer. Y qué estaba mal en mi vida para
estar haciéndome esa pregunta a los veinticuatro.
Luego me aguanté y cojeé hasta el banco en la ventana por la que
casi nunca miraba, ya que los vampiros mantenían las cortinas oscuras
cerradas la mayor parte del tiempo.
De todos modos, no había mucho que ver. El resplandor de neón del
gran cartel del Dante en el techo teñía todo de un tono rojizo y empañaba
las estrellas. Excepto por esta noche, cuando unos pocos y tenues
destellos de luz eran visibles por encima del resplandor estridente de la
ciudad, pequeñas motas de diamantes contra la profunda medianoche del
cielo.
Porque actualmente no había nada que las eclipsara.
La gran señal se había apagado.

123 Tuve que hurgar las puertas del balcón, mis dedos rígidos y torpes
en los pestillos, para abrirlas y salir, mirando hacia arriba a medida que el
cálido viento del desierto me golpeaba en el rostro y arrojaba mi cabello
alrededor. Y, sin embargo, aún no veía nada, porque el intenso resplandor
rojo simplemente se había desvanecido.
—El fin de una era —dijo alguien detrás de mí, y me giré para
encontrar a Marco allí parado, con la punta del cigarro en sus labios
encendida en la oscuridad. Y luego ardiendo aún más cuando una ráfaga
de viento la atrapó, enviando copos de cenizas que revolotearon hacia la
noche—. Maldición. —Frunció el ceño—. Es uno de mis mejores cigarros.
Regresa antes de que la brisa apague esto.
Regresé al interior, temblando un poco a pesar del calor, y él me
rodeó con un inmenso brazo reconfortante. Lo miré con incredulidad.
—Cerraron el casino.
—Cerraron todo. No había elección: no había suficiente explanada
para montar todo, y el vestíbulo no está mucho mejor.
—Entonces… —Tragué con fuerza—. Entonces todo eso… sucedió de
verdad.
—Oh, sucedió —dijo Marco, soltándome para poder cerrar la puerta
y evitar que las cortinas salieran volando. Pasó los pestillos de seguridad y
luego se encogió de hombros cuando me vio notarlo—. Hábito. Han estado
poniendo guardas por todo este lugar todo el día. Dudo que una mosca
pueda entrar sin autorización.
—Debería haberse hecho hace mucho tiempo —dije, abrazándome—.
Siempre estuvimos vulnerables en los espacios públicos; incluso fuimos
atacados allí antes. ¿Por qué nadie pensó…?
—Porque el Senado no está acostumbrado a sentirse vulnerable.
¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que alguien los desafió?
—El Círculo los desafió —respondí, pensando en el golpe de estado
con el que Jonas, el actual jefe del Círculo de Plata, había atacado a
Saunders, su antiguo líder corrupto. La batalla se había jugado aquí, con
los dos bandos luchando entre sí en una guerra civil en miniatura. Había
sido aterrador.
Al menos eso pensé en ese momento; ahora tenía una definición
nueva.
—Sí, pero eso fue una casualidad —dijo Marco—. Rivalidad dentro
del Círculo que podría haber tenido lugar en cualquier sitio. Saunders
124 simplemente resultó estar aquí.
—¿Y ahora?
—Ahora el Senado fue golpeado dos veces en veinticuatro horas,
aquí, y anoche en la propia casa del cónsul.
—Entonces están tomando medidas.
—Oh, creo que puedes asumir eso con toda seguridad —dijo Marco
secamente—. El otro bando solo les dejó los dos ojos morados. Hicieron
que el Senado, el maldito Senado, se vea mal. Peor aún, los hicieron ver…
—Débiles.
Asintió. No había señales de humor en ese gran rostro hermoso,
porque no había un insulto mayor en el mundo de los vampiros, donde
todo se basaba en el poder. Todo.
La vida giraba en torno al poder que poseías, para proteger a tu
familia, tu riqueza y tu posición; el poder de tus alianzas, que te
permitirían influir colectivamente en un segmento más grande de la
sociedad vampiro de lo que podrías haber hecho solo; y el poder del
Senado, el pináculo de la jerarquía vampírica, bajo el cual tú y toda su
sociedad funcionaban.
Y respetabas esa jerarquía, incluso aunque no te gustase. Incluso
aunque te irritaras bajo las restricciones que te imponían a ti, a tus
negocios y a tus deseos personales. Incluso aunque odiabas al propio
Senado, te mantenías firmemente en línea.
Porque les temías aún más.
Porque tenían un poder casi más allá de tu comprensión. Porque
hicieron que cualquiera que olvidara eso lo lamentase muchísimo o
simplemente murió. Porque gobernar con puño de hierro no era la
excepción; era la regla, y conocías la regla y temías la regla y cumplías la
regla, su regla, su ley, porque cualquier otra cosa era impensable.
Al menos así había sido, hasta hoy.
Ahora no sabía exactamente qué haría el Senado; nunca los había
visto desafiados de esta forma. Nadie lo hizo. Pero sabía lo que haría un
maestro vampiro con la espalda contra la pared, su poder y autoridad en
cuestión, y sus enemigos disparándole y a todo lo que apreciaba.
Y el Senado tenía muchos, muchos más recursos que cualquier
vampiro. Así que, cualquiera que sea la forma que tomara, su respuesta
125 sería grande, sería rápida y sería cruel. Observé el letrero oscuro del
Dante, lo poco que podía ver, y un escalofrío me recorrió.
Marco abrazó mis hombros nuevamente.
—Vamos, ya ha sido suficiente por un día. Necesitas comer…
—No tengo hambre.
—Bueno, yo sí —mintió—, y voy a pedir el filete más grande que
pueda encontrar. Si eres amable, podría darte un bocado. —Sonreí
levemente—. Y mientras tanto, pensé que te gustaría ver a alguien.
—¿Alguien?
Marco me miró burlonamente.
—No, no necesitas comer en absoluto.
—¿Qué? —Parpadeé hacia él. Y luego lo recordé—. ¡Rhea! —Me
sonrió, el cigarro firmemente sujeto entre sus grandes dientes blancos—.
Sí —dije—. Sí, me gustaría verla.
—Eso pensé.
Me sacó por la puerta. El pasillo exterior también se sintió extraño,
aunque esta vez, supe exactamente por qué.
—¿Dónde están todos los catres?
Debería haber estado lleno de ellos, o de lo contrario deberían haber
estado esparcido en mi habitación, tropezándome en el camino hacia el
balcón. Tenía un par de docenas de iniciadas que necesitaban un lugar
para dormir, por eso este lugar había estado horriblemente lleno con
catres últimamente: en las habitaciones, la sala y el salón.
O, cuando las chicas estaban levantadas, apilados en las esquinas
del pasillo para que así tuviéramos espacio para caminar.
Pero ahora no había nada.
—Hicimos otros arreglos —dijo Marco, con los labios crispados.
—¿Qué otros arreglos?
—Sabes, probablemente eso puede esperar.
—Marco. —Agarré un antebrazo del tamaño de mi pierna. O tal vez
un poco más grande, porque mis piernas flacuchas siempre han sido una
pesadilla para mi existencia—. ¿Dónde está mi Corte?
—Están bien —me dijo, tranquilizador—. Y están cerca —agregó,
126 cuando todavía parecía alarmada, porque mi Corte lograba meterse en casi
tantos problemas como yo.
Luego me hizo callar, acabando de abrir la puerta de la habitación
de invitados al final del pasillo.
También estaba oscuro, pero las cortinas estaban abiertas en una
pared de ventanas, mostrando destellos de la ciudad dorada más allá.
También estaba vacío, excepto por un bulto debajo de la colcha y un
vampiro en una silla. El vampiro estaba leyendo un libro, porque a sus
ojos la habitación estaba perfectamente bien iluminada. Pero levantó la
vista cuando nos asomamos.
No podía decir cuál era el libro, pero el vampiro era Rico, con una
buena apariencia oscura, demostrando su ventaja en vaquero y una
camiseta blanca ajustada, y llevando un dedo a los labios antes de que
digamos algo.
—¿Cómo está? —susurré, a cualquiera de ellos, porque ambos
podían escucharme bien.
—Mejor —respondió Marco, después de una pausa, probablemente
para preguntarle mentalmente a Rico—. Doc estuvo antes aquí, dijo que
iba a estar noqueada por unos días, y bastante débil por una semana
después de eso, mientras su cuerpo reemplaza la sangre que perdió. Ese
mago bastardo hizo todo un numerito con ella.
—No fue él —dije, mis ojos en Rhea.
—¿Qué?
—El mago. Quiero decir, estaba intentando intercambiarla por
Lizzie…
—Lo sabemos. Nos enteramos de esa parte por esos reporteros antes
de que salieran corriendo, para informar quién sabe qué tipo de historias.
Y el resto de las brujas…
—¿Brujas? —Alcé la vista—. ¿Qué brujas?
—Así es como la atraparon —dijo Rico suavemente, dejando su libro
y acercándose.
—No es así cómo la atraparon —dijo Marco, enfurecido pero
silencioso—. Así lo intentaron. La atraparon por el maldito Círculo…
—No puedes confiar en un mago —coincidió Rico.
127 —¿Podría alguien decirme de qué están hablando? —susurré.
Rico me miró.
—Esta mañana estábamos noqueados, hasta que el maestro nos
despertó y nos envió el poder para ir detrás de ti. Pero, aparentemente,
había algunos de los hombres del Círculo aquí desde anoche…
—Jonas los trajo.
—Por supuesto que sí —dijo Marco, en un tono salvaje—. Ha estado
intentando llegar hasta ti y tu Corte, bajo el control del Círculo desde que
volvió al poder. Supongo que desde la primera vez que somos
vulnerables…
Sacudí mi cabeza.
—No fue así. Vino a verme solo, y los llamó más tarde, después de
que encontró a todos inconscientes. Excepto por Rhea y Tami, que estaba
enloqueciendo…
—Es buena en eso —dijo Rico, frotándose la mandíbula.
—¿Rhea?
—Tami. Pensé que se suponía que era tu ama de llaves, pero creo
que deberías reclutarla como guardaespaldas. Tiene un gancho derecho
estupendo.
—No es mi ama de llaves. Es mi… organizadora. —Porque Dios sabía
que necesitaba una—. ¿Y por qué te pegó?
—Mi culpa. —Sus ojos oscuros sonrieron—. Cuando el maestro nos
despertó, fue un poco… abrupto. Creo que la sorprendí.
—Él saltó abalanzándose, y ella tomó impulso, noqueándolo —
tradujo Marco, haciéndome morder mi labio. Porque Rico era obviamente
el más rudo de mis guardaespaldas, uno de cuero, tatuajes y armas,
cuando la mayoría de los otros usaban a Armani como su maestro y
debatían cosas como mocasines lisos o con borlas.
Dudaba que Rico tuviera un par de mocasines, y si los tenía, nunca
los había visto.
También dudaba que alguna vez hubiera sido derribado por una
delgada mujer bonita. Pero bueno, Tami era bastante ruda. Y no
necesitaba usar cuero para probarlo.
128 Tenía un cinturón en jiujitsu, del mismo color que su melena, que lo
demostraba.
—Estoy segura de que lo siente —le dije a Rico, quien ahora sonreía
abiertamente.
—Me prometió unas galletas —concordó.
—He probado sus galletas. Recibiría un puñetazo por ellas cualquier
día —dijo Marco, pero todavía me estaba mirando. Porque tenía la
paciencia de Job y también la terquedad, y dudaba que lo dejara pasar. Se
tomaba en serio su trabajo como jefe de guardaespaldas, y no era fanático
del Círculo.
En absoluto.
—Jonas dijo que pidió refuerzos para que mi Corte no careciera de
protección mientras descubría lo que estaba pasando —expliqué.
—¿Y crees eso? —Una ceja del tamaño de una oruga se alzó
enseguida.
Volví a abrazarme, y me dije que era porque tenía frío. Los vampiros
habían ajustado la temperatura para compensar todo el calor corporal
extra que habíamos tenido últimamente, y sin él, hacía bastante frío aquí.
—No es que no le crea. Dijo que quiere trabajar con nosotros…
—Quiere trabajar contigo. Creo que podría prescindir de nosotros sin
problemas.
Suspiré.
—Mira, sé que a su actitud le vendría bien una revisión…
—No es solo su actitud —dijo Rico—. Se llevó a la chica, ¿no?
Fruncí el ceño.
—¿Qué chica?
—La que te drogó ayer.
—¿Qué?
—Se llevó a Lizzie —confirmó Marco.
—¿Qué?
Asintió.

129 —Resulta que, no podrías haberla intercambiado aún si hubieras


querido. Los tipos del Círculo se la llevaron antes de que estuviéramos
despiertos para detenerlos…
—¿A dónde la llevó?
—Nadie lo sabe —respondió Rico—. Jonas llamó hace unas horas
para ver cómo estaba Rhea… quien es su hija, ¿según entiendo?
Asentí, frunciendo el ceño.
—Pero fue una llamada corta y la única información que obtuvimos
es que está de regreso en Gran Bretaña. ¿En dónde está la chica…? —Rico
sacudió la cabeza.
—Probablemente está con él —dijo Marco—. Sabes jodidamente bien
que por eso dejó a sus hombres aquí anoche. Y por qué no se opusieron a
que Rhea saliera esta mañana. Probablemente lo vieron como una
oportunidad de oro para huir con Lizzie antes de que Cassie regresara.
No dije nada a eso. ¿Cómo podría? Probablemente era la verdad.
Ayudé a volver a poner a Jonas en el poder, pensando tontamente
que seríamos aliados. Hasta ahora, su definición de ese término parecía un
poco diferente a la mía. Y ahora tenía a Lizzie, y no sabía dónde, pero
necesitaba hacerlo.
Porque no era la única que la buscaba.
—¿Por qué salió Rhea? —pregunté, intentando aclarar esto en una
cabeza que todavía estaba medio dormida—. ¿Y qué brujas?
—Estaban con nosotros en Augustine’s —dijo Rico—. ¿No lo
recuerdas?
—Más o menos. —Recordaba vagamente a algunas mujeres entrando
en la tienda en ruinas junto con los vampiros.
—Estabas bastante ida, así que no es de extrañar —dijo Marco—.
Pero si no hubieran aparecido, no habríamos podido pasar de las guardas
de esa caja fuerte, ya que los chicos supuestamente manejando la
recepción ya habían huido… —Su mandíbula se apretó—. Pudo haber sido
peor.
—Pero, ¿qué estaban haciendo aquí?
—Estaban preocupadas por Rhea —dijo Rico.
—Así es como la atraparon los malditos magos oscuros —agregó
Marco—. Recibió una llamada, mientras todavía estamos noqueados, ¡y el
130 maldito Círculo simplemente la dejó irse! Ni siquiera se ofrecieron para ir
con ella. Enviaron a una acólita inexperta de diecinueve años fuera sola…
—¿A dónde? —pregunté—. ¿Por qué iría a alguna parte?
—Oh, esa es la mejor parte —dijo Marco—. Esa es la parte que voy a
mencionar la próxima vez que Jonas, o cualquiera de esos bastardos del
Círculo, diga alguna maldita cosa de nosotros custodiando a la Pitia…
—Recibió una llamada telefónica de alguien clamando estar con uno
de los aquelarres —explicó Rico, mirando a su amigo—. Diciendo que
estaban molestas porque no había otras chicas de los aquelarres en tu
Corte aparte de ella, y se sentían menospreciadas.
Fruncí el ceño.
—Pero esa es su elección. Los aquelarres no suelen enviar…
—¡Esta vez no las enviaron! —dijo Marco, tan fuerte que Rhea se
movió con inquietud.
—Cuidado —dijo Rico, volviendo a mirarla.
—Lo siento. —Marco lo miró sardónicamente—. No quise molestar a
nadie.
—Siempre y cuando no la molestes a ella.
La sonrisa de Marco se extendió.
—No soñaría con molestar a tu pequeño encargo…
—No es mi encargo, pero voy a defenderla —dijo Rico, mirando para
ver que Rhea se tranquilizaba nuevamente. Y luego me miró—. Como lo
haría con cualquiera de tu Corte.
—Eso es… bueno —dije, mirándolos a los dos, preguntándome qué
me había perdido. Y luego decidí que ya tenía suficiente de qué
preocuparme—. Entonces, ¿uno de los aquelarres llamó a Rhea?
—No, no uno de los aquelarres —dijo Marco rotundamente—. Una
mujer trabajando con el Círculo Negro lo hizo, y el maldito Círculo de Plata
dejó que Rhea saliera de aquí, sola, para reunirse con ellos y hacerse cargo
del puñado de niñas que supuestamente estaban enviando.
—Y la atraparon —dije, apretando la mandíbula.
—Y la atraparon —coincidió Marco—. Pero por suerte, se había dado
cuenta que iba a llegar un poco tarde, un par de niñas están resfriadas y
quería parar a conseguir algo de medicina, y llamó a una amiga suya para
decírselo.
131
—¿Una amiga?
—En el mismo aquelarre —explicó Rico—. El que supuestamente la
había llamado.
—La llamada original pasó por la centralita del hotel —agregó
Marco—. De modo que no tenía un número para usar y devolverles la
llamada. Pero solo pensó: no hay problema, simplemente llamaré a mi
amiga y ella puede avisarles.
—Pero su amiga no sabía nada al respecto —supuse.
—Su amiga ni siquiera estaba despierta —dijo Rico—. Pero cuando
se levantó poco tiempo después y recibió el mensaje, se dio cuenta que
Rhea podría estar en problemas.
Marco asintió.
—No había escuchado nada acerca de ninguna chica del aquelarre
uniéndose a la Corte, e hizo algunas llamadas, y descubrió que nadie más
sabía nada al respecto. Así que llamó a Rhea, pero nadie respondió, de
modo que intentó llamarnos a nosotros, pero la centralita no dejó pasar su
llamada…
—Entonces, ¿cómo pasó la llamada del Círculo Negro?
Los dos vampiros intercambiaron una mirada.
—¿Cómo pasaron? —pregunté de nuevo, un poco más fuerte.
—Hicimos que la centralita pusiera un código de acceso en todas tus
llamadas —me dijo Marco.
—¿Y?
—Y solo un par de personas lo tenían —respondió Rico
suavemente—. Encontraron a uno de ellos en su auto esta tarde.
—En su… —Me detuve, pero Rico no dio más detalles.
—No lo endulces —dijo Marco—. No es una de las niñas.
—Sé eso.
—¿Tú sí? Entonces, cuéntale lo que sucedió. —Me miró—. Lo
encontraron en su maletero. Había sido torturado, probablemente hasta
que les dio el código, y luego lo encerraron en su auto y lo dejaron
hornearse hasta morir en el calor.
—Eso era innecesario —dijo Rico, frunciendo el ceño.
132 —No, no lo es. Esto es la guerra, Cassie necesita saber la verdad.
—Y cuando ella despierte, ¿le dirás la verdad? —preguntó Rico,
echando un vistazo a Rhea.
—Ya lo sabe —dije, mirando el pequeño bulto en la cama. Y luego
encontrándome con los ojos oscuros de Rico—. El mago no le cortó la
garganta a Rhea. Lo hizo ella misma, para que así no quedara nada que
intercambiar. Lo sabe, Rico. —Me giré y volví a mi habitación.
T
erminé en el baño porque necesitaba estar sola y era el único
lugar donde los vampiros no me seguían. Los amaba como a
una familia (demonios, eran mi familia, o tanto como hubiera
tenido una) pero no eran humanos. Ya no. Y a veces lo demostraban de
maneras extrañas, como no comprender la necesidad de la soledad.
Los vampiros no tenían soledad. Desde el momento en que fueron
cambiados, nunca la volvieron a tener. A menudo me preguntaba por qué
no se volvían locos, bueno, más de ellos. El zumbido constante en sus
cabezas, todas esas voces, todos esos pensamientos, todo el tiempo…
Me estremecí.
Apenas podía soportar estar en mi cabeza en estos días, la cual
también estaba abarrotada de voces. Las voces de todas las personas a las
133 que no había podido ayudar, porque no había actuado lo suficientemente
rápido, no había planeado lo suficientemente bien, no era lo
suficientemente fuerte. Se estaba convirtiendo en una larga lista. Tantas
voces…
Excepto por la única que en realidad necesitaba escuchar.
Me senté a un lado de la bañera, levanté las piernas y me concentré.
No ayudaba que no supiera cómo hacer esto. Que, hasta hace unos
días, ni siquiera sabía que podía hacer esto. Había pensado en el poder de
la Pitia como, bueno, poder, un poco de la fuerza de Apolo que había dado
a las sacerdotisas que había reclamado como suyas.
Y ahí era donde había comenzado. Pero durante todos esos miles de
años sin contacto con su antiguo maestro, se había convertido en algo
más: una entidad independiente que protegía la línea de tiempo con la
ayuda de las Pitias que eligió. Como si me hubiera elegido a mí, pero
probablemente lo lamentara, porque no había entendido que se suponía
que éramos un equipo.
Hasta hace poco, cuando Rhea me había dado un poco de Pitia 101,
y había comenzado a escuchar lo que mi poder estaba intentando decir.
—¿Puedo volver? —susurré, en el silencio—. ¿Puedo… arreglar esto?
Porque podía. Esta mañana no había tenido fuerzas para un
desplazamiento en el tiempo, pero ahora… podría regresar, llamar al
Círculo, hacerlos esperar cuando aparecieran los magos oscuros. Podría
hablar con Rhea, decirle que ignore esa llamada telefónica. Podría visitar al
recepcionista y advertirle que su trabajo estaba a punto de matarlo.
Y podría hacerlo todo en cinco minutos. Demonios, menos que eso,
si tenía suerte. Y luego las muertes, el dolor, el sufrimiento… todo se
habría ido, borrado como si nunca hubiera sucedido.
Porque para ellos, nunca lo habría hecho.
Pero a mi poder no parecía gustarle esa idea. Cada vez que pensaba
en dar marcha atrás, todo lo que recibía era una ola creciente de pánico
negro. Mi poder no era humano y no me hablaba en inglés, o en absoluto,
hasta donde podía decir. Pero suponía que eso era un no.
—Si somos socios, háblame —susurré—. ¿Por qué no puedo hacer
esto?
Nada.
Había sido lo mismo anoche en el cónsul, pero al menos entonces
134 pensé que entendía. La comunidad sobrenatural estaba fracturada, con el
Círculo, el Senado, los demonios, los aquelarres, básicamente, cada grupo
que conocía, haciendo lo suyo. Algunos de ellos tenían alianzas, sí, pero
eran más que nada en papel. Los viejos odios eran profundos, y las viejas
desconfianzas más profundas. Nadie quería trabajar juntos, ni siquiera
ahora.
Hasta anoche, cuando los chicos malos irrumpieron en una fiesta en
la casa del líder del Senado, a la que asistían los peces más gordos de la
mayoría de los diferentes grupos. Todos los cuales de repente se
encontraron luchando lado a lado. Pensé que tal vez eso era lo que el poder
intentaba decirme: que necesitaban la lección.
Podría haber sido costoso, pero podría serlo mucho más si nunca
aprendían a trabajar juntos.
Eso tenía sentido.
Esto no.
—Murieron por mi culpa, confiaron en mí. Por favor…
Nada. Ni siquiera las tenues hebras brillantes que se habían
mostrado brevemente en mi paisaje mental la noche anterior, y mucho
menos el océano resplandeciente de poder que a veces vislumbraba
cuando me concentraba lo suficiente. En cambio, el océano que vi esta
noche era oscuro y pesado, con crestas sacudidas por la tormenta sobre
unas insondables profundidades azules que parecían descender para
siempre.
No quería que volviera.
En serio, realmente no quería.
Sabía eso en mis entrañas, lo sentía en cada fibra de mi ser, al igual
que sentía la urgencia casi abrumadora de hacerlo.
Porque podría anularlo. De alguna manera lo sabía. Lo que no sabía
era por qué pensaba que no debía.
Y eso era un problema, ya que según Rhea, el poder de Pitia
utilizaba mi clarividencia para evaluar los riesgos y los resultados. Era por
eso que no había estado plagada de las terribles visiones que había tenido
la mayor parte de mi vida desde que me convertí en Pitia. Mi poder había
cooptado gran parte de mi clarividencia, usándola para hurgar a tiempo y
ver qué estaba pasando.
Y por alguna razón, había determinado que el desastre de hoy había
135 sido necesario.
Pero no podía verlo.
—Entonces, muéstrame. Muéstrame algo.
Pero todo lo que conseguí fue más de ese profundo océano oscuro,
misterioso, infinito, exasperante. Y ajeno.
Tal vez demasiado ajeno para ver un puñado de vidas humanas
como algo importante. Para algo capaz de ver todo el lapso de tiempo, todo
el alcance de la civilización humana, tal vez no habían sido más que
manchas en su mapa: solo un viejo, solo un recepcionista voluble, solo
una chica obsesionada con los pasteles.
Pero para mí habían sido valientes, ingeniosos e inocentes, y
merecían algo mejor. Se merecían algo mucho mejor, y debería haber
podido dárselo. Pero no podía y ni siquiera sabía por qué, tal vez nunca
sabría por qué, y odiaba este trabajo, odiaba tener tanta responsabilidad
por la vida de las personas, y nunca tener el poder o la fuerza para
hacerlo.
—¡Muéstrame! No puedes simplemente decir no, y eso es todo. ¡No
soy tu esclava!
Las palabras resonaron en la caja de azulejos del baño, porque no
me había molestado en susurrar esa vez.
Pero no importó. La respuesta fue la misma.
—¡Maldita sea! —grité, y arrojé una zapatilla a la puerta, porque era
lo único que podía alcanzar.
Y fue atrapada por una mano del tamaño del guante de un receptor.
No pude ver nada más que la mano y parte de un brazo, porque el
resto del cuerpo todavía estaba fuera. Pero no necesitaba hacerlo. Parecía
que Lou Ferrigno y Arnold Schwarzenegger hubieran tenido un bebé (un
bebé que le gusta usar camisas de golf de mal gusto) de modo que estaba
bastante segura que sabía quién era.
Supongo que debería haberme sentido privilegiada porque Marco me
hubiera dejado sola tanto tiempo revolcándome en mi estúpida angustia
humana. Porque así era como los vampiros tendían a ver las cosas como
esta: como un extraño hábito humano. No se angustiaban. Si algo les
molestaba, le arrancaban las extremidades hasta que se detenía.
Y tenían razón… Bueno, no en la cuestión de las extremidades, sino
136 en la parte en la que esto era una estúpida pérdida de tiempo que no
ayudaría.
Solo deseaba saber qué lo haría.
—¿Es seguro entrar? —preguntó Marco, sonando amortiguado
porque todavía estaba hablando a través de la puerta.
—¿En serio estás preocupado? —pregunté secamente.
—Bueno, tienes otra zapatilla. —La gran cabeza se asomó a la
habitación y me miró. Y luego a la bañera. Y el hecho de que todavía
estaba vestida con la camiseta arrugada en la que había dormido.
Después entró y también se sentó junto a la bañera.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Estás segura?
No lo miré. No quería hacer esto. No quería una charla sincera,
alentadora o lo que se suponía que fuera.
No necesitaba consuelo; necesitaba respuestas.
—Sobreviví.
—Eso no es lo que pregunté.
—Marco, estoy bien. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Nos sentamos allí un rato, la chica en la camiseta arrugada con los
dedos de los pies desnudos asomándose por debajo de ella, y el gigante
chico en Ferragamos, mirando hacia nuestros pies en silencio.
Marco era del tipo que usaba mocasines. Hoy escogió las borlas,
para coincidir con el tema del golf. No sabía que los hicieran en talla
ochenta y nueve o lo que sea, pero supongo que sí. Por supuesto, si los
hacían por encargo, supongo que los hacían de cualquier jodida forma que
dijeras.
—Simplemente no todos los días viene el Círculo Negro —dijo
distraídamente, mirando al techo.
Cerré mis ojos.
Debatí levantarme, pero no serviría de nada. Simplemente me
137 seguiría de habitación en habitación, como un cachorro. Un cachorro bien
intencionado del tamaño de un camión e implacable, que iba a lamerme el
rostro y hacerme sentir mejor, me gustara o no.
—El Círculo Negro no hizo esto —dije.
Hubo silencio por otro momento.
—¿Estás segura que estás bien?
Me giré para mirarlo.
—¿Sabes por qué se llaman el Círculo Negro, Marco?
—Siempre pensé que era como un insulto a los de Plata. O tal vez no
son tan creativos.
—Tal vez. Pero encaja. Trabajan en la oscuridad, en las sombras;
nadie sabe quiénes son, nadie ve sus caras. Los magos de Tony, ¿con los
que crecí? —Él asintió—. Solían hablar de ellos todo el tiempo. Uno
bromeaba diciendo que le gustaría unirse, pero no sabía dónde presentar
la solicitud.
—El rumor es que te encuentran —dijo Marco, sonando divertido.
Esperé.
Porque Marco no era estúpido, especialmente sobre la guerra.
Comenzó siendo un niño en la antigua Roma, donde literalmente había
sido deificado, luego fue soldado por un tiempo y finalmente gladiador. Y
como vampiro, en su mayoría había sido guardaespaldas de sus diversos
maestros durante los últimos dos mil años, luchando sus estúpidas
disputas hasta que lo adoptaron en el loco clan de Mircea.
Y terminó conmigo.
Así que, sí, Marco conocía la guerra. En todas sus formas y
permutaciones. Por eso no me sorprendió escucharlo continuar después de
un momento.
—Aun así, nos atacan a plena luz del día, cuando tenían que saber
que serían fotografiados un par de cientos de veces antes de abandonar el
casino.
—El poder de la vigilancia moderna.
Me lanzó una mirada.
—¿Comenzaron usando glamour?
138 —Sí, pero lo dejaron caer antes de que comenzara la batalla.
Supongo que no queriendo consumir el poder.
—¡Mejor eso que tener a todos los matones del Círculo en la ciudad
una hora más tarde! A menos que planearan arrasar este lugar, y
pensaran que no importaba.
—O a menos que esa no fuera su idea.
Sus oscuros ojos agudos se estrecharon en mi rostro.
—Me parecieron bastantes entusiastas. Intentamos llegar hasta ti a
través del vestíbulo antes de rescatarte por el camino difícil, pero no iba a
suceder. Estaban en todas partes. Y lanzando hechizos que obligaron a las
brujas a desperdiciar la mayor parte de su escudo de energía, o todos
habríamos terminado como charcos de carne en el suelo. Esos no eran
ningunos imbéciles, Cassie. Tenían algo de poder detrás de ellos.
—Eran el Círculo Negro, sí, pero eran meros soldados de infantería.
El Círculo no estaba liderando esto.
Marco me estudió por un momento, frunciendo el ceño.
—Sé que me arrepentiré de preguntar esto…
—Ares.
El ceño fruncido se profundizó aún más.
—Sé que lo tienes en el cerebro. Después de todo lo que ha sucedido
últimamente, no te culpo. Pero Ares no está aquí…
—No en carne y hueso.
—¿Opuesto a…?
Dudé, porque a Marco no le gustaba escuchar sobre algunas de
mis… habilidades… más raras. A ninguno de los vampiros. Les gustaba
pensar en mí como la pequeña novia humana del maestro quien a veces
tenía muy mala suerte, en lugar de enfrentar lo que en realidad estaba
pasando.
No podía decir que los culpara.
Pero tampoco podía explicar esto sin ponerme un poco espeluznante.
Afortunadamente, Marco lidiaba con ese tipo de cosas mejor que la
mayoría de los chicos. Marco lidiaba con todo mejor que la mayoría de los
chicos.
—Intenté poseer a un mago oscuro —le dije—. El encargado.
139 —¿Tú qué?
—Estaba sin poder y estábamos a punto de ser invadidos. Pensé
que, si podía tomar el control del líder, podría obligarlo a ordenar que el
ataque se detuviese…
—¿Y pensaste que iban a escuchar? ¿Un puñado de chiflados
desquiciados drogados con magia oscura que estaban a punto de ganar?
—Y quienes estaban a punto de ser invadidos por el Círculo. —Vi su
expresión—. Lo sé, pero eso es lo que planeé decirles. Que el Círculo había
llegado aquí más rápido de lo esperado, y tenían aproximadamente un
minuto antes de que se presentaran con todas sus fuerzas. Esperaba que
se dispersaran, algunos de ellos, tal vez todos, y para cuando se dieran
cuenta que era una mentira, tal vez no lo sería. —Marco solo me miró—.
¡No es que tuviera muchas opciones!
Parecía que iba a decir algo, pero cambió de opinión al último
minuto.
—Pero no entraste.
—No, entré. Pero no ayudó, porque alguien se me había adelantado.
Su gran cabeza se inclinó.
—¿Eso quiere decir…?
—Eso quiere decir que es difícil poseer a alguien cuando ya está
siendo poseído por otra persona. Había otro espíritu allí dentro.
—Y crees que era Ares.
—Sé que lo era. Estaba poseyendo a ese mago. O haciéndole algo a
ese mago, no lo sé. Pero él estaba ahí. La forma en que se sintió, lo que
hizo… tenía que ser él. Lo que explica el ataque, por qué era su estilo, no
el de ellos. ¡Su impaciencia, su arrogancia, no la de ellos!
—Y ahora ellos están muertos, y él todavía está ahí afuera todo
airoso —resumió Marco—. ¿Es eso?
Asentí.
—¿Y haciendo qué? ¿Buscando un cuerpo nuevo?
Me abracé las rodillas.
—No lo sé. No sé cuánto puede hacer desde el otro lado de la
barrera. Ni siquiera sé si fue una posesión real. Parecía tener…
limitaciones.
140
—¿Como qué?
—Como que le tomó un segundo verme, cuando entré, al principio.
No fue un gran retraso, casi nada en realidad, pero…
—Pero más de lo que esperarías de un dios.
—Sí. Y luego atacó, pero Mircea lo confundió lo suficiente como para
que me escapara…
—Espera. ¿Mircea se enfrentó a un dios?
—¿No te lo dijo?
Marco me miró por un segundo y luego se echó a reír.
—No.
—¿Qué es gracioso?
—Lo llamé antes, a nuestra manera, ¿sabes? —Se tocó el costado de
la cabeza—. Y me dijo que cambiara a un teléfono porque le dolía la
cabeza. ¡Creí que bromeaba!
—No estaba bromeando.
—Maldición. —Marco negó, todavía sonriendo.
Y sí, supuse que eso sonaría gracioso.
Si no hubieras estado allí.
Comiendo, te estaba comiendo. Él estaba…
Mis manos comenzaron a temblar y las empujé debajo de mis axilas.
—También, eh, le tomó más tiempo reaccionar a algunas de las
cosas… que pasaron en la pelea… más de lo que esperaría del dios de la
guerra.
—Tal vez no es tan bueno en esta cosa de la posesión —dijo Marco,
echándome un vistazo rápido—. Sabes que eso nos horripila a los tipos
normales, ¿verdad?
—¡Estoy hablando en serio!
—Lo sé. Eso es lo que me asusta.
—Nada te asusta —dije cuando uno de sus brazos me rodeó,
acercándome.
Y maldita sea, era enorme. No entendía cómo algunos chicos podían
141 ser tan grandes. Era casi como si fueran otra especie.
Por supuesto, Marco lo era en cierto modo, pero no importaba. Se
sintió sólido, fuerte, reconfortante. Incluso podría haberme apoyado un
poco en él. Tal vez necesitaba un poco más de lo que pensaba de esas
cosas reconfortantes.
—Me asustan muchas cosas —dijo Marco—. Cualquiera que diga
que nunca tienen miedo es un idiota. Pero he aprendido algunas cosas a lo
largo de los años.
—¿Como qué?
—Como que, si no quieres castigarte, no puedes vivir aquí.
Fruncí el ceño.
—¿En Las Vegas?
—¡No, no en Las Vegas! Aunque eso probablemente tampoco ayuda
—agregó con ironía—. No, aquí. En este baño, acurrucada contra esta
bañera. Con el cabello cayendo sobre tu rostro y tu cuerpo temblando ante
el recuerdo…
—Eso no es lo que estoy haciendo.
—… y del hambre, porque te estás castigando a ti misma por no
salvarlos a todos…
—¡Eso no es lo que estoy haciendo!
—… cuando salvaste algunas cosas. ¡Has salvado un montón de
cosas que no estarían aquí si prácticamente no te hubieras destruido a ti
misma!
Me levanté. De repente ya no sintiéndome tan consolada.
—Entonces, ¿qué estás diciendo? ¿Qué sea feliz de haber sobrevivido
y olvide todo lo demás?
—No olvidar. Te aferras a las lecciones ganadas tan duras como esa.
Pero hay una diferencia entre recordar una mierda cuando la necesitas y
revivirlas. Haces el trabajo cuando te toca; y luego terminas. ¿Alguna vez
te preguntaste por qué los soldados que acaban de regresar del campo de
batalla se ríen, hablan y juegan a las cartas en lugar de sentarse en un
rincón reviviéndolo todo?
—¿Porque están locos?
142 —No, porque así es como evitas volverte loco. Haces el trabajo
cuando toca; el resto del tiempo, vives.
Me senté en el borde de la bañera. Sí, como si hubiera hecho eso.
Como si supiera cómo hacer eso.
Crecí en la Corte de un vampiro, uno de esas en las que no vivías;
sobrevivías. E incluso después de huir de la pequeña casita de los horrores
de Tony, no había sido mucho mejor. Pensé que estaba saliendo de una
jaula, solo para descubrir que la había cambiado por una diferente, una de
mi propia creación, una donde me agachaba todas las noches y esperaba
no despertarme con sus muchachos atravesando la puerta.
Y entonces un día lo hicieron, pero gracias a una advertencia, no
estaba allí. Y después de eso vino el Senado, “protegiéndome” siempre y
cuando hiciera lo que querían. Y el Círculo, que prácticamente me ofreció
el mismo trato. Y aquí estaba, atrapada en el medio, todavía intentando
sobrevivir y ayudar a todos los demás a hacerlo, porque eso era lo que
sabía; eso es lo que hacía.
Eso era lo que yo llamaba vivir.
—¿Cassie?
—No… —Miré hacia arriba y me encontré con sus sombríos ojos
oscuros. Y por alguna razón, me encontré diciendo la verdad—. No estoy
segura de saber cómo hacer eso.
—Entonces quizás necesitas que te lo recuerden. Ponte algo de ropa
y ven arriba.
—¿Arriba? —Miré al techo confundida—. Marco… no tenemos un
piso arriba.
Metió el cigarro entre los dientes.
—Ahora sí.

143
M
arco se fue y me puse unos pantalones cortos y una
camiseta, revisando la mercancía en el proceso. Que no se
veía muy bien. Que parecía un poco como si hubiera dado
una carrera sobre patines y hubiera aguantado hasta el final de la
masacre.
Pero las partes estaban todas allí y funcionaban, más o menos.
Por lo menos tenía una herida de unos tres centímetros de largo en
mi costado, a la que le faltaba el trozo de hormigón que la había causado,
pero había ganado algunos puntos. No lucía feliz. Y tampoco lo estaba yo,
cuando sin querer presioné demasiado cuando la volví a vendar y vi que la
habitación nadó ante mis ojos.
Aferré la cómoda y aguanté por un minuto, mareada y con un poco
144 más de náuseas. No era solo del dolor. Era el estrés acumulado, el
cansancio de esos “me acabo de levantar y ya quiero regresar a la cama”,
la locura absoluta de las últimas semanas, pero especialmente esta
mañana. Era todo, y me golpeó todo a la vez.
Excelente.
Incluso, perfecto.
—Guerrero con armadura… dosel de estrellas… hay que unificar…
Las palabras habrían sido demasiado débiles para escuchar, excepto
que mi cabeza se había apoyado en la cómoda, justo en frente de la fuente.
Me puse algo de ropa y encontré lo que esperaba: un paquete de cartas del
tarot. Las chicas deben haber estado jugando con ellas, antes de que Tami
se enterara y las pusiera aquí, porque nunca las dejaba abiertas.
Exactamente por esta razón, pensé, cuando una salió disparada del
paquete y me golpeó en la cara.
Seguía murmurando para sí misma, como lo hacían todas a menos
que la solapa estuviera cerrada. Mi vieja institutriz hizo que una bruja las
encantara como regalo de cumpleaños hace mucho tiempo. No había
necesitado las explicaciones en años, pero el encanto seguía siendo fuerte.
Lo que significa que me informaban con mucho entusiasmo de su
interpretación cada vez que sacaba una, incluso hablando entre sí cuando
era necesario.
Todo el tiempo hasta esta noche.
Las cartas del tarot se pueden leer de dos maneras: bueno, más que
eso, dependiendo de qué cartas son sacadas en una lectura junto con
ellas. Pero sobre todo, hay dos: al derecho y al revés. Bueno o malo, yin o
yang, un giro positivo en los próximos eventos… o una advertencia.
O, en este caso, ninguna de las anteriores. Porque el pequeño en el
carruaje elegante me golpeó en la nariz y rebotó. Aterrizando ni al derecho
o al revés, sino de lado.
Solo yace allí, vibrando ligeramente mientras lucha consigo mismo,
su superficie sucia casi logrando oscurecer un montón de símbolos que
había visto antes, y que había visto recientemente. Estaba la luna, el icono
de mi madre, en la armadura de su hombro. Estaba el sol, el emblema de
Apolo, estampado en su pecho. Había estrellas en el dosel revoloteando
sobre su cabeza, como las de la carta que había dibujado al comienzo de la
odisea para encontrar a Pritkin, y que habían prometido un largo y difícil
camino por delante.
145
No tenía idea.
Y finalmente, estaba el pequeño guerrero en sí, en su mayoría
silencioso en este momento debido a los significados conflictivos de sus
dos naturalezas.
Hay muchas maneras de interpretar el carruaje, y la carta
usualmente hablaba alegremente de todos ellos. Pero en el fondo, es un
simple contraste: victoria o derrota. O, como era ahora, una batalla
indecisa, flotando en el filo de un cuchillo, capaz de inclinarse en cualquier
dirección.
La moví con un dedo, empujándola al derecho. Y escuché lo que casi
sonó como un suspiro de alivio del pequeño antes de que él comenzara a
contarme todo sobre la victoria. Sí, pensé, mirándolo fijamente. ¿Pero la
mía o de Ares?
Ante eso, la carta se quedó en silencio.
Nunca llegué arriba. Para cuando estuve presentable, también recibí
un mensaje del hombre con mi boleto de viaje. O, al menos, mi boleto al
Gales del siglo VI.
Era algo bueno, porque obviamente no iría a ningún lado sin él.
Apenas llegué a un apartamento en el otro extremo del Strip, a menos de
un kilómetro de distancia. E incluso entonces, no clavé el aterrizaje.
—¡Cassie! —Algo resonó como un vaso arrojado al fregadero, pero no
podría decirlo porque me golpeé la rodilla y era esa rodilla, aquella
ensangrentada que arrastré por todo el suelo lleno de esquirlas, y el dolor
fue suficiente para cegarme momentáneamente—. ¿Estás bien? —preguntó
una voz familiar, más cerca ahora, y sonando preocupada. Probablemente
porque acababa de gritar como un alma en pena.
Esa es otra cosa en que se equivocan las películas. ¿Por qué el héroe
siempre es tan jodidamente varonil? ¿Por qué no está bien gritar un poco
cuando se siente como si acabaras de romperte la rótula? ¿Por qué se
supone que debes aguantar y seguir adelante sin siquiera una palabrota o
dos? ¿Eso es razonable?
Debo haber dicho parte de eso en voz alta, porque mi compañero
146 suspiró.
—No, no es razonable —coincidió. Y lo siguiente que supe fue que
me llevaban a un sofá de cuero negro que casi gritaba casa de soltero.
De hecho era bastante exacto, ya que el dueño era un viejo soltero
empedernido.
Bueno, está bien, no exactamente viejo. Cuando tenía cabello, que
no era frecuente, aún era oscuro y su piel de chocolate estaba casi sin
arrugas. Los rasgos hermosos parecían de un cuarentón, aunque era difícil
de decir. La profesión de mago de guerra envejecía a una persona casi
tanto como ser amigo de Pritkin, y Caleb era ambos.
Últimamente también había sido mi amigo, aunque probablemente
preferiría no serlo, considerando las cosas en las que lo metía. Pero no
había muchos magos de guerra en los que pudiera confiar, especialmente
los mayores que podrían saber una o dos cosas. Y quién podría estar
dispuesto a ocultar dichas cosas de su jefe.
—¿Lo tienes? —balbuceé. Primero había planeado algunas bromas:
“hola, cómo estás, tu día ha sido un asco tanto como el mío”, pero en este
momento al final solo dije—: Gracias a Dios. —Agarré la pequeña botella
triangular que Caleb sacó de sus jeans y bebí un tercio de su contenido.
Sabía completamente, absolutamente vil, del tipo que te hace estremecer y
temblar y tienes que tragarlo por pura fuerza de voluntad.
Pero oh, era tan dulce una vez que lo hacías.
Me desplomé contra el sofá, jadeando.
Las Lágrimas de Apolo era una poción diseñada para ayudar a las
Pitias a acceder a su poder. Funcionaba al aumentar nuestra resistencia;
siempre un problema, ya que el poder era prácticamente infinito, pero
nuestra capacidad para canalizarlo no lo era. Y canalizar cosas destinadas
a un dios cuando no eras uno era una verdadera mierda.
Pero con las Lágrimas, no solo podíamos aguantar mucho más
tiempo; podíamos usar más poder a la vez, permitiendo que nuestros
hechizos tengan más empuje detrás de ellos. Por eso lo necesitaba, para
desplazarme los imposibles mil quinientos años al pasado detrás de
Pritkin. También era una de las razones por la cual la competencia había
estado detrás anoche, cuando me arrojaron a Lizzie.
A las antiguas acólitas de Agnes solo se les había dado una corriente
estrecha del poder para entrenar, pero acceso era acceso. Habían esperado
147 que las Lágrimas ampliarían el flujo lo suficiente como para rivalizar con el
poder de una Pitia, permitiéndoles desplazar a Ares más allá de la barrera
de mi madre. Y podría haberlo hecho, excepto por un pequeño problema.
No tenían ninguna.
Las Lágrimas solo eran utilizadas por una persona, de modo que las
tiendas de pociones no las tenían y los fabricantes de pociones no las
conocían. Las únicas personas que lo hacían eran el Círculo, que
tradicionalmente las elaboraron para las Pitias, y las propias Pitias. Y el
Senado vampiro, quienes se suponía que no debían tenerlas ni siquiera
conocerlas, pero ¿desde cuándo eso los había detenido?
El Senado había tenido tres botellas originalmente, lo que parecía
constituir un lote. Lo adquirieron cuando obtuve este trabajo, porque
habían tenido un pequeño recado que querían que hiciera y asumieron
que necesitaría la ayuda. Eso había dejado dos botellas en juego, y Amelie,
la más fuerte de las renegadas, las había agarrado anoche.
Y rápidamente se había embriagado de energía, sin estar
acostumbrada a tanto acceso de una vez.
En parte como resultado, había echado a llorar en la casa del
cónsul, en lugar de simplemente desplazar a Ares de inmediato. Eso me
había dado tiempo para alcanzarla, y tomar la última botella después de
nuestro duelo.
Y esto era todo. La última botella que tenía el Senado, y
posiblemente la última botella en cualquier parte. Por eso la había dejado
con Caleb antes de ir tras Rosier, esperando que uno de sus contactos
pudiera reproducirla.
En serio esperándolo.
—¿Estás bien? —preguntó Caleb. Me di cuenta que había cerrado los
ojos en algún momento, y los abrí para ver el patentado ceño fruncido del
mago de guerra.
—¿Tu amigo pudo ayudarme?
El ceño fruncido profundizó un poco, y se recostó sobre sus talones.
—Sí y no. La buena noticia es que puede adivinar bastante bien el
contenido. La mala noticia, como te advertí anoche, es que una lista de
ingredientes es inútil sin la receta.
—Pero si él sabe lo que hay en ella…
148 —No se trata solo de lo que contiene. Se trata del tiempo de
preparación, la temperatura, el método de combinación de los
ingredientes: cien variables. Los combina de una manera, consigues
magia. Los combina de otra… un lodo realmente caro.
—Entonces, ¿no puede duplicarlo? —pregunté, para estar segura.
—No.
—Entonces, ¿cómo consigo más?
—Le preguntas al viejo. Es tu poción, Cassie. Eres la Pitia…
Se interrumpió cuando me senté y puse mi cabeza en mis manos,
sin saber si quería reír o llorar. Era la Pitia cuando otras personas querían
algo o lo encontraban conveniente, ¿pero cuando el zapato estaba en el
otro pie? No tanto.
—¿Tienes café? —pregunté, después de un minuto—. ¿Té? ¿Algo con
cafeína?
Caleb resopló.
—No es lo que considerarías café. No, si has estado bebiendo esos
desechos nucleares a los que John dedica todo el día.
—No me bebo el café de Pritkin y él no come mis donas. Tenemos un
trato.
—Odiaría ver las donas que John comería —dijo Caleb, poniéndose
de pie. Y dando vueltas alrededor de la pequeña media pared que separaba
la cocina abierta de la sala abierta.
Preparó algo mientras yo miraba el Strip a través del semicírculo de
ventanas a la izquierda del sofá. Y comencé a sentirme más fuerte y más
lúcida lentamente. Y más ligera, como mis extremidades, que ya no
pesaban media tonelada cada una. Incluso el dolor de todas esas
pequeñas, y no tan pequeñas heridas, ya no parecía importar tanto. Aún
duelen, pero podía ignorarlo.
Por el momento. Pero la experiencia había demostrado que una
botella de la infusión especial del Círculo no me iba a durar mucho tiempo.
Y sin eso, en mi estado actual, no iba a ser de mucha utilidad para nadie.
En un minuto, Caleb regresó con algo que olía bien, en realidad
bastante bueno.
—Te ves sorprendida —dijo.
149 Hundí la nariz en la taza.
—¿Qué hay en esto?
—Amaretto.
Levanté la vista esperanzada.
—¿Cómo en esas pequeñas galletas?
Caleb suspiró y volvió a ponerse de pie.
—¿Y tal vez un sándwich? —Me giré y puse mi rodilla buena en el
sofá para poder verlo.
El olor de ese café me hizo morir de hambre de repente—. ¿Tienes
para preparar un sándwich?
—No cocino
—Hacer un sándwich no es cocinar. ¿Y qué comes?
Caleb me miró por encima de su hombro musculoso.
—Comida para llevar. Esto es Las Vegas.
—Pero vives aquí. ¿La comida para llevar no se pone rancia?
—No. —Buscó en la nevera—. ¿Tacos de pescado?
—Suena bien.
Metió una nariz en el recipiente e hizo una mueca.
—No lo recomendaría si los olieses.
Golpearon el bote de basura.
—¿No tienes a nadie que te cocine? ¿Una novia?
—Soy mago de guerra —me recordó, olisqueando una bolsa para
llevar. Y retrocediendo, sus ojos llorosos—. Tengo que limpiar esta nevera.
—Entonces ¿los magos de guerra no se quedan con las mujeres? —
pregunté, solo medio bromeando. Porque Caleb era un muy buen partido.
Atractivo, valiente, viajero del mundo, más de un mundo ahora, y a juzgar
por el apartamento, no estaba en la ruina. Pero si había algunos toques
femeninos por aquí y allá, no los vi.
Incluso las obras de arte en las paredes eran dibujos lineales, negro
sobre blanco y marco negro, más arquitectónico que estrictamente
hermoso. Algo así como el hombre mismo: sólido, directo, pero más
150 interesante de lo que cabría esperar cuando lo conoces.
—A las mujeres les gusta la protección —me dijo—. Seguridad…
—¿Qué es más seguro que estar casado con un mago de guerra?
—… para su hombre, así como para ellas mismas. No les gusta ir a
la cama sin saber si él estará allí cuando despierten, o si alguna vez
volverá a estar allí.
—Los policías tienen esposas —señalé—. Y los soldados…
—Y se enfrentan al mismo tipo de cosas. Pero es peor para nosotros.
Trabajamos en algunas de cosas… no se les puede decir lo que nos pasó,
cuando no volvemos. Puede que nunca se les cuente. Es… difícil.
—Entonces ¿los magos de guerra no se establecen?
—Algunos lo hacen. Algunos se casan con otros magos de guerra.
Algunos se divorcian y beben demasiado. —Se encogió de hombros.
—Me hace preguntarme por qué alguien hace el trabajo para
empezar.
—A menudo he pensado lo mismo sobre las Pitias.
Hice una mueca.
Y luego hice una diferente cuando me dejó un plato sobre la
encimera.
Era una retrospectiva de la ingesta semanal de Caleb. Pero como no
era tan aficionado por la salud como Pritkin, había comida real allí: carne
con brócoli todavía en su pequeño cartón, ensalada de papas, bolas de dim
sum rellenas de cerdo a la parrilla, shawarma de pollo… y algunas de las
galletas de amaretto que le pedí.
Calvé en los envases y Caleb me miró por encima de la encimera
mientras sorbía su propia taza de café.
—Entonces ¿por qué no puedes pedirle al viejo la poción? —preguntó
finalmente.
Tragué.
—Porque últimamente he intentado confiar en Jonas, y no me ha ido
bien. Pensé que teníamos un entendimiento, pero luego escapó con Lizzie
esta mañana, antes de que volviera, así que ahora no lo sé.
—Podrías preguntarle. Ver lo que dice.
151 —Sí, podría —coincidí, alrededor de un bocado de pollo—. Solo que
ya lo hice hace un par de días, y no llegué a ningún lado. Afirmó que no
tenía más, y tal vez no lo tiene. O tal vez sí, y no quiere dármela. ¡Teme
que me vaya a alguna parte y me mate, como si no pudiera hacer eso aquí!
Hubo silencio por otro minuto mientras seguía metiendo más comida
en mi boca. Al final, se estiró lo suficiente como para hacerme levantar la
vista y encontré a Caleb contemplándome malhumorado.
—¿Qué?
—No va a gustarte.
—Bueno, eso es un cambio.
Suspiró y se pasó una mano por la cabeza. Hoy llevaba el aspecto de
la calva, por lo que las luces empotradas brillaron sobre una cúpula
resbaladiza que parecía tener demasiado en qué pensar. Al menos si las
arrugas en su frente era alguna indicación.
—Parece que una buena ráfaga de viento te volaría —dijo finalmente.
—Caleb…
—Y he visto esa mirada ¿de acuerdo? La he visto mucho. Sé de
magos de guerra que se habrían derrumbado por algunas de las cosas que
has estado haciendo, y sospecho que no sé ni la mitad. Quizás Jonas ve lo
mismo, que necesitas un descanso…
—Sí, me tomaré unos días de descanso, colgando junto a la piscina.
—Lo digo en serio…
—Yo también —dije, un poco más fuerte de lo necesario. Porque,
¿cómo es que no entendía esto?—. Si me tomo unas vacaciones ahora
mismo, Pritkin estará muerto y Ares regresará ¡porque todavía tengo dos
renegadas vivas y no sé dónde están!
—¿Dos? Pensé que Lizzie…
—Dos. Jo Zirimis es la otra, y ni siquiera está detenida. Mi poder es
ignorarla, actuar como si no existiera, pero existe…
—Entonces ¿por qué el Círculo Negro está apuntando a Lizzie?
—¡Porque tampoco saben dónde está Jo! Nadie sabe dónde está… o
cuándo —añadí sombríamente, porque una de mis renegadas ahora
fallecidas había afirmado que iba tras la misma arma divina que yo.
Pero si Jo estaba intentando retroceder mil quinientos años atrás, lo
152 habría estado intentando por un tiempo. Estaba asumiendo que era por
eso que mi poder estaba ignorándola, que estaba desplazando en pequeños
pasos, diez o quince años a la vez, lo que sea que permitiría el acceso de la
fina corriente de una acólita. Y no llegando a ninguna parte.
Eso o también estaba muerta, porque viajar en el tiempo era
jodidamente peligroso, como debería saber. Pero eso todavía me dejaba con
Lizzie de quien preocuparme, y estaba preocupada.
—Caleb, necesito saber dónde está Lizzie. Necesito saber qué hizo
Jonas con ella, si está segura…
—Estoy seguro que sí…
—¿En serio? —Me tragué el cerdo—. Porque yo no. Jonas se la llevó,
y ni siquiera se molestó en decirme dónde…
—Acabas de decir que no estuviste allí.
—… ¡o decirle a alguien más! O esperar a que regrese…
—¿Y hacer qué con ella? No tienes las instalaciones…
—¿Y él sí?
—Tiene más que tú. Y tal vez pensó que eso es lo que querrías…
—¡Entonces que me pregunte!
Lo fulminé con la mirada, y por un minuto él me devolvió la suya.
Los magos de guerra, algunos magos de guerra, tendían a ser leales
fanáticamente, sobre todo a un tipo al que habían seguido durante
décadas. Era por eso que el loco golpe de estado de Jonas contra el Círculo
de Plata había funcionado; muchos magos habían optado por seguirlo o
simplemente quedarse al margen en lugar de apoyar a su sucesor
corrupto. En ese momento había estado agradecida por eso, ya que sus
golpes de estado tendían a ser mucho más sangrientos que los nuestros.
Pero ahora…
Ahora podía ser realmente inconveniente.
—Jonas está en Gran Bretaña —le dije uniformemente—. Eso es
todo lo que sé. Necesito saber más que eso. —Caleb no dijo nada—.
Caleb…
—Nos estamos acercando peligrosamente a mí cruzando una línea —
dijo en voz baja.
—¿No la cruzaste cuando me ayudaste a sacar a Pritkin del infierno?
153 —Eso fue diferente. Se supone que debo ayudar a la Pitia. Es parte
del juramento. —Hizo una mueca—. Y el viejo nunca dijo específicamente
que no entrara en una zona infernal…
—Y cuando te lo pedí dijiste que sí. Está bien, ahora te lo estoy
pidiendo.
—Sí, pero lo que estás pidiendo ahora es que te dé información
clasificada, que por cierto, no tengo. No sé en dónde está tu acólita…
—No es mi acólita. ¡Es la acólita de Agnes, y está a punto de ser la
acólita de los magos oscuros si no la encuentro!
—Esa es una suposición apresurada…
—No lo creo. —Dejé el plato, porque había terminado de inhalar el
contenido y porque Caleb estaba demasiado lejos. Quería ver sus ojos. Me
subí nuevamente al sofá y me incliné sobre la encimera. Él retrocedió un
poco. Me acerqué más, y su espalda golpeó la nevera. Debería haber sido
divertido, el gran mago de guerra malo huyendo de la rubia flaquita, solo
que ninguno de los dos estaba riendo.
—Esta mañana, si no hubiera tenido ayuda, habría muerto —dije en
voz baja—. No habría salido de todos esos problemas al estilo Rambo;
habría muerto. Y si Rambo hubiera estado allí, él también lo estaría. No
puedo pelear esta guerra sola.
—Nadie te lo está pidiendo.
—¿Estás seguro?
Caleb se cruzó de brazos y cambió ligeramente de posición, volviendo
a poner sus ojos en la sombra.
—Jonas tiene que trabajar contigo. Eres la Pitia. No tiene otra
opción.
—Bueno, últimamente ha estado actuando mucho como un tipo que
cree que sí la tiene. Ha estado actuando como un tipo que cree que puede
manejar las cosas por su cuenta, puede manejar esta guerra por su
cuenta, y eso no va a funcionar. No para ninguno de nosotros —añadí
cuando abrió la boca para objetar—. Caleb, trabajamos juntos o morimos
juntos. Esta mañana lo demostró como nunca antes. Pero Jonas no puede
o no va a verlo, así que te estoy pidiendo…
—Cassie…
154 —… como Pitia, te estoy pidiendo dos cosas: la ubicación de Lizzie y
la receta. ¿Puedes conseguirlas?
—No me lo vas a hacer fácil ¿verdad?
—No puedo darme el lujo de hacerlo. ¿Puedes conseguirlas?
Cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz. No pareció ayudar.
—¿Honestamente? No sé. No sé dónde está tu poción más de lo que
sé dónde tienen a la chica.
—¿Pero puedes averiguarlo?
Sus ojos oscuros finalmente se encontraron con los míos,
iluminados por un haz perdido cuando levantó la cabeza, pero no pude
leerlos. Caleb solía ser más emocional que algunos de sus amigos magos
de guerra, más humano, más dispuesto a pensar por sí mismo en lugar de
seguir las órdenes ciegamente. Pero esta noche estaba siendo más estoico
de lo que nunca antes hubiera visto. Y completamente hermético.
—¿Supongo que estás planeando retroceder seis meses si lo hago, y
encontrar un fabricante? Eso es lo que se tarda en prepararla.
—Lo sé. Eso no es un problema.
—Pero algo más podría serlo.
Se detuvo con eso, así que supe que esto no iba a ser bueno.
—¿Cómo qué?
—Esa poción. Sé que crees que la necesitas, y sé que en realidad no
te da ninguna magia en sí misma.
—¿Pero?
—Pero te permite acceder a una corriente casi ilimitada ¿verdad? El
poder de la Pitia es la fuente más poderosa de poder mágico que existe, y
las Lágrimas te permiten básicamente concentrar las cosas…
Parpadeé hacia él.
—¿Tienes miedo de que me vuelva adicta?
—He visto lo rápido que sucede con algunos. La mitad de esos tipos
con los que peleaste hoy probablemente no comenzaron pensando: cuando
sea grande, quiero ser un mago oscuro…
—Caleb.
—Algunos de ellos comenzaron con habilidades ilegales desde el
155 nacimiento, y no les gustaron las restricciones que les impusimos. Algunos
tomaron malas decisiones cuando eran jóvenes, y solo siguieron yendo
cayendo cada vez más. Y alguien…
—Caleb.
—… comenzó a pensar que simplemente tomaría una dosis o dos, no
es gran cosa, solo un poco para ayudarlos a sanar más rápido, estudiar
mejor o impresionar a una chica…
—¡Caleb! ¡No soy una adicta!
—No. Pero eres Pitia.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que nadie habla de eso ¿de acuerdo? Pero he visto lo
rápido que las consume. Lo rápido que pasamos por las Pitias. Solo el uso
normal acorta sus vidas considerablemente, y lo que has estado usando no
es normal.
Me reí, un estallido corto y feo que escapó antes de que pudiera
contenerlo.
—Entonces ¿estás preocupado por mi longevidad?
—¿No debería estarlo? —Se pasó una mano por la cabeza—. Mira,
también quiero a John de vuelta. Creo que lo he probado. Pero eres la
única Pitia que tenemos y estamos en guerra. Tienes que estar a salvo. Él
diría lo mismo si estuviera aquí. Sabes que lo haría.
Solo lo miré por un momento. Era en momentos como este que
sentía el abismo entre nosotros, el abismo cada vez mayor entre todos los
que me rodeaban y yo. Tal vez porque había estado en el centro de esto
durante demasiado tiempo, tal vez porque no había descansado lo
suficiente, o nada, últimamente, tal vez porque estaba loca. O ellos lo
estaban, lo cual era lo que en realidad comenzaba a sentir.
—Dime algo, Caleb. ¿Estuviste en el grupo enviado al Dante esta
mañana?
—Por supuesto. Creo que todos los magos de guerra en Las Vegas
fueron.
—¿Cuánto tiempo te llevó llegar allí?
—¿Desde el momento en que recibimos la llamada? Veintidós
minutos. Es una especie de récord: esa cantidad de personas a esa
156 distancia…
—Me alegra oír eso. Duramos diecinueve —dije, y me desplacé.
—Sal del camino. —Rosier me agarró del brazo.
—¡No me toques! —gruñí.
—¡Entonces sal del maldito camino!
—Está bien, está bien, solo no… ¡no, no toques, no toques! —Salí
huyendo del rebaño de ovejas en el camino, derrapando a través de una
zanja llena hasta la mitad con agua, y trepé al otro lado. Había árboles
viejos cubriendo el sendero a ambos lados, del tipo que ya no se ven
porque fueron usados como combustible o algo así hace siglos. Y arbustos
y maleza en todas partes, porque esto era Gales y Gales tenía algún tipo de
ley que requería que cada centímetro estuviera cubierto de hierba. Pero
por una vez, estaba agradecida por ello.

157 Me escondí detrás de un árbol, completa y absolutamente asqueada,


y me aferré a la corteza, jadeando.
—Es solo una mano —dijo Rosier, con su diminuta voz chillona.
—Tampoco hables —dije, intentando no hiperventilar.
—Tenemos que…
—¡Dije que no hables!
Se calló. El ejército que habíamos visto apenas a tiempo se acercó,
aun extrañamente silencioso. E hice lo mejor que pude para controlar mi
respiración antes de desmayarme.
No funcionó.
—¡Dios! —Me quité la mochila y salí corriendo un poco lejos,
conteniendo un grito. Lo logré, apenas, porque los soldados que se dirigían
hacia allí eran Fey, y esas orejas tenían que ser buenas para algo.
Finalmente pude controlarme y me giré para ver a Rosier sentado
sobre la mochila, con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo. Lo que
habría estado bien, si hubieran tenido cigarrillos en el Gales medieval. Y si
no hubiera estado desnudo. Y si se hubiera visto remotamente humano.
Pero estaba en su asquerosa fase de babosa blanca, que
aparentemente era cómo los demonios recreaban sus cuerpos, pero que no
se parecía en nada a un niño humano.
Nada.
Había estado llevando a la cosa repulsiva alrededor en el equivalente
medieval de una mochila: un saco con cuerdas colgadas sobre mis
hombros. Lo había dejado acercarse a mí más de lo que me gustaba, pero
al menos no había tenido que mirarlo. Ahora lo hacía, y era tan horrible
como antes, y tal vez un poco peor. Porque el lugar había estado oscuro,
pero ahora había salido la luna. Y la luz filtrándose a través de los árboles
resplandecía en la membrana mucosa que lo cubría desde la cabeza calva
hasta los dedos palmeados, y a lo largo del conjunto de pequeñas venas
moradas deslizándose por toda la “piel” completamente blanca y
palpitante.
Me estremecí una vez más y miré hacia otro lado.
La cosa que sería Rosier fumaba.
El último grupo de tropas comenzó a pasar, pero no nos vio gracias a
158 las malas hierbas. El viejo Gales, pensé, mientras me acercaba lo más
posible a un montón de arbustos, que no era muy cerca. Pero aun así,
podía ver destellos de luz de luna a través del follaje, resplandeciendo en
las armas y cascos, y sentí la tierra temblar bajo mis pies. Lo cual,
considerando lo ligeros que eran los Fey, significaba que había muchos de
ellos.
Un montón.
Estos estaban vestidos con capas que parecían mezclarse con la
noche, intentando engañar mi visión para que creyera que no había nadie
allí. No funcionó, porque había demasiados, pero tampoco ayudó. Hace
poco descubrí que los Fey estaban codificados por colores, lo que facilitaba
diferenciarlos… cuando podías verlos.
Los Alorestri vestían mucho verde, porque vivían en bosques y
pantanos y supongo que era un buen camuflaje. Eran conocidos en la
Tierra como los Fey Verde, ya que eso era lo que Alorestri significa en su
idioma, y ¿por qué molestarse en encontrar algo mejor cuando los Fey no
lo hicieron? No era su nombre real, el cual nosotros los mismos humanos
no éramos lo suficientemente buenos como para saberlo, pero funcionaba
para el comercio, que era lo que les interesaba principalmente. Venían
seguidos a la Tierra, pero tenía la impresión que por lo general, era en
pequeños grupos comerciales, no en grandes batallones como los que
estaban acaparando el camino.
Aun así, tampoco pensé que estos fueran los Svarestri con
armaduras negras y un odio increíble por los humanos, pero no porque
casi nunca venían a la Tierra. Sino porque ya los habíamos encontrado en
un camino paralelo, razón por la cual habíamos cambiado a este y
pensábamos que estábamos a salvo. Solo que no lo parecía.
Intenté captar algún destello azul o dorado, la librea de la última
gran casa de los Fey, los Blarestri o Fey Azules, pero no pude ver nada. Por
supuesto, con la luz de la luna blanqueando casi todo en tonos grises,
¿quién podría decirlo? De todos modos, no sabía por qué me importaba.
Los Blarestri podrían tener una mejor reputación en mi época, cuando el
Senado y ellos parecían tener algún tipo de comprensión, pero esto era el
Gales del siglo VI. La última vez que los encontré aquí, casi me asan viva.
Finalmente me rendí y volví a mirar a mi compañero de viaje.
Dios, simplemente no era más fácil.
—¿Por qué hay tantos soldados? —exigí suavemente.
159 Los pequeños hombros de Rosier se movieron de arriba abajo.
—No lo sé. Anticipé algunos problemas para llegar a la Corte, pero
nada como esto.
—¡Parece que aterrizamos en una zona de guerra!
No debería haberme sorprendido; las cosas no habían sido mucho
más amigables la última vez que aparecimos. Los Svarestri habían robado
una preciada arma Fey, el mismo bastón que buscaba, y se fueron a la
Tierra con ella. Solo para ser perseguidos por los Blarestri, los propietarios
del bastón, quienes tenían la intención de recuperarlo y luego usarlo
contra ellos.
El resultado cuando se encontraron había sido una batalla épica,
conmigo y Rosier en el medio, solo intentando sobrevivir. Y sacar a Pritkin
¿quién estaba siendo difícil porque cuándo no? Y luego apareció Gertie la
Pitia victoriana, atraída por toda la magia colgando alrededor, y me envió
de vuelta a mi tiempo y a los Fey…
Bueno, parecía que su pequeña disputa aún estaba en curso ¿no?
Lo cual no era genial, ya que el bastón que querían estaba con el chico que
yo quería. Porque Pritkin lo había arrebatado antes de irse.
Rosier me contempló a través de una nube de humo.
—Siempre había guerras en esta época. Pero se suponía que ahora
las cosas estarían un poco en calma. La Pax Arthuriana, si quieres…
—Entonces ¿por qué…?
—Acabo de decir que no lo sé. Se supone que eres la psíquica.
—¡Clarividente! No leo mentes.
—Lo mismo. —Sopló un aro de humo en mi dirección.
Parecía que nuestra breve tregua en Londres había terminado, lo
cual estaba bien para mí. Pero algo más no.
—Entonces ¿cómo se supone que vamos a llegar a la Corte? Están
en todas partes…
—No en todas partes —argumentó—. Solo en los caminos. De lo cual
no hay muchos en esta época, llevando a muchos atascos.
—¡La última vez no encontramos ni un alma!
—La última vez no estuvimos tan cerca de la Corte. Pero este es el
camino principal, y tiene más tráfico. Aunque es menos malo de lo que
160 será. Todavía estamos a kilómetros de distancia.
Sí, gracias a Gertie, pensé cruelmente. Podía ubicar la magia,
especialmente en la variedad Pitia, de modo que desplazarse directamente
a la ciudad no habría sido una buena idea. En cambio, nos habíamos
desplazado en medio de un molino quemado, un remanente de nuestro
último viaje, con la esperanza de confundirla sobre nuestro destino real. Y
luego lo dejamos a toda prisa antes de que ella apareciera. Pero era difícil
hacer tiempo cuando tenías que abrirte camino a través de lo que equivalía
a una jungla, o detenerte para esquivar a las personas cada cinco minutos
en el camino, y diez a uno, ya estaba en nuestro rastro.
—Si los Fey nos están frenando, lo mismo es cierto para ella —me
recordó Rosier.
—Sí, excepto que ella tiene permiso para estar aquí. ¡Puede usar
toda la magia que quiera!
Sin mencionar que la última vez había estado con otras dos Pitias:
su propia mentora, una anciana renqueante llamada Lydia, y lo que
parecía una princesa bizantina, toda vestida de oro ornamental y
elaborados rizos lacados. Habían sido un grupo de aspecto extraño, pero
poderoso. Más poderoso que yo
Empecé a tirar de la mochila.
—¿Qué quieres? —exigió Rosier.
—La cantimplora… ¡Oh, Dios mío! —La había bajado a un lado, pero
la dejé caer bruscamente.
—¿Qué?
—¡Estás escurriendo!
Me recosté contra el tronco del árbol, cerré los ojos y respiré por un
minuto. Podría ser peor, me dije. Estábamos aquí. Una vez que estos
chicos pasaran, volveríamos al camino principal y deberíamos estar en la
Corte por la mañana. Descubriría lo que Pritkin había aprendido sobre el
bastón, y dónde podría estar en mi tiempo. Y luego, tan pronto como
apareciera el alma maldita, saldríamos de aquí. Fuera y de vuelta y todo
estaría simplemente… bueno, no perfecto, considerando todo, pero mucho
mejor.
¡Dios, muchísimo!
Después de un momento, sentí que mi espalda se relajó y encontró
un espacio para sí contra la áspera corteza del árbol. El suelo estaba
húmedo por el clima perpetuo de Gales, y el aire era lo suficientemente frío
161 como para poder ver mi aliento cuando podía ver algo. Pero también era
extrañamente relajante. El golpe sordo de todos esos pies, el suspiro del
viento, la oscuridad apacible.
El apretón de una mano viscosa sobre mi boca.
Mis ojos se abrieron de golpe para ver el horrible rostro prototipo de
Rosier mirando el mío, sus ojos por lo general verdes lechosos, las rendijas
de sus fosas nasales dilatadas…
—¡Mmphh!
—Cá-lla-te —siseó, y un segundo después, entendí por qué.
Porque un Fey encapuchado estaba parado allí, a una docena de
metros de distancia, sosteniendo una especie de esfera relumbrando. Era
un poco más grande que una pelota de softbol, y chapoteó como si fuera
líquida cuando se movió. Lo cual hizo cuando una ramita crujió detrás de
él, y se giró para encontrarse con otro Fey, cuyo cabello oscuro brillaba
bajo la luz de la luna.
Lo que era esa luz, me di cuenta, cuando el segundo Fey se agachó
en la zanja y se alzó con su propio puñado de agua. Se unió de la misma
manera que lo haría en el espacio, formando un orbe tambaleante que
pareció brillar desde dentro, atrapando y mejorando los rayos filtrándose a
través de los árboles. Realzándolos en una buena imitación de una
linterna, me di cuenta, maldiciendo mentalmente mientras las orbes
gemelas arrojaban sombras en nuestro camino.
—¿Ves algo? —preguntó el segundo Fey. El hechizo que había usado
en mi visita anterior a esta era, todavía estaba funcionando al traducir
todo por mí, pero parecía extraño, viendo sus labios moviéndose fuera de
sincronía con las palabras. Como un video que salió mal.
—Huele —dijo el primer Fey—. Hay un aroma extraño. No lo sé.
Se detuvieron para respirar por un momento, pareciendo
extrañamente como un par de vampiros olfateando el aire. Y mis ojos se
centraron en el cigarrillo aún encendido de Rosier, tirado en el suelo donde
debe haberlo dejado caer. Hasta que sus dedos palmeados lo aplastaron
contra el barro.
—Tu nariz es mejor que la mía —dijo el otro Fey, balanceando su
esfera. Y haciendo que Rosier y yo intentemos trepar dentro del tronco del
árbol. Afortunadamente, el follaje nunca recortado colgaba bajo,
proyectando una sombra oscura. Y no nos movimos, no respiramos; creo
que mi corazón incluso podría haberse detenido.
162
Hasta que el primer Fey sonrió, un breve destello blanco en la
oscuridad.
—Siempre lo fue —dijo, y los dos se fundieron como parte de la
noche una vez más.
Contemplé vomitar, sobre todo porque Rosier no me había soltado.
—Espera —susurró, tan bajo que podría haber sido el suspiro del
viento.
Pero no lo era. Como tampoco lo era otra sombra que se movió más
allá de las ramas de los árboles, visible solo porque la neblina desapareció
repentinamente. Sobre un vacío con forma de hombre.
No iba a vomitar, decidí con calma. Me iba a desmayar. Por la falta
de aire y por una sensación general de mi sistema nervioso teniendo
suficiente. Ya no podía seguir haciendo esta mierda.
Pero entonces el bastardo también se alejó, tan silenciosamente
como había venido, y caí suavemente en el barro.
Y solo me quedé allí, intentando respirar tranquilamente, mientras el
resto de la tropa seguía avanzando.
Me estaba afectando, decidí. Todo esto. Simplemente lo hacía.
No solo desplazarse a unos quince ridículos siglos atrás, sino todo.
Pensé que quizás Caleb había tenido razón: necesitaba unas vacaciones.
En algún lugar soleado. En algún lugar con playa. Y arena cálida en lugar
de barro perpetuo, y una tumbona suave en lugar de unas malditas raíces
de árboles, y un chico ardiente…
—¿Cuál de todos? —preguntó alguien.
—¿Qué?
—No dije nada —me informó Rosier.
Me di cuenta vagamente que estaba boca arriba, y que me estaba
limpiando la cara con lo que parecía una toalla húmeda.
Tal vez porque era una toalla húmeda.
—¿De dónde sacaste eso? —pregunté con cansancio.
—De la mochila. Quédate quieta —agregó cuando comencé a luchar
para sentarme.
—¿Por qué? Se han ido. —Incluso el sonido de los pasos se había
desvanecido mientras estaba ocupada relajándome.
163
—Compláceme.
Obedecí. No me sentía muy bien.
—Tenemos que irnos —señalé, después de un momento.
—En un momento. Deja que primero se alejen.
Eso… de hecho, sonó como un plan. Me tumbé en el barro, mirando
el remolino de estrellas visibles a través del oscuro y húmedo dosel de
arriba. Y esperé a medida que mi horrible compañero me limpió. O me dejó
tan limpia como cualquiera en Gales, lo que no era mucho. Hasta el
cabello del Fey había goteado…
—¿Hay alguna razón por la cual el elemento de Pritkin es el agua? —
pregunté, después que el viento me arrojó algo en la cara.
—¿Es físicamente imposible que te quedes callada? —preguntó
Rosier.
—Compláceme.
Abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró abruptamente.
—Bueno, obviamente.
—¿Y eso sería?
—Ya te lo dije, él es en parte Fey…
—¿Qué parte?
—Un octavo, si debes saberlo.
—¿Un octavo?
—Sí. Su madre tenía una cuarta parte, su abuela la mitad y su
bisabuela…
—¿Lo sabe? —Pritkin siempre había actuado como si su sangre Fey
fuera mínima.
—No tengo idea.
—¿No hablabas de ella? Me refiero ¿a su madre?
—No. Estaba muerta. ¿Cuál era el punto?
—¿Tal vez, que era su madre?
Rosier me miró con el ceño fruncido, como si fuera la única
164 actuando raro.
—Ella también era en parte Fey, y él ya estaba lo suficientemente
enamorado de las criaturas. Como ella, siempre hablando de ellos…
—¿Su madre siempre hablaba de ellos? —Intenté levantarme sobre
un codo, pero Rosier me empujó hacia abajo con un chasquido de su
lengua irritado—. Entonces, no vivió allí. En Faerie.
—Bueno ¡por supuesto que no vivía allí! ¿Cómo la habría conocido
en ese caso?
—Entonces ¿dónde vivía? ¿Quién era?
Frunció el ceño un poco más, pero para mi sorpresa, respondió.
—Ya lo sabes.
—No lo sé. Pritkin no habla de eso.
—Pero seguramente has leído las historias.
—¿Las historias?
—Le Morte d'Arthur, Historia Regum Britanniae, Chrétien de Troyes y
todo eso. Tiene por lo menos la mitad mal, con los escritores más
interesados en una buena historia que en la verdad. Camelot. —Resopló—.
Cuando ese nombre ni siquiera existió hasta los mil trescientos…
—Rosier.
—… que es cuando escribieron todo esa tontería sobre la Mesa
Redonda. ¡Ja! Era una mesa de tierra donde los romanos hacían teatro.
Arturo la usaba para “discusiones” con sus nobles, que generalmente
terminaban en grandes contiendas de gritos, así que supongo que la
acústica era bastante útil, después de todo…
—Rosier.
—… y ni siquiera me hagas comenzar con el grial, qué montón de
mier…
—¡Rosier! —Me miró—. ¿Qué parte estaba bien?
Parpadeó.
—De hecho, una cantidad sorprendente, considerando que los
cuentos fueron transmitidos oralmente por cientos de… —Vio mi expresión
y se detuvo—. Para empezar, Arturo. Más o menos.
165 —Su nombre no era realmente Arturo —dije, pensando en algo que
Pritkin había dicho.
—Por supuesto que lo era. Bueno, uno de ellos. La gente tenía todo
tipo de nombres en aquel entonces. Nombres romanos, nombres celtas,
títulos, apodos… pero la mayoría de la gente lo llamaba Arturo. ¿Y por qué
no? Siendo el gran oso de hombre que resultó ser.
—Oso de oro —dije, recordando la traducción del nombre.
Rosier asintió.
—Y no se referían a uno de esos peluches tiernos. Vi ese ridículo
Camelot en Broadway, y la asquerosa locura que hicieron de Arturo, ¡qué
absurdo! ¡Lo único que acertaron fue el jodido color del cabello! El
verdadero hombre era un líder: decisivo, despiadado, absolutamente
astuto… ¡no un idiota llevado por las narices por su esposa adúltera! ¿Por
qué recordarlo en absoluto si ese es el numerito que van a…?
—¿Y Pritkin? ¿Las leyendas también lo plasmaron bien? —Porque no
parecían encajar con el hombre que conocía.
Bueno, está bien, algunas lo hicieron. La magia exagerada, la
curiosidad interminable y el mal humor insoportable eran lo
suficientemente familiares. Además de todo lo relacionado con ser medio-
íncubo-mago-nacido-en-el-Gales-medieval-sirviendo-a-un-rey-llamado-
Arturo. Pero otras cosas… a veces sentía que estaba leyendo sobre otra
persona por completo.
Como si el Merlín de la leyenda no solo hubiera cambiado de
nombres, sino de personalidades a lo largo de los años.
—Deja de interrumpir —dijo Rosier.
—Bueno, sí llegaras al punto…
—Lo cual haría, y más rápido, si no estuvieras interrumpiéndome
con preguntas constantemente. ¿Nadie te dijo que es grosero? —Me
recosté—.Está bien —dijo Rosier—. Es hora de una historia.

166
—Había una vez un rey —dijo Rosier—. Se llamaba Uter.
—¿Uter? —Eso sonaba vagamente familiar.
—Bueno, en realidad no. Se llamaba Ambrosio Aureliano, un nombre
romano para un celta romanizado, pero nadie lo llamaba así. Por cierto,
también era el nombre de pila de Arturo; llamado así por su viejo. Ambos
descendían de otro Ambrosio, que era un oficial de caballería bajo los
romanos antes de abandonar Gran Bretaña. Eso dio a los historiadores un
sinfín de problemas, todos esos Ambrosio…
—Rosier.
—Pero Uter era el nombre que sus hombres le dieron en el campo de
batalla, significando terrible o temible, solo quedó bien. Y encaja. Más que
167 el título que inventó para sí mismo: Riothamus “rey de los bretones”. —
Rosier puso los ojos en blanco—. Fue más que nada un jefe de guerra, de
un grupo variopinto intentando mantener a Gran Bretaña unida después
de que las legiones se retiraran. La mitad de sus “súbditos” estuvieron en
guerra con él en un momento dado, y la otra mitad ciertamente no lo
consideró… —Se detuvo al verme la cara.
—Había una vez un rey —dijo secamente—. Se llamaba Uter.
—De acuerdo.
—Al igual que su hijo, fue un gran guerrero. Pero a diferencia de
Arturo, carecía de un aprecio por las virtudes más etéreas, sin mencionar
ninguna y todas las gracias sociales. Los perros solían congregarse debajo
de la mesa, justo donde él se sentaba. Sabían que dejaba caer lo suficiente
para una docena de hombres. Comía como un bárbaro salvaje, regando
por todas partes.
—¿Y esto es relevante?
—De hecho, sí. Uter era un hombre gigante, con cicatrices de batalla
y tosco. Sus dientes estaban torcidos y agrietados por demasiados
puñetazos en la cara. Apenas podía ver por un ojo, de la gran cicatriz
extendiéndose algunos centímetros a lo largo, la cual alzaba su ceja tanto
como la otra caía. Le daba una mirada lasciva y verse perpetuamente
sorprendido, todo al mismo tiempo, lo que debes admitir que es bastante
impresionante. Y luego estaba esa gran nariz de coliflor…
—Capto la idea.
—Lo dudo —dijo secamente—. Los hombres ya no viven así, tampoco
luchan así. Ni siquiera los soldados. Años de enfrentamientos mano a
mano con espadas y cuchillos, de batallas duras e inviernos más duros, de
estrés constante y un gran grupo de salvajes que te seguían solo porque
eres el más salvaje de todos… deja una marca.
—Así que Uter no era atractivo.
Rosier se echó a reír.
—¡Sí, de la misma manera que un esqueleto es esbelto! Era uno de
los hombres más feos que he visto, incluso después de todos estos años.
Lo que no les importaba a sus hombres, por supuesto, quienes apenas
eran los caballeros cortesanos que salen en los libros de cuentos. Las
damas locales se alegraban si lavaban la suciedad una vez al mes y
recordaban escupir en las esquinas. Pero Uter no quería una dama local
¿cierto?
168 —¿Cierto?
—¡Bueno, por supuesto que no! O no tendríamos una historia
¿verdad?
—No lo sé. Eres el que está contándola.
—Estoy intentando hacerlo —dijo intencionadamente.
Me callo.
—Por supuesto, había muchas chicas que lo habrían aceptado con
cicatrices, dientes, verrugas y todo eso —dijo Rosier—. Y se considerarían
afortunadas con el trato. Era rico y poderoso, según los estándares de la
época. Lo que se resumía a que probablemente no serían violadas por uno
de los invasores germánicos si se casaban con él, y podían tener más de
un vestido para ponerse. Pero Uter no quería a una de esas chicas. Podía
tener, en circunstancias diferentes, la forma en que querrías una
hamburguesa si nunca has comido un filete…
—Gracias por comparar a las mujeres con carnes. Supongo que te
refieres a que conoció a alguien más.
—No alguien, una Fey. Igraine, hija de Nimue, reina de lo que
ustedes los humanos llaman Fey Verdes y las leyendas llaman La Dama
del Lago.
—¿Qué? Espera.
Rosier asintió.
—Eso es lo que yo dije. Espera. Discutamos esto. Pero no, Uter no
quería discutir nada. Uter quería a la esposa de Gorlois, príncipe de
Cornualles… o eso se llamaba a sí mismo. Todos eran príncipes o reyes en
aquellos días, ¿y quién les iba a decir que no? Roma se había ido y Gran
Bretaña estaba en juego, y el ganador se lo llevaba todo, con el ganador
siendo posiblemente los sajones hasta que los británicos locales
consiguieron ayuda. Pero no de Roma. Habían escrito diciéndoles a sus
viejos maestros que estaban siendo invadidos, y Roma les había
respondido diciéndoles que se unieran al club. Roma estaba lidiando con
Atila en ese momento, sí, ese Atila, y no podían ayudar, de modo que los
británicos recurrieron a alguien que sí podía.
—Los Fey.
Asintió.
—Los Verdes, para ser precisos, quienes estuvieron más que felices
de ayudar a cambio de algunas de esas mujeres británicas tolerantes de
169 las que estábamos hablando. Siempre tuvieron un problema con su
población, todos los Fey, pero eso iba al doble para los Verdes viviendo tan
cerca de los Negros y estando en guerra con ellos la mitad del tiempo. Las
personas mueren en las guerras y tienen que ser reemplazadas, y las
mujeres humanas son excelentes… compañeras.
—Hablado como un verdadero íncubo. Quieres decir que fueron
esclavizadas en una tierra extraña.
—Hablado como una verdadera mujer moderna, que no ha tenido
que lidiar con vivir en una zona de guerra perpetua. Lo que tú consideras
esclavitud, muchas de ellas lo vieron como un escape: del hambre, la
violencia, la enfermedad, la muerte… en cualquier caso, no era tan
extraño. Las personas iban y venían mucho más libremente, viviendo a
ambos lados de la barrera. Como la bellísima Igraine.
—¿Bellísima?
—Oh, sí. —Rosier se recostó contra el árbol, sus ojos volviéndose
distantes con el recuerdo—. Su cabello de un río de ébano, su piel como el
alabastro, unos ojos tan azules como un día de invierno… y el doble de
frío. Heredó el aspecto de su madre, pero poco de su magia y, por lo tanto,
decidió vivir en la Tierra. Sí, devastada por la guerra, la enfermedad y lo
que sea. —Agitó una mano—. Increíble lo que la gente hace cuando se
enamora.
—Enamorada. Quieres decir… ¿de Uter?
Se echó a reír.
—¡No, no de Uter! ¡Con su príncipe de Cornualles! O eso le gustaba
que todos crean.
—Entonces ¿por qué me cuentas todo esto sobre Uter?
—Estoy llegando.
—Oh, Dios.
—Uter no era un hombre que dejaba que una pequeña cosa como un
matrimonio feliz se interpusiera en su camino. No cuando la dama en
cuestión no solo era hermosa, sino que estaba muy bien conectada. Uter
estaba intentando unir a los británicos para luchar contra los invasores,
pero los príncipes mezquinos como Cornwall le estaban causando un
sinfín de problemas. No veían ninguna razón por la que él debía liderar la
batalla en lugar de uno de ellos, a pesar del hecho de que él podía
aplastarlos a todos si lo deseaba. Pero no podía aplastarlos a ellos y
también a los sajones, así que algo tenía que cambiar.
170 —Y ese algo fue Gorlois.
Rosier asintió nuevamente.
—Era el líder. Matarlo, casarse con su esposa para mantener la
alianza con los Fey, unir los “reinos” y derrotar a los invasores. Ese era el
plan.
—Y terminar como rey en el proceso.
—Bueno ¿por qué no debería? Podría haber sido un horrible grosero
desagradable, pero era un horrible grosero desagradable inteligente, y
jodidamente bueno en el campo de batalla. Sabía cómo concentrarse en lo
que era importante, y cómo mantener a salvo a su gente.
—Parece que te agradaba.
—Sí. En cualquier caso, lo suficiente como para ayudarlo.
—Ayudarlo… ¿cómo?
Rosier se encogió de hombros.
—Gorlois no era el problema, en realidad no. Tuvo delirios de
grandeza después de su matrimonio, y no veía ninguna razón por la que
debía inclinarse ante un hombre salvaje de Gales. Pero no podía
respaldarlo donde contaba; no podía derrotar a Uter en batalla, lo que
normalmente habría hecho que lidiar con él fuera bastante fácil.
—Excepto por su esposa.
—Sí. Igraine era el problema. Puede o no haber amado realmente a
Gorlois; nunca estuve seguro. Pero definitivamente amaba lo fácil que era
manipularlo. Y, por lo tanto, cuán fácil fue establecer términos ventajosos
para los Fey pero no tanto para los británicos. Gorlois básicamente hizo
cualquier cosa que ella quisiera, e insistió lo mismo a todos los demás en
términos igualmente duros o él tomaría sus juguetes y se iría a casa, y
ellos podrían luchar contra los malditos sajones por su cuenta. Sí, a ella le
gustó mucho su matrimonio.
—Pero Uter no.
—No, Uter no. Así que hizo la guerra a Gorlois, y cuando el hombre
envió a su esposa a Tintagel en la costa, para su seguridad, Uter pidió un
favor…
—Espera. Espera. Sé esto. —Un recuerdo medio olvidado se agitó en
mi cabeza, algo que había escuchado una vez, o tal vez leído. Algo lo
171 suficientemente impactante como para ser recordado…
Me levanté abruptamente.
—¡Ese fuiste tú! Lo ayudaste…
—Lo dije ¿no?
—Lo ayudaste a escabullirse en el castillo…
—Entonces no era un castillo, y no nos escabullimos. No había
razón para escabullirse.
—… ¡y pretender ser Gorlois!
—Emrys obtuvo su habilidad para la ilusión de mí —coincidió
Rosier.
—Lo ayudaste… lo ayudaste… a violar a Igraine.
Y a pesar de todo, a pesar del estatus de señor demonio de Rosier,
todavía estaba sorprendida. Y horrorizada.
Y debe haber sonado así en mi voz, porque me frunció el ceño.
—Sí, todo es tan simple ¿no? Tan rotunda cuando no estás luchando
por tu vida todos los días, y la vida de tu gente…
—¡Uter no estaba luchando por su vida! Estaba luchando por una
posición mejor…
—¡Estaba luchando por su vida!
Rosier intentó ponerse de pie, pero todavía estaba en proceso. Así
que terminó en su trasero deformado en el barro, fulminándome con la
mirada. Podría haber sido divertido en otro momento, pero ahora mismo
estaba luchando para no golpearlo.
—¿Crees que a los Fey les importaba un carajo los humanos que
custodiaban? —preguntó—. Hacían el mínimo absoluto con lo que
pudieran salirse con la suya; lo suficiente como para mantener las
fronteras, pero no para expulsar a los invasores, lo que habría eliminado la
razón de su ayuda ¿no? Estaban perfectamente contentos de tener al país
en un estado de guerra interminable, pero Uter… podría haber sido un
hombre de guerra, pero quería la paz, la deseaba, mucho más de lo que
nunca quiso esa fría…
—No lo digas. No te atrevas a decirlo…
—… y perra Fey desalmada quien dudo que alguna vez haya amado
172 a alguien. No aprobó lo que él estaba haciendo…
—¡Estoy segura! ¡Un íncubo lo desaprueba!
—¡Y lo dices con tanto desdén! Sin saber nada de nosotros…
—¡Sé lo suficiente!
—¡No sabes nada! ¡Mi gente no viola!
—No, solo usan trucos, como poderes de íncubo…
—Para reforzar, no para superar o abrumar. ¡Nos enorgullecemos de
nuestro ingenio, nuestra belleza, nuestro maldito encanto! ¡No
necesitamos trucos!
—Aun así, ayudaste a Uter.
Por primera vez, Rosier pareció un poco incómodo, pero su voz fue
desafiante.
—Parecía la única forma. La batalla se estaba librando esa noche, y
Uter había ordenado a sus hombres que eliminaran a Gorlois,
independientemente del costo. Sabía que los partidarios del príncipe se
separarían y huirían tan pronto como supieran que su líder estaba
muerto. Pero eso significaba que tenía que llegar a Igraine esa noche, antes
de que ella también lo escuchara. De lo contrario, podría escapar y casarse
con otro tipo fácil de manipular, y Uter estaría de vuelta donde comenzó.
Vino a mí y me rogó ayuda.
—Y se la diste.
Rosier me miró con enojo.
—Si no lo hubiera hecho, muchas más mujeres habrían sufrido el
mismo destino que Igraine. No hay blanco o negro, niña, no en esta
historia. ¡Deja de buscarlo!
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que desde el matrimonio de Gorlois, los Fey habían
estado exigiendo más y más tributos por su ayuda. La antigua cuota había
sido relativamente fácil de llenar; como dije, siempre hubo quienes vieron a
Faerie como un escape de la violencia, la necesidad y la incertidumbre.
Podrían ser esclavos, pero serían esclavos con vientres llenos quienes
dormían a salvo, y para muchos en esos días, eso parecía un paraíso. Pero
después…
—¿Después?
173 —Empeoró cada año. Cuando estalló la guerra, las madres estaban
escondiendo a las niñas, jurando que habían nacido muertas. Los
secuestros fueron desenfrenados, y las niñas fueron obligadas a moverse
bajo vigilancia armada. Las batallas estallaron constantemente entre los
clanes vecinos, solo para tomar prisioneros que podrían ser entregados a
los Fey en lugar del suministro cada vez menor de chicas locales…
—Dios.
Asintió.
—Y la gente comenzaba a preguntarse por qué debían luchar por
Uter cuando los sajones al menos les permitían quedarse con algunas de
sus mujeres. Algo tenía que cambiar.
—Pero… pero ¿por qué los Fey necesitaban tantas mujeres?
—Afirmaban que era por su guerra fronteriza con los Negros, pero
sospecho que la tensión con los Svarestri era más preocupante. Y luego
estaba el comercio lucrativo que sus esclavistas habían establecido con los
Fey Azules, quienes podrían afirmar en nuestros días que no estuvieron
involucrados, pero que compraron muchos esclavos humanos fértiles en el
pasado.
—Pero tenían que saber que no podían seguir así para siempre —
protesté—. ¡Tarde o temprano, terminarían siendo más humanos que Fey!
Rosier sacudió la cabeza.
—La práctica común era tener una esposa de pura herencia Fey
para tener a tus verdaderos hijos, aquellos que debían llevar tu apellido y
linaje. Y concubinas humanas para tener a tus mestizos, tantos como
pudieras. Los más fuertes, los que heredaron gran parte de la magia de su
padre, fueron mantenidos en Faerie, donde fueron utilizados como
guardias fronterizos y carne de cañón en las guerras. Sus vidas tendieron
a ser brutales y cortas, aunque hubo excepciones. Por ejemplo, Igraine.
—Pero ella fue a la Tierra.
—Sí, como la emisaria de su madre. Dirigir la trata de esclavos era
su forma de demostrar su valor. Supongo que había algún tipo de acuerdo:
gestiona a los seres humanos de manera efectiva, y cuando muera Gorlois,
vuelve a tomar tu lugar a mi lado… —se encogió de hombros.
—¿Y lo hizo?
—No. Dudo que Nimue haya planeado darle ninguna maldita cosa a
su hija medio humana; establecía demasiados precedentes. Pero al final no
importó. Igraine había heredado la belleza de su madre, pero no su
174 esperanza de vida. Murió un año antes de los setenta.
—¿Y el resto? —pregunté—. ¿Los niños que no heredaron la magia?
Rosier levantó una ceja.
—¿De dónde crees que provienen los mitos de los Cambiantes? No
fue mucho como sustituir a un niño Fey por un humano, sino más bien
arrojar a los rechazados de vuelta a la Tierra, para vivir sus vidas lo mejor
que pudieran. Al más humano de ellos probablemente le fue lo
suficientemente bien, pero al resto…
—La gente local los trató como monstruos —dije, recordando una
historia que Pritkin me había contado.
Asintió.
—Y al hacerlo, proporcionó otro dolor de cabeza a Uter, quien estaba
siendo presionado constantemente para que detuviera la afluencia de estas
“monstruosidades”, algunas de las cuales arremetieron contra sus
perseguidores de manera mortal.
—¿Puedes culparlos?
—Tal vez no. Pero no siempre fueron selectivos en cuanto a quién
mataban. En resumen, todo el asunto fue un desastre gigante, y mientras
Gorlois permaneciera en el poder, no era probable que cambiara. Por lo
tanto, Uter lo desafió por su trono, un juicio por combate individual. Lo
desafió abiertamente, sabiendo que era demasiado orgulloso como para
echarse para atrás en público. Pero no como para salir de la fortaleza la
noche antes del duelo, y cuando Uter lo persiguió, lo emboscó. Y una vez
que se hubo derramado sangre, no hubo forma de evitar la guerra.
—Y Uter no se esforzó mucho —supuse.
—Por el contrario. Una guerra civil era lo último que quería. Es por
eso que desafió al maldito hombre en primer lugar. Quería las fuerzas de
Gorlois intactas, para ayudarlo a enfrentarse a los sajones. Cada muerte
en esa guerra fue una pérdida para él, incluso aquellas del otro bando, y
estaba desesperado por interrumpir la lucha antes de destruir su propio
ejército.
—Así que lo ayudaste a encontrar una solución.
—Igraine era la clave de la alianza Fey. Sin ella, el tratado tendría
que ser renegociado, probablemente en términos peores que antes. Miles
sufrirían. Pero una vez que se casó con Uter, bueno, él no era Gorlois. Y no
era fácil de manipular.

175 —Pero ¿por qué se casaría con su violador?


Rosier se encogió de hombros.
—Para evitar el deshonor. Para mantener la alianza que fue tan útil
para su gente como lo era para Uter. Y para hacer de su vida un infierno,
lo cual, debo agregar, lo hizo estupendamente.
Bien, pensé. Y luego pensé tal vez. Y luego decidí que no sabía qué
pensar.
Igraine era una víctima, pero también había sido una opresora,
dirigiendo un comercio que había destruido miles de vidas. Pero Uter
tampoco había sido muy inocente. Lo habían puesto en una posición
terrible, pero también había hecho algo terrible.
Estaba empezando a pensar que Rosier tenía razón. Las historias lo
simplificaban: aquí estaban los buenos, aquí estaban los malos. Apoya a
este grupo, odia a ese. Pero la verdad… era mucho más complicada.
—¿Y qué sacaste de todo esto? —pregunté. Porque conocía a Rosier.
Podría haber simpatizado genuinamente con Uter, pero no había forma de
que no encontrara también una manera de beneficiarse.
Ni siquiera intentó negarlo.
—Anhelaba la paz y la estabilidad en mis tierras tanto como Uter en
las suyas, pero era imposible por mi cuenta. Gasté el poder tan pronto
como lo recibí, defendiendo a mi gente, manteniendo a los nobles en línea,
discutiendo con el maldito consejo supremo… mil cosas. Mi padre no tuvo
tales preocupaciones, porque éramos dos, trabajando juntos para
acumular poder y mantener a la familia fuerte. Con otro íncubo de la línea
real, podía hacer lo mismo. En lugar de una casa constantemente al borde
de la desintegración, podíamos ser poderosos nuevamente, respetados,
incluso temidos. Le dije a Uter que podíamos ayudarnos mutuamente…
—¿Cómo? —interrumpí, porque Rosier podía hablar sobre su tema
favorito durante horas.
—Mis intentos de tener un hijo entre los míos habían sido inútiles.
Nuestra tasa de natalidad es tan baja que podría haber tomado milenios
engendrar un hijo… si alguna vez lo hiciera. Vine a la Tierra buscando una
madre humana, porque su fertilidad es legendaria. Pero mis hijos eran
demasiado fuertes; abrumaron a las mujeres antes de que pudieran dar a
luz. Así que probé con los Fey, esperando que su fuerza sirviera. ¡Pero
maldita sea, nunca quedan embarazadas! Al final, me di cuenta que un
cruce entre las dos, en parte humana para ayudar con la fertilidad y en
176 parte Fey para la resistencia, podría ser la combinación perfecta…
—Así que viniste hasta aquí buscando una yegua de cría.
—Y encontré una. Encontré la perfecta.
Estreché mis ojos.
—¿Igraine?
—¡No, no Igraine! ¿Al menos lees?
—Entonces ¿quién?
—¿Quién dicen todas las leyendas que fue el gran amor de Merlín?
—¿Merlín? Pero no eres… espera. Espera. Merlín ayudó a Uter en el
castillo de Tintagel. Merlín fue quien arrojó esa ilusión. Todas las historias
lo dicen, pero Pritkin ni siquiera había nacido entonces…
—No, pero Myrddin era el nombre que usaba en ese momento, que
luego fue latinizado a…
—¡Es por eso que todas las leyendas dicen que envejeció hacia atrás!
—Lo miré—. ¡Hubo dos de ustedes!
—Bueno, por supuesto que sí. —Rosier sonó como si eso hubiese
sido obvio—. Las historias se confundieron porque le puse mi nombre.
Estaba demasiado enojado con su madre en ese momento para usar el
nombre que ella eligió, y…
—Y se parecen —dije a medida que las cosas finalmente encajaban.
—Heredó su buena apariencia de mí —acordó Rosier con aire de
suficiencia—. Aunque lo estaba ocultando de alguna manera en ese
momento, para parecer menos un rival lujurioso y más como un valioso
consejero…
—¿Rival para quién? Rosier ¿a quién demonios te prometió Uter?
Me miró sardónicamente.
—¿Quién crees? ¿Quién en las leyendas Artúricas es la única
persona a la que se le llame le fey?

177
—¿Morgana?
—La hija de Igraine con Gorlois —coincidió Rosier—. Tuvieron tres,
pero ella fue la única en heredar las habilidades de su madre, de ahí el
apelativo.
—Pero… ¿Morgana?
—De hecho, Morgaine. Su nombre también fue latinizado en los
últimos…
—Pero era… ¡era una especie de hechicera malvada! ¿O las leyendas
también se equivocaron?
—No, allí fueron muy acertados.

178 —Pero tú… pero ella… y Pritkin…


—Considerando quién es tu madre, no creo que tirar piedras…
—¿Morgana?
—Deja de decirlo así. Tenía sentido en ese momento.
—¿Cómo? ¿Cómo diablos casarse con una malvada hechicera Fey…?
—Un cuarto de Fey. Y en realidad nunca llegamos al matrimonio…
—No quiero escuchar esto.
—Era encantadora, como su madre —dijo, ignorándome—. Solo que,
menos fría, menos distante. Al menos con todos los demás. No parecía que
me quisiera demasiado…
—¡Imagínate!
—Lo cual fue un problema, ya que yo no era Uter, y no la violé…
—Por supuesto que no.
—Si lo hubiera hecho ¿por qué dedicar todo ese tiempo a conocerla?
—preguntó—. ¿Por qué enseñarle magia?
—¿Le enseñaste?
—¿Quién más? La genética es algo extraño, y ella terminó siendo un
poco más poderosa que su madre. Naturalmente, la hizo sentir curiosidad
por sus otras relaciones, y su magia, pero Igraine nunca permitiría que le
enseñaran. Temiendo que su hija se fuera corriendo a Faerie si tenía la
habilidad, y la quería en la tierra.
—Pero Morgaine tenía otras ideas.
Asintió.
—Así fue como al final me la gané. Acepté enseñarle magia como
técnica de seducción. Funcionó… por decirlo de una forma.
—¿En qué forma? Funciona o no funciona.
—Ah, la juventud. No. Funciona o te aprisiona en un árbol usando
uno de tus propios hechizos, y luego se va a explorar Faerie.
Afortunadamente, para entonces ya estaba embarazada de Emrys y, una
vez que se dio cuenta de esto, regresó para dar a luz en la Tierra y
entregarme el niño.
—¡Y lo dejaste con un par de guardianes que pensaron que era una
especie de monstruo!
179
—¿Quién te dijo…? Oh, no importa. —Rosier frunció el ceño—.
Bueno ¿qué esperabas que hiciera? No podía llevarlo de vuelta conmigo
¿verdad? ¿Y si no hubiera recibido mi poder? ¿Cómo habría encajado en la
Tierra después de crecer en los reinos demoníacos? No es que habría
crecido allí. Esa maldita Corte… lo atacaron cuando finalmente lo llevé
conmigo ¿lo sabías? Casi lo mataron, y fue después de ser un adulto capaz
de defenderse. ¿Te imaginas lo que le habrían hecho a un niño?
—Así que lo dejaste en la Tierra.
—Parecía la mejor manera. Lo dejé con la familia de un granjero por
un tiempo, luego arreglé para que se fuera con Taliesin cuando fue mayor
para conseguir un poco de experiencia. El pequeño bardo era en parte Fey.
—Rosier se tocó el costado de la cabeza—. Pero un buen tipo en general.
Deambulaba por todas partes. Pensé que ayudaría con la transición a mi
reino si Emrys veía más que una pocilga en este.
—¿Arreglaste? Entonces no lo visitaste. —No era una pregunta. El
Pritkin de este período de tiempo y yo habíamos tenido una conversación
sobre su infancia recientemente, y nunca había mencionado a su padre.
Nunca lo había mencionado.
—Parecía la mejor manera —repitió Rosier.
—¿Por qué? —Pude sentir mi cara ruborizarse—. ¿Porque si él no
entendía tus habilidades, te sería inútil? Y lo abandonarías, como todos
esos padres Fey hicieron con sus hijos indeseados…
—¡No seas absurda! Habría provisto para él…
—Físicamente. Pero él nunca habría sabido quién era, qué era…
Rosier pareció confundido.
—Si él no heredaba mi poder, ¿qué habría sido?
—¡Tu hijo!
Maldición, justo cuando comencé a pensar que Rosier podría tener
algunas cualidades redentoras, sacó algo como esto. Y no estaba
mintiendo; estaba en toda su cara. Habría dejado a un niño sin poder en la
Tierra, solo, sin explicación de su existencia o contacto adicional. ¡Lo
habría descartado y habría pasado al siguiente experimento, y Dios sabía
que Pritkin podría haber estado mejor si lo hubiera hecho!
Pero sabía lo que era crecer preguntándose cosas. Buscando pistas
sobre quién eras y de dónde vienes. Siempre preguntándose: ¿cómo
180 habrían sido? ¿Te habrían amado en absoluto? Si ellos…
¡Maldición!
—¿Siquiera lo llevaste a ver su tumba? —pregunté, después de un
momento.
—¿De quién?
—De Morgana. De Morgaine.
—¿Qué?
—La tumba de su madre. Cuando volviste a reclamarlo ¿tú…? —me
interrumpo. Porque Rosier de repente estaba mirando en… blanco.
Extremadamente en blanco. El tipo de mirada en blanco utilizada por los
jugadores de cartas en Las Vegas y los vampiros reservados, lo cual era un
poco extraño en la cara de alguien cuya moneda de intercambio son las
emociones.
—No lo hiciste ¿verdad?
—No pude.
—¿Por qué no?
—Su tumba no está en la Tierra.
—Entonces ¿dónde está?
—Supongo que está en Faerie.
—¿Supones? ¿No la enterraste?
Rosier encontró una expresión. Estaba malhumorado.
—No.
—¿Quién lo hizo?
—No tengo idea.
—¿No tienes idea? Te dio a este maravilloso regalo, el hijo que
habías estado esperando durante siglos, y cuando murió, tú ni siquiera…
Me interrumpo.
—Ella… murió… ¿verdad? —pregunté lentamente.
—Por supuesto.
—¿Viste el cuerpo?

181 —No… exactamente.


—¿Qué quieres decir con no exactamente? Le dijiste a Pritkin que su
madre estaba muerta.
—Lo está.
—¿Cómo sabes eso si no la viste?
—Me dijeron que casi seguro que…
—¿Te dijeron? ¿Quién?
—Nimue, si debes saberlo. Apareció con toda una tropa de Fey. Ni
siquiera me dejaron hablar con ella. Dijeron que tenían que apresurarse
para que muera en Faerie, donde su espíritu podría ser absorbido y
renacer… o lo que sea que haga su religión extraña, no lo sé.
—No, no lo sabes —dije, calladamente furiosa—. Pero le dijiste que
estaba muerta.
—Porque lo está.
—¡Porque lo querías a él contigo! ¡Le hiciste pensar que no había
nada para él en Faerie!
—¡No lo hay!
—Su madre…
—Está muerta. Y si no lo está, nunca volvió para ver a su querido
niño ¿verdad? —preguntó Rosier con rencor—. Está mejor sin…
—¡Eso no lo decides tú! No veo…
Nada, porque todo se oscurece abruptamente.
—¡La tengo! —dijo una voz extraña, justo cuando unos fuertes
brazos me rodearon por detrás. Miré alrededor, procesando el hecho de
que alguien acababa de dejar caer una bolsa sobre mi cabeza.
—Y mira lo que yo tengo —dijo otra voz, riendo—. Oh, caray, sí.
Estamos a punto de recibir un buen pago.
—Espera. Primero echémosle a ella un vistazo. —La bolsa, o lo que
sea que fuera, se levantó bruscamente, y un Fey sonriente me miró. Un ojo
azul y otro negro examinaron mi rostro por un momento, y la sonrisa se
amplió—. Oh, sí, servirá. Servirá bastante bien. —Miró a su compañero—.
Te dije que olí algo.
Y luego el mundo se desvaneció.
182

Desperté con la cadencia de las largas zancadas de un hombre, un


fuerte dolor en mi estómago presionado contra el hombro de alguien, y la
luz de una antorcha parpadeante vista a través de algo como lana. Y el
inquietante retumbar sordo de lo que le tomó a mi cerebro un momento
reconocer las pisadas del ejército que había visto antes. Aquel que sonaba
como si ahora estuviera a nuestro alrededor.
—¿Qué es esto? —preguntó alguien, y mi viaje se detuvo
abruptamente.
—Fugitivos. Del ataque anterior.
Levantaron la bolsa, y se asomó otro Fey. Un soldado, a juzgar por el
casco, y por la falta de emoción en el rostro fríamente hermoso. Al menos
lo que pude ver antes de que empujaran una antorcha hacia mis ojos.
Pero supongo que no parecía una gran amenaza, porque la
evaluación no tardó mucho.
—De acuerdo. Deja que este pase.
Comenzamos a movernos nuevamente, pero el Fey se había olvidado
de poner la bolsa sobre mis ojos, dándome una buena vista de un montón
de caras igualmente impasibles en una formación estrecha, cerrándonos el
paso atrás. Y lo que parecía ser una especie de punto de control,
compuesto de árboles talados apresuradamente, que acabábamos de
atravesar. Y de mi captor, quien me dejó a cierta distancia, para
descansar.
Me dio mi primer buen vistazo, y resultó siendo todo un espectáculo.
El cabello bifurcado, oscuro como el ébano por un lado y plateado brillante
por el otro, caía alrededor de una cara con un notable cambio de
pigmentación justo en el medio: medio moreno y medio pálido como la
leche. Se ajustaba a los ojos disparejos, dejándolo ver como si dos
personas hubieran sido cosidas entre sí para formar una. Y los dos me
miraban molestos.
—¡Eres más pesada de lo que pareces!
—Entonces no lo hagas… no me cargues —jadeé—. Puedo caminar…
—¿Y salir corriendo a la línea de árboles en la primera oportunidad?
No.
183
—Lo prometo… no haré eso…
—Sin mencionar que si te dejo caminar por mucho tiempo, serás el
premio de cualquiera. —Miró a las tropas circundantes con recelo, luego
me buscó de nuevo.
Le tendí una mano.
—Espera.
—La mercancía no habla —me informó—. Mucho menos da órdenes.
—¡No soy una mercancía!
—Una palabra más y te pongo a dormir.
—Pero…
—Y esa es la palabra.
Desperté por segunda vez ante el ruido… mucho. La bolsa estaba
sobre mi cara otra vez, pero mis manos estaban atadas frente a mí,
permitiéndome levantarla. Desde mi punto de vista, vi principalmente el
trasero del Fey, el cual estaba lleno de músculos y mejor proporcionado de
lo que esperaba para uno de ellos. Y el carro de un vendedor ambulante
detrás de nosotros, cargado de ollas, sartenes y cadenas oscilantes,
responsables en parte del ajetreo.
El resto proviniendo de una multitud de personas corriendo a lo
largo del camino o acampando a un lado.
Los perros ladraban, las cabras balaban, un grupo de hombres se
agrupaba alrededor de una fogata, cantando una canción mientras bebían,
y una multitud de Fey y humanos gritaban apuestas alrededor de un ring
improvisado. Donde dos Fey de cabello negro estaban luchando, sin
camisas, sus cuerpos cubiertos solo con taparrabos fangosos.
Al menos lo estuvieron hasta que se acercaron demasiado a un
grupo de mujeres estridentes, quienes parecían haber bebido demasiado. Y
quienes le arrebataron la cubierta del trasero a un pobre hombre, riendo a
carcajadas mientras el Fey miraba a su alrededor confundido, sus dos
184 lunas pálidas brillando a la luz del fuego. Por un segundo… hasta que su
oponente aprovechó la oportunidad para arrojarlo al barro.
—¡Trampa! ¿Cómo llamas a eso? ¡Es trampa! —comenzó a gritar un
hombre mientras la multitud reía, se burlaba y arrojaba dinero al
vencedor, quien comenzó a desfilar con los brazos en alto, como un
boxeador que acababa de ganar un combate.
Al menos, lo hizo hasta que su oponente saltó y lo golpeó en la cara.
Y luego se abalanzó sobre la mujer que le había costado el encuentro, y
quien se apresuró a correr, todavía riendo. Y se alejó corriendo, con
taparrabos robado en alto sobre su cabeza y ondeándolo como una
pancarta.
Solo me quedé mirando.
Los Fey de Luz que había encontrado hasta ahora habían sido…
diferentes. Violentos y mortales, pero a diferencia de todas las demás
personas que intentaban matarme, no habían parecido preocuparse
demasiado por eso. Como en, un Vulcano habría mostrado más emoción,
un robot más personalidad.
Por supuesto, mi experiencia había sido breve, y estaba compuesta
más que nada por soldados disciplinados, lo que suponía que no eran
estos. De hecho, ni siquiera estaba segura que fueran Fey, no del todo. Y
eso también aplicaba a la mayoría de los espectadores.
Caminamos entre la multitud alrededor del ring mientras miraba las
orejas ligeramente puntiagudas en las cabezas humanas, en un niño
pelirrojo con hoyuelos y pecas y ojos plateados brillantes, en una Fey
perfectamente formada pero de altura humana, y en una niña de cara
dulce con dientes afilados, más puntiagudos que los colmillos de un
vampiro, y una boca que era azul medianoche por dentro. Los únicos que
parecían ser de raza pura eran algunos de los comerciantes, que parecían
humanos, y los guardias dispersos por aquí y allá, con una armadura de
peltre opaca, que parecían ser Fey. Pero el resto estaban claramente
mezclados.
Como el tipo alzándose frente a mí donde me dejaron caer un
momento después, cerca de una gran carpa en medio del campamento.
Estaba vestido con una túnica de terciopelo marrón y leggins, y
estaba sentado en una pequeña mesa, escribiendo con un lápiz en una
tabla. Lo que era más impresionante de lo que parece, teniendo en cuenta
que sus manos estaban aún más palmeadas que las de Rosier.
185 Alzó la vista.
—¿Qué es esto?
—El pago.
La gran cara florida del hombre se puso un poco más roja.
—¿Pierdes diez esclavas y me traes una a cambio?
—Ah, pero esta es especial.
—¡Eso es lo que siempre dices!
—Pero esta vez, es verdad. —Mi captor arrojó mi mochila al suelo,
derramando a Rosier en la tierra. El comerciante no pareció impresionado.
—En nombre de Odin ¿qué es eso?
—Él es mío. —Agarré a Rosier, empujándolo hacia mí. Estaba
resbaladizo y fangoso, y ahora también cubierto de paja, y el corazón
visible entre sus costillas semitransparentes casi se le salía del pecho. No
estaba segura de por qué, tal vez la adrenalina, o tal vez morir nuevamente
cuando aún no se había formado completamente era algo muy malo.
No parecía estar a favor, especialmente cuando el comerciante sacó
un cuchillo.
—Es mío —repetí—. ¡Lo necesito!
—¿Por qué? —El hombre parecía asqueado, lo cual era bastante
exquisito para un tipo con branquias en el cuello.
—Es su familiar —dijo mi captor, haciendo que tanto yo como el
comerciante lo miráramos sorprendidos.
—¿Su qué?
El Fey sonrió, balanceándose sobre los talones.
—Es una bruja.
El comerciante frunció el ceño.
—Ya tengo muchas de esas.
—Pero las brujas valen más…
—¡Y las mujeres humanas son menos problemáticas! Escapa antes
de que llegue mi comprador, y no me pagan nada ¿verdad?
—Pero mañana estará aquí. Y para señalar lo obvio: cara bonita,
cabello rubio, magia. —El Fey se frotó los dedos—. Monedas.
186
El comerciante no pareció convencido.
—Y grandes tetas —agregó el Fey, levantando mi camiseta. Y
luciendo presumido, como si acabara de conseguir la venta.
El comerciante miró agriamente mi sujetador deportivo, que tendía a
aplastar un poco a las chicas.
Los ojos del Fey lo siguieron, y frunció el ceño, como si hubiera
esperado algo diferente.
—Sea como sea, al menos vale la pena… seis de las que perdí.
—Seis de las que dejaste que esas perras robaran, quieres decir, y ni
lo sueñes. Dos.
—Cinco. Ninguna de las otras era mágica…
—Por lo que puedo decir ¡ella tampoco!
—¿Cómo llamas a esa cosa? —preguntó el Fey señalando a Rosier.
—No sé cómo llamas a esa cosa, pero no trato con eso. ¡Trato con
mujeres, y no es una!
—Entonces, cuatro. Mi oferta final, o voy a otro lado. Incluso podría
intentar venderla yo mismo….
—Buena suerte con eso. Esta noche hay tanta sobreoferta que no te
pagarán ni la mitad del precio de las tres que te daré…
—Entonces es verdad. La mitad de los esclavos en Gran Bretaña
están aquí esta noche.
—Sí, órdenes de Lady. Los quería a todos en un solo lugar.
—¿Por qué?
—¿Por qué no vas a preguntarle? —dijo el comerciante, exasperado—
. Ahora ¿tenemos un trato o no?
El Fey suspiró.
—Serán tres. —Se inclinó para cortar mis ataduras—. No te
preocupes, preciosa. Vas a un lugar mejor.
—¿Eso es lo que le dices a todas las que esclavizas? —pregunté con
amargura.
187 Solo las especiales, articuló, de espaldas al comerciante, lo que me
hizo mirar esa cara única en confusión.
Que solo aumentó cuando de repente se transformó, las facciones
deslizándose de la perfección aguileña a otra cosa. Algo con una boca
demasiado estrecha, una nariz demasiado grande y un par de penetrantes
ojos verdes. Un par muy familiar.
—No. Pero en tu caso, probablemente sea cierto —me dijo el Fey que
no era un Fey—. Eres justo lo que prefieren los nobles, aunque nunca lo
admitirían. Pasarás el resto de tu vida comiendo dulces y teniendo bebés
gordos para tu amo. Estarás bien.
Solo mantente alejada de los problemas, me dijo en silencio mientras
lo miraba boquiabierta. Y trataba de procesar el hecho de que Pritkin
acababa de venderme como esclava sexual a los Fey.
Y luego se fue.
—M
uy bien, ¡muévanse! Estamos limpiando esta
área, todos ustedes, ¡prepárense para moverse!
Saqué la cabeza por la solapa de la tienda
unos minutos más tarde, a tiempo para ver al comerciante enfrentarse a
varios Fey de cabello oscuro a caballo.
—¿Qué es esto? —preguntó.
El jinete más cercano miró hacia abajo a la figura rotunda con
molestia.
—¿Qué acabo de decir? ¡Muévanse!
—Pero tengo un permiso especial…

188 —Ya no. Órdenes nuevas, todos los partidarios del campamento
deben retirarse a la fortaleza.
—¡Pero no soy un maldito sirviente! Soy…
—No importa lo que seas. Si no vas a luchar, no vas a quedarte.
¡Ahora muévete!
Hubo un repentino aumento en la actividad en el camino mientras la
gente se apresuraba a obedecer, arrojando sillas de montar en burros y
cestas en carretas, y apagando fogatas con facilidad. A excepción del
comerciante, que seguía sacudiendo la cabeza.
—No lo entiendes. Tengo un comprador, un comprador muy
importante, que viene mañana…
—¡Entonces puede verte en la fortaleza! —El soldado estaba
empezando a parecer molesto.
—¡No voy a poner mis mercancías en ese pozo negro! No puedes
esperar…
El comerciante se encontró de repente en el aire, cuando el Fey se
agachó y lo levantó, tan fácilmente como podría ser con un gatito.
—¡Espero que sigas órdenes, hundr, o podrías terminar en el bloque
de subastas, en lugar de tu carga!
Abrió un puño enguantado, y la fina ropa del comerciante terminó
en el barro.
Y diez minutos después, Rosier y yo estábamos en una carreta, con
lo que parecía una jaula construida en la parte trasera de la misma,
sacudiéndonos a lo largo de un camino destrozado.
No estábamos solos. Había una docena de mujeres hacinadas con
nosotros, las cuales se veían tan congeladas y miserables como yo. Mi ropa
había sido reemplazada por una túnica áspera de lino con una soga en el
cuello: ropa de esclava, a juzgar por el hecho de que todas las demás
vestían igual. Era delgada y sin espalda hasta la cintura, y estaba
descalza, ya que también me habían quitado mis zapatos. Pero aparte de
ser robada, no me habían hecho daño.
A diferencia de Rosier. Había adquirido marcas de dientes en su
brazo y una huella de bota en su rostro, cortesía de un perro, su dueño, y
su parecido actual a un juguete para masticar. El daño era mínimo, pero
se veía un poco asustado. Lo puse detrás de mí, en un rincón de la jaula,
pero no antes de que todos lo vieran. Lo que probablemente explicaba por
qué nuestras compañeras estaban acurrucadas en el lado opuesto,
189 mirándonos con los ojos muy abiertos.
Eché un vistazo detrás de mí. Rosier se había hecho un ovillo,
parecía que él también tenía frío. Puse un pliegue de mi falda sobre él, y
levantó la vista agradecido.
Decidí que, en realidad no era tan malo, una vez que te
acostumbrabas a él.
—No es tan malo, una vez que te acostumbras a él —les dije a todas.
No pareció ayudar.
Me callé y miré a través de los barrotes al campo pasando frente a
nosotros, lo cual no me decía mucho, ya que era la misma línea de árboles
compacta que había estado viendo durante kilómetros. Solo que no lo
suficientemente cerca. Había comenzado a caer una lluvia fina, justo
cuando nos íbamos, y aunque la parte superior de la jaula estaba cubierta,
las ráfagas de viento siguieron mojándonos a los lados, haciéndome
temblar.
Maldije a Pritkin aún más fuerte. La última vez que aparecí en el
hermoso y soleado Gales, había esperado encontrarlo reparando una
túnica, preparando la cena o alguna otra cosa mundana. ¿Pero qué había
estado haciendo?
Huyendo de los Fey a los que acababa de estafar con la melodía de
un bastón invaluable. Y como se lo habían robado a otra persona, alguien
que iba a requerir una libra de carne literal si se enteraba, habían estado
realmente motivados a recuperarlo.
Apenas habíamos sobrevivido a esa pequeña escapada, y ahora ¿qué
estaba pasando? Ejércitos de Fey en el camino, Pritkin disfrazado de
esclavista, y yo… ¿qué demonios estaba haciendo conmigo? ¿Había
querido deshacerse de mí? Odiaba creerlo, pero se veía de esa manera. Tal
vez porque no había estado a favor de esa búsqueda de “robemos reliquias
Fey valiosas” que estaba llevando a cabo.
Al principio no sabía lo que era el bastón, ya que no era una experta
en armas Fey (ni tampoco en cosas divinas) y solo lo descubrí más tarde.
Entonces, por supuesto, me había dedicado a devolverlo. Y volviendo a lo
que sea que Pritkin llamaba hogar y pasando el rato hasta que el alma
maldita decidiera aparecer.
Había parecido el mejor plan, había sido el mejor plan, pero Pritkin
no lo había aprobado. Había querido saber lo que los Svarestri estaban
haciendo con el bastón, por qué lo habían estado llevando a la Corte, y si
190 representaba una amenaza para su rey. Y yo estaba interponiéndome en
su camino.
Así que, ¿me vende a un maldito esclavista?
—¿Qué? —preguntó Rosier de repente.
Miré hacia abajo.
—¿Qué pasa?
—Eso es lo que te estoy preguntando. Te ves un poco… sombría.
—¡Tu hijo acaba de venderme como esclava! ¿Cómo se supone que
debo verme?
Rosier bostezó.
—No lo hizo.
—Oh, ¿entonces me estoy imaginando esto?
—No, pero está sucediendo algo más.
—¿Y cómo lo sabes?
Se encogió de hombros.
—Emrys odia la esclavitud. No sé qué está haciendo, nunca sé qué
está haciendo, pero está planeando algo.
Sí, algo de lo que no pudo informarme. Algo de lo que no pudo
hablarme durante cinco segundos. Algo en lo que no confió lo suficiente en
mí como para… ¡maldición!
—Descansa un poco —aconsejó Rosier, mirándome—. Puede que lo
necesites más tarde.
—¡Tú descansa un poco!
—Buena idea. —Se acurrucó debajo de mis faldas y se fue a dormir.
Me sacudí en la jaula, cada vez más enojada y miserable por
minutos. Y no solo por Pritkin. Sino que ahora la lluvia caía más fuerte,
retumbando en el techo de madera y escurriendo por los lados. Y haciendo
que los huecos y zanjas en el fulano camino se llenaran de agua, de modo
que nos salpicamos cada vez que una rueda golpeaba.
No es que importara. De todos modos el viento se estaba asegurando
bastante bien que todos estuviéramos empapados. Haciéndome abrazar
mis rodillas, intentando preservar el calor corporal que me quedaba. Y
191 haciendo que la delgada túnica que llevaba puesta quedara prácticamente
transparente. Pero no fue mi indignada modestia lo que me llamó la
atención, y me hizo parpadear hacia mi pecho confundida.
Fue el collar.
Específicamente, el collar de Billy, que llevaba con tanta frecuencia
que solía olvidar que lo tenía puesto. Pero ahora era difícil de ignorar, al
emitir un charco cálido contra mi piel helada, su rubí central brillando
débilmente a través del tejido holgado. Y acurrucado pesadamente entre
mis senos como de costumbre, a pesar del hecho de que no tenía por qué
estar allí.
El comerciante me había entregado a una anciana malhumorada con
dientes negros y un aspecto hostigado. Quien me había arrastrado a una
tienda de campaña, me desnudó y arrancó todas mis cosas. Se había
llevado todo, incluyendo mis zapatillas deportivas destartaladas, mi
camiseta y pantalones cortos cubiertos de barro, incluso mi ropa interior.
Aun así, ¿me dejó esto?
Era aún más extraño cuando me di cuenta que el collar era de oro
pesado, con un rubí central que actuaba como un talismán, junto con
varios más pequeños a los lados. Y aunque indudablemente era feo como
el pecado, con volutas, adornos y objetos rococó, también valía más que
cualquier cosa que hubiera visto en todo este país. Demonios, hasta donde
sabía, podría valer más que todo el país, al menos en esta era,
considerando que la mayor parte de lo que había visto en Gales consistía
en barro y malezas.
Aun así, no lo había tomado.
Lo sujeté a través del material húmedo, preguntándome si estaba
imaginando cosas. Pero pude sentir el peso en la palma de mi mano y la
presencia de Billy en su interior, tal como lo había hecho en la suite.
Demasiado agotado y exhausto para hablar conmigo, o incluso para
despertar de la hibernación en la que los fantasmas caían cuando tenían
poca energía, pero sin lugar a dudas ahí.
Si estaba imaginando cosas, estaba haciendo un buen trabajo.
Mi brazalete también se deslizaba por mi brazo, pero casi lo
esperaba. Nadie podía quitar esa cosa por mucho tiempo. Pero el collar…
me lo quitaba todo el tiempo, ya que era incómodo para dormir. Y si tenía
alguna habilidad especial para encontrarme, nunca antes había aparecido.
Lo pensé por un minuto, y luego toqué a Rosier.
192 —¿Ves algo?
Abrió un ojo con los párpados pesados y me miró con cansancio.
—¿Qué?
Le mostré mi frente.
—¿Ves algo?
Él frunció el ceño.
—¿Me despertaste para esto?
—¡Lo digo en serio!
Suspiró y murmuró algo que sonó como “mujeres”.
—Sí, son muy bonitas. Ahora, ¿puedo volver a dormir?
Fruncí el ceño.
—¿Qué son muy bonitas?
—Oh, está bien. Son más que bonitas, si te gusta ese estilo.
—¿Qué estilo?
—El estilo de almohada grande. Siempre he sido más partidario de
las tazas de té.
Lo miré por un momento y luego lo golpeé de nuevo, con fuerza.
—No estamos hablando de mis senos.
—Entonces, ¿qué?
—¡El collar!
—¿Qué collar?
Lo miré.
—¿En serio no puedes verlo?
—¿Ver qué? ¿De qué estás balbuceando? ¿No ves que estoy herido?
—Apenas te arañó…
—¡Casi atraviesa mi cerebro con su bota después de que su chucho
intentó devorarme! ¡Estoy en una condición delicada! ¡No puedo dejar que
pasen este tipo de cosas! Y se supone que tú me proteges. Me gustaría que
supieras que considero que esto es un fracaso de tu…
193
Dejé de escuchar, a favor de recordar que Gertie tampoco se había
llevado el collar. En ese momento, supuse que se debía a que no era un
arma. Pero era útil tener un fantasma amistoso, como cabría esperar que
una colega clarividente sepa. Aun así, me dejó conservarlo.
Empecé a mirar debajo de mis faldas y retorcerme, intentando ver
detrás de mí. El grupo de mujeres se agolpó un poco más lejos, como si
temieran que estuviera teniendo un ataque, mientras Rosier detuvo su
diatriba para fruncir el ceño.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando algo.
—¿Qué?
—Esto —dije, deteniéndome al ver una pequeña cola verde
asomando por debajo de mi rodilla derecha. Me quedé inmóvil, o lo más
posible en una vieja carreta chirriante sin amortiguadores. Y, por una vez,
la pequeña criatura no se escabulló. En cambio, lentamente,
tentativamente, un pequeño hocico asomó coincidiendo con la cola. Y,
sobre él, unos brillantes ojos negros resplandecieron bajo un haz de luz
proviniendo de la luna, mirándome tímidamente—. Está bien —dije
suavemente—. Puedes salir.
Lo hizo, lentamente, muy despacio, deteniéndose cada centímetro
más o menos para mirar alrededor, como si un halcón fuera a descender
del cielo y arrebatarlo. Pero me pareció poco probable. De alguna manera
dudaba que incluso los ojos de un halcón pudieran verlo.
Era seguro que Rosier no podía.
—¿Has perdido la cabeza? —preguntó, mirándome desde mi cara a
mi rodilla totalmente aburrida, en lo que a él respecta.
Lo ignoré un poco más y acerqué un dedo al pequeño lagarto verde.
Saltó a bordo, la piel iridiscente fluyendo suavemente desde la piel de mi
rodilla hasta el dorso de mi mano, luego escabulléndose entre mis dedos y
mi palma, antes de finalmente encontrar refugio bajo la yema del pulgar. Y
luego desapareciendo por completo, cuando Rosier metió su nariz en la
mezcla.
Empujó su apéndice simulando a un pulgar contra mi mano y luego
se volvió para mirarme acusadoramente.
—¿Qué estás haciendo?
—No es nada…
194
—¡No vengas con eso! ¡Dime lo que estás haciendo ahora mismo!
Estamos en el Gales del siglo VI…
—Sé dónde estamos.
—Entonces sabes que este no es el momento para que tengas una
crisis…
—No estoy teniendo ninguna crisis.
—… ¡mental, o para ocultar secretos a tu socio!
—Oh, ¿ahora somos socios?
—¡Solo dime!
—Iba a hacerlo, si me das un segundo —dije, exasperada—. Es una
guarda.
—¿Qué?
—Una. Guarda. Una hecha por Mac. Es amigo de Pritkin —
agregué—. O lo era.
—¿Lo era?
—Murió —dije brevemente. Porque Mac era otra de las personas que
había perdido en este viaje. Uno que había creído en mí. Uno cuya
confianza aún tenía que validar, cuyo sacrificio aún tenía que honrar,
porque eso solo podía hacerse de una manera: ganando esto.
Pero parecía que me había dejado algo de ayuda.
—Mac se especializaba en tatuajes mágicos —expliqué—. Cuando
murió, algunos de ellos se transfirieron a mí. Este es el último que queda.
—¿Qué hace? —preguntó Rosier, entrecerrando los ojos. Como si eso
ayudaría.
—No pensé que hiciera nada. —Mac había sido un mago de guerra,
antes de que una lesión debilitante lo condujera a una jubilación
anticipada. Había tomado la decisión de inventar guardas en su tiempo
libre, para vender a la comunidad mágica.
Y, naturalmente, considerando que su clientela provenía
principalmente de su antigua profesión, la mayoría había sido útil para la
batalla de alguna manera: mejorando los sentidos, fortaleciendo la
resistencia o actuando como armas directas. Como una en forma de una
195 elegante pantera negra que había llamado Sheba, y que había atacado a
los enemigos con todo el salvajismo de la realidad.
Pero los lagartos de jardín no son conocidos por su ferocidad, y si
este pequeño individuo había aumentado mis habilidades, no lo había
notado.
Los brillantes ojos negros reaparecieron, materializándose en la piel
de mis nudillos, al estilo del gato de Cheshire. El resto siguió, de alguna
manera logrando parecer sólido y tridimensional, a pesar de estar al ras
contra mi mano. Sin embargo, podía desaparecer nuevamente en un
instante, desvaneciéndose en la nada.
Como el collar.
Sonreí, entendiendo finalmente.
—Mac no te hizo para pelear, ¿verdad? —pregunté suavemente—. Él
te hizo para ocultar.
Porque, ¿qué necesitaba un mago de guerra más que sus armas?
Una forma de asegurarse que nadie se las quitara.
—¿Qué? —Rosier pareció más irritado—. ¿De qué estás hablando?
¿Qué es eso?
—Un camaleón —respondí, preguntándome por qué no lo había
descubierto antes. Pero bueno, a menudo olvidaba que estaba allí, hasta
que sus pequeñas garras golpeteaban mi piel en medio de la noche,
despertándome.
Porque sobre todo, ni siquiera yo lo veía, un hecho que había
atribuido a la timidez.
Pero no.
Solo estaba haciendo su trabajo.
Parecía incómodo a la intemperie, así que lo sostuve en mi hombro y
saltó desde allí hasta la línea del cabello, corriendo sobre la piel de mi
cuello, haciéndome temblar. O tal vez eso era el frío. Porque la lluvia
finalmente había cedido, dejando un cielo lleno de estrellas asomándose a
través de las brechas en las nubes. Pero el viento había levantado,
haciéndome acercarme aún más a Rosier. No es que pareciera estar de
humor para un abrazo.
—No veo cómo eso nos ayuda —dijo con irritación—. A menos que
empacaras un AK-47, y no me di cuenta.
196 —No ayudaría si lo hubiera hecho. No podemos andar disparando a
la gente…
—Según tú.
—Según el sentido común. Cambiaría la línea de tiempo.
—Sí, y eso sería una pena. Una en la que hemos tenido tanto éxito —
dijo malhumorado, y se acurrucó debajo de mis faldas empapadas.
Rosier no pareció tomarse bien las incomodidades. Pero tenía un
punto. Por más agradable que fuera finalmente descubrir lo que hacía mi
pequeño compañero, no veía cómo podría ayudarnos a salir de esto. Lo
mismo ocurría con Billy, quien estaba demasiado débil para materializarse
sin una fuente de poder que no podía permitirme darle. Y mi brazalete, que
era demasiado peligroso usar, ya que no podía predecir lo que haría. Así
que, está bien, no iba a tener que robarle mis cosas a un vendedor
ambulante, pero aparte de eso… parecía que todavía estábamos jodidos.
Suspiré.
La lluvia escurriendo del techo.
Nos sacudimos alrededor de unas enormes rocas que sobresalían del
camino, todas cubiertas de musgo verde y corriendo con riachuelos.
Y de repente, una vista se abrió ante nosotros.

197
N
o me había dado cuenta de lo alto que estábamos, ya que no
parecía que estuviéramos avanzando tanto cuesta arriba.
Pero debimos haberlo hecho, o de lo contrario habíamos
estado más altos de lo que pensé cuando llegamos. Porque estábamos
mirando hacia un vasto valle extenso.
A lo lejos, los lados inclinados de una cadena montañosa retrocedían
en filas, volviéndose más oscuras y más borrosas hasta que finalmente se
perdían en la niebla. Abajo, la profunda noche azul estaba salpicada de
fogatas parpadeantes, como un reflejo de los cielos de arriba. Provocaba
una ilusión óptica, haciendo difícil saber dónde terminaba el cielo y
comenzaba la tierra, y me mareó lo suficiente como para que me tomara
un minuto darme cuenta lo que estaba viendo.

198 E incluso entonces no lo creía.


Porque había cientos de ellas.
Cientos y cientos de fogatas. Lo que significa que el ejército que
habíamos cruzado en el camino, que ahora se había detenido por la noche,
tenía que contarse en miles. Miles de Fey, más de lo que había esperado
ver en la Tierra (más de lo que había esperado ver, punto) y en su centro,
lo que parecía una ciudad entera construida con carpas.
Las otras mujeres se habían reunido alrededor, sus manos sucias
aferrándose a los barrotes, sus rostros pálidos mirando al frente fijamente,
olvidando momentáneamente su miedo frente al asombro abrumador.
Dudaba que alguna de ellas hubiera visto algo así. Sabía que yo no, y que
tampoco había leído de eso.
Pensarías que algo así haría libros de historia extensos, pensé,
mientras crujíamos por un camino estrecho, terriblemente empinado y
rocoso. Aferré los barrotes, preparándome junto con todas las demás, e
intenté no notar la caída total del otro lado. O las piedras volando por
debajo de nuestras ruedas, que eran de madera simple y no tenían ningún
tipo de tracción. O el hecho de que este no era el vehículo más equilibrado
del mundo.
Todo lo cual todavía estaba bien, más o menos, hasta que el
comerciante azotó a los caballos abruptamente.
De repente, en lugar de disminuir la velocidad, lo que habría sido
increíblemente sensato, estábamos volando por la montaña, las ruedas
traqueteando, la jaula balanceándose, las mujeres gritando, y cayendo y
desplomándonos porque las ruedas de mierda solo estaban en contacto
con la carretera aproximadamente la mitad del camino.
—¿Qué está pasando? —grité a Rosier, que se había envuelto
alrededor de un barrote de la jaula, como un mono asustado—. ¿Qué está
haciendo?
—Intentando evitar eso —respondió, mirando por encima de mi
hombro, sus ojos enormes. Me giré a tiempo para ver la ráfaga de un
hechizo de fuego rasgando el aire y luego a través de la jaula, rozando la
esquina superior derecha y haciéndonos balancear peligrosamente de un
lado a otro.
—¿Qué demonios? —grité cuando los caballos relincharon y
corcovearon, el comerciante gritó y maldijo, y casi nos caemos al abismo.

199 Tal y como estaban las cosas, terminé arrojada al otro lado de la
jaula, donde por un segundo solo me quedé mirando un mar de nada, solo
un vacío azul grisáceo de niebla y vagos bultos que podrían ser árboles, y
otra cara del acantilado elevándose a través del golfo, distante pero lo
suficientemente cerca como para que pudiera ver formas saltando entre las
rocas.
Y lanzando hechizos, porque tres más ya se dirigían hacia nosotros.
Atravesaron el cielo con vetas rojas, naranjas y púrpuras,
extrañamente hermosas cuando separaron la niebla y la hicieron rodar a
ambos lados. Como fuegos artificiales verticales o torpedos coloridos
atravesando el mar. Lo que habría sido mucho más impresionante si no
estuviéramos en el barco que estaban a punto de hundir.
—¡Agáchense! —les dije a las mujeres en pánico—. ¡Ahora, ahora,
ahora!
Las empujé hacia abajo, a las que pude alcanzar, pero tuve que
soltarlas un momento después y zambullirme al piso. Pero parecía que la
idea había sido transmitida. Terminamos aferrándonos a las tablas sucias,
tan aplastadas al suelo como pudimos, pero gracias a los barrotes abiertos
de la jaula, eso todavía nos dio una vista perfecta…
De la lluvia.
La tormenta que había comenzado a aflojar se tornó violenta de la
nada, y en el cielo despejado de la noche, las nubes estallaron con fuerza.
Vi que la niebla en el valle se congeló en masas hirvientes gris violáceas, y
la lluvia comenzó a caer, sobre nosotros, debajo de nosotros, en todas
partes a la vez. Capas empapadas que desgarraron los hechizos,
menguando su poder, haciéndolos chisporrotear, crujir, corcovear…
Y morir.
Mi corazón martilló con fuerza cuando vi a uno disiparse justo antes
de llegar a los barrotes. Otro lo hizo, pero había sido desviado, explotando
en el aire justo encima de nosotros, lloviendo una cascada de chispas rojas
brillantes por todos lados. Pero todavía un tercero estaba aproximándose,
azotado por la lluvia y la tormenta, vapuleado por el viento, pero de alguna
manera todavía en curso. Como un misil mágico de los que rastrean el
calor que reajustó su camino como nosotros lo hicimos, a medida que
prácticamente volamos sin amortiguadores ni frenos, nuestros ojos
clavados en la bola de poder aproximándose cada vez más y más pequeño,
pero aún acercándose…
Y luego golpeó, como un martillazo enorme, enviándonos de golpe
200 contra los caballos, quienes relincharon y les crecieron alas, o eso pareció.
O tal vez eso se debió a que las diferentes partes de la tormenta se habían
unido convirtiéndose en un torrente masivo, el núcleo principal de su
poder cayendo sobre nosotros… y en la carretera. Que pasó de ser un
peligroso sendero de cabras cubierto de maleza a algo mucho peor.
Miré hacia el río de lodo fluyendo, las malas hierbas pisoteadas y
resbaladizas como el cristal, hacia las ruedas que ya no giraban, porque ya
no estaban en contacto con la carretera, y pensé: ¡Oh! Y luego, estamos
acabados.
Los siguientes segundos fueron como una masa de imágenes
confusas que paralizarían el corazón de cualquiera: la jaula deslizándose,
inclinándose y cayendo, y luego volteándose cuando golpeamos el aire
abierto. Todas extrañamente silenciosas a medida que dábamos vueltas,
porque teníamos nuestros corazones en las gargantas. La lluvia, casi una
capa sólida fuera de los barrotes. Uno de los caballos, con su melena
sacudiéndose, sus ojos muy abiertos y apenas con los bordes blancos
visibles al caer junto a nosotros, pateando el aire mientras continuaba
intentando correr.
Y el suelo, apresurándose hacia nosotros como una bala verde, los
árboles volando como dagas, las enormes rocas por todas partes, la muerte
en cien formas esperando con los brazos abiertos…
Y continuaron esperando cuando nos congelábamos en el aire, una
gran oleada de mi poder deteniendo nuestra caída a mitad de camino.
Dejándome como un yoyo entre las duras tablas de roble del techo y
el piso, jadeando, temblando y gritando como no había podido antes, los
gritos atrapados detrás de mis dientes por el terror absoluto desatándose
ferozmente.
—¡Ahh! ¡Ahhh! ¡Ahhhhhhhhhhhh!
Y entonces algo me golpeó en la cara.
Me tomó un segundo darme cuenta que era Rosier, quien había
liberado su agarre mortal en el barrote, resbalando por el costado de mi
cabeza antes de que pudiera atraparlo. Y gritar un poco más. Y golpear el
techo de la jaula, que ahora era el piso, no por ninguna razón que pudiera
nombrar, solo porque la masiva oleada de adrenalina tenía que salir de
alguna manera.
Me desplomé contra las viejas tablas, jadeando y exhausta. La lluvia
brillando a la luz de la luna salpicando sobre mi cara; los movimientos de
las mujeres fluían por todas partes, como las alas de unos ángeles; el
201 esclavista permanecía suspendido, atrapado a mitad de una caída en el
lado opuesto de la carreta de sus caballos, con los ojos muy abiertos y la
boca abierta. Como las caras aterrorizadas que miraban hacia la mía,
todas reflejando lo que sentía, porque aún no nos había salvado.
Nos había congelado demasiado pronto.
No había duda al respecto. Me quedé allí, mirando más allá del
cuerpo inmóvil del comerciante, a lo que parecía la vista desde mi ático en
Las Vegas. En realidad, el terreno cubierto de maleza y viento era
exactamente lo contrario, pero el ángulo era similar. Porque todavía
estábamos a docenas de pisos de altura.
Me acerqué y puse a Rosier nuevamente en tiempo real, y lo vi
sacudirse por un minuto, gritando jodidamente fuerte.
Y luego aferrándose a las tablas del techo convertido ahora en piso,
sus manos palmeadas abriéndose ampliamente.
—Yo… yo… creo que me oriné —susurró.
No respondí. Me puse de rodillas lentamente, haciendo una mueca
cuando apoyé la que ya estaba dolorida, y empujé a una chica flotando
fuera del camino. Y me arrastré hasta los barrotes, aplastando mi cara
contra el metal oxidado hasta que agarré la túnica del comerciante. Y lo
acerqué.
Encontré la llave de la cerradura en su cinturón, y la abrí después
de un minuto de maldiciones frustradas. Abrí la puerta de la jaula,
permitiéndome mirar hacia abajo. Y después solo me quedé allí, tan
inmóvil como todos los demás. A excepción de Rosier, que se arrastró
junto a mí.
—¿Qué pasa? ¿Estamos demasiado alto para… para que podamos
sobrevivir?
—Sí.
—Entonces… ¿puedes hacerlo de nuevo? —Tragó con fuerza—.
¿Puedes dejarnos caer unos segundos más y atraparnos cuando estemos a
punto de… golpear abajo?
—No.
—¿No? —Me miró, un poco del nuevo Rosier jodidamente aterrado
dando paso al viejo presumido de siempre—. ¿No crees que necesitamos
un poco más que un “no” en este caso?
—No.
202 —¿Y por qué no?
Señalé hacia abajo.
—Por eso.
Rosier al final, miró por encima del borde y hacia el vacío con mucho
cuidado. Y vio lo que yo acababa de ver… es decir, una telaraña dorada
brillante, como la del trasero de la araña más grande del mundo,
ondeándose por debajo de nosotros. O no, supuse, no exactamente una
telaraña.
—Eso es… eso es… ¿eso es una red? —demandó.
—Eso parece.
—¿Por qué está allí? —Se volvió hacia mí, casi indignado. Y luego
frunció el ceño un poco más, porque sí. El viejo Rosier definitivamente
estaba nuevamente a cargo ahora—. ¿Qué estás haciendo?
—Mordiéndome las uñas.
—¿Por qué?
—No tengo un cortaúñas.
—Tú… —Se detuvo, y el ceño fruncido se convirtió en una mirada
fulminante—. Deja. Eso.
—¿Por qué?
—Porque tenemos que salir de aquí, ¡por eso! —Solo que fue más
como: “Porquetenemosquesalirdeaquíporeso”, y ahora me estaba
sacudiendo.
—¿Por qué?
—¡Deja de decir eso!
Suspiré y dejé mi uña en paz. Principalmente porque necesitaba el
dedo para marcar un punto.
—Uno: una detención temporal no dura mucho. En unos minutos,
de todos modos vamos a terminar cayendo. Dos: la única forma de
apurarme es usar más poder, el cual no tengo porque acabo de detener el
tiempo. Tres: la única forma de que pueda anular eso sería tomar más
pociones, ¿y tengo que explicar por qué no quiero tomar más pociones?
Se sentó allí por un momento, vibrando, luego se asomó para volver
203 a mirar.
No pareció mejorar su estado de ánimo.
—¿Cuánto te queda? —preguntó abruptamente.
—Dos tercios de una botella.
—Supongo que no podrías… ¿solo dar un sorbo?
—Una detención temporal es un hechizo importante —le dije—. Por
lo general, me drena hasta un día después. Y eso es asumiendo que
empiezo desde algún lugar bueno, no ya tocando fondo. Hacerme volver al
punto en el que podría hacer algo probablemente requeriría tanta
resistencia adicional como desplazarnos aquí.
—Lo que significa que, solo nos quedaría un tercio.
—Y teniendo en cuenta el enorme éxito que hemos tenido hasta
ahora…
—Confiaremos en la red —dijo Rosier con amargura.
Solo nos sentamos allí después de eso, mirando la lluvia, esperando.
No sabía lo que Rosier estaba pensando, pero yo no estaba contemplando
la vista. No sabía qué umbral de uso de energía necesitaría Gertie para
atraparnos, pero en realidad no importaba. Cualquier cosa que fuera,
acababa de darle mi ubicación.
Estaría encima de nosotros, bueno, probablemente segundos
después de que aterrizáramos. Tal vez uno o dos minutos si teníamos
suerte. Lo que significaba que necesitaba un plan, y uno bueno, ya
establecido antes de que eso sucediera.
Pero, ¿cómo se suponía que iba a conseguir uno aquí, suspendida en
el aire, como un maldito pájaro en una jaula? Necesitaba información.
Necesitaba la disposición del terreno. Necesitaba alternativas…
Y de repente, las tuve, una cascada de cinco… no, seis… opciones
diferentes cayendo frente a mis ojos, como el montaje de un video en
avance rápido.
—¡Despacio! —dije, porque estaba un poco asustada, y porque
apenas podía ver nada.
—¿Qué? —preguntó Rosier.
—Nada. —Porque habían escuchado. O mi poder sí, porque se
parecía a la serie de imágenes que había visto en mi cabeza la primera vez
204 que intenté desplazarme. Pero en lugar de un montaje de siglos, estaba
viendo uno hecho de minutos que ahora se había ralentizado.
Y que, con un poco de concentración, logré retroceder hasta el
principio.
La primera secuencia mostraba a un grupo de mujeres
escabulléndose entre la hierba alta. Permaneciendo agachadas,
permaneciendo a la sombra de un acantilado, permaneciendo casi
invisible. Hasta que se vieron obligadas a salir a la intemperie para
acercarse a nuestra carreta atrapada en la red, que parecía haber
sobrevivido a la caída. De todos modos, todavía estaba intacta y
enmarcada por dos caballos relinchando y un esclavista de cara blanca,
que estaba forcejeando en la red y también gritando.
Algo que solo aumentó cuando vio a las mujeres. Comenzó a
balbucear casi incoherentemente, luego suplicó, y después volvió a gritar.
Todo lo cual fue interrumpido abruptamente por una flecha a través de su
garganta.
El hombre cayó, atrapado por la red, hasta que las mujeres hicieron
algo que hizo que se disolviera. El vagón cayó otro piso más o menos, una
zambullida final que nuevamente provocó gritos procedentes del interior.
Mientras que la red se convertía en una niebla densa que se hinchó por
todos lados, extendiéndose sobre el valle, ayudando a ocultarnos.
Pero no lo suficientemente bien.
Las mujeres corrieron hacia adelante, algunas matando a los
caballos, para callarlos, supuse. Otras agarrando al comerciante y
buscando una llave que no tenía. Varias otras tirando de la puerta, para
encontrarla abierta y entrando. Y luego comenzaron a tranquilizar a las
esclavas traumatizadas.
Lo que podría haber funcionado mejor si no fuera por el diluvio de
flechas que de repente se dispararon en nuestra dirección.
Observé desde lejos cómo las mujeres que estaban fuera de la jaula
terminaron ensartadas, muertas antes de caer, mientras que las que
estaban dentro maldijeron y comenzaron a lanzar hechizos. La niebla
disipándose para mostrar un grupo de docenas de fuertes Fey avanzando,
emergiendo de detrás de lo que parecía ser cada maldito árbol. Y luego…
miré hacia otro lado, cambiando abruptamente al siguiente escenario,
intentando ignorar la carnicería empapada de sangre que pasó
rápidamente por mi mirada.
205
Pero el siguiente no fue mejor. Me vi a mí misma, Rosier en mis
brazos, corriendo hacia la línea de árboles tan pronto como dejamos de
balancearnos en la red. Me vi llegar a unos cuatrocientos metros antes de
ser atrapada por un gran grupo de hombres. Me vi de vuelta en su
campamento, atada junto a una hoguera, mientras un círculo de ellos
jugaba con algunos dados. Vi a uno ganar, lo escuché gritar, sentí que me
agarró…
Y luego volví a avanzar rápidamente, las escenas de mi
desplazamiento pasando desgarradas en dos, de mi cuerpo desnudo
salpicado con luz de fuego, de mí siendo obligada a arrodillarme cuando el
vencedor apareció detrás de mí…
Aparté la vista, solo para volver a un grupo diferente, este con una
jauría de perros, persiguiéndome a través de los árboles.
Y luego otro, agarrándome a medida que chapoteaba a través de un
río, en la última dirección posible desde este punto de partida.
Y, finalmente, de mí permaneciendo inmóvil mientras la batalla se
libraba afuera de la jaula, mientras la sangre goteaba de la línea del techo
frente a mis ojos, mientras un Fey se agachaba dentro, con los ojos fríos y
evaluativos, y mientras una mujer a mi lado con un hueso sobresaliendo
de su pierna fue puesta como un perro. Grité, y alguien me agarró,
sujetándome a medida que me retorcía y luchaba. Y me aparté, jadeando y
sollozando, mi nariz escurriendo, mis ojos salvajes…
Y finalmente logré enfocarme en Rosier, sus propios ojos enormes y
preocupados, observándome desde el otro lado de la jaula aún suspendida.
—¿Estás… estás bien?
Tragué con fuerza, mirando alrededor. Hacia las brillantes cortinas
de lluvia. Hacia los cuerpos flotantes de las mujeres, aún atrapadas en
caída libre. Y hacia el camino que acababa de tallar a través de ellas,
luchando por escapar de cosas que aún no habían sucedido.
Solté un suspiro muy tembloroso, y muy aliviado.
—Yo… no creo… —comencé, solo para ser interrumpida por varios
golpes fuertes desde arriba, y la sensación de la jaula hundiéndose
repentinamente.
Rosier levantó la cabeza bruscamente.
—¿Qué fue eso?
No respondí. Simplemente me senté allí, recordando que había
206 habido seis futuros posibles, no cinco. Pero me asusté antes de llegar al
último. No es que importara, pensé, mirando hacia arriba. Ya había
supuesto que estaría justo encima de nosotros.
Simplemente no lo había querido decir literalmente.
—¿Qué está pasando? —gritó Rosier, a medida que la madera
maciza se desmoronaba en un gran parche, cientos de años de
descomposición reproduciéndose en segundos. Estaba de su lado, cerca de
la puerta, probablemente porque Gertie no quería arriesgarse a envejecer a
una de las mujeres, y era lo suficientemente grande como para que una
cabeza y hombros pudieran pasar. Tal vez un cuerpo entero si no lo
intentaba ella misma.
Y no lo hizo, aunque por qué no lo hizo, no estaba segura.
No es que me quedara alguna opción.
Bueno, excepto una.
—Dile a tu demonio que se retire —me dijo—. O lo mataré.
Rosier miró hacia arriba, su rostro desconcertado, y luego hacia mí.
¿Retirarse?, articuló.
—Y si lo hago, ¿entonces qué? —grité, hurgando mi brazalete.
—Entonces ambos viven para responder por sus crímenes. Aunque
considerando el castigo, es posible que prefieras no escucharlo.
—¿No escucharlo? —pregunté, empujando un pequeño vial de la
cadena llena de dagas, que había puesto allí como una especie de
encantamiento extraño, porque era el lugar más seguro que conocía—.
¿Me matarías sin un juicio?
—¡Tus acciones han sido tu juicio! ¿Cuántas oportunidades se te
han dado? ¿Cuántas veces he tenido que llevarte? Si querías hablar,
debiste haberlo hecho antes…
—No recuerdo haber tenido ninguna oportunidad —dije, intentando
mantener mi voz firme a medida que me estremecía con un sabor como
cada cosa vil en la tierra condensada.
—¡No recuerdo que permanecieras el tiempo suficiente para
aprovechar una!
—Si lo hago esta vez, ¿vas a escucharme?
—¿Si lo haces? —preguntó, soltando una carcajada—. ¡Como si
tuvieras opción!
207
—Respuesta incorrecta —dije, y me desplacé.
U
n momento después, estaba en la misma posición, pero ya no
en el mismo lugar. Me quedé inmóvil por un segundo,
desorientada por un desplazamiento que se suponía que no
podía hacer, y por la vista. La cual parecía que acababa de entrar al cielo.
La caída de la carreta había bloqueado gran parte del panorama
desde el interior, pero no había tal problema aquí. Podía ver el vasto valle
extendido debajo, la luna cabalgando una pared de nubes de tormenta de
color negro púrpura arriba, y los enormes arcos de relámpagos
centelleando entre los dos, porque la tormenta aún se extendía más allá de
la burbuja de mi hechizo. Y nosotros atrapados en el medio, la lluvia
golpeando violentamente contra la pequeña detención temporal como si
supiera que no deberíamos estar aquí, como si resintiera el pequeño pozo
de paz en medio de su furia.
208 Por una fracción de segundo, a pesar de todo, simplemente me
quedé mirando.
Como estaba haciendo la chica a mi izquierda. Su largo cabello
oscuro no se veía perturbado por los vientos huracanados que no podían
tocarla, pero su rostro estaba pálido, sus ojos azules mirando hacia afuera
con el mismo asombro que probablemente tenía en los míos. Porque era
joven, tan, tan joven, que esta podría ser su primera vez en el rodeo.
No sería el último.
Agnes, pensé, mi estómago apretándose a medida que miraba de ella
a Gertie, quien estaba inclinada, su amplia retaguardia en el aire mientras
se agachaba en el agujero en mi lado opuesto.
Dejándome atrapada entre una Pitia y su heredera, sin forma de
congelarlas a ambas.
Especialmente no cuando algún movimiento mío llamó la atención
de Agnes, y miró hacia abajo…
Y fue abordada por una rubia frenética, saliendo del techo en un
movimiento fluido completamente diferente a mi torpeza habitual, porque
la desesperación hace maravillas para la coordinación mano-ojo. O mano-
rodilla, porque puse una pierna alrededor de una de las de Agnes, al
mismo tiempo que mi mano izquierda agarraba su brazo izquierdo y mi
brazo derecho rodeaba su garganta, dejándola pegada a mi frente mientras
chillaba, mientras Gertie giraba, mientras Rosier gritaba, porque él de
alguna manera estaba colgando de la mano de una Pitia gruñendo.
Y luego todo se congeló, como otra detención temporal, solo que no
era así. Los relámpagos aún brillaban; la chica frente a mí todavía
respiraba con movimientos rápidos y superficiales. Los agudos ojos
castaños de Gertie aún fulguraban a medida que evaluaba fríamente la
nueva situación. Y Rosier continuaba dando vueltas y gritando
jodidamente fuerte.
Nunca nadie lo había acusado de su valentía imprudente, pensé,
preguntándome qué vendría después. Porque la idea de un duelo con
Gertie no era… atractivo. Pero no podríamos quedarnos así para siempre.
Mi hechizo se desvanecería pronto, y lo único que me gustaba menos que
la idea de pelear contra una Pitia experimentada era pelear contra ella
mientras caíamos por el aire.
Pero no tuve que preocuparme por eso, porque Gertie decidió cosas
por mí, estirando su brazo y empujando el pequeño cuerpo de Rosier sobre
209 el abismo.
—Voy. A. Soltarlo —me dijo con voz baja y venenosa.
—Mi hechizo lo atrapará —respondí, intentando mantener mi voz
firme, incluso aunque me preguntaba si lo haría. Y si podía empujar a
Agnes hacia ella y congelarlas a ambas antes de que Gertie le hiciera algo
a Rosier o a mí. O antes de que Agnes lo hiciera. O antes de que cayera del
techo, porque la maldita cosa estaba resbaladiza como el hielo.
Pero mi poder no pareció tener una opinión esta vez, tal vez porque
no funcionaba tan bien en colegas Pitias. O tal vez solo estaba teniendo
problemas para concentrarme. Lo que no ayudó cuando Gertie hizo un
gesto repentino y salvaje, y la mitad de mi hechizo colapsó.
La carreta se inclinó bruscamente hacia mí, un lado volvió a entrar
abruptamente en tiempo real. Y comencé a caer, mis pies resbalando
peligrosamente sobre el techo mojado, sin esperanza de tracción. Hasta
que mi espalda golpeó una rueda y logré agarrarme. Y apretar mi agarre en
la garganta de Agnes, porque ella estaba luchando ahora, y luchando
duro.
—¡Detente!
—¡Déjala ir! —tronó Gertie.
—¡No es mi culpa que ella esté aquí! —grité cuando una ráfaga de
lluvia y viento me golpeó en la cara, y la rueda giró peligrosamente detrás
de mí—. Esto es entre tú y yo…
—¡Déjala ir o lo dejo caer! ¡Ahora!
—¡Déjala ir! —chilló Rosier, ahora colgando sobre el aire abierto y
activo—. ¡Déjala ir!
—¡Hay una red! —señalé furiosamente—. Las brujas…
—¡Odian a los demonios, y son salvajes en esta época, niña! —dijo
Gertie, luciendo jodidamente salvaje por sí misma, incluso con rizos
teñidos de púrpura azotando alrededor de su rostro—. ¡Y el viento allá
abajo probablemente lo desviaría de su curso en cualquier caso! ¡Ahora
deja ir a mi acólita si quieres vivir!
—¡Dame a mi compañero, y los intercambiaremos!
—¡No estás en posición de hacer demandas!
—¡Tampoco tú!
Aunque podría estar equivocada al respecto, pensé, cuando un túnel
210 de tiempo rápido hirvió a través de los restos de mi hechizo, golpeándome
con una ráfaga de viento tan fuerte como un puño. Retrocedí
tambaleándome, diez minutos o más de tormenta golpeándome a la vez,
aunque eso podría no haber sido tan malo: tenía un maldito agarre mortal
en esa rueda. Al menos, lo tuve hasta que Agnes aprovechó ese momento
para estampar su pie contra el mío, arrancarse de mi agarre, y arrojarse
hacia su señora…
Y caer, porque las tablas inclinadas y resbaladizas no son
indulgentes.
Tuve una fracción de segundo para ver a Gertie dejar caer a Rosier,
buscando atrapar desesperadamente a su heredera; para verlo caer por el
costado, todavía gritando; para ver a Agnes deslizarse hacia atrás, incapaz
de encontrar una palanca…
Y entonces ambas estábamos cayendo, la fuerza de su impacto
enviándonos por el costado y en el aire.
La agarré, la rodeé con mis brazos e intenté concentrarme lo
suficiente como para desplazarnos. Pero no tuve la oportunidad. Porque lo
que pareció un mini ciclón explotó de la nada, justo debajo de nosotras,
las fauces tragándose el mundo en oscuridad. Y luego tragándonos, los
remolinos de bandas negras cerrándose sobre mi cabeza, la fuerza de la
perturbación arrancándome a Agnes y tirándome incluso mientras
luchaba e intentaba desplazarme desesperadamente.
Intenté y fracasé, porque había sentido algo así antes, y no era un
ciclón. Observé el pequeño trozo de cielo aún visible por encima de mí,
sabiendo que estaba en las fauces de un portal. Específicamente, un portal
de tiempo que Gertie había usado en mí un par de veces, un regreso al
remitente que me dejaba de nuevo cuando y donde había empezado.
Eso significaba que Agnes probablemente estaba de vuelta en el
Londres victoriano en este momento, preguntándose: ¿Qué demonios?
Y yo estaba a punto de regresar a Las Vegas, a mi maldito
apartamento sin Rosier, sin Pritkin, sin nada qué demostrar más que dos
tercios de una botella de poción. Una botella que no podía reemplazar en
este momento, y no estaba segura de poder hacerlo alguna vez. Y a la
mierda eso, a la mierda todo eso, pensé, apretando los dientes y luchando.
Y Dios, apestaba… literalmente. Sentí que estaba a punto de ser
desgarrada en dos, las fuerzas dentro del portal eran mucho peores que la
tormenta afuera. Se sentía como si me arrancaran la carne de los huesos,
como si estuvieran a punto de ponerme el revés de adentro hacia afuera,
211 como si me estuviera rasgando por las costuras.
Me sentí como libre, pensé, jadeando y sollozando a medida que mi
poder fluía a mi alrededor, a medida que las ráfagas del hechizo de
tormenta se disipaban, a medida que salía disparada de las grandes fauces
y me di cuenta de un hecho absoluto e ineludible.
Todavía estaba cayendo.
¡Mierda!
Me desplacé, de alguna manera, sin un destino real en mente
excepto hacia abajo. Lo cual mi poder interpretó como varios metros sobre
el suelo y en una pendiente. Una en la que me estrellé rápidamente de
cara.
Y luego rodé hacia abajo, golpeando cada roca y palo en el camino,
antes de finalmente descansar dentro de un pequeño bosquecillo de robles.
Solo me quedé allí por un momento, mirando las copas de los
árboles sacudiéndose salvajemente. Los relámpagos destellaban, llovía a
cántaros, supongo que los truenos caían, pero no podía oírlos: mis oídos
estaban muy jodidos. Algo relacionado con la terrible presión en ese portal,
lo cual me había dejado mirando una escena de una película de horror
silenciosa. Todo lo que necesitaba era un chico con una capa.
O un monstruo en un árbol.
Se me destaparon los oídos después de un momento, lo que me
permitió escuchar el vulgar insulto en algún lugar cercano. Lo cual se
interrumpió abruptamente, supuse porque acababa de verme.
—¿Y bien? —chilló una voz furiosa—. ¿Solo vas a dejarme aquí
arriba?
Miré a mi alrededor y vi a Rosier encajado entre dos ramas de
árboles, fulminándome con la mirada. Parecía que los señores demonios
eran más resistentes de lo que pensaba. Y luego comenzó a maldecir de
nuevo, con fluidez, de manera impresionante, en una multitud de lenguas,
contra Gertie, contra el mundo, contra mí…
—¿Por qué… estás enojado… conmigo? —pregunté finalmente,
cuando pude hablar.
—¡No la dejaste ir!
—¿Qué? —Lo miré fijamente.
—¡La chica! ¡Te dije que la dejaras ir!
212 —¿Y entonces qué? Gertie habría…
—¡Transferí su atención hacia ti!
—Su atención… ya estaba… sobre mí —dije, preguntándome qué me
estaba perdiendo—. ¿Te golpeaste la cabeza?
—Su atención estaba mitad en ti y mitad en mí. Necesitaba que
estuviera distraída…
—¿Para qué?
—¡Para esto! —Y sostuvo algo en su pequeño puño.
Algo que cayó a mi lado un segundo después, pequeño, brillante y
que se parecía mucho a…
—¿Un dardo? —Lo recogí.
—Ella no planeaba matarte —me dijo, acaloradamente—. Estaba
planeando…
—Drogarme. —Mi puño se cerró sobre la pequeña cosa, y mi cabeza
se levantó bruscamente.
—Me las arreglé para quitárselo en el caos —continuó mientras yo
me ponía de pie temblorosamente—. ¡Pero no estaba lo suficientemente
cerca como para usarlo y ella me tenía agarrada por la nuca, como un
gatito portándose mal! Si hubieras escuchado…
—Pensé que estabas en pánico.
—No entro en pánico. —Lo miré nuevamente—. Rara vez entro en
pánico. Necesitas aprender a confiar un poco…
—No se trataba de confiar; se trataba de la locura.
—¡A veces tienes que volverte un poco loco!
—Lo tendré en cuenta —dije, localizando una brecha en las copas de
los árboles. Y mirando hacia arriba a un cielo hirviendo con nubes, a una
tormenta precipitándose hacia abajo, a una luna envuelta ocultando la
locura hasta que estalló un rayo, justo fuera del alcance de mi hechizo. E
iluminó una carreta volcada, y suspendida imposiblemente en el aire sobre
nosotros.
Con su jinete aún en su sitio, porque, como yo, ella acababa de
realizar un hechizo importante.
Y estaba cansada.
213 —Espera aquí —le dije a Rosier.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Tengo que acercarme.
—¿Acercarte? ¿Qué quieres decir con acerc…? —Levantó la vista. Y
luego de vuelta a mí, sus ojos abriéndose enormes—. ¿Estás loca?
—Tú eres quien me dijo que me volviera loca —le recordé, intentando
medir la distancia.
—¡Me retracto!
—Solo mantente fuera de la vista —dije, un poco más brusco de lo
necesario porque la carreta estaba aún más alta de lo que pensaba. Gertie
parecía una muñeca pequeña, los caballos como juguetes para niños, el
contenido flotando en la jaula oculto por cortinas de lluvia y casi
indistinto.
Pero desplazarla hasta mí, definitivamente mi primera opción, no iba
a funcionar. A diferencia de desplazarme sola, ese tipo de cosas no eran
instantáneas. Me había llevado varios segundos sujetarme al sabueso; si
me tomaba tanto tiempo con Gertie, y ella lo sentía…
Perdería el elemento sorpresa, y era la única ventaja que tenía.
Respiré y me desplacé.
Los desplazamientos espaciales son generalmente fáciles en
comparación con el viaje en el tiempo. Como subir unos escalones en lugar
de treinta pisos; o un par de cientos en el caso de Gales. Pero tampoco
suelen hacerse en la oscuridad total. O apuntando a un objetivo que
parecía más pequeño que mi palma. O estaba mojado, resbaladizo y no
completamente nivelado.
En realidad, para nada nivelado, pensé, rematerializándome junto
con un estallido de relámpagos en la parte superior del vagón resbaladizo.
El destello fue casi cegador, y lo suficientemente cerca como para erizar
mechones de mi cabello y hacerme saltar. Y para explicar por qué Gertie
no me notó de inmediato.
Hasta que perdí el equilibrio y resbalé directamente hacia ella.
Cayó, golpeándose con fuerza y resbalándose por su cuenta, en el
agujero que había hecho en el techo para intentar atraparme. Y parecía
que había tenido razón; definitivamente no cabía en el agujero. Pero entrar
a mitad de camino era lo suficientemente bueno, porque se quedó
atascada, lo que habría sido perfecto si la carreta no se hubiera inclinado y
214 se hubiera movido por el cambio de peso. Y si no me hubiera obligado a
agarrarme a un eje para sujetarme. Y si no hubiera comenzado a lanzar
hechizos por todas partes.
Y si no hubiéramos empezado a caer.
—¡Hija de puta! —grité, sintiendo que mi hechizo de tiempo
comenzaba a desmoronarse.
Un relámpago fulguró, esta vez lo suficientemente cerca como para
que una pequeña rama se atascara en la burbuja del tiempo ralentizado.
Se extendió una extraña luz de neón alrededor cuando comenzamos
a caer de cabeza… o de ruedas. Y el hecho de que nos estábamos
moviéndonos a solo una fracción de la velocidad regular no ayudó, porque
eso no sería cierto en mucho tiempo.
Y luego el eje al que me aferraba estalló en polvo.
El hechizo que Gertie había lanzado falló mi cabeza, pero me dejó sin
nada a lo que aferrarme, y estábamos a punto de volver a lo de antes. Así
que me arrojé sobre ella, aferrándola por el cuello, intentando evitar que
me maldijera fuera de existencia. Y porque era lo único que podía alcanzar.
Pero a ella no pareció gustarle eso, y un puño inmediatamente
comenzó a golpear el costado de mi cabeza.
—¡Bájate de mí! ¡Bájate!
Pero no podía bajarme, así estuviera comiendo cabello púrpura y
rizado, con una conmoción cerebral incipiente o no, con una perra
maldiciendo o no. Porque aun así, tenía que clavarle el dardo. Y porque
estábamos dando vueltas otra vez. Y porque el trasero de Gertie no era tan
grande como pensaba y estaba a punto de salir del agujero.
—¡Maldición!
La agarré del cabello, le eché la cabeza a un lado y estampé el dardo
en su cuello con menos delicadeza de la que pretendía…
Y al momento siguiente estábamos cayendo libremente.
Pero no porque mi hechizo se hubiera desmoronado por completo,
sino porque nos habíamos caído del lado que era en tiempo real. Y unas
pocas docenas de pisos pasan realmente rápido en tiempo real. Tuve un
par de segundos para sentir el viento, para oler el ozono, para verme
envuelta en brillantes hilos dorados…
Y luego estábamos golpeando abajo, Gertie maldijo cuando la fuerza
de la caída envió mi codo hacia su estómago antes de separarnos. No sabía
215 en dónde terminó, pero el rebote me envió volando en el aire, como un
niño en el trampolín más grande del mundo. Y me dejó mirando a un
mundo enloquecido, a un paisaje salvajemente sesgado, a corrientes de luz
y azotes de lluvia…
Y hacia un toque de púrpura a la izquierda.
Ni siquiera esperé para aterrizar. Lancé el último hechizo para el que
tenía energía, dándole todo lo que tenía, rezando para que conectara. Y,
por una vez, el universo decidió apiadarse de mí. Porque al segundo
siguiente estaba bajando sola, cayendo en la oscuridad más suavemente
esta vez, la mayor parte del impulso habiéndose agotado por ese primer
salto masivo. Pero fue suficiente para enviarme a través de varios rebotes
más pequeños, rebotes de victoria, pensé, sonriendo como una idiota en
puro alivio.
Hasta que levanté la vista.
Y vi la enorme cosa de madera ahora acelerándose hacia mí.
—¡Mierda! —De alguna manera desplacé hacia Rosier, apenas
logrando el pequeño movimiento espacial, porque mi poder estaba
absolutamente gastado.
Y lo encontré rodeado de chicas vestidas de blanco.
L
as miré fijamente y todas ellas me miraron a mí por un
segundo, sorprendidas y vagamente horrorizadas. Y luego se
desplazaron, todas a la vez, antes de que pudiera decir algo.
Dejando saltos de imágenes delante de mis ojos, el resultado de los
destellos luminosos de sus brillantes vestidos blancos un segundo antes
de que huyeran.
Me puse de rodillas sobre las hojas mojadas, medio ciega y
respirando con dificultad, y preguntándome si de hecho había logrado
intimidar a alguien.
O si, más probablemente, hubieran ido a rescatar a la jefa. Quien mi
poder me mostró amablemente estaba dando vueltas en un pantano, a
kilómetros de aquí, maldiciendo cuando se dio cuenta de lo que había
216 clavado en su cuello.
Y que su poder no la iba a sacar del apuro.
Pero sus acólitas lo harían.
Teníamos que irnos de aquí.
Pero mi cuerpo no parecía estar de acuerdo. Mi cuerpo había tenido
suficiente. Agarré a Rosier, a quien las chicas habían ayudado a sacar del
árbol, esperando contra toda esperanza poder hacer un desplazamiento
más. Solo para terminar aterrizando sobre mi trasero en su lugar.
Mientras la pesada carreta de madera rebotaba al otro lado de la línea de
árboles, como una piñata atrapada entre dos niños hambrientos de dulces.
La observé en blanco por un minuto.
Eso no era algo que veías todos los días.
Pero esta vez no hubo brujas, no se apresuraron a liberar el
contenido, no hubo movimiento alguno, excepto por los caballos
relinchando y agitándose. Por alguna razón, el grupo de rescate, o lo que
sea que fueran, se había quedado atrás, permaneciendo en silencio,
escondiéndose en las sombras. Probablemente por la mierda de otro nivel
que acababan de ver, pensé, haciendo una mueca.
Y eso estaba… eso estaba mal, ¿verdad? No es que las quisiera
masacradas por los malditos Fey, pero… se suponía que así debía ser,
¿no? Como se suponía que el esclavista debía recibir un disparo en la
garganta y ser dejado ahogándose con su propia sangre, solo que él
tampoco murió. Porque las brujas no estaban allí. Así que, en su lugar, él
estaba saliendo de la red; estaba mirando salvajemente a su alrededor; me
estaba mirando directamente.
O no, me di cuenta, cuando alguien me levantó bruscamente.
Estaba mirando al Fey detrás de mí.
Los siguientes minutos fueron borrosos. Solo la vaga impresión de
ser arrastrada aquí y allá, de ser cargada en algo, tal vez otra carreta, de la
lluvia empapándome y el viento azotándome, y Rosier susurrando cosas
que no podía concentrarme lo suficiente para entender. Quizás porque ya
me estaba concentrando en otra cosa.
Algo que aprendí recientemente sobre personas que estaban vivas y
que no se suponía que debían estarlo.
Algo sobre cuando a mi poder no parecía importarle eso. Algo sobre
217 las implicaciones…
En ninguno de los cuales tuve tiempo de concentrarme cuando nos
detuvimos bruscamente y caí tambaleante en algún lugar con barro.
No fui la única. En algún momento, las otras mujeres habían sido
sacadas de la carreta destruida y cargadas junto a mí. Y cualquiera que
sea el nuevo medio de transporte en el que hubiéramos estado, había ido
bastante rápido y no tenía barrotes, así que no había nada que nos
impidiera caernos.
Pero había un montón de Fey blindados rodeándonos, y un bosque
de lanzas en nuestras caras.
Me quedé allí, parpadeando de vuelta a la consciencia, viendo la luz
del fuego resplandeciendo en el círculo de hojas anchas y planas.
Eran tan brillantes que podía ver mis ojos muy abiertos reflejados en
la más cercana, junto con unas gotas de lluvia dispersas y los rostros
asustados de las mujeres detrás de mí. Y el comerciante bajando de una
carreta y acercándose.
Y empezando a maldecir.
—Guarden esas malditas cosas —le dijo al círculo de Fey—. ¡Ya he
perdido suficiente esta noche!
—No nos das órdenes, viejo…
—¡No, pero tu señora sí! Y a ella le gusta el trabajo que hago. ¡Así
que quéjate con ella!
Arrancó a Rosier del suelo a mi lado y comenzó a caminar hacia la
entrada de una empalizada.
Al igual que el punto de control anterior, parecía erigido
recientemente a partir de troncos pelados y afilados, algunos de ellos
enormes. Como los dos de los que se colgaban un par de puertas de
madera, actualmente cerradas contra la noche.
Y que estaban cubiertas por dos hogueras igualmente enormes, que
de alguna manera habían sobrevivido al diluvio, y hacia las cuales el
comerciante se dirigía con intención obvia.
Oh, mierda.
Me puse de pie, temblorosa y mareada. Y tropecé detrás del hombre,
apenas equilibrándome y agarrándome de su brazo derecho por apoyo,
porque estaba a punto de caerme. Y porque era el que sostenía a Rosier.
218 —No —dije, sin aliento—. No, por favor. Te lo dije; lo necesito.
Me frunció el ceño.
—¿Por qué estás usando un hechizo de traducción? ¿De dónde eres?
—De otro lugar. Y lo necesito —repetí, porque no me había soltado.
El ceño se intensificó.
—¡Tu nuevo maestro nunca te dejará quedarte con esto! Mejor
arrojarlo al fuego ahora y terminar con eso.
—Pero eso lo decide él, ¿no?
—Lo decide él después de comprarte…
—Y mi magia no funciona sin él —agregué rápidamente—. No podrás
demostrar que valgo el dinero extra. —El puño carnoso se aflojó
ligeramente—. Es inofensivo —agregué, y ambos miramos a Rosier.
Quien hizo un buen trabajo al parecer inofensivo, considerando
todo.
El comerciante emitió un sonido que iba con el disgusto en su
rostro.
—¡Solo mantenlo fuera de vista! Si muerde a alguien…
—No tiene dientes. ¿Ves? —Empecé a tirar de las encías de Rosier,
pero el hombre me detuvo con un sonido chirriante.
—¡No quiero ver! ¡Tómalo… no, ponlo en la bolsa! —Me arrojó mi
mochila—. ¡Y mantenlo allí! —Alzó la vista—. ¡Muchacho! —Metí a Rosier
en la mochila y la guardé debajo de mi brazo cuando un chico salió
corriendo del fuerte improvisado—. ¡Asegúrate que sea puesta con los
usuarios mágicos… bajo vigilancia! —gritó el comerciante cuando el chico
comenzó a arrastrarme hacia las puertas—. ¡Y tráeme una cerveza!
Y luego se abrieron las grandes puertas, y estábamos adentro.
La alegre irreverencia del campamento anterior no se veía por
ninguna parte en este. En cambio, cientos, tal vez miles de mujeres se
apiñaban alrededor de corrales, como ganado. La mayoría estaban más
sucias que las que estaban afuera en la jaula, la lluvia habiendo
embarrado la mayor parte de este lugar, y un buen número parecía
atormentada, como si hubieran estado allí demasiado tiempo. Lo que
habría sido cinco minutos para mí, porque el lugar apestaba a alcantarilla.
Jadeé, con los ojos llorosos, mientras me remolcaban hacia adelante.
Más allá de corrales con ovejas y cabras balando, más allá de una gran
219 cantidad de partidarios del campamento alrededor de mesas y calderos,
intentando convertir a los animales en la cena, más allá de un montón de
sirvientes corriendo alrededor con cargas de leña, más allá de carretas
llenas de barriles o vegetales, más allá de una carpa llena de Fey vestidos
de gris haciendo algo que no pude ver porque fui arrastrada demasiado
rápido. Más allá de otras cien imágenes, olores y sonidos que me
abofetearon, como el humo ondulante al pasar frente a una estufa
ardiendo.
Y hacia un pasillo formado por dos largas filas de mesas, una a cada
lado, donde se procesaban a los recién llegados.
Al menos, parecía que esa era la idea. Pero solo había un espacio
estrecho en el medio, que estaba completamente lleno de mujeres gritando,
llorando y desesperadas. Y guardias luchando contra ellas, intentando
organizar a las recién llegadas, despojándolas de sus posesiones y
poniéndolas en atuendos similares a los míos.
Podría haber ido mejor, excepto que las posesiones de las mujeres
aparentemente incluían a sus hijos. Quienes estaban siendo separados de
sus madres y pasando sobre los respaldos de las mesas, a las carretas
esperando. Dudaba que fueran a ser lastimados, considerando lo mucho
que los Fey apreciaban a los niños.
Pero las mujeres obviamente no lo sabían.
Una gritó cuando su hija fue arrancada de sus brazos, y luego saltó
tras ella, trepando frenéticamente sobre una de las mesas. Y enviando
canastas de runas y amuletos, varitas y anillos, dispersándose por todas
partes en el proceso. Y pateando y gritando, y llamando el nombre de la
niña una y otra vez, cuando uno de los guardias la agarró e intentó
arrastrarla hacia atrás.
Hasta que ella le arañó la cara con las uñas, dibujando largas líneas
de sangre, y él sacó un garrote y la golpeó en la sien. Haciéndola colapsar
como una muñeca de trapo caída, su cabello rojo brillante resplandeciendo
a la luz de las antorchas. Casi tanto como la sangre filtrándose en el suelo
alrededor de su cráneo probablemente fracturado.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Rosier cuando me di cuenta que
me dirigía inconscientemente hacia la mujer.
El chico tiraba de mi mano.
—¡Ven! ¡Ven!
Pero no entré. Solo me quedé parada allí, con el puño apretado en la
220 cuerda de la manada, a medida que varios guardias convergían sobre la
mujer caída. Solo que alguien más la alcanzó primero.
Hubo una conmoción repentina, lo suficientemente fuerte como para
ser escuchada sobre el estruendo, y una pequeña silueta salió de debajo
de la mesa.
—¡Mamá! ¡Mamá!
No tenía que preguntar de quién era esa niña; el cabello era brillante
como la llama. Tan brillante como el de su madre cuando se arrojó sobre el
cuerpo, sollozando y repitiendo esa misma palabra una y otra vez,
mientras los dos caídos se mezclaban. Imposible notar la diferencia.
—Escúchame —dijo Rosier, su voz baja y urgente—. No hay nada
que puedas hacer. Si está muerta, murió hace quince siglos, ¿entiendes?
No puedes ayudarla. ¡Solo puedes lastimarnos!
—Entiendo.
—Entonces, ¿por qué sigues moviéndote?
No estaba segura. Un Fey en gris acababa de arrodillarse junto a la
mujer caída, apartando al guardia con la mano levantada. Otra Fey, esta
vez femenina, se agachó debajo de la mesa y durmió a la niña con un
toque en su mejilla. Se la llevó mientras el chico del esclavista
prácticamente me arrancaba el brazo, gritando:
—¡Ven aquí! ¡Ven aquí! —Lo suficientemente fuerte como para llamar
la atención de dos guardias cercanos.
De repente no me quedó nada más que hacer.
Excepto lo obvio.
Me arrodillé y recogí un bulto del suelo y luego me puse de pie, justo
cuando los guardias nos alcanzaron.
Parecían más interesados en la escena en curso más allá de mí,
donde el Fey en gris estaba diciendo algo que el hechizo no pudo traducir
al guardia pelirrojo, a quien no pareció gustarle. Su mano apretó su arma,
haciendo que un jadeo audible corriera a través de la multitud cercana.
Pero no la había levantado cuando lo que pareció un oficial lo sujetó del
brazo, su agarre tan feroz como su expresión. Y prácticamente lo arrojaron
a los dos guardias frente a mí.
Uno de ellos lo agarró mientras que el otro me alcanzó.
221 —¿Qué recogiste?
—¿Qué?
Agarró mi muñeca.
—¡Muéstrame lo que tienes en la mano!
Abrí las manos, las dos con las palmas hacia arriba.
—Tropecé —dije—. No tengo zapatos.
Bajó la vista hacia mis pies, y luego volvió a mirarme con los ojos
entrecerrados. Pero la impaciencia, y la valentía, de un niño de ocho años
me salvó.
—Ya la revisaron —dijo el chico, tirando de mí—. ¡Es la chica de
Budic!
Y para mi sorpresa, nos dejaron entrar.
No fue mucho más tranquilo al otro lado a medida que pasábamos
entre la multitud fuera de los corrales.
Los Fey deambulaban cerca, evaluando la mercancía que se ofrecía,
mientras un pequeño ejército de humanos se apresuraba por todas partes,
poniendo manchas de pintura en las túnicas de las mujeres en varios
colores. Ambos grupos ignoraban el llanto traumatizado de las esclavas
preguntando desesperadamente por familiares desaparecidos, insistiendo
en que no deberían estar aquí, o rogando ayuda. O, en más de un caso,
meciéndose sin pensar en el barro, con miradas vacías en sus rostros.
—¿Qué está pasando? —pregunté a Rosier, mis labios entumecidos.
Había trepado de la mochila y se había subido a mi hombro y miraba
con los ojos completamente abiertos.
—Esto no puede estar sucediendo…
—Bueno, ¡parece que me está pasando a mí!
—No lo entiendes. Hay un tratado. Rige cuántas mujeres puede
tomar un Fey a la vez. Hay límites estrictos…
—¿Esto te parece limitado?
—No. —Miró a su alrededor un poco más—. No.
Y luego fuimos arrastrados hacia un hombre de aspecto hostigado
en medio de la planicie, quien apuntó al chico hacia una tienda de
campaña. Una como todas las demás que se apiñaba en la mitad trasera
222 de la fortaleza, excepto que esta tenía un grupo de guardias de pie al
frente. Y estaba completamente oscuro por dentro.
Al menos para mí. Las antorchas ardiendo afuera de la entrada me
habían cegado cuando pasamos, pero supongo que eso no era cierto para
todos. Porque en cuanto crucé la puerta, alguien juró.
—¿Qué demonios es eso?
—De hecho, un demonio —dijo alguien más cuando el chico soltó mi
mano.
—Quédate aquí —me dijo mientras veía a mi alrededor a ciegas—. Si
sales, los guardias te matan. ¿Entendido? ¡Te matan!
—Entendido —dije, mis ojos esforzándose por identificar algunas
manchas grises dispersas aquí y allá, entre las imágenes residuales en mis
ojos.
—¡Te matan! —repitió, solo para estar seguro que estábamos claros.
Después me dejó sola con las manchas. Algunos de los cuales comenzaron
a acercarse.
A juzgar por los sonidos que hacían, no estaban felices de verme. Tal
vez porque todavía tenía a Rosier en mi hombro, como el loro más feo del
mundo. Abrí la boca para decirles que era inofensivo y luego la volví a
cerrar.
Porque no estaba segura de qué eran.
—Eso es demoníaco —siseó una de las manchas, más cerca de lo
que me gustaría. Casi lo suficientemente cerca para tocarme.
—Mi demonio —dije, saltando hacia atrás—. Mío.
—¿Y quién eres tú?
Tragué con fuerza.
—Alguien que se está preguntando por qué un grupo de brujas…
son brujas, ¿verdad? —pregunté cuando las manchas comenzaron a
resolverse en un semicírculo de mujeres llevando sogas.
—Aye, somos brujas. ¡Pero no del tipo que se asocia con demonios!
La oradora era una mujer mayor, que francamente se parecía mucho
a una bruja. O a la percepción común de una. Le faltaba el sombrero
puntiagudo y la escoba, pero la nariz de gancho, el cabello negro y gris
salvaje, y el parche en el ojo eran perfectos. Lo que me hizo preguntarme
223 qué demonios estaba haciendo aquí.
No estaba intentando ser cruel, pero “esclava sexual” no era la
primera descripción que se me ocurría.
Por supuesto, eso también iba para el resto de ellas. No parecían ser
de edad fértil.
Aunque podría estar juzgando mal, ya que tampoco había una sin lo
que parecían cicatrices de batalla: un ojo faltante, un diente frontal
astillado, una cicatriz seccionando literal una mejilla, lo suficientemente
profundo como para que haya golpeado un hueso… hace veinte años.
—Bueno, tal vez es por eso que todavía están encerradas —dije,
continuando evadiendo la multitud avanzando hacia mí.
Eran siete, quizás ocho (todavía me era difícil ver, especialmente en
las esquinas) y no me gustaban esas probabilidades. No cuando la de
aspecto más amable también parecía que podía enfrentarse a un luchador
profesional… y ganar.
—¡Cuida tu lengua, niña! —Eso era de una mujer grande con cabello
rojo desteñido y una expresión beligerante.
—Eso podría ser prudente —dijo Rosier suavemente, en mi oído.
—Hay un momento y lugar para la prudencia —dije—. No creo que
sea este.
—Escucha a tu criatura, niña —aconsejó la pelirroja.
—¿O qué? ¿Me lastimarán? ¿Quizás matarme? ¿Y entonces qué?
—¡Entonces estarás muerta! ¡Y tu criatura contigo!
—Y aún estarán atrapadas aquí, semidesnudas e indefensas… —
alguien siseó—… a punto de ser subastadas como ganado…
—¡Cuidado!
—… o no, no como ganado —modifiqué—. Como ovejas. El ganado al
menos intenta escapar…
—Y si no te matamos, ¿cómo cambia eso? —preguntó alguien en voz
baja, detrás de mí.
Me di la vuelta, porque no había notado a nadie allí.
Mi visión ahora era un poco más clara, probablemente tanto como
iba a serlo, teniendo en cuenta que la única luz provenía de pequeñas
224 rasgaduras en la tela de la carpa. Enviando pequeños haces de luz llenos
de polvo apuñalando por el espacio, uno de los cuales atravesaba la cara
de la primera mujer joven que había visto. Y la primera que no parecía una
bruja.
Era bonita, con rasgos delicados y una cascada de cabello rubio
pálido que casi le llegaba a las rodillas. Y lo que podrían haber sido unos
ojos gris oscuro que se clavaban en mí tranquilamente. No se parecía a
alguien que estuviera a punto de ser carne de subasta. Tampoco parecía
que estuviera planeando apuñalarme por la espalda a la primera
oportunidad que tuviera, especialmente porque la había tenido.
—Dame un momento —dije, y cerré los ojos.
Solo tenía una pregunta, ya que solo podía ver una opción. Pero
antes de hacer algo, sería bueno saber si estaba a punto de arruinar la
línea de tiempo.
Ya sabes, de nuevo.
Pero mi poder estaba haciendo el equivalente metafísico de tararear
ausentemente, sin opinión aparente de una manera u otra. No había
ninguna sensación de pesimismo y tristeza, pero tampoco entusiasmo. Si
tuviera que usar una palabra para describir la respuesta general, habría
sido “meh”.
Tendremos que trabajar en nuestra comunicación, le dije
sombríamente.
—Tengo una idea —les dije, abriendo los ojos. Y encontré a las
brujas mirándose entre sí, como si pensaran que podría estar loca—. Pero
depende.
—¿De qué? —preguntó la rubia con cautela.
Saqué los objetos que había recogido del suelo y que mi pequeño
camaleón me había escondido, de un pliegue en la falda.
—Si estas varitas les pertenecen.

225
U
n minuto después, descubrí lo que había detrás de la carpa:
más carpas. Junto con un guardia sorprendido que fue
maldecido a través de la tela antes de darse cuenta de que
era un objetivo. Y luego terminó en un bulto escondido detrás de la
pequeña película que las brujas proporcionaron para cualquiera que se
registrara.
Se suponía que éramos nosotras, acurrucadas en un círculo,
hablando en voz baja. Y para una ilusión sobre la marcha, no estaba mal,
aunque no era probable que engañara a nadie por mucho tiempo. Pero,
por otro lado, no teníamos mucho tiempo.
La subasta estaba por comenzar.
Por lo que podía ver más allá de un par de barriles, parecía que el
226 registro había terminado y la clasificación había comenzado. A las mujeres
jóvenes sollozando se les estaba alejando de sus parientes mayores, y
supuse que vendiéndolas como esclavas genéricas. Y luego divididas aún
más según la edad o el aspecto.
Los grupos estaban siendo reunidos por comerciantes que
frecuentemente cambiaban de opinión, unificando y luego separando a las
familias mientras intentaban formar los mejores lotes.
Mi mano se apretó cuando vi a dos hermanas, a juzgar por su largo
cabello castaño rojizo idéntico, ser desnudadas y examinadas por un
hombre canoso con el toque impersonal de un comerciante de caballos.
Conservaron a la chica con el rostro más bonito; y la otra fue arrastrada,
sollozando, a otro grupo, sin siquiera poder vestirse primero. Un sirviente
que pasaba le quitó la túnica de la mano y la pisoteó en el barro, dejándola
intentando cubrirse solo con el cabello a medida que esperaba, sola y
aterrorizada, para ser vendida con un grupo de extraños.
Me dije que Rosier había tenido razón. No podía detener lo que
estaba sucediendo, lo que ya había sucedido. Sin embargo, esto se había
acabado, había terminado hace mucho tiempo. Pero mi trabajo no.
Tenía que salir de aquí.
Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. El campamento estaba
repleto de guardias, tanto los oficiales como los más llamativos de
armaduras brillantes y armas grabadas que algunos de los esclavistas
habían traído. E incluso si de alguna manera podíamos atravesar todo eso,
y atravesar el muro protegiendo la planicie, un ejército estaba acampado al
otro lado.
Me mordí el labio. Podría usar la poción, intentar desplazarme. Pero
incluso si tenía éxito, eso podría empeorar las cosas en lugar de
mejorarlas. Porque Gertie todavía estaba allí afuera. Y aunque actualmente
no podía patearme el trasero, sus acólitas casi seguramente la habían
rescatado. Dudaba que fueran lo suficientemente poderosas como para
llevarla a casa, pero definitivamente podrían llevarla a su contraparte
actual, la Pitia bizantina que había visto con ella la última vez.
Y entonces ella podría patearme el trasero.
Tendría que encontrar otra forma.
—¿Están subastando a las personas en lotes? —le pregunté a la
rubia, que se había agachado a mi lado.

227 Ella asintió.


—Los comerciantes humanos no están permitidos en Faerie. Venden
a las mujeres en cantidad a los Fey, quienes las recogen, las limpian y las
subastan individualmente.
—¿Después cada esclavista Fey se irá con un grupo bastante
grande? —pregunté, para asegurarme de que entendía—. ¿Un grupo que
no conoce muy bien?
—No esta noche —dijo la pelirroja, antes de que la rubia pudiera
responder. Se agachó a nuestro lado.
—¡No sin nuestra gente usando la oscuridad para que paguen por
cada vida que roban!
—¿Tu gente? —Le fruncí el ceño—. ¿Te refieres a las mujeres locas
que casi nos matan al entrar?
Me lanzó una mirada sardónica.
—No estaban intentando matarte, niña, de lo contrario estarías
muerta. Estaban intentando salvarte.
—Sí —acordó Nariz Ganchuda, uniéndose a la fiesta—. ¡Veamos
cuánto se beneficia Nimue de sus crímenes!
—¿Nimue? ¿Entonces los Fey Verdes están detrás de esto? —
pregunté, de repente notando algunas casacas verdes en la multitud. La
mayoría de los guardias no se habían molestado con ellos, probablemente
debido al clima. Pero las cataratas inundando todo deberían haber sido
una pista suficiente. El agua era el elemento de los Fey Verdes y podían
hacer cosas increíbles con ella. Si no hubiera estado preocupada…
De repente noté que todas se habían girado para mirarme, en varios
grados de incredulidad.
—No… soy de por aquí —añadí débilmente.
—Tu casa debe estar muy lejos si no sabes que Nimue considera
esto su feudo personal —dijo la rubia—. Cree que puede hacer lo que
quiera con esto.
—Y lo que le gusta es renegociar el tratado —comentó la pelirroja
acaloradamente—. ¡Y ya era bastante malo!
—Una reciente guerra con los Fey Oscuros agotó sus números —
explicó la rubia—. Ella insiste en duplicar el impuesto.
—¡Pero el rey se negó, y con toda maldita razón, también! —
228 murmuró Nariz Ganchuda—. ¡Pero ahora ha venido a la fuerza, reuniendo
no solo lo que le pidieron, sino a todas las mujeres que puedan encontrar!
—Incluso se están llevando a los niños —comentó una morena
delgada desesperada, con sus ojos en el campamento.
—Solo está intentando presionar al rey —le dijo la rubia—. A Nimue
le cuesta mucho alimentar a sus propios hijos… no puede querer
alimentar también a los nuestros.
—¡Entonces se los llevará y también la comida! —dijo la pelirroja—.
Dejándonos lo suficiente para criar una nueva generación. Para que
puedan venir y recogerlos, tomar a quienes quieran, violar y saquear… ¡No!
¡Esto termina ahora!
—¿Cómo? —preguntó la morena delgada con amargura—. Tiene a
las líderes, y también a la princesa. Y sin ellos…
—Por eso estamos aquí —dijo la rubia, viendo mi confusión—.
Nimue llamó a las líderes del aquelarre a una conferencia, solo para
tomarlos cautivas. Vinimos en una misión de rescate. —Sus labios se
torcieron—. Y poco después necesitamos rescate nosotras mismas.
—¿Estas líderes del aquelarre podrían ayudarnos a salir? —
pregunté.
—Sí —respondió la pelirroja—. ¡Si pudiéramos encontrarlas!
—Tenemos que seguir el plan —dijo la rubia, mirando a su alrededor
al círculo de mujeres, quienes se miraron entre sí con inquietud—.
¡Tenemos que intentarlo!
—Ni siquiera sabemos si hay un plan —argumentó Nariz
Ganchuda—. Si nuestro chico yace muerto en el bosque, los aquelarres no
vendrán.
—E incluso si lo hacen —agregó la morena delgada—. No podemos
derribar los muros sin las líderes. Las guardas…
—Esperen —dije, intentando seguirles el ritmo—. ¿Qué plan? ¿Y qué
chico?
—De hecho, un hombre. En parte Fey. Nos está ayudando a
coordinar un ataque contra el campamento.
—La idea es que los aquelarres asalten este lugar desde afuera —dijo
la rubia—. Mantener ocupados a los Fey mientras liberamos a los líderes.
Cada uno de los cuales puede aprovechar el poder de un aquelarre entero,
con la esperanza suficiente para destruir los muros de la planicie…
229
—Y luego todas se dispersan —interrumpió la pelirroja, sus ojos
avellana fulgurando—. Todas las mujeres en todas las direcciones
mientras los aquelarres luchan contra los Fey. ¡Pueden recapturar a
algunas, pero nunca nos atraparán a todas!
—No de noche. No en nuestras propias tierras —coincidió Nariz
Ganchuda.
—… pero nos atraparon antes de que pudiéramos encontrar a las
líderes, mucho menos liberarlas —finalizó la rubia.
—Y ahora nuestra única esperanza está muerta —dijo la morena
delgada con tristeza.
—No lo sabes. Tenía que encontrar a los otros aquelarres, hacer que
aprueben el plan, y luego regresar hasta aquí…
—Y esa era una de las mejores ilusiones que he visto —agregó la
pelirroja con envidia.
—¿Ilusión? —pregunté, sintiendo que mi temperatura comenzaba a
subir—. ¿Qué ilusión?
—Se disfrazó de esclavista —respondió Nariz Ganchuda—. Uno que
fue asesinado intentando esconder algunas de las chicas que habíamos
rescatado de los Fey. Nuestro chico se ofreció a pasar por sus líneas y
comunicar el plan al resto de los aquelarres…
—Y lo logró —dijo la rubia con firmeza—. Tiene que haberlo hecho.
La ilusión era perfecta.
Nariz Ganchuda no estuvo de acuerdo.
—Demasiado llamativo. Le dije que atenuara ese cabello.
—¿Qué importa? —se lamentó la morena delgada—. Conociendo a
los Fey, ya está muerto…
—Sabes, lo dudo seriamente —dije, observando a un demonio con
cabello en dos tonos corriendo hacia la carpa detrás de nosotras y
comenzando a revolotear en medio de la ilusión. Y luego salir corriendo por
la nueva puerta trasera y mirar alrededor como un demente.
Hasta que nos vio.
—Oh, bien —me dijo, visiblemente relajado—. Estás aquí…
Y entonces, lo abofeteé.
230

—Deja de actuar como si estuvieras herido —dije, unos minutos más


tarde—. No estás herido.
Pritkin palpó su mandíbula por tercera vez.
—Es más que nada mis sentimientos…
—¿Tus sentimientos? Me secuestraste…
—Te expliqué eso. Iba a volver…
—Pensé que ibas a la Corte.
—Lo hice… lo estaba haciendo —se corrigió mientras nos pegábamos
a un lado de una tienda de campaña, a mitad del campo—. Surgió… esto.
—¿Y no pudiste habérmelo dicho? ¿No pudiste haber dicho nada?
Me hizo callar, lo que no hizo mucho por mi temperamento. Y luego
tomó una guarda que no había visto del costado de la tienda y se la
entregó a las brujas. Antes de volverse hacia mí, luciendo exasperado.
—Había demasiadas orejas alrededor, y mi disfraz se estaba
desgastando. Los Fey Verdes son generalmente tolerantes con los
mestizos, pero con las tensiones tan altas…
—Entonces me dejaste con un esclavista…
—Por un corto tiempo. Así sabría dónde estabas. Así no te
secuestrarían en un saqueo, o terminabas en uno de esos malditos
corrales…
—¡Puedo cuidar de mí misma!
—Sí —dijo, de repente con intención—. ¡Pero también los Fey, y
había muchos más de ellos que tú, además de cada esclavista en el
maldito país registrando las colinas en busca de cualquier mujer que
pudieran encontrar!
—¿Entonces me secuestraste para evitar que me secuestraran?
Comenzó a decir algo, luego lo pensó por un segundo.
—Esencialmente.
—Eso solo tendría sentido para ti —dije agriamente.
231
—Ustedes dos son… ¿amigos? —preguntó la rubia, alzando la vista,
mientras arrojaban el cuerpo de un Fey en un barril.
—Amigos —concordó Pritkin.
—Es complicado —dije, al mismo tiempo.
Él frunció el ceño.
Suspiré.
—Amigos —coincidí.
—Es complicado —dijo, simultáneamente.
Ella parpadeó.
La pelirroja se echó a reír.
—Solía tener uno de ese tipo de “amigos”.
—No es así —dije.
—Estoy trabajando en eso —dijo Pritkin.
Fruncí el ceño.
—¿Trabajando en qué?
—¿Qué?
—¿Qué pregunta estabas respondiendo?
—¿Hubo una pregunta?
Parpadeé. La pelirroja se echó a reír. La rubia parecía preguntarse
cómo había terminado en una misión de rescate con los Tres Chiflados.
—¿Está muy lejos? —preguntó ella—. ¿Dónde retienen a los líderes?
—No, justo allí. —Pritkin asintió hacia un pabellón cercano.
Y esa era la única palabra para eso. Las carpas en la mitad trasera
del campamento habían comenzado siendo bastante básicas, con un poste
central y un tejido oscuro. Pero comenzaron a ser más elegantes cuanto
más nos alejábamos de los corrales de ganado. El aire estaba más limpio
aquí atrás, y las estrellas brillaban sobre mansiones blancas de varias
habitaciones con diseños dorados en el lienzo y brillantes banderines
volando por encima. Y esta era la más grande que hubiera visto, en
realidad, una casa digna de una reina.
Solo que aparentemente, no lo era.
232 —No la tienda —dijo Pritkin, y señaló algo más allá.
Algo que en serio era una gran decepción.
No había podido tener una idea general del diseño de este lugar,
porque las viviendas de los Fey estaban dispersas al azar, en una masa
desordenada. Pero casi nos abrimos paso a través de ellas, hasta la parte
trasera del campamento, donde había un espacio abierto cerca de la pared
de la planicie. Delante de lo cual estaba…
Bueno, parecía un techo bajo al cual alguien había olvidado poner
una casa. Y dado que era un techo de paja, y dado que el edificio
desaparecido en su mayoría era grande, tenía un aspecto bastante
divertido. Como un tupé, uno que se le había caído a un gigante pasando
por el lugar.
Pero, por más patético que fuera, eso era lo que los Fey usaban como
puesto de mando, probablemente porque los encantamientos no funcionan
tan bien en los “muros” insustanciales y revoloteantes.
Si lo hicieran, aún estaríamos atrapadas en nuestra propia carpa.
—Entonces, esto es bueno, ¿verdad? —susurré—. Es paja. Una
buena bola de fuego…
—Nunca la tocaría —dijo Nariz Ganchuda, extendiendo una mano
venosa.
La rubia asintió.
—Está protegida.
—No —discrepó Pritkin—. Tiene guardas. Podríamos atravesarlas
martillándolas durante una semana, pero no tenemos una semana.
Giró la muñeca, mostrando un tosco reloj de arena grabado en la
piel de su antebrazo. Los magos usaban tatuajes mágicos para todo tipo de
cosas, pero esto no se parecía a uno, tal vez porque no marcaba el tiempo.
Se veía doloroso, rojo y escarpado en los bordes, como si se hubiera
hecho rápidamente y sin un cuchillo totalmente afilado.
Pero estaba funcionando.
Pequeños puntos rojos fluyendo desde la parte superior de la “copa”
hasta la parte inferior, y aunque no sabía cuánto tiempo tardaba en
vaciarse, sí sabía que no quedaba mucho. Los aquelarres se acercaban, y
llegarían pronto. E iban a ser masacrados si no lográbamos rescatar a las
233 líderes antes de eso.
—¡Entonces veamos qué podemos hacer todos juntos! —dijo la
pelirroja, levantándose.
Solo para que la rubia y la morena delgada la empujaran de vuelta.
—También está el pequeño asunto de la guardia personal de la reina
—agregó Pritkin secamente—. Hay docenas allí dentro, y no se mueven de
ahí. Por lo que escuché, nadie ha estado entrando o saliendo en todo el
día.
—¿Entraste? —pregunté.
Sacudió la cabeza.
—Me hice pasar por un partidario del campamento asignado para
entregar comida, pero los guardias me lo quitaron todo. Después del
intento por liberar a las líderes del aquelarre, no se están arriesgando.
—Entonces, ¿cómo sabes que las líderes siquiera están allí? —
preguntó la pelirroja.
—Por el partidario del campamento del que hablé. Se le permitió
entrar antes. También vio otro conjunto de guardas en una cámara
interior, y seis guardias fuera de ella…
—Es la princesa —dijo la rubia con entusiasmo—. ¡Tiene que serlo!
—¿Princesa? —repetí.
—Una princesa Fey —respondió—. Nos ayudó a organizar los
aquelarres. Ha estado luchando junto a nosotros.
—Será más fácil solo conseguir a las líderes del aquelarre —
argumentó Pritkin—. Si ella es Fey…
—¡No vamos a dejarla!
—Si es Fey —repitió tercamente—. Tarde o temprano tendrá que
llegar a un acuerdo con su gente sobre esto, o ser exiliada. ¿Crees que
querrá eso?
—Será ella quien diga lo que quiere —dijo la pelirroja
acaloradamente—. ¡Está de nuestra parte sacarla para que pueda decirlo!
Hubo un coro de acuerdo.
Pritkin suspiró.
—Entonces vamos a necesitar la llave.
234 —¿Qué llave? —pregunté.
Suspiró nuevamente.
—La que cuelga del cuello de Nimue.
—¿A lrededor de su cuello? —pregunté, mientras Pritkin
y yo esperábamos que las brujas se pusieran en
posición.
Se dirigían hacia el muro de la planicie, para comenzar un
encantamiento y así intentar derribarlo en caso de que falláramos. Él y yo
estábamos mirando, listos para causar una distracción si parecía que
alguien se daba cuenta. Pero hasta ahora, nadie lo había hecho.
Quizás porque todos estaban en la subasta. Aparte de un humano
cortando leña y un Fey intentando herrar a un caballo, no había ni un
alma a la vista. Era demasiado bueno para ser verdad, y me estaban
picando las palmas.
—Eso es lo que uno de los guardias le dijo a mi fuente, cuando se
235 ofreció a llevar una bandeja —confirmó—. Es la única con una llave.
—Entonces, ¿cómo se supone que vamos a conseguirla?
—No vamos a conseguirla. Voy a hacerlo… si es posible. —No parecía
que estuviera exactamente encantado con la idea—. No te quiero ni
remotamente cerca de la bruja del mar.
—¿Así es como la llaman?
—Esa es una de las formas en que la llaman.
Pritkin parecía sombrío, tal vez porque su plan de esconderme con el
esclavista no había funcionado. Aunque pensé que debería haber estado
contento con eso, ya que le resolvía un problema. Uno grande.
En lugar de intentar encontrar la manera de hacer que las brujas
salieran, ahora estábamos intentando contrabandear algunas varitas
dentro, y dejar que lo hagan por sí mismas. Básicamente, la misma idea
que tuve la primera vez que robé las cosas, atrás en el patio. La pregunta
era cómo superar a los guardias.
Que era donde yo entraba.
Como jefe de la Corte Pitia, era técnicamente un líder de aquelarre.
Lo que significaba que debería estar con los demás ahí dentro, resolviendo
un problema. Y mi brazalete resolvería el resto.
Porque incluso si los Fey lo encontraban, siempre volvía a mí.
Incluyendo los nuevos encantamientos pequeños que lo rodeaban, los
extraños adornos feos y encantados que Pritkin había encogido, y los que
las brujas podrían desencoger y enloquecer. Distrayendo a los guardias
mientras él se infiltraba en las cámaras de Nimue para conseguir la llave.
Ese era su trabajo, gracias a su habilidad para el glamour. La mía
era solo servir como mula de municiones mágicas: pasar las cosas más
allá de los guardias. Entonces, ¿por qué estaba sudando?
Tal vez porque mi poder permaneció completamente desinteresado
en todo este asunto, aunque ahora estaba interfiriendo activamente en la
línea de tiempo, exactamente lo que no debía hacer. Lo mismo que se
suponía que debía evitar que otras personas hicieran. Y ahora que tenía la
cabeza despejada, estaba recordando cosas, como lo que había significado
antes cuando mi poder no estaba preocupado por los cambios en la línea
de tiempo.
236 Algo estaba a punto de ocurrir, algo malo, algo que iba a hacer que
todo esto fuera irrelevante. Porque eso fue lo que sucedió la última vez:
había muerto un Fey que no debía, pero a mi poder no le había importado.
Porque sabía que una batalla se acercaba, una en la que se suponía que
iba a morir, y la diferencia de las pocas horas no fueron suficientes para
que importara.
Estaba asumiendo que lo contrario también funcionaba. Como si
aquellas personas que se suponía que murieran hoy más temprano lo
hicieran en breve por algo más, de modo que nunca tendrían la
oportunidad de meterse con la línea de tiempo. Así que a mi poder no le
importaba, pero a mí sí, porque estaba aquí y Pritkin estaba aquí y
necesitábamos irnos antes de que la mierda golpeara…
—Es hora —dijo Pritkin, lo suficientemente abrupto como para
hacerme saltar. Me miró un momento—. ¿Estás bien?
—Sí —respondí, un poco sin aliento—. Sí, estoy bien.
Dejé de tocar mi pulsera y lo seguí.
El tupé resultó ser la casa de un noble, porque aparentemente los
nobles tenían diferentes estándares en esa época. Pero era más grande por
dentro de lo que pensaba, con un techo alto debajo del techo cónico, como
mirar hacia arriba a un gran sombrero de paja. De qué tamaño no estaba
segura, porque una pared de bahareque se alzaba a una docena de metros
de distancia con una puerta, bloqueando las áreas internas de lo que
parecía una sala de recepción.
Bueno, está bien, parecía la versión medieval de un pabellón de
caza, con una chimenea, una mesa y algunas sillas cubiertas con pieles de
animales repartidas por todas partes. Pero no había gente, al igual que no
había guardias en la puerta de afuera. Debería haberme hecho sentir
mejor.
No lo hizo.
—Espera.
Pritkin ya había comenzado a caminar hacia la puerta, pero se volvió
para mirarme.
—No tenemos mucho tiempo.
—Lo sé. Pero esto… necesito saber algo primero.
Él levantó una ceja.
—El bastón.
237
—¿Sí?
—¿Lo tienes?
—Está… seguro.
—¿Seguro en dónde?
No dijo nada.
Me mordí el labio.
—¿No confías en mí?
—No soy yo…
—¿Entonces quién?
—El rey. Dijo…
—¿Qué rey?
Pritkin me miró fijamente.
—¿El que conocimos ayer?
Solo lo miré fijamente.
“Ayer” era un concepto difícil cuando te burlabas de la línea del
tiempo tanto como yo. Así como, realmente difícil.
—¿El que intentó matarnos?
No reducía mucho las cosas.
—¿El que de alguna manera congelaste en el lugar?
Y entonces recordé: el rostro de un ángel, si no contabas la
expresión. Reflejos más rápidos que los de cualquier persona que haya
visto, incluyendo otros Fey… casi incluyéndome a mí, y había estado
desplazándome.
Y una bota reluciente estampándose, no en mí, sino en el techo a mi
alrededor, que también había sido de paja.
Y que se había roto, enviándome a caer directamente en manos del
grupo de Pitias.
Fruncí el ceño.
—Te refieres al rubio…
238 —Sí.
—…. ¿Era el Rey del Cielo?
—Sí. Caedmon. Me dijo…
—Caedmon. ¿Ahora lo tratas por su nombre?
Los ojos de Pritkin se entrecerraron.
—Después de que desapareciste, otra vez, accedió a dejarme llevar el
bastón de vuelta a la Corte, para usarlo como cebo para intentar averiguar
qué está pasando. ¿O no quieres saber por qué las tres casas principales
de Faerie están actualmente en la tierra, al mismo tiempo, en el mismo
lugar, con ejércitos?
Sacudí mi cabeza.
—Ya lo sabemos. Los Svarestri robaron el bastón, y los Blarestri
vinieron persiguiéndolos. Y ahora Nimue…
—Pero eso es precisamente. ¿Por qué vinieron? Los Svarestri apenas
conocen este mundo. ¿Por qué traer el bastón hasta aquí, donde están en
grave desventaja incluso entre otros Fey, quienes tienen al menos algo de
familiaridad con él? ¿Y dónde su poder no funciona tan bien como en
Faerie? Roban un bastón que fácilmente podría causar una guerra, y lo
traen aquí. ¿Por qué?
—No lo sé. Pero no vamos a averiguarlo si lo pierdes…
—Te lo dije, está seguro.
—Pero no me dirás dónde.
Pritkin frunció el ceño. Era extraño. El rostro era diferente, la cara
era extraña, pero esa expresión era inquietantemente familiar. Salvo por
una cosa.
—Odio tus ojos —dije de repente, antes de pensar.
—¿Qué?
—No, me refiero a esos —dije, señalando el combo azul-negro que
tenía—. ¿Tienes que quedarte con ellos?
Pareció un poco sorprendido, pero sacudió la cabeza.
—No. El guardia estaba a punto de cambiar mientras estaba aquí, y,
en cualquier caso, no estaba usando esta cara entonces. No me
239 reconocerán más que a ti.
—¿Por eso crees que esto funcionará? ¿No me conocen?
Pritkin me miró por un momento, y luego regresó. Tenía esa
expresión, la expresión de algún-día-voy-a-entenderla, lo que sí,
probablemente no era un gran desafío en este momento. Sentía como si me
estuviera estancando.
Pero no podía evitarlo. No quería entrar allí. Había estado bien desde
afuera, solo una casa pequeña con aspecto de sombrero tonto, pero
ahora…
Ahora no me gustaba.
Se sentía como estar de pie en la entrada de una cueva donde te han
dicho que hay un monstruo, pero no lo creíste hasta que fuiste allí y, oh,
mira, un monstruo. O como estar en una de esas viejas películas donde
estás en la parte superior de las escaleras del sótano, mirando hacia la
oscuridad, y el interruptor de la luz no funciona. Y, lo que es peor, eres
rubia. Todos están gritándole a su televisor: “No entres allí, no entres allí”,
pero lo haces porque eres la rubia, el cual es el código de Hollywood para
ser criminalmente estúpido.
Solo que yo no lo era, y no quería entrar allí.
Pritkin inclinó la cabeza, como si parte de mi diálogo interno se
mostrara en mi rostro.
—Eso y el hecho de que los Fey pueden sentir el poder.
—¿Y eso importa?
Levantó una mano justo por encima de mi brazo, y la piel de gallina
se erizó para encontrarse con él.
—Tienes poder. Cualquiera que se concentre, cualquiera que tenga
la habilidad, debería poder sentirlo. Si debo convencerlos de que eres
alguien que necesita ser puesto en un área altamente segura, tienes que
ser poderosa.
Lo miré.
—¿Es por eso que este Caedmon no confía en mí?
—No lo dijo.
—Pero le crees.
—Dijo que debía evitarte. Me dijo que eres peligrosa.
240 —¿Y le crees?
Se sentía importante por alguna razón, alguna razón estúpida, ya
que este Pritkin no me conocía. Habíamos pasado tal vez un día juntos en
lo que a él respectaba. Por supuesto, había sido un día infernal, y era un
día mucho más largo de lo que había conocido al maldito rey, pero aun
así…
Se acercó hasta que nuestros cuerpos casi se tocaron. Un dedo
levantó mi barbilla, y miré hacia los ojos que finalmente me resultaron
familiares, el verde vivo brillando a través de cualquier hechizo que
hubiera usado antes.
—Estoy contigo ahora. Te estoy confiando con esto. Y cuando esto
termine, te llevaré a la Corte. Descubriremos juntos qué quieren los
Svarestri con el bastón.
Tragué con fuerza y asentí.
—Está bien.
Entramos.
Esperaba otra habitación grande al otro lado, formando la otra mitad
del círculo. Pero en cambio, solo había un pasillo, relativamente estrecho,
con un techo bajo. Era casi claustrofóbico, especialmente proviniendo de la
habitación anterior, y no había ventanas. En su lugar, unas linternas
colgaban en las paredes a intervalos, arrojando sombras parpadeantes por
todas partes y aumentando el factor espeluznante.
También había una puerta, solo una, en el otro extremo, flanqueada
por dos guardias.
No se parecían a los otros que había visto, en el campamento y en el
camino, la mayoría de los cuales podrían haber sido caballeros de alguna
película medieval de los años sesenta. Del tipo donde estaban demasiado
limpios y tenían las mandíbulas cinceladas y los dientes perfectos, y
parecía que olían bien a pesar de andar con armadura todo el día. Pero,
me di cuenta ahora que también se veían como algo más.
También se veían humanos.
Estos dos no. Las diferencias eran sutiles, a diferencia de los
Svarestri, que parecían casi alienígenas, con una piel tan blanca que era
prácticamente cenicienta, y una extraña elasticidad en sus movimientos
que la anatomía humana simplemente no permitía. Estos dos tenían una
piel que parecía ver el sol ocasionalmente, y largo cabello oscuro, en lugar
241 de plateado brillante. Pero todavía tenían las mismas complexiones
demasiado altas y demasiado delgadas, y caras que nunca habrían llegado
a ser de un maniquí, sin importar cuán hermosos fueran los rasgos.
Porque la altanería fría habría asustado a todos los clientes.
Después de una breve mirada, me concentré en mantener mis ojos
en el suelo en algún lugar indeterminado entre las piernas de los guardias,
intentando no notar la forma en que la luz del fuego fluía sobre la
armadura bruñida y en los ojos extraños y ajenos. Tampoco miré a Pritkin,
quien acababa de poner una mano en la parte posterior de mi cuello,
porque era un esclavista y supuse que no debía mirar a un esclavista en
busca de tranquilidad. ¡Pero Dios, quería hacerlo!
Y luego me golpearon con una lanza en la cara.
Era reluciente. El cuchillo afilado y mortal, pero también muy, muy
brillante. Al igual que los que estaban fuera de la puerta, no había ni una
mota de óxido en ninguna parte.
Los Fey cuidaban bien sus armas; tenías que darles eso.
—¿Qué? —Ese fue Pritkin, respondiendo a algo que uno de los Fey
había dicho, lo cual había pasado por alto porque estaba fascinada con la
lanza.
—Dije que ella entra desnuda.
Alcé la cabeza, y Pritkin apretó mi cuello.
—¿Por qué?
Los Fey intercambiaron una mirada. La pregunta pareció
sorprenderlos, ya que la mayoría de los mestizos simplemente obedecían
las órdenes sin preguntar. Y tal vez lo hacían, considerando el aura que
estos dos estaban emitiendo.
Si pudieran embotellar estas cosas, harían una fortuna con los
directores ejecutivos y los sargentos en todas partes.
Pero la vibra machista no parecía estar teniendo el mismo efecto en
Pritkin, y después de un momento, el Fey que había hablado respondió,
supuse por cosas de novedad.
—Una bruja pasó con una varita de contrabando. Mató a un
guardia. Por lo tanto: nuevas reglas.
Me alcanzó.
Pritkin me hizo retroceder.
242
—Ya ha sido registrada.
Y, oh, mierda, pensé, todavía mirando hacia el bonito suelo aburrido,
lo que de repente no estaba ayudando, porque la habitación acababa de
agregar un par de atmósferas adicionales.
—Desnúdala o nosotros lo haremos. —La voz fue tan fría como un
arroyo de montaña.
Parecía que la novedad ya había desaparecido.
Para ambas partes. Eché un vistazo al brazo de Pritkin, para ver el
reloj de arena, y en su lugar vi un puño cerrado y los músculos apretados.
El Fey también notó, lo que habría sido divertido bajo circunstancias
diferentes. Porque estaban preocupados por mí, o por si iba a ser lo
suficientemente tonto como para lanzar un golpe, pero habían ignorado
por completo el paquete que estaba llevando con el monstruo adentro.
Había traído a Rosier porque era eso o dejarlo con las brujas,
quienes no habían parecido muy aficionadas con eso. Y porque no podía
arriesgarme a que el alma de Pritkin apareciera con su padre al otro lado
del campamento.
Y porque a nadie le había importado un bledo hasta ahora, aparte de
intentar arrojarlo al fuego, así que estaba esperando que no fuera visto
como una amenaza.
Parecía que tenía razón.
Pero esto no era algo con lo que Rosier podía ayudarme.
Salí del agarre de Pritkin y desabroché la túnica. Nadie se había
molestado en darme un cinturón, así que eso debería haber sido todo lo
que se necesitara. Pero la tela todavía estaba húmeda, y se aferró en mis
caderas, obligándome a empujarla hacia abajo antes de que pudiera salir.
Me puse de pie nuevamente, con una mano cubriendo mi sexo con
torpeza y un brazo sobre mis senos, mi rostro ardiendo, y esperando que
esto fuera todo.
Pero aparentemente no.
—Eso está mejor —murmuró el guardia, tomándose su tiempo
mientras me rodeaba—. Eso está mucho mejor.
—Como puedes ver, ¡no está ocultando nada! —gruñó Pritkin.
243 —Oh, pero no puedo ver eso. Aún no.
Dio la vuelta al frente y se quedó allí, esperando.
Volví a pensar en esas chicas al frente, teniendo que estar paradas
por quién sabe cuánto tiempo, congeladas, desnudas y miserables. Siendo
manoseadas por cualquier Fey pasando, siendo señaladas por sus defectos
y exagerados para bajar el precio, porque no se preocupaban por nosotras.
No les importaba nadie que no fuera ellos.
Y ese era exactamente el problema con los dioses, y las criaturas que
los seguían. Tal vez por eso mi madre se había librado de todos ellos,
porque incluso los tales llamados benevolentes a menudo habían actuado
como si los humanos no importaran. Ni su dignidad, ni su sentido de
identidad, ni su cordura. Ni siquiera sus vidas. Los seres humanos no
eran reales para ellos, no eran personas; eran recursos, sirvientes,
juguetes o adoradores.
O víctimas.
Me estaba cansando de ser una víctima. Me estaba cansando de
pasar por la vida esperando que alguien no me notara. Me estaba
cansando de esconderme.
Dejé caer mi brazo y lo miré desafiante.
El Fey se rio.
—Esta tiene espíritu. Me gusta eso. Incluso podría ofertar por ella.
—¿Y qué van a decir las otras tres? —preguntó el segundo guardia,
relajándose ligeramente y apoyándose contra la pared.
—Nada, si saben lo que es bueno para ellas —dijo el primero,
deslizando un pulgar por un pezón, viéndolo erizarse—. Ese es tu
problema: nunca aprendiste que no puedes dejar que hablen.
—Si no lo haces, se enfurruñan durante días. Y tienes que llevarles
algo bonito.
El primer guardia le lanzó una mirada de disgusto.
—No son tus esposas… son tus esclavas. ¿Llevas regalos a los
esclavos?
—A veces. Hace las cosas más fáciles.
—No es de extrañar que tengas problemas. No sabes cómo tratarlas.
—¿Y tú sí?
244 —Oh, sí. —Soltó mi seno para deslizar un dedo por mi estómago.
A diferencia del otro, sus ojos no eran negros sino azules, claros,
brillantes y los suficientemente divertidos como para preguntarme si me
había equivocado, si después de todo, había algún humano allí. O tal vez
algunas cosas eran simplemente universales. El toque indeseado pasó por
mi ombligo y continuó cayendo, hasta donde aún descansaba mi mano.
Hasta el último pedazo de mí que todavía estaba oculto.
Y levantó uno de mis dedos juguetonamente.
—Oh, sí —repitió—. Pero me gusta probar antes de comprar…
Pritkin apartó su mano bruscamente.
—¡No está en venta!
El Fey levantó la vista y, una vez más, pareció más sorprendido que
cualquier otra cosa.
—Es humana. Todas están a la venta.
—Esta no. Debe ir con los demás…
—Entra cuando yo diga, mestizo…
—¡Entonces dilo! —No fue una petición.
Pero para mi sorpresa, el Fey simplemente sonrió. Tal vez porque su
amigo acababa de unirse a la acción.
Desde apoyarse en la pared hasta sus manos sobre los bíceps de
Pritkin, en el tiempo que tardé en parpadear. Pritkin sacudió los brazos,
que no fueron exactamente a ninguna parte, y el primer Fey reanudó su
antigua ocupación.
Y levantó otro dedo.
—¿Qué estás ocultando, encanto? —preguntó, mirando la cara
enrojecida de Pritkin—. ¿Y con tanto cuidado?
Levantó un tercer dedo y sus ojos se deslizaron hacia los míos.
—¿Es peligroso?
Un cuarto.
—¿O es… dulce?
Apartó mi mano, dejándome desnuda ante su mirada. Y a su toque,
que inmediatamente se deslizó entre mis piernas. Reprimí un sonido de
repulsión, pero supuse que no lo suficientemente bien. Porque de repente
245 estalló una pelea entre el otro Fey y Pritkin.
El primero apenas los miró.
—Oh, sí —dijo a medida que comenzaba a explorar—. Creo que es
dulce.
Encontró la pequeña protuberancia oculta dentro de mis pliegues y
la rodó entre sus dedos, sonriendo cuando me estremecí. Lo hizo
nuevamente y sus ojos se oscurecieron cuando lloré.
—Averigüemos si también crees que soy dulce —dijo, y me empujó a
mis rodillas.
Pero un segundo después, Pritkin estaba fuera del alcance del
segundo guardia y entre mi atormentador y yo, empujándolo hacia atrás
con una mano, y la otra poniéndome detrás de él. Lo que podría haber
funcionado mejor si no hubiera habido dos.
—¡Cuchillo! —grité cuando el segundo guardia se abalanzó desde el
piso, con arma en mano.
Pero el primero levantó una mano, deteniendo la acción, sus ojos de
repente agudos y pensativos. Me miró, y al puño que tenía aprisionando la
parte posterior de la camisa de Pritkin, en caso de que tuviera que
desplazarnos.
Y luego de vuelta en Pritkin.
Los ojos se entrecerraron.
Pero solo dijo dos palabras:
—¿Por qué?
Pritkin se lamió los labios, como si acabara de darse cuenta que sí,
esa podría no haber sido una respuesta normal para un esclavista curtido.
—Es… virgen.
El Fey soltó una carcajada.
—Lo dudo. Pero, aun así, a nuestra gente no le importan esas cosas,
simplemente que sean buenas reproduciéndose. ¿Dónde está el daño?
—Dije que no…
—Y yo digo que sí. Y como es solo una esclava…
246 —Es mi esclava.
—Tu esclava.
—Sí. La encontré. La traje. Según nuestras leyes…
—No son tus leyes, mestizo. No finjas lo contrario.
—Entonces, ¡según tus leyes! Eso la hace mía. Tomarla es un robo…
—¿Nos vas a citar la ley? —preguntó el segundo Fey, sonando casi
más incrédulo que enojado, aunque el cuchillo no había sido envainado—.
Te enseñaré algunos…
El primer Fey levantó una mano otra vez, pero ahora definitivamente
había sospecha en su rostro.
—Muy bien —accedió—. Tu esclava.
—No puedes hablar en serio —comenzó el otro Fey a medida que
sentía que los músculos de la espalda de Pritkin se relajaban ligeramente.
Y luego tensos nuevamente cuando el primer guardia habló una vez más:
—Entonces, tómala.
P
odría desplazarnos, pensé, mientras Pritkin miraba al Fey. Mi
poder no se sentía alentador, pero no tenía que movernos lejos.
Solo afuera, lo suficientemente lejos como para correr…
Pero incluso suponiendo que lo lograra, Gertie y compañía estarían
sobre nosotros como una manada de sabuesos, y lo tenía a él. Lo tenía a
él. Tenía a Rosier. Tenía todo lo que necesitaba. Excepto por el alma
maldita, la cual podría aparecer en cualquier momento.
Pritkin estaba discutiendo, diciéndole al Fey un montón de cosas
que no les importaban, porque no nos creían. No había sido más
convincente como un esclavista insensible que yo como esclava cobarde.
Necesitábamos lecciones de actuación, pero no las íbamos a recibir a estas
alturas. Íbamos a recibir algo mucho más doloroso o iba a sacarnos de
247 aquí, y ninguno de esos resultados era aceptable.
Volví a mis rodillas lentamente.
Pritkin me miró, y luego volvió a hacerlo.
Supongo que no había esperado eso.
—¿Con su permiso? —dije vacilante.
Pritkin no dijo nada, pero parecía más que un poco desorientado.
Los Fey también parecían sorprendidos, como si ya hubieran decidido que
no éramos lo que decíamos, y solo estaban esperando que él les diera la
excusa para un tipo de entretenimiento diferente. Pero parecía que se
conformarían con este.
El segundo Fey lo soltó, aunque esta vez se mantuvo cerca, en lugar
de apoyarse en la pared. El primero levantó una ceja, pero parecía que el
jurado aún estaba debatiéndose. Porque retrocedió un poco y cruzó los
brazos, en lugar de atacarnos o arrastrarnos a algún lado.
Miré a Pritkin nuevamente.
E inmediatamente tuve una sensación de hundimiento. Porque no
estaba a bordo con esto. Su mano se apretaba y aflojaba reflexivamente a
su lado, como si todavía estuviera planeando enfrentarse a dos de los
guardias de la reina sin ayuda alguna.
Y eso… no era bueno. Incluso si ganaba, no nos pasaría de las
guardas, ni ayudaría a derrotar a las docenas de soldados dentro que
rápidamente podrían salir. Ese era todo el objetivo de esto: llevar las armas
a las personas que podían canalizar el poder de aquelarres enteros. Ellos
podrían lidiar con los Fey; nosotros no podríamos.
Así que, tenían que dejarnos entrar.
—¿Con su permiso? —repetí, un poco más enérgico, clavando las
uñas en su muslo.
Aunque no dijo nada, la respuesta fue claramente no. O, a juzgar
por su expresión cada vez más oscura, demonios no. Y eso no tenía
sentido.
Nos habíamos enfrentado a un escenario similar con los Svarestri la
última vez que estuve aquí, y entonces no había mostrado tanta timidez.
De hecho, había sido su idea usar las demostraciones públicas de afecto
para distraer a un guardia y escapar, y había funcionado, más o menos. Y
lo menos no tuvo que ver con la distracción, sino con el hecho de que
Gertie apareció poco después.

248 Sin embargo, esta vez, estaba furioso. No sabía por qué, pero lo
conocía. Y la terquedad siempre había sido un problema con él, incluso en
mi época, cuando había tenido siglos para aprender a dominar su
temperamento. No los había tenido ahora, y este Pritkin siempre me había
parecido menos controlado, sus emociones más a flor de piel, tanto buenas
como malas.
Y las malas en este momento iban a hacer que lo mataran.
—Por favor.
Lo miré, desesperada, suplicante, pero incapaz de decir las palabras
que podrían convencerlo con el Fey allí mismo. Pero algo pareció pasar. O
tal vez simplemente no vio una alternativa que no involucrara implementos
afilados y nuestras yugulares. Al final, asintió bruscamente, un solo
movimiento de su barbilla hacia arriba y hacia abajo, y me acerqué más.
Y me enfrenté a tener que estar de hecho a la altura de mi valentía.
—La, eh… ¿la túnica? —hice un gesto hacia ella—. Podría, um…
Se la quitó, junto con las capas debajo: otra túnica y una larga
camisa de lino, debido al frío exterior. Aquí también hacía frío. Hasta el
punto de que podía ver mi aliento, que mi cuerpo estaba cubierto de piel
de gallina, que mis rodillas probablemente estarían temblando si no
estuvieran completamente congeladas en la losa. El fuego de la habitación
exterior estaba demasiado lejos para servir de algo, y si las lámparas
emitieran algo de calor, no podría decirlo.
Sí, esto es sexy, pensé, e intenté no estremecerme.
Pritkin se detuvo cuando iba a bajarse los pantalones sueltos que
llevaba y retirar algunas tiras de tela que se había enrollado alrededor de
sus pantorrillas, como una especie de calcetines improvisados. Luego
comenzó a quitarlas primero. Me pregunté por qué hasta que me di
cuenta: podría tropezar con las tiras alrededor de los tobillos si necesitaba
moverse rápidamente. Y estaba planeando moverse. Podía verlo en la
tensión en su cuerpo, en el conjunto duro y enojado de su mandíbula, en
los músculos tensos de sus pantorrillas cuando las tiras finalmente
cayeron y se quedó allí solo con sus pantalones sueltos.
Y me miró.
No sabía cuál era su plan. ¿Quizás fingir seguirme el juego, y
moverse cuando los Fey estuvieran distraídos? Porque no veía cómo eso
ayudaría. Tal vez de hecho seguirme el juego, ¿y esperar que los
convenciera? Porque no parecía un chico que estuviera listo para dar un
espectáculo. Tal vez algo completamente diferente en lo que no había
249 pensado, porque en este momento estaba teniendo dificultades para
pensar en algo.
Excepto lo obvio.
Lamí mis labios y deslicé mis manos por sus piernas, sintiendo sus
músculos duros y la lana gruesa, con pequeños pedazos que se
engancharon en mis palmas. Necesitaba una loción más fuerte, pensé
irrelevantemente. Mis manos estaban ásperas.
También estaban intentando sacudirse, haciéndome sentir
agradecida de que los pantalones estuvieran sujetos por un simple cordón.
Levanté la vista una vez más y vi ese rostro desconocido mirándome,
y el temblor empeoró. De repente, no sabía si podía hacer esto, con dos
extraños observándome y Pritkin viéndome como alguien más. No sabía si
podía hacer esto… de esta forma.
Así no.
Mi respiración comenzó a acelerarse, pero no por emoción. Conocía
los signos; había tenido un ataque de pánico o dos en mi tiempo, ¿y por
qué no? ¿Con mi vida? Lo que de alguna manera me había llevado a
arrodillarme desnuda sobre unas losas congeladas, a punto de darle una
felación a un amigo al que ya me sentía demasiado atraída, mientras dos
aburridos Fey voyeuristas me usaban como su sustituto del porno. Y
mientras las personas dependiendo de nosotros eran asesinadas porque
nos estábamos quedando sin tiempo.
Sin embargo, solo me quedé allí, aferrando sus piernas para no
comenzar a temblar, para no enloquecer porque tenía que hacer esto.
Tenía que hacer esto o desplazarnos hasta afuera, y no podía desplazarnos
hasta afuera, así que tenía que hacer esto. Pero mi cuerpo no parecía estar
escuchando, tal vez porque la extraña sensación de temor que había
experimentado en la habitación de afuera había regresado, y aumentaba el
pánico. Hasta el punto en el que el techo parecía derrumbarse sobre de mí,
las paredes se cerraban, un grito se acumulaba en mi garganta a medida
que mis instintos de lucha o huida se activaban y pateaban a lo grande.
Tenía que salir de aquí, tenía que…
Y luego golpeó, tan fuerte y tan tangible que me sacó de mi histeria
en ciernes bruscamente y me dejó buscando la fuente alrededor. Se sintió
como una ráfaga de viento, solo que aquí no había viento. No podría
haberlo sin ventanas, y dos puertas cerradas. E incluso si hubiera habido,
habría sido frío y húmedo, como la noche afuera. Cuando esto se sintió
como una brisa directamente de un desierto.
250
Pero no uno de los nuestros.
Miré a Rosier, pero todo lo que vi fue un bulto en mi mochila
descartada. Pero tal vez me había equivocado en cuanto a él no siendo
capaz de ayudar. Porque había sentido algo así antes, en otra noche, en
otra situación desesperada. Una en la que Rosier había usado sus poderes
de íncubo para abrumar mi miedo y pánico, y… ¿cómo lo había llamado?
¿Reforzar?
De repente, sentí ganas de reír.
Qué palabra completamente inadecuada.
Me hundí nuevamente, pero esta vez, las duras piedras debajo de mí
fueron tan cómodas como una almohada, los Fey de ojos fríos simplemente
se habían ido, como si nunca hubieran existido, y el frío pasillo polvoriento
estaba lleno de un lánguido calor pesado y fragante, como la miel tibia.
Y de repente, esto era lo más fácil del mundo.
Mis manos se aflojaron y deslizaron por la tensión del estómago de
Pritkin, sintiendo las líneas duras, sus vellos suaves, y músculos que
saltaron deliciosamente bajo mi toque. Me incliné, presionando mis labios
sobre la impecable piel cálida debajo de su ombligo, y sentí los latidos de
su corazón. Me quedé allí, saboreando ese delicioso pedazo de carne por
un momento, atrapándola y soltándola bajo mis dientes, sintiéndolo
estremecerse. Y luego lamí la pequeña herida que había hecho, porque no
había prisa, ninguna en absoluto. Solo había esto, saborear la sal en él,
sentir el calor, disfrutar del suave almizcle que complementaba
perfectamente el perfume en el aire.
Y eso de repente se intensificó, junto con mi hambre.
Alcé la vista.
—Dime si hago algo que no te gusta —susurré.
Simplemente me miró en respuesta, casi desconcertado, como si eso
no tuviera sentido. Y para un íncubo, tal vez no. Le sostuve los ojos a
medida que aflojaba los lazos de su cinturilla que se separaron con un
toque, la tela cayendo al suelo y acumulándose alrededor de sus tobillos.
Solo me arrodillé allí por un momento, deteniéndome en admiración
ante la dulce curva, el suave rubor de la piel, el grueso eje inclinado hacia
arriba. Besé el costado y lo sentí saltar. Deslicé mis labios a lo largo de su
longitud y lo vi hincharse tras mi toque. Deje que mi lengua se deslizara
sobre la cabeza sedosa y se deleitara con el sonido que hizo.
251 —Abre las piernas —instruí suavemente, porque no se había movido,
solo me seguía mirando con esa misma expresión incrédula. Pero
entonces, los muslos duros se separaron, permitiéndome un mejor acceso.
Y lo tomé, mis manos deslizándose por sus piernas tensas a los rígidos
músculos de arriba, abrazándolo a medida que lo tomaba.
Y se sintió bien, Dios, tan bien. Y cálido, sólido y vivo. Dejé que mis
labios fueran adonde quisieran, dándole libremente lo que el Fey habría
tomado por la fuerza. Pero debo haber hecho algo mal, porque hizo un
sonido de dolor cuando mi boca finalmente se cerró sobre él.
Levanté la vista para ver su cabeza echada hacia atrás, su garganta
trabajando convulsivamente. Y sí, eso parecía dolor en su rostro. O tal vez
no exactamente dolor, pensé, cuando de repente bajó la mirada, sus ojos
verdes ardiendo sobre los míos con una expresión que hizo que mi
estómago se retorciera y mis manos se apretaran sobre sus muslos.
Su cuerpo me estaba instando a darme prisa en silencio, pero no
escuché. En cambio, dejé que mis manos acunaran la piel aterciopelada
más atrás, descubriendo unas bolas tan suaves, tan cálidas, casi calientes
y tan pesadas que era imposible no rodarlas entre mis palmas. Así que lo
hice, y lo sentí temblar.
Yo también, pero esta vez no me importó. No era importante después
de masajear el terciopelo de su cuerpo, suavemente al principio, y luego
más duro y más brusco, sintiéndolo apretarse bajo mi toque. Junto a dejar
que mi lengua se deslizara sobre la cabeza sedosa, provocando la tierna
hendidura. Junto a escucharlo maldecir cuando comencé a tirar.
Y hubo algo en ese sonido que me condujo al resto de la locura. Eso
me hizo agarrar los tensos montículos finos detrás de él, empujándolo
hambrienta contra mí. Eso me hizo intentar asimilarlo todo de repente,
cada centímetro sedoso.
No era remotamente posible, pero encontré consuelo cuando me
alejé, saboreando su plenitud, sintiéndolo deslizarse una eternidad sobre
mi lengua. Hasta que solo la cabeza lisa todavía estaba entre mis labios,
permitiéndome provocarlo más, chuparlo, lamerlo, succionarlo, y seguir
chupando, hasta que estaba aferrando mi cabello, retorciéndose,
mirándome fijamente, con los ojos desorbitados y desesperados, y muy,
muy confundido. Como si todavía no tuviera idea de lo que estaba
sucediendo.
¿No es obvio?, me pregunté, y lo tragué de vuelta.
252 La electricidad se erizó sobre mi piel, y el viento cálido que había
estado sintiendo aumentó abruptamente, aullando en mis oídos como algo
construido en el fondo de mi deseo, algo inesperado, algo enorme…
No importaba, porque nada importaba, excepto el poder de hacerlo
temblar, estremecerse, y gritar, excepto los sonidos desesperados que
hacía mientras empujaba un poco más profundo cada vez, tomando más
de él de lo que ya había tomado, tomando todo, ansiosa, hambrienta, muy
hambrienta.
Hasta que, finalmente, finalmente, lo albergué por completo de
alguna manera, toda su longitud enterrada dentro de mi calor, mis labios
cerrándose en la raíz de su cuerpo.
¡Y Dios, el sonido que hizo!
Levanté la vista, mirándolo a los ojos, y ese hormigueo eléctrico se
convirtió en un estallido de relámpagos, cruzando parpadeantes por mi
visión. Algo levantó mi cabello, tensó mi cuerpo, y me puso la piel de
gallina.
Algo que ahora estaba chillando hacia nosotros, como un tren
desbocado o un maremoto precipitándose hacia una playa…
—¡Está invocando el poder! —dijo alguien, justo cuando Pritkin gritó,
justo cuando la ola rompió sobre nuestras cabezas, justo cuando llegó
tronando, rugiendo y chocando…
Y desapareció, porque alguien me estaba arrastrando lejos.
—¡No! —grité, pateando y peleando—. ¡No! Suéltame. Déjame
terminar…
Pero en cambio, la cálida ilusión se hizo añicos, desintegrándose en
un frío pasillo estrecho, el brazo de un guardia alrededor de mi cintura, un
rostro gruñón junto al mío…
Y una explosión que sacó la puerta que el Fey había estado
protegiendo, con guardas y todo. Y la envió volando a toda velocidad por el
pasillo, como si estuviera hecha de plástico endeble. Hasta que se estrelló
contra dos guardias más viniendo en nuestra dirección y arrojándolos de
sus pies.
—Tenías razón… sobre la bola de fuego —me dijo Pritkin sin
aliento—. Agáchate.
—¿Qué?
253
Empujó mi cabeza hacia abajo y estampó un puño en la cara del Fey
detrás de mí. Al menos, así fue cómo sonó. No me di la vuelta para ver,
porque me estaban arrastrando por la puerta, pero el brazo que me
rodeaba la cintura se había quedado flojo y había caído, así que asumí que
no nos seguirían. Eso y el hecho de que pude ver al segundo guardia,
desplomado contra la pared mientras lo atropellábamos.
Por supuesto, no era lo que había detrás de nosotros lo que
realmente era el problema.
Un montón de Fey aparecieron al final del pasillo, y estos eran más
inteligentes. Y más rápidos, porque esquivaron la bola de fuego, la enorme
bola de fuego llenando el pasillo, que Pritkin les arrojó como si no fuera
nada. Pero la pared detrás de ellos no lo era.
Se arrojaron fuera del camino, justo a tiempo, retrocediendo detrás
de la sala perpendicular por delante. Y la pared en la que acababan de
estar simplemente… desapareció. Lo que habría sido genial, si las barracas
no estuvieran detrás.
—¡Mierda! —dijo Pritkin a medida que una docena de Fey levantaban
la vista de los catres y los juegos de dados, junto con un chico con una
toalla envuelta alrededor de su cintura, como si acabara de salir de un
baño, su cabello todavía goteando… y luego volando, cuando se zambulló
por un arma.
—¡Mierda! —dijo Pritkin nuevamente, y me empujó a través de una
pared.
Estaba confundida hasta que me di cuenta que había una puerta a
nuestra derecha, una que no había visto porque mis ojos tenían otras mil
cosas para mirar. Y luego otras mil más mientras pasábamos por una serie
de habitaciones oscuras y conectadas, con cortinas suaves, pantallas
perforadas, sofás bajos y delicados artículos de vidrio. Pero ninguna salida,
lo cual era un problema, considerando el ejército de pasos sigilosos
golpeando detrás de nosotros.
—¡Mierda! —dijo Pritkin, un poco más frenético.
—No pensé que conocieras esa palabra —jadeé, porque eso no había
sido una traducción. Y porque lo había confundido con mi nombre, la
última vez que estuvimos aquí.
—Lo averigüé —dijo, y nos estrelló contra la pared.
Esta no tenía puerta, o si la tenía, la fallamos. Pero tenía un tapiz,
254 una cosa rica y vibrante en su mayoría verde, una escena de caza. Lo supe
sin girarme a mirar, porque un ciervo encantado acababa de rozar mi
brazo. Y luego otro y otro, una manada entera fluyendo por mi cuerpo,
huyendo de un cazador. Un simbolismo que no se me pasó por alto cuando
una multitud de Fey apareció de repente en la puerta, con las armas y los
ojos brillantes.
O no, me di cuenta, no eran sus ojos. Era la lámpara de techo que
debíamos haber derribado en el camino, y se balanceaba sin cesar de un
lado a otro en su pequeña cadena, diciéndoles que estábamos aquí o que
acabábamos de estarlo.
Pero no sabían dónde, así que se dispersaron, comenzando una
búsqueda en esta habitación y en las de alrededor.
No nos vieron, porque el camuflaje de Pritkin era así de bueno.
Demonios, era mejor que bueno, hasta el punto de que apenas podía
distinguir mis propias extremidades a menos que me moviera. E incluso
entonces no era fácil, ya que el tapiz ya lo estaba haciendo. Pero las
habitaciones no eran muy grandes, y había demasiados Fey, y teníamos
que estar quedándonos sin tiempo.
Todo lo cual repentinamente fue un problema menor con el regreso
de ese calor arrastrante.
Me golpeó como un puñetazo, tan fuerte como si nunca se hubiera
ido, y tal vez no. Todo lo que sabía era que quería, necesitaba, sus manos
sobre mí. No sus brazos, que ya estaban a mi alrededor, sino sus manos,
ásperas y callosas… y las levanté y las guie a donde quería que fueran.
Dios, pensé, cuando ese apretón me tomó feroz, aferrándome
inconscientemente, haciéndome gemir. Y luego presionándome contra él a
medida que el agarre calloso se convirtió en caricias, que se convirtieron
en roces, que se convirtieron en masajes, y luego nuevamente en
apretones. Antes de que una mano empujara mi frente y agarrara algo más
bajo. Y luego él también estaba acariciando allí, de una manera que me
hizo abrir las piernas más amplio, me hizo retorcerme contra él, me hizo
morder mi labio para que los gemidos en mi garganta permanecieran
detrás de mis dientes.
—¿Qué. Estás. Haciendo? —preguntó Pritkin, lo que pareció un poco
extraño, considerando todo. Pero su voz fue como un siseo en mi oído, y,
oh Dios, eso no ayudó.
—¿Qué?
—¿Lanzaste un hechizo?
255
—No. Yo… no. —Estaba bastante segura de eso. Como estaba
bastante segura de que habíamos dejado a Rosier en el pasillo, así que
esto no podía ser él. ¿O sí? No lo sabía. No sabía nada en este momento,
no con él presionándose contra mí por detrás, todavía duro, todavía
ansioso, todavía…
¡Dios!
Un Fey se acercó, mirando detrás de una cortina, pero apenas lo
noté, porque algo se había deslizado entre mis piernas por detrás. No
adentro, todavía no, pero estaba cálido, muy cálido, y estaba allí mismo. Y
moviéndose ahora, tentativamente, vacilante, como si intentara detenerse,
como si se diera cuenta de lo loco que era esto.
Y, sin embargo, como yo, no parecía ser capaz de hacerlo.
—No podemos hacer esto —susurró Pritkin con urgencia.
—Está bien.
—No podemos. No puedo… mantener la ilusión… si estoy…
distraído.
—Está bien —coincidí. Y luego me mordí el labio inferior cuando las
estocadas de repente se hicieron más largas y más dulces, frotándome a lo
largo de toda la longitud desde atrás, mientras sus dedos todavía lo
estaban haciendo al frente. Y la tortura gemela fue más de lo que podía
soportar, arrancando un suave gemido de mis labios antes de que su
cabeza bajara, silenciándome con su boca.
Esto… no fue una gran ayuda, pensé salvajemente. Porque ahora
había tres cosas acariciándome, cuando su lengua se unió a las otras dos
fuentes de locura, enroscándose alrededor de la mía, acariciando el
interior de mi boca y comiéndose los sonidos que estaba haciendo, porque
parecía que no podía parar. ¡No con los escalofríos, estremecimientos y
luego temblores enteros haciéndome mecer fuertemente contra él,
haciendo que se deslice, no dentro, sino contra mí, contra todo mi cuerpo,
y Dios, eso fue casi igual de bueno!
—Tu nombre —jadeó a medida que me sacudía violentamente.
—¿Qué?
—¡Tu nombre! —Fue urgente—. ¡El verdadero!
Intenté concentrarme, pero la pregunta parecía irrelevante y, de
todos modos, mi cerebro estaba ocupado: apretando los muslos,
256 retorciéndome, haciéndolo trabajar por ello. Comencé a montarlo con el
exterior de mi cuerpo, y lo sentí temblar. Me arqueé contra él, como un
gato, y lo escuché gemir. Y entonces, era yo quien temblaba, me
estremecía y perdía todo el control a medida que él comenzaba a golpear
ese punto, oh, ese punto tan sensible, con cada estocada, sus manos
apretándose en mi cuerpo mientras la fricción entre nosotros aumentaba,
se erigía y…
Y ahora sus gemidos estaban inundando mi boca, derramándose
junto con los míos, y eso era malo, pero no podía recordar por qué, y no
me importaba, no me importaba nada, y luego alguien estaba gritando,
alguien me estaba agarrando del brazo y…
—¡Tu nombre!
Y luego nada.
D
esperté con la boca seca y el cerebro confuso. Sin saber
dónde estaba, o por qué estaba acostada boca abajo sobre
una piedra fría, en un pequeño charco de baba. No que esta
fuera exactamente una primera vez.
Lo que sí era una primera vez, al menos últimamente, era que no me
sentía como una mierda.
Esperé a que comenzara el combo habitual de dolor, agotamiento,
náuseas, solo que no pareció interesado.
En su lugar, me sentía como cuando estuve donde Caleb, después
de tomar el elixir especial de la alegría del Círculo… con una vaga
sensación de insatisfacción, pero nada que me gritara. Nada en absoluto.

257 Bueno, excepto que me estaba congelando.


Algo estaba en mi cara. Lo quité para descubrir que mi traje de
esclava había sido arrojado sobre mí. Era delgado y bastante inútil contra
el frío, pero de todos modos me lo puse a medida que revisaba la última
versión del infierno en la que había terminado.
Solo para descubrir que solo era una celda.
Esperé, agachada sobre la piedra fría, por el golpe final. Por la
guarda cruel a punto de freírme, la manada de perros esclavistas a punto
de atacarme o el prisionero loco a punto de decidir que era una amenaza.
Pero nada.
Solo un sitio con bloques de piedras frías, un poco de paja en el
suelo, un par de cubos, uno lleno de agua, y un camastro en el que nadie
se había molestado en asegurarse de que aterrizara.
Lo miré fijamente.
Incluso tenía una almohada pequeña.
Solo me quedé allí por un minuto, procesando eso, junto con el
hecho de que ni siquiera estaba atada. Entonces, me puse de pie y caminé
hacia la puerta. Tenía una pequeña ventana alta, como si hubiera sido
hecha para alguien mucho más alto que yo. Pero al apoyarme en los
barrotes, pude distinguir un pasillo estrecho con más lámparas
parpadeantes.
Y el hecho de que nadie se había molestado en poner un guardia.
Estaba empezando a sentirme extrañamente… descuidada.
Aunque, me habían revisado, y habían hecho un buen trabajo.
Porque todo se había ido: el collar de Billy, Rosier y mi mochila, incluso mi
camaleón de ojos brillantes. Supuse que los Fey habrían visto algo así
antes.
Pero no algo como mi malvado brazalete de magia oscura.
La cadena de cuchillos entrelazados alrededor de mi muñeca hizo un
suave chink, chink cuando salté de nuevo al piso. El Fey también debía
haberlo tomado, pero, como siempre, había regresado. Lo que significaba
que al menos una parte del plan había funcionado. Simplemente no sabía
dónde estaban las brujas, o dónde estaba Pritkin, o qué le había pasado a
Rosier, o qué estaba pasando en general.
Pero aparte de eso, todo estaba bien.
258 Puse los ojos en blanco y decidí ir a averiguarlo.
—¿Creen que, por una vez, podríamos no tener un ataque de ira? —
susurré a mis cuchillos—. Necesito que apuñalen la cerradura. No al
guardia más cercano, ni el trasero de otro prisionero. Solo la cerradura.
Sentí definitivamente una vibra de aguafiestas en respuesta, que
ignoré.
Y luego recordé algo más de la debacle donde Gertie.
—Y háganlo en silencio.
Para mi sorpresa, lo hicieron. Bueno, más o menos. La cerradura fue
apuñalada una docena de veces en unos segundos por un par de cuchillos
fantasmales dando una impresión de martillo neumático. Y si bien no fue
exactamente silencioso, tampoco fue lo suficientemente fuerte como para
que alguien corriera en esta dirección.
Asumiendo que hubiera alguien allí, ya que aún no había visto ni un
alma.
Abrí la puerta crujiendo, con cuidado, porque esto era demasiado
fácil. ¿Quizás los Fey me estaban poniendo a prueba? ¿Quizás esto era
una especie de trampa?
O quizás, decidí, mientras caminaba sin molestias por el pasillo,
escudriñando en otras celdas vacías, simplemente no se preocupaban por
ti si al menos no eras en parte Fey. Hasta ahora, era lo único que me
gustaba de ellos. Una arrogancia así me había salvado el culo más de una
vez.
Y estaba a punto de salvar el de Rosier.
Eché un vistazo alrededor de una pared desde la altura de la rodilla,
y de repente me eché hacia atrás. Pero un vistazo había sido suficiente:
Rosier, en una jaula, rodeado de Fey, siendo golpeado con palos. Y con la
mirada atormentada de un cachorrito en medio de un grupo de niñitos sin
supervisión.
O, más exactamente, como un espécimen en un zoológico muy
extraño, porque no era lo único encerrado. Gatos, pájaros, incluso una
rata extra grande, estaban en jaulas similares, dispuestas a lo largo de
una pared, haciéndome dar cuenta de por qué Pritkin había hecho ese
comentario sobre mi familiar. Aparentemente, las brujas en esta época de
hecho los usaban.
¿Quién sabe?
259
—Mátalo y listo —dijo uno de los guardias—. Es asqueroso.
—Eso sería un grave error —dijo Rosier rápidamente, y luego gritó
cuando lo golpearon de nuevo.
—Te dije que te calles —ordenó un Fey diferente.
—Pero quieres que hable. Te lo he dicho, está casi indefensa sin mí…
—Una razón aún mejor para terminar con tu miserable vida.
—¡No! ¡No, no, no! —dijo Rosier, poniéndome tensa.
Y haciendo que me asomara por la esquina nuevamente. La
habitación en la que estaban era solo el espacio donde se cruzaban un par
de corredores. Estaba ocupada con unos pocos gabinetes y la mesa en la
que estaba puesta la jaula de Rosier, permitiéndole servir como punto de
control y sala de descanso. Pero los Fey eran el verdadero problema, tres
de ellos y revestidos de armas, no que pareciera que esperaran usarlas.
Excepto por el que acababa de sacar un cuchillo.
—¿Y perder esa cantidad de monedas? —preguntó Rosier, con los
ojos en la cuchilla—. Es poderosa, siempre y cuando me tenga como foco.
Tienen que hacer…
—Nada, sarnoso. ¡Ella no me pertenece!
—Pero podrías reclamarla…
—¡No hasta que corten la cabeza de ese bastardo mentiroso! ¡E
incluso entonces será el premio de la reina, para hacer con ella lo que
quiera!
—No van a matarlo —dijo otro Fey. Estaba sentado, con los pies
sobre la mesa, pelando una manzana.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el primero.
Chico Manzana levantó la vista sardónicamente.
—¿No sabes quién es?
—¿Quién? —preguntó el segundo Fey—. ¿El veslingr?
—Un desgraciado —acordó el otro—. Pero no tan indefenso. Ese es el
nieto de Nimue.
—¿Qué? —Los otros dos dejaron de torturar a Rosier el tiempo
suficiente para mirarlo.
260 Él asintió, disfrutando de la atención obviamente.
—Estaba allí cuando lo atraparon. Intentaba recuperar parte de la
magia que gastó en las guardas al usar a su puta, cuando perdió el control
y dejó caer su glamour. Le eché un buen vistazo a la cara antes de que lo
sacaran.
—¿Nieto? —El segundo Fey todavía parecía confundido—. Te refieres
a uno de los príncipes…
El Chico Manzana se echó a reír.
El primer Fey parecía que acababa de descubrir algo. Y por el asco
en su rostro, no era algo que le gustara.
—Te refieres al bisnieto.
El Fey de la mesa asintió.
—Ahora lo entiendes.
—¿Qué entiende? —exigió el segundo Fey—. ¿De qué estás
hablando?
—El contaminado. Esa cosa medio demonio que Nimue debería
haber matado al nacer.
—Dioses —dijo el segundo Fey. Si hubiera sido católico, se habría
persignado.
—¿Por qué no lo hizo? —exigió el primer Fey—. Cualquier otra
persona…
—Pero ella no es cualquiera, ¿verdad? —preguntó Chico Manzana,
comiendo un pedazo de su cuchillo—. La ley es para los campesinos como
nosotros. Los grandiosos hacen lo que quieren.
El primer Fey se erizó.
—No soy campesino. Mi abuelo…
—¿Y quién es que era tu abuela?
—¡Déjala fuera de esto!
—¿Por qué? Es la razón por la que estás aquí, ¿verdad? Y no solo tú.
En estos días se está haciendo difícil encontrar a un hijo legítimo en
cualquier parte.
—¡Soy legítimo! Yo…
261 —Si fueras legítimo, estarías sentado en el palacio ducal, en lugar de
vigilar a un montón de kerlingar.
—Pero dejar que tal cosa viva —interrumpió el segundo Fey,
obviamente todavía horrorizado—. ¿En qué estaba pensando?
Chico Manzana se encogió de hombros.
—Probablemente lo que sea que esté pensando ahora.
—¿Qué?
—Está con ella. Él y esas brujas.
—Tal vez está a punto de rectificar su error —dijo el primer Fey,
cruelmente.
—¿Rectificar? —dijo Rosier de repente—. ¿Qué quieres decir con
rectificar?
—Te dije que te calles…
Pero Rosier no se iba a callar. Rosier estaba agarrando los barrotes
de su jaula, luciendo un poco enloquecido.
—¿Qué quieres decir con rectificar?
El Fey sonrió y lo sacó.
—Ven. Te mostraré.
Mierda.
—Las lámparas, por el pasillo —dije a mis cuchillos rápidamente—.
Todas ellas. ¡Vamos!
Se alzaron de un salto, siempre listos para algún caos, y un segundo
después los Fey también estaban saltando, y en el caso del que tenía las
botas sobre la mesa, casi cayendo al suelo, cuando el corredor detrás de
ellos prácticamente explotó.
Salieron corriendo, con las espadas desenvainadas, y me adelanté
para agarrar a Rosier.
—¿Dónde está Pritkin?
—¡Ya era hora! —dijo con voz chillona—. Pude haber sido…
—¿Dónde está Pritkin?
—… asesinado, ¿dónde carajo…?
Lo sacudí.
262 —¡Pritkin!
—Lo llevaron a ver a Nimue —dijo sin aliento—. Eso es todo lo que
sé.
—¿Y dónde está ella? —Porque la extraña casa comenzaba a sentirse
como si ocupara la mitad de todo el maldito valle.
—¿Qué parte de “eso es todo lo que sé” no entendiste?
Lo solté y comencé a revolver los gabinetes, buscando un diagrama
práctico que no encontré.
Pero encontré mis cosas, metidas en una cesta. Pasé el collar de
Billy sobre mi cabeza, agarré mi guarda, arrojé la mochila a mi espalda… y
levanté la cabeza al oír el ruido de los guardias retumbando en esta
dirección.
—¿Y bien? —chilló Rosier.
—No hay nada…
—¡Tiene que haber!
—¡No hay! —Cerré la última puerta, y él miró a su alrededor
frenéticamente.
—¡Las jaulas!
—¿Qué?
—¡Déjalos salir!
Y luego estábamos luchando para liberar a los familiares, todo los
cuales salieron corriendo por el pasillo. Me fui detrás de ellos, Rosier en mi
hombro, porque con suerte sabían dónde estaban sus amos.
Pero incluso si no, me gustaba más este corredor, ya que iba en la
dirección opuesta a la de los guardias.
Quienes sonaban enojados.
Maldición, me pregunté qué habían hecho mis cuchillos.
No me preocupé mucho, porque necesité todo lo que tenía para no
perderme en el diseño laberíntico del lugar. Nos abrimos paso por el pasillo
y atravesamos una puerta al final a toda velocidad. Luego giramos en otro,
chocando contra la pared en la curva, antes de sumergirnos
inmediatamente en un tercero. Después de eso, ni siquiera intenté seguir
el ritmo de los giros y las vueltas, porque ¿cuál era el punto? No era como
263 si supiera en dónde había estado para empezar.
Pero sabía dónde había terminado. Porque si algo alguna vez hubiera
dicho “recámaras privadas de la reina” era esto. Frené y retrocedí detrás de
una pared.
Pero la manada no lo hizo.
Atravesaron una antecámara elaborada, llena de telas ricas,
maderas hermosas, alfombras gruesas y mosaicos intrincados, aullando,
ladrando y derribando cosas. Y un momento después de eso, los dos
guardias que habían estado vigilando una puerta arqueada estuvieron
maldiciendo y corriendo tras ellos. Rosier y yo lo seguimos, atravesamos la
puerta y entramos en otra línea de pequeñas habitaciones
interconectadas.
No era el mismo tramo en el que Pritkin y yo habíamos estado. Ese
era en tonos verdes y marrones, mientras que este era en tonos agua, cada
tono de azul, blanco y verde imaginable. Pero tenía mucho en común con
el otro, como el hecho de que estaba lleno de lugares para esconderse.
Me zambullí detrás de una pantalla perforada cuando los dos
guardias regresaron, llevando un paquete de fugitivos muy infelices.
Pasaron por allí, los pájaros graznando y aleteando, el perro
gruñendo, los gatos siseando y arañando la oreja de un chico. Y tomé una
manta para cubrir a Rosier y caminé agachada rápidamente en la otra
dirección. Nadie me miró dos veces, ni siquiera el dúo de guardias cerca
del final de la línea de habitaciones, porque, por supuesto, no lo harían.
Solo era una esclava.
Y luego estábamos adentro.
—Hice la misma pregunta. —Era la voz de un hombre, pero no podía
verlo. No podía ver mucho de nada; había demasiados traseros en el
camino—. Dicen que su población está creciendo y necesitan más
alimentos. También insinuaron que disfrutaban con la idea de debilitarte.
Se preocupan por una posible alianza tuya con los Fey Oscuros.
—¡Los Oscuros!
Esa era una mujer… o, de todos modos, una voz femenina. Era
demasiado lírica para ser humana, aunque el desprecio la atenuó un poco.
—Tienen una causa común —argumentó el hombre—. La expansión
de los Svarestri está exprimiendo a ambos. Si tuvieras que aliarte, temen
su habilidad para resistir contra tal unión, una reforzada por el ejército
mitad humano que has construido para ti.
264
—Eso dicen. —El desprecio destilaba ahora—. Y les crees.
—Lo que creo es que están dispuestos a mantener las fronteras para
un envío regular de alimentos. No esclavos. No los usan, Nimue; nunca lo
han hecho. Y si son tan fuertes como tú…
—¿Los son? ¿Estás seguro de eso? Será mejor que lo estés, Arturo.
¡Nos traicionas y tendrás que preocuparte por mucho más que solo los
sajones!
¿Arturo?
Mi cabeza se alzó de golpe.
Los traseros pertenecían a los guardias, quienes rodeaban la
habitación adelante. Estaba en una pequeña antecámara oscura, porque
sus cuerpos cortaban la mayor parte de la luz, e incapaz de hacer nada
para mejorar la vista gracias a dos guardias más en la puerta detrás de mí.
Estaban mirando en la otra dirección, pero podrían notar si comenzaba a
trepar por los muebles. Como aquellos al frente, de pie frente a dos
pantallas perforadas a cada lado de una pequeña abertura, si decidían
girar.
Y luego alguien lo hizo, pero solo para girar ligeramente, dándome
una vista estrecha de la habitación a través del hueco. Y de Pritkin,
arrodillado en el centro, desnudo excepto por sus pantalones, con esos
poderosos brazos atados detrás de él. Y balanceándose sobre las puntas de
sus pies mientras veía a una mujer de cabello oscuro discutir con un
espejo.
De acuerdo, supuse que de hecho estaba hablando con el hombre en
el espejo, grande, rubio y con el rostro rojo, y poniéndose más rojo
rápidamente.
—No voy a traicionar a nadie —dijo el hombre, el rey, mientras lo
miraba—. Te he dado opciones; eliges no tomarlas. ¿Qué esperas?
Se parece a un Arturo, pensé. O al menos, al mito: cabello dorado
sostenido en su lugar por una corona brillante, barba rubia muy
recortada, la piel desgastada de un guerrero, pero con alegres patas de
gallo en los ojos. Aunque también había Fey en él, si sabías dónde mirar:
ojos demasiado azules para ser humanos, movimientos demasiado fluidos,
una voz que era casi una entidad independiente, con poder detrás,
reprendiendo, engatusando, fascinando…
Bueno, excepto a Nimue, que no parecía impresionada.

265 —¡Espero que seas sensato! —espetó ella—. Eres mi sangre, ¿pero te
alias con mis enemigos?
—Suenas como si me uniera a ellos para hacerte la guerra…
—¡Bien podrías estarlo haciendo!
Los ojos azules del hombre destellaron.
—¿Me dices eso? ¿A mí? ¿Cuándo es la sangre de mi pueblo la que te
ha hecho fuerte? ¿Cuántos tendrías en tu ejército si no fuera por nuestras
mujeres? ¿Cómo los alimentarías si no fuera por nuestro grano? Y, aun
así, ¿exiges más?
—Una medida temporal, debido a la reciente guerra…
—¡Siempre hay una guerra, Nimue! ¡Es una cosa que mi padre me
enseñó! Nunca te librarás de eso, dijo… pero lo intentó. Por su gente, lo
intentó, e hizo ese maldito tratado contigo…
—¡Qué repudias!
Fue atronador, y la tensión, ya lo suficientemente espesa como para
ser tangible, aumentó algunas otras muescas. Miré por encima del hombro
y, efectivamente, los dos guardias detrás de mí se habían girado en esta
dirección. Afortunadamente, todavía me ignoraban, pero no sabía cuánto
duraría.
Empecé a trabajar en mi pulsera.
—¿Qué estás haciendo? —siseó Rosier.
—El plan —dije suavemente, y asentí a la fila de mujeres
arrodilladas detrás de Pritkin: las líderes del aquelarre, supuse. Y nuestros
únicos aliados posibles.
—El plan falló espectacularmente —siseó en respuesta—. Y ahora
las brujas están allí. Nosotros aquí afuera. ¿Qué exactamente…?
Levanté mi camaleón, que como siempre, cuando estaba fuera de mi
cuerpo, era como una pequeña baratija de oro.
—Puedes entrar allí.
Le tomó un segundo.
—¡No puedo!
—Puedes. Te esconderá…
—No está diseñado para ocultar a una persona. Está diseñado para
ocultar cosas. Cosas pequeñas…
266 —¡Eres una cosa pequeña!
—¡Pero no soy una cosa loca! ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me
arrastre y le de las varitas a las brujas…?
—¡Sí!
—¿Y entonces qué?
—Y entonces, causan una distracción. Y… y sacamos a Pritkin…
—¡Ni siquiera puedes convencerte a ti misma!
—¿Tienes una idea mejor?
—¡Cualquier cosa es una idea mejor! ¿Crees que los Fey solo se
quedarán allí mientras las brujas lanzan un hechizo para desencoger sus
armas, y otro para desatar sus manos y otro para, finalmente, hacer algún
daño?
—Una vez más, no te gusta el plan, entonces… inventa uno mejor.
¡Estoy abierta a sugerencias!
—… ese es el punto del torneo —dijo Arturo mientras Rosier me
fulminaba—. Ven a la Corte, Nimue. Si eres tan fuerte como dices,
vencerás a los Svarestri y obtendrás todo lo que desees. Pero si tienes
demasiado miedo…
—Demasiado inteligente, quieres decir, para apostar una ventaja que
ya tengo. Renueva el tratado, Arturo. Aumenta el tributo a la cantidad que
he pedido, y tendrás la paz que buscas.
—¿O?
—¡O tomaré a tus mujeres, todas tus mujeres, y te dejaré para ver
cuánto tiempo te seguirán tus hombres sin ellas!
Arturo se incorporó, con los ojos azules ardiendo, todo indicio de
jovialidad desaparecido.
—No me amenaces, Nimue. No te gustará el resultado si lo haces.
—Tampoco tú —dijo, dándose la vuelta por primera vez.
Y por un momento, olvidé todo, incluso por qué estaba allí. Porque
ella era hermosa. No, pensé, con asombro atónito, era hermosa, dolorosa,
desgarradora, increíble y tan maravillosa. Cabello oscuro, fluyendo como
un río casi hasta el suelo, ojos como una tormenta marina, azul y gris y
267 destellando de ira, un rostro tan perfecto que dolía, como una fuerza de la
naturaleza tallada en carne. Túnicas azules que fluían a su alrededor como
olas cuando se movió y agarró a una de las brujas.
Y le cortó la garganta.
M
iré a la mujer moribunda, revolviéndose en los brazos de
Nimue, y una horrible sensación de déjà vu se estrelló
contra mí. Su cabello era largo y medio gris, y no podía ver
su rostro. Pero, por un segundo, era Rhea otra vez. Un hecho solo
agudizado cuando Nimue levantó la vista.
Y los hermosos ojos azules se tornaron negros.
Negros como el cielo nocturno sin fin, sin estrellas. Negros como las
profundidades despiadadas del mar. Negros como los ojos de un monstruo,
un monstruo que había visto antes, un monstruo que…
Está comiéndote, te está comiendo. Está…
La habitación pareció alargarse, y esa horrible sensación que había
268 tenido me invadió, congelando mis extremidades, apretando mi garganta,
manteniendo atrapado el grito que crecía dentro de mí.
Hasta que Nimue agarró a otra víctima.
E hice un sonido que el Fey no pareció notar, pero hizo que la cabeza
de Pritkin girara bruscamente. Nuestros ojos se encontraron, y de repente,
todo sucedió a la vez: Arturo aullando, las mujeres gritando, Pritkin fuera
de sus ataduras y atacando, la habitación disolviéndose en el caos
mientras una multitud de Fey saltaban sobre él, y él saltaba hacia
Nimue…
Y le arrancó algo del cuello.
—¡Oh, mierda!
Espeté, porque todo había tomado un par de segundos, y de repente
algo caía sobre mí sobre las cabezas de la multitud. Algo pendiendo de una
fina cadena de oro, algo que resplandecía a la luz de la lámpara, algo que
nunca atraparía ni en un millón de años, porque tenía la coordinación de
un torpe niño de dos años. Algo que mis manos arrancaron del aire de
todos modos, al mismo momento en que Nimue levantaba la vista.
Y nuestros ojos se encontraron.
—Volva —espetó.
—Sybil. —El hechizo fue obedientemente traducido.
—Mierda —susurré.
Y luego giré y huí.
—¡Atrapen a la chica! —gritó alguien mientras la habitación
explotaba en hechizos, y los dos guardias en la puerta saltaron hacia mí.
—¡Protéjanme! —jadeé, y mis cuchillos saltaron de mi muñeca, sin
restricciones esta vez, porque no tuve tiempo para ninguna. No tuve
tiempo para nada, excepto correr como una lunática, mis armas haciendo
que los guardias se tambalearan hacia atrás mientras atravesaba la
cadena de habitaciones conectadas, sin tener idea de lo que estaba
haciendo.
Hasta que bajé la vista.
Y vi una brillante llave plateada descansando en la palma de mi
mano.
Está bien, sabía lo que estaba haciendo.
Simplemente no sabía dónde…
269
—¡Aseguren la recámara de la princesa! —gritó alguien.
Sí, pero ¿dónde estaba?
—No, idiota. ¡A la izquierda!
Gracias, pensé salvajemente mientras mis cuchillos se acercaron a
tiempo para hacer que dos guardias más se agacharan. Salí corriendo de
las recámaras de la reina y giré a la izquierda. Y seguí adelante, mis armas
tejiendo una red mortal a través del corredor detrás de mí, mientras
sonaba como si cada guardia en el mundo corriera detrás de mí.
Esta vez no fueron para nada sigilosos. Eran botas sobre piedra,
ruidosas, retumbantes, mortales. Como las flechas que pasaron a cada
lado de mi cabeza, cortadas por la mitad por una de mis armas. Como el
rayo de energía que chisporroteó en el aire, disipando un pequeño cuchillo
como vapor. Como la bola que envolvió mis piernas en su cordón,
haciéndome caer dolorosamente sobre la piedra, y luego haciéndome mirar
detrás de mí a la multitud que lanzaba armas…
Que pasaron sobre mi cabeza, ya que apuntaban al espacio donde
acababa de estar, y golpearon a un grupo de guardias que venían desde la
dirección opuesta.
Seis de ellos cayeron alrededor de mí mientras mis cuchillos
restantes cortaban las cuerdas de mis tobillos, antes de lanzarse, al estilo
kamikaze, a los guerreros detrás de mí. Seis de ellos, pensé, poniéndome
de pie, con la nariz escurriendo, el terror golpeando en mis oídos. Seis de
ellos, mientras corría por el pasillo, la sangre salpicando la pared a mi
lado, mientras alguien intentaba alcanzarme y perdía una extremidad. Seis
de ellos, como el número que se suponía estaría alrededor de la celda de la
princesa, eso significaba…
—¡Princesa! ¡Princesa! —estaba gritando, porque había puertas,
puertas, tantas puertas, y no tenía idea…
Una mano pesada me agarró, mi cuchillo la clavó en la pared, me
aparté y alguien gritó:
—¡Aquí!
Pero ya estaba metiendo la llave en la cerradura, con manos firmes,
y ¿cómo demonios estaban firmes? Y girando la cerradura y cayendo
dentro, una pared de Fey a mis espaldas, mi último cuchillo esfumándose
al desviar una cruel maldición. Pero me compró un segundo para que unas
manos fuertes me agarrasen, para que me arrojasen dentro, para que la
270 puerta se cerrase de golpe ante las caras de los Fey…
Y para que la voz de una mujer dijera.
—Espero que hayas traído un arma mejor que esa. —Mientras yo
empujaba mi muñeca en su dirección general.
Tenía el cabello en la cara, me faltaba el aliento, la enorme puerta de
roble estaba sacudiéndose ferozmente detrás de mí, hasta el punto de que
apenas podía pensar. Ciertamente no lo suficientemente bien como para
explicar la situación, para presentarme, para hacer cualquier cosa además
de jadear.
—Hay… una varita…
—Eso no es una varita mágica —dijo ella, su voz asombrada, antes
de que algo fuera arrancado de mi pulsera.
Y entonces la puerta cedió, abriéndose de golpe con un estallido
como el de un trueno, haciéndome gritar y retroceder. A diferencia de la
mujer. Quien solo permaneció allí, una figura delgada, de cabello oscuro
usando túnicas y calzas de hombre, enfrentándose a toda una horda de
furiosos guerreros Fey. Sosteniendo lo que parecía sospechosamente...
Un báculo, pensé, mis ojos ensanchándose, junto con los de los Fey.
Quienes de repente intentaban salir la puerta todos a la vez.
La mujer los ayudó con eso, riendo mientras hacía volar toda la
maldita pared. Llovieron rocas enormes, el polvo se dispersó por todas
partes, pequeños fragmentos de roca penetraron en mi piel. Y todo el
tiempo, ella rio, rio y rio.
—Oh, abuela —canturreó prácticamente, y salió al pasillo.
O lo que quedaba de él.
Intenté levantarme. No sé por qué. No era como si pudiera ayudar.
Pero mi cerebro se había rendido a estas alturas y estaba prácticamente
actuando por instinto. Y el instinto decía que me fuera antes de que cayera
el resto del techo. Pero algo estaba…
Oh.
Una roca inmensa había caído sobre mi falda, lo suficientemente
grande como para aplastarme la cabeza si hubiera estado un paso más a
la izquierda. La miré, aturdida y sin aliento, mientras lo que sonaba como
el apocalipsis estallaba afuera. Y luego comencé a toser, maldecir,
sacudirme y tirar, por lo que pareció solo un minuto.
271
Pero podría haber sido más tiempo, porque de repente alguien más
estaba allí, arrodillándose en el polvo. Y alejando mi mano. Y alzándome
en unos fuertes y conocidos brazos, unos que iban con el latido del
corazón bajo mi oído. Y la voz maldiciendo mientras corríamos por
corredores que colapsaban, porque todo este lugar estaba haciendo
implosión.
Hasta que finalmente atravesamos algo que crujió dolorosamente a
nuestro alrededor, y salimos…
A algo peor.
Lluvia me abofeteó en la cara, fría y punzante, devolviéndome a la
consciencia plena. Y al hecho de que la pequeña y curiosa casa casi había
desaparecido, el techo habiéndose derrumbado. O habiendo sido
arrancado, porque no lo veía en ningún lado.
Sí vi un cielo, hirviendo en lo alto, mezclado con relámpagos. Vi
lluvia cayendo, tan espesa que parecía que una presa hubiera estallado. Vi
el viento arrojando carpas pesadas como si estuvieran hechas de papel de
seda, una volando hacia nosotros demasiado rápido para agacharnos. Pero
quedó atrapada en la pared frontal de la casa al último minuto, cubriendo
la puerta y extendiéndose como una lona encima, cortando la vista.
Pero no el ruido. Por encima de los vientos aullando y la lluvia
retumbando, por encima de del aleteo incesante de las carpas pesadas, por
encima del crujido de una casa que había estado a punto de derrumbarse
sobre nosotros, había gritos. Cientos de ellos, tal vez miles.
—¿Qué está pasando? —grité, prácticamente en el oído de Pritkin,
pero él no escuchó.
Sí me dejó en el suelo, en el agua helada que llegaba más arriba de
los tobillos. Y me di cuenta de que había estado tan ocupada mirando
hacia arriba que no había notado el agua que caía sobre el umbral,
proviniendo de lo que parecía una inundación en el campamento. Una
inundación realmente grande.
—¡Vamos! —gritó Pritkin, y apenas pude escucharlo. Pero agarré su
mano, atravesando la casa inundada, mientras trozos del techo y las
paredes restantes llovían alrededor, y la ya inundada carpa intentó
colapsar sobre nuestras cabezas.
Un momento después mi pregunta fue respondida, cuando llegamos
a la puerta y él levantó la tela de la tienda.

272 Revelando el panorama infernal más allá.


Parecía algo sacado de una visión medieval del inframundo, con
gente gritando y llamas en todas partes. Las antorchas en el exterior de
muchas de las tiendas debían haber sido arrastradas por el viento contra
las carpas, o al menos sus chispas, porque una buena cantidad de las
tiendas estaba en llamas. Como las mantas de un caballo de ojos
enloquecidos que pasó corriendo junto a nosotros, derribando a un
hombre que resbaló y luego desapareció por completo.
Solo para resurgir un segundo después, jadeando y sacudiendo la
cabeza, una cabeza muy mojada, porque acababa de ser sumergido bajo el
agua. Y finalmente me di cuenta de por qué toda el área parecía estar
iluminada por parpadeantes llamas anaranjadas: el fuego se reflejaba en
las olas. Y olas eran, ya hasta las rodillas en las áreas más bajas del
campamento y subiendo, a medida que toda el agua de la tierra más alta
que nos rodeaba seguía inundándonos.
El campamento estaba en peligro de convertirse en un pequeño lago.
Y uno del que nadie en la multitud cada vez más frenética tenía la
oportunidad de escapar, sin importar en qué dirección corrieran. Porque
los muros aún estaban alzados.
Pritkin comenzó a avanzar, pero me agarré a su brazo.
—Espera. Tengo que…
—¡La empalizada! —gritó, señalándola.
—¡Lo sé! —bramé, porque algo menor a cien decibelios era inaudible
aquí—. ¡Pero hay algo que tengo que hacer!
—¿Qué?
—Tu… la criatura con la que estaba. Tengo que volver por él…
Pritkin sacudió la cabeza violentamente.
—¡Te quedas conmigo!
—¡Estaré justo detrás de ti!
—¡No!
—¡Tengo que hacerlo!
Solo me miró, los ojos salvajes.
—¿Qué?

273 —¡Tengo la extraña sensación de que vas a desaparecer, y de que


nunca volveré a verte!
—Me verás.
No parecía convencido.
—¡Me verás!
—Entonces, nos vemos justo aquí. ¡Aquí mismo! ¡Vendré por ti!
Asentí, pero él solo se quedó allí, luciendo desgarrado.
Y luego me besó, levantándome del suelo, el cuerpo caliente y duro
contra el mío mientras el Armagedón giraba a nuestro alrededor.
Dejándome sin aliento y tambaleándome cuando me bajó. Aunque
eso probablemente era solo… solo el viento. Le di un empujón.
—¡Ve!
Y se fue.
Me di la vuelta y volví a cruzar la habitación, hacia la entrada de lo
que ahora entendía que era un portal. Se estaba rompiendo y agrietando, y
hormigueando sobre mi piel cuando volví a entrar. Y encontré todo el lugar
desierto y silencioso, a excepción de los ruidos de las paredes que aún
temblaban. Enormes rocas estaban en el suelo, y pesadas vigas de roble se
inclinaban a través del pasillo, convirtiéndolo en una carrera de
obstáculos. Uno prácticamente alfombrado en polvo que se adhirió a mis
pies y tobillos mojados, y colgando suspendido en el aire.
Tomé una lámpara de la pared y la sostuve en alto.
—¡Rosier!
Nada. Y cuanto más me alejaba, las cosas empeoraban más, a
medida que la tenue luz del portal se desvanecía. Dejando mi única llama
parpadeante como la única cosa para iluminar corredores enteros
intransitables por las rocas caídas, y una oscuridad tan pesada que casi la
sentí en mi piel.
Peor aún era la idea de que tal vez no hubiera nada que encontrar.
Que Rosier era tan pequeño y tan vulnerable, y el Fey había estado tan
enojado conmigo. Y que tal vez Pritkin habría pensado en llevar a mi
“familiar” si hubiera quedado algo para llevar.
—¡Rosier!
Nada.
274 Me abrí paso entre los escombros, cortándome las manos y
lastimándome los talones y deseando, solo una vez, entrar a una de estas
estupideces con un par de zapatos decentes. Pero no tenía zapatos y, más
importante aún, no tenía un jodido mapa. Porque, fuera cual fuera el lugar
extraño en el que me encontraba, supuse que los Fey lo conocían de
memoria, pero yo no.
Me apoyé contra la pared por un minuto, enfrentando lo inevitable.
Nunca iba a llegar a Rosier así. Solo iba a tener que esperar que Gertie no
pudiera leer la magia que los Fey tenían en este lugar, y que no me fuera a
caer por el esfuerzo, porque eso realmente iba a apestar.
Y lo hacía, oh Dios, lo hacía, pensé, sintiendo como si alguien me
hubiera golpeado en el estómago, solo por desplazarme la corta distancia
de regreso a las recámaras de la reina.
Donde el techo estaba cayendo en ese momento.
La caída desde arriba me derribó contra una pared y me enterró a
medias bajo tierra y malezas. Pero no me mató, porque ninguna de las
vigas gigantes cayó. Tal vez porque la mayoría ya lo habían hecho, lo cual
explicaba por qué, después de que finalmente logré salir, fuera tan
jodidamente difícil caminar.
El suelo era como un campo minado de escombros que no podía ver,
ya que la lámpara había quedado enterrada junto a mí, dejando la
habitación completamente a oscuras. Y a mí tosiendo y jadeando, porque
era como intentar respirar a través de una tormenta de arena. O como ser
enterrado vivo, pensé salvajemente, revolviéndome, intentando recuperar
el aliento suficiente en mis pulmones para gritar.
—Rosi… —Me detuve, tosiendo tanto que me mareé, y tropecé con
una de las malditas vigas, cayendo en el proceso y cortándome las manos
con algún vidrio.
Podía ver los vidrios, me di cuenta un momento después,
resplandeciendo como diamantes contra el suelo oscuro. Miré alrededor y
vi algo brillando a través de una grieta en los escombros. Apenas un
destello, pero brillante como un reflector en la oscuridad. Limpié la
suciedad, los palos y el zapato olvidado de alguien, y descubrí…
Parte de un espejo.
Era solo un fragmento, apenas más grande que mi palma, pero fue
suficiente para dejarme parpadeando. Solo que no ante mi reflejo. Sino
ante un fuego parpadeante, parte de un piso de madera y una rústica
275 pared empastada con algún mural en ella. Se parecía al mural que había
visto detrás de Arturo mientras él hablaba con Nimue. Y eso parecía parte
de su silla.
El hombre se había ido, probablemente después de que todo se
oscureciera de nuestro lado.
Pero parecía que había dejado las luces encendidas.
Me levanté, tomando el pequeño trozo de vidrio en mi palma. Y un
momento después, estaba navegando por las largas habitaciones
derrumbadas de las recámaras de la reina, un parpadeante destello de luz
del fuego iluminando mi camino. Bueno, medio iluminando, ya que el
lugar parecía ahora estar temblando constantemente, con pequeños
rastros de tierra cayendo como lluvia seca, haciendo que la visibilidad
fuera pésima. Pero no fue la vista lo que me llamó la atención.
Fue un sonido.
Unos pasitos, ligeros y rápidos, fueron la única advertencia antes de
que algo cayera contra mí. Y me derribó hacia atrás, sobre una pila de
restos con bordes afilados. Y luego se derrumbó, esparciendo escombros y
cristales aplastados, pero no mi cráneo. Porque me moví tan pronto como
aterricé, rodando hacia el suelo y luego arrastrándome de nuevo a la
oscuridad.
El golpe había hecho saltar el espejo de mi mano, dejándolo
encajado en la pila de escombros, y a mí, cubierta de oscuridad y polvo
ondulando. Me agaché contra una de las medias paredes que separaban
las habitaciones, respirando con dificultad y mirando las partículas
giratorias que brillaban doradas a la luz del fuego. Y que básicamente no
destacaba nada a esta distancia.
Nada excepto una delgada sombra oscura, saliendo del vacío y
viniendo directamente hacia mí.
—¡Cassie! —gritó alguien, y me estremecí. Y también la figura, que
dudó y miró a su alrededor. Permitiéndome agarrar un jarrón grande y
arrojarlo lo suficientemente fuerte como para arrancarme el hombro.
Jadeé de dolor, el sonido se perdió en el estallido de porcelana
cuando la figura giró y levantó un palo grande, golpeando el jarrón como
un bateador intentando sacarlo del campo. Los fragmentos cayeron por
todas partes, haciéndome gritar otra vez cuando lo que se sintió como una
docena de pequeños cuchillos me atravesaron. Y luego aguantándome y
retrocediendo, esta vez sin aliento y lo más silencioso posible, porque mi
asaltante también parecía estar trabajando con base al sonido.
276 Por un momento, no hubo nada más que dos sombras rodeando el
tenue haz de luz, cada una buscando una ventaja. Y mi atacante debió
haber encontrado una. Porque lo siguiente que supe fue que yo estaba
golpeando la pared y luego el piso, apenas entendiendo lo que había
sucedido.
Hasta que vi a alguien cerniéndose sobre mí, garrote en mano,
salpicado por la lejana luz del fuego…
Y luego eclipsado por ella, cuando el rayo débil del fragmento de
repente se convirtió en un resplandor. Un resplandor blanco abrasador,
como mirar al sol directamente, se derramó de la pequeña cosa,
inundando la habitación. Era tan brillante y tan fuerte que me cegó, a
pesar del hecho de que había aterrizado debajo y ni siquiera estaba recibía
el efecto completo.
Pero alguien sí.
Escuché una voz maldiciendo; una mujer, aunque no Nimue. Esta
voz era más aguda, más ligera y dolorida. Probablemente por haber
quemado sus retinas, pensé, protegiéndome los ojos con ambos brazos.
Eso me dejaba indefensa, pero no pensé que importara. Escuché
sacudidas, gemidos, y luego unos pasos cada vez más distantes. Luego
nada en absoluto, mientras la habitación quedaba en silencio nuevamente
y esa horrible luz ardía sin parar.
Finalmente se interrumpió, tan abruptamente como había llegado,
dejándome jadeando en el suelo, confundida, asustada y seriamente
desorientada. Y todavía ciega; mis ojos solo viendo una serie de imágenes
residuales. Pero no estaba sorda, y una vez más, escuché una voz.
Rodé sobre mis manos y rodillas, intentando aferrarme al piso, que
no parecía muy estable. O tal vez era yo. No lo sabía; simplemente me
arrastré en la dirección de ese sonido tenue, como una madre intentando
encontrar a su bebé perdido.
O algo casi tan pequeño, me di cuenta, cuando mis manos buscando
tentativamente finalmente encontraron un pequeño cuerpo atrapado
debajo de los escombros, en la habitación contigua.
No me había acordado de traer el fragmento, pero no importó, ya que
de todos modos no podía ver. Pero no lo necesitaba. Porque la voz se había
resuelto en las maldiciones más profanas jamás inventadas alguna vez,
logrando sonar crueles incluso con una voz pequeña, chillona, aguda y…

277 —¡Rosier! —Una gran sonrisa se extendió sobre mi cara.


Las maldiciones se detuvieron.
—¿Cassie?
—¡Sí!
—¡Sácame! ¡Sácame ahora mismo!
Me apoyé sobre los talones, sonriendo.
Y luego lo saqué.
La buena noticia, descubrimos, era que los corredores principales
tenían algunas lámparas todavía parpadeando aquí y allá, lo que mi visión
que regresaba lentamente encontró útil. La mala noticia era que ya no
eran corredores. Vigas, y en algunos casos paredes enteras, habían caído
en nuestro camino, algunas de las cuales podía escalar, pero algunas eran
tan altas como lo que quedaba del techo, obligándome a retroceder. O, en
los casos en que podía ver más allá de ellos, a desplazarme.
Solo que eso no iba tan bien.
—De acuerdo —dijo Rosier, algún tiempo después—. Una vez más.
Estaba justo por aquí.
Sacudí la cabeza, mirando el último bloqueo y aferrándome a la
pared en busca de apoyo.
—No puedo.
—Tienes que hacerlo. —El lugar se estremeció otra vez, las paredes
temblando más fuerte ahora, como lo habían estado haciendo durante los
últimos minutos. Porque esto no era un paso a través de Faerie como
había esperado a medias. No era un paso a través de nada. Según Rosier,
era el equivalente mágico de una casa rodante, un palacio portátil que los
Fey nobles llevaban consigo cuando viajaban de modo que no tuvieran que
vivir como campesinos.
Estaba tallado en un portal, algo sobre volver en bucle sobre sí
mismo para formar un bolsillo estable; o lo que fuera. No entendí todo.
Pero sí entendí que dicho portal había quedado dañado cuando Pritkin lo
atravesó. Y luego de nuevo cuando la princesa enloquecida comenzó a
acabar con los Fey. Y ahora estaba intentando colapsar sobre nosotros, y
aparentemente cosas malas sucedían cuando estabas dentro de un portal
que colapsaba.
Pero aun así, no podía. Me habían reducido a hacer mini
278 desplazamientos a corta distancia, del tipo más fácil, pero estaba agotada.
No me quedaba para eso, no me quedaba para nada, no iba a hacer ni una
maldita cosa sin beber lo que quedaba de mi jugo de la alegría, y no iba a
hacer eso. ¡No lo haría, ni siquiera si el resto del techo caía sobre mi
cabeza!
—¿Qué estás haciendo? —exigió Rosier.
—Dijiste que es justo por aquí, ¿verdad?
—Sí, pero… ¡no pretendía decir justo a través de esto! —dijo, cuando
empecé a cavar mi camino para seguir adelante, a medida que polvo y
escombros caían sobre nuestras cabezas, a medida que luchaba por
respirar con los pulmones ya recubiertos de polvo, a medida que Rosier
maldecía y caían más rocas y mis manos seguían cavando y luego
arañando la tierra, que solo seguía y seguía.
Hasta que otro temblor nos sacudió.
Y éste fue aproximadamente un siete en la escala de Richter,
causando que el polvo se dispersara, las paredes se agrietaran y que el
piso comenzara a ceder salvajemente bajo nuestros pies. Y que el muro de
tierra frente a mí, una masa previamente impenetrable, cayera en cascada,
como una avalancha en la ladera de una montaña. Una que nos llevó con
ella.
Rosier y yo medio tropezamos, medio nos deslizamos hasta el otro
lado, y luego lo agarré y corrí hacia el portal, deseando que la maldita
tierra no me hubiera cegado otra vez.
Y luego de hecho deseándolo cuando nos sumergimos en un lago de
agua helada, llegando casi sobre mi cabeza.

279
M
e hundí, solo del shock puro, y emergí sin aliento. Luego
jadeé un poco más cuando nos hundimos casi por
completo. Había estado dentro unos diez, tal vez quince
minutos, pero todo había cambiado.
La gente chapoteaba y nadaba a través de lo que tenía que ser un
oleaje de un metro y medio. Y ahora no había nada que se los impidiera, ya
que lo único que quedaba de la casita era la pared sosteniendo el portal. Y
ni siquiera eso cuando estalló detrás de nosotros, haciéndome agacharme
a medida que pedazos ardientes volaban sobre mi cabeza y la pared se
desmoronaba.
Como la empalizada, que ahora era solo unas pocas pilas humeantes
de troncos, crepitando con lo que quedaba de la guarda. Lo cual
280 probablemente explicaba por qué el una vez ordenado campamento era un
hormiguero de gente corriendo, salpicando y merodeando entre los restos
en llamas, en dirección a las colinas. Y los Fey no estaban haciendo mucho
para detenerlos; apenas parecían darse cuenta.
Por una buena razón, pensé, mirando hacia arriba.
Mierda.
—¿Qué demonios es eso? —chilló Rosier, sonando indignado.
No respondí. Como el Fey, estaba un poco ocupada. Viendo la
batalla de los siglos en el aire sobre nosotros.
O, para ser más precisos, una batalla de aire – y agua, rayos y fuego,
todo lo cual estaba siendo arrojado… como cosas siendo arrojadas de un
lado a otro, pensé, mi cerebro bastante frito a estas alturas. Pero no
importaba, porque ¿cómo describías eso?
En su forma más simple, eran dos mujeres, paradas en colinas
opuestas en el campo abierto detrás del campamento. Dos mujeres de
cabello oscuro con largas trenzas negras azotándose alrededor de ellas a
medida que se enfrentaban, aunque eso en cierto modo no cubría el punto.
El punto siendo lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Observé mientras lo que parecía un huracán llenaba los cielos, y
tornados descendían, una docena a la vez, arrebatando hombres del suelo
y enviándolos a volar. Mientras otros ardían encendidos, convirtiendo las
cenizas avivadas de las fogatas en maremotos rugientes de calor y luz, los
cuales atravesaban el ejército en las laderas y cortaban venas rojas a lo
largo del campo. Y mientras más se llenaba de agua, una de las cuales
encapsulaba a tres Fey que casi se habían escabullido detrás de la
princesa, arrastrándolos fuera de la colina y amenazando con ahogarlos en
el aire.
Pero no estaban arrastrando a Nimue.
Una fuerte ráfaga de viento hervía alrededor de ella, un acto de la
naturaleza imposible de desafiar que de todos modos estaba siendo
desafiado.
Por un escudo.
Había uno normal en su brazo, un pequeño círculo de bronce,
apenas visible a esta distancia. Pero dese él giraba algo enorme, y casi del
mismo color que la lluvia, lo que dificultaba verlo contra la noche. Solo un
disco brillante y reluciente, como los que había visto a Pritkin lanzar a
281 veces, pero mucho más grande y grueso. Un escudo mágico lo
suficientemente grande como para emitir un nimbo brillante sobre ella y
unos pocos cientos de su gente, reunidos en la cima de la colina a su
alrededor.
Pero no estaba haciendo una maldita cosa por el resto de nosotros.
Las únicas cosas protegiéndonos de los aullantes vientos y la fuerte
lluvia eran las colinas circundantes, lo cual en cierto modo era una espada
de doble filo, ya que también estaban intentando ahogarnos. El agua fluía
por ellas en ríos llenos, chocando a través de las grietas y barrancos entre
las tierras altas, y vertiéndose en lo que quedaba del campamento. Hasta
el punto de que la gente de hecho estaba nadando en las áreas más
profundas ahora, mientras que los pocos elevados sobresalían como islas
en el mar.
Finalmente me di cuenta de por qué los Fey construirían un
campamento en un valle en lugar de una colina como todos los demás.
Porque todos los demás no podrían ahogarte si los hacías enojar.
No que ahogarse fuera realmente necesario.
—¿Qué caraj…? —chilló Rosier, y luego gorgoteó cuando nos hundí
bajo el agua. Y observé a través de las olas como un hechizo de colores
brillantes surcó el aire justo donde habíamos estado de pie.
Y luego más y más, iluminando la noche mientras emergía a la
superficie, para ver hechizos multicolores volando por todas partes,
convirtiendo el agua en el aire detrás de ellos en largas filas de vapor. Y
haciéndome hundir el cuello otra vez y buscar cubierta. Pero en todas
partes a nuestro alrededor, se libraba una batalla.
Parecía que los aquelarres habían llegado.
—¿Qué están haciendo? —gritó Rosier.
—¡Intentando sacar a las mujeres! —grité cuando un parche de agua
cercano fue vaporizado por un hechizo que lo golpeó.
—¡Las matarán! ¡Y a nosotros junto con ellas!
Tenía un punto.
Chapoteé a través del agua helada hacia la única parte de la casa
que aún estaba en pie: el grupo de rocas caídas que habían formado la
282 chimenea. No era mucho, pero al menos estábamos protegidos por un
lado. Y la lluvia ya no me abofeteaba directamente en la cara.
No es que pareciera ayudar.
—Tenemos que encontrar a Emrys —gritó Rosier, directamente a mi
oído—. ¡Tenemos que encontrarlo ahora!
—¡No me digas! —Pero aún no lo veía.
Pero no por falta de luz. Los incendios ardían en todas partes,
incluso bajo el agua en varios lugares, porque las llamas mágicas no se
apagan fácilmente. Pero sí siguen la mayoría de las otras leyes físicas,
como emitir sombras resplandecientes brillando en trozos de la empalizada
e islas flotantes de las tiendas de campaña, y reflejándose en las olas,
haciendo que todo el campamento pareciera moverse.
Lo que no era ayudado por el hecho de que lo hacía.
Porque todavía había gente aquí; mucha. Algunos estaban
acurrucados como nosotros, bajo cualquier refugio que pudieran
encontrar. Otros estaban en grupos, rodeados por esclavistas y sus
ejércitos privados, incapaces de correr. Otros más estaban agachados
detrás de los pedazos restantes del muro, esperando su oportunidad para
huir a través de ellos. O corriendo, gritando nombres a pesar de todo,
intentando encontrar a miembros de la familia en el caos.
No les daba muchas posibilidades. No con bandadas de animales
balando y nadando a través de las olas, grupos de guardias de Nimue
luchando contra brujas y nudos de partidarios medio humanos del
campamento sentados entre pilas flotantes de utensilios de cocina, sin
saber si quedarse o correr. Pero la mayoría había tomado la última
elección, lo que significaba que había movimiento, movimiento en todas
partes, y no había forma de discernir en la oscuridad qué silueta corriendo
era la de Pritkin.
—Tenemos que quedarnos aquí —le dije a Rosier.
—¿Qué?
—¡Aquí! ¡Dijo que volvería por nosotros!
—¿Y si no lo hace? —exigió Rosier—. ¿Si está herido?
Sacudí mi cabeza.
—¡No lo está!
—¿Cómo lo sabes?
—¡Mi poder me lo diría! —Era el único consuelo que tenía. Si algo
283 que yo hubiera hecho estuviera causando un problema en la línea de
tiempo, debería recibir una advertencia. Más que eso, debería ser llevada a
la fuente del problema para solucionarlo, tal como lo había sido una vez
con Myra, la heredera de Agnes. Quién se había vuelto rebelde antes de
que fuera genial.
Pero mi poder estaba callado, el cordón dorado que nos conectaba en
reposo. En lugar de vibrando como una cuerda de arpa tensa de la forma
en que debería haber estado si hubiera hecho daño a Pritkin. Y si no lo
había hecho, debería estar bien, porque había sobrevivido a todo esto
antes.
¿Cierto?
—Entonces, ¿dónde está? —preguntó Rosier.
—No lo sé…
—¡Eso no es lo suficientemente bueno!
—¿Qué quieres que haga, Rosier? —pregunté, girándome para
mirarlo.
—¡Agáchate! —chilló, de lleno en mi cara, haciéndome saltar.
Y preguntarme cómo esperaba que eso ayudara con tres tornados
uniéndose de repente en los cielos sobre nosotros.
La única gracia salvadora era que estaban altos, muy altos.
Dándonos una vista perfecta mientras tres bobinas salvajes de destrucción
se trenzaban entre sí, convirtiéndose en una sola hebra infernal. Una
masa de furia hirviendo que rasgó el aire un momento después,
apuñalándolo como una gran lanza, directamente hacia Nimue…
Y fue absorbido.
Parpadeé para sacarme el agua de los ojos, pensando que tal vez
estaba viendo cosas. Pero eso era indudablemente lo que estaba
sucediendo. El escudo casi incoloro sobre ella se volvió negro y
melancólico, absorbiendo el tono y el patrón del remolino violento que se
tragaba. El cual terminó de tragar un momento después, la superficie del
escudo hinchándose hasta el doble de su tamaño ya considerable.
Y luego arrojándolo todo de vuelta.
La princesa dio un salto volador hacia otra colina cuando la furia de
la tormenta cortó la cima donde había estado parada, enviando una
284 poderosa explosión de barro y tierra hacia el cielo. También lanzó un
torbellino detrás de ella, para contrarrestar la tormenta más grande,
supuse, y tratar de frenarla. Y funcionó… más o menos. Una docena de
pequeños embudos se desprendieron del más grande, girando
enloquecidamente sobre las colinas circundantes, destrozando tiendas,
persiguiendo a grupos de guardias y haciendo que cientos de pequeños
escudos florezcan contra la noche.
Pero no era suficiente.
Porque la fuerza principal de la tormenta golpeó un momento
después, aún más que capaz de derribarla de su última percha y hacerla
volar…
Y de hacerme agachar, aunque no lo necesitara. Su cuerpo giró en el
aire en nuestra dirección, pero muy por encima de mi cabeza. Y luego cayó
en una de las partes más bajas del campamento, lo suficientemente fuerte
como para hacer que una ráfaga de agua salga disparada al menos un piso
de altura.
Me salpicó como una lluvia espesa a medida que avanzaba,
intentando alcanzarla antes de que se ahogara. Mientras esquivaba la
masa de personas que repentinamente estaban chapoteando a través del
agua hacia nosotros. La multitud previamente desorganizada acababa de
recobrar la compostura a lo grande, y estaban escapando del campamento,
mandando la batalla a la mierda, y amenazando con atropellarme en el
proceso.
—¿Qué demonios? —pregunté a Rosier cuando nos pasaron en una
corriente de codazos duros y agua agitada.
Pero él no respondió. Eché un vistazo a mi hombro y lo encontré con
la boca abierta y los ojos aún más abiertos, observando por encima de mí.
A la princesa de cabello oscuro que de alguna manera estaba de pie de
nuevo, lanzando el golpe más devastador del mundo con nada más que un
gruñido.
Me aparté una cascada de cabello empapado de la cara, e incluso a
través de la lluvia torrencial, pude verla mejor esta vez. Una hermosa
morena con ojos azules rasgados, piel de marfil y labios rojos malvados,
quien estaba estudiándome nuevamente. Pensé que era un poco extraño,
ya que nos acabábamos de ver antes.
Hasta que me di cuenta: no me estaba mirando a mí.
Durante un largo segundo, Rosier y ella se miraron fijamente a los
ojos, y la expresión feroz que llevaba se convirtió en otra cosa lentamente.
285 Algo que no pude interpretar completamente, incluso cuando su rostro se
quebró y sus labios se curvaron, porque era demasiado extraño. Hasta que
se echó a reír a carcajadas, un sonido de pura hilaridad resonando por
encima de la escena caótica como un repique de campanas, y tan
incongruente en ese escenario que solo pude quedarme mirando.
Y luego mirando un poco más cuando se inclinó y pellizcó la
pequeña mejilla de Rosier.
—Debiste haberte quedado en el árbol —le dijo sin aliento.
Luego se fue, cruzando el campamento corriendo tan fácilmente
como si no hubiera ninguna inundación, porque para ella no la había.
Pequeños trozos de agua se solidificaron bajo sus pies, como adoquines en
un lecho del arroyo, atajando sus pisadas antes de que pudiera hacerlas.
Como la ola que se elevó en el momento justo, lanzándose hacia un trozo
de la empalizada restante, por encima y llevándola consigo, directamente
a…
—Oh —dije, mirando estúpidamente.
Y finalmente me di cuenta de por qué todos se habían dirigido en
esta dirección.
Porque Nimue había atrapado otra tormenta.
Tuve un momento para ver cómo un rayo crepitó en la superficie de
su escudo, para ver algo incendiarse en su interior, para ver una un
infierno extenderse sobre el exterior anteriormente incoloro, convirtiéndolo
en un disco furioso de llamas rojas…
Antes de que saliera disparado, el tornado estallando desde la
superficie como una lengua de fuego de la boca de un dragón, una que
continuó, creciendo hasta convertirse en un enorme hilo de muerte
ardiente que se lanzaba hacia los cielos…
Pero regresó a toda prisa a la tierra cuando de repente lo soltó.
La princesa se protegió, una mota azul bajo el furioso torrente
carmesí, pero un grupo de los propios guardias de Nimue no tuvo tanta
suerte. El escudo de la princesa desvió el fuego hacia ellos, haciendo
explotar a la mitad en cenizas que se dispersaron en el viento como
confeti, mientras que el resto, que de alguna manera había logrado
levantar sus escudos, salió volando hacia los cielos. Solo pequeñas motas
negras entre las nubes cuando ese dedo destructivo golpeó, tallando una
grieta del tamaño de una piscina en la ladera.
Y luego siguió adelante. Saltando desde la colina hacia el
286 campamento, rasgando un surco a través de las olas, enviando olas de
vapor hacia el cielo, y destrozando las pocas carpas restantes antes de
dirigirse a una carreta. Una carreta encaramada en uno de los pedazos
restantes de terreno elevado. Una carreta que alguien debía haber
arrastrado hasta allí porque parecía el lugar más seguro del campamento.
Una carreta lleno de niños.
El tiempo pareció ralentizar, el ruido ensordecedor se desvaneció, el
único sonido restante siendo el latido de mi corazón. Lo único que pude
ver fueron unos rostros aterrorizados mirando por el borde de la carreta, la
luz del fuego aproximándose reflejándose en sus ojos. Junto con la mortal
certeza de que nada lo desviaría, porque no había nada en el camino.
Hasta que estuvimos nosotros.
Golpeé el suelo, junto con el agua que había estado a mi alrededor,
porque no había tenido tiempo de evitarlo. Escuché mi poder resonando en
mis oídos, diciéndome lo que ya sabía instintivamente: que no se suponía
que murieran hoy. Observé la columna roja, el miedo revoloteando en mis
entrañas, como lo último de mi poción, ardiendo en mi garganta.
Y luego estaba arrojando todo lo que tenía al vórtice resplandeciente,
una ola brillante de puro poder Pitia, la expresión más pura de la fuerza
divina en la Tierra…
Y apenas lo hizo estremecer.
Miré con incredulidad hacia la masa arremolinándose en rojo, negro
y gris. Hasta que recordé: Caedmon, el rey Fey que había conocido la
última vez, se había escapado de un hechizo de tiempo, no una sino dos
veces. Porque la magia Fey no respondía a la mía como lo hacía la de la
Tierra.
Apenas pareció responder en absoluto.
Detente, pensé, con mi mano extendida, mi corazón latiendo
peligrosamente rápido a medida que la columna brillaba y resplandecía,
como rubíes iluminados por fuego. Detente, pensé desesperadamente,
esforzándome mientras llenaba mi visión, disminuyendo lo suficiente como
para ser atrapante, pero no lo suficiente como para que importara.
—¡Detente! —me escuché gritar, cuando sentí el calor, olí el humo, vi
su viento levantando mi cabello…
Y luego también me levantó, arrancándome del suelo en lo que
supuse que era cámara lenta, ya que mi poder estaba teniendo un efecto
visible ahora. Pero no se sentía tan lento. Atravesé nubes de vapor y humo,
287 el campamento ardiendo en llamas arremolinándose vertiginosamente a mi
alrededor, mientras intentaba controlarlo desesperadamente. Mientras la
vorágine y yo girábamos juntos en un baile mortal que solo iba a terminar
de una manera, porque yo no era lo suficientemente fuerte.
No podía detenerlo.
Pero un segundo después, terminó enganchado de todos modos,
como un caballo corcoveando atrapado de repente por un segundo lazo. Y
luego otra vez, parando ahora, perdiendo velocidad. Y otra vez. No podía
ver por qué, pero sabía que no lo estaba haciendo yo; aún estaba girando
alrededor de la brillante columna de muerte, girando con su energía
incluso cuando disminuía la velocidad, incluso mientras intentaba
absorberme, mientras se estiraba para reclamar una… víctima… más…
Antes de detenerse finalmente, tan inmóvil y silencioso como si en realidad
estuviera tallado de una única joya gigante, fulgurando en la oscuridad.
Al igual que las tres hebras de poder dorado (el poder de las Pitia,
me di cuenta) que estaban conectadas a él. Al igual que las tres mujeres
que vislumbré a través del humo, sus rostros iluminados con la luz
reflejada del fuego, quienes juntas lo habían controlado. Como el rostro de
la mujer que me sacó del cielo un momento después, atrayéndome a un
gran y abultado pecho.
Y una mano regordeta que se apretó dolorosamente en la parte
posterior de mi cuello mientras yo miraba unos ojos castaños furibundos.
—Oh. —Lamí mis labios, saboreando cenizas—. Mierda.
—No tienes idea.

288
—¡Gertie!
Nada.
—¡Gertie! —Golpeé mis palmas contra la blanca pared vacía frente a
mí.
—¿Podrías parar? —preguntó Rosier, sonando tan cansado como me
sentía.
—Esto es mi culpa. Simplemente debería haber desplazado la
carreta. ¡Qué estúpido… estúpido!
—Sí, lo fue —coincidió él.
Bajé la cabeza.
289 —Se supone que debes contrariarme —le dije, aunque él tenía razón.
Había usado lo último de nuestra poción y ni siquiera había conseguido
nada, porque, por supuesto, la Pitia de la época se sentiría atraída por algo
así. Por supuesto que lo haría. Y, por supuesto, llevaría a su amigable
grupo de vecinas. Podría haberme quedado escondida y dejado que ellas se
encargaran de todo, pero no me había detenido a pensar, ni siquiera por
un segundo, y ahora…
Miré alrededor otra vez. A la nada, otra vez. Porque no había nada
que ver.
Absolutamente nada, excepto una blanca celda vacía. No, ni siquiera
una celda. Una rectangular caja blanca sin puerta, sin ventana y sin
entrada ni salida, porque una Pitia no la necesitaba, ¿verdad?
Pero yo sí, porque mi poder se había ido.
No se había agotado, no estaba bloqueado, se había ido. Como si
Gertie me lo hubiera arrebatado de alguna manera. Pero no podía hacer
eso… ¿verdad? Me habían dicho que era mío, hasta que muriera o se lo
pasara a una sucesora. ¡Qué nadie tenía la habilidad de quitármelo, ni
Gertie, ni nadie! Intenté convencerme de eso incluso mientras sentía una
abrumadora sensación de pérdida, un terrible vacío donde debería estar
nuestra conexión. Algo que se había convertido en una parte tan
importante de mí en los últimos meses como una extremidad faltante,
como un trozo tallado en mi alma.
Gertie, pensé, y me deslicé hacia abajo contra la pared.
—Tuviste una fracción de segundo para tomar una decisión —dijo
Rosier—. Exhausta, en medio de una batalla, muriendo de frío. Tomaste la
decisión equivocada. Sucede.
—No sucede. No puede suceder.
—No puedes albergar ese tipo de estándar contigo misma. Nadie…
Se interrumpió cuando puse mi cabeza en mis manos, como si me
diera cuenta que lo último que necesitaba era otro sermón. Durante un
raro, solo nos quedamos allí sentados en silencio, yo intentando pensar y
Rosier… no haciendo mucho de nada. Porque, ¿qué había que hacer?
—Nunca te agradecí —dije finalmente—, ¿verdad?
Tenía los ojos cerrados, y no se abrieron. Pero su voz sonó lo
suficientemente alerta cuando habló.
—¿Agradecerme?
290
—Por ayudar, allá donde Nimue. Creo que podría haber perdido la
cabeza, y habría conseguido que nos mataran a todos, si no hubieras…
intervenido. Así que gracias.
—¿De qué estás hablando?
Rosier aún no tenía cejas, pero arrugó un poco la piel en mi
dirección. Y sí, supuse que algunas cosas locas habían sucedido desde
entonces, ¿no?
—En el corredor —dije—. Ya sabes, ¿con los dos Fey?
Las arrugas continuaron.
—¿Frente al portal? —Podía sentirme sonrojarme. ¡Solo Rosier podía
arruinar un simple agradecimiento incómodo!
—Simplemente te dije dónde estaba la puerta —dijo, abriendo los
ojos—. ¡Aunque no esperaba que te pusieras a cavar por un derrumbe de
cabeza! Todavía mantengo…
—No estoy hablando de eso —dije, deseando no haberlo mencionado
nunca.
—Entonces, ¿qué?
—¡No importa!
—No puedes agradecerme por algo y no decirme qué es —dijo con
irritación—. Y no es que tengamos algo más para…
—El sexo, ¿de acuerdo? —espeté, deletreándolo—. ¿Feliz ahora?
¡Gracias por ayudarme con el sexo!
Solo parpadeó.
—¿Qué?
Lo fulminé con la mirada, demasiado cansada para estar interesada
en sus juegos.
—Deja el acto. Sé que eras tú. Hiciste lo mismo en el auto…
—¿Qué auto? —Frunció el ceño—. ¿Cuándo hemos estado cerca de
alguna…?
—¿Hace un par de semanas? ¿Los Spartoi? ¿La sangre de dragón?
¿Te suena? —Hice de todas las oraciones una pregunta porque Rosier
todavía parecía confundido. Aunque por qué, no tenía idea.
291 Había sido memorable.
Hace unas semanas, Pritkin había resultado herido en una pelea con
los Spartoi. De hecho, había estado a punto de morir, pero no habíamos
estado cerca de ninguna ayuda, y podría no haber importado si lo
hubiéramos estado. La sangre normal de un dragón viejo es mala, pero la
sangre de un semidiós hijo de Ares que cambia de forma estaba en un
nivel completamente diferente, y él había estado cubierto con ella. Lo había
estado comiendo vivo.
Tuve que sentarme allí, viéndolo morir, sin capacidad de hacer nada.
Excepto por lo obvio, porque los íncubos solo sanan de una manera. Pero
él no había estado respondiendo, ni siquiera parecía saber que estaba allí,
y había estado frenética porque estaba a punto de perderlo…
Hasta que Rosier apareció, en forma de espíritu, y usó sus poderes
de la misma manera que lo hizo esta noche donde Nimue.
—Nos salvaste esta noche, como lo hiciste en el auto —dije, lenta y
claramente—. Estaba en pánico, y tú ayudaste, y quería que supieras…
—No lo hice.
—¿Qué?
Rosier parecía malhumorado.
—El consejo bloqueó mis habilidades, ¿recuerdas? Preocupados de
que intentara alguna maniobra en el pasado, y les diera a algunos lo que
se merecen. Te lo dije.
—Pero… eso era sobre la magia…
—Se trató de todo excepto la contramaldición. Y en cualquier caso,
¿qué crees que son mis habilidades sino magia?
Fruncí el ceño.
—Pero sí ayudaste…
—No lo hice.
—Entonces, ¿qué fue eso? —Porque un minuto, me estaba volviendo
loca, y al siguiente… Me sentí sonrojar de nuevo—. Ésa no fui yo.
—Bueno, por supuesto que… —Rosier se detuvo abruptamente, y
sus grandes ojos se entrecerraron. Y cuando volvió su voz, fue diferente—:
¿Me estás diciendo que lo no planeaste?
—¿Planear qué?
292 En lugar de una respuesta, obtuve una explosión. Una que me dejó
retrocediendo sorprendida.
—¡No puedes hablar en serio! Pensé que estabas jugando un juego
peligroso, pero dadas las circunstancias, lo entendí. Pero ahora me estás
diciendo que… —Se interrumpió, fulminándome con la mirada—. ¡No lo
sabías!
—¿Saber qué?
—¡Que te has estado alimentando de mi hijo!
No respondí, porque cualquier cosa que hubiera esperado, no había
sido eso. Pero no importaba. De todos modos, Rosier no me dio la
oportunidad de decir nada.
—¿Recuerdas Ámsterdam? —exigió—. ¿Cuando esa criatura de
Gertie nos alcanzó la primera vez?
—Yo… sí, pero…
—¡No me digas que no te alimentaste! Te envié a la parte de atrás de
ese bar para seducirlo, y cuando saliste, ¡parecía jodidamente bien que
habías tenido éxito!
—Eso… no fue una seducción —dije, porque estaba confundida. Y
porque en cierto modo pensaba que implicaba menos gritos—. Solo estaba
intentando mantenerlo a la vista hasta que apareciera el alma. Solo que
Gertie lo hizo en su lugar, y él donó algo de energía para que pudiéramos
escapar….
—¡No solo la donó! —espetó Rosier—. Si ése fuera el caso, debería
haber estado cansado después, incluso demacrado. ¡Pero en lugar de eso
estaba vigorizado!
Hice una pausa, porque también había notado eso. Pero no había
parecido un gran problema en ese momento. Y, francamente, todavía no lo
hacía.
—¿Entonces?
—Entonces, ¿cómo funciona eso? Él te da poder, ¿pero al final tenía
más de aquel con el que comenzó? ¡Eso no me suena a una donación!
—Entonces, ¿cómo suena?
—Creo que sabes.
293 Solo lo miré.
—Cuán rápido se olvidan —dijo secamente—. Tenía la impresión de
que toda esta odisea comenzó cuando Emrys fue enviado de regreso al
infierno por tener sexo infernal, definido como un intercambio de
poder, contigo.
Había estado a punto de decir algo, pero me detuve. No porque
entendiera a lo que se refería, sino porque una avalancha de recuerdos me
inundó de repente: acostada en una ladera, una gran luna cabalgando las
nubes en lo alto, el armatoste de un dragón muerto humeando en la
distancia, y mi fuerza vital escurriéndose en la tierra. Frío; había hecho
tanto frío…
Pritkin se había recuperado de sus heridas, pero nos habíamos
separado. Y había terminado sola contra el último Spartoi. Había ganado,
si contabas morir después que él como una victoria. Pero entonces Pritkin
apareció, apenas a tiempo, y devolvió el poder que le había dado antes,
salvándome la vida. Y perdiendo la suya (al menos, la única que le
importaba) porque había roto los términos de una libertad condicional bajo
la cual había estado trabajando durante más de un siglo.
Al romperlos lo enviaron de vuelta al infierno, y a mí en este viaje
loco.
Rosier tenía razón; ahí fue donde todo había comenzado.
Pero aún no entendía su punto.
—¿A dónde quieres llegar?
—Que desde esa noche se estableció un bucle de retroalimentación
de poder entre ustedes dos —dijo, todavía extrañamente intenso—. Le
diste poder en el auto… él te lo devolvió en la ladera, activando el bucle. Es
cierto que era uno muy pobre, que nunca tuvo la oportunidad de comenzar
realmente antes de que él fuera arrebatado. Pero existió. ¡Y aparentemente
todavía lo hace!
—¿Estás basando eso en qué? ¿Un incidente en Ámsterdam?
—Lo estoy basando en esta noche. Estuvimos atrapados en ese
pasillo, teniendo que hacer toda esa maldita pantomima para los Fey,
porque él no podía atravesar las guardas. Aun así, después de unos
momentos contigo, ¡las trituró como papel de seda! ¿Dónde crees que
adquirió todo ese poder?
—Yo…
294 —Se lo llevaron esa noche, antes de que el bucle pudiera terminar, y
nadie canceló el hechizo. Dejándolo abierto entre ustedes.
Sacudí mi cabeza.
—No. Creo que yo…
—Oh, perdóname —interrumpió Rosier—. Simplemente soy el
Príncipe de los Íncubos. ¿Qué podría saber al respecto?
Lo fulminé un poco más.
—¡No me importa quién seas! ¡Si llevara un hechizo importante sobre
mí, creo que lo notaría!
Ciertamente lo había hecho antes. Un geis casi nos había vuelto
locos a Mircea y a mí antes de que pudiera levantarlo. Y el hechizo Seidr
que mi madre me puso, aunque menos intenso, había tenido
consecuencias realmente obvias. Así que sí, ¡pensaba que habría notado
otro hechizo abierto, especialmente uno como ése!
—La magia de mi gente es más sutil —dijo Rosier astutamente—.
¿Han aumentado recientemente los sueños eróticos? ¿Deseas tener sexo
más de lo habitual? Te encuentras iniciándolo, intentando rascarte una
picazón que no puedes alcanzar…
—¡Eso es suficiente! —espeté, masajeando mis sienes.
Dios, odiaba estas cosas. Pritkin era quien se ocupaba de la mierda
metafísica que acompañaba a este trabajo, y explicaba las cosas de una
manera que no me hacía querer golpearme en la cabeza. Rosier ni siquiera
lo intentaba. Pero eso no hacía que estuviera equivocado. Porque de
repente estaba recordando algunas cosas, algunas cosas muy extrañas,
que habían estado sucediendo últimamente.
Retroceder en el tiempo hacia Pritkin, en sueños, porque no tenía
otra forma de contactarlo. Establecer el vínculo Seidr con Mircea, por
accidente, debido a un pequeño momento personal en la ducha que se
salió de control. Todo tipo de sueños locos, la mayoría de los cuales, sí,
habían sido jodidamente eróticos. Y luego había habido algunos casos con
Mircea, los que, sí, yo había iniciado de alguna manera…
Me sonrojé una vez más.
—¿Y qué? —dije finalmente—. Incluso si tienes razón, ¿qué
diferencia hace? No lastimé a nadie, e incluso pudo haber salvado
nuestros traseros donde Nimue. No entiendo por qué estás tan preocupado
por esto.
295
Rosier solo me miró un poco más, con sus enormes ojos raros. Y
pronunció una sola palabra:
—Ruth.
Yyyyyyy el disco paró con un chirrido.
—Mierda —susurré, y puse mi cabeza en mis manos.
Los demonios llamaban a su bucle de retroalimentación “sexo” en
parte porque así era cómo se hacían los demonios nuevos. Eso era
inusual, como en realmente inusual, pero de nuevo era creado cada vez
que existía un bucle, es decir, poder. El hechizo magnificaba cualquier
cosa que se le pusiera, muchas veces, razón por la cual los demonios
estaban dispuestos a dar mucho por una revolcada con Rosier a pesar de
su personalidad ganadora.
También era la razón por la cual Ruth, la ex esposa de Pritkin, se
había casado con él.
Su propia familia era en parte demonio, pero estaban muy bajos en
el tótem del poder. Habían vivido en la Tierra porque eran vistos como
poco más que pasto en el infierno, sin el respeto de nadie. Ella había
estado decidida a cambiar eso, a volver triunfal a lo que veía como su
hogar legítimo, y con poder para respaldarlo.
Y había decidido que Pritkin se lo iba a dar.
Debe haber estado encantada de encontrar a un príncipe de los
íncubos en la Tierra, aún más cuando se dio cuenta de que no la miraba
con desdén como a otros demonios de su rango. Que a él no le importara
el estatus en un mundo que nunca había considerado suyo. Y que él
tuviera un montón de poder al que ella podía acceder si jugaba bien sus
cartas, porque él nunca antes había tenido sexo infernal.
No fue por accidente. Pritkin tenía suficiente experiencia con las
mujeres humanas, pero había dejado a los demonios estrictamente en paz.
No por prejuicios, sino porque durante el bucle de retroalimentación a
veces se intercambia más que solo poder. Era una mezcla de energías, en
la cual los rasgos de un compañero podían quedar en el otro. Y para un
hombre que ya odiaba a la mitad demonio de sí mismo, agregar más no
había sido atractivo.
Pero la brecha en su conocimiento lo había dejado vulnerable a
alguien dispuesto a jugar con sus emociones. Alguien que sabía que,
aunque la mayoría de los demonios solo podían tener sexo con los de su
propia especie, los íncubos podían establecer el bucle con cualquiera. Y
296 que podían aumentar el poder muchas veces más que el demonio
promedio.
Y eso era especialmente cierto para la familia regente.
Desafortunadamente para Ruth, y Pritkin, ella subestimó ese último
punto. Por mucho. El bucle que inició en su noche de bodas, sin decírselo,
le quitó poder pero no le devolvió nada. Nunca tuvo la oportunidad. Pritkin
era tan poderoso que la drenó en segundos. Ella había terminado como
una cáscara agotada en sus brazos, y él había terminado como un caso
perdido, culpándose a sí mismo porque no había sabido cómo detenerlo.
—Pensé que estabas siendo inteligente —dijo Rosier en voz baja—.
Que habías evaluado la situación, y habías decidido reanudar el bucle
como un intento desesperado para aumentar tu poder. Y si podías
controlarlo, eso habría estado bien. Pero si no puedes…
—Ni siquiera sabía que existía —susurré.
—… entonces tenemos un problema.
Lo miré.
—Pritkin jamás me haría daño.
—¿Crees que quería lastimar a Ruth?
—No soy Ruth. Y tengo el poder de Pitia…
—¿Pero lo absorbería de ahí? ¿O lo absorbería de ti? La mayoría de
las personas tiene una fuente de poder; tú tienes dos. ¿Qué tal si decide
absorber de la fuente equivocada?
—Todavía no lo ha hecho…
—Hasta ahora, no hemos tenido una prueba real. La primera vez,
Emrys fue llevado de vuelta al infierno mientras aún te daba poder. Nunca
tuvo la oportunidad de recuperar nada. La segunda fue interrumpida en
seco por la llegada de Gertie. Y esta vez, el Fey te apartó…
—¡Él no me dañará!
—¿Y qué hay de lo contrario?
Lo miré fijamente.
—¿Qué?
Dedos, pequeños pero sorprendentemente fuertes, se aferraron a mi
brazo.
297 —Tu madre era una diosa, ¿verdad? Y una que se alimentaba muy
parecido a nosotros. ¡Extrajo la energía vital de ejércitos de demonios
enteros, drenó a mi padre justo en frente de su trono! Sin embargo, ¿estás
convencida de que no puedes controlarlo con un demonio, que no se está
resistiendo, y que incluso tiene un bucle de retroalimentación abierto
contigo?
—Pero no lo he hecho… ¡no lo haría!
—Lo hiciste en Ámsterdam. Debes haberlo hecho. ¡El Emrys de ese
día no sabía cómo funcionaba el proceso! No pudo haberlo hecho.
—Pero él estaba intentando darme poder…
—Sí, para dar una simple donación. Tú fuiste quien lo convirtió en
otra cosa. Como lo hiciste esta noche.
Estaba a punto de discutir, pero entonces recordé el rostro de
Pritkin donde Nimue, el cual había parecido bastante asustado. Como si
sucediera algo que no entendía y que no había esperado. ¡Como si hubiera
pensado que tal vez aumentaría su poder, lo suficiente como para
sacarnos de allí, y en su lugar hubiera recibido una descarga turbo que
había destruido las guardas junto con toda la maldita pared!
Rosier me estaba observando.
—Ahora entiendes.
Fruncí el ceño.
—¡No entiendo nada! Usaste tu poder contra nosotros en el auto. Si
hubiera alguna posibilidad de que pudiera drenar a tu hijo…
—El bucle de retroalimentación no estaba en su lugar entonces. Allí
no sucedía nada más que una simple alimentación, cosa que los íncubos
hacen todo el tiempo. Y en cualquier caso, Emrys ya se estaba muriendo.
No había riesgo…
—¡Había suficientes riesgos! —Recordé la cara de Pritkin después.
Cuán traumatizado había estado, cuán aterrorizado de quizás haber
tomado demasiado. Que estuviera enfrentando lo de Ruth otra vez, algo
que casi lo había destruido, y que había destruido su vida.
Después de la muerte de Ruth, Pritkin había irrumpido en los
infiernos en busca de su padre. Rosier había sabido lo que ella pretendía
hacer, pero no la había detenido, probablemente esperando que tuviera
éxito y que su fascinación por el mundo de los demonios hubiera pasado a
su hijo. En cambio, Pritkin había culpado a Rosier por su muerte, y tenía
298 la intención de devolverle el favor.
Las intenciones no habían funcionado, pero atacar a uno de los
suyos había sido suficiente para el consejo de demonios, que ya estaban
preocupados por el poder de este híbrido extraño. Habían exigido la cabeza
de Pritkin; Rosier había protestado; un trato había sido hecho. Pritkin
podía regresar a la Tierra, pero tan pronto como violara la prohibición de
su padre, debía regresar al reino de Rosier y quedarse allí.
Para siempre.
Lo había dejado siendo la más extraña de las criaturas extrañas: un
íncubo célibe. También lo había dejado en un patrón de espera que había
dominado su vida desde entonces. Uno en el que no podía usar sus
poderes de íncubos, los cuales le daban gran parte de su fuerza, ni hacer
planes duraderos para el futuro, porque podría ser arrojado al infierno en
cualquier momento, ni tener una relación, o hijos, o nada de cualquier
otra cosa. Lo había convertido en un turista perpetuo en la Tierra,
observando la vida de otras personas pero sin poder tener nunca una
propia.
Todo por las intrigas de una mujer, y la incapacidad de Rosier para
comprender lo que le había hecho a su hijo.
A veces me preguntaba si alguna vez lo haría.
—No estabas en peligro —decía Rosier, porque en realidad no lo
entendía—. Los íncubos saben instintivamente cuándo están drenando
demasiado a un compañero. Confié en que Emrys se detendría antes de
eso.
—Pero ahora no confías en él.
—Un bucle de retroalimentación no es una simple alimentación.
Combina la magia de dos personas, y es… embriagador. Salvaje. A veces se
siente como si estuviera cabalgándote. No es tan fácil de controlar,
especialmente para un novato… ¡lo que son los dos! —Esos pequeños
dedos se clavaron en mi carne, lo suficientemente fuerte como para doler—
. Si lo drenas y él termina como Ruth, o si él te drena y no puedo
recuperarlo, ¡el resultado es el mismo! Tu madre se llevó a mi
padre; ¡no vas a tener a mi hijo!
Estaba a punto de responder de alguna forma cuando vi su rostro.
Rosier no parecía enojado sino genuinamente asustado. Podría ser solo por
sus planes, formulados durante cientos de años, usar a Pritkin como
batería de respaldo para la casa real, generando la energía que necesitaba
para mantener a sus nobles bajo control.
299 Pero al ver la expresión en sus ojos, pensé que podría haber sido
más.
—¿Qué quieres de mí? —pregunté simplemente.
—Algo que nunca pensé que le diría a ninguna mujer. Pero a partir
de ahora, pase lo que pase, ¡mantén tus manos lejos de mi hijo!
A
lgún tiempo después, tal vez una hora, tal vez más, porque
¿quién podría contarlo aquí? La misma historia se estaba
repitiendo. Y estaba considerando volverme loca.
—¡Gertie! ¡Gertie!
—¿Tienes que gritar? —preguntó Rosier con amargura.
—¡Sí! ¿No lo entiendes?
—En realidad, no. Ilumíname.
—No.
—¿No?
—¡No! No quiero… ¡Dios! —Puse mi cabeza en mis manos, apreté mis
300 rizos todavía húmedos, olí el humo que se aferraba a ellos. Humo de otro
tiempo y lugar, un lugar donde lo había tenido. Todo lo que había tenido
que hacer era aferrarme a él, y ni siquiera pude hacer eso. Y ahora no
podía volver, y si no lo hacía…
—No —dije, porque Rosier solo estaba sentado allí, mirándome con
esos ojos extraños—. No, no quiero otra conversación. No quiero que me
digan que me calme. No necesito calmarme. ¡Tengo que salir de aquí!
—Sí, tienes.
—¿Cómo?
—¿Qué sabemos? —Fue vigorizante. Y a pesar de la cualidad
chirriante de la voz, sonaba vagamente como Pritkin cuando los problemas
se iban al demonio. Debería haberme hecho sentir mejor, pero por alguna
razón solo me hacía extrañarlo más.
—Ése es el problema —espeté—. ¡No sabemos una mierda!
—Por el contrario, sabemos mucho más que antes. Aunque no estoy
seguro de cuánto nos ayude aquí…
—¡Entonces, no nos ayuda!
Hubo un repentino silencio.
—Lo siento —dije, después de un momento—. Estoy entrando en
pánico, y sé que no puedo hacer eso.
Rosier rio y, curiosamente, sonó genuino. Supuse que cuando
habías vivido tanto como él, desarrollabas un extraño sentido del humor.
Excepto por los sabuesos infernales gigantes, la caída de unos veinte pisos
y los Fey asesinos.
Y ex locas.
Quería preguntar sobre Morgaine, pero no creía que fuera el
momento.
—También has tenido todo un día, ¿no? —pregunté en su lugar.
—He tenido peores. —Me miró con ojos entrecerrados—. ¿Y tú?
—Yo… no lo sé. —Los días estaban agolpándose últimamente. Me
levantaba, perseguía a Pritkin a través del tiempo, ocurrían cosas locas,
caía en la cama… o lo que sea que pasara por ello dondequiera que estaba.
Al día siguiente, me levantaba y lo hacía todo de nuevo. Se había
convertido en mi descripción de trabajo.
301 Pero no lo sería por mucho más tiempo.
No sería mañana.
—Si alguien alguna vez tuvo motivos para entrar en pánico, creo que
calificamos —dijo Rosier—. Pero no existe tal cosa como una prisión
inexpugnable. Si hay una entrada, hay una salida. Y, como estaba a punto
de decir, sabemos dos cosas que se aplican aquí.
Pasé una mano sobre mis ojos.
—¿Qué?
—No puedo desplazarme, y tú tampoco.
—¿Y eso significa?
—No estoy seguro —admitió—. Pero puedo decirte esto: en cuatro
milenios, nunca he estado en un lugar que no me permitiera desplazarme
de vuelta a mi hogar. Por lo tanto, este es un lugar en el que nunca he
estado, o es algún tipo de ilusión.
Miré hacia el techo, donde una burbuja con forma de Cassie me
miró. Este lugar no tenía espejos, pero era vagamente reflexivo. Lo que
quería decir era que veía versiones indistintas de Rosier y de mí en todas
partes.
Ésta lucía desaprobadora.
Miré hacia otro lado.
—¿No puedes ver a través de las ilusiones?
—Con mi poder intacto, ciertamente. Sin él… —Miró a su
alrededor—. Todavía esperaría poder hacerlo.
—Pero no puedes.
—No. Si ésta es una ilusión, es una jodidamente buena.
—Entonces, ¿estás votando que es verdad?
—Si no fuera por esa única cosa, sí. Pero no necesito de mi poder
para desplazarme a casa; por el contrario, me toma cierto
esfuerzo permanecer en tu reino, y resistirme la atracción de regresar al
mío. Por lo tanto, la contención que el consejo puso en mi poder no debería
hacer ninguna diferencia.
—Entonces… tal vez te está bloqueando de alguna manera. Gertie,
quiero decir. O el Círculo…
302 Rosier se echó a reír. Fue despectivo.
—El Círculo. Más bien sobreestiman sus habilidades,
particularmente en lo que respecta a mi especie.
—Han atrapado demonios antes…
—No un miembro del consejo —dijo tajante—. Y no en forma
corporal. En cualquier caso, esto no parece una trampa… no la variedad
mágica.
Y no, no lo hacía. Tampoco se parecía a una, y debería saberlo,
después de haber pasado tiempo recientemente en una de las pequeñas
trampas del Círculo. También había sido monótona por dentro, pero solo
negra, hasta el punto de que no podía decir si mis ojos estaban abiertos o
no. Como flotar en un mar de la nada, lo cual había sido jodidamente
inquietante.
Pero a diferencia de ésta, podía desplazarme y salir de ella. No podía
desplazarme para salir de ésta. ¡Ni siquiera sabía qué era esto!
Sentí que mis dedos intentaban clavarse en la superficie del piso
debajo de mí. Era frío y suave como el cristal, mostrándome un vago reflejo
de mi palma. Como la burbuja Cassie que residía en la pared opuesta.
Lucía derrotada.
Y no podía ser eso, no cuando todavía había una oportunidad.
Me levanté y comencé a pasearme por el sitio, tan lejos como me
permitía el espacio de dos por tres metros. No solía sufrir de claustrofobia,
pero esto… me estaba afectando. Me sentía como un animal enjaulado. Al
punto de que podía verme arrojando mi cuerpo contra las paredes en poco
tiempo, golpeando mis manos contra ellas hasta que estuvieran
ensangrentadas, gritando hasta quedarme ronca. Hasta que finalmente me
volviera loca, porque, ¿quién no lo haría en un lugar como éste?
Tal vez eso era lo que Gertie había querido decir, cuando dijo que
preferiría la muerte a mi castigo. Atrapada en un vacío monótono,
abandonada y olvidada. ¡Consciente pero incapaz de hacer nada, de
ayudar, mientras Pritkin moría y el mundo se iba al infierno y esperaba a
que los dioses regresaran y lo destrozaran todo, liberándome justo antes
de que me mataran!
¡Maldita sea!
Un cuchillo fantasmal atravesó la pared opuesta, arrojado allí por
pura frustración, pero no sirvió de nada. No más de lo que había ayudado
la última vez que lo hice, más deliberadamente, poco después de
303 despertar. Tampoco rebotó, representando un peligro para nosotros dos, ni
siquiera algo como romper la superficie.
Solo… desapareció.
—Esto no puede ser real —le dije a Rosier—. Mi cuchillo lo habría
arañado si lo fuera.
—Entonces estás votando por la ilusión.
—No sé por qué estoy votando. Solo quiero salir.
Apoyé mi frente contra la pared por un momento, mirando mi reflejo,
intentando pensar.
Esta vez, lució sorprendida.
Fruncí el ceño.
Eso no lo hizo.
¿Qué demo…?
Me aparté de golpe de la superficie brillante, y el reflejo que había
estado mirando desapareció abruptamente. Pero no antes de ver
diferencias que no había visto de cerca: como el hecho de que los rizos
eran grises, no rubios, y la cara estaba arrugada, no joven, y los ojos eran
azules, sí.
Pero no eran míos.
De acuerdo, no es un reflejo, entonces. Alguien estaba al otro lado de
la pared. Alguien que nos había estado mirando curiosamente. Alguien que
podría saber mucho más sobre este lugar que yo.
Y solo había una manera de alcanzarla.
—Quédate aquí —le dije a Rosier tajante.
—¿Qué? —Miró de mí a la pared que todavía estaba viendo
fijamente—. ¿De qué estás hablando?
—Voy a salir.
—¿Pensé que no podías desplazarte?
—No puedo.
—Entonces, ¿cómo…? —Sus ojos se abrieron por completo—. No.
—No tardaré mucho.
304
—¡No!
—Volveré enseguida.
—¿Y si no lo haces? Me dejarás aquí con un cadáver, y no tendremos
ninguna posibilidad, ninguna posibilidad…
—¡Ahora no tenemos oportunidad! Dijiste dos días
como máximo hasta que llegue el alma de Pritkin. Ya ha pasado la mayor
parte de uno. Tenemos que salir de aquí…
—¡Pero esa mujer Gertie vendrá a interrogarnos! —Me agarró—.
Tiene que preguntarse qué hemos estado haciendo. Es la naturaleza
humana…
—A menos que seas una Pitia, quien ha sido entrenada para ser
realmente muy poco curiosa con el futuro —dije, intentando quitar su
mano de mi pierna—. Agnes fue tan lejos como para meter sus dedos en
sus oídos una vez, de modo que no pudiera decirle nada, por si acaso
hacía algo para cambiarlo. Gertie no vendrá, Rosier.
—¡Tiene que hacerlo! —Su calma anterior ahora mostraba grietas,
como si eso hubiera sido con lo que contaba. Que ella aparecería y la
golpearíamos en la cabeza o algo así—. ¡Tiene que hacerlo!
—No lo hará.
—Pero no hay comida. Alguien tiene que traer comida…
—Rosier. Suéltame y retrocede.
—… ¡y no hay baño! ¿Cómo puedes tener una celda de prisión sin un
maldito baño?
—De la misma manera en que puedes tener una sin puerta. Ya no
estamos en Kansas —dije, y atravesé la pared.
Sentí mi cuerpo caer, incapaz de seguirme, pero la otra parte de mí
no tuvo tantos problemas. La parte que había salido a toda velocidad como
lo hacía Billy Joe. La parte que acababa de salir a…
No tenía ni una maldita idea.
Había mucha oscuridad, pero no total. Se veían vagos contornos de
cosas, aquí y allá, tenues y de color blanco grisáceo, como líneas en una
radiografía. Incluyendo un horizonte lejano, con destellos que parecían
rayos.
Miré hacia arriba, pero no había estrellas. Abajo, pero el suelo
305 debajo de mis pies era del mismo color y vagamente rocoso. Detrás de mí,
y finalmente, algo pareció más o menos lo mismo. Solo desde el otro lado.
Porque ahora podía ver a través de las paredes.
Así fue como vi una figura alejándose al lado opuesto de la celda,
hacia una larga línea de ellas, extendiéndose hacia el horizonte.
Corrí tras ella.
Este lugar tenía una extraña estática en el aire que estalló en mi
visión aquí y allá, como pequeños fuegos artificiales demasiado cerca.
Seguía haciéndome sacudir la cabeza hacia atrás, y debería haberla hecho
difícil de ver. Pero la gente era más clara que las paredes, más sólida…
como Rosier, cuando miré sobre mi hombro, acurrucado cerca de mi
cuerpo colapsado. Sus rasgos se vieron borrosos a esta distancia, pero su
cuerpo era un bloque sólido blanquecino.
Como la figura que acababa de lanzarse detrás de otra celda.
—¡Espera! —grité—. ¡Por favor! ¡Necesito hablar contigo!
Solo para encontrar que había desaparecido cuando doblé la
esquina.
Porque se estaba escondiendo al otro lado de la celda.
—¡Puedo verte! —señalé, y escuché lo que sonó sospechosamente
como una risita—. ¡También puedo escucharte!
Una mano se alzó para cubrir su boca. Y luego se fue otra vez,
revoloteando sobre el árido paisaje como un pañuelo soplado por la brisa,
y más rápida que yo porque estaba acostumbrada a esto. Yo solo era una
fantasma temporal, mientras que ella lo había sido durante años.
Lo sabía porque la conocía.
Aumenté la velocidad, siguiendo su curso en zigzag entre varias
celdas más. Y luego revirtió abruptamente, girando al otro lado en la
siguiente, viéndola paralela a mí en el lado opuesto. Y aun mirando detrás
de ella, pero ni una sola vez mirando en mi dirección.
Hasta que corrió directamente hacia mí.
Su cabeza todavía estaba vuelta, mirando detrás de sí, cuando
chocamos. Y salí volando hacia atrás, tres o cinco metros, porque los
fantasmas no se toman los sustos repentinos mejor que los humanos.
—¡Aughhhh! —gritó, mirándome mientras yo yacía allí, mirándola
confundida—. ¡Aughhhh!
306
Y luego se volvió y huyó.
Directamente a una celda más adelante.
Me puse de pie rápidamente y lo seguí.
—¿Puedes relajarte? —dijo la voz de un hombre cuando crucé la
pared—. Te dije que no nos pueden seguir… ¡mierda! —Eso último fue en
respuesta a girarse y verme. Solo nos miramos el uno al otro, por un
momento.
Bueno, me quedé mirándolo. Él me fulminó con la mirada. No le
hacía ningún favor a sus facciones un poco de caballo. Y el resto de él no
era mucho más impresionante, era alto y larguirucho, con una nuez de
Adam demasiado prominente y una melena de cabello rubio que se
acercaba peligrosamente a un mullet3.
Pero de todos modos lo miré fijamente. Aunque casi lo había
esperado, considerando que había reconocido al fantasma. Pero aun así
era una gran sorpresa.
Mi padre aparecía en los lugares más extraño.

3 Mullet: corte que consiste en dejar el cabello largo en la parte inferior y corta arriba en
la cabeza.
Y nunca parecía feliz de verme en ninguno de ellos.
—¡Tú! —gruñó.
—Yo —concordé—. Mira…
—¡Ahórratelo! —sonó venenoso—. ¡No tengo nada que decirle a tu
gente!
—Yo… no hay ninguna “gente”. Solo estoy yo…
—¿La perra de tu amiga se tomó el día libre?
—¿Qué? —pregunté, confundida. Y no solo porque estaba hablando
con mi padre muerto hace mucho tiempo mientras uno de sus fantasmas
mascotas me hacía pequeños siseos desde cerca del techo. Sino porque
parecía que no tenía idea de quién era yo.
Y luego noté su ropa: pantalones cortos chamuscados, medias
blancas sucias, una camisa con vuelos y unos zapatos cuidadosamente
abrochados al estilo peregrino. Parecía que acababa de salir de los mil
seiscientos. Y entonces vi el sombrero sobresaliendo de su mochila, un
número ancho de ala flexible con un agujero de bala distintivo, uno que
307 Agnes le había dado en nuestra primera reunión.
Y por cómo se veían las cosas, eso había sido bastante reciente.
Bueno, reciente desde su perspectiva.
—Agnes… acaba de traerte de vuelta aquí, ¿no? —pregunté
lentamente, recordando la primera vez que conocí a mi padre cuando
adulta.
Había sido hace unos meses, después de haber tenido la brillante
idea de buscar a mi predecesora para un entrenamiento muy necesario.
Solo para descubrir que eso era un no-no. Agnes no había estado feliz de
verme, en parte porque mi sola presencia amenazaba la línea del tiempo,
ya que había tenido que buscarla en el pasado. Y en parte porque había
estado ocupada persiguiendo a mi querido y viejo Papá, para evitar que
arruinara la línea del tiempo antes de que yo tuviera oportunidad.
Después de una serie memorable de eventos que incluyeron a ella
disparándome en el trasero, se fue con él, algo por lo que no me había
molestado en protestar, ya que todavía tenía el arma. Y porque aún no
sabía quién era él. Y porque había tenido otras cosas en mente además de
cualquier tipo de cárcel que las Pitias tuvieran por ahí.
La ocupaba ahora. Específicamente, preguntándome cómo Roger y
yo habíamos terminado en la misma prisión al mismo tiempo, a pesar de
haber sido atrapados con siglos de diferencia. Y por dos Pitias diferentes
de dos épocas diferentes.
Esto, pensé, era exactamente la razón por la cual viajar en el tiempo
me daba dolor de cabeza.
No es que a Roger pareciera importarle.
—¿Acaba? Me dejó aquí para que me pudriera mientras me
“ablandaba”. Solo adivina qué, cariño. ¡No me ablando! No voy a decirte ni
mierda, sin importar por cuánto tiempo me dejen…
—No estoy intentando dejarte en ningún lado.
—… aquí, así que dile a tu amiguita que dispara fácil que puede
meterse esa pistola donde el sol no brilla…
—También estoy intentando salir.
—… ¡porque Roger Palmer no se rompe! —Me miró desafiante. Y
entonces, debe haber asimilado lo que había dicho, porque frunció el
ceño—. ¿Qué?
—También estoy intentando salir.
308
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Es algún tipo de truco?
—No. —Me senté, o lo intenté. Su celda tenía una cama, un solo
catre empujado contra una pared, pero yo aún era nueva en todo este
asunto de los fantasmas, y mayormente reboté por ahí.
Su fantasma rio. Él lo fulminó con la mirada.
Suspiré.
—Mira…
—No, tú mira. ¡Si crees que puedes hacerte pasar por un prisionero
amigo y hacer que cuente todo, puedes pensarlo de nuevo!
No me molesté en negarlo un poco más, ya que él no me habría
creído de todos modos. Solo hice un gesto alrededor.
—Entonces, ¿cuál es tu plan? ¿Quedarte aquí y pudrirte?
—¿Plan? ¿Quién dijo que tengo un plan? —Miró a su fantasma
rápidamente; Daisy, si no me equivocaba.
—No te preocupes. No le conté de las cosas —dijo Daisy, en un
susurro dramático.
—¿Qué cosas? —pregunté.
—Las cosas brillantes. He estado…
—¡Cállate, Daisy! —dijo Papá.
—… cazándolas. Ah, y atrapé otra —le dijo ella.
—¡Cállate!
—… así que solo necesitamos una más grande, y creo que…
—¡Daisy!
—… podríamos tener suficiente. O dos o tres de los más pequeños,
pero son más rápidos y más difíciles de… ummph.
La agarró y le tapó la boca con la mano, cosa que no sabía que
podíamos hacer, pero ya era demasiado tarde.
—¿Cosas brillantes? —pregunté—. ¿Te refieres a esos destellos de
luz afuera?
309
—Me refiero a que será mejor que vuelvas a tu cuerpo —dijo él
desagradablemente—. O podrías quedar atrapada en forma espiritual
permanentemente.
—Y no te gustaría eso —dijo Daisy, a través de dos de sus dedos—.
Entonces, también brillarías…
—¿Brillar?
—… y podría tener que comert… ummph.
—¿Está comiendo fantasmas? —pregunté, mirando a Papá. Quien se
quitó el largo flequillo rubio de sus ojos y me fulminó un poco más con la
mirada, pero la expresión tenía un dejo de pánico.
—¡No sabe lo que dice! Es vieja y un poco… —Se tocó el costado de
la cabeza—. O lo estaba. Y bebió mucho…
—¡Mmump, mummh!
—… cuando estaba viva y eso la afectó. Una memoria terrible…
—¡Eso es mentira! —Sus labios empujaron a través del dorso de su
mano, hasta que sobresalieron más allá de sus nudillos—. Lista como
pocas —nos aseguró.
—¡No es cierto!
—Claro que lo soy.
—Entonces, ¿dónde nos conocimos?
Ella lo pensó.
—Debajo del puente de la calle 44 —dije, y ambos se giraron para
mirarme.
—Oh, no. Eso no es cierto —dijo Daisy.
—Sí, lo es —dijo Roger lentamente. Frunció el ceño—. ¿Cómo
supist…?
—Me lo dijiste —respondí—. O lo harás. No mencionaste la ciudad,
pero supongo que…
—¿Qué quieres decir con que lo haré?
—Nos hacemos amigos. En el futuro. De dónde soy —aclaré, porque
parecía confundido. Lo cual era un poco extraño, considerando que él
mismo era un viajero en el tiempo, aunque uno ilegal—. Mira, sé que
310 tuvimos un mal comienzo…
—¿Un mal comienzo? ¡Tú eres la razón por la que estoy en este lío!
—¡La razón por la que estás en este lío fue tu decisión de intentar
volar el Parlamento y ahorrarle el problema a Guy Fawkes!
Antes de conocer a mi madre, Roger había sido parte de un gremio
de utopistas que viajaban en el tiempo, intentando mejorar el mundo al
jugar con el pasado. Afortunadamente, ya que arruinaban las cosas más
de lo que ayudaban, en su mayoría apestó en eso. Es decir, en los viajes en
el tiempo, porque los hechizos que usaron tendían a hacer explotar a las
personas con más frecuencia que no. Pero Roger de alguna manera había
logrado regresar de todos modos a 1605, con la intención de entrometerse
por razones por las que todavía estaba un poco confundida, tal vez porque
no se había molestado en explicarlas demasiado.
Daba igual, ya que cuando Roger explicaba algo, en su mayoría no
tenía sentido.
Y, en este momento, yo tenía problemas mayores.
—Agnes te atrapó y te trajo de vuelta aquí…
—¡Con tu ayuda!
—… y te has estado pudriendo aquí desde entonces, y ahora estoy
en el mismo bote. Y tengo que salir de aquí. Necesito tu ayuda.
—Ayúdate a ti misma —dijo con rencor—. Si te metiste en problemas
con esa maldita Pitia, ése es tu problema. ¡Tal vez ahora sabes cómo se
siente!
—¡Tienes que ayudarme!
—¡No tengo que hacer nada!
—¡Al menos dime dónde estamos!
Él rio.
—Estás exactamente en ninguna parte —dijo, y atravesó la pared.

311
Lo seguí, lo cual fue fácil porque estaba en forma espiritual. Pero él
no.
—¿Cómo hiciste eso? —exigí.
—¿Qué?
—Eso. Acabas de desplazarte a través de esa pared…
—No me desplacé. —Estaba irritable—. No puedo desplazarme.
—¡Te vi!
—Me viste fasear. Algunos hemos tenido que aprender a salir
adelante sin el brillante poder reluciente de las Pitias como apoyo…
—Tú… ¿qué?
312
—El cual, de todos modos, no funcionará aquí. Así que no te
molestes en intentarlo.
Se alejó.
Lo alcancé.
—¡Espera un minuto!
—¿Me dejarías en paz?
—¡Explícame lo que está pasando, y tal vez lo haga!
Hizo un ruido, un bufido irritado, que me hizo mirarlo. Nunca antes
había escuchado a nadie hacer eso. Pero luego extendió las manos.
—¿Qué?
Sinceramente, no sabía por dónde empezar.
—¿Qué es fasear?
—Acercarse o alejarse del mundo real. Cuanto más te alejes, menos
te detendrá, incluyendo las guardas. Simplemente no estás allí en lo que a
ellos respecta.
—¿El mundo real? Entonces… ¿Dónde estamos?
—Ya te lo dije.
—Acabas de decir que en ninguna parte.
—Exactamente.
—¡Eso no ayuda!
—No se supone que lo haga. Aquí… —Señaló a la nada—. Es donde
ponen a los viajeros del tiempo que se portan mal. No está en ninguna
parte porque no está en ningún tiempo. Estás fuera del tiempo.
Se fue otra vez y, por un segundo, simplemente lo miré. Luego corrí
para alcanzarlo.
—¿Qué?
Suspiró y se pellizcó el puente de su nariz más larga de lo
estrictamente necesario.
—¿Conoces esa vieja historia sobre los viajes en el tiempo, la
analogía de la fiesta?
—La… no, yo…
313 Suspiró nuevamente.
—De acuerdo. Digamos que estás invitada a una fiesta…
—¿Qué quisiste decir con ningún tiempo?
—¡Es lo que estoy explicando! Estás invitada a una fiesta, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo.
—La invitación te dice tres cosas, longitud, latitud y altura, solo que
lo pone más como “esquina de la Octava y Elm, quinto piso”, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—¿Podrías llegar a esa fiesta?
—Yo… supongo que sí.
—¿En serio? Entonces no deberías tener problemas para salir de
aquí. La mayoría de las personas necesitarían una cuarta indicación. O,
para ser más precisos, una cuarta dimensión. ¡La mayoría de las personas
necesitarían saber cuándo era la maldita fiesta!
Se fue otra vez, y lo seguí, ahora cabreándome. Agarré su brazo.
—¡Eso no me dice nada!
—Al contrario, te dice todo. Esa fiesta solo existe como una
destinación a esas coordenadas y ese momento. De lo contrario, no existe
en absoluto. No vivimos en tres dimensiones, vivimos en cuatro, la cuarta
siendo el tiempo. Solo que la mayoría de la gente nunca piensa en eso.
—Está bien, de acuerdo. Pero, ¿qué tiene eso que ver con este lugar?
—Me preguntaste dónde estábamos. Te dije en ninguna parte,
porque no estamos en la fiesta. No podemos estarlo cuando el tiempo no
existe aquí. Esa maldita Pitia me desplazó fuera de él. Sin tiempo, significa
que no hay hechizos que me permitan alejarme de ella. Y supongo que te
puso aquí por la misma razón. —Levantó una ceja—. En serio debes
haberla cabreado.
Volvió a correr, lo que casi esperaba en este momento. Y parecía que
él también estaba esperando cosas, porque se detuvo antes de que lograra
agarrarlo nuevamente.
—¿Y ahora qué?
—Si mi poder no funciona, ¿cómo volveremos?
314
—De esa manera. —Asintió hacia donde Daisy estaba rebotando,
siguiendo un brillo moviéndose erráticamente hasta que bip, se había ido.
Ella brilló un poco más reluciente en su vestido hogareño y zuecos por un
momento, antes de girarse sonriendo triunfante.
—¡Lo atrapé!
—Genial —dijo Roger con amargura—. ¡Ahora ve a buscar uno con
una maldita chispa inmensa!
Hizo una mueca y se alejó. Solo me quedé allí, mirándolo.
—¿Está cazando fantasmas porque te ayudarán a salir de aquí?
—Es más un pasatiempo —dijo sarcásticamente—. Y no son
fantasmas.
—Entonces, ¿qué son?
—Lo que queda de los fantasmas después de que se desvanecen.
Estas son las Tierras Baldías.
—¿Las qué?
Me miró exasperado.
—¿Cómo no sabes esto? Tienes un fantasma. —Miró el collar de Billy
intencionalmente, el cual supuse que podía ver porque Rosier aún tenía mi
camaleón.
O porque si había una cosa que papá conocía bien, eran los
fantasmas.
—¿No hablan?
—¡No de esto!
—¿Estás segura? No es exactamente… pero bueno, supongo que no
lo necesita, ¿verdad? —Levantó el collar tan fácilmente como si fuera
sólido—. Es lo que pensaba. Un talismán, ¿verdad?
Solo asentí.
—Con esto puede ir, ¿qué? ¿Unos sesenta, tal vez ochenta
kilómetros de distancia? Y aun así volver para absorber toda la energía que
recolecta para sí. Y como lo llevas puesto, ese radio cambia
constantemente, ¿no?
—Sí, pero…
315 —De modo que se alimenta y no se aburre. A diferencia de todas
esas pobres almas atrapadas en algún cementerio abarrotado en alguna
parte, del tipo que ya nadie visita. ¿Alguna vez te preguntaste lo que
sucede cuando llegan las malas hierbas, pero no los visitantes? Los
fantasmas viven de la energía humana, pero si no hay humanos… ¿alguna
vez te preguntaste lo que sucede entonces?
—Yo…
—Bueno, te lo diré. —Se sentó en una roca de aspecto insustancial y
observó a Daisy acechar a otra víctima—. Primero, los fantasmas
comienzan a morir de hambre. Pero no todos son iguales, ¿verdad? Muy
pronto, los más nuevos y más fuertes comienzan a canibalizar a los más
viejos y más débiles. Hasta que, eventualmente, se los comen a todos o los
conducen a las Tierras Baldías. Ahí es donde estamos ahora.
Miré alrededor. No es de extrañar que este lugar me estuviera dando
escalofríos.
—Así que esto… es como un cementerio… ¿para los fantasmas?
—Es una forma de decirlo. Solo que no hay visitantes. La única
forma de alimentarse, como se dan cuenta rápidamente aquellos que
llegan con algún tipo de raciocinio, es consumir los restos dispersos de los
menos afortunados. Si lo hacen lo suficiente, incluso podrían arreglárselas
para escapar…
—¿Escapar?
Sonrió sardónicamente.
—Ahora lo estás entendiendo. Los fantasmas no están sujetos a las
mismas reglas que tú o yo. Pueden hacer la transición aquí y de regreso, si
tienen el poder suficiente. Y aquí es donde se pone divertido: nos pueden
llevar con ellos.
—¿Nos? —Lo agarré.
—En el sentido generalizado. No a ti específicamente —me aclaró,
apartando mi mano espectral.
—¡Pero te lo dije, tengo que salir de aquí!
—Entonces usa tu propio fantasma. ¿Qué soy yo, una organización
benéfica?
—Pero está débil. Casi se desvaneció salvándome…
316 —Entonces préstale algo de energía.
—¡No me queda nada! Tienes que ayudar…
—Te lo dije, no tengo que hacer nada. Pero tienes que volver a tu
cuerpo.
—¿Por qué? —respondí, bastante segura de que solo estaba
intentando asustarme—. Dijiste que aquí no hay tiempo. Entonces, no
puedo morir, ¿verdad?
—Tal vez no. Pero aun así estarías fuera…
—¿Y?
—Y, repíteme, ¿qué son los espíritus sin la protección del cuerpo?
Oh, cierto. Grandes fajos de energía, gratis para tomar.
—¿Y quién lo va a tomar? —exigí—. ¿Algunos viejos restos de
fantasmas?
—Um, disculpen —dijo Daisy.
—No, pequeña —dijo Roger irritado—. Pero no son los únicos aquí,
¿verdad?
—¿No los son? Acabas de decir…
—Que los fantasmas que se desvanecen pueden perder el tiempo y
terminar aquí, pero es por accidente. Otros vienen a propósito.
—¿Para qué? ¿Por qué alguien…?
—Para cazar. Puede que todos esos fantasmas sin territorio, o lo que
queda de ellos, no sean mucho individualmente. Pero juntos forman un
gran grupo estupendo de energía, y sin conciencia que los refrene. Ningún
fantasma hambriento va a rechazar eso…
—De ninguna manera —interrumpió Daisy—. Quiero decir, solo
míralos.
—Y como un ser vivo, eres más sabrosa que mil espíritus desvaídos.
—Un humano es aún más poderoso que un fantasma —señalé.
—Que un fantasma, ciertamente —coincidió Roger—. Pero olvidas
que, aquí no hay tiempo. ¡Así que no estás lidiando con los fantasmas de
una época, sino con todos ellos!
—Bueno, no sé si todos, pero seguro que son muchos —dijo Daisy
mientras me preguntaba por qué el aire había comenzado a temblar a
317 nuestro alrededor.
Y entonces supe por qué.
—¡Mierda! —dijo Roger, y se lanzó hacia el lado de mi celda, que
actualmente era la más cercana.
Simplemente me quedé donde estaba, arraigada en el lugar por la
vista de un ejército de fantasmas, tronando hacia nosotros a través del
horizonte. Como todo el horizonte, porque tenía que haber… ni siquiera lo
sabía. Miles.
Tal vez decenas de miles, siglos de fantasmas depredadores, los más
fuertes, los más exitosos…
Los que estaban casi encima de mí, me di cuenta, y volví a mi celda
a toda prisa.
—¿Qué hiciste? —gritó Roger en mi rostro cuando algo se estrelló
contra la pared detrás de mí. Seguido por un par de cientos de amigos,
traqueteando contra el exterior como disparos—. ¿Qué hiciste?
—¡No hice nada!
—¡Tonterías! ¡No actúan así… nunca actúan así!
—¡Entonces tal vez tú hiciste algo!
—Conozco las Tierras Baldías, ¡demonios, solía vivir en las Tierras
Baldías! ¡Y los fantasmas no actúan así!
—¡Bueno, al parecer, lo hacen!
—Ni siquiera por un humano incorpóreo que no tiene la decencia
de…
Vi mi cuerpo sentándose, con mis tetas en mis manos.
—Escuchar cuando alguien con más experiencia le dice…
—¿Me estás manoseando? —pregunté a Rosier, porque sabía que era
él. Incluso antes de ver su propia forma pequeña, tendida y sin vida en el
suelo.
—¡Me rindo! —dijo Roger, extendiendo las manos.
—¿Eso es lo que te preocupa? —gritó Rosier, por encima de los
sonidos similares a disparos.
—¡No está ayudando! —Lo fulminé con la mirada—. ¿Qué estás
haciendo allí dentro?
318 —¡Intentando mantenerte con vida!
—¡Estamos fuera del tiempo! ¡No me estoy muriendo!
—¿Y cómo se supone que debo saber eso? —preguntó, todavía
amasando mis senos, como si fuera por consuelo.
Hasta que aparté sus manos, aunque eso sería probablemente lo que
hubiera sucedido.
Porque solo rodamos.
Caí del suelo al suelo nuevo. Que había sido la pared, hasta que la
cantidad de fantasmas golpeándonos todos a la vez por un lado nos hizo
volcar. Y luego una y otra vez, hasta que se sintió como si estuviéramos en
una secadora encendida a punto de matarnos.
—¿Qué están haciendo? —grité, cayendo sobre Roger. Quien gruñó y
me empujó a un lado. Solo para que un pie de mi cuerpo aterrizara en su
rostro, porque no era como si hubiera un montón de espacio aquí.
—Intentando sacarnos —gritó—. Las paredes de las celdas son
guardas, destinadas a proteger a los vivos de los ataques espirituales. ¡Los
fantasmas no tienen el poder de abrirse paso a través de ellas!
—¡Daisy lo hizo!
—Daisy está unida a mí, como tu sirviente lo está a ti. ¡Las guardas
los ven como parte de nosotros y los dejan entrar!
—Oh, bien —dije aliviada.
—No, ¡no es bueno!
—¿Por qué?
—¡Porque necesitamos llegar a la barrera para desplazarnos!
Y entonces Billy despertó.
—¿Qué mierda? —preguntó, materializándose junto a mí y mirando
alrededor. Al cuerpo descartado de Rosier, girando como una zapatilla en
la secadora antes mencionada. A Roger, intentando aferrarse en una
esquina. A mí, intentando mantenerme firme en medio de todo, flotando
cerca del centro del rollo. Hasta que me rendí y agarré a Billy por el cuello,
justo cuando Daisy se acercó.
—Hola, soy Daisy —dijo, extendiendo una mano.
—¿Qué mierda?
319 —No, solo Daisy. —Le sonrió—. Como la flor, ¿sabes?
—Cassie…
—Estamos en las Tierras Baldías —le dije sin aliento, lo que no tenía
sentido porque esta versión de mí no necesitaba respirar. Pero era uno de
esos momentos—. Y tenemos que salir…
—¿Dónde estamos? —Su cabeza se giró para intentar verme, porque
estaba aferrada a su espalda.
—En las Tierras Baldías. Y un montón de fantasmas depredadores
están al otro lado de esa pared. ¡Tenemos que salir de aquí!
—Yo… Nosotros simplemente… ¿Nunca te tomas un día libre?
—¿La gente dejará de decir eso?
—¡Tal vez si lo hicieras, si alguna vez despertara para encontrarte
haciendo panqueques o algo así!
—Panqueques —dijo Daisy con nostalgia—. Me encantaban los
panqueques.
—¿Quién diablos es ella?
—Viene en el mismo paquete que pa… Roger Palmer —dije a medida
que el maldito hombre me fulminaba con la mirada desde la esquina.
—Roger, ¿quién?
—Palmer —dijimos papá y yo juntos, y los ojos de Billy se abrieron
por completo.
—¿Palmer? Roger Palmer, como Roger Palmer, tu…
Le tapé la boca con la mano, y lo miré.
Funcionó.
—¿Podemos salir de aquí? —pregunté—. ¿Por favor?
—No tengo idea —respondió Billy cuando el cuerpo de Rosier siguió
golpeándose nuevamente a través de él—. Nadie va a las Tierras Baldías.
Nadie cuerdo, claro está. Estoy seguro que nunca…
—Puedo ayudarte —dijo Daisy alegremente—. Es fácil. Mira, te
mostraré…
—¡No! —gritaron todos cuando ella se dirigió hacia la pared.
320 —¿Qué?
—¡Hay miles de fantasmas voraces ahí afuera! —le dije incrédula.
—¿Los hay? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Por qué nadie
me lo dijo?
—Está bien, entonces, déjenme entender esto —dijo Rosier,
corriendo en mi cuerpo como un hámster en una rueda, para seguir el
ritmo de las vueltas—. Podemos desplazarnos de esto, pero solo allá
afuera… —Señaló con la cabeza a la pared—. ¿En medio de un grupo de
fantasmas depredadores que planean comernos?
—Sí.
—¿Y nuestro viaje ni siquiera sabe cómo funciona este proceso,
porque nunca antes ha estado aquí?
—Sí.
—Y la única que tiene experiencia es ella. —Hizo un gesto con el
pulgar hacia Daisy—. ¿Quién muy probablemente está loca?
—No estoy loca —dijo—. Pero podrían haber dicho algo. ¡Podría
haber sido asesinada!
Miré a Roger.
—¿Hay alguna alternativa?
Sacudió la cabeza.
—Hasta donde sé, solo hay dos formas de salir de las Tierras
Baldías. Una, que una Pitia abra un portal desde nuestro mundo, donde
su poder funciona, permitiéndole llevar y sacar personas.
—Y la otra es a cuestas de un fantasma —terminé por él.
—Mientras tengan la energía. Tendrás que alimentar al tuyo.
—No puedo. Hay algo que tengo que hacer, y necesito poder…
mucho. He estado tomando una poción para reforzar mi resistencia…
—¡Entonces toma más!
—No tengo más. E incluso si tuviera, no puedes reforzar lo que no
está allí. Si me agoto demasiado, no funcionará…
—Entonces no tienes ninguna jodida suerte, ¿verdad?
Miré a Billy, pero él ya estaba negando.
321
—De ninguna manera, Cass. Ni siquiera tengo que saber lo que está
pasando. No tengo nada.
—Podrías alimentarlo —le dije a Roger, incluso sabiendo cuál sería
la respuesta.
—Necesito mi fuerza para alimentar a mi propio fantasma. No está
del todo allí, gracias a ti, podría agregar. ¡Brillando como un faro y
atrayendo a todos los malditos espíritus del lugar!
Lo miré fijamente. Nunca había recibido mucho afecto de mis
padres, que habían muerto cuando yo tenía cuatro años. Había pasado mi
infancia soñando con ellos, escabulléndome, intentando encontrar
cualquier fragmento de información que pudiera. Lo cual no había sido
mucho, ya que mi antiguo tutor había ordenado a la gente que no me
dijera nada. Pero siempre me pregunté…
Y luego me convertí en Pitia, y retrocedí en el tiempo para buscar
ayuda de mi madre para lidiar con el consejo de demonios. Una ayuda que
me había dado, más o menos. Pero no hubo afecto con ello, ni reuniones
llenas de lágrimas, nada. Solo una asistencia de mala gana y un rápido
empujón por la puerta.
Y ahora mi padre se negaba incluso a eso, básicamente diciéndome
que me quedara aquí y muriera por todo lo que le importaba. No sabía por
qué dolía después de tanto tiempo, y después de muchas otras
indicaciones de cómo se sentía al respecto, pero lo hizo. Me dolió
muchísimo, incluso aunque aún no había nacido desde su perspectiva,
incluso aunque no tenía forma de saber quién era yo.
Porque no había hecho ninguna diferencia cuando lo hizo.
—Eso no va a ayudar —dijo, viéndose incómodo—. Te lo dije, no
puedo…
—Pero yo puedo —dijo Rosier, su voz áspera. Lo miré y lo encontré
frunciendo el ceño a mi padre.
—Vuelve aquí dentro —me dijo—. ¡Y prepárate!
Vi que mi rostro se aflojó cuando salió de mi cuerpo. Un segundo
después, estaba entrando en él, sintiendo que el peso de mi cuerpo me
golpeaba, empujándome el resto del camino hacia el suelo. Y a las rocas
debajo, que lastimaron mis palmas cuando golpeé abruptamente.
Porque las guardas casi se habían ido.
322
No me había dado cuenta, flotando en el aire, porque las paredes
todavía se veían igual. Pero no eran iguales, tal vez porque nadie había
esperado que tuvieran que soportar este tipo de abuso.
—Las guardas… —jadeé, mirando hacia arriba.
Y casi quedé ciega por Billy Joe, resplandeciendo como un reflector.
Y entonces, todo sucedió a la vez: Billy agarrándome y yo agarrando
a Rosier, Daisy tirando del suelo a un Roger sorprendido, y todos cayendo
a través de las guardas colapsando. Lo que nos dejó en el suelo la
siguiente vez que la celda volcó, donde fuimos metafísicamente pisoteados
por una multitud de fantasmas. Quienes se habían apresurado tanto a
destruir la celda que no se dieron cuenta de inmediato que nos habíamos
ido.
Me quedé allí por un segundo, observando cómo avanzó la poderosa
multitud, arrojando los restos de la pequeña celda frente a ellos como una
pelota hinchable. Y luego nos pusimos en marcha, esquivando a los
rezagados que nos miraron sorprendidos. Por cerca de un segundo.
Hasta que sus rostros comenzaron a derretirse.
—¡Daisy! —gritó Roger a medida que los espíritus se convertían en
una horrible pesadilla.
—¡Lo estoy intentando!
—¡Esfuérzate más!
—Están demasiado cerca —jadeó—. ¡Me llevaré algunos con
nosotros!
—¡Entonces tómalos! —gritó, enviando hechizos y fantasmas
volando. Pero eso no funcionó por mucho tiempo, la multitud principal se
dio cuenta que su presa estaba intentando huir—. ¡Daisy! ¡Hazlo ahora!
Y lo hizo. O hizo algo cuando un dolor me atravesó, cuando Billy Joe
gruñó y arrojó un par de espíritus aferrados a mi espalda mientras nos
lanzábamos hacia adelante. Y mientras el paisaje de rayos X cambió a
nuestro alrededor, un río se formó y descendió, los árboles crecieron y
cayeron, los ejércitos marcharon y los fuegos ardieron y los muros se
levantaron a nuestro alrededor, nuevos, familiares, como las escaleras
construyéndose bajo nuestros pies, levantándonos junto con ella…
—¡Daisy, ahora! —gritó Roger cuando algo se aferró a la parte
posterior de su cuello—. ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!
—¿Ahora qué? —preguntó ella, confundida.
323
Billy Joe maldijo y se sacudió, un impulso poderoso que me hizo
sentir que había dejado atrás algunos de mis huesos…
Pero un segundo después estábamos cayendo en el mundo real…
literalmente, porque nos habíamos estrellado contra la barandilla en el
segundo piso de la Corte Pitia.
—Bueno, mierda —dijo Rosier, justo antes de que golpeáramos el
suelo, el muy duro suelo de mármol del vestíbulo, lo cual habría dolido
más, pero había caído sobre alguien.
Alguien que supuse era Roger, porque estaba maldiciendo debajo de
mí.
Por supuesto, eso podría haber tenido algo que ver con la media
docena de fantasmas hambrientos que todavía se aferraban a él, como
sanguijuelas, a medida que me empujaba a un lado. Y se puso de pie
tambaleándose, lanzando hechizos y tropezando con cosas, porque
algunos de los fantasmas no parecían interesados en irse. Y con la energía
que nos habían robado, podían darse el lujo de presionar el punto.
Parpadeé y Agnes estaba allí, pareciendo años mayor que cuando la
había visto en Gales, con unos cuantos kilos de más y unas patas de gallo
alrededor de sus agudos ojos azules. Pero más joven que cuando nos
fuimos de aventuras en el siglo XVI y atrapamos a un bicho raro que
viajaba en el tiempo en una bodega.
Porque eso aún no había sucedido.
Billy nos había sacado demasiado pronto.
Sus ojos se centraron en mí, pero no hubo ninguna chispa de
reconocimiento en ellos. Tal vez porque no me había visto bien mientras
estaba en esa maldita carreta. O porque todo eso había sido décadas atrás
desde su perspectiva. O porque mi cabello estaba pegado a mi cráneo y
cubierto de tierra, como mi rostro y mi ropa de esclava todavía húmeda.
Por una vez, verme absolutamente horrible era útil, pensé.
Y entonces alguien gritó.
—¡Tú!
Miré hacia arriba para encontrar a Roger nuevamente de pie y
apuntándome con un dedo tembloroso.
—Cada vez —jadeó—. ¡Cada vez!
324 —¿Qué?
—Cada vez que te veo, me arruinas la vida. Esto es tú culpa. ¡Todo
esto es tú culpa!
—¿Qué está pasando aquí exactamente? —preguntó Agnes, con voz
fría. Me miró entonces.
—Él es… un lunático —dije, tragando con fuerza, y sintiendo que me
acababan de patear en el estómago—. Un miembro del Gremio y un… un
nigromante. Estaba en prisión en las Tierras Baldías, pero escapó…
—¡No, gracias a ti! —gritó, y se abalanzó por mí.
Solo para encontrarse suspendido en el aire, probablemente por
cortesía de las guardas de la casa. Lo cual solo pareció enojarlo más. Se
revolvió, maldiciendo, a medida que los fantasmas huían de la escena y
Billy desaparecía en mi collar.
—Ella también es una nigromante —gritó Roger cuando un grupo de
guardias del Círculo se unió a la fiesta, corriendo desde todas las
direcciones—. ¡Y una hechicera! ¡Ahora tiene un demonio con ella!
Los ojos de Agnes volvieron a mí, pero Rosier no estaba por ninguna
parte a la vista. Y eso a pesar del hecho de que algo pequeño y pesado se
aferraba a mi pierna, como una lapa. Parecía que después de todo, mi
camaleón podía ocultarlo.
—¡Estaba justo aquí! —gritó Roger, furioso—. ¡Ambos estaban
encerrados juntos!
—Es mentira —dije rápidamente—. Soy una heredera Pitia,
entrenando en las Tierras Baldías. Me estaba yendo cuando este hombre
me atacó, habiendo escapado de alguna manera de su celda…
—¡Mentirosa!
—Y solo arrojé mi… eh, mi hechizo —dije, esperando que no hubiera
un nombre específico para el portal—. Lamento haberte molestado.
—¿Y la ropa? —preguntó Agnes, con una ceja levantada.
—Fui enviada a una misión inmediatamente después de regresar de
una —le dije, sonriendo débilmente—. Ya sabes cómo es eso.
No me devolvió la sonrisa.
Aun así, se dio la vuelta.
325 —Elizabeth.
Alguien salió de detrás de ella, de entre las acólitas de túnica blanca.
Por un momento, simplemente miré hacia arriba, a una versión muy joven
de mi madre, su cabello cobrizo oscuro en un moño suelto, su vestido
blanco prístino. Y mirando hacia abajo con recato.
—Los has escuchado —dijo Agnes—. ¿Qué harías?
—¿Yo, Lady? —La voz sonó suave.
—¿Qué harías con la chica? ¿Encerrarla, o liberarla?
Madre levantó la vista y, por primera vez, nuestros ojos se
encontraron. Su expresión no cambió, sin titubear de interés cortés. Pero
tampoco miró a nadie más.
—Ella posee el poder de las Pitias —dijo, después de un momento—.
Por lo tanto, o está diciendo la verdad o es una renegada. Si es lo primero,
deberíamos enviarla de regreso a su propio tiempo, porque está demasiado
débil para continuar su misión. Si es lo último, lo mismo es cierto, de
modo que su Pitia pueda lidiar con ella.
—Muy bien —dijo Agnes, mirándola con orgullo—. Que así sea.
Y lo siguiente que supe fue que estaba rebotando en mi cama de Las
Vegas.

326
D
esperté en una cama suave, bajo el haz de luz de una puerta
abierta, y una familiar oscuridad terciopelada. Pero no en
una habitación familiar. Me senté abruptamente.
Y lo lamenté de inmediato.
El dolor atravesó mi cuerpo, irradiando desde cien puntos a la vez.
Un dolor viejo, por torceduras, esguinces y contusiones de semanas. Un
dolor más nuevo, desde mi costado, mis pies, y la batalla en la explanada.
Un dolor devastadoramente nuevo, claro, brillante y profundo, de las
mordeduras de los fantasmas, de canalizar demasiado poder, de todo,
escapando todo a la vez con un sonido.
De sorpresa.
327 Creo que nada más encajaba, pensé, y extendí una mano para
estabilizarme.
Y encontré una carne cálida, no sábanas frías.
—Con calma —dijo alguien, y los dedos se cerraron suavemente
alrededor de los míos.
Miré hacia arriba, luchando por ver algo con la luz de la habitación
contigua abrasando mis ojos. Hasta que una cabeza oscura borró la mayor
parte. Una cabeza oscura muy familiar.
Mircea.
Por un minuto, no estaba segura si mi cerebro lo había conjurado o
no, y la vista no ayudó.
Porque se veía como siempre: su liso cabello caoba apenas rozando
sus hombros, un traje azul oscuro, la rica lana resplandeciendo levemente
bajo la poca luz, unas pestañas demasiado largas y gruesas para un
hombre, como los labios que parecían enrojecidos de un vino delicioso,
pero sin vino. Debería haberse visto femenino, excepto por sus rasgos
fuertes y sus hombros anchos.
—Si te conjuré, hice un buen trabajo —dije con cansancio.
—Soy lo suficientemente real —dijo, y acercó un vaso a mis labios.
Terminé todo el asunto. Era solo agua, pero pareció ayudar. Me
recosté contra las almohadas nuevamente, sintiéndome más fuerte.
—¿Estás seguro? —pregunté, mirando alrededor. Había estado en lo
cierto: no reconocía esta habitación. No es que pudiera ver mucho, pero los
muebles no estaban en el lugar correcto, y no había un amplio conjunto de
ventanas.
O ninguna en absoluto.
—Estoy seguro. —Mircea se inclinó y me apartó el cabello—. Antes
intenté contactarte a través del Seidr, pero no funcionó.
—¿Por qué no?
—No lo sé.
—Lord Mircea —dijo alguien desde la puerta. Mircea ni siquiera se
giró, pero miré más allá de su hombro para ver una delgada sombra alta
bloqueando parte de la luz. Una sombra con un cabello oscuro
sorprendentemente rebelde y gafas que no debería necesitar, porque era
328 un vampiro.
—En un momento —dijo Mircea, sus ojos todavía en los míos—. No
ha funcionado desde ese incidente en el Dante esta mañana.
Fruncí el ceño, intentando poner en marcha mi cerebro.
—¿Crees que Ares hizo algo?
—No lo sé —dijo otra vez, sus dedos peinando mi cabello, haciendo
el dolor en mi cabeza retroceder un poco. Hasta que atrapé su muñeca,
porque no podía prescindir de esa energía en este momento. Solo sonrió y
cambió de manos—. Al principio, pensé que simplemente estabas dormida,
algo que verifiqué con Marco —añadió—. Pero tampoco funcionó después.
Aunque, para ser justos, la culpa podría ser mía. Después de ayer…
Asentí. Mircea había sido el objetivo de un asesino, un traidor en las
filas de vampiros trabajando para el otro bando, quien lo había atacado
mentalmente. El plan había fallado, pero había resultado gravemente
herido, solo que no lo suficiente desde sus perspectivas. La idea había sido
terminar el trabajo durante el ataque a la casa del cónsul, pero Lizzie
había soltado la información bajo interrogatorio, y lo saqué antes de que
pudieran alcanzarlo. Y medio día después, había devuelto el favor,
salvando tanto mi vida como la de Rhea.
Pero ninguno de los dos había salido ileso exactamente.
—Detente. —Capturé sus manos, que se habían movido a mis
sienes—. Necesitas tu fuerza.
—Cuando lideras una familia tan grande como la nuestra, te
recuperas rápidamente —me dijo—. Los asesinos harían bien en recordar
eso.
Sonreí, a pesar de todo.
—Cuando vayas contra el rey, será mejor que no falles.
Él rio.
—¿No es eso lo que acabo de decir? —Dio un golpecito en mi
hombro—. Gírate.
Lo hice, porque era más fácil que discutir. Y porque Mircea no era
estúpido. No se agotaría demasiado en un momento como este. Y porque
se sentía…
Oh, Dios.
La tensión de las últimas semanas salió de mí en oleadas, siguiendo
los masajes de sus manos. Me quedé allí, gimiendo en voz alta después de
329 un rato, porque parecía que no podía parar, a medida que borraba el dolor
y la rigidez de mi espalda, brazos, muslos y piernas. Y luego llegó a mis
pies, y casi lloré.
—Oh, Dios.
—¿Qué has estado haciendo? —preguntó, sonando un poco
horrorizado, probablemente por la colección de Cortes y contusiones que
había logrado acumular bajo las duras piedras galesas.
No respondí, pero no solo por el dolor. Sino porque momentos como
este eran raros.
Momentos en que solo éramos nosotros, solo Mircea y Cassie, sin
que el resto del mundo se entrometa. Sin algo, generalmente nuestros
trabajos, interponiéndose, arruinando nuestro tiempo juntos y causando
problemas.
Bueno, eso, y las miles de cosas que no podíamos decirnos
mutuamente.
Como la mujer que había visto en sus aposentos cuando fui a
rescatarlo. Había estado durmiendo, exhausto por la tensión de luchar
contra el ataque, pero ella estaba despierta. Y depredadora, con unas uñas
que habían rasgado la piel de su pecho, y pequeños colmillos apenas
visibles sobre unos labios rojo sangre cuando me gruñó. Se había visto
exactamente como un animal salvaje, protegiendo a su presa.
Si no hubiera estado desnuda, podría haber pensado que estaba allí
para comérselo.
Tal como fue, era bastante obvio para qué estaba allí, y me había
dado una gran satisfacción enviarla, envuelta en la sábana que llevaba, a
un pasto de vacas particularmente oloroso en Long Island. Tony una vez
me había enviado hasta allí por uno de sus socios, que había necesitado
mi Visión, durante una semana, pero había sido mi nariz la que había
sufrido. Solo podía esperar que el lugar conservara su encanto.
Pero, salvo por unos segundos de diversión, viéndola a ella y su
sábana revoloteando en el barro, no había resuelto nada. Excepto sacarla
de una zona de guerra. Porque tuve que regresar unas horas después para
rescatar a Mircea, de modo que ella había conseguido un pase gratis para
salir del infierno en el que estaba a punto de convertirse la casa del
cónsul.
En otras palabras, había salvado la vida de la amante de mi novio, y
ni siquiera podía contarle al respecto.
330
Porque tenía miedo de que me preguntara por el mío.
No es que Pritkin y yo fuéramos amantes en ningún sentido normal
de la palabra. Hoy fue absolutamente lo más lejos que habíamos ido
alguna vez, y no había sido exactamente por elección. Ni una vez, en todas
las veces que lo había conocido, nos habíamos tocado cuando no era una
emergencia. Pero cuando tu compañero es un mago de guerra medio
íncubo, que solo se cura con una cosa, y estás en medio de una guerra…
las emergencias suceden.
Pero no había hablado con Mircea sobre ellos, porque ¿cómo podía?
Explicar cómo se curaba Pritkin era explicar lo que era, y no podía hacerlo.
Solo hubo un medio humano medio íncubo en la historia registrada, y
Mircea ya había mostrado demasiado interés en los antecedentes de
Pritkin. Tal vez le tomaría un segundo a ese cerebro demasiado veloz
juntar dos y dos y terminar con Merlín, y ese era un nombre que jamás
podría decirse.
No cuando la comunidad mágica prácticamente adoraba al tipo, casi
tanto como Pritkin adoraba su privacidad.
No podía recuperarlo solo para arruinar su vida, así que no podía
decir nada. Pero eso significaba que no había absolución cuando sucedía
algo, no había oportunidad de hablar, no había oportunidad de explicar. O
preguntar sobre cierta mujer mencionada en relación con Mircea, con
quien dijo que ya no tenía nada que ver, pero luego la encontré en su
habitación.
Vi mis dedos apretarse en las sábanas, y supe que tenía que decir
algo esta vez. Tenía que encontrar una manera de hablar sobre al menos
parte de eso, porque ya no podía seguir haciendo esto. A veces, sentía que
iba a explotar, con todas las evasiones, secretos y medias verdades. Por
una vez, quería las cosas sobre la mesa, antes de que este silencio nos
matara.
—Mircea…
—Mi señor, me disculpo. —Ese era el vampiro que no se había
movido de la puerta—. Pero están empezando. Realmente debemos…
El hombre se interrumpió abruptamente, con un sonido ligeramente
ahogado.
Porque, sí. No hacías que un maestro te dijera algo dos veces. Debe
ser nuevo.
—Tengo que irme —murmuró Mircea contra mi hombro—. Pero
331 quería ser el que te dijera, antes de que lo escuches de otra persona.
Me di la vuelta.
—¿Escuchar qué?
—El Círculo luchó contra un asalto de magos oscuros esta tarde, en
su sede principal en Stratford.
—¿Stratford? —Me senté, demasiado abruptamente.
Mircea me estabilizó.
—Hubo una batalla, pero el Círculo prevaleció. Atacar a los
creadores de los hechizos más crueles de la tierra en su base de
operaciones no es un acto de hombres cuerdos.
—El Círculo Negro no está cuerdo.
—No, pero tampoco suelen ser tan imprudentes. Querían algo… con
mucho ahínco.
—Lizzie. —Ni siquiera era una pregunta—. Por eso atacaron al
Dante. Y si estaba en Stratford…
—Por lo que entiendo, lo estaba. Pero no la atraparon —dijo,
sosteniéndome a medida que comenzaba a levantarme de la cama—. No la
atraparon, Cassie. Definitivamente, me dijeron eso.
Tragué con fuerza y dejé de luchar.
—¿Puedo usar tu teléfono? Tengo… Podría tener un amigo allí.
Me entregó un elegante rectángulo negro, pero la pantalla estaba
oscura.
—Las guardas centrales están agotadas —explicó—. Puede pasar un
tiempo antes de que recibas señal.
Después de todo, debí haber esperado eso después de ver la luz de la
habitación contigua bailando a un lado de su rostro, porque no provenía
de la electricidad. Los chicos grandes estaban despiertos, el tipo de
guardas que la mayoría de los lugares solo ponen en línea en emergencias
gracias a las fugas de energía, y porque en realidad arruinaban cualquier
tecnología moderna con la que entraran en contacto, incluyendo los
teléfonos.
—Puedo intentar averiguar sobre tu amigo —ofreció Mircea.
332
—Caleb. Caleb Carter.
Él asintió, y comenzó a levantarse.
—Espera. —Atrapé su brazo—. No me has dicho… lo que está
pasando. ¿Cómo están haciendo esto?
—¿Haciendo…?
—¡Esto! Todo esto. —Hice un gesto a un enemigo amorfo, porque así
era como comenzaba a sentirse el Círculo Negro y sus aliados: algo que
siempre estaba cerca, una amenaza invisible agazapada en la oscuridad,
lista para atacar—. ¿Cómo se mantienen un paso por delante? Luchamos
contra un ataque, y ya hay otro, casi antes de que podamos respirar.
Prácticamente son constantes…
—Ya lo sabes.
—¡No lo sé! —Negué, intentando despejar mi cabeza. Todavía me
sentía medio dormida, pero no necesitaba pensar mucho en esto—. Toda la
razón para atacar al Dante fue que Lizzie estaba allí. Pero no fue
capturada hasta la noche antes de que se presentaran…
—Cassie.
—Así que, de la noche a la mañana llegaron cientos de hombres a
Las Vegas, verificaron que mis guardias bajaran para el recuento,
calcularon exactamente la cantidad de tiempo que tendrían antes de que el
Círculo pudiera reaccionar, localizaron y derribaron las guardas, idearon
una manera de atrapar a Rhea… —Lo miré con desconcierto—. Es
imposible.
—No si las personas planificando esto están en Faerie. —Mircea
volvió a sentarse en la cama, la luz del fuego haciendo que sus ojos
destellar—. La línea de tiempo Fey funciona de manera diferente a la
nuestra, ya lo sabes. —Asentí—. Pero lo que quizás no sabes es que el
ritmo de la diferencia no es constante. A menudo se explica como si
nuestras dos líneas de tiempo fueran dos ríos que generalmente son
paralelos entre sí. Pero a veces uno u otro se desvía, sobresaliendo en un
arco antes de volver a una sincronía aproximada. Cuando eso sucede, la
diferencia entre el tiempo aquí y el tiempo allá puede ser… extrema. Parece
que ahora estamos en uno de esos ciclos.
—Entonces, ¿el tiempo en Faerie está corriendo diferente al de aquí?
—Más rápido… mucho más rápido. No durará, nunca dura. Pero por
333 un lapso corto, están esencialmente en avance rápido. Y sabían que esto
iba a suceder. Los Fey tienen la habilidad de trazar la diferencia en
nuestros flujos de tiempo con mucha más precisión que nosotros. Han
aprendido a predecirlo.
—Sí, pero…
—Piénsalo, Cassie. Planean un ataque contra una de nuestras
fortalezas. Quizás lleva semanas desde sus perspectivas. Pero desde la
nuestra, han sido simples días, posiblemente solo horas. Tienen el tiempo
libre para debatir, decidir, descansar. Si algo no funciona, como el ataque
al casino, tienen tiempo para recalibrar. Mientras, estamos corriendo
constantemente a la defensiva, siendo golpeados aquí, allá, en todas
partes, con, como dices, poco tiempo para respirar entre ellos.
—Y ahora tienen un dios planificando sus ataques por ellos.
—Así parece. —Era sombrío.
La última vez que discutimos esto, Mircea no había querido creer
que Ares había regresado. Había querido mantener esto como una pelea
entre el tipo de cosas que podría saber cómo matar. Pero parecía que lo de
esta mañana lo había convencido.
O lo convenció de que había estado en lo cierto todo el tiempo,
pensé, viendo cómo cambió su rostro.
—Es por eso que debemos llevarles la guerra —me dijo con
seriedad—. No podemos permanecer a la defensiva para siempre. Atacarán
nuevamente, y pronto, antes de que su ventaja se desvanezca, y no hay
forma de saber qué golpearán a continuación. Debemos darles algo más en
qué pensar.
No dije nada. Tenía razón… Sabía que la tenía. Pero el método que el
Senado había seleccionado era… menos que óptimo. Mucho menos.
Querían que usara el poder de la Pitia para envejecer a un vampiro,
mientras que su maestro le daba poder… mucho. Más de lo que podría
absorber de una vez sin mi ayuda. Era similar a algo que habían hecho
durante años llamado empuje, cuando (generalmente en tiempos de
guerra) se necesitaba un maestro nuevo y pronto. Pero todo ese poder al
mismo tiempo era una gran apuesta, una que generalmente resultaba en
un vampiro muerto.
Ya sabes, permanentemente.
Pero con el paso de los años pasando como segundos, la esperanza
era que el poder simplemente se absorbiera, como si hubiera vivido y
alimentado durante todos esos años, ganando fuerza con cada uno. Y eso,
334 desde el otro lado de mi burbuja de tiempo, llevaría a un maestro vampiro
nuevo. Quién necesitaría moverse rápidamente a un lado para apartarse
del camino, porque vendría otro justo detrás de él.
Y luego otro, y otro, porque el Senado quería que yo los convirtiera
en un ejército entero de maestros. Con el cual pretendían acabar con los
Fey, y los enemigos que teníamos escondidos con ellos, todos a la vez.
Mircea había venido a mí feliz y emocionado, casi vertiginoso con su
nuevo plan.
Y no había entendido mi respuesta poco entusiasta.
No se trataba solo de lo que requeriría de mí, porque envejecer a
alguien así no era tan fácil como parecía pensar el Senado. O en el hecho
de que después estaría demasiado exhausta para hacer cualquier otra
cosa, incluyendo luchar contra dioses. Sino en una pregunta que nadie
podía responder: ¿qué iba a pasar cuando ese ejército regresara? ¿Qué
iban a hacer un montón de maestros nuevos, recién regresados de la
guerra y con el poder suficiente para hacer lo que quisieran? ¿Quién los
iba a controlar, si es que alguien podía?
—No deberíamos estar hablando de esto ahora mismo —dijo Mircea,
sus ojos en mi rostro—. Necesitas descansar.
Sacudí mi cabeza.
—Estoy bien…
Alzó una ceja.
—¿Es por eso que colapsaste en medio del gran salón del cónsul?
—¿La cónsul? —Por un momento, mi mente quedó en blanco. Y
luego volvió a mí. Desplazándome en el Dante, o siendo desplazada,
porque no había tenido control en eso. Las guardas emitiendo una
advertencia casi ensordecedora por la presencia de Rosier. Marco
irrumpiendo por la puerta a toda prisa, con varios vampiros a su espalda…
y yo volviendo a desplazarme, antes de que pudieran detenerme. Porque
quería… algo…
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Mircea…
—Mi señor… —El vampiro de cabello despeinado, quien estaba
claramente loco, había regresado. Durante aproximadamente un segundo,
hasta que hizo un sonido estrangulado y huyó.
335 —¿Hay algo que necesites? —me preguntó Mircea.
—Las Lágrimas de Apolo.
Frunció el ceño ligeramente.
—Pero las tienes. Me dijeron que las tomaste de tu renegada,
después de tu duelo.
Solo el Senado parecía saber todo lo que sucedía en todas partes,
incluso cuando nadie se lo decía.
—Necesito más. Es una larga historia…
—Y quiero escucharla, pero tengo que hacer esto.
—¿Hacer qué?
—Esa también es una larga historia —dijo con pesar—. Tenemos que
hablar…
Ese era el eufemismo del siglo, pensé, agarrando su mano. Porque
sabía lo que vendría después.
—Mircea…
—Después.
—Mircea…
—No voy a ninguna parte —dijo, viendo mi alarma. Porque nuestras
conversaciones nunca lograban suceder, o si lo hacían, se salían por la
tangente y nunca llegábamos al punto. Pero esta tenía que hacerlo.
—Solo dime —dije, colgando de su mano—. Debes tener una fuente,
¿verdad?
—¿Una fuente?
—¡Para la poción! Quiero decir, la conseguiste de alguien…
—Sí, la conseguimos de alguien.
—¿Quién? Solo dime eso…
Sus oscuros ojos conocedores encontraron los míos.
—Si lo hago, ¿estarás aquí cuando regrese?
Me mordí el labio. Porque los dos sabíamos la respuesta a eso.
—Pensé que no. —Se inclinó y besó mi frente—. Esto no tomará
mucho tiempo, y después hablaremos.
336
Parpadeé y él se fue.
—¡M ircea! —Pero la puerta ya se estaba cerrando—.
Maldita sea —murmuré, y tiré de las sábanas,
preguntándome por qué se sentían como si alguien
las hubiera cosido con plomo.
Me puse de pie.
E inmediatamente colapsé, porque no tenía fuerzas en absoluto. Mis
piernas bien podrían haber estado clavadas en el suelo, eran difíciles de
mover. Así que no lo hice. Solo me quedé allí sentada, en una alfombra
persa bastante agradable de cierta clase que Mircea probablemente podría
haber identificado, pero yo no, y apoyé mi cabeza contra un lado de la
cama.
Así que esto era lo que pasaba cuando la poción desaparecía.
337
Me senté allí un poco más.
Al final, decidí acostarme, porque incluso sentarme era demasiado
difícil. Habría intentado volver a la cama, pero era ridículamente alta y
estaba muy lejos. Bien podría haber sido el Everest. Me conformé con
mirar al techo en su lugar.
Probablemente no era una buena señal que siguiera entrando dentro
y fuera de foco. O que la alfombra pareciera estar girando, muy
lentamente, debajo de mí. Decidí que había una pequeña posibilidad de
que Caleb tuviera razón, no sobre la parte de la adicción, porque ¿cómo te
volvías adicto a algo que nunca podías encontrar? Pero sí en los efectos
secundarios.
Me recordó a una vez que usé una palabra poderosa que conocía. Te
daba una tonelada de resistencia, como una semana, todo de una vez,
para permitirte lidiar con una emergencia. Y era mejor que lidiaras con
ella, porque no solo estarías cansado cuando desapareciera. Terminabas
exhausto, desmayado, inútil, como por días, y…
Y…
Y mierda.
Me senté. De acuerdo, después de todo, parecía que podía moverme.
Porque mi cerebro confuso no recordaba haberle hecho a Mircea la
pregunta más importante de todas: ¿qué hora era?
Su asiento estaba lo suficientemente cerca para que pudiera
agarrarla y ponerme de rodillas.
Y entonces, de alguna manera, y no estaba completamente segura de
cómo, me puse de pie. E inmediatamente deseé no haberlo hecho.
Me quedé allí, meciéndome un poco y aferrándome al respaldo de la
silla, tanto exhausta como con mucho dolor, porque mis pies estaban
hechos un desastre. Mircea había hecho algo: los cortes estaban cerrados
y los moretones habían adquirido el tono violáceo de las heridas de varios
días, pero no querían sostenerme. Y la puerta… parecía que la estuviera
mirando a través de un telescopio, desde el lado equivocado. Estaba
ridículamente lejos, hasta el punto de que no había forma, simplemente no
había forma…
Y entonces el vampiro regresó.
Era el mismo de antes, con las gafas y el cabello al que vendría bien
338 un peine, y el antiguo traje genérico que necesitaba una planchada. Me
pregunté vagamente cómo había superado el escuadrón de cambio de
imagen.
La mayoría de los chicos de Mircea parecían haber sido abordados y
arrastrados a Armani como primera misión. Por supuesto, tal vez este no
era uno, porque no lo reconocía. Tal vez este era… era del cónsul, pensé
con tristeza, a medida que nos mirábamos el uno al otro.
Y cuando me agarró, justo antes de que cayera al suelo.
—No a la cama —dije, porque si me acostaba, no volvería a
levantarme—. ¿Qué hora es? —Solo se quedó allí, sosteniéndome
torpemente, y no dijo nada—. ¿Qué hora es? —repetí, preguntándome por
qué estaba actuando como si tuviera dificultades para oír cuando era un
vampiro, y vi que sus pupilas se dilataron enormemente. Y entonces este
extraño sonido comenzó a salir de sus labios. No eran palabras, no sabía
lo que era, pero me estaba asustando aún más de lo que ya estaba—. ¿Qué
hora? ¿Qué día? ¡Maldita sea, di algo!
Pero no lo hizo. Aun así, casi me dejó caer, y luego sus brazos se
apretaron, haciéndome gritar de dolor. La mirada asustada se intensificó,
al igual que el sonido, que se había convertido en un llanto extraño, justo
en mi rostro. Y eso me envió el resto del camino al pánico.
—¡Bájame! ¡Bájame! —grité. Pero el vampiro no me estaba bajando.
Y tampoco estaba deteniendo ese horrible lamento agudo. Sin embargo,
salió corriendo, atravesó la puerta de la habitación y bajó por un pasillo,
tan rápido que las habitaciones por las que pasamos no fueron más que
borrones.
Como los rostros que se giraron para mirarnos, y las escaleras por
las que casi volamos, y la alfombra que casi nos hizo tropezar antes de que
el vampiro se recuperara, porque sus reflejos eran mejores que su cordura.
Y el hombre que se interpuso de la nada frente a nosotros, siguiendo los
movimientos del vampiro, negándose a dejarlo pasar. Y haciendo que la
agudeza se intensifique hasta el punto que habría temido por su corazón.
Excepto, ya sabes.
Y luego reconocí al hombre.
—¿Jules?
El guapo rubio jugando al juego con el vampiro asintió.
—Dile que no lo dijiste en serio —me dijo—. ¡Díselo, ahora!
339 —¿No dije en serio qué?
—¡Lo que sea que dijiste! ¡Solo di las palabras!
—¡No lo dije en serio! —grité, porque la angustia del vampiro había
alcanzado los decibelios más altos.
Y, tan repentinamente como empezó, terminó.
Cayó de rodillas, llevándome con él, y Jules se arrodilló a nuestro
lado.
—¿Qué…? —susurré, después de un minuto.
—Más tarde —dijo Jules, mirando alrededor—. Solo salgamos de
aquí.
Seguí su mirada. Estábamos en un amplio pasillo que se habría
visto como una casa en la antigua Roma. No en la versión pintoresca de
estuco y terracota sino un imperio puro: hermosos pisos de mármol con
incrustaciones, rincones con estatuas invaluables, columnas iónicas de
buen gusto. Y, por alguna razón, la devastación total del lugar: que
actualmente carecía de la mayor parte del techo que alguna vez se elevó,
dándole un encanto adicional, como las ruinas antiguas.
Bueno, lo habría hecho si no fuera por la multitud. La luz de la luna
se derramaba a través del agujero gigante de arriba, salpicándonos como
un reflector. Pero no lo suficiente como para no poder ver el círculo de
rostros curiosos mirándonos desde las escaleras y fuera de las
habitaciones, o simplemente de pie alrededor de las sombras, porque el
lugar estaba repleto. Y porque el vampiro se había tapado el rostro con
ambas manos y estaba sollozando.
—¿Qué pasa? —pregunté, comenzando a preocuparme seriamente.
Puse una mano sobre su brazo—. ¿Estás bien?
Y, oh, Dios, aquí vamos de nuevo, pensé, cuando me miró, sus ojos
castaños enormes, la boca ya abierta por la angustia.
—¡No lo dije en serio! —dije rápidamente—. ¡No lo dije en serio!
La boca volvió a cerrarse, con un sonido sordo.
Por un minuto, solo nos sentamos allí, los dos bastante asustados.
Y entonces Jules se hizo cargo.
—Levántate y tráela por aquí —le dijo al vampiro, clara y
340 distintivamente—. Ahora.
El vampiro se puso de pie y se inclinó para levantarme.
No preguntes, articuló Jules en mi dirección, por encima de su
espalda.
Asentí. Sin preguntas.
El vampiro me levantó, un movimiento rápido y elegante que
desmintió la confusión en su rostro. Y siguió a Jules por el pasillo, uno
lleno de gente. Gente con burnos y saris, trajes y corbatas, pareos y
kimonos, turbantes y kaffiyehs, que nos pasaron por todos lados. Hasta
que nos agachamos dentro de una puerta, que Jules cerró con una patada
detrás de nosotros.
Di un suspiro audible de alivio, y él sonrió con simpatía.
—Sí. Ha sido así todo el día.
Miré a mi alrededor, agradecida de que estuviéramos en un lugar
bastante normal. Bueno, excepto por una docena de velas encendidas en
la mesita de café, las cuales proporcionaban la única luz. Pero de lo
contrario, podría haber sido una habitación elegante en casi cualquier
lugar: un sofá, un par de sillas, algunas pinturas probablemente caras en
las paredes que parecían extrañamente enfocadas en las vacas, pero en
general de buen gusto.
El vampiro también debe haberlo hecho, porque sentí que se relajó
un poco.
—Ponla en el sofá —ordenó Jules.
El vampiro me puso en el sofá.
Tenía un reloj en la muñeca, lo que podría haber notado antes si no
me hubiera estado gritando.
—¿Cuatro de la mañana? —pregunté a Jules, con cuidado, con un
ojo en el vampiro. Pero esta vez no hubo reacción.
Jules asintió.
—Sí, ¿por qué?
—¿Qué día?
Me miró divertido.
—Eso sonaría extraño viniendo de alguien más.
341
—Por favor, solo dime.
Lo hizo. Y me relajé contra los cojines, sintiendo que mi espalda se
había convertido en agua. Solo debo haber dormido durante unas pocas
horas. El segundo día que Rosier había prometido todavía estaba al
alcance.
Abrí los ojos después de un momento, para notar que el vampiro no
parecía tan aliviado. Estaba de pie junto al sofá, retorciéndose las manos,
su manzana de Adam trabajando. Y mirando a Jules nerviosamente, como
si no tuviera idea de quién era.
—Jules Fortescue —le dijo Jules, extendiendo una mano, lo cual era
extraño.
Aún más extraño es que el vampiro la tomó.
Me sorprendió, porque los vampiros no solían darse la mano. Era
una de esas afectaciones humanas que desaparecía después de la muerte,
tal vez porque no se aplicaba a todas las culturas y épocas de las que
provenían. O tal vez porque tocar a otro vampiro podría provocar que las
auras brillen y ser tomado como un desafío. La mayoría de los vampiros
habrían mirado a Jules, quien debería saberlo mejor, con desdén por
siquiera ofrecerlo, pero este pareció casi… aliviado.
Jules sonrió y lo soltó.
—De acuerdo, esa es una mentira —confesó—. De hecho, es Jimmy
Tucker. Mi agente simplemente pensó que sonaba más digno de otra
manera. —El vampiro parpadeó—. Sí, solía ser actor —dijo Jules,
sentándose—. Está bien si nunca has oído hablar de mí. Fue hace mucho
tiempo. —Enganchó otra silla con el pie, arrastrándola unos metros más
cerca—. Adelante, siéntate.
El vampiro se sentó. Sus ojos aun mirando alrededor: a mí, a una
pintura de una ladera rústica, a un jinete de rodeo fundido en bronce
sobre un bronco salvaje.
—Mía —dijo Jules, viendo la dirección de su mirada—. Esta será mi
oficina si alguien, alguna vez, me trae un escritorio.
—¿Oficina? —pregunté—. Entonces, ¿finalmente te dejaron salir?
La última vez que vi a Jules, había sido una especie de prisionero del
Senado, aunque no porque hubiera hecho nada malo. Sino porque había
hecho algo único, algo que ningún vampiro había hecho, al menos hasta
donde se sabía. Se había vuelto humano.
342 O, para ser más precisos, lo convertí en humano, en un intento por
salvarle la vida. Se había metido en una maldición terrible, una de las que
Augustine había estado trabajando para el Senado, y aún no tenía una
cura. Así que, recé un Ave María y traté de rejuvenecerlo, para volver el
reloj antes de que fuera maldecido, esperando que eso la levantara. Y, por
una vez, algo había funcionado… más o menos.
Aún no lo entendía completamente, considerando que las heridas
físicas no se veían afectadas de manera similar. Un humano apuñalado se
convirtió en un humano apuñalado más joven, por ejemplo, pero en el caso
de Jules terminó sin maldición. Y eso incluyó la maldición del vampirismo,
la cual se había levantado junto con la otra, cuando regresó a la edad
antes de que se estableciera.
Fue lo que le dio al Senado la idea de su ejército. Porque, si podía
rejuvenecer a alguien, ¿por qué no al revés? También había puesto a Jules
en una mala posición, a lo grande. Antes del cambio, había sido uno de
mis guardaespaldas, un maestro de la línea familiar de Mircea, alguien con
poder, dinero e influencia.
Después, terminó siendo una rata de laboratorio profética, y una que
había prometido ayudar a salir de su jaula.
Solo que parecía que ya lo había hecho.
—De momento —concordó—. Soy su enlace con todos los vampiros
nuevos que están trayendo.
—¿Qué vampiros nuevos?
—Unos como este tipo. —Jules se inclinó hacia delante, con los
codos sobre las rodillas, sus manos usualmente expresivas colgando,
tranquilas y relajadas. Como la sonrisa casual en sus ojos azules mientras
miraba al vampiro nervioso—. No voy a hacerte ninguna pregunta —le dijo
lentamente—. Ninguno de nosotros lo hará. ¿Cierto? —Me miró.
—Cierto.
El vampiro pareció seriamente aliviado.
—Solo voy a hablar un poco con Cassie. Esa es Cassie. —Asintió
hacia mí. El vampiro me miró, y su rostro enrojeció. No estaba segura por
qué. Por una vez vestía adecuadamente, con capris tostados y una blusa
rosa. También tenía pequeñas bailarinas rosadas en la habitación,
dispuestas en la alfombra, pero con mis pies, no lamentaba haberlas
dejado.
—Hola —dije, preguntándome si eso era seguro.
343
Supongo que sí.
—Cualquier pregunta que hagamos no es para ti —le dijo Jules—.
Solo relájate un poco.
El vampiro se relajó visiblemente.
—Entonces —me preguntó Jules—. ¿Qué pasó?
—No tengo idea.
Asintió.
—Déjame adivinar. Te dejaron con un vampiro… alguien de hace
poco más de unos días.
Me tomó un minuto, antes de que mis ojos miraran a Nerviosín.
—¿Unos días?
Jules volvió a mirar al tipo, que pareció tomarse en serio la
relajación. Estaba desplomado en su silla, mirando a las vacas.
—Está bien, quizás unas pocas semanas. Definitivamente no más de
un mes.
—Unas pocas… ¿Qué está haciendo aquí?
Era una pregunta justa, porque los vampiros bebés eran, bueno,
bastante inútiles. Eran llevados principalmente durante los primeros años
a cualquier familia, y se les asignaban tareas fáciles a nivel humano que
no requerían pensar ni remotamente cerca de las mañanas, cuando sus
cerebros se tornaban confusos. Y a los cuales utilizaban por las pocas
cosas en las que eran buenos: levantar objetos pesados, correr rápido, y
eso era todo.
Ni siquiera eran entrenados al principio, porque les tomaba tiempo a
sus sentidos resolverlos. No puedes pasar de una nariz humana a una
como un sabueso y no dejar que te afecte. O desde la audición humana
hasta escuchar de repente todo, incluyendo las conversaciones a
kilómetros de distancia. O de la vista humana a la visión que podía actuar
como el zoom de una cámara a voluntad, o al azar, si no sabías cómo
controlarlo.
Probablemente por eso Nerviosín acababa de aferrar los brazos de su
silla y saltó hacia atrás… ante un repentino ataque de la vaca.
—Oh, por… Dije que te relajes —dijo Jules bruscamente, y luego
suspiró cuando el tipo se desplomó rápidamente—. Lo siento —dijo a
344 medida que Nerviosín se deslizaba de la silla al suelo, casi como si
estuviera deshuesado.
—Ya ni siquiera eres uno de ellos —señalé, cuando Jules lo agarró y
lo metió de nuevo en su silla. Y lo giró para enfrentar la bonita pared en
blanco a su izquierda, resoplando un poco con el esfuerzo—. ¿Por qué está
siguiendo tus órdenes?
—Porque está traumatizado —respondió Jules, mirando a Nerviosín
por un momento para ver si se quedaba allí. Lo hizo. Jules se acercó al
gabinete con el bronco, que se balanceó hacia fuera para mostrar un bar
oculto—. Hay una razón por la que separan generalmente a los bebés por
un tiempo, incluso de otros miembros de la familia. Ya sabes, encerrarlos
con un mentor para ver que no salgan al sol o algo así, y darles la
oportunidad de adaptarse.
Asentí. Tony había tenido una habitación especial que llamó la
guardería, establecida detrás de uno de sus negocios.
Los vampiros nuevos que hizo se quedaron allí durante al menos los
primeros seis meses, y a veces más, dependiendo de qué tan bien lo
estuvieran tomando. Porque podía ser bastante impactante: escuchar a la
familia hablando en tu cabeza todo el día, toda la sed de sangre, los
sentidos nuevos… La mayoría de las veces, se consideraba que a los bebés
les iba bastante bien si no se volvían locos y actuaban como desquiciados.
Ya sabes, muy a menudo.
Aunque nunca había visto uno tan mal.
—¿Traumatizado por qué, exactamente?
Jules me entregó un vaso y luego se apoyó en el borde del gabinete
con el suyo. No le ofreció nada al vampiro. Habría sido desperdiciar un
buen whisky; a esa edad, todo sabía a grama.
—Como estaba diciendo, entró en contacto con alguien con poder,
¿verdad?
Asentí.
—Mircea.
—Oh, muchacho. Sí, eso sería.
—¿Sería qué?
—Eso —respondió Jules secamente, apuntando su vaso al vampiro—
. Déjame adivinar. El chico nuevo aquí estaba molestando a Mircea, quien
le dijo que se calle, ¿verdad?
345 —Más o menos. ¿Cómo supiste…?
—Una vez me pasó, como novato. Siempre me gustó hablar
demasiado. Y estaba este tipo, Roberto. ¿Lo conociste?
—No.
—No te has perdido nada. Le encanta atormentar a los recién
llegados, o lo hacía. Mircea lo prestó a otro maestro hace unos años, y
todos esperamos que sea permanente. De todos modos, alguien le dijo que
mi apellido era Fortescue, y pensó que era divertido. Me dijo “mantén el
labio superior rígido, viejo amigo”, riéndose todo el tiempo. No sabía por
qué. Hasta que me di cuenta: no podía mover la maldita cosa en absoluto.
—¿Mover qué?
—Mi labio. Pasé dos días sonando como si tuviera un grave
impedimento en el habla hasta que alguien lo descubrió y revocó la orden.
—Pero no fue una orden. Era una forma de hablar…
—No con el poder detrás de ello —dijo Jules con amargura—. Había
querido que eso sucediera. Como dije: imbécil. Mircea, por otro lado, a
veces solo olvida lo poderoso que es. Pasa demasiado tiempo con tipos de
nivel superior, donde no tiene que controlarlo. Probablemente se
disculparía si se diera cuenta, pero en este momento está un poco
estresado, así que odio molestarte…
—¿Un poco estresado? —Sentí que mi propia presión sanguínea
comenzó a aumentar—. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? —Jules parpadeó hacia mí—. ¿En serio?
—¡Sí, en serio!
—De acuerdo, veamos. Casi mueres esta mañana. Luego
desapareces todo el día y nadie sabe a dónde fuiste. La propia casa del
cónsul fue atacada, y la mitad está en ruinas, lo cual, por cierto, me está
haciendo pasar un infierno para intentar encontrar espacio para todos los
novatos. Las habitaciones que están intactas han sido reclamadas
principalmente por los senadores y sus comitivas. He logrado apañar a
algunos de ellos con Louis-Cesare, nuevo miembro del Senado que tiene
una casa cerca de aquí, pero todavía está en progreso y…
—Jules.
—Oh, cierto. Bueno, además de todo eso, el Dante está destrozado, y
actualmente está cerrado por negocios, el cónsul está de mal humor, y
346 Mircea acaba de ser nombrado Ejecutor…
—¿Ejecutor? —Fruncí el ceño.
—La posición del Senado. ¿Ya sabes?
Negué. Sabía que el Senado había sido devastado por una serie de
ataques al principio de la guerra, antes de que nadie supiera que
estábamos en una. Y con todo sucediendo rápido y furioso desde entonces,
solo habían llegado a llenar los asientos vacantes. Incluso había
escuchado que se estaban produciendo algunos cambios de roles, ya que
los recién llegados no siempre se ubicaban limpiamente en las posiciones
viejas.
Pero, ¿Ejecutor?
—¿Por qué Mircea? —pregunté—. El Ejecutor actúa como un
patrullero, encerrando a los maestros rebeldes. Claro, él podría hacer eso,
pero qué desperdicio…
—No es un desperdicio.
—¿Cómo? Es un diplomático en jefe… El diplomático en jefe. ¿Cómo
es que no…?
—El Ejecutor también tiene otro papel en los tiempos de guerra —me
dijo Jules suavemente—. Probablemente no hayas oído hablar de eso, ya
que han pasado siglos desde que alguien usó el título.
—¿Qué otro papel? —pregunté, confundida.
—General.

347
A
nte mi insistencia, estuvimos en movimiento otra vez. Sin
embargo, el vampiro mudo pareció complacido, a pesar de
llevarme, ya que probablemente pesaba lo mismo que una
pluma para él. Y como finalmente había descubierto que en realidad no
íbamos a hacerle preguntas que no podía responder, o enviarlo de regreso
al trabajo, donde probablemente haría que alguien más hiciera lo mismo.
Eso sería malo, ya que contradiría directamente sus instrucciones
anteriores de acomodar a los huéspedes de cualquier manera razonable. Y
las órdenes en conflicto aparentemente hacían cosas malas a las mentes
de los vampiros bebés.
Así que necesitábamos rescindir la orden silenciosa lo antes posible.
Pero esa no era la única razón por la que nos dirigíamos al sótano.
348
—Eso es todo lo que sé —dijo Jules, manteniendo el ritmo de las
largas zancadas del vampiro—. Mircea ha sido nombrado Ejecutor, no solo
de nuestro Senado, sino de las fuerzas combinadas de los seis Senados.
—¿Qué?
—Lo sé. —Asintió—. Nunca pensé que viviría para ver el día en que
los Senados hicieran otra cosa más que arañarse unos a otros. Pero ahora
que lo han hecho, tiene sentido que necesiten un cuerpo gobernante para
regir las acciones que realicen como grupo. No tendrá nada que ver con el
papel del Ejecutor en, digamos, la India. Eso dependerá del Senado del sur
de Asia, ya que solo involucra su territorio. Pero si las fuerzas combinadas
intentan algo, entonces esta es su oportunidad.
—Entonces están discutiendo sobre quién estará… ¿en el Senado de
los Senados?
Él asintió, y esquivó a un chico en un djellaba flotando, rodeado de
media docena de lacayos.
—Ese es el rumor. Nuestra cónsul es la líder. Eso ya se ha decidido,
pero el resto de los roles… Bueno, por lo que escuché, la conversación se
está calentando bastante. Pero Mircea era una elección obvia, con su
experiencia de guerra…
—¡Su experiencia de guerra está quinientos años desactualizada! —
espeté porque no me gustaba esto. Esto no me gustaba en absoluto.
Generales humanos, está bien, se sentaban en agradables centros de
comando con aire acondicionado, bien alejados de la lucha. Pero
vampiros…
¿Por qué pensaba que eso no se aplicaría a los vampiros?
Quizás porque no era así cuando peleaban… en ningún nivel.
Incluso aquellos que serían cónsules tenían que luchar por el trabajo,
derrotando a quienquiera que ya lo tuviera. O, si estaba muerto,
compitiendo con todos los demás que querían intentarlo. Toda la cultura
estaba construida alrededor del poder personal. Liderar desde la
retaguardia no era una opción.
Lo que significaba que ser el general vampiro podría ser el trabajo
más peligroso del planeta.
—También ha dirigido fuerzas vampíricas —dijo Jules—. ¿No lo
sabías?
—No.
349 —Sucedió un par de veces. No todos estaban emocionados cuando la
cónsul actual llegó al poder, por ahí en los mil cuatrocientos, y hubo
rebeliones de vez en cuando durante un par de siglos. Se lidió con las
grandes con bastante rapidez, pero las más pequeñas fueron más difíciles
de detener, o incluso de encontrar. Los grupos seguían reuniéndose y
refugiándose en las montañas, incluyendo algunos en los viejos terrenos
del maestro.
—¿Rumania?
—Bueno, entonces no se llamaba así. Pero sí, las montañas de los
Cárpatos son jodidamente difíciles si no las conoces. O el idioma. O las
costumbres. Y estos muchachos eran locales, lo que significaba que tenían
cada pasaje vigilado, cada cueva repleta de explosivos, cada aldea llena de
seguidores….
—Entonces, ¿por qué no solo dejarlos allí? ¿Cuántos problemas
podrían causar en los Cárpatos?
—Mucho, como resultó. Esa era solo su base, porque era difícil llegar
a ella. Pero enviaban gente todo el tiempo para contratar asesinos,
comprar mercenarios, incluso hablar con otros Senados, ofreciendo iniciar
una rebelión si invadían y acababan con el nuevo régimen. Había que
hacer algo.
—¿Y ese algo era Mircea?
Jules asintió.
—Él y la cónsul se encontraron en Venecia, cuando era muy joven.
No conozco todos los detalles, pero debe haber causado una buena
impresión. Porque cuando toda la cosa empezó de nuevo en Wallachia, ella
pensó en él.
Fruncí el ceño, preguntándome por qué nunca había oído hablar de
esto. Pero entonces, había una gran cantidad de cosas sobre Mircea de las
que nunca había escuchado. Parte de eso se debía a todo lo de no tener
tiempo para hablar. Y parte era la reticencia de los vampiros, que juro que
él había convertido en un fetiche. Sacar cualquier información de él era un
desafío extremo.
Especialmente cuando era muy bueno para cambiar de tema.
Y sus vampiros lo habían adoptado de su amo en su mayoría. Los
menos hábiles en la diplomacia habían perfeccionado una inocencia con
los ojos muy abiertos o un silencio embarazoso, ninguno de los cuales me
servía de nada. Pero Jules ya no era un vampiro, así que….
350 Jules ya no era un vampiro.
—Cuéntame de eso —lo animé, y él sonrió encantado.
Quizás porque la gente usualmente pasaba su tiempo intentando
callarlo.
—Por supuesto, era mucho más joven en esos días, de modo que
estaba principalmente allí como un súbdito de Anthony —dijo, hablando
sobre el actual cónsul europeo—. ¿Sabías que él y nuestra Lady fueron co-
cónsules en ese entonces? Gobernaron sobre Europa juntos.
Asentí.
—Bueno, el trabajo de ella consistía principalmente en resolver el
desorden político que su predecesor había dejado, básicamente al no hacer
ni una maldita cosa durante años. Excepto aceptar sobornos para dejar
que sus maestros hicieran lo que quisieran, mientras que él casi nunca
visitaba su propio territorio. Escuché que le gustaba vivir en el desierto, en
algún lugar de África. Pero el resultado fue un gobierno que básicamente
no gobernaba.
—Por eso todos se estaban rebelando.
—No todos. —Jules negó—. A mucha gente le gustó la idea de un
poco de ley y orden para variar, pero aquellos que se habían estado
beneficiando del viejo sistema no estaban tan contentos. Algunos se
hicieron pasar por simpatizantes, esperando clavar el cuchillo a la primera
oportunidad. Ese era el problema de la Lady. El trabajo de Anthony era
erradicar a los que estaban en abierta rebelión, y para eso necesitaba a
alguien que conociera el área.
—Pero si Anthony comandó antes, ¿por qué no hacer que haga lo
mismo ahora? ¿Por qué Mircea…?
—Porque él se encargó de la mayor parte de la lucha. No recibió el
elogio, por supuesto. Conoces a Anthony… o tal vez no —dijo Jules al ver
mi rostro—. Pero créeme, no es su estilo dejar que alguien más robe la
gloria. Pero el maestro consiguió un asiento en el Senado, más tarde,
después de que la Lady descubriera que uno de los tipos de cuchillos y
costales era su asesor más cercano, lo destripó personalmente.
Sonrió de repente.
—¿Qué?
—¡Dicen que lo hizo en la cena, destripándolo y sirviendo su corazón
aún latiendo en una bandeja de plata, justo allí, en la mesa! ¿Qué crees
351 que va mejor con un plato como ese? ¿Mostaza, o una buena salsa de
vino? ¿O tal vez menta…?
Se detuvo, porque el bebé había comenzado a hacer esos ruidos
nuevamente.
—¿Qué? —preguntó Jules, y luego recordó—. No lo dije en serio —
dijo rápidamente, aunque esta vez no ayudó. Nos detuvimos en medio de
la concurrencia, y corríamos el peligro de ser atropellados.
—¿Qué diablos le pasa? —exigió Jules, empujando al vampiro.
—¿Qué diablos le pasa? ¡Me acabas de decir que tal vez murió hace
un par de semanas! Y ahora debería estar en un lugar tranquilo, donde
pueda asimilar todo y descansar. Pero en lugar de eso, está aquí… —
señalé a mi alrededor—. ¡En medio de vampiros locos y aterradores, uno
de los cuales cuenta historias sobre corazones latiendo y bandejas de
plata!
—Ya no soy un vampiro…
—¡Jules!
—Está bien, está bien. Lo siento.
—Díselo a él.
—Eso… eso probablemente no fue cierto —le dijo al vampiro
aterrorizado—. Fue solo una historia que escuché. Y pensé que sonaba un
poco improbable…
—¿Ves? —pregunté al vampiro.
—Cortarlo en pedacitos y enviárselo a sus familiares es mucho más
su estilo…
—¡Jules!
—Pero no hace daño advertirlo, en caso de que alguien más tenga la
misma idea. Así que esa fue la historia que contaron. ¿Ves? Nada de qué
preocuparse. —Jules le dio una palmada en la espalda.
El vampiro nos miró trágicamente a los dos, como si conocernos
hubiera sido lo peor que le hubiera pasado alguna vez, incluyendo la
muerte. Pero al menos el ruido se había detenido. Y un momento después,
comenzamos a movernos nuevamente.
Volví mi atención a Jules.
—Eso aún no responde mi pregunta. ¿Por qué Anthony no fue
352 nombrado Ejecutor en su lugar? Sé que es un cónsul…
—Oh, eso no importa. La mayoría de los escaños elegidos en el
Senado combinado irán a los cónsules. ¿Crees que van a dejar que sus
propios súbditos decidan las políticas que deben seguir?
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Jules se encogió de hombros.
—¿Todos lo odian? Ha tenido dos mil años para hacer enemigos. Por
lo que escuché, ha hecho un buen trabajo.
—¿Y nadie odia a Mircea?
—No diría que nadie, ya sabes cómo son los vampiros —dijo el tipo
que había sido uno hace una semana—. Pero tiene más amigos que lo
contrario, lo cual es algo inusual. Y aún más personas piensan que es en
cierto modo confiable.
—¿Confiable? —No pensé que los vampiros conocieran ese término.
Jules sonrió.
—Refiriéndose a que es un poco menos propenso a ser el próximo
tipo que arruine sus fuerzas para darle una ventaja a su propio Senado
una vez que termine la guerra.
—Solo los vampiros podrían pensar en eso ahora —murmuré.
—Tienes que mirar hacia delante. Todos los demás lo harán.
—Eso todavía no explica por qué tuvo que estar de acuerdo. ¡Ha
hecho lo suficiente por la alianza!
Mircea era el consejero principal de la cónsul y embajador. Las
personas habían comenzado a llamarlo un hacedor de milagros después de
que lograra con éxito la unión (aunque solo fuera por la guerra) de los seis
Senados vampiros. Ningún otro vampiro vivo habría intentado eso, y él lo
había logrado. ¿Y este era el agradecimiento que recibía?
—No estoy seguro que haya sido exactamente una elección —dijo
Jules secamente.
—¡Mircea no es un vampiro bebé! Es un senador que ha arriesgado
su vida más de una vez. Podría haberse negado si le apetecía…
—No es tan simple…
—Simple o no, ¡es mejor que morir!
—Entra aquí —dijo Jules abruptamente, tirando de mi aventón. Y
353 redirigiéndonos a un pequeño nicho con un teléfono.
—Hechizo de silencio —dijo, señalando a su alrededor—. Por fuera.
Lo que no quiere decir que el teléfono no esté intervenido, pero no vamos a
usarlo.
—Entonces, ¿por qué estamos aquí?
—¿Para que así pueda decirte que te calles? —Le fruncí el ceño.
Jules frunció el ceño en respuesta—. Sal —le dijo al bebé, quien comenzó a
irse llevándome con él—. No, ¡solo tú!
El vampiro me bajó e hizo lo que le dijeron, y me senté en una repisa
de mármol que sobresalía de la pared para evitar apoyar mis pies. Jules se
alzaba, con los brazos cruzados, hasta que notó que la cortina aún estaba
abierta. Y la cerró bruscamente.
Eso nos dejó en gran medida en la oscuridad, ya que el nicho todavía
tenía techo. El pasillo principal, que en su mayoría no, había sido mucho
más brillante. Tal como estábamos, apenas podía distinguir el perfil
perfecto de Jules mientras veía unas sombras pasando a través del
delgado tejido de la tela.
—¿Qué? —pregunté.
—Las paredes por aquí tienen oídos… Junto con quién sabe qué
más.
—¿Y? No dije nada que no le diría de frente, y lo haré, tan pronto
como lo encuentre. Esto es una mierda.
—Dime algo que no sepa.
—Ni siquiera tendrían una alianza sin él, entonces ¿qué hacen?
¿Pagarle al hacerlo aún más un blanco? Alguien intentó asesinarlo ayer…
—Y lo hará nuevamente. Y tal vez ese sea el punto.
—¿Qué?
Jules se pasó una mano por su espeso cabello rubio ondulado.
—Mira, no sé si se supone que debo decirte esto…
—Oh, vas a decírmelo.
—Sí, lo haré —coincidió—. Pero solo porque me obligaste a decírtelo.
Ahora solo soy humano, y no se puede esperar que aguante…
—¡Jules!
354
Sonrió, un rápido destello de dientes.
—Eso es por si acaso se te escapa y dices dónde lo escuchaste.
Ayuda tener preparada la defensa.
—Eres un paranoico.
—Y algo más. Pero dudo que te pregunten, es de conocimiento
común que la cónsul está preocupada por Mircea.
—¿Preocupada? —Fruncí el ceño—. ¿Qué quieres decir con
preocupada?
—Quiero decir, la gente todavía no está apostando por cuál de los
dos sobrevivirá, pero es solo cuestión de tiempo.
Lo miré fijamente.
—¿Qué?
Suspiró.
—Mira, esto siempre sucede cuando un sirviente se vuelve realmente
fuerte, ¿de acuerdo? Los cónsules necesitan aliados, pero tan pronto como
alguien se vuelve demasiado capaz, deben comenzar a preocuparse. ¿Está
apuntando por mi trabajo? ¿Planea hacer algo? ¿Tiene el poder para
desafiarme? Y en el caso de Mircea, últimamente, la respuesta a esa
última pregunta ha sido cada vez más como un sí.
—¿Y las dos primeras?
—Se presumen.
Negué.
—Pero… ¡No puede creer en serio que él quiere matarla!
—¿No puede? ¿Cómo crees que consiguió el trabajo? Los cónsules no
se jubilan, Cassie. Ella mató a su propio maestro por el primer puesto,
¿por qué pensaría que él se negaría a acabar con un mentor? Mircea ya
estaba más o menos listo si hubiera querido plantar un desafío, pero
últimamente…
—¿Últimamente?
Por primera vez, pareció en conflicto.
—Han pasado muchas cosas últimamente, no puedo mencionarlas
todas… no, no puedo —dijo al mirarme al rostro—. Esa historia la tiene
que contar el maestro, si así lo decide. Pero no necesitas todo eso. Digamos
355 que ya era jodidamente poderoso, aunque lo estaba manteniendo en
secreto bastante bien…
—¿Manteniéndolo en secreto? Pero todos saben…
—Pero ellos no saben qué saben —dijo Jules crípticamente—. Los
vampiros todavía tienen muchos prejuicios humanos, ¿verdad? ¿Alguna
vez has notado que los guardias que la gente elige siempre se ven bien?
Fíjate en Marco. Tiene un buen cerebro, mejor que la mayoría. Pero parece
un tipo rudo, de modo que pasó siglos trabajando en sus músculos,
incluso aunque un debilucho de cuarenta kilos al mismo nivel podría
causar tanto daño…
—Sé eso.
—Pero es posible que no sepas que el maestro usó una variación de
la temática para volar bajo el radar durante años. ¿Quién mira dos veces
al diplomático vestido de Armani, demasiado delicado, con una mujer del
brazo y una bebida en mano? Especialmente cuando él está sonriendo,
halagando y diciéndote lo poderosa que eres… De alguna manera la gente
nunca piensa en preguntarse lo contrario. O no hay suficientes personas.
Incluso las personas sumamente inteligentes piensan en lo contrario…
—¿Como la cónsul?
Negó.
—No, no como la cónsul. No ha durado dos milenios por ser
descuidada. Y te lo dije, ella lo conocía desde hace mucho tiempo. Pero
también conocía sus propias habilidades, y pensó que podía controlarlo.
—Entonces, ¿qué cambió?
Jules solo me miró.
—Yo… No —dije, viendo la verdad en su rostro—. ¡No! No tuve nada
que ver con…
Pero Jules ya estaba asintiendo.
—Comenzó cuando se volvió loco con ese hechizo y te mordió.
—¿Te refieres al geis? —pregunté, hablando del hechizo que Mircea
me había puesto cuando era niña, uniéndonos para mi protección de Tony.
Pero que nos había jodido después de que me convertí en adulta y terminó
volviéndolo casi loco—. Pero ya fue levantado.
—Sí, pero antes de eso, te mordió —dijo Jules, extendiendo la mano
y girando mi cabeza ligeramente, para mostrar las dos pequeñas cicatrices
356 en mi cuello—. Eso te reclamó en términos vampiros, cosa que él no
estaba autorizado a hacer.
—¡Estaba completamente loco en ese momento!
—Eso dice… y le creo —dijo Jules, levantando las manos—. Lo sé,
¿recuerdas? Pero no todos son tan confiados como yo, y eso te convirtió en
una parte permanente del clan. Y te unieron a ti, y a tus habilidades, a él
de una manera que a la cónsul no le gustó.
—Mircea no controla mis habilidades.
—Pero las has usado en su nombre antes, ¿verdad? ¿Muchas veces?
Y no te ofendas, pero también eres un poco obviamente, umm… ¿cuál es el
término que estoy buscando aquí? —Solo lo miré—. Dulce con él —se
conformó.
—Entonces, ¿qué me estás diciendo exactamente?
—Solo que no es difícil notar que podría sentirse un poco
amenazada. Cuando todo comenzó, eras solo una niña que había heredado
más poder del que podía manejar, y no tenías ni idea de que tal vez el
Senado podría manipularte. Y a ella le gustó esa versión. Realmente le
gustó. Escuché que se puso a dar vueltas, casi alegre, asustando a todos…
—Debo haberme perdido esa parte. —La palabra alegría más la
cónsul no cabía en una frase.
—Pero entonces descubre que tu madre era Artemisa…
—Eso no tiene ninguna…
—Y que has estado armando todo un alboroto porque un señor
demonio tomó a una de tus servidoras y te enojaste…
—¿Cómo supiste sobre…?
—Y, de repente, me estás volviendo a convertir en humano, ¡algo que
nadie sabía que las Pitias podían hacer! Quiero decir, ¿tienes idea de lo
importante que es eso?
—Yo… Eso fue un accidente. No quise…
—Lo sé. —Jules se agachó frente a mí—. Lo sé. Y estoy agradecido.
Estoy agradecido, sin importar cómo terminen las cosas, ¿de acuerdo? No
podría haber vivido así, como me dejó esa maldición, solo una bola de
carne… —Se estremeció.
—Ya pasó —le dije, porque sus claros ojos azules de repente lucieron
357 atormentados—. No tienes que pensar en eso…
Él inclinó la cabeza, sus rizos suaves en mis manos.
—Lo sé. Solo quería… —Levantó la vista—. No creo haberte
agradecido correctamente. Y estoy agradecido. Sin importar cómo resulten
las cosas, ahora tengo una opción, algo que los de mi especie, mi vieja
especie, no tiene muy seguido.
No sabía qué decir, así que solo asentí.
—Pero puedes entender, que tu accidente amenaza todo el sistema,
¿verdad? ¿Tienes idea de cuántos vampiros infelices hay por ahí?
Tragué con fuerza.
—¿Crees que puedo esperar una estampida en mi puerta?
—¿Con sus maestros a cuestas? —preguntó Jules con aridez, y
luego miró mi rostro—. No. Pero solo porque la mayoría de los vampiros
tienen un serio complejo de superioridad. Hay muchos infelices, pero eso
no significa que quieran volver a lo que ven como una especie inferior.
Sería como un humano odiando su vida y decidiendo convertirse en un
perro. La mayoría quiere un maestro mejor, o más poder y el estatus que
ya tienen.
Apoyé mi cabeza contra el frío mármol detrás de mí. No estaba
segura si sentirme aliviada o no, de que me dijeran que no tendría que
preocuparme por un problema que no sabía que tenía. No cuando otro me
estaba mirando de frente.
—Entonces, ¿esto es mi culpa? —pregunté—. ¿La cónsul y Mircea?
—No. Como dije, siempre es así. Es la forma en que funciona su
mundo, y una razón por la que estoy bastante seguro que estoy mejor
fuera de él. Pero podrías haber… acelerado un poco las cosas.
—¿Un poco?
—Como un siglo más o menos —admitió—. Y eso solo fue anoche.
—¿Anoche? —Lo miré, confundida otra vez.
—Qué rápido olvidas. —Sonrió—. ¿Peleaste o no algún tipo de duelo
de tiempo loco aquí anoche?
—¿Viste eso?
—No. Pero bueno, están los rumores. Así que, alguien lo vio.
Probablemente Marlowe —agregó, hablando sobre el espía jefe de la
358 cónsul—. Sabes que lo llaman Argus, ¿verdad? Como el viejo monstruo
con los cien ojos… De todos modos, por lo que escuché, echaron una
buena mirada de cerca de lo que una Pitia puede hacer en un duelo. ¿Y
sabes cómo se elige a los cónsules? En un duelo.
Lo miré, incapaz de seguir sintiendo sorpresa.
—¿Cree que ayudaría a Mircea contra ella?
—Te lo dije, no lo sé. Pero el hecho es que, podrías. Podrías detener
el tiempo frente a ella, y nunca lo sabría. Podrías anular todas sus
habilidades, sin sudar, y matarla antes de que pudiera parpadear…
—¡No voy a hacer eso!
—Y estoy seguro que escuchar eso de ti la haría sentir mucho mejor
—dijo Jules sarcásticamente.
Me masajeé las sienes. No se sintió ni remotamente bien a como
cuando Mircea lo hizo.
—Me vio pelear contra un Spartoi —dije, hablando de los horribles
hijos medio dragón de Ares—. ¿Por qué no se asustó entonces?
—Tal vez lo hizo. No tengo el privilegio de sus pensamientos, solo los
rumores. Pero vi lo que pasó, y con todos los árboles y colinas en el
camino, nadie tuvo una gran vista. Además, todo terminó muy rápido… En
su mayoría pareció que él te había subestimado, y tuviste suerte.
—Lo cual está bastante cerca de la verdad.
—Sí, pero entonces, anoche tuviste suerte otra vez, y una vez más
esta mañana. Ya ves cómo va. ¿Cuánto tiempo hasta que ya no se vea
tanto como suerte, y más como lo necesario en un duelo? Ese Spartoi
podría haberte subestimado, pero no creo que ella lo haga.
—Entonces, ¿se está desquitando con él?
Jules se encogió de hombros.
—Te necesita.
—¡También lo necesita a él!
—Por ahora. Pero si muere trágicamente en la batalla, digamos,
cerca del final de la guerra, después de hacer la mayor parte por ella… —
Mi mandíbula se apretó—. No digo que eso es lo que ha planeado. Tal vez
solo quiere un comandante experimentado a cargo, alguien en quien pueda
confiar. Después de todo, tenía que nombrar a alguien. Pero me parece un
359 poco interesante que el día después de ver exactamente lo que puedes
hacer en un duelo, Mircea esté adoptando una posición nueva.
Sí. Yo también.
L
a multitud no se había reducido cuando salimos. No es de
sorprender. Las cuatro de la mañana equivalen a las cinco de
la tarde para los vampiros, cuando se apresuran a terminar los
negocios antes de que amanezca y se estropee la diversión. Nos reunimos
con la multitud en el vestíbulo principal.
—Entonces, ¿qué está haciendo el Senado en el sótano? —pregunté,
porque pensé que era un tema seguro.
Y porque quería saberlo.
—Ni idea —dijo Jules—. Han sido aún más reservados de lo habitual
y ahora soy un simple mortal.
—Parece que sabes mucho para ser un simple mortal.
360 Me lanzó una sonrisa.
—La gente siempre decía que me gusta chismear demasiado. Pero,
ya sabes, es extraño.
—¿Qué?
—Ahora que ya no soy un vampiro, la gente me cuenta cosas. Como
los sirvientes humanos. Nunca solían cotillear frente a mí, pero ahora, de
repente, soy uno de los miembros del club. Y los vampiros, incluso los que
conozco, hablan como si ni siquiera estuviera allí. Uno pensaría que de
repente me volví invisible.
No dije nada. No quería hablar aquí, por razones obvias. Pero el
hecho era que, para una vidente, estaba trágicamente desinformada.
Necesitaba información para hacer mi trabajo, pero siempre parecía ser la
última en saberlo todo.
Al principio, cuando sentía que ya tenía mucho que aprender, no
había parecido un gran problema. Pero ahora, lo que le había dicho a
Rosier seguía volviendo para atormentarme. Había tanto que necesitaba
saber, tanto, y no todo era por protocolo. Necesitaba ayuda. Necesitaba mi
propio Argus.
O, al menos, un tipo al que realmente, de verdad, le gustara
cotillear.
—¿Qué? —dijo Jules, y me di cuenta que todavía lo estaba mirando.
—Hablaremos más tarde.
Pareció aceptar eso, probablemente porque meterse en otro nicho,
suponiendo que pudiéramos encontrar uno, podría parecer un poco
extraño. O porque acabábamos de salir del impresionante pasillo principal,
donde los pisos y las paredes de mármol reflejaban la luz de la luna en
una especie de iluminación ambiental, y entramos en una escalera oscura.
Muy oscura.
El único alivio provino de los masivos candelabros viejos y cobrizos
escurriendo gotas de cera, impidiéndome quedar completamente ciega.
Pero estaban espaciados bastante separados, solo emitiendo un brillo
escaso sobre la penumbra a ambos lados, y que no llegaba a encontrarse
en el medio. Los vampiros probablemente no lo notaban, pero me dejó
esforzándome para ver otra cosa más que sombras saltando a los lados.
Y bebés, porque, ahora que los estaba buscando, estaban en todas
361 partes.
Estremeciéndose cuando pasaban por los campos de poder arrojados
por vampiros de niveles superiores. Sus bocas respondiendo a las
comunicaciones mentales, como si estuvieran hablando por un Bluetooth
invisible. Tropezando con la alfombra y chocando contra las paredes
porque no podían ver mejor que yo. Mirando con asombro a nada visible,
pero probablemente ante las auras de los vampiros que se decía que
actuaban como un letrero indicándoles su afiliación familiar, rango,
antiguos maestros y una gran cantidad de otra información.
Todo lo cual tenía que ser algo abrumador para los no iniciados.
Parecían lo que eran esencialmente: un grupo de niños pequeños
deambulando en busca de una pista.
Entonces, ¿qué estaban haciendo aquí?
—Sustituyendo —dijo Jules, cuando pregunté.
—¿Sustituyendo qué?
—Cualquier cosa que estén haciendo todos los chicos mayores.
—¿Te refieres a los maestros? —Llegamos a una escalera trasera,
donde la multitud era más escasa. Pero incluso en el piso de arriba, había
visto a menos maestros de lo que esperaba en lo que de repente se había
convertido en la central vampírica.
—No. Solo mayores. Como en, ya no siendo bebés. Como los fulanos
y fulanas que solían concertar citas y supervisar al equipo de limpieza y
contestar los teléfonos.
—¿Qué?
Asintió.
—Por lo que escuché, tienen al cocinero allí abajo. Bueno, el tipo que
ordena la comida. El chef y sus muchachos son humanos…
—¿Qué están haciendo con el cocinero?
—Dímelo tú. En serio, quiero decir, si te enteras, dímelo. Me muero
por saberlo.
Las escaleras finalmente terminaron en un pasillo estrecho cinco
pisos más abajo. A diferencia de las áreas elegantes de arriba, esto era
completamente espartano. Solo una barandilla de metal en las escaleras,
paredes de bloques de hormigón sin adornos y algunas bombillas
362 desnudas encima, ahora oscuras. Y una puerta metálica cerrada al final
del pasillo, con dos grandes vampiros de pie frente a ella.
Nadie estaba intentando impresionar a nadie aquí, por lo cual
claramente era un área de personal. Y eso incluía al personal. Quien ni
siquiera parpadeó cuando nos acercamos.
—Bájame —le dije a mi aventón, quien inmediatamente hizo lo que le
dijeron.
Dios, podría acostumbrarme a los vampiros bebés.
Los otros, por supuesto, continuaron ignorando mi existencia.
Estaba demasiado cansada para intentar leer las pistas y descubrir
cuántos años tenían, no es que importara. Eran lo suficientemente
mayores como para erizar el vello de mis brazos por el poder que estaban
emitiendo. Lo suficientemente mayores como para no molestarse en ser
cortés con un humano que se había perdido.
Lo suficientemente mayores como para ser un problema.
Hasta que Jules habló.
—¿La Pitia lucha sola? —exigió… curiosamente.
Aún más extraño, es que tuvo una reacción. Una de las
descomunales montañas calva y vestida con pantalón vaquero (como si no
se supusiera que fuera visto por el tipo de personas que tendrían su
atuendo como su principal preocupación) parpadeó una vez. Y me miró.
Sus ojos se entrecerraron.
—No —dijo. Y eso fue todo.
—No, ¿qué? —exigió Jules, porque a pesar de ser miembro de la
tribu de Mircea, nunca había sido bueno con la diplomacia.
O para recordar que ya no era un vampiro, y podía ser aplastado
como un insecto si tocaba esa puerta.
Lo jalé hacia atrás.
—No, ¿qué? —repitió—. No, ¿ella no puede entrar? Porque puede
entrar. Puede entrar en cualquier maldito lugar donde…
—¡Jules! —dije, y él se calló.
El vampiro tampoco dijo nada. Y por un momento, todos nos
quedamos allí, sin hablar. Lo cual eran perfectamente capaces de hacer
363 todo el día, pero yo no tenía tiempo.
—Podría desplazarme a través de la puerta, pero estoy cansada —
dije finalmente al Señor Impecable—. Necesito mi fuerza para otras cosas.
Esto, por supuesto, tampoco obtuvo respuesta. A veces olvidaba,
lidiando principalmente con la tripulación de Mircea, que los vampiros no
solían desperdiciar su esfuerzo hablando con humanos. Era una razón por
la que ellos y los magos no se llevaban bien. Los magos hablarían, los
vampiros los mirarían como si fueran insectos, suponiendo que los
reconocieran, los magos se enojarían. Produciéndose cosas
desafortunadas.
Pero no estaba dispuesta a hacer cosas desafortunadas, no con los
pies matándome y un dolor de cabeza que comenzaba a golpear enfurecido
en mis sienes nuevamente y un día que podría no calificar como el peor de
todos, teniendo en cuenta la competencia, pero seguro que tampoco había
sido uno muy bueno.
—Permítanme reformular —dije sombríamente—. Estoy cansada. Así
que, si tengo que usar mi poder, no lo voy a usar para desplazarme a
través de una puerta que simplemente podrían abrir para mí. Voy a usarlo
para desplazarlos a ustedes. Y no les gustará a dónde los enviaría.
El Señor Impecable permaneció impasible, pero su amigo no pareció
tan optimista. Me miró pensativamente por un momento, luego buscó en
su bolsillo trasero: habría pensado en un arma, excepto que no necesitaba
un arma. Y, efectivamente, la sacó con algo más.
Algo así como un periódico doblado.
—Sí, está bien —dijo Jules—. ¿Ves? —Golpeó el papel.
El vampiro, que era tan grande como su compañero, pero que había
variado la imitación de Hulk para incluir un corte de cabello rapado,
frunció el ceño.
Jules dejó de golpear el papel.
El vampiro lo desdobló y echó un vistazo.
Le habría preguntado qué estaba haciendo, pero no necesitaba
hacerlo. Porque toda la maldita primera plana estaba ocupada con una
imagen de mi rostro, manchado de sangre y gruñendo, flotando sobre
Rhea mientras yacía tirada en la calle.
Porque alguien, en medio de todo eso, había pensado en tomar una
364 foto.
Reporteros.
Podrían ser el grupo más loco que he conocido hasta ahora.
—No ella —dijo el otro vampiro, mirando el papel.
Cabello Rapado frunció el ceño, tomándose su tiempo. O tal vez solo
el tiempo necesario para que el ascensor llegara al último piso.
Finalmente, me miró, entrecerró los ojos y luego volvió a mirar su
periódico.
—No sé.
—Oh, Di… Es ella. ¡Obviamente, es ella! —dijo Jules, lo que le hizo
fruncir el ceño.
Advertencia número dos.
Lo puse detrás de mí.
—No tengo una licencia de conducir —comencé. Y luego me detuve.
Porque la parte superior del periódico se había caído, revelando el titular.
El titular masivo que dividía toda la portada, en letras aproximadamente
del mismo tamaño que se habían utilizado para anunciar el final de la
Segunda Guerra Mundial.
¿LA PITIA LUCHA SOLA?
—¿Qué es eso? —pregunté, tomando el periódico antes de pensarlo.
Curiosamente, el vampiro me dejó tomarlo.
—El Graphology —me dijo Jules, con gusto—. Con un titular de
Carla Torres.
—¿Lo que significa…?
Él parpadeó.
—Carla Torres. Graphology. Es… un periódico importante, ¿de
acuerdo? Así como nuestra versión del New York Times. Y ella es una
editora senior.
—La recuerdo de esta mañana —dije, pensando en el cabello rizado y
las gafas lindas. Y, como los vampiros más viejos de Tony habían dicho,
más agallas que muchos otros que conocían.
—Ella también te recuerda —dijo Jules secamente—. Y después
estalló… por el Senado, el Círculo… Demonios, incluso estuvo quejándose
de los Weres por un tiempo…
365
—¿Quejándose de qué?
—Lee el título. —Lo estaba mirando por encima de mi hombro—. No
sé qué pasó esta mañana, pero según ella, básicamente luchaste contra
todo el Círculo Negro por tu cuenta. Excepto por alguna ayuda
probablemente exagerada de un valiente grupo de reporteros —agregó, su
boca crispándose.
—No lo fue.
—¿Qué?
—Exagerado.
—Ni siquiera lo has leído todavía.
—No tengo que leerlo para eso. Habría estado muerta sin ellos. Y sin
Marco y los demás. Incluso cuando el Círculo apareció… finalmente.
—Bueno, no lo suficientemente pronto según ella —dijo Jules
alegremente—. Y está enojada. Ese es el periódico vespertino, así que debe
haber pasado todo el día escribiéndolo. Puedes leerlo por ti misma, pero su
línea principal fue que, antes de ayer, ella no sabía qué pensar de ti.
Dudaba entre algún tipo de chiflada que se había puesto en una posición
peligrosa de poder, a una protegida vampiro engreída, a una peligrosa
rebelde intentando cambiar el sistema. O posiblemente las tres. Pero
ahora…
—¿Ahora? —Lo miré, porque no podía leerlo. La única luz aquí era la
que se derramaba por las escaleras, y había sido tenue en un principio.
Él rio.
—Le dio una patada en el trasero a todos, y por lo que escuché, sus
compañeros periodistas la respaldan. Y esas personas se odian. No están
de acuerdo en qué dirección sale el sol, pero se están volcando
universalmente sobre cualquiera que no te haya estado ayudando. Habría
una multitud de ellos al frente ahora mismo, gritando preguntas, si los
muchachos en el puesto de control no los estuvieran echando.
Hice una mueca.
—¿Cómo va todo por ahí? —pregunté, bastante segura de que ya lo
sabía.
—Como un globo muy grande, muy lleno de plomo. Conoces el
Senado. —Desafortunadamente—. ¿Seguro que quieres entrar? —
preguntó, señalando a la puerta—. Porque puedes pasar el rato en la
366 oficina conmigo.
—¿Mircea está allí?
—Probablemente. Por lo que escuché, todo el Senado lo está.
—Entonces voy a entrar. Tengo que verlo, y no voy a esperar.
Transferí mi mirada al vampiro que me había dado el periódico, lo
doblé y se lo devolví.
—Déjame entrar. —Salió como la orden inexpresiva de un maestro
malhumorado, pero no me importó. Les había dado una advertencia justa,
y había querido decir cada palabra.
Parecía que el pastizal estaba a punto de recibir dos más.
Cabello Rapado tomó su periódico y lo miró por otro minuto. Luego
hacia mí. Y finalmente hizo algo que me dejó parpadeando de sorpresa:
Sonrió.
—¿En serio mataste a cientos de magos?
—Tuve mucha ayuda. Ahora, ¿si no te importa?
—No lo hagas —aconsejó su amigo.
—Hombre, pero es ella. ¡Es ella! —La sonrisa estaba en pleno apogeo
ahora, mostrando un diente de oro.
—No lo es. Es una reportera intentando colarse, y no van a patearme
el trasero por esto —dijo, y puso una mano carnosa en mi hombro.
Suspiré. Maldición, esto iba a doler. Comencé a alcanzar mi poder,
que se sintió lento y muy poco entusiasta.
Y luego se detuvo, porque no lo necesité.
Cabello Rapado retiró la mano del Señor Impecable.
—Muestra algo de respeto.
—No acabas de tocarme.
—¡Solo llama a alguien! —dijo Jules, por qué, no lo sabía. Sabía tan
bien como yo cómo iba a continuar esto.
—Agarra al bebé —dije rápidamente, y Jules sacó del camino al
inocente de ojos muy abiertos antes de que un puño vampiro abriera un
agujero de sesenta centímetros en el concreto.
367 Y luego otro se estrelló en el costado de la boca de mi defensor, un
hecho que no le impidió meter a su amigo en una llave de cabeza. Escupió
algunos dientes ensangrentados, aunque no el de oro, por suerte, y me
sonrió un poco más. Mientras que el otro vampiro se sacudió y gruñó, y
usó su pie para cortar una línea en el cemento.
El nuestro lo usó para abrir la puerta.
—No hay problema —dijo indistintamente—. Me encargo de esto.
Entramos por la puerta.
Al principio, no podía ver mucho gracias a la versión de iluminación
de emergencia de la cónsul. Había más candelabros de pie alrededor del
borde de lo que parecía una gran sala, agrupado en tres y cuatro. Pero a
diferencia de la sala, donde el techo había sido demasiado bajo, también
había lámparas de araña en lo alto. Enormes, goteando charcos
resbaladizos de cera sobre el áspero suelo de cemento, y casi cegándome
después de la oscuridad del pasillo. El más cercano era especialmente
deslumbrante, y tan grande que bloqueaba la vista de la mayor parte de la
parte media del techo, hasta que avancé un poco más.
Y olvidé respirar.
—¿Qué demonios…? —susurró Jules, su mano aferrando mi brazo.
El bebé se había detenido en seco al otro lado, con la boca abierta y la
mirada hacia arriba con incredulidad. No sabía lo que veían sus ojos de
vampiro, pero para mí parecía una gran nube negra colgando sobre la
parte central de la habitación, con destellos de colores aquí y allá que
dilataban las pupilas y dañaban el cerebro. Porque no se suponía que
existiera en la tierra.
Como las criaturas que la emitían.
Ya que la cónsul tenía un sótano lleno de demonios. Oh, sí, por
supuesto.

368
M
e congelé por un momento, la respuesta que tienen “los
mamíferos diminutos bajo el sobrevuelo de un halcón” se
activó ferozmente. Al igual que la respuesta de “salgamos
pitando de aquí” que llegó una fracción de segundo después, las dos
órdenes entrecruzándose en mi cerebro y dándome una buena idea de por
qué las personas en emergencias se caen tanto. No es que sean torpes; es
que sus pies están intentando seguir dos comandos diferentes al mismo
tiempo.
Solo que, esta vez, no me caí. Tal vez porque Jules todavía estaba
atrapado en la etapa uno y tenía un agarre mortal en mi brazo. O tal vez
porque me había dado cuenta que no había habido reacción a nuestra
presencia. La nube actuaba como si ni siquiera nos hubiera notado entrar
(lo cual dudaba) pero si lo hubiera hecho, no estaba haciendo nada al
369 respecto.
Por lo que podía ver, no estaba haciendo nada en absoluto, excepto
colgar ahí.
En el baile de los vampiros.
Parpadeé, pero juro que era así, ahora que podía verlo: un gran
rectángulo de hormigón, lo suficientemente grande como para haber
albergado dos canchas de baloncesto de extremo a extremo con espacio de
sobra. Solo que el espacio restante estaba ocupado con juegos de viejas
gradas de madera abrazando las paredes, para complementar el ambiente
a gimnasio de secundaria que tenía el lugar. Y estaba abarrotado, con tal
vez trescientos maestros elegantemente vestidos y grupos de sus sirvientes
de aspecto más plebeyo, algunos sentados con divertida incomodidad en
las gradas, otros de pie con copas en manos.
Todo lo que necesitaba era una pésima banda y un puesto de fotos.
Y tal vez un exorcista, pensé, mirando hacia arriba nuevamente.
—Cassie —dijo Jules, volviéndose hacia mí, sus ojos azules
completamente abiertos.
—Está bien —le dije.
—¿Cómo está bien? —susurró mientras el bebé de repente salía de
su estupor y se agitó un poco antes de darse la vuelta y agarrar la puerta.
A tiempo de verlo paralizarse de la impresión por el cuerpo de un
vampiro, haciéndolo gritar y retroceder.
No, no en esa dirección.
Escaneé el resto de la habitación, esta vez con más cuidado, pero no
vi a Mircea. Vi al tipo con el traje blanco de chef, de pie entre un grupo de
viejos vampiros comunes y corrientes en el otro extremo de la habitación.
Estaban demasiado lejos para distinguir sus expresiones, pero estaban
agrupados, más cerca de lo que solían estar los vampiros, en lo que
parecía un mal caso de “preferir estar en otro lugar”.
No se avergüencen, chicos, pensé.
No se avergüencen en absoluto.
Pero no se iban, tal vez porque tampoco tenían a dónde ir. Y Mircea
seguía sin estar a la vista, y todavía necesitaba verlo y nada había
cambiado. Tragué con fuerza y enderecé mis hombros.
370 —Vamos —le dije a mis dos bebés. Y comencé a caminar antes de
que pudieran discutir, en dirección al conjunto de gradas más cercano.
Y encontré a alguien que no había esperado.
Toda la sección estaba vacía, tal vez porque no estaba tan cerca de la
acción. O tal vez por Rosier, quien estaba sentado cuatro filas más arriba,
luciendo bastante horrible, aunque de una manera nueva. Su tamaño casi
había vuelto a la normalidad, quizás unos centímetros demasiado bajo,
pero al menos ya no cabía en una mochila. Pero el color pálido, casi
transparente y las venas púrpuras pulsantes todavía estaban allí, junto
con algo más.
—Esos son… ¿qué son esos? —pregunté, mirando dos membranas
delgadas creciendo a los lados de su cabeza y flotando en las corrientes de
aire.
Me frunció el ceño.
—¿Qué es lo que parecen?
No dije nada. Porque, sorprendida con todo lo demás, incluyendo las
facciones aún en progreso y los labios de pescado, se veían como esas
cosas que habían estado creciendo en la Criatura de la Laguna Negra. Casi
exactamente como.
—¿Aletas? —supuse, y me disparó una mirada puramente malvada.
—¡Orejas! ¡En cualquier momento!
—Está bien. —Subí y me senté. Después de un momento, mis dos
sombras también lo hicieron, amontonándose en mi lado opuesto. Como
“inténtame esconderme en tu piel” de cerca. En otras circunstancias,
habría dicho algo, pero como estaban las cosas, solo suspiré. Y asentía
hacia la nube—. ¿Qué está pasando?
—Ya verás —dijo Rosier irritado, obviamente sin ganas de charlar—.
¿La tienes?
Supuse que se refería a la poción.
—Estoy trabajando en ello.
—Trabajando… —cortó, la tez pálida oscureciéndose—. ¿Sabes qué
hora es?
—Voy a hablar con Mircea tan pronto como llegue. —El rubor se
profundizó—. ¡No puedo simplemente convocarlo, Rosier!
Rosier no dijo nada, probablemente por nuestra audiencia. Pero su
371 ceño se intensificó. Y entonces algo golpeó mi regazo.
Miré hacia abajo.
—¿Qué es esto?
—¡Comételo! Empaqué una bolsa llena de suministros, en la que
tuve que sentarme para salvarlos de esa mujer ladrona, pero ¿vas a comer
algo?
Contemplé las ofrendas con una grave falta de apetito. Y no solo
porque parecía que hubiera vaciado en un santiamén el pasillo de
descuentos en una tienda del infierno.
—¿Te sentaste en esto?
—¡Están envueltos!
No comenté nada. Guardé un par de artículos y entregué el resto a
mis compañeros, porque es casi imposible comer y entrar en pánico al
mismo tiempo. Es una de las razones de la comida en los funerales: es
reafirmante.
Y pareció ayudar.
Comí galletas saladas y vi a los Fulanos y Fulanas siendo empujados
en una larga fila desigual frente a las gradas. Estaban de espaldas a
nosotros, pero las expresiones que vi antes de volverse no fueron
entusiastas.
—¿Qué les pasa? —pregunté a Rosier, quien también los estaba
mirando—. No se ven muy felices.
—¿Qué diferencia hay si son felices? Los sirvientes hacen lo que se
les dice.
—¿Tus sirvientes hacen lo que se les dice?
Él resopló.
—Si los miro como un maldito halcón. Pero los míos no son parte de
alguna extraña mente de colmena. Tienen libre albedrío.
—Los vampiros tienen libre albedrío. —Me lanzó una mirada—. Está
bien, es limitado, pero sigue ahí.
—Para los maestros, tal vez —intervino Jules—. Todos los demás
están jodidos.
372 —Sabes que eso no es cierto —le dije.
—Lo que sé es que esto no es queso. —Miró con disgusto un
pequeño paquete de galletas—. ¿Y por qué es pegajoso?
—Hay algunas de mantequilla de maní…
—Esperaré.
El bebé se lo estaba comiendo sin quejarse… por qué, no lo sabía.
No era como si lo nutriera. Pero tal vez la sensación familiar le era
reconfortante. Algo normal y humano en medio de un mundo que era todo
lo contrario.
Decidí que tenía razón y luché con el papel celofán (alguien tenía que
comer las de mantequilla de maní) mientras Rosier fruncía el ceño un poco
más.
—¿Podrías dejar de hablar de bocadillos y decirme a qué te referías?
—preguntó.
Lo miré.
—¿Sobre qué?
—Dijiste que los vampiros tienen libre albedrío, incluso los que no
son maestros.
—Porque lo hacen. Técnicamente, un maestro puede obligar a sus
sirvientes a hacer lo que quiera. Pero tiene que gastar energía para eso,
además, bueno…
—¿Bueno, qué? —Parecía más interesado de lo que había esperado.
—Bueno, hay servicio y luego hay servicio. Es mejor para ellos que
quieran ayudarte, que vean a la familia como parte de todo. De lo
contrario, cuando más los necesites, podrían ser un poco lentos, ¿sabes?
—¿Un poco lentos?
Abrí una galleta para lamer la mantequilla de maní del interior.
—Alphonse, el segundo al mando de la familia de vampiros con la
que crecí, solía contar una historia sobre un tipo llamado Don quien había
tenido un maestro abusivo. El tipo había tenido problemas mentales en
vida, y esos no mejoran exactamente después de la muerte, ¿sabes?
Rosier asintió.
373 —Así que, bueno, Don se cansó de ser golpeado y maldecido todo el
tiempo, así como terminar siendo generalmente el chico de los azotes por
los problemas de su maestro… y su maestro tenía muchos problemas. La
gota que colmó el vaso llegó cuando su maestro cambió a la novia de Don
a otra familia por un tipo duro para ayudar con la seguridad.
—No ayudó con la seguridad.
Jules resopló.
Rosier frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Alphonse conocía a Don porque su maestro estaba en la misma
línea de trabajo no exactamente legal. Chicos así tienen enemigos. Una
noche, no mucho después del incidente de la novia, una emboscada atrapó
al maestro de Don en un callejón y lo destrozaron por completo. Ahora
bien, lleva mucho tiempo matar a un maestro con balas, y los tipos que lo
asaltaron no se iban a acercar más por temor a que pudiera drenarlos. De
modo que, debería haber habido tiempo para un rescate.
—¿Debería haberlo habido?
—Oh, mierda —dijo Jules.
—No lo estropees —dije—. Como sea, el maestro hizo una llamada de
auxilio, y Don cargó obedientemente una camioneta de chicos y se
fueron… por la ruta más jodidamente tortuosa que pudo encontrar, con la
mayor cantidad de tráfico y semáforos posibles. Piensa en esos taxis en
Las Vegas que te llevan por el túnel: te llevarán a tu hotel, pero terminarás
con una factura enorme, teniendo en cuenta que el aeropuerto de hecho
está ahí mismo a la vista del Strip.
—¡Pero el maestro le había dado una orden directa! —Rosier parecía
molesto. Lo cual era extraño, ya que nunca me había parecido un tipo de
persona amante de las reglas.
—Y él obedeció. Pero el maestro había descuidado dar instrucciones
paso a paso, estando un poco ocupado en ese momento, de modo que la
ruta que tomó Don dependía de él. Cuando llegó allí, no quedó nada más
que limpiar el sitio.
Rosier pareció en realidad molesto por alguna razón.
—¿Pero eso no lo puso también en peligro? Tenía la impresión de
que los vampiros pueden extraer energía a través del vínculo sin importar
dónde se encuentren. ¡El maestro podría haber agotado a toda su familia
374 intentando salvarse a sí mismo!
—Pero entonces, ¿quién lo rescataría? —señaló Jules.
Asentí.
—Don seguía diciéndole que estaba llegando allí, que estaba
llegando allí… y lo hizo. Solo que un poco tarde.
Rosier frunció el ceño.
—Esto… complica las cosas.
—¿Complica qué?
—¡La invasión, por supuesto!
Dejé de masticar.
—¿Qué invasión?
—¿Qué quieres decir con qué invasión? Vamos a tener que invadir,
¿no?
—Invadir… ¿qué?
—Invadir… —Me miró incrédulo—. ¿Nadie ha discutido esto contigo?
Sentí mi cara sonrojarse. Había una gran posibilidad de que alguien
había evitado discutirlo conmigo.
—No. ¿Qué vamos a invadir?
—¿Dónde está la base de apoyo para aquellos intentando traer de
vuelta a los dioses? —preguntó—. ¿Ese Antonio tuyo y los otros vampiros
con los que se ha aliado, el maldito Círculo Negro, tus acólitas renegadas,
y quién sabe quién más? ¿Dónde se han estado escondiendo todo el
tiempo?
—Faerie. —Hijo de puta—. El Senado todavía planea invadir —dije,
porque por supuesto que sí.
—Bueno, por supuesto que lo hacen —dijo Rosier—. Nadie gana una
guerra al mantenerse a la defensiva. ¡Tenemos que luchar contra ellos!
Eché un vistazo a la línea de vampiros.
—Y crees que los vampiros serán… ¿útiles?
—No útiles… claves. —De repente se animó—. Un demonio o un
mago sufren una pérdida de poder inmediata y significativa en Faerie, tal
375 como lo hacen los Fey en nuestros mundos. Pero los vampiros no. ¡Un
ejército de ellos podría darle a los Fey algo de qué preocuparse!
—Tal vez —dije, después de haber escuchado este argumento
antes—. Pero incluso si tienes razón, no hay tantos maestros. Y cualquiera
que esté debajo de eso no te hará mucho bien en Faerie. Y hablando de
maestros, el otro bando también los tiene.
—Pero el otro bando no tiene demonios.
—Pero los demonios no pueden entrar en Faerie.
—¿Quién dijo que no podemos?
—Tú dijiste…
—Dije que nuestro poder es limitado allí, lo cual es así, sin embargo
aún podríamos armar un infierno en cantidades suficientes. Pero, ¿y si
pudiéramos entrar en Faerie… sin entrar en Faerie?
Jules y yo intercambiamos una mirada.
—Piénsalo —dijo Rosier—. Los vampiros son seres mágicos, pero no
usan magia: no arrojan hechizos o lo que sea que hagas. Simplemente lo
son, y lo que son está respaldado por la energía vital que absorben de los
demás. Si los alimentamos lo suficiente, simplemente seguirán adelante.
Como los conejitos de Energizer. Tanques de conejitos de Energizer.
Tanques de conejitos de Energizer llenos de demonios.
—Oh, Dios mío —dijo Jules.
—¿Qué? —pregunté, bastante segura de haber escuchado mal.
Pero Rosier asintió con entusiasmo.
—La idea es que tus vampiros sirvan como alojamiento para algunos
de nuestros demonios más fuertes. Se cargan, se envían y simplemente
derriban al enemigo. ¡Y terminamos con esto de una vez por todas!
Lo miré. Su cara estaba sonrojada, sus ojos brillando; parecía un
tipo que acababa de ver a Dios. O, como era Rosier, a un tipo que fuera
realmente, de verdad, supremo. También sonaba drogado.
—¿Qué?
Parte del brillo se desvaneció.
—Podría funcionar.
—No. —Sacudí mi cabeza lo suficientemente fuerte como para azotar
376 mi cabello—. No, no puede.
—¿Y por qué no?
—¿Por qué no? Por un lado, si tu poder no funciona en Faerie,
entonces no funciona. ¡Ya sea que vayas solo o con algunos vampiros no
cambia eso!
—Pero no funcionará en Faerie —dijo con impaciencia—. Funcionará
en los vampiros. Y como los vampiros son inmunes a los efectos de ese
terrible lugar, también deberíamos serlo, siempre y cuando
permanezcamos dentro de ellos. Eso es lo que es una posesión: una fusión
simbiótica con otro. Recibimos su inmunidad…
—¿Y qué obtienen ellos? —interrumpió Jules.
—Depende del tipo de demonio con el que terminen —dijo Rosier,
frunciendo el ceño—. Pero al menos, podemos hacerlos más fuertes de lo
que ya son, más rápidos, más resistentes, más mortales…
Jules puso los ojos en blanco.
—Pero los vampiros se alimentan de sangre —dije—. Y no la
variedad Fey. Y solo los maestros pueden sacar lo suficiente de la familia
para mantenerse en combate. —Era una de las razones principales por las
que Mircea había querido que le convirtiera un ejército de maestros. Los
viejos vampiros regulares, que el Senado tenía en abundancia, morirían de
hambre en Faerie.
—Los vampiros se alimentan de energía vital —corrigió Rosier—.
Simplemente la obtienen a través de la sangre. Ese es su conducto, como
la lujuria lo es para mi especie. El método no es importante: la energía sí
lo es. Y con mi gente alimentándolos directamente, no necesitarán un
conducto, ¿verdad?
—Pero… pero los espíritus se manifiestan con cuerpos en Faerie —
dije, porque esto estaba empezando a sonar extrañamente posible—. No sé
si eso funciona con espíritus que ya están dentro de uno, pero si
funciona…
—No lo hace. Adra lo probó ayer, con la ayuda de su Senado —dijo,
hablando sobre el jefe del consejo supremo de los demonios—. Fue un
viaje muy corto, pero nadie explotó.
—¿Explotó? —preguntó Jules débilmente.
—¿Ayer? —repetí.
—Cuando nos aliamos con alguien, no perdemos el tiempo —dijo
377 Rosier con orgullo—. Tu gente ha estado… bueno, francamente, no sé lo
que han estado haciendo. Pero en caso de que no lo hayas notado,
estamos bajo asedio. ¡Y las personas dentro de los muros de un castillo,
frente a un enemigo determinado, no se quedan sentados esperando a que
el enemigo encuentre la manera de entrar! Los muros te hacen ganar
tiempo; los buenos te dan mucho tiempo. Y por mucho que la desprecie, tu
madre construyó un maldito buen muro. Pero no durará para siempre.
—¿Explotó? —preguntó Jules, otra vez.
El bebé vampiro comía galletas ferozmente.
Simplemente me senté allí, dándome cuenta que me habían
engañado.
—Casanova… toda la cosa con él, fue una trampa, ¿no?
Estaba hablando de una contienda hace dos días, entre el gerente de
hotel más llorón del mundo, quien también resultaba ser el único vampiro
poseído por demonios del mundo, y un monstruo de literalmente los pozos
del infierno. Adra lo había preparado, supuestamente para castigar a
Casanova por una infracción de la ley demonio.
O bien, para saber si un guerrero híbrido podría funcionar en
realidad.
—Llámalo una prueba —dijo Rosier, al ver mi cara.
—Casanova cas fue asesinado.
—¿Y qué crees que pasara con nosotros? ¡No podemos seguir
teniendo que ganar todas las batallas solo para mantenernos en un punto
muerto! Esta es la mejor oportunidad que cualquiera de nuestra gente va a
tener…
—Pero hay formas de hacer las cosas. ¡No solo vendes tu propio
bando!
—Sí, como enviar un vampiro a través de un portal, con un demonio
adentro —dijo Jules, bajo y enojado.
—¡Uno que podría manifestar un cuerpo y destrozarlo!
—No murió —dijo Rosier, lanzando una mirada irritada a Jules—.
Ninguno de los dos murió…
—¡Pero podrían haberlo hecho! —dije, porque todavía no entendía
esto.
—La gente muere en la guerra todo el tiempo —me dijo,
378 demostrando mi punto—. Pero mucho menos lo harán de esta manera. Y
los vampiros no solo son útiles como tropas. El reconocimiento es fácil
cuando no tienes que respirar, latir o mostrar otros signos de vida, a
menos que elijas hacerlo. Y luego está el transporte, para aquellos que
demuestren ser capaces…
—¿Transporte?
—Eso es lo que discutíamos Adra y yo cuando nos interrumpiste
hace unos días, o cuando fuera. No puedo decir más. Pero si un vampiro
puede llevar a un pasajero, por así decirlo, ¿por qué no dos? ¿O cien? ¿O
mil?
—¿Mil?
—De acuerdo, probablemente no miles. Las posesiones de ese tipo
tienden a terminar… extrañas.
—Imagínate —dije, mi cabeza tambaleándose.
—Pero cien es ciertamente…
—¿Y cómo van a ayudar estos “pasajeros” cuando están atrapados
dentro de un cuerpo? —preguntó Jules, inclinándose hacia adelante.
—¿Por qué atrapados? —preguntó Rosier enojado—. ¿Hay algún
espíritu atrapado? Un vampiro puede transportar a todo un escuadrón de
demonios, sin que nadie se de cuenta. Como una versión con colmillos de
un caballo de Troya. Entra en una fortaleza y oye, listo. Ejército
instantáneo.
—Pero ¿cómo vuelven a salir? Una vez que son corpóreos, no pueden
volver a subir al tanque, ¿verdad?
—No. Lo que les da un muy buen incentivo para acabar con el
objetivo propuesto, ¿verdad? —preguntó Rosier malvadamente—.
Necesitarán su portal para regresar a la Tierra. Además, mientras estén
residenciados, por así decirlo, pueden darle al vampiro miles de años de
información, tácticas, estrategias, consejos…
Y un dolor de cabeza punzante, pensé vertiginosamente.
—… es perfecto.
—No es perfecto —dije.
—Es perfecto si hacen lo que se les dice. Sin embargo, lo que me
acabas de decir es problemático. Tendré que avisarle a Adra…
379
—Puedes hacerle saber algo más mientras lo haces.
—¿Cómo qué?
—Como que a los vampiros no les van las posesiones.
—No les van —coincidió Jules—. En serio, de verdad, no les van.
—¡El Senado parece pensar lo contrario! —espetó Rosier.
—El Senado puede pensar lo que quiera —dije—. ¿Pero recuerdas a
Don? Los vampiros no son robots. ¡No puedes simplemente ordenar a un
montón de ellos que se carguen con demonios, entren en Faerie y jodan
todo! ¡Ah, sí, y si fallan, están varado allí para siempre porque no hay
forma de sacarlos!
—Sí, podemos.
Me recosté.
—Bueno, está bien, puedes. Y tal vez podrías grabarlo para mí…
—¡Maldita sea! —Rosier se volvió hacia mí—. Casanova, ¡el pequeño
bastardo llorón! Estuvo poseído durante siglos sin efectos nocivos. ¡En
todo caso, Rian fue quien lo creo!
Rosier estaba hablando de la novia de Casanova, o su súcubo, en
cualquier caso. Cuando se conocieron, Rian acababa de dejar a su
segundo anfitrión, el famoso playboy italiano, y estaba buscando a su
tercero. Y había estado mirando cuidadosamente.
Los íncubos en la Tierra se limitaban a tres anfitriones antes de que
tuvieran que regresar a casa para dejar espacio a otros demonios
hambrientos. El consejo de demonios había impuesto los límites para
evitar la sobrealimentación, y no había forma de evitarlos. Tres golpes, eso
era todo, y ella estaba en el último. Necesitaba hacer que contara.
Y lo hizo.
Casanova, quien era conocido como Juan Carlos antes de adoptar el
nombre de su antiguo anfitrión, había sido el vampiro recién creado que
ella había propuesto. Desde su perspectiva, tenía sentido: él
probablemente sobreviviría al humano promedio, posiblemente por siglos.
Siglos en los que ella podría seguir acumulando energía mucho después de
que sus compatriotas se fueran a casa. Desde la perspectiva de él, estaba
consiguiendo la compañía de una dama encantadora, quien le enseñó a
cómo conseguir aún más damas encantadoras, junto con prácticamente
380 cualquier otra persona que lo cautivara. Simplemente no había sabido una
cosa.
—A los vampiros no les van las posesiones —repetí—. Casanova era
demasiado joven para saberlo, pero los vampiros de los que hablas no lo
son. No es probable que se abran al control de alguien, o algo, incluso por
una guerra. Y si crees que lo harán, no los conoces muy bien.
—No los conozco, aparte de Casanova, y he deseado con frecuencia
no haberlo conocido —dijo Rosier—. Pero el Senado sí. ¡Y piensan que
funcionará!
—Tendré que verlo.
—Estás a punto de hacerlo —me dijo, y levantó la vista.
Hacia la nube de demonios, ahora buceando por encima de la línea
de vampiros de aspecto horrorizado.
—¡M ierda! —gritó Jules cuando yo me agaché, Rosier
sonrió, y el bebé simplemente se sentó allí,
derramando migas de sus labios repentinamente
flojos.
Pero los otros vampiros no estaban tan paralizados. Las señales de
nerviosismo que había visto antes habían sido controladas, por orgullo o
temor de sus amos. Pero eso los rasgó.
Rompieron las filas y corrieron, luchando en todas direcciones
diferentes. Hasta que estallaron las llamadas en auge, ordenándolos de
nuevo en línea. Y dándole a Rosier una muy buena mirada a la estrategia
de Don en acción.
Porque nadie había recordado decir en dónde debía estar esa línea.
381
El resultado fue un grupo de estrepitosos increíblemente
organizados, quienes se realinearon solo para alejarse de nosotros en una
bonita línea recta, a pesar de que algunos todavía gritaban. Y destrozando
la pesada puerta de metal como si fuera papel de seda, antes de pisotear a
los vampiros que luchaban afuera. Hasta que sus amos les ordenaron que
volvieran, lo que resultó en un claro cambio de actitud, pero sin
desaceleración.
Y los vampiros apurados pueden moverse. La sección de los
maestros en sí terminó arrollada un segundo después, casi lo
suficientemente rápido como para provocarme un latigazo cervical, las
gradas derrumbándose, las personas maldiciendo, los demonios volviendo
a flotar por encima. Y si una nube podía parecer desconcertada, así es
cómo debía verse.
Parecía que les habían hecho creer que esto sería más fácil.
Me volví hacia Rosier.
—Dijiste que Rian lo creo…
—¿Qué?
—A Casanova. Dijiste que Rian lo creo. ¿Qué quisiste decir?
Me dijo.
Me puse de pie.
—¿A dónde vas? —preguntó Jules, agarrando mi brazo.
Solo que parecía haberle crecido dos manos izquierdas.
Miré hacia abajo para ver que el bebé también se había prendido a
mi brazo. Sus grandes ojos castaños, aún más grandes por las gafas,
lucieron suplicantes. Todavía no podía hablar, aunque la idea igual se
reflejó claramente.
—No voy lejos —dije.
—Iremos contigo —ofreció Jules, incluso mientras miraba la puerta.
Que estaba completamente abierta y colgando de sus goznes.
—Puedes irte si quieres —dije—. Los dos…
—No si vas a quedarte.
—Ya no eres mi guardaespaldas, Jules —le recordé, porque no
necesitaba otra repetición de la escena de afuera.
382 —¡Sé eso! Pero hay cosas que no sabes sobre los vampiros. Lo sé,
creciste con uno. Pero Tony no era senador. Podrían intentar engañarte.
Puedo ayudar.
El bebé asintió con entusiasmo; por qué, no tenía idea. Quizás
porque no quería quedarse atrás con Rosier. Suspiré.
—Entonces, vengan.
El Senado había estado parado al otro lado del gimnasio, supongo
que para tener la mejor vista. Había estado un poco abarrotado cuando
llegué, lleno de senadores y una variedad de lacayos. Ahora eran mucho
menos, ya que varios de estos últimos estaban ayudando a recuperar a
sus hijos rebeldes. Eso me hizo más fácil encontrar una cara familiar.
Bueno, algo familiar.
Como de costumbre, tenía la cualidad de pudín indescriptible del
peor glamour del mundo en todas partes: redondo, rubio y sin
pretensiones. Su dueño seguía haciendo lo del Señor Cabeza de Papa,
probando cosas diferentes (una hendidura, un bigote, o para la versión
actual, hoyuelos) para disfrazarlo. Nada de eso ayudaba. Aún se parecía a
lo que era, una fachada más o menos humana para cubrir la cosa para
nada humana en su interior. La cosa para nada humana que, sospechaba
fuertemente, me llevaría al resto de la locura si la viera, así que estaba
contenta con el pudín.
Sonreí.
Adra, mejor conocido como Adramelech, sonrió más y extendió un
par de cálidas manos para tomar la que le ofrecí.
—Pitia, qué afortunados. Justo estábamos hablando de ti.
—Qué lindo —dije, sonriendo a Kit Marlowe, de pie a la izquierda del
demonio, quien definitivamente no devolvía la sonrisa.
El espía principal del Senado lucía un poco desaliñado, lo cual no
era un mala aspecto para él. Rizos castaños despeinados, una perilla que
necesitaba rebajar un poco, un arete dorado resplandeciendo en una oreja
y una camisa de vestir blanca arrugada, solo abotonada en su mayoría,
dejándolo a medio camino entre el chico malo del Renacimiento y el
Capitán Jack Sparrow. Solo que ambas versiones eran más divertidas.
—Tal vez deberíamos posponerlo —murmuró, a su otra compañera,
no tan maravillosamente sonriente. O para ser exactos, su compañera
frunciendo el ceño ligeramente molesta, que aun así lograba que se viera
383 bien.
La cónsul del Senado de Vampiros de Norteamérica era una belleza
de piel dorada, ojos almendrados y cabello oscuro con una afición por el
vestido completamente exagerado. Hoy lo había atenuado, tal vez en
consideración al estado de su casa, a un cosplay de Indiana Jones que
consistía en unos pantalones ceñidos de cuero marrón, botas a juego, una
“blusa” de seda blanca revelando más de lo que cubría, y dos enormes
pendientes de diamantes en las orejas… como en, las estrellas de
Hollywood tenían anillos de compromiso más pequeños. Porque no
podíamos llevar esta cosa campesina demasiado lejos, ¿verdad?
—¿Mircea está aquí? —pregunté a Marlowe, ya que era un poco más
probable que recibiera una respuesta de su parte.
—Estaba retrasado. Asunto familiar. Estará aquí en breve.
—Gracias. —Miré a Adra—. ¿Podríamos tener unas palabras?
—Ciertamente.
Nos movimos a un lado.
—¿Puedes hacer un hechizo de silencio?
—Creo que puedo manejarlo.
Sentí que se cerró detrás de nosotros, pero le di la espalda a
Marlowe por si acaso. Alcé la vista, y encontré a Adra totalmente
inexpresivo. Lo suficiente como para dejarme parpadeando, y mirando a
algo completamente como una máscara, sin signos de vida.
Lo que le dio a las facciones indescriptibles y levemente agradables
la cualidad de una muñeca en una película de terror a medida que se gira
lentamente para mirarte.
—Mis disculpas —dijo cuando la vida volvió a la máscara—. Ese es el
problema con el glamour, si no eres humano. Tienes que recordar
animarlos todo el tiempo. De lo contrario, solo… se queda ahí.
Sí, porque no había rasgos humanos debajo a lo que adherirse,
¿verdad?
Me lamí los labios.
—¿Me ayudarás, si te ayudo?
La cabeza rubia se inclinó.
—¿Ayudarme cómo?
384 —Hacer que los vampiros hagan lo que quieres. A aceptar la
posesión.
—¿Y a cambio?
—Quiero que Mircea esté protegido. Y tú también lo quieres —añadí
rápidamente—. A los vampiros no les gusta más que discutir. Si él muere,
podrían pasar semanas, incluso meses, debatiendo sobre un sucesor.
Podría descarrilar toda la guerra.
—¿Y por qué iba a morir?
—La gente muere en la guerra por todo tipo de cosas. Incluso sus
propios aliados.
—Puedo asegurarte que mis demonios no…
—No, tus demonios no lo harán.
Sus dos cejas pálidas se arquearon. No parecía haber pensado en
ello, dejándolas en las simples medias lunas del glamour, pero aun así,
lograron transmitir sorpresa. Y una pregunta.
—Quiero a dos de tus hombres más fuertes como sus
guardaespaldas personales —dije—. No tiene que saberlo. Probablemente
sería mejor si no lo supiera. Pero definitivamente necesitan vigilarlo todo el
tiempo.
—¿Incluso cuando está con amigos? —Los pálidos ojos se
levantaron, para fijarse en el nudo de personas detrás de nosotros.
—Especialmente cuando está con amigos.
Adra sonrió, un breve temblor de sus labios falsos.
—Qué así sea.
Regresamos al grupo. Los vampiros habían sido sacados de las
gradas derrumbadas, y estaban dando vueltas alrededor, luciendo
miserables. Y probablemente teniendo unos buenos sermones mentales de
los maestros a quienes acababan de avergonzar, porque, por supuesto, eso
era lo más importante. Entre el grupo senatorial más pequeño, se siguió
hablando.
Lo cual se detuvo cuando nos acercamos.
Adra les sonrió.
—A Cassie le gustaría abordar nuestros asuntos.
385
—¿Por qué? —preguntó Marlowe de inmediato.
—Para ayudar con nuestra desafortunada brecha de entusiasmo.
—¿Estás diciendo que ella puede arreglar esto? —exigió un maestro
de aspecto hostigado. Era alto, asiático y atractivo, un clon de Chow Yun-
Fat, si Chow fuera más joven y tuviera un elegante tatuaje de tigre
merodeando por su rostro. Como coincidía con los de dos de los vampiros
que ahora instalados en otra sección de gradas, supuse que tenía su
pellejo en el juego. Sus muchachos estaban ajustando los puños de sus
trajes finamente confeccionados, intentando verse relajados, tranquilos y
más recompuestos que el resto.
Lo que podría haber sido más fácil si no hubieran huido
aterrorizados.
—Estoy diciendo que los vampiros nuevos son nuevos —dije,
obligándolo a tener que dirigirse de hecho a mí—. He estado observando a
los bebés chocar contra las paredes durante la última hora porque todavía
están intentando ver de la forma humana. Ni siquiera saben cómo
funcionan sus ojos. Estos tipos no son tan malos, pero aún están mucho
más cerca de lo que eran que de lo que serán.
—¿Qué significa eso? —preguntó.
—Que los maestros a tu nivel no han sido humanos en tanto tiempo,
que han olvidado lo que se siente. Pero ellos no lo han hecho. ¿Quieren
que superen su miedo y hagan lo que quieren? ¿No a regañadientes, sino
totalmente dispuestos? Entonces trátenlos como lo harían con un
humano.
—¿Y?
—Denles un incentivo.
Nadie dijo nada más, así que tomé eso como un sí y caminé hacia los
vampiros. No parecieron felices de verme. Por supuesto, justo en este
momento dudo que hubieran sido felices por mucho.
Por eso habría preferido hacer esto más tarde, después de que
hubieran tenido la oportunidad de calmarse. O para llevarlos a otro lugar,
donde sus amos no les estarían mirando con dagas todo el tiempo. Pero no
tenía un “más tarde”, y no solo por mi propio horario.
Sino porque era casi el amanecer.
Y aunque los vampiros más viejos podrían no tener la cabeza tan
confusa y lenta como la variedad infantil, aun así los afectaba. Ya podía
386 verlo en algunos de los más jóvenes, en los golpeteos de sus pies
nerviosamente, los movimientos bruscos y las miradas agitadas… aunque
eso último podría haber tenido algo que ver con la horda flotante. No
estaban justo encima de nosotros. De hecho, parecía que se habían
retirado un poco más, posiblemente ante las órdenes de Adra. Pero
llamaban la atención.
A diferencia de mí. Pocos de los vampiros incluso me estaban
mirando, y cuando lo hicieron, sus ojos no se demoraron. ¿Y por qué
deberían hacerlo? Tenían problemas más grandes que una chica descalza
que estaba casi tan nerviosa como ellos.
Pero Adra solo cumpliría su palabra si yo cumplía la mía. Así
funcionaba el mundo; nada era gratis, nada nunca era gratis. Y no podía
dejar que Mircea entrara en Faerie sin protección.
No si quería verlo salir otra vez.
Me aclaré la garganta.
—Hola —dije—. Soy Cassie.
No fue tan malo como los vampiros en la puerta; algunos de ellos,
especialmente los de la primera fila, escucharon cortésmente… o fingieron
hacerlo. Probablemente porque cualquier cosa era mejor que lo que
estarían haciendo de otra manera. Pero el resto hablaba en voz baja, o
miraba a sus amos, o miraba subrepticiamente a una salida cercana,
como si todavía planearan salir corriendo.
Conocía el sentimiento.
Pero, en cambio, me concentré en la puerta, una que no había visto
antes, escondida entre dos juegos de gradas. Y la simple silla de madera
que estaba junto a ella. A la cual un segundo después me estaba
sentando, porque sí. Eso se sintió mejor.
Alcé la vista, y de repente encontré muchos más ojos sobre mí.
Me tomó un momento. Y luego me di cuenta: la mayoría de los
vampiros no eran mis guardaespaldas sufridos, y no estaban
acostumbrados a mis desplazamientos. O a cualquier cosa que pensaran
que acababa de hacer para que una silla apareciera de la nada.
Un accidente afortunado, pero lo aceptaría.
—Hola —dije nuevamente, un poco más fuerte—. Soy Cassie. La
Pitia nueva.
387 Y, bueno, parecía que algunas personas habían leído el periódico.
Otros claramente no lo habían hecho, o de lo contrario se habían perdido
la edición de hoy, porque parecían un poco confundidos. Pero al menos
tenía su atención.
Ahora tenía que conservarla.
—Primero, quiero asegurarles que nadie los va a obligar a hacer
nada. Pueden irse si quieren, sin repercusiones.
Hubo una agitación infeliz detrás de mí mientras los vampiros al
frente solo me miraban sin comprender.
—Es verdad —dije—. Una fuente acreditada me acaba de informar
que las posesiones forzosas rara vez tienen éxito y, a menudo, hacen más
daño que bien… a ambas partes. Si no están de acuerdo con esto, no será
de ninguna utilidad.
Más de ellos se miraban el uno al otro, y a sus amos, pero nadie se
levantó. Probablemente siéndoles dicho mentalmente que se queden. El
Senado siempre había pensado que podía ordenarle a cualquiera que
hiciera algo, y la mayoría de las veces era cierto. Pero no esta vez.
Miré por encima de mi hombro.
—¿Me informaron mal? —pregunté a Adra.
—Oh, no —respondió—. Una posesión perfecta, siempre he pensado,
es como un matrimonio. Requiere compromiso para que funcione. De
ambas partes.
—Entonces, ya ven la situación —dije, volviendo a los vampiros—.
Nadie puede obligarlos a hacer esto; ni sus maestros, ni siquiera ustedes.
Aún si lo intentaran, pero no pudieran comprometerse completamente, no
funcionaría. Así que, sí. Si no quieren estar aquí, pueden irse.
Algunos de los conejillos de indias más viejos mantuvieron la cara en
blanco adecuada de un vampiro hablando con un humano, pero muchos
de los más jóvenes mostraban señales serias de alivio. Varios estaban
sonriendo abiertamente, y el pequeño chef gordo en la fila de atrás estaba
casi vibrando. Una chica negra al final de la primera fila se puso de pie de
un salto, sacudiendo sus trenzas y mirando desafiante a alguien detrás de
mí.
Seguramente pagaría por eso más tarde, pero no pareció que le
importara demasiado.
—Sin embargo, me gustaría hacerles primero una pregunta, si
pudiera —dije, y la vi fruncir el ceño. Pero al menos no salió corriendo—.
388 ¿Alguno de ustedes conoce a Casanova… el gerente general del Dante?
Intercambiaron miradas y algunas manos se elevaron.
—Aquellos de ustedes que no pueden preguntar a los demás.
Quisiera que aquellos de ustedes que lo han conocido dejen que asimilen
esto por un momento: Casanova es un maestro de tercer nivel.
Nadie dijo nada, pero varios de ellos parpadearon.
Sí, ellos lo conocían.
—Déjenme repetir eso —dije—. Tercer. Nivel. Casanova, el chico con
la colección de gemelos más grande del mundo. Casanova, quien manda
hacer su colonia especialmente para él en Italia, porque dice que los
aromas estadounidenses lo aturden. Casanova, quien una vez se tomó una
tarde entera porque accidentalmente bebió champán a precio reducido.
Casanova, quien está casi seguro que salió con Marilyn Monroe una vez,
solo que en realidad era una prostituta travesti llamada Carl y nadie tiene
el corazón para decírselo. Casanova, quien por todos los derechos nunca
debería haber sido maestro, pero quien lo hizo más rápido que muchos
que eventualmente pasaron al primer nivel. ¿Y saben cómo?
—Pertenece a Lord Mircea —dijo un vampiro de piel oscura en la
primera fila, con aspecto envidioso. Me pregunté quién era su maestro.
Alguien que no era senador, probablemente.
—Bueno, sí —coincidí—. Pero eso es reciente. Originalmente tenía a
un tipo llamado el Gordo Tony por maestro. Mircea hizo a Tony, es cierto,
pero sabes que el poder adquirido no siempre se hereda. ¿Alguien más?
—Viene de una familia numerosa. —Esa fue una mujer con un
cabello más rizado que el mío, casi un afro rubio.
—Buena suposición; cuanto más grande, mejor, circula más poder
para que todos compartan… a menos que su maestro sea conocido como el
Gordo Tony, en parte porque no le gusta compartir. Y el propio grupo de
Casanova es de tamaño normal. La mayoría de ellos trabajan en la
seguridad del Dante.
Un vampiro asiático, uno sin el tatuaje del tigre, levantó la mano.
—Tiene un demonio. No, es verdad… —dijo mientras otros hacían
varios ruidos.
—Ding, ding, ding. Tenemos un ganador. Tiene un demonio. Se llama
389 Rian. Oh, sí, vienen en versiones femeninas —dije cuando varios de los
ojos de los chicos se abrieron por completo—. Y es todo un personaje. Lo
escogió cuando él era tan nuevo, tan joven, tan confundido, recién sacado
de la tumba, que no sabía que a los vampiros no les van las posesiones. No
tenía ni idea. Y ella era ardiente, y le dijo que podía enseñarle cosas…
—Apuesto que sí —dijo uno de los chicos, hasta que su vecino le dio
un codazo.
Pero sonreí. Era bueno ver que algunos de ellos ya no lucían tan
traumatizados. Había tenido suficientes vampiros traumatizados para
durarme todo el día. Y no era como si de hecho tuvieran algo de qué
preocuparse. Adra quería que esto funcione; no habría traído a nadie de
quien no estuviera seguro.
—Lo hizo —le dije al tipo, quien parecía un amante latino por sí
mismo—. Tomó a un pobre muchacho de granja, sin parientes, sin
conexiones, ni siquiera un maestro decente, y lo convirtió en una estrella.
También hizo algo más, porque, ¿mencionaron esto? ¿Se los dijeron?
—¿Decirnos qué? —preguntó el clon de Casanova.
—Cuando un demonio posee un cuerpo, parte de su poder se filtra a
ese cuerpo. Quiero decir, ese es todo el punto, ¿verdad? ¿Desde la
perspectiva de sus maestros? ¿Que de repente se conviertan en súper
vampiros? Bueno, lo vi suceder. Hace solo unos días. Casanova se metió
en el duelo de todos los duelos, y como él mismo les dirá: es un amante,
no un luchador. De ninguna manera iba a salir de allí. Pero entonces Rian
lo poseyó, y de repente, no solo ganó, sino que terminó impugne. Pero por
el poder de ella, su conocimiento, no el de él…
—¿Y cuándo ellos se van? —preguntó la chica negra que había sido
la primera en ponerse de pie. Estaba parada a un lado de las gradas, con
los brazos cruzados, lejos de comprar la historia—. ¡Entonces estamos de
vuelta donde empezamos!
—¿Lo están? Casanova no lo estaba. Ahora, es cierto, no pasó nada
de la noche a la mañana; tiene casi cuatrocientos años. Pero bueno,
tampoco se convirtió ayer en maestro. Y su demonio… bueno, no quiero
herir ningún sentimiento, pero los íncubos no son conocidos por ser los
demonios más fuerte, y Rian ni siquiera era el íncubo más fuerte, o
súcubo, en su caso.
La chica frunció el ceño, como si esto fuera algo nuevo para ella.
—Entonces, ¿estás diciendo que su poder se filtró… y se quedó en
él?
390
—Estoy diciendo que cada vez que ella recibió un golpe, él también
lo hizo. Comparten un cuerpo… o lo hicieron; ella se ha vuelto ahora lo
suficientemente poderosa como para hacerlo propio. Pero aún cuando ella
estaba en su interior, él captó parte del poder que estaba generando. Y con
el tiempo, se acumula. Por supuesto, si tienes más demonios involucrados,
o si son más fuertes, o si están usando mucho más poder del que se
necesita para seducir a alguien… digamos, como en una guerra… bueno,
la persona en cuestión podría no tener que esperar tanto.
—Estás diciendo que podríamos ser maestros —dijo la chica
bruscamente, dando medio paso hacia mí—. ¿Es eso?
—No prometo nada. Les estoy diciendo cómo funciona. Algunas
personas tienen el impulso, la determinación, la…—Me detuve, porque la
conversación había estallado en todas partes. La mayoría de los vampiros
no parecían ser de las mismas familias, por lo que no podían comunicarse
mentalmente entre sí, al menos no todavía. Ese era otro beneficio del
maestro, uno que probablemente se habrían preguntado si alguna vez
verían.
Y que actualmente estaban compensando con gritos.
—¡Cállense! —les dijo, y por asombro, lo hicieron. Me miró con una
expresión feroz. Pero su voz fue sorprendentemente cortés cuando dijo—:
Por favor, continúa.
—Um, solo decía que no hay garantías. Parte de lo que constituye un
maestro es el poder, claro, ¿pero el resto? —Me encogí de hombros—. Su
suposición es tan buena como la mía. Algunos pueden aferrarse al poder
que se les presenta; algunos no pueden. Pero lo que esto les da —le dije a
ella, y al resto de ellos, ya que la mayoría de ellos me estaban mirando
ahora—, es la oportunidad de averiguarlo.
—¿Y si descubrimos que no lo somos? —preguntó un tipo alto y
delgado, con una cara que era principalmente nariz—. Me refiero a que,
¿no estamos hechos para eso?
Me encogí de hombros.
—Entonces no lo eres. Algunos disfrutan de una vida de servicio… —
Hubo una explosión de sonidos burlones de diferentes partes de la
multitud, pero el tipo delgado no fue uno de ellos—, y no hay nada de malo
en eso —añadí—. Aquellos que piensan así probablemente no deberían
seguir. Y seamos claros: no todos los que vayan regresarán como un
391 maestro. Casanova tardó doscientos años en alcanzar esa marca, incluso
con la ayuda de Rian…
—Pero podríamos reducir el tiempo. ¡Podríamos ahorrarnos mucho
tiempo! —Ese fue Latin Lover nuevamente, luciendo mucho menos amante
y mucho más letal de repente.
—Podrías —concordé—. Algunos de ustedes incluso podrían llegar
hasta el final; otros podrían acelerar el proceso por sí mismos
considerablemente. Pero algunos podrían obtener muy poco, incapaz de
retener el poder a su disposición. Y algunos… morirán.
La multitud de repente volvió a quedarse callada. Parecía que todo
esto era nuevo para ellos, como si nadie les hubiera hablado en absoluto.
Y probablemente no lo hicieron. Sus maestros seguramente los habían
ordenado a venir aquí como muchos conejillos de indias, sin posibilidad de
decir que no, sin posibilidad de decir nada. Porque, ¿quién les daba voz?
—He visto parte de lo que los Fey pueden hacer en batalla —dije—.
Los demonios nos dan una ventaja: los Fey no los conocen como nos
conocen a nosotros, tampoco pueden predecirlos. Pero no va a ser una
pelea fácil. Cualquiera que sea el poder que consigan, ganarán. Pero…
Me detuve por un momento, intentando encontrar las palabras
correctas. No esperaba hacer esto, no había venido preparada. Pero estaba
segura que no importaba. No necesitaban un discurso bonito; necesitaban
la verdad.
Y se la merecían.
—No estamos haciendo esto por las razones habituales —dije—. No
vamos por el poder, la riqueza o… o cualquier ventaja en absoluto.
Estamos haciendo esto porque, si no lo hacemos, no vamos a tener que
preocuparnos sobre quién es maestro y quién no. He visto a las criaturas
con las que estamos luchando, y no les importa si son un bebé, un
maestro o un senador. Es lo mismo para ellos. Nos odian por igual y nos
matarán por igual, a menos que encontremos una forma de luchar contra
ellos. Eso es lo que estamos haciendo hoy. Por eso estamos aquí.
—Y en realidad podría venirnos bien tu ayuda.

392
—Buen discurso —dijo Jules, cuando me reuní con él.
—¿Pero funcionó?
—Creo que convenciste a algunos de ellos. —Miró por encima de mi
cabeza a los vampiros, quienes habían estallado en una conversación tan
pronto como me fui—. Lo estabas haciendo mejor hasta que te metiste en
todo lo relacionado con la muerte.
—Si los dioses regresan, no importará si estamos aquí o en Faerie.
Tienen que saber eso.
Me miró con sus ojos azules, arrepentidos.
—Desafortunadamente, esa es la cuestión de la renuncia inminente.
La gente tiende a no tomarlo en serio hasta que es, ya sabes, inminente.
393
Asentí, porque tenía razón, y luego tuve que parar para sofocar un
gran bostezo.
Me miró fijamente.
—Parece que te vendría bien algo de cafeína.
—¿Hay café? —pregunté esperanzada, intentando ver qué tenían en
las mesas que estaban usando como barra.
—No tienes tanta suerte. Aunque, hay una máquina de Coca-Cola al
final del pasillo. —Asintió hacia la puerta.
—¿La cónsul tiene una máquina de Coca-Cola?
—A los humanos nos da sed.
—¿Y te hace pagar por las tuyas?
Él rio.
—Ya sabes. ¿Tienes alguna preferencia?
Sacudí mi cabeza.
—Cualquier cosa está bien.
Se fue y volví a Adra, quien se había encaramado en un banco en las
gradas para observar cómo los vampiros y los maestros discutían. Parecía
que, después de todo, los demonios se habían molestado en darles
Posesión 101; simplemente no se habían comunicado entre sí. Ahora se
estaban comunicando, y el resultado era… en serio raro.
Nunca antes había visto tantos vampiros jóvenes hablando con sus
amos, tanto en voz alta como en público. Y por la mirada de sorpresa en
algunos de los maestros, tampoco ninguno de ellos. Pero la dinámica de
poder habitual no estaba en juego aquí. Los maestros, incluso aquellos a
nivel del Senado, no podrían obligar a sus sirvientes en esto, dejándolos en
la posición inusual de tener que persuadirlos.
Y apestaban en eso.
Adra pareció estar de acuerdo.
—Parecen estar teniendo algunos problemas con sus sirvientes —
murmuró.
—Eso es lo que pasa cuando das órdenes por cientos de años.
Olvidas cómo hacer cualquier otra cosa.
394 Sonrió levemente.
—Creo que Lord Mircea podría recordarlo.
—Con suerte, estará aquí pronto. —Al Senado en serio le vendría
bien sus habilidades diplomáticas en este momento. Miré a Adra—.
Mantenerlo cerca parecería un buen movimiento, si vas a necesitar su
habilidad persuasiva.
Las cejas subieron por la frente otra vez.
—¿Esa es una forma indirecta de preguntar si tenemos un trato?
—¿Y si es así?
—Veamos cómo se desarrolla esto —respondió, sus divertidos ojos
grises encontrándose con los míos. Y entonces se estrecharon, cuando
captó mi expresión—. ¿Hay algo más?
Asentí.
—Una pregunta… sobre la posesión. Pensé… —Me detuve. Pero
luego seguí, porque si sonaba estúpida o no era el menor de mis
problemas en este momento—. Pensé haber visto a Ares en la explanada
esta mañana, poseyendo a un mago.
—¿Un mago?
—El líder. El que estaba reuniendo a las tropas.
—¿El que tú misma poseíste?
No me molesté en preguntar cómo lo había sabido. Tres de sus
criaturas habían estado allí.
—Sí.
—Y cuando entraste en él…
—Encontré a alguien más allí. Me atacó, y apenas escapé. Y después
lo volví a ver, esta tarde…
—¿Otra vez? —Eso fue más agudo—. Me dijeron que el mago estaba
muerto.
—No en el mago. En… —Me detuve de nuevo, porque todos en la
habitación podrían escucharme si querían.
Hasta que un segundo hechizo de silencio se cerró a nuestro
alrededor, uno que se sintió diferente de alguna manera. Y se vio, también.
395 Parcialmente opaco, oscureciendo gran parte de la habitación. No sabía
por qué. Y luego entendí: para que no lean nuestros labios.
Adra no se estaba arriesgando.
—Dime.
—Nimue —dije simplemente—. Hace mil quinientos años. Fue lo
mismo que en la explanada: una oscuridad, una… frialdad. —Hice un
gesto inútil—. Sé que no lo estoy explicando muy bien, pero lo conocía. Y él
me conocía… o al menos sabía lo que era. Me llamó vǫlva… significa
vidente.
—Lo sé —murmuró Adra, con la cara en blanco.
Esta vez no me perturbó mucho, porque esperaba que la razón fuera
que estaba pensando demasiado para molestarse en mantener la fachada.
Pero aun así no me gustó mirarlo. Vi fijamente a la habitación en general,
preguntándome dónde demonios estaba Mircea, y por qué nadie parecía
notar algo inusual en nosotros.
Pero no lo hacían. La multitud se agitaba y revoloteaba debajo de
nosotros, aquellos que no formaban parte de la discusión en curso
aprovechando la oportunidad para refrescar sus bebidas o agruparse,
hablando en voz baja. Nadie parecía notarnos en absoluto… bueno, casi
nadie.
Suspiré, viendo al vampiro bebé, dando vueltas en nuestra dirección
general. Debe habernos visto a Adra y a mí hablando hace un minuto, y
ahora no podía encontrarme. Y se estaba angustiando nuevamente; podía
verlo en su rostro, aunque no sabía por qué. Lo más peligroso que estaba
sucediendo en este momento era que se habían quedado sin vermut.
Peor aún, Marlowe lo estaba siguiendo.
No obviamente, no a menos que lo estuvieras buscando, pero
cuando el bebé se movió, unos segundos después, también lo hizo el jefe
de los espías. Nos estaba cazando, nos estaba cazando al usar a ese pobre
vampiro bebé asustado como cebo, y eso era solo….
—Veo dos posibilidades —dijo Adra abruptamente.
Me volví hacia él.
—Una posesión verdadera requiere que un espíritu entre físicamente
en el cuerpo de alguien. Y Ares no está aquí.
396 —Pero vi…
Me calló con un gesto.
—Sin embargo, hay una historia interesante en la Ilíada. Ares fue
herido gravemente en la guerra de Troya por Atenea, y obligado a retirarse.
Pero antes de irse, infundió parte de sí mismo en la armadura que Aquiles
debía usar, esperando que le hiciera empezar una batalla. Aquiles era un
líder en el lado opuesto —agregó, viendo mi ceño fruncido.
Y malinterpretándolo.
—¿Infundió?
Asintió.
—Parece que, en raras ocasiones, los dioses cercenarían una
pequeña parte de su poder, como lo hizo Apolo cuando entregó parte del
suyo a la Corte Pitia. En este caso, fue Ares, pero en lugar de dejarlo libre,
para tomar vida propia, lo ató a un objeto.
—¿Una armadura?
—No cualquier armadura; una hecha por el dios Hefesto, para
proteger a Aquiles en el asedio de Troya.
—¿Estás diciendo que Ares podría poseer a Aquiles a través de la
armadura?
—Estoy diciendo que lo intentó. Pero Aquiles era un semidiós, hijo
de la diosa del mar Thetis, y por lo tanto, no se vio afectado. Sin embargo,
cuando le prestó la armadura a su amigo humano Patroclus, lo volvió loco
rápidamente. Luchó hasta su muerte, en un frenesí enloquecido. Y el
vencedor de esa pelea, un hombre llamado Héctor, quien tomó la
armadura como botín de guerra, se suicidó después.
—Entonces, ¿Ares puede poseer un objeto? —No sabía por qué
nunca había pensado en eso, cuando llevaba algo similar alrededor de mi
cuello.
—Es una forma de decirlo. Pero parece haber limitaciones. No es tan
fuerte fuera de su elemento, en este caso la guerra. No es un fantasma
independiente, sino simplemente parte de la energía de Ares, que está
unida a un objeto y no puede abandonarlo. Por lo tanto, solo puede influir
en una persona a la vez.
—Quienquiera que lo esté usando.

397 Asintió, y pensé en Nimue inmediatamente. Rosier había parecido


sorprendido por sus acciones; incluso parte de su gente se había asustado.
Como el Fey en gris. Su expresión, cuando se arrodilló junto a esa chica,
había sido enojada, pero también había habido confusión. Como si toda
esa locura infernal no fuera normal para la mujer que conocía.
Tal vez porque no era ella la que tomó las decisiones.
—¿Dijiste dos posibilidades?
—El ataque que sufriste en el Dante es… misterioso. Un asalto
espiritual del tipo que describes debería haberte dejado inconsciente en el
mejor de los casos, en coma o muerta en el peor. Aun así, dormiste una
tarde y volviste a ponerte de pie. Herida, sí, agotada, sí, traumatizada, sin
duda. Pero funcional…
—Crees que fue un truco.
—Creo que, si Ares hubiera dejado parte de su alma aquí, lo
habríamos escuchado mucho antes de esto —dijo sombríamente—. Y el
engaño es tan parte de la guerra como la batalla. Si Ares pudiera
desmoralizarte, convencerte de que estabas demasiado herida para luchar,
eso lo ayudaría, ¿no?
—Sí, pero…
—Me dijiste recientemente que la barrera protegiéndonos de los
dioses se había debilitado por la llegada de Apolo, permitiéndole a Ares
contactar a los partidarios en este bando… incluyendo a tus acólitas. Si
estaba comunicándose mentalmente con el mago cuando atacaste, no
habría podido ser capaz de lastimarte. Pero podría haber intentado hacerte
pensar lo contrario.
—Pero lo sentí. Y estaba debilitada después. —Miré hacia él en
confusión—. ¿No fue así?
Adra pareció severo.
—No creo que pueda contactarte aquí. Pero hay muchas cosas sobre
los dioses y sus poderes que no sabemos. Ten cuidado, Cassie.
Sí, ese era el verdadero asunto, ¿no? Pensé, cuando sentí su hechizo
levantarse. La habitación volvió a la normalidad, la luz y el sonido nos
inundaron: personas hablando, vasos tintineando, el bebé emitiendo un
sonido de alivio y comenzando a caminar hacia nosotros. Y entonces los
ojos de Adra se alzaron, en dirección a la puerta en el otro extremo de la
habitación.

398 —Ah. Parece que, después de todo, podríamos recibir ayuda.


Seguí su mirada, esperando ver a Mircea finalmente… y podría
haberlo hecho.
Pero alguien más estaba en el camino.
—¡Dorina! —escuché la voz de Mircea tronar, sentí su poder fluir a
mi alrededor, vi una estaca en medio del aire, dirigiéndose directamente a
mi cara. Y luego se estaba reduciendo, y alguien me estaba empujando, y
alguien estaba gritando…
Y entonces, golpeé el suelo, al pie de las gradas, lo suficientemente
fuerte como para quedar aturdida.
Aunque no tanto como para mirar hacia arriba y ver al bebé
vampiro, parado donde había estado hace un segundo , porque debe haber
sido él quien me apartó del camino. Y había sido recompensado por su
coraje con estacas atravesando tanto su corazón como garganta. La última
era tan larga que la punta ensangrentada sobresalía por completo del otro
lado.
Hasta que la arrancaron un segundo después.
—¡No! —grité cuando él se giró para mirarme, sus gafas salpicadas
de sangre resplandeciendo bajo la luz, y tropecé contra el banco detrás de
él.
Pero no había nada que pudiera hacer, nada que nadie pudiera
hacer. Ese golpe habría acabado con vampiros mucho más viejos que él. Y
era otra razón por la que los bebés se mantenían separados del resto del
hogar: para su protección, porque eran muy vulnerables a esa edad.
—No —dije de nuevo, mis ojos nadando.
Y entonces su asaltante saltó hacia mí, con estacas sangrientas en
mano, moviéndose como un borrón, cuando alguien gritó:
—¡Frénenla!
La voz de Mircea rugió de nuevo.
—¡La estoy frenando!
Pero no me parecía así. Tuve una fracción de segundo para ver un
par de ojos iluminados por el fuego, escuchar la voz de Adra retumbando
“Ayúdenla”, y tomar el último aliento que tomaría si no hacía algo ahora
399 mismo.
Y luego una estaca se astilló en pedazos en el concreto donde
acababa de estar, mientras me desplazaba detrás de la barra.
Y casi vomito.
La habitación se arremolinó asquerosamente rápido alrededor de mí
a medida que sujetaba la mesa en busca de apoyo. Porque mi hechizo se
había desenredado a mitad de camino, dejándome aquí en lugar del salón
principal de arriba como había previsto. Y no iba a intentarlo otra vez, ni
por un tiempo, lo cual era un problema porque ella todavía venía detrás de
mí.
Y era una ella. Una ella con una melena resplandeciente de cabello
oscuro, a quien alcancé a vislumbrar mientras miraba alrededor,
buscándome. Una hermosa, de ojos dorados, que de alguna manera me
parecía realmente familiar y…
—Tienes que estar bromeando —susurré, dándome cuenta que
estaba a punto de ser asesinada por la amante de mi novio.
Al menos así era hasta que volqué la mesa, justo cuando ella
también me vio. Las copas se estrellaron; las botellas se derramaron y
destrozaron; un río de alcohol corrió por todas partes. Y el pequeño
candelabro que había estado decorando un extremo de la mesa cayó en
medio de todo, con una ventaja que no esperaba. Había intentado cubrir el
piso de vidrio para que no pudiera cruzarlo porque, por alguna razón,
estaba tan descalza como yo.
Pero esto también funciona, pensé, tambaleándome hacia atrás
cuando todo el centro de la habitación se incendió.
E inmediatamente después explotó en gritos y pánico, de los
vampiros revueltos.
Quienes se asustaron aún más cuando se dieron cuenta que
alguien, probablemente después de su último intento de fuga, había
levantado las guardas.
Los dos humanos que habían estado atendiendo la barra salieron
corriendo por la puerta, desapareciendo por el pasillo. Pero los vampiros
que intentaron seguirlos se estrellaron contra algo invisible, como pájaros
golpeando una ventana de vidrio. Y luego golpeándolo una y otra vez,
rebotando contra ello mientras sus compañeros vampiros se apilaban
detrás de los primeros, capaces de ver la libertad pero no tocarla.
Algo así como yo. Era humana, de modo que la guarda debería
400 haberme dejado pasar, pero no podía alcanzarla. No con todos los cuerpos
en el camino, y no después de que el fuego se extendió de un mantel a la
leña que los vampiros habían hecho con una sección de las viejas gradas
secas. Siguieron subiendo, y se produjo un pánico total.
Los vampiros al frente estaban arañando ahora la guarda, sus dedos
ensangrentados, mientras que los que estaban en la parte de atrás se
giraron y salieron en estampida en esta dirección, pisoteándome a mí y
luego al Senado en su desesperación por evitar las llamas.
Y la mujer solo caminó tranquilamente por el medio de ellos.
No, pensé, mirando fijamente a pesar de todo, porque los vampiros
no hacían eso. Los vampiros tenían la inflamabilidad de la gasolina.
Incluso los maestros corrían al ver las llamas incontroladas.
Excepto por esta, aparentemente.
Y entonces, estaba sobre mí.
Tuve una fracción de segundo para ver unos ojos como monedas de
oro, colmillos que mellando sus labios carmín, una estaca sangrienta
siendo elevada a cámara lenta, ya sea por Mircea o porque mi cerebro
asustado me estaba jugando una mala pasada.
Y luego parpadeé y ella se fue…
Me tambaleé hacia atrás y me senté abruptamente, con el cabello en
la cara, mirando a mi alrededor a ciegas. E intentando descubrir lo que
acababa de suceder. Lo cual habría sido más fácil si la multitud no
hubiera surgido a mi alrededor.
Pero no para ayudarme a levantarme.
Estaban intentando escapar de la batalla que podía oír pero no podía
ver, el sonido del acero contra acero resonando claramente por encima de
los vampiros gritando y los maestros maldiciendo, y los pies pisoteándome
mientras intentaba ponerme de pie…
Y terminé gateando por debajo de la segunda mesa en su lugar, por
auto preservación. Nadie más estaba aquí abajo, tal vez porque estaba
frente al fuego. Dándome una vista más allá del mantel blanco torcido, la
gente corriendo y las llamas crepitando, hacia una pelea. Una casi más
rápida de lo que mis ojos podían rastrear, entre la loca mujer de cabello
negro…
Y el bebé.
En realidad, me froté los ojos, estaba tan convencida de que estaba
401 viendo cosas. Estaba muerto; tenía que estarlo. Incluso si de alguna
manera hubiera fallado el corazón, y no lo había fallado, todavía quedaba
la estaca que le había clavado directamente en el cuello.
Y maldita sea, ¡no me lo había imaginado! Podía verlo: un corte rojo
oscuro que había amenazado con arrancarse la cabeza. Como la puñalada
ensangrentada en su pecho, que había inundado todo el frente de su
camisa de vestir azul claro con un rojo púrpura oscuro.
Pero a pesar de todo eso, se veía bien… no, mejor que bien. Mejor
que hace unos minutos, cuando estaba tropezando con las gradas con la
coordinación de un niño de dos años. Porque tenía que ser las cinco de la
mañana, y las cinco de la mañana era demasiado tarde para los vampiros
bebés.
Pero nunca lo sabrías.
De repente, tenía la gracia de un maestro o una estrella de ballet. De
repente, era como el jodido Mikhail Baryshnikov en su mejor momento,
agachándose, girando y apartándose del camino de un ataque abrasador,
en movimiento fluido y cegador en su salvajismo, con la mujer.
Simplemente lo miré, nunca había visto algo así, y ahora no veía tanto,
porque era muy rápido.
Pero estaba viendo lo suficiente.
Estaba viéndola saltar, tal vez a tres metros en el aire, y agarrar uno
de los candelabros colgantes, enviándolo a estrellarse contra la cabeza del
vampiro. Lo estaba viendo quitárselo de encima, una enorme pieza de
hierro fundido, y comenzar a rodar por la longitud de la habitación,
arrojando chispas y velas por todas partes y haciendo que los vampiros
salten hacia atrás fuera del camino. Estaba viendo a los dos correr por las
gradas, el sonido de las espadas proviniendo de las secciones de los
soportes metálicos entre ellos, que habían arrancado y reutilizado.
Hasta que el bebé agarró el de ella de su mano y la giró contra ella,
de repente terminando con dos “espadas”, que él habría usado para
romperle las piernas, excepto que la mujer saltó sobre ellas y dio una
voltereta. Y no perdió ni un segundo. La mujer, quien aparentemente
estaba cubierta de teflón, aterrizó en el fuego, agarró un pedazo de madera
en llamas y lo arrojó a la cabeza del bebé.
Fue un buen movimiento, fue un movimiento jodidamente bueno,
usar el miedo instintivo al fuego para que baje la guardia y retroceda, y
luego desgarró sus retinas. Y ese tipo de cosas no sanan tan fácilmente. Es
otra razón más por la que los vampiros odian el fuego: las quemaduras son
muy difíciles de reparar. Ese movimiento habría dejado a la mayoría,
402 incluso a la mayoría de los maestros, ciegos durante al menos unos
cuantos segundos.
Y tan rápido como era ella, estar ciego era igual a muerto.
Solo que no esta vez.
Pero no porque ella fallara. Una erupción de ampollas apareció en la
cara del bebé, una franja extendiéndose de oreja a oreja y cortando
directamente entre sus ojos. Feas, rojas y de aspecto insoportable,
burbujearon y luego estallaron, dejándome mordiéndome el labio con
simpatía.
Por un segundo. Porque la próxima vez que parpadeé, las
quemaduras habían desaparecido. No mejoraron, no regeneradas,
cicatrizando. Desaparecieron, su rostro absolutamente limpio mientras
sanaba casi instantáneamente.
Y de repente, la habitación quedó en silencio.
De repente, los únicos sonidos fueron mi respiración laboriosa y el
crepitar de las llamas.
De repente, incluso el Senado, que había estado maldiciendo y
arrojando a los jóvenes vampiros entre sí, se congeló, algunos con los
vampiros ofensivos todavía en mano, solo para mirar.
A lo imposible.
Porque el bebé ahora caminaba a través de las llamas, empuñando
sus dos espadas improvisadas, obligando a la mujer a retroceder. Hasta
que ella reutilizó mi truco. Encontrando una botella aún intacta y
arrojándola a sus pies, donde explotó contra el duro hormigón y salpicó
por todas partes, mojando sus pantalones. Haciendo que el fuego corra por
sus piernas y se dispare hacia su torso, y la multitud jadeó horrorizada.
Pero no el bebé. Otro estremecimiento involuntario, y estaba
nuevamente en control. Un movimiento de su mano, una palabra
murmurada, y las llamas se apagaron y murieron. Y esta vez, incluso la
mujer se quedó mirando.
No sabía qué podría haber sacado de su bolsa de trucos a
continuación, aparte del cuchillo que ya tenía en mano. Y nunca tuve la
oportunidad de averiguarlo. Cuando una sombra se había aprovechado de
la distracción para deslizarse detrás de ella, una cuyo brazo rodeó su
garganta, y cuyas palabras murmuradas en su oído parecieron hacer lo
que las barras de acero no pudieron hacer.
Y la hizo soltar el cuchillo.
403
Y de repente, los vampiros se volvieron locos.
Si había pensado que antes estaban siendo escandalosos, no fue
nada comparado con esto. Habrías pensado que su equipo acababa de
ganar el Super Bowl, fue tan ensordecedor. Y esto de criaturas que
generalmente se enorgullecían de lo silenciosos y reservados que podían
ser.
Pero no esta vez. El bebé se encontró bruscamente levantado y
paseado por la habitación, como una estrella del pop surfeando una
multitud de seguidores fieles. Los gritos y vítores fueron como el rugido del
océano; incluso el Senado de repente hablaba con entusiasmo… y estaba
sonriendo.
Y entonces Jules me sacó de debajo de la mesa, con una lata de
refresco en mano.
—¿Estás bien? —gritó, para ser escuchado por encima del
estruendo.
Asentí. Eso creía. Honestamente, no tenía idea.
Como tampoco tenía idea de lo que acababa de pasar.
—¿Qué está pasando? —grité en respuesta.
—Acaban… ¡dhampir!
—¿Qué?
—¡Dije que acaban de ver a un vampiro bebé derrotar a una
dhampir! —me gritó, sonriendo como todos los demás.
Dirigí mis ojos a la mujer, quien ahora estaba luchando en el agarre
de Mircea. No iba a ir a ningún lado, pero tenía los colmillos extendidos,
sus ojos lucían dorados y su hermoso rostro estaba retorcido en gruñidos.
Parpadeé. Eso… ¿era una dhampir?
Nunca antes había visto uno, pero había oído hablar de ellos. Había
escuchado todo sobre ellos. Eran como el coco. Eran el equivalente
vampiro de John Wick. Eran los monstruos deformados mitad vampiro y
mitad humano que cazaban a los vampiros de la misma manera que los
vampiros solían cazar a los humanos, solo que con más salvajismo y
crueldad. A los muchachos de Tony les encantaba contar historias sobre
los dhampirs.
Y Mircea estaba… ¿qué demonios estaba haciendo Mircea con uno?
—¿Qué está pasando? —grité de nuevo, porque nada tenía ningún
404 maldito sentido.
Hasta que volví a ver al vampiro bebé, sonriendo desde su trono de
partidarios vitoreando. Tan feliz que ni siquiera se dio cuenta de la sombra
que se separó de él y voló hasta Adra. El jefe del consejo de demonios se
encontró con mis ojos.
—Pitia, creo que tenemos nuestro trato —dijo.
Sí, pensé. Y el Senado tenía su ejército, o al menos el comienzo de
uno. Porque la pelea había hecho lo que no pude, y despertó un
entusiasmo legítimo.
Lo que podría haber sido la razón por la que la cónsul estaba
sonriendo cuando dio un paso adelante.
—Lord Mircea —llamó, su voz transmitiéndose por encima del
alboroto. Mircea levantó la cabeza bruscamente. Por un momento, solo la
miró fijamente, sus ojos oscuros completamente abiertos. Y entonces se
deslizaron lentamente hacia mí—. ¿Podrías, por favor, asegurar…
—¡No!
—… a tu hija?
Miré desde Mircea a la mujer luchando en sus brazos, sin
comprender.
Y entonces, entendí.
—¿Hija?

405
—¡E ra un pastizal! —Giré hacia Mircea tan pronto como
salimos del pasillo—. Tenía que sacarte de esa
habitación, y no podía permitirme otra pelea, y
¡maldita sea! Era un pastizal. ¡Lo único que le dolió fue su orgullo!
—Lo sé. —Cerró la puerta detrás de él, y maldita sea si no sonaba
exactamente igual que siempre. La voz aterciopelada tranquila, los
movimientos sin prisas, el rostro atractivo relajado. Era exasperante.
Estábamos de vuelta en el dormitorio donde me había despertado, el
cual era el único lugar donde él hablaría, supongo porque se había
asegurado que no tuviera micrófonos. Pero significaba que había tenido
que regresar hasta aquí sin decir una palabra, sintiendo que estaba a
punto de explotar. Mientras él había tenido el viaje de regreso para
406 preparar la defensa, como diría Jules. Así que probablemente esta sería
otra clase magistral en…
¡No! ¡No esta vez!
—Entonces, ¿qué demonios…?
—Es una dhampir —me informó, todavía de pie junto a la puerta.
Estábamos en la habitación exterior con todas las velas, y su luz bailaban
en sus ojos, haciéndolo aún más difícil leer su expresión—. No piensan
como nosotros. Más que nada… no piensan en absoluto. Son famosos por
su locura, casi tanto como por su salvajismo. Dorina es… menos
inestable… que la mayoría. Pero su mitad vampiro ha estado surgiendo a
la vanguardia cada vez más últimamente, y tiene su propia forma de
pensar sobre las cosas.
—¿Su mitad vampiro? ¿Qué, tiene como una especie de doble
personalidad?
Lo dije con desdén, pero él asintió.
—Sí, en cierto modo. Una vez estuvo entera, pero su naturaleza
vampiro amenazó con ahogar su mente humana juvenil. Sospecho que es
por eso que la mayoría de los dhampirs se vuelven locos: sus dos lados
crecen a ritmos separados, y uno destruye al otro. Dejándolos vulnerables
a los cazadores de todas las descripciones.
—Pero eso no le sucedió a ella. —Porque si era la hija de Mircea, su
hija real, tenía que tener… Dios, algo así como quinientos años. O más, ya
que él mismo tenía casi seiscientos años. Una dhampir de quinientos años.
No podía ni pensarlo.
Por supuesto, nada de esto tenía sentido.
—Logré separar las dos partes de su naturaleza —explicó Mircea—, y
construir un bloqueo mental entre ellas; fue la única forma de salvarle la
vida. Pero ahora ese bloqueo se está desmoronando, y no puedo repararlo.
Heredó mis dones mentales y es demasiado fuerte. Su mitad vampiro
quiere salir.
—¡Y matarme, aparentemente!
Sacudió la cabeza.
—Debes entender que su naturaleza vampiro no ha tenido la
experiencia con nuestra sociedad que tiene su mente humana. Es… algo
único, un vampiro maestro que ha crecido, no solo sin un maestro, sino
también en un aislamiento casi completo. Dory, el lado humano de ella,
dominó durante siglos…
407
—¿Por qué? Si Dorina tiene tus dones mentales, ¿no debería haber
sido ella la encargada?
—Sí —respondió pacientemente—, pero eso es lo que estaba
causando el problema en primer lugar. Encerré a Dorina para dar tiempo
suficiente para madurar a Dory. Pensé que estaba haciendo lo correcto; de
lo contrario, las habría perdido a ambas. Pero… me excedí. Una vez que el
bloqueo estuvo en su lugar, Dorina pudo emerger solo cuando Dory estaba
bajo extrema presión y su control mental era irregular. Como resultado,
Dorina sabe mucho sobre el combate, pero muy poco sobre la
interpretación de otros tipos de interacciones humanas.
Intenté procesar eso. No ayudó mucho.
—Entonces, ¿decidió matarme porque la hice enojar?
—No. Decidió matarte porque confundió tu rescate conmigo por un
asalto.
—¿Cómo? —Extendí mis manos—. Estaba allí para ayudarte…
—Pero ella no tenía forma de saber eso, Cassie. Su mitad humana
estaba en control en ese momento, y el bloqueo que puse en su lugar
todavía existe en algunas áreas, dándole solo un conocimiento
intermitente de lo que Dory ve. No estoy seguro de cuánto entendió Dorina
de lo que sucedió esa noche.
—¡Lo suficiente como para estar bastante cabreada!
—Por lo que parece. —Me miró a los ojos firmemente—. Supongo que
de alguna manera estaba aún más cerca de la superficie a lo habitual,
debido al colapso reciente de mi barrera. Sabía que Dory me estaba
vigilando mientras dormía, sabía que había resultado herido, sabía que
una bruja poderosa con algún tipo de magia que nunca había visto
apareció de repente y me apartó de su protección…
—Pero te vio después. Sabía que estabas bien…
—¿Lo cual podría haber sido por la pelea contigo, no? O que alguien
más me rescatara. No sabía que me ayudabas; no estaba allí para verlo.
Solo que me apartaste de mi protección y, por lo tanto, ante sus ojos, me
dejaste vulnerable.
—Haciéndome una enemiga.
—Sí.
408 Finalmente se apartó de la puerta y se acercó, pero no intentó
tocarme sabiamente. Otro hombre habría intentado abrazarme,
consolarme o controlarle. O darme palmaditas en la cabeza
figurativamente, diciéndome con cada una de sus acciones que no sea una
reina del drama.
Mircea era más inteligente que eso.
Solo se quedó allí.
Pero aun así, dolió, ver esa hermosa cara, preguntarme si sabía lo
que estaba pasando detrás de esos ojos suyos. A veces también parecía
que había dos mitades en la personalidad de Mircea. El humano, a quien
amaba y con el que me reía y en el que confiaba, porque siempre había
estado allí para mí, por prácticamente desde el tiempo que podía recordar.
Y el vampiro: frío, calculador y evaluador, quien solo me decía lo que
quería que escuchara y, quien sospechaba fuertemente que me
manipulaba por completo.
Y cuyos verdaderos sentimientos no conocía en absoluto.
Si alguien tenía una personalidad doble, era Mircea.
—Estás molesta; lo entiendo —dijo, sus ojos oscuros severos—. Pero
puedes estar segura que Dorina no es una amenaza para ti.
—¡Debo haberme perdido esa parte!
—Quise decir que esta noche fue… atípica. Por un lado, Dory resultó
gravemente herida en el ataque, e hizo que Dorina se sintiera incómoda…
—¿Herida cómo? Mircea, la envié a Long Island. Ni siquiera debería
haber estado aquí.
—Tiene cierta forma de aparecer cada vez que hay problemas.
Ustedes dos comparten esa habilidad. —Sonrió levemente.
No lo hice.
—Fui a verla después de dejarte —agregó—. Y ponerla a dormir.
Debería haber estado noqueada toda esta noche…
—Entonces, ¿qué pasó?
—Alguien interfirió. Alguien que sabía que estaba al borde, y podría
ser… impulsiva. Alguien que tiene vigilancia sobre casi todo lo que sucede
en esta casa y, por lo tanto, sabía que podría guardarte rencor. Alguien
que tiene el poder de anular mis sugestiones…
—¿Alguien?
409
—La cónsul —admitió—. Dory no es el objetivo. Era simplemente
una herramienta. La cónsul está intentando separarnos, abrir una cuña…
—¡Pensé que estaba intentando matarte! Ese es el rumor. ¿Lo
sabías? ¿Has oído algo? ¡Jules cree que la próxima vez harán apuestas! Y
no te desquites con él —agregué, porque los ojos de Mircea se habían
entrecerrado—. Solo estaba repitiendo lo que todos saben. ¡Excepto yo,
aparentemente!
—No me quiere muerto.
—Oh, no. ¡Solo acaba de darte el trabajo más peligroso del planeta
por diversión! Y lo aceptaste y nunca dijiste ni una palabra…
—Solo se decidió hoy. ¿Cuándo debería haberte dicho?
Eso había salido un poco más brusco, y me alegré por ello. Quería
alterarlo, quería romper ese control perfecto. Esa era la parte vampiro en
él, cuando quería al otro Mircea, el hombre apasionado con los ojos
brillantes, el sentido del humor terrible y las emociones honestas, el
hombre que a veces surgía cuando olvidaba ser el senador.
—Entonces, ¿ibas a contarme de eso? —pregunté uniformemente—.
¿Íbamos a hablar?
—Sí, como te dije antes.
—¿Como hablamos de la cónsul? Lo has sabido por… ni siquiera lo
sé. ¡Pero maldita sea, por mucho tiempo! Debes haberlo sabido. ¿Por qué
no me lo dijiste?
—¿Cuál habría sido el punto?
—¿El punto? —Lo miré fijamente.
—Es política, Cassie. La intriga habitual en la Corte. No es algo con
lo que el poder de la Pitia pueda ayudar…
—¡No se trata del poder! Esto es sobre… ¡maldita sea, Mircea! Un día
me dices que soy tu esposa, que eso es lo que esto significa… —Aparté mi
collar, mostrando sus marcas—. ¡Y al siguiente, me dices que no merezco
saber nada sobre tus asuntos a menos que sea algo con lo que el poder
pueda ayudar!
—Eso no es lo que quise decir.
—Entonces, ¿qué quisiste decir?
Entonces me tocó, agarrando mis hombros. Solo para pasar sus
410 palmas por mis brazos para tomar mis manos. Me tranquilizó, incluso
aunque no había poder detrás de ello; no sabía qué habría hecho si lo
hubiera habido. Pero Mircea no lo necesitaba; su presencia solía ser
suficiente para calmarme. Pero esta noche, eso podría haber funcionado
contra él; la ira me hacía difícil pensar y, de repente, estaba lúcida.
—Te dije la verdad —dijo—. Ella no me quiere muerto. Pero ha
notado que mi poder fundamental creció. Tú eres parte de eso, Dorina es
parte de eso, Louis-Cesare: he estado atrayendo a las personas hacia mí,
personas poderosas, no intencionalmente, pero podría malinterpretarse de
esa forma. Y cuanto más antagonismo siente por cualquiera de ese
número, más se preocupa.
—Entonces, ¿temías que hiciera qué? —pregunté incrédulamente—.
¿Decírselo?
—No, claro que no. Pero tus emociones están más cerca de la
superficie que las nuestras. Tienes una buena cara de póker cuando
eliges, pero no puedes estar en guardia todo el tiempo, ni quisiera que lo
hicieras. No deberías tener que vivir así, cuidando constantemente todo lo
que dices…
—No constantemente. Solo cuando esté cerca de ella.
Sacudió la cabeza.
—Pero ella tiene espías en todas partes. Y notan más que
expresiones: latidos del corazón, patrones de respiración, mil detalles que
un humano nunca vería. Y en tu caso, necesitaba ser especialmente
cuidadoso. Solo decidió ir contra su propio maestro cuando consiguió un
aliado. No lo batió en duelo sola; Anthony la ayudó a…
—Entonces, ¿ahora piensa que estamos planeando hacer lo mismo?
—No lo piensa. Pero se lo pregunta. Lo teme. Su antagonismo hacia
ti nace de ese miedo, aunque dudo que lo llame así. Ha pasado mucho
tiempo desde que temió algo, creo que ha olvidado el sabor. Quería que te
controlara por el Senado, pero temía que me estuviera acercando
demasiado a ti, y comenzó a alejarme. Dándome trabajo al otro lado del
país, manteniéndome ocupado. Tenía que encantar pero no dejarme
encantar, controlar pero no preocuparme.
Parpadeé, un poco desconcertada. Porque esa era la mayor
honestidad que conseguía de Mircea… tal vez toda mi vida. Pero no cambió
nada.
—Entonces, ¿cómo puedes preguntarme cuál es el punto? —dije—.
Ella es peligrosa…
411
—Todos los cónsules son peligrosos.
—Perdóname si creo que alguien de dos mil años de edad, a quien vi
convertirse en un montón de serpientes retorcidas una vez, a quien vi
despellejar la carne a un chico en cuestión de un segundo con una
tormenta de arena que conjuró de ninguna jodida parte es ¡un poco más
peligrosa que la mayoría!
Pero Mircea no pareció afectado.
—No lo es. Sus habilidades son impresionantes, después de un
tiempo, por supuesto que lo serían. Pero otros cónsules pueden hacer lo
mismo. Es su complot lo que la ha mantenido en la cima durante tanto
tiempo…
—¿Y se supone que esto me hará sentir mejor? —Me alejé porque su
toque era relajante y no quería que me tranquilizaran. No quería
distraerme. Quería respuestas.
Suspiró, y se pasó los dedos por su espeso cabello oscuro.
—No. Pero el hecho es que ella me necesita…
—¿Y cuando no lo haga? —pregunté girando hacia él—. ¿Cuando
regreses de Faerie, un general victorioso con un ejército leal detrás de ti?
Entonces, ¿qué?
Y de hecho, lo vi parpadear.
¡Maldita sea!
Cerré mis ojos. A veces, sinceramente, pensaba que cada maldita
persona a mi alrededor creía que era idiota. Quizás Jules tenía razón;
incluso los vampiros tendían a confiar en sus ojos sobre cualquier otra
cosa. Y a sus ojos, era solo una rubia flacucha con rizos sueltos y pecas,
que se caía sobre sus propios pies con bastante frecuencia. ¡Pero eso no
me hacía tonta!
E incluso si lo hubiera sido, ¿cuánta capacidad intelectual se
necesitaba para sumar dos y dos?
Dios, simplemente…
Suspiré, sintiendo que la ira se me escapaba, pero no por nada de lo
que Mircea hubiera hecho. Sino porque estaba demasiado cansada para
hacer esto ahora mismo. La adrenalina de la pelea se estaba
412 desvaneciendo, y el poder que me había obligado a ejercer, aunque hubiera
sido poco, se había negado a regenerarse con el trago de whisky que Jules
me dio y los bocadillos de Rosier. Me sentía casi tan mal como cuando
desperté, y además de eso, mis pies me estaban matando.
—No te tomo por tonta —dijo Mircea cuando abrí los ojos para
buscar una silla—. Nunca lo he hecho.
—¿Estás leyendo mi mente? —pregunté bruscamente.
—Tu cara. Dudo que pueda captar incluso pensamientos
superficiales esta noche. Después de los últimos dos días…
—¿Fue por eso que no pudiste detenerla?
—Probablemente. Pero conozco la mente de Dorina. Casi la construí
yo mismo. Debería haber sido capaz de evitar que incluso entrara en la
habitación, así como debí haber notado que me siguió hasta el sótano.
Pero fracasé, por fatiga o por oponerme…
—Entonces, ¿la cónsul quería que ella me matara? Ha decidido que
te necesita, ¿así que seré su objetivo?
—No. —Negó con la cabeza—. La alianza demoníaca que forjaste es
la base de todo lo que ella espera lograr. No podemos luchar contra los Fey
por nuestra cuenta, del mismo modo que los demonios no pueden hacerlo
solos. Pero juntos, tenemos una oportunidad.
—A menos que haya decidido que Adra no tiene otra opción, y de
todos modos se alíe con ella. Puede que me haya necesitado para forjar la
alianza, pero no me necesita para mantenerla.
—Pero te necesita como Pitia. No tienes heredera, e incluso si
nombraras una, no habría tiempo para entrenarla.
—Entonces, ¿por qué me está echando encima a una dhampir
cabreada? —pregunté, dejándome caer en una silla junto a la chimenea.
Hacía calor, tan cerca, pero las llamas servían más que las velas para
disipar la penumbra. Salpicaron el rostro de Mircea con su luz cuando se
unió a mí en la silla de enfrente y se inclinó hacia delante, su hermoso
rostro serio, abierto, sensible y preocupado.
¡Y maldición, él era bueno!
—Supongo que no se dio cuenta que estabas exhausta —dijo—.
Asumió que serías capaz de lidiar con Dorina fácilmente, congelando el
tiempo a su alrededor o algo así. Pero una pelea breve habría cimentado tu
413 disgusto por ella… y por el que la escondió de ti.
—¿Y vamos a hablar de eso? —pregunté uniformente—. ¿O esta será
otra sesión de mierda en la que me distraes y te dejo y no llegamos a
nada?
Sus labios se arquearon, y agachó la cabeza. A Mircea siempre le
pareció graciosa mi tendencia a llamar las cosas por su nombre. Tal vez
todos esos años teniendo que elegir sus palabras con tanta precisión
hicieron que escuchar algo contundente sea divertido.
O tal vez era algo completamente diferente, porque ¿quién demonios
lo sabía?
—Te diré la verdad —respondió, levantando la vista, de repente
sombrío—. Sobre Dorina, y muchas otras cosas. ¿Si me escuchas?
—C
ometí un error, hace mucho tiempo —dijo Mircea—.
Sabes parte de ello, cómo mi ingenuidad y mis
palabras irreflexivas ayudaron a matar a mi familia.
Pero nunca te dije el resto.
—¿Por qué?
—Temor. A diferencia de la cónsul, lo conozco muy bien. Lo he
probado todos los días, durante siglos.
Sacudí mi cabeza.
—Eso es mentira. No temes a nada.
—Desearía que fuera cierto. —Miró fijamente al fuego—. Poco
después de ser maldecido, ataqué a una mujer joven. La sed de sangre era
414 nueva para mí; no había aprendido a controlarlo entonces. Cómo
alimentarse sin lastimar, cómo tomar lo suficiente para evitar la locura
cuando sentía que crecía y no estaba cerca de un donante dispuesto. Me
abrumó, y si no hubiéramos sido interrumpidos, la habría matado. Sin
embargo, había tomado lo suficiente para volver a mis sentidos poco
tiempo después, y cuando lo hice… Me aterró, en lo que me había
convertido. No sabía qué hacer. No tenía un maestro que me enseñe, nada
más que leyendas que me informaban que ahora era un monstruo,
condenado a vivir como un paria o arriesgarme a lastimar a todos los que
había amado. Creí que tenía que huir, antes de que lo mismo volviera a
suceder, esta vez a Elena.
—¿Elena?
—La madre de Dorina.
Su madre, pensé. Por supuesto, había tenido una madre.
—¿Entonces la dejaste?
Asintió.
—Le di algo de dinero o hice que Horatiu lo haga —dijo, hablando de
su sirviente de toda la vida—. No podía enfrentarla. El miedo me estaba
arañando, la certeza de que, si veía sus ojos, no me iría, y tenía que irme.
Creía eso, total y absolutamente. Si no me iba, la mataría, y no podía
soportar eso. Huí. Con el tiempo, me instalé en Venecia. Era una ciudad
abierta entonces, un refugio (más o menos) para los vampiros sin
maestros. Un lugar donde no seríamos cazados. Pasaron años. Aprendí a
controlarme, a navegar esta nueva vida, y decidí regresar. Entonces no
sabía sobre Dorina; nació después de que me fuera. Pero quería hacer lo
que no había hecho antes, y darle a Elena la opción. Estar conmigo como
era, o hacer una nueva vida para sí misma en otro lugar.
—¿Lo hiciste?
Sacudió la cabeza.
—No tuve la oportunidad. Había estallado una guerra, la primera de
una serie de rebeliones contra el Senado después de la muerte del viejo
cónsul. Algunos de los combates más encarnizados fue en mi antigua
tierra natal. No se me permitió ir allí hasta que se resolviera, y si hubiera
ido, joven e indefenso como estaba, seguramente me habrían matado. La
rebelión fue sofocada al final. Fui a casa. Y descubrí que tenía una hija,
una que debo haber engendrado mientras estaba experimentando el
Cambio. Fui maldecido, como sabes, no mordido, y lleva unos días
415 completar la transformación. Es solo en ese estrecho período de tiempo
que se puede crear a un dhampir, por eso hay tan pocos de ellos.
—Debe haber sido… una conmoción —dije. Algo así como todo esto.
Que Mircea hubiera tenido una amante no era sorprendente; después de
todo, había sido el hijo de un rey. Pero esto no sonaba como una aventura
pasajera. Había vuelto por ella, incluso antes de saber sobre la niña.
Esta mujer, debe haber sido especial.
—Sí, pero no una feliz para Elena —coincidió—. Los aldeanos veían a
los dhampirs como monstruos. Dorina fue vista como una abominación,
solo un poco menos que aquel que la había engendrado. Mientras yo no
estuve, Elena había sido presionada por la gente local para que
abandonara a la niña o para que se enfrentara al exilio, y no tenía a dónde
ir. Tampoco sabía qué tipo de vida tendría Dorina en un lugar así, entre
aquellos que la despreciaban abiertamente. Por lo tanto, se dejó convencer
para que la entregara a una banda romaní que pasaba por el lugar, y
quienes valoraban a los dhampirs por su protección en el camino.
Parpadeé.
—¿Regaló a su hija?
—Brevemente. Se arrepintió casi inmediatamente, e intentó
encontrar la banda nuevamente, para recuperarla. Pero ya habían partido,
y sus esfuerzos fueron infructuosos. Necesitaba a alguien con mayores
recursos para una cacería más grande, y como sucedió, mi hermano
estaba en el trono…
—¿Qué hermano? —pregunté, sintiendo una sensación de
hundimiento.
—Vlad —respondió Mircea, sus ojos levantándose del fuego por
primera vez, llenos de dolor y furia recordada. No tuvo que decirme lo que
había pasado; estaba allí en su cara.
—¿La mató? ¿Solo por eso? ¿Por pedir ayuda?
—Él creía que su historia era una mentira, que estaba intentando
fingir una conexión familiar para sacarle dinero. Y que estaba burlándose
de él por su propio origen humilde: su madre había sido gitana. Así que,
sí, la mató —dijo Mircea, su voz áspera—. De la manera más horrible
posible, la mató mientras yo estaba fuera, la mató y arrojó su cuerpo, no
sabía dónde. Y luego intentó matarme cuando regresé y descubrí la
verdad.
—Pero no lo mataste. —No era una pregunta; conocí a Vlad una vez,
416 muchos años después. Todavía tan loco como siempre, pero muy vivo.
Bueno, de una forma no muerta.
—No. Huí, habiendo encontrado a Dorina y necesitando llevarla a un
lugar seguro. En ese momento, era demasiado débil para desafiarlo a él y a
su ejército. Pero antes de que pasaran muchos años, su fortuna cambió, y
yo regresé. Y estaba a punto de vengarme cuando me lo dijo…
—¿Qué te dijo? —pregunté, porque se había callado.
Mircea se levantó bruscamente. Si fuera humano, habría dicho que
estaba nervioso y necesitaba moverse. Pero en su caso… no sabía qué
pensar en su caso.
—Ni siquiera intentó huir cuando lo alcancé, en el granero de un
noble amable. Me había estado esperando, dijo, sentado allí en una masa
de fardos de heno, vestido con la ropa de un campesino, que se había visto
obligado a adoptar para evitar a los enemigos que lo buscaban con tanto
ahínco como yo. Pero habrías pensado que estaba vestido de terciopelo,
sentado en un trono de oro. Su arrogancia era tan fuerte como siempre, su
confianza en sí y su destino inquebrantable. Se rio cuando le dije por qué
había ido.
—Siempre estuvo loco —señalé.
Sus ojos oscuros se encontraron con los míos.
—Pero no estúpido. La gente a menudo confunde las dos. No
deberían hacerlo.
Se acercó al bar para tomar una bebida, e inclinó la jarra hacia mí,
pero solo sacudí la cabeza. Lo vi servirse un poco, preguntándome para
qué lo quería. Mircea rara vez bebía, y generalmente solo para hacerme
compañía. Una vez más, casi parecía que estaba nervioso y quería
mantenerse ocupado.
—Me había vuelto más fuerte con los años, y más rico, con amigos
poderosos —me dijo—. Vlad exigió dinero para un ejército mercenario, y
un contingente de vampiros para asegurarse que abrumaran las fuerzas de
su enemigo. A cambio de ayudarlo a recuperar su trono, ofreció un
intercambio.
—¿Un intercambio? —pregunté, incrédula—. Después de todo lo que
había hecho, ¿qué podría pensar que…?

417
—Me lo debes. —El odio en el rostro de Vlad era palpable.
—¿Te debo? Puedes decir eso después de…
—Sí, puedo decir eso después. Después de ser descartado cuando
niño, dado como garantía de un tratado que padre no tenía intención de
cumplir. Después de ser golpeado, y peor aún, una vez que lo rompió.
Después de ver a mi hermano menor prostituirse para salir de las
mazmorras de los turcos, las mismas en las que viví durante años, hasta
que los gritos de los condenados ya no me despertaban por la noche, ¡sí,
puedo decirlo, después!

Regresé al presente, aturdida y sin aliento. Había pasado mucho


tiempo desde que tuve una visión, y había olvidado lo fuerte que
golpeaban. Esta me lo acababa de recordar.
—Un secreto —decía Mircea, sin darse cuenta—. Algo que había
descubierto de joven mientras servía como paje en Constantinopla. Algo
que yo… no sabía.
Se recostó en la silla, con los ojos pesados e ilegibles.
—¿Sabías que la Corte Pitia no estuvo siempre en Londres?
Me aclaré la garganta.
—Sí. Está donde la Pitia quiere que esté.
—Cuando Vlad era un niño, fue a Constantinopla. En una casa en
ruinas en una calle cubierta de maleza que reflejaba el estado de la
ciudad. La segunda Roma se había reducido a casi nada, sus riquezas se
habían ido, sus días de gloria muy atrás. No había razón para que la Corte
Pitia residiera en ese lugar. Pero Berenice, la Pitia de la época, era terca y
nadie podría moverla. Un día, el último emperador, Constantino XI, llevó
su paje a un viaje clandestino a altas horas de la noche a través de los
callejones de la ciudad…

418

La luz de las estrellas, la luna y los reflejos de los charcos es lo único


en la calle rota. Nada más, nadie más, ni siquiera una linterna para
iluminar el camino. En casa habría habido antorchas acompañando a tal
procesión, la gente común alineada en las calles para ver pasar a un gran
lord. Pero aquí, el lord bien podría haber sido uno de los mendigos
derrumbados en las puertas, apestando a alcohol y orina. Así no era como
viajaba un rey, mucho menos…
—¡Vlad! ¡Apúrate!
—Mis disculpas, Majestad. —Rompió a un trote indigno. Las piernas
del emperador eran más largas que las suyas, y prácticamente estaba
corriendo para alcanzarlo. En casa, tenían sirvientes que corran por ellos.
En casa, se movían con dignidad y dejaban las carreras a los hombres
inferiores. En casa…
—¡No te disculpes, solo sigue! Es muy fácil perderse en estas calles
secundarias, joven Vladimir.
—Es Vlad.
—¿Qué?
—Mi nombre. No es Vladimir.
—¿No lo es? —El emperador parecía distraído, buscando la casa
destartalada correcta en la calle destartalada—. Entonces, ¿de qué es
diminutivo?
—De nada. Solo es Vlad.
—¿En serio? No he escuchado eso antes.
Algún día lo harás, pensó Vlad. Algún día todos lo harán.

—… para ver a la anciana temblorosa en su casa decrépita —dijo


Mircea cuando volví al presente nuevamente de golpe—. A Berenice nunca
le importó el dinero, y los recibió en su cocina, mientras alimentaba a
docenas de perros callejeros que había adoptado por la puerta trasera.
Vlad no estaba impresionado, pero al emperador no pareció importarle.
Estaba allí para pedir ayuda contra los turcos, quienes invadían cada día
419 más cerca, y juró darle a cambio lo que ella quisiera. Berenice dijo que
tenía todo lo que necesitaba, y que él debía quedarse con el oro que tenía y
salir de la ciudad. Que pronto caería, y él con ella.
—¿Y lo hizo?
Mircea asintió.
—Murió vestido como un soldado común, luchando en las murallas.
Se negó a irse, a pesar de su advertencia, así como se negó a irse esa
noche, quedándose y discutiendo con ella por un tiempo. Durante ese
tiempo, Vlad captó varios datos útiles, que me ofreció en intercambio, más
de treinta años después.
—¿Qué datos útiles?
Mircea me miró y luego se alejó.
—Estoy llegando a eso.
—Después de hablar con Vlad, viajé para ver a la Lady por mi
cuenta. Seguía allí, en la misma casa, en la misma calle destartalada, con
un nuevo grupo de perros que alimentaban sus acólitas, porque para
entonces era bastante mayor. La ciudad lucía diferente: los turcos estaban
puliendo su joya capturada, y había edificios en todas partes. Excepto por
la calle de Berenice, donde parecía que el tiempo se había detenido.

—¿Otra vez de vuelta?


La chica de cabello oscuro con la cara bonita y redonda y los aretes
de oropel baratos lo miró desde su posición agachada indignamente. Estaba
rodeada de chuchos sarnosos y desnutridos, que sin embargo esperaban
pacientemente el gran tazón de restos que estaba convirtiendo en platos
rotos. Estaban hambrientos, algunos parecían estar en inanición, pero aun
así esperaban pacientemente.
Como él, pensó Mircea, ocultando su irritación detrás de una sonrisa.
—Otra vez de vuelta —confirmó.
—Ya te lo dije; podrían ser días —advirtió, riendo cuando un pequeño
cachorro saltó y le lamió la cara—. Incluso semanas.
420
—Tengo tiempo —dijo Mircea, y se inclinó para ayudarla con su tarea.

Y, bueno, estaba empezando a pensar que no eran visiones. En parte


porque ya no tenía muchas visiones, el poder aumentando mis habilidades
para su propio uso, y en parte porque no se sentían bien. Tenían mucho
más la cualidad nebulosa de los sueños, de bordes suaves y carentes de
detalles.
O recuerdos, me di cuenta, comprendiendo de repente.
Mircea tenía razón: estaba cansado y su control perfecto no era tan
perfecto en este momento. El vínculo Seidr entre nosotros podría haber
desaparecido, interrumpido por lo que sea que Ares había hecho, pero
seguía siendo un poderoso mentalista. Y él estaba proyectando. Sus
propios recuerdos, y uno que había tomado de su hermano.
Pero no creía que lo supiera.
Estaba perdido en sus pensamientos, mirando el fuego, ajeno.
Debería decirle, pensé. Debería hacérselo saber…
Que su mente estaba filtrando la verdad por todas partes, sin
importar lo que dijeran sus labios.
—¿Cassie? —Un movimiento mío lo hizo levantar la vista—. ¿Está
todo bien?
—Sí, yo… creo que ahora voy a tomar esa bebida.
—Berenice estaba en cama con fiebre cuando finalmente me
permitió una audiencia —dijo Mircea a medida que lo veía caminar por dos
habitaciones, una ricamente amueblada, iluminada por nuestro fuego
compartido, y otra oscura y cerrada. La débil luz del sol entrando a través
de las rejillas en la segunda, para incidir en muebles magros y una
alfombra gastada. Y la anciana frágil debajo de las sábanas, sus ojos
llorosos con la edad y agudos con el intelecto.

421
—¿Y ahora me molestas, con esto?
—He esperado por semanas…
—¡He hecho a reyes esperar por meses! Mientras he visto mendigos,
recién salidos de las calles. ¡Veo a quién quiera, y respondo lo que quiera! Y
tu respuesta, vampiro, es no.
—¿Ni siquiera vas a escucharme? —Mircea no pudo evitar un hilo de
ira en su voz, y ella lo captó.
—¡Te he oído! Cazando en mis pasillos, como cazas en mis sueños, y
no volveré a escucharte. Tienes tu respuesta. Ahora vete. ¡O alimentaré a los
perros contigo!

—Estaba… no muy dispuesta a ayudarme —dijo Mircea,


entregándome un vaso.
Ni siquiera me había dado cuenta de su regreso.
Lo tomé, derramando un poco, porque mi mano estaba temblando.
—Pero conocí a su acólita principal durante la semana que me hizo
esperar —agregó, recostándose en su silla—. Una cosita bonita, de
hoyuelos, grandes ojos oscuros, siempre risueña. Se llamaba Eudoxia.
Parecía muy dispuesta conmigo, y pensé, una Pitia nueva reinará pronto.
Puedo esperar.
—Y lo hice, otros veinte años, hasta que mi amiga y simpatizante
finalmente llegó al poder. La Corte se había mudado finalmente, a París,
así que viajé para verla allí. Llevé regales caros. Estaba tan emocionado…

—No se parece a la ciudad más grande de Europa —dijo Mircea


amargamente, mirando por el costado del carruaje. ¡Por Dios, esta cosa era
lenta!
—Eres demasiado difícil de complacer —le dijo Bezio, frunciendo el
422 ceño mientras intentaba recordar qué baratija iba en cada caja.
—Si las sacaste —dijo Mircea—. Las vuelves a poner en su lugar.
—Ya casi llegamos. —Unos grandes ojos oscuros lo miraron con
adoración. Si su viejo amigo hubiera sido una niña, en lugar de un hombre
enorme y peludo, habría batido las pestañas—. ¿Me ayudas?
—Tomará una hora llegar allí en esta cosa, y eso si tenemos suerte —
espetó Mircea—. ¡Sabía que debería haber cabalgado por delante!
—Pero no lo hiciste. —Bezio lo miró a sabiendas. Habían sido amigos
desde sus primeros años en Venecia, y el hombre lo conocía como ningún
otro. Lo que podría ser jodidamente inconveniente a veces—. Creo que
quieres estar allí, y no quieres estar allí, y eso te está volviendo hosco.
—Lo arruiné —dijo Mircea lacónicamente—. Debí haberla visitado
antes de esto. Debí haber escrito más…
—Escribiste mucho. Hiciste mucho. Un poco más y habría sido
demasiado obvio. Como esto. —Levantó algo—. ¿No crees que esto es
demasiado?
—¡No! —Mircea agarró el collar, de enormes perlas engastadas en oro,
y buscó su caja. Que podría haber sido cualquiera de ellas—. ¡Ponlo de
vuelta!
—Bueno, lo haré si puedo recordar en dónde iba —dijo Bezio
amablemente. Mircea quería una pelea, para sacar la tensión insoportable
de su sistema antes de que llegaran, pero su amigo no estaba
complaciéndolo.
—Estás haciendo lo mismo que los reyes; cosa que ni siquiera
necesitas. La gente ha sobornado a las Pitias durante miles de años…
—¡No la estoy sobornando!
—Pero si sirve de algo, es solo para entrar, y ya tienes una entrada.
Pero una vez que estés allí, y dicen lo que dicen…
—¿Y qué sabrías al respecto?
Bezio puso los ojos en blanco.
—Como dije. Hosco.

423 —Sí —dijo Mircea, sus ojos distantes—, estaba… esperanzado. Hasta
que le vi la cara. Hasta el segundo no.
Fruncí el ceño, porque no estaba entendiendo esto. Incluso con
ayuda, no lo hacía.
—Pero… ¿qué era tan importante que necesitabas ver…?
No estaba escuchando. Sus ojos estaban de vuelta en el fuego; no
estaba segura que supiera que había hablado. No sonó así cuando su voz
volvió a sonar, áspera por la emoción recordada.
—Le pregunté por qué; no me lo dijo. Le rogué; se compadeció,
parecía sincera. Me enfurecí con ella; me echó del lugar. Y entonces, envió
una nota, de su propia mano; la tengo hasta el día de hoy. Diciéndome que
me rinda. Que siga adelante. Que no pierda más tiempo en esa misión
inútil. Decidí que yo era el problema. Mi presunción, mi audacia. Incluso
en esos días era como siempre: franco, obstinado, incluso descarado. Le
dije cosas que no debí haber dicho. Me escribió una nota de disculpa. Y
después, trabajé para cambiar.
No dije nada. De repente, las palabras brotando de él fácilmente;
este hombre que generalmente era tan tacaño con los hechos que podía
agrupar todo lo que sabía de él en una sola hoja de papel. Parecía que
necesitaría algunas hojas más después de esto.
—No fue fácil —dijo—. Morderse la lengua no era algo natural para
mí, y me tomó años de estudio. Observando a los mayores que yo,
aprendiendo a hablar sin decir demasiado, cómo sonreír cuando quería
gruñir y desgarrar la garganta de alguien. Aprendí algo que se sintió
inherentemente deshonesto, pero lo hice… me obligué a hacerlo, hasta que
fue más natural. Eudoxia envejeció; murió. Una nueva Pitia tomó el trono.
Y regresé, mis argumentos pulidos, mis palabras cuidadosamente, muy
cuidadosamente, elegidas. Como mis regalos, que fueron mucho más
lujosos esta vez. Me estaba haciendo mucho más rico; mi familia se estaba
expandiendo. Podía permitírmelo. Y me escucharon. Se llamaba Isabeau,
una belleza de cabello castaño. Rescatada de la cuneta, después de que
sus padres murieran en una plaga. Destinada a poco más que ser una
sirviente, y aun así, las superó a todas. Pensé que simpatizaría, que
entendería lo que era perder todo, y tener que arañar tu regreso, y así
parecía. Tuvimos muchas visitas agradables caminando por sus jardines,
eligiendo flores para su mesa. La hice reír…

424

—No lo sé. —Isabeau se apoyó contra un árbol, su abundante cabello


castaño contrastando con la corteza gris oscuro. Alzó la vista hacia la
impresionante extensión de césped hacia el castillo—. Aquí es mejor, fuera
de París, pero no me gustan los jardines. Son muy formales. Todo el mundo
está copiando el estilo italiano en estos días y torturando a las pobres
plantas en todo tipo de formas ridículas.
—Es tu jardín —dijo Mircea, sonriendo. Y apoyando un brazo en el
tronco sobre su cabeza—. Haz con él lo que quieras.
—Te diré lo que me gustaría —dijo, sus ojos grises animándose—. Un
jardín inglés, ¿los has visto? Simplemente dejan que todo vuele libremente,
por todas partes.
—Entonces, ¿por qué no lo haces?
Suspiró.
—Sabes por qué. El Círculo. Están tan preocupados por las
apariencias. Se dice que Berenice, Lady Aristonice, vivió en una choza, pero
aun así ¡no puedo tener un jardín desastroso!
—No lo llamaría una choza —murmuró Mircea, metiendo la rosa
rosada que había arrancado detrás de su oreja—. Un poco descuidada, tal
vez…
Ella lo miró con asombro.
—¿La conociste? ¡Eso fue hace mucho tiempo!
—No sentimos el tiempo como tú —murmuró, inclinándose—. Pero te
diré algo sobre Lady Aristonice, si quieres. Específicamente lo que ella le
habría dicho al Círculo.
—¿Y qué será?
Se inclinó y le susurró algo al oído, algo que la hizo sonrojar y luego
estalló en carcajadas.
—¡Me habría gustado ver sus caras!
—Inténtalo. ¿Qué van a hacer?
—¡Me estremezco de pensarlo!
Él inclinó su barbilla hacia arriba y la besó, larga, lenta y
425 expertamente.
—Eres la Pitia —susurró contra sus labios—. Puedes hacer lo que
quieras
L
a transición fue más dura esta vez, como estar bajo el agua
demasiado tiempo. Sentí el agarre de su mente, o de la visión,
aún no estaba segura de cuál era, aferrándose a mí, incluso
cuando salí a la superficie. No podía respirar.
—Sí, la hice reír —decía Mircea—. Y la respuesta, cuando llegó, fue
no. Y la próxima vez. Y la siguiente.
Ahora no podía quejarme de la falta de pasión. Sus ojos oscuros
relucían, sus manos se apretaban en los brazos de su silla, como para
mantenerse sentado cuando quería pasearse por la habitación y tal vez
golpear algunas cosas. No hizo nada. Pero su cara…
—Sin importar las palabras que usara —dijo—, sin importar cómo
me acercara a ellas, los regalos, los favores y la influencia que puse a sus
426 pies, siempre fue lo mismo. Mi valía estaba en ascenso, estaba en el
Senado, podía ayudarlas en su lucha de poder con el Círculo… sí, existía
incluso entonces. Podía darles tanto, y haría, libremente, con gusto,
cualquier cosa que pidieran… pero nunca importó. Año tras año, siglo tras
siglo, nunca flaquearon. Y nunca me dijeron por qué.
—Y entonces, un día, recibiste una llamada telefónica. —Las
lágrimas corrían por mi cara. No sabía por qué. No podía pensar. Me
zumbaban mis oídos.
Mircea me vio, y miró hacia otro lado, tragando con fuerza.
—Sí. De Raphael. Uno de mis subordinados tenía una verdadera
vidente en su Corte. Una niña pequeña, solo una cosa pequeña, diez u
once años. Una niña cuya madre era Elizabeth O'Donnell, la poderosa
clarividente y ex heredera del trono Pitia, ahora una fugitiva fallecida. No
sé si puedo describir cómo me sentí después de recibir esa llamada.
Estuve sentado allí durante mucho tiempo, incapaz de pensar, incapaz de
moverme. El maldito teléfono estaba sonando, queriendo que colgara, pero
ni siquiera podía hacer eso. Me dijeron que me quedé allí sentado durante
horas, inmóvil. Para mí, parecieron minutos.
—Y luego te levantaste y fuiste casa de Tony.
—Y te encontré —concordó—. Una niña encantadora, un soplo de
aire fresco y una oportunidad… la primera que tenía en siglos… de
conseguir un sí.

—¡Vamos! —dije entusiasmada—. Está aquí arriba.


—No soy tan pequeño como tú. —Mircea, con telarañas en el cabello
de los escalones de la bodega, me siguió de todas formas al lugar súper
secreto en la parte de atrás, el que tenía la pequeña puerta que crujía (oh,
tan fuerte) cuando abría. Pero todo crujía aquí, la vieja granja sonaba como
un viejo gruñón, con los huesos gimiendo y el aliento rasposo, cada vez que
el viento lo sacudía.
El viento la sacudía mucho esta noche: Eugenie había dicho que se
avecinaba una tormenta. Bien, sin oídos indiscretos para entender lo que
estábamos haciendo y arruinar las cosas. No es que nadie pareciera
hacerlo, cuando Mircea estaba cerca. Era divertido verlos a todos
427 inclinándose y huyendo, y actuando como si fuera tan peligroso como
Alphonse, con sus músculos enormes y su cara aterradora.
No es que todavía encontrara a Alphonse tan aterrador. Había visto
demasiadas películas de terror con él, lo había visto saltar cuando aparecía
el monstruo y reír para ocultarlo. Sin embargo, le encantaba ser asustado,
así que siempre volvía por más.
No encontraba atemorizantes las películas. Cuando vives en un nido
de vampiros, Freddy y Jason y cómo se llame de The Shining simplemente
no parecen ser un gran asunto. Pero Alphonse aun así saltaba.
—¿Ya casi llegamos? —Miré hacia atrás para ver a Mircea encorvado,
su bonito traje arrugado. Eso era terrible; me gustaban sus trajes, ¡tan
elegantes! Y su forma de hablar tan gentil. Y su risa: ¡nunca había visto a
un vampiro que se riera tanto!
O a alguien más por aquí, pensé sombríamente.
—¿Está cerca? —pregunté a Laura, y ella se giró para mirarme. No
estaba apretada como nosotros; estaba bien. Por supuesto, era más
pequeña que yo ahora, aunque alguna vez habíamos sido del mismo
tamaño. Pero los niños fantasmas no crecen, así que yo era más alta. Pero
no tanto como Mircea.
—¿Tu novio se está cansando? —preguntó con astucia, y luego se rio
antes de que pudiera responder.
—Él no es mi… —comencé, y entonces, me mordí la lengua antes de
decir nada más. ¡Maldita sea, Laura!
Solo se rio un poco más.
—Sí, está cerca —dijo mientras la casa se sacudía por el viento y,
finalmente, por la lluvia.
—Está noche será terrible —dijo Mircea, mirando a su alrededor,
aunque no había nada que ver.
Nada excepto oscuridad, iluminada por la luz fantasmal verdosa que
Laura arrojaba. Pero él no podía ver eso.
Aunque sus ojos de vampiro probablemente podrían de todos modos
distinguir el túnel, labrado debajo de la casa por una persona, hace mucho
tiempo, dijo Alphonse para el contrabando. Todo lo que sabía es que estaba
húmedo y oscuro, y esperaba que Laura tuviera razón. ¡Quería salir de aquí!
—Detente. —Asomó la cabeza por la pared, dejándome mirando el
428 muñón del cuello hasta que se retiró—. Cava aquí.
—Está aquí —le dije a Mircea, quien se arrastró detrás de mí, con la
pala de jardín en mano.
No tardó mucho. La caja no estaba enterrada profundamente, aunque
la raíz de un árbol se había enrollado a su alrededor. Estaba prácticamente
vibrando de emoción cuando terminó y finalmente la sacó. Y luego abrió las
viejas bisagras.
—¿Hay algo allí? —pregunté sin aliento, dispuesta a esperar.
—Por supuesto que lo hay. Lo dije, ¿no? —exigió Laura.
—Creo que sí —murmuró Mircea, sacando una bolsa de terciopelo en
descomposición.
Y derramando el contenido sobre su palma: plata empañada y oro
reluciente, y rubíes oscuros brillando a la luz fantasmal.
Y luego, de manera más brillante, bajo la luz de una docena de velas,
porque la tormenta había dejado el lugar sin electricidad. Pero iluminaban
mi habitación lo suficientemente bien, cuando Mircea los apiló en mi cabello
y me puso las mejores joyas alrededor del cuello.
—Listo. ¿Qué piensas?
Solo me quedé mirando. Nunca antes me había considerado bonita, ni
una sola vez en mi vida. Hasta donde sabía, nadie lo había hecho. Pero
ahora…
Él dejó caer sus manos sobre mis hombros y besó mi mejilla.
—Qué mujer tan encantadora serás algún día.
Y en ese momento, mirándolo alto, fuerte y atractivo detrás de mí, lo
creí.

—Tenía muchas ganas de llevarte a mi Corte —me dijo, mientras


salía a la superficie de mi propio recuerdo—. Pero no me atreví. El miedo
era… debilitante La idea de que el Círculo te reclamara, de que entraras a
la Corte Pitia, de que te convirtieras en otra de esas chicas sonrientes que
solo sabían una palabra… te dejé con Tony, cuya Corte no era tan vigilada
como la mía, cuya Corte apenas era vista. Te puse el geis para mantenerte
429 a salvo, hasta que el poder pasara… a alguien. Parecía una posibilidad
remota. De todos modos, Lady Phemonoe tenía una heredera, una niña
capaz. No tenía ninguna razón para creer que ella no heredaría el puesto.
Pero la esperanza no es razonable: la esperanza es aterradora,
estimulante, devastadora y, francamente, a veces estúpida. Aun así, me
aferré a eso. Viví en la esperanza. Lady Phemonoe murió. El poder pasó. Y
pasó a ti.
—¿Por qué no decirme todo esto entonces? —pregunté
ásperamente—. Lo he tenido por meses…
—Y durante meses lo he intentado. Casi lo hice esa noche en
Londres, ¿recuerdas? ¿Cuando te conté sobre mi familia?
Lo hacía. Había divagado una y otra vez sobre cómo habían muerto
sus padres, cómo se sentía responsable, cien cosas más. Finalmente había
llegado a un punto: que estaba preocupado por mí, quizás en exceso, por
otros que había perdido.
Pero nunca me dijo quién.
Nunca dijo su nombre.
—Quise hacerlo una docena de veces —dijo ahora—. Pero tenía
miedo. Incluso la esperanza puede morir, y me había aferrado a la mía
durante tanto tiempo que se había convertido en un consuelo, una muleta,
casi una amiga. Me había acostumbrado a decirme: algún día. Algún día
encontrarás las palabras. Algún día llegará tu momento. Sin embargo, una
vez que lo hice, encontré que las palabras encantadoras me asfixiaron: las
sonrisas fáciles murieron en mis labios. Quería preguntarte, pero una vez
que lo hiciera…
—La esperanza se iría. —Mi voz sonó ronca.
Asintió.
—De una manera u otra. Y entonces encontré excusas para no decir
nada. Y había muchas de ellas, y ninguna simulada. La guerra, las
demandas de la cónsul, los asuntos familiares… mil cosas.
—Entonces, ¿por qué ahora?
—Sabes por qué. Nadie ha librado una guerra como esta, Cassie.
Nunca nadie pensó en hacerlo. Pero no tenemos otra opción, así que
iremos. Pero antes de hacerlo, necesito una respuesta. Antes de hacerlo,
necesito un sí.
—¿A qué? ¿Qué quieres, Mircea? —Ya sospechaba, demonios, lo
sabía, pero necesitaba escucharlo. Necesitaba saber que no me estaba
430 volviendo loca.
—Una cosa muy simple. Una cosa sencilla. Causé la muerte de mi
familia, pero no pude salvarlos. No podía, incluso con tu ayuda, porque
fueron asesinados demasiado públicamente, delante de demasiados
testigos. No soy tonto; sé que están perdidos. Y para ser justos, mis padres
conocían los riesgos cuando tomaron el trono. Alguien más no lo sabía.
—Quieres que salve a tu amante. —Ni siquiera era una pregunta.
Estaba escrito en toda su cara.

La mujer tenía ojos castaños y cabello negro que se extendían sobre la


almohada. Él la estaba mirando mientras se balanceaban juntos,
moviéndose dentro de ella en una caricia lenta y suave, abajo, lejos, atrás,
abajo, lejos, atrás. Sus manos se extendieron sobre la parte baja de la
espalda de él, sus ojos oscuros cerrados. Sus labios se separaron cuando se
levantó para encontrarlo, su garganta y senos relucían. Él bajó la boca hacia
el hueco sobre su clavícula.
Y ella susurró una sola y devastadora palabra.
—No es tu amante —dije aturdida—. Tú esposa.
—¿Cómo…?
—¿Tu esposa?
Mircea se lamió los labios, pero no lo negó.
—Nos casamos muy jóvenes y en un momento de conflicto
constante, cuando me iba frecuentemente. En general, dudo que hayamos
pasado todo un año juntos. Pero ella siempre será la madre de mi hija. Mi
única hija, Cassie —dijo, saliendo de su silla, apoyándose en una rodilla
frente a mí—. La única que tendré alguna vez, la única que ha sufrido
tanto, más de lo que puedo explicarte. La única que merece conocer a la
madre que perdió… y puede.
—Mircea…
431 —Mi esposa no cambió la historia; mi esposa era una simple
campesina que murió en una muerte terrible, injusta e inmerecida.
Sacarla de la línea de tiempo, traerla aquí… ¿qué tiene de malo? ¿A quién
dañará? ¿Qué diferencia habrá con la forma en que murió? No cambiará
nada…
—¡No puedes saber eso!
—¡Puedo! Probamos que tal cosa era posible, con Radu…
—Eso… —Me detuve, sintiendo escalofríos en mi piel—. Eso… ¿fue
un ensayo general?
—No. —Los ojos de Mircea se abrieron por completo—. Lo de mi
hermano fue… ya íbamos al mismo lugar donde fue encarcelado, tú y yo,
bajo ese recado del Senado. Era la oportunidad perfecta, una oportunidad
que nunca volvería a aparecer…
Me levanté. Ya no podía sentarme allí.
Mircea tomó mis manos.
—¿Qué daño haría? ¡Dime! Ninguna de las otras lo dijo. ¡Dijeron no,
no, no, pero nunca una razón! ¿Cómo el rescate de una mujer, una mujer
inocente, hará alguna diferencia? Y ahora sé cómo encontrarla. Vlad no me
lo dijo. Me contó sobre las Pitias, que tenían el poder de salvarla, pero solo
me diría en dónde murió si lo ayudaba. Pero no podía volver a poner a ese
monstruo en el poder, y él no me ayudaría hasta que la corona volviera a
su cabeza…
—Entiendo.
—Sí, lo haces. —Mircea asintió—. Viste cómo lo mantuve vivo
durante tanto tiempo, esperándolo, pero fue implacable. Sabía que
necesitaba un día, un lugar, un tiempo, y no me lo daría. Quería obligarme
a matarlo sin ello, una victoria final. Una forma de castigarme por negarle
la corona. Pero con tu ayuda…
Me aparté y caminé unos metros, aturdida. No tenía a dónde ir, pero
necesitaba algo de espacio. Y algo de aire; la habitación era sofocante.
Lo sentí venir detrás de mí, pero no me giré.
—Una vez me dijiste que Radu era tu única familia —le dije—. Sin
embargo, tenías una hija…
—Una hija que no era parte de mi vida. Quien estaba más que un
poco loca, que me despreciaba y me veía lo menos posible. Tal vez una vez
por década, y solo cuando forcé el asunto…
432
—Pero ella existía.
—Y aún lo hace. No la hagas pagar por mi error. Debí haberte
hablado de ella, pero tenía miedo de que eso provocara una conversación
sobre su madre, y yo, cada vez que pensaba que debía decírtelo, tenía que
decírtelo, también pensaba, esta es mi última oportunidad. Si una chica a
la que ayudé a criar, quien me conoce, quien…
Se detuvo, pero no a tiempo.
—Quien te ama —terminé por él, dándome la vuelta, con la voz
rota—. Y lo hago. Porque te aseguraste que lo hiciera. Para conseguir ese
sí.
—No. —Negó con la cabeza—. No, mis sentimientos cambiaron…
—¿Y ahora se supone que debo ir a buscar a tu esposa?
—¡No es mi esposa, Cassie! Hasta que la muerte nos separe fue
bastante literal en mi caso. ¡Pero es mi única oportunidad de expiar la
estupidez juvenil que destruyó a toda mi familia! Murió en una muerte
trágica por mi culpa. No puedo salvar a mis padres, no puedo volver a unir
a mi familia, pero puedo salvarla.
—Y si hago esto —dije, mi voz temblando con algo que no podía
nombrar—, si te doy tu sí, ¿me darás la poción?
—Sí.
—¿Ahora? ¿Justo ahora?
—La conseguiré para ti. Lo juro…
—Entonces no la tienes.
—Nuestro contacto en el Círculo fue purgado con el golpe de estado
de Jonas. E incluso si no lo hubiera sido, dijo que no tendría oportunidad
de conseguir más. Pero encontraré…
Me desplacé.

433
A
terricé en un corredor en alguna parte. No estaba segura de
dónde. El dolor de un desplazamiento que no podía
permitirme fue debilitante, haciéndome tropezar contra una
pared y caer de rodillas. O tal vez eso era otra cosa.
Me quedé allí, en la penumbra, respirando con dificultad. Me sentía
aturdida, enferma, más que un poco nauseabunda. Había escuchado ese
viejo dicho, sobre palabras que se sienten como un golpe en las entrañas,
pero nunca lo había entendido en realidad.
¿Cómo una emoción podía golpear como un puño?
De esta forma, pensé, justo de esta forma, luchando por respirar
mientras las escenas, las imágenes y las pistas que había ignorado o
rechazado se agolpaban por todos lados.
434
Mircea visitaba a Tony cuando era niña y se quedaba un año. Un
hombre con intereses comerciales en todo el mundo, una familia inmensa,
responsabilidades con el Senado pero se toma un año para sentarse en la
naturaleza de Pensilvania. Ni siquiera Marlowe lo había entendido.
Los había escuchado hablar en un viaje al pasado. Jonas había
querido saquear la oficina de Tony por algo que esperaba pudiera ayudar
en la guerra. Y mientras hacía eso, escuché a escondidas una
conversación entre Mircea y Marlowe, este último apareciendo después de
que su amigo se hubiera quedado en la casa de su hijo de mala reputación
durante meses.
Marlowe no se había alegrado de descubrir que yo estaba allí, o que
mi madre había sido heredera del trono Pitia. Sonó como si pensara que
Mircea se lo estaba ocultando, y me estaba escondiendo en medio de la
nada para evitar compartir a una Pitia potencial con el resto del Senado.
También había habido algo sobre todas aquellas Pitias que Mircea había
visitado, pero tuve que correr antes de escuchar toda la historia. Bueno, ya
lo entendía.
Una cosita bonita, pensé, recordando lo que había dicho sobre
Eudoxia. Como había llamado a Isabeau una belleza de cabello castaño.
¿También las había deslumbrado? ¿Había pasado tiempo con ellas,
hablado con ellas, sosteniéndolas? ¿Había…?
Por supuesto que lo hizo. Como había pasado un año en casa de
Tony, deslumbrando a una niña solitaria. ¡Dios, debe haber sido tan fácil!
Nadie nunca antes había pasado tiempo conmigo; apenas parecían
notarme. Mis amigos eran Rafe, uno de los vampiros de Tony que rara vez
estaba allí; mi institutriz, Eugenia; y Laura, una niña fantasma con la que
solía hablar cuando se mostraba; porque no había habido nadie más.
Hasta que de repente, lo hubo. Un extraño atractivo y carismático,
con ojos oscuros y risueños y una cara amable… y estaba jadeando otra
vez, aferrada a la pared, mis dedos clavados en las palmas de mis manos
porque lo amaba, ¡Dios mío, lo hacía! Desde el principio, desde el primer
momento que me sonrió; él lo había cambiado todo.
Cualquier otra persona me habría estado engatusando, con un ojo
puesto en el futuro, pero Mircea no. No era estúpido. Es un poco difícil
decirle a alguien enamorado de ti que quieres que vaya a buscar a tu
esposa.
No, había querido que pensara bien de él, que lo recordara con
435 cariño, que estuviera dispuesta a hacerle un gran favor algún día. Nunca
se había dado cuenta que la niña hambrienta de afecto se había
enamorado de él. Si lo hubiera hecho, no habría usado el geis, el cual se
nutre de la emoción, como un hechizo protector. No cuando puede
magnificarse, si algo sale mal, uniendo a dos personas en un arreglo
permanente de amo y esclavo, siendo el “amo” quien tenga el mayor poder.
Mircea retrocedió rápidamente cuando descubrió eso años después,
después que era una adulta. Porque, con el poder de Pitia a mi lado,
¿quién sería el amo y quién el esclavo? Pero eso fue después de que el
hechizo se hubiera duplicado, y estuvo a punto de volverlo loco. Se había
alegrado de cooperar conmigo para levantarlo, para encontrar una salida a
la trampa que se había puesto inadvertidamente. Pero para entonces el
daño ya estaba hecho, ¿no?
Para entonces ya llevaba su marca.
Mis dedos la encontraron de nuevo, los dos pequeños bultos. Solo
dos pequeñas marcas que, para un humano, apenas serían visibles, pero
para un vampiro eran tan buenas como un anillo de bodas. Pero no había
tenido la intención de dármelas, ¿verdad? No necesitaba pensar en eso; lo
sabía.
La Corte Pitia se había modernizado de muchas maneras, pero
también tenía restos, rituales sagrados, magia antigua. Las Pitias eran las
novias de Apolo, y el ritual para el paso del poder incluía un avatar en
forma de un hombre aceptable. Uno que reemplazara al dios en la
ceremonia de boda… y en la cama.
Y Mircea había elegido a alguien más.
Por supuesto que lo hizo. Estaba interpretando el papel del tío
paternal, mi protector de la infancia, mi amigo. Así que Tomas había sido
seleccionado, un vampiro que conocía y me gustaba, y Mircea se había
apartado con gracia. Hasta que el geis entró en acción, uniéndonos en un
matrimonio para el que él nunca había trabajado, nunca quiso, porque
quería a alguien más.
La deseaba a ella.
Tragué von fuerza, intentando negarlo, pero ¿cómo podía? Me sentí
muy halagada, pero siempre me pregunté, incluso cuando era niña: ¿qué
vería en mí? Solo una cosa delgada con rodillas raspadas y codos
magullados, porque no podía cruzar una habitación sin caerme. Una
lunática, que hablaba con fantasmas más que con personas, porque no
436 parecía gustarle tanto a las personas, ¿verdad? Excepto por Mircea…
Sollocé; no pude evitarlo. Me dolía el corazón… Dios, me dolía. Lo
había amado, aún lo amaba, y nunca se había preocupado por mí. Había
sido un acto, para recuperar a una mujer que había estado muerta cinco
siglos, mientras yo estaba aquí, ahora mismo, y…
Sonó un teléfono. Me tomó un momento darme cuenta que venía de
mí, ya que el tono de llamada sonaba fuera de lugar. Porque no era mío.
Era de Mircea.
El que me había prestado para llamar a Caleb, pero no pude llamar
a Caleb, y luego no pude llamar a nadie, porque estaba destrozándose en
un millón de pedazos en la pared opuesta. Lo miré por un momento, roto
en fragmentos, y luego me arrastré y recogí los pedazos, acunándolos
contra mí, no sabía por qué. No podía volver a armarlos, más de lo que
podía arreglar esto. Más de lo que podía arreglar nada.
—Cassie.
Alcé la vista, y solo vi un borrón. Pero era un borrón con la voz de
una mujer… una familiar. Rian.
Por un momento, no pude entender lo que estaba haciendo en Nueva
York. Y luego me di cuenta: no estaba ahí. Estaba donde había estado
durante los últimos días, desde que Caleb había tenido que volver al
trabajo: protegiendo el cuerpo de Pritkin. Me desplacé al Dante pero no me
había dado cuenta porque el pasillo estaba muy oscuro.
Solo Casanova podía ahorrar tanto en iluminación, pensé, y me reí
con dureza.
—¿Estás bien? —Rian, quien estaba en forma corporal, se agachó
torpemente a mi lado. Se movía con tanta gracia en espíritu, pero no había
tenido un cuerpo durante tanto tiempo, y todavía no era muy buena con
eso. Era como una adolescente intentando aprender a conducir y chocar
con una acera, o en su caso, el piso, cuando se hundió abruptamente,
tomando los últimos metros de golpe. Y luciendo sorprendida.
Pero sus suaves ojos oscuros, y su rostro expresivo eran los mismos
de siempre a medida que me miraba.
No tenía una respuesta. No había una que quisiera escuchar.
Tomó el teléfono de mi mano. Había un texto congelado en la
pantalla. No sabía lo que decía, pero supuse que era suficiente.
—Oh, Cassie —susurró.
437
—Tenía la intención de pedirme que volviera por ella —dije
torpemente—. Probablemente justo después de Radu. Entonces, no sabía
lo que estaba haciendo, lo que significaba ser Pitia. Habría sido fácil
convencerme. Pero no tuvo la oportunidad antes de que el geis complicara
las cosas. Y más tarde, después de todo lo que habíamos pasado, el dolor,
el triunfo y… todo, ¿cómo podía preguntarme entonces? ¿Cómo podía
pedirme que recupere a su esposa?
Rian no dijo nada. Y estuve extrañamente agradecida por eso.
—Entonces, la cónsul se involucró, separándonos por su paranoia, y
no dándole la oportunidad de encerrarme. Y él necesitaba eso, ¿no? Tenía
que estar seguro de mí, seguro de que haría cualquier cosa por él, y no
estaba seguro. Por eso estaba tan molesto por ese ejército. No solo porque
el Senado lo quería, sino porque era la primera vez que lo decía. Era la
primera vez que le dije que no.
Hubo más silencio por un tiempo, el tiempo suficiente para que
empezara a sentir vergüenza. No podía permitirme sentarme aquí. Tenía…
Dios, mucho que hacer. Pero no sabía cómo hacerlo, y por primera vez en
todo esto, por primera vez desde que comenzó todo el viaje loco, comencé a
pensar las palabras. Las que nunca me permití decir. Las que parecían
más probables cada minuto.
—Se obsesionan, los más viejos —dijo Rian suavemente.
Levanté la cabeza.
—¿Qué?
—Lo he visto antes. Lo he visto en Carlos, aunque él no lo admitirá.
Pero está ahí, una necesidad ardiente por el respeto que nunca tuvo en
vida. Es la raíz de casi todo lo que hace, incluso de cómo se viste. Los
nobles de su juventud, los caballeros con los que creció, los podía
reconocer por su vestimenta. Eran tan llamativos…
Me pregunté de qué demonios estaba hablando.
—Es por eso que quiere que este hotel funcione —continuó—. No por
el dinero, sino por lo que representa. Cuando era joven, solo eras
importante si eras terrateniente, alguien con recursos. Fue admirado, casi
adorado por la plebe, y envidiado por la nobleza empobrecida, de la cual su
familia era parte. Ahora son empresarios prósperos los que ocupan ese
puesto, ¡y él quiere ser uno, Cassie! Y tiene que serlo, en serio.
—¿Tiene que serlo?
438 Asintió.
—Es como dije: se obsesionan, los más viejos. Es algo diferente con
cada uno de ellos, al menos, cada uno que he conocido: riqueza, belleza,
fama, poder… pero siempre es algo que los eludió en vida, algo que les
causó un gran dolor, algo que sienten que deben superar.
—¿Y si no lo hacen?
Su hermosa cabeza se inclinó.
—¿Nunca lo has pensado? Cómo los más grandes ganan poder cada
año, con cada nuevo miembro de la familia, cada maestro nuevo. Sin
embargo, ¿cuántos tan viejos como la cónsul ves? Los más jóvenes mueren
de todo tipo de cosas, pero los viejos, los poderosos, los que rivalizan en
fuerza con algunos de nuestros señores, ¿qué podría matarlos?
—Un montón de cosas. —Los vampiros no morían de vejez, pero
había muchas otras formas. La mayoría de las cuales involucraba a otros
de su clase—. Duelos, guerras, conflictos con otros maestros…
—Algunos, sí —concordó—. ¿Pero todos? ¿Dónde están todos esos
maestros milenarios? Los que son tan viejos como tu cónsul podrían caber
en una habitación grande. ¿Dónde están los demás que comenzaron con
ella? Fueron contados como miles una vez, pero ahora… ¿dónde están?
—Te lo dije —respondí, deseando que me dejara en paz—. Pelean
todo el tiempo…
—Sí, pero cuanto más viejos, más fuertes; deberían ganar, ¿no? Pero
sabemos que eso no siempre es cierto. No fue cuando tu cónsul llegó al
poder, cuando mató a un ser miles de años mayor que ella, uno de fuerza
legendaria.
—Tuvo ayuda —le dije, recordando lo que había dicho Jules—.
Anthony luchó con ella…
—Pero él tenía la misma edad que ella. Y ya sabes cómo es. Un
maestro de sexto nivel es muchas veces más fuerte que un séptimo, cada
paso que das es un aumento exponencial en el poder. Entonces, ¿cuánto
más fuerte era su maestro? Se decía que tenía cinco mil años. ¿Cómo
pudieron ambos, cómo pudo un ejército, derribarlo?
Ya tenía suficiente.
—¿Importa? —pregunté, comenzando a levantarme.
Rian me agarró del brazo.
439 —Importa —dijo con urgencia—. Si te importa Mircea como creo que
todavía lo haces.
La miré, sintiendo mi cara retorciéndose.
—¿Y te pagó para que dijeras eso?
Sus ojos oscuros brillaron.
—No le debo lealtad; en todo caso, la deuda que tengo es contigo.
Ayudaste a Carlos cuando no tenías que hacerlo, cuando casi nadie más lo
habría hecho. Incluso después de traicionarte y darle a mi maestro
información sobre tus planes. Pensé que era lo correcto, la mejor manera
de ayudar a mis dos señores, pero me equivoqué. Estoy intentando hacer
las paces.
—¿Al hacer qué?
—Al explicártelo. Al decirte lo que ellos no harán, lo que la mayoría
de ellos se niega a reconocer incluso a sí mismos. Pero he vivido lo
suficiente como para ver la verdad. Los que sobreviven son aquellos que
encuentran algo de paz con su fijación, ya sea consiguiéndola o dejándola
ir. Los que no… pierden sus duelos porque pierden la cabeza, o tal vez su
enfoque es una mejor manera de expresarlo. Ya nada parece real, nada
importa, excepto su obsesión. Se convierte en su defecto letal y, tarde o
temprano, los destruirá.
—Entonces, ¿Mircea tiene que recuperar a su esposa para
sobrevivir? —Qué conveniente.
—No tiene que recuperarla —dijo Rian, sacudiendo la cabeza—. Pero
tiene que resolver esta tensión, su culpa por lo que sucedió, su deseo de
reparar a la familia que perdió. Por lo menos, tiene que aceptar su muerte,
y no lo ha hecho.
—Y no puedo ayudarlo, Rian.
—Entonces, ¿lo odias tanto? —Sus hermosos ojos lucieron tristes.
—No, quiero decir, no puedo ayudarlo —dije, soltando su agarre y
luchando por levantarme—. ¡No puedo ayudar a nadie!
—Eso no es cierto…
—¿En serio? —Me tambaleé contra la pared y luego le di la espalda,
queriendo maldecirme por la debilidad que no podía permitirme—. ¿Qué
me has visto hacer? He estado corriendo por todas partes, pero ¿qué he
hecho?
Fue su turno de parecer confundida.
440 —Salvaste tu Corte…
—¡Era la razón por la que estuvieron en peligro en primer lugar! Mis
acólitas volaron la Corte intentando matarme. Si nunca hubiera existido…
—Apolo estaría de regreso y todos estaríamos muertos.
Sacudí mi cabeza.
—Eso fue más Pritkin que yo. Y ahora él se ha ido y no puedo
recuperarlo, sin importar lo mucho que lo intente. Se supone que debo
ser… —Agité una mano, porque no tenía las palabras—. Más que esto. La
hija de Artemis, semidiosa, Pitia, suenan tan impresionantes, pero son
mentiras. Son títulos para alguien más, alguien poderoso. Solo soy Cassie.
—Me deslicé lentamente por la pared y finalmente dije las palabras que
había estado pensando durante semanas—. Y no puedo salvar a nadie.
Rian guardó silencio por un momento.
—Salvaste a Marco.
—Marco nunca estuvo en peligro.
—Lo contrario. Marco fue intercambiado de maestro a maestro,
porque estaba mostrando signos de locura, y era lo suficientemente
poderoso como para ser peligroso. Se veía sombrío para él, hasta que
encontró un maestro que era lo suficientemente fuerte mentalmente para
mantenerlo en línea. Y hasta que te encontró. Ser asignado como tu
guardaespaldas fue lo mejor que le ha pasado alguna vez. No sé cuál era
su obsesión; tendrás que preguntarle. Pero parece que finalmente hizo las
paces con eso.
Pensé en lo que Marco me había contado sobre su hija, la que había
perdido cuando era joven. Y luego pensé en mi guardaespaldas gigante,
tan grande que casi parecía de otra especie, pero tan gentil cuando
sostuvo a una pequeña iniciada en sus brazos, como si fuera de un cristal
hilado. Jules tenía razón; Marco parecía un matón, así era como lo habían
tratado. Pero no era lo que era, y no era lo que necesitaba.
Necesitaba lo que mi Corte loca le había dado: una oportunidad para
proteger a los más jóvenes y más vulnerables.
Aquellos que le recordaran a la chica que perdió.
—Mi Corte hizo eso —dije, después de un minuto—. Yo no.
—¿Y tu Corte peleó esa batalla esta mañana? —preguntó, sonriendo
levemente—. ¿Tu Corte derrotó a cuatro de las cinco renegadas, en algo así
441 como un día?
—Pero es justo eso —dije, bajo y cruel, sin entender por qué no
entendía esto—. Una todavía está ahí afuera, no sé dónde, y una es todo lo
que se necesita. ¡Y no estoy más cerca de encontrarla o derrotar a Ares o
rescatar a Pritkin de lo que estaba cuando comencé! Vuelvo a la jodida
Gran Bretaña Artúrica, una y otra vez, y ¿de qué sirve? Aún estoy entre la
espada y la pared. ¡O corriendo en algún tipo de cinta de correr,
agotándome pero sin llegar a ninguna parte!
—Quizás solo necesitas ayuda.
Mi cabeza se levantó de golpe ante eso, porque ese no había sido
Rian. Me tomó un segundo enfocar en la oscuridad, porque no estábamos
cerca de una ventana, así que prácticamente la única luz provenía de una
señal de salida color rojo sangre. Se reflejaba en un punto calvo con solo
una mínima capa de cabello y en una corbata horrible que incluso la
oscuridad no podía ayudar.
Fred.
Mi guardaespaldas. En este momento, se parecía más al contador
que solía ser y menos a un demonio sediento de sangre.
—Recibiste una llamada telefónica —me informó.
Mis labios se torcieron. Por supuesto que sí. Conocía a Mircea. De
ninguna manera iba a escapar tan fácil.
—Estoy segura.
Pero Fred estaba sacudiendo la cabeza, con una pequeña sonrisa
extraña en su rostro.
—No, créeme. Quieres tomar esta llamada.

442
M
i suite aún estaba casi vacía cuando entramos, y parecía
que un huracán la hubiera golpeado. Los catres, que una
vez desaparecieron, estaban agrupados contra la pared del
fondo, las cajas de embalaje abiertas estaban esparcidas por todas partes,
y debajo de la mesita de café había un dibujo en lápices de colores. Pero
por lo demás, había sido despojada de todo excepto los muebles genéricos
del hotel y los adornos deliberadamente de buen gusto con los que había
venido.
Y el viejo patrón de agujeros de bala en la pared.
Los miré, pero no por mucho tiempo, porque mi “llamada telefónica”
ocupaba toda la extensión de las ventanas conduciendo al balcón. El panel
de vidrio generalmente reflejaba las lejanas luces de neón, los faros y la
443 vaga media oscuridad de la ciudad por las noches. Pero ahora todo estaba
surcado de raíces ardiendo, ladrillos caídos y lo que parecía haber sido un
túnel subterráneo, hasta que algo pasó.
Algo malo.
Pero el hombre agachado bajo una raíz ardiente parecía estar bien, y
una genuina sonrisa de alivio se extendió por mi rostro cuando se levantó.
—¡Caleb!
—Aún aquí. —Me devolvió la sonrisa, ampliamente. Era un poco
extraño ver esa expresión en la cara generalmente estoica, casi tanto como
ver los ojos oscuros resplandeciendo y los movimientos generalmente
deliberados rápidos y espasmódicos. Parecía que estaba cargado de
adrenalina y listo para pelear, aunque las únicas otras personas que vi en
el corredor fueron algunas figuras vestidas de blanco intentando apagar
fuegos mágicos.
—¿Y todos los demás? —pregunté.
—Recibimos algunos golpes. —La sonrisa se desvaneció
ligeramente—. Pero nada como podríamos esperar. Gracias a ti.
—¿A mí? Ni siquiera estaba allí.
—Pero tu advertencia sí. Llegué justo antes de que todo se fuera al
infierno.
—¿Mi advertencia sobre…?
—¿Lizzie? —Pareció un poco incrédulo, tal vez porque habíamos
hablado hace menos de un día. Pero para mí, se sentía como una semana.
—¿Y Jonas escuchó?
Asintió.
—No sé si me creyó o no, pero triplicó las guardas y ordenó que las
guardas principales se pusieran en línea. ¡Deberías haber estado aquí! Las
guardas se alzaron y bam. ¡Nos golpearon casi al minuto después, por todo
lo que tenía el Círculo Negro! Creo que asumieron que tendríamos la
guardia baja, después de enfrentarse a los vampiros y luego al Dante
antes. Que no esperaríamos otro ataque tan pronto. Pero descubrieron lo
contrario, una vez que se desplegaron las armas nuevas…
—¿Qué armas nuevas?
—Algunas cosas que hemos estado desarrollando, desde esa cosa
444 con Apolo…
Miró por encima del hombro, y luego tuvo que apartarse del camino
cuando pasó lo que parecía ser un pelotón entero. Casi hice lo mismo,
porque parecían muy reales, y como si vinieran directamente de la pared
hacia mí. Pero los hombres fuertemente armados, y algunas mujeres,
desaparecieron un segundo después, fundiéndose en el aire como
imágenes en 3-D en una sala de cine.
Y dejándome mirando a Caleb nuevamente, o, más exactamente, a
su espalda.
—¡Caleb!
—Le diré al viejo que estás aquí —dijo, girándose para caminar de
espaldas, a pesar de que el túnel parecía de todo menos nivelado. Pero
nunca perdió el equilibrio—. ¡Tuvo que ir a apagar algunos incendios!
—¿Literalmente?
Se rio, de hecho, se rio.
—No, no literalmente, al menos no lo creo. Pero, por una vez,
¡quédate quieta! —Esquivó otra unidad de fuego hábilmente, luego
desapareció alrededor de una curva en el túnel. Y la gente en los trajes
blancos como esos de peligro bilógico corriendo directamente de la pared y
pasaron por mi medio, haciendo que tropiece hacia atrás un paso o dos,
porque la ilusión era un poco demasiado buena. Y luego retrocedí aún
más, porque no quería volver a experimentar eso.
Que fue cuando escuché algunas maldiciones provenientes de la
cocina.
Después del día que había tenido, esperaba ver un ejército en las
puertas, o un incendio fuera de control, o algo en que gastar la adrenalina
inundando mi sistema. No esperaba lo que vi, cuando Fred y yo entramos
por la puerta del salón. No esperaba… un pollo bailando.
Solo me quedé allí.
Era un pollo, y estaba bailando, en la encimera de la cocina.
También había un grupo de personas de pie mirándolo: un montón
de iniciadas esparcidas, incluyendo a la clon de Cindy Lou Who aferrando
una muñeca golpeada; algunos magos de guerra, con aspecto sombrío; la
chica de cabello rosa de la explanada; tres mujeres de aspecto duro,
fulminando a los magos; y un puñado de vampiros. Incluyendo a Roy, con
un traje a cuadros marrón tostado que resaltaba su cabello rojo. Pero de
445 repente, nadie estaba haciendo ni un sonido.
Tampoco el pollo, pero supuse que era excusable, ya que estaba
muerto. Y crudo, y con esas pequeñas cosas de papel en el extremo de los
huesos de las patas, como calcetines con volantes. Parecía que estaba listo
para ponerse en la sartén con las zanahorias, papas y cebollas a su
alrededor. Pero, en su lugar, estaba de pie, saltando en una pata.
—¿Qué es eso? —preguntó uno de los magos finalmente,
señalándolo.
—¿El cancán? —supuso Fred, haciendo que la piel golpeada por el
clima del hombre se sonrojara de ira.
—¡Lo siento! —Un niño flacucho estaba acurrucado contra los
gabinetes, luciendo asustado. Tal vez porque un mago de guerra acababa
de sacarle un arma. Jiao; mi cerebro me proporcionó un nombre en la
fracción de segundo antes de que el mago fuera desarmado, el arma
terminando en la mano de la chica de cabello rosado.
—¡Devuélvemelo! —le advirtió el hombre.
—Pídelo amablemente.
—¡Devuélvelo o pasa el resto del año encerrada!
—¿Por qué? —interrumpí—. Tú fuiste el que amenazó a un niño.
El hombre me miró fijamente, como si no se hubiera dado cuenta
que estaba allí. Pero incluso cuando lo hizo, no pareció importarle.
—El niño es un nigromante, ¡y uno fuerte! —gruñó—. ¿Por qué está
aquí?
—¿Por qué estás tú?
El rubor había regresado, esta vez más oscuro.
—Nos han asignado aquí…
—¿Por quién?
—¿Quién más? ¿Quién resguarda a la Pitia?
—El Senado, actualmente.
—¿El Senado? —Ese fue otro mago, más viejo y canoso, con el
característico ceño de mago de guerra firmemente en su lugar. Sus ojos
evaluaron al equipo variopinto en la cocina, la mitad de los cuales ni
siquiera conocía, con desdén.
—Todos estos deberían estar encerrado.
446 —Uh. —Ese fue un tercer mago, un joven rubio con un severo corte
militar que no lo hacía parecer más viejo. O mejor, teniendo en cuenta las
orejas de jarra sobresaliendo casi perpendiculares a su cabeza.
Me parecían vagamente familiares.
—Uh, ¿qué? —exigió su compañero mayor.
—Uh, ¿por favor no la hagas enojar?
Y entonces hice clic. El chico más joven era uno del grupo de magos
que había enviado a tomar un baño en Lake Mead recientemente. Y quien
no parecía querer otro viaje.
—¿Sabes nadar? —le preguntó Roy amablemente. Él y los otros
vampiros estaban de pie, observando pero sin interferir. Si Cabello Rosa no
hubiera agarrado el arma, uno de ellos lo habría hecho.
Pero ahora que Jiao no estaba siendo amenazado, habían regresado
al vago y levemente aburrido interés de las personas viendo televisión.
Si el Círculo y algunas brujas querían matarse entre sí, ¿por qué
deberían importarles?
—No tan bien —admitió el joven—. Y todas las armas…
—Actúan como pequeñas anclas, ¿no? —Roy se compadeció.
—En realidad, lo hacen. —Me miró—. Por favor, Lady, tenemos
órdenes…
—¿De Jonas?
Asintió.
—Se supone que debemos estar aquí. Y nos necesitas…
—No te necesitó esta mañana —dijo Cabello Rosa, sus ojos todavía
en el mago sonrojado.
—Y tú estás aquí… ¿por qué? —pregunté, sin querer ofenderla, pero
tampoco estando tan cómoda con una periodista merodeando por la suite.
No es que pareciera haber demasiada gente para informar, ya que la
mayoría de mi Corte todavía estaba desaparecida.
Ella me lanzó una sonrisa.
—Regalos.
—¿Qué?
447
—De todos nosotros, de los aquelarres. —Señaló a las tres mujeres
de aspecto duro—. Después de esta mañana, decidieron que necesitabas
ayuda competente.
—¡Competente! —explotó el mago de cara roja—. Como si los
aquelarres supieran el significado…
—Al menos llegamos a tiempo a una pelea.
—¡Sí, sospechosamente! Casi como si supieran…
—Eso es todo —dijo una de las otras mujeres, sacando una varita
justo cuando el mago hizo un gesto. Que afortunadamente fue bloqueado
por su propio hombre.
—Ten cuidado —siseó el mago canoso—. Atacas a la perra y sabes
muy bien…
—Me dices perra una vez más, viejo, y verás qué pasa —advirtió la
bruja.
—¡Muy bien, fuera! —dije—. ¡Todos ustedes! Excepto tú, Jiao —
añadí, porque todavía parecía asustado.
—Este no es un problema para la Corte Pitia. Esto es un asunto del
Círculo —protestó Cara Roja, como si no hubiera hablado—. Ese chico
estaba haciendo magia ilegal…
—Cinco.
—¿Cinco? ¿Cinco qué?
—Cuatro.
—Oh, mierda —dijo Orejas de Jarra, y comenzó a empujar hacia la
puerta.
—Tres.
—¡Esto es ridículo! —explotó Cara Roja—. Estás albergando niños
ilegales junto con iniciadas Pitias…
—Lo que es ridículo es que estamos en una guerra —dije, baja y
furiosa—. La guerra, porque si perdemos no habrá otra. Y esto… —hice un
gesto al maldito pollo—… ¿es en lo que te enfocas?
El hombre comenzó a decir algo, pero su compañero mayor lo
interrumpió.
448
—Haz lo que ella dice. Llévalo afuera.
—Maldición. Quería ver lo que pasaba cuando llegaras a uno —dijo
Roy.
Le disparé una mirada fulminante y también desapareció, llevándose
a las iniciadas con los ojos completamente abiertos. Jiao se quedó donde
estaba, pero el pollo se desplomó de repente, aterrizando contra la sartén,
apoyado sobre sus alas como si le dolieran sus pequeñas patas. Conocía el
sentimiento.
Me arrodillé frente a él.
—¿Estás bien?
Asintió.
Y luego se derrumbó, y lo atrapé de camino al suelo, porque era solo
un niño, y un mago de guerra lo había tenido a punta de pistola.
—Lo siento. —Jadeó—. No quise…
—Lo sé. Está bien.
Sacudió la cabeza.
—No es cierto. Lo arruiné. Pero solo… las chicas, querían ver…
—Las iniciadas te pidieron que les mostraras lo que podías hacer.
Tragó con fuerza y asintió.
—Ellas… algunas son pequeñas, ¿sabes? Y no son como nosotros.
No están acostumbradas a… todo esto. —Hizo un gesto alrededor de un
amorfo “esto” compuesto de dioses y guerras, o más probablemente desde
su perspectiva, de miedo, dolor y ansiedad constante, porque eso era lo
que había conocido antes de conocer a Tami.
Era lo que casi todos los niños de Tami conocían, incluyéndome,
antes de que ella entrara en nuestras vidas y cambiara todo.
Solo tenía un hijo biológico, un hijo llamado Jesse, quien había
nacido con una habilidad no autorizada. En su caso, era un iniciador de
incendios, lo que lo había llevado a un rápido viaje a una de las escuelas
del Círculo para jóvenes peligrosamente talentosos, tan pronto como se
manifestó su poder. Esto no había ido bien con Tami, quien no era del tipo
al que quisieras cabrear. No cuando tenía una magia algo inusual, siendo
una bruja anuladora capaz de absorber la magia de cualquiera o cualquier
449 cosa que conociera.
Incluyendo las guardas que el Círculo usaba en sus escuelas.
Poco tiempo después, Jesse había regresado a casa, y el Círculo
había tenido un nuevo justiciero de quien preocuparse, alguien que tenía
el hábito de vagar por sus guardas, recoger a los niños en riesgo de pasar
el resto de sus vidas encerrados y regresar como si nada con ellos.
También había recogido a fugitivos como yo, y finalmente terminó con una
gran colección de brujas, telequinéticos, invocadores, atormentadores,
manipuladores de sueños y, sí, incluso nigromantes. Jiao era uno de los
últimos, y tenía un truco de salón favorito.
Solo que, desde la perspectiva del Círculo, la animación no
autorizada de un pollo aparentemente estaba a la par con la creación de
un ejército de muertos vivientes.
—No hiciste nada malo —le dije.
—Entonces, ¿por qué dicen que sí? ¿Por qué ellos…? —Se
interrumpió, mordiéndose el labio, negándose a llorar delante de mí,
porque ya no era un niño pequeño. Pero aún no era un hombre, ya que
tenía doce o trece años, y el estoicismo de mandíbula dura estaba fuera de
su alcance. Así que solo se quedó allí, luciendo miserable, y haciéndome
querer enviar a cierto mago de guerra al medio del océano.
—Porque tienen miedo.
—Tienen miedo… ¿de mí? —Levantó la vista—. Pero no puedo hacer
nada…
—Aún no. No temen lo que puedes hacer, sino lo que podrías hacer.
No entienden la magia como la nuestra, y les da miedo…
—Como… ¿la nuestra?
—Mi padre era nigromante. Tengo un poco de su habilidad. —Jiao
miró al pollo, y me reí—. No, no puedo hacer eso. No… lo nuestro no son
los cuerpos, sino los fantasmas. Pero aun así, se considera nigromancia.
¿Y sabes qué? —Sacudió la cabeza—. Me salvó esta mañana. ¿Sabes que
tuvimos una batalla?
Sus ojos se iluminaron.
—Todo el mundo lo sabe. Aunque, no nos dejaron verlo…
—¿Verlo?
—En las cámaras de seguridad. Algunos de los vampiros dijeron que
se vio bastante bien, hasta que las cámaras explotaron. Pero Tami no nos
450 dejó ver…
Bien, pensé, haciendo una nota mental para agradecerle.
—… pero tal vez podrías…
—No hay mucho que ver —le dije—. Dejé mi cuerpo atrás, y… bueno,
hice algunas cosas… y el video no lo mostrará.
—Pero si la gente vio, siempre dicen que lo que puedo hacer está
mal, pero si lo usaste…
—No está mal, Jiao. No es la magia, sino para qué la usas, eso es lo
que cuenta. ¿Entiendes?
—Entiendo, pero ellos no. Quieren encerrarnos a todos…
—No van a hacer eso.
—Pero lo han hecho —insistió—. ¡Todavía lo están haciendo! Había
muchos nigromantes en la escuela…
—¿Muchos? Siempre me dijeron que era un don raro.
Sacudió la cabeza.
—En realidad, no. Pero aquellos que no son tan fuertes, que no
tienen accidentes que continúan ocurriendo, intentan ocultarlo. El Círculo
deja salir a casi cualquier persona antes que nosotros. Creen que somos
malos…
—Pero no lo eres —dije con firmeza.
—No, no lo somos —dijo, mirándome. Y entonces, me abrazó,
espontáneamente, cuando el sonido de una discusión provino desde
afuera.
Bajé la cabeza.
—Quédate aquí —le dije.
—Pero…
—Justo. Aquí. ¿De acuerdo?
Él suspiró.
—Justo aquí —repitió, y se dejó caer contra los gabinetes.
Y salí a ver qué nuevo infierno acababa de caer sobre nosotros, solo
451 para descubrir que era la misma mierda de siempre.
Pero parecía que había un nuevo giro esta vez.
Tami estaba parada entre un mago de guerra con el kit de batalla
completo, y una bruja de aquelarre de nariz dura y…
Bueno, no estaba segura. A diferencia del Círculo, los aquelarres no
parecían tener un código de vestimenta. O si lo hicieran, podría resumirse
como “Atrévete, colega”.
Dos mangas llenas de tatuajes, algunos de ellos mágicos, se
arrastraban sobre los brazos casi tan musculosos como los de un hombre.
Eran visibles por la camiseta sin mangas que llevaba puesta, sobre
unos vaqueros viejos. Más eran visibles en su cuello, desapareciendo en su
oscuro cabello corto. Y sus piercings abarcaban desde la ceja hasta los
múltiples en los lóbulos de sus orejas, la nariz y una barra a través del
labio inferior.
Si hubiera estado intentando encontrar a alguien menos escupido y
delicado que la pandilla habitual del Círculo, no podría haberlo hecho
mejor. Pero las apariencias no equivalían a poder, y había suficiente
escapando de ella que me sorprendió que no se encendiera la nevera.
Porque estaba furiosa.
No sabía lo que había dicho el mago de guerra, pero la tensión en la
habitación era lo suficientemente espesa como para cortarla con un
cuchillo. Al menos, lo fue por un segundo. Hasta que descubrieron
exactamente lo que podía hacer una bruja anuladora enfurecida.
Antes de que pudiera decir algo, los dos combatientes se
tambalearon y el mago cayó de rodilla. La mujer permaneció de pie pero
parecía que acababa de ser atropellada por un camión Mack. Su rostro se
volvió blanco, lo cual era bastante impresionante, teniendo en cuenta que
su tono de piel natural era un color oliváceo intenso, y su varita cayó de su
mano.
No es que importara. De todos modos, no habría podido usarla.
Dudaba que alguno de ellos pudiera haber lanzado un hechizo para salvar
sus vidas, y podrían no hacerlo durante días. Una anuladora era para la
magia lo que un vampiro era para la sangre.
Y acababan de ser desangrados.
—Una pequeña lección, niños y niñas —dijo Tami a medida que
intentaban respirar—. Mi casa. Mis reglas.

452 —Pensé que era la casa de la Pitia —dijo Cabello Rosa, acercándose
a su amiga.
—Quien la puso bajo mi administración, convirtiéndola en mi casa.
Y en mi casa, sacas un arma, cualquier arma, y habrá castigo. A menos
que haya un ejército del Círculo Negro derribando la puerta, sus armas
permanecerán resguardadas. Esta es una suite llena de niños, algo que
van a reconocer, algo que van a recordar, cada vez que tengan ese
impulso. Porque si no lo hacen…
Los dos excombatientes gruñeron, y la bruja finalmente se arrodilló,
con la boca abierta y los ojos muy abiertos.
—… voy a drenarlos —les dijo Tami—. ¿Entendido?
—Yo… creo que te entienden —dijo Cabello Rosa, agarrando a su
amiga, mientras Orejas de Jarra apartó al mago de aspecto aturdido.
—¿Alguien podría explicarme lo que acaba de pasar? —pregunté.
Tami abrió la boca, pero el mago canoso le ganó.
—La bruja lo provocó, pero estuvo fuera de lugar —admitió—.
Estamos al límite… todos. Nos perdimos la batalla esta mañana…
—Maldita sea, claro que sí —murmuró Cabello Rosa, hasta que la
miré.
—… y otra esta tarde. Queremos estar allí. —Hizo un gesto de vuelta
a la sala de estar—. En el cuartel general, donde nos necesitan. No aquí
sirviendo como niñeras…
—Entonces, vete.
—Tenemos órdenes. —Jadeó Cara Roja.
—La cual estoy anulando. Jonas te necesita más que yo; y lo
aclararé con él en un momento, cuando hablemos. Váyanse. —Los dos
hombres se miraron—. Ahora. O los enviaré yo misma.
Era una amenaza vacía, pero no lo sabían. Y no pareció que les
importara. Se fueron.
—Maldita sea —dijo Cabello Rosa, y me volví hacia ella.
—Aprecio que los aquelarres las enviaran —dije, probando la
diplomacia—. Sin embargo…
—¿Sin embargo?
—… Tami tiene razón. Hay algunas reglas básicas.
453 La bruja tatuada había luchado para volver a ponerse de pie y
recuperó su varita, aunque noté que la había guardado. Todo mientras
observaba a Tami, como si nunca antes se hubiera dado cuenta de lo que
una anuladora podía hacer, si fueras lo suficientemente tonta como para
dejar que de hecho te tocara. Tami podía expulsar la magia al otro lado de
una habitación, pero era más difícil, y no haría tanto.
¿Pero piel con piel?
Sí, estabas jodido.
Pero la experiencia no pareció haber suavizado la actitud de la
mujer.
—No nos quiere aquí —les dijo a las demás—. Se los dije.
—No ha dicho eso —respondió Cabello Rosa, pero sus ojos estaban
sobre mí.
—No dije eso porque no quise decir eso —dije—, Ayudaste esta
mañana, a lo grande. Te lo agradezco…
—Pero ahora te gustaría que nos fuéramos de una puta vez
amablemente —interrumpió la chica dura.
—Lo que me gustaría que hagas es que dejes de terminar mis
oraciones —dije, más brusco de lo normal, porque tenía los nervios
crispados.
Pareció sorprendida, como si no estuviera acostumbrada a ser
desafiada. Y no le di tiempo para recuperarse.
—Como decía, agradezco la ayuda de los aquelarres esta mañana, y
le doy la bienvenida ahora. Pero hay reglas…
—¿Como qué?
—Como todos llevándose bien —dije, observándola. Porque estaba
bastante segura que había sido deliberado.
Los magos no eran los únicos a los que no les gustaba el servicio de
niñera.
—Si no quieren estar aquí, entonces no estén aquí —dije, mis ojos
abarcando a todo el grupo—. Pero si se quedan, entonces acepten que esta
es una familia. No es un trabajo, no es una carga… una familia. Si no
pueden soportar unirse a una que está formada por personas que no
aprueban, entonces ya saben qué hacer.
454
Nadie se movió.
—Lo arreglaré con los aquelarres por ustedes —añadí—. No tengo
tanta influencia con ellos como el Círculo, pero haré lo mejor que pueda…
—No vamos a irnos —dijo Chica Dura, cruzando los brazos.
Y sonó definitivo.
—Entonces, ¿aceptas las reglas?
Hubo un largo momento silencioso, y luego más silencio. Pero
finalmente conseguí un asentimiento. Y no solo de ella. Las otras tres
brujas siguieron su ejemplo, y también Orejas de Jarra, quien me
sorprendió ver que todavía ocupaba espacio en lo que había sido un bar
antes de que alguien se lo llevara.
—¿Y dónde diablos está mi Corte? —pregunté a Tami, quien puso los
ojos en blanco.
—Es una larga historia —respondió—. Toma tu llamada telefónica.
Terminaré la cena si quieres hablar.
Asentí. Roy me alcanzó a medida que caminábamos de regreso a la
sala de estar.
—¿Investigaste? —pregunté, casi en silencio, pero sus oídos no
necesitaban la ayuda.
—Están limpios. Bueno, lo suficientemente limpio. —Me dirigió una
mirada—. Por supuesto, simplemente podrías enviarlos lejos.
—He estado predicando la unidad por un tiempo, y tan pronto como
recibimos algo, ¿los mando a empacar?
Sonrió.
—Ten cuidado con lo que deseas.
Estaba intentando pensar una respuesta adecuada cuando Fred
regresó.
—La fiesta está esperando.
Volví a entrar en la sala de estar para ver a Jonas caminando por el
túnel en llamas con todo su atuendo de combate, una especie de
armadura negra y brillante que, por el contraste, hizo que su cabello
blanco se viera aún más blanco. Y a cada lado de él había una mujer: una
alta, delgada y de cabello oscuro, tal vez en algún lugar de unos cuarenta
455 años, la otra vieja, redonda y con aspecto de abuela, con el cabello casi tan
blanco como el suyo. Me pregunté qué estarían haciendo en un búnker
subterráneo que todavía parecía estar en llamas.
Y seguía viniendo en esta dirección, a pesar del hecho de que
acababan de dejar atrás la pared de vidrio.
—Jonas —dije, preparándome para pedirle que retroceda un poco,
porque el extraño efecto tridimensional del hechizo estaba confundiendo
mi cerebro.
Realmente confuso, pensé, cuando los tres bajaron a la alfombra, sus
zapatos abollando la pila de felpa.
Y luego más les siguieron.
U
n enjambre de magos de guerra recubiertos de cuero se
deslizó alrededor de las figuras, envolviendo al trío en una
ráfaga de actividad por un segundo, antes de disiparse como
niebla… y dejándolos atrás. Porque no eran imágenes. Acababan de salir
de una maldita pared, cruzando la mitad del mundo en un milisegundo,
sin siquiera romper el paso.
Y solo había un grupo en el mundo que podía hacer eso.
—Las niñas —susurré, tropezando hacia atrás con Roy.
—¿Qué?
—¡Sácalas de aquí! ¡Sácalas ahora!
Escuché voces elevadas, pasos corriendo, y sentí que Roy me empujó
456 detrás de él, nada de lo cual haría bien contra las dos acólitas Pitia con
Jonas… y ¿cómo demonios había más acólitas?
—Cassie… —dijo Jonas.
—¡Abajo! —le dije, y arrojé todo lo que tenía, intentando desplazar a
las mujeres lo suficiente como para que tuviéramos tiempo para al menos
sacar a los niños.
Pero no pasó nada, excepto por una fuga de energía que me dejó
cayendo de rodillas y arrancó un sonido de mi garganta. Y no hizo nada
más, porque las mujeres ni siquiera se movieron. Excepto hacia mí.
Y hacia la línea de vampiros gruñendo que de repente se
encontraban en el camino, sus armas y colmillos desplegados, formando
una pared impenetrable. Pero eso desapareció tan repentinamente como
llegó (dónde, no lo sabía) descartado por un gesto de una mano. Y estaba
luchando por retroceder, intentando alcanzar las escaleras, incluso
cuando hechizos salieron disparados por todas partes y la gente gritaba
mientras el vidrio se rompía en todos lados, incluyendo toda la línea de
ventanas.
Pero nada tocó a las mujeres… ni una maldita cosa.
Por supuesto que no.
Y entonces, todo se calló abruptamente. No congelado, pero sí muy
ralentizado. Jonas levantaba un brazo pausado para desviar una
maldición. Las brujas se apilaban en la puerta, sus últimos hechizos
apenas moviéndose delante de ellas. Fred se detenía con un niño debajo de
cada brazo, alcanzando a otro muy lentamente. Y Roy, quien de alguna
manera había evitado lo que le había sucedido a los otros vampiros, quedó
atrapado a mitad de una arremetida, con el cuerpo tenso y el brazo
extendido, como un jugador de fútbol profesional lanzándose por la pelota.
O un vampiro zambulléndose por una acólita que ya no estaba allí.
Porque estaba parada justo frente a mí.
Me escabullí hacia atrás, mi cabeza nadando, mi nariz sorbiendo,
mis codos golpeando con la barandilla de hierro de las escaleras.
La cual agarré, levantándome. Si podía alcanzar la puerta, si podía
obligarlas a perseguirme, si podía alejarlas de la suite…
Pero la más joven se desplazó, apareciendo sobre mí en lo alto de las
escaleras. Y la mayor me agarró por detrás, su agarre sorprendentemente
fuerte. Dejándome atrapada entre ellas, desesperada, enjaulada e
457 indefensa…
Y presionada contra unos pechos enormes mientras alguien emitía
sonidos de silencio, como a un niño traumatizado.
Por un momento, solo nos quedamos así, en un cuadro extraño.
Y luego la mujer más joven se inclinó, con consternación en su
rostro, y extendió una mano: haciéndome retroceder, respirando con
dificultad, porque no entendía esto… ¡no entendí nada de esto!
—Lady —murmuró, y dejó caer la mano. Y miró, en aparente
pérdida, a la mujer mayor.
—Le dije a Jonas que no lo hiciera de esta manera —dijo Cabello
Canoso—. ¡Maldito hombre, nunca escucha!
Me soltó y luego solo se quedó allí, frunciendo el ceño.
—Haría una reverencia —dijo en voz baja—, pero mis rodillas, ya
sabes. Si me agacho, probablemente nunca más podré levantarme.
Me quedé donde estaba, desencajada contra la barandilla, la sangre
pulsando en mis oídos.
—¿Quiénes son? —susurré finalmente.
—Su sistema a prueba de fallas, Lady —dijo la más joven. Bajó las
escaleras e hizo una reverencia, tan elegantemente como si hubiera estado
en un salón elegante. Pero cuando levantó la vista, su rostro lució feroz—.
La Pitia no lucha sola. ¡La Pitia nunca lucha sola!

—No sabía —dijo Jonas en voz baja, porque nos habíamos


trasladado a la habitación de Rhea. Había querido ver a su hija, y yo
quería alejarme de la escena en el salón.
Una Tami extremadamente enfurecida (y Dios, había sido glorioso)
había llevado a las niñas y al pollo “arriba”, lo que sea que eso significara,
mientras Roy y los vampiros limpiaban. E intentaba calmar a nuestros
nuevos reclutas. No había sonado como si lo estuvieran pasando bien, las
brujas habían sido expuestas a dos formas de magia que nunca antes
habían enfrentado en un lapso de minutos, lo cual no había mejorado su
estado de ánimo.
458 Pero yo, por mi parte, ya no me importaba.
—Nadie lo sabía —agregó Jonas—. Ese aparentemente era el punto.
Tener a una acólita senior de cada generación que conserve sus
habilidades, en caso de una amenaza grave para la Corte. Por lo que
entiendo, la idea se originó como una forma de protección contra una Pitia
y su heredera herida al mismo tiempo. Una Pitia inconsciente no podría
transmitir el poder, pero tampoco podría usarlo. Por lo tanto…
—Un sistema a prueba de fallas —dije, mirando a las dos mujeres,
quienes estaban de pie junto al banco de ventanas, hablando en voz baja.
—Sí.
—¿Y crees que podemos confiar en ellas?
—Eso, tendrás que determinarlo tú —respondió Jonas fuertemente—
. Habría dicho que podíamos confiar en las acólitas de Agnes, si me
hubieran preguntado, y las conociera mejor.
—Entonces, ¿por qué las trajiste aquí? —susurré—. Si están
trabajando para el otro bando…
—En ese caso, ¿por qué el Círculo Negro necesitaría a Lizzie? ¿Por
qué arriesgar tanto para conseguir sus habilidades si ya tienen dos
acólitas, y con más poder del que le he visto usar?
Sacudí mi cabeza.
—Tal vez la quieren para otra cosa…
—La interrogamos toda la noche y medio día. Si hay algo de interés
en esa chica, no pude encontrarlo.
—Pero aun así, te la llevaste —dije acusadoramente. Recientemente
habíamos tenido un enfrentamiento por la autoridad; es decir, él
ignorando la mía, y pensé que lo habíamos solucionado. ¡Y luego va y hace
lo mismo otra vez!
Pero Jonas no parecía arrepentido.
—No estabas aquí. No sabía cuándo estarías aquí. Y estamos en
guerra. Si había una posibilidad, incluso pequeña, de que ella conociera
los planes de Ares…
—Pero no lo sabía.
—No. —Suspiró de repente, y se frotó los ojos. Parecía que Lizzie no
era la única que había estado despierta toda la noche—. Hasta donde
podemos decir, era una marioneta, nada más.
459 —¿Y estas mujeres?
—Conozco a Abigail, la más joven, de la Corte de Agnes. Se fue para
casarse aproximadamente un año después de la llegada de tu madre, y
supuestamente después de renunciar al acceso al poder. Era competente,
pero hasta donde sabía, no había nada notable en ella.
—¿Y la otra?
—Hildegarde von Brandt, un miembro formidable de la Corte de
Lady Herophile…
—¿Gertie? —pregunté bruscamente, y obtuve un asentimiento de su
parte, y una mirada de advertencia de Rico, quien estaba de vuelta junto a
Rhea después de ser desplazado al vestíbulo con la mayoría de los otros
vampiros. No parecía contento de tener a dos acólitas Pitias más
merodeando.
No era el único.
—Sí —dijo Jonas, suavemente—. Sus habilidades siempre fueron
formidables. Si existiera un sistema a prueba de fallas, puedo verla siendo
elegida.
—Pero ¿por qué mantenerlo en secreto? ¿Cómo se supone que debo
pedir ayuda si ni siquiera sé que existen?
—Pregúntales —respondió Jonas secamente—. Todo lo que sé es
que, salió ese maldito periódico, y poco después recibí dos visitantes muy
infelices que exigieron una audiencia contigo. Después de lo que habías
pasado, pensé que tenían miedo de que no las vieras sin una presentación
apropiada. Hice la llamada y sabes el resto.
—No —dije—, no sé nada. —Y me acerqué a las mujeres.
—Lady —murmuraron con Hildegarde asintiendo en lugar de la
reverencia temida.
Como si me importara un comino.
—¿Por qué están aquí? —pregunté abruptamente.
Intercambiaron una mirada.
—Se supone que debemos estar aquí —respondió Abigail, después de
un momento—. Si la Corte lo necesita. Es por eso que existimos… bueno,
por qué existe la posición…
460 —La Corte ha estado necesitada por un tiempo. La Corte acababa de
explotar —señalé.
—El edificio explotó. La Corte fue rescatada por usted —corrigió
Hildegarde con ecuanimidad. A diferencia de su contraparte más joven,
quien parecía completamente desconcertada por todo esto.
Había pasado sin siquiera una ceja levantada por la pared llena de
agujeros de balas, la cual había sorprendido a Abigail mirando fijamente.
Había manejado con un alegre “Bueno, hola” a la tripulación variopinta de
brujas y vampiros enojados. Y ahora contemplaba amablemente a una
Pitia desconfiada y más que enojada, pero sin ninguna preocupación
aparente.
Tal vez porque acababa de verme teniendo problemas para subir un
tramo de escaleras.
Si quisieran lastimarme, ya podrían haberlo hecho. Así que eso
dejaba la única pregunta de qué querían.
—¿Qué quieren? —pregunté.
—Ayudarte —dijo Abigail, su delgada cara angustiada—. Cuando leí
el periódico, supe que debí haber venido antes…
—¿Por qué no lo hiciste?
—Lo hice… bueno, lo intenté. Cuando Lady Phemonoe murió y Myra
fue nombrada renegada por el Círculo, le envié una carta al lord
Protector…
—¿A Saunders? —pregunté, nombrando al predecesor de Jonas. El
cual había sido jodidamente corrupto, y había querido mi cabeza en un
plato antes de descubrir lo que había estado haciendo.
Casi lo había logrado.
Y maldición, ¡podría haberme venido bien un par de acólitas
entonces!
—Sí —confirmó—. Él me… me ponía incómoda. Sentí que su
respuesta a mi carta solo era un intento de sacarme información. Había
escrito anónimamente, y eso no le gustó. Pero se supone que no debemos
revelarnos a menos que sea absolutamente necesario, y no lo conocía.
Establecí una reunión, pero mandó a su gente allí y me tendió una
emboscada. Escapé, pero estuvo muy cerca, y antes de que pudiera decidir
qué hacer a continuación, Jonas lo había revocado y asumió su papel. Y te
461 habían nombrado Pitia.
Hildegarde asintió.
—También había considerado presentarme, pero todo se resolvió por
sí solo rápidamente, y la Corte no parecía estar en peligro. Por lo que podía
decir, esto simplemente era una sucesión disputada, con el Círculo
intentando ponerles las manos a ambas para ver a dónde iría el poder…
—¡Intentaban matarnos y poner a su propia candidata en el trono! —
dije acaloradamente.
—Pero esa no fue la historia que publicaron los periódicos, ¿verdad?
—preguntó suavemente—. Y he estado fuera de la Corte por algún tiempo.
Mis viejos contactos para el chisme hace tiempo que desaparecieron… —
sus labios se torcieron—, y murieron, en la mayoría de los casos.
—Se supone que no debemos revelarnos a menos que sea
absolutamente necesario —repitió Abigail—. Si todos supieran quiénes
somos, y había un asalto en la Corte, también podrían atacarnos.
—¿Y entonces dónde estaríamos? —concordó Hildegarde.
—¿Dónde han estado durante los últimos cuatro meses? —gruñí, y
luego me apoyé en la pared y me puse una mano en la cabeza, porque eso
no estaba ayudando—. ¿Por qué están aquí?
—Sabes por qué. El periódico dejó en claro que las cosas no eran
como habíamos supuesto. Y después de mi conversación con Jonas,
parece que son aún más graves de lo que temía. No has logrado recuperar
a tu última renegada.
—No.
—Entonces perdóname, pero ¿por qué tú estás aquí? —exigió—. Una
renegada es una prioridad. Tu poder debería llevarte a donde sea que ella
esté…
—Mi poder. —Me reí de repente, no sabía por qué. Probablemente
porque, últimamente, no parecía que tuviera ninguna razón—. No creo que
lo sepa —dije finalmente—. La ha estado ignorando.
—Eso es imposible —dijo Hildegarde severamente—. Una renegada
es una prioridad… la prioridad, hasta que sea lidiada. ¡Una renegada
decidida podría destruirlo todo!
—Y tenía cinco —dije, de repente salvaje. Me dolía la cabeza, tenía
demasiados problemas en marcha, y no tenía tiempo para una crítica de
alguien que ni siquiera había estado aquí—. Solo me enteré de ellas hace
462 un par de días. Tres están ahora muertas y una está bajo custodia…
—Eso es admirable, Lady —murmuró Abigail.
—E inútil sin la última —dijo Hildegarde, repitiendo algo que había
pensado en el pasillo.
—¿Qué quieres que haga? —exigí—. ¡Mi poder no parece saber o
importarle dónde está, y no puedo encontrarla sin él! He estado trabajando
en otra cosa, y ni siquiera…
—¿En qué?
—¡No es asunto tuyo!
Por primera vez, Hildegarde pareció menos a una abuela.
—No estoy pidiendo detalles —dijo secamente—. Mi punto era que, si
has estado yendo al mismo lugar y tiempo que tu renegada, tu poder no
habría tenido que llevarte a ningún lado más.
Sacudí mi cabeza.
—No lo he hecho.
—¡Debes hacerlo!
—¡No lo he hecho! Una acólita no podría… —Me interrumpí,
recordando de repente el ataque en la caravana versión Fey. Pero ese había
sido Gales, el lugar al que casi me había arrancado las entrañas solo por
llegar… y eso con una poción que Johanna no tenía. Ella de ninguna
manera lo habría logrado.
—Has recordado algo —dijo Hildegarde.
—Una de las otras renegadas me dijo que Johanna Zirimis, esa es la
que sigue ahí afuera, está detrás de lo mismo que yo. Un… un tipo de
reliquia. Uno que cree que podría ser lo suficientemente poderoso como
para traer de vuelta a un dios…
—Entonces, ¿cómo puedes decir que no es una amenaza? —exigió
Hildegarde.
—Porque no podría haberlo logrado. Es una acólita…
—Una acólita decidida puede lograr muchas cosas, te lo aseguro —
espetó.
—¿Mil quinientos años?
463 —¿Mil quinientos… años? —Abigail pareció horrorizada.
Asentí.
—Por eso estoy exhausta. Y si casi me mata volver tan lejos, ¿creen
sinceramente que una acólita podría lograrlo? ¿Cualquier acólita?
—No —respondió Abigail, mirando a su amiga—. Ni siquiera es una
pregunta.
Hildegarde frunció los labios, luciendo desconcertada y vagamente
molesta.
—Entonces, como dije —les dije—, no sé si Johanna murió en su
búsqueda, o si aún no la ha comenzado, o qué, pero…
Me detuve, porque la puerta se acababa de abrir y alguien estaba
entrando en la habitación: Jiao, llevando una bandeja para Rhea. Contenía
algún tipo de sopa y olía bien. Me lanzó una sonrisa.
Le devolví la sonrisa.
Y luego fruncí el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó Hildegarde bruscamente.
—Jonas —llamé, porque Rhea estaba despierta ahora, así que no
había más razón para el silencio.
Él levantó la vista.
—¿Tienes una foto de Johanna?
No respondió, estando ocupado poniendo otro par de almohadas
detrás de Rhea. Pero hizo un gesto hacia el tramo de ventanas a mi lado,
que cambió abruptamente, de la noche en Las Vegas a la foto de una
chica. Una con cabello oscuro y hermosos ojos verdes, casi deslumbrantes
contra una tez olivácea.
Me fijé en la cara, pero no ayudó mucho. La maldita caravana había
estado demasiado oscura, y demasiado nublada para que estuviera segura.
Podría haber sido ella; podría haber sido cualquiera.
—¿Puedo hablar con Lizzie? —pregunté, y esa solicitud pareció ser
un poco más complicada. Pero cuando Rhea había terminado un tercio de
la sopa, ya había una cara nueva en la ventana, una con ojeras y cabello
rubio enmarañado, porque parecía que Lizzie había dormido aún menos
que yo.
464 Y acababa de perturbar eso. Había un catre deshecho detrás de ella,
atornillado al suelo, a la que estaba atada por lo que supuse era un
conjunto de esposas mágicas. Un hecho que no me tranquilizó en
absoluto.
—Necesita permanecer drogada —le dije a Jonas—. Hasta que
devuelva el poder.
—Lo está. La estamos vigilando de cerca.
—¡No lo suficientemente cerca! ¡Debería haber una acólita con ella!
—dijo Hildegarde.
—¿Te estás ofreciendo? —pregunté.
—Tú… —Sus ojos se abrieron por completo—. ¿No tienes ninguna
acólita?
Rhea saludó ligeramente desde la cama. La cara de Abigail pasó de
preocupada a un poco más que horrorizada. Hildegarde maldijo… algo
bastante inventivo.
—Hilde… —comenzó Jonas.
—Maldita sea, Jonas, ¿qué demonios has estado haciendo?
—No sabía que existían los sistemas a prueba de fallas…
—¡Pero sabías que había otras acólitas! Incluso las ex iniciadas
habrían sido mejores que nada. ¿Por qué rayos…?
—Quería controlar la Corte —dijo Abigail, suavemente. Parecía
aturdida, casi herida, como si no pudiera creerlo.
No podía creer que fuera veinte años mayor que yo.
No es la edad: es el kilometraje, me dije sombríamente, y me acerqué
a las ventanas.
—Lizzie, quiero algunas respuestas.
—Ya les dije todo lo que sé —escupió—. ¡Mil veces! Siguen haciendo
las mismas preguntas estúpidas…
—Tal vez se me ocurran algunas nuevas.
Me miró con resentimiento.
—Johanna Zirimis —empecé—. ¿La conocías?
—Por supuesto que la conocía. ¡Era una acólita!
465
—¿Pero la conocías bien?
—Nadie la conocía bien. Era una especie de bicho raro.
—¿De qué tipo?
Lizzie puso los ojos en blanco.
—Oh, ¿ahora hay tipos?
Asentí hacia el mago detrás de ella, quien le permitió sentarse
nuevamente en su catre. Su catre de aspecto bastante incómodo, con un
colchón lleno de bultos y una colcha fina como el papel. Lo que no le
impidió mirarlo con nostalgia.
—Cuanto más rápido hagamos esto, más rápido volverás a dormir —
señalé.
Frunció el ceño.
—Era solitaria, ¿de acuerdo? A nadie le gustaba. Siempre tenía su
nariz en un libro. Y era una DP, lo cual apesta si tenías que de hecho
ganarte tu lugar, como yo lo hice…
—¿DP?
—¿Designada política? —Me miró como si fuera lenta—. Cuando el
Círculo necesita un favor de una de las casas grandes, una que tiene una
hija en la Corte, tiran de algunos hilos y le dan un puesto de acólita.
Nunca va a ningún lado, por supuesto, bueno, Jo no. Ni siquiera tenía un
buen control del poder. Pero se hizo acólita antes que yo, y mi familia es
igual de….
—¿No era buena con el poder? —interrumpí—. ¿Cómo lo sabes?
—No nos enfrentaba en los duelos. El resto de nosotras,
practicábamos todo el tiempo, pero ella no. Como dije, todo lo que hacía
era leer… y hablar sola.
—¿Hablar consigo misma? —Un escalofrío me atravesó.
—Cassie —dijo Rico, y me volví para ver a Rhea sentada en la cama,
haciéndome señas.
—Un bloc de papel —le dijo Jonas a Rico, quien le lanzó una mirada.
Porque no recibía órdenes de magos, y porque ya había estado buscando
dentro de su abrigo, donde tenía uno listo.
Se lo entregó a Rhea, quien garabateó algo que Rico me trajo.
466
Está mintiendo. A menudo la vi a ella y a Jo juntas.
Miré a Lizzie, quien de repente pareció menos beligerante y más
preocupada.
—¿Qué dijo? —exigió—. ¿Y por qué no puede hablar?
—Algunos de tus amigos nos hicieron una pequeña visita esta
mañana —le dije, girando el bloc para que Lizzie pudiera verlo—. Y no creo
que te crea.
—¿A quién carajo le importa? ¿Quién es? ¡Una don nadie de
aquelarre! Mi familia…
—¿Una don nadie? —No había notado que Jonas se detuvo detrás de
mí, pero de repente estaba allí, su rostro blanco y aterrador—. ¿Mi hija con
Lady Phemonoe es una don nadie?
Lizzie lo miró fijamente. Y luego tragó con fuerza, y miró a Rhea. Y
entonces, se derrumbó.
Y habló… mucho.
Cuando terminó, miré a Jonas.
—Voy a necesitar…
Levantó una mano, con algo dentro.
—Sé lo que necesitas —dijo brevemente—. Pero hay un precio.
Quiero ver a tus padres.
—Bien. Yo también.

467
—¿ Estás segura que esto es necesario? —susurró Jonas
mientras nos agachábamos en la oscuridad, bajo un
montón de hojas goteando.
—Sí, si quieres hacer esto…
—No quiero hacerlo. Tengo que hacerlo —dijo, sonando ofendido—.
¡Se profetizó que tu madre nos ayudaría contra Ares!
—Lo hizo —le recordé—. Me ayudó a matar a cuatro de los cinco
Spartoi. No podría haberlos acabado sin ella…
—Esos fueron sus hijos. La profecía era sobre él. ¡Y de ninguna
manera hemos recibido ayuda contra él!
—¿Quieres quejarte? —Asentí hacia la casa de cuento de hadas azul
468 pálido que mis padres habían llamado hogar, hace casi veinticuatro años.
O en este preciso momento, ya que habíamos viajo en el tiempo—. Ve a
quejarte.
Jonas murmuró algo.
—¿Qué?
—¿Dije, de esta forma? —repitió, mirándose con desagrado.
—El precio de la ayuda de mi madre con el consejo de demonios fue
que nunca regresara. Si queremos ayuda, tenemos que asegurarnos que
piensen que no estoy aquí otra vez, pero aun así.
—Eso explica el glamour. Pero ¿por qué estoy usando solo una
manta?
La tenía envuelto alrededor de él al estilo toga, o tal vez al venerable
estilo senador, porque el ambiente a fiesta de fraternidad no iba muy bien
con la expresión de su rostro. O la cara de Pritkin, porque él era quien
había estado conmigo la primera vez que estuve aquí, y no podía aparecer
con un compañero nuevo. Las facciones de Pritkin podrían manejar
cualquier cosa, desde molestia hasta furia incandescente, pero
desaprobación... no tanto.
Pero mis padres no lo sabían.
—Es complicado —le dije—. Pero esta es la única manera.
—¿Y crees que tu madre va a caer con esto? —preguntó, ajustando
los pliegues de la manta sobre un hombro.
—No. Por eso no vamos a hablar con ella.
Una luz parpadeó en una ventana de arriba, dejando el pequeño
patio oscuro y silencioso. Excepto por nuestros pasos, mientras corríamos
hacia la puerta de la cocina. Estaba desbloqueada, por supuesto, porque
estábamos en el estado de un vampiro psicótico con un grupo de familiares
temperamentales. Las cerraduras eran superfluas.
No es que hubiera vampiros a la vista. Nadie, excepto Daisy,
desplomada sobre la mesa como una ebria muy extraña. O, para ser más
precisos, como si el “cuerpo” que mi padre había construido para ella
estaba actualmente vacío.
Papá había desarrollado un proceso a partir del hechizo de los
gólem, dándole a sus fantasmas una forma corpórea de modo que
pudieran servir como guardaespaldas para mamá y él. Solo que en lugar
de arcilla, los gólems de papá parecían estar hechos de cualquier basura
469 que hubiera encontrado por ahí. Y un cubo, que Daisy había convertido en
una cabeza ligeramente ladeada, porque él no había pensado en darle una.
Solté un suspiro de alivio. No estaba segura de haber acertado el día;
afinar exactamente cuándo aparecer a tiempo nunca había sido mi fuerte.
Y tal vez el cuarto de botella de la poción que Jonas había encontrado en
su mesita de noche no había ayudado tanto como debería.
—Iré primero, y comprobaré —dije, y por una vez, no discutió. Tal
vez porque estaba ocupado.
Mirando con consternación el maquillaje que Daisy había aplicado,
algo inexperto, al cubo. Crucé la cocina hacia una puerta por la que no
había pasado la última vez, donde se filtraba un brillo extraño que estaba
salpicando los azulejos.
Y encontré una sala de estar llena hasta el borde de… cosas.
Sobre las mesas, estantes y pegadas a las esquinas. Sobre el montón
de cajas y las pilas de cestas amontonadas. Se había apoderado del sofá y
reemplazó los libros que una vez ocuparon los estantes empotrados a
ambos lados de la chimenea. Estaba en todas partes. Y era brillante.
Una luz líquida que salpicaba las paredes con paneles de madera, la
mayoría de las cuales estaban en algún lugar a lo largo del espectro azul.
Lo que no era demasiado sorprendente teniendo en cuenta que, en
términos mágicos, el azul y el verde eran los colores de los hechizos más
suaves… o en este caso, los hechizos con el equivalente a baterías
gastadas. Dondequiera que miraba había guardas viejas, amuletos en
descomposición, pociones secas y hechizos de escudo que ya no protegían
nada.
Era una habitación llena de basura mágica.
Bueno, mayormente. Parecía que algunos artículos todavía podrían
tener algo de empuje. Un par de cajas subiendo y bajando, a medida que
los niveles de potencia en los encantamientos de levitación se desvanecían
y fluían. La mitad de una pequeña mesita auxiliar parpadeaba dentro y
fuera de la vista, y se estaba produciendo un extraño duelo entre una
LlamaEterna y un hechizo extintor. Pero en su mayor parte, solo brillaban
suavemente, salpicando las paredes con una vacilante luz submarina.
—¡No toques nada! —llegó la voz de Roger desde detrás de un
montón de cajas—. Algunas cosas están en su etapa dudosa en este
momento.
Sí, pensé, viendo una luciérnaga en una caja cerca de la ventana.
Estaba quemando minuciosamente todas las imágenes de las abejas en un
470 conjunto vulgar de cortinas florales. Giró lo que parecía un pequeño
sensor sobre mí mientras me acercaba a la pila, pero supongo que no
parecía lo suficientemente insecto, así que terminé indemne.
Y encontré a Roger, sentado en un escritorio, trabajando en algo que
requería una lupa con aumento para ver en un soporte. Levantó la vista, la
luz resplandeciendo en los lentes posados sobre su nariz. También lucían
con aumento.
Eso, o tenía la espinilla más grande del mundo en la mejilla
izquierda.
Su cabello había caído sobre sus ojos, y me miró a través de los
mechones, como si fuera difícil de ver fuera del círculo de luz.
—Oh, bien —dijo, después de un segundo—. Pensé que era ese mago
oficioso.
—No exactamente.
—Hmm. —Sonó desaprobador—. Me han dicho que no tengo
permitido hacer preguntas. Pero si lo hiciera, me preguntaría dónde está
ese vampiro con el que estabas destrozando Londres.
—Mircea —dije, mis labios un poco entumecidos.
Roger asintió.
—Puede que esté muerto, pero sigue siendo un mejor partido.
—No es así —dije, mirando lo que estaba haciendo. No se parecía
mucho a nada, solo unos pocos restos de metal—. Pritkin y yo no… quiero
decir, nosotros no…
—¿En serio? —Pareció sorprendido. Y luego aliviado—. Oh, bien. Es
solo que, bueno, las Pitias siempre terminan con magos de guerra, ¿no?
—¿En serio?
—Oh, sí. Tiene sentido cuando piensas en ello. ¿A quién más
conocen? Y si van a una cita, ¿quién está allí, fulminando al pobre
muchacho todo el tiempo? Hace que un hombre se sienta intimidado.
—No te intimidó.
—Sí, bueno, no era el mismo tipo de cosas, ¿verdad? —Me miró por
encima de sus lentes—. Cuando tu madre y yo nos conocimos
oficialmente, ya nos conocíamos desde hace más de una década.
—¿Después de que aparecí? —pregunté, porque de ninguna manera
471 no habían conectado los puntos a estas alturas.
—Supongo que se podría decir que nos presentaste —dijo
secamente—. Aunque probablemente nos habríamos conocido en cualquier
caso. Solía cazar allí afuera.
—¿En las Tierras Baldías? —Asintió—. ¿Por qué?
—Por la misma razón que el resto. Estaba hambrienta.
La pequeña creación en la que estaba trabajando comenzó a echar
humo, y dejó escapar una maldición abortiva y puso un hechizo de escudo
alrededor. Justo antes de que algo chocara contra el interior y se filtrara
por los costados, de un gris rosado y viscoso. Roger suspiró y agarró una
toalla.
—¿Por qué no volver a cazar demonios? —pregunté mientras se
limpiaba—. Así es como se volvió poderosa antes, ¿verdad?
—Así es como se volvió aún más poderosa —me corrigió—. Lo
suficiente para construir esa barrera suya. ¡Pero ya lo era mucho más que
su presa cuando comenzó, o habrían dado vuelta a la situación lo
suficientemente rápido!
—¿Como lo hicieron los dioses en esa batalla, después de que se
levantó el muro? —pregunté, recordando algo que me habían dicho.
Sacudió la cabeza.
—Mientras se levantaba. Sus compañeros dioses se dieron cuenta de
lo que estaba sucediendo al último momento, y casi la abrumaron.
Triunfó, pero quedó tan agotada por el proceso que, después, cualquier
demonio lo suficientemente poderoso como para ser útil también era lo
suficientemente poderoso como para ser peligroso.
—Entonces, ¿cazó fantasmas en su lugar?
Se encogió de hombros y arrojó el trapo humeante en un bote de
basura escudado.
—La energía vital es energía vital, de donde sea que provenga:
demonios, fantasmas o el poder de la Pitia en sí… que fue parte de la
fuerza vital de Apolo una vez, si lo recuerdas. Es lo que la atrajo a la Corte,
pero como acólita tuvo un acceso muy limitado. Cazar lo aumentó un
poco, y en el proceso nos seguimos… encontrando.
—¿Encontrando?
472 —Cuando ella me arrastraba de regreso a mi celda —admitió, y
sonreí.
—¿Cuántas veces sucedió eso?
—Más de lo que me gustaría admitir. —Buscó en una canasta lo que
resultó ser ungüento para quemaduras, con unos pocos parches rojos en
su mano—. Pero al final pudimos hablar, y descubrimos que teníamos…
intereses mutuos.
—¿Como qué?
—Muchas cosas —respondió, sin mirarme—. Pero con el tiempo, ella
accedió a ayudarme a escapar de esa maldita Corte, y… bueno, nos
mantuvimos en contacto.
—¿Mientras estabas saqueando el poder del Círculo Negro?
La última vez que estuve aquí, Roger me había contado cómo se
había unido a los magos oscuros después de que mamá lo sacó de la
cárcel, supuestamente para construirles un ejército fantasma. La jerarquía
del Círculo Negro había sido receptiva a la idea, la cual había prometido
espías invisibles en el Círculo de Plata, y posiblemente incluso soldados a
pie en la guerra avecinándose, si los gólems fantasmas extraños de papá
funcionaban. En realidad, nunca les había dado ni una maldita cosa, sino
que había aprovechado la oportunidad para acceder a su magia, la cual
había saqueado sin piedad. Aún no sabía por qué.
—Intentando —concordó—. Y huyendo. Y escondiéndome… fue una
década llena de acontecimientos.
—Conozco el sentimiento.
—Pero es diferente para ti, ¿no?
—¿Qué?
—Las citas. —Parpadeó hacia mí, sus ojos pareciendo tan grandes
como los de un búho detrás de los lentes—. Los vampiros no se intimidan
fácilmente, especialmente ese no. Y deben encontrarte fascinante.
—¿Por qué deben hacerlo?
—Tu posición para empezar. Aman el poder más que cualquier otra
criatura que haya conocido alguna vez. Incluso los demonios… bueno, está
bien, quizás no más que los demonios. Pero en promedio, ya sabes. Y luego
está tu nigromancia…
—No soy una gran nigromante —dije, intentando dirigir la
473 conversación a la razón por la que había venido.
—Por supuesto que sí —dijo Roger—. Te lo dije, los nigromantes no
solo lidian con los cadáveres. Somos como cualquier grupo: nos
especializamos. Y mi especialidad siempre fueron los fantasmas. Lo
sacaste de mí.
—No tengo que ser un nigromante para hablar con los fantasmas —
señalé—. Las clarividentes hacen eso todo el tiempo.
—Pero no llevan uno consigo por ahí, ¿verdad? No donan energía
para hacer que dicho fantasma sea más móvil. Y sobre todo, no hacen de
él un sirviente, no hacen que haga sus diligencias, espíen a sus enemigos
y hagan un poco de fisgoneo mental, si creen que está justificado.
—¿Estás seguro? —pregunté, porque esto era algo relevante en este
momento—. No he pasado mucho tiempo con verdaderas videntes…
—Bueno, si lo hubieras hecho, podrías haber notado que no estaban
siendo seguidas por un fajo de fantasmas.
Sonreí de repente, porque sonaba muy serio. Y con esos lentes…
—¿Ese es el término apropiado?
—¿Qué?
—Una bandada de cuervos, un grupo de gansos, un fajo de
fantasmas…
Bajó sus instrumentos para mirarme con desaprobación.
—Puedes bromear todo lo que quieras, pero es verdad. Las
clarividentes hablan con los fantasmas. Lo que haces va mucho más allá
de eso. Pero, por supuesto, eso no podría ser solo nigromancia, la cual
lidia únicamente con la carne podrida y los cuerpos rezumantes… bueno,
cualquier otra cosa que el Círculo pueda soñar para mantener al público
tan asustado de nosotros con el fin de encerrarnos.
—Están encerrados porque muchos de ustedes se volvieron locos —
dijo Jonas, desde la puerta.
Roger suspiró.
—Tú otra vez. Pensé que habías salido a jugar bajo la lluvia.
Jonas abrió la boca, pero intercedí primero.
—Tienes que admitir que muchos nigromantes terminan trabajando
para la oscuridad.
474 —Bueno, por supuesto que sí. —Roger pareció sorprendido—. ¿Qué
más está abierto para ellos?
—Encontraste trabajo con Tony…
—Sí, y ha sido muy divertido.
—Y hay muchos nigromantes independientes…
—Parcheando a vampiros, hurra, ¿qué más puede pedir un hombre?
—… y tienes magia. Podrías…
—Tú tienes magia. No serías capaz de hacer mucho en nuestro
mundo sin ella. Pero ¿a dónde va, hmm?
—¿Va?
—¿Para qué se usa? —preguntó—. La magia no es solo esta masa de
poder, ¿verdad? Una reserva para ser empleada de la forma que quieras.
¡Sería como decir que cualquier humano podría tocar el piano
maravillosamente solo porque tiene dedos!
—Bueno, por supuesto, las personas tienen diferentes talentos…
—Sí, y lo que pueden hacer está en gran medida limitado por esos
dones. Mírame. Cuando era niño, quería ser un mago de guerra…
Jonas hizo un sonido estrangulado y Roger le lanzó una mirada.
—Oh sí, ríete todo lo que quieras, pero el hecho es que tenía el poder
para hacerlo. Era lo suficientemente fuerte. —Volvió su atención hacia
mí—. Te hacen hacer estas pruebas, ya sabes, cuando entras, para medir
tu magia. Para ver si tienes lo que se necesita. Si no generas lo suficiente,
no hay necesidad de ir más allá, porque de todos modos no podrás lanzar
el tipo de hechizos que tendrías que aprender.
Asentí.
—Bueno, pasé. Las pasé todas —me dijo Roger con orgullo—.
Éramos tres, de mi antiguo vecindario, y todos lo intentamos al mismo
tiempo. Habíamos jugado a ser magos de guerra mientras crecíamos, y la
idea de que podría convertirse en una realidad… parecía un sueño. Pero
solo uno de nosotros lo logró, y no fui yo.
—Pero acabas de decir…
—Que era lo suficientemente fuerte. Mi cuerpo genera magia
suficiente. Pero el camino que mi magia eligió tomar fue uno de los no
autorizados. En otras palabras, tenía el potencial de ser un gran
475 nigromante, pero no mucho más. Y no hay academia de nigromancia,
¿verdad? Tenía todo este poder, pero no tenía dónde usarlo.
—Así que te convertiste en un mago oscuro —dijo Jonas, cruzando
los brazos.
Roger lo fulminó.
—No, aunque así es como la oscuridad consigue muchos seguidores,
déjame decirte. ¡El Círculo prácticamente les pone un lazo en la cabeza
mientras los echan por las puertas!
Jonas comenzó a decir algo, pero lo interrumpí.
—Entonces, ¿qué hiciste?
Roger agitó una mano hacia su colección.
—Lo que ves. Me convertí en la versión mágica de un basurero,
alguien que desactiva los encantamientos viejos antes de que exploten en
la cara de alguien. El mismo tipo de trabajo que consigue un scrim —
agregó, hablando de los humanos mágicos que producen muy poca magia.
Eran considerados discapacitados, aunque algunos de los que conocí
parecían estar bien.
—Es una profesión honorable —dijo Jonas con rigidez.
—Dice el hombre que nunca tuvo que hacerlo —respondió Roger con
acidez—. Paga bien, sí, por el peligro, de modo que la mayoría de los
scrims no importan. Pero yo sí… aunque, no tuve ninguna posibilidad de
pasar a algo mejor. ¿Tienes alguna idea de lo mucho que molesta eso?
¿Cuán disgustado te deja con todo el sistema, que parece diseñado
específicamente para arruinar su vida?
Pensé en Johanna, y me pregunté si así era cómo se había sentido.
Porque, según Lizzie, la Corte Pitia había tenido su propia nigromante,
mucho antes de que yo apareciera. Y una que se especializaba en
fantasmas, por cierto.
No sabía por qué me había sorprendido. Sabía que había otros
nigromantes alrededor, incluso aquellos con la especialidad mucho menos
común de hablar con fantasmas: mi propio padre era prueba de ello. Sin
embargo, lo había hecho, tal como había sorprendido a Lizzie, que había
juntado las piezas lentamente.
Junto con un plan para beneficiarse de ellos.
Al principio tuvo la intención de delatar a Johanna, con la esperanza
de conseguir su lugar como acólita. Pero eso fue antes de que Jo se
476 ofreciera a mostrarle las Tierras Baldías, y cómo, si te mantienes lo
suficientemente cerca de la barrera del tiempo, podías espiar a las
personas sin estar en la fiesta tú mismo. Así fue cómo Lizzie me había
emboscado, al segundo en que regresé de un viaje anterior a Gales. Me
pregunté cómo había salido de la nada al momento justo; no me había
dado cuenta entonces que, era más que nada de ningún tiempo.
Gracias a Lizzie, también descubrí algunas otras cosas. Así como,
cómo una acólita podía viajar mil quinientos años en el pasado sin
necesitar las Lágrimas de Apolo. Porque, cuando sales del tiempo, pierde
su poder sobre ti, ¿no?
Al igual que pierdes la capacidad de determinar cuándo volverás a
entrar.
Lizzie no me lo había dicho; Lizzie no lo sabía. Pero yo sabía lo que
había visto en ese breve viaje con Billy Joe. Cómo, cuando nos acercamos
a la barrera del tiempo, la ubicación se había mantenido igual, pero los
siglos habían pasado en segundos. Y estaba apostando a que una
nigromante capaz de hablar con fantasmas, muy inteligente y un control
tenue sobre el poder de la Pitia también podía encontrar otra forma de
viajar en el tiempo.
Y traer de vuelta a un dios, donde las acólitas con magia más
tradicional habían fallado.
—Así que decidiste unirte al gremio —estaba diciendo Jonas—. Para
borrar la historia, borrar innumerables vidas y rehacerla a tu favor. ¡Pero
no, eso no es oscuro!
—¡Tampoco es cierto, y no estaba hablando contigo!
—¿No eras miembro del gremio? —pregunté.
Roger pareció incómodo.
—Es… no en la forma en que piensas. Pasó algo y… después, ya no
hubo muchas opciones.
—Siempre hay opciones —dijo Jonas—. Tomaste las equivocadas. No
intentes excusarte ahora.
—¡No perdería mi tiempo intentando excusarme contigo de nada!
—J… Pritkin, ¿puedes darnos un minuto? —pregunté. Porque no iba
a llegar a ninguna parte de esta manera.
477 Esperé una discusión, pero no la hubo.
—Sal cuando hayas terminado —fue todo lo que dijo, y salió de
golpe.
—Típico de la raza —dijo Roger, mirando detrás de él—. Bueno,
excepto por la parte de demonio.
—No es tan típico, una vez que lo conoces.
—No quiero llegar a conocerlo —dijo Roger, y luego miró hacia abajo,
a la mano que le había puesto en la manga—. Pero bueno, supongo que no
lo haré… ¿verdad?
Me encontré con sus ojos, y él pareció… bueno, pareció un hombre
que realmente estaba viendo a su hija por primera vez. Y la última vez.
—Fue el precio —dije—. Ella no me ayudaría a menos que
prometiera no volver.
Sacudió la cabeza.
—Lo habría hecho, sabes. Es decir, estoy casi segura. Era bastante…
le dolió, que no tuviéramos más tiempo contigo en Londres. Lo dijo, de
todas las cosas que la vida le había robado, eso fue lo peor. No entendí a
qué se refería, no hasta… —Levantó la vista hacia el segundo piso, donde
mi yo bebé estaba durmiendo—. Supongo que es por eso que no debo
preguntar lo obvio. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no pudiste simplemente
preguntarnos lo que quisieras en tu propio tiempo?
Tragué con fuerza. Porque, sí. Era algo obvio, ¿no?
—Está bien —dijo suavemente, su mano apretando la mía—.
Considerando a lo que nos enfrentamos… bueno. Sabíamos cómo podrían
terminar las cosas.
—Pero no tiene por qué —dije tentativamente—. Podría ayudar…
Una ceja rubia se alzó de golpe.
—¿Y le preguntaste sobre eso?
—No.
Sonrió de lado.
—Entonces, ¿qué sería esto? ¿Seguro que mamá se niega, así que
mejor le pregunto a papá?
—Esto no es gracioso. No sabes lo que viene…
478 —Y no quiero.
—¿Por qué? —exigí—. ¡Estuviste involucrado en un grupo cuyo único
propósito era cambiar el tiempo!
—Sí. Y he aprendido algunas cosas desde entonces.
—¿Cómo qué?
Se recostó contra el escritorio, la luz vacilante enviando haces
ondulantes sobre la superficie de sus lentes. Debe haber visto que me
estaba molestando, porque se los quitó y se frotó los ojos con cansancio.
Eran del mismo color que los míos, me di cuenta. Los de mi madre
también eran azules, pero los de ella eran casi violeta.
Pero los de él eran del mismo tono simple que los míos.
Azul humano.
—Parece que debería ser la respuesta a todos nuestros sueños, ¿no?
—preguntó, sonriendo—. Si controlas el tiempo, controlas todo. Cuando
tenía tu edad, lo creía con absoluta certeza. Podría hacerlo; podría cambiar
el mundo. —Miró hacia el cielo, o tal vez solo arriba—. Pero creo que
terminó más que nada al revés.
No dije nada por un momento. Estaba luchando si decirle o no lo
que venía. Era lo último que se suponía que debía hacer, pero ¿de qué otra
forma podría hacerle entender? Y necesitábamos su ayuda.
—Roger…
—No.
—¿Ni siquiera escucharás lo que tengo que decir? —exigí, la
confusión, el miedo y la ira mezclándose con un ardor ácido familiar en mi
estómago—. Podría ayudar…
—Cassie…
—¡Podría!
—No. Ni siquiera la Pitia tiene poder sobre la muerte.
Fue bajo, pero me detuvo en seco.
—¿Qué?
—Tu madre está muriendo —me dijo suavemente—. Ya sea a mano
del Spartoi o no, nada puede detener eso ahora.
479 —Pero… es inmortal…
—Lo cual no protege contra enfermedades o lesiones.
—¿Ha sido herida?
—Ha estado muriendo de hambre. Por más de tres mil años. Y al
igual que con los humanos que se quedan sin sustento el tiempo
suficiente, tiene un costo.
—Pero… tengo el poder de la Pitia. Si necesita energía…
—Ya ha ido más allá de eso. Lo descubrió cuando fue a la Corte.
Todavía podía manipular el poder, seguir usándolo, pero no reparó el
daño. Temo que no hay nada en la tierra que pueda hacerlo.
—Pero tiene que haber una manera…
Sacudió la cabeza.
—¿Crees que no buscó?
—¡Tiene que haberlo!
—Escúchame. —Dejó sus herramientas para poder tomarme por los
hombros—. Tienes los dones de tu madre, así como los míos. No se sabe lo
que algún día podrás hacer… lo que puedes hacer ahora, si solo supieras.
Ninguna Pitia ha tenido alguna vez esa diversidad de talentos…
—¡Entonces déjame usarlos para ayudarte!
—Lo intentarías, pero fracasarías. No —dijo, haciéndome callar—. No
por falta de habilidad. Sino por falta de comprensión.
—¿Comprender qué?
Su rubia cabeza se inclinó.
—Que, a veces, la única forma de ganar es perder.

480
E
ncontré a Jonas a un lado de la casa, de pie junto a lo que
parecía un contenedor de basura. Bueno, más o menos. Unas
cuantas chispas al azar volaron cuando me acerqué, e
hicieron ruidos de rebote contra la tapa, que estaba a la mitad y reflejaba
un montón de colores en movimiento debajo.
—No te acerques —dijo Jonas sombríamente.
Empecé a preguntar por qué, pero luego otra chispa voló escapando
y aterrizó en una pavimentadora. La cual tembló y se sacudió… y
desapareció. O eso pensé, hasta que choqué con ella un segundo después.
—¿Qué…? —pregunté, de pie como una cigüeña para poder
examinar mi dedo posiblemente roto.

481 Jonas se escudó la mano y sacó algo desagradable del interior del
contenedor. Era púrpura iridiscente y temblaba, como un gran trozo de
hígado fresco. Aunque, no olía como uno.
—Eso no ayuda —dije, ahora dividida entre sostener mi nariz y mi
pie.
—Encantamiento de ocultamiento. O lo era. Presionas las cosas que
deseas esconder: joyas, llaves, y las oculta de los hechizos de detección. —
Echó un vistazo a mi pie—. Y la visión de la mayoría de la gente.
Excelente. Como si necesitara ayuda para suicidarme. Me acerqué
esquivando las chispas.
—¿Qué más hay allí?
—Basura —respondió, dejando caer la tapa con un estrépito—. De la
variedad mágica: guardas viejas, pociones y amuletos. Están en la etapa
peligrosa, con muy poca magia para contener el hechizo correctamente,
pero demasiada para extenderse. El lote necesita ser desencantado, para
liberar la magia restante, pero en su lugar…
—Alguien los arrojó en un contenedor de basura.
—Tu padre. —Jonas fulminó la casa con la mirada—. Encantó el
interior del recipiente, pero sigue siendo un riesgo grave. En conjunto, hay
una gran cantidad de magia allí, la mayoría inestable. No puedo imaginar
lo que quería con eso.
—Lo mismo que quería del Círculo Negro —dije, sentándome en un
banco cercano.
—¿Te dijo?
—Lo suficiente. —Jonas se sentó a mi lado—. Es una larga historia
—dije—, pero intentaré condensarla. Los Spartoi no fueron afectados por el
hechizo de expulsión de mi madre, porque eran semidioses. Eso les dio
una atadura a este mundo, permitiéndoles cazarla. Su espíritu es una
parte esencial del hechizo de barrera, de modo que esperaban que matarla
lo derribaría y los reuniría con su padre.
—Sé eso —dijo Jonas, sonando impaciente.
Lo ignoré.
—Madre se mantuvo por delante de ellos durante mucho tiempo,
pero al final la alcanzaron en la Corte Pitia. Se escapó, con la ayuda de mi
padre, pero ellos tenían dinero y conexiones, y eran cinco. Era solo
cuestión de tiempo antes de que volvieran a encontrarla.
482
—Así que tus padres se refugiaron aquí. —Jonas miró alrededor al
bosque denso, el suelo húmedo y la luna plateada, alzándose por encima
de los árboles—. Supongo que, hay lugares peores.
—Mucho peor. La mayoría de la comunidad sobrenatural ignora a
los vampiros. Son vistos como extraños y peligrosos, y ellos desconfían
mucho de los extraños, especialmente de los magos. No es el primer lugar,
el segundo o el tercero, donde alguien esperaría que un humano vaya a
buscar ayuda, especialmente cuando el vampiro en cuestión es un
carroñero cruel como Tony.
—Entonces, ¿cómo lo hicieron tus padres? Como dices, los vampiros
rara vez confían en un mago.
—En un mago, no. Pero un nigromante…
—Ah. —Se recostó contra el banco. Estaba mojado, pero supongo
que cuando estás vestido con una manta, no importa mucho—. La única
vez que estar en el lado equivocado de la ley es útil.
—Sí. A Tony siempre le gustó trabajar con delincuentes, o al menos
con aquellos bajo sospecha. Les daba menos opciones y más razones para
permanecer en su lado bueno. Además, Roger era un mago decente, y los
vampiros no encuentran a muchos de esos.
Jonas asintió. La mayoría de los magos que los vampiros podían
adquirir (a excepción de personas como Mircea, que podían pagar lo mejor)
eran los más bajos del mercado. Tony había perdido muchos negocios a
través de los años debido a hechizos que salieron mal, porque alguien no
sabía lo que estaba haciendo.
—Pero acercarse a Tony no resolvió sus problemas, ¿verdad? —
preguntó Jonas.
—No. Les compró tiempo, pero los Spartoi los encontrarían tarde o
temprano, y sin el poder de la Pitia, mi madre no sería capaz de luchar
contra ellos.
—Y tenía a una hija en quien pensar —dijo Jonas, observándome.
Miré fijamente a la luna, coqueteando con las ramas de los árboles.
—Sabía que si se enteraban de mí, estaba muerta. También sabía
que se estaba muriendo, debido al hambre que la había estado
persiguiendo durante años. La había llevado a la Corte Pitia, pero incluso
el poder de la Pitia ya no era suficiente. La había sustentado, pero no
había reparado el daño. Nada en la Tierra podría hacerlo.
483 —Nada… ¿en la Tierra? —dijo Jonas, y maldita sea, era rápido. Más
rápido de lo que yo había sido.
—Mis padres tenían un plan —confirmé—. Pero para que funcionara,
necesitaban a los Spartoi fuera de la ecuación. Pero no tenían forma de
matarlos. Así que, hicieron la siguiente mejor cosa.
—¿Que era…?
—Se suicidaron… en un tiempo en que sabían que los Spartoi lo
verían.
—Yo… ¿disculpa? —Jonas me miró fijamente.
—Tony había ordenado un golpe contra ellos —le expliqué—, por
negarse a entregarme como se les ordenó. Roger conocía al asesino que
planeaba usar: ya habían trabajado juntos. Y aunque Jimmy no habría
estado dispuesto a alejarse como si nada, estuvo perfectamente contento
con recibir un soborno para establecer el golpe a la hora y el lugar que
eligiera mi padre.
—¡No me refería a la logística! —Jonas me miró fijamente—. ¿Estás
diciendo que ellos querían morir?
—No querían, no. Pero de todos modos, iba a suceder. Mamá se
estaba muriendo y Roger no la dejaría, así que…
—¡Aún no veo cómo la muerte fue una solución para nada!
Sacudí mi cabeza.
—No lo harías, nadie lo haría a menos que fueran expertos en
fantasmas. Es como me dijo mi padre la última vez que estuve aquí: no
hay límite para la cantidad de poder que puede consumir un fantasma. En
forma corporal, madre sería presa fácil. Pero ¿como un espíritu
hambriento? —Jonas solo me miró—. Ella conocía a sus compañeros
dioses —expliqué—. Sabía que probablemente intentarían regresar por
separado, cada uno de ellos queriendo gobernarlo todo. Lo que le daba una
sola oportunidad. Una vez había sido capaz de drenar a señores demonio
poderosos en cuestión de segundos. ¿Por qué no a un dios, si la batalla lo
distraía?
Como, por ejemplo, con los mismos señores demonios a los que ella
me ayudó a poner de mi lado.
Me había preguntado por qué había insistido tanto en hablar con el
consejo en nombre de Pritkin, hasta el punto de ponerme el hechizo Seidr
de modo que pudiera usar mis habilidades de viaje en el tiempo y
hablarles desde más allá de la tumba. Sin embargo, había pasado la mayor
484 parte de ese discurso ignorándolo, a favor de conseguirme aliados
poderosos. Tenía más sentido ahora al comprender: también había estado
consiguiendo una distracción poderosa.
—Pero seguramente él se daría cuenta —insistió Jonas—. ¡Y se
volvió contra ella!
Sonreí levemente.
—Sí, él se volvería contra ella. Contra una Artemisa recién
revitalizada, llena de poder divino robado, el mismo poder que lo había
debilitado a él. Contra la gran cazadora, la diosa que había arrasado con
hileras a través de ejércitos de demonios enteros; quien había seguido a los
señores demonios de regreso a sus mundos de origen y los había matado
ante sus tronos; quien, sola, desalojó a todo el panteón de la Tierra y cerró
la puerta detrás de ellos. Y quien sabía que estaba enfrentando
literalmente la batalla de su vida.
Jonas parpadeó, absorbiendo eso.
—Entonces tu madre tuvo que morir… para poder vivir.
Asentí.
—Los dioses no son como nosotros. No mueren del todo… se
desvanecen, cuando se quedan sin poder. Y a pesar de lo dañada que
estaba madre, solo absorber todo el poder de otro gran dios sería suficiente
para traerla de vuelta. Podría drenarlo y volver a su estado anterior, pero
no en el cuerpo en el que estaba. No podría absorber tanta energía lo
suficientemente rápido. Pero un fantasma podría.
—Y si de todos modos estás preparado para morir, ¿por qué no dejas
que la muerte cumpla el doble deber y proteges a tu hija?
Asentí.
Jonas frunció el ceño.
—Entonces, ¡tuvieron suerte de que Tony decidió matarlos!
—La suerte no tuvo nada que ver con eso —dije, y vi que sus ojos se
abrieron de par en par.
No tenía ni idea.
—Las videntes verdaderas son raras —le recordé—. Y mis padres
habían enfatizado mis habilidades lo suficiente como para que el deseo de
Tony por una alcanzara su punto álgido. En realidad, no entendía cómo
funcionaban las visiones entonces; creo que estaba bajo la impresión de
485 que simplemente podía encenderlo cuando quisiera, haciéndole grandes
cantidades de dinero.
—¿Y darle razón para matar a tus padres?
—Al principio, no. Pero los vampiros no ven las cosas como nosotros.
Mi padre trabajaba para él; mi madre y yo vivíamos en su finca; todos
estábamos bajo su protección. En lo que respecta a Tony, yo ya era suya.
Pero cuando él ordenó que me llevaran a la Corte, mis padres se negaron.
—Me encogí de hombros—. El resultado era predecible.
—No me parece predecible. Simplemente asumir…
Sacudí mi cabeza.
—No asumieron nada. Tony había intervenido la cabaña, siempre fue
paranoico, obligando a mi padre a tener que inventar un hechizo para
controlar lo que él escuchaba. Pero, por alguna razón, Tony nunca había
considerado que lo contrario podría ser cierto. Después de todo, ¿quién
estaría lo suficientemente loco como para intervenir la oficina de un
vampiro maestro psicótico?
—Tu padre —respondió Jonas secamente.
—Sí. Y los magos de segunda clase de Tony nunca lo encontraron.
Ese es el problema de los avaros: consiguen lo que pagan.
—Pero eso dejó a su hija en manos de un asesino —dijo Jonas,
sentándose hacia adelante. Y luego maldiciendo y envolviendo su capa
alrededor de él, después de que se deslizara de un hombro.
—Suenas tan horrorizado.
—Pero… su hija. En manos de una de esas cosas…
—Por eso era perfecto. Los magos se quedan con los magos. Poner a
una niña deliberadamente en manos de un vampiro ni siquiera se le
ocurriría a la mayoría de las personas.
Por la expresión de Jonas, claramente no se le habría ocurrido.
—Y nunca tuvieron la intención de que me quedara allí —añadí—. La
idea era que me escondiera con Tony durante unos años, tiempo durante
el cual tuviera todas las razones para mantenerme saludable, y luego ser
descubierta por Mircea. Mi padre lo había visitado, supuestamente como
emisario de Tony, pero en realidad porque quería echarle un vistazo… y a
su seguridad. Le gustó lo que vio.
—¡Pero no podrían haber sabido que Mircea te llevaría, o incluso
averiguaría sobre ti!
486
A veces olvidaba que, aunque Jonas sabía más sobre magia de lo
que probablemente yo hubiera sabido alguna vez, no sabía nada sobre los
vampiros.
—¿Recuerdas cómo te dije que Tony ya me consideraba suya, porque
un humano que trabajaba para él me tenía? —pregunté suavemente.
Jonas asintió.
—Bueno, eso se aplica doblemente a los vampiros y sus maestros.
Por lo general, alguien como Mircea no se acercaría pavoneándose y
simplemente escogería a uno de los juguetes de sus hijos: se considera de
mal gusto. Pero ¿si ese juguete es un activo valioso, especialmente un
activo capaz de cambiar el juego como una posible Pitia? Demonios, sí,
iría. Y Tony lo sabía.
—Aun así, logró mantenerte en secreto durante años.
—Porque solo tenía cuatro años cuando murieron mis padres. Tony
esencialmente me perdió a las once, cuando uno de los suyos lo delató con
Mircea. De hecho, fue más o menos como mis padres habían pensado.
—¿Incluso con los Spartoi?
—Sí. Sabían que mi madre estaba casi agotada, y que las videntes
rara vez ven algo verdadero sobre sí mismos. Por más difícil como podría
ser creer que un gángster de segunda categoría había logrado matar a una
diosa, si lo veían pasar, y verificaban la razón (Tony dijo que papá lo había
estado engañando) bueno. —Alcé una mano—. Pensaron que funcionaría.
—Y lo hizo.
—Por un momento. Los Spartoi no sabían de mi existencia, porque
Tony mantuvo mi identidad en un secreto muy bien guardado. Temía que,
si alguien alguna vez descubriera quién era, le dirían a la Corte Pitia y él
perdería su premio. Y porque no creo que lo esperaran. Incluso después de
que resurgiera como Pitia, le tomó tiempo a los Spartoi aceptar que la
diosa más famosa por su virginidad de hecho había tenido una hija.
—¡Aun así, podrían haberte enviado a nosotros! Somos los
guardianes legítimos…
—¿Y hacer que me mataran? Encontramos un Spartoi en tu
organización, ¿recuerda?
Frunció el ceño, pero no discutió, porque no podía. Uno de los
487 Spartoi, quienes podían parecer lo suficientemente humano cuando lo
deseaban, se había infiltrado en la oficina de relaciones públicas del
Círculo, porque captaban de primero todo el escándalo. Habían esperado
que el hechizo de mi madre finalmente se deshiciera después de su
muerte, y cuando eso no sucedió, comenzaron a buscar una razón.
Pero nunca me encontraron.
Mis padres me habían escondido bien.
—Pero seguramente, si los Spartoi hubieran visto a tu madre siendo
asesinada, los habría satisfecho —dijo Jonas—. ¿Por qué tu padre también
tenía que morir? Tenía a una hija…
—Porque él era el nigromante. Su alma es lo que los mantiene
anclados aquí, al igual que mantuvo a los espíritus de sus fantasmas
anclados en los cuerpos locos que construyó para ellos. Al igual que el
cristal de control mantiene a un demonio anclado dentro de un gólem. Sin
él, el alma de mi madre haría la transición más allá de los límites de la
barrera...
—La cual entonces caería.
—Sí.
Jonas pareció ligeramente asombrado.
—Pensaron en todo.
—Excepto en Tony llevando la trampa a otro mundo. Había estado
aquí por casi un siglo; no había razón para pensar que de repente decidiría
irse. Y si lo hacía, que iría a Faerie. Eso incluso sorprendió a Mircea, quien
lo conocía mejor que nadie. Nadie esperaba que se uniera repentinamente
al otro lado en la guerra.
—¿Por qué lo hizo?
—Ni idea. Como aún no sé lo que estaba haciendo mi padre en esa
bodega en Londres, donde Agnes lo atrapó, si no fuera un miembro
probado y verdadero del Gremio. No quiere explicarme eso, como tampoco
me dirá de lo que hablaron mi madre y él, con lo que la convenció de
liberarlo. Todavía hay muchas cosas que no entiendo.
—Como, ¿quién hizo la trampa para las almas de tus padres?
Lo miré, un poco sorprendida.
—No, eso lo sé. Tú también.
—Yo no…
488 —Jonas —dije suavemente—. Acabas de verlo trabajando en ello.
—Eso… —Los ojos de Jonas volvieron a la casa.
—Cuando papá dijo que no, no puedes tener a mi pequeña hija, no,
no la llevaré a la Corte, Tony se asustó. Nadie le decía que no. Bueno, tal
vez Mircea, pero no un humano. Y ciertamente no uno a su servicio. Así
que esperó un tiempo, luego le dijo a Roger que tenía un problema con un
socio y que quería un tipo inusual de venganza. Quería una trampa,
imposible de romper, una como la que papá le había mencionado una vez,
meses antes. Pensó que sería divertido que Roger creara la trampa para su
propia alma.
—Entonces tu padre hizo la trampa…
—No, mi padre hizo el talismán. —Saqué el collar de Billy de mi
camisa—. Como este. Solo que mucho más poderoso. Uno que podría
sustentar las almas de mis padres mientras esperaban que regresaran los
dioses. Pero el alma de una diosa necesita mucho alimento, incluso como
fantasma, de modo que el talismán tenía que poder extraer muchas veces
más la cantidad habitual de energía vital del mundo.
Jonas finalmente pareció comprender algo.
—Es por eso que Roger se unió al Círculo Negro: para saquearlos.
Asentí.
—Se unió después que madre lo liberara de la cárcel. Necesitaba una
cantidad fantástica de poder para crear tal talismán, y no sabía dónde más
conseguirla. Funcionó bastante bien: consiguió la mayor parte de lo que
quería antes de que descubrieran lo que estaba haciendo.
—Y el resto lo tomó de estas… ¿cosas? —Jonas hizo un gesto hacia
el contenedor de basura.
Me encogí de hombros.
—Es lo que único que conocía. Y cómo persuadir a Tony para que
trabajara con él. La magia se puede vender, si estás dispuesto a tomarte el
tiempo y arriesgarte a extraerla de lo que otras personas ven como basura.
Y cuanto más inestable es, más ganancias hay en ella. También les dio a
mamá y a él una razón para vivir separados de la casa principal: debido al
riesgo de estallar. Y como Tony sabía una mierda sobre la magia, papá
pudo desviar una gran cantidad de poder de las cosas que él le envió sin
que nadie más fuera testigo.
—Pero ¿por qué darle el talismán a Tony? —persistió Jonas—. ¿No
489 habría sido mejor enterrarlo en alguna parte? ¿Ponerlo en una caja de
seguridad? ¿Pegarlo en una pared? ¿Por qué dárselo a ese maníaco
deliberadamente?
—Es un objeto mágico poderoso, y hay muchas personas que
podrían sentirlo —le recordé—. Entiérralo y podría desenterrarse. Ponlo en
una caja de seguridad y podría ser robado. Colócalo en una pared, y dicha
pared podría ser derribada. Pero Tony ama sus trofeos y está muy bien
equipado para protegerlos. Y con él, no había ningún riesgo de que el
titular muriera y el talismán pasara a alguien que quisiera desencantarlo.
Los vampiros son las cosas más cercanas que el mundo tiene a los seres
inmortales. Especialmente, los paranoicos como Tony.
Nos sentamos en silencio por un momento. No sé qué estaba
pensando Jonas, pero yo no estaba pensando mucho en nada. Las
conmociones sucesivas de los últimos días me habían dejado casi
entumecida. Lo cual era mejor que la alternativa, mejor que repasar todas
las probabilidades, todas las formas en que todo podría haber sido tan
diferente. Si los dioses no hubieran contraatacado con tanto ahínco, si
Tony se hubiera quedado quieto, si Apolo no hubiera regresado, lleno de
ira y venganza, y no hubiera sido recibido por un grupo de demonios, sino
por una diosa muy hambrienta, muy decidida…
Pero no lo hizo.
Mis padres habían tenido un buen plan, pero había fallado. Y ahora
estábamos recogiendo los pedazos. Lo cual habría sido mucho más fácil si
me escucharan. Pero Roger había dejado en claro que eso no iba a pasar,
tal como lo había hecho mamá la última vez que estuve aquí.
Ahora me habían visto; sabían que parte de su plan había
funcionado.
Simplemente no entendían… no era la parte correcta.
Me di cuenta que Jonas me estaba mirando.
—No vamos a conseguir ayuda, ¿verdad?
—No de mis padres. Ya tienen cualquier ayuda que nos podrían dar.
Esta es nuestra pelea, Jonas.
Escuchamos las cosas chispeando en el interior del contenedor por
un tiempo.
—Quería agradecerte —dijo finalmente.
—¿Por qué?
490 —Tu advertencia. Sobre el Círculo Negro. Caleb llegó con ella justo
antes de que golpearan. Si no hubiéramos estado preparados…
—No lo envié con una advertencia.
—¿Discúlpame?
Tomé un respiro.
—Lo envié a robarte. La poción, si podía conseguirla, o la receta si
no podía. Supongo que, en su lugar decidió hablar contigo.
Inclinó la cabeza.
—¿Cómo llegamos aquí?
—No lo sé.
—Tenías razón. No te he tratado como la Pitia. Es difícil ver a alguien
en ese papel… además de ella.
—Lo sé.
—Pero eres la Pitia. —Me lanzó una mirada—. Y vas a volver.
Asentí.
—Para encontrar el arma de los dioses y un hombre que sepa cómo
manejarla.
—Y la poción… la botella que encontré, ¿es suficiente?
—No. Pero tampoco lo sería una entera. Estoy demasiado cansada.
Apenas nos traje aquí.
—Entonces, ¿cómo?
Miré a la casa.
—Hay otra manera.

491
E
l bosque era encantador, oscuro y profundo.
Y luego nos desplazamos.
Golpeé el suelo con Hildegarde encima de mí, y luego
Abigail se estrelló contra ella. Y finalmente Rosier apareció
de la nada y se derrumbó encima de nosotras, y comencé a ver estrellas.
Solo que no: los senderos plateados a través de los árboles eran otra cosa.
—¡Agárrenla! —jadeé, y otra presencia fantasmal salió disparada a
través de las ramas, pero no era Billy Joe.
Estaba demasiado ocupado quejándose de mí.
—¡Te dije que… esto era mala… idea!

492 —¿Por qué estás… sin aliento? —jadeé, porque yo era la que tenía
casi trescientos kilos encima.
—Porque eso… fue lo más loco… ¡que he hecho! —chilló, con su
sombrero espectral inclinado hacia atrás en su cabeza y sus ojos color
avellana abiertos de par en par—. ¿Qué demonios?
Estaba hablando de nuestro viaje a través de las Tierras Baldías, a
donde habíamos entrado nuevamente para tomar un atajo al pasado. Papá
me había prestado sus dos fantasmas, y con Billy Joe aprovechando el
poder de Rosier, pudimos cargar cuatro personas: Rosier, mis dos acólitas
nuevas (que parecían estarse lamentando por el viaje) y yo.
Pero lo logramos, aunque tuvimos que salir unos años antes en
defensa propia. Y luego, desplazarnos inmediatamente de la marea de
espíritus hambrientos que se habían arrojado tras nosotros. Había sido
como si alguien tocara el timbre de la cena, gracias a Daisy, quien se había
alejado demasiado y trajo algo con ella.
Algo enorme.
No lo había visto bien antes de que estuviéramos envueltos por una
horda de fantasmas aterrorizados, todos intentando escapar de lo que sea
que fuera y, al mismo tiempo, comernos.
Lo que probablemente era lo que tenía a Daisy tan asustada, pensé,
a medida que la arrastraba de regreso a través de los árboles, protestando.
—Solo estaba estirando las piernas —dijo altivamente.
—¡Maldita sea, mujer! ¡No tienes piernas! —dijo el coronel, sus
patillas vibrando de indignación.
—Tampoco tú —dijo ella, y luego miró hacia abajo con preocupación
mientras luchaba por levantarme.
—¡Y este no es momento para dar un paseo!
No podría estar más de acuerdo.
La idea había sido llegar de incógnito, porque fasear no requería del
poder de la Pitia. O ninguna magia, al menos ninguna que un usuario
mágico normal pudiera detectar. Supuse que así era como Johanna me
había estado evadiendo: mi poder solo podía encontrarla si lo usaba, o
estropeaba la corriente del tiempo, y hasta ahora, no había hecho nada.
Nosotros, por otro lado, acabábamos de hacer una gran jodida entrada.
—¿Crees que se dieron cuenta? —pregunté a Hildegarde, quien
493 estaba acostada de lado, jadeando.
—Si no lo hicieron, están ciegos —jadeó, y se sentó.
—¿Estás bien? —pregunté a Abigail, quien todavía estaba en el suelo
y no se veía bien. Su peinado una vez bonito estaba revuelto, y sus ojos
castaños abiertos como platillos.
—El sistema a prueba de fallos suele ser más una… posición
honoraria —susurró ella.
—Bueno, lo hemos actualizado —dijo Hilde—. ¡Ayúdame!
Lucharon para ponerse de pie mientras el coronel se paraba frente a
mí. El segundo fantasma de papá era un viejo caballero vistiendo un
uniforme azul con hombreras masivas a quien conocí brevemente una vez
antes.
Me pareció bastante antipático entonces, pero Roger respondiendo
por mí había hecho maravillas.
—Parece que hay una serie de hostiles en el área —informó.
—¿Hostiles? —repetí, e inmediatamente, una serie de imágenes
comenzaron a caer en cascada frente a mis ojos, cortesía del visor al futuro
de mi poder. No las había pedido, pero creo que pensó que debía saber que
un bosque lleno de Pitias estaba convergiendo a nuestra ubicación.
Hilde tenía razón: sabían que estábamos aquí.
Como en, todas ellas.
Me quedé mirando, por un momento, lo que parecía ser cada Pitia en
los últimos mil quinientos años pasando frente a mis ojos.
—No se supone que deberían estar haciendo esto —dijo Abigail, al
parecer viendo la misma mierda que yo—. ¡Ni siquiera se supone que se
encuentren!
—Gertie ha estado rompiendo las reglas —le dije a medida que mi
poder vagaba en los alrededores, intentando encontrar un camino a través
de la locura.
Y siguió buscando.
—Siempre lo hizo —murmuró Hilde mientras Abigail seguía mirando
al espacio, atrapada en algún lugar entre el horror y la fascinación. No
parecía que el poder de la Pitia generalmente presentara este tipo de
494 espectáculo a las acólitas. Al menos, en realidad esperaba que no, porque
algunas de ellas también estaban allí afuera.
De hecho, todas ellas. El campo de visión de mi poder se amplió de
repente, dejándome mirando lo que parecía un ejército en blanco. El
bosque estaba repleto; de ninguna manera íbamos a superar todo eso.
—Cambio de plan —les dije a todos con voz ronca.
Un momento después, Abigail se fue, con el coronel pisándole los
talones, y miré a Hilde.
—¿Estás segura que quieres probar esto?
Ella asintió.
—Si puedo encontrar a Gertie sola, puedo fasear y sorprenderla.
—Sí, pero ¿escuchará? —No era exactamente su fuerte.
—Me escuchará. —Pareció certera.
—¿Cómo lo sabes?
Me lanzó una mirada.
—Es mi hermana.
Y luego Daisy y ella también se fueron.
—Sabía que me recordaba a alguien —dijo Billy, pero apenas lo
escuché. Estaba demasiado ocupada viendo el pronóstico cambiando.
Mis nuevos ayudantes estaban rasgando una franja a través de los
árboles, desplazándose aquí, allá y en todas partes. Haciendo que Pitias y
acólitas despeguen detrás de ellos… y las imágenes volaron frente a mis
ojos para reescribirse continuamente. Hasta que, finalmente, vi un camino
delgado abriéndose por delante.
Pero no para los dos. No cuando Rosier estaba vestido de un carmesí
brillante, supongo que para celebrar volver a la normalidad, y porque Dios
no lo quiera, no podía vestirse como un plebeyo. Ni puede hacer algún
esfuerzo por mezclarse.
Lo agarré.
—Vamos a tener que separarnos.
—¿Separarnos? ¡No podemos separarnos! Emrys ni siquiera me
conoce en este…
495 —¡Tenemos que hacerlo! —Lo sacudí un poco, cuando pareció que
estaba a punto de protestar nuevamente—. Ve a la ciudad. Encuentra a
Pritkin. Pégate a él como pegamento…
—¿Y qué vas a hacer tú?
—Llevarte hasta allí —susurré cuando alguien se desplazó, casi
encima de nosotros.
Rosier se fue, nadie tuvo que decírselo dos veces, y desplacé a una
acólita hasta otras dos, que acababan de aparecer entre los árboles. El trío
cayó, pero había más justo detrás de ellas, sus vestidos delicados en
marcado contraste con sus expresiones. Como la primera chica, que ya
estaba saltando de vuelta, con un gruñido en la cara.
Pensé en el grupo con el que me había topado la última vez y me
pregunté a dónde iba toda esa timidez útil. Y luego lancé una burbuja de
tiempo lento detrás de mí, ante una advertencia de Billy Joe. Y atrapó a
una Pitia que acababa de desplazarse, la firma de su poder marcadamente
más fuerte que la de las chicas.
Oh, pensé.
Ahí está.
Y luego hui. Una rápida sucesión de saltos en la dirección opuesta a
Rosier dejó mi cabeza tambaleante y mi estómago revuelto. Y mis manos
temblando de esfuerzo, porque sí.
No voy a estar haciendo esto mucho más tiempo.
—Opciones —susurré, pero ese era el problema: mi poder ya me las
estaba mostrando, y todas apestaban. Había cuatro Pitias enfocándose en
el poder de mi último hechizo, y de ninguna manera podría acabar con
cuatro—. Billy…
—Para que conste, creo que esta es realmente mala…
—Billy…
—Tal vez podríamos hablar con ellas, intentar explicar…
—No quieren explicaciones. ¡Quieren mi cabeza!
—¿Y un montón de fantasmas hambrientos no? ¡No quieres volver
allí!
—Bueno, ¡no quiero quedarme aquí! —dije chillonamente cuando un
árbol explotó a nuestro lado.
496
—¡Mierda! —dijo Billy, y se desplazó.
Pero la extraña bóveda amorfa del no tiempo fue mucho menos
amorfa en esta oportunidad.
—¿Qué hiciste? —pregunté, mirando el paisaje al estilo rayos X a
nuestro alrededor.
El bosque todavía estaba allí, en bocetos calcáreos, como el dibujo
de un arquitecto. Extendí una mano, y los pedazos de madera que
explotaron del árbol la atravesaron, retorciéndose lentamente en el aire
pero sin peso, como si ni siquiera estuvieran allí. Porque no lo estaban… o
mejor dicho, yo no estaba.
Pero tampoco estaba en las Tierras Baldías, al menos no del todo.
—¿Qué hiciste? —pregunté nuevamente, cuando una figura apareció
entre los árboles.
—Yo… no creo que me haya comprometido totalmente —dijo Billy,
luciendo tan asustado como yo.
—¿Qué significa eso?
—Creo que significa que estamos algo así como… al margen —dijo—.
Como lo que Lizzie te hizo. No estás en la fiesta, pero tienes la nariz
presionada contra la ventana.
No respondí. Estaba ocupada viendo a una Pitia de aspecto familiar
acecharme a través de la maleza. Una con grandes ojos oscuros, largos
rizos oscuros y pequeños aretes de oropel baratos… y una firma poderosa
que casi me derribó, porque era increíblemente fuerte.
O tenía un montón de acólitas con ella, pensé sombríamente, a
medida que caminaba justo a través de mí. Y se detuvo.
Eudoxia, proporcionó mi cerebro mientras giraba, su rostro
generalmente agradable ahora cruel.
—Billy…
—Estamos rozando la superficie del tiempo —me dijo rápidamente—.
No puede vernos, pero probablemente puede sentirnos…
—¡Entonces llévanos más lejos!
—No puedo llevarnos más lejos, ¡o seremos carne de fantasma!
497 Además, solo tengo cierto poder. ¡Cada vez que hago la transición, me
debilito, y ese pequeño demonio bastardo no está aquí para recargarme!
—Entonces, ¿qué sugerirías?
—¡Atheneais! ¡Lydia! ¡Gwenore! —llamó la mujer.
—¡Corre! —dijo Billy.
—¡Por aquí!
Corrimos.
Era surrealista, no nos molestamos en esquivar los árboles,
simplemente los atravesamos. Y corrimos directamente a través de las tres
figuras nebulosas apareciendo repentinamente de la nada, justo en mi
camino. Una de ellas, la mentora de Gertie, Lydia, se detuvo en seco y se
giró cuando pasé, con sus prendas negras de bruja fluyendo a su
alrededor.
Y balanceó su bastón a través de mi cuerpo de rayos X.
Lo juro, por un segundo, lo sentí… o sentí algo, como una ráfaga de
viento.
Una que me golpeó lo suficientemente fuerte como para hacerme
tambalear.
—¡Aquí! —llamó ella—. ¡Está faseando!
—Demasiado para esa idea —dijo Billy mientras me recuperaba, lo
que habría sido más fácil si no me hubiera tropezado con la raíz de un
árbol.
Una raíz de un árbol que de repente era de color normal, y sólida.
Como el parche de tierra a su alrededor. Como mi pie…
Por un segundo, hasta que Billy me hizo retroceder, físicamente y en
el no tiempo, justo cuando el bastón de Lydia golpeó donde había estado
parada.
—¡Cass! ¡Ten cuidado! Si te tocan…
—Lo sé —jadeé, agachándome cuando ese maldito palo cortó el aire
nuevamente, justo sobre mi cabeza.
Y entonces, estaba corriendo hacia la línea de árboles.
—¡Opciones! —susurré, porque el río se estaba acercando—. Buenas
opciones —aclaré, lo que no pareció ayudar.
Y luego vi…
498
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Billy cuando salí de los árboles a
una playa rocosa, y seguí adelante.
Sobre el agua.
No era menos sólida que la tierra bajo mis pies, a pesar de que mi
cerebro seguía diciéndome que debería serlo. Sin embargo, fue más que un
poco extraño; los cielos estaban nublados y el viento soplaba, enviando
olas alrededor de mí. Como aquellas golpeando el contorno fantasmal de
los barcos a lo largo de la orilla opuesta, haciéndolos balancearse en sus
anclas…
—¿Billy? —llamé, mirando hacia abajo, porque me había dado
cuenta que mis pies estaban mojados.
Y luego estábamos debajo.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —dijo, jalando mi cuerpo empapado de
vuelta al no tiempo—. ¡Es una curva de aprendizaje! —gritó a medida que
tosía una bocanada de agua.
Y entonces me congelé, con una mano sobre mi boca, cuando dos
sombras salpicaron a través de mi cuerpo.
Miré hacia arriba para ver a dos Pitias caminando entre las olas
justo arriba, como en un techo de cristal sobre mí. Una tenía la cara
vuelta, pero la otra… era Isabeau. Ahora parecía mayor, con algunas patas
de gallo alrededor de sus grandes ojos grises, y mechones de canas en el
abundante cabello castaño. Pero definitivamente era ella.
Y su compañera, vi un segundo después, era Eudoxia.
Apuesto a que tienen mucho de qué hablar, pensé cruelmente, antes
de que Billy me arrastrara hacia abajo.
No se dieron cuenta, a pesar del hecho de que el agua no era más
opaca que cualquier otra cosa aquí. Porque ¿quién mira debajo de sus
pies? Pero podía verlas perfectamente, caminando a través del no tiempo
como si no fuera gran cosa, como si pasear por la superficie de un mar
ondulado a las afueras del tiempo fuera algo cotidiano. Y tal vez lo era.
Después de todo, tenían una palabra para eso.
—Eso es tan jodidamente extraño —dijo Billy, y me volví para estar
de acuerdo. Solo para verlo de pie, cara a cara con algún tipo de tiburón.
La vía fluvial aquí daba a un río mareal, según Rosier, que desembocaba
499 en el mar cercano y lo suficientemente profundo como para que las
embarcaciones oceánicas subieran por él.
O los pescados oceánicos.
—La muerte ha sido mucho más interesante que la vida —me dijo,
mirando a la criatura fascinado—. Claro, renuncias a algunas cosas,
algunas cosas realmente importantes, pero luego puedes hacer cosas como
esta. —Y extendió la mano, un dedo simplemente atravesando la piel del
tiempo.
Y dando un golpecito en la nariz del tiburón.
—¿Qué tan cerca estamos del mundo real? —pregunté, cuando el
depredador sobresaltado huyó.
—Tan cerca como puedo llevarnos. No estoy cómodo con la loca idea
de la tierra fantasmal. Tenemos que volver a donde pertenecemos…
—No con ellas persiguiéndonos.
Sus ojos avellana se clavaron en mí.
Un par de minutos después, estaba vadeando a tierra, un largo
muelle de madera a un lado y las paredes de la ciudad de Arturo al otro.
Mientras atrás, los marineros gritaban y retrocedían cuando las velas que
estaban luchando por surcar se incendiaron de repente. Porque un
fantasma drogado con el poder de un demonio estaba desgarrando la línea
de naves.
Me agaché en el suelo rocoso cerca del muelle y vi a Billy volverse un
poco loco. Casi nunca tenía energía de sobra, especialmente últimamente
cuando había estado demasiado agotada para alimentarlo. Pero eso no
había pasado con Rosier, y estaba aprovechando al máximo. En media
docena de barcos, los barriles golpearon las olas del océano, las linternas
salieron volando, los marineros gritaron.
Y el aceite caliente voló, provocando incendios en todas partes.
Eudoxia se quedó mirando mientras aún estaba entre las olas, su
frente arrugándose sospechosamente. Isabeau miró a su alrededor desde
la cubierta de uno de los barcos que ahora ardían alegremente, donde
acababa de volver a materializarse. Quizás porque buscar algo cuando tus
pies siguen intentando flotar a través del piso no es tan fácil.
O cuando las velas masivas, que se habían enrollado con fuerza
contra el clima, se desplegaban abruptamente, el viento agitándolas a toda
su capacidad, haciendo que el barco se sacuda con fuerza contra el ancla.

500 Hasta que esa línea también fue cortada.


La embarcación poderosa se precipitó hacia la orilla opuesta, con la
Pitia sorprendida aún a bordo, y Billy se abalanzó a mi lado.
—Voy a mantenerlas ocupadas, haré lo que pueda por alejarlas —
dijo, sonriendo como un maníaco.
—Vuelve tan pronto como puedas —le dije, viendo a Eudoxia
desplazarse hasta su asediada ex aprendiz—. Voy a necesitarte. No puedo
usar el poder sin atraer a cada Pitia de la historia sobre mí.
Hizo una mueca, pero luego sonrió una vez más, divirtiéndose
demasiado para discutir. Me devolvió al tiempo real, mis pies de repente
encontrando las rocas duras y la arena movediza, y lo vi alejarse a toda
velocidad. Y entonces, dirigí mi mirada hacia el bosque, buscando
cualquier movimiento entre los árboles.
No vi nada, pero estaban allí, y Billy tenía razón; esto no las
engañaría por mucho tiempo.
Me giré y avancé a Camelot.
A
pesar de todo, me tomé un momento para mirar al verdadero
Camelot. Según Rosier, no se había llamado así hasta el siglo
XIII, cuando un poeta francés decidió que le gustaba el
nombre. En todos los textos más antiguos, el asiento principal de Arturo
era Caerleon, la ciudad de los romanos expandiéndose construida en
piedra, originalmente diseñada para albergar a los seis mil soldados de la
Segunda Legión Augusta.
Y parecía que todavía lo hacía.
A mi izquierda había una bulliciosa ciudad portuaria, donde edificios
de estuco blanco con techos de terracota roja se asentaban junto a
estructuras celtas de paja. En línea recta, asomando por encima de los
tejados, se encontraba el antiguo anfiteatro romano, con sus banderines
501 multicolores resplandeciendo brillantemente incluso en un día nublado. A
la derecha, sobre una elevación de tierra, estaban los muros de piedra con
torreones rodeando la ciudad vieja, construido por el Segunda Legión
Augusta para resistir a las tribus celtas en guerra. Y, finalmente, en una
colina dominándolo todo, estaban las altas torres grises de un castillo.
Lloré inesperadamente, no sabía por qué. Algo en ver una leyenda en
carne y hueso, por así decirlo. O tal vez tenía que ver con la forma en que
la luz de la tarde golpeaba la ciudad, destellando en los arcos de mármol y
las fuentes brillantes, agregando vida a la pintura dorada que alguien
había usado para resaltar cuidadosamente el pergamino en los pórticos
centenarios.
Por supuesto, también había otras cosas que golpeaba la luz. Como
el yeso muchas veces remendado que se estaba desmoronando una vez
más; los herrajes oxidados e incrustados de sal destinados a un clima más
seco; las tejas de madera que habían sido cuidadosamente moldeadas y
pintadas para parecerse a las de terracota que ya nadie podía conseguir; y
la una vez orgullosa calzada romana atravesándolo todo, su superficie
ahora llena de agujeros y baches. Se parecía a una ciudad intentando
recrear el esplendor del pasado, pero sin conseguirlo del todo bien.
Aun así, eso no parecía importar mucho. De hecho, para mí, lo hacía
aún más impresionante. No era el bonito Hollywood increíblemente limpio,
como los únicos Camelot que había visto en mi vida, sino más bien, como
si la gente hubiera vivido, peleado, amado y muerto aquí.
Quizás porque lo hicieron.
Según Rosier, las grietas en el yeso no eran por licencia artística
sino huesos reparados, los ríos de óxido debajo de las viejas canaletas
lágrimas de sangre, los adoquines deshechos los dientes fracturados.
Roma podría haber construido este lugar, pero no lo había defendido. Se
alzaron y se fueron un día, casi sin previo aviso. Dejando colgada a la
gente local, muchos de los cuales también se consideraban romanos,
detrás de siglos de su gobierno.
Y como presas para todo invasor con un bote y una espada, y cada
tribu de la colina en busca de saqueo.
Hasta Uter, con su arrogancia altanera y mente perspicaz, y un
abuelo que había servido en la caballería romana. Y un hijo, nacido en la
ciudad por la que su padre había sangrado, y dedicado al mismo objetivo:
mantener la civilización unida. Y, por un tiempo, de hecho lo lograron.
Al igual que en las historias, la antigua fortaleza se había convertido
502 en la base de las unidades de caballería entrenadas al estilo romano. Y
aunque no eran caballeros con la brillante armadura de las fábulas, fueron
devastadoramente efectivos contra los desordenados soldados a pie de los
jefes locales. Las revueltas que siguieron a la retirada romana fueron
sofocadas, los sajones expulsados, y por un breve momento
resplandeciente, la paz había reinado. Una era que debe haber parecido
verdaderamente mágica a un pueblo desgarrado por la guerra, tanto antes
como después.
Una era que el mundo recordaría como Camelot.
—¡Muchacha! ¿Está sorda? ¡Dije que salga del camino!
Me tomó un segundo darme cuenta que el guardia me estaba
hablando. Era uno de un grupo de soldados que habían corrido para
ayudar a los marineros asediados. Mientras estaba allí de pie, goteando,
con el áspero vestido de lana y la capa que Augustine me había preparado,
para aproximarme a la vestimenta femenina de la época.
Pero supuse que no era un atuendo femenino de los ricos, porque
me pegaron un grito al oído cuando tardé demasiado.
Salí del camino.
Y trepé la colina hasta la sombra de un roble, donde una maraña de
anguilas yacía en la tierra. Esperando ser despellejadas por un chico de
cabello rizado que no parecía entusiasmado con el trabajo de quitarles la
piel. Pero no por los cadáveres de anguilas ensangrentadas, la cual
manipulaba con la indiferencia de una larga experiencia.
Sino porque se estaba perdiendo lo que parecía ser la mayor feria
medieval de la historia.
Y entonces, miré un poco más. Había escuchado el sonido de una
multitud desde el muelle (música retumbando, vendedores ambulantes,
gente hablando), pero había pensado que venía de la ciudad. Y tal vez
parte lo hacía. Pero la gran masa de personas frente a mí era lo
suficientemente grande como para contar por sí sola.
La ciudad amurallada por un lado, y la ciudad portuaria por el otro,
tenían una brecha cubierta de hierba entre ellas. Y eso, más la tierra
abierta a lo largo del río, estaba cubierta con personas. Esperaba alcanzar
a Rosier y ayudarlo a localizar a Pritkin antes de que Billy volviera, pero
¿cómo se suponía que lo encontraría en esto?
¿Cómo se suponía que iba a encontrar a alguien?
Por todas partes que mirara había carpas, artistas y perros
503 demasiado entusiasmados. Había adultos borrachos, niños risueños y
ancianas desdentadas vendiendo hidromiel. Cerca de las murallas de la
ciudad, se estaba llevando a cabo un concurso de tiro con arco, con
rugidos regulares de aprobación de la multitud. Más cerca, un tipo moreno
con nariz de gancho y una varita pintaba historias en el aire con fuego:
caballeros luchando con dragones feroces y una princesa en una torre. Y
un poco más lejos, un par de hombres emprendedores habían armado un
horno de barro en un vagón, para poder vender pasteles recién horneados
a la multitud.
Los pasteles olían divinamente, hasta el punto que se me hizo agua
la boca, pero no tenía dinero. Así que saqué una bolsa que me había
colgado del cuello, porque no podía darme el lujo de tener hambre en este
momento. Aunque las barras de nueces de arándano palidecían
seriamente en comparación con la carne y el pan recién horneados.
Solo que alguien más no parecía pensar eso.
Miré hacia abajo para ver al Chico Anguila mirando mi merienda con
nostalgia. Para un niño que trabajaba en un puesto de comida, no estaba
exactamente sobrealimentado. Los brazos y las piernas debajo de su
túnica áspera eran delgados, y las mejillas, aunque no estaban hundidas,
carecían de la esperada capa de grasa infantil. Eché un vistazo al tipo
corpulento al otro lado del árbol, revolviendo una olla de estofado, que
parecía que se comía todas las sobras, y que no nos estaba prestando
atención.
Entonces, me agaché junto al chico.
—¿Quieres una?
Miró desde la barra hacia mí, luego de vuelta. Y se lamió los labios.
Pero no la tomó.
—Es tuya —dije, y saqué otra, después de poner la suya en el borde
de mi vestido.
Saqué mi envoltorio y comencé a comer, y la próxima vez que miré
hacia abajo, tenía la boca llena de PowerBar y estaba masticando
furiosamente. Sonreí. Aún preferiría haber comido un pastel.
Comí mi barra mientras escudriñaba un poco más la multitud, pero
en lugar de Rosier seguía encontrando a muchos Fey. Tal vez porque
estaban en todas partes, representando al menos un tercio de los
juerguistas. Y aunque no sabía mucho sobre los Fey de Luz, sabía lo
suficiente como para encontrar espeluznante que los miembros de las tres
casas principales estuvieran de pie alrededor del mismo vagón de pasteles,
504 y no trataran de matarse entre ellos.
Bueno, los Azules y Verdes estaban parados alrededor del vagón,
debatiendo las virtudes de la carne de venado contra el cordero. Los
Svarestri, con sus galas negras y plateadas, estaban cerca, observando
todo con sus ojos grises planos, sus expresiones haciendo que incluso los
miembros borrachos de la multitud les dieran un amplio espacio.
Los muchachos de los pasteles los miraban atentamente, como si
estuvieran ahuyentando sus clientes, y finalmente recogieron su cocina
móvil y se alejaron a una docena de yardas, cerca de algunos vendedores
de salchichas.
Los Svarestri ni siquiera parecieron darse cuenta. Se quedaron
donde estaban, con los brazos cruzados y los ojos fijos en los muelles.
Donde las personas que intentaban sacar canastas de peces resbaladizos
estaban siendo bombardeadas por las gaviotas y bloqueadas por la
multitud que se había detenido a mirar los barcos todavía humeando.
O en el nuevo que acababa de aparecer.
No lo había notado antes, porque era casi imposible de ver a
cualquier distancia. O incluso más cerca, porque parecía que todo estaba
cubierto por las capas que vestían los Fey, del tipo que reflejaba lo que
fuera que los rodeaba. El resultado era un barco que parecía estar hecho
de las olas mismas, translúcido y brillante como el agua, con velas que
atrapaban y reflejaban los rayos del sol fluyendo a través de un hueco en
las nubes.
Era hermoso.
Y de repente, ese problema de tráfico empeoró mucho más. Una
trompeta sonó, una nota distante y pura que hizo que las cabezas giraran
y las conversaciones callaran. Y lo siguiente que supe fue que me estaban
aplastando contra el árbol, al Chico Anguila y a mí, quien había agarrado
su cesta protectoramente cuando lo que pareció toda la maldita ciudad
cayó sobre nosotros.
Después del segundo codazo a las costillas, trepé al árbol detrás del
niño, que lo escalaba como si nada.
Por supuesto, parte del árbol era sencillo de trepar, los nudos y
huecos en el viejo tronco formando cómodos puntos de apoyo para los pies
y manos, permitiéndonos superar a la multitud. Encontramos una percha
en una rama más o menos nivelada, donde él dejó caer su canasta y
continuó despellejando anguilas mientras la multitud surgía debajo. Y a
medida que el barco se acercaba, deslizándose silenciosamente río arriba,
505 más soldados se unieron a la refriega, gritándose órdenes entre sí para
contener a la multitud.
—¡Despejen un camino! ¡Despejen un camino!
Los lugareños obviamente ya habían lidiado antes con los soldados
temperamentales. Porque hubo una formación repentina a lejos en los
muelles. Excepto por un par de marineros, que fueron empujados a un
lado sin ceremonia alguna, discutiendo en voz alta porque su bote todavía
estaba ardiendo.
A nadie le importó.
—¡Despejen un camino! ¡Despejen un camino, maldita sea! —El
muelle ahora estaba despejado, pero los soldados no estaban satisfechos,
forjando una cuña en la multitud, cortando una ruta desde el muelle hasta
el área cubierta de hierba entre las dos ciudades. Acababan de terminar
cuando el barco se detuvo.
—¿Quién es? —pregunté al chico, cuyos incrédulos ojos oscuros se
pusieron en blanco.
—¿En serio?
Parpadeé hacia él. ¿Había sido insolente?
Sonrió de lado.
Eso definitivamente había sido insolente.
—¿Quién más podría tener un barco hecho de agua? —preguntó.
—En realidad, no está hecho de agua —dije—. Solo parece así.
—Oh, cierto. —No se molestó en ocultar una sonrisa.
Volví a mirar el muelle. Y fue justo a tiempo para ver el casco, las
velas e incluso los aparejos delicados, que habían estado destellando
translúcidos a la luz del sol hace un segundo, desintegrarse
repentinamente. Y sumergirse nuevamente en el río, una fantástica masa
de agua cayendo al mismo tiempo, con un chapoteo lo suficientemente
grande como para empapar a la multitud casi hasta nuestro árbol.
Pero no al pequeño grupo de personas que habían aparecido en el
muelle.
La mayoría de ellos no los conocía, pero eso no aplicaba a las dos
mujeres de cabello oscuro en el centro. Nimue salió del tsunami tan seca
como si el agua no se atreviera a tocarla. Llevaba un vestido verde mar con
506 capas de seda tan finas que la rodeaban como la marea misma. Y bien
podría haber estado hecho de ella, en comparación con la lana áspera de
la mayoría de la multitud.
Se habían quedado en gran parte en silencio, solo mirando. Pero no
al vestido, o en las joyas esparcidas por su largo cabello oscuro que podría
haber sido atrapado por el agua de mar, o en los guerreros de cabello
oscuro que la rodeaban, altos y cincelados, con armaduras y escudos que
carecían del brillo de metal apagado a favor de la naturaleza cambiante y
mercurial de su elemento. De hecho, por sorprendente que pareciera, no la
estaban mirando en absoluto.
Estaban mirando a su compañera.
La princesa estaba vestida de manera más simple, su rico cabello
castaño en una trenza simple, su vestido verde oscuro sin adornos, tal vez
debido a su condición de prisionera. Y no había duda de que eso era lo que
era. Los guardias no estaban allí para proteger a Nimue, quien era
básicamente un ejército por sí misma. Estaban cercando a su nieta, quien
debe haber sido recapturada después de la pelea.
Y quién no se veía muy bien. La fuerte mujer vibrante que había
visto la última vez se había ido. Se veía pálida, derrotada, y más que un
poco enferma. Y eso fue antes de que se derrumbara de repente.
La multitud reaccionó antes que los Fey, con un rugido de angustia
sorprendida y una oleada inconsciente hacia adelante. Una que hizo a los
soldados gritar otra vez y empujar hacia atrás. Y la gente cayó y terminó
pisoteada, y el caos amenazó con estallar.
Hasta que otra trompeta retumbó en el aire, y una masa de caballos
y jinetes salió de la ciudad amurallada.
Los soldados destinados a controlar las multitudes estaban vestidos
con túnicas de lana áspera, cinturones de cuero crudo y leggins: en
resumen, como todos los demás, excepto por los cascos de hierro. Pero los
hombres galopando hacia nosotros llevaban una armadura de bronce
finamente forjada que parecían escamas de pescado y destellaban
rudimentariamente al sol de la tarde. Y túnicas blancas con capas
carmesí, adornadas con un dragón rojo brillante.
Mi compañero de repente se puso de pie, emocionado de una manera
que no lo había estado al ver barcos mágicos o reinas. Se paró en la rama
para ver mejor, con los ojos brillantes.
—¡El rey! —gritó—. ¡Es el rey!

507 El grito se arrastró a la multitud, lo suficientemente fuerte como


para sacudir las hojas a nuestro alrededor. Y un segundo después,
también lo vi, el rey de cabello rubio que había visto en el espejo a la
cabeza de los jinetes. Unos que no necesitaba, porque la multitud se
separó ante él como la marea.
Se detuvo junto a Nimue, pero solo para jalar sobre su caballo a la
mujer inconsciente: su media hermana, me di cuenta. Se habían traído
otros caballos para la reina y su séquito, pero Arturo no esperó a que
montaran. Tan pronto como la princesa estuvo segura, se volvió y galopó el
camino por donde había venido, la muchedumbre celebrando y vitoreando,
los soldados empujando y luchando, y yo solo permanecí allí sentada, en
silencio.
Porque, por una vez, el destino me había hecho un favor.
No sabía dónde encontrar a Johanna, y si continuaba faseando en
lugar de usar el poder de la Pitia, no era probable que eso cambiara. Pero
no era necesario. Porque podría no saber dónde estaba, pero sabía lo que
quería.
Y la última vez que lo vi, había estado en manos de la princesa.
Miré alrededor una vez más por Rosier, pero prácticamente no había
posibilidad de localizarlo en todo esto. Lo había traído aquí; tendría que
confiar en que su conocimiento de la ciudad sería suficiente para ayudarlo
a encontrar a su hijo. Tenía que hablar con la princesa, lo que significaba
que tenía que entrar en ese castillo.
Empecé a buscar una manera de bajar del árbol.
Y luego alguien me agarró.

508
G
iré la cabeza, esperando ver cabello rubio y ojos verdes… y lo
hice. Simplemente no los correctos. Me encontré mirando
hacia un rostro asombrosamente hermoso: rasgos
masculinos perfectos, resplandecientes ojos esmeralda, cabello como si
capturara la luz del sol. Y unos labios esculpidos que se curvaban en una
pequeña sonrisa diabólica.
Un Fey, pensé confundida.
Un Fey Blarestri, a juzgar por el chaleco de terciopelo azul.
Un Fey rey de los Blarestri que quería recuperar su bastón, y oh,
mierda.
Los ojos verdes se oscurecieron abruptamente, de esmeralda a jade,
509 y los dedos en mi brazo se clavaron en la carne.
—Sé lo que eres —siseó—. Sé lo que hiciste.
Bueno, al menos uno lo sabe, pensé, un poco histérica. Porque cómo
lo recordaba, él había ganado nuestro último encuentro. Me había
empujado a través de un techo, dentro de un grupo de Pitias, quienes me
enviaron de vuelta a casa rápidamente. Dejándolo con el bastón, el cual
había decidido prestarle a Pritkin, ¿y por qué eso era mi culpa?
Pero no dije eso. No dije nada. Porque un cuchillo acababa de
destellar en su mano, entre un parpadeo y el siguiente, y las palabras
murieron en mi garganta.
Lo que significaba que tenía la boca cerrada cuando le arrojaron un
cubo de tripas de anguila en la cabeza.
—¡Vete! —me dijo el niño, y saltó a la furiosa multitud, muchos de
los cuales también habían terminado salpicados.
Buena idea, pensé, y golpeé el suelo al otro lado de la rama,
alejándome en manos y rodillas.
Afortunadamente, el grupo de Nimue acababa de partir, espoleando
a sus caballos hacia el castillo y terminando así el interés de la multitud
en los muelles. De modo que todo el mundo estaba regresando en
estampida por esta dirección. Y me refiero a todos. Casi me pisotearon una
docena de veces, además de ser golpeada, empujada y gritada, nada de lo
cual importó porque estaba poniéndome de pie nuevamente atravesando la
multitud, estaba…
Siendo presionada contra el torso de un ser antiguo increíblemente
poderoso, increíblemente sangriento, increíblemente enojado.
Y luego alguien intentó quemarnos hasta la muerte.
El rey me soltó, la multitud se dispersó, la gente gritó. Y me quedé
mirando hacia una masa de llamas revoloteando, bailando sobre mi
cabeza. Llamas que se convirtieron en pájaros, pequeños con alas
ardientes, ojos fundidos y cuerpos que arrojaron una cascada de chispas…
Sobre todo detrás de mí, me di cuenta, a medida que pululaban por
el aire en un arco vicioso que nunca me llegó a tocar. Pero que arrojó el
equivalente de un muro de fuego entre el rey y yo. Me giré a tiempo para
ver a Caedmon envuelto por una llama aleteando, y luciendo como si
tampoco hubiera esperado eso.
Y entonces alguien agarró mi mano.
510 Era el intérprete moreno de nariz aguileña, quien había estado
entreteniendo a la multitud hace un segundo, y ahora estaba tirando de
mí.
—¡Date prisa! ¡Eso no lo retendrá!
—¿Quién…? —comencé, justo cuando la cara se transformó en otra
rubia de ojos verdes, esta con mejillas sin afeitar, cabello como el
desayuno de una vaca, y una nariz que no era mucho mejor que la versión
glamorosa. Pero que era mucho más familiar—. ¡Myrddin! ¿Qué estás
haciendo aquí?
—¡Rescatarte!
—¡No! No puedes… ¡no te involucres en esto!
—Ya estoy involucrado —dijo, empujándome hacia la multitud.
—¿Qué? ¿Por qué?
Me miró asombrado.
—Perdí el bastón.
Y luego nos lanzamos hacia adelante, río abajo y a través de un
mercado al aire libre, con vendedores, puestos y una taberna en una
tienda de campaña, sus bancos dispersos en medio del camino y llenos de
Fey.
Fey Blarestris.
—Mierda —dijo Pritkin fervientemente, aunque los Fey apenas
parecieron notarnos.
Hasta que un comando furioso resonó en el aire:
—¡Deténganlos!
Y de repente, los bancos estaban siendo derribados, una docena de
gigantes vestidos de azul estaban de pie, y doce espadas brillaban al sol.
—¡Mierda! —dijo Pritkin una vez más, en una nota ligeramente más
alta, y entonces se fragmentó.
Literalmente.
Lo había visto hacer algo así antes, pero estaba un poco distraída en
ese momento. Así que fue un poco conmocionante ver que su cuerpo se
replicaba en una larga cuerda, como un acordeón de Pritkin, separándose
de su piel. Y fuera del mío, me di cuenta, cuando un par de docenas de
511 Cassie saltaron de mi cuerpo, dispersándose en todas las direcciones.
No es que haya ayudado. A diferencia de los Svarestri con los que
habíamos luchado la última vez, estos Fey no terminaron engañados.
Quizás porque no nos quitaron los ojos de encima en todo el tiempo.
Hasta que la mitad del río se estrelló contra ellos (y la taberna, y
nosotros) en una ola del tamaño de una casa.
Emergí jadeando, y nadando en lo que había sido tierra baja pero
seca hace un segundo, y ahora era una ensenada nueva.
Pero no pensé que Pritkin lo hubiera hecho, porque acababa de
sacar un hechizo mayor de su trasero, y no consigues hacer dos de ellos
seguidos. Y porque algunos Fey Verdes, dos hombres y una mujer, estaban
sentados a lo largo de la rama de un árbol, con sus tazas en manos,
sonriendo ante el caos. Y especialmente a sus contrapartes Azules
confundidos, quienes no parecían muy contentos con el chapuzón.
—Pensé que los Verdes estaban enojados con nosotros —dije,
mirándolos, porque esos Fey ahí no tenían ningún jodido sentido.
—Ligeramente… molestos —corrigió Pritkin sin aliento.
—¡Intentaron matarnos!
—Esos fueron la guardia personal de la reina, y estaban bajo
órdenes. Estos no. Y soy Fey Verde… en parte.
—¿Y eso significa…?
—Eso —dijo cuando varios furiosos Fey Azules volvieron
tambaleándose a sus pies anegados y se dirigieron hacia nosotros.
Y fueron abofeteados por otra ola.
—Hermano, mejor corres —dijo uno de los Verdes amablemente.
—¡Gracias! —respondió Pritkin.
—Ni lo menciones. ¡No querría privar a Madre del placer de lidiar
contigo por sí misma!
Y entonces, me estaban alzando, y estábamos corriendo por encima
del agua, como había visto hacer a la princesa la última vez que estuvimos
aquí. No es que fuéramos tan elegantes. Pero bueno, ella no había tenido
tantas olas por las que preocuparse, haciendo que el “suelo” se sintiera
como el piso de una divertida casa inflable. O tantos restos flotantes por
saltar. O tantos Fey actuando como tiburones rubios, intentando agarrarla
512 desde abajo.
Aunque eso era preferible a lo que parecía un puño gigante hecho de
aire, el contorno formado a partir de ramas y escombros, que se hundió en
el agua justo detrás de nosotros. Haciéndonos perder el equilibrio y casi
haciéndonos volar cuando cambió de rumbo. Pero uno de mis dobles salió
volando en su lugar, como una muñeca inflable atrapada en un huracán.
Y quedó destrozada un segundo después, explotando muy por
encima, como un fuego artificial hecho de vapor.
Miré hacia arriba, atrapada entre el terror y más terror, y consideré
seriamente desplazar. Pero antes de que pudiera, los Fey Verde inundaron
la escena, lo que tenía que ser dos o tres docenas de ellos, corriendo por el
césped convertido en lago convertido en campo de batalla, no atacando a
los Fey Azules o ayudándonos, sino interponiéndose terriblemente,
horriblemente de por medio.
El viento se detuvo, supongo gracias al rey, aunque estaba feliz de
hacernos carne picada, pero no estando dispuesto a hacer lo mismo con
un montón de colegas Fey. Especialmente cuando su reina tenía mal genio
y ya estaba de un mal humor horrible. Y, de todos modos, no necesitaba
hacerlo.
No era como si tuviéramos un lugar a dónde ir.
Excepto de nuevo abajo.
Otra ola golpeó, y antes de que tuviera la oportunidad de respirar, o
incluso cerrar la boca, estábamos nuevamente bajo el agua. Y nadando
con todo lo que teníamos. Y arrastrándonos entre los pastos al borde del
nuevo lago. Y emergiendo, no como Cassie y Pritkin, sino como dos Fey
azules empapados por completo, nuestro hermoso atuendo arruinado,
nuestro cabello rubio enredado alrededor de nuestras caras, al igual que la
media docena de otros que también se estaban arrastrando hacia la orilla.
Cada uno de los cuales se estaba encontrando con otro Fey, como el
que se alzaba delante de nosotros. Debe haber sido un recién llegado,
porque su uniforme estaba seco… y elegante, con bordados dorados en un
diseño que no comprendí pero que Pritkin aparentemente sí. Porque se
detuvo abruptamente.
El oficial, supuse, echó un vistazo al brazo que Pritkin había colgado
alrededor de mi cintura para ayudarme, y sus ojos se entrecerraron. Dijo
algo que no pude oír, porque tenía agua en los oídos y en los pulmones.
Hasta que tuve un ataque de tos y se destaparon.
—… medio ahogado —decía Pritkin—. Llévenlo a un sanador.
513
El oficial me miró un poco más, e intenté parecer medio ahogado.
No fue difícil.
Tampoco fue suficiente.
El viento sopló a nuestro alrededor un segundo después, como un
ciclón en miniatura que hizo que mi cabello revoloteara y mi corazón
latiera ferozmente. Pero no era como antes; no era un ataque: al menos
todavía no. Más como estar atrapado en un secador de cabello inmenso.
Pero a Pritkin no le gustó, fuera lo que fuese. Lo escuché maldecir,
después lo vi extender una mano. Y tan rápido como había soplado, el
pequeño vendaval murió. Dejándome mirando alrededor, mi nariz
escurriendo, mi cabello medio seco pegado a mi cara, y el oficial
pareciendo mucho más relajado.
—¿Ahora puedo llevarlo a un sanador? —exigió Pritkin, las palabras
más educadas que el tono.
Pero no fue reprendido.
—Nos dijeron que nos reportáramos. Vayan.
Fuimos, tropezando a través de los escombros del mercado, y
subimos por un sendero junto a la orilla, intentando mantenernos junto al
borde cubierto de hierba para evitar dejar huellas de barro a nuestro paso.
Porque lo haríamos. Las ilusiones de Fey verdes, como gran parte del resto
de su magia, parecían involucrar agua de alguna manera, y estábamos
perdiendo la nuestra.
Rápido.
Miré hacia abajo para ver unos flacuchos brazos pecosos, así como
áspera lana húmeda, en lugar de músculos y terciopelo. Pritkin todavía
tenía su ilusión, complementada con una capa, que arrojó a mi alrededor
para ocultar mis rasgos para nada Fey. Pero no duraría mucho tiempo.
Gotas de agua salpicaban la “capa” y se pegaban a su “piel”, como si todo
su cuerpo estuviera sudando.
Y luego vi a un joven barbudo gesticulando furiosamente desde el
interior de una tienda de campaña.
Estaba al otro lado de un camino de tierra junto a la orilla del río,
donde se habían secado al sol docenas de sábanas y prendas de vestir. Y
donde una mujer joven estaba golpeando furiosamente algunas más
apiladas en una roca con una paleta de madera. Nos dirigimos a la tienda,
cruzando el camino y escurriendo en la tierra, dejando un rastro obvio
514 detrás de nosotros.
Hasta que el hombre volcó una tina de agua, derramándola por
todas partes.
—¡Mallt! —gritó.
Una mujer en una tienda vecina, mayor, más corpulenta y rodeada
de niños, asintió. Y envió al grupo de niños al camino, agitando el lodo y
agregando docenas de huellas a las nuestras. Y entonces, corriendo calle
arriba, riendo y jugando, e impidiendo que un grupo de Fey se acerque por
aquí.
La solapa de la tienda se cerró detrás de nosotros, y lo que pareció
una piel de agua salpicó la tierra a nuestros pies. Pritkin, ahora de vuelta
a la normalidad, se acuclilló, con la cabeza gacha, respirando con
dificultad. Y pareciendo que podría desmayarse.
Pero no tuvo oportunidad.
—Aquí abajo —me dijo el hombre—. ¡Rápido!
Nos arrastramos debajo de una mesa cubierta de ropa sucia,
algunas colgando de los costados, esperando su turno para un lavado.
Cestas colmadas con más fueron empujadas rápidamente frente a
nosotros. Y luego la tapa de la tienda se abrió nuevamente, dejándome
mirando entre las piezas de ropa sucia hacia la pequeña calle que podía
ver a lo lejos.
—Malditos Fey —murmuró el hombre—. ¡Uno pensaría que era su
ciudad!
—Creen que es su ciudad —dijo la mujer, entrando. Tenía el cabello
rojo y la cara roja por el esfuerzo, y sacó de la canasta a un bebé
quisquilloso con cabello del color de una zanahoria—. Dicen que la
protegen…
—Prefiero protegerla yo mismo, y arriesgarme. ¡Nos tratan como
esclavos, no como hombres en nuestra propia tierra!
—¿Y qué crees que harían los sajones?
—Los sajones son hombres. Puedes pelear con ellos, puedes
sobrevivir a ellos, o puedes tener sus descendencias. —Pasó una mano por
el feroz cabello del bebé—. O, en el peor de los casos, puedes mezclarte con
ellos y hacer personas nuevas. ¿Qué puedes hacer con los bastardos que
nunca mueren? No pertenecen aquí, ¡y no soy el único que lo dice!
—Bueno, no lo digas tan fuerte —dijo su esposa—. Vas a perturbar
515 al bebé.
El hombre miró a Pritkin en busca de apoyo, quien asintió, aún sin
aliento.
—Los Fey… nos protegerán, pero nos mantendrán exactamente
como somos… mientras el mundo sigue sin nosotros.
El hombre miró a su esposa.
—¿Ves? Llegan momentos malos, pero a veces necesitan hacerlo. O
mueres de todos modos, de estancamiento y podredumbre. ¡Sé cómo
prefiero partir!
—¿Podrías dejar de hablar? —siseó la mujer, abrazando a su hija—.
¡Quiero protegerla!
—¿Y cuándo vengan por ella? ¿Quién la protegerá entonces?
La mujer lo miró ferozmente por un momento, luego pellizcó a su
hija deliberadamente, no sabía por qué.
Hasta que vi a dos Fey separándose del grupo para acercarse a la
tienda.
Me retiré a las sombras.
—¡Ves! —dijo la mujer, su voz molesta—. ¿Qué te dije?
—De todos modos, ¿qué diablos pasa con la niña? —exigió la voz de
su marido—. ¿Me has mentido, mujer? ¿Eres en parte banshee?
Ella resopló.
—Es más como tú. Ronca lo suficientemente fuerte como para
despertar a los muertos, lo hace —le dijo ella a alguien.
—¿Cómo lo sabrías? —exigió él—. ¿Cuándo me duermo? ¡Toda la
noche es lo mismo, ruidosa como un trueno, es así!
El hombre tenía un punto. El berrinche de la niña era
impresionante. Y no era la única en pensarlo. Uno de los Fey que ahora
podía ver estaba haciendo una mueca de dolor, mientras que el otro
parecía vagamente horrorizado.
—Buenos señores, ¿lo comprenden? —gritó el hombre.
—¿Qué? —El primer Fey lo miró a medida que el otro comenzaba a
intentar empujarse dentro, supuse que para comenzar una búsqueda.
Pero el caldero que la pareja usaba para hervir la ropa estaba en el
516 camino, burbujeando alegremente. El hombre hundió una paleta en el
caldero, y el vapor estalló por todas partes, haciendo que el Fey
retrocediera. Y entonces la mujer estaba bloqueando el pequeño espacio
que quedaba, junto con la trompeta humana.
—Déjame pasar —le dijo el Fey.
—¿Qué?
—¡Dije, déjame pasar!
—Tendrás que hablar más alto —gritó, casi en su cara—. Le están
saliendo los dientes.
—¿Qué?
—¡Le están saliendo los dientes!
El Fey miró a la niña preocupado, como si fuera una criatura
alienígena. Una criatura alienígena diminuta, maloliente y muy ruidosa.
De repente se me ocurrió preguntarme con qué frecuencia trataban los Fey
con los bebés, teniendo en cuenta su tasa de natalidad.
Y a juzgar por su rostro, no mucho.
—Un momento, ¿qué es ese olor? —preguntó su marido,
inclinándose cerca.
—Tienes razón —le dijo la mujer, mirando en una especie de pañal.
Y soltando un hedor peor que cualquier ropa sucia acumulada en el
interior—. Supongo que, después de todo, aún no le están saliendo los
dientes.
La expresión horrorizada del Fey se intensificó.
El hombre hundió otra paleta en el agua, emitiendo una nube de
vapor como el aliento de un dragón.
—¿Han venido a buscar o dejar algo? —preguntó una vez más, en un
alegre bramido.
—Ninguna de las dos —dijo el Fey, y huyó.
La mujer permaneció fuera de la tienda, para alejar a más intrusos
con la niña aterradora, mientras el hombre rodeaba hasta el otro lado de la
mesa, donde Pritkin ya había salido. Y abrió la solapa trasera de la tienda,
para mirar hacia el espacio abierto entre las ciudades.
517 —Muy bien, entonces, ¿Myrddin? —preguntó.
Pritkin asintió.
—Gracias a ti.
—Un placer ayudar. Pero volverán cuando no encuentren nada en
otra parte. Será mejor que se hayan ido para entonces.
—¿Puedes hacer un glamour? —pregunté.
Pritkin sacudió la cabeza.
—Ahora no. No para dos.
—No dos. Uno. —Me subí la capucha—. Voy al castillo…
—¿Al castillo?
—Necesito ver a Morgaine.
—¿Por qué?
—Para preguntarle por el bastón. Ella fue la última en tenerlo…
—¿Y por qué lo quieres?
La pregunta fue tan dura como la mano que repentinamente
envolvió mi muñeca. La miré confundida.
—¿Importa ahora mismo?
—¡Sí! —Me miró, sus ojos verdes evaluativos—. El rey me alcanzó,
después de que desapareciste, en un campamento en el bosque. ¡Creo que
me habría matado si no hubiera habido tres o cuatro brujas de aquelarres
alrededor!
—Lo siento…
Sacudió la cabeza.
—Escapé. Pero está convencido de que hubo una conspiración entre
nosotros para robar el bastón. Eso, o que me estabas usando para
ponerles tus manos encima con algún propósito nefasto del que no
hablará…
—¿Y le crees?
—¡No sé lo que creo! Vi lo que hiciste. Te vi salvar a esos niños, allá
en el campamento, y luego te vi ser secuestrada por esos… esos usuarios
mágicos. Y entonces el rey dijo… —Se detuvo abruptamente, sus ojos en
mi cara, buscando—. No sé qué creer —repitió—. ¡Pero no te perderás de
mi vista hasta que consiga algunas respuestas!
518
Me humedecí los labios. No podía decirle que, ya sabía demasiado.
Pero no podía no decirle, o de lo contrario, nos haría sentarnos aquí hasta
que los Fey nos alcancen. Y lo haría… era así, absolutamente terco.
—Está bien —prometí—. Te diré lo que pueda. Pero aquí no.
—Entonces, ¿dónde?
—Ya te lo dije. —Miré hacia las torres grises distantes—. Necesito
entrar allí. ¿Puedes ayudar?
Pritkin pensó por un momento, sus ojos en el castillo. Y luego
cambiaron a algo bajando por la carretera principal, junto al teatro. Aquel
conduciendo a la ciudad amurallada.
No podía decir de qué se trataba; demasiado polvo ondeaba a su
alrededor. Pero supuse que Pritkin podría.
—Tengo una forma de entrar —me dijo—. Pero puede que no te
guste.
—Créeme. Si me permite entrar, me gustará.
No me gustó.
—¿Estás seguro de que no hay otra manera? —pregunté, frunciendo
el ceño.
Una ceja pálida se arqueó.
—¿Prefieres pelear para entrar?
—¡Lo preferiría más que la mitad de una camisa! —dije, tirando del
dobladillo del pañuelo, intentando que se encuentre con la falda. Lo que
habría sido más fácil si dicha falda hubiera comenzado más alto en lugar
de mis caderas. Y si el tirón no amenazara el escote ya bajo de la camisa. Y
eso era a pesar de que elegí el más modesto de los disfraces—. ¿No va a
hacer que me miren más, en lugar de menos? —exigí.
519 —Pero no hacia tu cara —respondió Pritkin, y se agachó cuando le
arrojé un almohadón.
El pequeño vagón en el que estábamos estaba lleno de ellos,
probablemente porque la cosa no tenía resortes. Solo disfraces, máscaras,
rollos de telones, y una gran cabeza de dragón rellena en un palo. No
habíamos tenido más remedio que unirnos a los artistas del teatro, que
habían invadido la ciudad durante el caos, porque había encantamientos
anti glamour en el castillo. Las habilidades de Pritkin no nos ayudarían
allí, ni siquiera si descansaba. Por eso me había cubierto la cara con
maquillaje para combinar con el brillante traje carmesí.
Por supuesto, eso tampoco ayudaría si alguien nos delataba.
—¿Estás seguro que puedes confiar en ellos? —pregunté mientras la
caja de madera en la que estábamos se balanceaba y sacudía, en parte por
el camino, pero también porque las chicas de arriba seguían
balanceándose.
Esta noche actuarían para la Corte, mañana para la gente del
pueblo, y estaban ocupados promocionando sus negocios. Lo que
significaba que, en lugar de entrar furtivamente por una puerta trasera
como esperaba, nos dirigíamos a la puerta principal de la ciudad en la
versión medieval de un autobús de fiesta. Un autobús de fiesta rojo
brillante, azul y verde, con un montón de chicas saludando, semidesnudas
y saltando en la parte de arriba. Una sola palabra a un guardia…
Pero Pritkin no parecía preocupado.
—Les conseguí el trabajo —me dijo—. Nos ayudarán.
—Hay otros trabajos.
—No tantos como crees. —Estaba probándose pelucas diferentes,
porque era más conocido en la Corte que yo, y la actual no le favorecía en
nada. Por supuesto, eso habría sido cierto para cualquiera, excepto Ronald
McDonald.
Se la quité, sustituyéndola por una marrón de buen gusto y
olvidable.
—Comenzaron en Constantinopla, tocando para audiencias grandes
—comentó a medida que intentaba meter sus mechones debajo de la
peluca—. Pero una vez que el emperador cerró todos los teatros, tuvieron
que tomar el camino. Sus fortunas se han mezclado desde entonces.
—¿Cerró los teatros?
520 Pritkin asintió, mirándome con una sonrisa.
—Irónico, cuando consideras que su propia esposa era actriz antes
de conocerse. Theodora era famosa por bailar en nada más que una sola
cinta. Y luego estuvo ese asunto sobre Leda y el cisne…
—¿Un cisne? —Fruncí el ceño.
—Más como un ganso y un grano estratégicamente ubicado. Dicen
que ella…
—No quiero saber —digo rápidamente.
Sonrió un poco más.
—Pero necesitaba a la iglesia de su lado, y a ellos no les gusta el
teatro.
—¿Por qué?
—Todos somos demonios lujuriosos —dijo, estabilizándome con las
manos en mis caderas cuando golpeamos un bache.
Teniendo en cuenta que era algo así como el noveno, eso no parecía
estrictamente necesario. Y luego miré hacia abajo, para encontrar que sus
ojos lucían especialmente verdes junto al nuevo cabello oscuro. Abiertos,
claros… y acogedores. Sin condiciones, sin agenda. Solo la promesa de
placer, compartido y dado.
Tragué con fuerza y tomé un peine.
—No puedo.
—¿Por qué no?
Abordé el nido de pájaro a un lado de la peluca, donde había estado
aplastada en un baúl.
—Bueno, hay muchas razones.
—Nombra una.
—Tú primero.
—Ah, pero no tengo ninguna razón —dijo mientras sus pulgares
comenzaban a moverse en círculos lentos en los huesos de mi cadera.
Le lancé una mirada.
Y se detuvieron.
521 —Me refería a, tú dime algo primero —aclaré. Me miró interrogante—
. Antes en… la cosa de Nimue —digo, porque dudaba que “casa rodante”
tuviera traducción—. Querías saber mi nombre. El verdadero. ¿Por qué? —
Deseé no haber preguntado inmediatamente, porque gran parte de la
diversión se desvaneció de su rostro—. Está bien —digo rápidamente—. No
tienes que responder.
—No, es justo. —Me miró fijamente, a través de un mechón castaño
cayendo en sus ojos—. ¿Conoces a la vieja pareja de la que te hablé? ¿La
que me crio?
Asentí. Después de la supuesta muerte de Morgaine, Rosier lo dejó
con la familia de un granjero, quienes pensaban que era básicamente la
encarnación de Satanás, y luego huyó. Me hizo enojar otra vez, solo de
pensarlo. Sabía que tenía una razón: que si Pritkin no terminaba con su
poder, estaría mejor creciendo en este mundo, donde al menos tenía una
pequeña posibilidad de encajar. Incluso estaba de acuerdo con eso. Es
decir, aceptaba la idea.
Sin embargo, la ejecución había dejado a los Fey sabiendo más sobre
la verdadera herencia de Pritkin que él.
—Pasé la mayor parte de mi tiempo con la anciana —continuó—,
pero un día el anciano decidió ir a pescar, y aceptó dejarme acompañarlo.
Estaba muy emocionado. Nunca se me permitía ir a ningún lado…
oficialmente.
—Pero de todos modos ibas.
Él sonrió.
—Pero no me habían atrapado en mucho tiempo, así que supongo
que esta era su forma de recompensarme. —Puse los ojos en blanco y
comencé a trabajar sobre el otro lado de lo que estaba decidiendo que era
más un trapeador que una peluca—. En cualquier caso, estábamos a
medio camino del lago cuando nos encontramos a uno de los amigos del
granjero. Se detuvieron para hablar, y me alejé, intentando atrapar ranas
como cebo. Deben haber pensado que estaba fuera del alcance del oído.
—¿Y qué dijeron? —pregunté cuidadosamente. Porque la sonrisa se
había ido otra vez, perdida, no en la ira habitual, sino en tristeza.
—El amigo del viejo preguntó por mí, específicamente por qué me
aceptarían cuando ni siquiera sabían lo que era. Había tantos cambiantes
entonces, algunos que crecieron para ser peligrosos, que era una pregunta
justa. —Asentí—. Pero el viejo dijo que no estaba preocupado. Mi padre me
522 había dejado, y mi padre era humano. En este caso, haciendo de mi madre
una Fey… o en parte Fey, como le habían dicho.
—Lo contrario de la situación habitual.
—Sí. El anciano creía que ella era una moza de taberna o la hija de
un granjero, descendiente de uno de los Retornados con los que mi padre
se había acostado durante una o dos noches. Luego murió un año después
y entonces se dio cuenta que tenía un hijo. Uno que estaba dispuesto a
apoyar en caso de que tuviera magia. —No dije nada. Eso estaba
incómodamente cerca de la verdad—. Les dio dinero y un nombre:
Myrddin. Pero nunca les dio el de ella. El viejo bromeó diciendo que ni
siquiera estaba seguro de saberlo, o que ella conociera el suyo. —El tono
de Pritkin era ligero, pero tenía la mandíbula apretada. Me vio notarlo, y la
relajó—. Eso es todo, me gustaría que cualquier hijo mío lo supiera.
—Así que te aseguras, si las cosas se calientan un poco…
—Preguntar. ¡Aunque normalmente lo hago antes de llegar a eso!
Recordé que se había presentado ante mí, la primera vez que nos
encontramos aquí, a pesar de estar en una situación de alguna manera…
comprometedora. Entonces no le había dado mi nombre real, pero había
sido persistente. Porque querría que cualquier hijo suyo supiera quién era,
de dónde venía, qué era. En lugar de crecer sin saber nada, como él lo
había hecho.
Y, está bien, justo en ese momento realmente odié a Rosier.
—¡Espera! —dijo Pritkin, llevando una mano sobre su cabello falso, y
me di cuenta que había estado peinándolo demasiado fuerte. Lo suficiente
como para sacar un pequeño parche de piel, o de lo que sea que esté
hecha la peluca.
Fruncí el ceño ante el peine. Incluso usando una peluca, Pritkin
tenía un cabello terrible. Era como si estuviera maldito.
—Tu turno —dijo, y por un momento, no supe a qué se refería—.
¿Dijiste que sería difícil? —preguntó.
Hice una mueca.
Pero él acababa de decirme algo incómodo, y muy personal, así
que…
—Es difícil de explicar —repetí—. No lo conoces.
—Ah. Un rival. —Parecía que acababa de descubrir algo—. ¿Lo
523 amas?
—Esa es una pregunta extraña. —Volví al trabajo, intentando cubrir
la calva.
—Y una fácil. Si están juntos, por supuesto que lo amas.
—Yo… sí. Por supuesto.
—Eso no suena muy seguro.
—Estoy segura.
—Es solo que dudaste.
—¡No lo hice!
—De acuerdo.
Lo peiné por un momento.
—Es solo que… durante mucho tiempo, hubo tantas cosas que no
supe sobre él. No hablábamos mucho, y cuando lo hacíamos, nunca
pareció ser sobre nada. Tendríamos estas conversaciones, pero después,
no podía recordar que en realidad dijéramos nada. Y entonces, cuando
finalmente lo hizo…
—¿Cuándo lo hizo?
Dejé el peine y recogí una olla con algo que había notado cuando me
estaba maquillando.
—¿Qué es esto?
—Masilla. La usan para hacer moretones y cicatrices, y para
cambiar la forma de los rasgos faciales. Es más difícil que usar una
máscara, pero permite que el público vea los ojos.
—Quédate quieto —le dije, y unté un poco sobre su facción más
memorable.
—Tienes que moverte rápidamente, o se sacará así —dijo Pritkin,
sonando un poco preocupado. Y un poco nasal.
—Sé cómo aplicar maquillaje —dije, pero aceleré un poco. Tenía
mucho terreno por cubrir.
—Este hombre, ¿es mayor que tú? —preguntó, después de un
minuto.
Resoplé.
524
—Podrías decirlo.
—¿Qué es tan gracioso? Es… ¿muy viejo? —Pritkin frunció el ceño.
—Digamos que, en edad, experiencia y conocimiento, prácticamente
me supera con creces. O tal vez simplemente no sé lo que estoy haciendo.
Es mi primera relación, y no creo que lo esté haciendo bien. A veces me
pregunto qué está haciendo conmigo. Y entonces… —Tragué con fuerza y
miré hacia otro lado, volviendo a dejar la olla como excusa.
—¿Y entonces?
—Y entonces, a veces creo que lo sé —respondí brevemente.
—Eso suena complicado.
—Lo es.
—Demasiado complicado, para una primera relación.
—¿Qué tiene eso que ver con esto?
—Se supone que las primeras relaciones son fáciles. Sencillo.
Divertido.
—Divertido.
—Sí, divertido. —Inclinó la cabeza, lo que hizo que su nariz falsa se
torciera. La movió de un lado a otro, hasta que se parecía a un Pinocho
mentiroso. Suspiré y la quité—. ¿No te gusta divertirte?
—Sí, pero eso es… se supone que las relaciones son serias.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¡Porque estás hablando de pasar tu vida con alguien!
—Alguien que no es divertido.
—¡Es divertido!
—Suenas a la defensiva.
—No es cierto —dije, y agarré un trapo para quitar el resto de la
nariz—. Es divertido cuando tiene tiempo para serlo. Es solo que… siempre
está ocupado. Yo también.
Pritkin frunció sus labios hacia mí.
—Esta relación tuya parece mucho trabajo. Me alegro no estar
siempre tan ocupado. O ser tan complicado.
525 —¡Eres bastante complicado!
—Para nada. Cuando tengo hambre, como. Cuando estoy cansado,
duermo. Cuando veo a una chica linda, mirándome con unos ojos tan
oscuros como el océano, con hambre en ellos, tanta hambre… cedo.
Miré fijamente a esos ardientes ojos verdes por un momento, y luego
volví a mirar hacia otro lado.
—Eso es porque eres… —Un íncubo, no dije, porque había una gran
posibilidad que él aún no lo supiera—. Joven.
—Sí. También tú.
Sí, claro.
—No me siento así últimamente.
—Entonces, siéntelo ahora. —Vio mi expresión, y se rio—. Así no.
Bueno, a menos que cambies de opinión. Pero hay otras formas de
divertirse, ya sabes.
—¿Como qué?
—Como esto. —Y abrió la puerta trasera con el pie.
Lo miré alarmada.
—¿Qué estás haciendo?
Aún nos estábamos moviendo, lo que no le impidió agarrar el techo y
saltar de alguna manera a la parte superior. Y luego agachándose, cuando
me asomé, agarrando mis brazos.
—Esto —dijo, sonriendo.
—Um —dije, porque el suelo de repente se veía muy duro.
Y muy lejos, a medida que me levantaba de un solo golpe, como
volando. Depositándome junto a un gordo con una pandereta y quizás tres
dientes. Los cuales desplegó hacía mí en una sonrisa torcida. Pritkin
disparó algunas presentaciones rápidamente, después dejó un sombrero
de paja en mi cabeza, probablemente porque la puerta se acercaba.
Había gente bordeando el camino a ambos lados, y corriendo para
alcanzarnos, como si fuera Mardi Gras y nosotros fuéramos la única
carroza. Las chicas se ríen y saludan, un tipo fue al pueblo con una lira, y
en un minuto, la locura me había infectado, y yo también me estaba
riendo. Y tratando de aferrarme a mi sombrero, antes de que el viento lo
enviara a volar.
526 Pritkin lo atrapó en el aire y lo volvió a colocar en su lugar, sus ojos
verdes brillando.
—Ya que él te tiene, yo tendré esto —dijo, y me besó mientras las
chicas se reían y sonreían a los guardias, y la pandereta se sacudía, y el
vagón atravesaba la puerta, sin oposición alguna.
Y así fue como entramos en la ciudad.
L
os artistas estaban alojados en pequeñas habitaciones
sencillas junto a la cocina, lo que parecía hacer felices a todos.
—Solía dormir bajo las estrellas, o con su pie en mi cara
—me dijo una de las chicas, señalando con el pulgar al chico de la
pandereta—. Esto es lujo.
—No te pongas demasiada cómoda —dijo el tipo de la lira, un
hombre alto con pómulos afilados—. La cena es al atardecer. Después, en
marcha. —Miró a Pritkin—. ¿Por qué no empiezas a llevar todo a la sala
principal?
Supuse que era para beneficio del personal de la cocina, aunque
ninguno de ellos parecía estar prestándonos atención. Hasta que llegó una
chica agotada, con sudor en la frente, y me entregó una bandeja de
527 madera.
—Lleva esto si vas a ir.
—Tú llévalo —dijo el cocinero, inclinándose sobre una olla al fuego—
. No le des tus tareas a quienes tienen las suyas propias.
—Pero de todos modos va a ir…
—Y sin duda llevará su propio trabajo consigo.
—No con esos brazos —dijo la criada de la cocina, mirándome
críticamente—. ¿No te alimentan de dónde eres?
Agarró mi patética excusa de bíceps, pero antes de que pudiera decir
algo, el cocinero se dio la vuelta. Era un hombre mayor de aspecto amable,
pero estaba claramente cansado de repetirse.
—¿Por qué todo tiene que ser una discusión contigo?
—No estoy discutiendo —argumentó ella—. Pero mis pies me están
matando.
—Estás discutiendo mientras la comida se enfría. Ahora llévalo…
—Pero hoy debo haber subido y bajado esas escaleras cincuenta
veces.
—¡Los Fey van a llevarte, niña! Si tengo que decírtelo otra vez…
—Los Fey no la quieren —dijo un joven, levantando la vista desde su
lugar cortando algo—. Es demasiado perezosa, y demasiado quejumbrosa.
—Te mostraré lo perezosa… —dijo, y comenzó a alcanzarlo.
—¡Pona! —El cocinero parecía ahora realmente enojado—. ¡La
princesa no se siente bien, y está esperando su comida!
—Está bien, está bien, lo llevaré —dijo la chica hoscamente, y
alcanzó la bandeja.
La retiré.
—Yo lo llevaré —le dije, dándole al cocinero lo que esperaba que
fuera una sonrisa ganadora—. ¿En dónde está?
Las escaleras resultaron ser tan perras como había dicho la chica,
de piedra, empinadas y resbaladizas. Y repletas. Seguí siendo golpeada de
un lado a otro, pero Pritkin no podía ayudar mucho. Llevaba una jarra de
cerveza en un hombro y un pesado rollo de lienzo pintado en el otro, donde
podían ayudar a ocultar su rostro.
528 —Lo perdimos… ¿recuerdas? —Jadeé—. Probablemente podrías
deshacerte del disfraz.
—Solo quieres ayuda para llevar esa bandeja.
—Lo cual no hace… que sea menos cierto.
—No pierdes a un lord Fey tan fácilmente —me informó—. Él
regresará, y sería bueno para los dos si tenemos el bastón cuando lo haga.
Hablando de eso…
—Después.
Pritkin miró a su alrededor a todas las personas, muchas de las
cuales nos estaban disparando miradas molestas por bloquear la mitad de
las escaleras.
—Pronto.
La sala principal era como el resto del castillo: utilidad combinada
con belleza despojada. Había numerosas mesas y bancos largos, cosas
simples y resistentes, sin adornos. Al igual que los apliques de hierro en
las paredes, que un departamento de utilería habría regresado por ser
demasiado simple. Pero los grandes bloques grises del piso estaban
intercalados con áreas de azulejos intrincados, algunos con enredaderas,
otros con formas geométricas, ninguno de ellos a juego. Como si alguien
los hubiera sacado de otros pisos y los hubiera traído aquí, dejándolos
caer como muchas alfombras variadas.
Le daban un ambiente extraño y vibrante al lugar, colorido y
ecléctico.
Del mismo modo, las paredes no eran de piedra desnuda, como las
películas me habían enseñado a esperar. El yeso rojo con un borde verde
rodeaba los tres lados de la gran sala, decorada con banderines bordados
con dragones rojos. La cuarta pared era blanca, pero no simple. Un mural
descolorido de una mujer dentro de un círculo plateado nos miraba con
benevolencia, la pintura metálica todavía resplandeciendo en algunos
puntos, aquí y allá.
—Arianrhod, Lady de la Rueda de Plata —me dijo Pritkin—. El padre
del rey lo trajo aquí, bloque por bloque, desde la antigua casa de baños.
Dijo que tenía un rostro amable.
Y uno familiar, pensé, mirando hacia arriba.
—También es conocida como la diosa de la luna —agregó.
529 —Lo sé.
Atravesamos un arco y subimos un tramo de escaleras curvas hasta
un pasillo amplio con un guardia flacucho. Estaba desplomado contra una
puerta arqueada, pareciendo aburrido. Pero se enderezó lo suficientemente
rápido cuando nos acercamos.
—Entonces, ¿te tiñes el cabello, Myrddin? —preguntó mientras nos
revisaba en busca de armas.
Pritkin suspiró.
—Te agradecería que no le dijeras a ningún Fey que me viste.
—Otra vez estás en problemas, ¿verdad? —preguntó el guardia,
divertido, y miró bajo la tapa de la bandeja que llevaba Pritkin, ya que
habíamos cambiado de carga después del pasillo.
—Cerdo asado con salvia, estofado de cordero y ortiga, moras y
crema, cerveza —le dijo Pritkin.
El guardia pareció melancólico.
—Entonces, ¿cuándo será nuestra cena?
—Me dijeron con la puesta del sol —respondí.
—Sí, pero no comeremos entonces, ¿verdad? Con el pasillo lleno de
invitados. —Miró el cerdo, que olía celestial—. Probablemente debería
comprobar eso en busca de veneno…
Le di una palmada en la mano.
Fue irreflexivo, y podría haber sido un gran error, pero él solo
suspiró.
—Valía la pena intentarlo.
Y con eso, entramos.
Como media hermana del rey, Morgaine estaba alojada en las
recámaras reales, que parecía que un Fey las había diseñado, ya que se
seguían como vagones en un tren. Y supuse que esta era la estación,
donde se encontraban varios trenes, lo que habríamos llamado un estudio.
Caminé lentamente hacia adelante, intentando no quedarme mirando
como una fanática, y probablemente fallando espectacularmente. Porque
era exactamente como lo había imaginado. Exactamente.
Reconocí partes del fragmento de espejo que encontré donde Nimue:
la gruesa losa de roble que Arturo estaba usando como un escritorio, la
530 gran chimenea de piedra, el mural del que había vislumbrado un pequeño
pedazo, el cual resultó ser una caballería en marcha realizada en bocetos
apresurados y vibrante con vida. Y algo que había estado fuera del espejo,
algo sobre la repisa, algo que parecía…
Me detuve en medio del lugar, mi corazón latiendo con fuerza.
—Esa… esa es…
—La gran espada del rey —confirmó Pritkin—. Un obsequio de la
Dama tras su adhesión.
—Te refieres a… ¿Excalibur? —susurré. Pritkin pareció confundido.
Y dijo algo que el hechizo no tradujo, pero que sonó como si estuviera
aclarándose la garganta. Lo miré—. ¿Qué?
Repitió el sonido, que supuse que no había sido un error, después de
todo.
—En la vieja lengua, significa Relámpago Fuerte —me dijo—. ¿Ves
las quimeras, en la empuñadura?
Asentí. Lo que parecían dos leones, si los leones tuvieran alas de
pájaros y serpientes como colas, entrelazadas para formar el agarre.
Estaban fundidos en bronce, y tan finamente labrados que podía ver las
escamas individuales en las serpientes, las plumas en las alas y las ondas
en los músculos del león. Era impresionante.
—No son nada en comparación con la espada —dijo Pritkin
suavemente—. Una cosa maravillosa, como ninguna otra, brillante como
las llamas.
Eché un vistazo a la habitación vacía.
—Podría… —Me lamí los labios—. ¿Crees que podríamos verla?
Se rio entre dientes.
—No según la leyenda.
—¿Qué?
—Se dice que el portador está protegido, pero para todos los demás,
la espada es terrible de ver, una espada de fuego que ciega a un enemigo, o
a todo un ejército, antes de derribarlos.
—Los ciega —repetí, y de repente, ese brillo abrasador que había
experimentado en las habitaciones de Nimue tuvo más sentido. Arturo
debe haber regresado durante el ataque y desenvainar la espada frente al
531 espejo. Medio cegándome, y obligando a Jo a huir porque ya no podía ver
para pelear.
Parpadeé, dándome cuenta que mi vida había sido salvada por el
Rey Arturo, empuñando Excalibur. Y las palabras de Billy Joe volvieron a
mí. Sí, renunciaste a mucho por este trabajo, pero a veces… casi valía la
pena.
Pritkin me estaba observando.
—¿No crees que es hora de que me digas de qué se trata todo esto?
—Yo… —comencé, y entonces me detuve, al oír voces elevadas de
algún lugar cercano.
Dejamos la bandeja sobre el escritorio y pasamos a la habitación
contigua. Era una especie de vestíbulo para sentarse con un telar en una
esquina, que supuse que no era de Arturo. Y otra puerta, que estaba
abierta parcialmente.
Pero era suficiente para mostrarme al rey, caminando de un lado a
otro, aún con la armadura con la que había montado. Era de bronce, y
destellaba en rojo bajo la puesta de sol a través de un banco de largas
ventanas pequeñas. La luz rojiza acristalaba también su cabello rubio y
centellaba en sus ojos cuando de repente se volvió para mirar a Morgaine,
sentada al borde de un diván.
Me retiré un poco rápidamente.
—No es cuestión de lo que quiero —dijo él con dureza—. ¡No puedo
sostener este país sin ayuda! Los sajones son demasiados, y sus armas
son demasiado buenas. Y muchos de ellos también tenían familia al
servicio del imperio. No son como los jefes locales; nuestras tácticas no los
sorprenden…
—Entiendo…
—¿Lo haces? Entonces, ¿por qué me pides esto? ¿Por qué pedir lo
que no puedo dar?
—Solo pido tiempo —respondió Morgaine, su voz tranquilizadora—.
La abuela entrará en razón. No tiene otra opción. Sé paciente…
Sentí que Pritkin tiraba de mi brazo, y levanté la vista para verlo
preocupado. Supongo que no se había registrado para espiar a su rey. No
tenía ese problema, pero si Arturo salía inesperadamente, íbamos a estar
en problemas. Miré alrededor y luego me moví hacia las sombras más
532 oscuras detrás de la puerta, la única opción real. Significaba que ya no
podía ver el interior, pero podía escuchar perfectamente.
¿Qué estás haciendo?, articuló Pritkin.
—Entonces, ¿te importamos tan poco? —decía Morgaine—. ¿Que nos
venderías a nuestros enemigos?
—Elegiste el lado Fey de nuestra herencia. Yo elegí el humano —
respondió Arturo—. Pero no soy tan cruel. Me preocupo por los dos; estoy
trabajando por ambos. Debes confiar en mí…
Pritkin seguía mirándome intencionadamente, esperando una
respuesta que no podía dar. Después señalé hacia la habitación contigua,
donde Arturo acababa de hacerlo por mí.
—¿Cómo puedo confiar en ti cuando no me dices nada? —exigió
Morgaine—. ¿Me pides confianza, pero no das nada?
Fue el turno de Pritkin para señalar.
Arturo y yo suspiramos.
Hubo una pausa en la conversación, acompañada por el sonido de
un taburete siendo arrastrado a través de la piedra. Cuando volvió la voz
del rey, fue más baja, tanto en tono como en posición.
—Te diré esto. Los Svarestri vinieron a mí, después de las últimas
demandas de la abuela, y me ofrecieron intercambiar su protección por la
de ellos. Dijeron que querían comida para su gente…
—Eso no es todo lo que quieren —dijo Morgaine, su voz más aguda—
. Quieren debilitarnos, dividir a nuestra familia…
—Más que eso. —La voz del rey bajó, hasta el punto de que me
estaba esforzando por escucharlo, incluso tan cerca—. Quieren hacer un
arma, una con la cual apoderarse de todo Faerie. Quieren robarme, para
hacer posible esta arma. Pero en cambio, voy a robarlos a ellos… y hacer
una protección para nuestra gente tal como el mundo nunca ha visto. Una
protección que ni siquiera los ejércitos combinados de Faerie podrían
deshacer. ¡Y entonces hacerlos nuestros esclavos!
—¿Qué? —Morgaine sonó tan confundida como yo—. Arturo… no
entiendo.
—Yo tampoco entendía —dijo—. Pero su embajador cometió un
error. Metió la pata y llamó al bastón que robaron en Caedmon una lanza.
Solo lo hizo una vez, y solo porque estaba sorprendido de que hubiera oído
hablar del robo. Preocupado, por si me daba cuenta que planeaban seguir
533 uno con el otro. Pero le seguí el juego. Nos creen tan tontos que, fue fácil
hacerle creer…
—¿Creer qué? Arturo, ¿de qué estás hablando?
—Una historia, una que escuché de niño. De una gran armadura,
hecha por un dios y usada por un héroe. Fue dañada en la batalla,
algunas piezas irreparables, pero quedaron cuatro: un yelmo, un escudo,
una espada… y una lanza.
—Oh, Dios mío —susurré, y luego me tapé la boca con la mano.
Pero nadie en el interior pareció darse cuenta, tal vez porque la voz
de Arturo había vuelto a levantarse de emoción.
—Las piezas se perdieron después de una gran batalla, y se
dispersaron, hasta que los dioses las rescataron y las regalaron a las
grandes casas Fey para su protección, ya que ningún humano podría
empuñarlas sin volverse loco. Se decía que habían sido imbuidas con el
poder de los dioses mismos…
—Arturo, ¿qué estás diciendo?
—Que finalmente he encontrado un camino para nuestra gente.
¡Piénsalo, Morgan! Tu nombre significa Mar Brillante, pero ¿con qué
frecuencia estás allí? Tu gente pasa la mitad de sus vidas en el bosque,
luchando constantemente. Pero si los Svarestri perdieron su yelmo, aquel
que le da a su rey gran parte de su poder… entonces ¿qué? ¿Seguirías
luchando entonces? ¿O los Fey Oscuros los empujarían de regreso a sus
propias tierras, para marchitarse en esas malditas rocas frías? ¿No
tendrían que ofrecer alojamiento entonces, ceder tierras entonces, hacer
las paces entonces?
Pritkin y yo nos miramos el uno al otro. Parecía tan sorprendido
como yo. Parecía que Arturo había estado ocultando sus cartas
cuidadosamente.
—¿Por qué sacudes la cabeza? —Su voz llegó nuevamente, después
de un breve momento—. ¿Esto no es lo que también has querido? ¿Por qué
has entrenado a los aquelarres? ¡No habrá necesidad de esclavos si no hay
una guerra constante! Nos brinda un cese para todos…
—Nos brinda guerra para todos —dijo Morgaine, su voz temblando
con una emoción que no podía nombrar, porque no podía verla—. Arturo,
¿en serio crees que Aeslinn se tenderá y solo te permitirá quitarle el yelmo?
Si fallas, él te matará. Si tienes éxito, él vendrá por ti. ¡Y no podrás
resistirlo, porque no puedes esgrimirlo! ¡Si quieres recrea esta armadura,
534 pero ya no hay quien la use!
—No tiene por qué ser así. —Arturo no sonó ni un poco
avergonzado—. Los Svarestri planean verter todo el poder de las diferentes
piezas en una sola, para combinar su fuerza… y yo también. Pero en lugar
de elegir un arma, como lo harían ellos, tomaré otra elección, la elección de
la abuela…
—¿De la abuela? Quieres decir… —Su voz se quebró. Y cuando
surgió de nuevo, había asombro en ella—. Planeas expandirlo, ¿no? Su
escudo. Para aumentar su tamaño…
—¡Hasta que nadie pueda tocarnos! —coincidió con entusiasmo—.
Qué vengan los sajones, con todos sus hombres. ¡Qué vengan los Fey, los
dioses mismos! Estaremos a salvo, Faerie pacificada, y Aeslinn inútil.
Podemos hacer esto, Morgan. Podemos lograr todo lo que mi padre
deseaba, y más de lo que se atrevió a soñar. ¿Ahora lo entiendes?
Sí, pensé, sintiéndome mareada. Sí, en cierto modo pensaba que sí.
P
ritkin me agarró del brazo, porque aparentemente había
decidido que era hora de esa conversación pendiente, como
jodidamente ahora. Pero mi cabeza estaba nadando demasiado
para que me importara. Dejé que me llevara de vuelta a la habitación
exterior, sin protestar.
—¿Es por eso que quieres el bastón? —preguntó en voz baja. Bueno,
el tono fue suave. La mano en mi brazo era otro asunto—. ¿Para hacer un
arma?
—No…
—¿Para quién trabajas? —susurró con dureza—. No pueden ser los
Svarestri: intentaron matarte. ¡Y lo mismo es cierto para los Fey Azules… y
los Verdes!
535
—Es un regalo —dije aturdida, lo que no ayudó.
—Y no puede ser el rey. Vi tu cara justo ahora… no sabías todo eso.
Algo, pero no todo.
—No.
—Entonces, ¿quién? ¿Quién más está involucrado? ¿Quién es?
—No estoy trabajando para nadie —respondí, porque estaba
empezando a ruborizarse, y tenía miedo de que me arrastrara hacia
Arturo, exigiendo una explicación. Y eso sería malo, sería muy malo,
porque Arturo…
Miré hacia Excalibur, resplandeciendo en la pared, la luz del fuego
destellando en las figuras talladas en la empuñadura, convirtiéndolas de
bronce en oro macizo. Era hermosa, incluso con la hojilla escondida. En
verdad, una obra de arte. Lo que si hubiera sido forjado por un dios
tendría sentido. Pero si eso era cierto, entonces Ares estaba infundido en
la espada, al igual que todas las otras piezas de esa armadura maldita que
Adra había mencionado. No todo de él, no, pero parte de él, lo suficiente
como para llevar a una reina Fey cerca de la locura.
¿Qué le había hecho a Arturo?
No había tenido la espada tanto tiempo, no los milenios que Nimue
debe haber tenido su escudo. Pero él no era Nimue. Solo tenía un cuarto
de Fey, y aunque no estaba loco, ¿había sido influenciado?
No lo sabía, pero sabía una cosa.
—No pueden conseguir todas las piezas —le dije a Pritkin con
urgencia—. Los Svarestri planean hacer un arma con ellas, pero no para
usarla con los Fey. Están intentando…
¡Mierda!
La puerta se abrió, y me di la vuelta, arrodillándome frente al fuego,
esperando que el escritorio me ocultara. Y arrojando un poco más de
madera en caso de que no fuera así, como una camarera vestida
exóticamente. A mi lado, Pritkin hizo una reverencia profunda, lo
suficientemente baja como para ocultar su rostro, porque la ola de faldas
verdes que había visto solo podía pertenecer a una persona.
Afortunadamente, las reinas rara vez miran al personal, y Nimue
continuó hasta las habitaciones interiores sin detenerse, presumiblemente
para ver a su nieta. Junto con cuatro de sus guardaespaldas personales,
536 quienes supuse que estaban allí por Morgaine, porque ninguno de ellos se
quedó en la habitación exterior. Y luego, ¡de hecho cerraron la puerta!
Tan pronto como se cerró, me subí al escritorio, el cual no resultó
estar lo suficientemente cerca. Así que volví a bajar y traté de arrastrar la
silla de Arturo unos metros más, cosa que era todo lo que necesitaba. Pero
la maldita cosa era de roble inglés pesado, y bien podría haber sido hecha
de plomo.
—¡Ayúdame! —dije a Pritkin, quien no estaba ayudando.
En cambio, solo estaba allí parado, con los brazos cruzados, los ojos
mortalmente serios.
—Si quieres mi ayuda, o incluso mi silencio, vas a decirme lo que
estás haciendo. Ahora mismo.
—Intentando salvar nuestros traseros —susurré a medida que tiraba
y empujaba—. Los Fey no están intentando conseguir ventaja en una
guerra. Están intentando traer de vuelta a un dios…
—¿Qué? —Parpadeó, como si esa no fuera la respuesta que
esperaba.
—… el dios de la guerra, quién va a matarnos a todos, excepto a sus
devotos adoradores Svarestri, sin duda alguna. ¡Lo que traerá paz, sí, pero
no del tipo que creo que quieras!
—¿De qué estás hablando? ¡Para eso y respóndeme!
Me detuve, pero no porque él me lo pidió. Sino porque necesitaba su
ayuda para hacer esto. De ninguna manera Excalibur simplemente estaría
colgada en una pared sin protección. Probablemente estaba jodidamente
resguardada, y aunque podría llegar a alcanzarla con el tiempo, no podría
hacer ni mierda con ella.
Me quité un mechón de cabello sudoroso de mi cara.
—Mira, no puedo contarte todo, pero… estoy detrás de una chica,
alguien trabajando con los Svarestri. Me dijeron que ella quiere el bastón
para atravesar… una especie de hechizo… que está protegiendo la tierra, y
traer de vuelta a los dioses. Pero si una pieza de la armadura era suficiente
para eso, los Svarestri ya lo habrían hecho. Parece que lo necesitan todo:
el escudo de Nimue, el yelmo de Aeslinn, el bastón de Caedmon y… —Miré
a Excalibur, colgando en la pared, y la expresión de Pritkin se oscureció.

537 —No.
—¡Tenemos que tomarla!
—¡No!
—Es la única manera…
—¡No estás hablando de robar la espada del rey!
—¡No tenemos otra opción! No sabemos en dónde está el bastón, ni
cómo recuperarlo. Pero la espada está justo ahí…
—¡Tenemos que decirle al rey! —Se dirigió hacia la puerta.
Me lancé por encima del escritorio y agarré su brazo.
—¡No podemos decirle! La armadura fue impregnada con el alma de
un dios, ¡el mismo dios que están intentando traer de vuelta! ¡Cualquiera
que haya sostenido una pieza es sospechoso!
Dejó de moverse, supongo que, porque tendría que arrastrarme con
él para llegar más lejos, pero aún parecía incrédulo.
—No puedes pensar en serio…
—¿No puedo? ¿Qué crees que está mal con Nimue? ¿Fue normal, lo
que vimos en el campamento? ¿Fue lo que esperabas de ella?
Pritkin se detuvo un minuto, su frente frunciéndose.
—No. Tiene la reputación de ser un enemigo feroz con un…
temperamento… vivaz. Pero no tiene fama de ser cruel.
—Quizás no lo sea. Pero el escudo jugó con sus miedos, su deseo de
proteger a su gente, su paranoia creciente. Probablemente era una nuez
difícil de roer, pero lo ha tenido por mucho tiempo, y los Svarestri se han
asegurado que no tenga más remedio que usarlo. Tú mismo me lo dijiste,
cuando estuvimos en Faerie, ¿recuerdas? Cómo los Fey Oscuros atacan
constantemente, apoderándose de sus tierras, obligándolos a entrar en
conflicto con ella…
—Pero esa es Nimue. Arturo…
—¡Tiene la espada! —Hice un gesto hacia ella—. ¡La maldita espada
de Aquiles que te apuesto todo lo que tengo que Nimue tomó de los Fey
Oscuros para dársela!
Y finalmente, pareció que comprendió algo.
—Ella la capturó después de una batalla —dijo Pritkin, sonando
entumecido—. Pero no pudo usarla del todo; el fuego no es su elemento…
538
—De modo que una vocecita le dijo que la trajera aquí, donde le ha
estado susurrando a Arturo desde entonces, prometiéndole cosas que ha
anhelado toda su vida. ¡Sueños de paz que nunca conseguirá porque los
Svarestri volverán a armar esa armadura y nos matarán a todos!
Pritkin me miró fijamente, y después a la puerta, claramente
dividido. Había escuchado la mayor parte de la historia de los propios
labios de Arturo, y había visto el desastre sangriento en el campamento de
Nimue. Sin embargo, por un momento, solo se quedó allí parado.
—Ella tiene el escudo, y probablemente el bastón —dije
desesperadamente—. Y los Svarestri tienen el yelmo. Eso significa que la
espada…
—Es lo único que queda.
Asentí.
—No pueden conseguirla.
—¿Y cuál es tu papel en todo esto?
—¡Asegurarme que no lo hagan!
Pritkin no respondió, pero de repente levantó la enorme silla y la
depositó junto a la pared. Se subió en ella, sus manos recorriendo la
longitud de la hoja a unos buenos sesenta centímetros de distancia,
frunciendo el ceño.
—Comprende esto —dijo con gravedad—. La espada se queda
conmigo. Si intentas tomarla…
—No lo haré.
—Bien. No es que no confíe en ti…
—Por supuesto que no.
Me echó un vistazo.
—Lo hago. Pero ese es el problema. Solo te conozco desde hace tres
días. ¡Y aquí estoy, robando la espada del rey para ti!
—No es para mí.
—Y ese… incidente… ayer. Nunca he… —Me miró nuevamente—. ¡Si
me has hechizado, te prometo que te arrepentirás!
539 —¡No lo he hecho! ¿Puedes darte prisa?
Volvió al trabajo, murmurando algo, aunque no estaba segura si era
con la espada o conmigo.
Pero un momento después, saltó de la pared.
—¿Qué acabo de decir? —preguntó, alejándola cuando intenté
alcanzarla.
—¡Solo iba a sostenerla mientras bajabas!
Saltó junto a mí.
—Yo me encargaré.
—Crees que voy a desaparecer con ella, ¿verdad?
—Si pensara eso, no te habría ayudado. Pero ya sabes lo que dicen.
No hay honor entre los ladrones…
—Así parece.
Mi cabeza se levantó bruscamente, porque esa voz no había sido la
de Pritkin.
Solo para ver a un rey Fey furioso, empapado, y salpicado de sangre
respirando iracundo hacia mí desde la puerta. Maldita sea.
Media hora después, estaba en una celda húmeda, llenándome la
boca. No fue idea mía; el oficial elegantemente vestido de Caedmon, quien
se había presentado con él para algún tipo de conversación con Arturo, se
le había ocurrido que no solo habíamos planeado robarle al rey, sino
también envenenarlo. De modo que estaba dejando que el castigo se
ajustara al crimen.
El sabroso castigo delicioso.
¡Dios, no me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba!
—¿Más pan? —pregunté a Pritkin, quien también se había visto
obligado a comer, solo que no parecía tan feliz por eso. Sacudió la cabeza—
. Entonces, ¿te importa si yo…?
Me pasó el pan.
Los ojos del oficial se entrecerraron cuando lo usé para absorber lo
540 que quedaba del estofado de cordero y ortiga, el cual no había sonado
particularmente apetitoso, pero sabía divino. Pero no tanto como el cerdo,
con su piel crujiente caramelizada, así como su carne blanda. O los
arándanos, regordetes y dulces, nadando en crema tibia. Hice un pequeño
sonido desesperado y vi a algunos de los guardias mirando la bandeja
limpia con envidia.
Se estaban perdiendo la cena por nuestra culpa, o más exactamente,
porque Arturo tenía problemas con que su jefe simplemente nos matara.
Por supuesto, también tenía un problema con nosotros robando sus cosas,
a pesar de que Pritkin había hecho todo lo posible para explicarlo. Pero eso
fue un poco difícil con Arturo gritando y Morgaine vigilándonos y Caedmon
exigiendo su bastón de vuelta… hasta que mencioné que Nimue
probablemente lo tenía…
Lo que podría haber funcionado mejor si ella no hubiera estado
parada allí.
Pero aún no estábamos muertos, e incluso habíamos cenado. En su
mayor parte, me corregí, cuando el oficial se acercó y me arrebató la
bandeja. No sabía por qué; estaba casi vacía a estas alturas. Pero supuse
que pensó que podría usarse como un arma o algo así.
Claro, pensé con resentimiento, una bandeja de madera y mis brazos
flacuchos contra una habitación llena de Fey, paredes de gruesas piedra
sólida, y nada con qué engañarlos.
Como en nada, porque había estado llamando a Billy casi todo el
tiempo, ¿y dónde estaba?
Por supuesto, podría no saber eso. A veces pensaba que teníamos
una conexión: lo sentiría antes de verlo, o juraría que él me escuchaba
llamándolo. Pero a veces decía eso cuando no lo había llamado, así que,
¿quién sabía? Pero maldición, ¡quería salir de aquí!
Aparentemente, el Fey sentía lo mismo, porque uno de ellos se aclaró
la garganta.
—Señor, tal vez podríamos rodear…
—Él es un triskelion —espetó el oficial—. No vas a ninguna parte.
El Fey parpadeó y lanzó una mirada sorprendida a Pritkin, pero no
dijo nada más. Yo, por otro lado, no tenía nada más que hacer con mi
boca, ahora que mi cena se había ido.
541 —¿Triskelion? —pregunté.
—Alguien que posee tres elementos —murmuró Pritkin, antes de que
el oficial le gritara que se calle.
Hubo silencio por un momento.
—¿Es tan inusual? —pregunté, porque de alguna manera tenía la
idea de que a los Fey no se les permitía lastimarnos, y me habían gritado
antes.
—Bastante —respondió Pritkin, ocultando una sonrisa.
Tampoco pareció que le gustara el oficial.
—Entonces, ¿cuántos elementos tienen la mayoría de la gente? —
pregunté, y el Fey se metió en mi cara.
—Guarda. Silencio —dijo el oficial, en lo que era lo más parecido que
había escuchado a un siseo genuino.
—¿O qué? ¿Me arrojarás a una celda y me quitarás la comida? Oh,
espera.
—Oh, mierda —murmuró Pritkin en tono de advertencia.
Y sí, tenía razón; antagonizar con los Fey era estúpido. Pero en este
momento no antagonizarlos era igual de estúpido, ya que no estaba
pasando nada. Y si nada continuaba pasando, perdíamos.
—¿Cuántos? —pregunté otra vez.
Pritkin miró al guardia, y una pequeña sonrisa escapó de sus labios.
—Uno.
Y, está bien, algo estaba pasando ahora, pensé, cuando el Fey
levantó a Pritkin bruscamente.
Y fue rápidamente rodeado por sus propios guardias, luciendo
preocupado. Uno de los cuales incluso se atrevió a poner una mano sobre
su brazo.
—Señor, el rey dijo…
—¡No recibo órdenes de un rey humano!
Había sido bastante salvaje, pero el Fey no se desanimó.
—Pero el lord estaba parado justo allí, y si él no hubiera estado de
542 acuerdo…
—No podemos hacerles daño a menos que intenten escapar —recitó
otro Fey.
El oficial volvió a mirar a Pritkin.
—Inténtalo —ordenó.
Pero Pritkin simplemente se quedó allí, con esa misma media
sonrisa.
Hasta que el oficial lo soltó con un sonido de desprecio.
Después de un momento, todos se volvieron a instalar en su lugar y
la habitación se volvió a quedar en silencio.
—Entonces —pregunté—, ¿cómo llaman a alguien con cuatro?
No conseguí respuesta, pero casualmente, esa era la misma cantidad
de Fey que agarraron al oficial, a mitad de una embestida. Y eso incluyó al
tipo que había estado parado junto a la puerta. Lo que probablemente
explicaba cómo terminamos inundados por una bandada de bellezas
cargando regalos.
La puerta se abrió de golpe, mostrando a un guardia desconcertado
de aspecto humano. Y una avalancha de bellezas de ojos oscuros, vestidas
de seda y adornadas con borlas, cada una con una bandeja, una cesta o
una jarra. O, en el caso de una chica con cabello carmesí increíblemente
improbable, una canasta de panecillos recién horneados que comenzó a
sacudir frente al Fey hambriento.
—¿Creían que nos habíamos olvidado de ustedes? Pobrecitos —
arrulló ella, a los soldados muy sorprendidos, y muy complacidos.
Bueno, aparte de uno.
—¡Paren! ¡Detengan eso de inmediato! —dijo el oficial, solo para que
ella se riera y le sacudiera las borlas. Xanthippe había sido asistente de un
domador de leones en su día, y no mucho la inquietaba—. ¿Quién ordenó
esto? ¿Quién ordenó esto? —exigió, a medida que sus hombres
comenzaban a dividir la recompensa.
—La princesa, mi hermoso —dijo una chica de cabello oscuro con
algunas de las borlas más grandes que hubiera visto alguna vez. Y
estampó un beso en su mejilla indignada—. Pensó que podrían sentirse
solos, aquí tan lejos.
Varios de los hombres se rieron, pero el oficial no pareció divertido.
543 —No fui informado. ¿Y qué es eso? —preguntó, enfocándose en las
dos jarras grandes que llevaba una belleza de piel oscura en flecos
amarillos.
—Relájate, amor —dijo Xanthippe—. Conocemos las reglas. Solo es
vino.
—¡Vino! ¿Tienes alguna idea de lo que puede hacer con el vino? —
Hizo un gesto salvaje hacia Pritkin—. ¡Sáquenlo de aquí!
—Pero ¿qué se supone que van a beber? —preguntó la chica de piel
oscura—. Los hombres se ven sedientos. —Miró alrededor—. ¿No tienen
sed?
Hubo un murmullo general de acuerdo, lo cual no pareció alegrar en
absoluto al oficial.
—Dije que no —dijo a la chica, empujándola hacia la puerta—.
¡Fuera!
—Cuidado con los zapatos —dijo ella, los cuales consistían en cuñas
de tacón de corcho de al menos doce centímetros de alto.
Pero él no escuchó. Y lo siguiente que supe fue que, una gran jarra
de barro cargada con vino se estrelló contra las piedras, el Fey estaba
maldiciendo, las chicas gritando, y la otra jarra estaba cayendo sobre el
oficial, cuando la bailarina se tambaleó y cayó sobre él. Y entonces…
Y entonces…
Miré alrededor, con la boca llena de comida, mientras la habitación
de repente se oscurecía. Y se alejaba más, aunque eso no era posible,
¿verdad? Pero en cierto modo parecía que así era. Tal vez porque las
piedras en las que Pritkin y yo habíamos estado sentados se estaban
moviendo, abriéndose como si nos estuvieran tragando enteros,
empujándonos de vuelta a nuestro propio pequeño túnel, uno que no
había estado allí hace un segundo. Y después, cerrándose abruptamente
detrás de nosotros.
Los gritos, los chillidos y las risitas femeninas se interrumpieron
abruptamente, dejándonos sepultados en un útero de piedra. Uno que se
estaba moviendo mucho más lento que hace un momento. Y luego apenas
moviéndose, las piedras que habían sido casi líquidas solidificándose una
vez más de repente, apretándose una contra la otra, gimiendo en mis
oídos. Y presionándose contra mí hasta el punto en el que apenas…
podía… respirar…
544 Pritkin, pensé, porque no tenía suficiente aire en mis pulmones para
gritar.
Y entonces, salimos, saltando como un corcho en una botella de
champán, golpeando al aire libre y cayendo desde lo que tenían que ser
casi dos metros, sobre un duro parche de tierra.
M
e quedé allí, aturdida y medio ahogada, porque había
estado intentando respirar a través del pan en mi boca.
Pero la caída parecía haber matado mi apetito, y lo escupí,
todo el tiempo mirando a la pared sobre nosotros. La cual todavía se movía
de una manera muy inestable, como si no pudiera recordar en dónde iban
todas las piedras.
—¿Myrddin? —pregunté nerviosamente, y no conseguí una
respuesta. Miré a un lado para encontrar a Pritkin de espalda,
aparentemente inconsciente… o peor—. ¡Myrddin!
—Estoy bien. —Sonó débil.
—¿Estás seguro? —Me acerqué a él.

545 Abrió los ojos para mirarme, y estaban casi completamente rojos por
los vasos sanguíneos reventados.
—Yo… odio… la magia con tierra.
Tampoco parecía que a ella le gustara demasiado.
Pero obedeció.
—Entonces —pregunté, después de un momento—, ¿cómo llaman a
alguien con cuatro?
Resopló lo que podría haber sido una risa, y sacudió la cabeza hacia
mí.
Y continuó sacudiéndola cuando la tierra de repente se movió debajo
de nosotros. Lo suficiente para volar una bandada de pájaros de un árbol
cercano, como si hubieran sido disparados desde un cañón. Y arrojarme
sobre mi trasero cuando intenté levantarme.
Miré a Pritkin.
—Hiciste…
—No.
Rodó sobre sus rodillas, mirando los relámpagos trazando
advertencias en el cielo, iluminando las nubes negro azuladas apiladas por
encima de las faldas de lluvia. Eso no era muy raro; habíamos estado más
de una hora dentro del castillo. Habían tenido tiempo de sobra para
formarse.
Excepto que estaban en todas partes, en todos lados, al menos las
que podía ver. Solo enormes sábanas grises corriendo hacia nosotros,
iluminadas aquí y allá por destellos de neón. Uno de los cuales golpeó un
árbol solitario, a lo lejos en una colina, explotando en pedazos en llamas
que fueron casi cubiertas inmediatamente por la marea aproximándose.
Y me di cuenta que eso era exactamente lo que parecía: una marea
rodando por tierra, ahogando todo a su paso.
Luego, otro temblor golpeó, como si la tierra misma estuviera
enojada.
—A las cocinas —dijo Pritkin, levantándome—. No están lejos.
Y corrimos.
La colina en la que se encontraba el castillo no tenía árboles,
probablemente por defensa. Pero más abajo, un pequeño huerto rodeaba la
base, el follaje denso meciéndose con el viento. Más allá, podía ver la
546 ciudad amurallada, los fuegos de sus cocinas resplandeciendo en la noche
y enviando delgados hilos de humo hacia el cielo, que fueron arrastrados
por los vientos. Y que parecieron tan pequeños e insignificantes junto al
poder de la naturaleza.
Todos los demás también deben haber pensado eso. Porque había
una actividad frenética alrededor de las carpas del teatro, a medida que los
vendedores y los asistentes al festival se peleaban por cubrirse. Mientras
más lejos en el puerto, los botes se sumergían y rodaban, el agua debajo
de ellos elevándose en gris y blanco, como manos en garras, frías y
enojadas.
—¡Vamos! —dijo Pritkin, tirando de mi mano, porque
inconscientemente me detuve para mirar.
—Lo siento.
Acabábamos de rodear el costado del castillo cuando comenzó a caer
una fina lluvia fría, los primeros escollos de lo que parecía ser una
embestida. Golpeó un momento después, empapándonos mientras
cruzábamos un jardín aferrándose precariamente a la ladera de la colina,
tropezando con coles y alubias. Y luego a través de una puerta, nuestros
pies embarrados ensuciando el pasillo pulcro junto a la cocina.
Una alegre luz dorada salpicaba las piedras frente a nosotros.
Mientras detrás, la luz de la luna estaba eclipsada por nubes agrupándose,
cortando tan repentinamente como si alguien hubiera accionado un
interruptor. Me giré para mirarlas, una sensación extraña apoderándose
de mí, a medida que Pritkin luchaba con la pesada losa de la puerta,
intentando cerrarla contra la lluvia azotando en ráfagas como golpes de un
martillo.
Pero lo consiguió, justo cuando el cocinero asomaba la cabeza desde
la cocina, con una cuchara en una mano y un tazón en la otra. Y un ceño
fruncido en su rostro.
—Bueno, ¿qué es esto? —preguntó cuando una especie de salsa se
filtró sobre las piedras—. ¿Qué está pasando?
—La tormenta explotó —dijo Pritkin secamente.
El hombre suspiró.
—Y aquí estaba yo, esperando escabullirme al teatro más tarde.
Justo mi…
Se interrumpió cuando un estremecimiento atravesó las piedras bajo
547 nuestros pies, lo suficientemente fuerte como para enviarnos tambaleando
contra la pared. Eso habría sido lo suficientemente preocupante en una
estructura moderna, pero esta no era una. Esta era básicamente una
montaña hecha de piedra.
La cual acababa de temblar notablemente.
—Muy bien, ¿qué es esto? —preguntó el cocinero, justo al momento
en que una masa de personas viniendo desde el interior del castillo nos
invadió. Una que rápidamente llenó el pequeño corredor—. ¿Qué es esto?
¿Qué es esto? —gritaba el cocinero indignado, impidiendo el paso a su
preciosa cocina mientras abrazábamos la pared del otro lado para evitar
ser pisoteados.
Y entonces algún genio abrió la puerta.
El pasillo se convirtió inmediatamente en una vorágine de luz
intermitente, gritos de personas y lluvia torrencial.
—¡Cierra la puerta! ¡Cierra la puerta! —gritaron todos en este
extremo.
Pero los empapados no estaban escuchando. O tal vez no pudieron
escuchar por encima del trueno retumbante, porque todo el lugar sonó
como si hubiéramos sido atrapados en un timbal gigante. Fue
ensordecedor hasta el punto de ser doloroso, y supuse que ellos también lo
pensaron. Porque estaban dando la vuelta, corriendo de regreso en esta
dirección, estaban…
—¡Myrddin! —grité.
—¡Quédate conmigo! —Me empujó delante de él cuando la estampida
nos golpeó, arrastrándonos y a todos los que nos rodeaban. Irrumpimos en
el área con las escaleras, que era considerablemente más grandes que el
pasillo anterior, pero no menos abarrotado. Y estaba empeorando porque
cada vez más personas estaban entrando.
Junto con algo más.
Lo miré por un momento, desconcertada. Porque una masa
espumosa de agua se estaba agitando alrededor de la multitud huyendo,
escurriendo por las escaleras como una cascada interior. Y haciendo que
se tropiecen y caigan, y que otros se amontonen detrás de ellos. Nos
abrimos paso a un lado y los vimos separarse en cierto modo, los señores y
señoras totalmente en pánico en sus galas, los sirvientes con los ojos
completamente abiertos en su librea, y varios actores de aspecto furioso,
cada uno cargando con la mitad de un caballo de madera.
548
Pritkin agarró a uno de ellos por el brazo.
—¿Qué está pasando?
—¿Qué parece? —El hombre alto con las mejillas afiladas estaba
lívido—. Tuvieron que arruinar todo, ¿no? ¡Esos jodidos Fey! Primer
trabajo bien remunerado que hemos tenido en meses…
—¿Arruinar qué?
—¡Mi billetera, por un lado! ¿Quién va a pagar para vernos ahora?
¡Con eso por entretenimiento! —Hizo un gesto salvaje hacia las escaleras.
—¿Entretenimiento? —pregunté preocupada—. ¿Qué
entretenimiento?
—Están peleando —respondió el tipo de la pandereta, su voz lenta y
espesa.
El hombre alto asintió enojado.
—La cena ni siquiera había comenzado cuando ese maldito Fey de
ojos fríos…
—¿Cuál?
—Lo llaman, el Rey del Invierno. ¡Sé cómo me gustaría llamarlo!
—¿Aeslinn? —Pritkin apretó más fuerte—. ¿Qué hizo…?
—Estoy intentando decirte, ¿no? El hijo de puta comenzó una pelea,
con esa bruja del mar de ojos locos…
Alguien cayó sobre nosotros, y él se interrumpió, maldiciendo.
—¿Qué pasó? —preguntó Pritkin.
—Ella se enojó —respondió el panderetista.
—¿Qué crees que pasó? —gritó el hombre alto—. Ahora suéltame.
¡Me voy de aquí!
Lo cual, sí, sería un buen plan, pensé, mientras corrían a nuestro
alrededor.
Excepto que necesitábamos la espada, y la espada estaba allí arriba.
—¿Hay otra manera? —pregunté a Pritkin, quien estaba mirando la
escalera convertida en cascada.
—No desde aquí. No sin… —Se interrumpió cuando apareció una
549 delgada abertura en la multitud—. ¡Allí!
—¿No sin qué? —pregunté, con una mano en la suya, la otra
protegiéndome la cabeza a medida que avanzábamos en la refriega.
—No sin volver a salir —gritó para ser escuchado por encima del
estruendo.
Y bueno, eso no era atrayente. Podía escuchar los truenos desde
aquí, sonando como si todo el castillo estuviera bajo asedio. Y también,
sintiéndose así. La sala volvió a temblar, la gente gritó y la multitud se
volvió aún más loca. Un tipo aterrorizado chocó conmigo, y luego continuó
como si ni siquiera estaba allí, amenazando con pisotearme.
Pero Pritkin lo apartó y lo empujó de su camino, y de alguna manera
nos forjó un sendero por medio de las escaleras. Había menos agua allí, los
cuerpos de las personas dispersándola a ambos lados, aunque eso cambió
a medida que subíamos. La cantidad de personas se reducía, aunque la
marea parecía estar debilitándose.
No, no más débil, me di cuenta.
Solo cambió.
Perdí el equilibrio y me tambaleé contra una pared, mis dedos
rozando algo duro, frío y quebradizo. Lo que amenazó con congelarlos en el
lugar antes de que los apartara. Como resultado, mis almohadillas se
arrugaron y se volvieron ligeramente blancas, como si la congelación fuera
inminente, incluso después de un contacto tan breve.
—Pritkin… —dije nerviosamente, olvidando usar el nombre correcto,
pero no importó.
Porque una voz retumbante invadió la mía, magnificada por el hueco
de la escalera.
—¡No en mi casa! ¡No en mi salón!
—Entonces, ¿dónde? —exigió la voz de un hombre—. Porque tendré
una recompensa…
—¡Oh, y con creces! —Esa era una voz que conocía: Nimue. Y sonaba
furiosa.
De acuerdo, la cascada ahora estaba comenzando a tener más
sentido.
550 Pritkin había subido las escaleras restantes para mirar por la parte
superior. Intenté unirme a él, pero la extraña escarcha cubría todo.
Resplandecía bajo la luz derramándose desde arriba como polvo de
diamante, convirtiendo nuestro entorno en una hermosa cueva brillante de
hielo. Pero ardía ante el más mínimo contacto, como fuego frío.
—Toma. —Pritkin se quitó la túnica exterior y me la arrojó, y me la
puse con mucho agradecimiento. Estaba húmeda, pero no tanto como mi
propia ropa. Y mejor aún, proporcionó una barrera contra las heladas.
Dejé que las mangas colgaran sobre mis manos, como guantes
improvisados, y subí las escaleras restantes.
A pesar de la multitud de abajo, todavía había gente en el gran
salón: muchos de ellos. Y por lo que pude ver, todos eran Fey. Incluyendo
a alguien en medio de la habitación, a quien vi a través de un bosque de
piernas. Alguien con túnicas elaboradas negras y plateadas que brillaban
como la luz de las estrellas. Alguien con largo cabello blanco plateado, un
círculo centellante en su frente y ojos como nubes de tormenta.
Alguien que había visto antes.
—¿Su rey fue el que nos persiguió a través de Faerie? —susurré,
pero Pritkin no respondió. Tal vez no se atrevió, ya que estábamos al
alcance del oído de los Fey. O tal vez estaba demasiado ocupado mirando a
la mujer frente a Aeslinn.
Nimue había encontrado tiempo para cambiarse, porque ahora
estaba toda vestida de azul: una larga túnica oscura de terciopelo con
bordados blancos y verdes, tan sutil y tan refinada que, incluso sin
encantamiento, fluía como el mar cada vez que se movía. Era un atuendo
increíble, pero no lo necesitaba. Su largo cabello flotaba sobre ella, como si
flotara en las corrientes oceánicas invisibles, y sus ojos se iluminaban.
Pensé que se veía aterradora enfrentando a Morgaine, pero aparentemente
eso había sido, en términos de Tami, simplemente una nadería.
Supuse que eso no era lo que había planeado para Aeslinn.
Sin embargo, este era el hombre que había derribado una
montaña… demonios, casi toda una cordillera… intentando enterrarnos.
Sentí otro escalofrío recorrerme. Esto… no iba a ir bien, ¿verdad?
Como en respuesta, un crujido ensordecedor hizo que la escalera se
estremezca, lo suficientemente fuerte como para enviar una cascada de
hielo por las escaleras. Y para enviarnos como en un tobogán por ella, tal
vez un cuarto del camino, antes de que Pritkin lograra atraparnos. Se
apoyaba en la roca ahora libre de hielo en una esquina de las escaleras
mientras yo me aferraba a su brazo y la voz de Aeslinn retumbaba como si
551 estuviéramos en una cámara de eco.
—¡Cuidado, Bruja del Mar! ¡Te acercas peligrosamente a decirme
cobarde!
—¿En serio? —La voz de Nimue resonó, clara como una campana—.
Esa no era mi intención en lo más mínimo.
—Eso es afortunado, por tu…
—Tenía la intención de decirlo directamente.
La sala de arriba explotó en voces escandalosas, junto con lo que
sonó como explosiones reales. Otro crujido hizo que el resto del hielo de
arriba cayera repentinamente por los escalones como una cascada. Sobre
nosotros.
—Te atreves… —tronó Aeslinn mientras Pritkin me empujaba contra
la pared, protegiéndome con su cuerpo. Y de alguna manera manteniendo
su posición a medida que copos de las cosas a nuestro alrededor
estallaban, golpeando la curva y yendo a todas partes. Y quemando todo lo
que tocaban, como chispas de una hoguera demasiada cerca.
—¡Sí, me atrevo! —El tono furioso de Nimue estremeció a lo largo de
mi piel como una cosa física—. Como te has atrevido, durante siglos, hacer
la guerra conmigo con representantes, ¡no estando dispuesto a
enfrentarme tú mismo! Nos has exprimido por demasiado tiempo,
obligando a las criaturas de la oscuridad a entrar en nuestras tierras,
permitiendo que las abominaciones, a quienes armaste, quemen nuestras
ciudades, maten y devasten nuestro pueblo…
—¿Abominaciones? —El desprecio se escucha en su voz—. Creo que
les darías la bienvenida. Todo el mundo sabe que tu gente no son más que
mestizos, mezclándose con alimañas y destruyendo…
—¡Cuidado!
—Oh, lo tendré. Lo tengo. Y cuando mis ejércitos entren en Avalon,
someteré a tus mestizos a mi espada, junto con cualquier sangre
contaminada que encuentre…
—Solo en tus sueños marcharán tus ejércitos, Rey Tierra. —Ahora
había una alegría salvaje en las palabras—. Nunca tendrás los números.
La única forma de tomar mi trono es si te lo ofrezco…
—Como si alguien quisiera esa colección de pantanos y lodazales…
—… ¡y quiero! —La habitación de arriba se quedó de repente
mortalmente en silencio—. Enfréntame en combate —lo desafió Nimue—.
552 Ahora, esta noche, de acuerdo con las reglas antiguas que tanto te gustan.
Y resolveremos esto. El ganador se convierte en el gobernante de ambos
reinos; el perdedor… recibe los ritos funerarios apropiados. Ten un duelo
conmigo, Rey de los Páramos. ¡O, declárate cobarde ante toda Faerie, de
una vez por todas!
No hubo sonido alguno por un largo momento; incluso
esforzándome, todo lo que pude escuchar fue mi propio latido frenético.
—Lo único que declararé es que tu linaje está extinto, una vez que
termine contigo.
La sala detonó, en gritos y maldiciones y más de esos extraños
choques. Y luego la voz de Arturo cortó el estruendo, fuerte como una
sirena de niebla.
—¡Si quieren matarse entre sí, háganlo afuera!
El Fey debe haber accedido, porque los siguientes ruidos resonando
por las escaleras fueron de choques contra las piedras y muchos más
gritos.
Pritkin volvió a subir las escaleras para asomarse por la parte
superior.
—Se van —dijo—. Todos se dirigen a la Mesa…
—¿Incluso Arturo?
Asintió.
—Y no está usando su espada.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —pregunté, saltando—.
Podemos conseguirla en la confusión. ¡Vamos!
Y entonces, alguien me dio una patada en el pecho.
Fue así de rápido, y totalmente inesperado porque no había nadie
allí. Y así de doloroso, tanto que se sintió como si alguien acabara de
atravesar mi cuerpo con una bota, la conmoción sola siendo abrumadora.
Caí hacia atrás, aferrándome ante un atacante que no pude encontrar en
las escaleras resbaladizas y no podía ver.
Porque todo se había vuelto negro.

553
C
aí en un torrente helado. La conmoción dejándome sin
aliento, el agua que respiré me dejó atragantada, y la
confusión me dejó bamboleando. Me quedé allí por un
momento, aturdida y ahogándome, mirando a la superficie.
Y luego comencé a retorcerme.
Fue difícil… mucho más de lo que debería haber sido, ya que, a
juzgar por los moretones en mi espalda, el agua no era tan profunda. Pero
no parecía importar. Sentía como si toda mi energía me hubiera sido
absorbida. Y la cosa era que, conocía esa sensación. La había sentido
antes. Pero, como todo lo demás, mi cerebro no estaba cooperando.
Tal vez porque se estaba quedando sin oxígeno.

554 Y entonces alguien me levantó bruscamente.


Miré confundida al rostro desconocido de un hombre. Estaba
demasiado oscuro para ver mucho, pero tenues rastros de luz proviniendo
de un fuego desde algún lugar resplandecieron en las gotas de agua en su
barba y la locura en sus ojos. Que rápidamente pasaron de ser locamente
esperanzados a locamente enojados.
—¡No eres Dyfrig! —dijo acusadoramente.
Intenté responder, pero todo lo que salió fue un aluvión de agua, por
encima de toda la ropa del hombre. No es que importara; ya estaban
empapadas. Pero aun así, no pareció apreciarlo.
—¿Dónde está Dyfrig?
—Yo… no sé —me atraganté, lo que no pareció ser la respuesta
correcta. Porque me arrojó contra un muro de piedra, gritando lo mismo
una y otra vez—. ¿Dónde está? ¿Qué hiciste con él? ¿Dónde está Dyfrig?
—¡No sé, no sé! —dije, y luego terminé con un grito de dolor cuando
comenzó a sacudirme, y mi cabeza golpeó la pared. Y luego, lo hizo una o
dos veces más, porque al hombre claramente no le importaba si me
aplastaba el cerebro.
—Oh, Dyfrig —jadeé, y agarré sus brazos—. Yo… pensé que habías
dicho algo más. Lo vi… ¡por ahí!
Ni siquiera sabía a dónde apuntaba: estaba oscuro, y sentía que mi
cabeza se había roto. Pero sorprendentemente, funcionó. El Lunático se
fue chapoteando, y caí de espaldas contra la pared, aturdida y jadeando.
Y muy confundida, porque no estaba en las escaleras.
Estaba en un túnel de techo bajo construido en piedra, inundado de
agua y personas descontentas. Tal vez porque cada segundo se derramaba
más agua, escurriendo a través de las rejas, goteando por las paredes y
brotando por otra escalera convertida en cascada al otro extremo de lo que
ahora reconocía como las mazmorras. Las mismas de las que Pritkin y yo
acabábamos de escapar.
Y ahora que mi cerebro volvía al trabajo, tenía una muy buena idea
de por qué.
Y eso fue antes de que alguien se riera en mi oído.
Alguien a quien no vi, ni siquiera cuando giré la cabeza.
555 —Eso fue inteligente —dijo una voz femenina a medida que miraba
fijamente hacia la oscuridad—. Por un minuto, pensé que habías muerto.
—¿J-Johanna?
Una alegría genuina resonó en las paredes, libre, fácil y
sinceramente divertida.
—Por supuesto. ¿Cuántos fantasmas conoces?
—¡No eres un fantasma!
—Lo suficientemente cerca —susurró mientras algo se despegaba del
techo, cayendo hacia mí como un enorme murciélago.
Me agaché en el agua casi hasta la cintura, pero no ayudó. Una
garra espectral se extendió hacia mí y la aparté de golpe, haciendo que mi
mano se sintiera deshilachada hasta el hueso. Y mi atacante emitió un
chillido agudo y cayó a través de la pared, en una ráfaga de humo negro.
—Entonces, era cierto. —La voz de Johanna volvió a sonar,
asombrada—. ¡Eres una nigro!
—¡Tú también! —espeté, intentando ubicarla en la oscuridad.
—Ah, pero no soy Pitia. —La voz odiosa resonó de manera extraña
en el espacio confinado—. Ni siquiera habría sido una acólita si lo
hubieran sabido. Aun así, ¿qué tenemos aquí? ¡Una nigromante inmunda
como una de las elegidas! Tenía que ver eso por mí misma. Y ahora te
tengo.
Su tono debería haberme advertido, un segundo antes de que algo
erupcionara del agua, arañándome. Sentí un dolor punzante y el aguijón
del poder perdido, antes de que me la pudiera quitar del hombro. Y
tropezar hacia atrás, golpeando la pared nuevamente. Y mirando alrededor
salvajemente, porque no había visto de dónde venía.
—Deberías tener más cuidado —me reprendió Johanna—. Un
accidente más y estás acabada.
—¡Eso nos hace dos! —dije, furiosa y asustada. Porque esa no había
sido una acólita. Ese había sido un fantasma. Como el que me había
atacado arriba, no pateándome en el pecho sino zambulléndose a través de
él, robándome poder de la forma en que solo una cosa podía hacerlo.
Y desplazándome aquí en el proceso.
O no, no desplazándome, pensé. Faseando. Porque ella no podía
permitirse…
556 Mis pensamientos se interrumpieron cuando dos sombras más se
lanzaron hacia mí. Y venían desde ambas direcciones esta vez, demasiado
rápido para esquivarlas y demasiado mortales para sobrevivir. Grité, un
sonido perdido entre todos los demás, y comencé a desplazar…
Y me detuve a mitad del hechizo, la magia tartamudeando a mi
alrededor, cuando las sombras se congelaron ante una palabra de su ama.
—¿Cómo es que estoy acabada? —preguntó Jo, después de un
segundo—. Desde mi punto de vista, diría que estoy muy por delante.
No respondí, demasiado ocupada luchando por respirar, porque un
hechizo abortado es una perra. Y porque eso no era lo que ella había
querido decir. Había querido decir: “Acabas de viajar mil quinientos años
en el pasado y fuiste asaltada por un fantasma. ¿Cómo puedes
desplazarte?”
No esperabas eso, ¿verdad?, pensé salvajemente. Sabía que era una
nigromante, probablemente avisada por algunos de los fantasmas que vio.
Pero no que había descubierto su forma especial de atravesar los siglos, al
simplemente evitarlos por completo. Pero lo había hecho, y como
resultado, no estaba tan exhausta como debería haber estado después de
un salto que nunca tuve que hacer.
Miré hacia los espíritus con cautela. Simplemente colgaban allí,
apenas una neblina en la oscuridad, solo un tono negro entre muchos. Y
más grandes que antes, porque se habían espabilado. Se estaban
dispersando, de modo que me sería más difícil agarrarlos la próxima vez.
Y habría una próxima vez, tan pronto como Johanna descubriera
cómo matarme antes de que trajera al grupo de Pitia sobre nuestras
cabezas. El pelotón que me estaba buscando principalmente, pero que
también podría atraparla en su red. Y eso sería inconveniente, ¿no?
Como lo sería para mí, si fallaban al atraparla.
—¿El gato te comió la lengua? —exigió, a medida que intentaba
mirar ambas sombras a la vez.
Y, por lo tanto, no estaba mirando al Fey, que ahora iba de celda en
celda, haciendo una búsqueda sistemática y apartando a las personas en
esta dirección. Uno de los cuales me dio un codazo al pasar, en pánico y
aterrorizado. Y me hizo tropezar nuevamente en una celda.
Me recuperé casi de inmediato, pero no ayudó.
Los fantasmas estaban ahora en la puerta.
557
—¡Ríndete, Johanna! —dije, furiosa conmigo misma—. Tuviste una
oportunidad, cuando pensaste que solo necesitabas el bastón. Agarrarlo y
correr, antes de que nadie supiera que habías cambiado algo. Pero ahora…
—¿Y qué hay de ahora?
La voz proviene de algún lugar frente a mí, pensé. No podía estar
segura porque aún no podía verla. Porque estaba en fase y, por lo tanto,
fuera de mi alcance. ¿O no?
Recordé a Lydia, la Pitia con aspecto de bruja, cortando el aire y casi
destripándome. En su lugar, me devolvió en parte al tiempo real, porque la
paranoia de Billy se había asegurado que estuviera casi allí de todos
modos. Y también Jo; tenía que estarlo, o de lo contrario, ¿cómo podía
hablar conmigo?
Y si estaba lo suficientemente cerca como para hablar, tal vez
también estaba lo suficientemente cerca como para cometer un error.
Resistí el impulso de tocar mi brazalete, y me concentré en localizar
esa voz.
—Ahora necesitas toda la armadura entera, o lo que queda de ella —
dije, mis oídos agudizándose—. Y cada Pitia de los últimos mil quinientos
años está ahí afuera, esperando que una de las dos la cague. ¡Nunca
conseguirás las cuatro piezas antes de que te agarren!
—¿Quién dice que estoy intentando conseguir alguna de ellas?
Seguí buscándola en la oscuridad, pero eso me desconcentró. No
solo las palabras, sino el tono. Sugería que una de las dos estaba
delirando… y no creía que fuera ella.
—Has estado persiguiendo el bastón…
—Oh, sí, por todo el maldito campo, gracias a ti. —La diversión
ahora estaba mezclada con molestia—. Esos Fey idiotas. Lo tuvieron en
sus manos, hasta que permitieron que un mestizo lo robara. ¡Y los Fey de
nuestro tiempo ni siquiera pudieron decirme dónde pasó, ya que los
idiotas en cuestión fueron asesinados poco después! Pero mis fantasmas y
yo lo rastreamos, minuciosamente, durante semanas. Justo a tiempo para
ver al mestizo llevándoselo a Faerie contigo.
Tuve una imagen repentina de esa noche, las explosiones anormales,
el bosque ardiente, los árboles cayendo abruptamente sacudiendo la tierra
y enviando olas de chispas hacia el cielo. Y Pritkin deslizándose por un río
558 como si fuera una autopista, con un montón de Svarestri asesinos en sus
talones. Me había recogido en el camino y nos zambullimos a través de un
portal, porque no habíamos tenido muchas opciones. No tenía idea de que
Jo estuvo allí, pero en realidad hubiera deseado que fuera al paseo.
Había una buena posibilidad de que ella no habría regresado.
—Deberías haberte unido a nosotros —dije, y la escuché resoplar.
—Preferí arriesgarme con Nimue, donde sabía que el bastón
aparecería eventualmente. Los Fey me habían dicho eso, al menos. Pero
dirigirse a ese infierno tampoco había sido mi idea de diversión, hasta que
me obligaste a ello…
—Y fallaste de nuevo.
—No fallé. —Fue agudo—. Me mezclé perfectamente, solo otra
esclava humana. ¡Bien podría haber sido un mueble! Todo lo que tenía que
hacer era esperar a que el mestizo me trajera el bastón.
—Porque eso es lo que se suponía que iba a pasar —supuse—. Antes
de que tú y yo nos involucráramos. Él liberó a Morgaine.
Estaba intentando mantenerla hablando, para identificar esa voz.
Pero fluctuaba dentro y fuera, un segundo un grito, al siguiente un
susurro. Y a veces acelera o ralentiza, como un niño jugando con un
tocadiscos pasado de moda.
O como una acólita teniendo problemas para atravesar la barrera.
—Quien está de racha —acordó Jo—. Y a pesar de llegar un día
tarde, cuando los ataques de los aquelarres habían aumentado la
seguridad a un grado ridículo, él entró de alguna manera. Los dos lo
hicieron. Pero no tenías el bastón. Los vi buscarte, y luego examiné tus
posesiones, pero no estaba allí. ¿Cómo lo has conseguido?
—Secreto comercial —dije, preguntándome si había una razón por la
cual los fantasmas estaban enmarcando la puerta, en lugar de pararse
frente a ella. Pero si enviaba mis cuchillos y me equivocaba…
Supuse que no sería bueno si me equivocaba.
—Bueno, no me digas —dijo ella con rencor—. No importa. ¡Ya gané!
—Tú… —me detuve, a mitad de un pensamiento—. No tienes el
bastón.
—No necesito el bastón. ¿Aún no lo entiendes? Algo que hice, o tú
559 hiciste, hizo que terminara en las pequeñas manos codiciosas de Nimue
después de la batalla, en lugar de desaparecer como la última vez. Se
suponía que Morgaine moriría valientemente, y que su abuela
desconsolada se olvidara de buscar el bastón hasta que fuera demasiado
tarde. Para el momento en que lo hiciera, alguien ya lo habría arrebatado,
y desaparecido de la historia, en serio arruinando los planes de Aeslinn.
—¿Sus planes? Entonces… todo esto sucedió antes.
—¡Por supuesto! ¿Qué crees que estoy haciendo aquí? —Sonó
despectiva—. Lo intentaron con tres la última vez, lo cual era todo lo que
tenían, pero no funcionó. Se dieron cuenta que necesitaban tener cuatro,
pero aunque buscaron el bastón desaparecido, nunca lo encontraron.
—Pero esta vez, Morgaine sobrevivió…
—Y el bastón fue a Nimue —acordó Jo—, quien lo trajo aquí. Es por
eso que quiere pelear contra Aeslinn esta noche, antes de que Caedmon lo
descubra y la obligue a devolverlo. También es por eso que insistió en las
reglas antiguas, las que permiten casi cualquier cosa, ¡incluyendo el uso
de dos armas divinas contra la única arma de su oponente!
—Pero… el bastón no es su elemento…
—Lo que significa que no funcionará ni para ella ni para Caedmon,
pero funcionará. Lo suficiente para darle la ventaja. O lo haría, ¡si Aeslinn
no hubiera hechizado la arena! Tan pronto como comience el duelo,
también lo hará la invasión. Y por lo que me dijo, no tardará mucho.
—Si él tuviera las cuatro piezas —dije, sintiéndome en serio
descolocada. Como si mi cerebro hubiera notado algo, algo importante,
pero tenía demasiado en curso para entenderlo—. Y él no…
—¿No qué?
—¡Por eso me sacaste! Así no podríamos conseguir la espada…
—¿Eso es lo que piensas? —Se rio—. ¡Te saqué porque eres una
amenaza! En el molino, donde Nimue, en ambas ocasiones debería haber
sido fácil. Solo entrar y agarrar la cosa. Pero entonces apareciste, ¡sin
ninguna idea de lo que estás haciendo, pero de todas formas provocando el
caos! Pero esta vez no. Todo está perfectamente preparado, y no voy a
dejar que lo arruines.
—¡Ya está arruinado! —Miré alrededor—. Falta la espada o el bastón,
¡no importa! ¡Aún les sigue faltando una pieza!
—Oh, pero no es así. Nimue está llevando el bastón y el escudo
mientras hablamos, y Aeslinn ya tiene el yelmo. Y en cuanto a la espada…
560 —Se rio de nuevo—. Arturo, el estúpido imbécil, la enterró. Debajo de las
arenas del sitio de encuentro…
—No. —Sacudí mi cabeza—. No, vi…
—Viste un pomo y una vaina. Eso es todo lo que cualquiera ve. De lo
contrario, derrite tus malditas retinas, como casi lo hizo conmigo. Fue
entonces cuando lo hizo, ¿sabes? Anoche, cuando estábamos luchando en
la caravana de Nimue, él estaba aquí, sacando la espada para reemplazar
la hoja por otra. La verdadera está ahora debajo de la arena, donde planea
usarla para engañar a Aeslinn. ¡Como si un ser de miles de años podría
ser atrapado por algún truco que un humano pudiera idear!
—¿Ya está allí? —pregunté aturdida, sintiendo que la esperanza se
erosionaba. En el fondo de mi mente, asumí que Pritkin la tenía, que la
había escondido en algún lugar, lleno de glamour de modo que los Fey no
pudieran encontrarla. Y tal vez lo hizo. Pero si es así, había escondido el
señuelo.
La verdadera no estaba allí.
—Entonces sí, las tiene todas —dijo Johanna, sonando exultante—.
Ahora todo lo que tenemos que hacer es sentarnos y esperar.
—Sentarnos… —Me detuve, porque de repente, nada tenía sentido.
Y luego todo lo hizo, y mi corazón se congeló en mi pecho.
—Tú… no estás intentando sacar el bastón de la línea de tiempo,
¿verdad? —pregunté—. Estás intentando traer a Ares de vuelta ahora.
Estás intentando traerlo aquí de vuelta.
Parecía imposible. ¿No entendía las implicaciones? Era una viajera
en el tiempo. ¡Tenía que hacerlo! Pero no sonaba así.
—¿Por qué no? —La voz sonó divertida—. En nuestro tiempo, el
Círculo está perfeccionando todo tipo de armas nuevas desagradables, y
los demonios se están uniendo en fuerza. Pero aquí… ¿quién está
esperando aquí?
—Pero este Ares no te conoce. ¡No sabe nada de ti! Si lo traes de
vuelta ahora…
—Ah, sigues pensando como todos los demás. —Johanna chasqueó
la lengua, decepcionada.
—Entonces, ¿cómo debería estar pensando?
—¡Como una Pitia! O, mejor aún, como una nigromante.
561 —Una nigro… —me detuve.
—Ahora lo estás entendiendo. —Sonó como una maestra con un
alumno particularmente tonto—. Si estás fuera del tiempo, estás fuera del
tiempo. No tiene control sobre ti. Y en este momento, Ares está fuera del
tiempo en su propio universo, esperando que se abra una puerta en este.
Cualquier puerta. Y será aquí, donde los otros dioses están desterrados
convenientemente, donde la comunidad mágica es pequeña y dividida, y
donde nadie, nadie en absoluto, lo está esperando.
Me llevé una mano a la cabeza. Giraba tan rápido que literalmente
pensé que podría estar volviéndome loca.
—Pero… pero incluso si traes al Ares de nuestro tiempo, ¡sigue
planeando matar a los usuarios mágicos! A todos… ¿o no entendiste eso?
—Oh sí, lo entendí. —Y de repente, hubo algo además de diversión
en su tono—. Está planeando matar a todos los usuarios mágicos… como
aquellos que me marginaron, me menospreciaron, me humillaron durante
toda mi vida, ¿porque mi magia era diferente a la de ellos? ¿Esos usuarios
mágicos?
—Pero este es el pasado. Johanna, si la comunidad mágica deja de
existir, ¡tú también! ¡Las dos también!
—¿Crees que me importa? ¿Tienes alguna idea? No, por supuesto
que no. —Sonó ácida—. No sabes lo que es crecer siendo mucho más
inteligente que los demás, más talentosa, más poderosa… solo que no de
una manera aceptada. Después, te rechazan, o si logras ocultar con éxito
lo que puedes hacer, son condescendientes… ¡Dios, cómo lo fueron!
¡Conmigo, que era mil veces mejor que cualquiera de ellos!
No dije nada. Mi corazón estaba martillando. Había planeado
muchas cosas para escenarios diferentes, pero no esto. Pelear la batalla
donde casi no tenía aliados y mil enemigos, no. Aquí no.
—Quise suicidarme tantas veces —decía Jo—. Soñé con eso, lo
deseé. Pero algo siempre me detuvo. Alguna rabia por la injusticia de todo,
saber que podía morir, pero ellos aún estarían allí, que ellos ganarían.
Incluso si me llevaba una parte conmigo, ¿qué sería? ¿Un puñado de toda
una sociedad? ¡Cuando fue toda la maldita cosa lo que me maldijo!
Algunos aprobaron las leyes, otros estuvieron de acuerdo con ellas, otros
simplemente no pudieron molestarse en cambiar nada, a pesar de saber
que estaban equivocados. Cuando Ares estaba con su discurso de
convencimiento, intentando ponernos de su lado, estuve pensando todo el
tiempo: eso es. Así es cómo lo hago.
562
Intenté obligarme a pensar, pero esta vez, mi cerebro no estaba
cooperando. Parte de él se concentraba en el sonido de la búsqueda cada
vez más cerca: puertas de celdas estrellándose, gente gritando, puños
golpeando piel. Otra parte estaba observando a los fantasmas, quienes
estarían sobre mí en un segundo si no lo hacía. Y una tercera parte seguía
repitiendo: aquí no, ahora no. Aquí no, ahora no. Aquí no, ahora no.
—Los otros querían prestigio, poder, fama —dijo Jo con desdén—.
Imaginándose a sí mismos como algún conquistador de la reina, o
escuchando sus promesas vacías de divinidad. O enloqueciendo porque él
les mostró visiones de la destrucción de sus enemigos. Planeaba usarnos y
luego echarnos a un lado, ¿pero yo? Todo el tiempo estuve sentada allí,
pensando en cómo podría usarlo.
—Usarlo… ¿cómo? —pregunté aturdida, mirando al oficial de
Caedmon pasar furiosamente por la celda.
—¿Cómo crees? No traeré de vuelta a un dios. Estoy trayendo de
vuelta a un arma, un arma contra el mundo que me odió desde mi
nacimiento. ¡Qué mueran… qué mueran todos! ¡Y yo me reiré sobre las
llamas!
—Estás loca —dije cuando el oficial apareció una vez más en la
puerta, caminando hacia atrás, con la cara incrédula—. Estás
completamente loca.
—Si lo estoy, es porque me hicieron así. Pero no importará muy
pronto. En unos minutos, comienza el duelo y todo va a cambiar. Y
desafortunadamente para ti, quiero estar allí para verlo —dijo. Y entonces,
sucedieron tres cosas a la vez: sus fantasmas se abalanzaron hacia mí, mi
poder me inundó y el oficial atravesó la puerta…
Y chocó contra una mujer apenas en fase, quien estaba demasiado
enojada como para arrojarse al espacio atemporal adecuadamente, y fue
noqueada cuando él pasó.
Y cayó en mis brazos.
—Igual que yo —susurré, y me desplacé.

563
—¿E stás loca? Suéltame. ¡Suéltame! —Jo se revolvió en
mis brazos, pero esta vez sus fantasmas no estaban
cerca para ayudarla. Habían sido excluidos, junto
con el oficial de ojos locos y una jodida tonelada de agua helada.
Dejándonos a las dos de vuelta para rematerializarnos en medio del gran
salón.
Y casi a través del suelo.
Miré alrededor en estado de shock a medida que luchaba por
aferrarme a la chica retorciéndose. Porque este lugar… ¿qué le había
pasado a este lugar?
El gran salón había sido sesgado por la mitad, como por el golpe de
un hacha gigante. Muy por encima de nuestras cabezas, se había formado
564 una cúpula de hielo sobre la brecha, la cual de otro modo habría estado
abierta al cielo.
La luz de la luna, la luz de las estrellas o algún tipo de luz entraba
iluminando a través de ella, emitiendo un destello azul lo suficiente para
permitirme ver la lluvia azotando la parte superior de la cúpula. Pero el
hielo permanecía igual, reteniéndola, haciendo que pareciera que
estábamos paradas dentro del globo de nieve más grande del mundo.
La lluvia dispersaba los rayos, arrasando la habitación como una
bola de discoteca y destellando en la nieve que lo cubría todo. Incluyendo
los lados de una gran cicatriz en el piso, la otra mitad del golpe del hacha,
en la que casi nos habíamos caído. Tenía casi dos metros de ancho en
algunos lugares, rasgando una franja a través de las piedras, arruinando
los mosaicos y arañando el delicado mural de una diosa sonriente en la
pared.
Observé el retrato en ruinas, y un escalofrío me recorrió.
Y luego uno de un tipo diferente, cuando Jo pisoteó mi plantilla, me
dio un codazo en el estómago, y se apartó. Solo para girar y darme un
puñetazo en la cara. Fue lo suficientemente duro como para sacarme
sangre, y el siguiente golpe fue peor, arrojándome sobre mi trasero y
esparciendo la nieve ardiendo por todas partes.
Nadie se había molestado en mencionar que el ratón de biblioteca
tenía la contextura de una atleta.
Rodé cuando intentó estampar mi cabeza en las piedras, y sentí que
la nieve extraña comenzó a quemarme el costado de la cara.
—¡Maldita idiota! —gruñó, e intentó alcanzarme.
Solo para tropezar cuando salté poniéndome de pie y me desplacé
detrás de ella, atrapándola en una llave.
—¿No lo entiendes? —Luchó y se revolvió—. ¡Nos matarán a las dos!
—Pensé que querías morir —murmuré mientras la realidad
flaqueaba y temblaba, mientras el aire se apretaba a nuestro alrededor,
mientras la magia se arremolinaba, siseaba y se arqueaba a través de la
habitación como un rayo, hormigueando sobre mi piel y chispeando en las
paredes.
—¡No antes de que termine esto! —gruñó Jo—. ¡Ahora suéltame!
—Es demasiado tarde —susurré, porque lo era… para las dos.
Y de repente, la gran habitación vacía ya no estaba vacía.
565
En su lugar, nos enfrentábamos a una multitud de Pitias y sus
acólitas, dispuestas como el público en una obra de teatro en la rotonda.
Salpicadas con la sombra de la lluvia cayendo, iluminadas por el hielo
resplandeciente, estaban en todas partes: con túnicas griegas, trajes
antiguos y atuendos que no conocía y no podía ubicar. Como la piel de
leopardo sobre los hombros de una Pitia africana, sus trenzas negras
balanceándose. O los rizos rojos salvajes de una chica en tejidos y pieles,
como algo sacado de Beowulf. O la mirada fría de una mujer vestida como
una sacerdotisa pagana, su elaborado moño oscuro y su elegante vestido
plisado pareciendo haber salido de un friso antiguo.
¿Exactamente qué tan atrás fueron a buscar ayuda? Me pregunté,
mirando alrededor, a medida que las mujeres veían de vuelta, en silencio.
No se movían, no hablaban, ni siquiera parecían respirar, o tal vez
simplemente no podía escucharlas por encima del sonido de mis propios
jadeos. De repente estuve muy impresionada con mis acólitas nuevas, que
de alguna manera habían logrado mantener a estas Pitias confundidas y
lejos de mi trasero hasta ahora.
Como si hubiera escuchado, una mujer furiosa con una cabeza de
rizos púrpura pálido atravesó la multitud, arrastrando a mis dos
ayudantes por los brazos, antes de arrojarlas al espacio abierto entre
nosotras.
—¿Qué has hecho? —Tronó como las voces de los Fey antes, como si
estuviéramos en una sala de conciertos o en una gran catedral. Pero no
necesitaba la ayuda acústica. Ya estaba bastante intimidada, gracias,
Gertie.
Me humedecí los labios y traté de averiguar por dónde empezar, solo
para que Jo me gane.
—Muchísimo —dijo ella rápidamente—. ¡Estoy tan agradecida de
verlas a todas! Mi nombre es Jo Zirimis y también soy la Pitia…
—¡Mentirosa! —gruñó Hildegarde, desde el suelo, sus rizos plateados
sobre su cara, sus ojos azules fulgurando.
—… ¡con una acólita renegada! —dijo Jo, alzando la voz para hablar
por encima de ella—. Una que me ha estado eludiendo por meses…
—No es cierto… ¡saben que no es cierto! —dijo Abigail entre
lágrimas. Se veía mal. Su delicado moño castaño estaba enredado en un
lío, su cara bien maquillada estaba pálida y surcada de lágrimas, y su
tejido cuidadosamente presionado estaba embarrado, arrugado y rociado
con hojas y heno.
566 Le envié una mirada comprensiva, pero no había mucho más que
pudiera hacer. Excepto liberar a Jo, porque las Pitias no iban a dejarla ir,
como tampoco a mí. No hasta que terminemos esto.
Lo que habría estado bien si hubiera tenido alguna idea de cómo
hacerlo.
Mis esperanzas habían estado depositadas en Hildegarde, pero no
parecía que los lazos que la atan hubieran sido utilizados para nada más
que asegurar sus muñecas detrás de ella. Y supuse que no había avanzado
mucho antes de eso, porque Gertie me estaba dando una mirada que
podría describirse como ira incandescente. Pero, por una vez, estaba
pidiendo una explicación, lo cual era algo.
—Soy la Pitia. Ella es mi renegada. —Hice un gesto a Jo, quien soltó
una carcajada despectiva.
—Saben muy bien que no —les dijo ella—. Han visto lo que ha
hecho… y también Caedmon. Pregúntenle si dudan de mí. ¡Le advertí
sobre ella hace días!
—Lo hizo. —No había visto al supermodelo del mundo de los Fey
hasta ese momento, porque me había concentrado en Gertie. Pero él
estaba allí, entre la multitud, y no se veía más feliz conmigo que con ella.
Sus ojos verde oscuro me examinaron sin placer alguno, su hermoso
rostro frío, su expresión ilegible—. Ella y un hombre de nuestro tiempo me
robaron una reliquia valiosa. También los atrapé intentando robar la
espada del rey, más temprano esta noche.
—¡Para mantenerla alejada de Jo! —dije, un poco frenética, porque
sus palabras habían provocado un murmullo por toda la habitación—.
Myrddin explicó eso, o lo habría hecho, si le hubieras dado una
oportunidad…
—Tuvo su oportunidad. —La mirada fue glacial—. Su rey estaba a
dos habitaciones de distancia. Si hubiera tenido que dar una advertencia,
podría haberlo hecho.
—No hubo tiempo, y Arturo… —me interrumpí, porque explicar que
el rey había planeado estafar a los Fey, incluyendo a Caedmon, no era
probable que ayudara a mi caso. Arturo jamás admitiría eso—. No hubo
tiempo —repetí—. Y ahora hay menos. El duelo está por comenzar, y
cuando lo haga…
—¿Lo ven? No tiene excusa —dijo Jo, hablando por encima de mí—.
Me disculpo por permitirle causar tanta agitación, pero si me ayudan…

567 —¡No eres una Pitia! —espeté.


—Es cierto, Gertie —dijo Hildegarde—. Por una vez en tu vida, deja
de ser tan terca y escucha.
—He escuchado suficiente.
—No has escuchado nada… ¡nunca lo hiciste! —Apeló a Lydia, cuya
túnica negra destacaba en marcado contraste con el atuendo más colorido
que la rodeaba—. Sabes cómo es ella…
La pequeña mujer de cabello blanco asintió.
—Sí, lo hago. Y también sé cómo eras, siempre tan amable. Por eso
la entrené. Este trabajo requiere ser un poco insensible…
—Y una cabeza despejada —agregó Gertie, sus ojos aún fijos en mí.
—¡Maldita sea todo! ¡No me han influenciado! —tronó Hildegarde.
—Y si lo hubieras sido, ¿qué dirías? —le preguntó Lydia, no sin
amabilidad.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó Abigail—. ¿También me han
influenciado? No pueden creer…
—¡Creo lo que he visto! —dijo Gertie, arrojando una mano en mi
dirección—. ¡Se me escapó cinco veces! He tenido que cazarla cinco veces…
—¿Y quién más además de una Pitia podría hacer eso? —exigió
Hildegarde.
—Una heredera renegada —respondió Jo rápidamente—. Antes me
expliqué mal. Era una acólita, hasta que la promoví recientemente, algo
que puedo asegurarles…
—¡Mientes! —dije, sintiendo mis manos apretarse y la sangre
inundando mi rostro. Dios, cómo quería…
—No lo hagas, Cass —dijo Billy, acercándose de repente.
Miré hacia arriba con sorpresa, y no poco enojo.
—¡Te tomaste tu tiempo!
—Nos retrasaron. Primero con el pelotón y después…
—¿Y después qué?
—… con algunos espíritus renegados que se dirigían hacia aquí.
568 —Alguien les había dado una gran recarga de poder —dijo el coronel,
acercándose detrás de él, su bigote retorciéndose—. Y habíamos gastado la
mayor parte de nuestro extra. De lo contrario, tres contra dos apenas es
deportivo…
—Pero delicioso —dijo Daisy, eructando.
—¿Ven? —preguntó Jo—. Para mi horror, descubrí que es una
nigromante, usando sus habilidades ilegales de maneras sin precedentes…
—¡Tú eres la nigromante! —dije furiosa.
—Entonces, ¿de quién son esos fantasmas? —preguntó dulcemente.
—Te mostraremos —gruñó el coronel, abalanzándose contra Jo
antes de que pudiera detenerlo. Obligándome a arrebatarlo del aire, para
evitar que esto descienda al caos.
Y luego deteniéndome, cuando noté que todos me miraban.
—Ese… probablemente no fue tu mejor movimiento —murmuró Billy
a medida que Johanna canturreaba prácticamente.
—¿Ven? —Sus ojos centellaban—. ¿Han visto? Se los dije…
—Sí, ya vimos —dijo Lydia cuando el murmullo se hizo más fuerte.
—Cassie… —dijo Abigail, pareciendo horrorizada.
Y sí, la cagué.
—Yo… yo soy una nigromante —dije, porque obviamente—. Pero
también soy Pitia…
—Nunca harían Pitia a una criatura como tal —dijo la mujer vestida
de leopardo. No hablaba nuestro idioma, pero el hechizo tradujo su voz
perfectamente. Y parecía que todos los demás estaban usando algo similar,
porque hubo muchos asentimientos de repente.
—¡Por favor! —dije, intentando pensar en algo que las convenciera,
algo que no fuera: “los Fey están a punto de traer de vuelta a un dios”,
porque no era probable que eso ayudara. Pero ¿qué más tenía?—. Los Fey
están a punto de traer de vuelta a un dios —dije, con un sentimiento de
hundimiento—. Si no me ayudan…
—Ya escuché esa historia —dijo Gertie, caminando hacia mí—.
Esfuérzate más.
—¿Cómo? —Extendí mis manos—. ¿Cómo pruebo que soy Pitia?
¿Cómo hace uno…?
569
—Ella no es una Pitia —espetó Jo—. Es una nigromante inmunda
que se infiltró en la Corte, y solicito formalmente que me ayuden…
—Una palabra más —le dijo Hildegarde—, y juro que…
—¡Silencio! ¡Ustedes dos!
Gertie debe haber hecho algo para realzar su voz, porque retumbó en
todas partes, lo suficiente como para derribar parte de la nieve filtrándose
en las vigas. La miré a través del velo de nieve y supe que era mi última
oportunidad. Tenía que pensar en algo ahora mismo, algo en lo que ella
creería, o me llevaría de vuelta. O, considerando su expresión, me mataría
donde estaba parada.
—¿Y bien? —exigió ella.
Visualicé una imagen de Pritkin, en algún lugar luchando solo. Pero
no podía hacer esto solo. Ninguno de nosotros podía. Había sido igual
desde que comencé este trabajo, aferrándome con mis uñas, siempre
sintiéndome desequilibrada, como si apenas estuviera pisando agua, y
luego solo por las personas sosteniéndome: Jonas y Pritkin, Tami y Rhea,
Marco y Caleb, Billy y Casanova, e incluso la cónsul a veces…
Y alguien que conocí mucho antes que todos ellos.
Mis ojos se abrieron por completo.
Gertie frunció el ceño.
—¿Qué?
—Hay algo que nos une —dije—. Al menos, a todas nosotras durante
los últimos seiscientos años. ¡Una experiencia compartida que ella no
conoce, pero yo sí!
—¡No la escuchen! —dijo Jo, agarrando mi brazo—. ¡Es una
mentirosa! Siempre fue…
Me aparté bruscamente, escaneando la multitud. Y vi una oscura
melena rizada y un vestido elegante, pero el mismo par de aretes de oropel
baratos.
—¡Eudoxia!
Su cabeza se alzó.
—Mircea visitó la Corte, cuando aún vivías con Berenice, ¿lo
recuerdas?
570 Ella asintió.
—Él te ayudó a alimentar a los perros —dije, concentrándome en ese
recuerdo fugaz—. Quería ver a la Lady…
—Pero estaba enferma —dijo Eudoxia, y entonces se sonrojó cuando
todos de repente se volvieron para mirarla—. Enfermaba mucho.
—Aun así, entró con el tiempo. Siempre lo hace. Y luego fue a verte,
después de que te mudaras a París. —Busqué en mi mente, intentando
recordar—. Te llevó un… un collar. —Me toqué la garganta, volviendo a ver
la cadena lustrosa—. Grandes perlas engastadas en oro…
—Sí. —Pareció sorprendida—. No lo uso mucho. Es… no es
realmente mi estilo.
—… y él pidió algo, ¿no?
Asintió.
—Sí, él quería…
—¡No lo digas! —Hizo una pausa, con la boca aún abierta, mientras
yo buscaba—… ¡Isabeau!
—Sí —respondió, antes de que pudiera preguntar—. También vino a
verme. Y se quedó… por un tiempo.
—Porque quería algo, lo mismo que quiere siempre. Lo mismo que le
pidió a cada Pitia durante seiscientos años. —Me volví hacia Gertie—. Lo
mismo que te pidió. Puedo decirte qué fue eso. Pero ¿ella puede? —Hice un
gesto a Jo, quien retrocedió un poco para evitar ser golpeada por mi mano,
mientras todos la miraban.
—¿Y bien? —exigió Gertie—. ¿Qué fue?
—Yo… esto es ridículo —dijo Jo, todavía sonriendo—. Yo… recibo
tantos solicitantes. Todas lo hacemos. No pueden esperar que recuerde a
un hombre entre miles…
—No es un hombre —dije, avanzando hacia ella—. Y lord Mircea es
memorable.
—No puedo discutir con eso —dijo alguien.
—Cada Pitia durante seiscientos años ha recibido al mismo vampiro
con la misma solicitud, poco después de su ascensión, si no antes. Y no
para una visita fugaz. Viene a encantar, a atraer, a sobornar si es
necesario, a cualquier cosa para conseguir lo que quiere. ¿Qué es lo que
quiere?
571 —¿Cómo podría saberlo? —gruñó Jo—. Él aún no vino a verme…
—No, no lo hizo, ¿verdad? Podría haber convencido a otra acólita,
pero a ti… solo fuiste un nombramiento político, puesta allí para completar
la Corte y comprarle un favor al Círculo. No perdería el tiempo contigo…
—¡Mientes! ¡Ella miente! —Johanna miró a su alrededor al mar de
rostros, pero esta vez no pareció encontrarlo útil—. Yo… acabo de tomar el
trono. Por eso tengo tantos problemas con…
—Acabas de tomar el trono, pero ¿ya tienes una heredera? —
preguntó Lydia, sus ojos negros firmes.
—Es verdad, lo juro. Hacemos las cosas de manera diferente en mi
tiempo…
—Pero lord Mircea no —dije, esclareciendo todo de una vez—. Hace
lo mismo que siempre ha hecho, lo mismo que ha hecho durante siglos, y
visita a cada Pitia para pedir una cosa. El regreso de su esposa. Lo sé
porque también vino a mí. Porque soy la Pitia, y tú una renegada, y esto se
acabó. ¡Estás acabada, Johanna!
—¡Nadie acaba conmigo! —gruñó, y se abalanzó.
Lo siguiente que supe fue que, estaba patinando sobre mi espalda,
pero no a través del hielo ardiendo. La cueva de hielo que era el salón
había desaparecido, parpadeando en un instante. Para ser reemplazada
por un vasto y resonante campo de…
Nada.
Patiné hasta detenerme, lo que tardó más de lo normal, porque no
había fricción ni nada a lo que agarrarse. Solo oscuridad, extendiéndose
hasta el infinito. Profunda, oscura y sin horizonte discernible. Solo unas
pocas, débiles, casi invisibles a la vista…
Chispas de luz.
Intenté ponerme de pie, mirando lo que parecían luciérnagas
distantes, pero no lo eran. Y casi me caigo, porque no tenía pies. No tenía
nada. Miré hacia abajo para ver un contorno fantasmal de mi cuerpo
centellando en la oscuridad, pero más brillante, porque no era un
fantasma.
Pero estaba cerca.
—¡Johanna! —grité, pero no estaba por ninguna parte a la vista. No
se veía nada, excepto la iluminación vaga que estaba arrojando sobre el
suelo, la luz de mi espíritu entallando la oscuridad. Porque no solo me
572 había sacado del tiempo… me había sacado de mi cuerpo, enviándome a
las Tierras Baldías como un espíritu incorpóreo. No sabía cómo.
Peor aún, no sabía por qué.
Y entonces lo descubrí.
Escuché un rugido, a lo lejos, pero lo suficientemente fuerte como
para hacerme saltar. Y algo pálido como la leche apareció en el horizonte,
brillando como un faro. Algo enorme, una figura gigante, incluso a
distancia, y cada vez más grande. Algo en forma de hombre que estaba
caminando y luego corriendo en esta dirección, solo que no era un
hombre. No se parecía en nada a un hombre, y nunca lo había sido.
Incluso antes de que lo matara.
Y luego estaba encima de mí.
Miré hacia arriba, más y más arriba, hacia lo que hace un segundo
había sido un vacío, pero que ahora estaba lleno con…
Un pie.
Específicamente, el pie revestido en sandalias de un dios dorado,
resplandeciendo como una señalización en la noche. Luz, como la de un
sol pálido se derramaba imposiblemente a nuestro alrededor, imposible
porque él no podía estar aquí, no podía estar en ningún lado, porque
estaba muerto. Muerto, lo que significaba fantasmas, lo que significaba
que podía estar aquí a pesar de que lo había matado, lo había matado y lo
había arrojado al equivalente metafísico de un inodoro.
Directamente a las Tierras Baldías.
Un hecho que pareció recordar muy vívidamente.
—Pitia —siseó.
Y entonces ese pie se me vino encima.

573
A
lguien gritó, pero no creía que fuera yo. Porque estaba
experimentando la sensación de ser aplastada como un
panqueque. Y lo estaba experimentando, ya que los espíritus
no tienen los mismos problemas que los humanos con huesos rotos y
carne desgarrada.
Aunque, tienen otros problemas.
Sentí la pérdida de poder, inmediata y mortal. Y me di cuenta que
Apolo estaba intentando hacerme lo que Daisy había hecho a todos esos
fantasmas desvaídos, y robar lo que quedaba de mi energía. Pero no era un
remanente, y no había funcionado del todo.
Pero se había acercado.

574 Para cuando levantó el pie, estaba demasiado débil para pelear, o
incluso para despegarme del suelo. Solo me quedé allí, observando a Billy
rodeándome, intentando alcanzarme. Pero no le estaban dando
oportunidad. Había matado a Apolo, y estaba decidido a devolver el favor.
Pero primero, me lo iba a contar.
—Toda una vida —siseó, inclinándose—. Eso es lo que se siente.
Subsistiendo de estas escorias andrajosas, viendo al mundo que no podía
entrar, observándote, y esperando. Y ahora estás aquí.
Esta vez fue una mano, aplastando lo que quedaba de mí, llevándose
mi energía restante. Y peor aún, incluso peor que morir, era saber lo que
iba a hacer con eso.
—Vas a volver —susurré.
—Irónico, ¿no? —preguntó, con simpatía falsa—. Drenarte me
devolverá a la vida, y el poder de Pitia hará el resto. ¿Quién diría que esa
pequeña parte de mí que tallé hace tantos siglos sería mi salvación? Pero
con eso, puedo cazar. Con eso, puedo alimentarme. En poco tiempo, seré
tan fuerte como siempre. Lo único que lamento es que no estés ahí para
ver lo que voy a hacer a tus amigos, a tu mundo, en tu nombre. Pero te
aseguro que será…
Se interrumpió, no sabía por qué. Apenas podía respirar, apenas
pensar. Todo era un pánico de dolor, horror y desesperanza.
Pero aún podía ver.
Lo suficiente como para distinguir la luz que acababa de aparecer en
la distancia, brillando tan intensamente que dolía. Si hubiera podido
moverme, me habría resguardado los ojos. En su lugar, simplemente me
quedé allí, mirando lo que parecía ser una pequeña estrella cayendo a la
tierra. O un ángel. O…
Un dios.
Uno real, uno vivo.
Porque Caedmon de repente no se veía como él en absoluto. Antes lo
había considerado hermoso, con rasgos tan perfectos que no parecían
reales. Pero ahora apenas podía verlos, tan eclipsados por el resplandor de
su poder. Madre, ¿te faltó uno? Me pregunté vagamente. ¿Te perdiste…?
Pero no podía haberlo hecho; el hechizo no podía haberlo hecho.
Pero podría haber pasado por alto a un semidiós. Uno no mitad humano
sino mitad Fey.
575
Y supuse que eso hacía toda una diferencia.
Junto al brillo de Caedmon, yo era tenue, impotente, poco
interesante. A su lado, apenas era visible, solo una sombra en la
oscuridad. Junto a él, casi no existía en absoluto.
Y Apolo también debe haber pensado eso. Porque de repente se fue,
atraído, como cualquier otro fantasma que haya conocido, a la mayor
fuente de poder. Dejándome para morir sola en la oscuridad.
O con Billy, quien estaba haciendo algo.
En lugar de envolverme como lo había hecho en la explanada, estaba
empujando, tirando, agitando y levantando. No entendí por qué hasta que
noté que la cantidad de destellos en el aire había aumentado. Y que la
negrura se había aligerado. Y que ahora había fantasmas dando vueltas
por todas partes, como cazadores rodeando sus presas heridas.
Billy no podía cargarme y luchar contra ellos al mismo tiempo, de
modo que se turnaba. Pero cuanto más nos acercábamos a la barrera, más
espesos se volvieron, hasta que se sintieron como una nube asfixiante.
Hasta que ya casi no podía ver la oscuridad. Hasta que Billy se vio
obligado a dejarme caer, de pie sobre mí con su cara redonda, agradable y
habitual, retorcida en algo irreconocible, y un chillido terrible que
emanaba de sus labios: el sonido de metal desgarrado de un desafío
fantasmal.
Muchos de los espíritus más pequeños huyeron, no estando
dispuestos a correr el riesgo. Pero los más grandes se quedaron,
decidiendo que valía la pena pelear por un festín. Y eso era malo, eso era
muy malo, porque había muchos de ellos y solo un Billy, y no podía luchar
contra todos.
—Billy —susurré.
—¡Vamos a lograrlo!
—Billy…
—¡Cállate, Cass!
—No me callaré. —Porque no íbamos a lograrlo; había demasiados. Y
aunque ninguno de ellos quería ser el primero, tan pronto como uno
atacara, todos estarían sobre nosotros. Lo sabía porque conocía a los
fantasmas… y él también—. Si te quedas, también morirás. Pero si
corres…
576 —¡Cállate! —Me dirigió ese horrible semblante pero no funcionó.
Porque no me pareció terrible. Parecía un amigo. Uno por el que de repente
temía desesperadamente.
—… te dejarán ir —sollocé—. Por favor, Billy, no te quieren a ti…
—¡Qué pena, porque van a atraparme! —gruñó—. El siguiente que lo
intente jamás lo volverá a intentar. ¿Qué tanto lo quieren, eh? —Miró a la
nube envolvente—. ¿Qué tanto?
Eso último fue un grito, resonando en el aire. Fue bastante
intimidante, incluso para mí, y podría haber funcionado… en humanos.
Pero estos no lo eran. Y aunque a algunos les quedaba suficiente cordura
para comprender la amenaza, a muchos más no. Ya no entendían nada:
excepto el hambre.
—¡Billy! —grité, vislumbrando algo viniendo en nuestra dirección.
Pero ya era demasiado tarde, porque era demasiado rápido y demasiado
fuerte y…
Y nuestro.
Me quedé mirando a medida que el coronel descendía en picado,
chocando contra dos fantasmas que se habían escabullido detrás de
nosotros. El trío se retorció en un torbellino de luces intermitentes y voces
chirriantes, mientras otro fantasma, este enorme, pasó junto a ellos y saltó
sobre Billy Joe. Los dos inmediatamente se vieron envueltos en una pelea
tan furiosa que era imposible saber dónde comenzaba uno y terminaba el
otro.
Pero la presa había estallado ahora, el ataque dando a los espíritus
flotantes la oportunidad de descender con fuerza. Pellizcos duros,
mordidas dolorosas y heridas penetrantes filtraron lo que quedaba de mi
poder en el aire de este lugar, como una neblina de sangre. Grité y peleé,
incluso sabiendo que no serviría de nada, porque literalmente me estaban
comiendo viva.
Y entonces, un chillido fantasmal, más fuerte que cualquiera que
hubiera escuchado hasta ahora, más fuerte que cualquiera que haya
escuchado alguna vez, tembló por el espacio a mi alrededor. Fue
ensordecedor, un estruendo penetrante que atravesó mi cabeza como una
estaca en el cerebro, haciéndome gritar. Y detuvo momentáneamente el
ataque cuando los fantasmas, la mayoría de los cuales eran demasiado
nebulosos para tener caras, dieron aun así la impresión de mirar hacia
arriba…
Justo a tiempo para ser tragados enteros, como un banco de peces
577 por una ballena buceadora. Solo que la ballena era una anciana con una
bata de casa iluminada en neón, tan brillante que quemó mis retinas, y
tan sólida que bien podría haber sido humana. Daisy rugió, me quedé
mirando, y despegó, persiguiendo los restos de la multitud huyendo.
Miré alrededor pero no pude ver al coronel. Aunque pude ver a Billy
a mi izquierda. Y parecía que él también estaba ganando, la mancha de su
camisa roja con volantes eclipsando lentamente el azul de su asaltante.
Desafortunadamente, el fantasma lo había atraído, dejándome abierta
para ser atacada salvajemente por los espíritus más pequeños que Billy
había espantado, y quienes volaban de regreso a la primera señal de
ventaja.
Lo que parecía una docena de avispas me picaron a la vez. Y cada
pequeño bocado, cada pequeña pizca de poder que robaron, me dejó más
vulnerable la próxima vez. Desde el interior de mi cuerpo, no habrían
podido lastimarme mucho, pero sin él…
No iba a durar mucho sin eso.
Pero Billy me había acercado lo suficiente a la barrera como para
que emitiera una neblina de luz a mi alrededor. La podía ver. Incluso podía
ver un poco a través de ella, aunque lo que podía ver no tenía sentido. Solo
una habitación vacía, arremolinándose con un poco de luz reflejada en la
nieve, sin ni siquiera mis acólitas en su interior.
Pero eso no me importaba ahora; solo me importaba regresar: al
tiempo, a mi cuerpo, a algún tipo de protección, para todos nosotros.
Mis amigos no se irían sin mí, así que tenía que salir.
Tenía que hacerlo.
Comencé a gatear, los fantasmas viniendo conmigo, todavía
alimentándose. Arremetí cuando tuve la fuerza, los ignoré cuando no tuve,
y me arrastré lo más rápido que pude. Hasta que la luz se hizo más fuerte,
inundando el área a mi alrededor, mientras los gritos, chillidos y rugidos
amortiguados desde atrás se debilitaban cada vez más.
Pero no los que vinieron conmigo.
Incluso sonaban como insectos, pensé, con un zumbido constante
en mis oídos. Pero cada vez más, dejaron de sentirse como ellos. Los
espíritus ya no me mordían tanto como se pegaban a mí, una docena, tal
vez dos, colgando de mis costados, mi espalda, mis muslos, mientras
circulaban más, intentando encontrar un lugar abierto. Podía sentir mi
fuerza restante entrando en ellos… no tan rápido como en el ataque de
Apolo, pero lo suficientemente rápido.
578 Me estaban desangrando.
Mis manos finalmente encontraron la piel del tiempo, y la arañaron,
desesperada, temblando. No, pensé, viendo cómo el techo se deslizaba
bruscamente y comenzaba a alejarse, como si alguien arrastrara mi cuerpo
por el suelo. No, aún no estoy muerta; ¡no, por favor, ayuda! Pero no
podían escuchar; no vinieron.
Y se me estaba acabando el tiempo.
Me puse de rodillas, golpeando la barrera con los puños, pero no
había forma de entrar. Y entonces, un espíritu surgió de la multitud, más
grande que los demás, más brillante, más fuerte, y se aferró a mi garganta.
Se sintió exactamente como una mordida animal, los colmillos
hundiéndose profundamente, haciéndome gritar de agonía. También
arrancarlo, ciega de dolor y más con la energía brillante que liberó el
movimiento.
La descarga de poder provocando algo así como un frenesí
alimenticio, la nube de espíritus de repente tan grande y brillante que ni
siquiera podía ver la barrera. No podía ver nada, excepto el brillo pulsante.
Y, cada vez más rápido, dejé de sentir, mi cuerpo tornándose más ligero y
más débil, y más tenue, a medida que mi propia luz comenzaba a
desvanecerse.
—Los inmortales no saben cómo morir, ¿verdad?
Era Roger, de vuelta en la cabaña, hablando conmigo mientras Jonas
esperaba afuera. El lugar era tan bonito, una casa demasiado similar a una
casa de muñecas. Y acogedora. Aún más por la débil lluvia cayendo detrás
de las ventanas. Era un contrapunto extraño a sus palabras.
Lo miré de nuevo.
—¿No lo hacen?
—No, no lo creo. Así como a la mayoría de los humanos no les iría
muy bien como inmortales, los dioses no manejan bien cuando se enfrentan
a la muerte. No poseen nuestra paz con ella.
—No tengo paz con ella —dije con amargura.
—¿En comparación con ellos? Sí, la tienes. Los humanos tenemos un
579 conocimiento instintivo de la muerte. Nacemos, sabiendo que, un día,
moriremos. Nos da ciertas ventajas.
—No veo ninguna.
—¿No? Cada día es más valioso cuando sabes que no tienes un
número infinito de ellos. Cada experiencia más degustada, cada amigo más
valorado. Podemos vivir vidas más cortas, pero en cierto modo, vivimos
vidas más plenas.
—¿Eso es lo que mamá quería? ¿Vivir más pleno?
Hizo una pausa y se subió los lentes ridículos por su nariz larga.
Reflejaban la luz de los hechizos debilitados, haciéndolos correr con arcoíris,
como un objeto novedoso de una tienda de recuerdos. Deberían haberle
hecho parecer ridículo.
No lo hacían.
—Recientemente me dijo que sentía que solo había comenzado a
entender la vida de verdad cuando llegó al final. Lo he pensado mucho, y
creo que, en el fondo de todo, ese era el problema con los dioses. Siempre
luchando, siempre esforzándose por superarse unos a otros, para dejar una
marca, porque, en última instancia, nada de lo que hacían parecía importar.
Sabían que los siglos lo borrarían todo. Y tenían razón, ¿no?
—Lo mismo es cierto para nosotros —señalé—. Algún día nadie
tampoco nos recordará.
—Ah, pero ese no es realmente el punto para nosotros, ¿verdad? —
Las lentes arcoíris se inclinaron, la posición cambiada permitiéndome ver los
ojos pensativos detrás de ellas—. ¿Si alguien nos recuerda o no? No somos
dioses, esperando en sus templos para ser adorados. Somos parte de un
dinámico mundo continúo, y tenemos nuestra propia inmortalidad a través
de lo que logramos, o de los niños que dejamos atrás. Ella continuará a
través de ti, como yo lo haré. Nunca lo olvides, Cassie. También eres mi hija.

Su hija, pensé, confusamente.


La hija de un nigromante.
Una nigromante.
Me estiré, lentamente, como en un sueño. Y agarré uno del enjambre
580 de luz pulsante. Y apreté.
Y observé mi mano brillar lentamente. Por un momento, pareció que
estaba llevando un guante de colores brillantes, junto a la penumbra del
resto en mí. Hasta que otro pequeño espíritu se abalanzó y comenzó a
alimentarse, como una sanguijuela de luz…
No, pensé vertiginosamente.
No de luz.
De poder.
También cerré mi mano sobre él, aplastando la cosa royéndome
dentro del puño. Como el otro, se sintió tangible, real. Y suave y esponjoso,
como si rezumara entre mis dedos por un segundo.
Antes de hundirse en mí repentinamente.
Mi mano se iluminó una vez más, y la miré, hipnotizada incluso con
el ataque continúo. Porque no solo era más brillante. Era más fuerte.
Agarré un pequeño fantasma aferrado a mi pecho, y lo aplasté como
el último. Y sí, lo sentí, y sí, fue bueno y poderoso, y… más. Seguí
rápidamente, antes de que me volviera demasiado débil para contraatacar.
Ya no era fácil. Los más pequeños eran insensatos, poco más que
energía liberada, del tipo que se convertiría en destellos en el aire cuando
se degradaran un poco más. Dolieron un poco, y me devolvieron un poco,
cuando agarré puñados y me los arranqué.
Muchos de ese tipo escaparon cuando comencé a contraatacar,
algún instinto diciéndoles que huyan. Pero otros se quedaron. Demasiado
tontos para saber lo que estaba sucediendo o demasiado embriagados de
poder como para preocuparse.
O demasiado fuerte para pensar que perderían.
Y podrían tener razón. Porque los que no pertenecían aquí, los
cazadores, habían aumentado su drenaje. Intentando acabar conmigo
cuando se dieron cuenta que tendrían una pelea en sus manos.
Me arranqué una sanguijuela enorme, jadeando de dolor. Era
amorfa, demasiado ocupada alimentándose para manifestar rasgos, y
regordeta y brillante con energía robada. Mi energía. Sentía que me
rasgaba con garras, gruñendo y golpeando como un animal salvaje a
medida que peleaba, con mi espalda contra la pared.

581 Una pared que de repente se estaba sintiendo más porosa.


Hace un momento, había sido dura como el cristal; ahora era más
como goma, cediendo detrás de mí, pero no lo suficiente.
La criatura en mis brazos arañó y se retorció, pero yo era un espíritu
vivo y más fuerte. Lo aferré, lo abracé contra mí, sentí que su poder
comenzó a filtrarse en el mío. Sentí que la vida me inundaba otra vez, sentí
dolor, mil heridas sangrantes, sentí la barrera ceder un poco más,
estirándose como un caramelo. Pero aún aguantando.
Necesitaba más poder para abrirme paso, pero era una espada de
doble filo. Cuanto más me alimentaba, más brillante me volvía, atrayendo
la atención de la pelea más grande. Mucha atención.
Vi como una masa de espíritus se separó de la nube principal y se
dirigió hacia mí. Luché y me retorcí, sabiendo que era ahora o nunca, y
envié un enjambre de las cosas más pequeñas cayendo al vacío. Algunos
de los más grandes se fueron por su cuenta propia, sintiendo que
estábamos a punto de ser invadidos. Excepto por la criatura en mis
brazos, que ahora era notablemente más tenue, habiendo devuelto gran
parte de su energía robada.
Pero no tanto como para no poder agarrar el tejido del tiempo y
abrirlo, en un intento desesperado por escapar.
Pero no tan desesperado como yo. Me aferré, incluso cuando se
dispersó, sabiendo que esta era mi última oportunidad. Me sentí caer,
sentí que mis sentidos volvieron, sentí un frío helado. Y entonces, volví a
caer contra un cuerpo retorciéndome de dolor, la última dosis de Lágrimas
que Jonas me dio había desaparecido completamente.
Los dolores y daños del pasado, más una avalancha de los nuevos,
me golpearon a la vez. Grité, un sonido que resonó en la inmensidad del
gran salón, casi haciendo que la mujer sosteniéndome por los brazos me
dejara caer. Johanna, me di cuenta. Y un segundo después, comprendí
algo más: una de las razones por las que sentía que mi cuerpo estaba
ardiendo era porque lo estaban arrastrando sobre hielo ardiente,
directamente hacia…
Rodé y de alguna manera rompí su agarre, justo al borde de la gran
brecha corriendo por toda la habitación. En la que estaba haciendo todo lo
posible para empujarme. Miré por encima del borde cuando ella se detuvo
detrás de mí, y vi nuestros reflejos por un segundo en un charco de agua
fría y oscura.
No sabía por qué pensaba que eso me haría daño; la caída solo
582 parecía ser un par de pisos.
Pero si ella me quería arrojar allí, no quería ir.
—¿Qué se necesita para matarte? —gruñó, luchando por
estabilizarse sobre el piso cubierto de hielo.
Hasta que de repente me giré, derribándola de sus pies usando uno
de los movimientos que Pritkin me había enseñado. Y luego estaba sobre
mi hombro, agarrándome y luchando hasta el final, aún intentando
llevarme con ella. Podría haber tenido éxito, excepto que una de mis
manos se había congelado sobre las piedras. Colgué allí, mitad en la
brecha y mitad afuera, aferrándome con carne muerta…
Y comprendí por qué me quería arrojar allí abajo.
Porque el agua no estaba congelada; estaba sobre enfriada. Alguna
alquimia extraña la había mantenido en forma líquida, hasta que se
estrelló contra ella. Y convirtió el agua en un campo de hielo
instantáneamente, uno que se deslizó sobre su rostro aturdido,
congelando la piel, blanqueando el cabello, y cubriendo los ojos que
todavía me miraban en estado de shock y odio.
—Más que a ti —susurré, y rodé sobre mi espalda.
M
e quedé allí por un largo momento, jadeante y mareada,
mirando hacia arriba. La habitación era extrañamente
hermosa desde este ángulo. No podía ver la ruina a mi
alrededor, los mosaicos rotos y el mural rasgado, las mesas volcadas y las
huellas de botas embarradas. Solo nieve, clara, blanca y deslumbrante, y
resaltada de vez en cuando por un relámpago destellando más allá de la
cúpula de hielo, enviando pequeños focos de luz girando locamente por mi
cuerpo.
Era hermoso.
Tampoco estaba ayudando con los mareos, o tal vez esa era yo. No lo
sabía; solo sabía que tenía que levantarme, averiguar dónde se habían ido
mis acólitas, advertirles sobre lo que estaba a punto de caer en la arena. Y
583 esperar que todavía tuvieran el poder de hacer algo al respecto, porque yo
no.
No tenía el poder de hacer nada más que acostarme allí, intentando
sacar fuerzas para ponerme de pie otra vez. Pero mis pies no estaban
escuchando, y tampoco había nada más. Estaba viva; estaba respirando;
mis ojos estaban enfocados, más o menos. Pero eso era todo.
Y eso no era suficiente.
Pensé que me había familiarizado plenamente con el agotamiento en
las últimas semanas, pensé conocer todas las descripciones desesperadas
y la permutación de mierda. Pero me había equivocado. Mucho, muy mal.
Estaba completamente cansada, más exhausta de lo que nunca había
estado en mi vida, hasta el punto de que honestamente pensé que podía
irme a dormir, ahora mismo, aquí, sin ningún problema. Y por una
fracción de segundo, me pregunté si importaba. ¿Qué bien podría ser para
alguien así? Estaba medio muerta, mi poder completamente gastado, y la
batalla aún no había comenzado.
Lo que significaba que aún había tiempo para detenerla, si podía
levantar mi trasero perezoso del piso.
Intenté darme la vuelta, usar mis manos como palanca, y recordé
rápidamente que una todavía estaba pegada al hielo. De modo que, rodé
hacia el otro lado, hacia el abismo esta vez, tirando y empujando de una
mano que parecía menos atrapada por la piel que por la carne debajo.
Empecé a levantarla de todos modos, con ganas de maldecir…
Y luego sentí mucho más cuando miré hacia abajo.
Hacia el cuerpo de Johanna todavía congelado en su lugar. A la
mano en garras aún levantada, los dedos rígidos y pálidos como el
mármol. Hacia la cara cubierta de escarcha, ahora un óvalo fantasmal,
enmarcado por el cabello como un halo espectral. Y a los ojos…
Que no estaban tan muertos como pensaba.
Colgué allí, jadeante y exhausta, atrapada por mi propia carne
maltrecha, viendo que algo hervía detrás de los ojos muertos de Johanna.
Algo negro y terrible. Algo que se liberó del hielo un segundo después,
lanzándose por el aire como un puño golpeando.
Y entonces, estaba sobre mí.
No tuve tiempo de moverme. Apenas tuve tiempo de reconocer lo que
estaba sucediendo antes de que me golpeara como una tonelada de
ladrillos, y luego siguió viniendo. Porque la muerte de un nigromante es un
584 concepto maleable, y Johanna no estaba lista para irse.
Pero estaba muy lista para asegurarse que yo lo hiciera.
En cuestión de segundos, sentí que las ataduras de mi cuerpo se
adelgazaban, deslizaban y empezaban a tambalear. Porque ella estaba
intentando soltarme, como había hecho cuando me tacleó en las Tierras
Baldías. Había perdido su cuerpo, así que ahora estaba intentando tomar
el mío.
Y supuse que no planeaba devolverlo.
Pero ya había hecho este truco una vez, y no tenía el elemento
sorpresa. Y era un fantasma, nuevo y lleno de poder, pero un fantasma, y
este era mi cuerpo, y eso conllevaba ciertos privilegios. ¡Como exorcizar…
espíritus tercos… que tenían que… morir ya!
Arrojé a Johanna con un jadeo, usando un poder que no podía
permitirme, pero tampoco ella podía.
Sin un cuerpo, los fantasmas se agotan rápidamente, y solo había
una forma de que reemplazara el suyo. Si la drenaba lo suficiente, la
obligaría a ir hasta las Tierras Baldías a cazar.
Donde, si tenía suerte, algo podría terminar el trabajo por mí.
Y un segundo después, echó a correr, una nube negra amorfa
extendiéndose por la amplia extensión de la habitación. Pero no se dirigía
a las Tierras Baldías. Se dirigía a…
Mierda, pensé, observando a medida que se lanzaba directamente
hacia un Fey que acababa de pasar por la puerta. Y no cualquier Fey. Un
guerrero Svarestri armado hasta los dientes que comenzó a temblar y
convulsionar mientras ella luchaba contra él por el control.
Los miré por un segundo, y luego comencé a intentar levantar mi
mano del hielo frenéticamente. Maldición, dolió muchísimo, el dolor al rojo
vivo y destellante. Lo ignoré. Tendría muchas más preocupaciones que la
carne desgarrada si ella se las arreglaba para…
Y entonces, lo hizo.
La cabeza del Svarestri se alzó de repente y se volvió hacia mí. Y la
próxima vez que parpadeé, venía a toda velocidad. Así que dejé mi mano
en paz y terminé el trabajo que Johanna había comenzado, saliendo de mi
piel hacia la suya, justo antes de que la espada en su mano pudiera cortar
mi garganta.

585 La espada se detuvo en el aire, temblando; mi cuerpo sin alma


colapsó detrás de mí; y mi espíritu y el de Johanna pelearon una batalla
desesperada por el control. Y estaba luchando duro. Pero esta es la
realidad, Jo, pensé, apretando los dientes que ya no tenía. Todo es más
difícil cuando eres un fantasma. Todo. Hasta el punto de que incluso los
clarividentes apaleados pueden ser un problema real.
Especialmente si también son nigromantes.
Despacio, muy despacio, la espada comenzó a tambalearse.
Despacio, muy despacio, avancé más hacia el control completo de este
cuerpo. Despacio, muy despacio, comencé a obligarla a salir…
Y entonces, todo sucedió a la vez: Jo huyó, su poder casi
desaparecido; la espada cayó al suelo inofensivamente, apenas fallando mi
cabeza; y respiré un pequeño suspiro cauteloso de por-favor-que-este-sea
el final.
Pero claro que no.
Un rayo rojo chirriante rasgó el aire, explotando en una masa de
chispas que prendieron fuego a las piedras sobre mi cabeza.
—Malditas brujas —maldijo alguien cuando me aparté del camino
bruscamente.
Y me pregunté por qué la voz tan masculina había sonado como si
viniera de mí.
—Esa no era una bruja —dijo alguien más cuando miré a través de
una puerta de arco alto, hacia un túnel salpicado de fuego y luz de hechizo,
donde dos enormes antorchas encendidas a cada lado iluminaban una
pequeña área pisoteada llena de tierra. Y en la pared del estadio
elevándose muy por encima de eso, con brillantes banderines ondeando en
el viento, a pesar de la lluvia que todavía estaba cayendo.
Porque ya no estaba en el gran salón.
Había miles de preguntas abarrotando mi mente, porque nunca antes
había poseído a un Fey, y solo ellos podían hacer que fuera extraño. Pero
solo uno importaba en realidad. Intenté girar la cabeza para mirar el duelo
en el túnel, pero no quiso moverse. En su lugar, terminé mirando hacia
586 afuera, hacia unas figuras oscuras resaltadas por los destellos de hechizos
de fuego en la distancia. Y buscando el que se había acercado mucho más.
—Entonces, ¿quién es? —Me escuché preguntar—. Nos dijeron que
había brujas…
—Oh, están ahí afuera, algunas de las criaturas de Morgaine. Pero
también hay un mago con ellos. Es de ese que tienes que… —Mi compañero
se interrumpió y miré alrededor para ver a un guerrero Svarestri mirándome
con curiosidad.
Probablemente porque mi cabello estaba en llamas.
—¡Aquí! —Mi compañero me empujó. E hice algo que hizo que mi
cabeza se sintiera más liviana y un gran mechón de cabello plateado cayera
sobre la tierra a mis pies—. Está hechizado —siseó.
Me sentí lamer mis labios.
—Cierto.
—Y cuidado con el mago —agregó—. Se dice que es bueno con el
glamour, así que no confíes en nadie.
—¿Incluyéndote a ti? —Me escuché bromeando.
Mi compañero sonrió levemente.
Y entonces, nuestras dos cabezas se alzaron bruscamente cuando un
aluvión de hechizos explotó contra la pared detrás de nosotros y la tierra
frente a nosotros, arrojando a esta última como una cortina. Una que un
grupo de Svarestri atravesó un segundo después, de una manera para nada
ordenada, gritando órdenes de retroceder, retroceder ya. Lo cual era un poco
innecesario, ya que mi compañero y yo lo estábamos haciendo en el túnel
junto con todos los demás.
—¡Nos superan en número! —gritó uno de los Fey: un oficial, a juzgar
por su atuendo más elegante—. ¡Abran la puerta!
—Díselo a él —dijo mi compañero, asintiendo hacia mí—. No tengo la
llave.
Todos me miraron.
—Yo… tenemos órdenes —me escuché decir—. Los refuerzos…
Un hechizo se estrelló contra la parte superior del arco, enviando una
ráfaga de fuego a través de la abertura, como un bramido del infierno. Los
escudos florecieron, mi compañero cubriéndonos a los dos, justo a tiempo.
Sin embargo, aún pude sentir las llamas, calientes y brillantes… y mal.
587 Anormales, como las criaturas que las arrojaron.
—¡Estaremos muertos para cuando aparezcan! —tronó el oficial—.
¡Ábrela ahora!
—Deberías hacer lo que él dice —aconsejó mi compañero.
—¡No puedo abrirla ahora! Sabes lo que…
Mi voz se cortó cuando otro hechizo golpeó el arco, esta vez un golpe
de refilón. Y luego se sacudió dentro del túnel antes de estrellarse contra
nuestros escudos. Mis ojos se alzaron para ver que la noche fuera del arco
se había vuelto humeante, brillante con hechizos y ruidosa con maldiciones
y gritos.
Y movida con lo que parecían cientos de figuras oscuras corriendo a
través del humo, dirigiéndose hacia aquí.
—¡Ábrela! —gritó el oficial… innecesariamente. Porque mis manos ya
habían comenzado a buscar en mi cinturón un juego de llaves. Eran torpes
por el pánico y resbaladizas por el sudor, y por un segundo, no pensé…
¡Allí!
La cerradura giró; una frase murmurada dejó caer el escudo. Y un
segundo después, estábamos corriendo por la apertura. Solo que en lugar de
una tropa de guerreros Svarestri, fui rodeada de repente por una avalancha
de sucias, andrajosas y de cabellos salvajes…
—Brujas —siseé, justo antes de que lo que parecía un atizador al rojo
vivo me atravesara las costillas.
—Para responder a tu pregunta anterior —dijo mi compañero, sus ojos
plateados inundados en verde—. A mí especialmente.
Y entonces, el mundo explotó en llamas.

Me alejé, jadeando y arañando mi costado desesperadamente…


Por un cuchillo grande… que no estaba allí.
Me quedé sentada en la oscuridad parpadeante por un momento,
temblorosa y desorientada, lo cual comenzaba a sentirse como mi
estándar. Solo que esta vez fue peor, porque al menos antes ya sabía
588 dónde estaba.
Ahora…
No tenía ni remota idea.
Debería haber estado mirando a través de los ojos del Fey, hacia mi
cuerpo arrojado en el hielo. En cambio, estaba viendo algo que se parecía a
la vista desde muchos ojos, cientos de ellos, observando en la oscuridad.
Todos mostrándome escenas diferentes y ángulos de la ciudad de Arturo.
Me recordó a un puesto de vigilancia en un rascacielos o una cárcel,
con cámaras en múltiples ubicaciones proyectadas en filas de monitores
de televisión. Solo que, en lugar de televisores, estas eran imágenes
flotantes que vagaban en el aire a mi alrededor. Y mostraba una ciudad
cayendo al caos.
Vi a personas chapoteando por caminos inundados, en dirección al
bosque, con bolsas de sus pertenencias arrojadas sobre sus espaldas. Vi a
otros acurrucados en sus hogares, mirando con miedo entre las brechas
en las persianas. Vi aún más combates junto a los aquelarres, que habían
llegado con fuerza, con cientos de brujas inundando la ciudad.
Todos parecían haber decidido que Arturo, después de todo, en
realidad no necesitaba un anfiteatro, porque estaban intentando quemarlo.
El enrejado de madera en los asientos sobre la gran base de piedra
se incendió mientras observaba. Y un momento después, la mitad de la
arena se vio envuelta en unas llamas abrasadoras que desafiaban la lluvia.
El viento estaba soplando fuertemente hacia la izquierda, y banderines en
llamas a tres o cuatro pisos de altura comenzaron a soplar con él,
esparciendo chispas sobre la multitud huyendo.
Y sobre la falange de los refuerzos Svarestri doblegándolos desde la
dirección del muelle, pareciendo miles, tal vez más. Era difícil saberlo por
la oscuridad y porque las escenas no eran como películas filmadas con
una cámara estable. Estaban rodando, sacudiéndose y corriendo,
entrecruzadas con hechizos de fuego y rayos, y azotadas por la lluvia.
Y luego también me estaba moviendo, cuando el espacio a mi
alrededor convulsionó, enviándome rodando por el suelo.
Y directo a…

589
—¡Rodéenlos! ¡No dejen que se dispersen!
Mi cuello prestado se giró, pero no podía decir quién había hablado.
Una ráfaga de viento acababa de abofetearme en la cara, llevando
suficiente lluvia para cegarme. Lo único que pude ver fueron un montón de
rostros aterrorizados corriendo, luchando por avanzar a través del suelo
rocoso cerca de los muelles.
—¿A quién? —preguntó mi avatar actual, su voz sonando tan
confundida como yo—. ¿A los humanos?
—¡No! ¡No a los malditos humanos! ¡A los nuestros!
Me volví hacia un lado, subiendo una capucha para protegerme los
ojos, mientras evaluaba la multitud. Sus rostros asustados estaban
resaltados por el infierno en la distancia, por los hechizos explotando aquí y
allá, y por los rayos acumulándose en la arena. A medida que la lluvia
seguía cayendo, no tan fuerte como antes, pero lo suficientemente fuerte
como para hacer que la antorcha que estaba cargando chisporroteara y
silbara.
Y entonces este cuerpo vislumbró a un compañero Fey en el suelo, a
poca distancia. Tenía a una chica local debajo de él, con las faldas
alrededor de la cintura y la cara horrorizada. Hasta que corrí y lo aparté
bruscamente.
—¡Vuelve a la formación!
Se encogió de hombros.
—¿Para qué? Nunca superaremos eso. —Hizo un gesto hacia la
llanura abierta ante nosotros, donde lo que parecía un ejército de brujas
luchaba para proteger a los humanos huyendo, y para impedir que nos
acercáramos a la arena.
Se había convertido el campo abierto entre las ciudades en un infierno
de humo, sangre y fuego, y nubes de vapor que se formaban cada vez que
un hechizo golpeaba uno de los muchos charcos de agua. Las sombras de
las mujeres se arrojaban entre las nubes, se ocultaban un minuto y
salpicaban grotescamente grandes al otro lado de la bruma en la siguiente,
como si el campo estuviera lleno de gigantes deformes. Parecían los títeres
de sombras de los que me había reído cuando era niña, solo que ahora
nadie se estaba riendo.
Incluyendo al Fey en el suelo, quien había agarrado a la chica
590 asustada mientras intentaba huir, empujándola de vuelta.
—Bien podríamos divertirnos hasta que lleguen los refuerzos —dijo a
medida que lo miraba. Y sentí una oleada de ira prestada extendiéndose por
mí.
Prestada porque no era mía. No era en respuesta a los gritos
aterrorizados de la chica cuando el Fey cayó nuevamente sobre ella. No era
verlo rasgar su ropa, abriéndola desnuda en el barro. No era en simpatía
cuando sus manos arañaron la tierra debajo de ella, buscando
desesperadamente algo a lo qué aferrarse mientras su cuerpo se sacudía de
sus empujes renovados.
No, era ira de que se hubiera ensuciado con semejante criatura, furia
por haber descuidado su deber al hacerlo, y determinación fría por
detenerlo.
Mi mano derecha lo levantó por segunda vez bruscamente,
arrojándolo a un lado, mientras que mi izquierda…
—¡No! —grité cuando una lanza brilló en mi mano. Una apuntada no
al Fey, quien se había apartado del camino, sino a su premio. Tuve una
fracción de segundo para escuchar gritar a la chica, para ver el brillo de la
lanza reflejado en sus ojos completamente abiertos, para sentir mis
músculos prestados flexionarse.
Y luego nos arrojé a un lado, estúpidamente, porque aquí no estaba a
cargo. Solo era una observadora, usando los ojos de otra persona para ver.
Pero no importaba; no podía hacer esto. No podía simplemente mirar a
través de los ojos de un asesino mientras él…
Y no lo hice. El suelo explotó frente a mí, cortando la vista, a medida
que el destello en la lanza me hizo tropezar hacia atrás contra el soldado
detrás de mí. Caímos, pero a través de la lluvia de tierra volando, vislumbré
a la chica, agarrando su ropa hecha jirones y poniéndose de pie, antes de
salir corriendo a toda prisa a la noche.
Porque el ataque del Fey…
Había fallado.

591
U
n momento después, estaba de vuelta en la oscuridad
parpadeante, arrojada allí por lo que pareció un terremoto. Y
obligada a agarrar lo que mi mente pareció haber decidido
era el piso, aunque se sintió más como un caballo salvaje. Porque los
terremotos seguían llegando.
No sabía por qué, y ni siquiera podía concentrarme en la pregunta.
Parecía que no podía concentrarme en nada, probablemente porque había
estado lejos de mi cuerpo demasiado tiempo y me estaba volviendo loca.
Necesitaba regresar, pronto, pero había algo diciéndome que no lo hiciera.
Algo que acababa de ver, pero que actualmente no podía recordar. Algo…
¡maldición!
Aparté la vista, hacia un lado donde las imágenes fueran menos,
592 intentando despejar mi cabeza.
Y en lugar de eso, me sorprendió lo que algunas brujas estaban
haciendo.
Parecía que estaban intentando lanzar una fortaleza alrededor de la
arena, para proteger a sus hermanas adentro. Pero no habían terminado, y
estaban demasiado cerca, demasiado cerca. Porque solo veía a través de
unos ojos Svarestri, y eso significaba…
—¡No! —grité, estirando una mano cuando una docena de mujeres
fueron atacadas con una línea de esas lanzas de energía, tan fuerte que
fueron arrojadas al aire aún ardiendo. El resto de los refuerzos Svarestri
apareció en la llanura un momento después, dejando caer el glamour que
habían estado usando tan rápido y uniformemente que pareció que
hubieran salido de la nada. Y había estado en lo cierto.
Había miles.
—¿Cómo dijo?
Mi cabeza se levantó cuando la voz de alguien resonó en el espacio a
mi alrededor.
—¿Cómo dijo? No escuchamos eso, señor.
¿Señor?
Por un momento, simplemente me quedé allí, sin comprender. Antes
de notar que algunos de mis dedos extendidos se habían deslizado dentro
de la imagen. Como sumergiendo mis manos en una piscina. Solo que no
era una piscina, ¿verdad?
Como si estos no fueran televisores.
Eran mentes.
Mentes Svarestri, vinculadas a través de algún tipo de hechizo. Un
hechizo de comunicaciones, porque tenían que coordinar el ataque de
alguna manera, ¿no? Y su rey estaba en cierto modo ocupado en este
momento.
A diferencia de su capitán, pensé, mirando alrededor.
—¿Señor? ¿Puede escucharme?
—Sí —respondí con voz áspera—. Sí, puedo escucharte. Retrocedan.
—¿Señor?
—¡Retrocedan! El rey… el rey tiene otro plan.
593 —Señor… —Fue el turno de la voz sonar confundida—. Estamos bajo
ataque. Puede confirmar…
—¡Lo confirmo! ¡Retrocedan!
Algo sacudió la imagen, dejándome insegura si la convulsión era de
mi parte o de ellos. O ambos, pensé, cuando me sacudieron casi al mismo
tiempo que el suelo estalló debajo del Fey, lo suficiente como para
derribarlos a ellos y a las brujas restantes de sus pies. Y haciendo que los
Svarestri busquen instrucciones en su líder.
—¡Maldita sea, retrocedan! —grité—. Ahora, ahora, ahora…
—Retrocedan —comenzó a gritar el Fey a cargo—. ¡Retrocedan!
¡Retrocedan! Retro…
La voz se cortó y fui arrebatada violentamente de la imagen, y hacia
una cara que no pude ver, porque estaba hecha de sombras. Pero no
necesitaba verlo. Solo había un espíritu aquí aparte de mí, aquel cuyo
cuerpo había secuestrado. Y parecía que había descubierto que aún tenía
compañía.
Probablemente cuando comencé a gritar órdenes.
Y luego la agonía me atravesó.
Me tambaleé y caí, mi visión nublándose, mi audición
desvaneciéndose dentro y fuera de enfoque. Y me pregunté si el Fey
acababa de asestar un golpe mortal. Y tal vez sí, pero la gravedad del
ataque también fue mi salvación. Una nube brillante de mi poder inundó el
aire, deslumbrando intensamente en la oscuridad, haciendo que el Fey
retroceda sorprendido.
Y dándome la oportunidad de arrancarme de ahí.
Me escabullí bajo algunas imágenes cercanas, el poder aún brotando
de mí porque no sabía cómo detenerlo. Estaba jadeando de dolor y miedo,
agachándome y esquivando, intentando encontrar un camino a través de
las imágenes en constante movimiento, de ver un patrón en su
movimiento. Pero si había uno, no podía decirlo.
Hasta que me concentré demasiado en una a la izquierda, donde creí
ver una cara familiar. Solo para que de repente se apresurara hacia mí,
como un tren de carga. No, pensé desesperadamente. Ahora no…
Y entonces, me agarró.

594

—¿Qué pasó?
Era la voz de Rosier, más áspera de lo que nunca la había escuchado.
Abrí los ojos, y vislumbré una habitación desde un ángulo extraño,
como si estuviera tumbada en el suelo con los pies de las personas corriendo
delante de mí.
Tal vez porque estaba acostada en el piso con los pies de las personas
corriendo delante de mí. Tenía el cabello en la cara, y esta vez era marrón.
Este cuerpo estaba molesto por eso. Deseaba tener la fuerza suficiente para
eliminar el glamour. No quería morir con el cabello castaño.
O en un disfraz femenino. ¿Y si el glamour era demasiado bueno? ¿Y
si nadie volvía por él? ¿Y si dejaban que su esencia fuera absorbida por ese
lugar, siempre solo, siempre buscando, siempre intentando conectar con lo
que nunca podría esperar ver…?
Alguien me dio una patada.
—Esto. —Era la bruja pelirroja más vieja que había conocido en la
caravana de Nimue. Parecía que quería matarme otra vez, solo que ya
estaba bastante cerca de ello. También debe haber pensado eso, porque no
desperdició la energía.
—¿Uno de los tuyos? —preguntó Rosier, confundido.
—No. Svarestri. —El nombre sonó como una maldición en su boca—.
Su gente lo destripó y estampó un glamour en él, de modo que pensáramos
que una de las nuestras resultó herida. Cerramos este lugar mientras
intentábamos romper el hechizo de Nimue y sacar a la princesa. Pero ya
sabes cómo es. Una sanadora no se negará ayudar a los heridos.
—¿Y ahora que ella es la herida?
Los labios de la pelirroja casi desaparecieron, y no respondió. Pero
negó con la cabeza. Nadie habló por un momento.
—¿Y Emrys? —gruñó Rosier.
—Apareció justo después de que todo se fuera al infierno. Quedó
atrapado en la lucha un piso más abajo, o podría haberlo visto. Me alegra
que no lo haya hecho.
—¿En dónde está ahora?
595 La pelirroja pareció a la defensiva.
—Le dijimos. Tuvimos que hacerlo. El maldito Svarestri la siguió tan
pronto como Aeslinn saltó a su trampa. Sabían que ella era una amenaza,
pero no saben de él. Ni siquiera saben que es su hijo. Ella lo escondió bien.
—¿Lo escondió?
La pelirroja abrió la boca, pero alguien más hizo un sonido. Y Rosier
se giró. Hacia donde Morgaine descansaba junto al fuego.
Pensé que eso era extraño. ¿Por qué estaba en el piso? Claro, tenía
mantas a su alrededor y una almohada entre ella y la pared, pero aun así…
Y entonces noté el frente de su vestido empapado en sangre, y lo
entendí.
—Siempre quise ser Fey —dijo ella suavemente a medida que Rosier
se arrodillaba a su lado—. El sueño de mi madre, pasó a mí. Cuando era
joven, me envió a la Corte. Pero… —se interrumpió, jadeando.
—No tienes que hablar. —La voz de Rosier sonó suave, diferente a
cualquier otra que hubiera escuchado en él, pero Morgaine sacudió la
cabeza.
—No. Quiero. Debo.
No intentó disuadirla nuevamente.
—Mis hermanas se quedaron atrás. Su magia era débil, y no parecían
atraídos por ella como yo. Pero aproveché la oportunidad. Era tan
encantador allí, tan diferente a todo lo que hubiera visto en mi vida. Una vez
pensé que la fortaleza de mi padre era temible, una gran fortaleza
escarpada en la costa, las olas rompiendo en las rocas como un trueno cada
vez que había una tormenta. Pero la de ella… la sala del trono se encuentra
en una gran caverna, debajo de un río. ¿Te lo dije alguna vez? —Sacudió la
cabeza—. Se desliza sobre el techo suspendido, como una gran serpiente
enjoyada. Emite la luz más hermosa del mundo en todas partes, rayos
esmeraldas cayendo y deslizándose a través del piso. Hace que toda la
caverna brille como una piedra preciosa… es hermoso. Al igual que gran
parte de su mundo… —Se interrumpió, y por un momento, pensé que sería
todo. Se veía pálida, su cara casi encerada. El único color proviniendo del
suave resplandor del fuego. Pero se recuperó—. Era el sueño de mi madre,
pero también era mío. La magia Fey era mucho más fuerte, su atracción era
mucho más dulce. La magia terrenal viene de forma dura, y disgustante, a
mi mano. Pero la de ellos… me sabía a miel.
—La tentación es así generalmente —dijo Rosier suavemente.
596
Ella asintió.
—Pero no pude ver eso entonces. No podía ver nada, excepto que solo
tenía un cuarto de Fey sin posibilidad de ser más. Solo un pequeño caso de
caridad, tolerada por mi conexión al trono. Y luego solo porque mi madre
estaba mostrando signos de edad. No viviría mucho, susurraban. Alguien
más tendría que tomar su lugar, y dirigir el comercio de los humanos que
mantienen mientras hacemos caballos de tiro. Cuando me negué, me
enviaron de vuelta a la tierra en desgracia. Donde te conocí, y tus torpes
intentos de seducción…
—No fueron torpes. —Rosier sonrió levemente.
—Para ser un íncubo, fueron torpes —dijo Morgaine, riendo
ligeramente. Y luego se ahogó. Los dedos de Rosier se apretaron, pero ella
sacudió la cabeza hacia él, tragando con fuerza—. Pero el método no importó
una vez que me di cuenta… todas esas mujeres con las que has estado,
todas esas Fey. Te dieron más de lo que sabías. No un hijo, sino talentos,
habilidades, magia elemental…
—No tenía ni idea.
—¿Cómo podías? No la usabas. Pero yo sí. —Ahora había asombro en
el rostro de Morgaine, a pesar del dolor—. No puedes imaginar cómo se
sintió, después de esa primera vez, descubrir que podía controlar los
vientos. Me habían llamado la hija ilegítima, y carente de magia, inmunda…
pero de repente poseía dos elementos. ¡Y poseer el segundo hizo que el
primero fuera mucho más fuerte! Las tareas que tuve que esforzarme para
lograr se volvieron algo casi sin esfuerzo. No sabía qué pensar, hasta que
mencionaste algo sobre las habilidades pasando…
—Me pregunté por qué te quedaste —dijo Rosier—. Te enseñé lo
básico; podrías haber aprendido el resto por tu cuenta. Empecé a pensar que
te importaba.
Y tal vez sí, un poco. Porque hubo tristeza en la voz hermosa la
siguiente vez que habló. Las voces Fey eran tan expresivas; sonaban como
lágrimas habladas.
—En esos días no me importaba nadie, ni nada más que mi propia
ambición. Mi sueño de larga data estaba a mi alcance, y era todo lo que
podía ver. Pensé, si los adquiero todos, si hago lo que nadie más ha hecho…
entonces. Ellos deben aceptarme.
—Y lo hiciste, los adquiriste.

597 Asintió débilmente.


—Algunas de esas mujeres, Fey de todo tipo y clan, te habían
regalado su poder cuando te uniste a ellas, y te lo quité de la misma
manera. Y sucedió muy rápido. Ya tenía agua y viento, y poco después vino
el fuego. Tan fácil de manipular, casi como un líquido, también. El último era
tierra, pequeño y terco, y muy difícil de coaccionar…
—Nunca me acosté con una Svarestri —dijo Rosier—. Pero alguien
debe haber llevado un hilo de su sangre, débil y diluido, pero suficiente. Una
de los Retornados, tal vez… —Se detuvo.
—Tal vez. Pero llegó. Finalmente, vino a mí, ¡y los tenía todos! Pero
para entonces, tú también tenías algo…
—Un hijo.
—Sí. —La voz expresiva sonó ahora hueca—. Debí haberme quedado.
—No tenías elección. Nimue te llevó.
—Siempre hay opciones. —Sus hermosos ojos se volvieron distantes—
. Creo que lo habrías encontrado divertido, verme volver a la Corte.
Esperando triunfo, esperando elogios, esperando… no estoy segura. Todos
esos poderes nuevos… ¿te imaginas mi horror cuando me di cuenta que solo
empeoraron las cosas? Tres cuartos de humana, pero capaz de eclipsarlos a
todos. Tres cuartos de humana, pero poseyendo cuatro elementos. ¡Y
habiéndolos adquirido de tal manera!
Tuvo que descansar un momento antes de continuar, y la habitación
quedó extrañamente en silencio. Los únicos sonidos proviniendo del crepitar
de las llamas, y el silbido de la lluvia desde afuera de las ventanas. Ni
siquiera escuché a nadie respirar.
Incluso las lágrimas corriendo por el rostro de la bruja rubia fueron en
silencio.
—La abuela no me dejaría decirle a nadie —dijo Morgaine—. Silenció
a aquellos que supieron, o pensaba que lo sabían. No me dejaría usar mis
poderes, no me dejaría volver. Y para cuando finalmente escapé, y huí
aquí…
—¿Sí?
Ella rio de repente, y el sonido fue amargo.
—Por fin había ganado una pequeña cantidad de sabiduría, suficiente
para saber que él estaría mejor sin ellos, sin mí. ¿Un medio demonio
poseyendo cuatro elementos? Lo habrían matado. Al menos tu gente mira al
598 poder, no las líneas de sangre, y sabía que él sería fuerte…
—No son su gente. Él nunca… —Rosier se interrumpió.
—No. —La tristeza en la voz fue ahora casi abrumadora, algo
tangible—. No le dimos uno de esos, ¿verdad? Querías un hijo, para
ayudarte a conservar tu reino; yo quería poder, para darme acceso al mío.
Ninguno de los dos pensó en lo que él podría querer. O dónde podría
encajar, si no compartía nuestras ambiciones.
—Aun así, lo enviaste esta noche —dijo Rosier, con una pregunta en
su voz. Y luego su cabeza se inclinó—. Los dioses usaron magia elemental,
¿no?
—Una diferente para cada pieza de la armadura —confirmó
Morgaine—. Y una vez que se fusionan, solo uno que las domine todas
puede… —Se interrumpió, ahogándose.
—Déjala descansar —dijo la pelirroja con dureza, adelantándose.
—No —dijo Morgaine—. Por favor.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Rosier, inclinándose para
escucharla, porque su voz se estaba desvaneciendo.
Sus hermosos ojos se posaron en los suyos.
—Lo llamaste Myrddin…
—Fortaleza del Mar. Me pareció… apropiado.
—Pero lo llamé Emrys. —Ella aferró su mano—. Inmortal. ¡No dejes
que sea una mentira!
—No tengo mi poder aquí…
—¡Eres el Príncipe de los Íncubos! Y eres su padre. ¡Rosier! Recupera
a… —La voz se atascó y cayó en silencio, y esos preciosos ojos se quedaron
en blanco, sin ver nada. Y así de rápido, se había ido.
—Nuestro hijo —terminó Rosier por ella.

—¡Cass! ¡Cass!
Alcé la vista, con lágrimas corriendo por mi rostro, para ver una
versión borrosa de la camisa roja de Billy asomando a través de las
599 imágenes. Miré a mi alrededor, asustada de repente, pero no había ningún
Fey asesino a la vista. Solo Billy, luciendo frenético y furioso. Y entonces,
enormemente aliviado cuando me vio.
—¿Estás aquí? —Se acercó y comenzó a sacudirme—. ¿Por qué estás
aquí?
—Yo… es difícil de explicar…
—No importa. ¡Solo vete! ¡Vuelve dentro de ti!
—No puedo. Creo que terminé en uno de los líderes, y él… él tiene
algún tipo de hechizo de comunicación. —Miré el rostro asustado de Billy,
y las piezas finalmente cayeron en su sitio—. ¡Billy, creo que podría ser
Seidr!
—¿Y?
—Y, una conexión Seidr no solo te deja ver lo que está sucediendo.
—Miré alrededor hacia todas esas imágenes, todas esas mentes. Y recordé
que Mircea salvó la vida de Rhea a unos miles de kilómetros de distancia—
. Te permite influenciarlos.
—¡Cass!
—¡Solo escucha! He estado entrando en mentes vinculadas por el
hechizo. Poseí a este tipo, por error, ¡y ahora puedo saltar a cualquiera de
ellos! No tengo que luchar contra los Fey por el dominio. No tengo que
destruir escudos con el poder que no tengo. No tengo que hacer nada…
—Está bien, lo repito: ¿y?
—Y creo que es por eso que Ares cortó la conexión Seidr de Mircea
conmigo cuando estábamos en la explanada. Me interpuse en el hechizo
que estaba usando para comunicarse con el líder, y eso lo hizo vulnerable.
Temía que Mircea lo usara para lastimarlo…
Billy me sacudió un poco más.
—¡Ares no está aquí!
—Pero alguien más lo está. Si puedo encontrar la mente correcta,
puedo ayudar…
—¡Ayúdate a ti misma! Tú… —Se interrumpió, mirando alrededor
salvajemente. Y luego señaló una imagen cercana—. ¡Allí!
Me tomó un segundo darme cuenta que había encontrado los ojos de
600 este cuerpo. Los cuales me mostraban otra batalla entre brujas y
Svarestri, solo que esta vez, estaban en el gran salón. Y estaban peleando
sobre mí.
Literalmente.
Un grupo de Svarestri estaba cerca de la puerta a la derecha del
pasillo, tal vez intentando rescatar a su capitán asediado. Solo que en su
lugar, se toparon con algunas brujas entrando por la puerta a la izquierda,
desde las escaleras bajando desde la suite real. Había resultado lo
predecible, con la batalla tomando lugar por encima de mí, y los cuerpos
tendidos de los Fey. Y golpeándonos cada vez que el piso se sacudía por un
hechizo desviado, lo que ahora era casi todo el tiempo.
Algo que no era una gran noticia para una persona colgando
precariamente sobre una brecha enorme en el piso.
—¡Vamos! —gritó Billy, para ser escuchado por encima de los
sonidos filtrándose en los oídos del Fey desde el exterior.
Sacudí mi cabeza.
—¡Aún no! ¡Primero, hay algo que tengo que hacer!
—¡Sí! ¡No te mueras! —gritó Billy, y entonces volvió a gritar cuando
el cuerpo en el que estábamos fue golpeado por un hechizo, haciendo que
rodara por todas partes.
Supuse que eso era lo que había impedido que los Fey me atrapen:
una amenaza mayor. Solo que se había vuelto lo suficientemente grande
como para convencerlo de que no podía lidiar con el problema afuera hasta
que resolviera el problema interno. Porque un segundo después, apareció
de la nada, parado sobre mí, espada en mano. También era una sombra,
pero eso no importaba. Estaba hecha de su propia energía, lo que
significaba…
Era mortal, pensé, mirando a una igual sobresaliendo de repente de
su estómago.
El Fey también bajó la vista para mirarla, durante medio segundo,
antes de caer y chocar en humo contra el suelo. No duraría; él no estaba
muerto. Todo esto habría desaparecido si ese fuera el caso. Pero estaba
herido, y eso significaba…
—Lo que sea que estés intentando hacer —gritó Billy, espada en
mano—: ¡Hazlo ahora!
601
Miré alrededor, sabiendo que no tenía mucho tiempo. Pero no
llevaría mucho tiempo. Si tan solo pudiera encontrar la imagen correcta, la
mente correcta…
Y entonces, lo hice. Era pequeña y lejana, pero cuando me
concentré, se acercó a mí. Como un televisor de pantalla panorámica y
luego una pantalla de cine y luego un IMAX, llenando mi vista.
Y esta vez, lo dejé venir.
E
l cielo era azul otra vez. Se arqueaba por encima, como un
cuenco al revés, claro, fuerte y perfecto. Podía ver destellos de
la lucha que se extendía más allá: la sombra de un cuerpo,
como arrojado contra el cielo, magnificado a tamaño gigante antes de
desaparecer nuevamente. Rayos de luces, como arcoíris mortales,
destellando sobre sus cabezas. Llamas bailando en la distancia, como
árboles vislumbrándose a través de la niebla.
Pero todo es extrañamente pacífico.
Porque todo estaba pasando fuera de la protección acuosa del
escudo de Nimue.
Debajo de la cúpula, el Svarestri que poseía esquivó un arco afilado
de arena, que luego arrojó de vuelta, riendo. Porque la tierra era su
602 elemento, y no era probable que funcionara contra él. Y porque Nimue
estaba en grave desventaja.
El cerebro de Aeslinn me informó amablemente que el fuego que
habían comenzado las brujas había estado dirigido al escudo. Ser atacada
por una ola de Svarestri al principio del duelo la había obligado a encerrar
el área de combate en su protección, asegurando que no hubiera más
interferencia. Y dejando el dispositivo de Aeslinn completamente fuera del
alcance.
Ahora podía verlo, destellando bajo las arenas de la arena: la espada
de Arturo estaba extrayendo poder de las otras piezas de esa armadura
maldita, y se estaba fortaleciendo a cada segundo. Pero una mirada al
rostro de Nimue mostró que estaba demasiado perdida en un frenesí
inspirado en Ares para darse cuenta. Y nadie más podría alcanzarla hasta
que el duelo termine.
Pero no parecía que fuera a ocurrir pronto. Un tornado explotó a
través de la pequeña área debajo de la cúpula, barriendo el cuerpo que
estaba usando en un torbellino de furia. Pero no por mucho tiempo. Tan
pronto como Aeslinn golpeó la tierra, fluyó sobre él, acunándolo,
atrayéndolo. Construyendo una muralla a su alrededor que los vientos
fuertes no podían penetrar, y permitiendo que su oponente se agote por
nada.
Sin embargo, no se puso a la ofensiva cuando los vientos se
detuvieron abruptamente, lloviendo arena por todas partes. No hizo nada.
Porque no estaba intentando ganar; estaba intentando hacer que el reloj se
agote.
Y lo estaba logrando.
Pritkin y las brujas estaban convirtiendo el estadio en un infierno
para intentar evaporar ese escudo, y dejarlos entrar. Pero era como
intentar quemar el mar; todos sus hechizos apenas lo tocaban. Y
desplegarlo había limitado a Nimue a una sola arma en un elemento que
no era el suyo.
El resultado: estaba perdiendo, pero no lo suficientemente rápido. Y
no podía ayudarla; la inmensa cantidad de esfuerzo necesaria para desviar
la lanza arrojada del otro Fey no sería nada comparada a eso. Sin importar
lo que hiciera, los esfuerzos de Aeslinn permanecían intactos, elegantes y
rápidos. No era yo quien lo detenía: él lo hacía.
Le estaba tomando el pelo, provocándola, manteniendo la lucha en
marcha y atrapados en su pequeño mundo. Pero no al lastimarla, en
realidad no. Porque entonces…
603
¿Qué haría entonces?
Miré a Nimue, a la belleza escondida detrás de una máscara de
sangre, a los ojos enloquecidos, a la cara retorcida. Ahora era más fácil ver
a la mujer dentro, vislumbrar el hierro generalmente cubierto por
terciopelo, la guerrera en lugar de la reina. Y el orgullo cruel que igualaba
cualquier cosa que Aeslinn pudiera presumir.
Pensé que tenía mi respuesta.
Por eso, la próxima vez que Aeslinn le envió una explosión, cargada
de arena y tierra sofocante, no me opuse a él. En cambio, ayudé,
agregando cualquier pequeño efecto que tuviera a la fuerza de su asalto. Y
tal vez fue más poderoso de lo que pensaba, o tal vez él solo estaba sobre
compensando mis esfuerzos anteriores. Pero por alguna razón, el golpe
aterrizó.
Y aterrizó con fuerza.
Escuché gritar a Nimue, vi la sorpresa que provocó el golpe, vi sus
escudos personales disolverse en jirones. Y la vi mirar a la única otra
protección disponible para ella, lo cual también era lo único que evitaba el
infierno. Fue apenas un parpadeo de sus ojos, pero fue suficiente para
decirme que había estado en lo cierto.
Porque si iba a caer, se llevaría a Aeslinn con ella.
Él se dio cuenta al mismo momento que yo, pero estaba a mitad de
camino a través de la arena y la fuente del escudo estaba en el brazo de
ella. Se lanzó de todos modos, y con su velocidad, podría haberlo logrado.
Nunca sabré si arrojarle todo lo que me quedaba fue suficiente para
frenarlo, o si Nimue fue igual de rápida.
Solo sé que él falló.
Y de repente, el mundo estaba en llamas.
Ardió a través de las gradas inmensas alzándose a nuestro alrededor
por todos lados. Sopló por el aire en pedazos llameantes esparcidos por
nubes de humo asfixiantes. Rugió en el aullido de los vientos que se
liberaron cuando nuestra protección cayó. Y chisporroteó en la avalancha
de hechizos que amenazaron con derretir la arena debajo de mis pies.
En su lugar, me mandaron a volar, arrojándome a lo largo de la
arena, como el golpe del garrote de un gigante. El cuerpo que estaba
usando golpeó las gradas, sintió el calor abrasador, vio una masa de
madera en llamas elevándose precariamente sobre su cabeza. Y entonces,
604 la vio caer en una cascada de fuego, como una cascada llameante, a
medida que gritaba y gritaba, y…
El mundo cambió y se tornó difuso, con el fuego corriendo en largas
líneas borrosas a través de mi visión. Unas que cambiaron rápidamente de
rojo anaranjado a negro azulado, y de calor intenso a lluvia helada. Me di
cuenta que estaba desgarrando el cielo, mi cuerpo sacudido por el dolor,
como si aún estuviera ardiendo, incluso con un torrente arrojado a mi
alrededor.
Tuve un segundo para entender que estaba de vuelta dentro de mi
propia piel, y que la lluvia se sentía como un diluvio masivo porque estaba
acelerando a través de ella, mis muslos se cerraban alrededor de algo que
se parecía mucho a una escoba. Y que había una bruja detrás de mí,
lanzando maldiciones al Fey corriendo debajo, con una varita en cada
mano, y riéndose a pesar de la velocidad del suelo corriendo por debajo. Y
entonces algo nos golpeó, mandándonos a volar a través del cielo y
haciéndonos caer al suelo.
El impacto fue suficiente para aturdirme y posiblemente más. Por un
momento, no pude ver, no pude escuchar, no pude moverme. Hubo un
rugido en mis oídos, un entumecimiento en mis extremidades y una
sensación de que mi pecho podría explotar.
Porque tampoco podía respirar.
Y luego mi cuerpo convulsionó y giró hacia un lado, permitiéndome
jadear en el aire como un pez fuera del agua. Y para darme cuenta que
habíamos aterrizado en el gran campo frente a la arena, el cual ahora era
principalmente lodo revuelto. Y hierba carbonizada de la hoguera más
grande del mundo extendiéndose a unas cuantas docenas de metros de
distancia.
No estaba lo suficientemente lejos.
El calor era abrasador, me golpeó la cara y luego la palma de la
mano cuando la alcé para protegerme los ojos de las chispas que volaban
por todas partes. Incluso hacia arriba, donde vi con incredulidad cómo lo
que parecía una brecha ardiente abriéndose en los cielos. Roja y lívida
contra la bruma de la luz del fuego y la vasta negrura azul, parecía una
gran herida elevándose sobre nosotros, una que el hechizo de mi madre
estaba intentando cerrar.
Intentando y fallando.
Porque el dispositivo de Aeslinn todavía estaba intacto.
Habíamos intentado cerrar la puerta, pero no habíamos sido lo
605 suficientemente rápidos, y ahora Ares tenía un pie dentro. O una mano,
porque eso era lo que mi mente insistía que estaba viendo. Una mano
gigante, rasgando la tela del espacio y el tiempo, abriéndose paso en
nuestro mundo.
—Opciones —susurré, pero esta vez, mi poder no respondió. Tal vez
debido al peso plomizo que parecía estar arrastrándose sobre mí, a medida
que el poder de Ares aplastaba lo que quedara del mío. O tal vez porque no
había nada que mostrar.
Billy Joe emergió de mi piel, donde supuse que había poseído mi
cuerpo mientras yo estaba fuera. No me había dado cuenta, ya que por
una vez había estado en silencio. Y todavía lo estaba, mirando hacia arriba
por un momento con incredulidad, antes de mirarme, sus ojos abiertos de
par en par.
—Está llegando.
No dije nada.
—¡Cassie! ¿Qué demonios?
—Perdimos.
—¿Qué? No puedes simplemente… ¡haz algo!
Me estaba mirando, como un niño esperando que mami arregle esto.
Y de repente, estaba enojada.
De repente, estaba furiosa.
—Lo hice. No fue suficiente.
—Entonces, ¡haz algo más! No te quedes solo ahí y digas que
perdimos. ¡Eres la Pitia!
—¡Y ellas también! —Hice un gesto hacia afuera. No vi a las otras;
mis ojos estaban demasiado llorosos por la lluvia y las cenizas cayendo, y
de todos modos, dudaba que fueran lo suficientemente estúpidas como
para estar a la intemperie. Pero su poder estaba aquí, lento y débil,
extendiéndose por el suelo como la niebla.
E inútil, como el mío.
Porque por supuesto que lo era. Puede que Ares no supiera que tenía
a la mitad de las Pitias que vivieron alguna vez aquí, pero sabía que tenía
al menos una. Y una es todo lo que se necesita.
Así que no se expondría, no se arriesgaría a que una de nosotras
606 volviese atrás en el tiempo y obtuviera más, no nos dejaría hacer nada. ¡Y
Dios, era poderoso! Ni siquiera estaba aquí, todavía estaba luchando por
abrir una puerta que estaba haciendo todo lo posible para cerrarse encima
de él, aún estaba luchando contra el hechizo de mi madre. Sin embargo,
mi poder era prácticamente inútil.
De repente, recordé algo que había dicho ella una vez, al consejo de
demonios. Recordándoles cómo había luchado en sus días contra ejércitos
de demonios enteros hasta un punto muerto, y cómo Ares era tan
poderoso ahora como lo había sido ella entonces. Y sobre cómo, si
regresaba, no tendríamos forma de enfrentarnos a él.
Y aquí estaba yo, viendo la verdad en ello.
Miré hacia arriba, las lágrimas en mi rostro mezclándose con la
lluvia, y me desesperé. ¿Cómo habíamos pensado alguna vez que
podríamos hacer algo? Tan pequeños y endebles, débiles y asustados.
¿Cómo habíamos pensado alguna vez…?
Y entonces alguien me agarró.
Fui sacada del lodo, no por el soldado Svarestri que había estado
esperando, tal vez porque la mayoría de ellos habían dejado de pelear y
también estaban solo allí de pie, mirando hacia arriba con asombro. Sino
por alguien más. Alguien familiar. Alguien con unos ardientes ojos verdes
observándome desde una cara ennegrecida.
Alguien que jamás pensé que volvería a ver.
—¿Pritkin?
Me agarró por los hombros, pero en lugar de abrazarme, me empujó
hacia atrás.
—¡Vete!
—¿Qué?
—¡Tienes que salir de aquí! ¡Ahora!
—¿Por qué? —Miré alrededor y me di cuenta que estábamos a punto
de ser pisoteados. No por los Svarestri, sino por las brujas, una gran masa
de ellas arrancó a correr de la arena ardiente y avanzaban en esta
dirección. Algunas iban a pie, sin sus escudos, sus cuerpos ennegrecidos
por el humo y la ceniza. Algunas estaban en escobas, cargadas con dos o
tres pasajeros cada una, algunas con los extremos en llamas. Aún más
habían encantado lo que pudieron encontrar, como los restos quemados
607 de los bancos de la arena, para transportar a sus heridos, porque no las
dejarían atrás.
Y me di cuenta que mientras estaba acostada en el lodo sintiendo
pena por mí, ellas habían estado rescatando a sus hermanas de un
infierno.
Uno al que Pritkin estaba volviendo a entrar.
—¡Espera! —agarré su brazo.
Estaba caliente al tacto; demasiado caliente. Pero no tanto como
estaba a punto de estarlo. La llegada de Ares había hecho arder la arena
aún más, como gas vertido en una fogata. Era casi incandescente desde
tan cerca, una bola abrasadora de calor y luz, como un sol pequeño.
Demasiado brillante para incluso mirar de frente… e imposible de
sobrevivir.
Especialmente con escudos de agua que se evaporarían en
segundos.
—¡Suéltame! —Pritkin estaba intentando quitarse mis manos de
encima, pero no salió como planeó.
—¿Por qué? —Lo desafié—. ¿Para que entonces puedas morir por
nada? Fallamos…
—¡No fallamos!
—¿De qué estás hablando? —grité—. ¿Cómo es que no…? —me
interrumpí, ahogándome en una explosión de humo y cenizas volando.
Pero aún aferrándolo.
—¡No fallamos! —Sus manos fuertes sujetaron mis bíceps,
sacudiéndome—. El escudo cayó, Aeslinn y sus criaturas han huido, las
brujas se dispersaron o se están dispersando…
—¡Pero el dispositivo todavía está ahí!
—¡Sí, y sin protección! Sus hombres sacaron a Aeslinn antes de que
pudiera volver a establecer el escudo. ¡Si voy ahora, el dispositivo estará
vulnerable!
Intentó alejarme, pero no funcionó.
—Entonces, ¿por qué no sacarlo antes? ¿Por qué esperar para
evacuar a todos? —Nada—. ¡Pritkin!
Intentó despegar mis manos, y esta vez no estaba bromeando, pero
dejaría que me rompiera los dedos antes de soltarlo. Me miró fijamente,
608 con el cabello y la cara casi negros, los ojos reflejando las llamas que
ardían detrás de él. Y pensó en mentir.
Pero siempre fue un asco en eso; nunca supo mentir, al menos
conmigo. Y luego lo estaba sacudiendo, gritando:
—¡Dime!
—Ha absorbido demasiado poder —admitió—. Destruirlo liberará
todo eso, todo a la vez. La explosión… podría arrasar con la mitad de la
ciudad. ¿Entiendes ahora? Tienes que alejarte, al río o más allá, para estar
a salvo.
Lo miré fijamente. Todo iba demasiado duro y demasiado rápido. No
podía seguir el rastro de nada, no podía pensar. No podía procesar lo que
me estaba diciendo, excepto que supuse que parte de mí sí. Porque mis
uñas se hundieron en su piel, lastimándolo, pero no me importó. De
repente estaba gritando y empujando, y de hecho, tirando de él hacia
atrás, a este hombre que tenía unos veintisiete kilos más que yo y la
mayoría en músculos.
Hasta que hizo algo que terminó con él detrás de mí, demasiado
rápido para que lo contrarrestara aunque hubiera estado pensando bien, y
me rodeó la garganta con un brazo. Podía sentir su pecho contra mi
espalda mientras luchaba, podía sentir su respiración demasiado rápida,
podía escuchar su voz en mi oído, diciéndome cosas que no me
importaban porque solo me importaba una cosa.
Y era que él no iba a venir conmigo.
—Escúchame…
—¡No!
—¡Debes hacerlo! Tengo que…
—No. Por favor. —Era un grito maullador, crudo y humillante en
cualquier otro momento. Pero ahora no.
—Escúchame. Si puedo volver a ti, lo haré. Lo juro. Nada más… —Se
interrumpió, bruscamente, y apretó los brazos—. Pero tengo que hacer
esto. No hay tiempo para explicar, pero no hay nadie más que pueda
hacerlo. Tengo que ir. Tienes que dejarme ir.
Solo sacudí mi cabeza, mis manos aferrando sus antebrazos,
sintiendo que el mundo se estaba rompiendo a mi alrededor. No me
importó. Tendría que obligarme. Tendría que…
—Escucha. —Esta vez fue más suave, y de alguna manera me dio la
609 vuelta, me hizo mirarlo. Ahora estaba llorando, grandes sollozos feos que
sacudieron mi cuerpo y me desgarraron la mente, pero ni siquiera intenté
ocultarlo.
—No puedo —dije con voz quebrada—. Por favor, no lo hagas… no
puedo…
Una mano sucia me apartó el cabello embarrado de la cara.
—No lo creo. No creo que haya algo que no puedas hacer. —
Finalmente hizo algo más que luchar contra mí, y el beso me supo a humo,
cenizas y magia gastada—. Creo que podrías ser la persona más fuerte que
conozco.
Sacudí mi cabeza. Quise decirle que no, que estaba equivocado, que
siempre se había equivocado conmigo. Pero no pude. Parecía que no podía
decir nada, incluso cuando él se alejó. Y sentí algo dentro de mí romperse,
sacudirse y astillarse. Me desplomé, cayendo de rodillas, mirando al suelo
porque no podía verlo alejarse.
Y entonces tambalearse y caer, golpeando el suelo inconsciente a
unos metros delante de mí.
Alcé la vista, sorprendida y horrorizada, esperando ver a un
Svarestri cerniéndose sobre nosotros. Pero en su lugar…
—Rosier —susurré.
—Maldito chico. —El demonio estaba sosteniendo su mano—. Tiene
una mandíbula de piedra.
Y luego empujó algo en mi mano.
Miré hacia abajo para ver un trozo de pergamino. Parecía que había
sido arrancado de un libro, con una escritura medieval cuidadosa y
estrecha en el centro, y unos garabatos maníacos en los bordes. Lo miré,
completamente confundida.
—¿Qué es esto?
—El hechizo.
Alcé la vista.
—¿Qué?
—La contramaldición. La reescribí en lengua común. Emrys puede
ponérsela por sí mismo. Haz que la lea cuando llegue el alma.
De hecho, comenzó a alejarse, antes de que me recuperara y
610 agarrara su pierna.
—¿Qué? ¿Por qué? Rosier…
—Tengo las mismas habilidades que él —dijo con irritación—. ¡Soy
quien se las pasó a él! E independientemente de lo que el consejo demonio
me haya hecho, no puede bloquear la magia Fey.
—Eso no explica esto. —Levanté el papel—. ¿Qué está pasando?
No intentó mentirme, a diferencia de su hijo.
—No tengo la fuerza suficiente para volver.
—¿Qué?
—Vine a este viaje para beneficiarme —dijo abruptamente mientras
lo veía—. Me dije que era por el bien de mi gente, pero eso es mentira.
Después de todo, quería demostrar que todos estaban equivocados,
mostrarles que era el hijo de mi padre. Sin molestarme en pensar que
también era el padre de alguien. Nunca actué así. Nunca tuve un padre;
tuve un tirano que nunca estuvo satisfecho con nada de lo que hice o fui.
Lo odiaba, pero he tratado a Emrys… —Su mandíbula se apretó—. Pritkin.
He tratado a Pritkin de la misma manera. Toda su vida. No puedo cambiar
eso, pero puedo hacer esto.
—Rosier…
—Ella lo nombró Inmortal. ¡Qué así sea!
Se apartó bruscamente, y avanzó hacia el fuego antes de que
pudiera detenerlo.

611
S
olo me quedé allí, de rodillas, contemplando el fuego hasta que
chamuscó mis retinas, no sabía por qué. Y luego una bruja
pasando tiró de mí, y lentamente, muy despacio, volví a la
vida. En medio de una escena de carnicería y caos, insegura de adónde ir o
cómo llegar.
—¡Aquí! —Una bruja, una rubia diminuta de unos noventa
centímetros de alto, me empujó—. ¡Tráelo aquí!
Miré alrededor para ver que estaba tirando de un artilugio torpe
detrás de ella, que consistía en una escoba en un lado y un montón de
palos ennegrecidos en el otro, con algunos asientos en el medio. Formaba
una camilla flotante ligeramente ladeada que ya estaba repleta de cuerpos
gimiendo. No parecía probable que soportara otro, pero Pritkin estaba
612 fuera de combate, y no podía cargarlo.
—Ayúdenme —dije sin aliento, y juntas de alguna manera
maniobramos sus ochenta y dos kilos de músculo en la pila. Dejó el loco
artilugio apenas a unos centímetros del suelo, pero aún capaz de moverse.
Más que yo.
—Creo que tú también deberías subir —dijo la bruja, mirándome de
reojo a medida que me tambaleaba detrás de ellos.
—Si lo hago, arrastrará contra el suelo.
—No importará con la velocidad a la que iremos —dijo ella, sus ojos
avellana fulgurando—. ¡Ahora sube!
Asentí, y comencé a buscar un lugar libre, solo para detenerme
abruptamente.
No por el crujido que resonó en el campo de batalla de repente, como
un centenar de cañones estallando. Y no por la brecha en el cielo, que se
ensanchó abruptamente, ahogando la llanura bajo una luz carmesí. Ni
siquiera por el suelo debajo de nosotros, que había comenzado a ondularse
ahora constantemente, extendiéndose hacia afuera de la arena como el
agua después de que alguien arrojara una piedra.
Sino por algo que no podía ver, flotando sobre mi piel como un
viento frío, poniéndome la piel de gallina a pesar del calor. No se parecía a
nada que hubiera sentido nunca. Como entrelazar dedos con veinte manos
diferentes a la vez. Como ser arrastrado a un tapiz tejido, donde cada
persona era un hilo, un color, un nudo enrollado en los demás.
Alcé la vista, hacia donde la cabeza y los hombros de Ares acababan
de aparecer en el cielo. Era una vista imposible, una que debería haberme
hecho mirar con asombro o temblar de miedo. Pero en cambio, estaba
temblando con otra cosa.
Algo que era parte de mí pero no yo, y no las otras Pitias que podía
sentir como si estuvieran agrupadas a mi alrededor. Sino algo que nos
unía porque lo compartíamos. La criatura que Apolo había creado
involuntariamente todos esos siglos atrás, cuando rasgó parte de su poder,
se había convertido en otra cosa, algo más. Algo que nos atravesó a todas,
combinando nuestra fuerza en una última batalla, con todo lo que tenía y
todo lo que nosotras teníamos, sus compañeros y sus amantes.
Y en ese momento, supe que Agnes se había equivocado cuando le
dijo a Rhea que no sentía como nosotras, que no era humano como
613 nosotras. Y tal vez no lo hacía y tal vez no lo era, pero sentía algo. Un
genuino amor desbordante y una compasión por el mundo que había
adoptado, y por las personas con las que había trabajado.
Todas ellas.
Y de repente, el cielo floreció con Pitias.
Los portales abriéndose por todas partes, como el que Gertie me
había mostrado una vez: cielos azules, cielos grises, mar, piedra y bosque,
contra el rojo. Hilos de poder se extendieron, como los lazos que las Pitias
habían puesto en una columna de luz hirviendo para salvarme. Porque un
hilo no podría detener una fuerza de energía pura, pero tres sí.
O, pensé, mirando hacia arriba, docenas.
Algo atravesó la cacofonía que nos rodeaba, a través del estallido de
un rayo y el estruendo de la batalla, el crujido y el siseo del fuego
encontrándose con la lluvia, a través de los gritos, las maldiciones y el
retumbar del suelo debajo de nosotros. Algo que sonó muy parecido a un
grito. Estalló en el paisaje como un trueno, estremeció el suelo bajo mis
pies, envió escalofríos por mi columna vertebral.
Y luego me hizo agacharme nuevamente en el lodo, aterrorizada y
asustada, mientras el gran Ares rugía, rasgando las cuerdas que lo habían
atrapado, rompiendo algunas, pero incapaz de escapar de otras, viéndose
completamente como un animal retenido por cadenas.
O no, de repente me di cuenta. No retenido. Refrenado. Porque las
recién llegadas intentaban obligarlo a volver a la brecha en el cielo.
Mientras que las otras Pitias, las que me habían seguido hasta aquí, las
que tomaban prestado el poco poder que me quedaba, también estaban
haciendo algo. Y entonces el poder se estremeció a través de mí, a través
de todas nosotras, rugió en respuesta al dios enloquecido.
Y abrió un tornado masivo detrás de él.
Se retorció como una gran bestia, arañando el cielo. Gritó a través
del horizonte, engullendo la mitad del mundo. Era tan poderoso que podía
sentirlo, incluso desde aquí, agitando las corrientes metafísicas como un
huracán, enviando oleadas de poder sacudiéndose a través de mí, sobre
mí, a mi alrededor. Como nada que hubiera sentido antes.
—¿Qué… qué… es eso? —exigió la bruja diminuta, sus ojos de par
en par.
—Lo regresan al remitente —grité, recordando las tormentas que
614 Gertie había conjurado contra mí—. ¡Están intentando enviarlo a casa!
Y se estaban esforzando mucho.
El poder lo azotó desde los portales en el cielo. Una tormenta épica
tiraba de él por detrás. Ares rugió una vez más, un sonido que provocó
escalofríos, y uno que era más que eso. Fue dolido.
Lo están lastimando, pensé, una pequeña llama de esperanza
encendiéndose dentro de mí.
¡Lo están lastimando!
Y luego el campo se inundó de Fey.
Los refuerzos Svarestri que había enviado a casa estaban de vuelta,
cargando y gritando, como un muro furioso descendiendo sobre nosotros.
Por un momento, no entendí… ¿qué más importaba? ¿Qué más importaba
aquí en el suelo?
Pero entonces comprendí: pensaban que las brujas estaban
haciendo esto. Pensaban que ellas habían conjurado la batalla en los cielos
que estaba lastimando a su dios. Y habían decidido hacer algo al respecto.
La bruja diminuta me miró y yo la miré, pero ninguna de las dos se
movió. Estábamos ridículamente superados en número, ya que la mayoría
de los aquelarres habían huido del campo, y aquellas restantes ya estaban
ocupadas con sus propias batallas. Estábamos sin poder y sin tiempo, y a
punto de ser asesinados.
Y luego alguien gritó al otro lado, desde la dirección de la ciudad.
Muchos. Y antes de que pudiera volver la cabeza para ver quién, estaban
en todas partes, surgiendo a nuestro alrededor: otro muro de Fey. Solo que
estos…
Vestían de azul.
Y verde, me di cuenta después, a medida que un Alorestri pasó
arrojando un charco de agua sobre un Fey al ataque, envolviéndolo en una
piel que no podía quitarse de encima, a pesar de rasgarla con ambas
manos. Una piel acuosa que cubrió su cuerpo, su cabeza y finalmente su
rostro. Y lo ahogó en tierra firme.
Un segundo después, una masa de hombres y caballos tronaron
junto a nuestra pequeña carreta a ambos lados, estremeciendo el suelo y
casi atropellándonos. Y levanté la vista para ver a Arturo liderando una
carga que empujó como una lanza en medio de las fuerzas Svarestri,
rompiéndolos en dos. Y abriendo un camino despejado detrás de ellos.

615 —¡Ahí! —grité a la bruja—. ¡Tenemos que llegar al río!


Ella asintió y me arrojó un extremo de la cuerda, y aferró la otra con
fuerza. Despegamos tan rápido como pudimos, que no fue tan rápido. Pero
no por el peso en la carreta, que el hechizo hacía casi insignificante, o los
caballos rezagados que tuvimos que esquivar, o la lucha desarrollándose
en todas partes.
Sino porque las ondulaciones que la arena había estado emitiendo se
habían convertido en olas sin cuartel.
Fey de tierra, pensé sombríamente, mientras los caballos
relinchaban y caían, mientras el grupo cargando junto a Arturo se dividía,
mientras la sección más cercana de la ciudad en llamas se estremecía,
temblaba y se desplomaba en un mar de escombros. Y mientras
avanzábamos decididamente hacia adelante, aunque la carreta estaba tan
baja que golpeaba la parte posterior de nuestras piernas con cada tramo.
Hasta que un pedazo de tierra como un maremoto se abalanzó hacia
nosotros y la inclinó, arrojándonos al suelo y dispersando a los heridos por
todas partes.
Esa ola fue seguida por otra y luego aún más, las más pequeñas de
repente desde atrás para nada comparadas con las de adelante. Y una
mirada mostró que no nos estaba apuntando únicamente. Estaba
sucediendo en todas partes, en un gran círculo alrededor del campo de
batalla. Los Svarestri nos rodeaban, no con más soldados sino con su
elemento, negándose a permitirnos escapar.
Porque no sabían quién estaba detrás de esto, de modo que
planeaban matar a todos los que pudieran encontrar.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —dijo la bruja diminuta a medida que me
daba la vuelta. Y noté que la escoba ya no estaba unida a la carreta.
Porque ella y las brujas que aún podían moverse estaban subiendo a
bordo.
—¡No! —dije, intentando alcanzarla más allá de las ondulantes olas
de tierra—. ¡No, también llévanos a nosotros! ¡Llévanos contigo!
—Muy pesado. ¡Lo siento!
—No, por favor…
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Y luego se fueron, volando en el aire
mientras aferraba a Pritkin y veía nuestro último salvavidas alejándose en
espiral…
Y ser golpeados por dos lanzas Svarestri, una de cada lado, y ser
616 expulsados del cielo.
De repente, todo se volvió aún más ruidoso, o tal vez solo era el
latido de mi corazón acelerando, bombeando sangre a mis oídos a medida
que veía llover los cuerpos ardientes. O vi parte de eso, porque ni siquiera
podía distinguir en dónde habían aterrizado. La batalla librándose arriba
era bastante fácil de ver, pero más abajo había humo, vapor y hechizos de
fuego en todas partes, confundiendo mis ojos; los gritos y choques
haciendo lo mismo con mis oídos; y olas de tierra estaban destruyendo mi
sentido de dirección, desestabilizándome y volviéndome loca cada vez que
intentaba ponerme de pie.
Así que me arrastré en su lugar, usando la cuerda para agarrar la
última pieza de madera encantada, que ahora flotaba bastante alto sin
nada sobre ella. Hasta que la bajé y la até a Pritkin y comencé a
arrastrarlo conmigo. Porque la bruja estaba muerta, este hechizo se iba a
terminar jodidamente rápido y no podía renovarlo.
No podía hacer mucho, incluyendo gatear con eficacia, aunque eso
se debía en parte a la suciedad golpeándome en la cara constantemente. Al
final, me rendí y subí a bordo con Pritkin, envolviéndome protectoramente
sobre él. Y empujándonos con mis pies, por ridículo que fuera, porque era
todo lo que podía hacer.
Y para mi sorpresa, funcionó.
En realidad funcionó, como hacer surf en tierra firme, lo cual era tan
loco que decidí no pensar en ello, y simplemente seguir adelante. Y, de
repente, nos estábamos moviendo, costeando por el suelo bajo la bruma
protectora, empujando lejos de cada ola y avanzando rápidamente hacia
abajo y luego hacia arriba a la siguiente, como un tobogán loco.
Estábamos escapando, pensé, y una sonrisa loca se extendió por mis
mejillas. ¡Estábamos escapando!
Y entonces un aluvión de lanzas de energía Fey pasó volando,
apenas fallándonos. Y golpeó a un grupo de brujas corriendo justo delante.
Quienes fueron abatidas tan fuerte y rápido que estuvieron muertas antes
de estrellarse contra el suelo.
Las miré, con la boca seca, los latidos de mi corazón lo
suficientemente fuertes como para de hecho dolerme. Y eso fue antes de
que uno de los muertos decidiera darse la vuelta abruptamente y sentarse,
una gran parte de su torso desaparecido, su cabello en llamas. Y sus
rasgos flojos animándose una vez más mientras un espíritu en busca de
un cuerpo de repente adquiría uno.
617 Y esta vez, no lo impedí.
Debes estar bromeando, pensé, cuando los ojos muertos se
encontraron con los míos.
Y entonces Jo atacó.
Pero esta no era mi primera vez en el rodeo. Por eso, uno de los
cadáveres detrás de ella la atrapó del tobillo, derribándola justo antes de
que pudiera alcanzarme, dejándola extendida en el suelo. Y estrellando su
sucio talón descalzo contra mi cara prestada mientras me aferraba a ella,
intentado mantenerla alejada de los dos cuerpos ahora desplomados sobre
el trineo meciéndose suavemente.
Jo se giró, gruñendo, y gruñí en respuesta a través de los restos de
una boca. Un Fey que estaba por atacarnos a las dos se puso pálido y
retrocedió, solo para ser derribado por la maldición de una bruja. Pero no
antes de soltar su lanza, que no salió de su agarre. Solo yaciendo allí,
grabando su forma en la tierra, mientras Jo y yo la mirábamos.
No sabía lo que ella estaba pensando, pero siempre había asumido
que esas cosas eran un hechizo a los que se les daba forma, ya que los Fey
las materializaban cuando era necesario. Y tal vez lo eran, pero deben
haber seguido reglas diferentes de la magia humana. Porque esta farfulló y
siseó pero continuó ardiendo, a pesar de la muerte bastante obvia de su
emisor.
Y luego las dos fuimos a por ella.
La agarramos al mismo tiempo, agregando más sangre, más olor a
carne cocida al humo y al matiz de magia gastada envuelto en ozono que
ya estaba en el aire. Tenía el extremo puntiagudo, pero no importaba,
incluso cuando lo empujó a través de mi torso ya dañado. De hecho, lo
hizo más fácil, mi nueva caja torácica trabajando para ayudar a atraparla
mientras nos poníamos de pie y comenzamos a hacer un extraño vals a
través de la batalla, usando la lanza para desestabilizarnos mutuamente a
medida que la lluvia golpeaba y las personas miraban fijamente y Jo al
final se daba cuenta de por qué estaba dispuesta a bailar con ella.
Y entonces su cara estalló en llamas.
El resplandor en su cabello se había convertido en una
conflagración, como la que el extremo contundente del arma de energía
había creado en su pecho. Se estaba cocinando literalmente frente a mis
ojos, y eso fue antes de que su cuerpo entrara en llamas como una vela
romana cuando se encendió la grasa. Me tambaleé hacia atrás,
618 sorprendida a pesar de mi nuevo umbral alarmante, y sujeté a un Fey para
mantener el equilibrio. Quien gritó e intentó escapar, pero mis manos se
habían fusionado con su camisa. Y comprendí tardíamente que: me estaba
derritiendo en medio de mi infierno personal.
El Fey gritó otra vez, una extraña nota aguda de terror puro, y sacó
un cuchillo. Un momento después, mi espíritu estaba estrellándose de
vuelta contra mi propio cuerpo cuando el prestado explotó contra el
suelo… excepto por los brazos seccionados. Todavía estaban aferrando las
mangas del Fey ahora aterrorizado.
Él arrancó a correr a través de una nube de humo y miré alrededor,
intentando detectar la siguiente amenaza, pero no parecía haber una. No
esperé a que apareciera una. Agarré el trineo y me fui, empujando a
Pritkin hacia la relativa seguridad del río.
Aquí estaba más tranquilo, la mayoría de las personas huyendo
habían ido a los muelles. Podía verlos a lo lejos, una enorme masa
retorciéndose iluminada aquí y allá por la luz de las antorchas
parpadeantes. No los seguí. No habría suficientes botes, y de todos modos,
no tenía forma de llegar allí. El trineo ya comenzaba a arrastrarse por el
suelo; y en un minuto, no podría moverlo en absoluto.
Así que me dirigí a la pequeña tienda perteneciente a la lavandera.
De alguna manera seguía en pie, tal vez porque estaba protegida por un
par de robles extensos. El camino de tierra al frente se había convertido en
un río, corriendo como un torrente. Pero la tienda estaba en un terreno
más alto y aún estaba seca por dentro cuando abrí la solapa trasera. Y
empujé el trineo adentro.
Miré alrededor, jadeando ligeramente. La joven pareja debe haber
tenido que irse a toda prisa, porque sus productos recién secos todavía
estaban en su lugar. Incluyendo un montón de ellos en una estera tejida
justo en la parte de atrás que se veía increíblemente cómoda.
Me quedé allí por un segundo, sintiéndome mal por estropearlas.
Había comenzado a llover más fuerte en el camino aquí, y los dos
estábamos empapados. Y luego me pregunté qué demonios me pasaba,
preocupándome por la ropa limpia en medio del apocalipsis.
Tiré a Pritkin de la tabla y lo dejé en medio de la pila, y me senté a
su lado, porque no había nada más que hacer. Excepto preguntarme si esa
última batalla finalmente había agotado a Jo, o si regresaría. Y por qué le
importaba.
619 Si hubiera sido alguien más, habría entendido el ataque como una
venganza personal. Pero Jo de todos modos había estado planeando morir
por un dios, permitiendo que el regreso de Ares la borrara de la existencia
junto con el resto de nosotros. Así que, en el mejor de los casos, había
acelerado un poco su cronograma, lo que no parecía valer este tipo de
riesgo.
Y si aún temiera que me las arreglaría para interrumpir sus planes…
¿cómo lo haría? Estaba exhausta, sin poder y arrastrando a un chico con
una posible conmoción cerebral. En cuanto a las luchas, ya había
terminado. Y la posesión drenaba a los fantasmas más rápido que
cualquier otra cosa. Se arriesgaba a perderse el gran final, ¿y para qué?
¿Matar a alguien que probablemente de todos modos moriría? No tenía
sentido.
Sobre todo considerando lo que estaba sucediendo en los cielos por
encima de nosotros.
Porque Ares estaba ganando.
Aparté la solapa de la tienda y miré a medida que un torso del
tamaño de un rascacielos se abría paso en el mundo. El estallido sónico
rasgando el espacio y el tiempo volvió, pero esta vez parecía distante,
sordo. Como la lluvia soplando sobre mis pies húmedos, como la sensación
de ardor en mi garganta, como todo. Atenuado, sin importancia. Perdida
en estado de shock, dolor y una pena tan grande que ya no importaba.
Y entonces, llegó una luz tan brillante que por un momento pareció
que era de día. Y una explosión tan grande que sacudió el suelo debajo de
mí, y llovió tierra, escombros y un pequeño trozo de lana roja brillante
frente a mí. El color de Rosier.
Observé como el trozo de tela ardiendo terminó cubierto por la lluvia,
y sentí que mi rostro se frunció.
Supuse que después de todo podía sentir algo.
Como los brazos, rodeándome por detrás. Esta vez no en un ataque,
sino un intento de consuelo. De alguien que lo merecía más que yo.
—No funcionó —dije vacilante, antes de que él pudiera preguntar—.
El dispositivo fue destruido, pero Ares… ya está demasiado dentro de la
brecha.
Estaba teniendo problemas para hacerlo, estaba luchando. Pero
ahora no solo tenía el pie en la puerta, sino la mitad de su cuerpo. El
sacrificio de Rosier había sido valiente, y exitoso en última instancia. Pero
620 no importaba.
No puedes cerrar una puerta si alguien está parado en medio de ella.
—Tu nombre —dijo Pritkin de repente, su voz ronca.
—¿Qué?
—Tu nombre.
Resoplé algo que sonó extrañamente como una risa. Y tal vez lo era.
¿Qué más podía hacer ante el fin del mundo?
—¿Importa ahora?
Sus brazos se apretaron, y cuando su voz volvió a sonar, fue
desesperada.
—Tu nombre…
Me retorcí, intentando mirarlo, pero sus brazos me detuvieron
rápido.
—Si realmente significa tanto para…
—… es Cassie.
Solo me quedé allí por un segundo, inmóvil. Y luego me giré,
teniendo que luchar contra su agarre. Y cuando lo hice…
Sus ojos eran esmeraldas. No verde, no jade, sino esmeralda pura,
resplandeciendo en la oscuridad como una luz detrás de ellos. Porque lo
era.
Luz de alma.
Sentí ganas de llorar y reír a la vez. Finalmente estaba aquí, la
persona a la que había perseguido durante siglos. Solo para llegar
demasiado tarde.
—¡Dime! ¿Ese es tu nombre?
Pritkin parecía pensar que mi respuesta era importante. Como si
fuera lo más importante del mundo. Como si fuera algo a lo que se había
aferrado, a través de cualquier tormenta personal que hubiera estado
viviendo todo este tiempo.
Terminamos de rodillas y tomé su cabeza entre mis manos.
—Mi nombre es Cassie Palmer —dije firmemente—. Y te amo.
621
L
o besé, y me supo igual que antes: ceniza, humo y magia
gastada. Como probablemente yo lo hacía, pero no me importó.
No me importaba nada más que el calor de su boca y la fuerza
de sus brazos, y tener a alguien conmigo al final. Y no solo alguien. La
persona que quería más que nadie, que había buscado, amado, Dios, por
tanto tiempo.
Como habría admitido hace mucho tiempo, solo que era en realidad
buena ignorando lo imposible.
Pero ahora no era imposible. Nada lo era. Y supuse que él también lo
creía, porque al momento siguiente me estaba empujando hacia la
montaña de ropa limpia y tirando de mi vestido sobre mi cabeza.
Afuera, las cosas se deterioraban rápidamente. Los sonidos de la
622 batalla llegaban en ráfagas, sopladas por un viento cada vez más violento.
Chispas ardientes caían en cascada más allá de la tienda, añadiendo el
aroma del fuego al olor a lino, barro y ozono. El cielo estaba ardiendo, con
montañas hirvientes de nubes surcadas por la luz de esa terrible brecha.
Apenas lo noté.
La luz anormal formaba un halo alrededor de la cabeza de Pritkin
cuando terminó de quitarse su túnica, se reflejó en sus ojos, haciéndolo
parecer más similares a los de su padre por un segundo. Y luego más
como los de su madre, cuando chispas como luciérnagas danzaron en su
cabello. Pero cuando se inclinó sobre mí, fue una vez más el hombre que
conocía, encontrando mis labios, abrazándome y bloqueando todo lo
demás.
Y luego el fuego nos inundó.
Pero no con devastación y furia, como casi esperaba. No con la ira de
un dios enojado. Sino con algo más, algo que había estado esperando
durante mucho tiempo. Algo que se precipitó hacia nosotros como una ola
masiva hacia una playa. Y esta vez, no había nadie para detenerla.
Rompió sobre nosotros un momento después, en una tormenta de
bocas, manos y corazones latiendo juntos. Arrasó con la ropa, calmó las
inhibiciones, enmascaró el dolor. La mano de Pritkin se deslizó
cuidadosamente sobre mi costado, porque un vendaje irregular ocultaba
una herida que no estaba ni cerca de cicatrizar, pero no la sentía.
No sentía nada más que hambre.
Y poder. Podía sentirlo acumulándose en mi piel donde sea que
descansaran sus manos. Podía sentirlo en el rastro de las huellas de sus
dedos y labios mientras me exploraban. Podía sentirlo a medida que
centellaba sobre ese cabello terrible mientras barría por mi cuerpo,
acariciando mis senos, estómago y muslos mientras se abría camino.
Podía sentirlo inundándome cuando encontró mi núcleo, cuando sus
labios se cerraron sobre mí, cuando él…
¡Dios!
Me arqueé, y sentí que el tiempo se ralentizó. Las brasas flotantes en
el aire se convirtieron en una corriente de rubíes. El arrastre de la barba
incipiente de Pritkin sobre mis muslos fue como el roce del terciopelo. El
brillo del agua en su piel desnuda fue como un abrigo reluciente, como la
armadura que había visto en los Fey, como la cascada de diamantes
acuosos cayendo por la aleta de la tienda a medida que el viento cambiaba.

623 Sentí cada una de ellas. Sentí todo, arqueándome bajo las pesadas
gotas golpeando mis senos, y luego bajo los labios de Pritkin mientras las
perseguía, mientras sus dedos reemplazaban su lengua en otra parte, así
como sentí la tienda sacudirse, como de otro terremoto, excepto que nada
se movía excepto yo. Intenté permanecer en tierra, pensar, antes de que la
sensación me arrancara de esta tierra y me enviara girando hacia la
locura. Pero era imposible. La marea me tenía ahora, y no podía hacer
nada más que retorcerme, estremecerme y hacer pequeños sonidos suaves
en el fondo de mi garganta que parecía que no podía detener ni controlar.
Pritkin gimió, y ese sonido en esa voz hizo que mi espalda se
arqueara hasta que pensé que se rompería, mis dedos apretándose en
puños en su cabello, necesitando algo, cualquier cosa para afianzarme.
Pero nada ayudaba. Era una sensación excesiva, demasiada, y ni siquiera
podía pensar lo suficiente como para preguntar qué estaba pasando.
Y entonces, no necesité hacerlo. Porque algo me miró, pero no era
Pritkin. Al menos, no en la forma que conocía. Un íncubo me contemplaba
con sus ojos, entrecerrados, hambrientos y desesperados. No dijo nada,
pero podía sentir sus emociones golpeándome. Tenía hambre, sufría, pero
si se alimentaba, lastimaba a los demás. Así que había pasado hambre,
matándose por tanto tiempo, mucho tiempo…
—Está bien —dije de manera desigual—. Tú… no me harás daño.
Pero él no lo creía, ya estaba retrocediendo, se estaba hundiendo
lejos de mí. Y me di cuenta de por qué cuando la cabeza de Pritkin volvió a
bajar, sus labios dibujando runas cuyos significados nunca había
conocido en mi piel. Siempre pensé que esos símbolos eran para mejorar la
sensación, pero me había equivocado. Se me pusieron los vellos de punta y
la piel de gallina a medida que pintó mi piel con magia, el calor enfriado, la
luz volviendo a una luz simple. Y lloré por la pérdida.
—¡No! No quiero que tú…
Pero no estaba escuchando. Le daba miedo alimentarse, tomar lo
que tanto necesitaba. Miedo de ser quién y qué era. Rosier podría haberse
equivocado sobre algunas cosas, pero había tenido razón sobre al menos
una. Pritkin no era humano. Y tratar de ser así lo estaba matando.
—No puedes lastimarme —dije, con mi mano en su cabello. Y había
suficiente de ese otro todavía allí que se frotó contra el toque, como un
gato. Sin pensar, sensual de una manera que Pritkin nunca lo era.
—Podría. Lo hice… —Su miedo destiló a través de las palabras,
crudo y angustiado, y mi convicción respondió.

624 —No. Ahora no.


Toda mi vida había tenido miedo, pero no había nada que temer.
Nada para ninguno de los dos. Y prefería morir por su mano que por la de
Ares.
—Toma lo que quieras —dije con firmeza—. Toma todo.
Y el poder rugió de nuevo.
Pude verlo cuando finalmente entró en mí, en destellos de placer que
estallaron en mi visión. Pude escucharlo en la sangre rugiendo en mis
oídos a medida que me retorcía debajo de él, luchando por amoldarme a su
tamaño. Pude sentirlo con cada movimiento, lento y tentativo al principio,
como si estuviera tan abrumado como yo, y luego con movimientos más
largos y seguros que me hicieron retorcerme y gritar. Y luego envolví mis
piernas sobre su cintura, empujándolo aún más hacia mí, atrayéndolo lo
más que podría.
Hasta que su corazón palpita, fuerte y seguro, en mi núcleo. Hasta
que nos movemos juntos como uno. Hasta que, en lugar de cabalgar el
poder, fuimos arrastrados por él, remolcados con él, a una vorágine de luz,
fuerza y sensación.
Grité, y escuché el eco en su garganta. Vi nuestras sombras
salpicadas en el techo de la tienda, como si hubiera un fuego ardiendo
adentro en lugar de afuera. Lo vi tornarse cada vez más y más brillante,
hasta que la luz estalló en mil arcoíris fracturados, sofocando las sombras
y derramándose por la puerta.
Y entonces vi, ya no con mis ojos, sino con mi mente: el poder
barriendo en un enorme arco, como una ola resplandeciente. O un océano,
me di cuenta, observando la enorme extensión del poder de Pitia
reluciendo y bailando como si estuviera bajo un sol lejano. Lo vi todo, solo
por un momento…
Antes de que se estrellara… sobre Pritkin.
Grité, temiendo que lo lastimara, lo destrozara. Y tal vez lo habría
hecho, excepto que todos esos años, toda esa hambruna solitaria, habían
hecho algo, ¿no? La parte íncubo de su alma se había marchitado y
encogido, apenas aferrándose a la vida. Ahora estaba deshabitada, vacía,
una caverna inmensa y resonante llena de exactamente nada.
Esperando…
Por un tsunami.
Como el que se estaba vertiendo en Pritkin. Habría matado a otro
625 íncubo; debería haberlo matado. Pero el gran vacío en el corazón de su ser
lo aceptó con gusto, tal vez más que cualquier otro íncubo alguna vez lo
haría, porque ningún otro de su clase podría ayunar por tanto tiempo. Y
en lugar de matarlo, reanimó una parte que casi había olvidado, una que
de repente recordó cómo alimentarse, cómo amar y cómo… magnificar.
Un segundo después, descubrí exactamente lo que un íncubo
hambriento del linaje real puede hacer cuando se le presenta un banquete.
Porque todo ese poder, duplicado, triplicado o lo que sea que fuera, ahora
regresó rugiendo. Grité, en agonía y éxtasis… e incredulidad, porque
nunca antes había sentido algo así. Y porque asumí que se uniría al poder
de Pitia, de donde vino. Pero no fue así.
Este también volvió a mí.
De repente, podía ver la luz resplandeciendo en mis poros, sentirla
rugiendo por mis venas, saborearla en mi garganta mientras estallaba en
carcajadas, una loca risa imposible porque esto se sentía bien, muy bien,
mucho. Demasiado, abrumando mi cuerpo, mente y espíritu, la sensación
de él rugiendo en mí, la fuerza de él bajo mis manos, las emociones que
había negado durante demasiado tiempo, todo eso.
Así que lo envié a toda prisa de vuelta a Pritkin, quien lo magnificó
nuevamente y me lo devolvió, comenzando un explosivo ciclo vertiginoso y
emocionante que siguió y siguió hasta que pensé que moriría por eso,
moriría y no me importaría.
Y entonces el clímax me atravesó, y el mundo explotó.
Comprendí vagamente que la tienda acababa de ser arrancada,
arrastrada por el viento del desierto inundándonos ahora. Vi débilmente
los árboles agitándose por encima de nosotros como en un huracán, cada
hoja resplandeciendo como si hubiera un reflector debajo de ellas. Sabía
distantemente que esto era peligroso, muy peligroso, porque era humana;
no podía tener tanto poder. Por eso el poder de Pitia estaba separado de
sus anfitrionas. Lo tomábamos prestado cuando era necesario; no lo
habitábamos, ni él a nosotras. No habríamos durado un día si lo
hubiéramos hecho, antes de que nos quemara.
Como esto estaba a punto de hacerme.
Porque Pritkin acababa de devolverlo, todo lo que podía, una última
vez. Y luego rodó saliendo, jadeando y aturdido, su cuerpo temblando por
su propio clímax, y por la tensión de sostener tanto poder. Porque él
tampoco estaba hecho para eso.

626 No podíamos manejarlo, ninguno de los dos, ni siquiera los dos.


Tenía que deshacerme de eso. Tenía que deshacerme de eso ahora.
Y había un único objetivo obvio.
Miré hacia Ares, tan enorme, tan fuerte, tan poderoso, elevándose en
los cielos sobre nosotros. Y supe que no podría derribarlo, ni siquiera
ahora. Tenía poder, sí, suficiente para luchar contra él, suficiente para
lastimarlo, pero no suficiente para ganar. Necesitaba un dios para luchar
contra un dios, pero no era uno. Solo era Cassie Palmer.
Y, aun así, Johanna había vuelto por mí…
Por eso extendí mi mano, no con mi mano humana, sino con una
mucho más efímera. Y no agarré el aire, sino algo más allá. Porque Jo
había visto lo que yo no pude, que podría haber un truco más bajo mi
manga. No a la manera Pitia, y no de la sangre de mi madre. Sino algo
mucho más humano.
Porque también tuve un padre.
De modo que extendí una mano espectral y abrí la tela del tiempo.
No de una forma pequeña, apenas allí, como cuando me unía a un
fantasma. Sino en una gran brecha que atravesó todo el campo de batalla,
como un arco irregular de relámpagos verdes.
Se derramó una larga línea iluminada sobre la escena sangrienta,
una cascada de luz fantasmal, pálida y reluciente. Y abarrotada. No con
docenas o cientos, sino con miles de fantasmas, todos huyendo delante de
otro dios, un dios muerto, uno que emergió nuevamente en el mundo, con
la mente puesta en la venganza, sus ojos buscándome.
Hasta que vio lo que se alzaba sobre mí.
Y al igual que antes, Apolo olvidó la merienda que representaba,
frente al banquete en el horizonte. Parpadeé, y la próxima vez que miré, la
verdadera batalla estaba en su apogeo, esta vez entre dos dioses. Uno que
había pensado que estaba a punto de ganar, y uno que sabía que estaba a
punto de morir, a menos que drenara a su enemigo lo suficientemente
rápido como para convertirlo en una contienda justa.
Ninguno de los dos pensó en nosotros.
Ninguno de los dos se preocupó por nosotros.
Justo como nunca lo hicieron.
Pero oh, nos preocupábamos por ellos. Como se demostró cuando, a
lo lejos, apareció un brillo azul. Y fue respondido, al otro lado del campo de
627 batalla, por un breve y cegador destello de luz. Y luego, más cerca, lo
suficientemente cerca como para sonreírme, un semidiós brillante extendió
una mano.
Y un palo negro, quemado y de aspecto patético llegó a través del
humo y el fuego, directamente dentro de ella.
No, me corregí.
No un palo.
Un bastón.
Me acurruqué sobre Pritkin, mirando el reflejo de la batalla en un
charco cercano, cuando tres rayos de pura magia elemental golpearon al
dúo en el cielo. Apolo nunca pareció notarlo, demasiado concentrado en
drenar a Ares para prestar atención a cualquier otra cosa. Y tal vez todavía
demasiado fantasmal para sentir todo eso.
Pero alguien más lo hizo.
Esta vez no fue un rugido, sino un grito: de dolor, de indignación,
pero sobre todo, de incredulidad. Que esas criaturas tan insignificantes
pudieran lastimarlo, que pensaran en volver sus propios talentos contra él,
que se atrevieran. Y que estuvieran ganando.
Porque Ares era poderoso, sí, casi increíble. Pero también estaba
asediado por todos lados: por las cuerdas y las trampas de poder Pitia, por
las grandes fauces de la tormenta detrás de él, por el fantasma hambriento
de Apolo. Y ahora por tres armas forjadas por dioses, empuñadas por
maestros de los elementos.
Pero subestimar al dios de la guerra nunca era una buena idea. Un
segundo después, el punto azul del escudo se desvaneció, oscureciéndose
y adelgazando. No supe por qué hasta que un rayo de energía pura hirvió
en el aire y golpeó el bastón en la mano de Caedmon, rompiéndolo en cien
pedazos. Este se tambaleó hacia atrás y cayó, herido, pero no estaba
segura de qué tanto. Pero esos eran dos flancos del ataque
desapareciendo, y solo quedaba uno.
Y por suerte, los únicos que permanecían en pie no eran más que
nosotros los humanos miserables.
Y tal vez eso fue lo que sirvió, lo que hizo que Ares mirara hacia otro
lado antes de que su próxima explosión aterrizara. Lo hizo girar hacia su
otro torturador. Lo hizo descuidado.
Solo sé lo que vi. En medio de un gran campo de batalla, una
628 pequeña figura en un caballo con manchas gris se enfrentaba a un dios
imponente. Y levantó su minúscula espada en alto, directamente en la
línea de fuego. Donde el reflejo de su espada, forjada por los dioses y
brillante como un espejo, envió el propio poder de Ares a toda velocidad
hacia él, completamente abrumador y absolutamente inesperado.
Y destrozó a los dioses batallando en pedazos.
D
esperté desorientada y con la boca seca, y con una vaga
sensación de pánico. Así que, como de costumbre. Hasta que
empecé a levantarme.
Y sentí algo rozar contra mi brazo.
Mis nervios estaban tan destrozados que habría gritado, pero mis
dientes aún estaban firmemente sujetos sobre mi labio inferior. De modo
que en su lugar salté, me levanté de la cama, me giré y vi…
Absolutamente nada.
Solo me quedé mirando por un momento confundida a la habitación
vacía y oscura, con el pulso martillando locamente.
Y entonces lo sentí de nuevo. Un toque suave, apenas allí contra mi
629 mano, como el roce de una pluma.
O como el roce de unos rizos sedosos en la cabeza de una niña, me
di cuenta, mirando hacia abajo finalmente. A la niña de tal vez dos o tres
años, de pie sobre el haz de luz proviniendo del cuarto de baño. Y llevando
un camisón blanco que la hacía parecer un querubín escapado.
Me senté nuevamente en la cama, con las rodillas débiles y
temblando, y ella se arrastró sobre mi regazo.
Y se quedó dormida rápidamente.
—Lo siento —dijo Tami desde la puerta, su mirada en mi cara—.
Pero ella dijo que la necesitabas, y no aceptaría un no por respuesta.
—Tiene tres años —dije vacilante, abrazando el pequeño cuerpo
cálido. Que se acurrucó aún más cerca y murmuró algo indistinto.
—Y pensé que podría tener un punto —agregó Tami secamente—.
Esos vampiros siempre dicen lo mismo: está bien. Es buena. Es fuerte.
Podrías estarte desangrando y creo que aún dirían eso.
—La debilidad es el peor insulto en su cultura. Sentirían que me
estarían traicionando al admitir… —Me interrumpí, porque tampoco
quería admitir nada.
Tami no insistió, pero su expresión fue bastante elocuente.
—Pero hace que sea un poco difícil determinar si, de hecho, estás
bien —finalizó.
—Sí —dije—. Estoy bien.
Se acercó para llevarse a la niña.
—Está bien —le dije, aferrándome a ella. Últimamente me había
despertado con suficiente sangre y muerte alrededor. Verla en su lugar
era… bonito.
—Entonces, ven. Puedes acostarla en su cama.
—¿Dónde? —Miré alrededor—. No tenemos catres.
—Ya no usamos catres.
—Entonces, ¿qué usamos?
Ella sonrió.

630

—Oh, santa mierda.


—Eso es lo que dije —comentó Tami cuando salimos del ascensor
después de un corto (como en muy corto) viaje—. Genial, ¿cierto?
—Genial —repetí, mis labios entumeciendo.
—Lo sé, pero tienes que ver más allá de la decoración. La mujer no
tiene ningún gusto en absoluto. Pero estamos en el proceso de lidiar con
eso —agregó, pareciendo satisfecha.
Me giré e intenté volver al ascensor. Pero Roy, el pelirrojo sureño,
estaba bloqueando el camino.
—Va a matarme —le dije, intentando pasar.
—Nah, te necesita —dijo Roy, dándome la vuelta y conduciéndome a
un atrio mucho más grande, mucho más opulento de lo que presumía—.
Si le agradaras, aún podría matarte. Pero si te necesita, eres de oro.
—Hasta que ya no me necesite.
—Sí, pero como van las cosas, eso podría ser en mucho tiempo —dijo
cínicamente—. Bien podrías disfrutar de las ventajas, mientras las tienes.
Y las ventajas eran… las ventajas eran agradables, pensé, mirando
alrededor hacia los mejores mármoles del mundo en el piso, las columnas
y las paredes. Hacia un glorioso patrón de estrella incrustado de manera
experta en el piso. Hacia la lámpara de araña tintineando suavemente por
encima de nosotros, resplandeciendo lo suficientemente brillante como
para casi cegarme después de la tenue luz en mi suite. Y ante las
impresionantes puertas dobles al mejor ático del casino, custodiado por
dos vampiros más que intentaban parecer casuales, pero cuyos labios
estaban crispándose aún más que los de Roy.
Y luego sonriendo abiertamente, cuando uno de ellos captó mi
atención.
—Ya era hora de que tuviéramos un alojamiento decente por aquí —
me dijo.
—Define decente —dije, palpando la hoja de una palma, de una
maceta que estaba segura que tenía que ser falsa.

631 Pero no. Simplemente perfecta. Como la vista cuando Roy abrió las
enormes puertas dobles.
—Decente —dijo, y me condujo a una escena de lujo majestuoso y
absoluta locura.
El mejor ático del Dante siempre había sido impresionante, pero
definitivamente había recibido una actualización desde la última vez que lo
vi, pasando del viejo glamour de Las Vegas a algo parecido al estatus de
mansión. O tal vez el estatus de palacio, ya que después de que fuera
expulsada sin ceremonias hace unos meses, la residente en jefe no había
sido otra que la cónsul actual y reina sin corona del mundo de los
vampiros. Quien vivía como si la corona ya estuviera firmemente posada
en su hermosa frente.
—No, no… abre esa próxima —dijo Tami. Se adelantó y ahora estaba
parada en medio de la sala de estar, ordenando a un par de maestros
avanzados como si hubiera nacido para eso.
Su melena estaba hoy anudada en una coleta rizada, que ni siquiera
llegaba al hombro de la montaña de vampiro más cercano. No es que
importara. Los vampiros se habían adaptado hacía mucho tiempo a la idea
de que el tamaño no equivalía al poder. Y a juzgar por la mirada que los
dos hombres intercambiaron por encima de su peinado rizado, ya habían
aprendido que era más fácil seguirle el juego a la pequeña mujer con su
actitud enorme. Porque un segundo después, una de varias cajas de
madera cuadradas y planas se abrió, y el frente cayó para revelar…
—¿Qué es eso? —pregunté, mirando la pintura en el interior con
incredulidad.
—¿Qué te parece? —preguntó Tami, sonando satisfecha.
Sabía jodidamente bien lo que me parecía.
—¡Tienes que devolverlas!
—Maldición, claro que no voy a devolverlas —dijo Roy—. Casi me
rompo algo trayendo todo eso hasta aquí.
—¿Trayéndolas desde dónde? ¿Dónde las conseguiste?
—Oh, ya sabes. —Él sonrió—. Simplemente estaban por ahí.
—Igual que esto —agregó un descarado niño de catorce años
llamado Jesse, llevando uno de los carteles de las chicas hula del bar tiki
de abajo.
Uno de los carteles de chicas hula muy escasamente vestidas.
632 —Buen intento —dijo Tami, deteniendo a su hijo con una mano
sobre su pecho.
—Pero dijiste que podíamos decorar nuestras habitaciones de la
forma que quisiéramos…
—También dije que estoy intentando reducir las cosas de mal gusto.
—Estará en mi habitación. ¡Nadie lo verá! No como esas cosas —
añadió, señalando con la cabeza a un montón de estatuas siendo
arrastradas desde el balcón.
O lo que había sido un balcón. Pero el espacio expansivo había
estado cerrado desde la última vez que lo vi, con ventanas curvas
arqueándose por encima como un solárium, y plantas, columnas y
estatuas enmarcando la piscina. Parecía una gruta griega, o tal vez una
olímpica, pensé, mirando a medida que pasaba un rostro familiar.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Parte de las cosas de mal gusto —dijo Tami, frunciendo el ceño—.
¿Estamos luchando contra los dioses y ella está decorando su jardín con
ellos? ¿Y quién ha oído hablar de una estatua pintada?
—Solía estar de moda, en la antigua Roma —dijo Marco, entrando
desde otra habitación—. Ropa y piel pintadas, conchas por ojos, de modo
que brillaran, y ataviadas con flores por los festivales. La idea era hacer
que parecieran personas reales, no esas cosas blancas espeluznantes con
las que llenan los museos.
—Entonces, ¿por qué hicieron tantas del otro tipo? —preguntó
Jesse.
Marco se encogió de hombros.
—No lo hicieron. La pintura simplemente se desvaneció.
—Tami —dije con gravedad—. ¿Por. Qué. Estamos. Aquí?
Parpadeó hacia mí.
—Me dijiste que me encargara de las cosas; me estoy encargando.
—Sí, pero…
—Y la primera prioridad era más espacio. ¿Dos docenas de personas
metidas en una suite de tres dormitorios? Y esas solo eran las chicas. Me
sorprende que el jefe de bomberos no estuviera aquí…
633
—Probablemente demasiado asustado —dijo otro vampiro, saliendo
por la puerta con una estatua debajo de cada brazo. Y teniendo que
realizar un movimiento de ballet para evitar a los dos tipos en blanco con
ropas de pintores entrando con latas y una escalera.
—El mural del dormitorio principal. Desháganse de él —les dijo Tami
brevemente.
—Espera. ¿Qué tiene de malo? —pregunté.
—No quieres saber.
—Yo quiero saber —dijo Jesse, empezando a seguirlos.
Hasta que Tami lo agarró por el cuello.
—¿No se supone que debes distraer a las niñas?
—Jiao tiene eso cubierto.
—¿Quiero saber qué significa eso?
Frunció los labios.
—Probablemente no.
—Ve a ayudarlo —dijo Tami, y lo empujó hacia la sala.
—Tami —dije siniestramente.
—Y encontrar un lugar con suficiente espacio no fue exactamente
fácil —agregó, como si nada hubiera pasado. Tami tenía mucha práctica
con el caos—. Ni uno suficientemente seguro, en el que definitivamente no
te avergonzaras vivir…
—No me avergüenzo fácil.
—… y que no dejara mal a la oficina de la Pitia, cuando tuvieras
gente…
—¡Nadie viene a verme!
—Nadie viene porque cierto grupo no los deja entrar —dijo Tami,
echando un vistazo a los vampiros cercanos—. Pero no pueden esconderte
para siempre. Lo sé, lo sé —añadió, levantando una mano—. Había
personas intentando matarte. Pero aún tienes que trabajar.
—Tiene un punto —dijo la niña de cabello rosado, desde un sofá
cercano, con un bebé en su regazo.
—Entonces, repasemos, ¿de acuerdo? —insistió Tami, levantando un
634 dedo—. Uno, necesitabas un lugar seguro al que regresar. Y si todo un
ejército de magos oscuros no pudo entrar aquí el otro día, creo que esto es
lo más seguro posible. A menos que quieras vivir en un búnker…
—Está la idea —dijo Marco, cruzando sus enormes brazos y
frunciéndonos el ceño. Probablemente porque iba a tener que vender esta
idea al jefe—, sobre lo único que no hemos intentado…
—No funcionó en el desierto, ¿verdad? —preguntó Tami, refiriéndose
al viejo organismo sobrenatural, que de hecho, se parecía mucho a un
búnker. Uno que ahora era una gran mancha de cristal en la arena.
La boca de Marco se cerró, y frunció el ceño un poco más.
—Dos, accesibilidad —continuó Tami—. La gente tiene que poder
verte. Por peticiones, consejo, etc. Este lugar está en medio de Las Vegas.
No hay nada mucho más accesible que eso.
—Tampoco hay personas pidiéndome consejo —señalé.
—Bueno, ¡podrían hacerlo si pudieran llegar a ti! —Tami parecía
exasperada—. Mira. No estoy diciendo que dejen entrar a todo el mundo.
Pero hay personas que necesitan verte y a quienes tú necesitas ver. Eres la
Pitia. Eso tiene responsabilidades adjuntas.
—Ni me lo digas.
—Estoy intentando hacerlo —dijo en serio—. No eres una posesión
vampírica para estar encerrada en una caja fuerte hasta que ellos te
llamen. Eres una agente independiente y tienes un trabajo que hacer. Y
todo el mundo tendrá que aprender a aceptar eso —dijo, mirando a Marco.
Quien, para mi sorpresa, no dijo nada.
—Tres —dijo Tami—. Su Alteza decidió, cuando se mudó aquí, que
era demasiado pequeño y lamentable, y que no se podía esperar que
viviera en esa miseria…
—Dudo que lo haya dicho así —murmuré, aún mirando a Marco.
—Lo expresó exactamente así… díselo. —Tami agarró a Fred al
pasar, quien tenía un teléfono pegado a la oreja.
—Está bien, sí —concordó él—. Pero sabes que el inglés no es su
primer idioma…
—¡Ha vivido aquí por un par de cientos de años!
—Pero no sale mucho.
Tami puso los ojos en blanco.
635
—Mi punto —dijo obstinadamente—, es que su gente pasó la mayor
parte de los últimos dos meses destripando todo el piso y reconstruyéndolo
para dejar espacio a sus sirvientes más necesarios. Quienes
aparentemente alcanzan los dos dígitos y no les gusta compartir. ¡Es
perfecto!
—Pero no es nuestro —señalé—. No podemos simplemente
mudarnos…
—¿Por qué no? La cónsul está en Nueva York…
—¡Donde su casa acaba de ser destruida! Probablemente volverá en
cualquier momento…
—… ¿y eso no es lo que te hizo? ¿Solo llegó, te echó y se lo adueñó?
Abrí la boca, y luego la volví a cerrar.
Porque fue más o menos así.
—Y nunca se molestó en hablar contigo sobre eso, ¿verdad? —
insistió Tami—. Así que, básicamente, podrías decir que le has estado
permitiendo amablemente vivir aquí…
Uno de los vampiros contuvo la risa.
—… en reconocimiento al hecho de que ella tenía un hogar mucho
más grande que tú. Pero ahora que tienes a tu Corte, has decidido
recuperarlo.
Dudé. Era jodidamente tentador, especialmente después de todo lo
que había expuesto. Pero en cierto modo, pensé que nuestra relación ya
era bastante mala.
—Escúchame. —Tami tomó mi mano, la que no estaba curvada bajo
el trasero de una niña cada vez más pesada—. Es como le dijiste a la
secretaria de Jonas el otro día: puedes mover tu Corte a dónde quieras. Él
te quiere en Londres; los vampiros te quieren aquí. ¿Crees que te va a
echar solo para verte correr a los brazos expectantes del Círculo?
Marco se acercó y tomó a la niña dormida.
—Las niñas han estado corriendo por el casino todo el día, riéndose
y buscando cosas para decorar sus habitaciones —dijo con brusquedad—.
El lugar está cerrado, de modo que a Casanova no le importa, siempre y
cuando sean devueltas.
—¿Sin daños? —pregunté, mirando preocupadamente hacia las
636 pinturas costosas. Porque estaba bastante segura que las había visto por
última vez en la bóveda, parte de una cartera de inversiones que el antiguo
propietario había establecido. Y mis decoraciones tendían a tener una vida
útil muy corta…
—¿Cassie? —Alcé la vista, para ver que los ojos oscuros de Marco se
habían suavizado, tal vez porque la niña se había acurrucado en su
enorme cuello.
—¿Qué?
—Se han estado riendo.
Parpadeé hacia él, recordando a las sucias niñas traumatizadas que
había ayudado a rescatar de su casa en llamas a punto de explotar, hace
solo unos días. Nadie se había estado riendo entonces. Me había
preguntado si alguna vez volverían a hacerlo.
—Lo pensaré —dije, viendo a Rico, quien acababa de entrar—.
¿Rhea?
—Está bien. ¿Quieres verla?
—Sí, pero… hay alguien más que necesito ver primero.
Había una pequeña reunión junto a la cama de Pritkin: Hilde,
Abigail y Rian, esta última sentada a un lado, junto con Billy Joe. Quién se
veía verde.
Más que de costumbre.
—¿Estás bien? —le pregunté, rodeándolo con un brazo.
Levantó la vista sonriendo. Y luego hizo una mueca.
—Tengo el estómago revuelto.
—Billy. Eres un fantasma. No tienes estómago.
—Bueno, algo tengo revuelto. —Tuvo lo que solo podía describirse
como una arcada, como si estuviera a punto de vomitar. Retrocedí unos
metros.
Rian continuó leyendo un libro en silencio. Se veía igual que
siempre: tranquila, serena, hermosa. Me pregunté si alguien le había
637 dicho.
—Rian —dije—. Solo… uh… quería decir…
—Hablaremos más tarde —dijo, sonriendo—. Tus amigos te han
estado esperando.
Me acerqué a la cama. No había ido a visitar a Pritkin todo este
tiempo. Se había estado quedando con Caleb por un tiempo, porque el
infierno no era seguro para él, incluso ahora. Luego, aquí en el hotel,
después que Caleb tuviera que regresar al trabajo. Y ninguno de los dos
era exactamente difícil de localizar. Pero no había podido soportarlo.
Y ahora era exactamente tan malo como había temido.
Sus ojos que generalmente lucían duros y enojados, o estrechados
cínicamente, o muy abiertos con alarma, u ocasionalmente, cálidos,
juguetones o divertidos, ahora estaban cerrados, sus pestañas demasiado
claras casi invisibles contra sus mejillas maltratadas. Al parecer, nadie
había pensado en afeitarlo, y estaba a medio camino de una barba
respetable.
Miré por encima de mi hombro.
—¿Ha recordado algo? —pregunté a Rian.
—Aún no ha despertado. —Vio mi expresión—. No es un hechizo al
que cualquiera debería sobrevivir. Pero una vez que aplicaste la
contramaldición…
—Él la aplicó —dije, mordiéndome el labio. Y volviéndome a
mirarlo—. ¿Y si lo pronunció mal? ¿Y si la lluvia arruinó una palabra? ¿Y
si…?
—Cassie. Dale tiempo.
No dije nada. Pero sentía que le había dado suficiente tiempo. Sentía
que le había dado un mundo de tiempo. Quería sacudirlo, ver esos ojos
abiertos, para…
Me senté al borde de la cama.
—Jonas estuvo aquí antes —me informó Hildegarde, sin
preámbulos—. Alguien te delató.
Alcé la vista.
—¿Qué quería?
—Saber lo que pasó a tu mago de guerra. Saber lo que está pasando.
638 Preguntarnos a dónde fuimos, y qué hicimos, y qué sabíamos… ¡mil cosas!
—No le dijimos nada —dijo Abigail.
—Maldición, claro que no. —Los rizos plateados de Hilde se
balancearon con enojo—. ¡Sabe muy bien que no debe interrogar a una
acólita sobre una misión! ¡Eso solo puede decírselo la Pitia, o no, como ella
elija! —Me miró severamente—. Vas a tener que frenarlo.
—Me vendría bien algo de ayuda con eso —dije con sinceridad.
Hilde pareció complacida por un momento. Y luego frunció el ceño.
—Fue bastante emocionante, debo admitirlo. Pero esto…
francamente, es visto en general como un trabajo para las jóvenes.
—Conocí a las jóvenes —dije secamente—. Casi me matan.
—Buen punto.
Abigail nos miraba a las dos, pero no parecía que quisiera ofrecerse
voluntaria. En absoluto. Ambas parecían haberse bañado y comido, pero
sus ojos se veían aún más abiertos que cuando las conocí.
Sí, pensé.
Esta vida te hace eso.
—Tienes familia —recordé.
Asintió enfáticamente.
—En serio tengo que regresar. Pero podría quedarme una semana
más o menos, ¿ayudarte a instalarte?
—Ya has hecho suficiente —le dije—. Estoy muy agradecida.
Y de repente, rompió a llorar. Después se levantó para dejar la
reverencia más perfecta que he visto alguna vez.
—Es un honor servirte —susurró. Y miró a Hilde, quien estaba
mirando hacia el espacio. Y le dio una pequeña patada.
—¿Qué? Ah, sí. Un honor —dijo Hilde—. Sabes, el problema
principal con Jonas es que simplemente está acostumbrado a tener
demasiado acceso. Lo malcriaron, su relación con Lady Phemonoe.
Necesita unos pocos grados más de separación, recordar que el acceso es
un privilegio, no un derecho…
Billy hizo otro sonido de arcada, y luego de hecho, intentó vomitar.
Abigail lo miró alarmada, y tomó la mano de Hilde.
639 —¿Quizás podríamos discutir esto más tarde?
—Oh, sí. —Hilde me miró rápidamente y luego me dio unas
palmaditas en la mano—. Estaré arriba, en caso de que Jonas vuelva a
curiosear, ¿de acuerdo?
Asentí. Parecía estar ansiosa por eso.
Se fueron.
Volví a mirar hacia la cama, donde Pritkin aún no se había movido
ni un centímetro.
—Las Pitias se llevaron sus recuerdos —le dije a Rian—. Dijeron que
tenían que hacerlo, o habría cambiado el tiempo. Pero se supone que va a
recuperarlos.
—Estoy segura que lo hará.
¡Dios, envidiaba su serenidad! A diversos niveles.
—Tenía una pregunta, si tienes ganas de responder —dijo, después
de un momento.
—¿Qué? —Volví a mirarla—. Seguro.
Esperaba algo sobre Rosier, porque sabía que habían sido cercanos.
Pero no fue así.
—Tu fantasma me contó lo que pasó. Bueno, algunas partes.
Aunque, no entendí una cosa.
—¿Una cosa? —No entendía ni la mitad, y había estado allí.
Ella asintió.
—El golpe mortal, el que destruyó a Ares. Fue hecho por Arturo,
¿no?
—Sí.
Inclinó la cabeza.
—Pero eso es lo que me parece extraño. Según tengo entendido, era
en parte humano y en parte Fey de agua. Aun así, ¿empuñó un arma de
fuego?
—Fue más como si él simplemente le hubiera devuelto el propio
golpe de poder a Ares.
640 —Sí, pero ¿cómo hizo eso? A decir verdad, ¿cómo esgrimió a
Excalibur? Sé que es un punto sin importancia, pero me ha estado
molestando. Me había preguntado por qué Nimue incluso le daría la
espada en primer lugar.
Lo pensé por un momento, y luego me reí, recordando de repente la
descripción de Rosier del hombre más feo que hubiera visto en su vida.
Casi tan inhumanamente.
—Si tuviera que adivinar —le dije—, diría que Arturo tenía algo de
Fey en ambos lados. Eso también podría explicar por qué su símbolo era
un dragón.
Sus cejas se alzaron.
Billy dio una arcada y tosió e hizo un extraño sonido hnnnz en su
garganta que fue simplemente… de hecho desagradable. Suspiré. ¿Qué
demonios podías hacer por un fantasma enfermo? Nunca había oído
hablar de tal cosa.
Pero no lo iba a llevar a ningún nigromante… eso era seguro.
—Puedo darte una recarga después del desayuno —le dije.
—No quiero una recarga. ¡Quiero esta cosa fuera de mi garganta!
—¿Qué cosa? —pregunté con cautela.
Y hubo otros sonidos de arcada en respuesta.
Quería preguntarle a dónde se había ido, en el campo de batalla. Un
minuto había estado allí, justo a mi lado, y al siguiente se había ido. No es
que pudiera haber ayudado; los dos habíamos estado drenados. Pero aun
así…
Me preguntaba qué había estado haciendo.
—Solo recuerda —me dijo Rian—. Pase lo que pase, Ares está
muerto.
—Pero Jo no. No completamente.
—Pero es solo un fantasma. ¿Qué puede hacer un fantasma?
—Te sorprenderías.
Y entonces, hubo un ligero revuelo en la cama.
Me levanté y me incliné sobre ella, para encontrar unos ojos verdes
abiertos y mirándome fijamente. Despierto y consciente. Y vivo.
641 Solo lo miré por un momento. Parecía que no podía decir nada. Y por
una vez, él tampoco.
—Nos advirtieron que podría pasar un tiempo, antes de que recupere
su voz —me dijo Rian—. De hecho, es probable que todos los sentidos
estén un poco… torcidos… durante unos cuantos días. El hechizo es algo
desorientador.
Sí, apuesto.
Me senté en la cama, y Pritkin logró agarrarme del brazo, después de
varios intentos. Me empujó hacia él, y por un momento me sentí culpable,
porque estaba un poco aliviada de tener algunos días para decidir qué
decirle. Después de todo lo que habíamos pasado, sinceramente no tenía
idea.
Pero aparentemente, era la única.
—Lo recuerdo —dijo, en un susurro ronco.
Me encontré con sus ojos, y a tan solo unos pocos centímetros de
distancia, lucieron… intensos.
Tragué pesado.
—Hum. Recuerdas… ¿qué exactamente?
Él sonrió. Y lo juro, fue lo más diabólico que he visto alguna vez.
—Todo.
Oh, chico.
Pero luego Billy me salvó.
¡Hurk, hnggg, hnggg, hnggg! Yak yak yak yak.
Y entonces Billy tosió a Rosier.

642
Rian y yo nos estábamos dirigiendo escaleras abajo, tanto porque
Caleb había aparecido para relevarla, como porque tenía a un señor
demonio que escoltar de regreso al infierno. Un señor demonio muy
maltrecho, muy cansado, muy apagado.
A quién le estaban dando un sermón.
—Tu padre mantuvo a todos en línea a través del poder —dijo ella
severamente—. Un poder que le ayudaste a adquirir, pero que nunca te
agradeció. Lo has hecho igualmente bien a través de la diplomacia, el trato
astuto y la audacia absoluta. ¿Cómo es que no eres su igual cuando
hiciste más con menos?
Rosier no dijo nada. No estaba segura que pudiera. Pero a Rian no
pareció importarle.
643
—Durante siglos, todo lo que he escuchado fue “Necesito un hijo”,
“Tengo que tener más poder”, “Necesito un hijo que me ayude”. ¡Pero todo
ese tiempo, estuviste encargándote de las cosas perfectamente bien sin
uno! Y hablando como una de tus súbditas, ¿puedo decir que prefiero la
vida que tenemos ahora a las historias que escuché sobre la era de tu
padre? —Rosier logró parecer dócil—. ¿Y puedo suponer, después de todo
lo que has pasado, que has aprendido algo? ¿Y que ya no es necesario que
Pritkin viva bajo la espada de Damocles? ¿Puedo decirle que ahora es libre
y puede elegir su propio camino?
Rosier pareció ponerse ligeramente rígido con eso, y desarrollar un
poco de coraje, o lo que sea que fuera la tenue versión vaporosa. Hasta que
esos ojos oscuros destellaron, y ella le lanzó una mirada de absoluto
desprecio. Y él soltó lo que sonó como el más leve de los suspiros.
Y cedió.
—Voy a recoger a Casanova para el almuerzo, y luego llevaré a Lord
Rosier a casa —me dijo Rian, cambiando su bolso Birkin azul pálido a su
otro brazo para que así pudiera apretar el botón del elevador—. Si me
necesitas, Carlos puede contactarte. —Me arrojó un beso en el aire y subió
al elevador—. Creo que voy a disfrutar las próximas semanas —le dijo a
Rosier—. Hay muchas cosas que he querido decirte.
Rosier de alguna manera logró emitir la apariencia de alarma, a
pesar de ser básicamente una bocanada de humo. Una en la que Billy lo
había envuelto como me había hecho una vez, antes de que se disipara por
completo. Y lo había sustentado con su propia fuerza vital hasta que
Rosier pudo acumular suficiente poder adherente para evitar que se
desvaneciera.
Le iba a deber muchísimo después de esto. Me pregunté brevemente
qué tipo de regalos recibes siendo un fantasma. Y luego pensé en Billy y
Rosier, y en la gran cantidad de caos que ambos podían causar juntos, y
decidí que no quería saberlo.
—Oh, casi lo olvido —dijo Rian, colocando un delicado Jimmy Choo
en las puertas del ascensor. Y hurgando en su bolso—. Lord Mircea te
envió esto. —Y sacó un plano paquete rectangular—. Pero extrañamente,
fue entregado a la habitación de John.
—A… ¿Pritkin? —pregunté, teniendo un mal presentimiento sobre
esto.
Rian asintió distraídamente, luchando con las corrientes del aire
condicionado por su señor y maestro.
644
—Me pidieron que te lo pase.
—Gracias —dije, con la boca seca. Y la vi irse.
El paquete estaba envuelto lujosamente, por supuesto, en rayas
doradas y blancas. También había una tarjeta. Sin saludos, solo una
simple línea en una hermosa escritura fluida.
¿Quizás a la Lady le gustaría reconsiderar?
La miré por un largo momento. Y luego arranqué el papel de una
vez. Como una tirita, pensé sombríamente, preguntándome por qué Mircea
me había enviado un libro.
Hasta que vi el título. Me quedé allí parada en el pasillo del Dante,
sosteniendo una copia ilustrada hermosamente de Le Morte d'Arthur. El
libro más famoso jamás escrito sobre el Rey Arturo… y su Corte.
Mircea, pensé furiosamente, volviendo a mirar hacia la habitación de
Pritkin y arrugando la nota en mi mano.
Y entonces, me desplacé.
645
646

Cassie Palmer ha sido la vidente principal del mundo sobrenatural


por poco más de cuatro meses. En ese tiempo, luchó contra dos dioses, se
enamoró de dos hombres, y se enfrentó a los dos lados de su propia
naturaleza, tanto dios como humano. Por lo tanto, no es sorprendente que
actualmente se encuentre frente a dos adversarios, aunque tienen un solo
propósito: eliminar la fuerza de combate más nueva de la comunidad
sobrenatural, dejándola vulnerable a los enemigos en este mundo y más
allá.
Para evitar una catástrofe, los vampiros, magos y demonios tendrán
que hacer lo único que nunca antes habían logrado y unirse como aliados.
Cassie tiene la difícil tarea de mantener intacta esa coalición incómoda, y
persuadir a sus propias dos fuerzas opuestas: un poderoso mago con un
secreto y un vampiro maestro con una obsesión creciente, para luchar a
su lado. Solo espera que puedan hacerlo sin destrozarse mutuamente.

Cassandra Palmer #9
Karen Chance nació en Orlando, Florida. Se licenció en historia y
tras ejercer de profesora en Hong Kong durante dos años decidió dedicarse
647 por entero a la literatura. El aliento de las tinieblas fue su primera novela,
y ha sido todo un fenómeno editorial en Estados Unidos.
A pesar de su limitada bibliografía, es una autora que ha
conquistado a los lectores de habla inglesa y española ahora con sus libros
siendo llevados al idioma.

Saga Cassandra Palmer:


1. Touch the Dark
2. Claimed by Shadow
3. Embrace the Night
4. Curse the Dawn
5. Hunt the Moon
6. Tempt the stars
7. Reap the wind
8. Ride the storm
9. Brave the Tempest
10. Shatter the Earth
11. Ignite the Fire
Moderación
LizC

Traducción
LizC

Corrección
Dai’
648
Imma Marques
Nanis
Queen Wolf
Simoriah
Vickyra

Recopilación y revisión final


LizC

Diseño
JanLove
649

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