5 Bartra, 2012 - Editado-199-236

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IX.

El movimiento campesino
entre dos siglos
En alguna parte hay todavía pueblos y rebaños, pero
no entre nosotros, hermanos míos; entre nosotros hay
Estados.
¿Estado? ¿Qué es esto?
Prestadme atención, voy a hablaros de la muerte de los
pueblos. El Estado es el más frío de todos los monstruos
fríos: miente fríamente, y esta es la mentira que surge de
su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”
Federico Nietzsche, Así hablaba Zaratustra

La ideología del Estado-pueblo representa los ideales


de la Revolución, de que es intermediario y portaestan-
darte... [Y] un Estado que se identifica, ideológica, real,
sentimentalmente con el pueblo no puede encontrar opo-
sición sino entre los enemigos del pueblo...
Pablo González Casanova, El Esta-
do y los partidos políticos en México

Los rústicos mexicanos del siglo xx se inventaron a sí mismos du-


rante la Revolución y luego fueron acogotados corporativamente
por el Estado. La tensión entre rebeldía y sometimiento ha pautado
su historia.
En la tercera década del siglo pasado, con los grandes actores
colectivos erosionados por 10 años de encono, los triunfadores de la
revolución refundaron el Estado pero también rehicieron la socie-
dad civil. Y aunque con resistencia campesina, la vertical y coer-
citiva gestión resultó exitosa. Sus primeros frutos envenenados: la
CROM y las Ligas de Comunidades Agrarias, anticiparon lo que en
la segunda mitad del siglo conocimos como charrismo: antidemo-
cráticos gremios paraestatales alimentados por los cada vez más
escasos “logros de la revolución”.
Pocos Estados no policiacos del siglo xx tuvieron tanto poder
sobre la sociedad como el mexicano. Fue el nuestro un autócrata
benevolente que estructuró de la cúspide a la base a obreros, cam-
pesinos, clases medias y empresarios, mediante un implacable sis-
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200 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

tema corporativo articulado tanto al gobierno como al PRI: el encar-


gado de los ritos comiciales del sistema. Los “sectores” del “partido
casi único” fueron pilares político-gremiales de la “revolución hecha
gobierno”: el obrero, formado por la CTM y los grandes sindicatos
nacionales (petroleros, electricistas, ferrocarrileros, telefonistas,
mineros, etcétera); el campesino, compuesto principalmente por la
CNC y las Ligas de Comunidades Agrarias; el popular, integrado
por empleados, maestros y otras capas medias que se encuadraban
en la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP)
y, sin ser formalmente sector, también los empresarios, aglutinados
en asociaciones, confederaciones y cámaras se alinearon entre las
corporaciones de trabajadores. Al control orgánico se agregaba el
mando sobre los medios de comunicación masiva y sobre gran parte
de la industria cultural. Todo soportado por un vertiginoso sector
público de la economía que a principios de los ochenta conforma-
ban unos 125 organismos descentralizados y casi 400 empresas de
participación estatal que en la industria abarcaban por completo
petróleo, electricidad, ferrocarriles, teléfonos, telégrafos y aviación
comercial, y parcialmente siderurgia, construcción, transporte pú-
blico, industria editorial; en lo rural era pública la producción de
fertilizantes, la de semillas y total o parcialmente las agroindus-
trias azucarera, tabacalera, cordelera, cafetalera y maderera, ade-
más del sistema de acopio, almacenamiento y comercialización de
las cosechas; en los servicios a la población el Estado controlaba la
mayor parte de la educación, la salud, el abasto en zonas margina-
das, la construcción de vivienda popular... Por si fuera poco, a prin-
cipios de los ochenta el presidente López Portillo se embolsó el sis-
tema financiero íntegro. Así, al comenzar la penúltima década del
siglo pasado, el sector público realizaba alrededor del 50% de toda
la inversión, de modo que la economía mexicana resultaba ser más
burocrática que la de muchos países socialistas. Y el Estado era
omnipresente pero también extremadamente centralista, pues si el
régimen era formalmente federal, las entidades firmantes del pacto
no guardaban entre sí nexos horizontales y todo pasaba por Palacio
Nacional, y aun si de jure se trataba de un orden republicano, los
encargados de los poderes Legislativo y Judicial eran simples per-
soneros del presidente de la República.
En el México del siglo xx no se movía la hoja de un expediente
si no lo autorizaba el Leviatán: un monstruo frío comandado por
príncipes todopoderosos pero sexenales. Tlatoanis cuyo mando era
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

tan absoluto en el espacio como acotado en el tiempo. Ogros filan-


trópicos, ora pródigos, ora mezquinos, pero siempre proveedores.
Así, hijos de madres estragadas y padres ausentes, los mexicanos
de la pasada centuria nos encomendamos a la madrecita de Tepe-
yac y a papá gobierno.
En el tercer milenio los mexicanos necesitamos librarnos del
gran padre, es imperioso que matemos al ogro institucional. Aun si
el achacoso patriarca ya no espanta como antes, pese a que cercado
por imperios belicosos, organismos multilaterales, tratados comer-
ciales inicuos y corporaciones planetarias, cada vez puede menos;
aun así hay que matarlo. Porque sin despadre político nunca nos
libraremos del Gargantúa burocrático que todos llevamos en la car-
tera junto a la credencial de elector; sin parricidio simbólico jamás
exorcizaremos al íntimo monstruo frío para poner en su lugar un
Estado con rostro humano.
Cuando la globalización neoliberal debilita los Estados nacio-
nales es hora de la sociedad civil mundializada pero, paradójica-
mente, también son más urgentes que nunca los buenos gobiernos:
poderes públicos quizá acotados pero dispuestos a enfrentar los
grandes problemas de la nación reivindicando lo que resta de sobe-
ranía. Entonces, hay que matar al autócrata para poder construir
un Estado democrático.
En un país donde la sociedad civil fue recreada por el ogro
burocrático a su imagen y semejanza, la lucha ciudadana por au-
togobernarse es asunto de primera necesidad. En la inmediata
posrevolución, mientras los muralistas decoran edificios públicos
envolviendo al Estado en historia y en pueblo, los grandes sectores
sociales van entrando en la horma corporativa; proceso que culmina
en los últimos años treinta, cuando el reformismo radical de Lázaro
Cárdenas le confiere temporal legitimidad a gremios tan justicieros
(entonces) como antidemocráticos (siempre).
En la segunda mitad del siglo xx el deterioro de la efímera cre-
dibilidad del corporativismo progresista y la incontenible prolifera-
ción de forcejeos autonomistas de la sociedad civil convergen, pri-
mero, con el progresivo descrédito del sistema político, que arranca
simbólicamente en 1968; confluyen después con el desgaste de la
disciplina gremial, evidenciado por las “insurgencias” obreras, cam-
pesinas y populares de los setenta, y más tarde se ven reforzados
por el desfallecimiento del modelo económico, dramatizado por la
crisis de los primeros ochenta y los subsecuentes descalabros finan- 201
202 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

cieros de esa década y la siguiente. Por último, la ruptura de la


“corriente democrática” con el PRI, en 1988, señala la esclerosis de-
finitiva de los mecanismos informales de reproducción del sistema
político y el principio del fin de la “revolución hecha gobierno”.
Pero la guerra contra el ogro tiene historia y recorre diversas
fases. Durante los cincuenta y en los sesenta del pasado siglo la
palabra “independiente” deviene emblema de la oposición democrá-
tica: centrales y uniones campesinas “independientes”, encuentros
de organizaciones indígenas “independientes”, frentes por la “inde-
pendencia” sindical, partidos que se precian de no ser paraestata-
les sino “independientes” del poder público, revistas “independien-
tes” que no aceptan chayos ni cobran en Gobernación; vaya, hasta
muestras pictóricas “independientes”, películas “independientes”, y
una compañía de ballet “independiente”. Por estos años, “indepen-
dencia” significa, simple y llanamente, no ser del PRI, desmarcar-
se del omnipresente Estado mexicano. Así una federación de estu-
diantes democráticos o una central campesina pueden proclamarse
“independientes” pero subordinarse políticamente a un organismo
de oposición, como el PCM.
Más tarde, en el último cuarto del siglo, la voz de orden es “au-
tonomía”; concepto que se generaliza a partir de 1984 cuando me-
dio centenar de agrupaciones rurales conforman la Unión Nacional
de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA).
La coordinadora rechaza expresamente el apellido de “indepen-
diente”, pues “el término [...] muy frecuentemente es tomado como
sinónimo de confrontación con el Estado”.1 Más allá de la discuti-
ble intención inicial, en los años siguientes “autonomía” se asocia
–como “independencia”– con el rechazo a las servidumbres políti-
cas, pero alude también y sobre todo a la autogestión económica y
social. Así, los campesinos “autónomos” rechazan la tutoría estatal
y se “apropian del proceso productivo”, mientras que barrios y co-
munidades se organizan en torno a la dotación autogestionaria de
servicios básicos.
Las autonomías indias que se reivindican expresamente desde
fines de los ochenta y se generalizan en los noventa de la pasada
centuria, radicalizan aún más el planteamiento. En primer lugar,
porque para los originarios “autonomía” implica independencia y

1 Gustavo Gordillo, Campesinos al asalto del cielo. De la expropiación estatal a la apro-


piación campesina, México, Siglo XXI Editores, 1988, p. 274.
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

autogestión pero también libre determinación política, es decir, au-


togobierno. En segundo lugar, porque se trata de pueblos autócto-
nos que remiten su legitimidad a la historia, fundan la reivindica-
ción autonómica en un derecho anterior al Estado nacional vigente
y, en cierto sentido, exterior al sistema social hegemónico.
En el tránsito de la independencia política a la autogestión so-
cioeconómica y de ahí al autogobierno, el subyacente concepto de
autonomía refuerza su connotación de alteridad. Si al principio es
un modo alzado e insumiso de insertarse en el orden imperante,
en su forma superior es práctica antisistémica por la que se resiste
edificando a contrapelo órdenes alternos. Pero la progresión que va
de repeler la política unánime a una suerte de autogestión despoli-
tizada y de esta al otromundismo no es sucesión de etapas que tras-
curridas se cancelan, sino proceso de superación-conservación que
funciona como los segmentos de un catalejo: cada uno conteniendo
al que le antecede y contenido por el que le sigue. Y es que las expe-
riencias autonómicas más radicales no son islas y no sobrevivirán
sin organizaciones independientes que reivindiquen aquí y ahora
las demandas básicas de sus agremiados, sin colectivos autogestio-
narios operadores de producción y servicios populares en tensión
perpetua con el Estado y el mercado, sin partidos institucionales
capaces de impulsar reformas y proyectos alternativos desde la
oposición o en el gobierno. Porque sin posibilismo no hay utopía, y
exigir lo imposible es inseparable de hacer lo posible aquí y ahora.
El forcejeo autonomista que cruza el siglo xx mexicano es sub-
texto profundo de una izquierda política, ora integrada ora apoca-
líptica, pero siempre en pos de identidad. Dos personajes emblemá-
ticos y políticamente simétricos ilustran esta polaridad: inspirador
de las reformas cardenistas y disciplinado opositor de ocasión, Vi-
cente Lombardo Toledano es el primo socialista de la “gran familia
revolucionaria”; comunista disidente y luego espartaquista, José
Revueltas funda sectas políticas testimoniales, desentraña los orí-
genes del “mal de izquierda” en novelas y libros semiclandestinos,
como Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, y paga con cárcel
su militancia en el movimiento del 68. Y así transcurre también
la izquierda socialista y comunista mexicana durante la pasada
centuria: ya aquejada por el síndrome de Lombardo, ya por el de
Revueltas, fluctuando entre el colaboracionismo y la marginalidad,
entre los favores del príncipe y sus iras, entre los cargos públicos y
las mazmorras del Palacio Negro de Lecumberri. 203
204 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

Los campesinos ante la ofensiva neoliberal:


de la autonomía a la heteronomía

A fines de 1988, en el punto más alto de la insurgencia cívica en-


cabezada por el primer candidato a la Presidencia de la Repúbli-
ca alineado con la izquierda no priista y al mismo tiempo viable,
Cuauhtémoc Cárdenas, que amenazaba con sacar al PRI de Los
Pinos, 10 organizaciones campesinas e indígenas firmaron el Con-
venio de Acción Unitaria (CAU), que articulaba exigencias agra-
rias referentes a la tenencia de la tierra, reivindicaciones agrícolas
orientadas hacia la reactivación productiva del campo y deman-
das culturales y territoriales de los pueblos autóctonos. El pacto
se cocinó en el Primer Encuentro Nacional Agrario, confluencia
en verdad histórica, pues en la reunión realizada el 27 y 28 de
noviembre participaron organizaciones neozapatistas, como la
CNPA, con agrupamientos campesinos de lucha económica como
la UNORCA y convergencias étnicas como el Consejo Nacional de
Pueblos Indios. La independencia, la autonomía y la libre deter-
minación entreveradas; contestatarios, concertadores y alternati-
vos conviviendo; rijosos, propositivos y abismados consensuando
acciones unitarias.
Poco les duró el gusto. Cuarenta días después, el 6 de enero,
el debutante Carlos Salinas, impuesto mediante el fraude y a costa
del candidato de la izquierda, inaugura su ilegítimo gobierno con
un llamado a formar el Congreso Agrario Permanente (CAP), cuya
convocatoria se hace pública el 10 de abril, como para remachar los
clavos del ataúd de Zapata en el 70 aniversario de su muerte. Fir-
man las organizaciones oficialistas que encabeza la CNC, pero sor-
presivamente también la mayoría de los adherentes al CAU. Solo
tres se abstienen y salvan la cara: la CNPA, el Frente Democrático
Campesino de Chihuahua (FDC) y el Consejo Nacional de Pueblos
Indios. En mayo se constituye formalmente el CAP, espacio de in-
terlocución entre los campesinos organizados y el Poder Ejecutivo
federal, cuyos ignominiosos antecedentes son el Pacto de Ocampo,
firmado en 1976 por iniciativa del presidente Luis Echeverría, y la
Alianza Nacional Campesina, de corta vida y prohijada por el pre-
sidente De la Madrid en 1983.
Con la formación del CAP por instrucciones del presidente,
una vez más el gobierno mexicano impone formas organizativas a
la sociedad. Y de paso quiebra la incipiente articulación de las co-
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

rrientes agrarias no oficialistas pues, desertado por la mayoría, el


CAU se dispersa a los pocos meses de haber nacido.
Carlos Salinas accede al poder por un fraude comicial y en me-
dio de abucheos y descrédito, pero una vez en la Presidencia su pa-
labra deviene “la voz del amo”: instrucción perentoria e inobjetable,
pues de la obediencia depende el acceso a los favores del Estado. Y
en este caso la anuencia de casi todo el liderazgo campesino a las
instrucciones de Los Pinos es de gravísimas consecuencias: en la
coyuntura significa avalar el reciente cochinero electoral, hacerle
caravanas al usurpador y darle la espalda al candidato defrauda-
do, Cuauhtémoc Cárdenas, cuya campaña habían apoyado muchas
de las organizaciones campesinas no oficialistas. En lo estratégico
constituye el primer paso en la confabulación de una parte de la di-
rigencia agraria con el gobierno, connivencia encaminada a operar
un viraje rural de grandes proporciones, una “reforma de la refor-
ma” que culminará cuatro años después con los cambios al artículo
27 constitucional.
La oposición al ominoso proyecto salinista corre por cuenta del
Movimiento Nacional de Resistencia Campesina (Monarca), forma-
do por 12 organizaciones no gobiernistas, que el 28 de diciembre
firman el Plan de Anenecuilco, donde se defiende la propiedad so-
cial de la tierra amenazada por los presuntos cambios a la Cons-
titución, pero también se rechaza la “política neoliberal que pre-
tende, después de llevar la ruina al campo, llevarnos a competir
[... en desventaja] con el Tratado de Libre Comercio”.2 Durante
los primeros meses de 1992 la convergencia –que ha sustituido un
nombre que sonaba a realeza por otro más adecuado que remite al
campo: Coalición de Organizaciones Agrarias (COA)– realiza diver-
sas acciones de protesta que culminan con una movilización nacio-
nal el cabalístico 10 de abril.
Pero mientras los campesinos airados se oponen en calles y ca-
rreteras, la contrarreforma avanza inexorablemente en los salones
de Los Pinos. Negociaciones en corto donde el liderazgo de la CNC
y de organizaciones autónomas como la UNORCA tratan de limar
los aspectos más regresivos de la iniciativa de cambios constitucio-
nales y de corregir las insuficiencias de la política agrícola del Es-
tado. Porque a Salinas le interesa sobremanera lograr la adhesión

2 Movimiento Nacional de Resistencia y Lucha Campesina (Monarca), “El Plan de Ane-


necuilco”, en Cuadernos Agrarios, nueva época, núm. 3, 1991. 205
206 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

a su proyecto de la dirigencia rural, y sabiendo que en política todo


lo que se puede comprar con dinero es barato, acepta las deman-
das que no comprometen la esencia de la contrarreforma. Así, el
14 de noviembre la Presidencia da a conocer los “Diez puntos para
la libertad y la justicia en el campo”, una promesa de plausibles
cambios a la política rural, que considera cuantiosas asignaciones
de recursos, incluyendo dinero para que los agraristas rejegos com-
pren tierras a sus bases de solicitantes. En el fondo, la oferta de
Salinas no es sino un soborno: un cañonazo de los que acostumbra-
ba Álvaro Obregón cuando era presidente de la República, solo que
no de 50 mil, que es lo que el manco ofrecía, sino de 14 billones de
viejos pesos.
En estas condiciones, la iniciativa de reformas al artículo 27 de
la Constitución, que suprime el derecho de los campesinos a que se
les dote de tierra y abre paso a la privatización de ejidos y comuni-
dades, es aprobada por los legisladores del PRI y del históricamen-
te antiagrarista Partido Acción Nacional (PAN), sin más oposición
que la del debutante Partido de la Revolución Democrática (PRD),
convergencia de la izquierda socialista y la corriente democrática
escindida del tricolor, que desde su nacimiento había estado vin-
culada a campesinos progresistas de tradición cardenista, como los
de La Laguna, y en 1989 impulsaría una convergencia agraria lla-
mada Unión Campesina Democrática (UCD), respaldada con dudas
por CIOAC, CNPA y otras organizaciones, que simpatizaban con la
posición política pero no con la afiliación corporativa a un partido,
por más que este fuera de oposición.
Las organizaciones campesinas que mantienen su cuestiona-
miento a la contrarreforma rural son calificadas por los medios de
“intolerantes y conservadoras”, y su mayor estigma es ser apoyadas
por el PRD, ya por entonces etiquetado por el gobierno y sus cori-
feos mediáticos como “el partido de la violencia”. Mientras tanto, la
derecha histórica está de plácemes y un diputado panista afirma
orgulloso que la iniciativa de Salinas “es un triunfo cultural de Ac-
ción Nacional”.3
Debilitados los independientes –la COA desaparece sin pena
ni gloria en 1993–, los debates decisivos sobre el futuro del cam-
po se desarrollan entre el Ejecutivo federal y los cada vez más do-

3 Citado en Beatriz Canabal Cristiani, “El movimiento campesino y la reforma constitu-


cional, posiciones y reflexiones”, en Cuadernos Agrarios, nueva época, núm. 5-6, 1992.
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

mesticados CAP y CNC. El tema ya no es la reforma constitucional


–que ha sido aprobada– sino el TLCAN, un acuerdo abismalmen-
te asimétrico que sacrifica la producción nacional en nombre de la
globalización y anuncia la exclusión socioeconómica de millones de
mexicanos “redundantes”; un pacto inicuo que ante todo amenaza
a la agricultura y cuyas primeras víctimas habrán de ser los cam-
pesinos. El problema es que los opositores radicales a firmar un
tratado en esos términos –partidos como el PRD y organizaciones
como CNPA y CIOAC– están fuera de la jugada, de modo que la
negociación se da en el terreno de los que piensan que globalización
y apertura comercial no están a discusión, son realidades incontro-
vertibles y en ellas hay que moverse, de modo que se limitan a pug-
nar, desde el “cuarto de al lado” y con poco éxito, por que al acuerdo
se le pongan algunos “candados”.
Y así como se habían aprobado los cambios al artículo 27 cons-
titucional –con una resistencia minimizada y opacada por las acla-
maciones mercenarias–, se firma el TLCAN. Pero lo más grave es
que el grupo de tecnócratas encabezado por Salinas no solo impulsa
exitosamente su proyecto neoliberal; también quiebra la resistencia
campesina y desarticula el incipiente encuentro de los “indepen-
dientes” y los “autónomos” rurales. Promisoria convergencia que,
además, a fines de los ochenta confluía con la poderosa insurgen-
cia cívica cardenista: esa multitudinaria pero invertebrada movi-
lización ciudadana que resultó suficiente para ganar las elecciones
pero no para hacer valer el triunfo y poner al hijo del general en la
Presidencia de la República.
En vez de acercarse a la izquierda cívica y social, los sedicen-
tes “autónomos” prefieren pactar con Salinas y buscan la alianza
con la oficialista CNC, mientras que los “independientes” se aís-
lan y tienen que enfrentar solos el linchamiento mediático. Así, a
principios de 1992, al tiempo que las tercas organizaciones de la
COA sesionan en el entrañable auditorio del Sindicato Mexicano de
Electricistas, la CNC, la UNORCA, la Unión General Obrero Cam-
pesina y Popular (UGOCP), Alianza Campesina del Noroeste (Alca-
no) y otras se reúnen en el balneario de Oaxtepec para conformar lo
que comienzan a llamar “nuevo movimiento campesino”.
En realidad, la única ganadora en esta danza de alineamien-
tos y realineamientos es la corriente renovadora de la CNC, en-
cabezada por Hugo Araujo, miembro del grupo fundador de la
UNORCA que, trasvasado al PRI, dizque pretendía impulsar los 207
208 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

planteamientos autogestionarios en las filas del oficialismo. Apo-


yado en el Sector de Organizaciones Económicas de la Central, el
grupo de Araujo promueve una serie de encuentros nacionales de
agricultores organizados, a los que asisten alrededor de 700 asocia-
ciones productivas y cuentan con la participación de la UNORCA,
la UGOCP y Alcano. Reuniones multitudinarias donde se discute
la “nueva alianza” entre el Estado y los hombres del campo. En el
encuentro de Oaxtepec se convoca formalmente a integrar el “Nue-
vo movimiento campesino”; y para la tercera reunión, celebrada en
el mes de agosto en Hermosillo, Sonora, ya Hugo Araujo está en la
Dirección Nacional de la CNC.

El espejismo de la emancipación librecambista

–Mire compañero, si ahorita pedimos reducir la pequeña propie-


dad, nos sale cola. Porque para eso habría que cambiar la Consti-
tución y, como están las cosas, cualquier reforma a la carta magna
resultaría contraria a los campesinos. Por eso en el documento solo
proponemos modificaciones a la Ley Reglamentaria. Mejor no le
muevan, el 27 está bien como está.
La prudente y sensata respuesta a la demanda campesina de
acotar aún más a la pequeña propiedad la dio el brillante antropó-
logo Arturo Warman, uno de los autores de la iniciativa de refor-
mas a la Ley Agraria, que el Congreso de la UNORCA, reunido el
otoño de 1988 en Atoyac de Álvarez, Guerrero, estaba discutiendo.
Y el destacado asesor sabía lo que decía al alertar sobre el peligro,
pues él era parte del peligro: semanas después ocuparía un alto
cargo en el gobierno de Salinas y cuatro años más tarde redactaría
algunas secciones de los Considerandos de la reforma anticampesi-
na al artículo 27 constitucional.
Pero más allá de trayectorias personales, lo importante es en-
tender cómo fue posible que una extensa y combativa corriente del
movimiento rural, que además reivindicaba la autonomía respecto
del Estado y los partidos, intimara hasta la cohabitación con un
gobierno como el de Carlos Salinas; una administración que era no
solo comicialmente ilegítima sino también impulsora de políticas
y reformas institucionales radicalmente anticampesinas. La orien-
tación agrocida del salinismo es espectacularmente constatable en
los cambios que impuso al 27 constitucional, y en la negociación y
firma del TLCAN.
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

La contrarreforma agraria salinista seduce, divide y coopta a


parte del liderazgo rural, no solo por lo que tiene de cañonazo a la
Obregón, sino también porque embona con la ilusoria emancipa-
ción librecambista; con el espejismo empresarialista que acompaña
a la corriente autogestionaria, convencida de que desembarazado
de las ataduras estatales y operando en el mercado libre, el sector
social de la producción agropecuaria fortalecerá su posición econó-
mica procurando el bienestar de sus socios y una justicia social sos-
tenible. Lo que para los tecnócratas en el poder es privatización,
desregulación y cancelación de apoyos gubernamentales, para los
autogestivos es la oportunidad que necesitaban los pequeños pro-
ductores asociados para emanciparse por la vía de la competiti-
vidad. En su lucha por librarse de la tutela del Estado, algunos
campesinos creen haber encontrado un aliado en el mercado. Así, el
acta de defunción se disfraza de “mayoría de edad”.
En el libro Campesinos al asalto del cielo. De la expropiación es-
tatal a la apropiación campesina, Gustavo Gordillo lo dice muy bien:

la vía para la reconstitución del ejido [...] pasa [...] por alcanzar un
control campesino sobre el proceso productivo [...] para lo cual es in-
dispensable la implantación de organismos económicos [...] orienta-
dos a bloquear en los diferentes mercados la fuga [... del] excedente
[...] Estos aparatos económicos de poder campesino, al mismo tiempo
que disputan el excedente [...] disputan espacios de decisión política
a los organismos gubernamentales4

Todo lo cual permite “... establecer una determinada articu-


lación entre democracia política y democracia económica al mismo
tiempo que se está fundando un espacio de ejercicio y despliegue de
poderes campesinos”. Podría cuestionarse si en el inicuo mercado
realmente existente y con un Estado “nacional” que trabaja para el
enemigo, los campesinos pueden realmente “disputar el excedente”;
es más, podría preguntarse qué pasa si, privado de las mínimas
condiciones de productividad, el campesino de plano no produce ex-
cedente económico.
Pero, aun si importante, este debate teórico a toro pasado re-
sulta gratuito porque lo que fracasó a principios de los noventa del
siglo xx no fue tanto el modelo de emancipación económica como

4  Gustavo Gordillo, Campesinos al asalto del cielo. De la expropiación estatal a la apro-


piación campesina, Siglo XXI, México 1988, p. 37. 209
210 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

la vía política elegida para impulsarlo: un amarre con el gobier-


no, convenido precisamente en el momento en que los tecnócratas
impulsaban la más descarnada reforma neoliberal. Así, la “nueva
alianza entre los campesinos y el Estado” no pasó de la captura de
espacios de poder en organismos rurales corporativos y de la efíme-
ra ocupación de algunos puestos gubernamentales de escasa rele-
vancia; en vez de una Comuna de París a la campesina, en vez de
un “asalto al cielo”, presenciamos un imprudente, lastimoso y a la
postre frustrado “asalto a las oficinas públicas”.
Y la intentona fue tragedia –no comedia de enredos– porque el
autonomismo campesino de los ochenta había sido un movimiento
amplio, progresivo e innovador que desarrolló notablemente las es-
trategias rurales. La “apropiación” económica y social que impulsa-
ron algunas de las organizaciones vinculadas a la UNORCA es un
hito en la lucha histórica del pueblo mexicano por desembarazarse
del entrometido Leviatán, de modo que cuando el barco autoges-
tionario encalla en Los Pinos culmina un desgarramiento extremo,
una contradicción insostenible: lideres cuyas bestias negras habían
sido el Estado, los partidos y la política convencional, transformados
en peones del gobierno salinista, aliados del PRI y comparsas de la
CNC; una corriente convencida de que la burocracia debía retirarse
del campo, cuyos cuadros ingresan a la burocracia; organizaciones
que creyendo incorporarse al “nuevo movimiento campesino” esceni-
fican el último episodio del añejo clientelismo agrario del siglo xx.
Maoístas tecnócratas, críticos del presidencialismo amigos del
presidente, una “línea de masas” que apuesta a los arreglos por arri-
ba, “política popular” desde los salones del poder. Pero lo más grave
es que las reformas salinistas son vistas como triunfo de la bandera
autonomista enarbolada desde principios de los ochenta por los fun-
dadores de la UNORCA. “La Ley [que reglamenta el nuevo artículo
27] facilita las decisiones autónomas de los campesinos [...] con res-
pecto a la tenencia, a la producción y a las formas de representación”
dice Luis Meneses, de la UNORCA.5 A Gustavo Gordillo no se le
escapa la contradicción subyacente y en el libro citado argumenta:

la lucha no va a ser fácil. La elaboración de una agenda de transición


concertada entre distintos agrupamientos campesinos, incluyendo

5 Citado en “Seminario Panorama y Perspectivas del campo mexicano, 13 de noviembre


de 1992”, en Cuadernos Agrarios, nueva época, núm. 5-6.
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

destacadamente a las centrales gubernamentales, parece indispen-


sable. Puede parecer un contrasentido. Se puede adelantar el clásico
argumento: ninguna fuerza social dominante se suicida.

El contrasentido no era aparente sino real, pues en la concer-


tación con el gobierno y los suyos, el concepto de autonomía se am-
putaba de su connotación fundamental como independencia políti-
ca para quedar en simple autogestión productiva. Hugo Araujo, el
autónomo devenido líder gobiernista y militante del PRI, lo recono-
ce sin recato en las Conclusiones del Congreso Nacional Extraordi-
nario de la CNC en 1991: “... el concepto de autonomía, entendido
no como independencia del movimiento campesino, sino como capa-
cidad de [...] dirigir sus propios proyectos”.6
Aliarse con el gobierno –no en cualquier momento sino, pre-
cisamente, cuando este busca afanosamente desembarazarse de
los campesinos– para así poder construir la autonomía de los pe-
queños agricultores en el mercado, demanda encontrar en la es-
fera económica aliados que sustituyan a la reculante burocracia
política. Y estos presuntos aliados son los empresarios. La nueva
asociación capital privado-campesinos, que debe sustituir a la vie-
ja mancuerna Estado-campesinos, se concreta en las Asociaciones
en Participación Agroindustrial establecidas en la Ley de Fomento
Agropecuario de 1981 pero impulsadas por el ala campesinista del
salinismo desde la Subsecretaría de Planeación de la Secretaría de
Agricultura. El proyecto piloto es Vaquerías, una asociación entre
la Promotora Agropecuaria Gamesa, S.A. y ejidatarios y colonos de
los municipios de China y General Terán, en Nuevo León, que para
1992 ha fracasado pese a que el gobierno subsidia y favorece por to-
dos los medios el experimento. Y con esto la contradicción viviente
que son los autónomos-gobiernistas se muerde la cola: un discur-
so sustentado en el espejismo de que privatización es socialización,
pues lo que pierde la nación lo ganan las empresas campesinas,
promueve desde el Estado la disociación entre los campesinos y el
Estado, mediante la asociación, subsidiada por el Estado, de los
campesinos con el capital. El problema está en que el capital priva-
tiza los subsidios que deben terminar con los subsidios y el modelo
se colapsa. La sustitución del asesor de combativas organizaciones
campesinas, Gustavo Gordillo, por el neoliberal ortodoxo Luis Té-

6 Citado en Beatriz Canabal Cristiani, op. cit. 211


212 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

llez Kuenzler en la Subsecretaría de Planeación de la Secretaría


de Agricultura, encabezada por el neocacique Hank González, es la
cereza del pastel.
La apuesta gobiernista de los exautónomos constituye una trai-
ción a los rústicos porque la tirada de los tecnócratas en el poder no
es la “nueva alianza entre el Estado y los campesinos” sino la mo-
dernización excluyente. Conversión imposible sin una intensa purga
demográfica rural, sin una liposucción poblacional que libere al país
de tres o cuatro millones de familias campesinas presuntamente so-
brantes. Y para eso lo esencial no es amputar la Constitución sino
instaurar una nueva política agropecuaria orientada a propiciar el
desguance de los sectores “no competitivos”: básicamente la franja
cerealera donde se ubica la gran mayoría de los campesinos.
Esto venía de atrás, de la Ley de Fomento Agropecuario de Ló-
pez Portillo (1981), del Programa de Modernización del Campo de
Miguel de la Madrid y, sobre todo, del ingreso de México al GATT,
en 1986, que sienta las bases de nuestro unilateral desarme econó-
mico, de la inicua apertura de los mercados y abandono de las polí-
ticas de fomento y regulación, que permitirán firmar el TLCAN en
los primeros noventa. Acuerdo que implica la renuncia expresa a
nuestra soberanía alimentaria y laboral, que anticipa la muerte de
la agricultura campesina y que anuncia el incontenible éxodo rural
del fin de milenio.

Revitalización de los autogestionarios: la


organización por sector productivo

El proyecto de reformas autonómicas a la Ley Agraria, diseñado


por la UNORCA a fines de los ochenta de la pasada centuria, era
claramente progresivo por cuanto buscaba ampliar las atribucio-
nes económicas, sociales y políticas de las organizaciones campesi-
nas. Su talón de Aquiles fue el dispositivo elegido para impulsarlo:
alianza de los presuntos autónomos con el corporativismo rural y
con las corrientes “modernizadoras” del gobierno, con el argumento
–atendible– de que de otro modo la propuesta quedaría en intento
frustrado y reclamo testimonial.
Apuesta “entrista” no carente de argumentos pero estratégica-
mente equivocada, pues los modernizadores neoliberales eran ra-
dicalmente anticampesinos, aun si algunos de ellos se presentaban
como promotores de un presunto “sector social de la producción” es-
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

tructurado en “empresas”. Y era también una opción tácticamente


torpe, pues el abrazo de Acatempan con quienes desde la adminis-
tración pública se declaraban autonomistas a morir y enemigos jura-
dos del corporativismo sistémico, no ocurría en cualquier circunstan-
cia sino precisamente cuando la insurgencia gremial de los setenta
y primeros ochenta se estaba convirtiendo en insurgencia cívica, en
momentos en que el histórico forcejeo por una democratización desde
abajo confluía con la oposición neocardenista, pasando de ser una
independencia solo social que se desmarcaba del clientelismo a ser
también una independencia política que rompía con el PRI.
En esa difícil coyuntura, quienes, como la UCD, se afilian orgá-
nicamente a la insurgencia cívica neocardenista hecha partido, ree-
ditan desde la oposición un corporativismo anacrónico; los que per-
severan en la línea independiente-agrarista-contestataria se quedan
sin espacios, y la corriente mayoritaria, encuadrada en el autode-
signado “nuevo movimiento campesino”, pierde aceleradamente cre-
dibilidad, pues si bien hay una temporal derrama neoclientelar de
recursos públicos, pronto queda claro que las puertas para transitar
exitosamente al “libre mercado” están cerradas para casi todos los
campesinos y que, en esas condiciones, es ilusoria la pretensión de
sustituir el fomento estatal por alianzas con el capital privado.

El “cambio de modelo” como una bandera campesina

“Reducen al hombre a la indigencia y luego le obsequian con pompa


y ceremonia”, escribió William Blake, y así el gobierno de Salinas
presume que va resarcir a los campesinos arruinados, mediante el
Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol), un modelo de gasto
social básicamente asistencial pero “participativo”, que hace de los
comités gestores de dineros públicos la nueva y efímera base social
con que los tecnopopulistas buscan compensar el distanciamiento
de las bases corporativas del priismo tradicional.
Entre el neoclientelismo asistencial de Pronasol y el desman-
telamiento de las políticas compensatorias y de fomento que era
necesario para la firma del TLCAN, las organizaciones de produc-
tores se adentran en el túnel de los noventa. Los contestatarios lo
tuvieron claro desde el principio:

la reforma coloca al campo y al país [...] a los caprichos [...] del capi-
tal trasnacional [... y] la globalización [...], en particular los requi- 213
214 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
sitos del Tratado Trilateral de Libre Comercio de México, Estados
Unidos y Canadá [...] Por tanto se inscribe en una política neoliberal
del gobierno mexicano, cuya esencia es la privatización total de la
economía...

Así lo describió la convergencia de organizaciones llamada Mo-


narca en un manifiesto agrario el 19 de diciembre de 1991. Un año
después, en la Declaración de Tempoal, firmada el 5 de diciembre
de 1992, la UNORCA llega a la misma conclusión: “Los cambios
[...] han consistido [...] en el retiro de las políticas de fomento [...
y] la aplicación de un modelo de desarrollo agrícola excluyente, el
cual considera exclusivamente criterios de eficiencia, producción y
competitividad”. Las previsiones de quienes pocos años antes esta-
ban en la cresta de la ola, difícilmente podían ser más pesimistas:
los “retos para el movimiento [...son] preservar nuestra existencia
como campesinos y como sector rural. Frente a la nueva situación
está en juego la existencia del sector agropecuario y forestal y la
viabilidad de la economía y la vida social campesina”.
En el fondo, la intención de los tecnócratas había sido jubi-
lar con la menor indemnización posible a unos tres millones de la-
briegos sobrantes. Así, la apertura de fronteras a las importaciones
agrícolas y el fin de los precios de garantía, del crédito agropecua-
rio, de los programas de fomento y del subsidio a insumos y servi-
cios, provoca una extendida mortandad en los agrupamientos cam-
pesinos de segundo y tercer nivel: de 1145 Uniones de Ejidos y 138
Asociaciones Regionales de Interés Colectivo (ARIC) que había a
principios de los noventa, para el fin del sexenio de Salinas apenas
sobrevivían una de cada 10. Es el sálvese quien pueda, la crisis de
fidelidades gremiales, el naufragio de organizaciones abandonadas
por socios que optan por estrategias familiares de supervivencia
como el jornaleo local o, de plano, la migración. Las deserciones son
multitudinarias, pero también hay forcejeos sordos y estallidos ais-
lados de los que se resisten a morir.
Particularmente golpeados por la apertura del mercado que
arranca en los ochenta y se acentúa después de 1994, resultan los
productores de maíz, trigo, sorgo, soya, arroz, frijol, algodón. Cul-
tivos de importante participación campesina cuya rentabilidad se
desploma con las importaciones. Un ejemplo del descalabro orga-
nizativo en granos es el curso de la sonorense ARIC Jacinto López,
que agrupaba productores de trigo, soya y maíz de los valles irriga-
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

dos del Yaqui y el Mayo, y contaba con Unión de Crédito, Fondo de


Autoaseguramiento, Comercializadora, Molino Harinero, Central
de Maquinaria, entre otras empresas asociativas. De 1993 a 1996
al otrora poderoso corporativo le embargan progresivamente recur-
sos e infraestructura, hasta que finalmente quiebra por deudas.
Sobreviven a la debacle algunas empresas sueltas que aglutinan
grupos campesinos reducidos.
Pero tampoco la libran mejor los agroexportadores, que pre-
suntamente gozaban de ventajas comparativas. Así, organizacio-
nes consolidadas, como la Unión de Ejidos Cafetaleros de la Cos-
ta Grande, de Guerrero, operadora de una unión de crédito y una
comercializadora, que había prohijado organizaciones de maiceros,
que manejaba sistemas de abasto popular y que, a principios de los
noventa, estaba instalando un combinado agroindustrial con bene-
ficio seco de café y espacios para instalar procesadoras de copra, de
miel y de madera, se descarrila, carcomida por las deudas y aban-
donada por sus socios. Tras el derrumbe de la gran ilusión coste-
ña persistieron algunas empresas que trabajaban cada una por su
cuenta y un grupo de productores de café orgánico.7
Durante la primera mitad de los noventa las organizaciones ru-
rales ya no sienten lo duro sino lo tupido. Y así, apabulladas y contra
las cuerdas, absorben castigo hasta 1995, año en que se combinan
los primeros 12 meses del TLCAN y los saldos del llamado “error de
diciembre”, debacle financiera con la que Ernesto Zedillo inaugura
su gobierno. Tasas de interés estratosféricas, abismal devaluación
del peso, alzas descontroladas de costos enfrentados mediante un
programa de emergencia económica heterodoxo que incluye control
de precios, propician la rearticulación del movimiento campesino.
Al principio son organizaciones de pequeños productores de
Jalisco, Sinaloa y Guerrero, y redes como la Asociación Mexicana
de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS), que se reúnen
en el arranque del año alarmados por el riesgo de que en el inmi-
nente ciclo primavera-verano los campesinos excedentarios de pla-
no no siembren.
Para el mes de abril, representantes de 120 organizaciones de
20 estados de la República realizan una asamblea en la ciudad de
México, donde acuerdan luchar por una nueva política en el campo

7 Ver Lorena Paz Paredes y Rosario Cobo. “Café caliente”, en Armando Bartra, comp.,
Rosario Cobo, Gisela Espinosa, Carlos García, Miguel Meza y Lorena Paz Paredes,
Crónicas del sur. Utopías campesinas en Guerrero, México, Era, 2000, pp. 129-251. 215
216 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

que reactive al sector; renegociación de las cuotas de importación


previstas en el TLCAN, sobre todo de granos básicos; subsidios en
cereales, por lo menos equivalentes a los que ejercen nuestros so-
cios comerciales; regulación de mercados; crédito a tasas alcanza-
bles y con garantías realistas...
En mayo, campesinos de todo el país marchan por calles y
carreteras, toman oficinas públicas, instalan plantones y simbóli-
camente derraman en las banquetas de las ciudades toneladas de
granos que no tienen precio. Las movilizaciones más intensas son
en Jalisco, Guanajuato, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Puebla y More-
los, animadas por militantes de organizaciones nacionales como la
UNORCA, la Coordinadora de Organizaciones Democráticas Urba-
nas y Campesinas (CODUC), la CIOAC y El Barzón, pero también
por agrupaciones regionales como Alcano, Comercializadora Agro-
pecuaria de Occidente y algunos grupos de la CNC. Las jornadas de
1995 arrojan logros puntuales, como suspensión del pago de inte-
reses e incremento de precios regionales; pero nada del cambio de
estrategia, asunto que el gobierno ni siquiera discute.
Sin embargo, quedan lecciones: la plataforma definida en abril
apunta a un cambio de modelo en el desarrollo agropecuario, y el
movimiento es la primera expresión amplia y nacional de que los
campesinos no quieren seguir marchando rumbo al barranco; ade-
más, las fuerzas que lo impulsan conforman una alianza amplia y
plural que incluye organizaciones tanto independientes como ofi-
cialistas, y cuenta con el apoyo de algunos sectores empresariales
afectados también por la apertura comercial y la desregulación.
Pero quizá lo más importante es que da lugar a una coordina-
ción sectorial de organizaciones regionales cerealeras, la Asocia-
ción Nacional de Empresas Comercializadoras de Productos del
Campo (ANEC), que se forma en julio de 1995 en una reunión
convocada por agricultores de Sinaloa a la que acuden alrededor
de 100 organizaciones regionales de 21 estados de la Repúbli-
ca. La asociación comienza a trabajar a fines de ese mismo año
impulsando mecanismos más directos de comercialización y de
arranque; busca la transferencia de instalaciones de Almacenes
Nacionales de Depósito S.A. y Bodegas Rurales Conasupo S.A.,
que el gobierno está privatizando. En el arranque del siglo xxi, la
ANEC tenía presencia organizativa y comercial en 19 entidades
federativas, donde operaban 220 organizaciones locales y 16 redes
regionales y estatales, y contaba con empresas comercializadoras;
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

de servicios de capacitación, asesoría, gestión y promoción de or-


ganizaciones campesinas; de industrialización de maíz, de fabri-
cación y venta de tortilla. A fines de 2002 y principios de 2003 la
asociación fue una de las impulsoras del Movimiento El campo no
aguanta más (Mecnam), que amplía y profundiza el espíritu de
las jornadas de 1995.
Paralelo al de los cerealeros, pero un poco anterior, es el pro-
ceso organizativo sectorial de los productores de café, un cultivo
principalmente de exportación cuya crisis arranca en 1988, cuan-
do la Organización Internacional del Café, que por décadas reguló
los precios a través de fijar cuotas de exportación, suspende sus
acuerdos económicos, mientras que en lo nacional se desmantela el
Inmecafé, que no solo concedía los permisos de exportación: desde
los años setenta también intervenía de manera decisiva en la ha-
bilitación, acopio, beneficio y comercialización del grano aromático
campesino. Así, las organizaciones regionales de caficultores, que
desde fines de los setenta habían luchado juntas contra las fallas y
desviaciones del Inmecafé, fundan en 1989 la Coordinadora Nacio-
nal de Organizaciones Cafetaleras (CNOC).
La tendencia a formar convergencias sectoriales no se presenta
solamente entre campesinos cerealeros y caficultores; también las
comunidades dueñas de bosques buscan agruparse como tales. Así,
con base en la Red Forestal impulsada por la UNORCA, que para
1991 enlazaba a ocho uniones de ejidos silvícolas en otros tantos
estados, en 1994 se constituye la Red Mexicana de Organizaciones
Campesinas Forestales (Red Mocaf). Y con la misma lógica se dan
convergencias en torno a servicios, como la AMUCSS, establecida
en 1992. La crisis de la agricultura campesina y de su organicidad
se expresa muy bien en el hecho de que de las 32 Uniones de Cré-
dito que al principio agrupaba esta Asociación, para 1995 ya solo
operaban 18, la mayoría prácticamente quebradas.
Estas redes por especialidad productiva o por servicio son,
en casi todos los casos, desdoblamientos o desprendimientos de
la UNORCA por los que organizaciones regionales más o menos
especializadas se aglutinan nacionalmente en torno a su interés
sectorial específico. Y, como la UNORCA, las redes especializa-
das adoptan la forma de coordinadoras. Este modelo organizati-
vo, mucho menos vertical que las tradicionales centrales, había
sido impulsado 20 años antes por la CNPA, un frente conformado
a fines de los setenta como enlace solidario entre decenas de or- 217
218 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

ganizaciones regionales en lucha por la tierra, que al operar con


una dirección colegiada, respetar la autonomía de los coaligados
y promover los intercambios horizontales entre las bases, se des-
marca radicalmente del paradigma vertical y centralista de los
organismos gremiales inducidos por el Estado posrevolucionario,
aparatos cuya estructura debía facilitar el control de las bases y
su operación como correas de transmisión de las instrucciones gu-
bernamentales. De hecho, la única organización campesina demo-
crática que sigue activa en el arranque del siglo xxi y aún lleva el
nombre de central, es una de las más viejas, la CIOAC, fundada
como tal en 1975, pero que viene de la CCI, nacida en 1963 de una
confluencia de priistas, trasnochados exseguidores del disidente
de la “familia revolucionaria”, Enríquez Guzmán, y campesinos
comunistas.
A diferencia de las coordinadoras plurisectoriales, que al en-
lazar organizaciones regionales diversas son multidimensionales y
de perspectiva más o menos integral, las convergencias en torno a
un determinado producto o función son especializadas, lo que facili-
ta su mayor desarrollo técnico. Debería propiciar también una ma-
yor pluralidad, pues si ideología y proyecto unen a los variopintos
miembros de una coordinadora multifuncional, en teoría la arga-
masa de las confluencias sectoriales es solo la problemática especí-
fica del cultivo o la actividad que las aglutina. Sin embargo, por lo
general las convergencias sectoriales reúnen a los ideológicamente
afines, de modo que la representación de un sector pasa por la con-
fluencia de diversos agrupamientos, cada uno con su estilo organi-
zacional y su perfil político. Tal es el caso del Foro Café, operante
a principios del siglo xxi y conformado por la CNOC, pero también
por caficultores de la CIOAC y de la Unión Nacional de Producto-
res de Café, entre otros.
La existencia de organizaciones regionales, coordinadoras na-
cionales polifónicas y redes sectoriales especializadas, permite, por
ejemplo, que un agrupamiento local como el FDC de Chihuahua se
articule a escala nacional con la ANEC en lo referente a su activi-
dad cerealera, mientras que en lo tocante a su trabajo de ahorro
y crédito se vincula con la red de organismos financieros llamada
Colmena Milenaria. Por su parte, una convergencia estatal, como
la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca (CEP-
CO), que enlaza a decenas de organizaciones cafetaleras regiona-
les, forma parte de la CNOC para los asuntos del grano aromático
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

y trabaja con AMUCSS sus sistemas financieros. Aunque también


hay tensiones: la UNORCA y la CIOAC, por ejemplo, tienen áreas
cafetaleras que no participan en CNOC, una coordinadora nacional
que, sin embargo, les es afín, mientras Red Mocaf , que surgió de la
UNORCA, ha tenido diferencias con ella.
Con todo y sus inevitables desencuentros, esta plural confor-
mación hace más rico, complejo y diferenciado el tejido organiza-
tivo campesino, y multiplica sus relaciones, recursos, capacidades,
saberes y sabores. Virtud que, como veremos, se potencia extraor-
dinariamente cuando los diferentes ámbitos asociativos convergen
en un movimiento plural pero unificado, como el que se desató en
el 2002.
Pero, así como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN) y el Congreso Nacional Indígena (CNI) –de cuyo origen y
curso nos ocuparemos más adelante– son mascarón de proa del in-
dianismo, el emblema del movimiento rural mestizo de los noventa
del siglo pasado es El Barzón, una convergencia reactiva, variopin-
ta y multiclasista desatada inicialmente por agricultores ricos, que
precisamente por ello da cuenta del filo de la crisis rural y los al-
cances de la exclusión.
Con los versos de una vieja canción del dominio público que
hace referencia a deudas impagables: “Ora voy a trabajar / para
seguirle abonando...”, el norte y occidente mestizos y rancheros,
bocabajeados por la apertura comercial indiscriminada y la crisis
financiera, salen al relevo de una lucha campesina declinante, casi
al mismo tiempo que en Chiapas las comunidades indígenas del
sureste anuncian con estruendo su presencia con un alzamiento
armado.
El 6 de diciembre de 1994 El Barzón marcha de Querétaro al
Distrito Federal por una ley de moratoria y los tractores rebeldes
entran por vez primera a la capital. En 1996 la sección agraria de
El Barzón realiza un congreso con cinco mil delegados de 25 es-
tados de la República. Se encuentran ahí maiceros del Estado de
México y de Guerrero, frijoleros de Zacatecas, sorgueros de El Ba-
jío, aguacateros de Michoacán, piñeros de Oaxaca, citricultores de
Veracruz, ganaderos de las Huastecas, menonitas diversificados de
Durango. Debaten juntos grandes empresarios, rancheros media-
nos y campesinos “transicionales”; todos, víctimas financieras del
viraje operado por Banrural a fines de los ochenta y principios de
los noventa. 219
220 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

De la “retención del excedente” a la reivindicación


de la multidimensionalidad

Los desfiguros prosalinistas del liderazgo rural ocasionan cismas,


diáspora y descrédito pero el papelazo de los dirigentes no es el fin
de la corriente autogestionaria. Aunque debilitadas, algunas de las
fuerzas regionales y sectoriales sobreviven, y el espíritu del proyec-
to persiste, de modo que a lo largo de los años noventa se va exten-
diendo a todo el movimiento rústico.
Y es que la construcción de una economía asociativa y solidaria
sustentada en la unidad doméstica, cobijada por la comunidad y con-
trolada por los productores directos, responde a las tendencias pro-
fundas del trajín campesino. Tan es así que, una década más tarde,
en el arranque del nuevo milenio, sus planteamientos básicos reapa-
recerán como banderas del ejército de sobrevivientes, resucitados y
zombis que tomó como lema: El campo no aguanta más.
Sin embargo, durante los noventa la vertiente económica de la
resistencia rural sufre una profunda revisión conceptual, política,
organizativa y práctica. En una década se va de la “apropiación” a
la “revolución” del proceso productivo; de absolutizar la integración
vertical especializada de los sectores a buscar también la articula-
ción horizontal diversificada de las regiones; de las organizaciones
incluyentes a la autoselección de la militancia más consistente; de
apostarlo todo a la eficiencia económica a reivindicar la multifun-
cionalidad campesina; de la sola autogestión productiva y social al
autogobierno. Mudanza no lineal sino abigarrada que, para facili-
tar su exposición, abordaré por partes.
La “retención del excedente económico” mediante una “apro-
piación del proceso productivo” entendida estrechamente como des-
plazamiento de intermediarios y extensión del control de la cadena
a partir del sector primario, comienza a pasar aceite cuando la ma-
yoría de los sistemas-producto de participación campesina impor-
tante devienen no competitivos debido a las políticas de apertura y
desregulación. Y es que si no hay excedente no hay nada que rete-
ner. En términos estrictos de mercado la salida está en la conver-
sión: no solo apropiarse del proceso productivo, también revolucio-
narlo. Pero si es relativamente sencillo desplazar y sustituir por
actores asociativos algunos eslabones privados de la cadena, dado
que no se toca la nuez de la producción campesina, la necesaria
conversión es más peliaguda pues con frecuencia supone revolucio-
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

nar los usos y costumbres productivos domésticos y ocasionalmente


también los comunitarios.
Un buen ejemplo es la transición de la caficultura convencio-
nal a la orgánica, es decir, limpia de agroquímicos, en un proceso
que agrega valor y permite acceder a segmentos de mercado con
mejores precios pero que demanda cambios drásticos, no solo en el
manejo de la huerta y la primera industrialización, también en la
relación entre los productores asociados, quienes deben supervisar
unos a otros la estricta aplicación de las normas ecológicas, pues
por la infracción de uno todos pueden perder la certificación que les
permite acceder al mercado de privilegio.
Siendo insoslayable adecuarse productivamente a las señales
del mercado, en lo que estas tienen de racional e indicativo de las
características de la demanda, este ajuste es del todo insuficien-
te cuando el comercio que realmente existe, lejos de ser libre, está
aherrojado a los intereses de las megacorporaciones, de modo que
el excedente agregado por la conversión quizá ya no termina en
manos de rústicos coyotes pero sí en los bolsillos de trasnacionales
agroalimentarias.
La estrategia de eslabonar cadenas productivas sustentadas
en monocultivos especializados de lógica empresarial choca con el
inicuo e impredecible mercadeo real que castiga a quienes ponen
todos los huevos en la misma canasta; choca también con la racio-
nalidad de un campesino que, a diferencia del empresario, no pue-
de ajustarse así nomás a las señales del mercado, pues lo mueve
el bienestar de la familia y no la rentabilidad; choca, además, con
la lógica de un agricultor pequeño cuyos recursos no son libres y
monetarizables como los del capital, sino que están vinculados; por
último –que no al final–, choca con madre natura: con la diversidad
ecológica, incompatible con la uniformidad técnica de la agricultu-
ra de modelo industrial.
Por todo ello las organizaciones campesinas, aun aquellas que
al principio eran netamente sectoriales, adoptan cada vez más es-
trategias diversificadas, impulsando policultivos y aprovechamien-
tos plurales que suponen amarres verticales, a la vez que una arti-
culación horizontal que explora y potencia la complementariedad de
actividades múltiples y entreveradas. Así, no solo los pequeños pro-
ductores domésticos recampesinizan sus estrategias para resistir
los vendavales del mercado; también las organizaciones producti-
vas del sector social pasan del modelo cerradamente empresarial al 221
222 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

abierto paradigma campesino. Muchas son las claves de la supervi-


vencia de la Sociedad Cooperativa Agropecuaria Regional Tosepan
Titataniske, de la sierra de Puebla, que nació a fines de los setenta
del pasado siglo, pero una fundamental ha sido la combinación de
dos productos comerciales, la pimienta y el café, en los que tiene
buenos amarres agroindustriales y comerciales, con el impulso a la
producción alimentaria de autoconsumo y la creciente autoprovi-
sión de servicios: salud, vivienda, educación, ahorro y préstamo.
Muchos agrupamientos campesinos antes incluyentes y prac-
ticantes del reclutamiento indiscriminado que otorga representa-
tividad y fuerza numérica, transitaron a procesos de selección na-
tural o inducida por los que conservan a los más aptos en términos
agroecológicos y económicos, pero también a los más militantes y
comprometidos con la organización. Porque cuando no se trata solo
de presionar a las instituciones o de mediar en el reparto de dá-
divas gubernamentales, la debilidad productiva o el oportunismo
económico de asociados irresponsables son pesados lastres. Una
membresía desafanada o rapaz transforma a los aparatos financie-
ros, comerciales y agroindustriales del sector social en insaciables
vertederos de subsidios: organismos clientelares que se desfondan
cuando se suspende la derrama.
Pero con frecuencia la selección también deja fuera a los campe-
sinos de menores recursos, lo que se contradice con la vocación pobris-
ta y justiciera de las organizaciones sociales democráticas. Tensión
entre el proyecto emancipador y la razón económica, que no se supri-
me pero se controla mediante estrategias de diversificación. Porque
en los sistemas-producto la competencia es implacable y conservar
agricultores marginales o ineficientes es suicida para los demás,
mientras que explorar el aprovechamiento múltiple de los recursos
disponibles genera opciones para los que han sido desplazados.
Sin embargo, con todo y conversión, diversificación y búsqueda
de eficiencia, las estrategias de supervivencia del sector social son
arrolladas por la apertura comercial indiscriminada, el repliegue
del Estado de sus funciones reguladoras y de fomento productivo,
y las políticas regresivas que concentran los recursos públicos en
agroempresarios y comercializadoras corporativas. Y si en los años
ochenta y noventa muchos pequeños productores se creyeron lla-
mados, a la postre pocos –si es que alguno– fueron los elegidos.
Entonces, ante el inapelable: “Son las ventajas comparativas,
pendejo”, no le quedaba al movimiento campesino más que un cam-
IX. El movimiento campesino entre dos siglos

bio de terreno, es decir, pasar de demandar migajas presupuestales


a reivindicar la revalorización de la agricultura y del mundo rural.
Y reivindicarlo no solo –y no tanto– por su mayor o menor viabili-
dad económica, como por razones de soberanía, de inclusión social,
de salud ambiental, de diversidad biológica y cultural. Había que
trasladar el debate de un sector de la producción que desde hace
rato aporta menos de 4% al PIB, al reconocimiento, ponderación y
retribución de las múltiples funciones del mundo rural; transitar
de la sola defensa del excedente económico a reivindicar la polifo-
nía de la comunidad campesina e indígena.
Y esto únicamente sería posible si el ogro filantrópico y cliente-
lar del segundo y tercer cuarto del siglo xx y el Estado crupier que
en los ochenta y noventa se limitó a servir cartas marcadas a los
tahúres corporativos del agronegocio, dejaban paso a un gobierno
fuerte y comprometido con el campo, no suplantador de las iniciati-
vas sociales pero sí activista y enérgico. Porque una de las formas
de resistir la globalización desmecatada, que acota y debilita a las
naciones, es que el Estado como gestor y la sociedad como deposi-
taria reasuman juntos la soberanía. Y, en el caso de la agricultura
–de la que dependen vida, trabajo, medio ambiente y cultura–, la
regulación estatal es sin duda indispensable.
Ante tamaño reto civilizatorio, reducir el campesinado a “sec-
tor social de la producción agropecuaria” equivale a empobrecer su
misión y cometido. Hubo que admitir, entonces, que las solas habili-
dades empresariales no salvarían a las organizaciones de producto-
res; que la integración vertical y la diversificación eran necesarias
pero no suficientes; que la lucha y el compromiso era para cosechar
alimentos, pero también para generar empleos e ingresos dignos
que frenaran el éxodo rural; para restaurar el tejido social y res-
tablecer la seguridad interna; para producir bienes agropecuarios
pero igualmente aire puro, agua limpia, tierra fértil, biodiversidad,
cultura. Y el cambio de cancha demandó replantear la autonomía
en un nivel superior, transitar de la autogestión económica al auto-
gobierno. Lucha en la que sin duda puso el ejemplo el movimiento
indígena desplegado al tardear el pasado siglo.

223
224 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
X. ORIGINARIOS:
DEL CONGRESO INDÍGENA
DE 1974 A LA MARCHA DEL
COLOR DE LA TIERRA

¿Quién dijo que estamos cansados de ser indios?


Yabiliquinya, cacique Kuna de Panamá

Junto con el mundo andino, Mesoamérica y Aridoamérica son cuna


de grandes culturas originarias, pero además son patria adoptiva
de africanos forzados y fragua de ríspidos mestizajes. En la región,
la quinta parte de las personas se considera indígena. Y la presen-
cia del continente profundo va más allá de la estadística: abarca
historia, sociedad, cultura... Y también la política, pues –cuando
menos en el sur mexicano y en Guatemala– los originarios han sido
protagonistas de las mayores gestas libertarias.
Del sur, y precisamente de los que fueron humillados por ser
“otros”, nos viene la más fuerte reivindicación de la pluralidad, de
la diversidad virtuosa. No es que los indios sean tolerantes por na-
turaleza; al contrario, hay en sus comunidades expresiones vergon-
zosas de exclusión. Lo que pasa es que ellos han sido discriminados
por su diferencia. Y solo desde allí, desde la otredad despreciada
y ofendida, se puede acceder a la pluralidad, se puede asumir la
tolerancia no como dádiva generosa del igual por antonomasia sino
como conquista del distinto.
Si para combatir la inequidad hay que asumirse explotado,
para reivindicar la dignidad en la diferencia hay que hacerse in-
dio (léase negro, mujer, homosexual, viejo, minusválido...). Es por
ello que el fundador simbólico de nuestra identidad americana fue
Álvar Núñez Cabeza de Vaca. No porque haya decidido vivir y mo-
rir entre los indios, que no lo decidió; no porque haya casado con
india y engendrado hijos mestizos, que no los engendró. Alvar nos
funda cuando, después de vagar durante nueve años ejerciendo de
chamán entre pimas, siux, ópatas y apaches, se descubre pálido y 225
226 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

desnudo chichimeca ante los ojos –”tan atónitos”, dice– de los hom-
bres blancos y barbados de Nuño de Guzmán. Cuando el jerezano
es visto por los cristianos como indio y por un momento mira a los
altos jinetes con ojos despavoridos de chichimeca, ha nacido una
nueva identidad. Porque el único sincretismo americano habitable
es el que se construye desde la condición indígena. No porque sean
bonitos o sean feos, o porque sumen 40 millones, que podían ser
menos o más. Es que solo desde la natal o adoptiva visión de los
vencidos podemos reconciliarnos con la conquista, perdonar el daño
que nos hicimos y hasta reconocer el arrojo de la espada y el fervor
de la cruz. No se puede fincar identidad soslayando el despojo; los
vencedores escriben la historia, pero son los derrotados quienes la
siembran, la forjan, la tejen y la curten; quienes la sudan, la lloran
y la cantan. Reivindicar la indianidad de América no es exaltar lo
autóctono sobre lo occidental ni preferir la sangre de un orden cruel
al oro de un orden codicioso; no es, tampoco, vocación de derrota o
de martirio. Es una inexcusable opción moral por los vencidos, los
resistentes, los constructores en la sombra.
Y es en esta opción moral donde han fallado xenófobos torpes
e inteligencias preclaras; es esta incapacidad para adherirse –para
compadecer– lo que transforma en racistas tanto a los indiófobos
corrientes como a muchos pensadores sofisticados. Aunque tam-
bién confunde a ciertos indiófilos epidérmicos, cuya exaltación a ul-
tranza de la pureza y perfección autóctona oculta el desprecio por
el indio feo que existe en la realidad.
Cuando a los indios se les escatima la libertad de autogober-
narse con el alegato de que sus usos y costumbres son bárbaros, en
el fondo se está cuestionando su derecho a la libertad, su condición
humana. El debate no es sobre qué tan virtuosas o viciosas son las
prácticas de tal o cual comunidad, sino acerca de su capacidad co-
lectiva para enmendarse, para reinventarse. ¿Deben los indios ser
llevados de la mano a la tal civilización o pueden emanciparse a
su aire y por su pie? Esa es la cuestión. Y por poco que nos meta-
mos en sus guaraches veremos que son capaces de hacerlo. Vaya si
lo son. Pocas prácticas y discursos han cambiado tanto y tan bien
en el tránsito entre dos siglos como los dizque inamovibles hábitos
sociales y mentales de los indios: de las formas de elección directa
como vía para perpetuar el cacicazgo a la designación por consen-
so democrático y la rendición de cuentas de las autoridades; de la
discriminación extrema de la mujer a una participación femenina
X. Originarios: del congreso indígena de 1974 a la marcha del color de la tierra

que ya quisieran otros grupos sociales. Y, ante todo, su pasmoso


tránsito de la vergüenza al orgullo: de población dispersa y degra-
dada objeto de asistencia pública y curiosidad científica a sujeto so-
cial deliberante, proponedor, movilizado. Que aún son intolerantes,
sexistas, violentos, borrachos... ¡Claro que sí! Como casi todo mun-
do. Y precisamente por eso necesitan la autonomía; porque 500 años
de heteronomía y saqueo los han llevado a esta triste situación.
En algunas regiones de México los censos realizados a fines
de la pasada centuria y en el arranque del siglo xxi muestran un
sorprendente crecimiento de la población indígena. No es que sean
más, es que antes negaban su condición a los encuestadores mien-
tras que ahora la proclaman. El vuelco se dio en el cruce de los mi-
lenios, pero podemos buscar sus antecedentes desde principios de
los setenta en el Primer Congreso Indígena Fray Bartolomé de las
Casas, arranque de una nueva etapa del movimiento étnico mexi-
cano que paulatinamente comienza a dejar atrás al indigenismo
paternalista e integrador nacido en la posrevolución.

Principio del fin del indigenismo

Realizado en San Cristóbal, Chiapas, los días 13, 14 y 15 de octubre


de 1974, el encuentro indígena congrega a 587 delegados tzeltales,
330 tzotziles, 161 choles y 152 tojolabales, provenientes de 327 loca-
lidades, y aunque el gobierno firma la convocatoria, el hecho es que
las comunidades se apropian del proceso. Los debates y conclusiones
se estructuran en torno a cuatro temas que revelan los ejes profun-
dos del movimiento indígena. El primero es tierra, que formula la
demanda histórica y básica de todos los campesinos, en este caso en
términos de restitución, pues se trata de los poseedores originarios:
“Exigimos que las tierras comunales que quitaron a nuestros padres
que nos las devuelvan” (Acuerdos). El segundo es comercio, que sin-
tetiza las demandas justicieras en el ámbito de la economía: “El fruto
de la tierra no da ganancia para nosotros sino para los comerciantes
[...] siempre es así: vendemos barato, compramos caro...” (ponencia
tzeltal). “Queremos un mercado indígena, es decir que nosotros mis-
mos seamos quienes compramos y vendemos [...] Queremos organi-
zarnos en cooperativas de venta y producción para defendernos de
los acaparadores y para que las ganancias no salgan de la comuni-
dad” (Acuerdos). El tercero es salud, donde se condensa la carencia
de servicios en su aspecto más dramático. El cuarto es educación, 227
228 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

que articula los derechos a la propia cultura, empezando por el idio-


ma, y por extensión abarca la preservación de los usos y costumbres:
“Queremos que se preparen maestros indígenas que enseñen en
nuestra lengua y costumbre” (Acuerdos). Y estos cuatro aspectos son
los rectores de un proceso de organización: “... las comunidades indí-
genas de Chiapas –tzeltales, tzotziles, tojolabales y choles– en pie de
lucha y para rescatar nuestra dignidad y nuestro derecho a la tierra,
a la educación y a la salud; unidas contra la explotación y exigiendo
respeto a nuestra forma de vida dentro de la nacionalidad mexicana,
hemos realizado el Primer Congreso Indígena, para volvernos a or-
ganizar y luchar con más fuerza, sobre la base de que somos trabaja-
dores del campo” (Acuerdos).
Del Congreso surge una poderosa avenida organizativa que flu-
ye por distintas vertientes. La primordial demanda agraria encarna
en agrupaciones de lucha por la tierra, como la Casa del Pueblo, del
municipio de Venustiano Carranza, que se forma en 1976, y la Orga-
nización Campesina Emiliano Zapata, que se integra en 1980 y ope-
ra en las zonas Centro, Altos, Norte y Frontera. El reconocimiento
de que los indios son “trabajadores del campo” se expresa en la labor
con jornaleros que desde 1976 emprende la CIOAC, primero con peo-
nes acasillados de fincas cafetaleras y ganaderas de Simojovel, Hui-
tiupan y el Bosque, en la zona norte, y luego entre los cortadores de
caña del ingenio de Pujiltik, en el centro, aunque finalmente los ejes
chiapanecos de esta central nacional estarán en la lucha por la tierra
y la organización productiva. La preponderancia que en los debates
tuvieron las reivindicaciones económicas se expresa en las uniones
de ejidos que proliferan en la segunda mitad de los setenta, como la
Quiptik ta Lecubtesel, de Ocosingo, que se forma en 1975 a partir de
la convergencia de comunidades iniciada dos años antes.
Al principio es el corporativismo clientelar el que aprovecha la
coyuntura: la oficialista CNC promueve la formación de Consejos
Supremos por etnia y en 1975 convoca en Pátzcuaro un Congreso
Nacional de Pueblos Indígenas. Desde 1974 ya existía el Movimien-
to Nacional Indígena, como parte de la CNC, pero en el congreso de
Pátzcuaro se constituye el Consejo Nacional de Pueblos Indígenas
que, pese a su origen, por unos años mantiene posiciones críticas
frente al gobierno, hasta que en 1981 es retomado por líderes más
complacientes con el régimen. En 1985 el Consejo se transforma
en Confederación, se incorpora al PRI y reclama su reconocimiento
como “cuarto sector”, junto con el obrero, el campesino y el popular.
X. Originarios: del congreso indígena de 1974 a la marcha del color de la tierra

De las divisiones en el seno de los gobiernistas nace, en 1981, la


Coordinadora Nacional de Pueblos Indígenas.
Pero la corriente principal del proceso organizativo es la que
conforman los agrupamientos regionales. Algunos aglutinan diver-
sas comunidades de una sola etnia, como el Comité de Defensa y De-
sarrollo de los Recursos Naturales de la Región Mixe, transformado
después en Asamblea de Autoridades Mixes, de Oaxaca; la COCEI,
que agrupa a zapotecos de la misma entidad; la Unión de Comuneros
Emiliano Zapata (UCEZ), formada por purépechas de Michoacán;
la Tosepan Titataniske, de la que son miembros nahuas y totona-
cos de Puebla; la Unión de Ejidos Quiptik ta Lecubtesel, que agrupa
tojolabales, tzeltales, tzotziles, choles y mestizos de Chiapas; la Or-
ganización Independiente de Pueblos Unidos de las Huastecas, que
con otros forma el Frente Democrático Oriental de México Emilia-
no Zapata. En la ciudad de México se constituye en 1989 el Consejo
Restaurador de Pueblos Indios, formado por nahuas de los pueblos
del Distrito Federal y por núcleos de avecindados de otras etnias.
Hay también convergencias de dos pueblos, como la Organización de
Defensa de los Recursos Naturales y para el Desarrollo Social de la
Sierra Juárez, con zapotecos y chinantecos, y multiétnicas, como la
Unión de Comunidades indígenas de la Región del Istmo (UCIRI),
con zapotecos, mixes, mixtecos y chontales, así como el Consejo de
Pueblos de la Montaña de Guerrero, con mixtecos, tlapanecos, na-
huas y amuzgos, entre otras. Finalmente, algunos agrupamientos
son multiétnicos por representación, binacionales por territorio y
salteados por geografía, como el Frente Mixteco Zapoteco Binacional,
luego Frente Indígena Oaxaqueño Binacional, y a principios del si-
glo xxi Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), que
tiene bases en Oaxaca, en el noroeste mexicano y en la California
estadounidense, y la Red Internacional de Indígenas Oaxaqueños
(RIIO), con cobertura semejante.
La convergencia de múltiples comunidades y hasta diversas
etnias en muchas de estas agrupaciones se explica no tanto por la
fortaleza regional de las identidades y de los pueblos originarios,
como por la cohesión proveniente de la común problemática agra-
ria, productiva, laboral y hasta política. Así, hay organizaciones
cuyo eje es la lucha por la tierra y que militan en la CNPA, como
la UCEZ; otras de carácter predominantemente económico, como la
Unión de Ejidos Quiptik ta Lecubtesel, vinculada a la UNORCA;
algunas más que defienden los derechos de los migrantes, como el 229
230 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

FIOB y la RIIO, y también algunas que destacan por haber logra-


do democratizar el gobierno local, como la COCEI en el municipio
oaxaqueño de Juchitán.

Quinientos años terqueando

La problemática específica de los indígenas está presente en todas


estas organizaciones actuantes durante los setenta y los ochenta de
la centuria pasada, pero deviene el principal aglutinador en la in-
minencia de los 500 años de la conquista de América, cuando cobra
fuerza el nuevo indianismo.
Los encuentros de organizaciones indígenas independientes
de 1980 en Puxmecatán, Oaxaca, y Cherán Atzícurin, Michoacán,
solo sirven para constatar las enconadas divergencias que existen
entre agrupamientos étnicos y para recibir una delegación del Con-
sejo Regional de Pueblos Indígenas de México, Centroamérica y el
Caribe, filial del Consejo Mundial de Pueblos Indígenas. Mientras
tanto, el Congreso Nacional de Pueblos Indígenas –convocado por
el gobierno para legitimar su iniciativa de adicionar una frase al
artículo 4° de la Constitución a fin de reconocer la existencia de las
culturas indígenas– pone de manifiesto que también entre los ofi-
cialistas hay diferencias.
Estas erráticas convergencias y divergencias étnicas encuen-
tran cauce firme a partir del Primer Foro Internacional sobre De-
rechos Humanos de los Pueblos Indios, reunión de organizaciones
indígenas nacionales e independientes realizada en 1989 en Matías
Romero, Oaxaca, en la que participan también delegados de agru-
pamientos étnicos de otros países. Al Foro, que se repite en marzo
de 1990, pero ahora en Xochimilco, Distrito Federal, asisten más de
100 representantes provenientes de 25 regiones. Hay tlapanecos,
nahuas, amuzgos y mixtecos de la Montaña de Guerrero; totonacos
de Puebla; otomíes de Veracruz; nahuas de la sierra de Zongolica;
purépechas de Michoacán; zapotecos, chinantecos, mixes y mazate-
cos de Oaxaca; huicholes de Jalisco; rarámuris de Chihuahua; se-
ris, kiliwas y paipei de Baja California; tohono o’odham de Sonora;
nahuas del Distrito Federal, entre otros. De estos encuentros sur-
ge, el mes de julio de ese mismo año, el Consejo Mexicano 500 años
de Resistencia Indígena y Popular, que de inmediato se incorpora a
la campaña continental de conmemoración alternativa del presun-
to “descubrimiento”.
X. Originarios: del congreso indígena de 1974 a la marcha del color de la tierra

Por su parte, el gobierno intenta retomar la iniciativa etnicista


a través del impulso a un Consejo Indio Permanente, que se forma
en 1991 y se desintegra al poco tiempo, cuando la iniciativa presi-
dencial de suprimir el contenido agrarista del artículo 27 constitu-
cional divide a las organizaciones. Desprendimientos de este Con-
sejo se incorporan después a la convergencia bautizada Monarca,
más tarde COA.
Durante los años noventa los indígenas cobran visibilidad
nacional con movilizaciones como las del Consejo de Pueblos Na-
huas del Alto Balsas, que entre 1992 y 1995 marcha tres veces de
Guerrero a la ciudad de México; o la caminata al Distrito Federal
nombrada Xi’Nich, que en 1992, durante 50 días y 1100 kilómetros,
realizan 300 tzeltales, choles y zoques del Comité de Defensa de las
Libertades Indígenas, el Consejo Independiente Tzeltal y la Unión
de Campesinos Indígenas de la Selva de Chiapas.

La insurgencia

En el arranque de la última década del siglo xx se multiplican las


señales de que el sur se nos viene encima. La más sintomática es
la movilización de unos 15 mil indígenas de Los Altos de Chiapas,
que el 12 de octubre de 1992 aterrorizan a los coletos de San Cris-
tóbal al tomar simbólicamente la Ciudad Real y tumbar en efigie al
conquistador Diego de Mazariegos. Coordina la acción el Frente de
Organizaciones de los Altos de Chiapas, y en particular la flaman-
te Alianza Nacional Campesina Indígena Emiliano Zapata, conti-
nuadora de la Alianza Campesina Independiente Emiliano Zapata
formada en 1989 por las bases de apoyo del núcleo clandestino y
militante que cinco años más tarde se daría a conocer como EZLN.
Para la trivia: dicen que por ahí andaba, tomando fotos, el Subco-
mandante Marcos.
Después del alzamiento del EZLN el primero de enero de 1994,
todo se precipita, y el 10 y 11 de abril 1995 unos 200 delegados,
que representan alrededor de 100 organizaciones, realizan en la
ciudad de México la Primera Asamblea Nacional Indígena Plural
por la Autonomía, donde se formula un proyecto de ley autonómica
a partir de ideas que venían gestándose desde los años ochenta.
Poco después se lleva a cabo una nueva asamblea en las tierras
yaquis de Loma de Bácum, Sonora, y en agosto de ese mismo año
cerca de 400 representantes se reúnen en Oaxaca. De este proce- 231
232 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

so surge la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía


(ANIPA), que aportará relevantes ideas al debate sobre la libre de-
terminación de los pueblos. Al poco tiempo la Asamblea se trans-
forma en asociación política con registro, de la que provienen fun-
cionarios importantes del gobierno panista de Vicente Fox, como
el director del Instituto Nacional Indigenista y algunos delegados
estatales de la misma institución, indígenas que de súbito queda-
ron del otro lado del escritorio.
Una parte del nuevo indianismo identificado con los insurrec-
tos chiapanecos se manifiesta desde 1995 en la ANIPA, pero la con-
vergencia expresamente convocada por el EZLN arranca con el Foro
Nacional Indígena reunido en San Cristóbal en enero de 1996, que
forma parte del proceso de negociaciones entre el gobierno federal y
el EZLN iniciado en 1995 en San Andrés Larráinzar, o Sacamchén
de los Pobres. A la reunión asisten 178 organizaciones nacionales,
desde grupos indígenas locales y organizaciones no gubernamenta-
les hasta coordinadoras nacionales y 19 organizaciones internacio-
nales. Los casi 500 participantes en el evento, que además de espa-
ñol, inglés, francés e italiano hablan cuando menos 25 lenguas de los
pueblos originarios, debaten ampliamente la agenda de San Andrés,
lo que le imprime a las negociaciones entre gobierno y guerrilla un
carácter inédito, pues la posición del EZLN en lo tocante a derechos
y cultura indígena no es obra solo de este grupo sino que se ha ido
consensuando por el conjunto del movimiento étnico nacional.
Representación orgánica y política de esta amplia conver-
gencia es el CNI, que se constituye en octubre de ese mismo año y
realiza su primera reunión general, avalada con la presencia de la
comandanta Ramona, del EZLN. En 1998, cuando salen de Chia-
pas 1111 zapatistas rumbo a la ciudad de México, el CNI lleva a
cabo su segundo congreso. Para entonces las conclusiones de San
Andrés sobre el tema de derechos y cultura indígena, sintetizadas
por la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa) del Poder Le-
gislativo, ya han sido aprobadas por el EZLN y rechazadas por el
presidente Zedillo. Esto conduce a la suspensión del diálogo de paz,
de modo que el CNI asume los acuerdos de San Andrés y la llama-
da Ley Cocopa como sus banderas de lucha; pero, dado que desde el
2000 el proceso hacia la aprobación de dicha Ley está trabado, las
organizaciones acuerdan pugnar en la práctica por la autonomía en
todas sus regiones y trabajar en la reconstitución de las comunida-
des y pueblos.
X. Originarios: del congreso indígena de 1974 a la marcha del color de la tierra

En marzo de 2001, coincidiendo con la caravana zapatista,


se vive el momento más intenso de la movilización étnica, cuan-
do cientos de miles de indígenas agarran su itacate, salen de las
comunidades y emprenden sus propias marchas chiquitas para re-
cibir a la comandancia del EZLN en los innumerables mítines del
recorrido. La fiesta culmina en la pequeña población purépecha de
Nurio, Michoacán, donde cerca de nueve mil personas participan
en el Tercer Congreso del CNI. Casi 3 400 delegados efectivos, en
representación de 41 de los 56 pueblos indios que sobreviven, y pro-
venientes de 27 estados de la República, más alrededor de cinco
mil observadores solidarios, participan durante dos días en cuatro
bullentes mesas de trabajo.
Pero esto no es más que el filito de la nagua, pues casi siempre
los delegados habían realizado reuniones preparatorias en sus co-
munidades de origen y en ocasiones eran portavoces de las resolu-
ciones de amplios foros regionales. Así, en Morelos se realizó el En-
cuentro Sumemos Resistencias, el Foro Oaxaqueño consensuó las
opiniones de los 16 pueblos de la entidad, los wixárikas y nahuas
de Jalisco se reunieron antes de salir para Michoacán, y lo mismo
hizo el Frente Cívico Indígena Pajapeño de Veracruz, entre otros
muchos que hicieron del encuentro de Nurio un “congreso de con-
gresos”. Y es que ahí estaban todos: los agrupamientos nacionales,
los regionales y los locales, y también las organizaciones de los tras-
terrados, como la Asociación de Tepeuxileños Emigrados, In Cucä,
que agrupa a cuicatecos y mazatecos originarios de Oaxaca; la red
de mixtecos, purépechas, zapotecos y triquis que viven en Guadala-
jara; los variopintos migrantes avecindados en la ciudad de México,
y muchos más. En la hora de las identidades recobradas, la ocasión
sirvió para que algunos se redescubrieran indígenas.
La cuestión central de los debates son los derechos de los pue-
blos indios y la necesidad de unificarse y presionar para que sean
incorporados a la Constitución en los términos de la Ley Cocopa.
Pero quedó claro que la lucha indígena no empieza ni termina en la
conquista de reconocimiento constitucional.

Estamos seguros de que el Congreso [...] entrará en razón y nues-


tros derechos serán reconocidos –decía el representante de la Red
Nacional de Ciudadanos y Organizaciones por la Democracia– pero
no vamos a comer, ni vestir, ni curarnos con autonomía. El reconoci-
miento de la autonomía es un gran paso, pero todavía el camino para
233
234 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
alcanzar la justicia, la democracia y la libertad es largo; y no es res-
ponsabilidad solo de los pueblos indios, es de todos los campesinos,
de los maestros, de los estudiantes, de los obreros...

En la mesa uno se rechazó el Plan Puebla-Panamá y otros pro-


yectos colonizadores, pero también se planteó la necesidad de im-
pulsar programas propios. Así lo explicaba Lorenzo García, de la
tribu yaqui de Sonora:

Nosotros tenemos un plan estratégico de desarrollo desde 1983 y no


nos hacen caso. Reconocemos como muy importante el movimiento
indígena nacional y apoyamos los acuerdos de San Andrés, pero me
pregunto qué va a pasar cuando se apruebe esa ley [...] No basta con
firmarla, tenemos que construir con nuestra lucha y nuestro trabajo
las condiciones para defenderla.

Y esta defensa se expresa, entre otras cosas, en el trajín indíge-


na por establecer autogobiernos, con independencia de si la Consti-
tución Política los incluye formalmente o no. Después de una larga
lucha de las etnias por su reconocimiento, hoy, en Oaxaca, casi todos
los municipios indígenas, pequeños y propicios al sistema de cargos y
a la democracia directa, se gobiernan por usos y costumbres: normas
consuetudinarias que están reconocidas en la Constitución de dicha
entidad federativa. En Chiapas, el EZLN, sus bases de apoyo y otras
fuerzas democráticas conformaron municipios autónomos que, en la
práctica y sin reconocimiento, ejercen la libre determinación política.
En Guerrero, junto con la creciente competencia por las alcaldías,
cobra fuerza la lucha por la remunicipalización, sobre todo donde los
indios de las rancherías son ninguneados por los mestizos y caciques
de la cabecera. En Crónicas del Sur escribí:

El intento de crear un municipio indígena en el Alto Balsas prolonga


la lucha de los nahuas de la región contra la presa etnicida de San
Juan Tetelcingo; por su parte, el Consejo de Autoridades Indígenas
de la Región Costa-Montaña demanda un municipio mixteco y tlapa-
neco, mientras que en el pobrísimo Metlatónoc los mixtecos quieren
crear un nuevo municipio de Chilixtlahuaca; finalmente, desde 1995
pobladores de Metlatónoc y Tlacoachistlahuaca sostienen de facto un
municipio llamado Rancho Nuevo de la Democracia. En Costa Chica,
Marquelia se separó de Azoyú y los de Pueblo Hidalgo quieren inde-
X. Originarios: del congreso indígena de 1974 a la marcha del color de la tierra

pendizarse de San Luis Acatlán; por su parte, los mixtecos de Copana-


toyac demandan municipio propio. Quién sabe si sea deseable la pul-
verización municipal y la separación administrativa de los gobiernos
étnicos, pero no cabe duda de que en Guerrero las demandas autonó-
micas en el nivel de la autoridad local tienen una fuerza creciente.1

El Acta de Ratificación de los Acuerdos de Nurio, firmada en


San Pablo Oxtotepec, Distrito Federal, documenta la amplitud de
miras del movimiento indígena:

... rechazamos tajantemente las políticas que el gran capital impulsa,


porque la madre tierra y todo lo que en ella nace no es mercancía que
se pueda comprar y vender, porque la lógica simple y mezquina del
mercado libre no puede destruir nuestra existencia misma, porque
los modernos piratas y biopiratas no deben expropiar más nuestro
saber antiguo y nuestros recursos naturales, porque no puede eje-
cutarse un solo proyecto o megaproyecto en nuestros territorios sin
nuestra participación, consulta y aprobación.

La corriente profunda de la Torre de Babel redimida por el


diálogo, que se edificó en Nurio, es la diversidad virtuosa. Plura-
lidad de etnias, culturas y lenguas en coexistencia enriquecedora;
pero también pluralidad de los hábitats naturales; pluralidad de
recursos, tecnologías y maneras de producir; pluralidad de formas
de organización social; pluralidad de sistemas jurídicos comunita-
rios; pluralidad de talantes y vestimentas; pluralidad culinaria y
aguardentosa –cuando hay modo y con qué–; pluralidad de cantos
y de danzas. Si el ciclo emparejador del capitalismo está llegando a
su fin, si el saldo desastroso de la pretensión de homogeneizar a los
hombres y a la naturaleza está generando resistencias crecientes
y paradigmas alternativos, el encuentro de Nurio fue una Arcadia
efímera pero alentadora, un reducto de pluralidad. No demasiado,
solo un ejemplo de que en el mundo del gran dinero también exis-
ten los diferentes, de que la convivencia en la diversidad es posible.
Por eso, para muchos de nosotros Nurio y otros encuentros indí-
genas y campesinos resultan extrañamente conmovedores; porque
pese a los excesos y desfiguros, durante unos días se experimenta
la socialidad otra, el fugaz topos de la utopía, lo que Jean Paul Sar-

1 Armando Bartra, “Posdata”, en Armando Bartra, comp., Rosario Cobo, Gisela Espino-
sa, Carlos García, Miguel Meza y Lorena Paz Paredes, op. cit., pp. 419-420. 235
236 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012

tre hubiera llamado el “grupo en fusión”, antítesis de la serialidad


y de la inercia.
Esta intensa, multitudinaria y fervorosa construcción social
de las ideas y los consensos, que arranca hace un cuarto de siglo y
se intensifica en la última década, es lo que en abril del 2001 tiran
a la basura, como si fuera un kleenex usado, primero los senadores
y luego los diputados, al aprobar una reforma constitucional aco-
tada, que deja fuera las principales reivindicaciones de los pueblos
originarios.

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