Apuntes Manual
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1. Introducción
Es usual caracterizar la filosofía del lenguaje coextensiva con la teoría del significado. Los usos
del término «significado» son variados. Se habla del significado de eventos o de hechos, no del
significado lingüístico. Nuestro concepto intuitivo, de significado, es muy impreciso y, por ello
mismo, muy poco útil teóricamente.
El origen de la filosofía del lenguaje se sitúa en Frege, padre del «giro lingüístico» en filosofía.
Frege da cuenta del significado de las expresiones lingüísticas distinguiendo dos componentes: el
sentido y la referencia. Estrategia adoptada por numerosos autores para clarificar la dimensión
semántica de nuestro lenguaje.
Por «significado» entendemos en parte aquellas cosas de la realidad acerca de las cuales nuestros
términos nos permiten hablar. Los términos referencia, denotación y extensión sirven para aludir a
este componente del significado. Por «significado» entendemos algo más, es el concepto que estas
expresiones comunican. Los términos sentido, connotación e intensión aluden a esta dimensión del
significado.
La teoría del significado impulsada por Frege vincula la posibilidad de la relación del lenguaje con
el mundo, la referencia, al sentido.
El análisis de la referencia de los términos singulares, más concretamente de los nombres propios,
recibió una atención preferencial desde el comienzo mismo de las reflexiones sobre el lenguaje. Si
la filosofía analítica tiene una gran gloria de la que sentirse orgullosa es precisamente de la teoría
de la referencia.
La importancia de los nombres propios, y en general de los términos singulares, es obvia: sin este
recurso lingüístico seríamos incapaces de hablar de las cosas particulares que nos rodean, no
podríamos aludir a una persona concreta, ni a una ciudad particular, ni a un animal determinado;
nuestro discurso sobre el mundo circundante sería puramente cualitativo.
Los términos generales han corrido una suerte distinta a los nombres propios.
2. Sentido y referencia
Frege distingue dos componentes en las expresiones lingüísticas: sentido y referencia. Está
generalmente admitido que el análisis de los nombres propios tiene una función paradigmática. La
relación entre un nombre y su portador es el prototipo de la relación de referencia. El análisis
fregeano parte de la comparación de pares a enunciados.
- Para reconocer la verdad de (i) no se precisa de ningún conocimiento acerca del mundo; cualquier
enunciado de estructura similar, formado por dos términos singulares unidos por la cópula «es»,
puede ser reconocido como verdadero por cualquier hablante competente del castellano, es válido a
priori.
La diferencia entre (i) y (ii) se deriva, del hecho de que a pesar de tener la misma referencia, tienen
diferente sentido. Russell llamó descripciones definidas a las expresiones como «El autor de la
Ética a Nicómaco». Se trata de descripciones de un objeto particular que permiten identificarlo de
manera unívoca en la realidad extralingüística. Frege llama «nombre propios» a las descripciones
definidas y «verdaderos nombres propios» a los nombres propios en el sentido usual de la
expresión.
Usaremos referente para aludir al objeto designado, y referencia para hablar de la relación entre la
expresión lingüística y el objeto.
- De las descripciones definidas Frege afirma que su sentido lo comprende todo hablante
competente en el lenguaje. «El actual presidente del gobierno», podemos apreciar cómo cualquier
hablante competente del castellano puede entender una oración que la contenga, por ejemplo «El
actual presidente del gobierno está de viaje».
1) Frege precisa la relación entre una expresión lingüística, su sentido y su referencia de
diversas maneras: en primer lugar, es preciso tener en cuenta que en la semántica fregeana a
un objeto/individuo le pueden corresponder varios signos, es decir, algo puede tener más de
un nombre: así, Cicerón era también conocido como Tulio.
Cada uno de los sentidos que una persona asocia al nombre propio de «Aristóteles» le proporciona
un criterio para poder identificar el referente. El sentido ha actuado como un medio para identificar
el referente, como una vía para llegar a a referencia.
Si sustituimos «El maestro de Alejandro Magno» por «El filósofo originario de Estagira», la
referencia de (iii) no cambiará.
La respuesta que se impone es: el valor de verdad. Tanto (iii) como (iv) son verdaderos. En la teoría
fregeana, la referencia de un enunciado es su valor de verdad.1
Este resultado era previsible: si el sentido de un enunciado depende del sentido de sus componentes,
al sustituir una expresión por otra de diferente sentido cambia el sentido total del enunciado.
Al igual que ocurría con los nombres propios, algunos enunciados con sentido pueden carecer de
referencia:
El enunciado «Ulises fue dejado en Ítaca profundamente dormido» tiene evidentemente un sentido. Pero,
como es dudoso que el nombre «Ulises» que aparece en él tenga una referencia, también es dudoso que lo
tenga el enunciado entero.
La tesis de Frege es que este tipo de enunciados no pueden considerarse ni verdaderos ni falsos. La
referencia de los enunciados, su verdad o falsedad, sólo importa en aquellos contextos en los cuales
lo que está en juego es la validez del conocimiento representado en nuestros enunciados o teorías.
«Es la búsqueda de la verdad lo que nos incita a avanzar del sentido a la referencia». En los
contextos en los que no se vincula una pretensión de validez a los enunciados, como en la poesía, lo
único relevante es, por supuesto, el sentido.
3. Sentido y comunicación
1 En este contexto dejamos de lado la tesis de que los enunciados vienen a ser nombres complejos de los valores de
verdad que son concebidos como objetos.
Cómo es posible la comunicación entre hablantes competentes en un lenguaje. Éste es sin duda uno
de los puntos débiles de la teoría fregeana. El primer elemento a tener en cuenta es la oposición
frontal de Frege a las explicaciones de índole psicologista en el ámbito de la lógica y de las
matemáticas. En su opinión, para preservar la objetividad de la lógica y de la verdad es preciso
concebir los pensamientos como entidades objetivas, independientes de la mente, de lo contrario la
única alternativa que le parece plausible es una explicación del pensamiento en términos de
procesos psciológicos privados, convirtiéndose las leyes de la lógica en principios rectores del
pensamiento fáctico y no del pensamiento racional. Esta misma actitud es mantenida por Frege en
sus análisis del lenguaje natural.
Las representaciones no son aptas explicar el carácter intersubjetivo del significado. Esta función
sólo la pueden desempeñar los sentidos que, por su carácter objetivo, pertenecen al ámbito de lo
público. Los pensamientos tienen una existencia objetiva omnitemporal y se diferencian tanto de las
representaciones subjetivas de los individuos como de las cosas del mundo exterior.
Para Frege, la oración es la unidad semántica fundamental por ser la unidad lingüística mínima que
necesitamos para comunicar algo. La comunicación es concebida como comunicación de
pensamientos. Según la teoría fregeana, ambos interlocutores «captan» el mismo pensamiento
objetivo. Ahora bien, ¿cómo puede saberse si se trata o no del mismo pensamiento? Aunque Frege
intuye esta dificultad, no tiene respuesta para ella. De modo que, como muy bien expresa Valdés,
«lo que empezaba siendo una explicación natural de la comunicación acaba en solipsismo
lingüístico».
Hilary Putnam afirma que la disputa platonismo/psciologismo en teoría del signfiicado es «una
tempestad en un vaso de agua». Para que la comunicación sea posible, dos individuos tienen que
captar la misma entidad objetivo.
(i) En el polo sur de la Luna se halla el cráter Aitken de unos 13 kilómetros de profundidad.
Si la comunicación de este pensamiento entre dos personas A y B tiene éxito es porque ambas han
«captado» P y se encuentran en el estado psicológico que podríamos describir como «saber que P, y
si dos personas pueden estar en el mismo tipo de estado psicológico éste puede ser considerado
como público, y se puede diferenciar de las representaciones individuales.
4. Composicionalidad y contexto
El principio fregeano según el cual («el significado de las palabras debe ser buscado en el contexto
de todo el enunciado, nunca en las palabras aisladas») es calificado por Dummett como el aserto
filosófico más importante de este autor.
También el análisis que hace Russell de las descripciones definidas está determinado, como
veremos más adelante, por la primacía del enunciado sobre las palabras. En una primera
aproximación, esta tesis no parece ajustarse a nuestras intuiciones, ya que parece incontestable que
entendemos una oración porque entendemos las palabras que la componen. Entiendo la oración «El
libro está sobre la mesa», en parte porque conozco el significado el significado de las palabras
«libro» y «mesa», y este conocimiento me capacita para entender cualquier oración de idéntica
estructura de la que estas palabras entren a formar parte, con tal de que conozca el resto de las
palabras, por ejemplo «El libro está sobre la silla»,
La productividad del lenguaje: a partir de unos medios finitos, palabras y estructuras gramaticales,
un hablante competente en un lenguaje es capaz de emitir y entender un número infinito de
oraciones. Frege da cuenta de esta característica del lenguaje incorporando a su semántica lo que se
conoce como principio de composicionalidad. De acuerdo con este principio, el sentido y la
referencia de una expresión compleja dependen del sentido y la referencia de sus componentes.
La contribución del nombre propio «El Micalet» a las condiciones de verdad (significado) de la
oración consiste, como la de todos los nombres propios, en incorporar el modo de presentación del
referente al contenido de la oración. No podemos captar el significado de una palabra sin una
referencia al modo como puede usarse para formar oraciones, aunque podamos entender la palabra
aisladamente.
Siguiendo con los nombres propios, para entender su contribución al contenido de una oración
necesitamos conocer dos cosas:
1. Cómo se pueden usar los nombres propios, es decir, la regla general que rige el uso de las
expresiones de esa categoría.
2. Qué significa el término concreto de que se trate, en nuestro ejemplo «El Micalet», como
distinto a las expresiones de la misma categoría, digamos «La Giralda» o «Felipe
González».
Por lo que se refiere al reconocimiento por parte de un hablante competente concreto del significado
de una oración particular, caso del hablante C respecto de la oración (i), el sentido de las palabras
tiene prioridad sobre el sentido de la oración. Una vez conocido el significado («La torre de la
catedral de Valencia») de la única palabra de la oración (i) desconocida para él («El Micalet»), el
hablante C está en condiciones de conocer el significado de (i). Es en este sentido en el que se
puede afirmar que el significado de una oración particular se deriva del significado de las palabras
que la componen y de su estructura. Ahora bien, cuando se trata de dar una explicación general
acerca de la significación de una expresión lingüística, la prioridad es de las oraciones.
Entender el sentido de una oración es conocer las condiciones de verdad de esa oración. Entender el
significado de las palabras consiste en entender de qué modo pueden entrar a formar parte de
oraciones y cómo determinan sus condiciones de verdad.
Frege distinguía entre nombres propios como «El autor de la Ética a Nicómaco» y auténticos
nombres propios como «Aristóteles». La significatividad de estos últimos dependía finalmente de
su asociación con expresiones del primer tipo que constituían su sentido. Russell va a asimilar
ambos tipos de expresiones. Los nombres propios son meras abreviaturas de descripciones definidas
y han de ser analizados como estas últimas. Cuestionará que se trate de expresiones referenciales, es
decir, de expresiones cuya función sea incorporar al contenido de la oración un objeto particular.
En ambos casos, es precios que conozcamos el referente del término singular para entender la
oración, no en el sentido de entender el significado lingüístico, sino en el sentido de comprender
qué información concreta está transmitiendo el hablante a su audiencia. Para entender esa
información, es imprescindible saber de qué mesa concreta se está hablando, es decir, conocer la
referencia del término singular.
(c) Osuto Yumi pasó por Tasai.
(c1) Un político de nombre «Osuto Yumi» visitó una universidad llamada «Tasai».
(c2) Un huracán llamado «Osuto Yumi» pasó por una isla llamada «Tasai».
(c3) Un cometa denominado «Osuto Yumi» atravesñi una zona espacial denominada «Tasai».
Los ejemplos (a), (b) y (c) ponen de manifiesto que sólo podemos entender una oración en la que
intervienen términos referenciales si conocemos algo acerca del referente de los mismos.
Recordemos que los términos referenciales son aquellos que tienen como función designar a un
individuo u objeto concreto de la realidad extralingüística, de modo que su contribución al
contenido de las oraciones en las que aparecen consiste en incorporar a dicho individuo u objeto al
discurso.
Hay un tipo de oraciones que, al menos aparentemente, versan sobre un particular concreto y que,
sin embargo, podemos entender sin saber de qué individuo se trata: son aquellas oraciones en las
que figura en posición de sujeto una descripción definida del tipo: «El primer alumno que se
matriculó este curso.» Cuando hablamos del «primer alumno que se matriculó este curso» parece
evidente que esta expresión se refiere a un alumno concreto cuyos nombres y apellidos podemos
conocer. Aparentemente tendría una función similar a la de un nombre propio; sin embargo, las
diferencias son importantes.
Un hablante competente que no conozca a la primera alumna que se matriculó este curso puede
entender perfectamente la oración.
(e) La primer persona que pase por este control en el año 2030 recibirá un premio.
Aunque nadie conoce, ni puede conocer, la identidad de la persona en cuestión, el solo dominio del
idioma castellano es suficiente para la comprensión de la oración. En el caso de las oraciones (a),
(b) y (c) es necesario un conocimiento adicional al mero conocimiento del lenguaje, a saber, algún
conocimiento del referente de los términos singulares, para captar la información que pretenden
transmitir. En los casos (d) y (e) sólo es necesario el conocimiento del lenguaje para la comprensión
de su contenido, a pesar de que una persona concreta es la alumna que se ha matriculado la primera
este curso, y una persona concreta será la primera en pasar por un determinado control en el año
2030. Este hecho es el que sugiere que las descripciones definidas no funcionan como términos
referenciales cuya misión sea la de incorporar al contenido de una oración a un objeto concreto,
sino que tienen una contribución más compleja que Russell analizó en su famosa teoría de las
descripciones definidas.
6. Lenguaje y clasificación
Para entender el análisis de Russell de las descripciones definidas es preciso conocer el papel de las
expresiones conocidas en lógica como «cuantificadores» («algún», «ninguno», «todos», «al menos
un»).
Es evidente que la oración no versa sobre un alumno concreto; no está hablando de la alumna S.F.
que obtendrá la beca unos meses más tarde; difícilmente podría ser así, puesto que ni siquiera se
conoce su identidad en el momento de la emisión de (iii).
En lógica cuantificional, se utiliza el símbolo «V» para representar el cuantificador «Existe un (al
menos un)…». Este operador, conjuntamente con el resto de símbolos de la lógica de primer orden,
nos permite formalizar enunciados en los que se habla de algún/os miembro/s pertenecientes a un
determinado conjunto. En el caso de (iii), la formalización sería: Vx (Ax & Bx), que se lee «Existe
al menos un x tal que x es alumno y x obtendrá una beca».
Cuando se quiere hablar de la totalidad de los miembros de un conjunto se utiliza el operador « ∧»,
que se lee «Todos…». Para formalizar el enunciado «Todos los alumnos están considerados como
candidatos» utilizaríamos: ∧x (Ax → Cx), que se lee «Para todo x, si x es alumno entonces x es
candidato». En ninguno de los dos casos es preciso explicitar que se trata de alumnos del grupo A,
puesto que el contexto permite dar por supuesto que se conoce el conjunto al que pertenecen los
individuos a los que se alude (es lo que se conoce en lógica como universo de discurso).
→ Esta forma de representar el contenido de las oraciones en las que intervienen cuantificadores
tiene su origen en Frege, como tantos otros aspectos de la moderna lógica simbólica. El punto de
partida consiste en cuestionar que la estructura gramatical de oraciones como
La forma lógica de enunciados como (1) y (2) sería similar a los casos que hemos visto:
(1’) ∧x (Tx → Sx), que se lee «Para todo x, si x es un tigre, entonces x es solitario», y
(2’) Vx (Px & Vx), que se lee «Existe al menos un x tal que x es pintor y x es vegetariano».
En ningún caso se puede considerar que lo que aprende es que, aquellas cosas que tienen la
propiedad de ser tortugas y la propiedad de ser marinas, tienen además la propiedad de existir.
La teoría russelliana de las descripciones definidas puede clasificar problemas que deben su
complejidad a la imprecisión del propio lenguaje natural. El punto de partida de esta teoría también
consiste en poner en cuestión que la estructura gramatical de cierto tipo de enunciados se
corresponda con su estructura lógica. Ante una oración como:
Se tiende de modo natural a interpretarla como un enunciado en el cual el sujeto gramatical, «la
actual reina de Inglaterra», funciona también semánticamente como tal, es decir, se piensa que la
contribución del sujeto al contenido de la oración consiste en identificar el referente acerca del cual
se produce la predicación. De este modo, si utilizamos la letra a para simbolizar la actual reina de
Inglaterra y la letra R para simbolizar el predicado «ser rica», su contenido se representaría como:
(P ) a es R.
El análisis correcto de (f) debe poner de manifiesto que el sujeto gramatical no funciona
lógicamente como tal. El contenido de (f) es equivalente, según Russell, a la conjunción de las tres
oraciones siguientes:
Tomadas conjuntamente (f1), (f2) y (f3), definen el contenido de f. Según este análisis, el
comportamiento semántico del sujeto gramatical, «la actual reina de Inglaterra», no es comparable
al de un nombre propio concebido como un símbolo que está por el referente y cuya función es
incorporar ese referente al contenido de la oración. Cuando una expresión de este tipo figura en
posición de sujeto gramatical, funciona como un símbolo incompleto que carece de significado
autónomo, adquiriéndolo en el contexto de las oraciones de las que forma parte.
El análisis de Russell está motivado por su insatisfacción ante la solución de Frege respecto de los
enunciados que tienen en posición de sujeto nombres vacuos. Recordemos que Frege considera que
los enunciados de ese tipo carecen de valor de verdad, a pesar de ser significativos . Su análisis del
contenido semántico en términos de sentido y referencia le exige asignares una referencia y optará
por la clase vacía. Esta solución le parece a Russell «puramente artificial y no facilita un análisis
riguroso de la cuestión». En opinión de Russell, la asignación de valores de verdad a enunciados
como «El actual rey de Francia es calvo», viene posibilitada por el hecho de que la descripción
definida no tiene como función la de designar a un determinado individuo. Se trata de abandonar la
idea de que el referente es el que entra en juego a la hora de determinar el valor de verdad del
enunciado. El hecho de que no exista ningún individuo que sea el rey de Francia deja así de tener
las implicaciones que condicionaron la solución fregeana. Aisladamente la descripción definida
carece de significado y su contribución al significado de la oración se explica a través de un
análisis.
«El actual rey de Francia es calvo» (g) es, por tanto, equivalente a la conjunción de las oraciones:
Una conjunción es verdadera cuando lo son todos y cada uno de sus miembros; la evidente falsedad
de (g1) es suficiente para establecer la falsedad de la conjunción y, por tanto, de (g).
En opinión de Frege, la existencia del individuo al que se refiere un término singular es algo que se
supone al usar el término, no algo que se afirma:
Cuando se afirma algo, siempre es evidente la suposición previa de que los nombres propios utilizados, ya sean
simples o compuestos, tienen una referencia. Así pues, si se afirma «Kepler murió en la miseria», se presupone
con ello que el nombre «Kepler» designa algo; pero por esto, sin embargo, en el sentido del enunciado «Kepler
murió en la miseria», no está contenido el pensamiento de que el nombre «Kepler» designa algo.
Recordemos que, para Russell, el nombre propio «Kepler» funciona como mera abreviatura de las
descripciones definidas sobre su referente, y su funcionamiento se explica del mismo modo que las
descripciones definidas. Al excluir las descripciones definidas de la categoría de los términos cuya
función es la de designar un particular, Russell puede ofrecer la interpretación que acabamos de ver
acerca de la existencia del individuo denotado por la descripción definida.
La propuesta de Russell permite salvaguardar la aplicación del principio de tercio excluso a los
enunciados del tipo que estamos tratando. Dicho principio establece que un enunciado, bien es
verdadero o lo es su negación. De acuerdo con la solución fregeana, dado un enunciado que
contiene como sujeto una descripción definida «vacua», tanto ese enunciado como su negación
carecen de valor de verdad. El análisis de Russell permite, como hemos visto, considerar falsos ese
tipo de enunciados.
nos parece que «El actual presidente de Estados Unidos» señala a la persona de Bill Clinton, y que
resulta sensato hablar de una relación de referencia entre la descripción definida y el individuo
llamado Bill Clinton. Russell habla en este caso de denotación:
si «C» es una expresión denotativa, será posible que haya una entidad x (no podrá haber más que una) respecto de
la cual sea verdadera la proposición «x es idéntica a C». Podemos decir entonces que la entidad x constituye la
denotación de la expresión «C».
Es decir, el individuo Bill Clinton es la denotación de «El actual presidente de Estados Unidos»;
pero, como la descripción definida no es un término referencial, su función no es la de incorporar
un individuo particular al contenido de una oración. La descripción definida tiene un significado tal
que contribuye a determinar el valor de verdad de la proposición expresada por (a), y como
resultado de la verdad de esta proposición puede decirse que denota a Bill Clinton.
En el caso de Russell, si existe una persona – y sólo una- que se ajusta a la descripción de ser el
actual presidente de Estados Unidos y de la que se puede decir con verdad que es aficionado al jazz,
entonces (a) será verdadero y, consecuentemente, «El actual presidente de Estados Unidos»
denotará a Bill Clinton. En el caso de Frege, (a) es verdadero si se puede predicar con verdad de
Bill Clinton (referente de la descripción definida) que es aficionado al jazz.
Las descripciones definidas han quedado excluidas de la categoría de expresiones referenciales. Sin
embargo, Russell defiende la viabilidad de un nombrar genuino: el que viene posibilitado por el uso
de lo que llama nombres lógicamente propios. Para entender esta teoría, es preciso remitirse a las
tesis metafísicas y epistemológicas que la sustentan.
Las únicas palabras de que nos servimos como nombres, en el sentido lógico del término, son palabras como
«esto» o «aquello». Podremos hacer uso de «esto» como de un nombre referido a algún particular directamente
conocido en ese instante. Supongan que decimos «Esto es blanco». Si convienen en que «esto es blanco»
refiriéndose al «esto» que ven ustedes, estarán usando «esto» como un nombre propio. Se trata de un nombre
propio ambiguo, mas n por ello es menos auténtico que un auténtico nombre propio.
Veamos cómo se justifica esta pretensión de Russell según la cual sólo el pronombre demostrativo
neutro usado por el hablante para referirse a un dato sensorial en presencia de aquello que lo
provoca es un nombre propio en sentido lógico. De acuerdo con el sentido común, un nombre
propio es una palabra que sirve para referirse a un particular. Ahora bien, si se cuestiona que las
cosas que se consideran como particulares desde el punto de vista del sentido común sean tales, y se
conciben como entidades complejas, mientras se mantiene la definición de los nombres propios
como «palabras que se refieren a particulares», cambiarán el tipo de expresiones que pueden
clasificarse como nombres propios. Éste es el punto de partida de la teoría de Russell, y, por
supuesto, no se trata de una pura cuestión terminológica, sino de la consecuencia de tesis
metafísicas y epistemológicas que examinaremos más adelante. Russell define los particulares como
«términos de relaciones de los hechos atómicos».
Es decir, «esto» tiene como referente el dato sensorial percibido por el hablante mientas contempla
el trozo de tiza, y este dato sensorial es un particular. Los particulares son privados y
evanescentes, difieren de un individuo a otro y sólo persisten lo que dura la experiencia del sujeto.
Russell funda su epistemología sobre la distinción entre el conocimiento directo y el conocimiento
por referencia (o descripción):
Diremos que tenemos conocimiento directo de algo cuando sabemos directamente de ello, sin el intermediario de
ningún proceso de inferencia ni de ningún conocimiento de verdades. Mi conocimiento de la mesa es obtenido a
través del conocimiento directo de los datos de los sentidos que constituyen la apariencia de la mesa. Mi
conocimiento de la mesa es de la clase que denominaremos «conocimiento por referencia». La mesa es «el objeto
físico que causa tales y cuales datos de los sentidos». Así se describe la mesa por medio de los datos de los
sentidos.
Aquí tenemos la clave de cómo se articulan los aspectos semánticos y epistemológicos de la teoría:
sólo se puede nombrar un particular; no es posible nombrar nada de lo que no se tenga
conocimiento directo; conocemos directamente los datos de los sentidos y éstos son los particulares
que podemos nombrar. Nombrar algo viene a ser equivalente a señalarlo mediante un signo
lingüístico, siendo la relación entre el nombre y su portador directa, pues el nombre, en su mera
calidad de signo, es suficiente para identificar al referente. A una entidad compleja «construida» a
partir de particulares (datos sensoriales) resulta imposible nombrarla, puesto que sólo somos
capaces de identificarla merced a las verdades, descripciones, que conocemos acerca de ella, se
tratará de «aquella entidad que tiene tales y tales características». Si decido poner un nombre propio
a la mesa de mi estudio, digamos «Frida», lo único que conseguiré será poder aludir a ella de
manera más breve, funcionará como una descripción definida abreviada. No identificamos el
referente porque un signo lingüístico nos lo señala, sino porque se ajusta a las descripciones que
sabemos acerca de él. Así es cómo funcionan, en opinión de Russell, lo que consideramos nombres
propios desde un punto de vista gramatical.
De este modo, mientras que para Frege conseguimos nombrar entidades particulares gracias a la
mediación del contenido descriptivo asociado al nombre [En Frege un nombre es una descripción
definida semánticamente], para Russell esa mediación imposibilita tanto el que se pueda seguir
hablando de particulares, como el que se pueda seguir considerando la relación entre el signo y la
entidad como una relación de nombrar.
La categoría de los nombres propios queda reducida a los pronombres demostrativos neutros usados
por el hablante para designar sus datos sensoriales cuando los está experimentando. Ninguna
información acerca del referente está asociada al nombre propio en sentido lógico, su función es
exclusivamente la de estar por el referente.
Strawson supone una vuelta al planteamiento fregeano del problema. Defiende que la existencia del
referente de una descripción definida en posición de sujeto gramatical no es algo que se afirma, sino
que se presupone. Strawson rechaza el punto de partida de las tesis de Russell: ni acepta que los
nombres lógicamente propios sean expresiones referenciales singularizadoras, ni considera
satisfactorio el análisis de las descripciones definidas proporcionado por este autor.
El caso de las descripciones definidas es paralelo al de las oraciones. La descripción definida «El
presidente del gobierno» tendría, en 1992, un uso diferente, designar a Felipe González , del que
tendría en 1997, designar a José María Aznar.
El error de Russel radica en atribuir a las oraciones y descripciones definidas características que
pertenecen al uso de las mismas. Mientras que Russell argumenta a favor de la asignación de
valores de verdad a las oraciones que tienen una descripción definida como sujeto, Strawson
defiende que esto es algo que sólo se puede plantear respecto de un uso particular de una oración.
Es decir, la oración (i) usada como ejemplo en un relato de ficción no es ni verdadera ni falsa, pero
usada para hablar de Felipe González es verdadera o falsa. Tan sólo caben usos de una oración para
hablar acerca de una persona concreta. Respecto de las descripciones definidas: una expresión de
este tipo no hace referencia ni menciona a una persona particular por sí misma, sino que se usa para
mencionar a alguien cuando es el sujeto de una oración que se usa para hablar acerca de una
persona concreta. El error de Russell habría consistido en atribuir a las oraciones y descripciones
definidas propiedades que sólo se puede atribuir a los usos de las mismas.
vendría dado por la conjunción de 1) hay una persona que es presidenta de…, 2) hay una sola
persona que es presidenta de…, y 3) esa persona es bilingüe. Según Strawson, cuando un hablante
usa (ii) para hablar acerca de una mujer particular, las condiciones que han de darse para que su
aserción sea verdadera vienen especificadas por 1), 2) y 3). Pero dar el significado de (ii) es explicar
cómo puede usarse para hacer una aserción verdadera; algo así como: «Si las universidades del
Estado español cuentan con una comisión para la prevención de la discriminación sexual en la
universidad dotada de una presidenta unipersonal, una mujer ocupa el cargo de presidenta, y dicha
mujer es bilingüe, el hablante podrá describir esta situación utilizando la oración (ii).»
La respuesta de un oyente sería «Eso no es verdad». De acuerdo con Russell, si en la actualidad una
persona afirma, con pretensión de validez, «El rey de Francia es sabio», está emitiendo un
enunciado falso. En este punto, Strawson apela a nuestras intuiciones lingüísticas para oponerse a
Russell. No parece, en su opinión, que respecto del enunciado «El rey de Francia es sabio» la
respuesta obvia sea «Eso es falso», sino más bien algo como «Pero, ¡si no hay rey de Francia!, ¿de
qué hablas?». Esto pone de manifiesto que la aseveración, con pretensión de validez, del enunciado
en cuestión, es una evidencia de que el hablante cree que hay un rey en Francia:
Decir «El rey de Francia es sabio» es implicar. «Implica» no equivale a «entraña» (o implica lógicamente). «No
hay ningún rey de Francia», no diríamos ciertamente que estábamos contradiciendo el enunciado de que el rey de
Francia es sabio. 2
El primer punto a destacar en la cita es que si la relación entre «El rey de Francia es sabio» y «Hay
rey de Francia» fuera de implicación lógica, la afirmación «No hay rey de Francia» se interpretaría
como una negación de «El rey de Francia es sabio».
Si la relación entre «El rey de Francia es sabio» y «Hay un rey de Francia» fuera de implicación
lógica, la afirmación de la negación del consecuente «No hay rey de Francia» tendría como
consecuencia que se hiciera evidente la falsedad del antecedente; es decir, el enunciado «Es falso
que el rey de Francia es sabio». El que ésta no sea la interpretación más acorde con nuestras
intuiciones lingüísticas pone de relieve que no estamos ante una implicación lógica. «El rey de
Francia es sabio» supone que hay un rey de Francia. Al replicar el oyente «No hay un rey de
Francia» está «dando una razón para decir que la cuestión de si es verdadero o falso no se plantea»;
está señalando que no se cumple el supuesto o requisito necesario (existencia del rey de Francia)
para que quepa afirmar con pretensión de validez que el rey de Francia es sabio.
El argumento que esgrime Strawson contra la teoría russelliana de los nombres lógicamente propios
es el siguiente:
Supongamos que tiendo mis manos hacia alguien, poniéndolas cuidadosamente en forma de copa, y diciéndole a
la vez que lo hago: «Esto es un rojo hermoso». Él, al mirar mis manos y no ver nada en ellas, puede decir: «¿Qué
es? , ¿de qué estás hablando?» O quizás: «¡Pero si no hay nada en tus manos!» Sería absurdo decir que al emitir
«¡Pero si no hay nada en tus manos!» estuviera negando o contradiciendo lo que dije. De esta manera, «esto» no
es una descripción disfrazada en el sentido de Russell. Ni es un nombre lógicamente propio. Porque es necesario
saber lo que significa la oración para reaccionar de esa manera ante su emisión.
Strawson defiende que en la oración «Esto es un rojo hermoso» el pronombre demostrativo «esto»
no puede ser analizado en términos russellianos por dos motivos:
1) No se trata de una descripción disfrazada, puesto que «¡Pero si no hay nada en tus manos!»,
no puede interpretarse como una negación de «Esto es un rojo hermoso».
Estas dos alternativas agotan todas las posibilidades puesto que para Russell las únicas expresiones
referenciales singulizadoras genuinas son los nombres lógicamente propios; el esto sólo aparece
como tal al nivel de la gramática superficial, tratándose realmente de descripciones disfrazadas.
Al afirmar «Esto es un rojo hermoso», parte de la información transmitida por el hablante y que el
oyente recibe es «Hay algo en mis manos». Siendo esto así, si estamos de acuerdo en que, en la
situación propuesta por Strawson, la reacción natural del oyente sea exclamar «¡Pero si no hay nada
en tus manos!», ésta debería interpretarse espontáneamente como la negación de «Esto es un rojo
hermoso». Sin embargo, no parece que sean ésas nuestras intuiciones lingüísticas, de ahí la
afirmación de Strawson: «Desde luego sería absurdo decir que al emitir “¡Pero si no hay nada en tus
manos!”, estuviera negando o contradiciendo lo que dije. De esta manera, “esto” no es una
descripción disfrazada en el sentido de Russell.»
Donnellan argumenta a favor de la distinción entre dos usos de las descripciones definidas:
referencial y atributivo. Quiere mostrar cómo una misma descripción definida, en una misma
oración, puede funcionar atributiva o referencialmente dependiendo del contexto de uso.
Consideremos la oración:
En este caso, «El asesino de Samuel Gandhi» está usado atributivamente ya que el hablante dice
algo («está loco») acerca del individuo que se ajusta a la descripción definida, y supone que alguien
responde a la descripción. Supongamos ahora una situación (en adelante caso R) en la que el
principal sospechoso del asesinato de Samuel Gandhi, Primitivo Killer, está siendo juzgado y
exhibe una conducta particularmente extraña. Uno de los asistentes al juicio le comenta a quien
tiene a su lado: «El asesino de Samuel Gandhi está loco.» Este caso ejemplifica lo que se entiende
por uso referencial de una descripción definida. Aquí la descripción definida es simplemente un
recurso que utiliza el hablante para que la audiencia identifique al individuo de quien está hablando.
Cualquier otro recurso: «Primitivo Killer», «El señor del jersey rojo», podría servir para los mismos
propósitos, cosa que no ocurre en el uso atributivo, en el que es esencial que el individuo de quien
se habla sea, efectivamente, el asesino de Samuel Gandhi. En el uso atributivo no se habla acerca de
una persona concreta; en el uso referencial se habla de Primitivo Killer.
Supongamos ahora que Samuel Gandhi no fue asesinado, sino que se suicidó. En el caso A, puesto
que la locura se predicaba del asesino, si éste no existe, no se puede decir que se haya llevado a
cabo la predicación ni que se haya dicho algo verdadero. En el caso R, dado que la descripción
definida es un mero recurso para identificar a Primitivo Killer, es posible afirmar que se ha dicho
algo («está loco»), susceptible de ser evaluado como verdadero o falso.
El análisis de Donnellan pone de manifiesto que el uso referencial de las descripciones definidas
ofrece características no recogidas en el planteamiento strawsoniano, en el caso de las descripciones
definidas vacuas: aunque ningún particular se ajuste a la descripción es posible referirse a algo al
usarla, y es posible decir algo verdadero o falso acerca del referente. Este último problema merece
ser considerado con cierto detenimiento. Donnellan recoge un ejemplo de Linsky para discutir esta
posibilidad de decir algo verdadero de alguien usando referencialmente una descripción definida
vacua.
(2’) El marido de Fermina Vargas, quienquiera que sea, es cariñoso con ella.
En este caso, podremos afirmar que (2) es falso o que carece de valor de verdad, según nuestras
preferencias estén con Russell o Strawson.
Veamos ahora el caso de un uso referencial de (2). Supongamos que al ver a Fermina Vargas
acompañada de Harrison Lover, que se comporta de un modo manifiestamente cariñoso con ella, H
le comenta a O, «Su marido es cariñoso con ella». Harrison Lover no es el marido de Fermina
Vargas, sino un buen amigo con el que mantiene una relación sentimental. Sin embargo, O, tanto si
conoce como si no el estado civil de Fermina Vargas, ha entendido perfectamente que H está
diciendo que Harrison Lover es cariñoso con Fermina Vargas. Ahora bien, a dificultad estriba en
combinar la intuición de que mediante el uso de una descripción definida vacua («Su marido») se
designa a una individuo («Harrison Lover») y se dice algo verdadero de él («es cariñoso con
Fermina Vargas»), con el hecho de que, estrictamente hablando, no se puede considerar que el
enunciado emitido por H («Su marido es cariñoso con ella») sea verdadero. Donnellan no ofrece
ninguna propuesta de solución, limitándose a señalar la dificultad.
Se trata de críticas fundadas en análisis semánticos que concuerdan de una manera importante con
nuestras intuiciones y que por eso mismo resultan, en general, convincentes. Strawson como
Donnellan se mueven en la dirección impulsada por el segundo Wittgenstein y cuyo lema es el de
«No pregunte por el significado, pregunte por el uso».
Kripke va a cuestionar que se deriven las consecuencias que pretende; más concretamente, se va a
limitar a la pregunta de si el análisis de Donnellan invalida el de Russell.
Imaginemos ahora que Fermina Vargas no está soltera, sino que está casada con Sylvester Casado,
que se comporta con ella de un modo cruel. Tanto el enfoque russelliano como el fregeano
considerarían el enunciado (i) como falso, puesto que se interpretaría como un enunciado acerca de
Sylvester Casado. Se asignaría, pues, el valor de verdad «falso» al enunciado (i) en base a la
crueldad de Sylvester Casado, cuando nadie en el diálogo estaba hablando de él. Donnellan
pretende que su distinción entre uso referencial y atributivo permite un tratamiento satisfactorio de
esta cuestión. Puede concedérsele a Donnellan que el hablante ha conseguido referirse a Harrison
Lover, y ha dicho de él que es cariñoso con Fermina Vargas, pero Donnellan elude la pregunta
fundamental: en estas circunstancias, ¿es el enunciado (i) verdadero? Parece bastante implausible
pretender que al emitir «Su marido es cariñoso con ella», el hablante ha expresado una verdad si lo
que creemos es que su marido es cruel con ella. Donnellan podría pretender legítimamente haber
refutado a Russell si hubiera demostrado que (i) tiene unas condiciones de verdad distintas de las
russellianas.
No son los «usos», en algún sentido pragmático, sino los sentidos de una oración lo que puede analizarse. Si la
oración no es (sintáctica o) semánticamente ambigua, sólo tiene un análisis, decir que tiene dos análisis distintos
es atribuirle una ambigüedad sintáctica o semántica.
Según Kripke los usos de una oración no son susceptibles de análisis; el sentido de una oración,
considerado como el contenido de la misma en función de las convenciones lingüísticas, cuya
explicación compete estrictamente a la semántica, es lo único que puede ser analizado, y esto es lo
que hizo Russell. Lo que Kripke va a mostrar es que esa diferenciación de funciones, atributiva y
referencial, no es privativa de las descripciones definidas. Esta dualidad funcional no tiene su origen
en ningún tipo de ambigüedad de la categoría de expresiones que la exhiben, sino que se trata de un
tipo de fenómenos en los cuales ciertas características del contexto posibilitan comunicar un
contenido distinto al que estipulan las convenciones lingüísticas y la explicación de este tema
requiere una conceptualización a un nivel mayor de generalidad.
Kripke utiliza el término «designador» como un término que abarca a nombres propios y a
descripciones definidas. El referente semántico de un designador será aquel que determinan las
convenciones lingüísticas. En el ejemplo anterior, el referente semántico de la descripción definida
«El marido de Fermina Vargas» es Sylvester Casado. Junto a este referente semántico, Kripke sitúa
lo que denomina referente del hablante, que define de la manera siguiente:
Podemos definir de modo aproximado el referente del hablante de un designador como el objeto acerca del cual el
hablante desea hablar, en una ocasión dada, y respecto del cual cree que cumple las condiciones para ser el
referente semántico del designador. El referente del hablante es la cosa a la que el hablante se refiere mediante el
designador, aunque pueda no ser el referente del designador en su idiolecto.
Este uso referencial, conseguido por la vía de la utilización de expresiones lingüísticas con un
significado fijado convencionalmente para transmitir una información distinta, merced a los efectos
de ciertas características del contexto de emisión, no es algo que sólo puedan hacer las
descripciones definidas. Es evidente que en el lenguaje de los participantes en el diálogo, el
referente de «Violeta» es Violeta Iron, y no Irene Fuster. Sin embargo, en esta situación, se han
referido, han designado a Irene Fuster, y el segundo participante ha dicho algo verdadero de ella.
Violeta Iron es el referente semántico; Irene Fuster el referente del hablante.
Los hablante competentes de una lengua tienen la intención general de usar los designadores de
acuerdo con su referencia semántica. En una situación concreta, un hablante tiene la intención
específica de referirse a un objeto determinado, esto determinará el referente del hablante. Se
pueden distinguir dos casos en los cuales el hablante cree que su intención específica coincide con
su intención general. El hablante, en una situación concreta, tiene la intención específica de referirse
al referente semántico, es decir, usar «Violeta Iron» para hablar de Violeta Iron. En el caso más
complejo, la intención específica no coincide con la general, pero el hablante piensa que ambas
determinan el mismo referente.
Su intención general sigue siendo la de utilizar «Violeta Iron» para hablar de Violeta Iron y su
intención específica es la de referirse a la mujer que se encuentra a cierta distancia cambiando la
rueda del coche y que ella cree que es Violeta Iron. La conclusión de Kripke es que el uso atributivo
de Donnellan ejemplifica el caso simple, y el uso referencial el complejo. No se trata de algo
privativo, de las descripciones definidas, sino que se da también en el uso de los nombres propios.
Kripke consigue formular de modo más preciso: nuestra teoría del lenguaje necesita complementar
el estudio de la dimensión semántica con el de la dimensión pragmática.
Tanto las críticas de Strawson como las de Donnellan representan aportaciones teóricas de enorme
interés y han generado discusiones que han resultado sumamente fructíferas. Russell se mantuvo en
un plano estrictamente semántico.
4. Descripciones y contingencia
Searle propone un análisis de los nombres propios que califica de «compromiso entre Frege y Mill»,
es fiel al espíritu fregeano, sólo podemos nombrar objetos particulares en virtud de las
descripciones asociadas a los mismos. La propuesta de Searle es una variante de las teorías
descriptivas de la referencia y su objetivo es el de clarificar cómo ha de concebirse el vínculo entre
el nombre y las descripciones de su portador para hacer más plausible este modelo explicativo.
Para él los nombres propios no abrevian un conjunto definido de descripciones del particular
nombrado, sino que funcionan como «perchas en las que colgar descripciones». Los nombres
propios sirven precisamente para referirse al mismo objeto en distintos momentos temporales, sólo
está justificada su aplicación si el objeto nombrado es el mismo. Se supone que tenemos criterios de
identidad, ligados a las características del objeto, que nos permiten dar por supuesta su continuidad.
Cleopatra se trata de la última reina egipcia de la dinastía ptolemaica, Cleopatra VII; obtuvo el trono
gracias a la ayuda de Julio César; se suicidó en el año 30 a.C. junto a Marco Antonio; quedó
incorporada a la tradición clásica como modelo de mujer inteligente, bella y con grandes dotes para
la política.
Si alguien nos dijera que se ha descubierto que Cleopatra es en realidad Olimpia de Gouges, autora
de la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana (1791), su afirmación nos parecería un
completo absurdo. Ningún dato particular es necesario para poder seguir utilizando el nombre
«Cleopatra», es decir, podríamos seguir utilizándolo aunque se descubriera que la guerra que
sostuvo Cleopatra por el trono no fue en realidad contra su hermano, sino contra su tío, o que en
realidad no se suicidó, sino que murió de un ataque cardíaco. Podemos negar algunas de las
descripciones que conocemos, pero no se pueden negar todas.
Para Frege, las descripciones que constituyen el sentido de un nombre propio vienen a ser una
«definición» de ese nombre, mientras que Searle concibe los nombres propios como «perchas en las
que colgar descripciones».
Para aislar la función referencial de la función descriptiva del lenguaje. Cuando se tratan estos problemas es que
tenemos la institución de los nombres propios para realizar el acto de habla de la referencia. Pero la referencia
nunca aparece en completo aislamiento de la descripción, porque sin descripción alguna la referencia sería
enteramente imposible.
Como puede apreciarse, no se produce una ruptura con el modelo fregeano, puesto que no se
separan las funciones referencial y descriptiva del lenguaje; se trata más bien de dar cuenta de la
articulación de estas dos funciones de modo que, dentro del paradigma fregeano, se pueda hacer
frente a ciertas objeciones.
A una teoría de este tipo, según la cual los nombres propios sólo tienen referencia, la llamaremos
teoría milliana de los nombres propios. De acuerdo con este concepción, en la oración:
El nombre propio «Conchita Martínez» tiene como única función la de representar en el lenguaje a
la tenista con el propósito de hacerla de algún modo presente en el contexto de comunicación, y esto
se consigue en virtud de la asociación directa que existe entre el nombre y la tenista.
(ii) Astérix es barbudo
No puede considerarse significativo, puesto que el nombre propio «Astérix», al carecer de referente,
carece de significado. Sin embargo, el más elemental sentido común nos dice que nos encontramos
ante un enunciado cuyo significado comprendemos perfectamente.
Todos podemos entender este enunciado y reconocerlo como verdadero; sin embargo, para la TM
«Astérix», al carecer de referente en el mundo real, carece de significado. El nombre propio
«Astérix» se encuentra al mismo nivel que un conjunto de sílabas sin sentido, como «Ostarux»; por
tanto, (iii) debería resultarnos incomprensible si la TM estuviera en lo cierto.
Con los enunciados existenciales afirmativos nos encontramos con la otra cara del problema. En el
enunciado:
El mero hecho de que «Susan Sontag» sea significativo, por tener un referente, basta para establecer
la verdad de (iv). Siendo esto así, la TM no puede ofrecer una interpretación satisfactoria de
enunciados como (iv). En las teorías descriptivas, como los nombres propios tienen necesariamente
un sentido, la interpretación de los enunciados existenciales no presenta problemas.
Finalmente, mencionaremos un aspecto del problema de la opacidad referencial relacionado con las
tesis de la TM, y que podemos ilustrar de la manera siguiente: en el enunciado verdadero
no podemos sustituir «Cicerón» por «Tulio», que es otro nombre del mismo personaje, y concluir
Si la TM estuviera en lo cierto, (v) y (vi) tendrían el mismo significado, puesto que en lo único que
se diferencian es en el nombre propio usado para designar a la persona que constituye el significado
de ambos. (v) puede ser verdadero y (vi) falso, es imposible que tengan el mismo significado.
Las teorías descriptivas de la referencia permiten responder de un modo satisfactorio a los
rompecabezas que plantean los nombres propios vacuos, la opacidad referencial, y la ocurrencia de
nombres propios en enunciados existenciales y enunciados de identidad.
En primer lugar, hay que señalar algunas objeciones derivadas de la mera aplicación del sentido
común al examen de nuestras intuiciones semánticas. La teoría del haz de descripciones ofrece a
primera vista una posibilidad de solución. Se hace recaer la determinación del referente sobre el haz
de descripciones.
Determinación del referente: a no ser que la teoría del haz de descripciones defienda que todas las
descripciones, por muy anecdóticas que sean, son igualmente importantes para la determinación del
referente, le es imposible eludir la necesidad de seleccionar entre todas las descripciones posibles
aquellas cuya falsedad implique la no continuidad del referente, y aquellas que resultan
accidentales. No parece posible producir una selección que satisfaga esta exigencia y que no
suponga una vuelta a la formulación fregeana clásica del problema.
El punto clave radica en el tipo de relación que se establece entre el nombre y las descripciones del
referente.
TEMA 3: KRIPKE. TEORÍAS DE LA REFERENCIA DIRECTA
1. Introducción
Cuando se habla de referencia directa se está de alguna manera subrayando el contraste entre este
modelo explicativo y las teorías descriptivas. Se defiende la posibilidad de la referencia como una
relación entre el signo y el objeto, que no viene mediada por ningún tipo de contenido descriptivo.
El conocimiento del hablante no es suficiente, ni necesario, para explicar la referencia.
Tanto Kripke como Putnam, dos autores prominentes de este enfoque teórico, insisten
repetidamente en ese aspecto: lo que se pretende es mostrar que la referencia tiene unos
condicionamientos causales, no que consista en una conexión causal. El lenguaje como institución
social, y los hablantes como participantes en una práctica social, pasan así a primer plano.
Las teorías descriptivas de la referencia establecen un vínculo tal entre el nombre y las
descripciones que éstas vienen a constituir su definición. «Cleopatra» se podría definir como
«última reina egipcia de la dinastía ptolemaica».
Puede ser reconocido como verdadero por cualquier hablante competente en el lenguaje, puesto que
su verdad es analítica, es decir, depende exclusivamente del significado de las palabras.
No resulta obvio, ni es reconocido como verdadero por cualquier hablante competente, como sería
el caso si «Cleopatra» solamente abreviara «última reina egipcia de la dinastía ptolemaica».
La teoría del haz de descripciones intenta dar a este problema una respuesta más acorde con
nuestras intuiciones. Como no todas las descripciones denotan necesariamente al referente, (ii) no
es obvio; informaría de que la descripción «última reina egipcia de la dinastía ptolemaica» no
pertenece a la minoría formada por las que no denotan a Cleopatra.
(iii) Cleopatra tiene la mayoría de las propiedades siguientes: última reina egipcia de la
dinastía ptolemaica, pareja de Marco Antonio, etc.
Un ejemplo que propone Kripke versa sobre Einstein: lo único que saben de Einstein la mayoría de
hablantes es que fue el autor de la teoría de la relatividad, pero si se les pregunta qué saben de la
teoría de la relatividad, lo único que saben es que es la teoría de Einstein.
Los ejemplos anteriores constituyen casos en los que nuestras intuiciones parecen indicar que, aun
sin poseer un conocimiento identificador unívoco del referente, un hablante puede conseguir
referirse a un particular. También cuando un hablante asocia al nombre una descripción
identificadora errónea, intuimos que consigue referirse con éxito. Mucha gente diría de Cristóbal
Colón que fue el primer europeo que pisó suelo americano, descripción que es verdadera de algún
nórdico.
La posibilidad de fijar el referente mediante una propiedad contingente que puede a la postre ser
falsa, permite dar cuenta de este tipo de fenómenos. Es indiferente que el error ataña solamente a la
competencia individual o que recoja un engaño que afecta a la totalidad de la comunidad lingüística.
Es posible referirse «correctamente», aunque la descripción que usemos para fijar el referente esté
formulada de modo que no puede seleccionar un objeto (caso de Einstein). Un caso más opuesto de
las teorías descriptivas viene dado por la posibilidad de referirse a alguien a pesar de que todo lo
que se sabe de él constituya una leyenda. Kripke ilustra esta posibilidad con el caso del personaje
bíblico Jonás. Aunque los eruditos bíblicos piensan que existió, todo lo que se sabe de él (que fue
tragado por un gran pez, etc.) es obviamente falso, y no es verdadero de ninguna otra persona.
Las teorías descriptivas de la referencia vinculan la teoría del sentido de los nombres con la teoría
de la referencia. La propuesta de Kripke podría resumirse diciendo que reelabora el problema de la
fijación del referente y lo desliga de la cuestión del sentido. Es decir, una descripción como «La
reina egipcia que se suicidó en el 30 a.C. junto a Marco Antonio», puede utilizarse para fijar el
referente del nombre «Cleopatra», pero esto no la convierte en sinónima del nombre. De este modo,
el carácter contingente de la descripción deja de ocasionar los problemas que ya comentamos al
respecto. Vamos a examinar más de cerca esta idea.
El término designador es utilizado por Kripke para referirse tanto a nombres propios como a
descripciones definidas. La definición de designador rígido es la siguiente:
Llamemos a algo un designador rígido si en todo mundo posible designa al mismo objeto; llamémosle un
designador no rígido o accidental si no es éste el caso. […]
Antes de continuar, es preciso aclarar la noción de mundo posible que aparece en la definición. El
concepto de mundo posible se enmarca en un contexto teórico relevante para una multiplicidad de
áreas. Dicho brevemente, la descripción de cualquier situación que no se ha dado de hecho en el
mundo real, pero que podía haberse dado, configura un mundo posible idéntico a éste en todo
excepto en los aspectos relativos a la situación en cuestión. Los nombres propios son designadores
rígidos, designan al mismo objeto en todos los mundos posibles. El nombre propio «Rigoberta
Menchú» sí es rígido. Una vez asociado, en el mundo real, a una determinada persona, nos permite
referirnos rígidamente a ella y hablar de lo que le hubiera ocurrido a ella en situaciones
contrafácticas. No precisamos, en opinión de Kripke, criterios que garanticen la estabilidad del
referente a través de los cambios de descripciones acerca del mismo.
3 En este contexto, la alternancia entre el uso y la mención de los nombres propios en los argumentos es tan frecuente
que adoptamos, en aras a una mayor facilidad de lectura, la convención de enmarcar entre asteriscos el uso de los
mismos cuando nos parece necesario enfatizar que se trata realmente de la persona nombrada. Así, cuando figura
*Cleopatra*, es de la persona portadora del nombre del que se trata, frente a «Cleopatra», que alude, como es
convencional, al nombre.
Pero, ¿cómo suceden las cosas en el mundo real? La respuesta obvia es la siguiente: *Rigoberta
Menchú* fue bautizada con el nombre propio «Rigoberta Menchú» y, a partir de ese momento,
todos los que la rodeaban se refirieron a ella con ese nombre, y el nombre fue pasando de unos a
otros. Pues bien, esta idea tan próxima al sentido común es la que Kripke articula a nivel teórico en
torno a las nociones de bautismo inicial y cadena causal de comunicación.
Alguien, digamos un bebé, nace, sus padres le dan un cierto nombre. Hablan acerca de él con sus amigos. A través
de distintas suertes de discurso el nombre se va esparciendo de eslabón en eslabón como si se tratara de una
cadena. Un hablante que se encuentra al final de esta cadena, el cual ha oído hablar, por ejemplo, sobre Richard
Feynman, aun cuando no pueda recordar a quién oyó hablar por primera vez de Feynman o a quién oyó hablar
alguna vez de Feynman. Sabe que Feynman es un físico famoso.
A nivel teórico, el bautismo inicial no está vinculado a ningún tipo concreto de ritual, ni limitado a
los seres humanos. Las teorías de la referencia directa utilizan esta noción para aludir al evento que
tenga como resultado el que a un objeto concreto se le asigne un nombre propio con el que se le
nombrará a partir de ese momento.
Strawson defiende que una referencia puede tomar prestadas sus credenciales de otra referencia, y
esta última de otra más. «Con “Bizet” me referiré al hombre a quien Daniel atribuye la composición
de la ópera Carmen.» Pero puede suceder que Daniel haya tomado prestada la referencia de Luis y
éste de otra persona, de modo que es muy difícil tener la seguridad de que no se ha producido un
círculo. Las posibilidades de usar la descripción identificadora de modo que nos lleve al final de
una cadena en la que se cuenta con la descripción genuina, son más bien escasas. La eficacia del
enfoque kripkeano en este punto proviene de que no se exige la asociación de ninguna descripción
definida con el nombre. Necesitamos conocer qué tipo de propiedad ha de seguir teniendo un objeto
o una persona particular para que sepamos que sigue siendo esa persona u objeto. Kripke considera
como esencial, para hablar de la continuidad de un particular, el material a partir del cual se ha
originado. En el caso de las personas humanas, vendría a ser el acervo genético, y en el caso de los
objetos formula el siguiente principio:
Si un objeto material se origina de determinado pedazo de materia, no podría haberse originado de ninguna otra
materia.
Podemos imaginar que Cleopatra no hubiese sigo nunca reina, que no hubiese conocido a Marco
Antonio, que no hubiese conocido a sus verdaderos padres, que se hubiera llamado de otra manera y
hubiera vivido en otro país, pero lo que no podemos imaginar, si queremos hablar de ella, es que sus
padres biológicos fueran distintos.
2.3. Cambio de referencia
Kripke insiste repetidamente en que su propuesta no constituye una alternativa teórica, porque opina
que las teorías filosóficas corren el peligro de ser falsas. Lo único que le parece inobjetable es que
«nos referimos a un hombre determinado en virtud de nuestra conexión con otros hablantes en la
comunidad, la cual llega hasta el referente mismo».
Michael Devitt destaca por su análisis del cambio de referencia. El ejemplo más famoso que ofreció
es el de un cambio que ocurrió de hecho a propósito del nombre «Madagascar». Aunque en la
actualidad todos lo conocemos como el nombre de la isla africana situada en el océano Índico,
inicialmente era el nombre de una porción del África continental, originándose el cambio en una
confusión de Marco Polo. No como algo establecido de una vez para siempre en el bautismo inicial,
sino como un vínculo que los usuarios van ratificando de alguna manera a través de los distintos
usos. El nombre del nombre en presencia del portador produce algo así como una revalidación del
nexo primitivo. El establecimiento del vínculo entre el nombre y su portador no es algo de lo que
sea responsable exclusivamente el bautismo inicial, sino que el nombre se ancla al portador en una
multiplicidad de ocasiones. Con anterioridad a la confusión de Marco Polo, todos los «enganches»
del nombre remitían a la porción del África continental, y éste era su referente. Tras un período de
confusión, el error de Marco Polo se impuso como pauta y, en consecuencia, los usos subsiguientes
del nombre formaban parte de cadenas «enganchadas» en la isla.
Uno de los resultados más interesantes de la teoría causal de la referencia es su extensión a ciertos
términos generales. La subversión respecto de las teorías descriptivas es completa. Mientras que
éstas aceptan la tesis de Mill según la cual los términos generales expresan un sentido y cuestionan
su tesis de que los nombres propios sean exclusivamente referenciales, la teoría de la referencia
directa acepta esta última tesis y cuestiona la primera, al menos para los términos de género natural.
Los términos de género natural comprenden los términos de masa, como «oro» o «agua», y
términos generales que se aplican a clases de objetos, como «gato», «tigre» o «limón». Estos
últimos se aplican a objetos susceptibles de ser contados. Los términos de género natural nos
permiten hablar de clases de objetos del mundo natural; la delimitación de estas clases sigue unas
pautas impuestas por la propia naturaleza.
Del mismo modo que los nombres propios designan al portador sin ningún tipo de mediación
epistémica, los términos de género natural designan su extensión rígidamente. Dicho con otras
palabras: un término como «cebra» no abrevia el conjunto de propiedades con el que se lo define, es
decir, «mamífero équido de África, parecido al asno, de pelaje amarillento, con listas transversales
pardas o negras». Podemos concebir que algunas de estas propiedades cambien o desaparezcan,
pero que siga tratando realmente del mismo animal al que seguimos llamando «cebra».
El aspecto decisivo de la teoría consiste en no considerar una propiedad contingente que sirve para
fijar una referencia como sinónima del término. Por ejemplo, «agua» es sinónimo del conjunto de
descripciones que constituye su definición, es decir, «líquido incoloro, inodoro, insípido, que llena
los mares y ríos. Al igual que el enunciado:
Imaginemos que, debido a una serie de cambios atmosféricos, el agua adquiere un ligero color
esmeralda y mantiene el resto de sus propiedades. Describiríamos esta situación diciendo «El agua
se ha vuelto verdosa», en ningún caso afirmaríamos «Ya no hay agua en la tierra». Supongamos que
sucede algo similar con el resto de las propiedades, de modo que llegamos a dudar si el líquido en
que se ha transformado el agua seguirá o no siendo agua.
Del mismo modo que la propiedad contingente de ser el maestro de Alejandro Magno podía servir
para fijar la referencia del nombre propio «Aristóteles» sin convertirse en su sinónimo, las
propiedades observables contingentes del agua pueden servir para fijar la referencia del TGN
«agua» sin constituirse en su sinónimo. La composición química del agua constituye una propiedad
que puede ser considerada como esencial, puesto que es lo que define la clase natural en cuestión.
En el caso de los TGN, se postula un bautismo hipotético, que desempeña la misma función que el
bautismo inicial en el caso de los nombres propios. Se supone que en un momento dado quedaron
asociados, mediante ostensión o definición, un determinado TGN con una clase natural concreta. En
un momento determinado se bautizó al agua mediante una fórmula que vendría a ser algo así como:
«agua es la sustancia instanciada por estas muestras de líquido». Las muestras tienen un carácter
paradigmático, es decir, establecen el patrón de lo que es el agua. En el futuro, sólo se considera
agua al líquido que sea idéntico al de las muestras. Por supuesto que hablar de bautismo hipotético
no implica ningún tipo de compromiso con una hipótesis empírica; se trata de una idealización que
se introduce en la teoría meramente a efectos explicativos.
A partir de este momento, se establece una cadena de comunicación, cuando un hablante usa el
nombre de un género natural con el que no ha estado nunca en contacto, pongamos por caso el
hablante castellano medio hablando del árbol del chicle (chicozapote), consigue referirse a este
género por su pertenencia a la cadena causal correspondiente.
Como hemos visto, un TGN como «agua» se aplica a toda sustancia que sea igual a los ejemplares
paradigmáticos que fijan la referencia. Ahora bien, los criterios que permiten determinar si un
ejemplar es igual o no a las muestras, pueden ir variando conforme la ciencia evoluciona.
Cambiemos de ejemplo y tomemos el término «oro». En la Grecia clásica la intención de los
hablantes era la misma que la nuestra: usarlo para designar al metal que fuera igual al ejemplificado
en algunas muestras paradigmáticas. Qué se consideraba igual a las muestras paradigmáticas venía
determinado por un conjunto de criterios que no incluían desde luego el que el oro tenga el número
atónico 79, que es el criterio decisivo en la actualidad. Tanto en la Grecia clásica como en la
actualidad, la extensión de «oro» está constituida por «todos aquellos fragmentos de metal idénticos
a lo que se considera oro auténtico». El análisis de la lógica que rige nuestro uso de los TGN pone
de manifiesto que nuestra intuición según la cual cuando los griegos hablaban del oro estaban
hablando del mismo metal que el que nosotros llamamos «oro», es básicamente correcta.
En este punto, la teoría de la referencia directa aventaja claramente a las teorías descriptiva, al
menos en su versión clásica. Según esta última, el término «oro» es sinónimo de «metal amarillo de
los llamados “preciosos”, número atómico 79; se encuentra en la naturaleza sólo nativo; es muy
dúctil y maleable y atacable sólo por el cloro, el bromo y agua regia». Es evidente que muy pocos
componentes de esta definición se encontraban presentes en la definición, un teórico de esta
orientación no puede menos que aceptar que el significado de la palabra «oro» en la actualidad es
distinto al que tenía veintitantos siglos atrás.
A lo largo de la exposición, venimos hablando de igualdad con muestras originales de una
determinada sustancia. Evidentemente esto no significa que haya que comparar todo nuevo
ejemplar con las muestras que sirvieron originalmente para fijar la referencia en el bautismo
hipotético.
Veamos ahora las consecuencias de la rigidez de los TGN. Los TGN tienen la misma extensión en
todos los mundos posibles. Los enunciados como «El agua es H2O», «La luz es un haz de fotones»,
que Kripke denomina identidades teóricas, expresan verdades necesarias en el sentido de que, si
son verdaderas en el mundo actual, lo son en todos los mundos posibles. Estos enunciados expresan
una propiedad, acerca de una clase o fenómenos natural, que se considera como esencial para la
identificación de los ejemplares de esa misma clase o fenómeno. Es decir, cualquier muestra de oro,
para ser oro «de verdad», tiene que ser idéntica al oro que conocemos en el mundo real.
Imaginaremos que en otro planeta se descubre un metal que tiene todas las propiedades observables
del oro: amarillo, brillante, etc., pero cuyo número atómico no es 79.
No parece probable que muchas personas estuvieran dispuestas a afirmar algo así como «En el
planeta x, el oro no tiene el número atómico 79». Si esto es así, lo que la reconstrucción de nuestras
intuiciones lingüísticas indica es que el mundo real marca la pauta de qué ceunta como una
determinada clase natural en todos los mundos posibles.
«Los gatos son robots», un gato es aquello que en el mundo real cuenta como tal.
Imaginemos ahora que la situación en el mundo real es tal y como la conocemos, es decir, los gatos
son simpáticamente camuflados bajo la apariencia de gatos. Esta circunstancia sería relatada
diciendo que en el planeta x existen unos robots con apariencia de gato; no parece apropiada una
afirmación como «En el planeta x, los gatos son robots». Sin embargo, en un caso en el que
descubriéramos que en el mundo real algunos de los animales que llamamos «gatos» han sido
siempre robots, sí que estaríamos dispuestos a aseverar un enunciado como «Algunos gatos son
robots». La razón por la cual este mismo enunciado no parece adecuado para describir la situación
anterior es que sólo los gatos del mundo real pueden ser muestras paradigmáticas de qué
cuenta como gato en todo mundo posible.
El artículo de Putnam, «The meaning of “meaning”» coincide con el aspecto central de la teoría de
Kripke, la rígidez de los TGN. Como ya apuntamos, estas teorías aceptan las tesis según la cual los
términos generales tienen tanto un sentido, o intensión, como una referencia, o extensión.
Recordemos que la extensión es el conjunto de cosas de las que el término es verdadero, es decir, la
extensión de «coche» asociado al término. De acuerdo con las teorías descriptivas, la intensión
determina la extensión, es decir, si conocemos la intensión de un término podemos fijar con toda
precisión su extensión. A partir de la intensión del término «tigre»: «mamífero carnicero félido, muy
fiero, algo mayor que el león y con el pelo rojizo rayado de negro», podremos determinar su
extensión: conjunto de cosas de las que son verdaderas las características que constituyen el
concepto o intensión que constituye la definición del término. Dos hablantes competentes del
castellano que tengan en su vocabulario la palabra «tigre» habrán «captado» el mismo concepto, y
estarán, siguiendo la terminología de Putnam, en el mismo estado psicológico. Es por tanto
indiferente partir de que la intensión determina la extensión, o considerar que el estado psicológico
es el que determina la extensión.
Nos sugiere que imaginemos que en la galaxia se encuentra un planeta, idéntico en todo a la Tierra,
excepto en aquellos aspectos relevantes para la argumentación, al que llamaremos Tierra-gemela.
Podemos incluso incorporar a la Tierra-gemela una réplica de cada uno de nosotros. Supongamos
que una de las diferencias entre los dos planetas radica en que el agua de la Tierra-gemela, idéntica
a la nuestra en todas las características superficiales, no es H2O, sino que tiene una fórmula química
que representaremos como XYZ. Por supuesto que los hispanohablantes de la Tierra-gemela usan la
palabra «agua» exactamente del mismo modo que lo hacemos nosotros, pero lo que allí se llama
«agua» no es H2O, sino XYZ.
La razón por la cual el término «agua» tiene la misma extensión en 1750 que en la actualidad se
debe a su rigidez, al hecho de que en ninguno de los dos momentos históricos es sinónimo del
conjunto de propiedades que definen el concepto de agua. Tampoco habla de rigidez, sino de
indicabilidad. En este punto, que constituye el componente medular de la teoría, es donde la
convergencia con Kripke es mayor.
La explicación de Putnam discurre del siguiente modo: si se introduce el término «agua» mediante
una definición ostensiva que utiliza una determinada muestra con una fórmula del tipo «a esto se le
llama “agua”», se presupone que este líquido es el mismo que aquel al que en mi comunidad
lingüística se le llama agua. De este modo se establece la condición necesaria y suficiente que ha de
cumplir una sustancia para ser agua: la de hallarse en la relación «mismo líquido» (en adelante
mismoL) con la sustancia de la muestra. Ahora bien, precisar esta relación mismoL es algo que
compete a la ciencia de cada momento histórico, y se pueden cometer errores. Pero estos errores no
implican que el significado del término «agua» sufra variaciones, puesto que la intención de los
hablantes siempre ha sido la de aplicar el término a aquella sustancia que comparta la naturaleza de
aquello a lo que realmente se considera como tal. El significado es constante, pero nos podemos
equivocar al determinar la extensión.
Una expresión indicadora o deíctica es una expresión cuya referencia sólo puede determinarse en
función de ciertas características del contexto de emisión. En la teoría de Putnam, el medio natural
imprime a los TGN una cierta indicabilidad en la medida en que proporciona el contexto en el que
se fija la referencia y por tanto determina el patrón que sirve para juzgar la pertenencia o no a una
clase de cualquier ejemplar.
Como señala Putnam, considerar a los TGN designadores rígidos o palabras indicadores, son sólo
dos formas de expresar la misma idea. TGN es tal que los aplicamos a todo aquello que comparta la
naturaleza de las muestras paradigmáticas. Ahora bien, que sea «importante» no es algo que
dependa de una pauta objetiva, sino que se define a partir de nuestros intereses. En la actualidad, lo
que realmente importa a la hora de clasificar géneros naturales es la composición última de los
mismos. Si en nuestro planeta la composición química del agua estuviera en función de
condicionamientos geológicos y climáticos, de modo que hubiera un número elevadísimo e
indeterminado de composiciones posibles del agua, muy probablemente lo único relevante para
clasificar un líquido como agua serían las características superficiales. Ahora bien, si en la Tierra
fuera posible hallar además del agua-H2O, el agua-XYZ, probablemente hablaríamos de dos clases
de agua.
Surge de modo inevitable la pregunta acerca del tipo de conocimiento que constituye la
competencia lingüística individual. ¿Qué tipo de conocimiento es suficiente para poderlo considerar
competente en el lenguaje? El problema estriba en concretar en qué consiste lo que hemos llamado
«conocimiento adecuado». El segundo componente de la explicación del significado, siendo el
primero la determinación de la extensión.
Cuando alguien nos pregunta por el significado de un TGN, por ejemplo «tigre», la respuesta
adopta típicamente la forma de una ostensión, «este animal es un tigre», la respuesta adopta
típicamente la forma de una ostensión, «este animal es un tigre» ofrecemos una descripción. Esta
descripción integrará, obviamente, las características usuales de los miembros normales de la clase
de que se trate; en el caso de un tigre diríamos que es un animal como un gato grande, con la piel a
rayas amarillas y negras, que vive en la jungla. A este conjunto de rasgos normales lo denomina
Putnam estereotipo.
Otro tipo de situaciones que nos puede aclarar cómo se justifica la atribución de competencia
lingüística, es aquel en el que juzgamos la competencia de un hablante en función del uso que hace
de un término concreto. Enunciados como «¿Está esto hecho de oro?», señalando un vestido de
lana, provocarían en la audiencia reacciones del tipo «No sabe lo que es el oro». Que se haga un uso
cabal de un término, es considerado por Putnam como el primer requisito necesario para decir de
una persona que conoce una determinada palabra. La extensión del término «oro» en su idiolecto
sea, efectivamente, la totalidad del oro.
Un «estereotipo» es una idea convencional de cómo parece ser, de cómo es o de cómo se comporta un X. A quien
sepa lo que significa «tigre» se le pide que sepa que los tigres estereotípicos tienen la piel rayada. Hay un
estereotipo de los tigres que la comunidad lingüística como tal exige: se le pide que tenga este estereotipo y que
sepa que es obligatorio.
Si bien los estereotipos recogen rasgos verdaderos de la clase de que se trate, puede ocurrir que
incluyan algún error que, no obstante, facilite la comunicación. Es el caso del estereotipo asociado a
la palabra «oro», que incluye el amarillo como color estereotípico del oro que, en estado puro, es
casi blanco.
En segundo lugar, el tipo y la cantidad de información que integran el estereotipo dependerán del
tema y de la cultura. Así, en una comunidad esquimal, el estereotipo de tigre puede ser tan sólo
«uno de los animales que viven en la jungla», mientras que el estereotipo de pingüino será
probablemente más rico, no sólo que el nuestro, sino que la definición que dan nuestros
diccionarios. En nuestra comunidad lingüística, se considera que alguien sabe lo que es un pingüino
si sabe que es un ave que vive en las regiones polares, con el pecho blanco y el dorso y las alas
negras, y de un hablante que sólo sepa de los tigres que es uno de los animales que viven en la
jungla se dirá que no sabe lo que es un tigre.
3.4. Significado
La solución no puede pasar, en opinión de Putnam, por prescindir de la noción de significado, sino
por reconstruirla. Éste es el objetivo del último apartado de su artículo:
La noción de marcador semántico que posibilita una clasificación prácticamente irrevisable. Así, el
rasgo «mineral» respecto al oro, el rasgo «animal» respecto de los pingüinos, el rasgo «líquido»
respecto del agua. Su importancia radica en que es muy improbable que tengamos que revisar este
tipo de clasificación.
Las tres primeras columnas del vector definen la competencia del hablante individual. La última
columna recoge la extensión de hecho de la palabra «agua», es decir, ese líquido incoloro, que
apaga la sed, etc., y que, en la actualidad, describimos como H2O. Esta extensión no ha variado
históricamente, ni variará, en el futuro aparecería una descripción distinta de esa misma extensión
en la última columna. Que la extensión de facto forme parte del significado, de una palabra, es lo
que permite defender que los significados no están en la cabeza. En el caso de un hablante que no
sepa distinguir un olmo de una haya, porque el estereotipo de ambos para él sea simplemente «árbol
de hoja caduca», la representación del significado de las dos palabras coincidiría en las tres
primeras columnas, pero diferiría en la última, que recoge la extensión real de cada una de ellas.