Cortazar y El Peronismo

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Cortázar, el peronismo y el misterio

resuelto de su histórica "Casa Tomada"


Por Manuela Fernandez Mendy
27 de Enero 2017 · 07:22hs
“Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la
llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera
robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”. Ese es, tal
vez, uno de los mejores remates de Julio Cortázar a lo largo de toda su
carrera. El cuento en cuestión fue uno de sus primeros, Casa Tomada. El
mismo que este mes celebra su 71° aniversario de publicación, en manos
de nada menos que Jorge Luis Borges.

Pasaron, acompañando la meticulosa obsesión del escritor por los detalles


precisos, 25.915 días desde que apareció por primera vez en las páginas
de la revista porteña Los anales, por entonces dirigida por el autor de El
Aleph. Y, al presente, todavía sigue abierta la misma pregunta: ¿la
expulsión de los hermanos de su hogar fue una metáfora al avance
del peronismo en el país?

El cuento fue escrito en 1946 por un joven Cortázar. Juan Domingo


Perón había ganado en febrero las elecciones, imponiéndose ante su rival,
el radical José Tamborini, con el 52,84 por ciento de los votos. Apesumbrado y
convulsionado por el mantenimiento de la intervención universitaria llevada
adelante por el gobierno, el joven profesor de 32 años renunció a las tres
cátedras que dictaba en la Universidad de Cuyo. Empezaba así el primer
capítulo de la turbulenta y no siempre consistente relación de amor y odio que
mantendría los 38 años siguientes de su vida con el movimiento peronista.

No fueron pocos quienes señalaron, casi de inmediato, que el


“silencioso avance amenazador” al que hace alusión el escritor en el
cuento no era otra cosa que una metáfora hacia el peronismo. Las dudas
por la doble interpretación llegaron hasta confundir al propio Julio Florencio,
quien no tardó en aplicar su ingenio lúdico para dejar abiertas todas las puertas
posibles, como siempre lo hizo con sus cuentos.

“Fue para mí una sorpresa enterarme de que existía esa versión”,


reconoció en 1977 en una entrevista concedida al canal español TVE. “Fue
quizás la primera vez en que yo descubrí una cosa, que es muy bella en
el fondo, y es la posibilidad de la múltiple lectura de un texto. Descubrir
que hay lectores que te siguen como escritor, que se interesan en lo
que tú hacés y que, al mismo tiempo, están leyendo tus cuentos o tus
novelas desde una perspectiva totalmente diferente de la mía en el
momento de escribirlas; y que tienen una segunda o tercera
interpretación”, sumó.

“Fue el resultado de una pesadilla. Soñé ese cuento, sólo que no


estaban los hermanos. Había una sola persona, era yo, y algo que no se
podía identificar me desplazaba, poco a poco, a lo largo de las
habitaciones de una casa hasta echarme a la calle. Es decir que había
esa sensación que tienes en las pesadillas del espanto total, sin que
nada se defina. Simplemente el miedo en estado puro. Algo espantoso
va a suceder un segundo después y, a veces, por suerte te despiertas”,
sumó.

Y así fue. Cortázar se despertó “totalmente empapado”. “Ya era de mañana,


me levanté, tenía una máquina de escribir en el dormitorio y esa misma
mañana escribí el cuento de un tirón. Es uno de mis cuentos más
oníricos, pero no soñé exactamente el cuento, sino la situación del
cuento”, reconoció.
¿Cómo fue el verdadero sueño que inspiró el terror y activó la creatividad del
escritor? “Estaba solo en una casa muy extraña con pasillos y codos. En
un momento, desde el fondo, se oía un ruido muy claramente y eso era
ya la sensación de pesadilla. Entonces yo me precipitaba a cerrar la
puerta y a poner todos los cerrojos para dejar la amenaza del otro lado.
Iba creando barricadas, hasta que la última puerta era la de la calle. En
ese momento me desperté”, recordó.

Cortázar estaba en Mendoza cuando tuvo lugar el 17 de octubre.


Su lectura, entonces, es simple: se trató de un sueño. Pero, pese a eso, la
insistencia de las teorías conspirativas que buscaban reavivar su dialéctica
relación con el peronismo (que luego se fue transformando con el tiempo) hizo
que no descartara por completo la idea de que, en realidad, el ruido era una
manifestación inconsciente del movimiento justicialista.

“Esa interpretación de que, quizás, yo estaba traduciendo mi reacción


como argentino frente a lo que sucedía en la política no se puede
excluir. Es perfectamente posible que haya tenido esa sensación que en
la pesadilla se tradujo de una manera fantástica, de una manera
simbólica. Me parece válido como posible explicación, pero no es la mía.
Bien podría representar todos mis miedos, o quizá, todas mis
aversiones; en ese caso, la interpretación antiperonista me parece
bastante posible, emergiendo incluso inconscientemente”.
“Los sueños con capitales en mi vida. Si hago la cuenta de los que
dieron origen a mis cuentos deben ser muchos. Hay algunos sueños que
puedo recordar nítidamente al despertar, otros trato de atraparlos y se
me van como una nube. Pero los más terribles me marcan de tal
manera. También tengo sueños alegres, por supuesto, pero nunca he
escrito un cuento con ellos. O sueños anodinos o divertidos”.

En marzo de 1973, Cortázar volvería a hablar del cuento


con Osvaldo Soriano. “Recuerdo que lo que más lamenta el personaje
es que ‘del otro lado’ se hayan quedado sus libros franceses. Eso le
importa más que los 15 mil pesos que perdió”, analizó el periodista.
“Tenés razón, son esas frases que uno escribe y son hasta proféticas.
Después, retrospectivamente, te das cuenta de lo que contenían esas
frasecitas”, reconoció el escritor.
“Alguien me preguntó alguna vez cómo era mi biblioteca de joven, la
que dejé en Buenos Aires cuando me vine a París. Se componía, creo,
de un sesenta por ciento de literatura francesa en lengua original, un
veinte o treinta por ciento de literatura anglosajona, autores ingleses
más que norteamericanos y el resto España y Argentina. Tal vez algo de
Italia”, recordó.
La escritura del cuento llegó en uno de los años de
mayores planteos existenciales del escritor, sólo superado, tal vez, por los
primeros meses de angustia visceral parisina que, tiempo después, se
convirtieron en la novela Rayuela. Era joven, no estaba casado, sufría el
peso de tener que mantener económicamente a su familia y su trabajo -
primero como profesor secundario y luego universitario- no lo realizaba
financiera, ni intelectualmente.
Pese a su manifiesto desgano, Cortázar había encontrado en su exilio
mendocino un breve momento de paz. Una brisa de tranquilidad. Había
logrado llegar a la universidad, pese a que él no tenía título universitario,
y lograba sobrellevar la “monotonía pueblerina”, tal como él la describió
en su correspondencia, con escapadas a la casa de su
amigo Sergio Sergi (seudónimo utilizado por el pintor y grabador Sergio
Hocevar).

Años después, el escritor le reconocería "algunos méritos" al peronismo.


El avance del peronismo en la casa de estudios provincial, que puso primera
luego de aquel histórico 17 de octubre de 1945, no amedrentó a Cortázar. Al
contrario, potenció su hasta entonces soslayado espíritu de lucha. El padre de los
cronopios no se rindió fácil. Meses antes de abandonar sus tres cátedras (dictaba
dos módulos iniciales de literatura francesa y uno de literatura de la Europa
Septentrional), el profesor, cuyos rasgos juveniles e inexistencia casi de
barba le permitían camuflarse con facilidad con el estudiantado, se
sumó incluso a la toma de la facultad.

“Con cincuenta alumnos y cinco colegas vivimos cinco días


completamente sitiados, recibiendo las consabidas bombas de gases,
amenazas, etc. Por fin nos allanaron, estuvimos presos. Este simple
resumen, que alguna vez le ampliaré con anécdotas bastante divertidas,
le mostrará la clase de existencia que nos toca a los universitarios
argentinos. Desde entonces, hasta hoy, hemos continuado luchando
por el ideal que defendemos”, le escribió en su momento a su
amiga Lucienne Chavance de Duprat.

Fue todo un acto de rebeldía para aquel hombre afrancesado, de chistoso e


incómodo caminar por su inusual altura y conversación ausente. Estuvo un día
preso. Lo acusaron de “nazi” y de “fascista”. Denunció que el Correo
provincial se había “ensañado particularmente” con su correspondencia.
“Parece altamente interesado por conocer mis opiniones”, denunció en
la misma misiva a Lucienne.

Corría el mes de diciembre de 1945. Faltaban todavía otros dos meses


para que Perón ganara las elecciones. Con el clima completamente caldeado
en la casa de estudios, Cortázar recibió otra dura noticia: debía presentar
a concurso en marzo sus tres cátedras y era poco probable que la
Universidad lo renovara como docente. Así, el escritor viajó a Buenos Aires
para dar su batalla final y militar de modo abierto contra la fórmula peronista.
“Las cosas siguen que arden. Tengo la leve impresión de que va a
ocurrir algo grande antes del 24 (el domingo de febrero en el que se
celebraron los comicios). He pulsado todo lo posible el ambiente y me
he mezclado bastante en el proceloso mar de la política, como le
dicen. Estuve en la proclamación de la lista comunista en el Luna Park, en la del
P.S. Y, finalmente, ayer tuve el inmenso orgullo de estar en la avenida 9 de Julio
cuando la proclamación de la fórmula democrática. Presumo que habrá visto por
las fotos de los diarios lo que fue eso. Si después de esto el Coronel retirado
(por Perón) tiene todavía alguna esperanza de ganar en las elecciones
correctas… evidentemente le funciona mal el piso alto”, le advirtió
a Sergi el 10 de febrero previo a los comicios.
Las elecciones de 1946 y la desazón del “militante Cortázar”
La predicción política de Cortázar fue errada. Aquel domingo, el
“coronel retirado”, como lo llamó con desdén, se alzó con la Presidencia
de la Nación. Sólo 23 días después, desilusionado por el futuro político que
vislumbraba para el país, el escritor le presentó su renuncia al interventor de la
Facultad de Filosofía y Letras de Cuyo, Alberto Corti Videla. Volvía a
Buenos Aires, derrotado.

La edición de "Los anales" en la que Borges publicó por primera vez el cuento de
Cortázar.
“Participé en la lucha contra el peronismo y, cuando Perón ganó las
elecciones presidenciales, preferí renunciar a mis cátedras, antes que
verme obligado a ‘sacarme el saco’, como les pasó a tantos colegas que
optaron por seguir en sus puestos”, reconoció años después.

Su partida no pasó inadvertida por el estudiantado con el que había


tomado la Universidad. De hecho, se despidió de ellos con una poco
usual misiva dirigida a los alumnos del centro de estudiantes. A
continuación, los fragmentos más destacados de la carta.
• “He decidido adelantarme así, definitivamente, a toda decisión oficial
sobre mi situación en la Casa. Guardaré sus nombres en el recuerdo,
con el orgullo más grande –y tal vez más justificado- de mi vida
docente”.
• “En esta hora en que pasiones tristemente desatadas en
nuestra Universidad se concitan más que nunca en torno a las
falsas interpretaciones y los comentarios deliberadamente
tendenciosos; en esta hora en que una casi monstruosa
subversión de valores, permite a la medianía aferrada a posiciones
mal ganadas y peor mantenidas, erigirse en supuesta representación
auténtica de la realidad argentina y fulminar anatemas contra todo
aquel que comete el nefando delito de desenmascararla y
combatirla”.
• “Se está siempre en desventaja cuando se choca con personas que
consagran su tiempo perfeccionándose en el dudoso arte de una
política universitaria como la que se ha querido imponer en Cuyo. Se
pierde la serenidad, esencial a toda labor de creación o
investigación, cuando a las puertas de la cátedra honesta
se agazapa la medianía enarbolando, desde mal
obtenidas sinecuras docentes, un supuesto apostolado
patriótico y democrático que en el fondo no cree ni respeta, y
tras cual se oculta –verdadera razón del ataque- un histérico terror a
los que valen más y ganan con su valer el afecto de sus alumnos”.

Su posición era clara: no sólo desestimaba al movimiento peronista por su bajo


nivel intelectual, sino que además lo catalogaba de “antidemocrático”,
“mediocre” y “malhabido”. Le esperaban otros cuatro años más de Juan
Domingo Perón. Cortázar abandonó el país en 1951, tras la reelección.
Nunca quiso hablar de exilio político. “Me fui porque se me dio la gana”,
solía aclarar cada vez que intentaban colgarle ese mote.

La llegada del PJ al poder pateó por completo su tablero de vida. Soltero, pero
con la obligación de mantener a su madre, María Herminia, y hermana, Ofelia, el
escritor no podía darse el lujo de quedarse sin trabajo. Y así, empujado por la
fuerza del movimiento social y político que tanto supo
despreciar, Cortázar se vio obligado a torcer su destino. Comenzaba la
serie de acontecimientos silenciosos que lo desplazaría, tal como les
sucedió a los hermanos de su cuento, fuera de su trabajo, de su hogar y,
cinco años después, del país.

De regreso en Buenos Aires, se instaló en un


pequeño monoambiente céntrico, aunque solía pasar la mayor parte de
sus días en el modesto departamento de la calle Artigas, del barrio de
Agronomía, que doce años antes les había logrado comprar a “sus
mujeres”. Se incorporó rápido a la planta de empleados de la Cámara Argentina
del Libro y se inscribió en la carrera de traductor público de inglés y francés.
Fueron nueve meses de meticuloso y obsesivo estudio, pero el escritor se quedó
con el título dos años antes de lo estipulado. Fue, en definitiva, su indefectible
pasaporte a París.

Por ese entonces ya coqueteaba con Aurora Bernárdez, su primera


mujer con quien se casaría dos años más tarde. No sin antes superar una
suerte de dramático triángulo amoroso con Edith Aron, la mujer en
quien, aseguran, se inspiró para construir desde su departamentito parisino
y mientras comía “queso con anchoas” el personaje de La Maga.

Todavía en el país y abocado a su “monótono y gris trabajo esclavista”


en la Cámara, Cortázar contraponía los recuerdos que le había dejado su
primer viaje a Francia con las postales que le ofrecía la realidad argentina. Por
ese entonces, Perón comenzaba su segundo mandato y su nivel de
popularidad se mantenía elevado.

Agobiado por la “insoportable levedad” que le ofrecía la Argentina y


luego de disfrutar un relativo reconocimiento del establishment literario
local tras la publicación de su primer libro de cuentos, Bestiario, obtuvo
una prestigiosa beca del gobierno francés y se instaló en la Casa
Universitaria de la Argentina. No sin antes, claro, cerrar con llave la puerta de
su casa. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera, a
esa hora y con la casa tomada.

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