Cap 4

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CAPÍTULO 4: LA IDENTIDAD DE

GÉNERO

“La orientación sexual y la identidad de género se resisten a una explicación


por medio de simples teorías. Existe un enorme abismo entre la certeza con
las que se sostienen creencias sobre dichas cuestiones y lo que revela una
evaluación científica serena”.

En este cuarto capítulo abordaremos la problemática de la “identidad de género”


desde el punto de vista científico, lo cual nos ayudará a entender aún más el por qué la
campaña detrás de la educación sexual es netamenteideológica.
Como la biología lo ha demostrado, el sexo biológico (es decir, las categorías
por las cuales clasificamos a toda persona como varón o mujer) es un aspecto bien
definido de la naturaleza humana. Cantidad de estudios científicos convincentes hablan
de que hay una correlación perfecta en la mayoría de la población entre el sexo
biológico y la orientación sexual. Hay, sin embargo, casos de individuos que presentan
trastornos de desarrollo sexual o que muestran rasgos sexuales ambiguos. Estos
casos, sin embargo, son anomalías.
La ideología de género, contrario a lo que muestra la biología, presenta la
noción de la identidad de género como un concepto social y psicológico, como vimos
en parte en el primer capítulo. Sin embargo, es importante notar que dicho concepto de
género no está claramente definido y existen escasas pruebas científicas que
corroboren la identidad de género como una propiedad biológicamente innata.
En este capítulo también presentaremos la realidad científica de la disforia sexual
(cuando, por ejemplo, un niño rechaza su cuerpo y se identifica con el sexo opuesto),
las causas que llevan a un niño a percibirse como del sexo opuesto y las posibles
intervenciones terapéuticas. Es un hecho que la mayoría de los niños que se identifican
con un género que no corresponde a su sexo biológico logran superarlo con el tiempo y
el tratamiento adecuado. Por eso, es alarmante que la educación sexual aliente
procedimientos que en sí son muy peligrosos e irreversiblesCon relación a la conducta
transexual en adultos, se presentarán las causas que la ciencia ha podido determinar al
respecto. Además, veremos los distintos procedimientos de reasignación sexual, así
como la falta de efectividad que tienen en aliviar distintos problemas que de fondo están
relacionados con la salud mental del individuo. Gran cantidad de estudios han
demostrado efectivamente que todos aquellos que son sometidos a cirugías de
reasignación de sexo continúan sufriendo problemas mentales y físicos, por lo que tal
intervención hormonal y quirúrgica no soluciona un problema más profundo. Esa es tal
vez la razón por la que cada vez más personas buscan dejar atrás su transexualidad,
convirtiéndose en verdaderos “sobrevivientes” de una ideología mortal.

La cuestión del género

Tal como se describía en el segundo capítulo, existe la creencia generalizada


de que la orientación sexual es un concepto bien definido y que es innata y fija en cada
persona (como se dice con frecuencia, un gay “ha nacido así”). Otra idea popular y
vinculada a la anterior, es que la identidadde género se la asignan los padres al nacer
el bebé, pero muchas veces la niña o el niño no lo reconoce como tal y por tanto a muy
temprana edad se identifica de manera distinta con un género que puede diferir del
sexo biológico del individuo (entendiendo identidad de género como el sentimiento
interno y subjetivo de ser hombre o mujer o alguna otra categoría de género). En el
caso de niños, se intenta explicar esto por el pretendido hecho de ser una niña
“atrapada” en cuerpo de niño o viceversa. En ese capítulo habíamos planteado cómo
los estudios científicos no dan gran respaldo a la hipótesis de que la orientación sexual
sea algo innato y biológicamente fijo. Tampoco se puede decir que el sexo biológico y
la identidad de género sean idénticos. Vamos a explicar por qué, aunque el sexo
biológico sea innato y la identidad de género y el sexo biológico estén relacionados de
un modo complejo, no son la misma cosa. En algunas ocasiones el género se define o
expresa de maneras que tienen poca o ninguna relación con la base biológica del
individuo.
La Asociación de Psicología Americana (APA), define al sexo y al género de la
siguiente manera: “El sexo es asignado al nacer y hace referencia a la condición
biológica del individuo como masculino o femenino y se asocia básicamente a
atributos físicos como los cromosomas, la prevalencia
hormonal y la anatomía externa e interna. El género hace referencia a los roles
construidos socialmente y a las conductas, actividades y atributos que una determinada
sociedad considera apropiados para niños y hombres o niñasy mujeres. Estos aspectos
influyen en cómo las personas actúan, interactúan y se aprecian a sí mismas. Mientras
que los aspectos del sexo biológico son similares en diferentes culturas, los relativos al
género pueden diferir”. Esta definición tiene algunos elementos ideológicos que es
necesario notar.
El sexo no es algo que se asigna al nacer. Por el contrario, el sexo del bebé es
algo que los padres reconocen incluso ya desde el vientre de la madre. Es algo que se
impone biológicamente, ya que se encuentra inscripto en la misma estructura genética
de la persona, por lo cual no se puede alterar de ninguna manera, ni con bloqueadores
hormonales y posteriores tratamientos hormonales sintéticos, ni con operaciones que
busquen maquillar el cuerpo de la persona de tal o cual manera.
Con respecto al género, es verdad que hay ciertas normas sociales las cuales
son distintas para hombres y mujeres y que varían en diferentes culturas y no vienen
simplemente determinadas por la biología. En Argentina, por ejemplo, hasta no hace
muchos años no se veía bien que la mujer juegue al fútbol. En los Estados Unidos, por
el contrario, siempre ha sido algo normal y, hasta no hace mucho tiempo, los varones
se burlaban de aquellos niños que practicaban un deporte “de niñas”… Sin embargo,
cuando se habla de “género”, no se puede afirmar que es “definido socialmente” como
si no tuviese ninguna conexión con el sexo biológico y fuese totalmente independiente
de este. Esta definición de género no es más que una imposición pseudofilosófica y
para nada científica del feminismo radical de Simone de Beauvoir, según la cual hay
una distinción entre el sexo como designación biológica y el género como constructo
cultural, como vimos en el primer capítulo. Para la APA, aunque uno nazca con los
“cromosomas, prevalencia hormonal y anatomía externa e interna” del hombre o la
mujer, socialmente se condiciona a las personas para asumir los “roles, conductas,
actividades y atributos” del hombre o la mujer.
La ideología presenta al género y la identidad de género como algo flexible y
fluctuante, de tal manera que no son necesariamente binarios, como afirman varios
grupos LGBT según los cuales hay 112 géneros posibles. Esto es el fruto de ideologías
propuestas por el feminismo radical marxista, tal como vimos en el primer capítulo al
exponer las teorías pseudofilosóficas de Beauvoir, Firestone y Butler.
Según la definición de la APA, el género hace referencia a los “roles construidos
socialmente”. Según esto, se podría definir a la identidad de género de forma
alternativa a la biológica, es decir, teniendo en cuenta los rasgos y comportamientos
típicos de un sexo determinado, de modo que ser varón implicaría comportarse como
los niños normalmente lo hacen: participar en juegos bruscos y enérgicos, manifestar
interés por los deportes, o mostrar una predilección por los autitos en lugar de las
muñecas. Según este criterio, entonces, si un niño juega con muñecas y no le gusta
practicar deportes o juegos agresivos debería ser considerado una niña, en vez de
considerarlo meramente como una excepción a los patrones típicos de conducta
masculina. Pero esto no es así de hecho y por eso es importante invocar la ciencia
para iluminar con respecto a qué significa ser varón o mujer. La capacidad que
tenemos todos para reconocer las “excepciones” a la conducta típica de un sexo
determinado se basa en una comprensión de la masculinidad y feminidad que es
independiente de los estereotipos culturales sobre qué conductas son adecuadas para
cada sexo, y cuya distinción se basa en la biología y la zoología.
Aquí la pregunta clave es: ¿Qué es lo que fundamentalmente hace que alguien sea
hombre o mujer? No son sus cromosomas, como comúnmente se cree, ni los roles que
cumplan en la sociedad (como afirma la ideología), sino la función reproductiva en la
propagación de la especie, como se verá a continuación.
El fundamento más profundo de la distinción entre masculinidad y la feminidad
es la distinción de las respectivas funciones reproductivas, es decir, en los mamíferos,
como es el caso del ser humano, la hembra gesta la prole y el macho fecunda a la
hembra. Así de simple. Si hay alguna duda, uno tiene que preguntarse si esa
determinada persona, con todas las condiciones dadas, fuese a concebir una nueva
vida ¿qué función cumpliría?, ¿la deovular o la de inseminar el óvulo? La respuesta es
lo que determina si es hombre o mujer. En un sentido más universal, el cual aplica a
todas las especies del planeta, se dice que el macho de la especie es quien fecunda
los óvulos que le proporciona la hembra. Lo interesante es que, según esta perspectiva
profundamente científica, los roles sexuales son binarios y estables, ya que nos permite
distinguir entre machos y hembras en función de sus aparatos reproductores, incluso si
los sujetos manifiestan conductas que no son típicas del macho o la hembra. Por
eso, es una gran mentira cuando los ideólogos del género afirman que si un varón se
comporta como mujer es
señal que está “atrapado en el cuerpo equivocado”. Repitamos, entonces, una vez
más: la única variable que sirve de base fundamental y universal para distinguir el sexo
es la reproducción y no otros rasgos biológicos o de comportamiento. Cualquier otra
cosa es ideología.
Es importante resaltar esto porque la función reproductiva es un criterio mucho
más profundo aún que la distinción cromosómica (XX femenino y XY macho). En las
aves, por ejemplo, el par cromosómico es inverso a los mamíferos (ZZ macho y ZW
hembra), por lo que la zoología emplea la función reproductiva como criterio último, ya
que este criterio abarca a todas las especies del planeta.
También decíamos que no es el rol que se cumpla lo que determina si alguien
es varón o mujer. Porque, ¿qué pasaría si un varón se comporta como mujer? ¿O qué
pasaría si el hombre decide lavar los platos, limpiar la casa, cambiar los pañales del
bebé y que sea la esposa la que mantenga económicamente al hogar? ¿Dejará de ser
hombre por esta conducta? Para comprender aún mejor cómo es la función
reproductiva la que define las diferencias entre el sexo masculino y femenino y no las
funciones sociales, veamos el ejemplo del pingüino emperador, el cual cumple roles
que en las mayoría de las sociedades asignaríamos a la mujer.
El caso del pingüino emperador es paradigmático, ya que el macho es quien
empolla el huevo durante el duro invierno antártico mientras la hembra disfruta de la
abundante comida en las costas argentinas. La madre de hecho no vuelve hasta
pasado el invierno, cuando el pingüinito está a punto de romper el cascarón. Por esta
razón podríamos decir que en este caso es el macho el que es “maternal”. Sin embargo
nadie se atrevería a decir que elpingüino emperador macho es hembra por empollar los
huevos. Esto no es más que una excepción a la tendencia general (aunque no
universal) entre los animales de distintas especies, según la cual es la hembra la que le
dedica mayores cuidados a las crías que el macho. ¿Y por qué es que nadie afirmaría
que el macho es en realidad hembra? Porque la conducta típica de un sexo, como es el
cuidado maternal, no es lo que define a un determinado sexo, sino la función del
individuo en la reproducción sexual. Si fecunda es macho, si ovula es hembra.
También decíamos que no son los cromosomas lo que en definitiva determinan
que alguien es macho o hembra como criterio universal. En el caso del pingüino y las
demás aves, por ejemplo, la estructura genética y cromosómica es diferente a la de
los mamíferos y otros animales. En el ser
humano, como ya vimos en el segundo capítulo, la fertilización por medio de un
esperma X produce un cigoto XX que se desarrollará como mujer y un esperma Y
produce un cigoto XY que se desarrollará como varón. Esto significa que es
genéticamente imposible que un ser humano no tenga unsexo determinado, ya que
la concepción se da por la unión del ovulo (X) con un espermatozoide Y o X, lo que va
a resultar en un embrión masculino (XY) o femenino (XX). En las aves, por el contrario,
ocurre lo opuesto: no es el macho quien transmite el cromosoma específico del sexo,
sino la hembra. Genéticamente, el macho es ZZ y la hembra ZW. Esa es la razón por la
que el criterio universal para determinar quién es el macho y quién la hembra es la
función reproductiva, ya que el pingüino emperador macho cría a la prole y encima su
cromosoma es ZZ.
Esta es una de las contribuciones más importantes de la genética, la biología y
la zoología contra la ideología de género, ya que científicamente niega que el sexo es
algo impuesto o asignado por los padres, o que dependa del comportamiento o rol
social. El fundamento científico de ser hombre o mujer está dado por esta función
reproductiva, la cual no admite más que dos géneros. Cualquier otra consideración es
netamente ideológica, porque al contemplar la persona con respecto a la fecundación,
no quedan más que dos posibilidades: la fecundación o la ovulación.
Los medios explotan cada vez que una persona legalmente “hombre” da a luz
un niño, como ocurrió con Thomas Beatie, el cual dio luz a tres niños entre 2008 y 2010.
Este “hombre” no solamente cumplió el rol reproductivo femenino en la concepción,
sino que también necesitó de un hombre de verdad que cumpla el rol generativo. Es
decir que Thomas Beatie no es más que una caricatura de hombre, ya que, aunque le
hubiesen extirpado los ovarios y útero (nunca se sometió a esta operación), esto jamás
la constituiría en varón. Su decisión personal, social y legal de “percibirse” como
hombre no tiene base científica alguna. ¿Por qué entonces su autopercepción como
“hombre”? La respuesta tal vez se encuentra en lo que relata en su triste biografía: su
padre era un psicópata que maltrataba física y emocionalmente aella y a su madre, la
cual terminó suicidándose. Para colmo de males, su padre la odiaba por no ser una
niña “femenina”, además de que la abusaba constantemente. Aquí podemos encontrar
varios causales a su rechazo por ser mujer. “Si fuera hombre”, podemos imaginarnos
que pensaba, “mi padre no me odiaría o abusaría de mí y siendo hombre podría haber
defendido a mi madre”. Esta es la triste realidad que lleva a muchas personas
a la conducta transexual.
Volviendo a la biología, es la estructura para asumir una de las dos
funciones en la reproducción la que determina si alguien es varón o mujer. Esta
categorización es no solo científicamente la más sólida, sino de hecho la única que es
universalmente aceptada. La teoría de género carece de un fundamento serio, ya que
se basa en definitiva en la propia autopercepción, la cual puede estar de hecho
gravemente afectada por traumas psicológicos y graves problemas de la percepción
que requieren tratamiento psiquiátrico.
¿Y qué pasa con aquellas personas que, por defectos genéticos, problemas
hormonales, esterilidad, o problemas de desarrollo sexual no pueden cumplir la función
reproductiva? El criterio es válido también en estos casos, ya que, si bien el aparato
reproductor no puede cumplir su función reproductiva, igualmente se puede reconocer
que está diseñado para un determinado fin. La pregunta entonces es: ¿Qué función
reproductiva cumpliría si todo estuviese bien? Esa es la razón por la cual el sexo
biológico se define en referencia a la estructura de los aparatos reproductores, más
allá si estos aparatos funcionen o no. Lo mismo ocurre con cualquier otro órgano del
cuerpo que por alguna razón no cumple su función determinada. Hay numerosas
patologías que afectan la vista, por ejemplo, las cuales perjudican la visión de la
persona e incluso en algunos casos provocan la ceguera. Incluso en estos casos
reconocemos al ojo como un órgano diseñado para ver. Ninguna patología afecta la
finalidad del ojo, como ninguna patología o problema genético afecta la finalidad
reproductiva inscrita en los cromosomas de la persona.
¿Y qué ocurre con aquellas personas llamadas “intersexuales” por nacer con una
anatomía sexual ambigua? Esto se debe generalmente a anomalías genéticas, ya que
como el clítoris y el pene se derivan de la misma estructura embrionaria, puede ocurrir
que por problemas genéticos y hormonales una bebé tenga un clítoris anormalmente
grande y un bebé tenga un pene anormalmente pequeño y rasgos de una vagina, lo
que muchas veces hace difícil el determinar el sexo biológico hasta incluso muchos
años después de nacido. Fue en este contexto que el profesor de psiquiatría John
Money, de la universidad Johns Hopkins, utilizó por primera vez en el mundo
académico eltérmino “género” en un artículo publicado en 1955.
En su artículo, Money postuló que la identidad de género, al menos para estos
niños, era fluida, es decir, intercambiable y que podía reconstruirse por medio de
intervenciones quirúrgicas. Para él, hacer que un niño se identifique con un
determinado género solo requería la construcción de
genitales típicos de un determinado sexo y la creación de un ambiente apropiado para
que el niño se identifique con ese género (por ejemplo, si se decidía que fuera niña,
rodeándolo de muñecas y poniéndole vestiditos). El género que el Dr. Money elegía
para estos niños en tratamiento solía ser femenino. La razón de tal decisión no estaba
fundada en la genética o la biología, ni en el pensar que estos niños eran realmente
niñas, sino por el simple hecho de que en ese momento era más fácil quirúrgicamente
el construir una vagina que un pene.
Ahora bien, como los casos de niños "intersexuales" o hermafroditas son
rarísimos, el Dr. Money no tenía cómo imponer su perversa ideología. Pero un día,
entre sus pacientes, llegó un niño que le venía como anillo al dedo para sus
experimentos y a quien engañó desde temprana edad, como veremos en la próxima
sección.

El Dr. John Money y la historia de David Reimer

Los pacientes más conocidos del Dr. Money fueron los gemelos David y Brian
Reimer, niños canadienses que nacieron sin ningún tipo de anomalía genética o sexual,
pero que lamentablemente se convirtieron en conejo de indias para los ideólogos del
género, especialmente David. Su nombre al nacer fue Bruce, pero para evitar confusión
lo llamaremos David, que fue el nombre que él eligió años después.
Los hermanos gemelos David y Brian nacieron en Winnipeg, Canadá, el 22 de
agosto de 1965. A los siete meses de edad, notando que ambos varones gemelos
tenían dificultades para orinar, un médico aconsejó a sus padres que los circuncidaran.
Sus padres llevaron a los gemelos al hospital de San Bonifacio, en medio de una
tormenta de nieve, donde se les haría una intervención considerada de rutina. Sin
embargo, debido a la tormenta invernal, el cirujano no pudo llegar, por lo que un
asistente decidió proceder. David fue el primero en ser intervenido. Sin embargo, la
operación no podría haber sido peor. Durante la pequeña intervención, el pene del
bebé fue dañado por la máquina cauterizadora, causándole graves quemaduras.
Eventualmente, los médicos le tuvieron que amputar su miembro.
Por varios meses sus padres se preguntaron qué hacer, hasta que una tarde
vieron por televisión un programa sobre el Dr. Money, un psicólogo neozelandés de la
Universidad John Hopkins de Baltimore quien se autodenominaba como el “misionero
del sexo”. Money era uno de los líderes
en un nuevo movimiento, caracterizado como la ideología de género. Para él, el sexo
de cada persona no era algo predeterminado por la biología, sino que era algo que se
adquiría con el tiempo debido a factores sociales y del ambiente en el cual uno se
criaba. En el programa, Money discutió cómo era posible cambiar el sexo de bebés que
no tenían formados completamente los órganos sexuales. Los padres de David vieron
en este hombre la solución al problema de su hijo.
La familia se contactó con el Dr. Money, quien les ofreció un tratamiento
“único” para su hijo. La realidad era que finalmente el Dr. Money había encontrado un
conejillo de indias para probar su teoría. Rápidamente el doctor persuadió a los
padres acerca del camino a seguir. Lo mejor para David era que sea intervenido
quirúrgicamente, crearle una “vagina” y someterlo a un prolongado tratamiento
hormonal para convertirlo en “niña”. El hecho de que David tenía un hermano gemelo
varón también fue de gran interés para el doctor, porque eso probaría su teoría acerca
del género.
David fue criado por sus padres como niña, a la cual decidieron llamar Brenda.
A lo largo de su niñez se le proporcionaron intervenciones tanto quirúrgicas como
hormonales para asegurarse de que desarrollara las características sexuales
(secundarias) típicas de una mujer. Sin embargo, el intento de ocultarle al niño lo que le
había sucedido no funcionó. A pesar del tratamiento hormonal y lucir como una niña, de
modo consistente declaró que se sentía varón. Incluso en cuanto aprendió a caminar,
orinaba de pie. No hubo modo de meterle que las niñas orinan sentadas. De hecho, las
compañeritas en la escuela recriminaban a la “niña” por su comportamiento varonil.
Naturalmente Brenda se metía en el baño de los varones, porque sentía que debía
orinar erguida.
Money, por mientras, hacía alarde de su gran descubrimiento. La revista
Times llegó incluso a publicar un largo artículo sobre su teoría del género: “Este
dramático caso provee un fuerte apoyo con respecto a la teoría de liberación femenina:
que los patrones convencionales sobre el comportamiento masculino y femenino
pueden ser alterados”.
Como parte del tratamiento, los gemelos visitaban el consultorio del Dr. Money.
Para asegurarse de que Brenda adquiriera comportamiento femenino, obligaba a los
gemelos a entablar acciones de tenor sexual, buscando que Brenda entendiese que no
era varón. Pero nada funcionaba y aquello que el Dr. Money proclamaba en sus
artículos y congresos era una gran mentira.
Todo esto llevó a David a grandes traumas y tratamiento psiquiátrico, ya que
intentó suicidarse varias veces. Finalmente, a la edad de 14 años, el psiquiatra que
atendía a David recomendó a sus padres que le dijeran la verdad. En cuanto el padre
se lo contó, se roció con nafta y se prendió fuego. La tentativa de suicidio fue una
constante en ese infierno en que lo metieron.
A las pocas semanas de haber escuchado la verdad, David decidió someterse
a operaciones para cambiar de sexo, el sexo biológico que le correspondía de
nacimiento y que nunca se pudo acallar por más operaciones y tratamientos
hormonales que el Dr. Money había administrado.
David comenzó el difícil y largo proceso de revertir las intervenciones
hormonales y quirúrgicas que se habían realizado para feminizar su cuerpo, pero el
tormento de su dura experiencia infantil y adolescente nunca lo abandonó y se quitó la
vida en 2004, a los 38 años de edad. Su hermano gemelo, Brian, al cual el Dr. Money
había forzado a establecer prácticas sexuales con su hermano David en sus visitas
anuales, se había suicidado dos años antes.
David Reimer y su hermano Brian son dos de las tantas víctimas de laideología
de género. Sus vidas son un ejemplo concreto del daño causado por esta ideología
nociva y que no tiene nada de científica. El sexo no es algo que se pueda reasignar
social y médicamente a un niño. Por eso, la noción de género propuesta por el Dr.
Money atenta contra la salud mental de todoniño.
Que ambos, David y Brian, descansen en paz. Porque fueron inocentes de
una aberración ideológica que ha reaparecido con más fuerza que nunca. Esto es
una prueba más que la teoría de que la identidad de género se puede reasignar social y
médicamente ha producido un daño enorme en niños y adultos víctimas de la ideología.

La ciencia y los trastornos de desarrollo sexual

En un estudio del 2004 sobre 16 casos de extrofia vesical, una patología que
causa una grave malformación de la vejiga y los genitales (generalmente en el varón),
los investigadores William G. Reiner, urólogo pediátrico y psiquiatra infantil y juvenil y
John P. Gearhart, profesor de urología pediátrica, hicieron un seguimiento de la
identidad sexual de estos niños. A 14 de estos niños se les asignó el sexo femenino al
nacer, por lo que fueron sometidos a intervenciones quirúrgicas para construirles
genitales
femeninos y fueron consecuentemente criados como niñas por sus padres. De estos 14
niños, 8 declararon ser varones a temprana edad a pesar de las operaciones y
educación recibida y en solo 5 de esos niños se mantenía la asignación del sexo
femenino a la edad de 12 años. El niño restante se negó a declarar. Con respecto a los
5 que todavía se identificaban como niñas, es muy posible que, al surgir el proceso
hormonal de la testosterona, el cual es característico de la pubertad, estos niños hayan
experimentado cambios que evidenciaban su masculinidad y que, por lo tanto, hayan
desistido en la identificación femenina. Los 8 casos en los cuales estos varones se
negaron a ser reconocidos como mujer muestran cómo no hay persistencia incluso en
niños que no tienen conocimiento de que genéticamente eran varones y que fueron
intervenidos quirúrgicamente y criados como niñas. La famosa frase de Simone de
Beauvoir citada en el primer capítulo, “no se nace mujer, se hace”, es una total falacia,
la cual ha tenido efectos adversos en niños nacidos con raros problemas de
ambigüedad genital y malformaciones congénitas. El género no es algo arbitrario por lo
que la imposición de géneros extraños, aún cuando sea acompañado por tratamientos
hormonales e intervenciones quirúrgicas, tienen un límite, como lo demuestran los
cientos de personas transgénero y transexuales que desisten de su “género” al resolver
los profundos problemas que los llevaban a percibirse como tales.
En algún momento, estos niños criados como niñas se vieron de repente
sumidos en un trauma interior con respecto a su identidad de género, ya que al haber
sido criados como niñas por sus padres y tratados como tal por los médicos,
experimentaban una fuerte identificación con el género masculino (de hecho, eran
portadores del genotipo XY). Genéticamente todos estos niños eran varones y tarde o
temprano la mayoría, sino todos, terminaban identificándose como tales, a pesar de
que se les había asignado una identidad de género femenina. Esto nos tiene que
mover a la compasión con personas transgénero y transexuales, ya que al haber
escogido (o al habérseles impuesto) una identidad de género opuesta a su sexo
biológico, esto va a inevitablemente resultar en una situación compleja, problemática y
difícil para estas personas.
Un joven transexual en Canadá (hombre a mujer) le confió al autor que
mantuvo relaciones sexuales casuales con jóvenes que encontraba en bares y
discotecas y que estos no se daban cuenta de que era “trans” debido al tratamiento
hormonal temprano y las intervenciones quirúrgicas que recibió a lo largo de los
años, modificando no solo sus genitales y características
sexuales secundarias, sino también su rostro. Cuando se le preguntó qué era lo que
lo llevaba a mantener relaciones casuales tan peligrosas, este dijo: “Y bueno, soy
hombre y el deseo sexual no lo puedo apagar”. Es que el sexo biológico no es un
concepto que pueda ser reducido al tipo de genitales externos (reales o construidos), ni
se puede asignar artificialmente en función de estos. Aunque es verdad que los
cirujanos que practican intervenciones de este tipo están cada vez más capacitados
para construir genitales artificiales, lo que logran no son más que “accesorios” que
intentan suplantar el sexo biológico de la persona, pero que nunca podrán desempeñar
el papel reproductivo del sexo biológico opuesto. Como afirman los psiquiatras Mayer
y McHugh: “La definición científica del sexo biológico es clara, binaria y estable para la
mayoría de los seres humanos y refleja una realidad biológica subyacente que no
puede ser contradicha por las excepciones a la regla con respecto a conductas típicas
de los sexos y que tampoco puede alterarse mediante cirugías o el condicionamiento
social”.
Más abajo nos referiremos a los diferentes tratamientos hormonales e
intervenciones quirúrgicas a los que estas personas son sometidas. A continuación,
presentaremos la llamada “disforia de género” y casos de personas transgénero y
transexuales, es decir, aquellos niños y adultos que por distintas causas eligen
identificarse con un género diferente de su sexo biológico.

Disforia de género

La “disforia de género” es una expresión para clasificar el problema de


aquellas personas que manifiestan una incongruencia entre su sexo biológico y la
identidad de género y que por causa de este conflicto buscan asistencia profesional.
Como afirmábamos más arriba, la mayoría de la población no tiene problema en
identificar el propio género con el sexo biológico. Este rasgo binario, es decir, el ser
hombre o mujer, es un criterio objetivo y fundamentado en la ciencia, por lo que
podemos decir que es una percepción y aceptación de lo que uno realmente es. Con
respecto a la llamada “identidad de género”, sin embargo, el criterio que se emplea es
uno absolutamente subjetivo, según el cual el rasgo binario (ser hombre o mujer) no
corresponde con la “autopercepción” de la persona. A estas personas, las cuales se
identifican con un género distinto al que indica su sexo biológico, la ideología las
clasifica como “transgénero”. “Transexual”, para que se
entienda la distinción, es aquella persona que ha recurrido a tratamientos hormonales y
operaciones de “reasignación sexual” para transformar su apariencia externa, de tal
manera que corresponda mejor con el género según el cual la persona se “auto
percibe”. Ahora bien, no hay un solo tipo de transexualidad como veremos. Entre todos
los tipos, hay uno que tiene origenen la niñez y se lo conoce como “disforia de género”.
Según la última edición del reconocido Manual Estadístico y de Diagnóstico de
Desórdenes Mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría, la disforia de género
se caracteriza por la “incongruencia entre el género que uno siente/expresa y el
asignado”, así como “un malestar clínicamente significativo o un deterioro en el ámbito
social, ocupacional y otras áreas importantes del funcionamiento”. Para entender qué
es la “disforia de género”, es necesario aclarar que no es lo mismo que la
“disconformidad de género” (según la cual un individuo se comporta de manera
contraria a las normas específicas del género al que corresponde su sexo biológico, por
ejemplo, los travestis que se visten como mujeres pero no se consideran tales), y que
tampoco es lo que se llamaba “trastorno de identidad de género” (el cual era el tipo de
diagnóstico psiquiátrico para estos casos empleado hasta la edición anterior del
Manual).
Algo interesante a notar es la influencia ideológica de la definición, ya que se
habla de “género” como “sentido”, “expresado” y “asignado”. Como varios psiquiatras
han confirmado, hubo mucha presión del Lobby LGBT para que se introduzca esta
terminología. Los psiquiatras Mayer y McHugh, por ejemplo, sostienen que “el concepto
empleado en el DSM-5 de ‘sentir’ subjetivamente que el género propio es incongruente
con el sexo biológico tal vez requiera de un mayor escrutinio crítico y, posiblemente,
alguna modificación”. Además, con respecto al criterio de diagnóstico, ambas ediciones
concuerdan en mostrar una incongruencia entre el género y el sexo biológico, pero
para que se lo pueda diagnosticar como “disforia de género”, el paciente debe
experimentar una lista de consecuencias de esa incongruencia, tales como el malestar
clínico y el deterioro en varios aspectos de su vida, etc. Es decir que, para que haya un
trastorno psiquiátrico, se debe dar un determinado conflicto. La consecuencia de esto
es que, si un varón biológico que se identifica como mujer no experimenta un malestar
psicosocial significativo derivado de esa incongruencia, entonces no se puede hablar de
que padezca un trastorno psiquiátrico. ¿Pero eso es verdaderamente así? ¿Por qué es
que lo que define al trastorno es la naturaleza del conflicto y
no el hecho de que el género expresado difiera del biológico? Esta consideración como
criterio parece más bien subjetiva e ideológica. Hay muchas personas que se
identifican como transgénero, pero no sufren una disforia asociada a su identidad de
género; sin embargo, es común que pidan asistencia psicológica o psiquiátrica debido a
otros problemas psicológicos, como la depresión y la ansiedad. Además, está el hecho
de que cantidad de personas que han realizado tratamientos hormonales y operaciones
de reasignación de sexo continúan experimentando los mismos problemas psicológicos
que padecían antes de comenzar el tratamiento.
El Manual afirma que los criterios para identificar la disforia de género en niños
se definen de un “modo más concreto y con respecto a la conducta que en
adolescentes y adultos”. Es decir, un criterio para diagnosticar la disforia de género
en un niño es el que tenga una conducta que se asocie con estereotipos del género
opuesto, como el varón que juega con muñecas o prefiere vestirse de rosado. El
malestar clínico debe estar presente, pero se incluyen también conductas tales como el
experimentar una “marcada preferencia por juguetes, juegos o actividades
habitualmente utilizados o practicados por el sexo opuesto”. Y aquí tenemos un serio
problema, porque con estos criterios podemos diagnosticar falsamente a una niña que
simplemente es machona, o a un niño que por cuestiones temperamentales no es
brusco, ni le gusta jugar con juguetes típicamente varoniles. ¿Qué pasaría, en una
situación así, si la maestra denuncia ante servicios sociales que el niño padece de
disforia de género y no es apoyado por sus padres? En Canadá, empleando el marco
legal, el Estado puede quitarles los hijos a sus padres si estos no alientan al niño a
percibirse de otro género. Aparte, no hay ningún fundamento científico en el creer que
el jugar con juguetes típicos de niño defina a un niño como tal, ni que hacerlo con
juguetes típicos de niña defina a una niña como tal. Como vimos más arriba, no es lo
que socialmente se percibe como ser varón lo que hace que alguien sea varón.
Todos estos cuestionamientos a la definición de la “disforia de género” hacen
que tales diagnósticos carezcan de fiabilidad. La realidad es que de hecho hay niños
que tienen dificultades psicológicas para aceptar su sexo biológico como el propio. Y
qué decir de aquellos niños que, como veremos más adelante, han experimentado
situaciones muy traumáticas, las cuales han provocado que manifiesten un malestar
por el género asociado al sexo biológico. También es cierto que hay niños y niñas
que sienten
demasiada presión y presentan conflictos internos con respecto a las expectativas
sociales asociadas al ser hombre o mujer. Por ejemplo, en el año 2001, dando clases a
adolescentes de 13 años en USA, este autor notó que las jóvenes venían a clase con
un bebé de juguete que les habían entregado en la escuela para que lo piensen dos
veces antes de quedarse embarazadas. El dicho bebé lloraba toda la noche si no lo
mecían, debía dársele la mamadera ycambiarles los pañales a determinadas horas. Así
se sometía a niñas de 13 años que no estaban preparadas ni psicológica ni
biológicamente para esa tarea. ¿El resultado? Terminaban odiando ser madres. Una de
ellas entre lágrimas me contó que se hartó de llevar el bebé y que había decidido
no tener hijos, por lo que sus padres se habían enfadado enormemente con ella.
Obviamente que el plan detrás de todo era crear traumas en estos jóvenes con respecto
a la maternidad. Si no cumplían con la tarea de atender al bebé, reprobaban la materia.
¿Se imagina de qué materia se trataba? La archiconocida “educación sexual integral”.
Más bien la deberían llamar “trauma sexual integral”. Este es un simple ejemplo para
mostrar cómo un joven puede fácilmente desarrollar una mentalidad negativa ante una
experiencia adversa.
Aquí también habría que tener en cuenta las distintas patologías
“intersexuales” que pueden estar relacionadas y contribuir a problemas de identidad de
género. Patologías intersexuales son aquellas que se manifiestan por síntomas tales
como la presencia de genitales ambiguos a causa de anomalías genéticas. Ya hemos
mencionado algunos de estos casos en el segundo capítulo. Brevemente, podemos
mencionar también el “síndrome de insensibilidad a los andrógenos”, padecido por el
feto masculino (con cromosomas XY) y causado por la carencia de receptores de
hormonas masculinas, por lo que no se desarrolla el sistema reproductor y en su lugar
aparecen características sexuales secundarias femeninas. Muchas veces se cría a
estos bebés como niñas, siendo que carecen de ovarios, no menstrúan, y, en
consecuencia, al no haber desarrollado los órganos sexuales externos, son estériles.
Otro trastorno de desarrollo sexual ya mencionado es la “hiperplasia suprarrenal
congénita”, que en el feto femenino puede derivar en la virilización genital o
masculinización del feto. Otras anomalías genéticas en el desarrollo sexual son el
“mosaicismo genético”, el cual es una alteración genética en la que, en un mismo
individuo, coexisten dos o más poblaciones de células con distinto genotipo (dos o más
líneas celulares), originadas a partir de un mismo cigoto, y el “quimerismo”, en el
cual
algunas células provienen de distinto material genético (dos o más líneas celulares) y
de diferentes cigotos (esto ocurre, por ejemplo, cuando dos gemelos provenientes de
distintos cigotos se fusionan en una etapa temprana de la gestación), de tal manera
que algunas células del cuerpo contienen cromosomas XX y otras XY, las cuales
pueden conllevar una considerable ambigüedad de las características sexuales (por
ejemplo, tener un pecho masculino y otro femenino) e incluso tener gónadas y órganos
sexuales tanto masculinos como femeninos.
Dejando de lado si los criterios para establecer la disforia de género son
acertados, ciertamente que de fondo tenemos una serie compleja defactores que llevan
a la persona a sentirse como en el cuerpo equivocado. Es una realidad que hay
personas que padecen este trastorno, eso no lo podemos negar. El problema es que
por medio de los medios y la educación se está imponiendo una ideología que no tiene
ningún fundamento científico y se trata de darle una justificación por medio de
elucubraciones pseudofilosóficas sin fundamento. La ideología de género, en definitiva,
es un sistema de creencias que cada vez más se parece a un dogmatismo ciego, un
culto, un tipo de gnosticismo moderno que niega la realidad física para darle lugar a
falsas percepciones y que el Estado impone a los ciudadanos casi como si fuera una
religión oficial. Y cuando se politiza la medicina, la que pierde es la medicina, no hay
dudas. A esto hay que remarcarlo una y otra vez. La agenda del movimiento LGBT no
tiene nada de científico. Los propulsores de la ideología del género usan un lenguaje
que suena a científico para camuflar su verdadero rostro. Y ay de aquel que se
oponga… la paradoja es que se lo considera como enemigo de la ciencia o de estudios
“académicos” de género (lo cual equivale a un dogmatismo craso).
El cambio en la introducción y definición de la “disforia de género” dejó de lado
un aspecto esencial para entender el fenómeno. En la edición anterior del Manual
Estadístico y de Diagnóstico de Desórdenes Mentales (DSM-4), este fenómeno se
clasificaba como “desorden de la identidad de género”, el cual se diagnosticaba como
un trastorno o desorden a aquellas personas que manifestaban una incongruencia
entre el sexo biológico y el género experimentado. Esta definición clínica era acertada
ya que contenía en sí la doble naturaleza de este desorden, como explica el Dr.
McHugh: “Esta sensación intensa de ser transgénero constituye un trastorno mental en
dos aspectos. El primero es que la idea de desalineación del sexo es simplemente
errónea, ya que no se corresponde con la realidad física. La segunda es que
puede conducir a consecuencias psicológicas perturbadoras”. Además, según testificó
el psiquiatra Dr. Allan Josephson ante una Corte Federal en los Estados Unidos
debido a los cambios de terminología y definiciones empleadas, esto fue el resultado
no de los descubrimientos de la ciencia sino de la presión política: “Los cambios en
la nomenclatura en esta área no fueron iniciados por el resultado de información
científica, sino por el contrario fue el resultado de cambios culturales que alentaron
intereses políticos en grupos presentes dentro de organizaciones profesionales”.
Uno de los problemas más graves para la ideología de género, el cual es un
obstáculo insorteable, es que la ciencia no ayuda al argumento sobre el género. Si los
activistas LGBT fuesen honestos, tendrían que tener en cuenta no solo las causas de la
disforia de género, sino también el cuánto dura en la persona. Estos dos puntos son
clave.
Veremos a continuación la hipótesis de haber nacido con el cuerpo equivocado
(algo que ya tratamos en el segundo capítulo), seguido por la una explicación realista
de qué consiste este trastorno y la verdad sobre la duración de la disforia en niños.

La disforia de género y la hipótesis del “atrapado en cuerpo equivocado”

Un artículo usado como caballito de batalla por los ideólogos del género fue el
publicado en el diario Wall Street Journal en el 2013 por Robert Sapolsky, profesor de
biología de la Universidad de Stanford, en California. El artículo (“Atrapado entre
hombre y mujer”) no es en sí un artículo científico, sino meramente de alcance popular,
pero que, sin embargo, al pretender encontrar una respuesta a la disforia de género,
captó la atención popular y de los medios, ya que pretende ofrecer una explicación
potencialmente atractiva para los ideólogos del transgénero, especialmente en relación
a personas que no padecen anomalías genéticas, hormonales o psicosociales. Hay
que remarcar que, incluso si Sapolsky tuviese razón por algún motivo, la ciencia no
respalda su argumento hasta el día de la fecha. Sapolsky propuso una explicación
neurobiológica sobre las diferencias entre el cerebro masculino y femenino y la posible
relevancia de esas
diferencias al buscar una explicación al por qué una persona se identifica como del
género opuesto, proponiendo que quien se siente varón en cuerpo de mujer es
porque en realidad tiene un cerebro “masculino” y viceversa. Según Sapolsky, las
personas transgénero podrían tener una estructura cerebral más similar a su identidad
de género que a su sexo biológico, las cuales “probablemente contribuyan a las
diferencias entre los sexos en el aprendizaje, las emociones y la socialización”. Esta no
es más que una hipótesis a comprobar, pero que motivó al investigador a afirmar tal
vez apresuradamente y sin pruebas que “sorprendentemente, a veces hay personas
que nacen en un cuerpo cuyo género es distinto al propio”. Es decir que, para
Sapolsky, una persona “trans” está atrapada en el cuerpo equivocado, dejando de lado
el cerebro, por supuesto… Pero esta explicación no hace más que complicar las cosas,
ya que hay que tener en cuenta que el cerebro no es un órgano aislado del resto del
cuerpo… De hecho, el cerebro está en constante comunicación con diferentes partes
de sí mismo y del sistema nervioso, el cual se extiende por todo el cuerpo. Esto lo hace
por medio de “mensajeros químicos” conocidos como neurotransmisores, los cuales
controlan virtualmente todas las funciones del cuerpo, desde sentirse feliz hasta la
regulación de las hormonas, el control del estrés e incluso la presión sanguínea.
Entonces, si una persona nació en el cuerpo equivocado y su cerebro es del género
opuesto, ¿cómo puede ser que el cuerpo sea el equivocado si en definitiva es el
cerebro el que controla las operaciones del organismo, desde las hormonas que
actuaron en la formación de los genitales hasta las emociones que experimentamos?
En todo caso deberían decir que la persona tiene no solo el cuerpo equivocado sino
también el cerebro equivocado, en una especie de cartesianismo craso en el cual
la mente no tiene ninguna relación con el cuerpo. Más anticientífico y antirrealista
imposible. No por nada el problema de quien padece disforia de género es un problema
de percepción de lo real, como veremos más abajo.
La pregunta que todo investigador serio se tendría que hacer no es si de hecho
existen diferencias entre el cerebro de un transexual y el de un individuo que se
identifique con un género que se corresponde a su sexo biológico, sino, por el
contrario, se debe preguntar si la identidad de género es un rasgo fijo, innato y
biológico, especialmente cuando no se corresponde con el sexo biológico, o si hay
causas ambientales o psicológicas que contribuyan al desarrollo de la percepción de la
propia identidad de género como opuesta a la biológica en esas personas.
El tratar de asociar un rasgo psicológico o una determinada conducta con una
morfología cerebral en particular por medio de imágenes cerebrales tiene grandes
limitaciones metodológicas. Y ni qué decir cuando se trata no de una conducta sino de
una pretendida “orientación sexual” o “identidad de género”, las cuales son nociones en
sí misma vagas y sin substrato científico. Los psiquiatras Mayer y McHugh son
contundentes al respecto: “Estos estudios no pueden, al menos de momento,
brindarnos pruebas estadísticas ni demostrarnos un mecanismo biológico plausible lo
suficientemente sólido como para refrendar la conexión causal entre una característica
cerebral y el rasgo, conducta o síntoma en cuestión. Para ratificar una conclusión de
causalidad, incluso de causalidad epidemiológica, es necesario que llevemos a cabo
estudios de cohorte longitudinales prospectivos con un grupo fijo de individuos a lo
largo de su ciclo de desarrollo sexual, cuando no de toda su vida”. Esto se debe a que
una persona lleva muchos años actuando y pensando de una forma determinada, por
lo que podemos afirmar que las conductas adquiridas afectan la neuroplasticidad propia
del cerebro, lo cual lleva a que se produzcan cambios cerebrales. Entonces, incluso si
se encontrase una diferencia cerebral entre un hombre transexual y un hombre que no
padece un trastorno sobre su propia identidad sexual, estas diferencias cerebrales
podrían haber sido generadas por la conducta correspondiente, como de hecho pasa
con muchas otras conductas que modifican el cerebro. Es por eso que no se podría
probar si esadiferencia es lo que causa la “identidad de género”.
En conclusión, la evidencia científica respalda el hecho de que un niño o niña
desarrollado normalmente desde el punto de vista físico es, de hecho, niño o niña. Las
pruebas disponibles por medio de imágenes cerebrales y la genética no demuestran
que el desarrollo de una identidad de género distinta del sexo biológico sea algo innato,
sino que se debe buscar la respuesta en otros factores sociales y psicológicos (como
por ejemplo las experiencias vividas).

Una explicación realista de la disforia de género

Es poco lo que se sabe acerca de la discordancia entre la propia identidad


sexual y el género. Dentro de la psicología y la psiquiatría, varios investigadores han
adoptado clasificarla dentro de la misma categoría que
otros tipos de disforia o rechazos del propio cuerpo, tales como la anorexia y la bulimia.
Estos sentimientos con respecto al propio cuerpo pueden llevar a ideas equivocadas y
peligrosas, como el caso de la persona anoréxica que se percibe obesa cuando en
realidad padece desnutrición. En el caso de la persona “transgénero”, esta hace una
suposición desordenada con respecto a su identidad como hombre o mujer y sin tener
ningún fundamento en la realidad física, tal como pasa con el bulímico o anoréxico que
cree peligrosamente que tiene sobrepeso. La persona es entonces víctima de un
problema de percepción de la realidad, por lo cual la terapia se enfoca no en acomodar
el cuerpo a esos sentimientos y pensamientos errados, sino por el contrario a ayudar al
paciente a encontrar modos para aliviar esta tensión y poco a poco aceptar la realidad
de sus propios cuerpos. Este tipo de terapia se apoya en serios principios médicos y
en un entendimiento correcto de la salud mental y física de la persona, ya que el fin
de la medicina no es el satisfacer los deseos del paciente, sino el restaurar su salud
física y mental.
En respuesta a la politización de la Academia Americana de Pediatras, la cual no
condenó los peligrosos tratamientos “afirmativos”, un grupo de doctores “disidentes”
formaron su propio Colegio Americano de Pediatras.
Su presidente, la eminente Dra. Michelle Cretella, explica la realidad de la disforia de
género: “Una niña con anorexia nerviosa sostiene la persistente y errada creencia que
es obesa; una persona con un trastorno dismórfico corporal tiene la convicción errada
de que es deforme; una persona con un trastorno de la integridad corporal se identifica
como discapacitado físico y se siente atrapado en un cuerpo normal. Estos últimos
individuos están tan estresados por su condición, que buscan tener intervenciones
quirúrgicas para que les amputen miembros sanos e incluso para que les desmiembren
la columna vertebral”. Todos estos casos nos llevan a pensar que la disforia de género
tiene muchos paralelos con estas condiciones, especialmente con el trastorno de
integridad corporal, el cual es una enfermedad psiquiátrica que provoca en el individuo
afectado un irresistible deseo por amputarse una o más extremidades sanas del
cuerpo. Las similitudes con lo que pide la persona “trans” son demasiadas como para
obviar.
Esto nos hace entender el por qué, si no se trata adecuadamente un caso de
disforia de género, estamos ante el principio de una tragedia.

Duración de la disforia de género: ¿Permanente o transitoria?

En cuanto a la duración de la disforia de género, el Manual de Diagnóstico y


Estadística de Desórdenes Mentales, publicado por la Asociación Americana de
Psiquiatría, señala que, de aquellos niños y jóvenes que manifiestan “disforia de
género”, del 70 al 97% de varones y del 50 al 88% de las mujeres la superan al llegar a
la edad adulta. Y el Manual de Psicología y Sexualidad de la Asociación Americana
de Psicología afirma que la gran mayoría de niños y niñas con disforia sexual terminan
aceptando su sexo de nacimiento (el cual corresponde a los cromosomas XX para la
mujer y XY para el varón) al llegar a la adolescencia o la edad adulta.
El Dr. James Cantor, reconocido científico sobre la conducta sexual y profesor
de psicología de la Universidad de Toronto, realizó importantes estudios al respecto. En
un análisis de once estudios de gran escala, Cantor demostró que entre el 60 y el 90%
de los niños que se identifican como experimentando un género distinto al sexo
biológico (y sin haberse sometidos a operaciones de reasignación de características
secundarias) terminan superando la confusión. Y otro importante estudio del 2008
sobre el tratamiento de jóvenes transexuales llegó a la conclusión de que ente el 80 y
el 95% de los niños que manifiestan disforia de género terminan aceptando su sexo
biológico al llegar al final de la adolescencia.
El experto más importante en el mundo al respecto es el Dr. Kenneth Zucker,
quien estuvo a cargo de la Clínica de Identidad de Género, la más renombrada en su
rubro y que por cuestiones puramente ideológicas y políticas fue cerrada por el
gobierno de Canadá en el 2015. En el año 2012, el Dr. Zucker publicó junto a su
equipo de trabajo el “Modelo de desarrollo biopsicosocial para el tratamiento de niños
con trastorno de identidad de género”, el cual constituye el estudio más completo, fruto
de 40 años de investigación, sobre el tratamiento para niños con trastornos de
identidad sexual (ahora llamado disforia de género). Una de las revelaciones de
este estudio, nuevamente, es que esta condición no es permanente: “Para los niños
que se presentan clínicamente con el diagnóstico de trastorno de la identidad de
género, los estudios de seguimiento a largo plazo sugieren que esa identidad de
género no es necesariamente fija. La mayoría de los niños seguidos longitudinalmente
parecen haber superado el diagnóstico de trastorno de identidad de género cuando se
los vio en la adolescencia tardía o en la edad adulta temprana y también parecen haber
diferenciado una identidad de género que coincide con su sexo de nacimiento”.
En otras palabras, la identificación de un género distinto al biológico es algo
que con frecuencia se corrige por sí solo. Por eso decimos que las políticas de
reasignación de género por medio de bloqueadores hormonales e intervenciones
quirúrgicas es un gran error que termina arruinando la vida de muchos. Y uno de los
dramas principales de algunos programas de educación sexual es que alientan la
administración de hormonas y las intervenciones quirúrgicas, mintiendo en lo respectivo
a lo que afirma la ciencia y la medicina.
Por lo tanto, si bien existe un grupo muy pequeños de niños que, al percibir los
distintos roles de ambos sexos en la cultura y explorando cómo encajan, comienzan a
imitar al sexo opuesto, generalmente este comportamiento desaparece con el tiempo.
Es un gran error el tratar este comportamiento administrando hormonas que retrasen la
pubertad en los niños con el pretexto de que la cirugía de cambio de sexo será más
efectiva en el futuro, porque estos medicamentos impiden el crecimiento y maduración
en esos niños y, en caso de desistir, hay un alto riesgo de esterilidad en ellos. Dado
que hasta el 97% de estos niños termina abandonando su confusión y maduran
naturalmente si no se los trata hormonalmente, estas intervenciones médicas no son
más que un grave abusoinfantil.
Varios estudios científicos han tratado de buscar alguna causa o explicación a
la discordancia entre el género y el sexo biológico, los cuales presentaremos abajo.
Pero antes, en la siguiente sección, queremos presentar la historia de un amigo
nuestro, Walter Heyer, quien fue una de las primeras víctimas de la nefasta ideología
del género.

La historia de Walter Heyer

Walter Heyer no es solamente uno de los primeros transexuales de la historia, ya


que recibió terapias hormonales y cirugías de reasignación de sexo, sino que también
“detransicionó”, es decir, aceptó su sexo biológico después de muchos años de lucha
interna. Su historia la conocemos bien ya que hemos trabado una amistad grande con
esta persona ejemplar y en conversaciones personales ha revelado su historia. Walter
se dedica ahora a ayudar a personas “trans” a salir del infierno que se han metido.
Todo comenzó cuando Walter era pequeño y su abuela lo vestía de nena e insistía
que así se veía mejor ya que tendría que haber nacido como tal. Esta
actitud llenó a Walter de inseguridad y ya a temprana edad comenzó a sufrir depresión
debido al disgusto que le causaba a su abuela por no ser la nena que tanto
esperaron. Como él afirma: “Sus acciones plantaron en mí la idea de que había
nacido en el cuerpo equivocado”. Su abuela le regalaba vestiditos y Walter los
escondía en su ropero para ponérselos estando solo en su habitación. Cuando lo
descubrían en esta actitud su padre se enfurecía y lo trataba duramente y con gran
severidad por no ser el niño que debía ser, imponiéndole castigos que sus otros
hermanos no padecían. Esta injusticia de ser tratado de esa manera le dolía a Walter
más que cualquier otra cosa. Su tío se burlaba constantemente de él por su actitud
femenina y para peor, a partir de los 8 años lo comenzó a abusar sexualmente. Sus
padres nunca le creyeron. Para suprimir este dolor, Walter acudió a la comida, lo que
derivó en un desorden alimentario en ese momento.
Cuando Walter tenía 15 años, salió por las noticias que un hombre había logrado lo
que él se había planteado por tanto tiempo: cambiar de hombre a mujer. Este era el
caso de Christine Jorgensen, la primera persona de los Estados Unidos en ser
sometida a una cirugía de reasignación de sexo. Esa fantasía se convirtió en una
pasión que Walter guardaría en su interior por muchos años.
Walter formó matrimonio, tuvo hijos e incluso trabajó como ingeniero para el
proyecto del trasbordador Apolo en la NASA. Pero como afirmó en una conversación
personal con este autor, nunca se pudo sacar de la cabeza el cuestionamiento que le
metió su abuela, ya que desde muy chico había comenzado a creer que era una niña
atrapada en cuerpo de varón, es decir, en el “cuerpo equivocado”, como se ha
popularizado la frase. Ese sentimiento, sumado al constante abuso sexual sufrido en la
niñez, lo llevó a rechazar su propio cuerpo, a caer en el alcoholismo y sumirse en la
depresión. Su esposa, sintiéndose traicionada de que Walter le ocultó su secreto de tan
temprana edad, se divorció de él.
Walter buscó ayuda profesional acudiendo al Dr. Paul Walker, un autoproclamado
especialista de género y autor de la primera edición del Estándares para el cuidado y
salud de personas transexuales, transgénero y no conformes con su género. Ya en la
primera visita y sin haberle preguntado acerca de su historial clínico, los abusos, la
depresión, el alcoholismo, el Dr. Walker le aseguró a Walter que obviamente sufría de
disforia de género (aun cuando el término no era aceptado en el DSM). ¿El tratamiento
que propuso? Un cambio de género, por lo que ya en la segunda
visita Walter fue sometido con un innecesario tratamiento hormonal, seguido por
intervenciones quirúrgicas de reasignación de sexo. Así fue como Walter adquirió una
nueva identidad como mujer y un nuevo nombre: Laura Jensen.
La transición, como ocurre generalmente en estos casos, no solucionó los
profundos problemas psicológicos que llevaron a Walter a tomar esta decisión. Y afirma
él mismo: “El indulto provisto por la cirugía y la vida como mujer fue solo temporario.
Escondido debajo del maquillaje y la ropa femenina estaba aquel niño pequeño que
cargaba las heridas producidas por los sucesos traumáticos de la infancia y se lo
recordaba cada día. Ser mujer resultó ser solo un encubrimiento, no una curación”. En
lo más profundo de su ser, Walter sabía que era hombre, no mujer.
A los traumas de la infancia se siguieron los traumas causados por tremenda
decisión, ya que el cambiar de “género” evidentemente no había funcionado. Se sentía
traicionado, consciente de que los médicos le habían mentido. Walter acudió a más
ayuda psicológica, pero le decían lo mismo: que espere, que tenía que dejar que su
nueva identidad como Laura Jensen se asentara y todo iría bien. Pero nada se
solucionaba y comenzó a beber, cayó en una profunda depresión e intentó
suicidarse. Su adicción al alcohol lo llevo a buscar ayuda en grupos de alcohólicos
anónimos, el cual fue el primer paso en la solución de sus problemas psicológicos. Se
inscribió en un programa de psicología en la universidad para estudiar la psicología del
alcohólico, lo que lo llevó a pasar tiempo haciendo prácticas en un hospital psiquiátrico.
Durante este tiempo, trabajando codo a codo con un psiquiatra, este lo llevó a un
consultorio privado y con toda franqueza le dijo a Walter que padecía de un “trastorno
disociativo”. Lo primero que Walter pensó fue “¿será esta la respuesta a todos mis
problemas?”
Walter comenzó a visitar psiquiatras y psicólogos teniendo cuidado en no caer
en los estafadores conocidos como “psicólogos del género”. Uno tras otro le
confirmaban lo que aquel psiquiatra le había manifestado: padecía de un problema de
percepción, por el cual creía que era una mujer atrapada en cuerpo de hombre.
Esta es su descripción de lo que pasó durante esos días: “Fue enloquecedor.
Ahora era evidente que había desarrollado un trastorno disociativo en la infancia para
escapar del trauma del travestismo repetido de mi abuela y el abuso sexual de mi tío.
Eso debería haber sido diagnosticado y tratado con psicoterapia. Por el contrario, el
especialista en género nunca
consideró mi difícil infancia o incluso mi alcoholismo y solo vio un problema de
‘identidad transgénero’. Rápidamente, en la segunda visita, me recetó tratamiento
hormonal y poco después una cirugía irreversible. Años después, cuando me enfrenté
a ese psicólogo, él me admitió que no debería haberme recomendado ese tratamiento”.
El camino por recorrer fue largo. En primer lugar, Walter tuvo que reconocer que
acudir a un “especialista de género” fue la peor decisión que pudo haber tomado.
También tuvo que reconocer que en cierta manera nunca iba a poder recuperar su
cuerpo debido a las intervenciones quirúrgicas, además del tratamiento hormonal para
proveer las hormonas que su cuerpo ya no podía producir debido a la extirpación de las
glándulas sexuales. “Mis genitales no podían ser ‘restaurados’, triste consecuencia de
haber usado de una operación quirúrgica para tratar una cuestión psicológica. Lo que
necesitaba era un intenso tratamiento de psicoterapia para poder resolver el desorden
disociativo que comenzó en la niñez”.
Lo bueno es que después de un largo camino, Walter volvió a ser quien
verdaderamente era y con su testimonio ayuda y aconseja a cientos de personas con
problemas de identidad de género que luchan por salir del infierno al que doctores y
psicólogos charlatanes los han metido. Su historia nos muestra una vez más que el
cambiar de género es una manifestación externa de graves problemas psicológicos.

Causas de la disforia de género en niños

En la mañana del 19 de mayo de 2012, cuando el autor del presente libro vivía en
Washington D. C., este abrió el diario The Washington Post como de corriente y se
encontró con un titular que le heló hasta los huesos: “Transgénero a los 5 años de
edad”. La historia se centraba en una niña que ya a los 2 años de edad comenzó a
insistir en que era un niño y la interpretación de los hechos por su madre. El artículo
sentenciaba: “Su cerebro de niña era diferente. Jean [su madre] se daba cuenta. Había
oído hablar de los transgénero, personas físicamente de un género, pero mentalmente
de otro”. De modo emocional se relataba la angustiosa experiencia de la madre, quien
comenzó a investigar los problemas de identidad de género infantiles y a ponerse en la
piel de otros padres que pasaban por una situación similar. ¿Por qué será que este tipo
de artículos se centran en las emociones humanas y no se hace ninguna mención de
posibles
factores que lleven al niño a considerarse del género opuesto? El artículo relataba
minuciosamente la dolorosa decisión de muchos padres al dejar que sus hijos hicieran
pública su transición al género opuesto, un proceso mucho más difícil especialmente en
niños que querían ser niñas. Pero Jean se reconfortaba en el hecho de que los padres
que habían decidido dar el paso adelante aseguraban que los problemas de conducta
de sus hijos habían desaparecido, el rendimiento escolar había mejorado y los niños
habían recuperado su sonrisa. El artículo también contaba que Jean se había aterrado
ante el hecho de que muchos niños comenzaban a tomar inhibidores o bloqueadores
de la pubertad ya en la escuela primaria, lo cual era seguido por terapias hormonales
antes de acabar la secundaria. La historia presentaba la opinión de la hermana más
grande de la niña que se sentía ser varón, la cual con gran soltura “explicaba” la
realidad de su “hermano transgénero”: “No es más que una mente de niño en un cuerpo
de niña”.
Este artículo dejó helado al autor no solo por la falta de seriedad científica al tratar
un tema tan grave y que posiblemente va a tener consecuencias nefastas en la vida de
esa niña de 5 años, sino también por la normalización de un problema por el cual esa
niña debería recibir terapia psicológica. Son artículos como este los que remarcan una
y otra vez la noción popular y simplista, además de errónea, sobre la identidad de
género: que aquellos que padecen disforia de género tienen “una mente de niño en un
cuerpo de niña” o viceversa y por lo tanto están literalmente “atrapados en el cuerpo
equivocado”. Además, artículos como este plantean un concepto perverso de la
medicina en servicio de lo que el paciente desee. Para la persona que padece un
problema de identidad de género, sostienen, este sentimiento subjetivo de pertenecer
al género opuesto no puede ser cuestionado por nadie. Y quien tenga experiencia en
estos casos notará que el individuo busca no solo el ser tolerado por la sociedad, sino
también el que se lo afirme en ese género “experimentado”, es decir, como hombre o
mujer, dependiendo el caso. Esta nefasta idea ha llevado a los ideólogos del género y
activistas LGBT a imponer leyes que se enfocan en la reafirmación de esas tendencias,
promoviendo leyes en favor de la “igualdad de personas transgénero”, de tratamientos
médicos y quirúrgicos pagados por obras sociales públicas y por el acceso a todos los
roles y privilegios públicos basados en el sexo de la persona. Con respecto a esto
último, por ejemplo, si el “trans” se considera mujer se le permite competir en eventos
deportivos femeninos (para desgracia de las mujeres, ya que están compitiendo
realmente contra un varón, lo cual
hace desigual a la competencia, como ocurrió el 15 de octubre de 2018 cuando un
hombre transexual canadiense ganó el campeonato mundial femenino de ciclismo de
pista).
Como ya vimos en los distintos estudios en varios campos científicos
presentados en el segundo capítulo, no hay pruebas de que el fenómeno de la
identidad “transgénero” tenga una base biológica, genética o neurológica. Por eso es de
extrema importancia el presentar estudios científicos que se enfocan específicamente
en niños con disforia de género y que consideran distintos factores que pueden llevar al
niño a experimentar este trastorno. ¿Qué lleva a un niño a padecer este trastorno?
Los factores son múltiples, lo cual exige que se identifique cada uno de ellos, ya que
estos son los causales deltrastorno.
En el ya mencionado estudio científico del Dr. Zucker, el “Modelo de desarrollo
biopsicosocial para el tratamiento de niños con trastorno de identidad de género”,
además de proveer valiosa información acerca del carácter transitorio de este trastorno
(salvo que se haga tratamiento hormonal y cirugías), también ofrece una valiosísima
perspectiva al considerar una serie de factores que influyen en el desarrollo de la
identidad de género. Entre estos factores se encuentran elementos biológicos,
psicosociales, de conocimiento social, así como también distintas psicopatologías y
mecanismos psicodinámicos. Vamos a explicar detenidamente cada uno de estos
factores.

Predisposiciones biológicas
En primer lugar, hay que aclarar que los factores biológicos pueden predisponer,
pero nunca determinar la conducta sexual de una persona. Los psiquiatras J. Michael
Bostwick y Kari A. Martin, de la Clínica Mayo en los Estados Unidos, quienes
estudiaron a personas “intersexuales” (nacidas con genitales ambiguos) y que a pesar
de ser varones se los operó y crio como mujeres, afirmaban que pacientes adultos con
disforia severa (transexuales) “no presentan ni un historial ni existen hallazgos
objetivos que corroboren una causa biológica conocida para esa discrepancia cerebro-
cuerpo”. Por el contrario, pacientes “intersexuales” requieren una cuidadosa asistencia
médica y psiquiátrica para evitar la disforia de género. Es más, estos investigadores
encontraron criterios objetivamente discernibles e identificables a través de las cuales
se imprime la identidad de la persona como hombre o mujer en el sistema nervioso y
endocrino. Y estos doctores
afirman que incluso en los casos en que los genitales externos no se desarrollen, es
muy probable que los individuos actúen de acuerdo con su configuración cromosómica
y hormonal.
Una influencia más profunda en la conducta sexual la tienen los factores no
biológicos, tales como el temperamento, la presión de los padres para actuar como el
sexo opuesto durante años críticos de la formación (recuérdese el caso de Walter
Heyer), la dinámica familiar, psicopatologías de los padres, las (malas) amistades y la
curiosidad por la que un niñofantasea en convertirse en el sexo opuesto.
En general, los varones son más activos físicamente que las niñas. Cualquiera que
haya tenido hijos de ambos sexos lo puede notar. Este tipo de temperamento tiene una
base hormonal y genética, por lo que comúnmentelos varones se van a comportar de
una manera y las niñas de otras. Pero también puede ocurrir que por distintas razones
un varón sea tranquilo, no le guste jugar con intensidad física, jugar al combate físico y
que por el contrario haya niñas que sean más “machonas” como se les dice
popularmente. Esto, en algunos casos, puede contribuir a que el niño o la niña se
identifiquen con el sexo opuesto. ¿Por qué se da esto? En las primeras etapas de
desarrollo, el niño experimenta muchísimas cosas por primera vez. Como la realidad y
la vida humana es en sí compleja, el niño no comprende inmediatamente esta
complejidad. Para el niño la realidad se encasilla generalmente en dos categorías
simples, como decir “o es negro o es blanco”, sin colores intermedios. De esa manera,
el niño puede pensar que el varón juega generalmente de tal manera y las niñas de
otra como si eso fuese una propiedad esencial de lo que significa ser varón o niña. En
esos casos, el varón puede deducir erróneamente que, si le gusta jugar de una
manera que es más acorde a las niñas, entonces es porque debe ser niña. De hecho,
en la práctica profesional con niños que padecen este trastorno, es común el escuchar
niños que afirman: “debo ser niña porque no me gusta pelear ocorrer y la mayoría
de mis amigos son niñas y me gusta jugar a la casa”.
El Dr. Zucker relata el caso de Frank, un niño emocional y sensible que tenía 7
años cuando visitó la clínica por primera vez, el cual presentaba claros síntomas de
trastorno de identidad de género. Frank tenía dos hermanos y constantemente se
quejaba del modo de jugar agresivo de ellos, al igual que el de sus compañeros de
escuela. Uno de sus hermanos tenía de hecho serios problemas de comportamiento, lo
que afectó negativamente la percepción que Frank tenía de lo que significaba ser
varón, ya que afirmaba que “todos” los
niños eran violentos y burlescos. Debido a eso, solía juntarse con niñas en los recreos
y, como consecuencia, jugaba a juegos estereotípicos de niñas. Ya a los 5 años
comenzó a decir que quería ser niña, ya que así “se acabarían sus problemas”. Este
pensamiento es una constante en personas que sufren este tipo de trastornos, el cual
muchas veces deriva en pensar que a través de tratamientos hormonales y
operaciones de cambio de sexo encontrarán la felicidad. Lo peor que se puede hacer
es afirmar el pensamiento de que un varón es “niña”, vestirlo como tal y eventualmente
dar paso a un tratamiento mortal. ¿El resultado? La tristeza, depresión, ansiedad,
graves problemas hormonales y de salud general y, en el 41% de los casos, el intento
de suicidio. Eso no se soluciona más que con un tratamiento apropiado. Se
puede argüir que Frank tenía un temperamento sensible que, sumado a la conducta
problemática de su hermano, creó un trauma con respecto a su propia identidad como
varón. Un tratamiento para su caso se enfocaría en mostrarle que hay variedad de
maneras en vivir como varón y que la mayoría de ellos no son violentos o burlescos
como su hermano. Es importante en estos casos encontrarle amistades de niños
tranquilos, con temperamentosimilar, que le ayude a tener un concepto no tan rígido de
qué significa ser varón.

Factores psicosociales
El segundo elemento a tener en cuenta, de acuerdo con los especialistas, es la
respuesta de los padres al deseo del niño de cambiar de sexo. ¿Cómo responden los
padres inicialmente a la conducta del niño? En los 40 años de experiencia del Dr.
Zucker, una característica constante en niños diagnosticados con el trastorno de
identidad de género es que, cuando un niño comenzó a manifestarse como del sexo
opuesto, sus padres generalmente permanecieron neutrales al respecto o incluso
reafirmando el deseo del niño y alentando la transformación, lo cual suele tener
consecuencias nefastas, ya que están alentando el comienzo de un serio
trastorno.¿Por qué actúan de esta manera muchos padres? Posiblemente por
ignorancia, ya que piensan que es gracioso, o que es una etapa del crecimiento del
niño la cual va a pasar rápidamente. Cuando los padres toman una posición neutral o
incluso alientan al niño a una conducta propia del sexo opuesto, en la psiquiatría se lo
considera como “factor perpetuador”. Ahora bien, en aquellos raros casos en los cuales
la madre (la abuela, por ejemplo, en el caso de Walter Heyer) es la que viste al hijo
de nena, manifestando que desea que fuese mujer, dicha
conducta se la considera como “factor precipitante”. Es importante averiguar si hubo
factores perpetuadores o precipitantes en los orígenes del trastorno.
Un claro caso de “factor perpetuador” por parte de la familia es el de un niño
llamado Roy. Cuando llegó a la clínica de identidad de género, Roy tenía 4 años y
llevaba dos años manifestando conducta femenina, manifestando con insistencia que
de hecho él era niña. Desde que comenzó a manifestar esa conducta, la respuesta de
los padres fue el alentarlo a actuar así. Por ejemplo, le compraban muñecas y otros
juguetes típicos de niñas cada vez que los pedía, la madre dejaba que Roy se vistiese
con su ropa y vestidos diariamente, festejando e incluso filmando todo esto como si
fuese una diversión familiar. Lo que preocupó a los padres, lo cual los llevó a la clínica
a buscar ayuda, fue que llegó finalmente el día en que el niño estaba convencido de ser
niña, además de sufrir ataques de ira muy intensos cuando se frustraba. Al ser
interrogados por el psiquiatra, los padres de Roy manifestaron que nunca habían
cuestionado a su hijo cuando este insistía que era una niña.
Conversando acerca de este tema con un matrimonio canadiense, ellos le
contaron a este autor cómo uno de sus hijos varones se vestía de nena por curiosidad
y lloraba cuando su madre le sacaba el vestido. Una navidad, el niño participó del
pesebre viviente y lloró amargamente porque le tocó ser pastorcito, cuando lo que él
quería era ser la Virgen María. Sus padres nunca consintieron con su conducta, lo cual
benefició enormemente al niño, hoy un joven hecho y derecho. No está demás notar
aquí el por qué los padres nunca deben festejar ninguna conducta desordenada en sus
hijos, ya que esto puede tener consecuencias psicológicas nefastas. El gran psicólogo
clínico Jordan Peterson lo resumió de modo magistral en un capítulo de sus 12 reglas
parala vida titulado: “Nunca dejes que tus hijos hagan algo que te disguste”.

Conocimiento social de lo que significa ser varón o mujer


Otro “factor perpetuador” del trastorno de identidad de género ocurre cuando el
niño interpreta el ser varón o mujer con el vestirse o actuar de acuerdo con ciertos
estereotipos sociales. Como mencionábamos en el punto anterior, cuando los padres
festejan una conducta inocente del niño le pueden estar causando un daño enorme en
su psicología, ya que el niño puede erróneamente deducir que, al vestirse como nena,
entonces es nena.
Los estudios sobre el desarrollo del género en la niñez coinciden en que,
en una primera etapa, el niño no entiende su género (sea varón o mujer) como algo
constante e invariable en su persona. La autopercepción del niño como de cierto
género es elástica (cambia a lo largo del tiempo) y plástica (es decir,es influenciada por
fuerzas externas tales como las condiciones sociales y las actitudes de los padres). La
percepción del género como algo constante se manifiesta en un primer paso cuando el
niño se identifica a sí mismo como varón o nena, si bien en esta etapa el género no es
percibido como algo invariable, es decir, como algo que no se puede cambiar (lo cual
explica el que un niño se de cuenta que es varón, pero por distintos factores declare un
día que es “niña”). El niño percibe que su género como varón o mujer es invariable
recién entre los 5 y 7 años, cuando puede relacionar su identidad de género con
distintas expresiones de conducta de un género determinado (por ejemplo, soy varón y
por eso paso tanto tiempo jugando a la pelota con mis amiguitos). El niño generalmente
no ha desarrollado un modo de pensar operacional y concreto hasta recién esa edad.
Esto explica el por qué un niño de apenas 4 años crea que si se pone un vestidito de
nena es porque es nena y que una nena que juega con varones todo el tiempo y se
vista como varón piense que es varón. Es decir, en esa edad el niño no entiende lo que
realmente significa ser varón o mujer, ya que sus criterios son muy superficiales y
rígidos, porque para ellos ser varón o mujer está relacionado con lo que pueden o
deben hacer. En los casos tratados en la clínica para trastornos de identidad de
género, el Dr. Zucker notó que en estos niños no había habido un desarrollo completo
en su comprensión del género como algo constante e invariable, por lo que esta laguna
actuó como “factor perpetuador”.
Los testimonios provistos por la clínica de trastorno de identidad de género de
Toronto ofrecen luz al respecto. Cuando a un niño de 7 años se le preguntó por qué
quería ser niña, este respondió que no quería transpirar cuando sea grande y como
solo los hombres transpiran no quería ser hombre… Este niño también expresó que le
gustaba leer y las niñas leen mejor que los varones. En otro caso, un niño de 8
años expresó que en su casa sus hermanitas eran tratadas mejor que él y que en la
escuela la maestra les gritaba mucho a los varones y nunca a las niñas. Es decir que
su razonamiento era el siguiente: si fuese niña sería tratado mejor en la casa y le iría
mejor en la escuela. Otro niño de 5 años sorpresivamente manifestó que su cerebro era
el de una niña. Cuando se le preguntó por qué, inocentemente respondió que le
gustaba jugar con las muñecas Barbie, aunque también
reconoció que tenía un poquito de cerebro de varón ya que le gustaba jugar con los
legos. A lo largo de la terapia, uno de los ejercicios que debía hacer con la
psicoterapeuta durante la sesión era dibujar sus “dos cerebros”, el de niña y el de
varón. A medida que la terapia progresó, el dibujo de su “cerebro de niña” era cada vez
más pequeño, mientras que el de su “cerebro de varón” aumentaba, hasta que un día
felizmente concluyó que ya no tenía más un “cerebro de niña”. En estos niños se pude
observar, argumenta el Dr. Zucker, que tienen una comprensión muy rígida de lo que
significa ser varón o nena y por lo tanto hay que ayudarlos a desarrollar una
comprensión más flexible y que abarque distintas maneras en que un varón puede ser
varón y una nena puede ser nena.

Psicopatologías concurrentes con el trastorno de identidad de género


Cuando se identifica una patología psicológica en un niño que padece de trastorno
de identidad de género, hay que preguntarse si esta patología es una posible causa del
mismo trastorno.
Los psiquiatras Dr. Coates y Dr. Person, por ejemplo, encontraron una relación
entre experiencias traumáticas de separación y ansiedad y la expresión de conducta
femenina en niños con trastorno de identidad de género. En estos casos, el niño había
perdido a su madre y el sentido de separación había causado un trastorno tan severo
en su psicología, que la fantasía de la madre perdida poco a poco se fue confundiendo
con su personalidad, de tal manera que comenzaron no solo a imitarla, sino también a
personificarla en sus actos, llegando a confundir el “tener a mamá” con el “ser la
mamá”. En estos casos, el trastorno de identidad de género fue causado por la
ansiedad generada por la pérdida de la madre.
Otro trastorno que aparece con frecuencia en niños con trastorno de identidad de
género es el trastorno del espectro autista, en especial aquellos casos de niños autistas
más funcionales. Esta observación clínica es apoyada por los datos proporcionados en
importantes estudios y ha abierto la puerta al estudio de la relación existente entre
psicopatologías asociadas al trastorno de identidad de género. Esta relación fue
confirmada en el 2016 en unimportante estudio que resumió la literatura científica sobre
el tema llevado a cabo por un equipo de investigadores en Inglaterra, los cuales
establecieron que un número muy elevado de niños con trastorno de identidad de
género padecían también el trastorno de autismo.
Durante 5 años el presente autor tuvo la oportunidad de trabajar muy de
cerca con niños que padecían el trastorno del espectro autista en diferentes grados. No
quiero hablar aquí de qué es lo que causa el autismo. Simplemente voy a notar que
una característica del niño autista es interesarse de modo intenso e incluso a veces
obsesionado por ciertas actividades concretas. Esto se debe a que el niño autista no
capta una idea como universal (como la noción abstracta de “vaca”, que luego uno
aplica a toda vaca que ve), sino que se maneja en un mundo de objetos concretos y
los conceptosque forma son muy rígidos (no admiten variaciones, como no entender
que un auto puede ser más grande o pequeño, o que ambos sean “autos”). Les voy a
proponer esto: imagínense una iglesia o una casa y después imaginen cómo un niño
dibujaría una iglesia o una casa. El resultado es simplemente una representación
general, universal, que se aplica a toda iglesia o casa. El niño autista, sin embargo, no
puede pensar en “universal”, sino solo en referencia a algo concreto: esta casa, este
auto particular, esta silla concreta (no la idea de “sillas”). Si una madre le pide a un niño
autista que le traiga una “silla” del comedor lo confunde… seguramente le dará un
ataque de rabia al niño al no poder procesar la información, ya que no solamente no
pueden captar la idea de “silla” en general, sino que tampoco pueden entender a la silla
como ubicada en un espacio concreto (el comedor).
Al entender todo de modo rígido y concreto, entonces, es fácil que estos niños
desarrollen obsesiones por algo particular. Habiendo trabajado muchos años con niños
autistas, noté que siempre tenían alguna obsesión por algo, lo cual podía ser algún
color particular, un libro que debía ser leído una y otra vez casi de manera ritual o algún
objeto particular (un ventilador, por ejemplo). Un niño con autismo leve al cual
acompañé en una etapa de su aprendizaje, por ejemplo, estaba obsesionado con el
ajedrez (algo común en niños autistas) y la política: sabía los nombres de cada
senador, diputado nacional y provincial, intendentes y otras autoridades de Canadá,
USA e Inglaterra. El niño tenía apenas 11 años…
Ahora bien, supongamos que un niño autista bastante funcional va a la
escuela y en jardín de infantes la maestra les dice que el sexo es algo asignado
socialmente, ya que en realidad no son varones o nenas, sino que es algo que tienen
que decidir por sí mismos. En pocas palabras, en niños que ya padecen el trastorno del
espectro autista esto es simplemente el puntapié inicial para desarrollar graves
problemas y trastornos de la identidad. Es simplemente abusivo plantearle eso a
cualquier niño, pero en el caso del niño autista es criminal. Así de simple, ya que están
abusando de su capacidad de
conocimiento limitada.
Es un hecho que, en el caso de niños con trastorno de identidad de género,
esta obsesión está centrada en conductas del sexo opuesto, la cual se intensifica aún
más si el niño padece autismo. El Dr. Zucker afirma que hay una conexión entre el
autismo y el trastorno de identidad de género, lo cual predispone al niño a que tenga un
interés obsesionado en algo, además de pensar con una rigidez extrema. Esto se
verifica además por la gran ansiedad que manifiesta el niño cuando de alguna manera
se interfiere en su obsesión (por ejemplo, cuando los padres le dicen que no es nena
sino varón). El género, entonces, se puede convertir en una obsesión para el niño
autista, ya que estos niños tienden a magnificar intensamente sus intereses. Aunque
estos intereses también pueden variar. Veamos un caso al respecto.
David, un niño de 5 años diagnosticado con el trastorno de identidad de género
y el espectro autista, ya manifestaba varias obsesiones anteriores a su obsesión por el
género femenino. Sus padres tendieron a ignorar las primeras obsesiones, pero
cuando comenzó a manifestar que era niña de modo obsesionado no supieron qué
hacer, ya que amenazaba con cortarse el pene. Sus padres, para tratar de calmarlo, le
compraron una serie de muñecas y juguetes para niñas y le permitieron usar la ropa de
su madre a diario. Al evaluárselo por primera vez, cuando atendía jardín de infantes, el
niño insistía que era niña y que en la escuela se uniría a la fila de las niñas. Tiempo
después, en el curso del tratamiento, la madre informó que ahora estaba desarrollando
una nueva obsesión: creía que era una computadora. Esa obsesión por creerse parte
de la familia de Microsoft luego dio paso a la obsesión por trenes, aeropuertos, libros y
finalmente por hombres estrellas de heavy metal, lo que lo llevó a no cortarse el pelo
para imitar a sus héroes. Cada una de sus obsesiones duraban entre 3 y 6 meses. Ya a
los 7 años su obsesión por ser del sexo opuesto comenzó a perder fuerzas. En la
sesión de terapia número 112, cuando tenía 9 años, David reveló que su
obsesióncomenzó como escapatoria a las burlas de sus compañeros en la guardería. A
los 12 años su psiquiatra verificó que los síntomas de trastorno de identidad de género
habían desaparecido por completo. Es decir, el afirmar su comportamiento profundizó
su obsesión, pero gracias a que el niño recibió terapia, David pudo superar su obsesión
por ser niña.
Ésta es otra razón por la que la ESI y sus elementos ideológicos son
extremadamente peligrosos para cualquier niño y más aún para aquellos que sufren de
un trastorno particular, como es el caso del trastorno del espectro
autista.

La dinámica familiar
Los problemas en el seno de la familia pueden tener una influencia negativa en la
percepción del propio género en un niño. Cuando esta es la causa del trastorno, es
necesario trabajar para solucionar los problemas familiares para poder ayudar al niño a
resolver su trastorno de identidad de género. Cuando los padres no resuelven
conflictos y situaciones traumáticas, estos pueden ser muchas veces transferidos a sus
hijos. Hay casos en que los padres reconocen que ciertos problemas familiares han
sido factores causantes en la conducta de sus hijos, lo cual hace más fácil el
tratamiento. Pero en otros casos los padres no ven este problema y la situación se
vuelve realmente dramática. En un importante estudio llevado a cabo por el Dr. Zucker,
en el que siguió a cientos de niños con trastorno de identidad de género,
aproximadamente el 50% de las madres de esos niños padecían dos o más
psicopatologías y aproximadamente el 25% de las madres padecían tres o más
enfermedades mentales. Es un hecho que la psicopatología materna tiene una
correlación muy profunda con la psicopatología del niño.
A continuación, voy a presentar cuatro casos de niños tratados en la clínica de
identidad de género de Toronto cuyo trastorno de identidad de género presentaba una
clara influencia del ambiente familiar.
Tom era un niño de 4 años que al llegar a la clínica ya había presentado conducta
femenina durante un año, incluyendo el deseo repetido de ser niña. Su madre era una
mujer extremadamente narcisista, ansiosa y egoísta, además de distraída y de no
prestarle atención a su hijo. Ella veía a Tom como el hijo perfecto, hasta que un día
comenzó a expresar el deseo de ser niña, lo cual hirió profundamente su narcisismo.
Para colmo de males, el padre de Tom estaba prácticamente ausente de su vida, ya
que trabajaba 18 horas al día los7 días de la semana. Cuando Tom tenía 3 años, nació
su hermana, lo que lo llevó a sentirse abandonado por su madre, ya que esta transfirió
toda su atención a la pequeña. En conclusión, el trastorno de identidad de género que
padecía Tom era el resultado de un sentimiento intenso de haber sido abandonado por
sus padres y los celos intensos contra su hermana bebé, lo que lo llevó a pensar que si
hubiese sido niña como Suzie su madre le habría prestado atención. Al comenzar la
terapia, Tom dibujaba todo de color rosado, como el color de ropa que su madre le
ponía a la bebé. Para superar el conflicto con su identidad de género, el psiquiatra lo
ayudó a comprender sus
celos y cómo estos guiaban su relación con el entorno familiar. Pero elterapista
también tuvo que trabajar con sus padres, notando que el padre debía hacerse
presente en el hogar y la madre debía iniciar terapia paravencer su narcisismo.
Rose era una niña de 9 años que al visitar la clínica por primera vez ya tenía una
larga historia de comportamiento masculino, incluido el fuertedeseo de ser varón. Rose
fue criada por su madre biológica, la cual era soltera y a lo largo de ese tiempo salió con
novios diferentes. Cuando Rose tenía 4 años descubrió el cuerpo de su madre al pie de
la escalera de su casa: había sido asesinada por un novio. Rose no tenía ningún
pariente biológico que cuide de ella, por lo que anduvo de casa en casa hasta que a los
6 años fue finalmente adoptada por una familia, quien 3 años después la llevó a
la clínica a ser evaluada. Al llegar, Rose parecía un varón por su estilo de peinado y la
ropa que vestía. Durante la evaluación, Rose comentó que quería ser un niño porque
los niños eran más fuertes que las niñas. Le repetía a su madre adoptiva que, cuando
caminaban juntas por la calle, ella no debía tener miedo, porque “parezco un varón y
nadie te hará daño”. Rose reconoció que había tenido el pensamiento recurrente de
que, si hubiera sido varón, entonces ella habría podido proteger a su madre del
hombre que la asesinó porque “los varones son más fuertes que las niñas”. Ese deseo
de Rose de ser un varón era consecuencia de un trastorno por estrés postraumático
debido al asesinato de su madre. Tal vez debido a lo que un niño percibe acerca de las
diferencias entre el hombre y la mujer, Rose se planteó el género de un modo tan rígido
que la llevó a una solución imaginaria a su problema familiar: si hubiera sido varón
podría haber salvado la vida de su madre “porque” los niños son más fuertes que las
niñas.
Volviendo al caso mencionado más arriba de Roy, en el que se indicó un “factor
perpetuador” por parte de la familia, se les preguntó a los padres por qué nunca le
habían dicho al niño que de hecho era varón. ¿Por qué los padres estaban como
paralizados ante la verdad y realidad biológica de su hijo de 4 años? Un elemento
que salió a la luz durante la terapia fue el hecho que la madre de Roy había sufrido
abuso físico y psicológico durante muchos años por parte de su padre.
Psicológicamente, la madre no alentaba a Roy a manifestarse como varón porque
subconscientemente lo percibía como un “potencial abusador”, ya que tal vez un día
sería como su padre. Además, la madre había sufrido mucho rechazo durante la niñez
por parte de sus compañeros de escuela, lo cual 30 años después la seguía
afectando
profundamente. Durante la terapia, la madre lloraba profusamente mientras describía
sus experiencias no superadas de la niñez. El padre de Roy también había sufrido
mucho durante su niñez y juventud ya que era tartamudo y tenía un miedo casi
patológico de que, si le decía a Roy que era varón, este lo iba a percibir como un
defecto, tal como la tartamudez que él padeció como defecto degradante durante
tantos años.
El último caso hace referencia a un trastorno poco conocido, pero que de hecho se
da más de lo que uno piensa en la madre o el padre del niño, o incluso en algún
pariente cercano: el “duelo de género patológico”
¿Recuerdan el caso de Walter Heyer, cuya abuela esperaba ansiosamente una niña y
al nacer varón comenzó a vestir a Walter como nena? En el presente caso, Jim era el
último de cuatro varones y llegó a la clínica con 4 años, ya que manifestaba un fuerte
deseo por ser una niña. Su madre padecía un dolor patológico con respecto al género
masculino de su hijo. Luego de dar a luz, cayó en una fuerte depresión y no quería
saber absolutamente nada con el bebé, el cual permaneció en el hospital por dos
semanas. Durante mucho tiempo la madre tuvo sueños esperanzadores en los cuales
daba a luz una nena. Tan fuerte era el sentimiento, que sus amigas le regalaron una
bebé muñeca muy realista cuando Jim tenía 1 año. Según el psiquiatra pudo constatar,
la madre no tenía ni idea del significado de este regalo, llegando a preguntar
“¿Entonces usted cree que mis amigas me regalaron el bebé de juguete por mi deseo
de tener una nena?” En la reunión de equipo de psiquiatras y psicólogos sobre el caso
de Jim, se decidió que la madre debía someterse a tratamiento para que entienda el
significado de su deseo de tener una niña y lo que este deseo representaba para ella,
para así poder superar la patología con respecto al dolor de haber dado a luz a
un varón. Estehecho particular de la madre desilusionada también se ha observado en
muchos casos de personas con atracción hacia el mismo sexo que este autor ha tenido
la oportunidad de entrevistar. Esto nos lleva a plantearnos si la desilusión de la madre y
el rechazo del niño puede haber sido transmitido a este durante su desarrollo psíquico y
emocional.

Una terapia efectiva


En cuanto los padres noten algún tipo de trastorno en alguno de sus hijos, es
necesario que busquen la terapia adecuada cuanto antes, explicándole al niño que van
a ir a visitar a un doctor que “sabe mucho de familias”. Muchas veces, si es un tema
recurrente en el seno familiar, los
padres van a ir acompañados del niño y van a expresarse francamente ante el
especialista que están ahí porque su hijo hija se siente del sexo opuesto. En muchos
otros casos los padres van a estar muy preocupados acerca de la situación, temerosos
de decirle al niño que está equivocado. En estos casos hay que tener en cuenta que
aquí no se trata de estar ciertos o equivocados acerca de la propia sexualidad, sino de
entender por qué el niño se siente así yjunto con el doctor determinar qué plan seguir.
Al comienzo de la terapia es esencial el verificar si el niño padece algún desorden
psiquiátrico, realizar pruebas psicológicas y cuestionar a los padres sobre una variedad
de temas, especialmente para poder entender cómo funciona el entorno familiar, cómo
se comporta el niño en la escuela, con sus amigos, etc. También es importante verificar
qué piensan los padres acerca del estado de su hijo, qué planes tienen con respecto
a su desarrollo, cómo han actuado con relación al comportamiento del niño y demás.
Todo esto en vistas a determinar cuáles son los factores que han contribuido en la
conducta del niño y han ayudado a desarrollar el trastorno de identidad de género,
como vimos más arriba. Además, es importante realizar sesiones semanales,
especialmente al comienzo del tratamiento.
A continuación, presentaremos resumidamente el tratamiento a seguir que el Dr.
Zucker desarrolló a lo largo de 40 años. Hay que notar que los objetivos del
tratamiento se evalúan caso por caso, ya que es un problema en si muy complejo en
el cual hay que estudiar una cantidad de factores que pueden haber llevado al niño
a desarrollar el trastorno de identidad de género. Una vez que se establece que el
tratamiento es necesario, este suele incluir los siguientes elementos: a) psicoterapia
de juego individual semanal para el niño; b) consejería semanal para los padres o
psicoterapia; c) intervenciones guiadas para los padres con respecto al entorno
natural y familiar; y, cuando sea necesario debido a otros problemas psiquiátricos
presentes en el niño, d) medicación psicotrópica (la cual actúa en el sistema nervioso
central, produciendo cambios temporales en la percepción, el ánimo,
el estado de conciencia y el comportamiento del niño).

Sesiones de psicoterapia para los niños


La terapia siempre debe comenzar con educar al niño acerca de la razón por la
cual está recibiendo terapia. La psicoterapia de juego, además, debe estar adaptada al
nivel de desarrollo del niño y su sofisticación cognitiva. Cada niño es un mundo aparte,
hay algunos que inmediatamente perciben que
padecen un trastorno (una niña de 4 años le pidió a los padres que la lleven a un
médico porque estaba confundida sobre su querer ser “varón”) y hay otros que
difícilmente se abren al terapeuta (un niño pasó 2 años haciendo terapia y nunca se
abrió con respecto a la vida familiar diaria, lo cual el terapeuta tuvo que averiguar por
medio de jugar a “la familia”). La psicoterapia ayuda a muchos niños con este tipo de
trastorno a “jugar” los problemas que padecen, ya que el juego es la ventana para
observar el universo interior del niño y por medio del cual se manifiestan muchas cosas
sobre su desarrollo.

Psicoterapia para los padres


Con los padres, el enfoque del tratamiento para el trastorno de identidad de género
de alguno de sus hijos se centra en dos cuestiones: primero, elpapel potencial que
los padres puedan haber tenido en el origen y persistencia del trastorno (es decir, si la
dinámica familiar fue la que causó el trastorno en el niño); y segundo, investigar el
ambiente natural del niño.
Si los padres fueron un factor en el desarrollo del trastorno, se trabaja con ellos
alrededor de estos problemas. En algunos casos de niñas que pretenden ser varones,
por ejemplo, se ha detectado lo que se conoce como “identificación con el agresor”.
Una niña de 7 años que visitó la clínica por presentar síntomas del trastorno de
identidad de género tenía una relación muy conflictiva con su padre, el cual era
extremadamente crítico, duro y burlesco con ella. Esta niña había desarrollado
numerosos problemas socioemocionales: un comportamiento de oposición extrema con
sus padres, celos intensos dirigidos hacia una hermana menor, sensibilidades
sensoriales que resultaban en comportamientos ritualistas, todo lo cual la hacía una
niña muy difícil de criar para sus padres. En este caso, gran parte del tratamiento con el
padre se centró en discutir cómo su ira hacia su hija no ayudaba, sino que
probablemente empeoraba la situación.
Cuando los padres presentan alguna patología, tal como la relacionada al dolor
por el género del niño, se debe explorar con ellos el impacto que ese trastorno puede
tener en sus sentimientos para el niño. En un caso respectivo al tratamiento de un niño
de 8 años, su madre presentaba un claro trastorno con respecto al niño, ya que
estaba extremadamente deprimida y ausente de su rol como madre. En la sesión de
terapia la mujer reveló que había sido violada en la adolescencia y que trató de superar
el trauma cayendo en una conducta promiscua (para olvidar esa situación, racionalizó
que era mejor “atacar” que “ser atacada”). También reveló que “odiaba a los
hombres”.
Tanto era el odio de esta mujer, que solo se acercaba a su pequeño hijo parapeinarlo
por las mañanas (la mujer era peluquera).
Casos como estos requieren de incluso varios años de terapia con el padre o
la madre.

El ambiente natural del niño


El segundo lugar hay que investigar el ambiente natural del niño, ya que
muchas veces ocurre, como vimos, que los padres lamentablemente no le ponen límites
al deseo de sus hijos de ser del sexo opuesto e incluso alientan este comportamiento
comprando juguetes o dejando que se vistan de determinada forma, lo cual profundiza
aún más el trastorno. El Dr. Zucker afirma que, en más de 30 años de experiencia
clínica, “la tolerancia temprana de los padres o el refuerzo del comportamiento del
género opuesto por parte de ellos ha sido la regla, no la excepción”. Es decir que en la
mayoría de los casos el niño desarrolla el trastorno cuando es alentado por sus padres.
Ahora bien, el objetivo de la psicoterapia con los padres no es alentarlos a un régimen
más autoritario, sino invitarlos a que exploren el significado de la conducta de su hijo y
las razones por las que este pueda estar actuando deesta manera. Expliquemos.
En un caso, llegó un niño a la clínica traído por su madre. El padre había
fallecido en un accidente y para poder mantener el hogar la madre tenía dos trabajos. El
niño, por lo tanto, no veía casi nunca a su mamá y pasaba las tardes en la casa de una
vecina que lo cuidaba. El niño comenzó a experimentar ansiedad por la separación y
comenzó a vestirse como niña, además de armar un muñeco que representaba a su
mamá, junto al cual dormía por las noches. Durante la terapia, se ayudó a la madre a
ver la conexión entre el sentimiento de abandono de su hijo y el trastorno de identidad
de género que había comenzado a desarrollar, para así motivarla a pasar más tiempo
con él y especialmente explicarle el por qué tenía que trabajar por tantas horas. Se le
aconsejó que deje fotos suyas para que el niño ponga en su cama al dormir y llamarlo
por teléfono a la tarde después de la escuela y a la noche antes de que el niño fuera
a dormir, además de pasartodo el tiempo con él el único día que tenía libre.
A los padres hay que hacerles ver que toda conducta que manifiesta un
trastorno de la identidad de género es de hecho un síntoma y los síntomas se ayudan a
superar solo cuando se comprende el mecanismo subyacente a tal conducta. Por eso,
con forzar a un niño a que no se vista de determinada
manera no se soluciona el problema; hay que ir más profundo, a aquello que causa que
el niño actúe de determinada manera.
Otro elemento a considerar con los padres durante el tratamiento, es el ayudar
al niño a establecer amistades con otros niños del mismo sexo, porque es en estas
relaciones entre varones o entre niñas que se consolida la propia identidad de género.
Al niño hay que integrarlo en actividades con niños del mismo sexo y de la misma edad
y que tengan un temperamento similar y con niños más grandes en actividades
comunitarias, deportivas etc., para que se forme en ellos una imagen positiva de qué
significa ser varón o niña. Es importante que sean niños del mismo sexo, ya que la
mayoría de los niñoscon trastorno de identidad de género prefieren jugar con niños del
sexo opuesto. Otro dato importante es que la mayoría de los niños que padecen este
trastorno tuvieron contacto mayoritariamente con niños del sexo opuesto cuando eran
muy pequeños.
También es importante que los padres limiten la conducta del sexo opuesto en
el niño y por el contrario alienten una conducta apropiada según su sexo biológico.
Por ejemplo, no dejar que se vista como nena si es varón y no festejar actitudes
femeninas o prestar atención, ya que muchas veces eso es lo que quiere el niño.
Darle toda la atención que sea necesaria, pero que no sea ese tipo de conducta el
modo como lo obtenga de sus padres. Con respecto a esto, es importante que los
padres hablen con sus hijos acerca del género y lo que significa ser varón o mujer,
porque generalmente tienen una idea errada y rígida sobre estos conceptos.
Todas estas cosas parecen fáciles de lograr, pero es una realidad factible solo
cuando los padres no experimentan ninguna patología. En los casos de padres
inundados con sus propios problemas, especialmente psicológicos y emocionales, se
hace muy difícil un tratamiento apropiado, porque generalmente se sienten
desahuciados y muchas veces no tienen la fuerza necesaria para este tipo de
acompañamiento. No sin razón el ideal de familias unidas y bien constituidas es lo
mejor que se puede “predicar”, ya que es el remedio más seguro para prevenir posibles
desviaciones psicológicas en el futuro.

El plan de los activistas LGBT: Intervenciones terapéuticas en niños

El Dr. Zucker, como vimos, desarrolló un magnífico plan de tratamiento para niños
que padecen algún trastorno de la identidad de género. El objetivo
de dicho tratamiento es ayudar al niño a trabajar en la percepción y aceptar el propio
género, el cual tiene un fundamento profundamente biológico.

En una perspectiva totalmente opuesta se encuentra el plan de los activistas


LGBT: normalizar la conducta del niño, promover que es simplemente una “identidad”
distinta, la cual hay que aceptar en nombre de la “diversidad” sexual, ya que nos
enriquece a todos como sociedad. Obviamente que, en todo este discurso, se deja
completamente de lado la condición del niño, sus problemas patológicos y las
consecuencias mortales de la “afirmación de la identidad de género”: el 41% de las
personas que caen en este engaño intentan terminar su vida con el suicidio. Es
realmente lamentable y lo peor es que estos activistas LGBT lo saben. ¿Criminales?
Posiblemente. Y abusadores de víctimas inocentes, ya que el proceso para
“reasignación de sexo”, el cual incluye tratamientos hormonales e intervenciones
quirúrgicas, conlleva grandes complicaciones y riesgos sustanciales, sea que se trate
de niños o de adultos.
Esta terapia de “afirmación” y normalización de una conducta patológica se ha
hecho común por medio de las distintas “guías” de tratamiento de esta condición. Este
tipo de tratamiento pretende “ayudar” al niño a que se identifique con la etiqueta de
género, cualquiera de los 112 géneros que desee en cada momento. Es más, en
algunos casos se alienta que el niño haga una transición constante y fluida a lo
largo de varios géneros distintosdependiendo del día y la hora…
El plan de los activistas se puede resumir en cuatro etapas de “transición” bien
marcadas.
En primer lugar, la transición que el activismo LGBT promueve comienza con una
transición social: comprarle al niño ropa nueva (concorde al género elegido), ponerle un
nuevo nombre, nuevos pronombres para dirigirse a él o ella (en idiomas como el inglés
y el sueco se han creado cantidad de pronombres para reemplazar los fundamentados
en la biología), emplear “lenguaje inclusivo” y tratar al niño como si fuese del género
elegido.
En segundo lugar, se insiste en comenzar cuanto antes en un tratamiento
hormonal que bloquee las hormonas naturales del varón o la niña, de tal manera que se
frene el proceso natural de crecimiento y desarrollo. Es decir, se busca bloquear al niño
justo antes de que comience la pubertad. El propósito de este tratamiento es evitar
que el niño progrese físicamente e
ingrese en la pubertad para, como consecuencia, no desarrollar las características
secundarias de su sexo biológico. Es así, por ejemplo, que en una niña el tejido
mamario se va a debilitar e incluso desaparecer por completo y en un niño va a
disminuir el volumen de los testículos.
Es muy peligroso jugar con una etapa esencial del desarrollo humano,
especialmente cuando no se saben las consecuencias nefastas que puedan tener.
Hasta hoy, es un misterio qué es lo que causa la activación de las hormonas que dan
comienzo a la pubertad. Durante esta etapa ocurren cambios fisiológicos y
morfológicos en el cuerpo del niño y la niña debido a que las gónadas sexuales entran
en una etapa adulta. Estos cambios involucran a casi todos los órganos y estructuras
del cuerpo, pero no comienzan a la misma edad ni se completan en el mismo tiempo en
distintos individuos. Y la pubertad no se completa hasta que el individuo tiene la
capacidad física para concebir y, en la mujer, llevar al bebé en su vientre. Además, se
producen cambios que son necesarios para la supervivencia, tales como el desarrollo
del sistema circulatorio y respiratorio, lo que posibilita un aumento de la fuerza y la
resistencia física. Pero los bloqueadores hormonales previenen todo este desarrollo
normal del cuerpo humano.
Esta terapia hormonal “bloqueadora” propuesta por los ideólogos del género se
promueve por medio de tres argumentos falsos. En primer lugar, se argumenta que, si
el niño decide ser transexual en el futuro, será muy difícil el poder realizar una
transición perfecta a menos que no se haya desarrollado sexualmente. Por esta razón,
afirman, es necesario frenar la masculinización o feminización del niño. Por otro lado,
se miente al decir que tal tratamiento es totalmente reversible, porque si se bloquea el
desarrollo del cuerpo por 10 años este no vuelve a recomenzar y crecer normalmente
una vez que se deja de administrar bloqueadores hormonales; además, las secuelas
van a afectar a la persona de por vida. En segundo lugar, se dice que para quien sufre
de trastorno de identidad de género es “perjudicial” para la salud el que atraviese por la
pubertad, ya que puede alterar una “sana psicología”. Esto muestra que hay
endocrinólogos totalmente ideologizados y de un modo realmente perverso. En tercer
lugar (y esto es más perverso aún), los activistas saben que el 95% de niños
diagnosticados con disforia de género logran superar el trastorno con buena terapia y
por los cambios hormonales que ocurren de modo natural durante la pubertad. Sin
embargo, es muy difícil médicamente que el niño supere el trastorno psiquiátrico una
vez que ha comenzado una terapia hormonal invasiva, ya
que las hormonas sexuales que surgen durante la pubertad ayudan a un adolescente
con trastornos de género a identificarse con su sexo biológico.
Esta es la razón por la que los activistas del género (en inglés se los llama
“rainbow counselors” o consejeros arcoíris) tratan de comenzar cuanto antes la
administración de bloqueadores hormonales, incluso en niños entre los 4 y 6 años, para
que así no superen nunca más la disforia de género y eventualmente hagan la
“transición” al sexo opuesto.
La tercera etapa en el proceso de “transición” consiste en la administración de
hormonas sintéticas que imitan las del sexo opuesto: estrógeno para los varones (para
feminizar su apariencia) y testosterona para las mujeres (para que parezcan varones).
Este proceso comienza alrededor de los 16 años, con el propósito de “imitar” lo
que ocurriría naturalmente si estos adolescentes fuesen del sexo opuesto. En
adolescentes mujeres que buscan cambiar de sexo femenino a masculino, la
administración de testosterona lleva al desarrollo de una “voz gruesa, crecimiento del
vello facial y corporal y una forma corporal más masculina”, como también el
agrandamiento del clítoris y la atrofia del tejido mamario. En los varones que pretenden
convertirse en mujeres, la administración de estrógenos dará como resultado “el
desarrollo de pechos y el cuerpo tomará una apariencia femenina”. Por otra parte, para
poder mantener esa apariencia, se deberá administrar hormonas por toda la vida, más
aún si se realiza una operación de “reasignación de sexo”, ya que se extirpan las
glándulas sexuales, con graves consecuencias para la salud de la persona.
En cuarto lugar, después de unos dos años de terapia hormonal, alrededor de
los 18 años, se somete al adolescente a una serie de operaciones de “reasignación de
sexo”. Esta consiste en la amputación de características sexuales primarias y
secundarias, así como también en cirugías plásticas para crear características acordes
al “nuevo sexo”.
La cirugía de hombre a mujer involucra la construcción de genitales externos
de apariencia femenina (lo que implica la extirpación del pene y los testículos), además
del agrandamiento de los pechos si la terapia con estrógenos no ha dado como
resultado un crecimiento satisfactorio de los mismos. Para pacientes de sexo femenino
a masculino, la primera cirugía es la mastectomía, en la cual se extirpan los pechos.
Luego sigue la faloplastia, en la cual se construye quirúrgicamente un “pene”, aunque
no toda mujer se somete a esta operación, ya que la calidad y la funcionalidad del
“pene” varía(aparte de no conferir la capacidad reproductiva del hombre). En estas
intervenciones sí es común que se extirpe el útero y los ovarios. Una vez que se han
extirpado las gónadas (los testículos en el hombre y los ovarios en la mujer), se
suspende el tratamiento con bloqueadores hormonales, ya que una vez que se
eliminan las gónadas, ya no se producen más hormonas las sexuales del propio sexo.
Esto va a tener repercusiones de por vida en la salud de la persona, ya que va a tener
un efecto biológico significativo al eliminar la capacidad reproductiva natural del
individuo y la capacidad de producir importantes hormonas sexuales que influyen en el
desarrollo normal del cuerpo y el funcionamiento del organismo. Además, tal operación
no otorga lo que nos constituye en hombres o mujeres: la capacidad reproductiva. Es
decir, una mujer “trans” nunca va a poder quedar embarazada, al igual que un
hombre “trans”. Y en caso de arrepentirse, lo cual ocurre seguido a pesar de que los
activistas LGBT nunca lo admiten, lamentablemente estas intervenciones son
irreversibles, ya que al extirparse los órganos que producen los andrógenos y
estrógenos, los cuales son cruciales para el desarrollo sexual, no se pueden ni injertar
nuevamente ni trasplantar desde otra persona. Sin embargo, se debe continuar
administrando de por vida las hormonas correspondientes al sexo que se quiere imitar.
Sin este procedimiento de reemplazo hormonal el paciente padecería graves trastornos
y problemas de salud similares al hipopituitarismo.
Es necesario también agregar algo más con relación a las terapias hormonales
ya que, como afirmamos, pueden ser sumamente peligrosas para la integridad física de
la persona. La hormona empleada en dicho tratamiento es el análogo sintético GnRH,
creado por el endocrinólogo Andrew Schally en 1971. Estas intervenciones
hormonales no se desarrollaron con el propósito de suprimir la pubertad para que así
niños realicen la “transición” alsexo opuesto, sino que esta terapia fue ideada alrededor
de 1981 como una forma de normalizar la pubertad para aquellos niños que
experimentan un trastorno llamado “pubertad precoz”, el cual ocurre en un número
ínfimo de niños. Se considera precoz cuando la pubertad comienza a muy temprana
edad (en niñas antes de los 8 años y en varones antes de los 9). Entre las razones
para atrasar la pubertad cuando un niño es tan pequeño podemos nombrar el hecho de
que la pubertad temprana frena el crecimiento en la altura y previene el crecimiento
posterior de los huesos. Ahora bien, este tipo de tratamiento solamente retrasa la
pubertad, a diferencia del tratamiento de bloqueadores hormonales que directamente la
suprime para siempre. Una nueva aplicación de estas hormonas sintéticas se comenzó
en Canadá en
1981 con el propósito de suprimir la producción normal de hormonas sexuales
masculinas en adultos que se identificaban como mujeres, pero no fue recién hasta
1998 que se describió la primera aplicación para bloquear la pubertad en adolescentes
que buscaban cambiar de sexo en Holanda.
Cuando estas hormonas se emplean para bloquear el desarrollo normal del
niño, se siguen efectos muy negativos en la salud, ya que afecta el crecimiento de los
huesos, previene el desarrollo completo y maduro del cerebro e inhibe la fertilidad
(muchas veces de por vida). En el varón, los testículos y el pene no maduran y su
masa muscular no se desarrolla, además de causar cáncer testicular y de mama y la
obesidad. En las niñas, estos bloqueadores impiden la menstruación y probablemente
dejen infértil de por vida a la niña. Además, otros efectos adversos del análogo sintético
GnRH incluyen la somnolencia, cefaleas, edemas, trastornos digestivos, efectos
adversos en el tejido mamario, endometrio y ovarios y la depresión, la cual induce a la
ideación de suicidio (esta es la razón verdadera por la cual tantos niños “trans” se
suicidan).
Ya que se bloquean las hormonas naturales que produce el cuerpo, es
necesario reemplazarlas con hormonas sintéticas (en este caso, hormonas que imitan
el desarrollo del sexo opuesto). Estas hormonas sintéticas aumentan el riesgo de
problemas cardíacos y la esterilidad. Además, el estrógeno oral, el cual se administra a
varones, causa trombosis, enfermedades cardiovasculares, aumento de peso, presión
alta, intolerancia a la glucosa, enfermedades de la vesícula, prolactinomas (tumores en
el pecho) y cáncer de mama. Cuando a una mujer se le administra hormonas
masculinas tales como la testosterona, se afecta el colesterol, aumenta el riesgo de
enfermedades cardíacas, causa la intoxicación hepática y el exceso de glóbulos rojos,
causa apnea del sueño (se interrumpe la respiración mientras se duerme, lo que
lleva a la sofocación), causa la resistencia a la insulina y afecta el tejido ovárico,
mamario y endometrio.
Aquí también es importante notar que los bloqueadores hormonales no
están aprobados por la FDA (organismo que regula los medicamentos en los Estados
Unidos) para este tipo de “tratamiento”. ¿Cómo se saltea el problema? Las compañías
farmacéuticas simplemente evitan decir que están diseñadas para ese propósito, ya
que no se ha demostrado que sean eficientes y seguras para su administración en
seres humanos y la FDA no hace nada al respecto. ¿Complicidad? Ciertamente.
Además, este es un gran negocio para las compañías farmacéuticas, los
endocrinólogos envueltos y los médicos
cirujanos que realizan las intervenciones quirúrgicas, especialmente cuando es el
Estado quien paga estos tratamientos.
Por último, es importante notar que el caso de disforia de género y los
trastornos de identidad de género en niños son una realidad totalmente distinta de
distintos tipos de transexualidad en adultos. Como vamos a ver más abajo, la causa de
la transexualidad en adultos (cuando esta no tiene origen en la disforia o trastorno de
identidad de género) tiene un origen totalmente distinto a los factores que analizamos
más arriba. El procedimiento de “reasignación de sexo” en estas personas es similar al
descrito, pero la causa, aquello que lleva a un adulto a ser “trans” es totalmente
distinta. Es por esta razón que los adultos “trans” y los niños “trans” pertenecen a
categorías totalmente distintas y deben ser considerados por separado. Esta distinción
científica es algo que la ideología de género deja de lado por completo.

Causas de la transexualidad en adultos

La psiquiatría ha podido determinar las causas que impulsan a la persona


adulta a pedir el tratamiento inusual y radical de reasignación de sexo. Como
afirmábamos arriba, los casos de adultos “trans” son totalmente diferentes al de
personas que ya de niños padecían algún trastorno de identidad de género. La mayoría
de los casos de transexualidad en adultos se dividen en uno de dos grupos bien
diferenciados, según los importantes estudios llevados a cabo en la Universidad John
Hopkins, replicados por expertos en varios países. Los dos tipos de transexualidad
adulta son la “homosexualidad reprimida” y el trastorno conocido como
“autoginefilia”.

La “homosexualidad reprimida”
El primer grupo de transexuales está formado por hombres con tendencia al
mismo sexo y cuya conducta homosexual está en conflicto con sus creencias, con su
conciencia y con la sociedad en la que viven. Por ejemplo, si la persona fue educada
en un ambiente con valores morales en los cuales la conducta homosexual no se veía
bien, pero que por distintas razones (tales como el abuso, violencia, padre ausente,
etc.) cayó en esa conducta homosexual, esa persona posiblemente va a experimentar
un gran conflicto interior y mucha culpabilidad. Esta consciencia de culpabilidad por la
conducta homosexual es reprimida, viendo como única salida el “cambio de
sexo”. De esta manera la persona se plantea que: “si fuese mujer, los actos
homosexuales ya no serían tales”, “si fuese mujer, mi familia no tendría vergüenza de
que me acueste con tal o cual hombre”, “si fuese mujer, la sociedad no condenaría mi
homosexualidad”. Por medio del cambio de sexo, la persona busca resolver un conflicto
interno sobre la homosexualidad y por eso se dice que este tipo de transexualidad es
una “homosexualidad reprimida”. En estos casos, por ejemplo, el “trans” mantiene
relaciones con hombres, lo que técnicamente es conducta homosexual después de
todo.
Esta figura del “homosexual reprimido” parece aplicarse perfectamente en un
conocido mediático argentino “trans”. Aunque este autor no ha tratado jamás con esa
persona, se puede deducir por varias entrevistas que ha ofrecido que ciertos factores
en su infancia lo hayan llevado a la conducta homosexual, como el perder a una buena
madre muy temprano y crecer con un padre violento y con el cual tuvo una dura
relación. Sinembargo, debido a su fe católica en la niñez (la cual incluso recientemente,
ya siendo “trans”, lo llevó a bautizar sus dos hijos adoptivos para así criarlos “en la fe”
como su madre hizo con él), puede ser que perciba a los actos homosexuales como
algo desordenado, lo cual lo ha llevado a reprimir esa conducta homosexual por medio
de la transexualidad. El caso parece encajar en la categoría del “homosexual
reprimido”.
En un duro artículo científico que denuncia fuertemente a los activistas LGBT,
los cuales ocultan mucha información científica a personas que buscan hacer la
“transición”, el psicólogo Michael Bailey y Kiira Treia, un ex transexual tratado por el
nefasto Dr. Money, refutan la idea de que un transexual es una mujer “atrapada en
cuerpo de hombre” y sacan a la luz el testimonio de transexuales que son claros casos
de “homosexuales reprimidos”. A este grupo de transexuales ellos los clasifican como
“transexuales homosexuales”, ya que su conducta es de hecho homosexual, siendo el
objeto de su atracción “hombres atractivos”, pero que sin embargo hacen la “transición”
a “mujer” debido a las dificultades sociales, románticas o sexuales que atraviesan.

La “autoginefilia”
El segundo grupo de transexuales es aquel de hombres con tendencia a la
mujer (aunque algunos pueden tener tendencia al mismo sexo simultáneamente) y que
padecen un trastorno psiquiátrico del grupo de las “parafilias” llamado “autoginefilia”.
Las “parafilias” se definen como trastornos psiquiátricos que se manifiestan
como un interés erótico inusual, intenso y persistente, algunos de los cuales son
violentos (tales como la pedofilia y el sadomasoquismo) y otros no (por ejemplo, el
fetichismo y la autoginefilia). Dentro de la categoría de las parafilias se encuentra la
autoginefilia, la cual designa el trastorno por el cual el hombre desea hacerse pasar por
el cuerpo de las personas o cosas a las que es atraído sexualmente. El nombre de
“autoginefilia”, entonces, indica que el hombre experimenta atracción hacia la mujer,
pero esto ocurre cuando la mujer es él mismo. Por eso el término científico está
compuesto por “auto” (en referencia a sí mismo), gine (mujer) y filia (amor). Es decir, la
autoginefilia se manifiesta como una auto excitación sexual cuando el hombre se viste
como mujer (travestismo) y se excita con la mujer que ve (o sea, se ve a él mismo
“transformado” en mujer).
El término fue acuñado por el Dr. Ray Blanchard, quien es el especialista más
importante en el tema, con el fin de expresar esta experiencia erótica del hombre
consigo mismo como mujer.
A medida que progresa el trastorno, las personas que padecen autoginefilia
(exclusivamente son hombres) necesitan de experiencias cada vez más fuertes.
Además, este trastorno ocurre en conjunto con el trastorno sadomasoquista y el
travestismo (vistiéndose como mujer). En algunos casos, el vestirse con ropa interior
femenina ya no basta, por lo que el hombre busca parecerse lo más posible a una
mujer, lo cual lo lleva a intentar “convertirse” en mujer. Aunque no todos los hombres
que padecen de autoginefilia terminan siendo “transexuales”, hay quienes se someten
a intervenciones quirúrgicas para implantes mamarios y algunos incluso terminan
pidiendo la amputación del pene y la reconstrucción pélvica para que sus genitales se
parezcan a los de una mujer. Además, un rasgo común en personas que padecen este
trastorno es el experimentar una fantasía erótica de ser admirados en cuanto mujeres
por otras personas. Tal vez eso explique por qué este grupo de transexuales se
reconoce en las calles por lo exagerado de su figura, como buscando llamar la
atención.
Quien parece padecer este serio trastorno es Bruce Jenner, quien en 1976
ganó la medalla olímpica en el decatlón masculino. En abril del 2015, Bruce anunció
que se identificaba como mujer, llamándose ahora Caitlyn Jenner. Su caso recibió
muchísima atención mediática, con dos Reality Shows para seguir su “transición”. Lo
que los medios y los activistas LGBT ocultaron, es que de fondo su condición
manifiesta un grave trastorno
psiquiátrico: la autoginefilia. El prestigioso psiquiatra Dr. McHugh afirma al respecto:
“No he tratado personalmente ni examinado a Jenner, pero su comportamiento se
parece al de algunos de los hombres transgénero que hemos tratado a lo largo de los
años. Estos hombres querían mostrarse de manera sexy, vistiendo ropas femeninas
provocativas. La mayoría de las veces, mientras afirmaban ser una mujer en el cuerpo
de hombre, se declaraban ‘lesbianas’ (con atracción a otras mujeres). La fotografía de
Bruce Jenner (un hombre de unos sesenta y tantos años) posado con un corsé
reforzado, elevando los senos y haciendo alarde de sí mismo como si fuera una chica
vedette de unos veinte o treinta años en la portada de Vanity Fair sugiere que él encaja
en el molde de comportamiento que Ray Blanchard ha llamado autoginefilia”.
En el Instituto Clark de Toronto, donde trabajó el Dr. Blanchard por muchos
años, se realizaron importantes estudios que profundizaron la condición de este
segundo tipo de transexuales, identificando a estos hombres por la autoexcitación que
experimentan al imitar a la mujer en el proceso de seducción sexual. Este tipo de
conducta sexual ocurre “en la cabeza” de la persona, ya que se imagina que su parecer
excita sexualmente a otras mujeres. Lo interesante es que, ya habiendo transcurrido la
etapa de vestirse como mujer y habiéndose sometidos a operaciones quirúrgicas, al
descubrir que las mujeres eran el objeto de su interés, se comienzan a identificar como
“lesbianas” ante el psiquiatra.
No es sin razón, como veremos, que distinguidos psiquiatras han rechazado
cualquier tipo de intervención hormonal y quirúrgica en estos individuos, ya que aquí
estamos frente a un tipo de trastorno mental que debe ser tratado con un tipo de
terapia apropiada. Pero ¿por qué se oculta esta realidad? Por que los activistas LGTB
saben que es más fácil que la sociedad acepte a una persona que se cree mujer, o
atrapado en cuerpo equivocado, que el aceptar a un hombre que se excita
eróticamente con la idea de ser mujer porque padece una parafilia llamada
autoginefilia. Por esa razón, el activismo LGBT define erróneamente al transexual como
“una persona en la que las estructuras del cerebro relacionadas con el sexo, las cuales
definen la identidad de género, son exactamente opuestas a los órganos físicos del
cuerpo”. Esta teoría es totalmente falsa, ya que no representa la realidad de la persona
“trans”, además de ser una gran contradicción, ya que es genéticamente imposible que
haya una oposición entre el cerebro y los órganos del cuerpo, como vimos más arriba,
debido a que el cerebro controla
las operaciones del organismo, incluyendo las hormonas que actuaron en la formación
de los genitales. Si el cerebro fuese de mujer, es imposible que el cuerpo se desarrolle
como el de un hombre.

Terapia de “reasignación de sexo” en adultos

El estándar LGBT para ser considerado un hombre o mujer “trans” es


simplemente que la persona desee identificarse como lo contrario a su sexo biológico y
ser socialmente aceptada como tal. Es decir, la autopercepción de la persona, incluso
con graves problemas mentales, vale más que la ciencia. Si una persona se siente
angustiada por su género biológico, la acción “políticamente correcta” es afirmar la
nueva y auténtica identidad de género, la que existe solo en los sentimientos de la
persona “trans”. ¡Vaya criterio!
Al considerar esta extraña etapa en la que se introdujo una práctica que bien
podríamos llamar criminal, es importante tener en cuenta quiénes fueron aquellos
doctores a favor y en contra de las primeras operaciones de reasignación de sexo.
El primer intento de operación para reasignar el sexo se realizó en Alemania en
1930. Lili Elbe, el primer paciente del que se tenga noticia, posiblemente padecía el
trastorno de la autoginefilia descrito más arriba. Elbefue sometido a cuatro operaciones,
pero falleció 3 meses después de habérsele intentado realizar un trasplante de útero.
No fue hasta 1952 que se logró una operación “satisfactoria” en Christine Jørgensen,
quien viajó de los Estados Unidos a Dinamarca para el procedimiento. Esto dio pie a
ideólogos del género a abrir una clínica del género en la Universidad John Hopkins, en
Baltimore, liderados por el ya mencionado “misionero del sexo” Dr. Money.
Un hecho curioso es que el movimiento “transgénero” comenzó por el trabajo
de tres hombres que compartían un vínculo común: los tres eran activistas de la
pedofilia y pedófilos practicantes, además de otras aberraciones sexuales. Ellos fueron
el Dr. Alfred Kinsey (fundador de la “sexología”), el Dr. John Money (cuyo
involucramiento con los mellizos Reimer ya relatamos) y el Dr. Harry Benjamin.
También no podemos dejar de mencionar aquí el importante trabajo contra la ideología
de género en la psiquiatría realizado por el eminente Dr. Paul McHugh, quien formaba
parte de la clínica de John Hopkins.
Comencemos con el infame Dr. Alfred Kinsey, biólogo convertido en
“sexólogo”, cuyo nefasto legado perdura hasta el día de hoy. Kinsey afirmaba
que todos los actos sexuales eran legítimos, incluidos la pedofilia, la bestialidad, el
sadomasoquismo, el incesto, el adulterio, la prostitución y el sexo en grupo, actos que
él practicaba sin remordimiento. Lo que es peor, Kinsey autorizó experimentos
despreciables e imposibles de describir en este libro con bebés y niños pequeños para
intentar demostrar y justificar su opinión de que los niños ya a temprana edad disfrutan
del mantener relaciones sexuales. Por eso se entiende que Kinsey abogó por la
normalización de la pedofilia, presionó contra leyes establecidas para proteger a niños
inocentes y pidió que no se castigue a depredadores sexualescomo él.
El “transexualismo” se agregó al repertorio pseudocientífico de Kinsey cuando se le
presentó el caso de un niño afeminado que quería ser niña. Kinsey consultó a un
conocido suyo, el endocrinólogo Dr. Harry Benjamin, quien también estaba interesado
en el tema. El caso de los travestis (hombres que se visten como mujeres) era una
patología psicológica conocida por ellos.Sin embargo, Kinsey y Benjamin vieron en este
caso una oportunidad para experimentar y tratar de cambiar físicamente a una persona
por medio de tratamientos hormonales y cirugías y se pusieron manos a la obra para
trabajar juntos en el primer caso de lo que Benjamin más tarde llamaría
“transexualidad”. Y así fue como al movimiento LGB se le agregó la T…
El Dr. Benjamin pidió a varios psiquiatras que evaluaran al niño para un
posible procedimiento quirúrgico con el fin de feminizar su apariencia. Sin embargo,
ninguno de ellos estuvo de acuerdo con la cirugía experimental. Eso no detuvo a
Benjamin, quien por su cuenta comenzó a ofrecer terapia hormonal femenina al niño, el
cual fue a Alemania a realizarse una cirugía parcial y nunca se supo más de él.
El tercer cofundador del movimiento transgénero fue el ya mencionado
psiquiatra Dr. John Money, un dedicado discípulo de Kinsey y miembro del equipo de
investigación del transexualismo encabezado por el Dr. Benjamin. Como contamos,
Money realizó intervenciones quirúrgicas en David Reimer sin ninguna justificación
médica, con la idea de que uno no nace, sino que se hace varón o mujer. La finalidad
de su experimento fue hacerse no solamente famoso, sino también el proponer al
público sus teorías de género sin importar las consecuencias para el paciente.
Estos médicos activistas del género fueron publicitados como “brillantes” por
los medios, ya que proveían de los tan buscados “argumentos científicos” en favor del
Lobby LGBT. Pero lo que informaba Money era en
realidad un fraude, ya que los intentos por cambiar de género al niño fueron un fracaso
y pasarían décadas antes de que la verdad fuera revelada. Pero para entonces ya
era demasiado tarde, ya que el lobby LGBT, por presión mediática y por medio de la
mentira, creó el campo emergente de las teorías de género. Lamentablemente, la
revelación de los verdaderos resultados de la investigación y el fraude del Dr. Money
llegaron demasiado tarde para todas aquellas personas que fueron víctimas de la
ideología de género. Para ese entonces, el uso de la cirugía ya estaba bien
establecido con protección legaly financiera y a nadie le importaba que sus fundadores
hubieran sido desacreditados científicamente. Además, se habían fundado decenas de
centros académicos para el estudio del género. Como se puede deducir, tales centros
solo tienen de académico el nombre, ya que son en si establecimientos
pseudocientíficos e imbuidos de ideologías totalitarias tales como el marxismo.
Podemos afirmar con toda certeza, entonces, que el tratamiento hormonal y
las intervenciones quirúrgicas no pueden de hecho transformar un hombre en mujer y a
una mujer en hombre. En la misma clínica de identidad de género que el Dr. Money
fundó en 1965, el joven profesor de psiquiatría Dr. Paul McHugh se preguntaba por qué
no seguían una terapia similar a la empleada con personas alcohólicas: la serenidad
para aceptar las cosas que no podían cambiar, la valentía para cambiar aquellas que sí
se podían cambiar y la sabiduría para percibir la diferencia. “¿De dónde sacaron la idea
que nuestra identidad sexual como hombres o mujeres pertenecía al grupo de cosas
que se podían cambiar?”, se preguntaba. Sus colegas le presentaban pacientes cuyo
sexo les había sido “reasignado”, pero nada de esto lo lograba persuadir.
Una cosa que le parecía muy extraña al Dr. McHugh, es que las personas que
buscaban la reasignación de sexo ponían un esfuerzo muy grande en tratar de
convencer a aquellos que podrían influir en la decisión para admitirlos a tal tratamiento
y operación. Además, habían otros tresfactores presentes en todas estas personas. En
primer lugar, parecían obsesionados con el sexo y sus experiencias sexuales,
mostrando una preocupación exagerada por sus ansias y aventuras sexuales. En
segundo lugar, querían o decían ser mujeres, pero nunca hablaban de bebés o niños,
es más, eran totalmente indiferentes a los niños. Y, en tercer lugar, muchos de estos
hombres que pretendían ser mujeres informaban que se encontraban sexualmente
atraídos hacia la mujer, por lo que se consideraban “lesbianas” a
sí mismos. Cuando el Dr. McHugh les notaba que se sentían atraídos hacia una mujer
porque de hecho ellos eran hombres, estos le contestaban que se dejaba llevar por
“estereotipos sexuales”.
Por mientras, simplemente decidió no involucrarse en la terapia, hasta que un
día fue promovido como director del departamento de psiquiatría de la Universidad John
Hopkins, a la que pertenecía el instituto. En ese momento se dio cuenta que, si
permanecía pasivo al respecto, estaría tácitamente apoyando los tratamientos que se
llevaban a cabo, lo cual iba contra su conciencia como doctor. Pero antes de tomar una
decisión, decidió que era tiempo de investigar los resultados de los procedimientos que
se llevaban a cabo bajo su autoridad, ya que los consideraba una desviación de la
psiquiatría.
El Dr. McHugh presentó dos temas como objetivos de investigación. Primero,
quería probar si los hombres que se habían sometido a una cirugía de cambio de
sexo habían encontrado una solución para sus muchos problemas psicológicos. En
segundo lugar, quería ver si aquellos varones con genitales ambiguos que habían sido
transformados quirúrgicamente y eran criados como “mujeres” realmente aceptaban
fácilmente la nueva identidad sexual. Esto era algo clave para él, porque los resultados
de la investigación mostrarían si es verdad realmente que el “sexo biológico” y el
“género” son dos cosas distintas, es decir, el sexo como determinado genética y
hormonalmente desde la concepción y el género como algo asignado culturalmente por
las acciones de la familia y otros durante la infancia, como afirmaban Simone de
Beauvoir, el Dr. Money y otros en la misma clínica queél ahora dirigía.
Con respecto al primero objetivo, el Dr. McHugh le encargó al psiquiatra Dr.
Jon Meyer que hiciera un seguimiento de todos aquellos que se habían operado en la
clínica, para así poder determinar si la reasignación de sexo realmente los había
beneficiado. Como resultado, el Dr. Meyer descubrió que solo unos pocos lamentaban
haberse hecho la operación, pero que, sin embargo, la condición psicológica no había
cambiado mucho en todos los pacientes. Es decir, “tenían los mismos problemas con
las relaciones, el trabajo y las emociones que antes. La esperanza de que salieran de
sus problemas emocionales para florecer psicológicamente no se había cumplido”. Con
esos datos en mano, el Dr. McHugh confirmó lo que por tanto tiempo pensaba: “llegué
a la conclusión de que Hopkins estaba cooperando fundamentalmente con una
enfermedad mental. Los psiquiatras,
pensé, haríamos mejor en concentrarnos en tratar de arreglar sus mentes y no sus
genitales”.
En cuanto al segundo objetivo del estudio, se le encargó al psiquiatra y
pediatra experto en urología Dr. William G. Reiner que hiciese un seguimiento
sistemático a un grupo de niños que habían nacido con problemas de desarrollo
genital (“intersexuales”), quienes habían sido “transformados” en niñas a temprana
edad por médicos de la clínica (Money y compañía), para así determinar si realmente
habían aceptado la identidad sexual asignada. Para analizar la hipótesis de que el
género es algo que se construye social y culturalmente, el Dr. Reiner se concentró en
estudiar los casos de niños con extrofia cloacal, una condición genética por la cual el
pene masculino no se forma y la vejiga y el tracto urinario no están separados
claramente del tracto gastrointestinal. Lo interesante de estos casos, es que el
desarrollo embrionario no es hormonalmente diferente del de un feto masculino normal,
ya que las hormonas son proporcionadas por el cromosoma Y (masculino) y por la
función testicular. Aunque los experimentos con animales habían demostrado desde
hacía mucho tiempo que el comportamiento sexual masculino se derivaba
directamente de esta exposición a la testosterona durante la vida embrionaria, esta
verdad científica lamentablemente no disuadía la práctica pediátrica de tratar
quirúrgicamente a los bebés varones que padecían esta grave anomalía por medio de
la amputación de sus testículos y de cualquier otro vestigio masculino en la estructura
genital, para hacerles una construcción vaginal y criarlos como niñas. ¿Por qué elegían
este procedimiento? Porque quirúrgicamente es más fácil construir una aparente
vagina que un pene, además de la influencia ideológica de que el género se construye
socialmente. La pregunta en el estudio científico del Dr. Reiner, entonces, era si es
posible que los seres humanos son “sexualmente neutros” al nacer y si el hecho de que
hayan sido expuestos a testosterona en el útero hizo fracasar el intento de criar a estos
varones como niñas.
Lo sorprendente del estudio en este grupo de niños (para entonces eran
ya jóvenes) que habían nacido con esa condición y habían sido criados como niñas al
nacer, es que estos varones “rediseñados” casi nunca se sentían cómodos como
mujeres una vez que tuvieron consciencia de sí mismos y de sus alrededores. Desde
temprana edad se comportaron de manera espontánea como niños, lo cual se
manifestaba incluso en el modo de jugar, además de ser obviamente diferentes de
sus hermanas y otras niñas, ya que disfrutaban
de juegos bruscos, pero no de muñecas y de jugar a la casa. Ya más grandes ya pesar
de los grandes esfuerzos de sus padres por tratarlos como niñas, estos niños se daban
cuenta de que eran notablemente diferentes de las niñas. Es así como, al
revelárseles que eran genéticamente varones, estos jóvenes decidían reconstituir sus
vidas como hombres. Algunos de ellos incluso pidieron la reconstrucción quirúrgica de
sus genitales y tratamientos con hormonas masculinas. Por esto, el Dr. Reimer
concluyó que la identidad sexual de la persona se sigue de su estructura genética.
Los resultados de estas dos investigaciones llevaron al Dr. Paul McHugh a
cerrar en 1979 la primera clínica de reasignación de género, para dedicar los esfuerzos
a ofrecer terapia para los trastornos mentales que impulsaban la solicitud de
tratamiento tan inusual y radical. Como afirma él mismo: “Habiendo examinado los
estudios de Reiner y Meyer, nosotros, en el Departamento de Psiquiatría de Johns
Hopkins, finalmente llegamos a la conclusión de que la identidad sexual humana está
principalmente integrada en nuestra constitución por los genes que heredamos y la
embriogénesis que experimentamos”.
No fueron solo estos estudios de la clínica Hopkins los que llegaron a la
conclusión de que la cirugía de reasignación de sexo no era efectiva para tratar de
solucionar un problema que tenía un origen psicológico o genético (como en el caso de
niños “intersexuales”). Casi al mismo tiempo, el “compañero sexual” del Dr. Harry
Benjamin, el endocrinólogo Charles Ihlenfeld, se planteó serias dudas acerca de la
efectividad del cambio de género. ¿La razón? Un número elevadísimo de sus pacientes
se habían suicidado.
El Dr. Ihlenfeld trabajó con el Dr. Benjamin durante seis años y en ese
tiempo administró hormonas sexuales a 500 transexuales. Ihlenfeld sorprendió a
Benjamin al anunciar públicamente que el 80 por ciento de las personas que querían
cambiar su género nunca deberían haberlo hecho, debido a la depresión, la ansiedad y
principalmente el alto número de suicidios. Ihlenfeld decidió dejar de administrar
hormonas a pacientes con disforia de género, abandonó la práctica de la
endocrinología y cambió de especialidad: volvió a la universidad y estudió psiquiatría
para así poder ofrecer una ayuda eficiente a personas con trastornos de identidad de
género.
Tras los estudios dirigidos por el Dr. Paul McHugh y el consecuente cierre de la
clínica de la Universidad John Hopkins, más la drástica y certera decisión del Dr.
Ihlenfeld de abandonar los tratamientos hormonales, los
defensores del Lobby LGBT y de las cirugías de reasignación de sexo necesitaban una
nueva estrategia.
Los doctores Benjamin y Money buscaron a otro amigo, el Dr. Paul Walker, un
activista de los derechos homosexuales y transexuales, el cual ellos sabían era un
apasionado de los tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas de
reasignación de sexo. Para darle legitimidad científica a sus fracasados intentos de
cambiar el género, formaron un comité con el Dr. Walker a la cabeza. Este comité
también incluyó a un psiquiatra, a un activista de la pedofilia, a dos cirujanos plásticos y
a un urólogo, todos los cuales se beneficiarían económicamente de toda cirugía de
reasignación de género. Es así que el ya mencionado Estándares para el cuidado y
salud de personas transexuales, transgénero y no conformes con su género vio la luz
en 1979. Pero estos “estándares”, como se puede ver, no eran más que un intento de
darle legitimación científica a un procedimiento totalmente anticientífico. Como afirma
Walter Heyer, ex transexual: “Es intelectualmente deshonesto ignorar el hecho de que
la cirugía nunca es un procedimiento médicamente necesario para tratar la disforia de
género y que la administración de hormonas de género es perjudicial para la salud. Los
activistas del ‘transgénero’ contemporáneos, los descendientes de Kinsey, Benjamin y
Money, mantienen viva la práctica de la cirugía de cambio de género, la cual es
médicamente innecesaria, mediante el control de la información publicada y tapando
mediáticamente la investigación científica y las historias personales que hablan del
arrepentimiento, la infelicidad y el suicidio de quienes se someten a dicha cirugía. Los
resultados negativos solo se reconocen como una forma de culpar a la sociedad por su
‘transfobia’. Los transexuales que lamentan haber tomado este camino están llenos de
vergüenza y remordimiento. Aquellos que lamentan su decisión no tienen cabida en un
mundo de activismo pro transgénero. En mi caso, tomó años reunir el coraje para
levantarme y hablar sobre el arrepentimiento”.
En el corazón del problema está la confusión sobre la naturaleza de las
personas transexuales. El “cambio de sexo” es biológicamente imposible. Los hombres
que se someten a una cirugía de reasignación de sexo no dejan de ser hombres o
viceversa. Más bien, se convierten en hombres feminizados o en mujeres
masculinizadas. Por eso debemos ser claros al respecto: quien promueve la
transexualidad como un asunto de “derechos humanos” y alienta la intervención
quirúrgica en estas personas no hace más que colaborar y promover un trastorno
mental. Además, estas intervenciones no solo
conllevan “un considerable riesgo psicológico y físico”, sino que también “las
expectativas del paciente sobre una vida ideal después de la intervención no llegan a
materializarse”. Pero a pesar de todo, la Asociación Profesional Mundial de Salud
Transexual (World Professional Association for Transgender Health), fundada por los
oscuros doctores Benjamin, Money y Walker, continua engañando a cientos de
personas, a pesar de los estudios que llevaron a cerrar la clínica en John Hopkins y
otros estudios recientes que han mostrado cómo la calidad de vida de la persona tiende
a empeorardespués de la operación de reasignación de sexo.
En el año 2004, el instituto ARIF, perteneciente a la Universidad de Birmingham, en
Inglaterra, analizó más de cien estudios de seguimiento a personas transexuales
sometidas a cirugía en los años anteriores. El diario inglés The Guardian publicó los
hallazgos en un artículo titulado “Los cambios de sexo no son eficientes”. En el mismo
se afirmaba: “ARIF... llega a la conclusión de que ninguno de los estudios aporta
pruebas concluyentes de que la reasignación de género sea beneficiosa para el
paciente”. Además, los investigadores concluyeron que la mayoría de los estudios que
promovíaneste tipo de operaciones “tenían un diseño precario, el cual distorsionaba los
resultados a favor de cambiar físicamente el sexo. No se había valorado si otros
tratamientos, tales como la terapia psicológica prolongada, podrían ayudar a los
transexuales, o si la confusión de género se atenuaría con el tiempo”. Y continua: “Por
otra parte, tampoco se han estudiado de un modo exhaustivo las posibles
complicaciones de las hormonas y la cirugía genital, como la trombosis venosa
profunda y la incontinencia”. Además, el Dr. Chris Hyde, director de ARIF, afirma: “Hay
un gran número de personas que, después de operarse, siguen traumatizadas y
con frecuencia al borde delsuicidio”.
En el año 2010, un equipo de investigadores de la Clínica Mayo publicó una
revisión sistemática de 28 estudios sobre las terapias hormonales utilizadas en
procedimientos de reasignación de sexo en 1833 personas (1093 de hombre a mujer y
801 de mujer a hombre), indicando que no había evidencia que la reasignación de sexo
a través de intervenciones hormonales “mejore la disforia de género, el funcionamiento
psicológico y las comorbilidades, la función sexual y la calidad de vida en general”.
Uno de los estudios más sólidos al respecto fue publicado en el año 2011 por
Cecilia Dhejne y colegas, pertenecientes al Instituto Karolinska y la Universidad de
Gotemburgo, en Suecia. Los investigadores pusieron el
foco de su investigación en examinar la tasa de mortalidad, morbilidad y criminalidad de
personas transexuales, haciendo el seguimiento de un total de
324 transexuales (191 de hombre a mujer y 133 de mujer a hombre) sometidos a
cirugías de reasignación de sexo entre 1973 y 2003. Dos elementos importantes a
tener en cuenta, es que este estudio dejó de lado una cuestión subjetiva tal como la
“satisfacción” del paciente una vez realizada la operación y tampoco comparó el estado
de la persona antes y después de la operación de reasignación de sexo. El estudio se
centró simplemente en analizar y evaluar la situación de la persona tras haber recibido
el tratamiento hormonal y la intervención quirúrgica, comparándolos con un grupo de
control formado por personas que habían nacido en el mismo año y tanto del mismo
sexo biológico como del sexo reasignado que el grupo “trans”. ¿Los resultados? Los
transexuales que habían realizado la operación de reasignación de sexo tenían un
riesgo de hospitalización psiquiátrica y de mortalidad tres veces más alto que el grupo
de control y, más alarmante aún, el grupo trans tenía 4,9 más probabilidades de
intentar suicidarse y 19,1 más probabilidades de morir por suicidio. Fue la elevada tasa
de suicidios la que llevó a afirmar a los investigadores que la salud posterior a la
intervención quirúrgica era en si muy precaria y que por lo tanto no corregía
problemasque en sí tenían un origen psicológico.
La evidencia científica muestra que los procedimientos de reasignación de sexo,
ya sea por medio de tratamientos hormonales como por intervenciones quirúrgicas, no
proporcionan los beneficios esperados por la persona, ni tampoco resuelven otros
problemas subyacentes, contribuyendo de esta manera a aumentar los riesgos de
problemas de salud mental. Aquí la pregunta debería ser nuevamente ¿qué es lo que
lleva a la persona a buscar tratamientos hormonales y de reasignación de sexo? Son
esas causas o factores los que se deben atender si realmente se quiere ayudar la
persona. Plantear esta problemática como una cuestión de derechos humanos no hace
más que intentar normalizar y simplificar una situación que en si misma es muy
compleja.

El arrepentimiento de aquellos que se operaron

Una cosa que los medios ocultan sistemáticamente es la realidad del


arrepentimiento de todos aquellos que se sometieron a tratamientos hormonales e
intervenciones quirúrgicas. Walter Heyer (ex transexual) ha
publicado recientemente un libro que reúne cientos de testimonios de personas
transexuales buscando la “detransición”. La razón es que estas personas sufrían en
realidad de un problema psicológico que ningún “tratamiento” solucionó, por lo que se
ven defraudados y han aprendido “por las malas” que el problema es de hecho otro.
Esto ha sido corroborado por cantidad de estudios científicos, según los cuales la
mayoría de las personas transexuales tienen trastornos psicológicos que necesitan de
un tratamiento urgente, lo cual explica por qué el arrepentimiento y el suicidio
prevalecen entre las personas transgénero y transexuales. Ya hemos mencionado
varios de estudios al respecto, pero nunca está demás el abultar pruebas.
Un estudio realizado en el 2009 por el Departamento de Psiquiatría de Case
Western Reserve University, en Cleveland, Ohio, informó que el 90%de los pacientes
transexuales que se habían operado en el establecimiento tenían al menos un tipo
significativo de psicopatología. En otras palabras, el 90% de los pacientes padecían
una enfermedad mental que la cirugía de reasignación de género no alivió. Resultados
similares ofreció un estudio de 2013 de la Universidad de Louisville, en Kentucky, en el
que se hizo un seguimiento a 351 personas transexuales para estudiar la incidencia de
depresión y ansiedad. Los investigadores concluyeron que las tasas de depresión
(51%) y los síntomas de ansiedad (47%) de estas personas superaban en gran
amplitud las tasas de la población general.
Otro estudio de la Asociación de Psiquiatría Holandesa informó en el 2003 que
el 61% de los pacientes sometidos a tratamientos de reasignación de género en
Holanda (359 personas) padecían de trastornos y enfermedades psiquiátricas, en
particular trastornos de la personalidad, del estado de ánimo, desórdenes disociativos y
brotes psicóticos. El estudio también nota cómo es considerado “buena práctica” el
alentar a estos individuos a someterse a tratamientos hormonales y cirugías e incluso
que se ha “liberado” toda regulación legal y médica al respecto, de tal manera que se
puede empezar el tratamiento incluso antes de la pubertad, es decir, con niños
pequeños. Los autores de dicho estudio se cuestionan cómo es posible ofrecer este tipo
de terapia cuando de raíz hay graves desórdenes mentales. No es de sorprenderse
que estas personas más adelante se arrepientan y de hecho crean que la única
alternativa es el suicidio.
¿Por qué esta información nunca llega a los medios? Porque hay otros
intereses de fondo que tapan el lado sombrío de la ideología de género. Por el contrario,
la retórica es la del éxito, la de que el género es algo percibido,
distinto del sexo biológico de la persona y que no solo se puede modificar, sino que
incluso fluctúa o se encuentra presente de distintas maneras en la misma persona...
¿Cuál es el problema en concientizar a la población y afirmar, basados en serios
estudios científicos, que muchas de estas personas padecen graves enfermedades
mentales? Los números son asombrosamente altos, pero ningún medio lo dice... Y las
tragedias que se revelan de vez en cuando es solo con la intención de introducir
nuevas leyes o planes de educación sexual, es decir, se ideologiza la problemática.
Como afirma Walter Heyer: “Aparentemente las vidas trans no valen nada. No
para ellobby LGBT y los medios”. Pero como él mismo afirma, “la compasión comienza
con la verdad”. Es la verdad la que nos hará libres. Tal vez el pedir que comuniquen la
verdad sea exigir mucho a los medios, pero al menos deberían hacer el esfuerzo por no
mentir.
Patrick Mitchell, joven entrevistado en el programa australiano 60 Minutes, se
convirtió en un poderoso testigo de la realidad de la“detransición”. Patrick sufrió de niño
un grave trastorno de identidad de género, por lo que especialistas del género
comenzaron un tratamiento con bloqueadores hormonales. Pero un día, según relata,
se despertó y se dio cuenta de que no necesitaba cambiar de género, solo bastaba con
aceptarse quién era. El deseo de recibir una cirugía de reasignación de sexo no era
más que un pedido de ayuda para tratar la enfermedad psicológica subyacente, pero
los ideólogos de género buscaron normalizar un trastorno en nombre de la medicina.
Que no queden dudas que el normalizar este trastorno y aplicar terapias afirmativas es
una forma clara de abuso.

Conclusión

Es lamentable que muchos políticos ideologizados y los medios de comunicación


no están haciendo ningún favor ni al público en general ni a las personas transgénero al
tratar distintas conductas desde la perspectiva de “derechos humanos” a defender y
promover, cuando en realidad estamos muchas veces ante un trastorno mental que
merece comprensión, tratamiento y prevención.
Es por la función reproductiva del ser humano que distinguimos en los seres
humanos entre “hombres” y “mujeres”. La función reproductiva es binaria y definida,
dando fundamento a lo que llamamos el “sexo biológico” de la persona. Por esta
razón, el sexo no es “asignado” sino biológicamente
dado y definido por una identidad genética y anatómica. El concepto ideológico de
“género”, por el contrario, es en sí ambiguo, ya que depende de lo que la persona
“sienta”. Históricamente, el género se ha entendido como fundamentado en el sexo
biológico de la persona, por lo que siempre se ha hablado de género masculino y
femenino. Siempre se ha interpretado con relación a determinadas conductas y rasgos
psicológicos característicos del hombre o la mujer. Culturalmente, el género tiene
variables que muchas veces depende de los roles que el hombre y la mujer
desempeñan en el contexto cultural donde se desenvuelven. Estos roles, sin embargo,
no definen qué es ser hombre o mujer. Por eso no podemos emplear las nociones de
“sexo” y “género” de manera indiferente.
Cuando una persona se identifica como del género opuesto, la pregunta apropiada
es ¿cuáles son los factores que han llevado a esta persona a percibirse así? El ser
humano es en sí complejo y por lo tanto no podemos reducir la respuesta a un solo
elemento. Hay una gran variedad de factores a atender en la causa de trastornos de
identidad de género. Lo mismo podemos decir con relación a la transexualidad en
adultos. Son esas causas las que deben estar en el centro del debate y la
conversación. El normalizar dichas conductas o trastornos simplemente no ayudan en
nada a la persona en cuestión. No hay pruebas científicas que defiendan la
normalización y la afirmación de la transexualidad por medio de terapias hormonales e
intervenciones quirúrgicas, ya que esto no tiene beneficios positivos para la persona en
cuestión. Además, al no haber certeza segura de los efectos nocivos de la
administración de bloqueadores hormonales, lo que está ocurriendo “equivale a una
experimentación masiva y de esterilización de jóvenes que son cognitivamente
incapaces de proporcionar un consentimiento informado”, afirma la Dra. Michelle
Cretella, presidente del Colegio Americano de Pediatras. Desde el punto de vista ético,
es inadmisible que se permitan procedimientos irreversibles y dañinos, además del
hecho que estos niños no tienen la edad adecuada para dar un consentimiento válido
ante una gran decisión.
La ciencia también ha demostrado que los problemas de identidad de género
en la infancia normalmente no perduran en la adolescencia y la edad adulta. Por lo
tanto, los tratamientos para retrasar la pubertad por medio de bloqueadores
hormonales no son solamente nocivos para la salud, sino que también innecesarios.
Como afirma Robert P. George, gran experto en jurisprudencia en la
Universidad de Princeton, “el cambiar de sexo es una imposibilidad metafísica porque es
una imposibilidad biológica”. Por más tratamientos hormonales y cirugías cosméticas
que se hagan, estas nunca van a cambiar una realidad biológica que comienza en el
momento de la concepción, cuando se genera un nuevo ADN que marca el comienzo
de una nueva vida y por el cual se desarrollan los distintos organismos y sistemas del
cuerpo humano. Uno de esos sistemas, el reproductivo, está organizado en torno a la
procreación. Es en base a este sistema que entendemos científicamente al sexo
como la “capacidad de reproducción”, la cual se lleva a cabo por dos funciones
reproductivas: la masculina y la femenina. No hay otra opción, o se ovula o se engendra,
lo cual es lo que determina el sexo de la persona, lo que nos constituye como hombres o
mujeres.

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