La Revolucion Mexicana - Vicente Gonzalez Loscertales

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Entrega n.

º 55 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la


revolución mexicana.

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Vicente González Loscertales & Pedro A. Vives Azancot

La revolución mexicana
Cuadernos Historia 16 - 055

ePub r1.0
Titivillus 05.02.2022

Página 3
Título original: La revolución mexicana
Vicente González Loscertales & Pedro A. Vives Azancot, 1985

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

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Entrada de Madero en la Ciudad de México, por Leopoldo Méndez.

Indice

La revolución mexicana
Por Vicente González Loscertales
Profesor de Historia de América Contemporánea.
Universidad Complutense de Madrid.

Cronología

La revolución institucionalizada
Por Pedro A. Vives Azancot
Profesor de Historia de América Contemporánea.
Universidad Complutense de Madrid.

Bibliografía

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La revolución mexicana

Por Vicente González Loscertales


Profesor de Historia de América Contemporánea. Universidad Complutense
de Madrid

El primer medio siglo de vida independiente no había traído a México la


prosperidad prevista por los padres de la independencia. Guerras civiles, crisis
económica, inestabilidad política, malestar social, deudas e intervenciones
extranjeras e inseguridad ciudadana habían estado presentes en casi todo
momento a lo largo de más de cincuenta años.
El triunfo, en 1867, sobre el imperio de Maximiliano supuso la definitiva
implantación del Estado liberal y la llegada al poder de un grupo de hombres
con visión nacional del Estado fuertemente cohesionado por las luchas contra
los conservadores y el imperio y por una ideología común, el liberalismo.
El restablecimiento de la Constitución de 1857 y la existencia de un líder
indiscutido, Benito Juárez, hacían presagiar un período de estabilidad política
que llevara consigo la pacificación del país y la necesaria obra de
reconstrucción económica. La muerte de Juárez y las divisiones entre sus
partidarios favorecieron la dispersión del poder, paralizando la obra
emprendida.
La falta de visión nacional fomentaba la aparición de rebeliones
regionales. La que lleva al poder en 1876 al héroe de las luchas contra el
imperio, coronel Porfirio Díaz, tiene esta impronta.
Instalado en el poder, Díaz continúa en parte la obra de los liberales. Pero,
entre el orden y la libertad, opta por aquél y modifica la Constitución, que
consagraba el principio de no reelección, para mantenerse al frente del país
como dictador desde 1884.
El orden público y el progreso económico serán las metas de su labor,
basada en la atracción de inversiones extranjeras y en el desarrollo de las
exportaciones agrícolas y mineras. La fórmula da resultados: el país crece.

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La población pasa de 9 a 15 millones en treinta años, el crecimiento
industrial es del orden del 12 por 100 anual y las exportaciones aumentan
entre 1878 y 1911 en un 6 por 100 anual por término medio.
Surge una fuerte inversión de capital nacional en la industria, el 75 por
100 del total invertido en el sector. Las inversiones extranjeras superan los
1.700 millones de dólares, repartidos entre la deuda pública, los ferrocarriles
y las minas. Aproximadamente, 680 millones corresponden a las
norteamericanas, más de 500 a las inglesas y unos 450 a las francesas. Se
aceleró, además, en el período de apogeo la integración de los mercados
regionales en un gran mercado nacional. México se vincula estrechamente al
mercado mundial y sus crisis van a repercutir en el país intensamente.
Junto a esta fragilidad ante las crisis, se observa desde 1895 a 1910 una
merma de un 17 por 100 en los salarios reales, una disminución de 20.000
puestos de trabajo en el sector textil, desde 1900 a 1910, una subida en los
mismos años de los alimentos en un 20 por 100 y un descenso de la
producción agrícola en algunos estados norteños como Sonora. Sinaloa y
Chihuahua, en un 40 por 100.
Esta crisis de coyuntura explica el papel de estos estados en la revolución.
Los desequilibrios llevan consigo grandes costes sociales y un deterioro del
nivel de vida de los grupos medios, obreros y campesinos: categorías que
conviene explicar.
Los grupos medios, situados entre las masas y la minoría adinerada de
grandes propietarios, banqueros, industriales, comerciantes y financieros,
muchos de ellos de origen extranjero, ven agravadas sus dificultades.
Numéricamente representa la mitad de la población urbana, más de dos
millones de personas, atrapadas entre la crisis económica y la incapacidad del
sistema para generarles empleo. Para los 15.000 abogados, 5.000 médicos e
ingenieros, 4.000 agrónomos, desempleados, y los 12.000 maestros mal
pagados, la revolución era una esperanza y entre ellos recluta sus dirigentes.
El joven proletariado mexicano, unos 195.000 obreros y 500.000
artesanos, en 1910, muchos de ellos empleados en empresas extranjeras y
concentrados en los centros industriales: México, Monterrey, Puebla o
Veracruz, realiza jornadas laborales de doce horas y asiste, desde 1905, al
descenso de sus salarios reales, lo que explica huelgas e incidentes como el de
los mineros del cobre de Cananea, en 1906.

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El número de proletarios es insignificante frente a los once millones de
campesinos dirigidos por extranjeros de ideología anarquista. Por su debilidad
numérica e ideológica, aceptan la tutela del Estado y se someten a su arbitraje
antes de lanzarse por la vía revolucionaria como los miles de rancheros,
pequeños propietarios y aparceros.
Estos grupos, en expansión numérica en 1910, ven reducido su acceso al
agua a causa del crecimiento de las haciendas, propiedad de algo más de un
millar de personas físicas o jurídicas que poseen el 65 por 100 de la tierra
cultivable en 1910 y dan trabajo a más de tres millones de peones.
La lucha entre campesinos libres y la hacienda en expansión se encarniza
en estados como Morelos, cuna del movimiento zapatista, donde las
comunidades ofrecen una feroz resistencia para no perder sus derechos d agua
y a los pastos y no acabar convertidos en fuerza de trabajo para la gran
agricultura de exportación.
La ley sobre terrenos baldíos de 1894 agrava el problema al favorecer el
deslinde de tierras sin propietarios o con títulos de propiedad insuficientes y
la acumulación de enormes latifundios por las grandes compañías. El malestar
campesino confluye con el de las clases medias y grupos regionales, a los que
la camarilla que rodeaba a Díaz, conocida como los científicos por el pueblo,
relega a la condición de segundones en sus propios estados, por obra y gracia
del control del sistema bancario y de su posición privilegiada junto al
dictador.
La ausencia de actividad parlamentaria, fruto de la dictadura que impedía
a los grupos regionales hacer oír su voz al poder central a través de sus
representantes en el Parlamento, les convence de la urgente necesidad de una
vuelta al sistema constitucional de 1857. La misma idea prende en los
sectores medios urbanos, sin salidas profesionales por el anquilosamiento del
Estado porfirista, que se verían favorecidos con la renovación política
inherente a la vuelta al sistema constitucional.
Estas dos corrientes de descontento, la formada por pequeños y medianos
propietarios, comuneros, acosados por el latifundio capitalista que con sus
sistemas de tiendas de raya ataca también al pequeño comercio local, y la de

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las clases medias, que ven la salida a sus problemas en una reivindicación
política, confluyen en 1910 en la lucha contra la dictadura.

Francisco Madero

El dirigente de este movimiento antidictatorial de retorno a la legalidad


constitucional es Francisco I. Madero, miembro de una adinerada familia de
Coahuila, educado en Francia y Estados Unidos, al que Charles de
Cumberland, eminente historiador de la revolución mexicana describe como
una combinación de las fuerzas nuevas de México: el nacionalismo, el
humanitarismo, el intelectualismo y el progreso nacional.
Su carrera política se inicia en 1904 como miembro de una candidatura en
elecciones municipales. Funda el Club Democrático Benito Juárez y
desempeña pronto un papel principal en la organización de la oposición al
régimen. En 1909 publica un libro: La sucesión presidencial en 1910, obra de
enorme influencia a pesar de la mediocridad de las ideas que expresaba.
Tras crear el Centro Antirreeleccionista de México con un grupo de
hombres como Filomeno Mata, José Vasconcelos o Luis Cabrera, lanza un
manifiesto con su pensamiento político: se atribuyen a la dictadura los males
del país, la corrupción en la administración de justicia, la situación de
inferioridad de los mexicanos frente a los extranjeros, la emigración al
exterior de muchos mexicanos, las concesiones abusivas a extranjeros y la
destrucción del espíritu público.
La actividad del grupo, desempeñada por figuras representativas de las
clases medias, se orienta a reivindicar el principio antirreeleccionista o el
sufragio efectivo de palabra en El antirreeleccionista, periódico surgido con
vistas a unas elecciones en las que triunfa el dictador y su candidato a la
vicepresidencia, Ramón Corral.
Acusado de instigación a la rebelión en San Luis Potosí, Madero es
detenido. Logra escapar a San Antonio (Tejas), donde hace público su Plan de
San Luis, manifiesto político en el que declara nulas las elecciones, denuncia
los abusos de la dictadura, se ratifica el principio de No Reelección y tiende
una mano a los sectores agrarios descontentos con el régimen porfirista, al
declarar sujetas a revisión las disposiciones abusivas sobre terrenos baldíos,
que serían restituidos a los campesinos despojados de modo arbitrario.

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Porfirio Díaz, en un mural de David Alfaro Siqueiros titulado La revolución contra la dictadura
porfiriana (detalle).

El Plan fija fecha para que de las seis de la tarde en adelante, en todas las
poblaciones de la República se levanten en armas. En las ciudades
controladas por el ejército y la policía de Porfirio Díaz se practican redadas de
maderistas, pero el campo se levanta contra el dictador; según José
Vasconcelos, el campo se movió con lentitud pero con éxito. Los campesinos
y los pequeños propietarios y comerciantes rurales responden a la Llamada.
Grupos de campesinos de Chihuahua, acaudillados por Pascual Orozco.
Pancho Villa y Abraham González, entre otros, emprenden la guerra contra la
dictadura. En Sonora, el líder fue José María Maytorena: Eulalio y Luis
Gutiérrez, en Coahuila: en Baja California, Luis Leyva: en Guerrero, los
Figueroa: en Zacatecas, el liberal Luis Moya, y en Morelos, Emiliano Zapata.
Todos reconocían como jefe a Francisco Madero, ausente en su exilio tejano,
excepto el Partido Liberal de los hermanos Flores Magón.
Entre noviembre de 1910 y mayo de 1911, apenas en medio año, se
desploma un régimen que había durado treinta y cuatro. La solidez de la
dictadura se había ido erosionando con el paso del tiempo, presa del
envejecimiento de sus hombres y de las querellas internas entre el general
Bernardo Reyes y sus partidarios y los científicos.

La revolución maderista

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El poderoso ejército, organizado por Porfirio Díaz (nominalmente 31.000
hombres, en realidad poco más de 14.000, incluidos los rurales), mandado por
generales viejos e ineptos en los puntos de mayor responsabilidad y dirigido
desde el Palacio Nacional por el dictador, fue victima de las emboscadas de
las guerrillas de Orozco, Villa, etcétera, en el Norte, y de Zapata y sus
lugartenientes, atraídos a la causa revolucionaria por el articulo 3.º del Plan de
San Luis, en el Sur.
La revolución se extendía por Coahuila, Aguascalientes, Tlaxcala y
Yucatán, aunque Chihuahua y el norte de Durango seguían siendo el foco más
importante, ante la impotencia del Ejército federal y los rurales para
someterlos, pues sólo contaban con 50 cartuchos por cabeza y con cuatro
generales de División que tenían ochenta y cuatro, ochenta, setenta y nueve y
sesenta años.
La incapacidad del Gobierno para someter a los insurrectos hizo perder el
temor a los sectores populares. Peones y obreros engrosaban las filas
revolucionarias y las poblaciones les daban apoyo e información.
La toma de Ciudad Juárez por las tropas de Orozco y Villa permitió a
Madero establecer en ella su gobierno provisional y dio renovado impulso al
movimiento. El avance del ejército del Sur hacia la capital y las violentas
manifestaciones contra el régimen que aquí se suceden obligaron al dictador a
firmar el tratado de Ciudad Juárez (21 mayo de 1911).
El tratado suponía la renuncia y exilio de Díaz, pero también la dimisión
de Madero, la formación de un gobierno provisional y la celebración de
elecciones, pues el dirigente revolucionario quería acceder al poder por vía
democrática y no deber la magistratura ni a sus jefes militares, ni a los
Estados Unidos, cuyas fricciones con Porfirio Díaz dieron libertad de acción a
los revolucionarios y presionaron a éste con la amenaza de intervención si no
abandonaba el poder.
La presidencia interina, encargada de pacificar el país y convocar
elecciones generales, la asumió el ministro de Relaciones Francisco León de
la Barra. Debía aplicar amnistía por delitos de sedición y licenciar a las
fuerzas revolucionarias, lo que significaba dejar en manos del gobierno
derrotado el aparato estatal y suspender las reformas sociales, políticas y
económicas del Plan de San Luis. Madero, según Berta Ulloa, quedó atrapado
en las garras del régimen vencido.
El descontento popular crecía, las tropas revolucionarias se negaban a
licenciarse, las huelgas e invasiones de tierras proliferaban. Zapata y los suyos
presionaban al gobierno para que llevara a cabo la restitución de tierras

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prevista en el Plan de San Luis: en caso contrario, no entregarían las armas,
como no lo hicieron a pesar del arbitraje de Madero.
Los conflictos entre revolucionarios obligaron a adelantar las elecciones, a
las que concurrió Madero, encabezando la lista del recién creado Partido
Constitucional Progresista, acompañado de José María Pino Suárez como
candidato a la vicepresidencia. Las elecciones del 1 y 15 de octubre les dieron
la victoria de manera clara y rotunda.
Cuentan que Porfirio Díaz, al emprender el camino del exilio, comentó al
general Huerta, que mandaba la escolta que le conduela: Madero ha soltado
al tigre, veremos si puede controlarlo. Efectivamente, los diferentes
conceptos de la revolución que tenía cada grupo van a entrar en conflicto
durante los catorce meses escasos de gobierno de Madero.

La presidencia de Madero

La alianza entre clases medias y campesinos, entre sectores urbanos y


rurales, comienza a desmoronarse, mientras pervive el entramado porfirista;
los grupos radicales dentro del maderismo, como el Bloque Renovador, de
Luis Cabrera y Serapio Rendón, actúan con indisciplina y la oposición
destruye proyectos constructivos y propaga rumores catastrofistas.
Entre los grupos reaccionarios que pretenden volver al orden de cosas
anterior y los revolucionarios que exigen tierras, justicia y salarios más
elevados, Madero debe realizar su programa político y hacer frente a las
rebeliones de ambos signos.
El Plan de San Luis preveía la restitución de la tierra a los despojados
ilegalmente de ella y el fomento de la pequeña propiedad. Pero también se
arbitraron otras medidas, como la asignación de tierras estatales o baldías y la
compra a particulares para dotar a los pueblos de tierras comunales y
fomentar la pequeña propiedad agraria.
Estas medidas recuperaron 21 millones de hectáreas de terrenos
nacionales, pero no satisfacían a los diputados revolucionarios, que
presentaron varios proyectos de ley de carácter más radical. Así, los de Luis
Cabrera, que proponía expropiar las tierras necesarias para la dotación y
reconstrucción de ejidos a los pueblos y favorecer la dotación de latifundios
mediante una política fiscal equitativa.
La proliferación de huelgas, sobre todo en los sectores minero y textil,
paralizaron en este último d 80 por 100 de las industrias. El Gobierno creó
una Oficina de Trabajo que en menos de un año había mediado con éxito en

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70 conflictos. La jornada de trabajo fue reducida a diez horas (anteriormente
eran doce), dictándose una ley sobre accidentes de trabajo que con los
aumentos de sueldo, la ampliación de hospitales gratuitos y los comedores
escolares, entre otros adelantos, fueron aportaciones del gobierno de Madero
al bienestar social, en un contexto económico no excesivamente deteriorado,
con un superávit en la balanza comercial de cien millones de pesos, una
mejora en la recaudación y un aumento de los impuestos sobre artículos de
lujo o no de primera necesidad.

Emiliano Zapata (San Miguel


Anenecuilco, Morelos, 1883-
Chinameca, Cuernavaca, 1919).
Revolucionario y jefe agrarista
mexicano. Hijo de unos humildes
campesinos, Zapata inició sus
actividades revolucionarias en 1909,
armando a 80 hombres que tomaron
unas tierras para repartirlas entre los
campesinos que las cultivaban.
En 1911, Zapata es nombrado jefe
supremo del movimiento revolucionario del Sur y jefe maderista de
Morelos. Tras los acuerdos de Ciudad Juárez, Zapata licenció a sus
hombres a la espera de una solución de los problemas agrarios. Tras los
sucesos de Puebla (muerte de 50 maderistas por los federales), Zapata
volvería a reorganizar su movimiento armado, que no cesaría hasta la
muerte del líder. Mediante el Plan de Ayala, Zapata separaba su
movimiento de los restantes programas políticos de la revolución
mexicana, agitando la bandera del reparto de tierras como objetivo
fundamental de las masas campesinas.
El movimiento zapatista contó con unos 15.000 hombres bien armados,
aunque bastante mal entrenados y organizados, que lucharon con una
extraordinaria solidaridad bajo el lema Tierra y libertad.
Zapata cayó cosido a balazos en una encerrona en la hacienda de
Chinameca llevada a cabo por el coronel Jesús Guajardo con el
beneplácito de Carranza.

Rebeliones

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Zapata y los suyos fueron los primeros en levantarse contra Madero,
exigiéndole como condiciones para deponer las armas y disolver sus fuerzas
la promulgación de la ley agraria, el retiro de las tropas, el indulto general
para todos los insurrectos y la destitución del gobernador del Estado.
Al no aceptar el presidente estas condiciones, se proclamó la rebeldía
formal de 25 de noviembre de 1911, en el llamado Plan de Ayala, en el que se
desconocía a Madero y se nombraba jefe de la revolución a Pascual Orozco y,
en su defecto, a Emiliano Zapata.

Pancho Villa ataca la ciudad de Zacatecas.

Bajo el lema de Tierra, Libertad, Justicia y Paz, el Plan, obra del maestro
de primaria Otilio Montaño, trata de resolver el problema agrario en sus
artículos 6 a 9 por medio de restitución, dotación y nacionalización de tierras,
montes y aguas.
La restitución se haría a los pueblos y ciudadanos que tuvieran títulos de
propiedad; para la dotación se expropiaría la tercera parte a los
monopolizadores, previa indemnización, y se nacionalizarían las propiedades
de los enemigos del Plan, destinando dos terceras partes a indemnizaciones de
guerra, pensiones a viudas y a huérfanos de la revolución.
Pero la mayor importancia del Plan radica en su capacidad de canalizar las
aspiraciones campesinas, no sólo del estado de Morelos, centro del poder

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zapatista, sino también en San Luis Potosí, con los hermanos Cedillo, y hasta
en el lejano Chihuahua.
El enfrentamiento armado comenzó inmediatamente y se extendió desde
Morelos a los estados vecinos de Guerrero, Tlaxcala, Puebla, México e
incluso el Distrito Federal. Las tropas del gobierno no lograron dominar la
insurrección y fracasaron, tanto al aplicar la dureza represiva, lo que hizo el
general Huerta, como una política conciliatoria, caso del general Felipe
Argeles. Los campesinos siguieron luchando por conquistar sus derechos.
En la misma línea de obligar al
gobierno a cumplir los compromisos
formulados en el Plan de San Luis, se
inserta el levantamiento de Pascual
Orozco, jefe del ejército de Chihuahua,
dotado de enorme popularidad, que
meses antes había conseguido reducir las
sublevaciones del general Reyes y la de
los hermanos Vázquez Gómez.
Orozco, a quien Zapata había
ofrecido la jefatura en el Plan de Ayala,
se encontraba dividido entre sus
sentimientos revolucionarios y su
obediencia al presidente. Finalmente,
eligió el camino de la rebelión, el 25 de
Victoriano Huerta.
mayo de 1912, con objetivos socialmente
revolucionarios, pero financiado, debido a la necesidad, por las familias más
destacadas de la oligarquía porfirista de Chihuahua, que pensaban utilizar su
triunfo para sus propios fines.
El plan orozquista proclamaba, entre otras cosas, la jornada laboral de
diez horas, restricciones al trabajo infantil, mayores salarios, reforma agraria,
nacionalización del ferrocarril y el empleo de trabajadores mexicanos, hasta
entonces discriminados a favor de los norteamericanos.
Con un gran ejército, Pascual Orozco se dirigió hacia la capital, venciendo
al ministro de la Guerra de Madero, José González Palas, que se suicidó al ver
a su ejército profesional derrotado por las improvisadas tropas de Orozco. El
mando del Ejército federal pasó al general Huertas, cuyo talento militar y la
falta de munición de los orozquistas le dieron la victoria.
Al hallarse el régimen debilitado por las constantes rebeliones y la
oposición política, un amplio sector de porfiristas creyó encontrar la ocasión

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propicia para apoyar la quinta rebelión seria contra el presidente Madero. Su
caudillo fue esta vez el sobrino de Porfirio Diaz, Félix Diaz, que se levantó en
Veracruz el 16 de octubre de 1912.

La junta revolucionaria maderista en Ciudad Juárez, 1911.

El movimiento felicista, de orientación claramente contrarrevolucionaria,


aglutinaba el descontento de los distintos grupos de partidarios del dictador y
constituyó una seria amenaza para el gobierno, al apoderarse del puerto de
Veracruz con el apoyo de dos regimientos.
El motivo aducido para la insurrección fue la acusación de haber
humillado el presidente el honor del Ejército al dar el mando de las
guarniciones más importantes a generales revolucionarios autodidactas, por
delante de los mandos de carrera. El levantamiento no fue secundado más que
por las tropas de guarnición en Veracruz; el resto del Ejército permaneció
leal.
No le fue fácil a Félix Díaz resistir en esas condiciones: se rindió a fines
de octubre y poco después pasó ante un tribunal militar que le condenó a
muerte. Madero, presionado por el elemento conservador, conmutó la pena
por la de prisión, que cumplió en la penitenciaría del Distrito Federal.
El fracaso de Félix Díaz se sumaba al del general Bernardo Reyes, la otra
figura de prestigio entre los porfiristas. Reyes, que había proclamado el Plan
de la Soledad el 16 de septiembre de 1911, preparó su rebelión desde Tejas,
donde fue acusado de violar las leyes norteamericanas sobre neutralidad, y

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detenido. Su movimiento no fue seguido. Se rindió el 25 de diciembre de
1911 y fue llevado a la capital prisionero.
Tras su derrota, los dos generales se dedicaron a conspirar contra el
gobierno que les había perdonado la vida, mientras el gobierno era acosado
cada vez más por sus enemigos ideológicos en la Prensa y en el Congreso.

Dificultades con Estados Unidos

Las relaciones de Porfirio Díaz con el poderoso vecino del Norte se


habían desarrollado siempre apoyadas en dos premisas: la búsqueda de un
buen entendimiento y la imperiosa necesidad de equilibrar su influencia con
la de las potencias europeas (Inglaterra, Francia, Alemania) y asiáticas, como
Japón.
Esto explica que aunque las inversiones norteamericanas representan casi
el 40 por 100 de las inversiones extranjeras, ciertos sectores claves, como el
petróleo o algunos ferrocarriles como el de Tehuantepec, fuesen concedidos a
compañías europeas, lo que no dejaba de causar roces entre el Gobierno
mexicano y el de los Estados Unidos de Norteamérica.
Añádase a esto dos categorías más de problemas, los derivados de
contenciosos en la frontera y los producidos por los intereses y propiedades
de ciudadanos norteamericanos en México, y tendremos la explicación de casi
todos los conflictos que en este período enfrentaron a ambos gobiernos.
La política de Porfirio Díaz de evitar una invasión monopólica de las
compañías americanas en México se vio condicionada por el cambio de
actitud que después de la guerra hispano-norteamericana de 1898 toma el
Gobierno norteamericano frente a la América Central y del Caribe.
La política del Gran garrote y las intervenciones norteamericanas en
Cuba, Panamá, Puerto Rico y Haití mostraban unas intenciones agresivas que
obligaban d Gobierno de México a protegerse frente a ellas. Hay que añadir a
esto la transformación operada en la naturaleza de las compañías
norteamericanas, que no eran ya las medianas empresas de fin del siglo XIX,
sino grandes trusts que, en el avanzar de los Estados Unidos, iban fijándose
también objetivos en México.
El temor del dictador era compartido por su camarilla de científicos, que,
en un esfuerzo por garantizar la independencia económica del país, se
volvieron hacia Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón. De todas estas
potencias, la única que podía combatir el potencial económico de los Estados
Unidos era Inglaterra, que de principal inversionista y socio comercial de

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México durante la mayor parte del siglo XIX, se había visto desplazada por los
Estados Unidos cuando se construyeron los ferrocarriles que enlazaron a los
dos países.
El auge del petróleo mexicano reavivó el interés de Inglaterra por ese país.
En 1910, una compañía inglesa, el Aguila Oil Company del Pearson Trust,
controlaba el 58 por 100 de la producción petrolera mexicana y Díaz decidió
convertirla en instrumento para debilitar la influencia norteamericana. Con la
creación de Ferrocarriles Nacionales de México, los norteamericanos
perdieron su control sobre gran parte de las líneas férreas, pasando éste a
México, que privilegió al Pearson Trust (El Aguila Oil Company) con
concesiones de terrenos petroleros frente a la norteamericana Standard Oil.
Los grupos norteamericanos no estaban dispuestos a perder su influencia
sobre un país que, en 1911, era ya el tercer productor de petróleo del mundo
(14.051.643 barriles). Pronto todos ellos estuvieron de acuerdo en que la
única salida era un cambio de gobierno en México.
Esto explica los apoyos que Madero recibió en su lucha contra Díaz,
probablemente apoyada por la Standard Oil, así como las constantes trabas,
advertencias y amenazas que tuvo que sufrir el dictador por parte de los
Estados Unidos, como castigo a sus preferencias por los europeos.
El régimen de Madero tuvo en sus relaciones con los norteamericanos dos
fases claramente diferenciadas. La primera, en los momentos iniciales, fue de
simpatía tanto por parte del gobierno como de las compañías norteamericanas.
A partir de 1912, las relaciones se van enfriando hasta convertirse en hostiles
en 1913.
Las razones de este cambio no están en que Madero tomara medidas
antinorteamericanas en su política financiera o exterior, aunque la burguesía
industrial y la clase media que estaban en el poder con Madero, como
anteriormente los científicos, no se disponían a conceder una ilimitada
hegemonía a los Estados Unidos, sino en su política interior.
La libertad sindical, de huelga y de expresión atemorizaron a las
compañías norteamericanas, pues se expresaron ideas contrarias a sus
intereses y se llevaron a cabo numerosas huelgas. Esto tuvo como
consecuencia una campaña de prensa en la que se describía a Madero como
incapaz de controlar la anarquía imperante en México y una nueva búsqueda
del hombre capaz de enderezar tal estado de cosas.
La antipatía hacia Madero del embajador norteamericano Henry Lane
Wilson llevó a éste a apoyar intentos de golpes de Estado, como el que en
febrero de 1913, tras la intentona de Félix Díaz, derrocó al presidente.

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La animadversión de los sectores conservadores y la hostilidad de los
Estados Unidos supuso el fin del régimen. El 9 de febrero de 1913, el general
Mondragón, porfirista acérrimo, apoyado por varios regimientos de artillería y
cadetes del Ejército, liberó de la prisión a los generales Reyes y Félix Diaz,
con la idea de derrocar posteriormente al gobierno.
En las primeras escaramuzas cayó el general Reyes y tomó el mando Félix
Díaz, que se encerró con sus tropas en el arsenal militar de la Ciudadela. Para
someter a los rebeldes, Madero cometió la torpeza de designar al general
Victoriano Huerta. Este, de acuerdo con el embajador de los Estados Unidos,
Wilson, llevó a cabo crueles bombardeos, no sobre los rebeldes, sino en las
casas de los alrededores, causando enorme destrucción y gran número de
victimas que sirvieron de pretexto a los embajadores extranjeros,
capitaneados por el norteamericano, para presionar de esta forma al Gobierno
mexicano.
Diez días, conocidos como la decena trágica, duró el bombardeo, hasta
que Huerta decidió ponerse abiertamente en contra del gobierno e hizo
detener al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez, así como al
hermano del presidente, Gustavo, y a parte del Gabinete.
El apoyo de Huerta a los rebeldes se negoció en la embajada
norteamericana, donde surgió un acuerdo entre Huerta y Félix Díaz por el que
el primero asumiría la presidencia provisional con la bendición de los Estados
Unidos para organizar la elección del segundo.
Tras el pacto y la detención de Madero, se obligó a éste y al
vicepresidente a renunciar a su cargo, con la promesa de que salvarían sus
vidas. El Congreso designó como presidente, según las normas, al siguiente
en jerarquía, el secretario de Relaciones Exteriores, Pedro Lascurain, quien
tras jurar el cargo nombró a Huerta secretario de Interior y renunció a
continuación.
El Congreso, ante la ausencia de presidente, vicepresidente y secretario de
Relaciones Exteriores, se veía obligado a nombrar al ministro de más
jerarquía, que no era otro que el flamante ministro del Interior, general
Huerta. Tomaba así la jugada un giro legal. El presidente, su hermano

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Gustavo y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados cuando eran
trasladados a Veracruz.
Estas muertes lanzaron de nuevo a la lucha contra la usurpación huertista
a todos los grupos revolucionarios, dando un nuevo giro d proceso de la
revolución.

Doroteo Arango Villa, Pancho Villa


(San Juan del Río, Durango, 1878-
Parral, Chihuahua, 1923). Líder
revolucionario mexicano. Huérfano
desde muy pequeño, Pancho Villa se
dedicó durante más de veinte años al
bandolerismo (robos, asaltos, saqueos,
cuyos productos distribuía entre los
pobres). Esto le valdría el
sobrenombre de Amigo de los pobres.
Al iniciarse la revolución, Pancho Villa
se pone al lado de Madero, con quien entra en la capital.
Tras la muerte de Madero, Pancho Villa reúne a 3.000 hombres y
expulsa a los federales de Chihuahua, se proclama gobernador militar
del Estado, restablece el comercio, funda numerosas escuelas, confisca
las tierras de los ricos para repartirlas entre los campesinos… Tras la
ruptura con Carranza, Pancho Villa se unió a los zapatistas en la
Convención de Aguascalientes (1914), aunque en seguida se pondrían
en evidencia las diferencias de ambas corrientes agraristas. Tras la
contraofensiva de Carranza, Pancho Villa sufriría una serie de derrotas
que acabarían impulsándole a deponer las armas (Convención de
Sabinas, 1920).
Pancho Villa, que cayó victima de un atentado a manos de Jesús Salas
Trujillo, pertenece ya a la galería de personajes populares de la
revolución mexicana.

La dictadura de Victoriano Huerta

La subida al poder del general Huerta fue recibida con alborozo y elogios
por los grupos conservadores: pero su régimen no fue un calco del de Porfirio
Díaz.

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La camarilla financiera que rodeaba a Díaz fue militar en el caso de
Huerta, con algunos políticos porfiristas. Este contó, en principio, con los
partidarios de Félix Díaz, a los que hizo abandonar el gobierno, y a él le envió
de embajador extraordinario al Japón, cuando no respetó el compromiso de
convocar elecciones para que Díaz accediese a la presidencia.
El regreso a la situación imperante antes de la revolución maderista no fue
difícil. Madero no había llevado a cabo ninguna transformación social
profunda en la tenencia de la tierra y sólo en lo tocante a las libertades
públicas se había producido una ruptura con el porfirismo.
Huerta suprimió la libertad de prensa, asesinó a los revolucionarios más
significados, como Abraham González, y, aunque comenzó tolerando el
movimiento obrero organizado en la Casa del Obrero Mundial, de ideología
anarcosindicalista, lo declaró ilegal en 1914.
La oposición del Congreso al régimen hizo que fuera disuelta la Cámara,
detenidos 84 diputados y convocadas nuevas elecciones, con una abstención
muy marcada y un notable fraude en el recuento. De este modo, Huerta fue
elegido, aunque desde fines de 1913 tenía que enfrentarse a una insurrección
que dominaba la mitad del país.
Los centros principales eran las zonas que desempeñaron el mismo papel
en la revolución maderista: en los estados norteños de Chihuahua, Coahuila,
Sonora, Tamautipas y Sinaloa operaban las fuerzas de Venustiano Carranza y
Francisco Villa, y, en la región de Morelos, Emiliano Zapata dirigía su
ejército del Sur.
Se enfrentaba el Gobierno a una situación de guerra civil enormemente
costosa, sin disponer de recursos monetarios para ello, ya que las levas habían
privado a la economía de fuerza de trabajo y la guerra había dejado en manos
del enemigo zonas económicas importantes. E) país se había militarizado,
pero era necesaria una base financiera.

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Tropas federales en la campaña contra los zapatistas en Morelos.

La primera medida adoptada, no sólo por el gobierno, sino por las


facciones rivales, fue la de emitir papel moneda sin respaldo para ello. Los
billetes se depreciaban apenas salían a la calle, creando un caos financiero y
monetario. Los alimentos y productos de primera necesidad escaseaban y en
las grandes ciudades crecía el mercado negro.
La ruina económica se agravaba por la hostilidad del nuevo presidente de
los Estados Unidos, Woodrow Wilson, hacia Huerta. A pesar de los
requerimientos del embajador Wilson para que se reconociera al régimen, el
presidente Wilson se negó a ello, argumentando razones morales y de respeto
a los principios democráticos.
A medida que la lucha avanzaba, más claro resultaba al presidente Wilson
la necesidad de derrocar al Gobierno de México, al que las compañías
norteamericanas se negaban a pagar impuestos, alegando que no había sido
reconocido por los Estados Unidos.
Las vías para llevar a cabo esta empresa eran dos: intervenir directamente
o apoyar a los revolucionarios del Norte: Carranza y Villa. El apoyo se
materializó en el embargo de armas con destino al gobierno, en el permiso a
los rebeldes para aprovisionarse en territorio americano y en créditos a los
revolucionarios.
Huerta, abandonado por los norteamericanos y rechazado por los
británicos, se volvió hacia Alemania, que le prometió ayuda. Esto provocó la
intervención directa, con el desembarco de 23.000 soldados americanos en
Veracruz, que además de asegurar el control de la zona petrolera, privaba al

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gobierno del puerto de entrada del material alemán y de los recursos de las
aduanas.
Sin aprovisionamiento de armas y municiones, Huerta quedaba en manos
de sus enemigos, mientras Estados Unidos aceptaba la llamada mediación de
ABC (Argentina, Brasil y Chile) para resolver el problema de la ocupación de
Veracruz.
A mediados de julio de 1914, Huerta abandonaba el país y, un mes más
tarde, el general constitucionalista Alvaro Obregón entraba en la capital.
Comenzaba la lucha por el poder entre las facciones revolucionarias.

La lucha por el poder

El precario equilibrio obtenido en la lucha contra el enemigo común no


pudo ser mantenido tras la derrota de éste. Varios movimientos se
enfrentaban, entre los que destacaban los acaudillados por Emiliano Zapata,
Venustiano Carranza y Pancho Villa.
El movimiento zapatista probablemente sea el más fácil de caracterizar, al
ser el más homogéneo. Formado en su mayoría por campesinos libres (el 80
por 100 de la población del Estado), contaba en sus filas con peones de
hacienda que se habían ido sumando a él.
Sus objetivos eran idénticos: la restitución de las tierras arrebatadas por
los hacendados a las comunidades campesinas y la expropiación de parte de
los latifundios.
Al tener como base regional el estado de Morelos, donde no había ni
industria ni minería, había pocos obreros en sus filas, y tampoco clases
medias, apéndices de los terratenientes en las sociedades campesinas
tradicionales.
En la dirección del movimiento si apreciamos obreros, como Felipe Neri,
y algunos intelectuales, como el maestro de escuela Otilio Montaño. El
principal ideológico del movimiento era el abogado Antonio Díaz Soto y
Gama, y el organizador, Gildardo Magaña, miembros ambos del Partido
Liberal durante el porfiriato.
La fuerza del zapatismo radicaba en su unidad, su coherencia y su
capacidad de supervivencia, manifestadas, respectivamente, en la ausencia de
oposición, en la regularidad en el reparto de tierras y en su absoluto control
del campo de Morelos.
Su debilidad se aprecia en sus estrechos intereses, exclusivamente
agrarios, y en la inmovilidad de su ejército, perceptible en la dificultad con

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que se extendió el movimiento en los estados vecinos en 1913-15. Para una
mentalidad campesina, carecía de interés lo que sucedía fuera de su propio
terreno.
Por otra parte, fuera de él eran muy poco efectivos, ya que si bien podían
resistir los ataques en su territorio, no eran capaces de llevar una guerra
ofensiva, por falta de medios y de dinero, obtenido en cierta medida mediante
ataques a las haciendas o a las tropas enemigas.
Los ejércitos a los que dieron origen los movimientos revolucionarios del
Norte diferían mucho de los del Sur. Estaban más cercanos a la
profesionalidad, pues su base humana tenía menos arraigo; al no ser
campesinos, sino jornaleros o mineros, se acercaban más al concepto de
mercenario: permanecían leales si se les pagaba, lo que podían hacer sus jefes
a través de impuestos a las compañías extranjeras y hacendados o vendiendo
algodón o ganado de contrabando en los Estados Unidos.
Carranza, su jefe, era un hacendado coahuilense, de ideas marcadamente
conservadoras, aunque no vacilaba en prometer reformas sociales. Sus
compañeros, los hombres de Sonora, Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles,
Benjamin Hill, Adolfo de la Huerta, Salvador Alvarado, etcétera, tenían
mayor sentido social. Hombres de temple más radical, habían hecho promesa
de reforma agraria que no pensaban cumplir, junto a otras de carácter obrero,
que si cumplían.

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Madre e hija campesinos, de la obra de Siqueiros Caminantes.
Las tres revoluciones, por Diego Rivera.

Campamento zapatista, por F. Leal.

El movimiento cuenta con generales como Pablo González, de origen


obrero: algunos tenían experiencia política de antes de la revolución. Los
civiles que apoyaban a Carranza eran intelectuales, surgían del ala más radical
del movimiento maderista. La ausencia de campesinos era casi total entre los
generales carrancistas, aunque después de 1915 se le incorporan algunos
como Domingo Arenas o Severiano Ceniceros (ex zapatista el primero, y ex
villista el segundo).
La base social del carrancismo es la clase media: lo demuestra la elevada
proporción de ésta en los cuadros dirigentes del movimiento y el sentido
nacionalista con que se intenta ganar el apoyo de las masas, ya que, al no
desear grandes cambios sociales ni restablecer la democracia parlamentaria,
es el sentimiento nacionalista el único móvil capaz de captar las simpatías.
El movimiento villista es el segundo gran movimiento revolucionario del
norte de México, oficialmente bajo la dirección de Carranza, aunque en la
práctica dispusiera de una gran autonomía. Su base de operaciones era el

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estado de Chihuahua, diferenciándose del carrancismo en una mayor base
popular, al no contar entre sus dirigentes con hacendados, como fue el caso en
Coahuila o Sonora. La dirección del movimiento la asumió Francisco Villa,
un antiguo bandido, dotado de ideas sociales muy avanzadas.
Los jefes de las tropas que se le unieron eran, o dirigentes agrarios
significados durante el porfiriato, o bandidos como Tomás Urbina, o
ferrocarrileros como el cruel Rodolfo Fierro. Los intelectuales eran más
escasos en el ejército de Villa que en el de Carranza, aunque algunos, como
Silvestre Terrazas o Federico González, se preocuparon de dar al villismo
contenido político.
Al extenderse el villismo a otros estados, se hace más conservadora su
dirección, a diferencia de Carranza, al que sucede lo contrario. La
incorporación de hombres como el general Felipe Ángeles, notable artillero, o
el gobernador de Sonora, Maytorena, da un carácter más moderado al
villismo.
Villa llevó a cabo una política de expropiación sin indemnización de las
propiedades de la oligarquía mexicana y expulsó a muchos españoles de los
estados controlados por él. Se distinguió radicalmente de Carranza en la
cuestión agraria, y también de Zapata, pues en vez de distribuir, como éste, la
tierra entre los campesinos, la dejaba bajo control del gobierno, para mantener
con sus ingresos la revolución.
En una guerra ofensiva como la de Villa, el repartir bienes hubiera
supuesto la pérdida de posibles soldados, que se hubieran afincado en sus
parcelas. En la región chihuahuense, la hacienda predominante es la ganadera
y resulta difícil distribuirla entre campesinos individuales, puesto que la gran
extensión de tierra necesaria para el ganado no hubiera sido rentable
parcelada
La reforma agraria la dejaba Villa para después de la guerra, cuando sus
soldados pudieran regresar a sus pueblos.
Esta forma de proceder de Villa chocaba con la de su jefe, Carranza,
provocando tensiones cada vez mayores entre ellos. Carranza era partidario de
la devolución de las propiedades a sus dueños y de la administración de las
haciendas hasta ese momento a cargo de las autoridades locales. Villa, sin
embargo, prefería administrarlas directamente, pues con esos ingresos
financiaba su ejército. Estas diferencias crearon gran resentimiento y
desconfianza entre ambos caudillos que se convirtió pronto en guerra abierta.

La Convención de Aguascalientes y la lucha de facciones

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Tras la derrota de Huerta, los tres grandes grupos de la revolución se
miraban con desconfianza. Los zapatistas veían en los carrancistas al enemigo
tradicional: el hacendado blanco, y se aliaban con Villa, quien a su vez, como
hemos visto, no estaba dispuesto a reconocer a Carranza como jefe supremo
de la revolución.
El problema de la jefatura revolucionaria se iba a dirimir en una
convención celebrada en la ciudad de Aguascalientes, en la que se hallaban
representadas todas las facciones revolucionarias.
La asamblea nacía ya prácticamente muerta, pues chocó con la
obstinación de Carranza y la hostilidad de Villa. Carranza se negó a aceptar
las conclusiones de la asamblea, que eligió presidente a Eulalio Gutiérrez.
Alvaro Obregón, que había jurado apoyar al nuevo presidente, cambió de idea
y se sumó a él. Villa, por su parte, tras un breve plazo de apoyo a Gutiérrez,
pronto le dejó solo, consumándose el fracaso de la convención.

Venustiano Carranza y otros jefes constitucionalistas en 1913.

La guerra era la única salida y de enero a julio de 1915 enfrentó a


Carranza, apoyado por el talento militar de Obregón, contra Villa y Zapata,
aliados. Las batallas más importantes se dieron en el México central, entre
Villa y Obregón, apoyado por los norteamericanos, que ya se habían decidido
por los carrancistas.
Las batallas de Celaya y Aguascalientes dieron el triunfo y el control del
México central a los partidarios de Carranza, pues Villa, falto de municiones

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y alejado de su zona tradicional de combate, no pudo resistir, y Zapata, sin
apoyo, se retiró a Morelos, donde continuó haciendo guerra de guerrillas sin
ser capturado, hasta que, traicionado en 1919, fue asesinado.
Pancho Villa recreó un ejército en Chihuahua, pero fue derrotado en Agua
Prieta, al permitir los Estados Unidos que los carrancistas atravesaran el
territorio norteamericano con tropas de refuerzo. A partir de este momento, su
odio a los norteamericanos le llevó a asesinar a todos los que caían en su
poder, incluso a atacar la ciudad norteamericana de Columbus, lo que motivó
como respuesta la expedición punitiva del general Pershing en territorio
mexicano.
A fines de 1915, el ejército de Villa se había convertido en una serie de
grupos de bandidos que asolaron poblaciones durante más de cinco años, en
una dura lucha por la supervivencia, como debió hacer Zapata en el Sur.
Carranza era ya el dueño del poder.
Había llegado el momento de institucionalizar el régimen y legitimarlo a
través de la convocatoria de un congreso que redactaría y aprobaría la nueva
Constitución.
El fracaso de la Convención de Aguascalientes enseñó a Carranza a no dar
participación en él a las facciones enemigas: ni huertistas ni villistas ni
zapatistas estarían representados en él, sólo las tendencias del
constitucionalismo. Tampoco estaría dominado, como la convención, por los
militares, que sólo suponían un 30 por 100 de los congresistas, más de la
mitad de los cuales eran universitarios y profesionales, jóvenes de clase
media, a los que el porfiriato había cerrado el paso a la política.
La Constitución, inspirada en la liberal de 1857, consagraba la
intervención del Estado en amplios sectores de la vida económica y social, y
reflejaba el anticlericalismo de gran parte de los sectores medios que la
redactaron.
La cuestión agraria se planteaba en el artículo 27 como restitución a los
pueblos y comunidades de las tierras injustamente expropiadas por los
hacendados, así como la dotación de ejidos a aquellos pueblos que no los
tuvieran. En este sentido, el artículo es continuación de la política adoptada
por Carranza, desde 1915, de restitución de tierras a los pueblos. Además, la
propiedad privada se encontraba supeditada al interés público.
En la cuestión obrera se intentaba encontrar un equilibrio entre obreros y
empresarios. El articulo 123 decretaba una jornada laboral de ocho horas
durante seis días semanales, fijaba un salario mínimo y el principio de igual
remuneración a igual trabajo, sin discriminación a causa de sexo o

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nacionalidad. Se daba a obreros y patronos el derecho a organizarse para
defender sus intereses respectivos, el de la negociación colectiva y el derecho
a la huelga.
La Constitución suponía el fin del laissez faire del liberalismo
decimonónico, pero era más reformista que revolucionaria, como lo era
también el grupo que la impulsó y llevó a cabo. Carranza la acogió con
desconfianza, pero le resultaba imprescindible para pasar de primer jefe de la
revolución, cargo que había ocupado durante cuatro años, a presidente
constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Finaliza así la llamada etapa destructiva de la revolución mexicana. Aún
seguían luchando los restos del zapatismo y del villismo, más por la
supervivencia que por afán de triunfo. Las reformas sociales se ponían
lentamente en práctica, siguiendo el vaivén de las presiones agrarias y obreras
y de las necesidades de apoyo del nuevo régimen. Este, en buena medida,
suponía un continuismo con el porfiriato, pero adaptado a los cambios
producidos en la sociedad y en la economía.
La armonía entre los generales triunfadores estaba lejos de haberse
conseguido, así como la transmisión pacífica del poder. La revuelta de 1920 y
el asesinato de Carranza así lo demuestran. Había de transcurrir más de una
década para que el régimen, institucionalizado y dotado del apoyo de las
organizaciones obreras y campesinas, pudiera, sin sobresaltos y luchas por el
poder, emprender la obra de reconstrucción económica, imprescindible tras
estos años de destrucciones.

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Cronología

1910 Francisco Madero presenta el Plan de San Luis, que denuncia a la


dictadura de Porfirio Díaz. El 20 de noviembre comienza el proceso
revolucionario.
1911 El dictador marcha al exilio y Madero es elegido Presidente de la
República.
1912 Levantamiento contrarrevolucionario en Veracruz. Zapata y
Obregón se sitúan en contra de Madero. Plan de Ayala que preconiza la
reforma agraria.
1913 Asesinato de Madero. Venustiano Carranza presenta el Plan de
Guadalupe, para la Restauración Constitucional. Desembarco
norteamericano en Veracruz.
1914 Alvaro de Obregón ocupa la Ciudad de México. Convención de
Aguascalientes con el apoyo de Villa y Zapata. Desembarco
norteamericano en Veracruz y caída del Presidente Huerta. Mediación
de Argentina, Brasil y Chile.
1915 Triunfo de Carranza sobre las fuerzas de Villa y Zapata.
1916 Obregón consigue la derrota militar de Villa.
1917 Congreso Constituyente de Querétaro, para la reforma de la
Constitución de 1857.
1919 Fracaso final y asesinato de Zapata. Conclusión de la insurrección
de Villa.
1920 Revuelta en el estado de Sonora. Asesinato de Carranza. Tras la
presidencia provisional de Adolfo de la Huerta, Obregón es elegido para
la primera magistratura del país.
1923 Asesinato de Pancho Villa.
1924 Plutarco Elías Calles, elegido Presidente de la República.
1926 Inicios del movimiento cristero, de reacción religiosa contra el
régimen.

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1928 Elección de Obregón, que es asesinado. Portes Gil, Presidente
provisional. Plutarco Elías Calles, nombrado jefe máximo de la
Revolución, controla todos las resortes del poder. Creación del Partido
Nacional Revolucionario.
1929 Presidencia de Pascual Ortiz Rubio, sucedido en 1932 por
Abelardo Rodríguez.
1934 Inicio de la presidencia de Lázaro Cárdenas para un mandato de
seis años. Fuerte impulso a la reforma agraria y beneficios legales para
la población obrera.
1936 Expulsión de Calles y fin de su influencia sobre los centros del
poder.
1938 Creación del Partido de la Revolución Mexicana. Política de
nacionalización de las compañías petrolíferas extranjeras.
Reconciliación Estado-Iglesia.
1939 Llegada de los exiliados republicanos españoles.
1940 Fin de la presidencia de Cárdenas. Detención del proceso
reformista.
1945 El partido único pasa a denominarse Partido Revolucionario
Institucional (PRI).

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Mural de Chaves Morado alusivo a uno de los diversos episodios de la Revolución mexicana.

La revolución institucionalizada

Por Pedro A. Vives Azancot


Profesor de Historia de América Contemporánea. Universidad Complutense
de Madrid

Durante los años veinte se fueron incorporando a la arena política los


sectores medios de la sociedad nacional, que presentaron perentoriamente la
exigencia de institucionalizar su dominio del sistema, y se comprobaron las
dificultades para incorporar al campesinado al mismo pese a la claridad del
mandato revolucionario acerca de la Reforma Agraria. Controlar la economía
del país se mostró no menos dificultoso; y devolver a los mexicanos su
petróleo y su minería comenzó a revelarse como un verdadero quebradero de
cabeza.

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El asesinato de Carranza en mayo de 1920 no había supuesto
estancamiento alguno de la avalancha revolucionaria, porque el movimiento
de Agua Prieta, con su consiguiente levantamiento militar que condujo a la
presidencia al general Alvaro Obregón, mantuvo encendida la llama de la
lucha de facciones por tomar la capital y el sillón presidencial con ella. Pero
con Obregón llegó a la capital el general Calles, y con ambos desembarcaron
en los destinos de México de forma definitiva los sonorenses, que habían
apoyado el movimiento de Agua Prieta, y entre los que abundaba una nueva
generación epirrevolucionaria más integrada en las clases medias y en
sectores profesionales que ligada a los viejos caudillos de la guerra.
Obregón y Calles, intérpretes políticos de los años veinte, plantearon
urgentemente la necesidad de un sistema de transmisión del poder que no
conmocionara periódicamente a México; se trataba al tiempo de establecer
una posición hegemónica de su grupo frente a otros líderes revolucionarios y
con ello lograr una institucionalización de la vida política que acabara con
levantamientos militares como los de Huerta, Escobar, Serrano o Gómez,
sufridos por ellos mismos.
La vía factible para limitar a los caudillos locales pareció ser la de integrar
a campesinos y obreros en el sistema, hurtándolos de paso a las agitaciones
provinciales, controlar a tales grupos desde arriba y sentar un patrón
autoritario de ejercicio del poder que impidiera la oposición efectiva al
Gobierno.
Las dificultades para perfilar un sistema así impidieron al tándem
Obregón-Calles propiciar el desarrollo económico quebrado desde la caída de
Porfirio Díaz y las guerras revolucionarias. Hasta que en 1940 no se halló
consolidado el sistema político que desarrollara la Revolución en sí, el
esfuerzo económico apenas pudo ser abordado. Para que tal cosa fuese
posible, Obregón y Calles, entre 1920 y 1934, pusieron en marcha una
progresiva centralización del poder destinada sobre todo a provocar la
decadencia de los jefes militares y los líderes locales.

Desencanto y crisis interna

Obregón basó su capacidad política omnipresente en su propia condición


de líder militar supremo. Calles utilizó el apoyo del anterior en un principio y
posteriormente tomó como trampolín a la nueva clase dominante,
básicamente integrada por jóvenes procedentes de sectores medios. En gran

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medida tal fue el engranaje de transmisión entre dos concepciones de lo que
había sido y habría de significar la Revolución mexicana.
La sucesión de Obregón en la presidencia puso a prueba el experimento:
la designación de Calles a finales de 1923 levantó inmediatamente voces
disconformes entre sectores civiles, el levantamiento al año siguiente del
general Adolfo de la Huerta y la movilización estratégica de grupos obreros y
agraristas en Veracruz y San Luis Potosí.
La victoria de Obregón sobre los disconformes acentuó el proceso de
centralización efectiva antes de que Calles se hiciera cargo del poder en
diciembre de 1924. Se aceleró también la integración de la Confederación
Regional Obrera Mexicana (CROM) y la búsqueda de una mayor presencia
del Estado en las esferas económicas, por medio del Banco de México, del
Banco Nacional de Crédito Agrícola y Ganadero y el estímulo a la
construcción de nuevos caminos, canales y obras de mejora en la
infraestructura.
Desde 1926, Calles desembocó en el enfrentamiento directo con la Iglesia
católica, larvadamente gestado desde 1917, que le colocó frente a la guerra
cristera que, con escenarios rurales y directrices urbanas, sólo vio fin en
1929, merced a las gestiones del entonces presidente provisional Emilio
Portes Gil. Entretanto, Alvaro Obregón preparó el camino y las reformas
constitucionales necesarias para volver a la presidencia en 1928.
Las protestas por tan forzada maniobra no fueron mal vistas por el propio
presidente Calles, así como por los delfines epirrevolucionarios. En junio de
1928 la reelección fue una realidad; pero un mes después Obregón cayó
asesinado por un fanático católico, lo que impuso la presidencia provisional
—y providencial— de Portes Gil.
La reelección, la guerra cristera, la indefinición económica, generaron
entre 1928 y 1929 un clima creciente de desencanto bien representado por la
candidatura a la presidencia de José Vasconcelos, que tendría a poco que
exiliarse del país. Ante esa situación, Calles —con el fin confesado de
resolver el vacío dejado por Obregón— anunció en el año 28 la creación del
Partido Nacional Revolucionario.
Se trataba más bien de acabar con los conflictos entre grupos políticos de
la Revolución, con la etapa caudillista y con las convulsiones generadas por la
sucesión presidencial: también se buscaba encauzar el fortalecimiento de los
obregonistas tras el asesinato de su líder y la dura pugna entre éstos y los
claramente callistas. Con todo, en las elecciones de 1929 no faltaron las
fracturas internas ni la correspondiente sublevación militar —del general

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Escobar en Hermosillo—, que cuestionaran la viabilidad de los proyectos
presidenciales.

Campesinos mexicanos (grabado de A. Beltrán).

Precisamente la sofocación de la asonada de Hermosillo facilitó a Calles


consolidar la tendencia centralizadora utilizando para ello al PNR y
proclamando a la vez el fin del caudillismo. Y como había acabado con los
tales caudillos, se dejó nombrar a sí mismo jefe máximo de la Revolución, tal
vez a modo de síntesis histórica del asunto.
El maximato venía a culminar una etapa en la que la multiplicidad de jefes
y lideres aupados por la Revolución estuvo a punto de frustrar el desarrollo
político de la misma. Obregón, desde 1920, había tenido que repartir un parco
botín heredado entre un número crecido de alianzas inevitables: había sido el
precio para poder organizar mínimamente el Ejército y el aparato estatal,
también para intentar reorganizar la economía mexicana a base de aceptar
inversiones extranjeras y pactar con la CROM, como únicas vías para
estimular la producción. A poco, algunas alianzas tuvieron que ser
desbaratadas con medios expeditivos que fueron de la corrupción al exilio,
pasando por el asesinato, según las aspiraciones de cada oponente y su fuerza
política efectiva.
Como su maestro, Calles también tuvo que aceptar tal sistema de dominio
político, consolidando de esa forma una estructura de élite vinculada al
Gobierno central necesitada de absorber o aliarse con élites cualificadas, así
como de desarticular a cualquier precio a

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las élites armadas que desde cualquier
rincón del país amenazaran con
rebelarse.
El problema de la sucesión
presidencial y el consiguiente cambio de
grupo de presión instalado en el aparato
estatal parecía resolverse dejando en
herencia al presidente entrante un grupo
de fieles a su predecesor.
Así se procuraba consolidar las
alianzas anteriormente establecidas antes
de que se produjese la inevitable
limpieza en cuanto los nuevos inquilinos
se afirmaran en sus resortes.
El sistema evidentemente se
consolidó con el maximato, aunque
Calles no lograra disfrutar de él por Entrevista entre Plutarco Elías
culpa de tanto joven díscolo como Calles y el embajador norteamericano
en México, 1927.
Cárdenas llevó al palacio presidencial: la generación de 1915.

Lázaro Cárdenas y su generación

Una élite integrada por mexicanos y algunos foráneos, por no más de 300
nombres ilustres, según Luis González, nombrada como generación
epirrevolucionaria o agrarista, pero también como generación de Lázaro
Cárdenas, acogió a un selecto grupo de políticos e intelectuales jóvenes
nacidos entre 1891 y 1905 más o menos, que después del levantamiento de
Agua Prieta se incorporó decididamente a la política nacional.
La mayoría de los de 1915 —como también se les conoce— vivieron la
Revolución en las escuelas capitalistas y apenas la quinta parte se enroló en
las acciones de guerra, siendo aún adolescentes, con la peculiaridad de que
ninguno de ellos militó en las filas villistas. En 1916, Carranza convocó un
congreso estudiantil que facilitó las primeras incorporaciones de aquellos
jóvenes a las tareas políticas hacia 1917-18, pero sólo del 20 en adelante su
desembarco fue definitivo.
Cárdenas fue, sin lugar a dudas, el personaje político por excelencia de los
de 1915. Asesinado Carranza en mayo del 20, el presidente provisional
Adolfo de la Huerta hizo al joven Cárdenas general brigadier y comandante

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militar de Michoacán —su Estado natal—, en premio por haber detenido al
asesino del presidente muerto.
Tras sus primeras actuaciones políticas, siendo gobernador interino de
Michoacán, Cárdenas cumplió destinos militares en Tehuantepec y
nuevamente en el Bajío hasta mayo del 23. Combatió a los delahuertistas en
Michoacán, fue herido y preso en un hospital de Guadalajara y repuesto en
Colima al vencer los obregonistas. Ascendido a general de brigada y, enviado
por el presidente Calles como jefe de operaciones de la Huasteca, con sede en
Tampico, donde apuntó su vocación política hacia los desvalidos, fundó la
primera escuela Hijos del Ejército y llevó a cabo los primeros repartos de
tierras a campesinos.

Mural de José Clemente Orozco (izquierda). Catedral de la Ciudad de México (derecha).

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Mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional.

Aquellos años claves en la carrera política de Cárdenas, entre 1924 y


1927, encajan casi a la perfección con la tendencia de los epirrevolucionarios
a distinguirse como agraristas frente a los viejos líderes y caudillos de la
guerra. Empeñados en replantear la idea de México en todos los frentes,
Vicente Lombardo Toledano abordó la labor de reordenamiento de los
sindicatos a través de la CROM; Daniel Cosió Villegas, Jesús Silva Herzog,
Luis Chávez Orozco, entre otros, iniciaron la búsqueda intelectual de las
raíces nacionales que Samuel Ramos apuntó oportunamente en El perfil del
hombre y la cultura en México. El pelado, el problema de la educación y el
abandono de la cultura, la clase media y los burgueses de México se
convirtieron en vía de análisis de la realidad.
Manuel Gómez Morín, otro de los del 15, deploró la tradicional
improvisación mexicana hasta en su ejército, sus héroes, sus lecherías y sus
temblores de tierra. Pero la muerte de Obregón, en 1928, permitió que Portes
Gil diera acceso final a los cachorros de la revolución: L. Montes de Oca,
Marte R. Gómez, Ezequiel Padilla y José Aguilar Maya entraron en el
Gabinete del presidente provisional, cuando ninguno de ellos había alcanzado
los treinta y nueve años. Lázaro Cárdenas, apoyado por Calles, se convirtió en
gobernador de Michoacán.

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Después de algunas maniobras a favor de la continuidad de Calles en la
presidencia, de una poco exitosa campaña contra los cristeros y de combatir
en el noroeste la sublevación de los generales Escobar y Marizo, Cárdenas se
reintegró al Gobierno de Michoacán para entrar en la década del treinta con
ánimos renovados de poner en marcha sus experimentos políticos.
Encontró su gran aliada en la Confederación Revolucionaria Michoacana
del Trabajo, a la que apoyó sin reservas; distribuyó tierras entre ejidatarios,
peleó contra el capital extranjero para recuperar los recursos de su Estado
natal, amplió y renovó la enseñanza, inició presas y caminos nuevos, contuvo
en lo posible la obra reaccionaria del clero y combatió como pudo los focos
perniciosos de bares y cervecerías fiel a los principios del grupo de Sonora.
Como correspondía a su generación, los 400 ejidos creados en Michoacán
o la lucha contra los contratos leoninos de la Michoacán Transportation
Company y las usurpaciones de las tierras de los indios desde tiempos del
porfiriato, debieron ser para el gobernador Cárdenas la mínima respuesta al
recuerdo de aquellos días en que al salir a sus trabajos doña Felicitas le
despedía con un Vente temprano, hijo; dicen que ya viene la Revolución…

Los partidos y la nominación de Cárdenas (1933-1934)

Por lo hasta aquí reseñado, es fácil entender que Cárdenas tuvo sobradas
ocasiones para adentrarse en los entresijos de los conflictos caudillistas, en el
manejo de facciones, así como en el pensamiento político del jefe máximo que
para 1929 hablaba pestes de caciques locales y jefes militares, mientras él
mismo consolidaba la estructura de élite que reproducía a gran escala el
sistema.
La constitución del 17 abogaba por una democracia liberal de corte
occidentalista, cuyo esquema formal se había mostrado inviable en la
práctica. Los más de mil partidos —casi todos locales— existentes en 1929
eran, sobre todo, instrumentos en manos de caudillos y líderes locales cuyas
victorias políticas, sin embargo, debían menos a las urnas que a las simpatías
del poder central. El proceso electoral en sí no había alcanzado importancia
significativa para los miembros de la élite revolucionaria.
La lucha política era básicamente un enfrentamiento entre personalidades.
Obregón había sido el gran gestor de esa situación desde 1916 cuando alentó
a los agraristas de Portes Gil contra el Partido Liberal Constitucionalista que
le hacía sombra; caído el PLC, Obregón apoyó a los Coperatistas para acortar
los vuelos de sus aliados en maniobra previa.

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El PNR, fundado por Calles en 1928-29, significó la muerte funcional del
multipartidismo. Como coalición de sectores revolucionarios y confederación
de los principales líderes y partidos adscritos a la Revolución, trataba de
integrar también a las bases obreras y campesinas con un sistema de doble
militancia: en el partido regional y en el nacional. La dirección de Calles en
los primeros años se basó en la actuación arbitral en los conflictos entre el
PNR y los gobiernos locales o el presidente mismo. Desde 1935, con la
desaparición de don Plutarco, el presidente de la nación también lo fue,
efectivamente, del partido, con lo que los conflictos prácticamente
desaparecieron.
Pero en 1929 el PNR se destinó a satisfacer básicamente las necesidades
del grupo en el poder. Se ponía énfasis en la conciliación nacional y el papel
vital en ese sentido del Estado: se favorecía a ejidatarios y jornaleros en busca
de su apoyo, al tiempo que los grandes empresarios agrícolas eran mimados
por los gobernantes.
Los posibles movimientos de oposición de origen local o regionalista se
controlaban bajo el epígrafe de enemigos de la Revolución, que facilitaba
bastante los mensajes nacidos en la élite. Y las reglas democráticas arrojadas
contra tales enemigos de un México nuevo en realidad acabaron por operar en
sentido contrario, consolidando una situación estructural en que la élite
rectora manejaba la lucha de clases como instrumento defensivo de sus
posiciones.
En 1933, el jefe máximo se hallaba enfermo y tratando de reponerse en el
norte, cuando Emilio Portes Gil —a quien Calles había querido eliminar de
plano en 1929— lanzó la candidatura presidencial del general Cárdenas.
Contó para ello con los veracruzanos enfrentados a la política agraria del
maximato, con el presidente de la República, don Abelardo Rodriguez, que
esperaba consolidar así su posición en el partido, y con los generales Cedillo
y Almazán, que en tiempos del presidente Ortiz Rubio habían formado el
grupo más influyente junto al propio Cárdenas y a Amaro, este último ahora
distanciado de la operación.
Al previsible disgusto de Calles por tan autónoma iniciativa, Cárdenas
respondió primero con un estratégico mohín de desacuerdo dubitativo, para
más adelante consultar al máximo la oportunidad de hacerse eco del clamor
que le empujaba a aceptar la candidatura. A su vez, Calles propuso una terna
de candidatos para dejar a salvo su imagen todopoderosa: Riva Palacio,
colaborador cercano a su persona: Pérez Treviño, que era entonces presidente
del PNR, y el propio Lázaro Cárdenas.

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Los tres eran militares. No se llegó a conflicto ninguno, porque Riva
Palacio y Pérez Treviño prefieren retirarse a tiempo de la lucha por la
designación para poder pasar a controlar el partido antes de que Cárdenas
ocupara el sillón presidencial.
Con todo, Calles no aflojó su cerco sobre los cachorros que,
previsiblemente, acompañarían a Cárdenas en el Gobierno, tarde o temprano.
A fines de 1934 —con Cárdenas ya elegido y Abelardo Rodríguez como
presidente en funciones— el máximo removió nuevamente la cuestión
religiosa a fin de que su papel de mediador nato le resultara imprescindible a
la presidencia y poder colocar bien a sus peones antes del desembarco
cardenista. Y es que los síntomas de tal desembarco se habían mostrado con
claridad en el desarrollo de otra iniciativa callista destinada inicialmente a
cortar las alas de Cárdenas de cara al futuro.
Una vez que Lázaro Cárdenas fue aceptado como inevitable sucesor en la
presidencia, en mayo de 1933, Calles había propuesto la elaboración de un
plan sexenal, básicamente como instrumento de control político del futuro
gabinete de cachorros.
Las dos comisiones destinadas a confeccionar tal programa de partido
presentaron ya una composición ligeramente vencida de) lado de los de 1915.
La comisión técnica se integró con los secretarios de Hacienda, Economía,
Educación y Comunicaciones, así como e) jefe del departamento de Trabajo.
La comisión programática, sin embargo, contó con el propio Cárdenas, Riva
Palacio. Gabino Vázquez, Ezequiel Padilla y Genaro Vázquez.
El resultado final del trabajo de las comisiones fue oportunamente
retocado por algunos diputados del partido, sobre todo por el agrarista
Graciano Sánchez y por Manilo Fabio Altamirano —que introdujo
aportaciones en materia de educación muy próximas al ideario de la
generación de Cárdenas.
Por fin, en diciembre del 33 la Convención del PNR, reunida en
Querétaro, abordó el plan sexenal y acabó de introducir en él los puntos de
vista más radicales no previstos por Calles en ningún momento, pero que eran
resultado de la presión desde sectores campesinos descontentos y a los que se
pedía su conformidad. En Querétaro el PNR hizo suyo el plan sexenal y
Cárdenas estuvo totalmente de acuerdo en atenerse a él. El plan de Calles se
puede decir que se había vuelto en su contra.

Las ideas para un sexenio

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Los matices izquierdistas introducidos en el plan sexenal durante la
Convención de Querétaro no impidieron que los de la generación agrarista se
dividieran respecto al programa aprobado. La clase empresarial mexicana vio
el plan muy distante de sus intereses, pero no se pronunciaron públicamente;
los católicos, sin embargo, no se mordieron la lengua al anunciar el desastre
nacional que aquella declaración de intenciones auguraba desde su punto de
vista.
Era cierto que el plan salido de Querétaro hacía amplias concesiones a
una fraseología de corte soviético en aquellos días, como también que
mezclaban con generosidad principios liberales y antiliberales y que su
fundamento estadístico era bastante sospechoso. Pero a pesar de sus
contradicciones y su vaguedad genérica, se puede decir que expresaba con
suficiente fidelidad el pensamiento político de los de 1915.
Antes que nada, el programa de Gobierno
para e) sexenio del PNR planteaba la
necesidad de un Estado interventor, promotor
y controlador, basado en un régimen
progresivo de economía dirigida y a la vez
respetuoso con la empresa privada y sus
iniciativas beneficiosas para la nación
mexicana. Se comprometía también el
partido en el poder a huir en lo posible de las
tentaciones monopolísticas, así como a poner
todo de su parte para recuperar los recursos
nacionales del dominio de las empresas
extranjeras y adornar todos los productos con
el lema hecho en México por mexicanos.
La tierra se contemplaba no sólo como
problema histórico, sino también como el
principal desafío a la modernización del país,
por lo que aportó al programa sus párrafos
La política del buen vecino
más radicales. De entrada se apostaba por una política firme de
(por David Alfaro Siqueiros).
compartimentación de latifundios como base de un nuevo equilibrio social y
una racionalización de la producción agraria. A ello se sumaba la necesidad
de redistribuir geográficamente a los rancheros, promover las organizaciones
campesinas y desarrollar la agricultura mediante la modernización de métodos
de cultivo y herramientas, especialmente entre los ejidatarios beneficiarios
por la reforma.

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Las generalidades más ostensibles aparecían en los epígrafes del plan
consagrado a la política obrera que asumiría el Gobierno. El PNR, como vago
promotor del sindicalismo, vigilaría que durante los siguientes seis años se
llevara a cabo una implantación nacional del salario mínimo y se
generalizaran los contratos colectivos. A modo de declaración específica,
también el PNR se proclamaba decidido a impulsar la lucha de clases.
La política sanitaria aparecía como un campo de urgente actuación para el
Estado; era prioritario aumentar el presupuesto destinado a la salud pública
desde el 3 por 100 de entonces hasta un mínimo del 5,5 por 100, aplicando el
esfuerzo muy especialmente fuera de la capital de la república. Se proponía
atajar y prevenir decididamente el crecimiento de los sectores marginales en
el país, del alcoholismo y la prostitución como origen de un
lumpenproletariado que debilitaba a las masas mexicanas.
De paso convenía imponer una discreta censura a toda inmoralidad
gratuita y a manifestaciones antipatrióticas. Y puestos a contener excesos, se
hablaba de poner freno en lo posible al celo religioso que tantos dolores de
cabeza proporcionaba.
La política educativa era posiblemente el apartado más desarrollado del
plan. Se le destinaría al menos el 15 por 100 del presupuesto y se centraría en
la consecución de una escuela laica activa. La educación estatal socialista que
desarrollaba el artículo 3.º de la Constitución se hizo efectiva en julio de
1934, antes de que Cárdenas se hiciera cargo de la presidencia, como sucedió
también con el Código Agrario y la puesta en marcha del Departamento
Agrario.
Las ideas del plan sexenal encajaron con las de Cárdenas mucho más de
lo deseado por el máximo. Siendo gobernador de Michoacán, Lázaro
Cárdenas trabó amistad con un grupo de estudiantes con los que solía tomar
café y platicar sobre lo humano y lo divino. El grupo nicolaíta —como se le
conoció— parece que hizo pensar a Cárdenas acerca de algunos principios
marxistas y le reafirmó en su inclinación hacia los desvalidos; con ellos
incorporó a su ideario algunos principios generales que, si bien no lo
transformaron en filósofo, tuvieron gran relevancia en su futuro político.
Especialmente la sugerencia de reformar el artículo 3.º de la Constitución para
aplicar un programa de educación socialista parece que surgió en aquellos
debates entre el gobernador y los estudiantes.
Frente a la ausencia de bases características del PNR, Cárdenas encabezó
pronto las tendencias populares por incorporarlas al partido en consonancia
con corrientes radicales de la época que acabaron viéndolo como un buen

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candidato populista. No en vano su candidatura a la presidencia fue
oficialmente propuesta por la Confederación Campesina Mexicana y apoyada
por algunos grupos burocráticos y los generales más jóvenes en el marco de
su generación del 15. Ello facilitó que, unida su personalidad al conjunto del
plan sexenal, se presentara globalmente como alternativa de integración
nacionalista.

La quiebra del callismo

El 10 de julio de 1934, Cárdenas y el PNR obtuvieron 2.268.567 votos,


que barrieron al antirreeleccionista Villarreal (24.690 votos), al socialista
Tejeda (15.764) y al comunista Laborde (1.188). Quizá hubo fraude, como
algunos reclamaron, pero el 30 de noviembre Cárdenas ocupó la presidencia.
Se encontró en ella con sólo dos aliados a la hora de gobernar, Portes Gil
y Múgica, frente a una amplia herencia callista como mandaban los cánones.
Garrido Canabal, ministro de Agricultura y callista, se había traído desde
Tabasco a sus camisas rojas bien entrenados en perseguir católicos cuando
hiciera falta, que fue en el mero diciembre del 34 para que nada faltase al
nuevo presidente.
Comenzó 1935 con nuevas acciones de guerrilleros, protestas de grupos
medios por la educación socialista recién estrenada y huelgas por todo el país.
Lo que parecía requerir la intervención del jefe máximo con urgencia,
Cárdenas acabó convirtiéndolo en su baza final para sacudirse cualquier yugo
y colocar la cúspide del poder en plena institución presidencial, que era donde
debía estar.

Homenaje de los exiliados españoles al ex presidente Cárdenas. México, 1957.

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Las 1.200 huelgas que hubo de diciembre del 34 a junio del 35
interpretaron la lucha entre dos líderes sindicales: Morones (CROM) próximo
a Cañes, y Lombardo Toledano (CGOCM)[*] apoyado por Cárdenas. El nuevo
presidente no dudó en alentar la lucha obrera ni en intentar confederar a todas
las organizaciones en un momento en que detrás de cada conflicto siempre
acababa apareciendo un patrón extranjero.
Ante esa baza del cardenismo, Calles regresó en mayo del 35 desde
Estados Unidos, donde se reponía de su enfermedad, para controlar al
Chamaco mediante un acoso sin cuartel sobre Toledano y a cuenta de las
huelgas salvajes, según proclamó en la prensa del 12 de junio.
El máximo recibió de inmediato el apoyo efusivo de todo México, esto es,
de 99 diputados y 45 senadores, frente a los 44 y nueve, respectivamente, que
silenciaban en favor del presidente. Cárdenas aceptó el reto contando con
algunas movilizaciones obreras en su favor y la aquiescencia de comunistas y
sindicalistas de izquierda, a los que previamente había tratado con deferencia.
Portes Gil y el general Cedillo ayudaron al presidente en la maniobra
rápida por la que se enviaron emisarios a gobernadores y comandantes
regionales para que eligieran el bando sin dilación, a la vez que se sacaba
imprevistamente de sus puestos claves a los callistas y se concentraba a los
generales cardenistas en el DF.
La rápida maniobra de Cárdenas hizo que todo México cambiara de
opinión en un solo día. El 14 de junio el presidente exigió la dimisión de todo
el Gabinete y acometió el apartamiento final de los callistas de las esferas de
Gobierno. El propio Calles anunció su marcha al extranjero el día 18 y más
tarde lo hizo también Garrido Canabal.

La Revolución institucionalizada

El intento de regresar a México en diciembre por parte del ex máximo sólo


provocó alguna revuelta y que se le acusara de haber traficado con armas en
Sonora precisamente en 1915. El maximato, la era de los caudillos y las
banderías locales habían terminado en el primer año de Gobierno cardenista.
Tal vez entre 1935 y 1940 se asentó en México un sistema por el cual a un
sexenio de gestos omnipotentes sucede la denigración de la imagen del
predecesor, el acorralamiento de sus colaboradores más próximos y la
proclamación de que ninguno de los viejos errores volverá a ser consentido,
todo ello como rito imprescindible para esperar otros seis años empezar de
nuevo. Pero lo que con seguridad sucedió entonces fue la llegada de una

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nueva élite política al poder distanciada ideológicamente de los años violentos
de la revolución, pero convencida de que las ideas vertidas a la arena nacional
entre 1910 y 1917 pertenecían a México y era útil desarrollarlas desde un
Estado fuerte.
El Estado promotor de Cárdenas estuvo siempre algo por delante de las
diversas fuerzas político-económicas del país, en parte por la debilidad
intrínseca de cada una de esas fuerzas y en parte también porque el Estado fue
esencialmente dinamizador. La adopción de grandes medidas políticas y
económicas fue posible porque el Estado contó con un plan global de
objetivos nacionales y porque estuvo decidido a intervenir en el conjunto de
las relaciones de producción. La integración de clases y grupos de presión en
los intereses nacionales se hizo posible mediante la concepción de un sistema
político amplio que era encabezado por el aparato estatal y pasaba por el
partido de la Revolución y los sindicatos.
El salto cualitativo llegó en marzo de 1938, en plena crisis del petróleo y
cuando los tres antiguos aliados de Cárdenas —Portes Gil, Cedillo y
Toledano— habían perdido fuerza para hacer sombra al presidente; se
anunció entonces la reforma del PNR para ser Partido de la Revolución
Mexicana, con base funcional y no geográfica como hasta entonces, y en el
que obreros, campesinos, militares, funcionarios y demás sectores servían de
arquitectura a su organización por medio de cuatro secretarias sectoriales.
El PRM hizo llegar su espíritu también a las poderosas cámaras de
industria y comercio (CONCAMIN y CONCANACO) y ligaba
definitivamente el liderazgo político nacional a la presidencia de la República,
garantizando de paso la renovación periódica del personal político en sus
niveles medio y bajo. Podía decirse que los resultados sociales de veinte años
de desarrollo revolucionario pasaban a instrumentar de manera peculiar el
Estado mexicano, a partir de los símbolos y problemas surgidos de los siete
años de Revolución en sí.
Pero el PRM hubiera sido inviable sin el despegue auspiciado por el
Gobierno cardenista desde años atrás. Cuestión agraria y petróleo como
símbolos máximos de la relación entre Estado y economía fueron abordados
por Lázaro Cárdenas con decisión, sabiendo el potencial conflictivo que
existía en el campesinado, en los trabajadores del petróleo, en el desafío al
capital extranjero y en el compromiso de la soberanía nacional.
La Reforma Agraria fue el problema más importante heredado por
Cárdenas. Sus convicciones más antiguas, su idea de integración nacional y el
plan sexenal del 33 le sirvieron, sin embargo, para acometer el mayor reparto

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de tierras efectuado hasta entonces en México. Sus principales instrumentos
fueron el Código Agrario, el Banco Nacional de Crédito Ejidal fundado en
1938 y el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización.
Las regiones con más conflictos sociales latentes y patentes, como La
Laguna, Michoacán y Yucatán, fueron las más afectadas por expropiaciones,
procurando eludir las movilizaciones de propietarios y las lesiones a intereses
extranjeros mediante la apelación a la estabilidad social y la soberanía
mexicana primero y el acuerdo con Estados Unidos sobre indemnizaciones
desde 1938. En síntesis, puede hablarse de dos etapas políticas de la Reforma
Agraria integradas por el reparto de tierras la primera y por la organización de
la producción agrícola la segunda.
Las metas que parecían alcanzadas al final del sexenio cardenista gracias a
la política agraria eran la ampliación del mercado interno y la incorporación
de los sectores campesinos al consumo de bienes manufacturados: también
fueron positivos los resultados obtenidos en la producción alimentaria para
consumo interno y la de materias primas exportables, que, a su vez, sirvieron
para impulsar las industrias mexicanas de transformación y acelerar la
formación de capital, que en poco tiempo empezaría a repercutir en otros
sectores.
A cambio de créditos accesibles, nuevos caminos, tierras repartidas,
programas de riego y de organización de cultivos, a los campesinos se les
pidió el apoyo al programa del Gobierno y que cumplieran un nuevo papel de
guardianes del orden y la concordia. Evidentemente la respuesta generalmente
positiva del campesinado hizo posible que la Reforma Agraria se convirtiera
en la base del desarrollo económico nacionalista, puesto en marcha por
Lázaro Cárdenas.
La cuestión del petróleo tuvo como trasfondo inevitable el clima de guerra
en Occidente, que jugó a favor de la política cardenista. En la medida en que
Cárdenas era más enemigo de los capitalistas insolidarios con la
modernización de México que partidario de las nacionalizaciones, el punto de
partida de su política respecto al petróleo estuvo centrado en un principio en
los efectos sociolaborales de las prácticas de las compañías extranjeras.
Minería y petróleo en México se hallaban controlados por la American Metal,
la Anaconda, la American Smelting and Refining y, sobre todo, por Shell y
Standard Oil, que controlaban —las dos solas— el 70 por 100 del sector.
Entre 1935 y marzo de 1938 la lucha de los trabajadores petroleros fue
alentada por el propio presidente ante la falta de respuesta de las compañías.
Después de que el 1 de marzo del 38 el Tribunal Supremo desestimara el

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recurso de la compañía contra las decisiones federales a favor de los
trabajadores, el anuncio de una nueva huelga para el 18 acabó coincidiendo
con la declaración de expropiación por parte del Gobierno.
Inglaterra rompió relaciones con México y organizó con Estados Unidos y
Francia un boicot al petróleo mexicano: Cárdenas hizo gala de su capacidad
de maniobra al contactar —no sin manifiesta repugnancia— con Alemania e
Italia a modo de alternativa arriesgada, pero útil a la postre: Roosevelt
proclamó su amistad personal con el presidente mexicano y apeló a una
solución rápida de la crisis. La guerra mundial se encargaría luego de
consolidar a Pemex como abastecedor de los aliados, superando incluso el
peligro existente en 1938 de sucumbir ante la competencia de los petróleos
venezolanos más rentables. Se reemprendieron las prospecciones y la
producción mexicana aumentó en poco tiempo, convirtiéndose en otro sector
clave a la hora de dinamizar la economía nacional.
Con la nacionalización de los petróleos, Cárdenas logró de paso acabar
para siempre con el problema religioso levantado por Calles. Paralelamente a
los últimos sucesos violentos contra iglesias y católicos en Veracruz,
Michoacán, Tabasco y Chiapas, desde 1936 Cárdenas había iniciado la
apertura de iglesias y había propiciado el acercamiento por medio de
discursos conciliares. En 1938 se acabaron de abrir las iglesias en todos los
Estados y, cuando la nacionalización petrolera, resultó que los curas fueron
los primeros en apoyar al presidente y abrir cuestaciones para ayudar a pagar
las indemnizaciones.
Para entonces la educación socialista, destinada a combatir el fanatismo
según Cárdenas, había situado bastante bien las aspiraciones de grupos claves
en la política nacional sin estorbar en la cuestión religiosa. Con un 16,5 por
100 del presupuesto alcanzado en 1940, la educación socialista permitió una
escuela destinada a superar las diferencias de clase y raza, a alfabetizar y
mexicanizar a la diversidad de pueblos del país y a acercar el Estado a las
poblaciones rurales especialmente. La enseñanza secundaria y la universidad
se plantearon como pilares de la modernización de México y de la fijación de
sus problemas indigenistas y lingüísticos. En 1936 se fundaron el
Departamento de Asuntos Indígenas y el Instituto Indigenista, y en 1938 el
Instituto Nacional de Antropología e Historia. La cultura y la identidad
mexicana, como habían deseado los de 1915, no volvería a improvisarse ni a
desligarse de la realidad nacional.
La especial preocupación del presidente por los desvalidos, por los
campesinos apartados de las ciudades, le valió ser llamado Tata, algo más que

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el presidente de la nación.

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Bibliografía
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Alvear, G., Lázaro Cárdenas. El hombre y el mito, México, Jus, 1975.
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Meyer, L., Historia General de México, vol. II, México, El Colegio de
México, 1981. Ulloa, B., La revolución intervenida, México, El Colegio de
México, 1971. Womack, J., Zapata y la revolución mexicana, México,
Siglo XXI, 1969.

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Notas

Página 53
[*] Confederación General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM).
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