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El Diccionario del Mago Allan Zola Kronzek & Elizabeth Kronzek

Para quienes empiezan a adentrarse en el fascinante mun-

do de Harry Potter, pero también para quienes ya han pro-

fundizado en los mitos y leyendas en los que se inspira la

obra de J. K. Rowling, este es un libro imprescindible. Con

numerosas entradas adicionales y nuevas ilustraciones, esta

edición ampliada de El Diccionario del mago es la versión

definitiva de una obra que ya constituye un referente para

los interesados en la magia y la mitología.

¿Cuáles son los ingredientes más empleados en las pocio-

nes mágicas? ¿Qué sistemas de adivinación y profecía se

conocen? ¿Cuál es el significado del atuendo de un brujo?

El diccionario del mago contiene más de ciento treinta en-

tradas acerca de cuestiones tan diversas como los talisma-

nes y los conjuros, los gigantes y las sibilas, y es un repaso

exhaustivo de las leyendas ancestrales que han dado ori-

gen al universo de Harry Potter. El auténtico libro de cabe-

cera de todo aprendiz de mago.

Este libro no ha sido realizado o aprobado por ninguna per-

sona o entidad relacionada con las obras originales o licen-

ciadas de Harry Potter.

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La escritura desatada

destos libros da lugar

a que el autor pueda mostrarse épico,

lírico, trágico, cómico, con todas

aquellas partes que encierran en sí las

dulícísimas y agradables ciencias

de la poesía y de la oratoria;

que la épica tan bien puede escribirse

en prosa como en verso.

MIGUEL DE CERVANTES

El Quijote 1,47

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i eres como la mayoría de los seguidores de Harry Po-

S tter, seguramente sabrás que la posesión más precia-

da de Harry es su escoba voladora, que la asignatura

favorita de Her mione es la aritmomancia y que una criatura

magnífica llamada hipogrifo ayudó a Sirius Black a escapar.

Pero ¿sabías que hubo un tiempo en que se creía que

los brujos volaban montados en horcas, que la aritmoman-

cia es una for ma muy antigua de adivinación del futuro y

que los primeros jinetes de los hipogrifos fueron los legen-

darios caballeros de Carlomagno? ¿O que Nicholas Flamel,

amigo del profesor Dumbledore y creador de la piedra filo-

sofal, existió de verdad?

El caso es que las extraordinarias aventuras de Harry y

sus amigos suceden a tal velocidad, que apenas nos queda

un momento para reflexionar sobre la cantidad de auténtica

mitología, folklore e historia que se oculta bajo la superfi-

cie.

Uno de los grandes placeres de leer los libros de Harry

Potter deriva de la extraordinaria riqueza de su universo

mágico, creado, en parte, por la imaginación aparentemen-

te ilimitada de J. K. Rowling, y en parte, por la sabiduría

popular y colectiva tan amplia que sobre lo mágico existe

en todo el mundo. Pociones, encantos, gigantes, dragones,

calderos, bolas de cristal, todos estos elementos tienen de-

trás una intrigante y a menudo sorprendente historia, que

se remonta a cientos de años, a veces miles. Las varitas má-

gicas como las que se venden en el callejón Diagon eran

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creadas antiguamente por los hechiceros druidas, que ex-

traían la madera del tejo, un árbol sagrado. El origen de las

pociones amorosas se remonta a las antiguas Grecia y Ro-

ma. Y los libros de conjuros y maldiciones (que son de lec-

tura obligada en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechice-

ría) eran muy populares, aunque también muy criticados, en

la Edad Media.

Este libro ofrece al lector curioso la posibilidad de bus-

car cualquier elemento «mágico» que aparezca en los pri-

meros cuatro libros de Harry Potter, así como de descubrir

todo un mundo de infor mación fascinante y sorprendente.

¿Cómo consiguió su poder la piedra filosofal? ¿Cuáles fue-

ron las primeras palabras mágicas? ¿Son el basilisco, la vee-

la o el malvado grindylow fruto de los sueños de

J. K. Rowling? Y si no los soñó ella, entonces, ¿quién? Este

libro contiene todas las respuestas.

La historia de las creencias mágicas es extensa, y al es-

cribir esta obra hemos tenido que dejar fuera más datos de

los que hemos incluido. Las ricas tradiciones de magia y mi-

tología de China, África, India, Japón, Australia y Suraméri-

ca se mencionan solo de pasada. Más bien, hemos limitado

nuestra atención a aquellos aspectos de la sabiduría popu-

lar que están relacionados de manera más directa con el

universo de Harry Potter. Casi todas las prácticas mágicas

que se enseñan en Hogwarts hunden sus raíces en la tradi-

ción mágica occidental, que a su vez surgió de los antiguos

imperios de Oriente Medio, Grecia y Roma. Algunas criatu-

ras imaginarias como los centauros, la mantícora o el uni-

cor nio, proceden de la misma tradición. Otros muchos se-

res mágicos, tales como los elfos, los gnomos, los trasgos,

los hinkypunks y los trolls, proceden del folklore del norte

de Europa y de las islas Británicas.

Cuando empezamos a escribir este libro, preguntamos a

los seguidores de Harry Potter qué materias les interesaban

más. Algunos querían conocer más detalles sobre conjuros,

encantos y maldiciones. Otros tenían ganas de aprender

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cosas sobre los boggarts o sobre los gorras rojas, y conocer

la diferencia entre las brujas y las arpías.

Suponemos que tú también tendrás tus propios intere-

ses, y decidirás tu propio orden de lectura. Este libro no es-

tá pensado para ser leído siguiendo el orden alfabético,

aunque también es posible hacerlo así. Quizá quieras co-

menzar por magia, a modo de introducción a este fascinan-

te tema. Pero, en verdad, puedes empezar por donde quie-

ras. Y es muy probable que acabes leyéndolo todo.

En cada entrada hemos querido ofrecer una visión ge-

neral del tema y de sus raíces mitológicas, folklóricas e his-

tóricas. Cuando aparece una letra en negrita, significa que

tiene su propia entrada.

Durante el trabajo de investigación para elaborar este li-

bro, hemos aprendido muchas cosas curiosas que no nos

esperábamos, como el método para leer hojas de té, o la

manera de librarse de los trasgos, o cómo recolectar man-

drágora sin correr peligro, y cómo usar la aritmomancia pa-

ra escoger el desayuno. Y nos sentimos más seguros que

sabemos cómo reconocer a un demonio, y qué hay que ha-

cer si nos ataca un demonio necrófago (nunca le golpees

dos veces). Esperamos que toda esta infor mación te resulte

tan interesante como lo es para nosotros. Quizás algún día

pueda serte útil.

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«¿ on quién me casaré? ¿A qué edad moriré? ¿Cuál

C será el número premiado de la Lotería? ¿Se ven-

derá bien este producto? ¿Se va a estrellar el

avión? ¿Ganaremos la guerra?» Todo el mundo, desde los

adolescentes enamorados hasta los líderes del planeta,

quiere saber lo que depara el futuro. Por eso la adivinación,

el arte de predecir el futuro, ha existido de una for ma u

otra en todas las culturas de la historia. En casi todas las

ciudades del mundo podemos encontrar personas que se

dedican a practicar alguna variante de la adivinación: astro-

logía, lectura del tarot, consulta de la bola de cristal, quiro-

mancia, numerología, interpretación de las hojas del té, y

estos ejemplos son solo una pequeña muestra de los cien-

tos de sistemas de adivinación que se han desarrollado a lo

largo de los siglos.

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Con su sombrero, su atuendo y sus libros, el adivino era fácil-

mente reconocible. Este, del siglo XVII, sostiene un astrolabio

como símbolo de sus conocimientos de astrología.

(Fuente de la imagen 1)

Muchos métodos adivinatorios se crearon en la antigua

Mesopotamia hace más de cuatro mil años. Allí, las artes

adivinatorias eran practicadas por los sacerdotes, que estu-

diaban los movimientos de los astros y planetas, y examina-

ban las entrañas de los animales sacrificados en busca de

pistas acerca del futuro del monarca y de la comunidad. Al-

gunos adivinos buscaban infor mación acerca de aconteci-

mientos futuros entrando en estados de trance y pidiendo

ayuda a los espíritus. Otros observaban la naturaleza en es-

pera de augurios. Un eclipse, una tor menta de granizo, el

nacimiento de gemelos, el modo en que el humo se eleva-

ba en el aire o casi cualquier fenómeno, podían ser inter-

pretados como señales del porvenir.

En las antiguas Grecia y Roma había dos niveles de adi-

vinación: adivinos profesionales y muy bien entrenados,

que trabajaban para el gobierno, y adivinos corrientes, que

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decían la buenaventura a todo el que pudiera pagarles. De

los adivinos oficiales, el más valorado en Grecia era el Orá-

culo de Delfos. La gente acudía con sus preguntas (tipo

multirespuesta) y recibían una contestación directamente

del dios Apolo, canalizada a través de una de las sacerdoti-

sas del templo. Incluso emisarios de reyes vecinos consulta-

ban al Oráculo sobre cuestiones tan importantes como

dónde erigir un templo, o si debían lanzarse a una guerra.

Los adivinos que trabajaban para el estado en Roma eran

llamados augures (vocablo que procede del latín avis [pája-

ro] y garrire [charlar]), ya que sus consejos, que el Imperio

tenía en mucha consideración, se basaban en la observa-

ción de los pájaros. De todas las criaturas de la Tierra, los

pájaros eran las que estaban más cerca del cielo, así que se

comprende que se los creyera buenos indicadores de lo

que podía agradar o disgustar a los dioses. La interpreta-

ción se fundaba en muchos tipos de observaciones, como

la cantidad y especie de aves y sus esquemas de vuelo, sus

reclamos y cantos, la dirección del vuelo y su velocidad. Ju-

lio C Tsar, Cicerón, Marco Antonio y otros eminentes roma-

nos ejercieron de augures alguna vez.

Adivinos mucho menos famosos estaban al alcance de

casi todo el mundo (incluso a los esclavos se les per mitía a

veces hacer consultas), y el negocio de la predicción del fu-

turo florecía en todos los rincones del mundo antiguo. La

interpretación de los sueños y la astrología eran los siste-

mas con mayor tradición, peto también eran populares la

aritmomancia, el divisamiento (método parecido a la con-

sulta a la bola de cristal) y la quiromancia, así como otros

sistemas que tenían que ver con pájaros, dados, libros, fle-

chas, hachas y otros muchos objetos sorprendentes. Los

adivinos populares, muchos de los cuales también vendían

talismanes y amuletos, no gozaban del respeto que tenían

los adivinos oficiales. A menudo eran unos timadores, y los

humoristas disfrutaban burlándose de la gente que acudía

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