B Julio Cesar en Hispania

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Miguel Ángel Novillo López

JULIO CÉSAR
EN

HISPANIA
Índice

Cronología ............................................................................ 13
Prólogo, por Julio Mangas ...................................................... 19
Introducción. Un hombre adelantado a su tiempo ................... 23

1. OPTIMATES VS. POPULARES ............................................... 29

2. DEFINIENDO AL LÍDER ..................................................... 39


Los orígenes familiares de Cayo Julio César .................... 39
Los inicios en el cursus honorum ...................................... 40
La edilidad .................................................................... 45
El pontificado máximo .................................................. 46
Pretor urbano ................................................................ 49
La cuestura en la Hispania Ulterior ................................ 51
La propretura cesariana en la Península Ibérica:
la II Guerra Lusitana ............................................... 56
El monstruo de las tres cabezas: el Primer Triunvirato ..... 68
El consulado .................................................................. 72

3. LA AGONÍA DE LA REPÚBLICA ........................................... 81

4. LAS UNIDADES LEGIONARIAS DE CAYO JULIO CÉSAR ............ 91


8 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

5. DEL RUBICÓN A MUNDA: LA GUERRA CIVIL ENTRE


POMPEYANOS Y CESARIANOS ............................................. 99
Introducción ................................................................. 99
Los inicios del conflicto y las primeras campañas ............ 100
La batalla por el dominio de Hispania: Ilerda .................. 105
Quinto Cassio Longino en la Hispania Ulterior ............. 112
Los antecedentes de Munda ........................................... 116
Munda .......................................................................... 120
Relaciones durante el Bellum Hispaniense ........................ 125

6. LA DICTADURA DE CAYO JULIO CÉSAR: EL PROGRAMA


CESARIANO Y LA BÚSQUEDA DE CONSENSO ......................... 131
La dictadura .................................................................. 131
Honores y medidas de un dictador ................................. 136
El programa cesariano ................................................... 139
La difusión del modelo de la civitas romana ..................... 145
La organización del territorio ........................................ 160
Hispania: territorio de ensayo jurídico administrativo ..... 165

7. LOS IDUS DE MARZO: EL FIN DE UN HOMBRE ADELANTADO


A SU ÉPOCA ..................................................................... 173
Último acto: los idus de marzo ....................................... 173
La adopción de Octavio ................................................ 180
La lectura del testamento ............................................... 181
Un nuevo hombre al frente de Roma: Octavio
y el legado cesariano ............................................... 182

Epílogo ................................................................................. 191


Anexos ................................................................................. 197
1. Magistrados monetales en Hispania durante
el Bellum Civile ........................................................ 197
2. Cayo Julio César en la documentación epigráfica
de Hispania ............................................................. 199
MIGUEL ÁNGEL NOVILLO LÓPEZ 9

3. Cayo Julio César, escritor ........................................ 204


4. Las mujeres en la vida de Cayo Julio César .............. 208

Genealogía ............................................................................ 217


Glosario ................................................................................ 219
Bibliografía ............................................................................ 227
Prólogo

P resentar hoy relatos históricos sobre personajes o situaciones polí-


ticas de hace veinte siglos se califica como Historia Antigua, pero
no debe olvidarse que, aunque han cambiado algunas formas, la His-
toria Antigua refleja comportamientos individuales o colectivos muy
semejantes a los actuales. Y las figuras, actitudes y momentos por los
que pasó Roma a finales del periodo republicano no distan mucho de
las situaciones políticas del mundo contemporáneo.
El siglo I a. C., el último del periodo de la República romana, fue
un periodo de constantes tensiones políticas que se van analizando en
esta obra. El Senado romano, el máximo órgano de gobierno, el que
decidía sobre la política a seguir en relación con las distintas provincias,
las sometidas al gobierno de Roma, así como sobre el nombramiento
de los gobernadores provinciales y de los jefes de las regiones, estaba
dividido entre los optimates, o más conservadores, y los populares, o más
partidarios de atender las necesidades de las grandes masas de la pobla-
ción, es decir, de los más necesitados.
Una biografía sobre César, como la presentada ahora por Miguel
Ángel Novillo López, buen conocedor de esa época, es necesariamen-
te un relato minucioso sobre uno de los periodos clave del pasado
romano. Como se cuenta en esta obra, César tuvo la genialidad del
gran político: no le fue suficiente con disponer de un proyecto políti-
co global, supo medir los tiempos, las formas y los recursos para llevar-
lo a cabo.
20 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

Resultan de gran interés los capítulos dedicados a la «definición de


un líder» y a la «agonía de la República». El autor resalta bien que la crea-
ción del Primer Triunvirato, compuesto por César, Pompeyo y Craso, los
que se convirtieron en líderes del Senado, de las tropas militares y de las
distintas provincias, era una nueva forma política para intentar aplacar
las múltiples divergencias de una sociedad profundamente tensionada. Se
resalta bien cómo se llegó a un convenio, incluso con el apoyo de las
mujeres: así, Julia, hija de César, se convirtió en la esposa de Pompeyo;
además, no se abandonó la búsqueda del apoyo de grandes líderes sociales
e intelectuales como el de Cicerón. Como defiende el autor, César, al
sumarse al Primer Triunvirato, comenzó a conquistar las voluntades po-
líticas de una parte del Senado, pero también el apoyo de las capas popu-
lares a favor de las cuales fue tomando medidas que le favorecían.
El autor resalta bien que la muerte de Julia, esposa de Pompeyo, así
como la de Craso, pusieron fin al triunvirato y también marcaron la
agonía de la República. Ni César ni Pompeyo, de los que dependían
todas las legiones y el gobierno de las distintas provincias, vieron la
posibilidad de crear un nuevo régimen político, que podía haber teni-
do la forma de un «duunvirato». Con el encargo de completar la con-
quista de las Galias, se le presentó la oportunidad de erigirse en un
indiscutible líder militar.
Fue demasiado tarde cuando un amplio sector conservador del
Senado intentó relegarlo a la vida privada: César cruzó el Rubicón,
controló la ciudad de Roma, se hizo con el Senado fiel y todo ello
dando claras evidencias de una gran clemencia con sus antiguos ene-
migos. Su gran genialidad radicó en haber sabido salvar lo básico de las
viejas instituciones, pero orientándolas para actuar e intervenir en el
marco de la existencia de un poder superior unipersonal.
Ese conjunto de actitudes y de circunstancias llevan al autor a desa-
rrollar un largo capítulo sobre la guerra civil entre pompeyanos y cesaria-
nos, en la que entra en juego también la Península Ibérica, pues, muerto
Pompeyo, las tropas de César tuvieron que enfrentarse en Hispania a las
tropas de los hijos de Pompeyo. Los relatos sobre la batalla de Ilerda y
sobre la batalla de Munda reflejan dos de los varios episodios militares, los
destinados a suprimir la posición de los pompeyanos en Hispania.
MIGUEL ÁNGEL NOVILLO LÓPEZ 21

Existen datos relevantes y significativos que ponen de manifiesto


la gran capacidad política de César. Así pues, supo eliminar la gran
presión social y política de amplias capas de la población de Roma: tras
ubicar fuera de ella a una parte considerable de esa población asentán-
dola en nuevas colonias, como norma general en las provincias, adop-
tó otra medida complementaria como la de obligar a que el Estado se
comprometiera con ayudas económicas para el resto de la población
necesitada de Roma. Añadiendo a ello la celebración de juegos y es-
pectáculos gratuitos, desarmaba gran parte de las causas de las constan-
tes protestas de esa población. César les hacía saber asimismo que esos
pocos que permanecían en Roma no representaban los intereses de las
capas populares de todo el Imperio y, por consiguiente, que las deci-
siones de sus asambleas no podían tener el valor que habían recibido
en épocas anteriores. La vía para los juegos democráticos quedaba
ahora en el ámbito de las ciudades de Italia y de las provincias, donde
los magistrados eran elegidos cada año y donde los ciudadanos podían
ejercer todos los derechos de los ciudadanos e incluso gozaban de la
protección de la justicia local. Los gobernadores de las provincias eran
nombrados por el propio César y por el Senado tras decisión del pri-
mero. Además, la composición del Senado dejó de depender de cual-
quier veterano senador. De esta manera, y como pone de manifiesto el
autor, manteniendo las formas políticas antiguas, se había llegado a una
nueva modalidad de poder y de gobierno en la que no cabían conflic-
tos entre optimates y populares, y en la que los provinciales podían tener
también capacidad de intervención en los asuntos públicos. En conse-
cuencia, el gobierno central supervisaba la buena gestión de los go-
biernos provinciales y los miembros de esas provincias tenían el dere-
cho de protestar ante cualquier abuso de los gobernadores.
César, único gobernante del que dependían todas las provincias
del Imperio y todas las tropas militares, como dictator e imperator, co-
menzó a aplicar una nueva política sobre las provincias, y tanto la
Hispania Citerior como la Hispania Ulterior se convirtieron en mo-
delos de referencia para las demás provincias. Muchos veteranos del
ejército fueron asentados en diversas ciudades de Hispania, asenta-
mientos que llevarán consigo la concesión de tierras a los veteranos.
22 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

A su vez, César buscó la forma de integrar a grandes contingentes de


la población de Hispania al conceder la ciudadanía romana a muchas
ciudades. Ello implicaba la implantación paralela de formas políticas,
económicas, religiosas y culturales, como resalta el autor de esta obra.
Un buen indicador se encuentra en la larga enumeración que podría
hacerse sobre las ciudades que pasaron a tener el estatuto de colonia o
de municipio bajo el corto gobierno de César —tenemos constatado
que más de treinta y cuatro ciudades de la Hispania Ulterior pasaron a
tener ese estatuto privilegiado, y más de diez ciudades de la Hispania
Citerior—. En otros términos, bajo el corto gobierno de César, acce-
dieron a tener estatuto de ciudad privilegiada un número mayor que
en los dos siglos anteriores del periodo de la República. Ello abría la
vía para que las oligarquías de Hispania adquirieran las mismas condi-
ciones político-jurídicas que las oligarquías de Italia.
Como bien resalta el autor, César fue un hombre adelantado a su
época y, a pesar de ser asesinado en marzo de 44 a. C., pervivió el mo-
delo político-administrativo que había creado. Como es bien sabido,
tras el asesinato de César se formó un segundo triunvirato, del que
formó parte su hijo adoptivo, Octavio Augusto, el que terminó con-
virtiéndose en el primer emperador de Roma. El Imperio, como in-
dica el autor, fue un legado político de César.
Una biografía de César como la que ahora tiene el lector ante sí
recoge los aspectos más relevantes y significativos de un hombre ade-
lantado a su tiempo. En consecuencia, esta obra ofrece una informa-
ción actualizada, buscando siempre el modo más accesible de mostrar
las teorías más recientes sobre César.
En síntesis, consideramos que hay que felicitar al autor de esta
obra por haber superado satisfactoriamente las dificultades que supo-
nen elaborar una buena exposición sobre la figura y obra de César y
su relación con Hispania.
JULIO MANGAS
Catedrático Emérito de Historia Antigua
Universidad Complutense de Madrid
Introducción
UN HOMBRE ADELANTADO A SU TIEMPO

E n la Antigüedad fueron varias las personalidades trascendentales


por su figura y obra, y que han sido objeto de estudios de muy
diversos tipos hasta llegar a convertirse en auténticos iconos políticos
o socioculturales con los que hombres de distintas épocas han tratado
de identificarse para justificar sus fines. En este sentido, si tuviéramos
que hacer un pacto de mínimos e identificar a la antigua Roma con
uno de sus hombres más célebres, sin duda alguna este sería Cayo Julio
César, hombre cuyo carácter estuvo en todo momento marcado por
sus logros, pero también por la codicia y la presunción. Durante más
de dos mil años su nombre ha sido un sinónimo de poder y de majes-
tad. A lo largo de la Historia han sido varios los que han intentado
identificarse e igualarse con el de la Subura, como Napoleón Bona-
parte —no dudó en identificarse como el César del siglo XIX con
objeto de justificar su régimen, señalando, además, que César fue un
dictador vitalicio y legítimo que supo dirigir majestuosamente su pro-
pio destino—, Napoleón III, Mussolini, Stalin o Hitler. De hecho, la
expresión Caesar es más que universal. Su hijo adoptivo, Cayo Julio
César Octavio Augusto, se convirtió en el primer emperador de
Roma, adoptando en su honor el nombre de César en su nómina. El
linaje familiar se agotó con Nerón en 68 a. C., si bien todos los empe-
radores posteriores siguieron adoptando el título de césar como un
elemento que simbolizaba el poder supremo y legítimo sin necesidad
de vínculos sanguíneos o de adopción. Pero no solo fue contemplado
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en la nomenclatura de los posteriores emperadores, sino que de la


propia raíz latina Caesar derivaron las palabras kaiser para designar a los
dirigentes germanos, o zar para hacer lo propio con los rusos o con
los búlgaros.
Hoy en día nadie pone en entredicho el papel tan decisivo que un
personaje de la talla de César tuvo en el curso de la Historia de Roma
y, por ende, en la Historia de la humanidad. A lo largo de los siglos, ha
sido definido como uno de los grandes historiadores romanos que
perpetuó los rasgos definitorios y las funciones de la historiografía
—aprendió a leer con Livio Andrónico y con Homero, compuso tra-
gedias y poesías, y aprendió retórica en Rodas—. No solo ha sido
paradigma de historiadores y biógrafos clásicos y modernos, sino que
su obra y personalidad han sido también objeto de análisis por parte
de filósofos, filólogos, epigrafistas, arqueólogos, escritores o sociólogos
que han dedicado sus investigaciones a tratar de transmitir de una for-
ma clara, concisa y objetiva la relevancia y significado de su vida y
obra. Por consiguiente, no solo historiadores, arqueólogos o filólogos,
sino también investigadores de otras disciplinas han dedicado sus estu-
dios a tratar de despejar las incógnitas y significados de César en dis-
tintos campos, produciéndose, por consiguiente, diferencias entre las
escuelas historiográficas en cuanto a la interpretación y significado de
los acontecimientos en los que fue protagonista o se vio involucrado.
El resultado es la existencia de varios Césares.
En el panorama historiográfico pocos personajes han desatado
tantas y tan diversas opiniones como César. Así pues, los estudios dig-
nos de mención, o bien son antiguos y no comprenden la totalidad de
los avances de las variadas fuentes de información, o, los más moder-
nos, responden a aspectos parciales y prestan una atención primordial
a las noticias de los autores antiguos. Por consiguiente, ante tal diver-
sidad de interpretaciones, se trata en suma de un personaje que ha de
ser estudiado con todo detalle y cautela desde una gran variedad de
ópticas, en busca de una interpretación lo más coherente, concisa, ob-
jetiva y completa posible.
Th. Mommsen (1817-1903), premio Nobel de Literatura en 1902
con Historia de Roma (1854-1856), lo consideró un hombre un tanto
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adelantado a su tiempo, social, mediador, correctísimo estratega y po-


lítico, así como un hombre que supo dónde estaban sus límites y sus
limitaciones —no obstante, hay que tener presente que sus campañas
militares se cobraron cantidades ingentes de vidas—. Era un orador
poderoso y persuasivo. Sus juicios atraían a grandes multitudes. Era
todo un maestro de la autopromoción y de la propaganda. En este
sentido, se hace necesario estudiar a César no tanto por sus intencio-
nes, sino más propiamente por sus actuaciones, llegando incluso a con-
siderarlo como un hombre que utilizó la política con el único propó-
sito de conseguir poder personal y para que su familia lograse una
mayor estima sociopolítica. Recordemos que nació en una familia
patricia, la gens Iulia, venida a menos.
El siglo I a. C., todo un siglo de revoluciones, es uno de los perio-
dos que dispone de mayor volumen de documentación escrita, si bien,
paradójicamente, no siempre es pareja en todos los sucesos relatados y
no siempre proporciona una información detallada. Los textos de los
autores clásicos pueden ofrecer una imagen positiva o negativa de
César, por lo que la mayor parte de la documentación se ve condicio-
nada por la posición política que sus autores tomaron en un momento
o en otro. Era la enriquecida elite romana la que, como norma general,
escribía. No obstante, el progresivo ascenso de César trajo consigo la
reducción del poder de aquella, razón por la que muchos textos eran
auténticas críticas y represalias contra su figura.
Su carácter estuvo marcado en todo momento por sus éxitos, pero
asimismo por sus anhelos y su ambición. Era inteligente y seductor,
conquistaba al pueblo, tenía amigos mucho más que fieles y también
se creaba enemigos irreconciliables. Desde su muerte en los idus de
marzo de 44 a. C., ha sido tildado como el gran líder popular y el po-
lítico revolucionario que sentó las bases del futuro sistema imperial y
de la cultura occidental, acabando con el anquilosado sistema republi-
cano. A pesar de ello, no fue en ningún momento emperador, pues el
régimen imperial no comenzó sino con su heredero en el poder. Fue
un imperialista activo y enérgico, pero no fue el creador del imperia-
lismo romano, sino únicamente uno de sus múltiples agentes. Asimis-
mo, ha sido considerado como el arquetipo del estadista y del correc-
26 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

to conquistador militar, como uno de los intelectuales más brillantes


en lengua latina, como el jurista que promulgó las leyes sobre las que
se sentó el posterior Derecho Romano y como un gran reformista
jurídico-administrativo. En lo político fue ejemplar y pragmático, y un
hombre de Estado que acabó adoptando el cargo supremo de la Re-
pública romana, convirtiéndose en el monarca de facto a pesar de no
aceptar bajo ningún concepto el calificativo de rey. En las lupercales de
44 a. C. le fue entregada, de manos de Marco Antonio, la corona para
convertirse en rey, si bien la rechazó hasta en tres ocasiones, ofrecién-
dosela a Júpiter como único portador.
Fue igualmente un hombre que primó siempre la moralidad por
encima de todas las cosas, si bien en probadas ocasiones siguió un
comportamiento amoral y despiadado. Era orgulloso y cuidaba en
todo momento su apariencia hacia los demás, amigo del pueblo y cle-
mente con sus enemigos y derrotados —si bien hubo momentos en
los que ordenó masacres y ejecuciones—. Paradójicamente, fue su
comportamiento piadoso lo que lo condujo a morir asesinado por
aquellos a quienes anteriormente había perdonado.
Son múltiples y excepcionales las cualidades que han hecho posi-
ble conformar la leyenda de un hombre único y sin igual que, a dife-
rencia de otros, no alcanzó la gloria hasta la madurez, y cuya insólita y
espléndida carrera no ha provocado sino controversias de diversa ín-
dole.
A parte del ejercicio de los cargos políticos y militares, también
destacó como orador y como escritor. A pesar de que bajo su gobier-
no el régimen republicano experimentó un breve periodo de prospe-
ridad y plenitud, algunos senadores vieron en César a un tirano que
ambicionaba la restauración de la monarquía. El hecho de que un
número relativamente alto de senadores estuviera dispuesto a partici-
par en el complot y acabar con César en el propio Senado, evidencia
la delicada realidad a la que se había llegado. César controlaba, pero,
desde luego, no controlaba todo. Su gran problema fue que, a diferen-
cia de Pompeyo, su rival político, nunca llegó a controlar el Senado.
Político, militar e historiador, comenzó a intervenir en la agitada
política de la República romana siguiendo las huellas de su tío Mario.
MIGUEL ÁNGEL NOVILLO LÓPEZ 27

Ejerció sus cargos públicos hasta alcanzar el consulado tras el primer


triunvirato compartido con Pompeyo y Craso. Cumplidos los cuaren-
ta años de edad, se podría decir que estaba preparado para lo que
pronto se convertiría en su prodigioso destino. En los trece años que van
desde su consulado hasta el año anterior a su asesinato, César consi-
guió cambiar el mundo de su tiempo. Sus éxitos militares le confirma-
ron como un genial estratega y acrecentaron su enorme prestigio en
Roma, si bien, y al mismo tiempo, provocaron la desconfianza del
Senado, que recelaba de la acumulación de poder en manos de una
sola persona.
Hombre culto y refinado, notable escritor y orador y amante de
varias mujeres, sus últimos años de vida están marcadPs por una gran
actividad política: organizó la administración de las provincias y orde-
nó la construcción de numerosas obras públicas, repartió bienes entre
los ciudadanos con menos recursos y dio claras y repetidas muestras de
clemencia con sus enemigos. Todo ello le proporcionó una inmensa y
legendaria popularidad. Pero el mantenimiento del poder le indujo a
asumir dos figuras de la época que Roma no perdonaba bajo ningún
concepto: la de un dios y la de un rey. El espíritu republicano condujo
a una conjura de senadores para acabar con su vida, y el fatídico augu-
rio se hizo realidad en los idus de marzo de 44 a. C. bajo los puñales
de los que fueron sus amigos.
Ya muerto, fue contemplado como un dios a imagen y semejanza
del mítico fundador de Roma. ¿Qué hubiera sido de Roma de no
haber sido asesinado? En realidad, César no tuvo tiempo para desarro-
llar todo su programa. Si no hubiera muerto, hubiéramos llegado al
mismo punto que con Augusto, teniendo en cuenta que este, a dife-
rencia de aquel, logró el apoyo del Senado.
Figura irrepetible, este es el personaje contradictorio y genial,
amado y odiado, repleto de intenciones reformistas y a favor de Roma
y del pueblo. El lector tiene en sus manos una obra cuyo propósito
principal consiste en aportar un análisis, desde diversas ópticas y em-
pleando una gran variedad de fuentes, sobre la figura y obra de Cayo
Julio César y su relación con Hispania en el contexto político, social,
económico, cultural y jurídico-administrativo del siglo I a. C. Nos
28 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

centramos, por tanto, en lo que hizo y en intentar comprender por


qué o cómo lo hizo. Se trata, por consiguiente, de una obra alternativa
de síntesis y de carácter divulgativo, aunque no por ello falta de rigor
científico y metodológico, cuya atención se centra en todo momento
en el estadista y militar romano y, por ende, no pretende aportar un
relato íntegro y exhaustivo de la totalidad de los episodios acaecidos a
lo largo del siglo I a. C., si bien muchos de estos son abordados de
forma sumaria. Empero, se abordarán cuestiones poco tratadas hasta el
momento, como, sobre todo, la presencia cesariana en la Península
Ibérica, las relaciones clientelares y de amistad, los efectivos militares y
su estrategia, el programa jurídico-administrativo o el significado y la
relevancia de dicho personaje en la posteridad.
1
OPTIMATES VS. POPULARES

L a crisis que se vivió durante la tardía República romana no fue


sino la consecuencia directa de la política de expansión que Roma
venía ejerciendo desde el siglo II a. C. y de la inestabilidad, la corrup-
ción y los desajustes políticos, sociales y económicos que se estaba
manifestando desde mediados de esa misma centuria.
En lo social la crisis se caracterizó sobre todo por un evidente
desplazamiento de las clases populares y por el declive de la estructura
militar, que provocó la transformación de las relaciones clientelares. Al
mismo tiempo, se desencadenó un intenso conflicto social entre los
propietarios y las clases populares, cuya consecuencia inmediata fue el
enfrentamiento armado. En este panorama, los populares intentaron
poner solución a los problemas sociales existentes a través de una serie
de medidas que respondiesen a los intereses de las clases sociales más
desfavorecidas y que pusiera solución a la crisis de la pequeña propie-
dad agrícola. Por otro lado, los optimates, es decir, la facción aristocráti-
ca de la República romana, partidaria de la oligarquía senatorial y de
sus propios intereses, trataron por todos los medios de limitar la in-
fluencia del sector popular. En este sentido, el sistema político de pre-
dominancia senatorial fue inadecuado para la regulación de los con-
flictos sociales que entonces se estaban desarrollando.
En principio, la teoría constitucional republicana recogía el dere-
cho de todos los ciudadanos a participar en la vida política y econó-
mico-social, estando abiertas las instituciones públicas a todo el cuerpo
30 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

cívico. Empero, en la práctica el propio sistema vigente favorecía los


intereses y las voluntades del grupo dirigente, siendo los oligarcas
quienes en realidad ejercían el verdadero y efectivo control del Estado.
Por consiguiente, el sistema constitucional republicano no presentó
una estructura política claramente estable y definida, sino lo contrario,
estaba en continua transformación. De este modo, es posible afirmar
que el régimen vigente durante la tardía República romana no fue
democrático en sentido estricto al funcionar como un auténtico régi-
men oligárquico sin tener en ninguna consideración las reivindicacio-
nes populares.
La forma más relevante y significativa del poder republicano con-
sistió en la concesión del imperium, poder que comprendía competen-
cias militares, civiles y religiosas. En este sentido, la dictadura desem-
peñó un importante papel en los dos primeros siglos de la República
romana, a pesar de que no se ajustaba plenamente a la concepción
colegiada del poder en aras de la salvación del Estado. Su importancia
política fue efímera hasta que en el siglo I a. C. Lucio Cornelio Sila y
Cayo Julio César la potenciaron transformándola en una auténtica
forma de gobierno. Paralelamente, el tribunado de la plebe fue inter-
pretado como un instrumento de poder por parte de los populares, por
medio del cual se podía limitar la autoridad y la hegemonía del Sena-
do. El Senado republicano experimentó varias transformaciones desde
mediados del siglo II a. C.: dejó de ser homogéneo en el momento en
el que Cayo Graco introdujo como senadores a equites; perdió su ca-
rácter elitista cuando Sila duplicó en 81 a. C. el número de senadores
a 600, recurriendo a los equites y a la aristocracia municipal italiana, y
más aún cuando en el año 45 a. C. César elevó el número de senadores
a 1.000.
Hasta entonces, la gestión de la República había quedado en ma-
nos de un reducido colectivo de individuos de las más altas familias de
la aristocracia que gobernaban el Estado en un régimen de auténtica
oligarquía. Asimismo, y paulatinamente, el Senado estaba obteniendo
en los ámbitos de la política interior y exterior un papel rector sobre
los magistrados y las asambleas legislativas. Estas últimas entraron pro-
gresivamente en decadencia haciendo posible el enriquecimiento de
MIGUEL ÁNGEL NOVILLO LÓPEZ 31

los miembros del orden senatorial. Por otro lado, la nobilitas, que se
encontraba polarizada en dos grandes sectores, optimates y populares,
estaba monopolizando las investiduras de las más altas magistraturas.
En lo económico, la pequeña propiedad agrícola y la insuficiencia
colonizadora atravesaban una de sus peores crisis, lo que condujo a la
ruina del pequeño campesinado. Este fenómeno fue paralelo al desa-
rrollo de la esclavitud, a la proletarización campesina y a una progresi-
va emigración de la plebe a la ciudad. Por consiguiente, la recesión
económico-social y la crisis urbana eran cada vez más acusadas.
La aparición en la escena política a fines del siglo II a. C. de los
hermanos Tiberio Graco y Cayo Graco trajo consigo el primer gran
revulsivo político y social que hizo del tribunado de la plebe un instru-
mento de poder, si bien sin imperium, contra una oligarquía interior-
mente fracturada. En su política se apreció por vez primera un claro
programa de reformas que determinó la política popular hasta época
cesariana. Se pusieron así de manifiesto los siguientes fenómenos:

1. El Senado utilizó la fórmula del senatus consultum ultimum para


contrarrestar los logros alcanzados por los populares.
2. Se aplicó una serie de reformas agrarias en beneficio de la
plebe que desmantelaron el régimen oligárquico por medio
de la recuperación del ager publicus. Igualmente, se estipularon
distribuciones de grano a cargo del Estado.
3. Se intensificó el conflicto entre optimates y populares.
4. La población latina de Italia aspiraba a detentar la ciudadanía
romana, lo que impedía a la oligarquía el control de las asam-
bleas.
5. Los caballeros romanos deseaban alcanzar los puestos de poder
para conseguir el control de los intereses generales del Estado.
6. Se acentuó la rivalidad entre el Senado y las asambleas.
7. Se puso en práctica una serie de reformas en la composición
de los ejércitos, destacando las medidas destinadas a proteger a
los menores de dieciséis años del reclutamiento.
8. Se pusieron en práctica nuevas formas de gobierno y de admi-
nistración provincial. En este sentido, muchos gobernadores
32 JULIO CÉSAR EN HISPANIA

veían en las provincias el mejor recurso para enriquecerse con


procedimientos poco lícitos.

Tras los fracasos de las reformas gracanas, el protagonismo político


fue de nuevo detentado por los cónsules, recuperando el Senado el
eventual control político de Roma.
Pocos años más tarde, los éxitos militares permitieron a Cayo Mario
ocupar durante cinco años consecutivos el consulado (104-100 a. C.),
facilitándole un control total sobre las asambleas y el Senado en bene-
ficio de los populares, sumando, además, el apoyo de este último sector
y de los equites, con lo que así lograba llevar a cabo una serie de refor-
mas militares, económicas y sociales.
En este contexto la demagogia no era sino un recurso ligado a la
vida política de la clase oligárquica y de la popular —el mismo César,
que había profesado fidelidad a los principios populares, una vez obte-
nido el poder con carácter vitalicio, los burló como anteriormente
había hecho Lucio Cornelio Cinna—. El proceso expansionista de
Roma trajo consigo la integración no solo de los territorios controla-
dos, sino también de sus comunidades. No obstante, las elites romanas
no estaban dispuestas a compartir sus privilegios. Empero, el devenir
social y el del propio Estado requerían una ampliación de la ciudada-
nía que garantizara las instituciones políticas y sociales del nuevo régi-
men republicano. Este conflicto dentro de la civitas entre populares y
optimates desembocó en una rivalidad muy acusada entre los romanos
y los aliados itálicos, que terminó provocando la comúnmente cono-
cida como Guerra Social (91-89 a. C. Es preferible denominar a este
conflicto como Guerra Social y no como Guerra de los Aliados). Esta
tuvo como consecuencia inmediata la adjudicación de la ciudadanía
romana al grueso de la población latina de la Península Itálica y un
nuevo modelo de gobierno en las provincias —tal es el caso de Cneo
Pompeyo Estrabón—, con el consiguiente reconocimiento de las pre-
tensiones de este colectivo y la unificación política de Italia, que pasó
de forma progresiva a ser la tierra de los ciudadanos romanos.
No obstante, no todas las violaciones constitucionales fueron de
talante populista. Con la dictadura de Sila (82-79 a. C.) se produjo la
MIGUEL ÁNGEL NOVILLO LÓPEZ 33

transformación en las formas de gobierno en las realidades políticas,


sociales y económicas hasta entonces conocidas, pues el poder militar
era en todo momento superior al poder político, viéndose justificado
este con la puesta en marcha de campañas militares en Oriente. Cuan-
do se hizo con el poder respetó los privilegios concedidos a los nuevos
ciudadanos, pero llevó a cabo una serie de reformas legales para que
no se produjeran los altercados sociales y económicos anteriormente
vividos. De esta manera, Sila confirmó su poder mediante la ocupa-
ción de los cargos principales del Estado por partidarios suyos. Por
otro lado, intentó acabar con las facultades legislativas del tribunado de
la plebe, impidiéndoles que tras el ejercicio de su magistratura pudie-
ran desempeñar otra. Obtuvo plenos poderes jurisdiccionales para la
reorganización del Estado en beneficio de la oligarquía y de la clase
senatorial mediante el control exclusivo de los tribunales, afectando al
tribunado de la plebe o los sacerdocios. Innovó con el ejercicio de la
dictadura extraordinaria, al aplicar una serie de reformas con un poder
unipersonal y una superioridad absoluta tanto a nivel político como
militar. De este modo, ejerciendo poderes dictatoriales, convirtió su
dictadura en la única alternativa de gobierno posible. Sus medidas
significaron la restauración de la república oligárquica pregracana, así
como una amplia reforma constitucional que intensificó el poder de
los senadores.
La población itálica, anteriormente partidaria de Mario, se vio
afectada. Por otro lado, desarrolló una colonización militar que le trajo
consigo la devoción de más de diez mil esclavos liberados. En adelan-
te, los jurados solo estarían integrados por miembros del Senado. La
reestructuración del Estado romano como consecuencia de la obra
legislativa de Sila encauzó un proceso de racionalización del aparato
estatal. Más aún, Sila reorganizó los colegios sacerdotales al servicio del
poder político logrando en consecuencia la instrumentalización polí-
tica y propagandística de la religión en su propio beneficio. En cuanto
a la organización administrativa, únicamente tuvo que organizar la
estructura heredada de las guerras anteriores. Por consiguiente, no
mostró especial inclinación a continuar el proceso colonizador o mu-
nicipalizador. A diferencia de sus sucesores en el poder, entre sus prio-
La República romana en el siglo i a. C.

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