Benjamin Constable

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ROMANTICISME, REALISME, SIMBOLISME

PRIMER PARCIAL 22-23

LÓPEZ FELIZ DE VARGAS, SARA

OPCIÓN A) Benjamin Constant

Adolphe es una novela clásica francesa de Benjamin Constant, escritor y político francés
de origen suizo. Todo y ser una obra desarrollada muy a principios del siglo XIX, la versión
que llega hasta nuestros días es la última modificación que el autor publica, datada en
el año 1816, justo en pleno romanticismo, aunque su máximo reconocimiento no llegó
hasta años después de su primera difusión. Esto principalmente es debido a que, a pesar
de que se la tildara de una obra de temática sentimental en primera instancia, logra
tomar mucha más relevancia dentro de la novela de análisis o realismo psicológico. Cabe
recalcar que durante el romanticismo hubo un gran auge por la tradición de las novelas
sentimentales y góticas, y es en este punto donde vemos como Constant crea una
evidente contrapropuesta ante esta tradición: Adolphe trasciende el disrupturismo de
su época, centrado en el sentimentalismo y el libertarismo, y da paso a una forma de
narrar inédita mediante la exploración de la propia consciencia, llenando así el esquema
formal de la novela preexistente con nuevos contenidos. Gracias a este movimiento, la
obra de Constant pasara a ser considerada un texto pionero de la novela psicológica
moderna.

Adolphe tiene como eje principal un desamor que el autor trata desde una perspectiva
innovadora, narrando los hechos con prudencia y solemnidad. La historia desarrolla el
proceso de seducción y todo lo que viene después, cuando el objeto conquistado deja
de generar interés y nace el desafecto, lo que desencadena inevitablemente un proceso
de ruptura. Desde un primer instante la lectura te obliga, como lector, a profundizar en
la psicología y la idiosincrasia de ambos personajes, y detrás de esto encontramos una
crítica al amor-pasión exacerbada propia de la época del romanticismo a través del
lenguaje y la reconciliación con la tradición. A propósito del termino amor-pasión,
Thomas Pavel lo describe en su libro Representar la existencia de esta manera:
“Adolphe (…) critica todavía más duramente la versión romántica de la interioridad
encantada, mostrando que el amor-pasión, lejos de representar la Clave que resuelve el
enigma de la existencia, a menudo no es más que una ilusión, una terrible coartada que
el yo invoca para ocultar el dominio de la vanidad, la sensualidad, la inercia y la
cobardía.”1

Adentrándonos ya dentro de la narrativa de la obra, nos encontramos con Adolphe, un


muchacho de buena familia que conoce el amor por primera vez cuando se topa con
Ellénore, una treintañera a la que señala como su objetivo de seducción y a la que se
nos describe como una mujer digna de ser salvada. Adolphe finalmente logra conquistar
a la mujer mediante el lenguaje del amor romántico, dejando patente el peligro de la
palabra y su poder sobre nosotros como individuos. El protagonista en este momento
se siente completamente desbordado, pero no por haber conseguido su propósito, sino
porque la pasión (o el amor-pasión mencionado anteriormente que critica Constant) le
ha desbordado de una forma exagerada:

¡Ay del hombre que, en los primeros momentos de una relación amorosa, no cree que
esa relación deba ser eterna! ¡Ay del que, estando todavía en los brazos de la amante a
la que acaba de conquistar, conserva una presciencia funesta y prevé que podrá
separarse de ella!2

En el fondo, esta obra podría ser fácilmente un manual de cómo seducir a una mujer en
un contexto en que estas estaban muy influenciadas por las historias de la novela
sentimental: la inspiración a lo infinito se convierte en un mero instrumento, en palabra
retórica gracias a la cual el protagonista conquista a Ellénore. Es a través de ella que se
muestra un reflejo fiel de la mujer de la época, desvalida fuera de la protección
dominante de los hombres. El lenguaje y la palabra, además, son la base central en la
obra igual que ocupan un lugar vertebral en nuestra sociedad; la obra nos invita a
reflexionar sobre los riesgos del uso de la lengua a la par que critica problemática del
amor-pasión, pues el amor es uno de los temas presentes dentro de la historia y su
verbalización provoca la acción y desarrollo de los hechos.

Siguiendo con la trama de los protagonistas, al final, el simple juego de seducción de


Adolphe acaba derivando en un enamoramiento bastante absorbente, que los aísla de

1
PAVEL, T. (2005): «Representar la existencia» (p. 190) (fragmento del campus virtual)
2
CONSTANT, B. «Adolphe». (p. 25) (campus virtual)
las personas que los rodean, y cuando Ellénore trata de romper el vínculo, él utiliza
palabras dignas de un amor irónico para hablar desde el reproche. Estamos ante una
novela que apenas deja sitio para el silencio, solo muestra reiteradamente el poder que
ejerce el lenguaje sobre las personas, y cuando por fin se abre paso algo de pausa es
debido a la tragedia de la muerte de Ellénore. El protagonista es capaz de guiarnos por
la narrativa dese una mirada (autobiográfica) en retrospectiva, mostrándonos
únicamente lo que él quiere que veamos, contemplándose a sí mismo desde la distancia,
justificándose. A través del lenguaje oculta una ideología y se reafirma constantemente,
y tanto Ellénore como los lectores, no podemos hacer otra cosa que dejarnos llevar por
la veracidad de sus palabras.

Dejando ya de lado la importancia de la palabra y la retórica, debemos abordar la


construcción del discurso narrativo que se utiliza durante toda la historia mediante el
“manuscrito encontrado”, una técnica que pretende otorgar veracidad y autenticidad a
la historia. La arquitectura del discurso narrativo se acopla entre un antes y un después
de la historia, y entre medio de estos nos encontramos con relato en sí.

Ya desde el inicio descubrimos como lectores una nota escrita por el presunto editor en
la que afirma haber hallado papeles con la historia y haber intercambiado unas cartas
(localizadas deliberadamente al final de la obra) con otra persona en las que debatían
por qué se debían publicar. Sucediendo a esta nota del editor nos encontramos Prólogo
a la segunda edición, donde la ilusión de autenticidad queda mostrada como tal, pues el
autor habla al público lector de su novela como un artificio:

“Puesto que el éxito de esta obra menor requiere una segunda edición, aprovecho la
ocasión para añadir algunas reflexiones sobre el carácter y la moralidad de una historia
a la que la atención del público ha dado un valor que estaba lejos de mi intención
otorgarle.”3

Así pues, estamos delante de la ironía de la que habla Friedrich Schlegel, sustancial en
el primer romanticismo, que propone una filosofía en que todo acto de pensamiento
sea irónico, pues debe partir de la asunción de nuestros límites.

3
CONSTANT, B. «Adolphe». (p. 5) (campus virtual)
Es en este intercambio de cartas que vemos al final de la obra donde nos damos cuenta
de que desde el principio la historia ha contado con una dualidad escondida a nuestros
ojos, dos puntos de vista que dan paso a dos lecturas posibles de la novela. Desde el
principio los lectores hemos recorrido la historia a través del personaje de Adolphe,
comprendiendo sus acciones y motivos, pero al final la novela nos hace desprendernos
de su enfoque de golpe plateándonos otro radicalmente opuesto. Nuestra función como
lectores es elegir con que enfoque nos quedamos, y es ahí, una vez se ha comprendido
la información de las voces externas al relato, cuando sentimos que la novela nos incita
a releer sus páginas de nuevo, demandando una revisión de lo que ya ha sido leído. Por
tanto, culpabilizar o no a Adolphe de la muerte de Ellénore es una decisión que el lector
debe de tomar a la fuerza.

Adolphe es una obra que debemos contextualizar dentro del primer romanticismo, lo
que implica entender el relato a partir de la ironía romántica. En general, la ironía en
Adolphe se utiliza para cuestionar las actitudes y comportamientos superficiales de los
personajes; busca mostrar la desconexión entre sus ideales y su realidad emocional. Por
tanto, el sentimiento amoroso sobre el que se construye la historia es esencialmente
irónico. Para entender este concepto dentro de este marco podemos citar de nuevo a
Schlegel, quien trató este término como muchos otros filósofos y pensadores antes que
él:

“La filosofía es la auténtica patria de la ironía, que podría definirse como belleza lógica.
Pues siempre que se filosofe, en diálogos hablados o escritos, de un modo no del todo
sistemático, debe practicarse y exigirse ironía; y lo cierto es que incluso los estoicos
veían en la urbanidad una virtud. Aunque exista también una ironía retórica que,
administrada con mesura, puede producir excelentes efectos, particularmente en el
terreno de la polémica, lo cierto es que al lado de la sublime urbanidad de la musa
socrática esta clase de ironía es lo mismo que el esplendor de la oratoria más brillante
al lado de una tragedia de estilo elevado. También en este sentido puede decirse que
sólo la poesía es capaz de elevarse hasta ponerse a la altura de la filosofía y, a diferencia
de la retórica, no se fundamenta en pasajes irónicos. Hay poemas antiguos y modernos
que exhalan continuamente y por todas partes el divino hálito de la ironía.”4

4
SCHLEGEL, F. «Lyceum» fragmento 42 (campus virtual)
Los pensadores de la época o filósofos románticos dan por hecho que la filosofía es
intrínsecamente irónica. Sin someter los discursos filosóficos a la ironía, jamás
podríamos llegar al conocimiento trascendental del Absoluto que a simple vista escapa
de nuestros sentidos, pues somos seres finitos. La ironía, por tanto, es entendida como
una manera de penetrar en el presente para entender la realidad. Es importante
destacar la idea de Schlegel a cerca de la necesidad humana de llegar a este “gran
conocimiento”, que, según él, navega dentro de una paradoja necesaria a la par que
utópica. “La ironía constituye la forma de lo paradójico. Paradójico es todo aquello que
es bueno y grande a la vez.”5 Por tanto, la ironía reside en una paradoja incesante.

Me gustaría hacer hincapié en un fragmento de Schlegel mencionado en la obra de


René Bourgeois, L’ironie romàntique, donde podemos relacionar el amor que Adolphe
no puede sentir por Ellénore por mucho que este se esfuerce:

“La veritable ironie – car il y en aussi une fausse – est l’ironie de l’amour. Elle naît du
sentiment de la finitude et de ses propres limites, et de la contradiction apparente entre
ce sentiment et l’idée d’un infini que contient tout veritable amour”6

El protagonista tiene como única meta conquistar a Ellénore para así lograr satisfacer su
propio orgullo, pero cuando consigue el objetivo el interés se desvanece, pues quiere
aquello que no tiene, y cuando consigue su propósito el cuerpo del deseo pierde
completamente su valor. La ironía puede estar dentro y fuera, como Adolphe, que
rompe y mantiene la ilusión del vínculo constantemente como también lo hace Constant
creando una ilusión de la realidad mediante la narración i la rompe con la carta al editor
y su correspondiente respuesta ya mencionadas anteriormente.

A mi entender, durante toda la obra Constant habla del triunfo de la hipocresía social,
una postura que se sustenta en la falsedad, sobre un sentimiento: el amor-pasión. En la
obra, parece que la falsedad se reproduce en la misma medida que decrece la
autenticidad. El final de la historia impacta y duele porque muestra que lo auténtico,
que siempre parece manifestarse en toda su totalidad, en realidad puede ser
increíblemente frágil.

5
SCHLEGEL, F. «Lyceum» fragmento 48 (campus virtual)
6
BOURGEOIS, R. «L’ironie romàntiques: espectacle et jeu de Mme de Staël à Gérard de Nerval». 1974.
(campus virtual)

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